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Deuteronomio 30:19-20
Por: Juan Ramón Chávez
INTRODUCCIÓN
¿Se ha preguntado porque hace lo que hace, o para qué haces lo que haces? Quizás
puede darse cuenta que mucho de lo que hace, es lo que otros le dijeron que hiciera.
Algunos creen que las opciones que tenemos en la vida están limitadas por las
circunstancias, el medio ambiente o por la suerte. Pero, ¿Sera cierto esto? Claro que no.
Los que conocemos a Dios sabemos que el ser humano no es una máquina programa
para actuar sin razonar lo que hace. Nuestras opciones no están limitadas por factores
externos a nosotros. Nuestras opciones dependen de nosotros mismos. Nosotros
tenemos la libertad de escoger. El éxito o el fracaso dependen de nosotros mismos. Por
tanto, no son otros los que decidirán nuestro camino, somos nosotros mismos. No son
otros los que decidirán nuestro destino, somos nosotros mismos. Por hablaremos de esto
último, de la capacidad que tenemos de ELEGIR NUESTRO PROPIO DESTINO.
De hecho las personas que consultan a las pitonisas, a las que supuestamente ven el
futuro, lo hacen porque quieren saber que va a sucederles en el futuro ya que éste está
establecido. Incluso hasta en las películas de Bollywood se enseña que podemos viajar
al futuro porque éste porque ya existe. Y por tanto, ya está destinado lo que va a
suceder. Quien no recuerda aquella película tan famosa “Volver al futuro” estrenada en
los años 80s.
Aún dentro del mundo religioso, muchos siguiendo a Juan Calvino (1509–1564) teólogo
francés, considerado uno de los padres de la Reforma Protestante que escribió en su
Institución de la Religión Cristiana:
“Nadie que quiera ser tenido por hombre de bien y temeroso de Dios se atreverá
a negar simplemente la predestinación, por la cual Dios ha adoptado a los unos para
salvación, y a destinado a los otros a la muerte eterna…” (Libro 3 Capitulo 21:5).
Para Calvino y para muchos que creen su doctrina, el destino del hombre está
absolutamente en las manos de Dios y el hombre no puede hacer nada para cambiarlo o
alterarlo. De allí la pregunta: ¿Podemos elegir nuestro destino, o ya está predeterminado
por una fuerza desconocida o ya está predeterminado por Dios?
Por tanto, los seres humanos no son autómatas o robots o marionetas o títeres. No se
podría afirmar que el hombre fue creado a la “imagen de Dios” si no tuviera libre
albedrío. (Gén. 1:26-27). Aunque Dios es todopoderoso, se limitó a sí mismo en su
poder sobre el ser humano dándole la libertad de elegir y todo por amor a nosotros.
Así que, no es ni Dios ni el destino quienes controlan nuestra vida, sino nosotros
mismos.
Así que, el destino no es algo en lo que todo ya está dicho, sino que tú tienes la
última palabra. El destino no es lo que está determinado que pase, sino lo que tu
quieran que pase. Todos tenemos opciones y la libertad de elegir.
Sin embargo, aunque solo hay dos opciones para elegir, Dios siempre motiva a elegir lo
mejor, escoger la buena parte: “escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu
descendencia”.
A. El destino de la muerte.
Hay muchos como Judas que eligen el dinero deshonesto que a Jesús (Mateo 27:3).
Muchos como Ananías y Safira que eligieron la ambición sobre la verdad (Hechos
5:1-10). Muchos como Demas que deciden amar al mundo en lugar de amar a Dios
(2 Timoteo 4:10). Hay muchas personas que están conscientes que el camino que
han elegido está equivocado. Sin embargo, asumen que cuando se mueran de todas
maneras van a ir al cielo, porque Dios las va a perdonar, al fin y al cabo para eso
está. Y esto está comprobado por todo lo que se dice de ellos en la mayoría de los
funerales (Que bueno era, tan noble, tan buena gente). Sin embargo, Jesús dejo claro
que la mayoría no va al cielo “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que
lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14).
Muchos viven bajo el concepto de víctimas y culpan al destino por las vidas que
están viviendo, por el cónyuge que tienen y dicen “Este es el que me toco” o “Esta
es la vida que me tocó vivir”. Pero gracias a la libertad que Dios nos dio podemos
mejorar, podemos cambiar y vivir felices. Y si no queremos cambiar, debemos saber
que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23).
B. El destino de la vida.
Hay quien acusa a Dios de haber sido realmente el tentador. Porque fue quien puesto
el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del huerto. Dicen que Dios fue el
que creo el mal al poner ese árbol allí. Sin embargo, el árbol no tiene una
connotación negativa en la Biblia. El árbol no tenía nada de malo. De hecho la
Biblia dice que: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en
gran manera” (Génesis 1:31). El árbol simplemente era el árbol de la ciencia del
bien y del mal. Ese árbol hacia lo que la Biblia hace hoy, darnos el conocimiento de
lo que es bueno y de los que es malo.
Pero piense, ¿Es falta de consideración de parte de Dios que nos presente dos
opciones a elegir? Claro que no. ¿Sería falta de consideración de un doctor que nos
dijera que estamos bien, pero que tenemos que mejorar nuestra alimentación para no
volvernos diabéticos? Claro que no. ¿Sería falta de consideración decirles a nuestros
hermanos que quieren ir al centro del país que hay dos caminos para ir allá, pero que
uno es peligroso y que muchos están yendo por allí? Claro que no. De la misma
manera no es falta de amor de Dios o falta de consideración que nos presente dos
opciones. Dios no sería un Dios de amor si creó seres inteligentes y luego los
programó para ser sus esclavos sin poder ejercer su voluntad personal. Para que
fuera una realidad el libre albedrio era necesario escoger entre una y otra cosa.
La verdad más básica es: que sólo hay dos posibles destinos después de la muerte: el
Cielo y el Infierno. Así que, no debemos cruzar los dedos esperando a ver si
entramos al cielo cuando nos muramos, porque nadie entra allí por suerte o de
manera automática. Hay que decidir entrar. Pero es una elección que uno toma aquí
en la tierra. La vida eterna no es nuestro destino predeterminado, sino la muerte
eterna por causa de nuestros pecados (Romanos 6:23). Al menos que éstos sean
quitados de nosotros. Ese es el propósito de Cristo, quitar nuestros pecados en
nuestra conversión. Dios no decide que tú seas infeliz ni aquí ni allá, sino tú mismo.
Dios nos dice: “escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. Cada
uno de nosotros ha venido a ésta tierra equipados con todos los medios necesarios
para tomar decisiones correctas.
Todo persona que trata de llegar a un destino sin la ayuda de alguien calificado
seguramente se perderá. Bueno, solo Cristo está calificado para llevarnos a nuestro
destino eterno. Por eso necesitamos atender a su palabra. Porque “Lámpara es a mis
pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105). Los consejos de la
Biblia nos ayudaran a elegir sabiamente el camino para llegar a nuestro destino
eterno. La pregunta es: ¿nos dejaremos guiar por Dios? Si permitimos que los
principios divinos nos guíen tomaremos decisiones correctas. La razón es porque
“La ley de Jehová es perfecta…que hace sabio al sencillo” (Salmos 19:7).
CONCLUSIÓN
Nos hemos hechos preguntas como, ¿Podemos elegir nuestro destino? ¿Qué destino
hay para elegir? Y ¿Cómo elegir el mejor destino? La libertad de elegir es el primer
don de Dios dado al hombre. Dios le hizo importante al hombre al dársela. Y
hablando estrictamente es lo único que nos pertenece. Nuestro destino eterno
depende de ella. Lamentablemente no todas las elecciones que hacemos los seres
humanos son correctas. De allí la invitación de Dios a elegir hoy la vida para que
realmente vivas. Si queremos la vida, necesitamos decidir por Cristo. Hazte cristiano
seguidor de Cristo. Cree en él, Arrepiéntete, confiésele, bautízate y trabaja por él
para que al final tu destino sea el reposo celestial. Que Dios te bendiga.