Professional Documents
Culture Documents
La mujer
en la Grecia clásica
I'ulilli iulo originalmente en francés con el título
C LA U D E M O SSE h i l 't'mitw dans la Grèce antique, Albin Michel, 1983
Indice
Económico
LA M U JER E N LA GRECIA CLASICA
u n a igualdad que no fue capaz de hacer que d esaparecieran Prim era parte
las desigualdades sociales, no desdeñables en absoluto al h a -
b lar de las «mujeres», ya que las «reinas» hom éricas o la es- LA C O N D IC IO N F E M E N IN A
posa de un rico h acendado en la A tenas del siglo no po-
dían de n in gu n a m anera com p ararse a la po bre m u jer que,
p a ra criar a sus hijos en ausencia de su m arido, prisionero
de guerra, vendía cintas en el ágora de A tenas. Pero tam -
bién, y p or o tra p arte, hay que tener en cu en ta las represen -
taciones de la m u jer y el lug ar que éstas o cu p aban en el m u n -
do ideal de los griegos de la A n tigüedad, a fin de evaluar,
en la m edida de lo posible, cómo dichas representaciones re-
flejan u na realidad q ue sólo podem os apreh en d er a través
de ellas. L a tarea no es fácil. E ra necesario, no obstante, in-
te n tar llevarla a cabo, sin olvidar po r u n m om ento que se-
gu ram ente no podrem os n u n ca reco nstru ir u n pasado siem-
pre inasible.
Febrero 1990
16 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
com ercio en el que las mujeres son consideradas bienes p re- ses, y por otro, de la dificultad de enco ntrar en el m ism o lu-
ciosos, com parables a los agálmata cuya im po rtan cia en la gar un esposo digno de la hija del rey. Sin em bargo, aunque
práctica social y en las m entalidades de los griegos de la épo- es ju sto sub rayar, como lo han hecho M. I. Finley
ca arcaica ha señalado Louis G ernet» 1. V ern an t, que el m atrim onio no es signo de u na com pra pura
La práctica más extendida se inscribe en el sistem a de y simple y que «... se inscribe en un circuito de prestaciones
intercam bios que los antropólogos denom inan como el de do- entre dos fam ilias», estas prestaciones, ofrecidas como hedna
te-po r-d o te . Es decir, que si el esposo «com pra» a su espo- por el futuro yerno a su futuro suegro, no dejan de ser la for-
sa al p ad re de ésta, esta «com pra» no se puede reducir a un a m a «norm al» en que se m anifiestan las prácticas m atrim o-
transacción del tipo «una m ujer por tan tas cabezas de ga- niales. R ecordem os a este respecto, aunqu e en otro plano
nado». El padre de la jo ven puede escoger a su futuro yerno presenta un cará cter un tanto peculiar sobre el que volvere-
por otras razones que las puram en te m ateriales, y si bien es mos, el ejemplo de Penèlope: si T elém aco, una vez confir-
cierto que entre varios pretendientes escogerá a aquel que m ada la m uerte de Ulises, en tra en posesión de su patrim o -
ofrezca los hedna (regalos de boda) m ás valiosos, puede sen- nio, y si Penèlope acepta volver a casa de su padre, es a éste
tirse tentado tam bién de entregar a su hija sin hedna a un a quien los pretendientes se dirigirán p a ra conseguirla «... a
hom bre cuyo prestigio y ho nor repercutirán sobre su descen- cam bio de regalos. Después, Penèlope se casará con aquel
dencia. El ejemplo de un a jo ven prom etid a sin hedna que con que más haya ofrecido» 4.
m ás frecuencia se m enciona es el ofrecimiento qu e hace Aga- Así pues, la form a m ás extendida, au nque no la única,
m enón a Aquiles, pa ra que vuelva a com batir, no solam ente de que un noble consiga u na m ujer es el intercam bio de pre-
de trébedes, relucientes objetos de oro, caballos, cautivas, sentes, el pago de los hedna. L a m ujer se convierte así en la
sino tam bién de u n a de las tres hijas que le h ab ía dado Cli- esposa legítim a, álochos, la que com parte el lecho y de la que
tem nestra: «Que se lleve la que quiera, y sin necesidad de se espera que conciba hijos. H ay que señalar que tam bién
dotarla, a la casa de Peleo» 2. aquí las prácticas m atrim oniales presentan variantes revela-
Es evidente que el carácter excepcional de Aquiles, un i- doras de un estado de las relaciones sociales no bien fijado
do a las circunstancias no menos excepcionales del com ba- todavía. En efecto, la esposa se instala casi siem pre en casa
te, explica en esta ocasión la donación g ra tu ita que hace de su esposo o del padre de éste, si vive todavía: recuérdese
A gam enón de su hija. Y aunque en un contexto diferente, el ejemplo de cuando Agam enón tra ta de que Aquiles vuel-
es asim ism o el carácter un tan to excepcional del reino de Al- va de nuevo al cam po aqueo y le propone que se lleve a la
cínoo, a medio cam ino entre el m undo real y el m u ndo b ár- hija que prefiera «a la casa de Peleo». Igualm ente, Penèlope
baro de los «relatos», el que explica a su vez que éste pueda deja la casa de su padre p ara ir a vivir con Ulises a la de
pensar en entregar a su hija N ausícaa al héroe, despojado éste. Y lo mism o sucede con A ndróm aca, la esposa de H éc-
de todo, v arad o en su orilla 3. E sta anom alía se justifica tam - tor, que vive en el palacio de Príam o. Pero, curiosam ente,
bién a causa, po r un lado, de la grandeza y la fam a de Uli- en el palacio de P ríam o viven no sólo los hijos del rey con
LA M U JER E N E L SEN O D E L O IK O S 21
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
sus esposas, sino tam b ién las hijas del rey con sus esposos.
Si Ulises se h u biera casado con N ausícaa, h ab ría vivido en préndente cuanto que H elena sigue siendo tam bién la espo-
el palacio de Alcínoo. Pero aquí nos encontram os ante un sa de M enelao y asp ira a volver a la casa de su esposo.
caso un poco especial que despende de las situaciones un ta n - Pero nos encontram os ante otro caso lím ite; no rm alm en-
to excepcionales m encionadas an teriorm ente. T al vez sea te el hom bre tiene sólo un a esposa, aunque com parta el le-
preciso ir un poco m ás lejos y h a b la r de unión patrilo cal y cho de otras m ujeres. A hora bien, la m ujer que, como H e-
unión m atrilocal, según la term inología de los etnólogos. En lena o C litem nestra, traiciona a su esposo legítim o es con-
denada. El adulterio de la m ujer no se perdona, pues es ne-
definitiva, está claro que, excepto en casos m uy especiales,
cesario preservar la legitim idad de los hijos. Pero nos encon-
la m ujer ib a n o rm alm en te a vivir a la casa de su m arido o
tram os ante un caso de costum bre m ás que de jurisdicción,
a la del p ad re de éste, y era en esta cohabitación donde se
a diferencia de lo que será el derecho griego posterior 5. L a
cim en taba la legitim idad del m atrim onio, ta n to com o en el
noción de legitim idad es m uy im precisa todavía. Y si por
intercam bio de los hedna, de los regalos, y en la cerem onia una p arte se condena el adulterio de la m ujer, el del hom -
de la boda. bre, p or el contrario, ni siquiera se tiene en cuenta. Se con-
E sto nos lleva a h a b la r del prob lem a de la m onogam ia: sidera com pletam ente n a tural que el hom bre tenga concu-
norm alm ente, en los poem as, u n a vez m ás, es la p ráctica h a - binas, sirvientas o cautivas, que viven en su casa y cuyos hi-
bitual. Los héroes tienen exclusivam ente u n a esposa, bien jos se integran en el oikos, a veces sin diferenciarse apenas
sean griegos (Agam enón, Ulises, M enelao) o troyanos (P a- de los hijos legítimos. Es el caso, p or ejemplo, de M egapen-
rís, H éctor). Pero hay casos excepcionales: el de Príam o es tes, el hijo que M enelao tuvo con una concubina esclava, y
el m ás elocuente, pues si bien H écu b a es su esposa po r ex- al que éste casa con la hija de un noble espartano. Es más
celencia, las otras «esposas» del rey le han dado hijos igu al- que verosímil que M egapentes llegue a ser el heredero de su
m ente legítim os y no deb erían considerarse com o sim ples pad re, ya que, según precisa el poeta, M enelao sólo había
concubinas. Pero tal vez el ejem plo de H elena sea aú n más tenido una hija con H elena y «... los dioses ya no concede-
destacable, p o rque revela el cará cter tod avía no bien deli- rían a H elena la esperanza de tener descendencia después
m itado de las prácticas m atrim oniales. H elena ap arece como de h ab er traído al m undo a un a en can tad ora hija tan h er-
el pa rad ig m a de la m ujer ad ú ltera que h a ab an do n ado el h o- m osa como A frodita con sus joyas de oro» 6. E sta hija, H er-
g ar de su esposo, y com o tal es co nd en ad a p or las otras m u - míone, había dejado la casa de su p ad re p a ra convertirse en
jeres y p or ella m ism a. Pero al m ism o tiem po disfru ta en la la esposa del hijo de A quiles, Neoptólem o. Si bien la cuasi-
casa de P ríam o de la condición de esposa legítim a de París. legitim idad de M egapentes podía explicarse por la ausencia
Es significativa a este respecto la conversación que m an tie- de un heredero varón, no sucede lo mismo con el personaje por
ne con su suegro en el libro I I I de la litada: éste la tra ta el que Ulises se hace p asar a su regreso a Itaca: el hijo ile-
com o hija suya y ella le m anifiesta el respeto y el tem or d e- gítimo de un noble cretense que tenía num erosos hijos con
su esposa. «Y sin em bargo, me colocaba en el m ism o rango
bidos a un padre. E sta doble condición es tanto m ás sor-
LA M U JER E N E L SEN O D EL O IK O S 23
LA M U J E R E N LA GRECIA CLASICA
que los descendientes puros de su raza», dice el pseudocre-
tense, que cuenta cómo, u na vez m uerto su pad re, fue des- P ríam o-H écuba. Las infidelidades de Príam o, el hecho de
pojado por sus herm anastros, que sólo le dejaron u n a casa 7. m antener en su casa a las concubinas y a sus hijos, no le im -
Estos dos ejemplos son una m uestra de la natu raleza aún piden pedir consejo a su anciana esposa cuando hay que to-
m al definida del m atrim onio como institución social. Pero m ar la decisión de ir a reclam ar a A quiles el cadáver de H éc-
esta com probación no debe hacernos p ensar que en aquella tor; consejo que sin em bargo no sigue.
sociedad la m ujer era sólo objeto de intercam bio o señal de Pero donde la realidad del am or entre esposos se destaca
prestigio. L a riqueza de los poem as nos perm ite calibrar el con m ás fuerza es sin d ud a en la Odisea y en la persona de
lugar que ocup ab a lo que podem os llam ar, a falta de otra Penélope. No es que U lises sea un esposo modelo: ha goza-
expresión, el afecto en las relaciones entre esposos. Podría- do evidentem ente de los encantos de Calipso, antes de que,
mos m ostrar m u ltitud de citas en las que los héroes dem ues- como dice con gracia el poeta, «... sus deseos dejaran de ser
correspondidos» n . Pero desde ese m om ento quiere volver a
tran su deseo de ver de nuevo su hogar y volver ju n to a su
su casa y ver de nuevo a la esposa por quien, le reprocha la
esposa. Ulises m anifiesta en el canto II de la Ilíada: «C ual-
ninfa, «... suspira sin cesar día tras día» 12. Y cuando está
quiera que lleve un solo mes separado de su m ujer se im pa-
a punto de ab an d o nar la isla de los feacios, m anifiesta la es-
cienta al verse retenido en su nave de sólida arm azón por peranza, como esposo modelo que es, de en con trar a su re-
las borrascas invernales y el m ar alborotado» 8, a lo que res- greso «... sanos y salvos a mi virtuosa m ujer y a todos los
ponde Aquiles en el canto IX con esta queja: «¿Acaso los seres que quiero». Al m ism o tiem po hace votos p a ra que sus
átridas son los únicos m ortales que am an a sus esposas? huéspedes puedan «... hacer felices a sus esposas y a sus h i-
C u alquier hom bre bueno y sensato am a y protege a la suya. jos» 13. Pero es sin du da en la escena del reencuentro de los
Y yo am aba de todo corazón a la m ía, aun qu e era u na cau - esposos donde se expresa con m ás fuerza la realidad de los
tiva» 9. Pero la pareja modelo de la Iliada es sin d u d a la for- sentim ientos que unen a Ulises y Penélope. Es evidente que
m ada por H éctor y A ndróm aca, y au nq ue el poeta se com - el poeta ha querido m o strar aqu í la intensid ad de un senti-
place en destacar la debilidad de A ndró m aca frente a la m ag- m iento justificado por la historia de Penélope y de sus in n u -
m erables artim añas p a ra escapar de sus pretendientes.
nanim idad y el valor de H éctor, el am or que el héroe siente
Así pues, las esposas de los héroes de los poem as no eran
por su esposa se trasluce sin em bargo cuando éste piensa en
sólo el signo tangible de una alianza entre dos familias. Po-
lo que le sucederá a aquélla si T roy a cae en m anos de los dían ser tam bién objeto de deseo: no hay m ás que recordar
enemigos: «M e preocupa menos el futuro dolor de los tro- la escena de seducción de H era, quien, a p esar de ser una
yanos, de la m ism a H écuba, del rey P ríam o o de m uchos de diosa, no prescinde de utilizar todos sus encantos p ara se-
mis valientes herm anos que caerán en el polvo derribados ducir a Zeus; pensem os tam bién en el reencuentro de Ulises
por nuestros enemigos, que el tuyo, cuando algún aqueo de y Penélope al final de la Odisea, y en la intervención de A te-
coraza de bronce se te lleve llorosa, privándote de liber- nea p a ra prolongar la noche de am or entre los dos esposos.
ta d » 10. A la p areja H éctor-A ndróm aca corresponde la de
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S 25 LA M U JER E N LA GRECIA CLASICA
Las m ujeres d isfru tab an del cariño de sus esposos, y cuando dre que convoque a las venerables ancianas en el tem plo con-
éstos poseían el poder real ellas particip ab an en cierto m odo sagrado a Atenea, la de los ojos de lechuza, en la Acrópolis;
de esta realeza. que a b ra con las llaves las puertas del recinto sagrado; y des-
Y aq uí nos encontram os con u n pro blem a com plicado. pués, tom ando el velo que más herm oso le parezca, el más
C om plicado en p rim er lug ar p orq ue la realeza «hom érica» grande y el que ella aprecie más de cuantos haya en el p a -
es difícil de establecer, y po rqu e surge de nuevo la cuestión lacio, lo ponga sobre las rodillas de Atenea, de herm osos ca-
de la dim ensión histórica de los poem as 14. ¿Son los «reyes» bellos. Y que al mismo tiem po le haga voto de inm olar en
de la Ilíada y de la Odisea los descendientes de los soberanos el tem plo doce novillas de un año, desconocedoras aún del
micénicos cuyo p o d er se nos ha revelado gracias a la arq u eo- aguijón, si se digna ap iadarse de nuestra ciudad y de las es-
logía y a la lectura de las tablillas encon trad as en las ruinas posas y tiernos hijos de los troyanos» 15. Por consiguiente
de los palacios, o son más bien «reyezuelos», cuya au to ri- H écuba, al ser la esposa del rey, tiene poder p a ra convocar
d ad apenas sobrepasa los lím ites de sus oikos, y están obli- a las m ujeres de T roya, y ella será quien ofrezca a la diosa
gados a escu ch ar los consejos de sus iguales desde los oscu- un sacrificio p ara pedir la protección de la ciudad, de las m u-
ros orígenes de la ciudad? El libro de M . I. Finley, hoy ya jeres y de los niños. Nos encontram os, pues, no sólo an te la
clásico, ha ap ortad o a esta últim a tesis argum entos convin- m ujer del rey, sino ante la m ism a reina. C om o reina tam -
centes y a p o y atura histó rica y a él se h an adherido n um ero- bién se presenta H elena en la Odisea, en el canto IV , cuando
sos investigadores, au n cu ando algunos siguen siendo reti- recibe a Telém aco, que h a venido a pedir a M enelao noti-
centes. Pero au n q ue los reyes de la Ilíada y de la Odisea, a cias acerca de su padre. H elena ha vuelto de nuevo a vivir
p esar de la riq ueza que poseen, según el poeta, sean ante con su esposo y h a recuperado todos sus derechos. Su en tra-
todo guerreros, dueños de u n vasto oikos, no dejan por ello da en la sala del banquete donde M enelao hace los honores
de poseer, respecto a la gran m asa de los dem ás guerreros, a sus huéspedes es desde luego la de una reina, tanto por su
e incluso de algunos héroes, un p od er de n atu raleza esen- porte m ajestuoso como por los lujosos objetos que la rodean,
cialm ente religiosa sim bolizado por el cetro. A ho ra bien, p a - objetos, preciso es decirlo, regalados por la m ujer del prín -
rece claro que la esposa legítim a p articip a b a en cierta m e- cipe que reinaba en T ebas de Egipto, en el m arco de u n in-
d id a de este poder. Pondrem os com o ejemplo a cu atro de tercam bio de regalos en el que se sitúa la doble correspon-
ellas: H écub a en la Ilíada , H elena, A rete y por supuesto Pe- dencia M enelao/Pólibo, H elena/A lcandra. H elena no d uda
nélope, en la Odisea. en tom ar la palabra, lo que es aún m ás extraordinario, y es
Em pecem os p o r H écuba: en el canto V I, cuando los ella la que reconoce a Telém aco como hijo de Ulises. A pe-
aqueos p asan al ata q u e y am en azan con d e rro ta r a las fuer- sar de presentarse con objetos propios de una m u je r— la rue-
zas troyanas, H eleno, uno d e los hijos de Príam o, que es tam - ca, el cestillo de lana— , se le perm ite ocupar asiento entre
bién adivino, sugiere a su h erm an o H éctor que interceda los hom bres, como corresponde a u n a reina.
ante su m adre: «E ncam ín ate a la ciu d ad y di a n u estra m a- Reina tam bién es A reté, la esposa de Alcínoo. Se ha se-
LA M U JE R E N E L SENO D E L OIK.OS 27
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
vado de la ro pa de tod a la casa. Finalm ente, o tra de las ta - conform ado con un nivel, ajustando después en él los m on-
reas de la señora de la casa es b añ a r a su huésped o hués- tantes en los que encajó una espléndida puerta, se apresuró
pedes; así lo hace Policasta, la hija de N éstor, con T elém a- a desatar la correa del anillo, m etió la llave y corrió los ce-
co: «C uando lo h u bo b añ ad o y ungido con aceite, lo cubrió rrojos con una m ano firm e y segura: la puerta, como un po-
con u n a tún ica y un herm oso y vaporoso m anto» 20. T a m - tente toro en la pradera, mugió bajo la presión de la llave y
bién A reté le p rep ara un baño a Ulises cuando éste a b a n - se abrió inm ediatam ente. Penèlope subió a la tarim a eleva-
dona la isla de los feacios. Y la escena se repite cad a vez que da donde estaban alineadas las arcas, llenas de perfum ados
un huésped extran jero llega a la casa de un héroe. vestidos. Después, alargando la m ano, descolgó de un clavo
Pero la señora de la casa po r excelencia es Penélope, el arco, con la espléndida funda que lo envolvía» 21.
quien a lo largo de todo el poem a represen ta a la perfección A demás de ser la guardian a de la casa, Penèlope es ta m -
este papel. G u a rd ia n a del h o gar y de la casa de U lises, se bién la señora de las sirvientas y los sirvientes. L a relación
niega a entreg ar a los pretend ientes lo que su esposo le h a con las prim eras es evidente, pues son la com pañía habitual
confiado. C om o H elen a y como A reté, p asa los días hilando de la señora de la casa. Pero adem ás parece claro que, d u -
la lana, tejiendo ricas telas. Y ya sabem os cómo, u tilizando rante la ausencia de Ulises, Penèlope debía atender tam bién
la m ism a metis, la astucia de su esposo, se sirve de esta ac- la adm inistración de sus posesiones. Al menos eso parece
tividad específicam ente fem enina p ara en g añ ar a los p reten - desprenderse de la reflexión que hace Eum eo el porquero,
dientes, deshaciendo por la noche el trab ajo realizado du - cuando se queja a Ulises, a quien no ha reconocido todavía,
ra n te el día. T am b ién es ella la en carg ad a de recibir a los de que Penèlope, m uy a su pesar, no se interesa por sus sir-
huéspedes ilustres, de prepararles un baño y un lecho p ara vientes: «Sin em bargo los sirvientes tienen u na necesidad
la noche. Pero p or encim a de todo es la que protege el te- m uy grande de hablar con su dueña, de preguntarle sobre
soro form ado p or todos los bienes del oikos. Y cuan do, can- m uchas cosas, de com er y beber en su casa, y de llevarse des-
sada de tanto lu char, se decide a pro p on er a los p retend ien - pués al cam po alguno de aquellos regalos que les alegran el
tes un agón, un a contiend a, tras la cual el vencedor se con- corazón» 22.
vertirá en su esposo, «... subió la alta escalera de la casa, Si por un lado nos encontram os en los poem as con esta
tom ó en su m ano la pesad a llave bien curvada, bien term i- im agen rica y com pleja de las esposas de héroes, m ujeres ex-
nada, de bronce, con el m ango de marfil. D espués se fue con cepcionales por razones diversas como son A ndróm aca y Cli-
sus doncellas a la habitación m ás retirad a de la casa, donde tem nestra, Penèlope y A reté, e incluso H elena, que une a su
se g u arda b a n los tesoros del rey: bronce y hierro bien la b ra- belleza el conocim iento de las prácticas de m agia, por el con-
do, así com o el flexible arco y el carcaj que contenía n um e- trario no se nos dice m ucho de la gran cantid ad de sirvien-
rosas y agudas flechas... Así pues, cuando la noble m ujer lle- tas. Estas aparecen casi siem pre de una m anera anónim a a
gó al aposento y puso el pie en el um b ral de encina que en la som bra de la dueña de la casa, preparando la lana o lle-
otro tiem po el artesan o h ab ía pulido con gran habilid ad y vando la rueca, trayendo el agua p ara las abluciones de los
LA M U JE R E N E L SENO D E L O IK O S 31 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
huespedes, a las que ellas atendían como se nos describe en yes». El poeta añad e que el padre de Ulises la h on rab a «igual
la escena que se desarrolla al com ienzo del canto IV , cua n- que a su noble esposa», a unque jam á s com partió su lecho.
do Telém aco y sus com pañeros llegan a Lacedem onia: «Se Ella fue la prim era que reconoció a U lises, y m antuvo con
dirigieron a unas bañ eras m uy pulidas p ara bañarse, y una él el secreto de este reconocim iento. Después de la m atan za
vez que las sirvientas les b añ aro n y ungieron con aceite, les de los pretendientes, ella es quien dice a Ulises cuáles son
vistieron con túnicas y m antos de lana; después fueron a sen- las sirvientas que han traicionado a su señor, y aprovecha
tarse ju n to al atrid a M enelao. O tra sirvienta les trajo ag u a- la ocasión p a ra recordar cuál fue su papel en la casa: ense-
m anos en un m agnífico aguam anil de oro, y lo vertió en una ñ ar a las sirvientas a tra ba jar, a carda r la lana, a cum plir
fuente de p lata, y colocó ante ellos u n a m esa pulim entada. con paciencia las obligaciones de la servidum bre, un papel
Entonces, la respetab le despensera les trajo el p an y se lo que d espertab a en estas últim as u n respeto po r la despense-
ofreció; después les sirvió num erosos m anjares, ofreciéndo- ra com parable al que debían sentir p or la señora de la casa.
les los que tenía g uardado s» 23. En el poem a aparece otra nodriza, Eurínom e, la nodriza
De categoría superior a las sirvientas, la «respetable des- de Penélope, que parece desem peñar tam bién las funciones
pensera» aparece en efecto como un personaje esencial. La de despensera, así com o la de ser confidente de Penélope.
encontram os de nuevo en el palacio de Alcínoo, tam b ién en ¿C om partían Euriclea y Eurínom e las atribuciones? Es difí-
la m ansión de Circe, y por supuesto en Itaca, en la casa de cil asegurarlo. Pero tanto una como o tra parecen estar muy
Ulises. Pero en tan to que las dem ás sirvientas parecen dedi- por encim a de las cincuenta sirvientas de la casa de Ulises.
carse sobre todo, ap arte de tejer las telas, a actividades ex- Sin em bargo, no todas estas sirvientas perm anecen en el
clusivam ente dom ésticas — p rep arar los lechos, disponer el anonim ato. U n a de ellas, M elanto, llega a intervenir en la
baño p a ra los huéspedes y hacerles las abluciones— , la des- acción como in strum ento ciego de los pretendientes, y sufri-
pensera, que tiene a su cargo la provisión de víveres, parece rá con once de sus com pañeras la m ism a suerte funesta que
ocuparse con preferencia de las actividades culinarias y de aquéllos. Este últim o episodio es un ejem plo claro de la fun-
ción que las sirvientas podían desem peñar en la casa: desti-
servir la mesa.
nadas a los trabajo s dom ésticos, ta m bién pod ían ser llam a-
O tra de las sirvientas que desem peña un papel im p or-
das p a ra co m partir el lecho del señor o de sus huéspedes; lo
tante es la nodriza. Y esta im p ortan cia se pone de m anifies-
que explica el castigo infligido po r Ulises a las que habían
to en la posición q ue ocupa E uriclea en la Odisea. E n prim er
hecho causa com ún con los pretendientes.
lugar hay que señalar que sale del anonim ato, pues es lla-
Q ued a por tra ta r un últim o problem a, el de la situación
m ad a con el nom bre de su p adre y de su abuelo. Y adem ás
ju ríd ica de estas sirvientas. M uchas de ellas eran sin d u d a
p articip a directam ente en la acción. Sus funciones son las
cautivas, conquistadas en las guerras o rapta das . Pero no
m ism as q ue las de una despensera, d estinad a a g u arda r el
hay que olvidar que las m ujeres figuraban entre los regalos
tesoro. Pero fue la nodriza de Telém aco, y antes la de U li-
que los nobles se hacían entre sí: A gam enón, por ejemplo,
ses, ya que L aertes la com pró «por un precio de veinte bue-
LA M U JE R E N EL SEN O D EL O IK O S 33 Il LA M U J E R E N LA GRECIA CLASICA
dliccc a A quiles «siete m ujeres hábiles p a ra todo tipo de tra - sirvientas que se apliquen a su trabajo; la p ala b ra es asunto
bajos», cap tu rad as en Lesbos. Sin em bargo, al m enos en la de los hom bres, sobre todo la m ía, porque yo soy el señor
Odisea, encontram os tam bién, ju n to a m ujeres que form an en la casa». Y si el poeta señala que Penèlope se quedó es-
parte del botín o de los regalos in tercam biad o s, a mujeres tupefacta al oír estas p alab ras es porque éstas fueron dichas
com pradas: E uriclea m ism a, sin ir m ás lejos, co m p rad a por por su hijo, a quien ella veía todavía com o un niño. Si h u -
Lacrtes por el precio de veinte bueyes. ¿T al vez fue cap tu - bieran sido pronunciadas por Ulises, no se h ab ría sor-
rada previam ente p or p iratas que se ded icaban a este co- prendido en absoluto.
mercio? No podem os saberlo; pero la existencia de este co-
mercio es revelad a en el célebre relato del p o rq uero Eum eo,
el cual cuenta cóm o fue entregado a unos m arinos fenicios B. La mujer en el Económico de Jenofon te
por u n a sirvienta de su padre, u n a fenicia de Sidón que h a-
bía sido ra p ta d a p or los tafios y ven d id a p or ellos a buen p re - A prim era vista puede parecer arb itrario ignorar cuatro si-
cio al p ad re de Eum eo. A unque no p u ed a h ab larse todavía glos que se sitúan entre los m ás ricos de la historia de la h u -
de com ercio de esclavos, vemos que h ab ía ya otros m edios, m anidad y en los que tuvo lugar el apogeo de la civilización
adem ás de la g u erra o el pillaje, p a ra conseguir m ujeres, y griega. Pero si bien, com o verem os m ás adelante, el naci-
no es raro en co n trar fenicios y h ab itan tes de las islas entre m iento de la ciudad otorgó a la m ujer un lugar y u na fun-
los que p ractican este com ercio. ción específicos en la sociedad griega, es evidente sin em b ar-
Los poem as hom éricos nos ofrecen, por consiguiente, u na go la perm anencia de algunas estructuras vinculadas a la fa-
im agen bastan te clara de la condición de la m ujer griega a m ilia y al oikos. Y ningún texto es ta n significativo como el
com ienzos del p rim er milenio. Señora del oikos, esposa y «rei- Económico de Jenofonte p ara m ostrarnos esta perm anencia.
na», m a n d a b a a las sirvientas y co m partía con su esposo el El Económico está escrito en form a de diálogo cuyo inter-
cuidado de velar por la salv agu ard ia de sus bienes. Pero sus locutor principal es el filósofo Sócrates, que vivió en A tenas
funciones estab an perfectam ente delim itadas, y aun q u e po- en la segunda m itad del siglo V . En él asistim os a u n a con-
día asistir a los ban q u etes, casi siem pre p erm anecía en su versación m antenida po r éste con un rico ateniense, C ritó-
aposento, ro deada de sus sirvientas, hiland o y tejiendo. Y si bulo, interesado en ad q u irir inform ación sobre la m ejor for-
estas «reinas», veneradas sin em bargo , se atrev ían a hacer m a de ad m in istrar su patrim onio, su oikos. C om o Sócrates
oír su voz o a quejarse de su suerte, eran enviadas de nuevo es pobre, la única m anera que tiene de aportarle alguna luz
con tod a rapidez a sus actividades norm ales. H éctor, por a C ritóbulo sobre la oikonomia es ponerle como ejem plo a un
ejem plo, cuando se dirige a A n dró m aca y le aconseja que rico propietario, Iscóm aco, con el cual ha tenido ocasión de
vuelva a casa; o Telém aco, que afirm a su naciente virilidad conversar no hace m ucho. Es en este segundo diálogo (den-
diciendo a su m adre: «V e a tu aposento, o cú pate en las ta - tro del diálogo) donde Iscóm aco, al h ab lar con Sócrates de
reas propias de tu sexo, el telar y la rueca, y ord ena a las la buena gestión del oikos, se refiere al papel reservado a su
LA M U JE R E N E L SEN O D EL O IK O S 35
36 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
que hay que econom izar, y cu idar de que no se gaste en un fácilm ente en ella todo cuanto necesites en el m om ento pre-
mes lo que está previsto g astar en u n año» (V II,35-36). ciso, y com placerm e dándom e lo que pido, escojamos cuid a-
Así pues, el ejercicio de este p oder consiste en p rim er lu- dosam ente el lugar conveniente p a ra cada objeto y, después
g ar en saber m an dar, y después en saber d irig ir la casa. U n de haberlo puesto en él, enseñem os a la sirvienta a cogerlo
buen jefe es an te todo aquel que sabe sacar el m áxim o p ro - y a volver a colocarlo en su sitio. De esta m anera podrem os
vecho de sus su bordin ado s 25. Por lo tan to la señora de la saber lo que está a nuestra disposición, en buen estado o
casa, p ara ser un buen jefe, deberá sab er escoger a aquellos no...» ( V I I I ,10). Iscóm aco recuerda entonces cómo le ha ido
y aquellas que dependen de ella y apro vechar al m áxim o sus enseñando a su m ujer todas las habitaciones de la casa y el
cualidades: «... si coges u n a esclava que no sab e tra b a jar la uso reservado a cada u n a de ellas. Así, por ejem plo, como
la na y tú le enseñas, doblan do de esta form a el valor que tie- en las obras de H om ero, en el thálamos se gu ard an los bie-
ne p ara ti, si coges un a incapaz p ara ser despensera y buena nes más preciosos; hay piezas previstas p a ra alm acenar el
sirvienta y tú consigues hacerla capaz, fiel, que sirva bien y grano y el vino, p a ra colocar la vajilla de uso diario y la de
que tom e p ara ti u n valor inestim able; si puedes recom pen- los días de fiesta, m ás valiosa. L a du eña de la casa vigilará
sar a tus esclavos cu an do se com portan bien y son útiles en cuidadosam ente cada una de estas dependencias, y te ndrá
la casa, puedes castigarlos cuando ves que son malos...» en el gobierno de la casa la au torid ad de un a reina, aunque
(V II,4 1). L a elección de la despensera es particularm ente esta realeza ejercida sobre esclavos y sirvientas no pueda
im portante: «P ara escoger a la despensera hem os buscado com pararse a la que ejerce un jefe o un rey sobre hom bres
cuidadosam ente la sirvienta que nos p arecía la m enos incli- libres.
n ad a a la glotonería, a beber y a dorm ir, la m enos p redis- Así pues, la distancia entre la m ujer de Iscóm aco y Pe-
puesta a buscar a los hom bres, adem ás la que, a nuestro en - nèlope se nos m uestra escasa, com o si cuatro siglos no h u -
ten der, tenía la m ejor m em oria, la m ás capaz de ev itar que bieran m odificado en absoluto la condición de la m ujer, así
la castiguem os por alguna negligencia y de buscar, p or el como tam poco la de las sirvientas sobre las que ejercía su
contrario, que la recom pensem os por sus buenos servicios... autoridad. Com o Penèlope, la m ujer de Iscóm aco ha sido ca-
Al mismo tiem po que la form am os, le inculcam os el deseo sada por sus padres con un hom bre elegido por ellos. T a m -
de contribu ir al enriquecim iento de n u estra casa, poniéndo- bién como Penèlope, p asa los días hilando y tejiendo rodea-
la al corriente de nuestros asuntos y hacién dola p articip ar da de sus sirvientas. Y finalm ente es ella, com o Penèlope, la
en nuestros logros» ( I X ,11). Pero p a ra que este p oder que que tiene la llave de la habitación donde se g u ard an los ob-
la señora de la casa posee p ued a ejercerse con eficacia, d i- jetos preciosos y la que ordena a las sirvientas y sirvientes
rectam ente o por m ediación de la despensera, es preciso que la ta rea que tienen que llevar a cabo cada día.
en la casa reine un orden com parable al que debe rein ar en Pero la sem ejanza no va m ás allá. Iscóm aco no es un hé-
el cam po de b atalla o en el in terior de un barco: «Si quieres roe de la epopeya, sino un ciudadano ateniense. Es posible
saber la m ejor m an era de go bernar n u estra casa, en contrar que un a cam p aña m ilitar le obligue a ab a n d o n a r el Atica.
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S 39
ra r la reproducción de ésta, pero sin ning ún derecho. P ara calificar a esta sociedad se em plea generalm ente un
P ara com prender en to d a su am plitu d la exclusión que térm ino de origen griego; se la llam a «aristocrática», lo que
sufre la m ujer, n ad a m ejor que estu d iar la A tenas dem ocrá- señala bien claro que en las ciudades recientes el poder per-
tica, d ada la ab u n dan cia de fuentes, como ya se h a señala- tenece a los que se denom inan a sí mism os los m ejores (áris-
do, así como tam b ién las form as diversas en que se m an i- toi), bien por nacim iento o por form a de vida. La superiori-
festaba dicha exclusión tan to en el plano juríd ico como en dad de estas aristocracias es a la vez religiosa y política, y
el terreno cotidiano. Pero como este período es el resultado está vinculada a la posesión de la tierra. Lo que im plica que
del an terior, conviene ex am inar antes las form as de tran si- ju n to a estos áristoi existen, en el seno de las com unidades
ción que encontram os en otros lugares y con an teriorid ad en que son las ciudades, personas que no tienen ni pod er polí-
el v asto m un do de las ciudades griegas. tico ni tierra (o poca), y que dependen de los prim eros en
m ayor o m enor grado. D e las m ujeres no sabem os g ran cosa.
Si pertenecían a la aristocracia su vida en el oikos era tal
A. La época arcaica com o la hemos descrito en páginas precedentes. E n cuanto
a las otras, las m ujeres de los cam pesinos pobres o depen-
Lo que los histo riadores h an d ado en llam ar la época arcai- dientes, seguram ente a rra stra b a n ju n to a sus esposos la d u ra
ca es el período que va de com ienzos del siglo V III a finales existencia descrita por el poeta H esíodo en Los trabajos y los
del siglo V I. Período esencial, porqu e es entonces cuando se días. Sin du d a existían grandes diferencias entre las ciuda-
elaboran las estru cturas de la ciudad, cu an d o el m undo grie- des en este m undo griego en form ación, y su ritm o de desa-
go em pieza a extenderse de u n a orilla a o tra del M ed iterrá- rrollo era desigual. Las ciudades de la costa occidental de
neo. Pero asim ism o un período cuyo desarrollo es difícil de A sia M enor y de las islas, en contacto con el m undo orien-
seguir, d ad o que tenem os que basarnos en fuentes tardías, tal, eran, si no las m ás ricas, al m enos las m ás brillantes.
fuentes que son literarias o históricas o, cuando se tra ta de Fue en ellas donde se desarrollaron las prim eras especula-
fuentes arqueológicas, m udas. No es que no hay a habido ciones filosóficas, donde se crearon los diferentes géneros
producción literaria d u ran te este período. Se trata, por el poéticos. Y no es raro encontrar aq uí espíritus ilustrados no
contrario, de lo que u n h isto riado r h a llam ado «la edad lí- sólo entre fos hom bres, sino incluso entre algunas m ujeres,
rica» de G recia, u n a época en la que se desarro lla u n a poe- com o la m uy célebre Safo, n atu ra l de M itilene, en la isla de
sía ex trao rd inariam en te v ariad a, uno de los testim onios m ás Lesbos, y poetisa de gran renom bre 2.
ricos de la cu ltu ra griega, y de la que volverem os a h ab lar E sta sociedad aristocrática, cuyo sistem a de valores vis-
en la segunda p arte de este libro. Pero al historiad or de la lum bram os a través de las producciones literarias, así com o
sociedad, esta poesía le sirve de escasa ayuda, y su lectura tam bién a través del pensam iento m ítico, no era sin em bar-
nos deja m uchas zonas oscuras y suscita num erosos pro - go u n a sociedad inm ovilizada. C irculaban por ella corrien-
blem as l . tes que no siem pre es fácil descubrir, pero cuyas consecuen-
LA M U JER E N LA CIUDAD +5 LA M U JER E N LA GRECIA CLASICA
46
cias se adivinan gracias a dos fenóm enos característicos de ca a las m ujeres 3. Los que se van son los hom bres, y la m a-
este período arcaico: la colonización y la tiran ía, am b as in- yoría de las veces al parecer se van sin llevar m ujeres. Lo
teresantes de an alizar desde el p u n to de vista que nos con- que significa que p ara asegu rar la reproducción de la com u-
cierne, es decir, del de las m ujeres. nidad tendrán que encontrar otras en el lugar de destino. Es
ilu stradora a este respecto la tradición m uy conocida de la
fundación de M arsella: la unión entre la hija del jefe indíge-
La colonización na y el joven griego, jefe de la expedición focea, m uestra un
hecho que seguram ente se ha reproducido m uchas veces, ya
L a llam ad a, no m uy acertadam ente, colonización griega es sea que efectivam ente los jefes locales cedieran a los recién
un vasto m ovim iento de em igración de los griegos p or los llegados sus hijas y un a p arte de las tierras de que dispo-
contornos del M editerráneo , que com ienza a m ediados del nían, o bien que éstos, al encontrarse con pueblos hostiles
siglo V II I antes de n uestra era y se prolonga d u ran te casi se dedicaran a ra p ta r m ujeres. Sea lo que fuere respecto a
dos siglos. Al finalizar este período encontram os ciudades las circunstancias de estos asentam ientos, podem os afirm ar
griegas desde las colum nas de H ércules (estrecho de G ibral- que en estas ciudades de nueva fundación las m ujeres han
tar) h asta las orillas del m a r Negro, ciudades ind ep end ien - sido encontradas con frecuencia en el m ism o lugar. El silen-
tes unas de otras y que con frecuencia sólo han conservado cio m ism o de nuestras fuentes con relación a este problem a
vínculos m uy débiles con la ciu dad m ad re (m etrópoli), vín- explica claram ente que la finalidad de estas uniones era ase-
culos generalm ente de n atu raleza religiosa. El carácter de es- g u rar la reproducción de la ciudad, y que en este asunto no
tos asentam ientos, o m ás bien del m ayor nú m ero de ellos, se m ezclaba el problem a del m estizaje con las poblaciones
explica claram en te q ue lo que los em igrados b uscaban en indígenas. Los niños nacidos de estas uniones serían griegos
prim er lugar y antes que n ad a era tierra. Y que el origen e hijos o hijas de ciudadanos 4. A p a rtir de la segunda ge-
del m ovim iento era en efecto esta stenochoría, la falta de tie- neración, los problem as se p la n teab an sólo en térm inos po-
rra que o bligaba a los m ás pobres o a los hijos m enores p ri- líticos, es decir, en un terreno del que las m ujeres estaban
vados de herencia a bu scar en o tra parte lo que no tenían excluidas. H áy que m encionar aq u í sin em bargo el caso un
en su país. Los relatos de fundación, elaborados a m enudo poco peculiar y a m enudo recordado de Locros Epizefirios 5.
decenios después del establecim iento de la ciudad nueva, Debem os a P&libio el relato de la fundación de esta colonia
pero que transm iten tradiciones conservadas o ralm ente, p er- en Italia m eridional. O , p ara ser más exactos, el historiador
m iten hacerse u n a idea de las condiciones en las que se lle- nos cuenta las dos tradiciones opuestas entre sí relativas a
vab an a cabo las salidas: elección de los futuros colonos, esta fundación. La prim era, rela tad a por Aristóteles, decía
no m bram iento del oikistés, el jefe de la expedición, consulta que los prim eros colonizadores eran «esclavos», o descen-
al oráculo de Delfos, etc. Pero lo que en este caso nos im - dientes de esclavos, que m antuvieron trato con m ujeres de
po rta es que en esas expediciones no se m enciona casi n u n - Locros d u ra n te la ausencia de sus esposos a causa de una
LA M U JER E N LA CIU DAD 47
48 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nial, con el d esarrollo de la econom ía m o n etaria o con cual- no está ausente en este conjunto, y los diferentes lugares que
quier otro factor propio de u n a econom ía de m ercado. D e- ocupa en las im ágenes que de la tiranía arcaica nos ha de-
bem os lim itarnos a h acer constar que en algun as ciudades jad o la tradición m erecen ser exam inados con algo m ás de
— en E sp arta, en A tenas, sin d u d a en C orinto— se alzaron detenim iento.
voces de pro testa que reclam aban un rep arto igualitario, u na U n prim er grupo lo constituyen las prácticas m atrim o-
nueva distribución del suelo. Y si bien en E sp arta el prob le- niales de los tiranos; prácticas que Louis G ernet ha analiza-
m a se resolvió gracias al establecim iento de un nuevo orden do en un artículo ya antiguo, pero cuyas conclusiones siguen
del que m ás adelante hablarem os, y en A tenas con ay u d a siendo interesantes: las prácticas m atrim oniales de los tiranos
de Solón, que puso fin a la dependencia cam pesina au n qu e reproducían con seguridad el com portam iento m atrim onial
se negó a hacer un rep arto igualitario, en otros lugares los de los «tiem pos legendarios», aun cuando por su nacim iento
desórdenes suscitados por la «crisis agraria» desem bocaron o su política innovadora suponen una ruptura con el pasado 8.
en la im plantació n de la tiran ía 7. L. G ernet cita en apoyo de su tesis las uniones entre familias
Las inform aciones que poseem os sobre los tiranos arcai- de tiranos que se dan tanto en Sicilia (los tiranos de Siracusa
cos proceden de fuentes que, en la m ejor de las hipótesis, d a - y de Agrigento) como en el m undo egeo; las dobles nupcias
tan de un siglo (H erodoto) o m ás después de los aconteci- que nos rem iten a u n a sociedad en la que el m atrim onio mo-
m ientos que refieren. Estos relatos, cotejados con algunos d a - nógam o no se había im plantado todavía; por últim o, el «re-
tos arqueológicos o num ism áticos, h an perm itid o a los his- galo» de una hija p ara fortalecer así su poderío. Sirva como
toriadores reconstruir la h istoria de algunos de estos tiranos ejemplo el tirano de Sición, Clístenes, cuando convoca a su
surgidos a p a rtir de m ediados del siglo V II: Cípselo y Pe- corte a jóvenes de toda la aristocracia griega y los entretiene
riandro de C orinto, O rtágo ras y Clístenes de Sición, T rasí- du ran te un año p a ra en contrar un esposo p ara su hija Aga-
bulo de M ileto, Polícrates de Sam os, Pisístrato y sus hijos rista 9. O M egacles el Ateniense, cuando da a su hija en m a-
en A tenas. Todos ellos son presentados como los defensores trim onio a P isístrato (quien tenía ya otras dos esposas) con
del pueblo co ntra la aristocracia, a la que despojan de sus la intención de favorecer el restablecim iento de la tiranía de
bienes p ara entregárselos a sus adeptos o a la que ridiculi- su yerno 10. A lianzas m atrim oniales y regalos que recuerdan
zan. Pero de todos se cuen tan tam bién relatos que co nstitu - a los héroes de la epopeya, cuyos descendientes dicen ser es-
yen u n a especie de folclore, don de se d an cita el oráculo que tos tiranos a pesar de su origen a veces oscuro. Este deseo
an un cia la próxim a llegada del tirano, su nacim iento gene- de entroncar con el pasado legendario explica tam bién el lu-
ralm en te oscuro, las atrocidades que com ete u n a vez que h a gar que ocupan algunas m ujeres de tiranos en este folclore
llegado a hacerse con el poder. El conjunto describe u na es- anecdótico. Así por ejemplo M elisa, la esposa de Periandro
pecie de m und o subvertido, donde se niegan los valores de de Corinto: éste, según H erodoto, obligó a las m ujeres de Co-
la ciud ad nueva, pero donde se adiv ina tam bién algo así rinto a despojarse de sus joyas y sus lujosos vestidos p ara re-
com o la reim plantación de valores m ás antiguos. L a m ujer galárselos a su mujer, elevada así al rango de una divinidad 11.
LA M U JER E N LA CIU DAD 51
52 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
niense, significa un rudo golpe p ara este dom inio. Pero au n - p la ntea la estructura de esta sociedad civil ateniense. Pero
que A tenas no consigue restablecer en el siglo IV un poder no es difícil descubrir que, si querem os estudiar la condición ,
co m parab le al del «siglo de Pericles», disfruta todavía sin de la m ujer en la sociedad ateniense, hay que con tar con es-
em bargo de tres cuartos de siglo de p ro sperid ad y de inten - tas diferencias que apo rtab an , en la realidad, a la situación
sa vida in telectual ha sta que, en el año 322, el establecim ien- ju ríd ic a única de la m ujer ateniense modificaciones no
to de u n a gu arnició n m acedon ia en el Pireo viene a poner desdeñables.
fin definitivam ente a sus sueños hegem ónicos. Es cierto que Pero es im portante tam bién no olvidar que lo m ismo que
d u ran te estos dos siglos A tenas conoció conflictos internos. los ciudadanos form aban solam ente un a p arte de la pobla-
Pero excepto en el corto período que va del 411 al 404-403, es- ción del A tica, de la m ism a form a tam poco las m ujeres «ciu-
tos conflictos n u nca pusiero n en peligro el régim en que se h a - dadanas» represen tab an a toda la población fem enina. H a -
bía ido form ando poco a poco en los últim os años del siglo bía extranjeras, había tam bién esclavas, y aunque el núm e-
VI y los prim eros decenios del V, esa d em ocracia que h acía ro de las prim eras debía de ser sensiblem ente inferior al de
del demos en su conjunto, sin distinción de nacim iento o de los hom bres, seguram ente no sucedía lo m ism o con las se-
fortuna, el dueño de su destino 15. gundas. El lugar que ocupaban los esclavos en la produ c-
H ab ía sin em b argo, en el seno de este demos, sensibles d e- ción equivalía sin d u d a al lugar que ocupaba la m ujer en el
sigualdades, como lo testim onia la división de los ciu d ada- traba jo doméstico 17.
nos en cuatro categorías censatarias, atrib u id as p o r la tra - Es, pues, m uy im p ortante distinguir entre estas catego-
dición al legislador Solón. En el siglo IV la p rim era clase del rías si querem os in ten tar conocer el lugar que ocupab a la
censo la form ab an alreded or de doscientas personas, de un m ujer en la sociedad ateniense de la época clásica.
total de veinticinco a treinta mil ciudadanos. Es más difícil
co ntabilizar el núm ero de los ciudadanos de las o tras cate-
gorías, pero un dato, aunq u e poco seguro ciertam ente, nos La mujer ateniense
hace p en sar que los thetes, ciudadano s de la ú ltim a clase, eran
algo m ás de la m itad del to tal 16. E ran aquellos que, p riv a- , A nte todo hay que aclarar qué entendem os por m ujer ate-
dos de tierra o poseedores sólo de u n a p equ eña can tid ad de I niense: la hija o m ujer de ciudadano ateniense. No es con-
bienes, estab an obligados a trab a ja r p a ra vivir, bien por veniente utilizar con dem asiada frecuencia el térm ino «ciu-
cuenta ajen a o bien gracias a u n a tien d a o taller de su pro - / dadana», aun q ue exista. Pero aparece en el vocabulario grie-
piedad, lo qu e los diferenciaba del pequeño cam pesino aco- / go al final del período que estudiam os, en Aristóteles, en De-
m odado que ten ía a su servicio algunos esclavos, y del p ro - \ m óstenes y en los autores de la com edia nueva, y su uso no
pietario de taller lo suficientem ente rico p ara dedicar u na \£ se generaliza 18. L a cualidad de ciudadano llevaba im plíci-
p a rte de su tiem po a los asuntos públicos. to, en efecto, el ejercicio de una función, que era fundam en-
N o es éste el m om ento de an alizar los problem as que talm ente política, de participación en las asam bleas y en los
LA M U JE R E N LA CIU DAD 55 56 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
tribunales, de donde estaban excluidas las m ujeres, así como m óstenes, com prom etida por su pad re la víspera de su m uer-
de la m ayor p arte de las m anifestaciones cívicas, con excep- te cuando sólo tenía cinco años 19; o si se ponía algún im pe-
ción de algunas cerem onias religiosas. dim ento al m atrim onio, especialm ente cuando se tra ta b a de
r Si inten tam os definir juríd icam en te la situación de la m u- u na m uchacha epíkleros, es decir, única heredera de la riqu e-
j e r ateniense, la p rim era p a la b ra q u e se nos viene a la men- za paterna, o tam bién de u na m ujer cuya condición de ate-
i te es la de «m enor». L a m ujer ateniense ciertam ente es una niense podía ponerse en duda, por ejem plo, u n a extranjera.
¡eterna m enor, y esta m inoría se refuerza con la necesidad Los alegatos de los oradores del siglo IV nos ofrecen una
jque tiene de un tuto r, un kyrios, d u ra n te to da su vida: pri- gran cantidad de datos acerca de las prácticas m atrim o nia-
jmero su p adre, después su esposo, y si éste m uere antes que les de los atenienses, de donde se deduce que éstas se llevan
¡ella, su hijo, o su parien te m ás cercano en caso de ausencia a cabo siguiendo los usos de la época arcaica, sin llegar a
jde su hijo. La idea de u n a m ujer soltera ind ependiente y a d - alcanzar nunca u n a situación ju ríd ic a suficientem ente clara.
m in istrad o ra de sus propios bienes es inconcebible. -'Pero hay algo que sigue siendo evidente: el m atrim onio no
El m atrim on io constituye p or consiguiente el fundam en- ”1j es nunca el resultado de una elección libre por p a rte de la
to m ism o de la situación de la m ujer. A hora bien, en la len- v joven. Es el p ad re o el tu tor legítim o el que elige la casa
gu a griega no hay, paradó jicam ente, un térm ino específico adonde debe ir, y son dos hom bres los que deciden su des-
p a ra designar u na institución sobre la que se fundab a, sin tin o . E sta libertad es aún m ás restringida en el caso de la
em bargo, la repro ducción de la sociedad. El acto m ediante joven epíkleros, ya que ésta está obligada a casarse con el p a -
el cual un hom bre y u na m ujer se unen legítim am ente se lla- riente m ás próxim o de la ram a p atern a. Lo cual puede p la n-
m a la engye. Es un a especie de co ntrato realizado entre dos te ar a veces problem as delicados, bien porque ella esté ya ca-
«casas», un com prom iso oral hecho an te testigos por el que sada o porque lo esté tam bién su pariente m ás cercano.
el p adre o el tu to r de la joven entrega a ésta al fu turo espo- Estas diferentes situaciones estab an reglam entadas por
so. Se tra ta de un com prom iso privado en el que no inter- u na legislación sum am ente com pleja 20. Y es fácil adivinar
viene la ciudad y que no es registrado p or ning una in stitu - ¡ por qué. La finalidad del m atrim onio era la procreación de
ción civil. Sin em bargo, p a ra que el m atrim onio sea consi- (h ijo s legítim os destinados a heredar la fortuna paterna. Por
derado válido no es suficiente la engye. Es necesaria la coha- | consiguiente estaba estrecham ente vinculado al régim en de
bitación p a ra que la joven se convierta en u n a gameté gyné, jila propiedad y de la sucesión de los bienes patrim oniales.
u n a esposa legítim a. L a m ayo ría de las veces esto es lo ñor- Pero el intercam bio de bienes que regía el m atrim onio de los
m al, ya q ue in m ediatam en te después del com prom iso recí- tiem pos heroicos h abía dado paso a la práctica de la dote:
proco tenía lugar la presentación de la joven en la casa de /jla aportación de la joven a la constitución del patrim onio fa-
su esposo. Sin em bargo, h abía casos en que la cohabitación [m iliar. No tenem os ninguna p ru eb a de que la dote haya sido
no era inm ediata: po r ejemplo si la futu ra esposa era to d a- obligatoria, aun cuando fuera la dem ostración del carácter
vía una niña, como sucedió con la herm a n a del orad o r De- legítimo del m atrim onio; proporcionaba adem ás un a exce-
LA M U JER E N LA C IUDAD 57
58 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
60 LA M U J ER E N LA GRECIA CLASICA
pretend e, en efecto, que al hacer tal cosa A lcibíades se com -
p o rtab a sin lugar a du d as como un ho m bre violento, pero je r presente ante el arconte u na d em an da de divorcio. Po-
no o bstante no violaba la ley: «pues parece que si la ley p res- dem os suponer, sin em bargo, que la m ayoría de las veces no
cribe que la m ujer q ue quiere ab an d o n a r a su m arido se p re- la p resen ta ba en persona, aun en el caso de que la ley le auto -
sente ella m ism a an te el m agistrado, es p ara d a r al m arido rizase a hacerlo, y que era su tutor, padre, herm ano o p a-
la o p ortun id ad de reconciliarse con ella y reten erla ju n to a riente m ás cercano quien intervenía en su nom bre, especial-
él». En tanto que el orador ateniense concluye su relato del m ente p ara re cup era r la dote que norm alm ente debía volver
rap to de H ip are ta acu sand o a Alcibíades «de m o strar a to- de nuevo a la fam ilia de la m ujer. Esto im plicaba u n a con-
dos el desprecio que sentía p o r los arcontes, las leyes y to- secuencia ju ríd ic a im portan te: al ceder su hija o su he rm a na
dos los ciudadanos» ( Contra Alcibíades, 14). Por consiguiente, a un hom bre, el padre o el herm ano no cedían la totalid ad
la ley ateniense perm itía a la m u jer actu ar com o un ser m a- de su kyria al m arido y podían por lo tanto, si la m ujer lo
deseaba, recu pera r su papel an terio r 24.
yor de edad cuando q u ería divorciarse, y debía p resen tar en
Por consiguiente era posible la anulación del m atrim o-
persona su dem an d a an te el arconte.
nio por voluntad de la m ujer. Las razones alegadas por H i-
Los otros dos ejem plos proceden de alegatos del siglo IV
pareta m erecen u n a corta reflexión. Parece ser que las noto-
y se refieren a personas menos famosas que A lcibíades y su rias infidelidades de su esposo son la causa de que ella de-
esposa. Sin em bargo, el caso del que tra ta D em óstenes en el cida volver de nuevo a casa de su herm ano. A hora bien, esto
p rim er discurso Contra Onetor es b astante com plejo, y el p re- parece estar en contradicción con lo que sabem os sobre la
tendido divorcio parece h ab er sido de hecho un medio u ti- «fidelidad» de los esposos atenienses, y, en un terreno m ás
lizado p o r el m arido — que no era otro que el inm oral tu to r prosaico, de las leyes sobre el adulterio. C onocida es la cé-
de D em óstenes— p ara h acer que su cuñado, en realidad su lebre frase de un orador: «Las cortesanas están p a ra el pla-
cóm plice, reivin dicara la dote de la que d educiría lo que d e- cer, las concubinas p ara las necesidades cotidianas, las es-
bía al orador. Sin em bargo, en este caso, aun q u e tam b ién se posas para tener una descendencia legítima y ser una fiel guar-
m enciona al arco nte a propósito de la d em an d a de divorcio, d iana del hogar». L a m ujer legítim a, gyné, debía ad m itir por
tal dem and a no fue p resen tada por la m ujer en persona, sino tan to que su función era concebir hijos y ocuparse del cui-
por m ediación de su h erm ano que actu ab a como kyrios. dado de la casa, dejando a otras los placeres del espíritu (las
Finalm ente, en el últim o ejemplo, un caso de sucesión asi- cortesanas) y del cuerpo (las concubinas). Volverem os a h a -
m ism o m uy com plicado, se alude a u n a m ujer, que al p a re - blar de las hetairas, que ocupan en la ciudad un lugar un
poco especial. Las concubinas (pallakaí), por el contrario, son
cer aban d on ó a su m arido y no se presentó an te el m agis-
en cierto m odo un doblete de la m ujer legítim a. Pero a di-
trado , contraviniendo así la ley. El hecho de que se trate, se-
ferencia de la esposa, introd ucida en la casa tras un acuerdo
gún todos los indicios, de u n a cortesana, hija ilegítim a de
entre dos fam ilias, la pallaké por su p a rte es introdu cida, si
un ciud adano, no cam bia p ara n a d a el hecho de que tam -
no clandestinam ente, al menos sin que haya ningún certifi-
bién en esta ocasión se confirm a la posibilidad de que la m u -
LA M U JE R E N LA C IU DAD 61
cado jurídico que la ate a su com pañero. Se trata , pues, de 62 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
la A tenas tradicional, ya que la m ujer en cuestión era la viu- llaké, es «una m ujer entretenida», que vivía espléndidam ente
d a del b an q uero de origen servil Pasión. Pero no es menos con sus dos hijos y sus num erosas sirvientas de lo que
cierto que los alegatos dem ostenianos, casi todos p erten e- le d ab a M antias, que estaba locam ente enam orado de
cientes a la segunda m itad del siglo IV, revelan las transfor- ella.
m aciones que tienen lug ar tan to en las m entalidades como O tros alegatos testim onian tam bién una relativa inde-
en los com portam ientos; transform aciones anunciadoras de pendencia de las m ujeres atenienses de la segunda m itad del
la época helenística. E ncontram os p o r ejem plo, en los dos siglo IV con relación al m atrim onio — es el caso por ejemplo
discursos Contra Boeto, que d atan de los años 349-348, el caso de las dos m uchachas herederas que siguen casadas, tras la
de u na tal Plangón, ateniense de b u en a familia, cuya histo- m uerte de su padre, con personas que no pertenecen a su fa-
ria no deja de sorprendernos. E n efecto, Plangón hab ía te- m ilia — y al dinero— como sucede con la m ujer de un tal
nido dos hijos de un tal M an tias, hom bre político relativ a- Polieucto, que había prestado dinero a un hom bre llam ado
m ente conocido. M antias estab a casado legítim am ente con E spudias, y había hecho constar este préstam o por escrito 31.
u n a m ujer con quien tenía un hijo, M antíteos. Sin em bargo, Estos son, desde luego, casos excepcionales. Pero podem os
h abía tenido que reconocer com o suyos a los hijos de P lan- preguntarnos, siguiendo el planteam iento de Louis G ernet,
gón, quienes, cu an do él m urió, hered aron con el m ism o de- si no son indicios «de una evolución b astante avanzada y tal
recho que M antíteos. E l problem a no reside tan to en el re- vez bastante reciente». Evolución que no tendría por que
conocim iento de hijos naturales — el derecho ateniense lo obedecer a u n a cierta m ejora de la condición fem enina, sino
perm itía en efecto por la vía de la adopción, con tal de que m ás bien al hecho de que la ciudad ya no es lo que era, y
la m adre fuese ella tam b ién hija de ciud ad ano— , sino más que la ciudadanía, que tendía a vaciarse de su contenido ini-
bien en la situación m ism a de Plangón: se ha d ad o por su- cial, a ser en m ucha m ayor m edida un estatuto que u n a fun-
puesto que ella hab ía estado casada an teriorm en te con M a n - ción, podía finalm ente ser com ún a los hom bres y a las m u -
tias, y que p o r lo tanto sus hijos, en todo caso al menos Boe- jeres. Sin d u d a no es una casualidad que sea precisam ente
to, contra quien pleitea M antíteos, h a b ría n sido concebidos en algunos de estos alegatos, así como en la obra contem po-
legítim am ente. Pero no se entiende por qu é en ese caso M an - rán ea de A ristóteles, donde se encuentre em pleado por p ri-
tias los h ab ría reconocido tardíam en te. Sea lo que fuere, m era vez el térm ino «ciudadana», sin que ello im plique, por
M antias con tinú a viviendo, au n q ue no de form a estable, supuesto, ninguna actividad que sea propiam ente «política».
con Plangón tras su m atrim onio con la m ad re de M an tí- A lo sum o se tra ta quizá de u n a p reparación p ara esa inde-
teos. A hora bien, no nos hallam os ante un co ncubinato tri- pendencia m ucho m ás am plia de las m ujeres que creemos
vial, y Plangón no es un a pallaké. Recibe a M antias en poder descubrir en la época helenística; u n a independencia
su propia casa, y M antíteos dice bien claro que su p adre que en la época clásica, según todas las fuentes de que se dis-
tenía dos «familias». U n a vez m ás, es la situación de Plan - pone, sólo parecen h ab er conocido las m ujeres m arginadas
gón la que nos sorprende. No es ni u n a cortesana ni u na pa- que eran las cortesanas.
LA M U JER E N LA C IU DAD 67
68 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
La cortesana
Pero al lado de estas m ujeres de m etecos se enco ntrab an
las m ujeres m etecas, venidas por propia voluntad a estable-
Puede parecer sorp rend ente, a priori, que dediquem os un
cerse en A tenas. A hora bien, teniendo en cuenta la situación
ap artad o de un estudio sobre la m ujer en la G recia clásica
de la m ujer en el m undo griego, dichas m ujeres, obligadas
a las cortesanas, y más todavía que les concedam os u n a es-
a subsistir por sí m ism as, no podían hacerlo m ás que com er-
pecie de categoría ju rídica. E n realid ad, si existe u na cate-
ciando con lo único que les pertenecía, su cuerpo. Las m ás
goría juríd ic a, ésta la o stentan las m ujeres que residen en
pobres o las m ás m iserables se convertían en pornai, prosti-
A tenas con el estatuto de m etecas. Pero preciso es confesar
tutas que tra ba ja ba n en las posadas de A tenas o del Pireo.
que sabem os muy poco acerca de las m ujeres m etecas, ex-
A lgunas h ab ían sido com pradas, y en tra ban en la categoría
cepto que el metoíkion, el im puesto especial que recaía en los de las esclavas. O tra s eran «libres», al menos ju rídicam e n -
extranjeros residentes en A tenas, era de seis dracm as al año te. E n cu anto a las «casas», pertenecían bien a ciudadanos
p ara las mujeres y de doce p ara los hom bres. Es lógico pen - — un pleiteante del siglo IV incluye dos en l a relación que
sar que m uchas de ellas eran esposas de hom bres venidos a hace de su fortuna— , bien a extranjeros, e incluso a ex tran -
instalarse en A tenas p a ra dedicarse al comercio, seguir las j e r a s — es el caso de la fam osa N icarete de quien tendrem os
lecciones de un m aestro em inente, o p a ra escapar de sus a d - que h ablar m ás adelante.
versarios cu and o éstos se h ab ían ad u eñ ad o del poder en su Pero al lado de estas prostitutas había otras que los grie-
ciudad de origen. E stas m ujeres de metecos llevaban segu- gos llam a ban hetairas, com pañeras, y que éstos se reserva-
ram ente u na vida b astan te p arecid a a la de las m ujeres de ban, según la expresión del pleiteante antes citado, «p ara el
ciudadan os, ocupándose de la casa, hilan do y tejiendo, d iri- placer». Estas hetairas eran de hecho las únicas m ujeres ver-
giendo el trabajo de las sirvientas. Sin d u d a el m arido las de- d aderam ente libres de la A tenas clásica. Salían librem ente,
clarab a cuando recibía el estatu to de m eteco, es decir, al ins- pa rticip aba n en los banquetes al lado de los hom bres, inclu-
cribirse en los registros de un dem o 32. Si eran griegas de n a- so «recibían en su casa», si tenían la suerte de ser m an te ni-
cim iento, p robablem en te h ab ían sido unidas legalm ente a das po r un hom bre poderoso. En seguida pensam os, como
sus esposos. Sin em bargo, es p rob able que el concub inato es lógico, en la m ás célebre de estas «com pañeras», en la fa-
fuera más frecuente en tre hom bres y m ujeres de origen ex- m osa A spasia. H a b ía nacido en M ileto, u na rica ciudad de
tranjero que entre ciudadanos. Y podem os suponer que tam - la costa occidental de Asia M enor estrecham ente v inculada
bién en este terreno las desigualdades sociales in troducían a Atenas. Se desconocen las razones que la llevaron a esta-
diferencias im p ortantes. L a esposa de un rico em presario blecerse en Atenas. Pericles se enam oró de ella, hasta el punto
como el siracusano Céfalo, p adre de Lisias, llevaba u n a vida de rep ud iar a su esposa legítim a, y tuvo un hijo suyo, al cual,
m ás p arecida a la de la esposa de un ciudad ano afortunad o a pesar de la ley d ic tad a po r él m ism o y que sólo reconocía
que a la de las m ujeres del pueblo, atenienses o no, que eran com o ciudadanos a los hijos nacidos de m adres que tam bién
honestas m ujeres, nodrizas o vendedoras de cintas 33. lo fueran, consiguió inscribir en los registros civiles. Los a n -
LA M U JE R E N LA C IU D AD 69
70 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
que qu iera ayudarm e, él es quien me resuelve la v id a”» (M e- alcah ueta p ro p ieta ria de siete jóvenes a las cuales h abía en-
morables, I I I , 11, 4). E ste pasaje es interesante p o r más de señado la «técnica» am orosa y a las que dedicaba a la pros-
u na razón. No tanto porque revela la forma en que las cor- titución, haciéndolas pa sar por hijas suyas p ara conseguir
tesanas se procu raban sus medios de v ida — ni que decir tie- un precio m ás elevado... E n realidad N eera y sus com pañe-
ne que dep endían com pletam ente de la generosidad de sus ras no eran vulgares p rostitutas, como lo p ru e ba n los testi-
am antes— , sino po rqu e dem uestra a la vez la independ en - monios alegados por el orador, sino cortesanas de altos vue-
cia de estas m ujeres, libres de recibir en sus casas a quien los cuyos am antes, atenienses de paso en C orinto o ex tra n-
ellas quisieran, y la posibilidad que tenían de disfru tar de jeros, eran todos hom bres ricos. Ellas participab a n a su lado
rentas de bienes raíces — lo cual es claro que im plica la exis- en los banquetes, eran recibidas en las mejores casas, inclu-
tencia en A tenas de cortesanas n acid as de padres atenien- so en las de A tenas, cuando asistían a las fiestas de Eleusis
ses— , de u na casa o de un taller de esclavos. A dem ás, aun o a las grandes P anateneas, en com pañía del am ante de tu r-
cuando algún rico protector, Alcibíades u otro, h u b iera re- no. Sin em bargo, continuab an pagando a N icarete, o hacien-
galado a T eo dota la casa y las criadas, seguram ente disfru- do que le pag aran , el precio de sus favores. Por esta razón,
taba ella del uso y de la propiedad. dos am antes de N eera decidieron com prarla conjuntam ente
U n alegato de D em óstenes nos perm ite co m pletar este re- al precio de tres mil dracm as. E ra éste un precio considera-
trato de la cortesana ateniense. Se tra ta del discurso Contra ble por la com pra de un a esclava, así como tam bién un a in-
Neera, uno de los textos m ás interesantes aportados p or la dicación del «valor» de N eera. Los dos com pradores com -
tradición ateniense. El discurso en sí fue com puesto sin du d a p artiero n los favores de la joven d u ra nte un cierto tiem po;
p or un am igo de D em óstenes, Apolodoro, y va dirigido con- después, decididos am bos a casarse, le ofrecieron com prar
tra u n tal Estéfano con el que éste se h ab ía enfrentado tiem - de nuevo su lib ertad , p a ra lo cual le entregaron cada uno
po atrás. El argum ento del pleitean te es que Estéfano afir- quinientas dracm as. Es decir, le perm itían conseguir la li-
m a que está legalm ente casado con u n a tal N eera, lo cual bertad por un precio inferior al que h ab ían pagado por ella.
im plicaría que la dicha N eera fuera asim ism o hija de ciu da- Según dice expresam ente el mism o texto, esta generosidad
dano. A hora bien, n ad a de eso es cierto, y es contra N eera im plicaba que la jo ven debía ab an d o n a r C orinto, ya que nin-
guno de los dos hom bres estab a dispuesto, desde luego, a
con tra quien se dirige la acusación. Si llega efectivam ente a
verla « trab a jar» en C orinto, su ciudad, en la que ellos mis-
probarse que ella es extranjera, será v end ida como esclava
mos estaban decididos a «sentar cabeza».
y su esposo será condenado a u n a m u lta de m il dracm as. La
P ara enco ntrar las dos mil dracm as necesarias p ara su
m ayor p arte del discurso del acusado r se presenta, pues,
rescate, N eera acudió a varios de sus antiguos am antes, aco-
como un relato de la vida de N eera. E sta hab ía sido com -
giéndose de este m odo a esa clase de préstam o am istoso y
p rad a, cuando era m uy joven, por u n a tal N icarete, que vi-
sin interés, el éranos, al que los hom bres libres aco stum bra-
vía en C orinto, y era la esposa de un cocinero famoso lla-
b an a recu rrir en caso de necesidad. U no de ellos, un tal Fri-
m ado H ipias. N icarete era en realid ad , según el orador, un a
LA M U JE R E N LA CIU DAD 73 7-1 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nión, que era ateniense, se encargó de reu n ir el dinero y ne- presen tar al m eteco ante los tribunales y hacerse fiador en
gociar con los dos corintios. Después se llevó consigo a Nee- todas las transacciones que llevara a cabo. Pero de la m is-
ra a A tenas. m a form a que el orado r presenta la p a rtid a de N eera a M é-
A unque la intervención de Frinión se presente como u na g ara como un a h u id a y la com para por ello con u na esclava
com pra, se tra ta en realidad de un a m anum isión. N eera será fugitiva, así tam bién m uestra su relación con Estéfano como
en lo sucesivo un a m ujer libre, la am ante principal de F ri- la de un a pro stitu ta en busca de un «protector». A ho ra bien,
nión, cuya v ida licenciosa com parte: «E lla le aco m p añ ab a a sean cuales fueran las razones ocultas de N eera, que nunca
los festines y a todas partes don de ib a a beber. E staba p re- llegaremos a conocer, lo cierto es que Estéfano p ensaba con-
sente en todas las fiestas; él se exhibía con ella en todos si- vertirla en su m ujer y reconocer como suyos a los tres hijos
tios». Vem os un a vez m ás los rasgos propios de la vida de de corta edad que, en opinión.del orador, h ab ía tenido con
la cortesana: un a g ran lib ertad de costum bres, la presencia sus am antes circunstanciales, aunque no es raro p en sar que
en los lugares trad icion alm ente reservados a los hom bres, la la últim a, u na n iña llam ada Fano, era seguram ente suya, ya
participació n en sus desenfrenos. Pero como N eera es ya un a que su estancia en M ég ara fue al parecer bastan te larga.
m ujer libre, lo es tam b ién p ara a b an d o n ar a su am ante. Sin A dem ás, cuando Frinión, el prim ero que la h ab ía llevado a
em bargo, lo que es significativo, no se q ueda en A tenas, sino A tenas, intentó recu perarla, Estéfano hizo ratificar m edian-
que huye como una vulgar esclava a M ég ara, donde p erm a- te un acta oficial la libertad de N eera, de la que se hizo fia-
nece dos años en un a situación precaria. Por u n a p arte, A te- dor secundado p or otros dos atenienses. ¿Podem os d a r cré-
nas y E sp a rta estab an en gu erra, y M égara h ab ía tom ado dito a las acusaciones del pleiteante cuando afirm a que Es-
p artido por E sp arta, lo que co ntrib u ía a aislarla; dicho de téfano p retend ía beneficiarse de los favores de N eera, favo-
o tra form a, N eera no po día co ntar con ricos extranjeros de res que serían pagados tanto m ás caros cuanto que N eera p a -
paso que la m antu vieran . Por o tra p arte , ni siquiera en M é- sab a por ser la esposa legítim a de un ateniense? Esto suscita
g ara encontró generosos protectores. Al m enos eso es lo que adem ás m uchos interrogantes, ya que, com o hem os visto,
asegura el orador, quien, incluso con la selección de las p a - un a unión sólo era legítim a si los dos cónyuges eran atenien-
labras que em plea, quiere hacer volver a N eera a la doble ses. Lo cual im plica o bien que la ley no se aplicaba con ta n -
condición de esclava y de p ro stitu ta, au n q u e aparen tem en te to rigor com o podría pensarse, o bien que N eera h abía sido
no es ni u n a cosa ni la otra. Necesitó, con todo, otro «pro- reconocida o a do p ta d a por un ateniense, situación que a p a -
tector» p ara volver a A tenas: no fue otro que Estéfano. A n- rece a m enudo en la com edia nueva. ¿Debem os pensar, por
tes de seguir hay que hacer u na observación: N eera era li- o tra parte, que cuando Frinión entabló un proceso contra
b erta y de origen extranjero. Com o tal, ten ía en A tenas el N eera p a ra recup erar los bienes que ésta se hab ía llevado al
estatuto de m eteca, un estatu to qu e im plicaba, tan to p ara h u ir de su casa — vestidos, joyas y dos criadas— , Estéfano
los hom bres como p ara las m ujeres, la protección de u n «p a- aceptó un arreglo según el cual N eera viviría a lterna tiva-
trón», de un prostates, cuya tarea fun d am ental era la de re- m ente dos días con cada uno? Sin d u d a tales arreglos eran
LA M U JER E N LA CIUDAD 75
76 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
bargo a este ch antaje tras un com prom iso, y aceptó entre- ra, recuerda que ésta, p ara seguir a sus diversos am antes, vi-
grar a Fano u na dote de mil dracm as p ara facilitarle un n u e- vió unas veces en el Peloponeso, otras veces en T esalia, o in-
vo m atrim onio. G racias a ésta consiguió Estéfano que Fano cluso en Jo n ia, antes de volver a A tenas; y su exclamación
fuera ad m itid a como esposa legítim a po r un hom bre pobre final es ciertam ente significativa: «¡Y estaríais dispuestos a
pero de noble cuna, Teógono. A hora bien, quiso la suerte declarar ateniense a una m ujer com o ésta, universalm ente
que el tal Teógono fuese escogido p ara cu m p lir d u ra n te un conocida por h ab er dado la vuelta al mundo!». Al lado de
año las funciones de arconte-rey, el m ag istrado que presidía la ateniense de buena familia, retirada en el gineceo jun to
las cerem onias religiosas oficiales. E ntre estas cerem onias fi- con sus sirvientas y que, como la esposa de Iscóm aco en el
g u ra b an las A ntesterias, fiestas en honor de Dionisos, que Económico de Jenofonte, no hab ía visto nada antes de su m a-
destacab an el segundo d ía p or la celebración de u n a hiero- trim onio, N eera representa a la m ujer libre, que ha viajado,
gamia, u na unión a la vez sim bólica y real en tre el dios re- que ha podido inform arse de todo en el transcurso de los
p resentado p or el arconte-rey y la m ujer de éste. Y aq u í te- banquetes a los que asistió y cuya seducción no era sólo fí-
nem os a n u estra Fano, hija de cortesan a y, si dam os crédito sica. Por otra parte, y haciendo caso omiso de la cronología,
al pleiteante A polodoro, co rtesan a ella m ism a, convertid a en el orador deja en la som bra una realidad: la larga duración
reina. C om prendem os la em oción que debió apod erarse de de la unión entre N eera y Estéfano, que nos recuerda el pre-
los jueces cuan do oyeron las p alab ras del pleiteante: «Esta cedente Pericles-Aspasia. A dem ás, el orador utiliza esta opo-
m ujer ha celebrado los sacrificios sagrados en n o m b re de la sición entre m ujeres ciudadanas de nacim iento y cortesanas
ciudad. H a visto lo que no tenía derecho a ver p or ser ex tran- p a ra reclam ar una condena. Si N eera es absuelta, las que
je ra . U n a m ujer como ella ha entrado allí donde nadie entre son como ella h arán «todo lo que les apetezca, seguras de
los num erosos atenienses puede hacerlo, excepto la m ujer que la im punidad les es otorgada por vosotros y por las le-
del rey. E lla ha recibido el ju ram en to de las sacerdotisas que yes» ... «las cortesanas serán elevadas a la dignidad de m u-
asisten a la reina en las cerem onias religiosas. H a sido en- jeres libres cuando hayan obtenido el privilegio de tener hi-
tregad a en m atrim o nio a Dionisos. H a llevado a cabo en jos legítimos a su voluntad»; y el orador añade: «No se pue-
n om bre de la ciudad los ritos tradicionales dedicados a los de perm itir que aquellas que han sido educadas por sus p a-
dioses, ritos num erosos, sacrosantos y m isteriosos. Y algo dres en la virtud y con una solicitud tan grande, aquellas
que nadie pu ede en tender: ¿cómo la p rim era que llega p ue- que han sido casadas conform e a las leyes, tengan pública-
de hacerlo sin com eter sacrilegio, y con m ás razón u n a m u - m ente como igual y ciudadana a la m ujer que ha practicado
je r como ésta que h a llevado la v id a que todos conocéis?». tantas obscenidades, varias veces al día y con varios hom -
L a con tinuación del alegato no nos dice n ad a m ás acer- bres, y según el capricho de cada uno». Nos g ustaría saber
ca de la vid a de N eera en p articu lar ni de la de las cortesa- cómo term inó el proceso, y si N eera fue absuelta o conde-
nas en general. Señalem os sin em bargo que, tras u n a larga nada por los jueces atenienses. El aspecto político del pro-
digresión, el orador, re an u dan d o las acusaciones co ntra Nee- ceso contra u n hom bre que era un adversario de Dem óste-
LA M U JE R E N L A CIUD AD 79 80 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nes, en aquel m om ento todopoderoso en la ciudad (estam os en lo sucesivo por los soberanos que se h an repartido el im -
en el año 340, poco antes de la reanu dación de la g u erra con- perio de A lejandro. H ipérides, que desem peña sin d u da
tra Filipo de M acedonia, que acab aría de m a nera d esastro- un papel im portante en la últim a rebelión, tras el anuncio
sa p ara A tenas, y p o nd ría ñn definitivam ente a su p rep o n - de la m uerte del conquistador, es al m ism o tiem po el testigo
deranc ia m arítim a), desem peñó tal vez u n p apel determ i- de estas transgresiones. Fue él quien, p a ra asegurar la de-
nan te en la decisión de los jueces. fensa de la ciudad tras la d errota de los griegos ante Filipo
Pero aun qu e N eera fuese conden ada, no p or ello m erm ó de Q ueronea, propuso u na liberación m asiva de esclavos y
sin em bargo la libertad de las cortesanas; a finales de la épo- la naturalización de los extranjeros residentes. El había ins-
ca clásica y a comienzos del período helenístico, aú n co nti- talado en su casa, tras echar de ella a su hijo legítimo, a la
n úa n estando en prim e ra fila en la ciudad. B asta con recor- cortesana M irrin a, «m ujer m uy cara de m antener». Pero
d a r a la fam osa Friné, que sirvió de modelo al escultor Pra- m antenía tam bién a otras dos cortesanas, a A ristágora en su
xíteles y qu e fue defendida, en u n proceso en tablado co ntra casa del Pireo, y a la teb ana Fila, a la que había liberado
ella po r uno de sus antiguos am antes q ue la acu saba de h a - por veinte m inas (dos mil dracm as), en su propiedad de
ber intro ducido en A tenas el culto de u n a divin idad nueva, Eleusis.
po r el orad or H ipérides, uno de los principales dirigentes de Por los m ism os años vino a refugiarse a A tenas, donde
la ciudad. Parece ser que éste, p ara conseguir que los jueces le h abía sido concedido el derecho de ciudadanía, el tesore-
fueran indulgentes con su cliente, no dud ó en descubrir el ro de A lejandro, H arpalo. Este hab ía huido con u na parte
pecho de la joven. L a anécdo ta es m uy conocida y h a ins- del tesoro que le h ab ía sido confiado, y pensab a utilizarlo
pirado a pintores y escultores, aunq ue su autenticid ad es d u - p ara prep a rar su revancha contra el m acedonio. En un p rin -
dosa. Pero lo que im porta, más q ue el hecho de desvelar los cipio se instaló en A tenas, donde vivía con una cortesana,
encantos de su cliente, es que un ho m bre tan conocido como Pitónica. E sta m urió de parto, y H arp alo hizo erigir p ara
H ipérides se hay a declarado ab iertam en te en favor de una ella un a tu m b a suntuosa por la que al parecer pagó treinta
cortesana, tam bién que sea con tra la p ropia Friné, como a n - talentos (ciento ochenta mil dracm as). Cuando Harpalo, mez-
tes sucedió con N eera, con tra quien se en tab la el proceso, y
clad^ en un asunto turbio, tuvo que hu ir de A tenas, confió
finalm ente el origen m ism o de este proceso, la in troducción
el hijo de Pitónica a Foción, un político m uy im portante; un
de un culto extran jero en la ciudad, un culto del que se nos
hom bre cuya virtud y piedad eran m uy alabadas, y que no
dice que im plicaba cerem onias secretas en las que p artici-
d u d a sin em bargo en recoger al hijo de un a cortesana 35.
p ab an ju n to s hom bres y mujeres. U n a vez m ás, no podem os
La com edia nueva, la principal producción literaria de
dejar de señ alar la relación qu e existe entre la cortesana y
este período que ha llegado h as ta nosotros, nos d a una p rue-
la transgresión de las reglas de la ciudad. U n a transgresión
ba del lugar que ocupaba la cortesana en la sociedad ate-
que seguram ente se va afianzando a m edid a que A tenas ve
niense de finales del siglo IV. P or supuesto, y ya quedó di-
dism inuir su protago nism o político en un m undo dom inado
cho a propósito de A ristófanes, hay que ab ord ar con ciertas
LA M U JER E N LA CIU DAD 81
82 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
tir del siglo IV, se recu rra a m enudo a un cocinero. F inal- cu rara que las habitaciones donde dorm ían hom bres y m u-
m ente, un a de las actividades fundam entales de las mujeres jeres estuviesen separadas «p ara evitar que las esclavas ten-
esclavas consiste en ocuparse de los niños pequeños, y la no- gan hijos sin nuestro perm iso». Sin em bargo, las esclavas te-
driza es, tanto en el teatro como en la vida real, un perso- nían hijos, pero la m ayoría de las veces estos niños «nacidos
naje fam iliar. en el oikos» eran fruto de las relaciones con el dueño. L a es-
Es posible que, ap a rte de la dedicación al trab ajo dom és- clava, especialm ente la joven sirvienta, estaba a disposición
tico, se haya utilizado a m ujeres esclavas exclusivam ente del que la había com prado y éste podía por lo tanto intro-
como obreras en m anufacturas p ara el m ercado. No aparece ducirse im punem ente en su cam a... o entregarla a sus am i-
en los alegatos nin gún ejem plo concreto de talleres fem eni- gos en una noche de borrachera. Pero lo que p ara algunos
nos, pero en las Memorables, Jenofo nte nos proporciona por era sólo algo circunstancial era p a ra otros una fuente de in-
casualidad la p ru eba de su existencia. S itúa la escena al fi- gresos. E n efecto, las p rostitu tas eran la m ayoría de las ve-
nal de la gu erra del Peloponeso, cuando los T rein ta eran ces esclavas, así como tam bién lo eran las flautistas y las bai-
dueños de Atenas: a un atenien se que se queja de los tiem - larinas, habituales en todos los banquetes 38. E ra com pleta-
pos difíciles que le toca vivir y de la necesidad en que se en- m ente lícito com prar esclavas p ara dedicarlas a la pro stitu -
cuen tra de albergar y alim en tar a las num erosas m ujeres de ción y hacer de ello un m edio de vida. Y basta con pensar
su familia, Sócrates le sugiere que las hag a trab aja r. Podría en la actividad del Pireo d u ran te los dos siglos de hegem o-
de esta m an era vend er el producto de su trabajo, harina, nía ateniense, en la m ultitud de extranjeros, m arineros, via-
pan, m antos, túnicas, etc., com o hacen algunos atenienses. jeros que se ap iñ aban en él, p ara im aginar fácilm ente el pro-
A lo que le replica el otro: «E stas p ersonas com pran a gente vecho que algunos podían sacar explotando la prostitución.
incivilizada y pu eden obligarles a h acer el trab ajo propio de ¿Tenían estas m ujeres alguna posibilidad de liberarse de
los esclavos; pero yo tengo a m i cargo personas libres y ade- su condición? Antes hem os visto el ejem plo de N eera, que
m ás pertenecientes a la familia» 37. Es p robab le — ya que J e - pudo rescatar su libertad gracias a la generosidad de a n ti-
nofonte llam a p or su n om bre al p an ad ero C irebo y a los sas- guos am antes. Pero N eera era una cortesana de altos vue-
tres Dém eas y M enón— , que haya habido en A tenas, por lo los. Las pomai que callejeaban por el Pireo tenían m uy po-
m enos en el siglo IV, talleres de esclavas cuyo destino era cas posibilidades de conseguirlo. En cuanto a las otras es-
con seguridad m ás du ro que el de las sirvientas destinadas clavas, su liberación dependía sólo de la buena voluntad del
al trabajo dom éstico. Pero tan to obreras como trab ajadoras dueño, y la decisión de éste podía ser dictada por el afecto,
dom ésticas, las esclavas estab an d estinadas fu nd am en tal- a veces incluso por el agradecim iento: un pleiteante recuer-
m ente a las tareas de la cocina y a la fabricación de paños. da con emoción a su vieja nodriza, m anu m itida por él, pero
Estas m ujeres no tenían por sup uesto vida fam iliar algu- que continuaba viviendo en su casa, pues los vínculos que
na. Ya hem os visto cóm o Jeno fo nte contaba en el Económico les u nían eran m uy fuertes 39.
las intenciones de Iscóm aco, al aconsejar a su m ujer que pro- Y vamos a term inar. La situación de la m ujer en A tenas
LA M U JE R E N LA CIUD AD 87 88 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
dependía ante todo de su inserción en el m undo ciudadano dem ás m ujeres griegas, vivían volcadas al exterior, se adies-
o de su exclusión de él. No podem os h ab lar de m ujeres ate- tra b a n p ara las carreras y p a ra la lucha, en las que rivali-
nienses, sino de atenienses que eran m ujeres o hijas de ciu- zaban con los hom bres, por lo que sus características físicas
dadanos, extranjeras y esclavas. Estas diferencias de condi- eran las mism as que las de éstos: vigor físico y tez broncea-
ción eran tan fund am entales p ara las m ujeres como p a ra los da propias de deportistas como ellas.
hom bres, lo qu e no im pedía, po r supuesto, qu e en la reali- A ntes de seguir, es im portante hacer una observación: en
dad cotidiana a veces desaparecieran. La señora de buena esta prim era p arte del libro estoy esforzándom e todo lo po-
fam ilia vivía m ás cerca de sus sirvientas que de las que eran sible por dejar constancia de cuál era la situación real de las
como ella. L a m ujer del rico meteco apenas se diferenciaba m ujeres en la G recia antigua, tanto en el orden jurídico como
de la «ciudadana» de posición desahogada. L a cortesana po- en el ám bito de lo cotidiano. Y ni que decir tiene que cuan-
día moverse más librem ente que la m ujer de Iscóm aco. Pero do en un alegato el orado r alude a una ley concreta sobre el
sobre todo, y como la ciudad era un club de hom bres, como adulterio o m enciona el im porte de u n a dote, podem os con-
era tam bién y p rincipalm ente u n a com u nidad política, estas siderarlos, con toda razón, como hechos reales. C iertas p a -
diferencias de condición, po r esenciales que fuesen, se ate- labras son igualm ente reveladoras de lo que podía ser la vida
nu ab an en un a exclusión com ún. Sólo un a cosa seguía es- cotidiana de las m ujeres en la Atenas clásica. Pero cuando
tando a favor de la «ciu dadana»: el hecho de que era indis- se tra ta de E sparta, y no sólo de las m ujeres espartanas, todo
pensable a la com unidad cívica, ya que garan tizab a su se com plica. En efecto, no tenem os prácticam ente ningún do-
reproducción. cum ento de origen espartano relativo a la época clásica, ni
inscripción, ni discurso político o judicial procedente de una
fuente espartana. C uando un espartano habla, siem pre es un
C. La m ujer espartana ateniense el que le hace hablar y el que le presta las pala-
bras que él im agina que h abría utilizado el espartano. Así
«H ola, q uerid a laconiana, ¿cómo estás, L am pitó? ¡Cómo res- sucede, por poner sólo un ejem plo, con el discurso que T u-
plandece tu belleza, querida! ¡Qué buen color! ¡Qué cuerpo cídides pone en boca del rey A rquídam o a com ienzos de la
tan vigoroso tienes! Podrías estran gu lar a un toro.» C on es- guerra del Peloponeso. Pero aún hay m ás. Por razones que
tas palab ras recibe a su cóm plice e sp artan a la protagonista debido a la extensión de este libro no podem os detenernos
de la com edia de Aristófanes, Lisistrata, la cual, p ara poner a explicar, E spa rta representó p ara algunos medios atenien-
fin a la g uerra in term in able entre A tenas y E sp arta, pro po n- ses, desde finales del siglo V , un modelo de ciudad perfecta,
d rá a las m ujeres de am bos bandos que hag an la huelga del caracterizada por un a originalidad absoluta que la conver-
am or. El au tor cómico, que se dirigía a un público aten ien- tía, como m ínim o, en un a anti-A tenas. El historiador debe
se, repetía a su m a n era lo que en A tenas era un lu gar co- esforzarse por lo ta n to en descubrir a través de este «m ila-
m ún tratánd ose de m ujeres espartanas: a diferencia de las gro espartano» la p arte de realidad que h abía en él. Intento
T.A M U JE R E N L A CIUDAD 89 90 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
peligroso, que pu ede llevar a reconstrucciones m ás o menos fon te y de Plutarco. Es en el prim er capítulo de la República
frágiles y siem pre hipotéticas 40. de los lacedemonios donde abo rda Jenofonte el problem a de las
Por lo que se refiere a las m ujeres, hay tres textos que m ujeres. Y en seguida especifica el prim er com etido de la
nos interesan especialm ente. El m ás antiguo d ata de los p ri- m ujer espartana: la procreación, función de la que se deri-
m eros decenios del siglo IV. Pertenece a Jenofonte, que, van las otras norm as a las que está obligada. «Los otros grie-
com o ya hem os visto, vivió en Laconia. Bien es v erdad que gos quieren que las jóvenes vivan como la m ayor p arte de
Jenofonte era un ad m irad or incondicional de E sparta, h asta los artesanos que son sedentarios, y que trab ajen la lana en-
el p u nto de llegar a traicio n ar por ella a su p atria. No obs- tre cuatro paredes. Pero ¿cómo puede esperarse que mujeres
tante, debem os ad m itir que conoció u n a innegable realidad educadas de esa form a tengan u n a m agnífica prole? Licurgo
esp artan a y que nos inform a de ella, au n q ue em bellecida por pensó, por el contrario, que bastab a con los esclavos para
su plum a. El segundo texto está tom ad o de la Políiica d e A ris- ocuparse de la vestim enta y, considerando que el quehacer
tóteles. P lantea num erosos pro blem as, como ya verem os, m ás im portante p ara las mujeres era la m aternid ad , dispuso
pero corrige su stancialm ente la descripción de Jenofonte. El prim ero que las m ujeres practicaran los mismos ejercicios fí-
tercer texto, por últim o, es un im p o rtante pasaje de la Vida sicos que los hom bres; después estableció carreras y pru e -
de Licurgo de P lutarco. P lutarco es un escritor griego de fi- bas de fuerza tanto entre las m ujeres como entre los hom -
nales del siglo I de n uestra era cuya ob ra m ás conocida es bres, convencido de que si los dos sexos eran vigorosos ten-
esas Vidas paralelas de los gran des ho m bres de la h istoria grie- drían retoños m ás robustos» (I, 3-4).
ga y rom an a a la que y a nos hem os referido. O b ra de m o- Vem os, pues, que es una vida com pletam ente opuesta a
ralista y no de historiado r, pero que a nosotros nos interesa la de los «otros griegos» que encierran a sus m ujeres y las
porque recoge tradiciones, incluso docum entos cuya existen- obligan a trab aja r la lana; una vida volcada hacia fuera y
cia desconoceríam os com pletam en te a no ser po r ella. La que no se diferencia en n ad a de la de los hom bres. P lutarco
Vida de Licurgo especialm ente, de ese legendario legislador al ap o rta inform aciones com plem entarias a propósito de esta
que se atrib u ía n las instituciones de E sp arta, contiene todo educación de las jóvenes. «Por orden suya (de Licurgo), las
lo que la tradició n h a podido conservar sobre la historia de jóvenes se adiestraron en las carreras, en la lucha, en el lan -
E sp arta y sobre todo en lo relativo a la originalidad de su zam iento de disco y de ja b alin a... D espreciando la b la n d u ra
constitución. Por lo que se refiere a las m ujeres, si bien re- de u na educación hogareña y afem inada, acostum bró a las
coge algunas observaciones hechas po r Jeno fonte en la Re- jóvenes, lo m ism o que a los jóvenes, a m ostrarse desnudas
pública de los lacedemonios, el largo espacio que les dedica (ca- en las procesiones, a d an za r y ca n ta r con ocasión de algu-
pítu los 14 y 15) es m ucho m ás preciso en algunos puntos, nas cerem onias religiosas en presencia de los m uchachos y
especialm ente al tr a ta r de la educación, de los ritos del m a- bajo su m irada» (X IV , 3-4). E sta desnudez no tenía n ada
trim onio y de otras cuestiones sim ilares. de llam ativo, pues era la desnudez del atleta. Pero P lutarco
C om enzarem os en p rim er lu gar por los textos de Jen o- siente necesidad de justificarla: «L a desnudez de las jóvenes
LA M U JER E N LA CIU DAD 91
92 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
que le ho nraran , Licurgo le autorizó a escoger u na m ujer ¿En qué m edida estas reglas pretendidam ente atribu id as
que fuese m adre de u n a gran fam ilia y de buena estirpe para a Licurgo existieron realm ente? Y si fue así, ¿hasta qué p u n -
tener hijos con ella si obtenía el consentim iento del m arido» to estaban vigentes aún en la época clásica? H e aquí dos pre-
(.República de los lacedemonios, I, 7-8). guntas de m uy difícil respuesta. No hay por qué pensar que
P lutarco recuerda tam bién, en térm inos m ás o menos todo este discurso sobre la m ujer esp artan a sea p ura inven-
idénticos, estas dos «leyes de Licurgo», y necesita una vez ción. Es cierto que en E sparta los ciudadanos eran en p ri-
m ás justificarlas: «Licurgo buscab a ante todo que los hijos m er lugar y ante todo soldados, y que hacían vida de cuar-
no fuesen propiedad de sus padres, sino que fuesen un bien tel hasta una edad avanzada, lo cual no favorecía sin duda
com ún de la ciudad, y po r eso q uería que los ciudadan os des- las relaciones conyugales. Es probable que las jóvenes espar-
cendieran de los m ejores, no de cualquiera. Después, sólo tanas fueran fuertes y robustas como la Lam pitó de A ristó-
veía estupidez y ceguera en las reglas establecidas p or los d e- fanes, ya que el ejercicio físico ocupaba un lugar m uy im -
m ás legisladores en esta m ateria. H acen, decía, que las pe- po rtante en su educación. Finalm ente, es posible que el m a-
rras y las yeguas sean m o ntadas p o r los m ejores m achos, que trim onio haya traído consigo, hasta un a época relativam en-
piden p restados a sus propietarios, bien de favor o bien m e- te tardía, esos ritos tan peculiares relatados por Plutarco. En
diante u na can tid ad de dinero; por el contrario, a sus m u- cuanto a lo dem ás, es difícil pronunciarse, especialm ente en
jeres las m antienen bajo llave y las g u ardan , quieren que no lo relativo a los repartos de m ujeres, a los nacim ientos ile-
tengan hijos m ás que de ellos, aun q ue sean idiotas, viejos o gítim os que justificarían por sí solos un régim en com unita-
enferm os, como si los qu e tienen hijos y los ed ucan no fue- rio de la propiedad. A hofa b^en, si la tradición atribuía a Li-
sen los prim eros en a g u a n ta r sus defectos, si son hijos de curgo bien un reparto igualitario o bien un com unism o ab -
padres defectuosos, o, p or el contrario, d isfru tar de las cua- soluto de los bienes, loViert© es que el régim en de la p ro-
lidades que por herencia les corresp ondan» (X V , 14-15). piedad y de la transm isión de los bienes en la E sp arta de los
Es conveniente analizar detalla dam ente esta cita. L a pri- siglos V y IV era de hecho sim ilar al que se conocía en otras
m era justificación es m uestra, evidentem ente, de u na cierta partes. Jenofonte por su parte, en un capítulo de la República
ideología de la ciudad a la que Platón , como más adelante de los lacedemonios de cuya autenticid ad se ha dudado, pero
verem os, d ará en el siglo IV u n ca rácter sistem ático. Y P lu- que sin em bargo parece adecuarse a la realidad, reconoce
tarco «lee» la realidad e sp artan a en esta ocasión a través de que en su época las leyes de Licurgo «ya no se conservaban
Platón. Pero la segunda no es menos elocuente, pues la com- en su integridad». Afirm ación corroborada por el fragm ento
paración con las perras y las yeguas vuelve a p oner a la m u- de la Política de Aristóteles al que ya hem os aludido. El fi-
je r espa rtana, a la que fácilm ente suponíam os m ás libre pues lósofo, tras exam inar las instituciones espartanas, atribuye
era más viril, en el lug ar que le correspondía: ser un in stru - su decadencia al «m al com portam iento de las m ujeres» que
m ento de procreación, un vientre fecundo donde lo que im - se rebelaron contra las leyes de Licurgo y «viven sin norm as
po rta es intro du cir el m ejor semen. y en la molicie», utilizando el poder erótico que tienen sobre
LA M U JER E N LA CIU DAD 95
96 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
los hom bres p ara m anejarlos. Pero tam bién son las m ujeres,
cosa m ás grave aún, quienes están en el origen del régim en em bargo insiste tam bién en esta riqueza de las m ujeres es-
de la propiedad: «U nos llegan a poseer u n a fortun a excesi- p artan as, así como en su influencia política. H asta el punto
vam ente grande, m ientras que otros sólo consiguen u n a m uy de que tal vez consiguieron hacer fracasar el proyecto del jo -
pequeña; tam bién la tierra pasa de unas m anos a otras. La ven Agis «pues resistieron, no solam ente porque iban a per-
culpa la tienen u n a vez m ás las leyes m al establecidas; el le- der el lujo que por desconocim iento de los bienes verdade-
gislador censura la com p ra o v en ta de la tierra, y tiene ra - ros ellas confundían con la felicidad, sino tam bién porque
zón; pero h a perm itido que el que q u iera puede don arla o veían que les iban a qu ita r el respeto y la influencia, fruto
legarla; ah o ra bien, de u n a form a u otra, el resultado es ne- de su riqueza. Se dirigieron, pues, a Leónidas y le incitaron,
por ser el m ás anciano de los dos reyes, a luchar co ntra Agis
cesariam ente el m ism o. A prox im adam ente las dos qu intas
y a obligar a éste a ab an d on a r la contienda» ( Vida de A gis y
p artes del país pertenecen a las m ujeres, p orqu e hay m uchas
Cleómenes, 7).
herederas universales (epíkleroi) y p o rq u e se da n dotes con- P lutarco se inspira p ara hacer este relato en los escritos
siderables. A ho ra bien, hubiese sido m ejor su p rim ir las do- de un tal Filarco, h isto riador ateniense del siglo III antes de
tes o perm itir sólo las que fueran escasas o como m ucho m ó- nuestra era, y por lo ta n to contem poráneo de los aconteci-
dicas; pero de hecho uno puede casar a su única hered era m ientos que narra. Por ello se puede pensar que h abía algo
con quien qu iera, y, en caso de m orir sin h ab er hecho tes- de verdad en esta tradición de la riqueza de algunas m uje-
tam ento, el tu to r encargado de la sucesión pued e casarla con res espartanas, reconocida ya por A ristóteles a finales del si-
quien él desee» (Política, II, 9, 14-15). Este texto p lan tea n u - glo anterior. Sea como fuere, no deja de ser sorprendente la
m erosos problem as, a los que un a vez m ás sólo puede res- enorm e transform ación que supone una situación sem ejan-
ponderse con hipótesis. P lutarco, en la Vida de A g isy Cleóme- te. La m ujer espartan a, atítes ptotra reprodu ctora seleccio-
nada, pasab a ahora al rango de ^propietaria, viviendo lujo-
nes, los dos reyes reform adores espartan os qu e inten taron res-
sam ente, pudiendo disponer d e s ú s bienes, y desem peñando
tablecer en el siglo III las «leyes de Licurgo», da el nom bre
un a función política en la ciudad. Es cierto que la ciudad
del legislador que al parecer fue el causan te de la concen- tam bién h abía cam biado. El E stado orgulloso que asp iraba
tración de los bienes raíces en E sp arta, po r p erm itir testar a d om in ar el m undo griego era ya sólo un a pequeña ciudad
librem ente: u n tal E pitadeo, que p arece haber vivido a co- peloponesa obligada a im pedir la sublevación de los ilotas,
mienzos del siglo IV y que, p a ra d esh ered ar a su hijo p ro - incluso a concederles la libertad y la ciudadanía 43. Sin em -
mulgó, apoyándose en su condición de éforo, u na ley «que bargo, el cam bio h ab ía sido rápido y no es fácil valorar, ba-
au to riza la donación de la casa o la tierra en vida del pro - sándonos en los relatos de la A ntigüed ad, su alcance real y
pietario o d ejarla en testam ento a quien se quiera». Pero esto sus consecuencias. E n todo caso, tam bién en esto se diferen-
no m u estra lo que, según A ristóteles, era lo peor: la concen- ciaba E sparta de los «otros griegos», pues si bien es cierto
que en la época helenística, y gracias a la decadencia de las
tración de la tierra en m anos de las m ujeres, por su condi-
ción de herederas y po r la p ráctica de la dote. P lutarco sin
LA M U JE R E N LA CIUDAD
LAS R E P R E SE N T A C IO N E S
DE LA M U JE R EN EL M U N D O
IM A G IN A R IO D E LOS G R IE G O S
106 LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ob ra de Hefestos: A frodita, que infunde en ella « una irresis- nos la siguiente pregunta: ¿esta m isoginia la siente sólo el
tible sensualidad», y H erm es, que pone en ella «una m ente poeta o éste, al «decir» la verdad que las M usas le inspiran,
cínica y un carácter voluble». Sigue después la historia, co- expresa una opinión com partida por sus contem poráneos? 5.
nocida por todos, de la ja rr a que al ser d estap ad a po r la m u - P regu nta de difícil respuesta, ya que no podem os confrontar
je r deja escapar todos los males que azotan a los hom bres: los poem as de H esíodo con ninguna otra fuente contem po-
«los padecim ientos, la d ura fatiga, las penosas enferm eda- ránea, excepto con los poem as homéricos. A hora bien, el
des que acarrean la m uerte a los hom bres» 3. tono de éstos contra las m ujeres es, como ya hemos tenido
Este célebre m ito que he reco rdado brevem ente h a sus- ocasión de ver, sensiblem ente diferente. La m ujer es, sin
citado num erosas interpretacion es que no creem os necesario dud a alguna, un ser inferior que no puede com pararse al
rep etir aquí. Solam ente recordarem os lo que, según el poe- hom bre, al héroe. Su dom inio se reduce al oikos y a los tra-
ta, caracteriza a la mujer: es un m al, un m al tan to m ás te- bajos dom ésticos, y cuando in ten ta d ar su opinión se le re-
m ible cuanto m ás apasion adam ente lo buscan quienes lo p a - cuerda rápidam ente cuál es su lugar. Pero al menos se nos
decen; u n m al ado rnado con todo tipo de seducciones y ca- m uestra al m ism o tiem po como un signo de prestigio y, si
paz de toda clase de artim aña s; un m al del que sin em bargo no com o un objeto erótico, como la esposa y m adre que m a-
el hom bre no puede prescindir. «El que huyendo del m a tri- rido e hijos deben am ar. Por o tra parte, si bien H esíodo se
m onio y las terribles acciones de las m ujeres no quiere ca- distingue de los aedos contem poráneos suyos por su misogi-
sarse y alcanza la fun esta vejez sin nadie que le cuide...» 4. nia, tendrá, como veremos, num erosos seguidores. Por con-
L a m ujer es, en efecto, el receptáculo de la sim iente del ho m - siguiente, no se puede reducir esta m isoginia sólo al m al h u-
bre. Sin m ujer, el hom bre no puede tener un hijo al cual le- m or de un cam pesino am argado. Podríam os m ás bien pre-
gar su hacienda, y que sea por consiguiente el sostén de su guntarnos, como recientem ente lo ha hecho una historiado-
vejez. Sólo Zeus se libra de la d u ra ley a la que están som e- ra am ericana 6, si no h abría que relacionar dicha m isoginia
tidos todos los m ortales. con las transform aciones que la sociedad griega experim en-
Pero si el m atrim onio es p ara el ho m bre un m al necesa- ta a finales de los «tiem pos oscuros»: el paso de una agri-
cultura «nóm ada» y pastoril a una agricultura sedentaria in-
rio, no deja nunca de ser un a fuente de torm ento. Pues la
tensiva, con fuerte crecim iento dem ográfico y «crisis» agra-
m ujer es un ser inútil, como inútiles son los zánganos en las
rias. La m ujer, objeto an tañ o de prestigio y gu ardian a del
colmenas, «no se conform a con la odiosa pobreza», sino que
oikos, se convierte en este m undo desgarrado en u n a boca
sueña sólo con engalanarse. Su avidez sexual es inagotable,
que alim entar, en un vientre insaciable tanto en la alim en-
y la im agen de la «tram p a pro fund a y sin salida» encierra
tación como en la sexualidad, y tan to m ás inútil cuanto que
evidentes connotaciones eróticas.
incluso su función reproductora se vuelve peligrosa. No hay
Este florilegio de citas extraídas de los dos grandes poe-
que olvidar que u na de las recom endaciones que hace H e-
m as de Hesíodo no deja nin gu na d u d a acerca de la misogi- síodo a su herm ano es la de tener sólo un hijo 1.
nia que en ellas se m uestra. Lo que nos obliga a fo rm ular-
LA E STIR P E D E LAS M U JE RES 111
griega a finales del siglo VI II y d u ra n te el siglo VII hayan 114 LA M U J E R E N LA GRECIA CLASICA
A. La traged ia
El te atro, espejo d e la ciudad
E n el siglo V, A te n as a sistió al flo recim iento del te a tro t r á -
gico y vio cóm o d e sta c a b a n los tres g ra n d e s auto re s: E sq u i-
lo, Sófocles y E u rípid es, cuyas o b ra s ta n b ien conocem os.
A clarem os, sin em b a rgo , q ue estam os lejos de p oseer la to -
ta lid ad de las o b ras q ue se p re s e n ta b a n con ocasión de los
concursos trág icos. S in e m b argo , y aten ién d o n o s sólo a los
arg u m e n to s de las m ism as, este te a tro p arec e h a b e r conce-
d id o a las m ujeres u n lu g a r de h on o r. L as hijas de D án ao
en L as suplicantes, la m a d re d e Je rje s en Los Persas, C litem -
n es tra en L a Orestíada de E squilo, D e y a n ira en L as traqui-
nias, A n tíg o n a y E le c tra en las o b ra s de su m ism o no m b re,
de Sófocles. E n cu a n to a E u ríp id es, las p ro ta g o n ista s de su
A n te tod o , q u ie ro d e ja r claro lo q u e en tien d o p o r espejo: el te a tro son casi exclusivam en te m ujeres: A lcestis, M ed ea, A n-
espejo en vía de n u ev o su p ro p ia im ag en al q u e se c o n te m p la d ró m a c a, H é c u b a , Ifigenia, E lectra, así com o las fenicias, las
en él, p ero u n a im ag en q u e no es la re alid a d . P o r eso no he tro y an a s y las b acan te s.
u tilizad o el té rm in o «reflejo», ta n m an o sead o . In clu so c u a n - N o sólo estas m ujeres e stá n en el cen tro de la in trig a ,
d o M e n a n d ro p o n e en escena, a finales de la ép o ca clásica, cosa fácilm ente exp licable p o r la referencia a los m itos de la
a « b u rgu eses» aten ien ses e n fren tad o s a p ro b lem a s de h ere n - épo ca h ero ic a, sino q ue a través d e las p a la b ra s q u e les p re s -
cia, d e reco n o cim ien to o de ra p to , éstas no son n u n c a sitúa- ta el p o e ta se nos m u e s tra n sen tim ien tos y opiniones q u e n a -
ciones q ue reflejen p o r com pleto la realid a d . Y esto es m ás j die es p e ra ría oír en A te n as. T o m em o s el e jem plo d e las Su-
ev id en te c u a n d o nos acercam o s a la tra g e d ia, q u e ex tra e de , plicantes de E squilo: las hijas de D á n ao h uy en de E gipto y
los m itos el n úcleo de sus in trig a s. Y sin em b arg o , este te a - d el m a trim o n io con sus p rim os y v an a refugiarse a G recia,
tro q u e v a d irig id o al p u eb lo re u n id o con ocasió n d e las fies- d o n d e son acogidas p o r el rey de A rgos. Los p rim eros v e r-
tas d e D ionisos no p u e d e p o r m enos d e ex p res ar los sen ti- sos de la o b ra son elocuentes: « O ja lá q u e Z eus S up licante
m ien tos d e los aten ien ses. P o r co n sig u ien te, a u n q u e no h ay -■ se digne m ira r con b enevolen cia a este g ru p o e rra n te cuya
q u e b u sc a r en el tea tro , com o a veces se h a h ech o, info rm a- n ave za rp ó de las bocas de finas are n a s del N ilo. V agam o s
E L T E A T R O , E SPEJO D E LA C IU D A D 120 LA M U J E R E N L A G R E C IA C LA SICA
d e ste rra d a s, lejos d el p aís d e Z eu s q u e lim ita con S iria, no versos m edios, su cu e rp o te n d ría a h o ra m ás agujero s q u e
p o rq u e a lg u n a c iu d ad nos h a y a co n d en ad o al d e stierro p o r u n a red. Y si h u b ie ra m u e rto ta n ta s veces com o los ru m o re s
alg ú n d elito d e san g re, sino in v a d id a s p o r u n a av ersió n in - p reg o n a b a n , p o d ría enorgullecerse, com o u n nuev o G erió n,
n a ta h a cia el h o m b re , p o rq u e a b o rrecem o s la b o d a con los d e h a b e r ten id o tres cu erp o s y de h a b e r a rro p a d o a los tres
hijos de E g ip to y su sacrileg a de m en cia» con el m a n to de la tu m b a , luego de h a b e r s u c u m b id o u n a
E s u n ejem p lo d e m u c h ac h a s q u e rec h a zan el m a trim o - vez p o r c a d a u n a de las tre s form as» 3. N o p o d ría rid ic u li-
nio, u n acto d e re b e ld ía im p e n sab le... si el p o eta n o nos a c la - zarse m ejor el id e al heroico, y fácilm e n te se c om p ren d e la
rase q u e es su p a d re q u ie n las h a in c itad o a la rebelión. Y a m a rg a re s p u e sta de A g a m e n ó n , al r e b a ja r a su esposa a la
a lo larg o d e la o b ra este p a d re ap are c e com o el p ro tec to r, c ateg o ría de las m u jeres y de los b á rb a ro s: «N o m e rodees
el kyrios in d isp e n sa b le...: «N o m e dejes sola, p a d re , te lo su - con esa m olicie, com o h ac e u n a m uje r, no m e recib as com o
plico, ¿qué es u n a m u jer sola? A res no h a b ita en ella» 2. F i- u n b á rb a ro , con las ro d illa s en tie rra y g rita n d o » 4. Lo q u e
n a lm en te , lo q u e el p o eta c o n d en a y lo q u e ju stific a el re - no im p id e a C lite m n e s tra d e c ir la ú ltim a p a la b ra en el to r-
chazo del m a trim o n io es el c a rá c te r in civ ilizado de los hijos neo o ra to rio q u e m a n tie n e c o n tra su esposo, a sí com o lo h a r á
d e E g ip to y la violencia q u e d e m u e s tra n con resp ecto a las al final de la o b ra , u n a vez llevado a cab o el asesin ato , c u a n -
h ijas d e D án ao . Se c o n tin ú a esta n d o , p o r lo ta n to , en la ideo- do, tra s im p e d ir q u e E g isto re s p o n d a con las a rm a s a las a c u -
logía tra d icio n a l. L a m u jer no tien e ex isten cia real fu e ra de saciones del coro, le dice: « J u n to s tú y yo, y d ueñ o s d e este
p alacio, serem os ca pa ces d e res ta b le c e r el o rden».
la casa de su p a d re o d e la de su esposo.
P ero esta m u je r excep cional, q u e reiv in d ica las a tr ib u -
Si p a sam o s a L a Orestíada nos h allam o s an te u n p ro b le -
ciones exclusivas del h o m b re , no es u n m odelo p a r a el p o e-
m a m ás co m plejo, p u e s el p ers o n aje de C h t^ m n e stra es am -
ta. S u d e sm e su ra ju s tific a el castigo q u e le e sp era en la se-
biguo: es, desde luego, u n a m u jer, p ero u n a m u jer q u e re i-
g u n d a p a rte d e la trilog ía , la m u e rte q ue recib e d e m an os
v in d ica el p u e sto de u n h o m b re. E lla es, tras la p a rti d a de
de su hijo. Y a p ro p ó sito de esta in versió n de p ap eles e n c a r-
A g am en ó n , la v e rd a d e ra d u e ñ a d el p alacio . Y si b ie n al co-
n a d o s p o r C lite m n e s tra , m u c h a s reflexiones q u e su rg en a lo
m ienzo de Agamenón se p re s e n ta com o la fiel g u a rd ia n a del
largo de la o b ra d a n fe d e cu ál d e b e ser el lu g a r de las m u-
h o g a r conyugal, d escrib e ella m ism a el d estin o de la m u jer
Y je re s, « p e rm a n ec e r en el h o g ar, es p e ra n d o q u e los h om b res
q u e esp era el reg reso del espo so q u e se h a m a rc h ad o lejos
vu elvan del c o m b a te » , así com o de los rasgo s q u e las c a ra c-
con claros acen to s en los q u e se m ezclan la cólera y la iro -
te riz an: la c re d u lid a d , los ap etito s sexuales («la u n ión que
nía: « Q u e u n a m u je r se q u ed e en el h o g a r sin esposo, a b a n -
j u n t a los cuerpo s es v en c id a con traic ió n p o r el deseo d ese n -
d o n ad a , es d e p o r sí u n a te rrib le d esg racia. P ero si ad em á s
fren ad o q u e se a p o d e ra d e las h e m b ra s, ta n to e n tre los h u -
v a n lleg an d o u n o tra s o tro m e n saje ro s tra y e n d o c a d a u n o
m an os com o e n tre los a n im a le s» ), sin o lv id a r, com o ta m b ié n
peores n o ticias q u e el a n te rio r y to do s co nd o lién d o se del in -
vim os en H esíod o, la ociosidad («el tra b a jo del m a rid o ali-
fo rtu n io de la c asa... Si m i m a rid o h u b ie ra re cib id o ta n ta s
m e n ta a la m u je r ociosa»). Y el te m a m ism o d e la ú ltim a p ar-
h e rid a s com o ru m o res al resp ecto lleg ab an a la casa p o r di-
E l. T E A T R O , ESPEJO D E LA C IU D A D L A M U J E R E N LA G R E C IA C LA SIC A
r a b a p o r lo ta n to al d e stin o co m ú n d e las m u jeres, y el p o e- ellas oyó de m í alg u n a vez u n rep ro ch e, u n a ofensa?» 12. N o
ta e x p re s a b a u n a v ez m á s, al h a c e r q u e se la m e n te d e no h a - p o d ría ju stifica rse m ejor lo q ue e ra la re a lid ad c o tid ia n a de
b er co nocid o el m a trim o n io , el se n tim ie n to d e to d os en lo re- A te nas, la presen cia, ju n to a la m u jer legítim a, de la pallaké,
lativo al lu g a r q u e las m ujeres d e b ía n o c u p a r en la c iu d ad . de la con cu bina . N o o b sta n te , D ey a n ira desea re co n q u ista r
D e y an ira, la p ro ta g o n is ta d e L a s traquinias, q u e m a ta a a su esposo d e nuevo: «A h ora som os dos las q u e estam os es-
p e s a r suyo a su esposo h ac ién d o le q u e se p o n g a la tú n ic a im - p e ra n d o bajo la m ism a m a n ta q u e u n h o m b re nos tom e en
p re g n a d a co n la s an g re del c e n ta u ro N eso, g racia s a la cu al sus braz os... Y éste es el salario q ue a c a b a de p ag arm e el
e s p e ra b a re c o n q u is ta r su am o r, sirve ta m b ié n d e ejem p lo qu e era p a ra m í el noble, el leal H e ra cles, a cam bio de h a -
a c e rc a d e la fu n ció n esencial d el m a trim o n io en la ciu d ad . b e r c u id a d o su casa d u r a n te ta n to tiem p o. Yo no pu ed o cier-
Al co m ienzo de la o b ra , c u a n d o ella d escon o ce a ú n si H e ra - ta m e n te estar re s en tid a c o n tra él p o r el hech o de q ue reca i-
cles h a salid o v en ced o r en su ú ltim a p ru e b a, h ac e u n a o b - ga con ta n ta frecu enc ia en este m al. Pero p o r o tra p a rte ,
servación m u y in te re s a n te a ce rca de la in stitu c ió n m a trim o - ¿qué m u jer p ued e te n er el v alor de v ivir con e sa m uc hac ha?
nial: « L a ú ltim a vez q u e el d u e ñ o d e e sta ca sa , H e ra c le s, se ¿Q ué m u jer a c e p ta ría c o m p a rtir el m ism o esposo? C o n te m -
fue de ella, dejó u n a a n tig u a ta b lilla con in s tru c cio n e s in s - plo p o r u n lad o u n a ju v e n tu d en p le no vigor, m ie n tras q ue
critas, cosa q u e n u n c a a n te s se h a b ía p reo c u p a d o d e h a c er p o r o tro se m a rc h ita , y cóm o la v ista se com p lace en recoger
c u a n d o nos a b a n d o n a b a p a r a irse a otro s co m b ates. Y es la flor de u n a en ta n to q u e se a p a rta d e la o tra . T en g o m u -
q u e enton ces s a b ía q u e ib a cam in o d el triu n fo , y n o a la chas razo nes, pues, p a r a te m er q u e a u n q u e H e rcales sigue
m u e rte. P o r el c o n tra rio , e sta vez, com o si y a n o ex istiera, siendo m i esposo de n o m bre, sea el a m a n te de la jov e n ...
h a d e jad o in d ic a d o q u é bienes d e b ía yo h e re d a r a títu lo de Pero, lo repito u n a vez m ás, in d ig n a rs e no es lo qu e convie-
espo sa, así com o ta m b ié n la p a rte d e su p a trim o n io q u e asig - ne a u n a m u jer ra zo nab le» 13. P o r eso in te n ta rá c o n q u ista r
n a b a a sus hijos» 10. S in e m b a rg o , H era cle s h a s alid o v en - de nu ev o el a m o r de su esposo ha cie n d o q u e se p o n g a la tú -
c e d o r y v uelve. P ero tra e consig o a u n a c a u tiv a d e la q u e se nica q u e ella cree q u e está re c u b ie rta con u n filtro de am or,
h a e n a m o ra d o . D e y a n ira , a n te este hech o, finge al p rin cip io y q u e se rá m o rtal.
e s ta r d is p u es ta a a c e p ta r la situ a ció n , y las p a la b ra s q u e dice M e p arece excesivo ver en el p erso naje de D e y a n ira el
p o d ría n ser las d e c u a lq u ie r m u jer aten ien se: «El a m o r go- sím bolo de las m uje re s en g a ñ a d as. Lo q u e nos in te re sa en
b ie rn a a los dioses segú n su ca p rich o , co m o lo h ace co n m i- este caso es qu e el p o eta , al tra sp o n e r el m ito a la rea lid a d
go: ¿po r q u é n o p u e d e h a ce r lo m ism o co n o tra s q u e son c o tid ian a d e los especta dores, p re s ta a la p ro ta g o n is ta p a la -
bra s qu e p on en de m anifiesto la fo rm a en q u e los ho m bres
com o yo? P o r lo ta n to , sería a b s u rd o p o r m i p a rte c u lp a r a
y las mujeres de A ten as co nc eb ían sus resp ectiv as ob ligacio-
m i esposo c u a n d o p a d ec e el m ism o m a l; o in clu so a esa m u -
nes. L a re alid a d q u e hem os in te n ta d o p o n e r d e relieve en la
c h a c h a , con el p retex to d e q u e es la c a u s a n te d e lo q u e, d es -
p rim e ra p a rte de este tra b a jo se m o s tra b a ta m b ié n , y se
p u és d e tod o, no es ni u n d e sh o n o r ni u n d e sa s tre » u . Y m ás
a c e n tu a b a , en el terre n o de lo im ag in ario . Y si bien es cierto
a d e la n te : « H era c les h a po seíd o a m u c h a s o tras : ¿ alg u n a d e
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
126 LA M U J E R E N L A GR EC IA C LA SICA
así tod os los m ales» 23, y al h éro e «po sitivo» q u e es H ip ó li-1 Y no p o d ía ser de o tro m odo. P ues a u n q u e los au to re s
to: «¡O h , Zeus! ¿P or q u é h as p u esto e n tre n o so tro s a esos se- trágicos se h a n visto obligado s a llevar a la escena a m ujeres
res falsos, las m u jeres, m a l q u e d e s h o n ra a la m ism a luz? Si excepcionales y a q ue to m a b a n los tem as de sus ob ras de los
q u e ría s p e rp e tu a r la ra z a h u m a n a , no e ra n ecesa rio h a ce rla g ra n d e s m itos del p as ad o , re a lm en te estas m ujeres n u n ca
n a c e r d e ellas. Sólo te n ía m o s q u e d e p o s ita r en los tem p los h a n de ja d o de c u m p lir im p u n e m en te con su fun ción tra d i-
o fren d as d e oro, p la ta o b ro n c e p esa d o p a r a c o m p ra r la si- cional. Y c ua nd o h a n q u erid o h ac erlo , h a n p u esto en u n g ra n
m ie n te d e los hijos, c a d a u n o en p ro p o rc ió n al d o n ofrecido co m prom iso el o rd e n d el universo. E sto es al m enos lo qu e
y v ivir así, en las casas, libres d e m u jeres. P o r el co n tra rio , c a n ta el coro en la M edea de E u ríp id es: «L os ríos sag rad o s
em pezam os p o r arru in arn o s p a ra llevar a n uestro s hogares ta - vu elven a sus orígenes; el o rd e n de l u niv erso q u e d a tra s to -
m a ñ a d esg racia. H e a q u í la p ru e b a d e q u e la m u jer es u n cado , así com o la ju s tic ia . L a perfid ia re in a entre los h u m a -
g ra n m al. E l p a d re q u e la h a e n g e n d ra d o y cria d o le d a u n a nos y se ven inv alid ad o s los ju ra m e n to s hechos en no m b re
d o te p a r a e s ta b le cerla en o tra c asa y lib ra rse d e ella. El es- de los dioses. L a fam a m e so n reirá y a lu m b ra rá m i destino.
p o so q u e recib e en su casa ta l p a rá s ito se rec rea a d o rn a n d o El h o n o r re to rn a a la e stirp e de las m ujeres. Y a no se las des-
* / / 25
el fu nesto ído lo y se a r ru in a con herm oso s v estid o s, d e sd i- p re c ia ra m as» .
c h ad o d e él, co n su m ie n d o po co a poco los b ien es d e la fa-
m ilia. Sólo tien e dos p o sib ilidad es: o c a rg a r con u n a m u jer
d e sa g ra d ab le p o r la v e n ta ja q u e le a p o r ta el e m p a re n ta r con B. La com ed ia
u n a b u e n a fam ilia, o te n e r u n a b u e n a esp o sa p ero cuyos p a -
rien te s so n p ers o n as an o d in a s. E n am b o s casos se c o n tra - L a trag e d ia , com o hem os visto, se in sp ira en los m itos p a ra
rre s ta el p ro v ec h o con el in c o n v en ien te. L o m e jo r d e tod o es ex p resar los conflictos d e la c iu d ad triu n fa n te ; la com edia,
in s ta la r en su c as a a u n a m u je r q u e es u n a n u lid a d , p ero po r su p arte , se m a n tie n e m u cho m ás cerca de la rea lid ad co-
q u e es in ofen siva p o r su sim p leza. O d io a la m u jer in teli- tid ia n a d e A ten as, h a s ta el p u n to de qu e h a p o d id o ser u ti-
g en te. Q u e n u n c a e n tre en m i casa u n a m u jer con ideas d e- liz ad a p a r a h a c e r u n a sociología d e la ciu d a d 26. L o q u e el
m a sia d o elev adas p a r a su sexo. P u es es en las d o ta d a s de s a - p o eta po n e en escena son h o m b re s y m ujeres d e A ten as, in-
b id u ría d o n d e C ip ris in fu n d e la m a y o r p e rv ersid a d » 24.^ cluso p ro c u ra s itu a r la in trig a en u n m u n d o im ag in ario (Las
E l re c u e rd o de H esío d o está p re s e n te en estas p a la b ra s aves, de A ristófan es), y c o n sta n tem e n te se in tu y en en u n se-
llen as d e odio, p e ro ta m b ié n h a llam o s en ellas c o n sid e ra cio - gu n d o p la no los aco ntecim ientos co ntem p o rán eo s, sobre
nes m ás a ras d e suelo, m ás ev o cad o ras d e las re a lid a d e s de todo la g u e rra del P elo pon eso q u e ta n m a ltre c h a dejó a A te-
la ép oca, q u e el te a tro cóm ico v a a re c re a r d e u n a fo rm a m u - nas. A ristófanes no es el único a u to r de co m edias del ú ltim o
cho m á s co n cre ta. Sólo q u e d a p o r d e cir q u e el p re te n d id o tercio del siglo V. P ero fue el q u e m ás g alard o n es recibió, y
«fem inism o» d e E u ríp id e s q u e d a m u y m a lp a ra d o tra s la lec- p o r ello sus p rin cip a le s o bra s h a n llegad o ín te g ra s h a s ta no s-
tu r a d e este texto. otros. Pues bien , de las once qu e conocem os, tres p o n en en
E L T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D 131
L A M U J E R E N L A G R E C IA CLASICA
134 LA M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
la d as es q u e d a rse sólo en lo su p erficial. P o rq u e in clu so tales
fórm u las tien en u n do b le sentid o c u a n d o se tr a t a d e A ristó - El p ro b le m a se c o m p lic a u n poco m á s en la te rc e ra co-
fanes. A sí p o r ejem p lo , c u a n d o la p rim e ra m u je r m an ifiesta m e d ia «fem enina» de A ristófanes. E n Lisístrata, en efecto, las
su in d ig n ació n al v e r «a las m u jeres a rra s tra d a s p o r el b a rro m ujeres se a p o d e ra b a n d e la A crópolis so lam en te p a ra o bli-
p o r E u ríp id es , el hijo d e la v e rd u lera , y ex p u estas p o r su cu l- g a r a sus m a rid o s a a c a b a r con la g u e rra , y no p e n sa b a n en
p a a to d a clase d e in ju rias» , lo h ace so b re to d o p o rq u e , al n in g ú n m o m en to c o n tin u a r allí u n a vez con seguido su p ro -
c a lu m n ia r a las m u jeres, h a d e s p e rta d o las so sp ech as d e los pósito; p e ro en la Asamblea de las mujeres nos h allam o s c la ra -
m a rid o s y de esta m a n e ra «ya no po d em o s h a c e r n a d a d e lo m en te a n te u n a rev olu ción política: las m ujeres ate nie nses,
q u e h acíam o s a n tes» 32, es d ecir, b e b e r a esc o n d id as o a b rir d isfra z a d a s de h o m b res, se h a ce n d u e ñ a s del p o d e r e in s ta u -
ra n en la ciu d a d u n rég im en c o m u n ista. P ero si m iram o s con
la p u e rta a u n a m a n te . Y c u a n d o el p a rie n te d e E u ríp id es
m ás aten ción , nos d a rem o s c u e n ta de q u e lo q u e ju s tific a el
to m a la p a la b ra p a r a d efen de rlo es p a r a d ec ir q u e el p o eta
p o d e r fem enino se in scrib e en el m a rc o de la im agen tra d i-
no h a d ich o to d a la v e rd ad : «¿Por q u é ten em o s q u e acu sa rlo
cional de la m ujer. O ig a m o s a P rax ág o ra , la «cabe cilla» que
de esta fo rm a e in d ig n a rn o s p o rq u e h a rev elad o dos o tres
p ro m u e v e la op era ció n : «Y o creo q u e d ebem os d e ja r la ciu-
de n u e s tra s fecho rías, c u a n d o él s ab e b ien q u e son in n u m e - d a d en m an o s de las m ujeres, de la m ism a m a n e ra q u e en
ra b le s las m a la s accion es q u e com etem os?» 33. Y e n u m e ra a n u es tra s casas les e n c o m e n d a m o s las funciones de a d m in is-
c o n tin u ac ió n esos in n u m e ra b le s vicios a los q u e se en tre g an tra d o ra s y d e sp e n se ra s ... Q u e sus co stu m b res son m ejores,
las a ten ien se s, tra s lo q u e co ncluye d ic ie n d o q u e si E u ríp i- es lo q u e os voy a d e m o stra r. E n p rim e r lu g ar, to d a s sin ex-
des no h a llev ad o a la escen a a P en élo pe, el m o delo d e la cepción m o jan sus lan as en ag u a ca lie n te a la a n tig u a u s a n -
m u jer v irtu o sa , es p o rq u e «es im po sible e n c o n tra r u n a sola za, y no las veréis in te n ta r ca m b ia r. A h o ra bien, la c iu d ad
P en élo pe e n tre las m u jeres de hoy: to d a s, a b s o lu ta m e n te to - de los a ten ien ses, a u n q u e se e n c o n tra s e bien en la p rá c tic a
d a s, son F e d ras » 34. In c lu s o la la rg a tira d a del coro q u e in - de a lg u n a co stu m b re, no se c o n s id e ra ría sa lv a d a si no se las
te n ta re b a tir el q u e las m u jeres sean « u n a zo te p a ra los h o m - ing en ia se p a r a h a c e r alg u n a in no v a ció n. E llas h a ce n los a sa -
b res» se h ace cargo a su vez — p rese n tá n d o lo s , p o r su p u e s- dos se n ta d a s com o an te s; llevan la c a rg a so bre la ca b e za
to, con un m a tiz p ositivo — d e todos los rasg o s q u e tra d ic io - com o an tes; c e leb ran las T esm o fo rias com o an tes; h a ce n los
n a lm e n te c a ra c te riz a n la im a g en de la m u jer: go losa, co q u e- pastele s com o an te s; fastid ia n a sus m a rid o s com o an tes; tie -
nen a m a n te s d e n tro de cas a com o a nte s; se b u sc a n golosi-
ta, sen su al, la d ro n a . Y el p o e ta red u ce esta s u p e rio rid ad q ue
nas com o an tes; les g u sta el v in o p u ro , com o a n tes. A ellas,
las m u jeres se a rro g a n a u n a sim p le cu estió n d e g ra d o en su
pues, oh ciu d a d an o s, confiém osles el E sta d o sin d isc u tir, y
c o m p o rtam ie n to d esh o n esto : «N o se v e rá a u n a m u jer, d e s-
no nos p reg u n tem o s lo q u e v a n a h ac e r, sino dejém oslas sim -
p ués de h a b e r ro b a d o c in c u e n ta ta le n to s al teso ro p ú b lico ,
p lem e n te g o b ern a r. C o n sid erem o s so la m en te esto: en p rim e r
lleg a r en u n c a rro a la A cróp o lis; el m a y o r h u rto q u e h a y a lu g a r, q u e al ser m a d re s, p o n d rá n to do su e m p eñ o en s alv ar
p o d id o h a ce r, u n a m e d id a d e trigo ro b a d a al m a rid o , la d e - a los soldados. D espu és, en c u a n to a los víveres, ¿q uién m e-
vuelve el m ism o d ía» 35.
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D 136 L A M U J E R E N L A G R E C IA C LA S IC A
jo r q u e u n a m a d re se los e n v iará con m á s rap id e z? P a ra co n - trib u n ale s, los p ó rtico s b ajo los q u e se d e b a tía n e n tre h o m -
seg u ir d in e ro no h a y n a d a m ás ing en io so q u e u n a m u jer; g o- bres las cu estio nes im p o rta n te s, s e rv irá n com o com edores.
b e rn a n d o n u n c a se d e ja rá e m b a u c ar, p o rq u e ellas m ism as Se co lo c arán los c á n ta ro s en la tr ib u n a de sd e d o n d e los o ra -
e stá n a c o stu m b ra d a s a e n g a ñ a r» 36, T o d o s los elem en to s es- dores a re n g a b a n al pu eb lo. D e esta m a n e ra to d a la c iu d ad
tá n presen tes: la fu n ció n d o m é stic a tra d ic io n a l de la m u jer, se c o n v ertirá en u n in m enso oikos, c uy a g u a rd ia n a será, p o r
g u a rd ia n a d el h o g a r, y sus n o m e no s tra d ic io n ales defectos: su p u esto, P ra x á g o ra , a la q u e a y u d a r á n las d em á s m ujeres.
la as tu c ia , la m e n tira , la afición al vin o y a las go lo sin as, la L a o b ra a p a r e n te m e n te m ás « rev oluc io n aria » de A ristó -
sen su a lid ad . fanes no p u ed e inc lu irse e n a b so luto , com o se ve, en el dos-
Q u e d a a ú n p o r in s ta u ra r u n sis tem a « c o m u n ista» , y P ra- sier de n in g ú n m o v im ie nto fem inista . A n tes al c o n tra rio , el
x á g o ra d e c re ta lo sig uien te: « D ispo n g o q u e h a y a u n a ú n ic a p o eta cóm ico re c u p e ra to d a s las im ág enes tra d ic io n a le s de
fo rm a de v ivir, co m ú n a todo s, p a ra to do s la m ism a» . L a tie- la m u je r y las u tiliz a com o veh ícu lo de su c rítica de la d e -
rra , el d inero, las p ro p ie d a d e s d e to do tip o ... « to do se rá de m o c ra c ia co n te m p o rá n e a . P a rtid a rio de u n sólido co nserv a-
tod os» 37. M u c h a s cu estion es se h a n p la n te a d o en to rn o a d u rism o , b u sc a en la fun ción d o m é stica de las m u jeres a r -
este «co m u nism o » d e la Asamblea de las mujeres. Se h a q u e ri- g u m e n to s fav orables p a r a u n re to rn o al p a sa d o con el que
d o v er en él u n a s á tira de las te o ría s q u e al p a re c e r se p ro - su e ñ a u n a p a rte de la intelligentsia a te n ien s e al fin a liza r la
p a g a ro n en to n c es en A te n a s, y m á s c o n c re tam e n te u n a ta - g u e r ra del P elo po neso. Y com o lo q u e im p o r ta a n te to d o es
q u e c o n tra la ciu d a d id ea l d e s c rita p o r P la tó n en la Repúbli- h ac e r reír, e n c o n tra rá en las m u je re s — a s tu ta s, c h a rla ta n a s,
ca, en especial c o n tra la c o m u n id a d de m u jeres p ro y e c ta d a aficion ad as al vino y al a m o r— la m ejor excusa.
p o r el filósofo 38. E n la A te n a s de P ra x á g o ra , en efecto, to - A ristófanes nos ofrece, com o an te s lo h a n he cho los p oe-
d as las m u jeres se rá n p ro p ie d a d d e to dos los h o m b re s, con ta s trágic os, u n a im ag e n de la m u jer q u e no se d iferencia
u n a sola co nd ició n: q u e p a r a co n seg u ir u n a m u je r bella, h ay a p e n a s de la e la b o ra d a p o r la tra d ic ió n d esd e H o m e ro y
a n tes q u e a c o s ta rse con u n a fea. P ero to d os los h o m b re s se- H esíodo .
r á n co m u n es ta m b ié n a to d a s las m u jeres, en la s m ism a s co n - L as ú ltim a s co m ed ias d e A ris tófan es se re p re s e n ta ro n en
d icio nes. Es e v id en te q ue, al h a c e r esto, A ristó fan es se b u r - los p rim e ro s decenios del siglo IV, cu a n d o la p o te n cia a t e -
la b a d e tod o s los cre a d o re s de u to p ía s. P ero no está claro a nien se ib a la n g u id e cien d o le n ta m e n te . Y a hem os v isto en la
p rio ri la relac ió n e n tre las m u jeres en el p o d e r y el e s tab le- p rim e ra p a rte de este lib ro qu e, en este perío do d e «crisis»,
c im ien to de este c om u n ism o in te g ra l. Sí a p are ce , sin e m b a r- la con dición d e la m u je r « c iu d ad a n a» p re s e n ta b a algu no s
go, c u a n d o a la p re g u n ta de su esposo: « ¿Q ué clase d e v id a rasgos nuev os q ue se co n s o lid a rá n en la ép oca h ele nístic a,
d isp o n d rás? » . P ra x á g o ra re sp o n d e: « Ig u a l p a r a todo s. P re - a u n q u e su s itu a c ió n no h a b ía ev olucion ad o d e fo rm a clara;
te n d o h a c e r d e la c iu d a d u n a so la c asa ro m p ie n d o h a s ta la un o d e ellos es u n a m a y o r in d e p e n d e n c ia «económ ica», ta n -
ú ltim a to d a s las c e rra d u ra s, d e m a n e ra q u e to do s p u e d a n ir to en la m u je r p o b re , o b lig a d a a g a n a rse la v id a y e m p u ja d a
a c as a de tod o s» 39. P o r ello, los lu g are s d o n d e e sta b a n los p o r ello a sa lir de su casa, com o en la m u je r rica, qu e d is-
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D 137 138 L A M U J E R E N L A G R E C IA CLASIC A
pozo en el q u e h a b ía caído , co n sigu ien d o com o resu ltad o la Q u é re a s, q u e v a a to m a rla p o r esposa. ¿M e p e rm ite s un con-
m a n o de la jo v e n . sejo? T e ofrezco u n a so lución q u e te p e rm ita no q u e d a r en
T a m b ié n en E l escudo el núcleo de la o b ra lo co n stitu y e u n a situ a ción d e s a ira d a : p ued es q u e d a rte con to d a la h e re n -
u n a in trig a am o ro s a. E l jo v e n Q u érea s está en a m o ra d o de cia de la m u c h a c h a , te la cedem os; h az con ella lo q u e m e-
u n a jo v e n q u e es ta m b ién la so b rin a del seg u n d o m a rid o de jo r te p arez ca. P ero, p o r favor, no te o po ng as a q ue la p e-
su m a d re. U n h e rm a n o de la jo v e n p a rtió a g u e rre a r a A sia q u e ñ a te n g a u n p ro m e tid o a d e c u a d o a su eda d» 42.
al serv icio d e u n o d e ta n to s m ac ed o n io s q u e se d is p u ta b a n P ero ta l vez el nu evo lenguaje u tiliz a d o p o r M e n a n d ro
la h e ren c ia d e A lejan d ro . H e a q u í u n rasg o ca ra cterístic o de con relación a las m u jeres se m u e stra con m ás c la rid a d aú n
la época: jó v en es am bicio sos y deseo sos de h a ce r fo rtu n a se en o tra s dos co m ed ias q u e se c u e n ta n e n tre las m ejor con-
a lis ta b a n com o m ercen ario s al servicio de u n o d e estos ge- serv ad as: L a doncella de Santos y E l arbitraje . L a in trig a d e la
n erales con la esp era n za de v olv er con u n a b u n d a n te b otín . p rim e ra es y a de p o r sí so rp re n d e n te , pues el am o r, m o to r
P ero el jo v en , C le ó strato , d e sap a re ció d u ra n te u n a b a ta lla y de la m ism a, no co ncierne sólo a dos jó v e n es, sino ta m b ié n
se p en só q u e h a b ía m u erto . Sin em b a rg o , su esclavo p u d o a>dos a d u lto s. C risis, la d o n cella de S am os q u e d a n o m b re
e s c a p a r y llev a r a A ten as el precio so b o tín qu e, ló g icam en - a la o b ra , es la co n c u b in a d e D ém eas, u n rico ateniense . E ste
te, fue a p a r a r a su h e rm a n a; ésta se co n vierte, p o r co nsi- tiene u n hijo a d o p tiv o , M o squ ió n , al q u e a m a con te rn u ra .
g u ien te, en u n a ric a h ered e ra . A h o ra bien , la ley aten ien se M o sq u ió n p o r su p a rte está e na m o rad o de la jo v e n P lan -
no p e rm ite q u e la m u c h a c h a , « epíclera» lib re, se case con gón, a la qu e h a co nv e rtido en su a m an te , pero con q uien
q u ie n q u ie ra . D ebe h a cerlo g e n eralm e n te con su p a rie n te p ie nsa casarse. D u ra n te la a u sen c ia de D ém eas, q u e se h a
m ás cercan o . E n el caso q u e nos o cu p a , el p a rie n te m ás p ró - ido de viaje al P o nto E ux ino con el p a d re de P lan gó n, las
xim o es u n viejo tío av a ro , a b s o lu tam e n te d ec id id o a h a ce r dos m ujeres d a n a luz. P ero el hijo de C risis no sobrevive.
v a ler su s derech os. T o d a la in trig a g ira rá , p ues, en to rn o a P lang ón , q u e tem e la cólera d e su p a d re c u a n d o éste se en -
la b ú s q u e d a d e los m e dios po sibles g racias a los cuales Q u é - tere d e q u e h a ten id o u n hijo ilegítim o, confía su b eb é a C ri-
reas, su p a d ra s tr o Q u e r ó s tra to y su esclavo D aos p u e d a n h a - sis, q u e lo h a c e p a s a r p o r hijo suyo. D ém eas e stá d isp u es to
cer d es istir al viejo av a ro d e su p ro p ó sito , h a s ta q u e la v u el- a reconocerlo, p ero s o rp re n d e u n a con versació n en tre las sir-
ta de aq u el q u e creían m u erto p e r m ita q u e los dos e n am o - v ie nta s p o r la q u e se e n te ra de q u e M o sq u ió n es el p a d re
rad o s se casen. Lo q u e llam a la ate n ció n en esta h isto ria es del niño. D e a h í a rra n c a el equívoco: él cree q u e su a m a n te
q u e u n h o m b re sen sato com o Q u e ró s tra to , el p a d ra s tro de y su hijo ad o p tiv o se h a n b u rla d o d e él. F in alm e n te , to do vol-
Q u ére a s, h o m b re rico y res p eta d o , se reb ele c o n tra u n a ley v erá a su cauce: M o sq u ió n se c a s a rá con P la ng ón y D ém eas
q u e co n d en a a u n a m u c h a c h a jo v e n a casa rse con u n viejo p e rm itirá qu e C risis, a la q u e h a b ía a rro ja d o de su casa,
av aro . D irig ién d o se a éste, q u e es ta m b ién su h erm a n o , le v uelva a ella. L o in te re s a n te d e esta o b ra es q u e los v e rd a -
re p ro c h a q ue q u ie ra casarse a su ed a d con u n a jo v en : « S a- d ero s p ro tag o n ista s son D ém ea s y C risis, es d ecir, u n a p a -
bes p e rfe ctam en te q u e la p e q u e ñ a vive en n u e s tra c asa con re ja ilegítim a, y a q u e C risis no p u e d e ser leg a lm e n te la es-
E L T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D L A M U J E R E N LA G RE CIA C LASICA
p o sa de D ém eas p o r ser e x tra n je ra. Sin em b arg o , es p era co n - U n a vez m ás nos en c o n tram o s a n te p erso najes fem eninos v a -
seg uir q u e éste reco n o zca al n iñ o c o n ta n d o con q u e está e n a- lorado s p ositiv am e nte. L a c o rte sa n a H a b ró to n o n es un ejem -
m o ra d o d e ella, « lo cam en te en am o rad o » com o u n jo v en . D e plo de gen ero sidad , y gracias a ella se resuelve felizm ente el
h ech o , cu a n d o él d es cu b re lo q u e cree su d e sd ich a se la m en - d ra m a . P án fila p o r su p a rte se nos m u e stra , en la ú n ic a es-
ta d e la d esg racia q u e le aflige. E s cierto q u e d irige p a la b ra s cena en qu e ap are ce, com o u n m odelo d e nobleza y de m a g -
m u y d u ra s a la m u je r q u e co m p a rte su v id a. P ero d esd e el n a n im id a d , y c u an d o su m a rid o la a b a n d o n a al d e sc u b rir
m o m en to en q u e se d esc u b re la v erd a d , ésta vuelve a ser la qu e es m a d re de u n hijo q u e él cree q u e es d e otro, ella se
v e rd a d e ra d u e ñ a d e la casa. E n cu a n to a la jo v e n , q u e tiene nie g a a a b a n d o n a rle a él, c o n tra v in ie n d o las ó rden es p a te r -
un p ap el p a siv o en la o b ra , h a y q u e d e s ta c a r q u e p u ed e te- nas, c u a n d o d escu b re, sin s a b e r q u e se tra ta del m ism o niño,
n er lib rem e n te u n a m a n te sin q u e su p a d re lo sep a. Es, d es- qu e él es cu lp ab le del m ism o delito.
de luego, u n a jo v e n p o b re. P ero q u e d a claro d esd e el co- El te a tro de M e n a n d ro nos ofrece, pues, u n a im agen de
m ien zo de la o b ra q u e M o s q u ió n p ie n sa c o n v e rtirla en su es- la m u j ^ a l g o difere nte de la qu e e n c o n tra m o s en el co n ju n -
posa, y si re n u n c ia a v en g a rs e de las so sp ech a s d e su p a d re to de la /literatu ra griega: co n c u b in a s y co rte sa n as ge ne ro -
ad o p tiv o alistán d o se com o so ld ad o , es p o rq u e a p re c ia d e m a - sas, jó y én es nobles y d es in teresa d a s q u e d is fru ta n a p a re n te -
siad o a «su q u e rid a P lang ó n ». m e n te de u n a c ie rta lib e rta d . Es difícil d e te rm in a r si esto es
L a tra m a de E l arbitraje es a ú n m ás c o m p lica d a q u e la señ al de u n a evolución o resp o n d e a u n a a c titu d p e rso n a l de
de L a doncella de Samos. T a m b ié n a q u í g ira en to rn o a u n hijo M e n a n d ro . Es posible q u e esta revalo rizac ió n de la im agen
ilegítim o, p ero con ceb id o en c irc u n stan cias m u ch o m ás d r a - de la m u je r — cu y a situ a ció n «oficial» no m u e stra , p o r o tra
m áticas, ya q u e se tra ta de u n a violación. C arisio y P án fila p a rte , cam bio alguno: sigue siendo el p a d re o el h e rm a n o el
llevan casad o s cinco m eses. C arisio , a la v u elta d e u n a co rta en ca rg a d o de su cas am ien to , sus hijos son legítim os sólo en
au se n cia, d escu b re q u e P á n fila h a d a d o a lu z u n hijo al q u e el caso de qu e ella sea aten ien se— resp o nd e a u n a evolución
h a a b a n d o n a d o en seg uid a. D eja fu rioso su casa y se re - de la so ciedad de la q u e sólo po dem os a d iv in a r d e sg ra cia -
fu gia en casa d e u n am ig o en c o m p añ ía d e u n a jo v e n c o rte - d a m en te algun os aspectos ya señalad o s. Es poco p ro b ab le
s a n a esclav a, H a b ró to n o n , cuyos servicios h a re q u erid o . Sin q u e la condición de la m u je r aten ien se h a y a ex p erim e n tad o
em b a rg o , esta esclava de C a risio recon oce en tre los objetos cam bios p ro fun dos, ta n to en el á m b ito rea l com o en el im a -
en c o n trad o s j u n to a u n recién n acid o a b a n d o n a d o y recog i- gin ario, com o lo m u e stra el lu g a r q u e le rese rv a n los filóso-
do p o r u n ca rb o n e ro y su m u jer u n an illo q u e h a b ía p e rte n e - fos y los p en sad o res políticos en sus construccion es ideales.
cido a su am o y q u e éste h a b ía p e rd id o u n a n o che en q u e
se c e le b rab a la fiesta d e las T a u ro p o lia s c u an d o , es tan d o
eb rio , h ab ía v iolad o a u n a jo v en . Al final d e la o b ra se d es-
cu b re, g racia s a H a b ró to n o n , q u e P án fila es la jo v e n q u e C a -
risio violó a q u e lla noche, y q u e el niñ o es hijo d e am bo s.
144 L A M U J E R E N L A G R E C IA C LA SIC A
la m e d id a d e lo p osible, la m u je r c o m p a rta las ta re a s del to n p rev é qu e los futu ro s esposos p u e d a n elegirse un o al otro
h o m b re ta n to en lo referen te a la ed u c a ció n com o en tod o p a ra q u e las u n io n es se a n m á s co nv enien tes, y q u e «se co-
lo de m ás» 13. no zcan» an tes del m a trim o n io . E l am o r, en efecto, d eb e u n ir
E n tre estas «tare as» se in cluy e, p o r su p u esto , la ac tiv i- a am b o s esposos, y sólo las relacion es conyugales son « con-
d a d g u errera . Y a hem o s v isto q u e P la tó n co n sid e ra b a a las form es a la n a tu ra lez a » . F in a lm e n te , y é sta es u n a a firm a -
m u jeres a p ta s p a ra la m ism a. Y no es q u e éstas te n g a n q u e ción q u e va en c o n tra de to d a s las p rá c tic a s aten ien ses, el
ir a la g u erra ; p ero al m en o s tie n en q u e ser ca p a ce s de d e- a d u lte rio m a scu lin o es ta n co n d en a b le com o el de la m ujer,
fen d er la c iu d a d en caso de a ta q u e . P ero lo q u e h ace q u e el y ni siq u iera está p e rm itid o el d isfru te trad icio n a l de las pa -
lu g a r d e la m u je r en la c iu d a d d e las Leyes sea a ú n m ás o ri- llakaíy d e las c o n c ub in a s. « N a die se a tre v e rá a to c a r a n in -
g in a l es q u e se le recon oce el d erec h o a u n a activ id a d p ú - g u n a o tra p ers o n a n a cid a libre q u e n o sea su p ro p ia esposa,
blica, q u e ex isten m a g is tra tu ra s fem en in as (p rin c ip al dife- ni a se m b ra r u n a sim iente ileg ítim a en las co n cu bin as o in-
ren c ia ésta con la c iu d a d d e la República) 14. L as m u jeres p u e - fértil en los v aron es c o n tra n a tu ra le z a » I5. U n a vez m ás nos
d e n a cc ed er d e e s ta fo rm a — com o in s p ec to ra s d e los m a tr i- ^ e n c o n tra m o s al n iñ o en el cen tro del p ro b le m a , com o en las
m on io s, su p erv iso ra s d e la ed u cació n d e los n iñ o s— a los ar- ley§s q u e cas tig a n el a d u lte rio en A ten as. S in em gargo , es-
chaí, a los p u esto s oficiales, p u esto s específicam en te fem en i- tas /disposiciones re la tiv a s ta n to a la p rá c tic a d el co n cu b in a -
nos, es cierto , p ero q u e les facilita n u n a p a rce la d e p o d e r en to com o a la d e la h o m o sex u alid ad v a n en c o n tra d e todas
la c iu d a d , q u e les p e rm ite n p a rtic ip a r con el m ism o d erech o las p rác tic a s h a b itu a le s enton ces en la so cied ad a ten ien se.
q u e los h o m b res en los « h o n o res» , e n tre los q u e d e s ta c a Y su rg e la p re g u n ta ine v itab le : ¿debem os c o n s id e ra r a
com o m á s s o rp re n d en te la a siste n c ia a com id as en co m ú n, P lató n u n fem in ista? S e ría arrie sg a rn o s d em asiad o , y p o d ría -
sem ejan te s a los syssitia de los h o m b res, y con u n a fin alid ad m os e n tre sa c a r, a veces a d iv in an d o en tre línea s, m uc ho s con -
d e co n fra te rn iza ció n a risto c rátic a se m e ja n te a la d e éstos. F i- ceptos que m u e s tra n h a s ta q u é p u n to la im ag en tra d ic io n a l
n a lm en te , y a u n q u e el re s ta b le c im ien to d e la m o n o g a m ia las seg uía es tan d o p res e n te incluso en u n p e n s a d o r ta n poco
s itú a b ajo la kyria d e sus esposos, las m u jeres tien e n la p o - co nform ista. L as m u jeres, a p e s a r d e ser « u n a m ita d de la
s ib ilid a d , c u m p lien d o cierto s req u is ito s, d e in ic ia r acciones ciu d a d » , son, sin em barg o , seres inferiores. A u n q u e p a rtic i-
ju d ic ia le s. p a n en la e d u c ació n y en la v id a de la c iu d ad , ni rec ib en la
D ich o re s ta b le c im ie n to d el m a trim o n io com o b ase d e m ism a edu cac ió n ni acc ed en a los m ism os pu estos . T ie n e n
la c o m u n id a d cív ica no sign ifica u n reto rn o a la re a lid a d a te - u n com etido en la g u e rra , p ero pasivo , y las atenc io nes que
n iense. E l m a trim o n io , así co m o tod as las d em á s a c tiv id a - la esp osa rec ib e del esposo e stá n d irig id a s so bre to do a ase-
d es llev ad a s a cab o en la c iu d ad de las Leyes, e stá so m etid o g u ra r en las m ejo res con dicio nes la p ro c reac ió n d e hijos le-
a u n a e s tre c h a v ig ilan cia. P ero, p a rad ó jic a m e n te , d ic h a v i- gítim os. F in a lm e n te , si bien en la c iu d a d id e al de la Repúbli-
g ilan cia o to rg a a la m u je r u n tip o d e v id a q u e no te n ía en ca la m u je r g u e rre ra e s ta b a lib e ra d a d e to d a a ctiv id a d d o -
la re a lid ad ate n ie n se c o n te m p o rán ea . A sí p o r ejem p lo , P ía- m éstic a, en la c iu d ad « seg u n da» de las Leyes la m u je r sigue
L A M U J E R E N L A G RE C IA CL ASIC A
L A M U J E R E N L A C IU D A D U TO PIC A
sien do e sen cialm e n te la déspoina en oikía, la s eñ o ra de la casa. crea d o u n sexo fuerte y u n sexo déb il, de form a q u e u n o sea
N o es m enos cierto , sin em b a rg o , q u e la m u je r o cu p a u n m ás d a d o a es tar s ob re aviso p o r c au sa de su te n d en c ia al
lu g a r a p a rte , in h a b itu a l, en la u to p ía d e P lató n , y q u e no es tem o r y el o tro sea m ás capaz, en ra z ó n de su virilida d , de
fácil sa b e r si ello se deb e a la o rig in a lid a d del p en s am ien to repe le r al agresor; q u e u n o p u e d a tra e r los bienes de fuera,
del filósofo o ex p re sa u n a re a lid a d n u e v a q u e el filósofo su p o q ue el otro cu id e de lo q u e h ay en casa; y en cu a n to al re-
c a p tar. p a rto del trab a jo , un o es m ás a p to p a ra llevar u n a v id a se-
L a o rig in alid a d es eviden te. B asta , p a r a co n v en cerse d e d e n ta ria y carece de la fuerza suficiente p a ra o c u p a rse de las
ello, con re c o rd a r a su d iscíp u lo m ás fam oso y ta m b ié n un o ta re as d e fuera, m ie n tra s qu e el otro, m enos d a d o a la tra n -
d e los ta len to s m ás sólidos d e tod os los tiem p os, A ristóteles. q u ilid a d , consigue a lc a n z a r la p le n itu d v ital en los trab a jo s
E ste no d u d a en h a c e r u n a crític a en la Política d e los m o - activos. F in a lm ente, p o r lo q u e concierne a los hijos, los dos
delos p ro p u esto s p o r su m aestro. H ay u n h ech o sig nificati- sexos p a rtic ip a n en su concepción, p ero el b ien d e los m is-
vo: p rá c tic a m e n te no se d etien e en las dispo siciones re la ti- m os req u ie re d e c a d a u n o de los dos p a d res u n com etido p a r -
vas a las m u jeres, ex cep to p a ra c ritic a r la c o m u n id a d in s- ticu la r: u no se c u id a rá de criarlo s, el otro de edu carlo s» 17.
ta u ra d a en la República . Y c u a n d o él m ism o e la b o ra u n p ro - E n el libro I I I del m ism o tra ta d o , u n a com pila ció n de épo-
yecto d e c iu d a d id ea l, las m u jeres n o a p a re c e n p a ra n a d a , ca ta rd ía , a p a re c e la tra d ic io n a l oposición en tre la m u jer
a u n q u e h a y a d ic h o p re v ia m en te , re to m a n d o la fó rm u la de co n sa g ra d a a las ta re as d e la ca sa y el h o m b re , cuya a ctivi-
su m a estro , q u e c o n stitu ía n la m ita d de la ciu d ad . L a fu n - d ad está vo lcad a po r com p leto fu era de la m ism a. Y se ex-
ción q u e tien e la m u je r es,-«según él, fu n d a m e n ta lm e n te d o - h o rta im p e rativ a m e n te a la m u je r a obe decer a su m a rid o
m éstica: tiene a su cargo la co n serv ació n d e los bien es a d - «sin o c u pa rs e p a ra n a d a d e los a su n to s dé la ciudad » 18. Se
q u irid o s p o r su m arid o , es tra d ic io n a lm e n te la señ o ra del oi- hace referencia a los g ra n d e s héroes del m ito y de la e pop e-
kos , y su « v irtu d » , d ifere n te d e la d el h o m b re , no le p erm ite y a, y es p o r su p u esto P enèlope la q u e se pone com o ejem plo
b ajo n in g ú n c on ce p to d e s a rro lla r a c tiv id a d a lg u n a en la ciu - de m ode lo de las v irtu d e s fe m en in as, m ie n tra s q u e U lises,
d a d . Y el ejem plo d e E s p a rta , cu y a d ec a d e n c ia se im p u ta a p o r su p arte, se p re s e n ta com o el esposo m odelo, cap a z de
la riq u e z a y a la in flu en cia d e las m u jeres, vien e a co n firm ar resistir a los en canto s de C alip so p a ra volver ju n to a su q u e -
este p la n te a m ie n to 16. rid a esposa.
H a lla m o s de n u ev o estos tem as en u n texto a trib u id o al N o se p ued e neg ar, pues, la o rig in a lid ad de P lató n con
m ism o A ristó teles, el Económico , a p e s a r d e h a b e rs e co m p ro - respecto al p e n s am ien to con tem p o rán eo . A l conced erle a la
b a d o q u e n o es suyo. E ste texto, fech ad o p o r los c o m e n ta - m u jer un lu g a r en la ciu d ad , ro m p ía a ciencia cie rta con los
ristas en los ú ltim o s d ecenio s del siglo IV, recoge en el libro valores trad icion ales. ¿A caso h ay q u e ir m ás lejos y su p on er
I las id eas m ás im p o rta n te s d e s arro lla d a s p o r J e n o fo n te en que e sta r u p tu ra no e ra sino la exp resión d e u n a re alid a d
su Económico . E n él se p re s en ta al h o m b re y a la m u je r com o n u ev a, presagio d e la épo ca h elen ística, q u e P la tó n sup o c a p -
co m p le m e n ta rio s en el seno d e la fam ilia: « L a n a tu ra le z a h a ta r m ejor q u e los dem ás? Es difícil decirlo. C ie rta m e n te h e-
L A M U J E R E N L A C IU D A D U TO PIC A L A M U J E R E N L A G R E C IA CL AS ICA
su hija una dote de quinientas dracmas tenía que poseer él mismo mente el hecho de que se insista en la ausencia de los hedna prue-
un patrimonio de al menos dos mil dracmas. Si tenemos en cuen- ba que estamos ante casos excepcionales que se justifican por el
ta que, en el año 322, doce mil de los veintiún mil atenienses con valor del héroe (Aquiles) o por los servicios que puede ofrecer
los que entonces contaba la ciudad tenían un patrimonio cuyo va- (Otrinoeo). La práctica habitual para quien quiere unirse en ma-
lor era inferior a dicha suma, estamos tentados de pensar que la trimonio con la hija de un héroe es el ofrecimiento de los hedna3
dote no era obligatoria, y que especialmente los más pobres casa- regalos que consisten en objetos preciosos (trébedes, joyas), cabe-
ban a su hija áproikos, sin dote. Sabemos no obstante que, en al- zas de ganado o esclavos. Pero ¿acaso se puede hablar, como a ve-
gunos casos, se ocupaba de dotar a las huérfanas de guerra. Tam - ces se ha hecho, de «matrimonio por compra»? La fórmula ha sido
bién se podía contar con la generosidad de parientes o amigos muy criticada por M. I. Finley 7: la noción misma de compra
para dotar a una joven pobre. Finalmente, la ley preveía que la — que supone un equivalente— es desconocida en el mundo ho-
muchacha heredera de una fortuna pequeña recibiría de su pa- mérico. Los intercambios se hacen sobre la base de entrega y re-
riente más próximo, si éste se negaba a casarse con ella, una dote cepción de regalos, y dependen no del valor de los productos in-
proporcional a la fortuna de dicho pariente 5. Por consiguiente, la tercambiados sino de aquellos que practican el intercambio. El de
dote estaba bastante generalizada, y por ello constituía una prue- las mujeres responde a los mismos principios, y la presencia o la
ba evidente de la legitimidad de una unión. ausencia de hedna está en función del valor respectivo de las fami-
Pero se plantea entonces el problema del origen de esta cos- lias que participan en él. Si Agamenón ofrece a su'hija sin hedna
tumbre, y, como consecuencia de ello, el problema de su signifi- es porque en el intercambio establecido con Aquiles el valor de
cación real. En los poemas homéricos, en efecto, sólo en dos oca- éste es superior al suyo. Pero la mayoría de las veces es la situa-
siones se hace referencia a los proix (Odisea X II I , 15; X V II, 413), ción inversa la que prevalece: el joven que quiere conseguir la
y el significado del término es el de regalos, sin relación alguna mano de la hija de un héroe, o de la supuesta viuda de un héroe
con el matrimonio, y este término designa tanto los regalos que el en el caso de Penélope, debe ofrecer regalos a aquel cuyo valor es
futuro esposo entrega al padre de la joven, como los bienes con- superior al suyo. Esto viene también a justificar el empleo del mis-
cedidos por el padre de ésta a su futuro yerno. Gomo ha señalado mo término para designar tanto los dones que ofrece el preten-
J. P. Vernant 6, este doble significado del término hedna es una diente a su futuro suegro como los bienes entregados por el padre
prueba de que el matrimonio no se ha institucionalizado todavía de la joven a su futuro yerno. Este último empleo es desde luego
como práctica social. A sí por ejemplo, asistimos en la Ilíada al ofre- más raro. Pero no es necesario para justificarlo imaginar interpo-
cimiento que hace Agamenón a Aquiles, para conseguir que vuel- laciones tardías, así como tampoco suponer que la coexistencia de
va al campo de batalla de los aqueos, de una de sus hijas junto las dos prácticas en apariencia opuestas refleja una evolución tar-
con abundantes regalos (Ilíada, IX , 132 ss.) que pueden conside- día. En realidad ambas prácticas son una muestra, como ya se ha
rarse como el equivalente de una dote, a pesar de que él mismo visto, de un sistema de valores, el de la sociedad aristocrática de
no exija de su futuro yerno los hedna tradicionales, es decir, los pre- los poemas, y no existe entre ellas y la proix de la época clásica
sentes que el pretendiente debe ofrecer normalmente al padre de una relación directa.
la joven. De igual forma, el héroe troyano Otrinoeo que combate Esta última se inscribe, en efecto, en el marco del sistema cí-
junto a Príamo le pide a su hija anáednos, sin hedna, pero con la pro- vico. Nos gustaría poder precisar el momento en que se imponen
mesa de realizar una gran hazaña (X III, 365 ss.). Pero precisa- los valores cívicos, pues es entonces cuando la proix sustituyó en
A P E N D IC E i 167 16 8 LA M U J E R E N L A G RE CIA C LA SICA
cierta forma a los hedna. Desgraciadamente poseemos sólo pocos hecho, y exceptuando a algunos miembros de las viejas familias
indicadores. Nos ocuparemos de dos de ellos. El primero hace re- aristocráticas, la mayoría de los atenienses se casaban som etién-
ferencia al matrimonio de la hija del tirano Clístenes de Sición, dose a las normas de la comunidad. Ahora bien, esta comunidad
matrimonio que podemos localizar con toda verosimilitud en la es, teóricamente al menos, una comunidad isonómica, una com u-
primera mitad del siglo VI. Ya se ha dicho que este matrimonio nidad de iguales. Por consiguiente, el intercambio de regalos ya
remitía a las prácticas de la época heroica: Agarista fue consegui- no tiene razón de ser en las relaciones entre miembros de dicha
da por el ateniense M egacles al término de un agón, de una lucha comunidad. Por otro lado, la costumbre del reparto de los patri-
entre los pretendientes, que duró un año entero. Cuenta Herodo- monios, que al parecer funcionaba desde comienzos del siglo VI,
to que a la corte del tirano acudieron todos los jóvenes nobles que hasta el punto de habérsele atribuido a veces el origen de la crisis
había en Grecia, quienes rivalizaron entre sí tanto por sus haza- agraria que afecta a Atenas en vísperas del arcontado de Solón,
ñas como por los presentes ofrecidos 8. El segundo es una indica- tal vez desempeñó un papel importante, ya que la dote constituía
ción de Plutarco en la Vida de Solón. Según ésta, parece ser que el una especie de compensación que permitía mantener el equilibrio
legislador ateniense prohibió las dotes y decidió que «la desposa- en el régimen de la propiedad. Lo que explicaría a la vez las m e-
da sólo llevaría consigo tres vestidos, objetos de poco valor y nada didas tomadas para evitar que dotes demasiado considerables lle-
más. No quería que el matrimonio se convirtiese en un negocio lu- guen a romper dicho equilibrio, pero también el cometido que los
crativo y un comercio» 9. Es de todos conocido que Plutarco ha autores antiguos atribuían a las dotes, a las que consideraban un
novelado en bastante medida las Vidas de sus hombres ilustres. elemento determinante en la evolución de los bienes raíces. Final-
Sin embargo, lo que hace es recoger tradiciones que no pueden re- mente, no hay ninguna duda de que la dote se inscribe en un sis-
chazarse pura y simplemente. Y la medida que él atribuye a So- tema de evaluación de los bienes que nos remite una vez más, al
lón se inscribe en un conjunto de medidas suntuarias destinadas menos por lo que Atenas se refiere, al siglo VI.
a hacer más real la igualdad entre los miembros de la comunidad
cívica, sin perjudicar por ello la propiedad. Señalemos también
que Plutarco emplea el término de phemé en lugar de proix .
Tal vez nos sea más fácil, con estos datos, intentar alguna ex-
plicación. El matrimonio de Agarista no nos remite solam ente a
la época heroica. Es también el reflejo de una realidad: que en el
siglo VI la institución matrimonial no estaba aún consolidada ni
se regía por las reglas que adoptará en la época clásica. El hijo
de Agarista no es otro que Clístenes, el legislador ateniense, el fun-
dador de la democracia. Y tenemos otros ejemplos de uniones pa-
recidas entre miembros de la aristocracia ateniense y extranjeras
nobles. En realidad, sólo a partir del 451, año de la famosa ley de
Pericles, las únicas uniones legítimas serán las que se lleven a cabo
entre un ateniense y la hija de un ateniense. No obstante, la me-
dida atribuida por la tradición a Solón nos permite pensar que de
170 LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASICA
siempre para evocar los vínculos que unían a parejas del mismo
sexo. Y esto no sólo por lo que se refiere a los hombres, sino tam-
A P E N D IC E I I bién a las mujeres. N o olvidemos que la única expresión de un sen-
timiento amoroso procedente de una mujer que ha llegado hasta
nosotros se la debemos a Safo, la famosa poetisa de Lesbos, que
L a m ujer griega y el am or
dedicaba versos encendidos de pasión y de deseo a sus jóvenes
compañeras I0.
Antes de determinar el lugar que tenía el amor en la vida de
las mujeres griegas, es necesario interrogarse sobre la importancia
que pudieron tener en el mundo griego las relaciones homosexua-
les. Partiremos de un texto muy conocido, el Banquete de Platón,
cuyo tema es precisamente el amor. U no de los participantes en
el diálogo es el poeta cómico Aristófanes, que interviene en el de-
bate de forma burlona recordando que en una época pasada exis-
tían tres epecies de humanos: el varón, la hembra y el andrógino.
Estos humanos tenían una forma extraña, «redonda, con la espal-
da y los costados redondeados, cuatro m anos, cuatro piernas, dos
caras completamente parecidas sostenidas sobre un cuello redon-
do, y sobre estas dos caras opuestas entre sí una sola cabeza, cua-
¿Qué lugar ocupaban el amor y la sexualidad en la vida de la mu- tro orejas, dos órganos genitales y todo lo demás en la misma pro-
jer griega? Es una pregunta de difícil respuesta. Por un lado, los porción» H. Estos singulares seres humanos quisieron atentar con-
griegos eran menos discretos que nosotros en todo lo referente a tra los dioses, y Zeus, para castigarlos, los cortó en dos. Pasemos
la sexualidad. La representación de los órganos sexuales masculi- por alto los detalles de esta operación quirúrgica, pero detengá-
nos y femeninos era algo corriente, como lo atestiguan pinturas monos en las consecuencias: desde ese m omento, cada cual sueña
de vasos y esculturas. Algunas fiestas religiosas en honor de Dio- con encontrar de nuevo su «mitad»; dicho de otra manera, «todas
nisos se acompañaban de una procesión fálica, y las mujeres ha- las mujeres que son una mitad de una hembra primitiva no pres-
cían pasteles en forma de órganos sexuales masculinos y femeni- tan ninguna atención a los hombres y prefieren interesarse por las
nos para dárselos en ofrenda al dios. El carácter licencioso de al- mujeres»... «Los que son una mitad de varón se interesan igual-
gunas bromas en el teatro de Aristófanes y en la comedia en ge- mente por los varones», y «cuando llegan a la edad viril aman a
neral es un ejemplo elocuente de que no había ninguna prohibi- los muchachos, y si se casan y tienen hijos, no es por seguir una
ción que impidiera las alusiones a las diferentes manifestaciones inclinación de la naturaleza, sino porque están constreñidos por
de la sexualidad. la ley». Solamente «los hombres que son una mitad de aquellos
Pero si bien los griegos hablaban del amor físico con una total seres compuestos de dos sexos que se llamaban andróginos aman
franqueza, eran menos locuaces en lo relativo al sentimiento amo- a las mujeres», «así como también todas las mujeres que aman a
roso. M ás aún, si alguna vez accedían a hablar de ello, era casi los hombres» 12.
A P E N D IC E I I L A M U J E R E N L A G RE C IA C L AS IC A
Es evidente que para el poeta cóm ico, al menos tal como se eromene, fuese o no de naturaleza sexual, se integraba en un marco
expresa en el diálogo de Platón, sólo la relación homosexual es social muy determinado, el de la ciudad aristocrática. Siguiendo
una relación «normal»; la otra, la que une al hombre y a la mu- con el Banquete, Platón hace decir a Pausanias, uno de los interlo-
jer, deriva de esos seres híbridos que son los andróginos. Poco im- cutores de Sócrates, que considerar al amor entre muchachos como
porta saber si Aristófanes dijo alguna vez tales palabras. Pero el algo vergonzoso es algo propio de bárbaros o de tiranos: «Los ti-
hecho de que estén presentes en el diálogo atestigua que los grie- ranos, desde luego, no pueden permitir que entre sus súbditos sur-
gos no consideraban la homosexualidad como una desviación con jan personas de gran valor, ni am istades ni uniones sólidas que el
respecto a una sexualidad normal. amor es especialista en formar* Los tiranos de Atenas lo aprendie-
El problema de la homosexualidad griega ha sido objeto de es- ron por experiencia. El amor de Aristogitón y la am istad de Har-
tudios recientes, todos los cuales ponen de relieve el carácter so- modio, sólidamente cimentados, destruyeron su poderío» l5. La re-
cial de un comportamiento sexual 13. La parte fundamental de di- lación de pederastia estaba teñida, pues, para los griegos, de un
chos trabajos se centra, por supuesto, en la homosexualidad mas- cáracter formador. Ligada al gim nasio — y es evidente que la des-
culina. Los testimonios sobre la hom osexualidad femenina son, en nudez de los cuerpos favorecía allí los acoplamientos— , también
efecto, escasos, y si exceptuamos los poemas de Safo y algunas pin- lo estaba a todo un sistema de valores aristocráticos. Pero no por
turas de vasos, estamos muy mal informados sobre un fenómeno ello excluía otras relaciones de naturaleza heterosexual. U n m is-
a cuyo desarrollo debían seguramente contribuir la existencia del m o hombre podía haber estado unido en su juventud a un aman-
gineceo y una cierta reclusión de las mujeres. Por el contrario, el te mayor que él, haber servido después, ya convertido en hombre
conocimiento de la homosexualidad masculina, especialmente en adulto, de mentor a un adolescente, y no solamente podía casar-
la modalidad «pederàstica», nos llega a la vez a través de nume- se, por supuesto, sino también buscar placer en la relación am o-
rosos testimonios literarios y de no menos numerosos testimonios rosa con una o varias mujeres. Por lo demás, es significativo que
iconográficos. Es necesario, en efecto, distinguir la pederastia de sea precisamente este amor, el amor heterosexual, el que con más
la hom osexualidad propiamente dicha. Sólo la primera disfrutaba frecuencia es llevado al teatro, sea éste trágico o cómico. Y hemos
de una situación social bien considerada y tenía una función pe- visto que en la epopeya la mujer era ya también un objeto eróti-
dagógica. El hombre mayor que se ataba afectivamente a un ado- co, fuese esposa o cautiva. Es m ás,j la desconfianza hacia las mu-
lescente, a un pais, se convertía en cierto modo en su mentor, aquel jeres, cuya intensidad hem os podido comprobar en H esíodo, Aris-
que le ayudaba a pasar de la adolescencia a la edad viril. No fal- tófanes y otros, es la contrapartida de su atractivo sexual, y pre-
taban las referencias míticas o épicas que justificaban tales amo- cisam ente por esta razón, porque los hombres no podían luchar
res — Zeus y Ganimedes, Aquiles y Patroclo— , y sólo algunos pen- contra esta atracción, consideraban a la mujer como un ser temi-
sadores ingenuos o conformistas como Jenofonte podían imaginar ble, llena al mismo tiempo de astucia, de metis, y de hechizo.
que ese tipo de relaciones no tenían un carácter sexual 14. El ob- El objeto de este amor, de este deseo, era en primer lugar la
jetivo fundamental de Platón en el Banquete consiste en distinguir esposa, la que había sido elegida para tener herederos legítimos.
el amor profano, el amor de los cuerpos, del amor divino, el diri- Ya hem os visto, desde luego, que el matrimonio se presentaba pri-
gido al espíritu. Y esto es precisamente así porque el amor de los mero como una alianza entre dos familias, entre dos oikos3 y que
cuerpos existía también en las relaciones entre hombres. Dicho la futura esposa se contentaba la mayoría de las veces con ver por
esto, la relación entre hombre mayor y adolescente, entre erastés y primera vez el día de su matrimonio a aquel con quien iba a unir-
A P E N D IC E I I
174 LA M U JE R E N LA G R E CIA CLA SIC A
se. Pero aunque la elección de una esposa venía dictada casi siem- «CINESIAS: Ya no encuentro ningún aliciente en la vida desde
pre por consideraciones de orden material en las que no interve- que se fue de casa. Siento m ucha pena cuando entro en ella; todo
nía la atracción física, no hay que excluir sin embargo que dicha me parece desierto; y los manjares que como no tienen para mí
atracción física haya podido también ser determinante. Hacer hi- ningún sabor. Porque estoy en erección.
jos no era solamente un deber social y político, y no podemos de- M IRR IN A (al foro): Yo le amo, sí, le amo. Pero a él no le im-
jar de recordar a este respecto el célebre pasaje del Banquete de Pla- porta mi amor. N o me obligues a ir a su lado.
tón, en el cual Diotim a, la extranjera de Mantinea, define para Só- CINESIAS: Mi dulcísima Mirrinita, ¿por qué haces eso? Baja has-
crates lo que es el amor y de qué forma está ligado a la reproduc- ta aquí.
ción, pero también cómo sólo es posible esta reproducción si va M IRRINA: No, por Zeus, no iré.
precedida del deseo: «Cuando llegamos a cierta edad, dijo Dioti- CINESIAS: ¿No vas a bajar si te estoy llamando, Mirrina?
ma, nuestra naturaleza siente el deseo de engendrar, pero sólo pue- M IRRINA: M e llamas sin ninguna necesidad.
de engendrar en la belleza, no en la fealdad; y en efecto, la unión CINESIAS: ¿Yo, sin necesidad? Di más bien que no puedo
del hombre y de la mujer es concepción. Esta concepción es obra más» 17.
divina, y el ser mortal participa de la inmortalidad por la fecun- En un registro diferente, muestra Jenofonte en el Económico el
dación y la generación; pero esta mortalidad es imposible de al- mismo entendimiento físico entre marido y mujer, con ese tono
canzar en lo que es discordante; ahora bien: lo feo no armoniza moderado de hombre de bien que le es habitual. Iscómaco, el ate-
con lo divino, en tanto que lo bello sí lo hace. La belleza es, pues, niense modelo del diálogo, tras contemplar a su mujer «llena de
para la generación una Moira y una Ilitiya. Por ello, cuando el afeites de albayalde para aclarar la tez más de lo natural, muy m a-
ser impaciente por dar a luz se aproxima a lo bello se vuelve go- quillada con orcaneta para aparentar un color más rosado del que
zoso, y, en su júbilo, se dilata y da a luz y produce; en cambio, en realidad tenía, con zapatos de altos tacones para parecer más
cuando triste y ceñudo se aproxima a lo feo, se da la vuelta y no alta de lo que naturalmente era», se propone demostrarle la su-
engendra; retiene su germen y sufre. Ahí se origina el éxtasis que perioridad de la belleza en estado natural sobre una belleza arti-
siente el ser fecundo y lleno de vigor en presencia de la belleza, ficial a base de afeites. Para lo cual, empieza preguntándole:
porque ésta le libera del profundo sufrimiento del deseo...» I6. D io- «¿Acaso no nos hemos casado para que nuestros cuerpos formen
tima habla aquí como un hombre y lo que describe es el deseo mas- también una comunidad?» Y al recibir una respuesta afirmativa
culino, pero un deseo que va dirigido a la mujer, y pues de lo que de su esposa, continúa diciendo: «En esta comunidad de nuestros
se trata es de concepción, a la mujer de la cual se espera una des- cuerpos, ¿cómo crees que merezco más tu amor: tratando de ofre-
cendencia legítima. certe un cuerpo sano y vigoroso gracias a mis cuidados y que veas
Este deseo de la esposa legítima es también el motivo funda- que el color de mi piel es por eso natural, o embadurnándome de
mental de la comedia de Aristófanes, Lisístrata . Son innumerables bermellón o maquillándome con rosicler debajo de los ojos para
las citas que muestran de manera cruda la situación en la que se aparecer ante ti y tomarte en mis brazos, y engañarte así, ofre-
encuentran, en la obra, los pobres atenienses, incapaces de conte- ciendo a tus ojos y a tus caricias bermellón en lugar de mi piel
ner su deseo e incluso de disimularlo delante de los espectadores. con su color natural?» í8.
Es muy elocuente a este respecto el diálogo que mantienen Mirri- Pero no todos los hombres pensaban como Iscómaco, y gra-
na, una de las compañeras de Lisístrata, y su esposo: cias a numerosos testimonios sabemos que las cortesanas no eran
A P E N D IC E / /
176 L A M U J E R E N L A G RE CIA C LA SICA
demasiado ralas? Se las riñen con hollín de lámpara. ¿Son dema- vía de intermediaria entre los dos amantes. D espués, tras conocer
siado oscuras? Las untan con albayalde. Sí la cortesana tiene la por m edio de la sirvienta que Eratóstenes iba a venir a su casa
piel dem asiado blanca, se pone colorete. Si hay alguna parte de una noche, reunió a varios amigos y consiguió sorprender a su mu-
su cuerpo especialmente atractiva, la deja al descubierto. ¿Tiene jer en flagrante delito: «Al empujar la puerta de la habitación, los
dientes bonitos? Se pasa el tiempo provocando la risa para que el primeros que entraron conmigo, y yo mismo, tuvimos tiempo de
acompañante pueda admirar la boca de la que tan orgullosa está. ver al hombre acostado junto a mi mujer; los que venían detrás
Si no tiene ganas de reír... sostiene una fina rama de mirto entre lo vieron com pletam ente desnudo en la cama» 25. Esta escena de
los labios, de manera que no le quede más remedio que sonreír vodevil acabaría trágicamente con el asesinato del culpable, pues
aunque no quiera» 22. Eufileto utilizó com o pretexto la ley que permitía al marido que
Pero los reproches dirigidos por Jenofonte a su joven esposa de- sorprendía a su mujer en flagrante delito de adulterio matar a su
muestran que las mujeres de la buena sociedad también recurrían cómplice sin mediar proceso alguno. De todas maneras, el proce-
a estratagemas semejantes para retener a sus esposos. Los afeites, so se llevó a cabo, pero contra Eufileto, y gracias a la defensa que
los vestidos provocativos, las túnicas transparentes a las que alu- . él mismo pronunció en su defensa conocemos esta historia. A tra-
de Lisístrata, tantas armas utilizadas por las mujeres para atraer ? vés de la misma podemos adivinar también una realidad cotidia-
a los hombres, maridos o amantes, a los que querían seducir o re- na diferente de la imagen bastante desdibujada que un simple aná-
tener. Y una vez más comprobamos que también en este terreno lisis de la vida de las mujeres a partir de su condición social y ju-
había una cierta distancia entre la condición social de la mujer ( rídica nos permite contemplar.
— eterna menor que pasa de la tutela de su padre a la de su m a- \í Las mujeres griegas no eran por lo tanto simples reproducto-
rido— y su condición real 23. El discurso de Lisias Defensa de la ^ ras destinadas a dar hijos legítimos a sus esposos y ciudadanos a
muerte de Eratóstenes, una de las fuentes que nos proporciona infor- la ciudad. Y la distinción que hace el orador del discurso Contra
Neera entre las cortesanas dedicadas al placer y las esposas legíti-
mación sobre la legislación relativa al adulterio en Atenas, es asi-
mas consagradas a la procreación era bastante simpliíicadora, y
mismo un testim onio elocuente de las tretas a las que una mujer
destinada más a apoyar su demostración que a reflejar la reali-
podía recurrir para satisfacer su deseo y engañar al marido. Sin
dad. Es cierto que el comportamiento de las mujeres frente a la
duda alguna, la iniciativa en este enredo partió de Eratóstenes,
pasión amorosa y al deseo nos ha llegado a través de las palabras
quien, tras haber visto a la joven mujer con ocasión de los fune-
^ de hombres. Pero lo que Safo, única mujer que ha descrito la pa-
rales de su suegra, sobornó a la joven esclava que iba al mercado
V sión amorosa, sentía por sus jóvenes compañeras, podían otras ex-
para entrar en contacto con la mujer codiciada 24. Pero ésta, una
perimentarlo por el hombre que amaban. No podem os dejar de ci-
vez que se convirtió en la amante de Eratóstenes, sólo pensaba en
tar algunos encendidos versos de la poetisa. Esto le decía a una
facilitar las visitas nocturnas de su amante, y con el pretexto de
tal Agalis: «Apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra.
que tenía que ocuparse de su hijo recién nacido, instaló en la plan-
Al punto se me espesa la lengua y de pronto un sutil fuego me co-
ta baja de la casa el cuarto de las mujeres y relegó a su marido
rre bajo la piel, por mis ojos nada veo, los oídos me zumban, me
al piso alto. Pues bien, si Eufileto, el marido engañado, no hubie- invade un frío sudor y toda entera me estremezco, más que la hier-
se sido alertado «solícitamente» por una antigua amante de Era- ba pálida estoy y apenas distante de la muerte me siento,
tóstenes, celosa por verse desdeñada, nunca se habría enterado de infeliz» 26.
su infortunio. Primero hizo confesar a la joven sirvienta que ser-
I
A P E N D IC E 11
op. cit.,
litada,
Ib id
Ibid.,
Odisea
Ibid.,
lbid.,
M. The
World of Odysseus,
Ilu da,
Odisea,
Riada,
Ibid.,
Odisea,
Ibid.,
Mythe et Société en Grèce ancienne, Ibid.,
Dialoghi Ibid.,
di Archeologia,
Ibid.,
litada,
IV,
Arion,
La Fin de la dé-
mocratie athénienne,
L ’Odyssée», Problèmes de la terre en Grèce ancienne
Archaic Greece,
bienes
Early Greece,
mil
The Early Ionians,
importancia de los
Cf. para estos
Les Origines de la pensée grecque,
Esclavitud antigua e ideología
Les Esclaves en Grece ancienne
La Colonisation dans infra
F Antiquité,
Contra Afobo,
The Law o f At-
Política, kens, The Family and Property
Scritti
in .onore di Orsolina Montevecchi,
Contra Macártato,
Antigüedades romanas,
Historias filípicas, kyrios
Le kyria.
Monde grec et l'Orient, Le V Siècle,
id., Le IV e Siècle et l ’époque hellénistique, Contra Aristócrates,
República Leyes,
Infra
Contra Neera
Couroi et Cornetes,
Contra Neera,
Contra Eubúlides,
Le Chasseur noir,
Contra Filón,
En defensa de Formión
Vida
Contra Espudias, de Agis y Cleómenes. III,
Notice, La Tyrannie dans la Grèce antique,
Arethusa,
Chroniques dEgypte, The
Dark Age o f Greece,
Menander, A Commentary, Los trabajos...,
Memorables, y Arethusa,
Les Enfants d3Athéna,
Con-
tra Neera, Les Enfants d ’Athéna
Contra Evergoy Mnesíbulo, Ibid.,
Notice,
NO TAS
188 LA M U J E R E N LA G RE CIA CLASICA
Cahiers de Fontenay,
Lisístrata,
Ibid.,
Les E n-
Suplicantesi
fants d ’Athena,
Ibid.,
Lisístrata,
Agamenón,
32 Tesmoforiantes, j
Ibid.,
Ibid.,
Euménides,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid
Antígona,
Asamblea de las mujeres,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
infra Asamblea de las
Traquinias,
mujeres
Ibid.,
República.
Ibid.,
Ibid.,
V IV
Le Monde grec et l ’Orient Le siècle
Asamblea de las mujeres
Ifigenia en Tâuride,
Electra
Ifigenia en Aulide. Tke Use and Abuse o f History,
Ifigenia en Tâuride,
Medea, Política,
Ibid.,
Hipólito, Política,
Medea, República,
N O TA S L A M U JE R E N L A G RE C IA CLA SIC A
Ib id
Ibid.,
Ibid.,
supra,
República,
Ibid.,
Leyes, Contra
Ibid., Macártato,
polítis Mythe et Société en Gréce ancienne,
R ID A ,
Quaderni di Storia Economy and Society in Ancient Greece,
Leyes,
arché
Económico,
Ibid., Sapho and Alcaeus,
Banquete,
Ib id
L ’Ho-
mosexualité grecque Eros adolescent. La pé-
1 dérastie dans la Gréce antique,
Traditio, The Law o f Athens Re-
The Family and Property, Economie Rights ofW o- pública de los lacedemonios3
men in Ancient Greece,
op. cit.,
Ibid.,
NO TAS
Banquete
IV
Banquete,
Lisístrata
Económico
Lisístrata
Misántropo,
Contra Boeto, Contra Boeto,
supra,
Defensa de la muerte de Eratóstenes
Ib id
Poesías op. cit.,
Ibid.,
Ibid.,
litada
194 LA M U J E R E N LA G RE C IA CLA SIC A
Epoca homérica
R ID A ,
B I B L IO G R A F IA (Economy and Society in Ancient Greece,
Journal
o f the Warburg and Courtauld Institute,
L i-
berating Women’s History,
Minoica,
Epoca arcaica
Scritti
in onore di Orsolina Monteveccki, Greece and Rome,
Clas- Pandora’s Box. The Changing Aspects o f a Mythical
sical Journal3 Symbol,
«Astoxenoi.
Classical Review, Revue roumaine d ’Histoire,
Economic Rights o f Women in Ancient Greece, Apeiron,
Cali- Aris
fornia Studies in Classical Antiquity tophane, Les Femmes et la Cité ( Cahiers de Fontenay,
Traditio, Aretkusa,
Epoca helenística
Aretkusa,
Thesmophoriazousae Reflections o f
Recueils de la société Jean Bodin, Women in Antiquity
American
Recherches sur le mariage et la condition de la femme mariée à l'é- Classical Studies in Honor o f J. P. Vernant, Aretkusa
poque hellénistique,
Arethu-
sa,
REA,
Comptes rendus de
l 3Académie des Inscriptions et Belles-Lettres,
Aret-
kusa,
Les Enfants d’Athéna,
L }Homme,
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LA S IC A
(pallaké)j
IN D I C E A N A L IT IC O
LA M U JE R E N L A G R E C IA C LA SIC A
kyrios,
hedna
oikos
IN D IC E A N A L IT IC O
phemé,
proixy
_______________ Otros libros de Historia en Editorial Nerea:_______________