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La teoría del Apego fue formulada por John Bowlby, en el marco de la etología,
considerando al apego entre madre e hijo como una conducta instintiva con un
valor adaptativo. Alejándose de las explicaciones etológicas clásicas de conductas
innatas o aprendidas, planteó que la conducta instintiva no se reproduce siempre
de la misma forma ante una determinada estimulación sino que hay corrección de
objetivos en función de las condiciones ambientales.
El apego tiene que ver con diversas conductas cuya activación y desactivación,
así como también la intensidad de sus manifestaciones, va a depender de
diferentes factores contextuales. Desde esta teoría se sostiene que a través de las
experiencias tempranas se establecen vínculos entre el niño y el cuidador principal
que brindan seguridad y defensa.
La teoría del apego se ha constituido como base para investigar las relaciones
afectivas. Hazan y Shaver en sus investigaciones del amor de pareja sostuvieron
que el comportamiento del adulto en relaciones románticas está formado por
representaciones mentales, cuyos orígenes se encuentran en las relaciones del
niño con su cuidador principal.
Lee propuso una de las teorías del amor que posibilitaba medir el concepto.
Identificó tres estilos de amor primarios: Eros (amor pasional), Ludus (amor
lúdico), Storge (amor-amistad) y tres estilos de amor secundarios resultantes de la
combinación de los primarios: Manía (posesivo y dependiente), Pragma (amor
lógico y práctico) y Ágape (amor altruista). Shaver & Hazan propusieron que la
teoría del amor podría ser integrada a la teoría del apego, reduciendo la tipología
de Lee a tres estilos de apego.
Pese a que el término inmadurez puede resultar ofensivo o peyorativo para ciertas
personas, su verdadera acepción nada tiene que ver con retardo o estupidez. La
inmadurez emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas
situaciones de la vida, generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no
haya desarrollado la madurez o inteligencia emocional adecuada tendrá
dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la incertidumbre. Fragilidad,
inocencia, inexperiencia, podrían ser utilizadas como sinónimos, pero
técnicamente hablando, el término “inmadurez” se acopla mejor al escaso
autocontrol y/o autodisciplina que suelen mostrar los individuos que no toleran las
emociones mencionadas. Dicho de otra manera, algunas personas estancan su
crecimiento emocional en ciertas áreas, aunque en otras funcionan
maravillosamente bien.
La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: “Si las cosas no son como
me gustaría que fueran, me da rabia”. Tolerar la frustración de que no siempre
podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no
hay nada que hacer. Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y
aceptar, aunque sea a regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor.
Aquí no hay narcisismo, sino inmadurez.
“No soy capaz de aceptar que el amor escape de mi control. La persona que amo
debe girar a mí alrededor y darme gusto. Necesito ser el centro y que las cosas
sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la
desilusión. El amor debe ser a mi imagen y semejanza”.
Ilusión de permanencia.
La paradoja del sujeto apegado resulta patética: por evitar el sufrimiento instaura
el apego, el cual incrementa el nivel de sufrimiento, que lo llevará nuevamente a
fortalecer el apego para volver otra vez a padecer. El círculo se cierra sobre sí
mismo y el tormento continúa. El apego está sustentado en una falsa premisa, una
utopía imposible de alcanzar y un problema sin solución. Aceptar que nada es
para toda la vida no es pesimismo sino realismo saludable. Incluso puede servir de
motivador para beneficiarse del aquí y el ahora: “Si voy a perder los placeres de la
vida, mejor los aprovecho mientras pueda”. Esta es la razón por la cual los
individuos que logran aceptar la muerte como un hecho natural, en vez de
deprimirse disfrutan de cada día como si fuera el último.
No obstante, una cosa es que nos guste recibir amor y otra muy distinta quedar
adherido a las manifestaciones de afecto. Estar pendiente de cuanto cariño nos
prodigan para verificar qué tan queribles somos, es agotador tanto para el dador
como para el receptor.