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UNIVERSIDAD CENTRAL DE CHILE

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES


ESCUELA DE SOCIOLOGÍA

TRANSFORMACIONES Y TENDENCIAS DE LA INSTITUCIÓN DEL


MATRIMONIO EN CHILE HACIA LA PRIMERA DÉCADA DEL SIGLO XXI

Tesis para optar al Grado de Licenciado en Sociología

Profesor Guía: Sr. Emilio Torres Rojas

JUAN PABLO AVELLO HERNÁNDEZ

2012

SANTIAGO - CHILE
ÍNDICE

Resumen y Abstract .................................................................................... pág. 04

I. Introducción.............................................................................................. pág. 05

II. Planteamiento del problema................................................................... pág. 07

III. Pregunta de investigación ..................................................................... pág. 09

IV. Objetivos................................................................................................. pág. 10

V. Justificación y relevancia....................................................................... pág. 11

VI. Antecedentes ........................................................................................ pág. 12


6.1. Breve reseña histórica del matrimonio en Chile .................................. pág. 12
6.2. El matrimonio en la actual legislación chilena ..................................... pág. 19
6.3. Panorama del matrimonio en América Latina en general y en Chile en
particular .................................................................................................... pág. 24

VII. Marco Teórico ....................................................................................... pág. 32


7.1. Matrimonio y materialismo histórico .................................................... pág. 33
7.2. Matrimonio y sociedad del riesgo ........................................................ pág. 39
7.3. Matrimonio y modernidad líquida ........................................................ pág. 43
7.4. Enfoques teóricos sobre matrimonio en Latinoamérica ...................... pág. 45

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VIII. Análisis e interpretación ..................................................................... pág. 53

IX. Conclusiones ......................................................................................... pág. 62

X. Bibliografía .............................................................................................. pág. 65

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RESUMEN

Este trabajo expone de forma descriptiva la relación de la institución del

matrimonio con la sociedad chilena través de un breve repaso histórico,

comenzando con la época de la conquista española en el siglo XVI y culminando

con la primera década del siglo XXI. Entrega una panorámica de la institución del

matrimonio en Chile haciendo una comparación con las tendencias

latinoamericanas y con procesos ocurridos en países desarrollados. Plantea la

existencia de contradicción entre las exigencias de la modernidad y las dinámicas

estructurales que condicionan las formas en que esta institución se manifiesta en

el Chile del siglo XXI.

ABSTRACT

This paper exposes descriptively the relationship between the institution of

marriage with Chilean society through a brief historical overview, starting with the

epoch of Spanish conquest in the sixteenth century and culminating in the first

decade of the twenty first century. It gives a panoramic of the marriage institution in

Chile making a comparison with Latin American‟s trends and processes and with

process occurred in developed countries. It poses the existence of contradiction

between the demands of modernity and the structural dynamics that conditions the

ways this institution is manifested in Chile in the twenty first century.

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I. INTRODUCCIÓN

Hablar de familia no es lo mismo que hablar de matrimonio. La especie

humana se reproducía y repartía sobre la faz de la tierra de antes de la invención

de esta institución, y lo seguirá haciendo con o sin ella. Sin embargo, los lazos

conyugales y familiares han ido estrechamente unidos a lo largo de la historia de

la humanidad, llegando a ser considerados como inseparables para amplios

sectores sociales.

La modernidad trajo consigo el desvanecimiento de las tradicionales formas

de ver el mundo y ser parte de él, dando paso a la conformación de nuevas

estructuras, obligando a la incorporación de nuevas dinámicas dentro de la

interacción social. No hubo elemento de la tradición que no fuera trastocado o

mutado.

De este modo, tenemos que las nuevas formas de enfrentar la vida

modifican la relación del sujeto en las distintas esferas de la interacción social y su

biografía personal. Lo que en un momento se conocía como familia, trabajo,

poder, matrimonio, etc. cambia de forma; quien vive el proceso debe hacer frente

a esos cambios y, al hacerlo, cabe la pregunta sobre la vigencia u obsolescencia

de las anteriores pautas para encarar la realidad social.

Diversas investigaciones han sacado a la luz que en sociedades diversas,

la modernidad ha generado resultados y conflictos similares producto del aumento

generalizado de la esperanza de vida, los avances en la emancipación de la mujer

y los adelantos tecnológicos que permiten el control de la natalidad y la


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modificación de los cuerpos, tensionando las moralidades de época al plantear

escenarios impensados para quienes vivieron el inicio y el desarrollo de la

modernidad.

Los desafíos para quienes viven esta era radican entonces en la capacidad

de adaptación a las nuevas exigencias, poniendo a prueba la vigencia de las

estructuras que orientan la vida humana en sociedad y la facultad de las actuales

instituciones para abrirse o cerrarse a nuevas categorías que pudiesen

incorporárseles.

Estamos frente a una modernidad que no acaba, por lo que las

contradicciones de ésta todavía no tocan fondo, más aún cuando los conflictos

anteriormente mencionados no han encontrado una correcta válvula de escape a

través de cambios estructurales ni hallado la correcta consagración en la legalidad

vigente, lo cual les permitiría armonizar los conflictos a través de soluciones

institucionalizadas.

El presente trabajo investigativo da cuenta de las contradicciones

anteriormente mencionadas y plantea posibles escenarios para el desarrollo de la

institución del matrimonio en nuestro país, a través de una mirada sociológica que,

a su vez, se nutre de aportes teóricos de otras disciplinas, tales como la Historia,

la Antropología y el Derecho.

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II. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En materia de matrimonio, la actual legislación chilena establece que esta

institución es la base sobre la que se cimienta la familia, la cual es, a su vez, el

núcleo fundamental de la sociedad.

Esta visión sobre la importancia del matrimonio deja entrever la connotación

atribuida a dicha institución y la forma considerada ideal o “más adecuada” para

formar familia desde la óptica del ordenamiento jurídico chileno.

Desde esta lógica es posible preguntarse qué es lo que ocurre con las

familias que no se encuentran cimentadas en la institución matrimonial sino que en

otras formas de relación ya que, inmediatamente, surgen las contradicciones del

ámbito jurídico con el ámbito relacional de quienes establecen lazos filiales sin la

sanción o sacralización matrimonial, quedando –de forma implícita en la ley–

relegados a segundo plano.

Esto se vuelve una problemática en el momento en que los globales

procesos de modernización, de los que la sociedad chilena se hace parte, exigen

un mayor dinamismo a los individuos, dejando cada vez menos espacio para

organizar los ciclos vitales –en los que se incluyen la contracción de matrimonio y

formación de familias– al modo convencional, en el sentido socialmente deseable.

Así, tenemos que las posibilidades que cumplir con la expectativa propuesta por la

legislación chilena para la conformación de familias se vuelven cada vez más

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escasas, aumentando la aparición de formas no convencionales o no tan

masivamente aceptadas en el seno de las aspiraciones culturales de las personas.

Sin embargo, no se puede dejar de mencionar que, de todos modos, han

acontecido avances en la legislación chilena. En 1998 se reformó la Ley de

Filiación la cual puso en igualdad de condiciones a los hijos nacidos tanto dentro

como fuera del matrimonio, propendiendo de ese modo a que no sean

discriminados de ninguna forma. Por otro lado, en 2004 se aprobó la Ley de

Divorcio, la cual otorgó a los cónyuges la facultad de disolver el vínculo

matrimonial y las obligaciones que de éste se derivan.

No cabe duda que las dinámicas familiares van cambiando conforme

cambian los tiempos. En la última década, el debate político en nuestro país se ha

centrado en la posibilidad de matrimonio entre personas homosexuales con

derecho a adopción de hijos y en lo relativo a conflictos de herencia entre parejas

tanto heterosexuales como homosexuales que viven juntas pero sin casarse.

Es así como vemos que surgen nuevas voces que le exigen a esta

institución que expanda su marco de acción, que cambie, al mismo tiempo que

otras voces prefieren mantenerlo como está: tradicional e inmanente.

El ordenamiento jurídico chileno plantea una clara visión sobre cómo debe

ser el matrimonio y no acepta variaciones, no obstante la pujanza de nuevas

exigencias de parte de nuevas voces que antes no existían o probablemente

estuvieron acalladas ante la incapacidad de encontrar eco y/o apoyo en el resto de

la sociedad. ¿Es posible aceptar la existencia de multiplicidad de matrimonios?


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¿Es esta una institución fresca o la arrastramos como recuerdo de la sociedad

tradicional como quien usa alguna prenda de vestir de un antepasado resaltando

su anacronía con el presente? ¿Es útil casarse? Todas son interrogantes que nos

asaltan constantemente y que, a la luz del término de la primera década del siglo

XXI –y del Tercer Milenio– es importante comenzar a resolver.

III. PREGUNTA DE INVESTIGACIÓN

¿Cuál es el escenario que se plantea para el desarrollo de la institución del

matrimonio en Chile en vista de las transformaciones que en ella han operado

hasta la primera década del siglo XXI?

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IV. OBJETIVOS

General

Determinar los posibles escenarios sociológicos que se vislumbran para el

desarrollo de la institución del matrimonio en Chile a la luz de las transformaciones

que han operado en ella hasta la primera década del siglo XXI.

Específicos

Caracterizar la relación de la institución del matrimonio en Chile con los

aspectos jurídicos de la sociedad y con puntuales contextos históricos.

Analizar el matrimonio en Chile desde la perspectiva de la inserción de la

sociedad chilena en la modernidad.

Comparar la situación de la institución del matrimonio en Chile con las

tendencias globales en esta misma materia.

Describir cómo se acopla la institución del matrimonio a la experiencia de la

sociedad del riesgo.

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V. JUSTIFICACIÓN Y RELEVANCIA

Esta investigación es útil para comprender los procesos de cambio que

acompañan a la institución del matrimonio a lo largo de la historia de nuestro país,

vinculando dichos procesos de cambio a los diferentes contextos que interactúan e

influyen en las formas en que se materializa la formación de la familia, dejando en

manifiesto las diferentes tensiones que van surgiendo entre una institución

matrimonial deseada y lo que las condiciones socio-históricas permiten conforme

transcurre la vida social.

Lo trascendente de esta investigación radica en la elaboración de una

reflexión pertinente y actualizada sobre las distintas concepciones del matrimonio

que se manifiestan y vivencian en el Chile de comienzos del siglo XXI, desde una

mirada que recoge los postulados teóricos que tratan sobre las contradicciones de

la modernidad y sobre los desfases entre los procesos culturales y la adecuación

de los sistemas normativos. Es así como resulta útil y pertinente la mirada

“clásica” que brinda el materialismo histórico sobre las familias y su inserción en el

sistema capitalista, así como también la visión más actualizada de esta temática

entregada por los planteamientos de la sociedad del riesgo, a través de la cual es

posible analizar cómo terminan poniéndose en duda los preceptos de la

modernidad conforme ésta se lleva a cabo.

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VI. ANTECEDENTES

Para comprender el momento actual en que se encuentra la institución del

matrimonio en Chile, es necesario, primeramente, hacer un recorrido que recoja

los distintos hitos que han ido marcando su configuración y su modo de ser vivida

en la sociedad chilena, en diferentes periodos de tiempo. Del mismo modo, resulta

necesario, además, hacer una revisión de los aspectos jurídicos que dan sustento

legal al matrimonio en nuestro país, para así obtener las visiones que dan pie a las

consideraciones que hacen posible concebir al matrimonio de una forma

determinada. A su vez, es relevante enmarcar el desarrollo de la institución del

matrimonio en Chile en un contexto latinoamericano, sacando a flote las

características regionales que pudieran o no incidir en las tendencias chilenas en

materia de vínculos conyugales.

6.1. Breve reseña histórica del matrimonio en Chile

Asumiendo que la sociedad chilena emerge como tal desde el mestizaje de

indígenas y españoles, resulta evidentemente necesario rastrear a partir de este

encuentro biológico y cultural el modo en que ha convivido la institución del

matrimonio con la sociedad chilena desde sus comienzos.

En el siglo XVI, tanto los pueblos indígenas como los españoles que

vinieron a conquistar estas tierras tenían internalizada la institución del


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matrimonio, sin embargo, el carácter de dominación del encuentro entre ambas

culturas hizo que prevaleciera en el pueblo posteriormente formado –el Chile

mestizo– la tradición española, con toda la influencia cristiano-occidental que traía

consigo.

Recordemos primeramente un aspecto esencial del mestizaje: Los

conquistadores europeos eran hombres solos que llegaban a estas tierras

buscando someterlas al dominio del imperio español, y era en su calidad de

hombre y conquistador que éstos copulaban con las mujeres indígenas, ya sea por

la fuerza o con su consentimiento, con el resultado de engendrar hijos en ellas.

En este contexto, el matrimonio entre un hombre español y una mujer

indígena con la cual tenía un hijo, fue una situación prácticamente nula. Los

conquistadores españoles gozaban a las mujeres indígenas a su antojo y el

reconocimiento de los vástagos por parte de éstos fue realizado con poca

frecuencia, relegando el cuidado de las criaturas exclusivamente a sus madres. Es

aquí cuando aparece en escena el huacho, marcado por la ausencia del padre y el

desarraigo, repitiendo después en su biografía el ciclo del huacharaje en la historia

de Chile al no reconocer éste los hijos que engendra y convirtiéndose en un padre

ausente al igual que su progenitor.

Posteriormente, una vez que se apaciguaron los ánimos belicosos entre

españoles e indígenas, comienza la etapa de la Colonia, que nutrirá con nuevos

elementos las interacciones entre conquistadores, indígenas y el pueblo mestizo.

Al respecto, la antropóloga Sonia Montecino indica:


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Pasados los avatares de la Conquista, establecida ya la Colonia, arriban las mujeres
españolas al continente y los „hidalgos‟ conforman su familia con éstas. Sin embargo, la
población mestiza aumenta y funda sus relaciones de descendencia y filiación de acuerdo
a nuevos patrones (Montecino, 2007: 49).

Este aumento de la población mestiza se explica en parte porque la

conformación de familia de hombres españoles con mujeres españolas no significó

que éstos dejaran de lado la práctica de concubinato con mujeres indígenas y

porque además, en lo que al pueblo mestizo respecta, “en muchas zonas el

intento de imponer las tradiciones culturales españolas sobre el matrimonio y la

familia no habían tenido éxito” (Mellafe, 1986 en Montecino, 2007: 49).

La evidencia indica que “la „tradición‟ que se había impuesto era la de una

familia formada por una madre y su descendencia” (Montecino, 2007: 49). El

modelo de familia convencional unida por el matrimonio (Valdés, 2004) no era la

norma, aunque así lo prescribiese la moral católica y la legalidad de la época.

Más aun, durante el siglo XVII tenemos que, de facto, la formación de

familia fuera de la institución del matrimonio se legitimaba a través de otras dos

instituciones que prevalecieron, incluso, en la época republicana: nos referimos al

amancebamiento y la barraganía.

El amancebamiento corresponde a la costumbre que “…resultaba del

acuerdo tácito de una pareja de vivir juntos, sin legalizar su unión ante la Iglesia”

(Pinto, 1988: 87 en Montecino, 2007: 50). La historiografía hace notar que uno de

los factores que incentivaban la proliferación de la práctica era lo costoso de llevar

a cabo la celebración de la boda puesto que la Iglesia cobraba precios muy altos

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para llevarlos a cabo y el bajo pueblo no estaba en condiciones de desembolsar

las sumas de dinero exigidas.

Por su parte, la barraganía:

describe la situación acaecida en el momento en que se instala la familia legítima del


conquistador con sus pares europeas o con mujeres mestizas, instaurándose por fin el
„ideal‟ de la familia „cristiano-occidental‟. Sin embargo, simultáneo a este movimiento de
canonización de las relaciones hombre-mujer y de legalización de su descendencia, se
mantiene la institución del concubinato al interior, muchas veces, del mismo espacio
familiar ya sacralizado por el matrimonio (Montecino, 2007: 51).

Esto da cuenta de la posición de poder del español que, al amparo de la

costumbre, podía vivir en poligamia y engendrar hijos con su mujer oficial y con

sus concubinas, que eran mujeres indígenas y/o mestizas de condiciones

modestas.

Finalizada la Colonia, y con el advenimiento de la Independencia inspirada

en los valores de la Revolución Francesa, la elite del Chile republicano censuró

discursivamente estas prácticas ya que, desde su perspectiva iluminista,

dificultaban el acceso a la anhelada civilización. Pero a pesar de esta censura

discursiva, seguían proliferando los hijos ilegítimos y el huacharaje.

Para Valdés (2004), es relevante destacar que según estudios de la época,

en la zona central del país la proporción de hijos nacidos fuera del matrimonio

llegaba en algunos sectores a cifras cercanas al 40%.

Las causas de este fenómeno las encontramos en un aumento de la

migración masculina desde el campo a nuevos sectores producto de la

descomposición del campesinado independiente, la crisis de las exportaciones de


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trigo en 1870 y en el enrolamiento de los hombres en el ejército para librar la

Guerra del Salitre y posteriormente la “pacificación” de la Araucanía (Valdés,

2004). El peonaje se veía imposibilitado de echar raíces ya que deambulaba de un

oficio a otro.

Por otra parte, los hacendados también aportaron a la ilegitimidad al hacer

uso del denominado “derecho a pernada” sobre las mujeres del inquilinaje (Valdés

et al, 1995, en Valdés, 2004). De este modo, tenemos que en siglo XIX siguen

vigentes el amancebamiento y la barraganía.

El siglo XX trajo consigo cambios importantes para la sociedad chilena. Es

en las primeras décadas de este siglo donde se hacen presentes una serie de

reformas que tienden a disminución de la ilegitimidad y a la instauración de la

familia convencional legalizada a través del matrimonio civil. Distintas políticas

permitieron la emergencia de la clase media por medio de la instauración de una

sociedad salarial tutelada por el Estado, en donde aparecían leyes sociales

concernientes a entregar vivienda a las clases trabajadoras, permitiendo el

asentamiento de la familia moderno-industrial (Valdés, 2004).

Esto constituyó un gran avance puesto que combatió directamente el

deambular del peonaje. El aseguramiento de un salario y el acceso a una vivienda

favorecieron la disminución de nacimientos de hijos fuera del matrimonio ya que el

nuevo contexto económico hacía necesaria la existencia de una familia nuclear.

El conjunto de leyes y medidas protectoras del trabajo –el Código del Trabajo data de
1931– así como la modernización de la institucionalidad pública, constituyeron en este
periodo el corazón de una concepción acerca del trabajador como soporte económico de

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su familia y la mujer a cargo del hogar y la crianza de los hijos, garantía de la formación de
buenos ciudadanos. (Valdés, 2004: 339).

Esto era incentivado además por la obligatoriedad de pertenecer a una

“familia legalizada” para acceder a los beneficios sociales. Este conjunto de

incentivos tuvo un sostenido éxito desde la década de 1930 hasta la de 1970.

A continuación se presentan una serie de cuadros que ilustran el éxito de

las políticas concernientes a la estimulación de familias “legales” en términos de

proporción poblacional según datos arrojados por los censos de los distintos

periodos que se mencionan.

Cuadro 1
Año 1952 1960 1971
Casados 47,50% 50,60% 51,60%
Fuente: Elaboración propia en base a los datos entregados por Valdés, 2004, página 343.

En 19 años, el porcentaje de matrimonios efectuados creció en 4,1%, lo

cual fue de la mano con la disminución del número de convivientes y de solteros

entre la década de 1950 y la década de 1970, no obstante un aumento de los

anulados y/o separados en el mismo periodo de tiempo analizado.

Cuadro 2
Año
1952 1960 1970
Convivientes 3,40% 3,30% 2,40%
Anulados /
1,30% 1,80% 3,46%
Separados
Solteros 39,90% 37,20% 37,30%
Fuente: Elaboración propia en base a los datos entregados por Valdés, 2004, página 343.

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Asimismo, las políticas concernientes a configurar en Chile una “sociedad

salarial”, se mostraron exitosas en disminuir la ilegitimidad de los hijos. Esta

disminución fue sostenida hasta 1970, década en la cual, como ya se dijo

anteriormente, marcó la finalización de la tendencia al extendido asentamiento de

la familia moderno-industrial en el país. El Cuadro 3 da cuenta del leve aumento

de la ilegitimidad a partir de 1970.

Cuadro 3
Año 1950 1960 1970

Hijos
25% 16% 17%
ilegítimos
Fuente: Elaboración propia en base a los datos entregados por Valdés, 2004, página 343.

A todas luces podemos observar la tendencia prácticamente absoluta al

aumento de los matrimonios y la conformación de familias dentro de los márgenes

legales de éste.

Sin embargo, por la década de 1970 ya se estaban haciendo presentes en

la sociedad chilena nuevas trastocaciones culturales producto del aumento de los

niveles de escolaridad y prosecución de estudios superiores por parte de las

mujeres, así como también por la divulgación de nuevas corrientes de

pensamiento y adelantos tecnológicos, tales como las ideas alusivas a la

emancipación femenina de la dominación masculina y la aparición de dispositivos

anticonceptivos, los cuales permitieron a las mujeres comenzar a dominar

paulatinamente su sexualidad, separándola del ámbito de la procreación y

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permitiéndoles también buscar la independencia del hombre través de la

incorporación en la participación laboral.

Con la llegada de la dictadura militar y la implantación del neoliberalismo, se

suman otros cambios aparte de los que ya se comenzaban a vislumbrar. El

neoliberalismo socavó los referentes de la familia moderno-industrial –padre y

madre casados con hijos propios– al flexibilizar y precarizar el trabajo,

desvaneciendo los referentes culturalmente arraigados de ésta y la imagen del

padre como único proveedor en la mantención de la familia.

6.2. El matrimonio en la actual legislación chilena

Como ya vimos en el capítulo anterior, el matrimonio en Chile pasó desde

un largo periodo de desorden e informalidad, a un corto pero intenso periodo de

afianzamiento y legitimidad entre las décadas de 1930 y 1970, como producto de

las políticas públicas que lo incentivaron. A partir de la década de 1970 asistimos a

una gradual desinstitucionalización de éste como consecuencia del contexto

socioeconómico que le quita protagonismo a la familia moderno-industrial al ser su

realización cada vez más difícil en un escenario que exige que padres y madres

trabajen, y en donde la autoridad “natural” del padre sobre la madre se desvanece.

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De la mano con los nuevos tiempos, a partir de 1992 se comenzó en Chile

un proceso de reformas jurídicas concernientes al matrimonio, las cuales

han contribuido a limitar el poder del padre en la familia y a promover la igualdad y la


democratización de las relaciones entre géneros y generaciones (lo que fue impulsado por
la ratificación de los CEDAW en 1989 y posteriormente por la Convención de los Derechos
del Niño y la Niña). Entre ellas se cuentan la Ley de Violencia Intra Familiar 19.325 de
1992, un nuevo régimen de matrimonio de participación en las gananciales (Ley 19.335,
1994) (…) que se agrega a los dos existentes: sociedad conyugal y separación de bienes
(en el de sociedad conyugal la mujer no tiene capacidad alguna) (Valdés, 2004: 335).

Junto con lo anterior, es importante mencionar, como uno de los avances

más importantes, la promulgación de la Ley de Filiación que puso en igualdad ante

la ley a los hijos nacidos tanto dentro como fuera del matrimonio en 1998, y la Ley

de Divorcio en 2004 que permitió a los cónyuges poner fin al vínculo matrimonial

sin tener que recurrir a la nulidad (declaración judicial en la cual se determina la

invalidez del matrimonio por no haber reunido los requisitos legalmente exigidos

en el momento de su celebración) o a la separación (suspensión de la vida común

de los casados, cesando la posibilidad de vincular bienes del otro cónyuge en el

ejercicio de la potestad doméstica, pero el vínculo matrimonial no se rompe).

Cabe destacar que la ley de matrimonio civil que regía en la legislación

chilena hasta 2004 databa desde 1884 y que la Ley de Divorcio venía tratándose

desde 1914, siendo Chile uno de los últimos países del mundo en instaurarla.

No obstante, aún es materia pendiente lo que a uniones consensuales

respecta, así como también a la posibilidad de matrimonio y adopción de hijos de

personas del mismo sexo, lo cual implica un intenso debate a nivel jurídico, ya que

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si nos adentramos en lo que al ámbito legal respecta, tenemos que el Código Civil

define en el artículo 102 de esta manera el matrimonio: “El matrimonio es un

contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e

indisolublemente y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, procrear y auxiliarse

mutuamente” (Garafulic, 2001: 91).

Para la legislación chilena, el matrimonio es un derecho y adquiere su

importancia social al ser considerado la base que cimienta a la familia, la cual es a

su vez el núcleo fundamental de la sociedad. Explícitos son al respecto los dos

primeros artículos de la Ley de Matrimonio Civil:

Artículo 1º.-
“La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El matrimonio es la base fundamental
de la familia”

Artículo 2º.-
La facultad de contraer matrimonio es un derecho esencial inherente a la persona humana,
si se tiene edad para ello. Las disposiciones de esta ley establecen los requisitos para
asegurar el libre y pleno consentimiento de los contrayentes.
El juez tomará, a petición de cualquier persona, todas las providencias que le parezcan
convenientes para posibilitar el ejercicio legítimo de este derecho cuando, por acto de un
particular o de una autoridad, sea negado o restringido arbitrariamente.

Dada la importancia para la familia que tiene el matrimonio, la ley busca

proteger la integridad de los miembros del grupo familiar en caso de que ésta se

vea amenazada. Esto queda explicado en Artículo 3º:

Artículo 3º.-
Las materias de familia reguladas por esta ley deberán ser resueltas cuidando proteger
siempre el interés superior de los hijos y del cónyuge más débil.
Conociendo de estas materias, el juez procurará preservar y recomponer la vida en común
en la unión matrimonial válidamente contraída, cuando ésta se vea amenazada, dificultada
o quebrantada.
Asimismo, el juez resolverá las cuestiones atinentes a la nulidad, la separación o el
divorcio, conciliándolas con los derechos y deberes provenientes de las relaciones de
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filiación y con la subsistencia de una vida familiar compatible con la ruptura o la vida
separada de los cónyuges.

Si bien el matrimonio es un derecho, hay una serie de restricciones que

prohíben su realización si se dan determinadas circunstancias consideradas como

atentatorias contra la integridad de la familia a conformarse. Dichas restricciones

quedan explicitadas en los artículos 5º, 6º y 7º:

Artículo 5º.-
No podrán contraer matrimonio: 1º Los que se hallaren ligados por vínculo matrimonial no
disuelto; 2º Los menores de dieciséis años; 3º Los que se hallaren privados del uso de
razón; y los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada,
sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el
matrimonio; 4º Los que carecieren de suficiente juicio o discernimiento para comprender y
comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio, y 5º Los que no
pudieren expresar claramente su voluntad por cualquier medio, ya sea en forma oral,
escrita o por medio de lenguaje de señas.

Artículo 6º.-
No podrán contraer matrimonio entre sí los ascendientes y descendientes por
consanguinidad o por afinidad, ni los colaterales por consanguinidad en el segundo grado.
Los impedimentos para contraerlo derivados de la adopción se establecen por las leyes
especiales que la regulan.

Artículo 7º.-
El cónyuge sobreviviente no podrá contraer matrimonio con el imputado contra quien se
hubiere formalizado investigación por el homicidio de su marido o mujer, o con quien
hubiere sido condenado como autor, cómplice o encubridor de ese delito.

Se reconoce que el matrimonio puede ser perecedero y no eterno y se

estipulan una serie de condiciones consideradas válidas para que la unión llegue a

su fin. Entre estas condiciones se señalan aquellas vinculadas al maltrato desde

uno de los cónyuges hacia algún otro miembro de la familia, así como acciones

impropias que atenten hacia la integridad de ésta, el abandono de deberes

conyugales y la conducta homosexual de uno de los contrayentes. Es en este

punto donde se observa un tope legal que impide a parejas del mismo sexo

22
casarse y acceder al derecho estipulado en el Artículo 2º de la Ley de Matrimonio

Civil. Esto queda de forma clara en los artículos 53º y 54º:

Artículo 53º.-
El divorcio pone término al matrimonio, pero no afectará en modo alguno la filiación ya
determinada ni los derechos y obligaciones que emanan de ella.

Artículo 54º.-
El divorcio podrá ser demandado por uno de los cónyuges, por falta imputable al otro,
siempre que constituya una violación grave de los deberes y obligaciones que les impone
el matrimonio, o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que torne intolerable la
vida en común.
Se incurre en dicha causal, entre otros casos, cuando ocurre cualquiera de los siguientes
hechos: 1º.- Atentado contra la vida o malos tratamientos graves contra la integridad física
o psíquica del cónyuge o de alguno de los hijos; 2º.- Trasgresión grave y reiterada de los
deberes de convivencia, socorro y fidelidad propios del matrimonio. El abandono continuo o
reiterado del hogar común, es una forma de trasgresión grave de los deberes del
matrimonio; 3º.- Condena ejecutoriada por la comisión de alguno de los crímenes o simples
delitos contra el orden de las familias y contra la moralidad pública, o contra las personas,
previstos en el Libro II, Títulos VII y VIII, del Código Penal, que involucre una grave ruptura
de la armonía conyugal; 4º.- Conducta homosexual; 5º.- Alcoholismo o drogadicción que
constituya un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre los cónyuges o entre
éstos y los hijos, y 6º.- Tentativa para prostituir al otro cónyuge o a los hijos.

Por último, tenemos que la Ley de Matrimonio Civil reconoce que fuera de

las fronteras de la soberanía nacional pudieren existir otras modalidades de

matrimonio, no obstante, si quienes contrajeron matrimonio fuera del país quieren

legalizarlo en Chile, deben cumplir con el requisito de que éste sea análogo a las

formas chilenas. El Artículo 80º vuelve a destacar que para la legislación chilena el

matrimonio debe celebrarse exclusivamente entre un hombre y una mujer:

Artículo 80º.-
Los requisitos de forma y fondo del matrimonio serán los que establezca la ley del lugar de
su celebración. Así, el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las
leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado
en territorio chileno, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer.

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6.3. Panorama del matrimonio en América Latina en general y en Chile en

particular

Distintos autores coinciden en que la tendencia en la región latinoamericana

ha sido al declive de la familia moderno-industrial luego del boom que tuvo hasta

la década de 1970. El nuevo escenario latinoamericano configurado desde el

último cuarto del siglo XX hacia los inicios del siglo XXI indican que existe una

mayor cantidad de hijos nacidos fuera del matrimonio (Valdés, 2004), aumento de

las uniones consensuales (Aguirre, 2004; Rodríguez, 2004; Therborn, 2004;

Valdés, 2004), aumento de las disoluciones matrimoniales (Aguirre, 2004; Valdés,

2004), aumento de familias monoparentales y de familias con jefatura femenina

(Arriagada, 2004; Valdés, 2004); ha aumentado también la cantidad de personas

que viven solas en la región (Arriagada, 2004).

La apertura del abanico de posibilidades de hogares y familias en

Latinoamérica es evidente y puede resumirse del siguiente modo:

Hogares unipersonales (una sola persona), Hogares sin núcleo (aquellos donde no existe
núcleo conyugal –una relación de padre/madre e hijo/hija–, aunque puede haber otros
lazos familiares) (…), Familias nucleares (padre o madre o ambos, con o sin hijos),
Familias compuestas (padre o madre o ambos, con o sin hijos, con o sin otros parientes y
otros no parientes –excluyendo el servicio doméstico puertas adentro y sus familiares). A
su vez, las familias pueden ser biparentales (pareja, con o sin hijos) o monoparentales (con
un solo padre –habitualmente la madre– e hijos) (Arriagada, 2004: 47).

Al finalizar el siglo XX y comenzar el siglo XXI, el cambio en los hogares en

América Latina se grafica del siguiente modo:

24
Gráfico 1

Fuente: Arriagada (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 43
Nota (*): Promedio simple.

La evolución del fenómeno en Chile se aprecia de modo similar a lo que

experimenta la región. Las cifras del cuadro 4 confirman la tendencia.

25
Cuadro 4

Fuente: Valdés (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 346.

En lo que respecta al aumento de hogares con jefatura femenina, tenemos

que el fenómeno en Chile es evidente desde 1970. El cuadro 5 lo muestra de

forma gráfica.

Cuadro 5

Fuente: Valdés (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 346.

Los cuadros 6 y 7, así como también los gráficos 2, 3 y 4, nos entregan una

panorámica más detallada de la coincidencia de la tendencia general

26
latinoamericana con lo que ha acontecido en nuestro país desde 1970. Finalizado

el siglo XX, la disminución de matrimonios fue la característica principal. En lo que

respecta a nulidades versus matrimonios, vemos que las primeras descendieron

hasta casi desaparecer. Esto se explica por la implementación de la Ley de

Divorcio en 2004. Anteriormente, las parejas que querían terminar su matrimonio

por la vía legal, debían recurrir al artilugio de la nulidad.

Cuadro 6

Fuente: Valdés (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 345.

27
Cuadro 7

Fuente: Valdés (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 344.

Gráfico 2
MATRIMONIOS EFECTUADOS EN CHILE ENTRE 2006 Y 2011

Fuente: Registro Civil

28
Gráfico 3
NULIDADES EFECTUADAS EN CHILE ENTRE 2006 Y 2011

Fuente: Registro Civil

Gráfico 4
DIVORCIOS EFECTUADOS EN CHILE ENTRE 2006 Y 2011

Fuente: Registro Civil

29
Un aspecto relevante dice relación con la coincidencia de los procesos

modernizadores europeos y latinoamericanos ya que “…habría cierta

convergencia con procesos similares de los países desarrollados” (Aguirre, 2004).

No obstante ello, es importante considerar las contradicciones o, dicho de

otro modo, el desfase entre los cambios familiares de la región y la adaptación

sociocultural a los mismos.

Guillermo Sunkel hace notar que según la Encuesta Mundial de Valores, en

su versión de 2000, en la que participaron 11 países latinoamericanos –Argentina,

Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, México, Perú, Puerto Rico, República

Dominicana, Uruguay y Venezuela– la modernización no ha tenido fuerza

suficiente para considerar al matrimonio como una institución anticuada, ya que

tanto “tradicionalistas” como “transicionales” no piensan así en su mayoría

(Sunkel, 2004).

Véase el gráfico 5, el cual muestra la tendencia en la pregunta “El

matrimonio es una institución anticuada”

30
Gráfico 5
EL MATRIMONIO ES UNA INSTITUCIÓN ANTICUADA

Fuente: Sunkel (2004) en Cambio de las familias en el marco de las transformaciones globales:
necesidad de políticas públicas eficaces. Pág. 127.

No obstante, es importante notar que “el conglomerado tradicionalista

adquiere su mayor peso en El Salvador (78,9%), Brasil (72,9%) y Perú (67%). A la

inversa, el conglomerado transicional alcanza su mayor peso en Uruguay (59,1%),

Chile (43,3%) y Puerto Rico (41,2%)” (Sunkel, 2004: 128).

El panorama latinoamericano nos presenta entonces la convivencia de

elementos propios de la tradición y otros propios de la modernidad. Aunque ambos

tipos de elementos disputan la hegemonía y su expresión a través de leyes y

políticas públicas que los avalen, son los elementos tradicionales los que aún

tienen una amplia ventaja por sobre las corrientes modernas secularizadas.

31
VII. MARCO TEÓRICO

El análisis de la institución del matrimonio en Chile se encuadra dentro de

un contexto de modernidad, la cual trae consigo una serie de cambios que van

desde lo tecnológico hasta lo cultural, produciendo modificaciones en los estilos de

vida de los individuos. Dentro de estas modificaciones, el aspecto de las

relaciones humanas y la conformación de familias no puede quedar fuera, ya que

es la incertidumbre sobre qué camino debiesen seguir los cambios ya

comenzados lo que desorienta a las personas, generándose disonancias entre lo

convencional o tradicional con las nuevas modalidades que los sujetos empiezan a

vivenciar. Es por esto que resulta relevante hacer revisión de planteamientos

teóricos que muestren cómo han operado los cambios en los sistemas familiares y

matrimoniales conforme los nuevos escenarios van exigiendo nuevas

adaptaciones a las personas.

En un primer momento, se revisará el modo en que la familia y los vínculos

conyugales se insertaron en la modernidad por medio de los postulados del

materialismo histórico, para luego seguir con los cambios ocurridos en los ámbitos

familiares y matrimoniales en una modernidad ya avanzada, haciendo eco de las

caracterizaciones de ésta como sociedad del riesgo (Beck) y como modernidad

líquida (Bauman). Finalmente se ofrecerán las perspectivas que arrojan los

análisis teóricos sobre la relación de la modernidad y sus exigencias con la

experiencia latinoamericana, la cual posee características propias que indican que

32
no hay hegemonía sobre los resultados de la modernización en las distintas

sociedades.

7.1. Matrimonio y materialismo histórico

Una primera forma de acercarnos a las concepciones de familia y

matrimonio que nos permitan comprender los fenómenos de los que somos

testigos en la actualidad, la encontramos en la perspectiva del materialismo

histórico, desarrollada por Marx y Engels en el siglo XIX.

En lo que respecta a las formas de contraer matrimonio para constituir

familias, Engels (1972) sostiene la siguiente tesis: El sistema de parentesco de

una determinada sociedad se encuentra en contradicción con los verdaderos

vínculos familiares llevados a cabo en la práctica.

Para el autor “los apelativos de padre, hijo, hermano, hermana, no son

simples títulos honoríficos, sino que, por el contrario, traen consigo serios deberes

recíprocos perfectamente definidos y cuyo conjunto forma una parte esencial del

régimen social de esos pueblos” (Engels, 1972: 38).

La tesis de Engels se sostiene en los estudios del antropólogo

estadounidense Lewis Morgan, quien sostiene que la familia

es el elemento activo; nunca permanece estacionada, sino que pasa de una forma inferior
a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro
más alto. Los sistemas de parentesco, por el contrario, son pasivos; sólo después de
largos intervalos registran los progresos hechos por la familia y no sufren una modificación

33
radical sino cuando se ha modificado radicalmente la familia (Morgan, 1877,en Engels,
1972: 39).

Siguiendo la lógica de los postulados de Morgan, los distintos tipos de

familia que luego conducirían a la que conocemos actualmente, provienen desde

un estado primitivo caracterizado como una forma de relaciones carnales basada

en la promiscuidad sexual, en el sentido de que aún no existirían las restricciones

impuestas más tarde por la costumbre. Desde dicho estado primitivo, comenzarían

a sucederse entonces una serie de configuraciones familiares conformadas a

través de un tipo específico de matrimonio de cada periodo de desarrollo humano,

el cual estaría determinado a su vez por las condiciones económicas de existencia

con las que cuente una respectiva sociedad.

Surgieron entonces –siguiendo a Morgan– las siguientes familias:

1. Familia Consanguínea: Primera etapa de la familia, caracterizada por ser un

círculo de cónyuges comunes. Los grupos conyugales se encuentran

clasificados por generaciones, de modo que, por ejemplo, todos los abuelos

y abuelas son maridos y mujeres entre sí, así como todos los hermanos y

hermanas. Los únicos excluidos de los derechos y deberes del matrimonio

son los ascendientes y descendientes directos (madres e hijos, por

ejemplo).

2. Familia Punalúa: En esta etapa se lleva a cabo la exclusión de hermanos y

hermanas del comercio sexual recíproco. Esto comenzó paulatinamente

excluyendo a hermanos/as uterinos/as y luego a hermanos/as colaterales.


34
Un grupo de hermanos constituía de este modo el núcleo de una

comunidad y un grupo de hermanas, otro. Una serie de hermanos uterinos

tenía en matrimonio común cierto número de mujeres, con exclusión de sus

propias hermanas (lo que para nosotros incluiría a primas hasta tercer

grado). Característica principal de este periodo sería la comunidad

recíproca de maridos y mujeres. Surge la clase de sobrinos y primos. Ya no

todos son padre y madre de todos. La descendencia queda establecida de

modo matrilineal ya que sólo se sabe con certeza quién es la madre de los

hijos y el padre pudiese ser cualquiera.

3. Familia Sindiásmica: En su primera fase, comienza con la convivencia

establecida de un hombre con una mujer en específico. La poligamia y la

infidelidad ocasional se establecen como derecho para el hombre, aunque

por causas económicas la presencia de poligamia es muy rara. Se exige

estricta fidelidad a la mujer y el adulterio es castigado cruelmente. El

vínculo conyugal puede disolverse fácilmente y los hijos sólo pertenecen a

la madre. Posteriormente, en una segunda fase, se rompe con la

descendencia matrilineal ya que se introduce el concepto de “verdadero

padre” al existir la certeza de qué varón es el progenitor de los hijos

producto de la convivencia con una única pareja. Surge el derecho

hereditario paterno (por aumento de riquezas –principalmente ganado– que

consigue el hombre) y se da inicio al patriarcado. La mujer queda

degradada y convertida en servidora del hombre. El hombre se constituye

35
como jefe de la comunidad compuesta por él, su mujer, sus hijos, los

esclavos y la casa en general. Asistimos al germen de la familia patriarcal

moderna monógama.

4. Familia Monogámica: Aquí los lazos conyugales son más sólidos y no

pueden ser disueltos por cualquiera de las partes; sólo el hombre puede

romper el vínculo matrimonial. Existe una especie de derecho a infidelidad

para el hombre otorgado por la costumbre. A la mujer se le exige rigurosa

castidad y tolerancia a las infidelidades del marido. Asistimos aquí a la

primera forma de familia basada en condiciones económicas y no naturales.

La procreación de los hijos está destinada para heredar los bienes de la

familia. Es el cálculo de beneficios y no el amor sexual –que posteriormente

será reivindicado en la modernidad– el que da origen a la monogamia.

La historia de la evolución de las familias humanas de Morgan nos entrega

una panorámica de lo que será el escenario familiar en la modernidad. La

existencia de la monogamia implica unas relaciones de género marcadas

fuertemente por la supremacía masculina.

La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la
procreación de hijos (…) El primer antagonismo de clases que apareció en la historia
coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y
la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino (Engels, 1972:
80).

36
La monogamia inaugura la esclavitud y las riquezas privadas, y los

matrimonios son planificados por los padres de los contrayentes según

conveniencia económica, siendo las clases más acomodadas las más interesadas

en heredar sus riquezas del modo más beneficioso posible.

El amor sexual queda relegado a segundo plano puesto que su realización

pudiese no coincidir con los intereses de los padres de quienes se casarán. Es por

esta razón que el amor sexual moderno –una versión suavizada de la monogamia,

a decir de Engels– puede darse sin mayor problema entre los proletarios al no

tener éstos riquezas que heredar ni dar mayores motivos que la costumbre para

establecer la supremacía masculina.

Posteriormente, al incorporarse la mujer al trabajo industrial y constituirse

como un aporte económico al hogar, el hombre pierde superioridad. No obstante,

surge el problema de que la mujer que trabaja descuida el hogar, con una serie de

consecuencias perjudiciales en su vida íntima familiar ya que “la familia individual

moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o menos disimulada de

la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias

individuales” (Engels, 1972: 90).

Comienza a surgir, por primera vez en la historia, la necesidad de dotar de

igualdad de derechos tanto a hombres como a mujeres, en vistas de que la

dominación masculina pierde en la modernidad su “natural” legitimidad.

(…) el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna,
así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no
se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tenga, según la ley,

37
derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige,
como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social,
lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la
sociedad (Engels, 1972: 90-91).

Siguiendo la lógica del materialismo histórico, si a cada periodo del

desarrollo humano corresponde un tipo específico de matrimonio (salvajismo,

matrimonio por grupos; barbarie, matrimonio sindiásmico; civilización, matrimonio

monogámico) es de esperar que conforme avance la modernidad han de

presentarse posiblemente nuevas formas de familia sancionadas, probablemente,

por un determinado tipo de matrimonio.

En lo que respecta a los planteamientos de Engels, se vislumbraría que si

desaparecen las causas económicas que dieron pie a la monogamia, ésta no

desaparecerá, sino que por fin podrá desplegarse completamente al disminuir sus

inevitables contrapartes: el adulterio y la prostitución; el amor sexual sería el

principal motivo de la conformación de matrimonios y no el interés económico.

Además, los estatus de hombres y mujeres cambiarían. El autor proyecta además

una tendencia a la deslegitimación del matrimonio por interés ya que “si el

matrimonio fundado en el amor es el único moral, sólo puede ser moral el

matrimonio donde el amor persiste” (Engels, 1972: 100), por lo que las trabas a la

conformación de leyes de divorcio y similares desaparecerían al no tener anclaje

en las prácticas de los individuos.

Para finalizar este capítulo, vale destacar la visión que al respecto tenía

Morgan aún en pleno siglo XIX:

38
Si se reconoce el hecho de que la familia ha atravesado sucesivamente por cuatro formas
y se encuentra en la quinta actualmente, plantéase la cuestión de saber si esta forma
puede ser duradera en el futuro. Lo único que puede responderse es que debe progresar a
medida que progrese la sociedad, que debe modificarse a medida que la sociedad se
modifique; lo mismo que ha sucedido antes. Es producto del sistema social y reflejará su
estado de cultura. Habiéndose mejorado la familia monogámica desde los comienzos de la
civilización, y de una manera muy notable en los tiempos modernos, lícito es, por lo
menos, suponerla capaz de seguir perfeccionándose hasta que se llegue a la igualdad
entre los dos sexos. Si en un porvenir lejano, la familia monogámica no llegase a satisfacer
las exigencias de la sociedad, es imposible predecir de qué naturaleza sería la que le
sucediese (Morgan, 1877, en Engels, 1972: 101).

7.2. Matrimonio y sociedad del riesgo

La revisión del materialismo histórico nos entrega una panorámica de las

contradicciones existentes entre las condiciones de existencia de los individuos y

las formas culturales de percibirlas y vivenciarlas, así como también de los

desfases jurídicos que comienzan a presentarse.

Pero la época en que se llevaron a cabo las reflexiones sobre las

consecuencias de la modernidad en los modos de vida de las personas distan por

más de un siglo de nuestros tiempos. Esto no quita validez ni aciertos analíticos a

dichos planteamientos, pero los priva de los nuevos elementos que han ido

apareciendo, sobre todo durante el siglo XX, lo cual propone un escenario nuevo

para los habitantes del siglo XXI.

El avance de la modernidad en nuestra época ha venido aparejado de

procesos de individualización y secularización, acompañado de progresos

tecnológicos que en poco tiempo permitieron a la humanidad tener acceso a

nuevas posibilidades, saltándose las barreras de la naturaleza (fertilización in vitro,

39
operaciones de cambio de sexo, etc.) y planteando nuevos desafíos para la cultura

y las formas de interacciones entre los individuos.

Para el sociólogo alemán Ulrich Beck, en las dos últimas décadas del siglo

XX, asistimos a un proceso de agotamiento de las dinámicas interaccionales a que

nos habíamos acostumbrado en el transcurso de la modernidad.

En el siglo XIX, la modernización tuvo lugar sobre el trasfondo de su opuesto: un mundo


tradicional, una naturaleza que había que conocer y dominar. Hoy, en el umbral del siglo
XXI la modernización ha consumido su opuesto, lo ha perdido y da consigo misma en sus
premisas y principios funcionales de sociedad industrial. En el horizonte de experiencia de
la premodernidad, la modernidad es arrinconada por los problemas de la modernización en
autorreferencia. Si en el siglo XIX se desencantaron los privilegios estamentales y las
imágenes religiosas del mundo, hoy se desencantan la comprensión de la ciencia y de la
técnica propia de la sociedad industrial clásica, las formas de vida y de trabajo en la familia
pequeña y en la profesión, las imágenes directrices de los roles masculino y femenino, etc.
(Beck, 2006: 19)

Acudimos en la actualidad a lo que Beck denomina la “sociedad del riesgo”,

caracterizada porque los riesgos –potenciales consecuencias negativas, dicho de

otro modo– de carácter social, político, económico e incluso vital, propenden cada

vez más a escapar a las instituciones de control y protección de la sociedad

industrial.

Las formas de organizar la vida moderna terminan por no dar respuestas

satisfactorias a las exigencias de la propia vida moderna dado que la racionalidad

misma da con sus propias contradicciones. Para el autor, uno de los pilares en

que descansaba la moderna sociedad industrial era la división sexual del trabajo

materializada en la familia moderno-industrial definida en párrafos anteriores. Pero

este modelo no puede sino verse socavado debido a que mantenerlo implica pasar

a llevar lo que la misma modernidad ha instaurado, como por ejemplo la igualdad

40
de los sexos. El modelo de familia moderno-industrial sólo es posible si uno de los

miembros de la pareja que conforma la familia se dedica a las tareas domésticas y

de crianza en el mundo privado. mientras el otro sale a buscar el sustento del

hogar a través del trabajo en el mundo público.

Por muchos años eso estuvo solucionado per se por el “natural”

relegamiento de la mujer a las labores domésticas como herencia de la tradición

patriarcal. Sin embargo esto ya no se vuelve factible del todo al equiparar para

ambos sexos el acceso a la educación, las oportunidades laborales y la posibilidad

de controlar de un modo más eficiente la natalidad, permitiendo que la condición

“natural” –nuevamente entre comillas– de la mujer no tenga que ser

obligatoriamente el rol de madre abnegada. Dicho de otro modo, la mujer adquiere

su rol en la sociedad en tanto que persona humana y no en tanto que lo que

indican las tradicionales adscripciones que sobre el género femenino recaen.

Esto trae innegables consecuencias para las concepciones de familia

arrastradas desde siglos anteriores, dejando a las sociedades de comienzos del

siglo XXI sin una “receta” a la que acudir para hacer frente al nuevo escenario. Se

recurre a las concepciones tradicionales para enfrentar la vida, pero la vida familiar

propia de la modernidad no permite encarar de forma óptima los desafíos de la

sociedad del riesgo, produciéndose entonces la ruptura entre lo deseado para la

autorrealización personal –promesa de la modernidad– y lo posible según las

nuevas condiciones de existencia.

En palabras del propio Beck:

41
la realización de la sociedad industrial de mercado impulsaría siempre (pese a su recorte
en relación a los sexos) la supresión de su moral de familia, de sus destinos sexuales, de
sus tabúes de matrimonio, paternidad y sexualidad, e incluso la reunificación del trabajo
doméstico y el trabajo retribuido (Beck, 2006: 183).

A pesar de ello, las intenciones de vivir según el idealizado modo familiar

moderno no son abandonadas por las nuevas generaciones y se realizan

esfuerzos y se disponen energías para conciliar ambas modalidades de vida. De

este modo “la familia se convierte en un malabarismo permanente con ambiciones

divergentes entre las profesiones y sus exigencias de movilidad, las obligaciones

educativas, los deberes para con los hijos y la monotonía del trabajo doméstico”

(Beck, 2006: 187).

La conciliación de ambas modalidades de vida recae exclusivamente en la

responsabilidad individual de cada persona ya que el modo de funcionamiento de

la sociedad del riesgo no ofrece respuestas para ello y tampoco se vislumbran

soluciones desde el ámbito de la política pública.

Por una parte, el mercado de trabajo exige movilidad sin tener en cuenta las circunstancias
personales. El matrimonio y la familia exigen lo contrario. En el modelo de mercado de la
modernidad se supone la sociedad sin familias ni matrimonios. Cada cual ha de ser
autónomo, libre para las exigencias del mercado, con el objetivo de asegurar su existencia
económica. El sujeto del mercado es en último término el individuo que está solo, no
obstaculizado por la pareja, el matrimonio o la familia. Por tanto, la sociedad de mercado
realizada es también una sociedad sin niños, a no ser que los niños crezcan con padres y
madres móviles, solos (Beck, 2006: 194)

Esto se debe a que “llevada hasta sus últimas consecuencias, la figura

fundamental de la modernidad realizada es la persona que vive sola” (Beck, 2006:

201). De este modo “quien reclama en este sentido la movilidad en el mercado

42
laboral sin tomar en cuenta los asuntos privados impulsa (precisamente como

apóstol del mercado) la disolución de la familia” (Beck, 2006: 201-202).

7.3. Matrimonio y modernidad líquida

Para el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, el escenario que se nos plantea

es el de una modernidad líquida, en donde como todo líquido, no puede mantener

su forma por mucho tiempo y adquiere la del tiesto que lo contiene. Este contexto

exige a los individuos disposición a la versatilidad y al cambio rápido, a la

adaptación constante.

Es un mundo en que, además, ámbitos que anteriormente estaban

arraigados en la esfera de lo íntimo, han pasado a ser confiscados por el mercado,

el consumismo y la duración pasajera de sus características, como un producto

material cualquiera que se adquiere en las tiendas.

De uno u otro modo, tenemos que deshacernos del objeto que nos ha ofendido (porque no
ha cumplido lo prometido, porque es demasiado difícil o problemático de usar, o porque ya
se le han agotado los placeres que era capaz de reportar). No podemos pronunciar
juramentos de lealtad a cosas cuya única finalidad es satisfacer una necesidad o un deseo,
o cubrir una carencia. No se pueden evitar los riesgos, pero los peligros parecen menos
amenazadores en cuanto negamos la posibilidad de comprometernos. Ésa es una idea que
nos tranquiliza; el problema es que también acarrea sufrimiento cuando son otros seres
humanos los «objetos» de consumo del consumidor (Bauman, 2006: 142).

Las relaciones sociales y la institución del matrimonio no han quedado fuera

de esta tendencia y son vividos de forma insegura por los habitantes de la

43
modernidad líquida. Surge entonces el desafío de equilibrar seguridad y libertad,

ya que ambas son inversamente proporcionales.

El mundo líquido se caracteriza por ser rápidamente cambiante; los objetos de deseo
envejecen tan pronto pierden su encanto a velocidad vertiginosa. De resueltas de ello, las
relaciones se están convirtiendo en la principal fuente (en apariencia inagotable) de
ambivalencia y ansiedad (Bauman, 2006: 143-144).

Los habitantes de la modernidad líquida vivencian la siguiente paradoja: un

mundo líquido exige lazos fuertes a los que aferrarse, pero las mismas

características de este mundo favorecen a quienes van livianos, sin ataduras. Es

por ello que la contracción de matrimonios y la conformación de familias –con

hijos– se vuelve un tema tremendamente complicado para los individuos ya que

deben conciliar su desarrollo personal-individual con las ataduras que un

compromiso a largo plazo requiere… más aún cuando tradicionalmente se

sostiene que ha de ser para toda la vida.

Niños frente a carrera profesional, reclusión doméstica frente a un mundo de aventuras


continuas; el tedio de los críos frente a los extensos, nunca explorados del todo y
(precisamente por ello) atrayentes espacios «abiertos». Esta contraposición tiene claros
visos de autenticidad y, de hecho, la decisión entre lo uno y lo otro resulta especialmente
dura y poco agradable. Para muchas mujeres, la perspectiva de tener que elegir puede
suponer un muy buen motivo para malhumorarse y quejarse (Bauman, 2006: 137).

El panorama líquido es, entonces, de inseguridad e incertidumbre. Al ser

cada componente de la vida humana cooptado por la mercantilización, vemos que

se producen también “desechos” –del mismo modo que los productos industriales–

pero a nivel de las vivencias intersubjetivas. La cultura y los sistemas

cognoscitivos de los individuos se ven imprecados a volverse cada vez más

44
flexibles para adaptarse a los cambios, dejando en terreno pantanoso todas las

decisiones que una persona pudiese tomar.

7.4. Enfoques teóricos sobre matrimonio en Latinoamérica

Las secciones anteriores nos presentaban las dificultades que la

modernidad trae para los individuos, tanto si le conceptualiza como sociedad del

riesgo o como líquida. La inseguridad, la mercantilización y la debilidad de los

lazos han de ser la tónica, tal como lo plantea Tomás Moulian para el caso de

Chile:

Esta sociedad, el Chile Actual, se concibe como un gigantesco mercado donde la


integración social se realiza en el nivel de los intercambios más que en el nivel de lo
político. Esto es, no se realiza a través de la ciudadanía convencional, de la participación,
de la adhesión a ideologías. La figura del hombre político, orientado hacia la vida pública,
es reemplazada por la figura predominante del individuo burgués, atomizado, que ya no
vive en la comunidad de la civitas, ya no vive por la causa (el sindicato, la «población», el
partido). Vive para sí y para sus metas. Para el trabajo, tratando de superar la dureza de la
«labor», especialmente la incertidumbre del empleo flexibilizado, a través de méritos que
permitan realizar las «oportunidades» laborales, por ejemplo un ascenso. Y con esa
herramienta abrirse paso hacia nuevas oportunidades de consumo: cambiar el living,
conseguir la casa propia, el automóvil, la educación de los hijos («para que ellos sean otra
cosa»), ir de vacaciones con la familia (Moulian, 1998: 121).

En lo que respecta a la caracterización de la situación latinoamericana y

chilena desde la perspectiva de las uniones matrimoniales y las configuraciones

familiares, los diversos estudios empíricos que han intentado hacerse cargo de

conceptualizar las situaciones existentes en la región, han dado cuenta de la

45
existencia de una pluralidad de formas familiares, las cuales comenzaron a surgir

en Latinoamérica de modo más o menos coincidente con el resto del mundo luego

de la década de 1970, coincidiendo además ciertos procesos de modernización de

la región con otros ya ocurridos en Europa. En los párrafos siguientes se dará

cuenta de diversos aportes teóricos hechos a partir de investigaciones en América

Latina y que buscan dibujar el panorama de la vivencia de la modernidad en

nuestro continente.

Primero que todo, es de suma importancia conceptualizar los conceptos

claves a analizar en este trabajo. Partamos primero por “familia”. En esta instancia

abordaremos a la familia según la definición clásica dada por Elizabeth Jelín:

institución social ligada a la sexualidad y a la procreación, que regula, canaliza y confiere


significado social y cultural a las necesidades de sus miembros, constituyendo un espacio
de convivencia cotidiana, el hogar, con una economía compartida y una domesticidad
colectiva (Jelín, 1994 en De Gong de De Gong et al, 2001: 15)

Siguiendo esta definición, es posible encontrar en la actualidad distintos

tipos de familia y en cada una se cumpliría el requisito de ser espacio de

convivencia, cotidiana, economía compartida y domesticidad colectiva. De este

modo, el modelo “moderno-industrial” deseado durante el siglo XX pasaría a ser

una variante más dentro de las distintas configuraciones que puede tomar esta

institución y su predilección por sobre otras maneras de organizarse responde al

contexto socio-histórico y económico antes que a determinismos de la naturaleza.

Evidencia de ello sería la amplia difusión en Chile del huacharaje y la legitimidad

dada por la costumbre del amancebamiento y la barraganía hasta antes de la

intervención estatal en estas materias en la primera mitad del siglo XX.


46
Eloisa De Gong distingue en las sociedades latinoamericanas

contemporáneas nueve fenómenos o modelos de familia que difieren del moderno-

industrial. A saber:

En la constitución familiar actual nos encontramos con innumerables fenómenos que


difieren en mucho del modelo familiar deseado, como por ejemplo: Madres solas con hijos
a cargo; Matrifocalidad (donde la mujer regula el ingreso del sexo masculino según el
aporte que el hombre haga a la economía doméstica); Familias ensambladas o
reconstituidas (formadas por hombres y mujeres que vienen de una experiencia de
constitución familiar anterior donde en general conviven los hijos de un miembro de la
pareja con los hijos del otro miembro a lo que se agrega los hijos que puedan tener los
nuevos cónyuges); Familias donde un miembro de la pareja no convive pero continúa
formando parte y teniendo relaciones permanentes con el grupo familiar; Hombres solos
con hijos a cargo; Parejas de homosexuales; Mujeres con hijos voluntaria o
involuntariamente concebidos; Mujeres solteras con hijos naturales y adoptivos; Mujeres
con hijos de diferentes uniones (De Gong, 2001: 17).

Eloísa De Gong no menciona la existencia del tipo de familia conformada

por una pareja de homosexuales que cría hijos, pero esto pude deberse a dos

razones: Primero, a que en la época de publicación de su definición –año 2001–

esa posibilidad no parecía imaginada en las sociedades latinoamericanas todavía,

al menos al nivel mediático que ha alcanzado la temática en nuestros días, una

década después. En segundo lugar, esto puede deberse a que la tipología pareja

de homosexuales que cría hijos se puede acoplar perfectamente al tipo de familia

“ensamblada” o “reconstituida”, toda vez que la pareja críe a los hijos de uno de

sus miembros provenientes de una relación heterosexual anterior o provenientes

de adopciones o concepciones hechas voluntariamente en solitario antes de

formar pareja con una persona homosexual. La posibilidad de fertilización in vitro,

la fecundación asistida, el transplante de embriones y el arriendo de úteros son

posibilidades nuevas dadas por el avance del conocimiento científico en estas

47
materias, abriendo la posibilidad a nuevas formas de concebir hijos, en donde la

relación sexual como medio “natural” para ello puede pasar incluso a quedar

obsoleta o no ser intrínsecamente necesaria.

Respecto a la institución del matrimonio, Enrique Timó, desde la

antropología social, conceptualiza a esta institución como la “Forma socialmente

sancionada de unión heterosexual y co-residencia que establece derechos y

obligaciones con respecto a las relaciones sexuales y la reproducción; variante de

esta forma son las uniones homosexuales y los matrimonios sin hijos” (De Gong

et. al, 2001: 118).

La definición de matrimonio desde una perspectiva de las Ciencias Sociales

no se condice necesariamente con la mirada jurídica imperante en nuestro país ya

que “el Código Civil de Chile en su artículo 102 define el matrimonio en los

siguientes términos: „El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre

y una mujer se unen actual e indisolublemente y por toda la vida, con el fin de vivir

juntos, procrear y auxiliarse mutuamente” (Garafulic, 2001: 91).

Recordemos que la ley de matrimonio chilena establece explícitamente en

su artículo 18º que quienes contraen el vínculo matrimonial son declarados marido

y mujer y que, según el artículo 54º, una de las causales para divorciarse puede

ser la conducta homosexual de uno de los cónyuges.

Para Lorena Fries y Verónica Matus, esta legislación tiene sus raíces en la

tradición patriarcal romana y cristiana y agregan que:


48
El matrimonio encuentra sus antecedentes en la tradición patriarcal romana y cristiana. La
primera fija en el „pater familia‟ la autoridad sobre los esclavos, la mujer, los hijos, los
bienes. La influencia del cristianismo, por su parte, se evidencia tanto en el gradual
fortalecimiento del poder del varón sobre la mujer, como en la imposición de un modelo
único de comportamiento sexual, principalmente para las mujeres. Sólo es aceptada la
sexualidad que se realiza en el matrimonio con el fin de procrear (Fries y Matus, 1999 en
Garafulic, 2001: 90).

La fuerte presencia de la tradición patriarcal explicaría porqué “a pesar del

aumento de las uniones consensuales, todavía éstas no tienen un status jurídico

que permita a las personas resguardar su patrimonio si han estado previamente

casadas ni tampoco aventurarse en créditos e inversiones” (Valdés, 2004: 336).

Particularmente en Chile, no obstante la marcada tendencia patriarcal de la

legislación imperante, es importante recalcar el siguiente hecho: si bien hubo un

auge de conformación de familias moderno-industriales hasta la década de 1970,

dicho fenómeno, a pesar de su prolongado y sostenido crecimiento a lo largos de

varias décadas, es una especie de oasis en la vida familiar de la sociedad chilena,

caracterizándose ésta por tener en la mayoría de sus periodos abultadas cifras de

informalidad matrimonial e ilegitimidad de hijos, mostrando modalidades familiares

que disienten de lo establecido como “correcto” o “deseable”.

Ximena Valdés lo señala del siguiente modo:

Esta poli cultura de tipos de familias no es nada nuevo en la sociedad chilena. Más bien, lo
singular y lo novedoso está dado por el período acotado a pocas décadas en que la familia
tendió a homogeneizarse y a institucionalizarse. El corto período en que de manera
bastante generalizada familia fue sinónima de matrimonio, correspondió con el proceso de
la segunda fase de industrialización y al Estado de Bienestar. Lo que explicaría entonces la
afirmación de la familia moderno-industrial sancionada por el matrimonio, es la existencia
de un Estado social protector provisto de mecanismos de integración social que se
tradujeron en una notoria disminución de los hijos nacidos fuera del matrimonio y de las
uniones consensuales, entre 1940 y 1970 (Valdés, 2004: 336).

49
Sumado a ello, la sociedad chilena se ha visto influida por procesos de

tendencia global que abarcan a distintos grupos humanos insertos en la

modernidad. Un primer aspecto a considerar dice relación con que la modificación

de las relaciones de género ha dado paso un tipo de familia relacional. A saber:

los rasgos familiares que se construyeron al tenor del tiempo se han modificado dando
lugar a la familia relacional de la sociedad post-industrial que la modernidad y la
globalización han instalado como resultante de los procesos de individuación e
individualización, en que no es la forma que adquiere la unión lo que le otorga
características singulares a las relaciones familiares sino el tipo de relaciones entre
géneros y generaciones, en un contexto de disyunción de la conyugalidad y la parentalidad
que deja entrever que la pareja y su cultivo es importante en sí y que los hijos conciernen a
la responsabilidad de madres y padres. Para que eso ocurra es necesario la existencia de
sujetos hombres y mujeres independientes y autónomos que deben conjugar sus proyectos
personales con la vida familiar. Estas orientaciones se dan en los sectores sociales con
capital económico, cultural y secularizados. Abiertos al mundo exterior y con contactos y
experiencias que les permiten establecer rupturas con los modos de constituir familia de las
generaciones mayores cuando éstas correspondían a patrones tradicionales (Valdés, 2004:
350-351).

Lo interesante del fenómeno apunta a que la secularización, propia de la

modernidad, tiene mayor recepción en ciertos sectores de la sociedad, mientras

que en otros pareciera influir en menor medida. Sin embargo, una particularidad al

respecto, que pasaría a constituir una característica propia de la sociedad chilena,

dice relación con la tendencia de las mujeres chilenas a ser renuentes al trabajo a

pesar de la importancia que éste tiene en su desarrollo individual y a pesar de que

la vida en pareja es importante en sí misma y no una condición para criar hijos;

surge entonces el fenómeno observable de las mujeres de sectores con mayores

niveles de educación y secularización preferirían que sus maridos trabajasen

solamente y ellas pudieran dedicarse al hogar.

en concordancia con los rasgos históricos que marcan las transformaciones de las familias
en Chile, la hipótesis de la reproducción de modelos de familia correspondiente a la
sociedad salarial a través de la reiteración de la imagen de la buena madre no es
50
descartable y esto podría contribuir a explicar, en parte, el porqué las chilenas muestran tal
resistencia al trabajo remunerado fuera del hogar. No obstante esta orientación siga
vigente, la familia también se reinventa y para dar curso a las orientaciones más
democráticas la clave parece estar en la educación, en la posición social y la
secularización (Valdés, 2004: 351).

Es posible aseverar que, conforme a la tendencia mundial, en Chile se vive

un proceso de asedio al patriarcado, sin embargo, dicho asedio adquiere en

nuestra sociedad un ritmo propio que hace que no vaya al mismo compás de lo

que dictan los comportamientos en países cuya modernización comenzó antes.

Esto ha de deberse a que “el desmantelamiento o el asedio al patriarcado y la

afirmación de la igualdad de sexos y de géneros no tienen precedentes históricos,

y por lo menos a un nivel global parecen ser irreversibles aunque no se descarten

algunos retrocesos regionales” (Therborn, 2004: 39).

Todo apunta a que el nuevo escenario familiar latinoamericano y –

obviamente– chileno implica nuevas pruebas para los legisladores y para la

ciudadanía que debe ser capaz de hacer llegar las nuevas demandas.

En suma, hay un desafío pendiente en materia de institucionalidad para enfrentar la


emergente realidad de las uniones libres y las opciones polares: condena, discriminación o
invisibilización, por una parte, e igualación con el matrimonio legal, por otra parte, tiene
flancos débiles, en particular en el plano de la relación de pareja por cuanto de haber niños
hay un creciente consenso de no hacer distinciones según tipo de unión de los
progenitores (Rodríguez, 2004: 93).

La dificultad para aceptar la diversidad entonces viene dada por el

paradigma dominante –expresado, por ejemplo, en el Código Civil chileno– por lo

que sería necesaria la existencia de un cambio paradigmático que permitiera a la

legalidad abrirse a nuevas posibilidades conceptuales que, a su vez, redundarían

51
en la implementación de políticas públicas más eficaces. “Muchos de los cambios

observados en torno a la familia son el resultado de deseos y opciones

individuales y no son fruto de patologías sociales. Por lo tanto, las políticas deben

orientarse a facilitar y no limitar las opciones individuales, proporcionando los

recursos necesarios para el bienestar de todos sus miembros” (Esping-Andersen,

2003 en Arriagada, 2004: 48).

Asegurar que la familia en América Latina se encuentra en decadencia

significa no comprender la naturaleza del fenómeno y desconocer la importancia

de ésta para los habitantes de la región, en donde la familia cumple una función de

protección y juega un papel importante como parte del capital social del individuo.

Sin embargo, como lo plantea Inglehart, un concepto clave de la teoría de la modernización


sigue válido hoy en día: la industrialización tiene enormes consecuencias sociales y
culturales, desde el aumento de los niveles educacionales hasta cambios en los roles de
género. La industrialización es vista como un elemento central de un proceso de
modernización que tiene impactos sobre diversos aspectos de la sociedad (…) La tesis de
Inglehart es que el desarrollo económico tiene consecuencias políticas y culturales
sistemáticas. Estas consecuencias no son leyes de hierro de la historia; son tendencias
probabilísticas. Sin embargo, las probabilidades son altas una vez que una sociedad
se ha embarcado en el proceso de industrialización (Sunkel, 2004: 122).

Modernización desfasada sería entonces la característica de Latinoamérica,

siempre que se tenga como parámetro los procesos europeos. “El „deseo de

familia‟ en la sociedad actual, según esta hipótesis, estaría asociado a un „deseo

de normalización‟” (Sunkel, 2004: 123) vinculado a la fuerte presencia del

tradicionalismo aún en nuestros días.

52
VIII. ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN

A partir de los antecedentes y enfoques teóricos utilizados en el presente

trabajo, es posible llevar a cabo un análisis de los procesos y transformaciones

que han marcado el desarrollo de la institución del matrimonio en Chile,

particularmente en lo que concierne a las tendencias que habría de seguir dicha

institución luego de finalizada la primera década del siglo XXI.

En primera instancia podemos establecer, de modo general, que la

sociedad chilena del siglo XXI, en lo que a temáticas de matrimonio y familias

concierne, se caracteriza por:

1º.- Existencia de pluralidad de familias.

2º.- Socavamiento del modelo de familia moderno-industrial como

consecuencia del propio avance de la modernidad, fenómeno que, a su vez, va

de la mano de un incremento del asedio al patriarcado iniciado en la década de

1970 a nivel global.

3º.- Desfase entre las prácticas familiares cotidianas de los individuos y la

legalidad vigente.

4º.- Incremento en los niveles de secularización, pero aún con un fuerte

sustrato tradicional arraigado a lo religioso, lo cual trae consigo un fuerte deseo

de “normalización”, entendida esta como búsqueda de acercamiento al modelo

tradicional de familia nuclear, a pesar de grandes avances en los que igualdad

53
de derechos y secularización respecta. El aumento de los niveles de

secularización no es lo suficientemente rotundo como para contrarrestar de

modo contundente la influencia de la tradición.

La existencia de la pluralidad de familias y el socavamiento del modelo

familiar moderno-industrial son fenómenos relacionados directamente con la

emergencia de un nuevo contexto socioeconómico y sociocultural y que vienen

dados por la creciente deslegitimación del patriarcado como forma de ordenar la

vida familiar, principalmente en lo que respecta al rol del padre –hombre, jefe de

hogar y sostén económico del hogar– como innegable autoridad. En Chile,

podemos observar que no sólo los mayores niveles de educación femenina –que

permiten una mayor autonomía respecto del varón toda vez que la educación

permite acceder a trabajos que requieren mayor cualificación y que redundan en

mejores ingresos económicos– contribuyeron a quitar poderío al hombre, sino que

esto se debió también a la instauración del sistema neoliberal, el cual, de cierto,

modo, forzó a muchas mujeres a constituirse como aporte económico al hogar

para solventar el encarecido costo de la vida.

Por un lado tenemos a los procesos modernizadores deslegitimando las

tradicionales formas de concebir lo que es la familia, abriendo el abanico de

posibilidades –asediando al patriarcado–, y por otro lado tenemos un código civil

muy estricto y claro en lo que se acepta para la legalidad chilena como matrimonio

y como familia. Lo anterior, conlleva a presenciar un desfase entre las prácticas

familiares cotidianas de los individuos y la legalidad vigente, toda vez que el marco

54
jurídico chileno se encuentra enraizado en concepciones patriarcales de familia,

produciéndose entonces un segundo desacople, en donde el Estado promueve un

modo de convivencia familiar idealizado, pero descontextualizándose del sistema

económico imperante y de los cambios en las configuraciones familiares y

culturales que éste implica. De cierta forma, la legislación chilena sigue con los

ojos puestos en la sociedad salarial auspiciada por el Estado entre las décadas de

1930 y 1970, pero desconociendo que dicho proceso implicó una fuerte presencia

estatal y que, dentro de la línea de tiempo de la historia de Chile, significó un

acotado periodo ya que, comparativamente con otras épocas, la sociedad chilena

se ha caracterizado principalmente por no regir sus uniones conyugales y la

conformación de familias por los parámetros moderno-industriales, a pesar de que

aquel modelo sea el “buscado” o “preferido”.

No obstante los desacoples recién mencionados, es posible observar

también una confluencia entre las aspiraciones de los sujetos y el ideal difundido

en nuestro Código Civil. Dicha confluencia tiene que ver con el “deseo de

normalización” patente en los chilenos y chilenas del siglo XXI, quienes aun con

uno de los niveles de secularización más altos de América Latina, siguen

anhelando conformar una familia a través de la contracción de matrimonio, del

mismo modo en que la ley indica que es más conveniente hacerlo. Este deseo de

normalización trasciende incluso las contemplaciones de la ley, al ser también una

de las peticiones de movimientos homosexuales organizados que buscan que la

legislación chilena permita a personas del mismo sexo contraer matrimonio y

adoptar hijos. Cabe recordar que el Código Civil chileno es muy estricto en esta
55
materia y establece claramente que el vínculo matrimonial puede llevarse a cabo

solamente entre un hombre y una mujer. Por lo demás, aún no se ha materializado

en el Congreso ninguna propuesta clara al respecto, sin embargo, se puede

asegurar que la tramitación de una ley de esas características da para largo, sobre

todo teniendo como antecedente que en Chile el divorcio es legal tan solo desde

2004.

Pero el “deseo de normalización” no es absoluto; es una característica

presente en nuestra sociedad pero su peso relativo, a la luz de los antecedentes

investigados, es difícil de calcular. Hay que considerar que, en Chile, los

matrimonios han tenido una notoria tendencia a la baja y la implementación de la

Ley de Divorcio contribuyó también a deshacer legalmente vínculos que, muy

probablemente, estaban deshechos de facto hace bastante rato. El considerar a la

familia como núcleo fundamental de la sociedad y al matrimonio como la base

para la conformación de ésta, se vuelve no sólo anacrónico en vista de la

disminución de matrimonios, sino que discrimina tajantemente las formas

familiares que no se encuentran legalizadas y/o sacralizadas por medio del

contrato matrimonial.

A pesar de todo lo anterior, es importante destacar que las prácticas

cotidianas de los individuos tienden a sobrepasar los márgenes de los “ideal” que

un determinado marco jurídico pudiere promover y que, tal como lo plantearan el

materialismo histórico y el antropólogo Lewis Morgan, a lo largo de la historia de la

humanidad han existido distintos tipos de familia, y cada tipo responde a las

56
necesidades contextuales de la organización societal en distintos escenarios de la

vida humana.

Podemos observar coincidencias entre los escenarios vislumbrados en el

siglo XIX por Frederich Engels y lo que ha ocurrido en la actualidad. La lucha por

la igualación de derechos tanto de hombres como de mujeres ha sido de a poco

canalizada a través de reformas jurídicas. El matrimonio en la actualidad se ha

acercado bastante a las proyecciones de Engels, a lo menos en tres aspectos:

- Tendencia a la equiparación total de derechos para hombres y para

mujeres.

- Vínculo matrimonial preeminentemente por deseo de desplegar el amor

sexual moderno.

- Vigencia de leyes de divorcio que permiten deshacer el vínculo

conyugal.

Asistimos a un momento de la historia en que el matrimonio es considerado

una opción libre, despojada del cálculo de interés, en donde es el amor sexual

moderno lo que motiva su consumación. Los padres no arreglan los matrimonios

de sus hijos ya que aquella prerrogativa de éstos está deslegitimada.

A pesar de que legal y culturalmente están dadas las condiciones para

desplegar el amor sexual moderno, las condiciones materiales de vida y las

exigencias de esta modernidad, impiden llevar a cabo dicho despliegue a menos

que haya una renuncia por parte de uno de los cónyuges al desarrollo de su vida
57
pública. Estamos aquí en presencia de la sociedad del riesgo de Beck, la cual

pasa a ser una experiencia vivenciada en el Chile del siglo XXI pero que convive

con elementos particulares latinoamericanos –desde la óptica homogeneizadora

europea– marcados por el tradicionalismo, en donde los procesos de

secularización van a la par de una cierta nostalgia por la época del auge de la

consolidación de la familia moderno-industrial en nuestro país.

Las dificultades u obstáculos que impiden el despliegue armonioso del

vínculo matrimonial y la vida familiar, que éste conlleva, con las exigencias de la

modernidad tienen su origen tanto en razones estructurales (necesidad de

relegación doméstica de uno de los cónyuges) y en aspectos relacionados con el

avance de los procesos de individuación e individualización que hacen que los

sujetos opten en primera instancia por dar prioridad a la satisfacción de

necesidades personales antes que a arrojarse a la concreción de un proyecto en

común con una o más personas (en el caso de incluir hijos), el cual, para que sea

exitoso, requiere de un arduo trabajo y disposición de energías.

La racionalidad se ve enfrentada al desafío de optar el cumplimiento seguro

de uno de dos deseos: el deseo del éxito profesional o el deseo de conformación

de familia al estilo moderno-industrial. La modernidad líquida y la sociedad del

riesgo operan aumentando las libertades y derechos para los individuos, al mismo

tiempo que socavan aún más los modelos tradicionales a los que aferrarse para

no ser avasallados por los ya mencionados riesgos o por las exigencias de la

modernidad líquida.

58
Vemos entonces que emerge un nuevo proceso de cálculo de opciones en

donde ya no es el deseo de heredar bienes familiares lo que orienta la contracción

del vínculo matrimonial con una determinada persona, sino que cómo el

establecimiento de un determinado lazo conyugal con procreación de hijos pudiere

o no mermar el desarrollo personal-laboral-profesional de un individuo. Ya no

existen padres arreglando matrimonios de los hijos pasando a llevar sus gustos

personales y sus deseos por desplegar el amor sexual moderno con la persona

que ellos consideren más adecuada, sino que ahora se requiere un cálculo que

permita acertar al contraer matrimonio con una persona, de modo tal que se pueda

conformar una familia en que prime el amor sexual moderno al mismo tiempo que

se puede llevar una vida pública plena, gozando de todos los beneficios del éxito

profesional y laboral, así como de los placeres de las aventuras del cambiante e

intenso mundo líquido.

El escenario que se vislumbra entonces para el desarrollo de la institución

del matrimonio sigue siendo incierto, más aún cuando la modernidad no acaba de

dar consigo misma y más todavía cuando ésta no es el destino final de toda

sociedad, tal como demuestran claramente los matices con los que ha sido

experimentada en Latinoamérica si se toma como referente a Europa, no obstante

los distintos elementos comunes que permiten establecer ciertos parámetros de

comportamiento.

59
La mirada sociológica permite descubrir cosas ocultas y establecer

relaciones entre distintos fenómenos sociales de tal forma que se pueda dar

explicación a las transformaciones en los modos de vida de las personas.

En lo que a la institución del matrimonio concierne, se observa que los

distintos momentos históricos, así como los contextos económicos y

socioculturales, han influido en la transformación de ésta. Dichas transformaciones

son parte de procesos largos y están atravesados por una serie de variables en

las que se incluye el avance técnico y el conocimiento científico de las sociedades.

Un ejemplo de cómo los contextos modifican las formas de vivenciar una

determinada institución –en este caso la del matrimonio– lo encontramos por

ejemplo, en lo concerniente a la ilegitimidad de los hijos. Esta fue una

problemática que acarreó la sociedad chilena durante gran parte de su historia, sin

embargo, la información disponible indica que “dejó de ser tema”, ya que los

adelantos tecnológicos entregan hoy en día la posibilidad de comparar muestras

de ADN que permiten establecer la paternidad de un hombre, quien, ante la

innegable evidencia, no puede escapar de sus responsabilidades para con la

criatura. Y esto a su vez se relaciona con el cambio de mentalidad que ya no

“perdona” el hecho de que una mujer deba hacerse cargo ella sola de un hijo si es

el que el padre es conocido. Sumado a ello, el cambio cultural se tradujo en una

nueva Ley de Filiación, la cual prohíbe toda forma de discriminación contra los

hijos nacidos fuera del matrimonio, lo cual se constituye además como indicio de

60
que el que un niño haya nacido dentro o fuera del matrimonio deja de ser

relevante para la sociedad.

Finalmente, como aporte sociológico a la temática estudiada, es posible

establecer al menos dos hipótesis sobre las tendencias y transformaciones de la

institución del matrimonio en Chile hacia la primera década del siglo XXI:

En un mundo cambiante (líquido y riesgoso), el deseo de normalización y

de conformación de familias al estilo moderno-industrial (incluso para

marginados de este derecho en Chile, como los homosexuales), responde a

una estrategia de aseguramiento de un “piso firme” al cual aferrarse para

sobrellevar las exigencias de la modernidad, a pesar de las dificultades

intrínsecas que este “piso” trae consigo.

El proceso de cálculo de beneficios respecto a la contracción del vínculo

matrimonial se ha desplazado desde el deseo de asegurar los bienes

familiares en herederos que harán acrecentar la fortuna, hacia el deseo de

contraer matrimonios que no estorben el desarrollo personal-laboral-

profesional de los individuos.

Estas hipótesis requieren ser comprobadas en posteriores investigaciones

sobre la temática en cuestión, y se constituyen como punto de partida a la luz de

los antecedentes y enfoques teóricos utilizados en esta tesis.


61
IX. CONCLUSIONES

A modo de conclusión y como forma de dar respuesta a la pregunta de

investigación que orientó esta tesis, se puede decir que el escenario que se

plantea para el desarrollo de la institución del matrimonio en Chile en vista de las

transformaciones que en ella han operado hasta la primera década del siglo XXI,

estará cruzado por un aumento de las demandas de flexibilidad al campo

normativo que la legislación chilena comprende, de modo que éste se abra a

mayores posibilidades conforme las contradicciones entre los modos de vida de

las personas, así como sus deseos personales de autorrealización se vean

ofuscados, inhibidos o invisibilizados por el actual Código Civil.

La consagración del matrimonio en el marco jurídico chileno requiere una

revisión que necesita hacerse cargo del cambio de paradigma en la sociedad

chilena sobre la inmanencia de esta institución, debiendo hacerse cargo del

debate pendiente –y no tratado en esta tesis– acerca de la consideración del

matrimonio como institución o como mero contrato celebrado libremente entre dos

personas naturales.

Hasta la fecha, se vislumbran pocos cambios a la legislación vigente y, de

momento, los proyectos enviados al Congreso sólo hacen alusión a la

regularización de conflictos de herencia por parte de parejas que han llevado a

cabo una vida en común –independientemente del sexo de los implicados– pero

sin legalizar la unión a través del matrimonio. Para el caso de las parejas
62
homosexuales esto sería un avance en materia de sucesión de bienes ya que la

actual ley no permite que se casen, pero todo indica que, de materializarse, ello no

sería más que un pequeño paso en comparación a lo que las minorías sexuales

aspiran.

Se vislumbra un escenario de re-definición del significado del matrimonio en

la sociedad chilena y su importancia para la conformación de familias, puesto que

los nuevos contextos exigen nuevas adaptaciones.

Así como en un momento se hizo necesario que el Estado impulsara una

fuerte campaña de regulaciones de uniones de hecho y reconocimiento de hijos

para la conformación de una sociedad salarial, en un nuevo momento se hará

necesario que el Estado haga un reconocimiento legal de las distintas

configuraciones matrimoniales, además de la igualación del derecho a matrimonio

para todas las personas, sin importar su orientación sexual. Sólo de ese modo

podrán llevarse a cabo políticas públicas familiares más eficaces que propendan a

la igualdad de géneros y a la no discriminación. Pero no puede desconocerse que

lo planteado en estos párrafos ha de oponerse a un fuerte conglomerado

tradicionalista que persiste en nuestra sociedad y que sanciona con dureza

aquellas prácticas que se alejen del patriarcado.

Observando las tendencias regionales y mundiales, es posible notar que las

tendencias a la secularización y del asedio al patriarcado avanzan velozmente. A

menos que quienes hacen las leyes y administran el Estado desoigan la voz de la

ciudadanía y fortifiquen de un modo mucho más potente la defensa del

63
patriarcado, y a menos que se configure dentro de población civil un núcleo

ideológico mucho más duro en lo que a temas “valóricos” respecta, no

sorprendería que en un plazo de 10 años contemos en Chile con una ley que

garantice a personas del mismo sexo casarse y adoptar hijos.

64
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