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Inservible

“Conocía a los malditos, que se hacen llamar altruistas”

El papel de seda era endulzado tibiamente por la pluma marcada del color negro, tan espeso
como los grumos en el viejo tintero, la casa de madera asemejaba a una pocilga barata, tal se
adornaba con el chico, que ciertamente no sabía que escribir, se tardaba de apoco acomodar
las palabras, pensaba en la impresión que daba, y su único testigo no le juzgaba solo le
acompañaba enjaulada, su ave mensajera, pensaba matarla por el hecho de ser inservible a su
fin, nadie quien conociese deseaba al muchacho, sin embargo la promesa ferviente como vida
en primavera tras el mortuorio invierno inundaron su mente, pues hace un tiempo atrás ese
mismo hombre en busca del ocaso de la vida del ave, se encontró con cierta mujer, se
encontraba viajado, pensó en sumirse en lo primordial del pecado, solo para huir de miedo
que le daba vivir, sacrificaba su tiempo en soledad y cada uno de los saberes oscuros,
pertenecientes a las ciudades de Sodoma y Gomorra, sin embargo en su búsqueda inútil de
una perfecta muerte en sal, como renegado, había encontrado en un cabaret de la zona, la
mujer había causado un impacto en el, una mesera adornando la podredumbre del lugar, se
sentí y bebió, copa tras copa el espero hasta la mañana siguiente, como búho en busca de la
presa, no podía hacer otra cosa, pensaba en el destino o en la maldita fatalidad de Dios, quería
arriesgar en viaje la dependencia de su vida, pensaba que Dios tenía que existir en esas
oportunidades, no es posible que el azar diese tanta desdicha a un hombre; la vio salir y corrió
tras ella, se convirtió en la caza, y lentamente clavo sus arpas en ella, la miraba con sus ropas
sudadas tras la jornada, intuyo con una palabra el derecho de reclamar su atención

”Permíteme por favor, hacerte compañía”

Las trivialidades del coqueteo no le importaban, veía a esa mujer lastimada por la vida, ¿Qué
podía esperar de ese fortunio?, de ni siquiera aspirar en ese lugar a vender su encanto, tal
tetra a esa dama lo excitaba, veía en sus manos cicatrices, por el trabajo, carrizos enraizados
en sus muñecas, vio tal dolencia, y vio la necesidad de sanar, mujer cual si fuese la roca,
erosionada por el más cauto de los vientos y el más suave de los lloviznares, que lentamente
hasta al macizo mata, tras un largo tiempo en el mismo Cabaret, las palabras volaban a lo que
el chico pensaba, quería ella escuchar, del mismo modo ella, en el juego de la oportunidad,
pues no era joven, ni bella, entre copas ardientes que dilatan el deseo por la carne de
primogénita concepción, el hombre beso a la mujer suavemente, sentía de un beso sanar y eso
le daba poder, le daba control sobre la falta de vida que vino a alimentar, mientras la agarraba
lentamente de sus brazos lacerados, él y ella se prometieron amor.

En una época pasada, donde los andares llevaba a la perdida, donde nadie recriminaba la
muerte no por falta de ella sino por falta de encuentro, uso a fiel acompañante ignorante de
haber sido víctima de esa recriminación, el ave mensajera, pensaba mandarla desde su hogar
colindante a la cascada, necesitaba saber que ella era fiel a su ser, y que acallaría cualquier
vacilación de promesa a su amada, la primera carta, carcelaria en el pie del ave, voló, tan alto
que el muchacho solo pensó con codicia en aquella mujer, que lo había salvado cruelmente, la
carta contenía las tentación más sublimes y dulces que su mente encontraba, era en todo caso
indulgente, eran tales las palabras que eran punzantes, a lo lejos del alba que quemaba al ave
y la vista del joven al mirarla, rogando su regreso fortuito, deseaba nada más tocar al ave que
sus manos tocarían, deseaba ver su ave herida en la batalla más épica y poder siempre ser su
salvador como el de aquella mujer, se quedó sentado en la ventana todo el día, mientras los
astros miraban el lugar de apoco, camino hacia la cascada oscura, se sumergió en el abismo y
permaneció callado, el agua purificaba su pena al pensar en ella, pero sentía miedo como
cualquier caballero sin damisela, ¿Y si el ave moría?, ¿Y se perdía?, maldecía a la paloma,
mientras que sus impulsos personificaban a la mujer de los brazos lacerados, su tristeza era el
néctar de los arboles más altos, que él estaría dispuesto a escalar solo por saber su sabor, pues
en su mente el sabor era único, desprotegida el sol fue abrasada y lastimando su frescura, la
cubría, para él eso lo hacía diferente de cada una de las frutas, conocía lucían iguales, lucían
patéticas.

Quedándose dormido en la corriente el agua, esta intento aprisionarlo y llevárselo por un


descuido, despertando al acto y escapando de los hilos de la corriente destejida de la cascada,
salió rápido, el agua lo había lastimado, la memoria hizo que se tocara dónde dolía, cualquier
dolor premia al que lo pide, miro con la poca luz del amanecer, no recordaba si marcaba el
comienzo o el fin del día; no importaba, el ave estaba ahí, camino incrédulo hacia ella,
aceleraba el paso mientras sepultaba su somnolencia, agarro al ave de forma violenta, pues no
era de su interés, por momento aquel mensajero, la carta venia en un hoja de papiro, sucia y
ligeramente descolorida por el sol y decía:

“Soy muy Feliz, amado mío, en aquel lugar donde nos conocimos, no retruena en mí el agobio,
sino la esperanza, espero tu regreso, y lloro al saber que he sido bendita”

El nunca respondió, a aquella blasfemia a su amor.

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