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Trabajo social con Adultos Mayores. Intervención profesional desde una perspectiva clínica
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Graciela Tonon
Formación Académica en Trabajo Social. Una apuesta política para repensar la profesión
Universidad Nacional de Entre Ríos Facultad de Trabajo Social
Ariel Gravano
ESPACIO
EDITORIAL
Buenos Aires
Gravano, Ariel
Antropología de lo barrial: estudios sobre producción simbólica de la vida urbana. -
1* ed. - Buenos Aires: Espacio, 2003. 296 p.; 23x16 cm. - (Ciencias sociales)
ISBN950-802-172-1
ESPACIO
EDITORIAL
editora - distribuidora
importadora - exportadora
Bolívar 547 - 3° P. of. 1
(106ÓAAK) Ciudad Autónoma de
Buenos Aires
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LA FOTOCOPIA
1' edición 2003 MATAAL LIBRO
Y ES UN DELITO
1" reimpresión 2009
Yo nací en Avellaneda
donde se templa el acero,
eran todos pobrecitos,
pero ningún traicionero '.
Quiero dedicar el traba/o o los mujeres y hombres, viejos y jóvenes que desde los
barrios me dieron lo letra de la melodía que intenté hilvanar; a los alumnos (que ya no
son) a los que convoqué en mis primeros pasos de investigación empírica; o Rosana
Guber; a los bibliotecarios; al personal no docente; a la memoria de los entrañables
Liliana Guzmán y Carlos Cruz.
A Patricia, de la que recibí un apoyo único; a mis hijos/a, a los que no dejé de dedicar
tiempo por mi trabajo, espero; a mi madre, chica de su casa pero barría/; a la tía Nelly;
y a mi padre, un muchacho que muy temprano dejó su barrio para estar en mi corazón.
Ariel Gravano
1
Para comunicarse con el autor, dirigirse a la dirección electrónico
gravano@ciudad.com.ar
Prefacio
Celebro que Ariel Gravano haya encontrado el tiempo para adaptar al formato de
un libro su importante y voluminosa tesis doctoral. Para lo ocasión de la defensa
pública de dicho trabajo, como integrante del jurado, al cual me había invitado
Carlos Herrón, tuve que exponer como es norma el resultado de la evaluación y, no
confiando demasiado en mi memoria, di lectura a la síntesis de mis impresiones sobre
el conjunto de la investigación y del texto.
Aquellas notas un tanto informales, ya que sólo el acta recoge el dictamen formal,
fueron apreciadas en su momento por el autor, quien se reconoció en la lectura que yo
había hecho de su producción. Ahora y ante la inminencia de una publicación, me
comprometió a reiterarlas bajo forma de prólogo.
Quizás estaría tentada de decir aquí mucho más o abordar aspectos diferentes, pero
se mezclarían otras lecturas y otras reflexiones inspiradas en el incesante devenir de lo
historia, del tránsito personal y profesional por otras ciudades, por las historias que
suceden en las ciudades. En otras ciudades, en cualquier lugar, uno ya no puede,
sencillamente, dejarse vivir distraídamente sin aplicar el escalpelo de la mirada
antropológico. Arte y parte de la profesión. Forma específica e intencional de mirar,
que ya instalada como una segunda naturaleza, nos coloca siempre en situación de
ver el lado contingente, socialmente construido de diferencias sociales, el carácter
cultural y/o arbitrario de usos y costumbres, de formas de pensamiento, de formas de
culto, de estilos arquitectónicos, de organización del tránsito, de motivos representa-
dos en monumentos, etc. etc. La propia materialidad de los mercados, de la econo-
mía de mercado, tiene diferentes resoluciones según cada contexto... No pretendo
aquí extenderme sobre el punto, sino simplemente evocar la espesura en la que nos
internamos, cada vez que partimos en pos de un objeto de estudio, sobre todo cuando
se colocan escenarios urbanos en el centro de la indagación. Las grandes ciudades
concentran complejidades extremas y cambiantes, densidad fenoménica que pone a
prueba esquemas teóricos y metodológicos de la antropología contemporánea. Ante
tanto desafío, podría pensarse que la antropología se frenó en las puertas de los
urbes, o que se replegó buscando refugio en laboratorios, en simuladores virtuales, o
que se autolimitó al estudio de grupos pequeños y/o controlables. Sin embargo se
puede constatar que en todas partes, y cada vez más, la disciplina asume riesgos, no
evita los multitudes, ni los grandes espacios. En esa línea inscribo el trabajo de
Gravano, reconociendo el coraje tranquilo con el cual se presentó ante la
enormidad de barrios populosos y populares, mundos densos y diversificados en
sí mismos, entrelazados dentro de la complejidad de la gran ciudad de Buenos Aires y
su Región Metropolitano.
En primer lugar destaco el mérito de problematizar en tomo al barrio, revisando
exhaustivamente antecedentes de aproximaciones al tema, en un ordenamiento tem-
poral y disciplinario (que, me informa el autor, irá en otro libro). Luego propone
categorías innovadoras para desentrañar la lógica de la producción de sentido por
parte de actores sociales en su cotidianeidad, en términos culturales stricto sensu, es
decir como puesta en práctica colectiva de asignación de funciones instrumentales y
simbólicas, las razones prácticas (en términos bourdianos) de la teoría inconsciente de
todos y cada uno- y por lo tanto como matriz de acción, de directivas de vida en
grupos etarios y en lugares concretos, historizados.
En esa empresa llega a descubrir gran variedad de ángulos para captar el barrio, o
más bien para aclarar de qué estamos hablando cuando hablamos de un barrio, de
los barrios como categorías distinguibles de lo urbano. A. Grava no persigue definirlo
casi indefinible, es decir (recurro aquí a terminología de la etnografía africanista)
abordar el sutil e intransferible espíritu -el hau- de la cosa barrial, eso que compone
lo barrial como estado y como calificativo distintivo. Coloca en un primer plano la
paradoja de lo barrial, que cuanto más parece desaparecer, por lo menos así lo
expresan los discursos identitarios, más temas y/o valores provee para su reproduc-
ción. En el imaginario o historia base, que hístoríza el presente, como dice Gravano y
como lo cuentan los adultos que encuentra en e! barrio, pero sobre todo en los nuevos
mapas mentales que resueltamente vivencian los jóvenes.
Algo más sobre el hau de las cosas: es lo que no se pierde, verdadero "resto" que
permanece adherido por el sentido social-histórico. Un objeto puede ser donado,
transmitido, transferido, pero el hau o "resto" de sentido lo persigue, de forma tal que
se independiza de la contingencia de personajes o circunstancias concretos. Sentido
puro que es captado en otro nivel... se vuelve memoria y afecto que envuelve a la
cosa, más allá de su propia transformación. Amistades de barrio, lealtades o rivalida-
des de barrio, actitudes y discursos, reivindicaciones, que tienen un sentido connotado
y que designan posiciones específicas dentro de la sociedad global. En cuanto al
soporte material, el territorio que contiene y conforma al barrio, compone un temo
recurrente de imaginarios individuales y colectivos, y remite sin duda a lo que Gastón
Bachelard llamaba "la imaginación material" de las ciudades y barrios. Estamos ya
hablando del arraigo, de la fijación de un punto en el continuum urbano y global, de
la necesidad de reconocer(se) un lugar en la ciudad -contexto y continente-
ineludible para los urbícolas: a mayor expansión social, urbana y demográfica se
constata mayor definición y reconocimiento del lugar "propio". Rodeados de no-
lugares (como apuntó certeramente M. Auge) o de espacios cada vez más ajenos -
intransitables a veces por apropiaciones exclusivas y excluyentes-, los actores sociales
tienden cada vez más a marcar locaciones o localidades, a fijar ejes de circulación,
que permiten re-crear, re-conocer el ámbito de validez de un universo domesticado,
donde operen relaciones y normas conocidas.
Para habitantes de barrios, en una ciudad cada vez más exigente y masificada, la
lucha por la sobrevivencia paso también por la lucha contra la tendencia a la anomia
ola vida sin identificaciones estructurantes, aspecto que trae a luz claramente el traba-
jo de Gravano. Algunos antropólogos ya hablan de nuevos acomodamientos urba-
nos, cuando los ciudades se expanden más alió de lo imaginable y se convierte en
cuestión de vida o muerte que los habitantes produzcan estrategias y reconozcan la
importancia de la pertenencia en un espacio controlable, reconocible. Cada "tribu"
en su territorio al caer la noche? A la importancia del territorio se agrego lo ineludible
exigencia del hábitat, de una vivienda como lugar fijo, principio y fin de los itinerarios
cotidianos.
Mientras leía las páginas (muchas más en su versión original) del trabajo de Gravano,
se me representaba con claridad lo profundamente antropológico del tema: el barrio
como objeto intelectual, lugar donde poner a trabajar la teoría antropológica; en ese
sentido, la investigación y el texto de Gravano revelan la "puesta en acto" -en barrios
de Buenos Aires y por parte de sus habitantes- de recursos universales del pensamiento,
del instinto vital. Podemos visualizar la conexión y la lucho de los individuos dentro de
sistemas que los preceden, y los exceden: el más ¡oven de los "muchachos de
barrio" o de la chica "de su casa" viviendo su destino marcado y que llego hasta los
límites que predefinen las macro voluntades económico-políticas. Así los historias de
Villa Lugano y Lugano I y II, barrios y complejos habitacionales, fluyen desde una
realidad atrapada en procesos de desindustrialización, de tercerización de la economía,
de mundialización en fin. Aspecto que da cuenta de esta tensión: contradicción entre
la educación como valor coda vez más exigido por el Estado, las instituciones y por
ende por la familia, junto a la falta evidente de lugar social/cultural para jóvenes
estudiantes de barrios periféricos y pobres. Temas que ve A. Gravano en Buenos Aires
y que se corresponden con lo que vio Loïc Wacquant en ciudades de USA, donde
algunos barrios pueden ser caracterizados como prisiones sin muros, Cárceles de la
Miseria (2000), como los llamó Wacquant; o con lo que recogió Pierre Bourdieu como
testimonios de La Miseria del Mundo (1999).
Gravano demuestra asimismo hacia dónde apunta la mirada agudo de lo antropo-
logía en una de sus especializaciones: reconocer y describir esos procesos, descubrir
reglas de producción desigual sentido de la ciudad, demostrar la relación dialéctica
entre el pensamiento y el medio. En la misma empresa desnaturaliza procesos, cues-
tiona o interroga desde otro lugar los prejuicios, creencias y mitos urbanos - los de tal
o cual barrio "son violentos" o también "son gente de trabajo" o son "todos solida-
rios". Como analogía etnográfica puedo citar que en el barrio del Cerro, de Monte-
video, esa cualidad de "ser solidarios" auto-atribuida, y repetida por la ciudad como
un eco, cubre siempre cualquier asomo de sentimientos o actitudes intolerantes para
con los nuevos vecinos más pobres.
Es decir que también hacia adentro de los barrios actúan mecanismos de exclusión y
estigmatización, porque están inmersos y sometidos a similares condiciones por la
sociedad global. Y no se trata de que la mirada antropológico levante -sobre su
terreno de investigación- una visión encantada, uno idealización de comunidad inte-
grada. La violencia larvada corre también adentro de los barrios, se comunica en
actitudes y en lenguaje. Barrio contra barrio? Y si, de eso también se nutre la identidad
y va a veces contra la corriente, contra la solidaridad de clase. En este proceso, no hay
que desconocer el protagonismo de los medios de comunicación, la construcción
mediática sobre los barrios que termina afectando a lo barrial, produciendo etiquetas
que son usadas, resemantizadas en las relaciones sociales. Así se produce un proble-
ma, simbólico y funcional, que afecta la vida misma de las personas concretas, cuan-
do al dar cuenta de un domicilio en un barrio etiquetado como "violento" o "margi-
nal" las cubre una sospecha que tiene origen en ese proceso de etiquetaje social. En
ese proceso, la ciudad se diferencia en colores y temperaturas: barrios rojos, barrios
calientes...
Finalmente, me hubiera gustado, y espero que se hayo equilibrado en este nuevo
formato, que Grava no se permitiera a sí mismo más espacio en el texto, que dejara
fluir su sensibilidad más allá de la constricción a lo académicamente correcto. Estaba
convencida desde las primeras páginas, que era importante conocer lo que él había
encontrado, buscando desde la superficie hacia el fondo de lo barrial. Cuando habla
el autor y cuando hablan los actores sociales, se mezcla el placer de encontrarse con
hallazgos antropológicos y con figuras de estilo populares, con inspiración literaria.
A modo de postdata, y recuerdos del camino como para seguir discutiendo sobre la
cuestión de lo barrial con una perspectiva más universal, en la línea de
desconstrucción de mitos sobre supuestas homogeneidades de toda aldea, de la
comunidad aldeana como sociedad sin fisuras ni diferencias: haciendo trabajo de
campo en el pueblito de Tifra, -no más de 1500 personas contando incluso a los
muchos jefes de familia, trabajadores emigrados, ausentes por largos períodos- en la
región berbere de Argelia, me costó darme cuenta que esa variedad en las relaciones
y las costumbres, en la tensión que percibía objetivamente, se vinculaban con la
existencia de cuatro barrios bien diferenciados y que correspondían a los grandes
grupos parentales de origen. Cada una de las fuentes de agua, adonde se
aprovisionaban las mujeres del pueblo, tenía una razón histórico-territorial-social
que iba más allá de una lógica utilitaria; cada barrio tenía su tradición, sus
personajes reconocidos, sus formas de integración y de exclusión.
En las rutas me tocó recoger personas que esperaban al borde del camino y que
luego se bajaban en lugares sin referentes específicos aparentes, pero que eran reco-
nocidos como tal o cual lugar, por algún signo que yo no lograba visualizar de
inmediato.
Tal como pueden ser imperceptibles las fronteras entre barrios de similares condicio-
nes socioeconómicas, en Buenos Aires, Montevideo o cualquier otra ciudad, hasta
que captamos el sentido producido sobre esos territorios. Tarea de antropólogo, que
está servida por A. Gravano con entusiasmo y calidad profesional en este trabajo,
que queda así presentado.
Objeto y camino
Gran parte de la vida social contemporánea se presenta en una variedad
de situaciones que suelen ser definidas, desde los discursos hegemónicos,
como problemas urbanos. Se los ve como realidades caóticas que deben
solucionarse, ¡o que coloca en el debate el tema del orden urbano y la trans-
formación social. La mayoría de esos problemas ocurre en barrios. Sin embar-
go, la temática barrial no suele aparecer, en los discursos profesionales, como
algo determinante de los contenidos de esos problemas, sino más bien como
escenario o continente (aunque particularizado) donde esos problemas pue-
den ser encontrados. Como realidad espacial, administrativa o incluso social, el
barrio es considerado casi como una condición natural, en el que se tienen en
cuenta el habitar y el convivir en una parte del espacio urbano. Para esta
perspectiva, el barrio parece jugar un papel instrumental respecto de otras
determinaciones, localizadas materialmente en instancias a las que se atribu-
ye mayor importancia social y política. No obstante, llama la atención la
recurrencia de la noción de barrio en el plano de las significaciones, dentro de
prácticas, discursos y situaciones muy diversas.
Para el imaginario disciplinar profesional del diseño urbano, el barrio se
erige como modelo de estilo de convivencia, referenciado en el típico paisaje
de casas bajas y hasta en los complejos habitacionales. Y se lo asocia tanto al
espacio abierto y público, cuanto a los barrios cerrados. El barrio aparece
también como un símbolo en contextos donde se intentan destacar determi-
nados valores considerados positivos, como las relaciones primarias, la
tradicionalidad, la autenticidad, la pertenencia a las bases populares, la soli-
daridad, la virilidad; o negativos como la vulgaridad, la baja categoría o la
promiscuidad informativa (el chisme), entre otros. También se plantea el ser o
no ser de barrio, más que de tal o cual barrio. Valores, creencias e identificacio-
nes alrededor de los cuales se llega a debatir incluso sobre cuál barrio es más
barrio y quién es más de barrio.
Cabe preguntarse si esta variedad de significados es propia sólo de cierto
tipo de sociedades urbanas o procesos de urbanización. Para esto tendremos
que observar los procesos históricos de surgimiento y vinculación entre lo
barrial, lo urbano (y lo preurbano) y lo social en general, de modo de tener un
marco de referencia amplio. Y luego tener en cuenta las explicaciones acerca
del papel del barrio en la vida social. Anticipamos nuestra sospecha de que la
secundarización de lo barrial quizá provenga de la ilusión positivista que pre-
Antropología de lo barrial
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tende encontrar las determinaciones principales de la realidad en ciertos locus
cosificados, asociados a las ¡deas clásicas de Estado, clase social, sistema de
producción y poder central (fábrica, oficina pública, sindicato, partido político).
A nuestro entender, esos lugares no son más que referentes empíricos en
donde pueden hallarse indicadores directos y mediatos de ejes determinan-
tes, pero no adquieren el valor de la determinación como algo dado. Las asam-
bleas barriales surgidas en Buenos Aires a fines de 2001 bien podrían consi-
derarse muestras de un debate que de ninguna manera puede iniciarse natu-
ralizando esos lugares fuera de los contextos que les dan significación.
Pretendemos mostrar un estudio antropológico sobre el barrio como espa-
cio simbólico-ideológico y referente de identidades sociales urbanas. Se ha
desarrollado mediante un análisis comparativo de la realidad barrial contem-
poránea en diferentes contextos urbanos de la Región Metropolitana de Bue-
nos Aires. Se trata de comprender lo barrial como producción ideológico-sim-
bólica (como parte del imaginario social urbano), además de la consideración
del barrio como elemento de la reproducción y la transformación social. En
términos más específicos, se pretende: a) interpretar qué hay "detrás" de lo
barrial como símbolo; b) determinar los mecanismos de producción de sentido
mediante los cuales los actores sociales en distintos tipos de barrios estable-
cen relaciones de identidad social y cultural referenciadas en cada barrio en
su vida cotidiana, y c) establecer las razones históricas de esas construccio-
nes ideológico-simbólicas y de esas identidades.
El barrio parece ocupar un papel de "fantasma urbano", parafraseando la
definición de Armando Silva (1992): todos lo mentan y está ahí, en el espacio
material y físico de la ciudad, pero poco se ha sistematizado su significación
profunda como producción de sentido1, ideológica (Herrén 1986) o de desplie-
gue y constitución de identidades (Gravano 1991). En suma, en su carácter de
enigma, tal como se lo podría concebir siguiendo los enfoques metodológicos
acerca de la producción simbólico-histórica de Mijail Bajtin (1980)2. En un nivel
estratégico, se estipularon como objetivos específicos de estas investigacio-
nes: l) sistematizar el marco histórico y teórico sobre el concepto de barrio y
la problemática barrial en su diversidad y unidad, y 2) analizar los significados
de lo barrial en forma concreta y empírica, mediante un análisis en diferentes
contextos urbanos, tomando como ámbito general de las muestras la Región
Metropolitana de Buenos Aires.
Como alguna vez propusieron Gerard Althabe (1984), Peter Ñas (1983) O J. Gutwirth
(1987).
Como parte del escenario urbano, ha recibido hasta ahora escasos tratamientos
antropológicos que pongan el acento en los "tránsitos de significados" (Hannerz, 1976),
como trama densa entre el cruce de la perspectiva interpretativa cultural propia de la
visión antropológica y el análisis social del proceso de reproducción social (Giddens,
1987 y Bourdieu & Passeron, 1995), para poder aportar una mayor comprensión
como representación y realidad (al estilo de las propuestas que -en otros planos- han
desarrollado Edmund Leach (1978) o Clifford Geertz (1987) en Antropología, y Jurij
Lotman (1979) y Vladirnir Propp (1970 y 1974) en los análisis de significados históri-
cos).
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En principio, se destacan dos necesidades para las que la noción de ba-
rrio parece servir de respuesta conceptual: a) la de denotar la situación de
diferenciación y desigualdad dentro de la ciudad, y servir de indicador del
proceso de segregación en el uso y estructuración del espacio urbano y b) la
necesidad de connotar determinados valores e ideales, que hacen a la con-
vivencia y a la calidad de la vida urbana en comunidad. Esto coloca el objeto
en la relación inicial entre lo urbano —como marco general— y lo barrial,
como realidad específica.
La vida urbana históricamente representó un mejoramiento de las condi-
ciones de vida de vastos sectores sociales, debido a sus ventajas comparati-
vas respecto a zonas pauperizadas del campo o de centros menores. Es el
proceso que dio origen a los fenómenos migratorios clásicos, que formaron
ciudades o cambiaron radicalmente el rostro de éstas, al acelerarse lo que
Christian Topalov llamara el "efecto útil de aglomeración" (1979), esto es: el
valor de uso de la ciudad misma. Lo urbano, empero, no se agota en el con-
cepto de ciudad, sino que abarca los sistemas espaciales que integran la
reproducción necesaria de la vida social y material, como resultado de ese
efecto de concentración espacial para la reproducción del capital (Castells,
1974 y 1983; Portillo, 1991; Singer, 1981, y Topalov). Como producción, la
ciudad —marca de lo urbano pero no su única manifestación— implica hablar
de un asentamiento espacial determinarte, que ha pasado a formar parte de
las condiciones de la producción material y a ser instrumento del proceso de
dominio socio-político (Weber, 1979). Su contradicción principal, dentro del ca-
pitalismo, está dada por el carácter necesariamente socializado de su exis-
tencia material (la ciudad como un recurso), simbólica (la ciudad como un dere-
cho) y la apropiación privada de su espacio.
En términos de constitución misma del fenómeno urbano, las ciudades pa-
recen crecer por medio de sus barrios, estableciéndose en su interior marcas
de diferenciación. Por eso, un primer contexto de necesidad impone a la no-
ción de barrio un sentido de diferenciación espacial física y social, cuyo resul-
tado más notorio es la segregación urbana, que desde los distintos paradigmas
teóricos ha sido considerada variable independiente (por ej., algunos estu-
diosos de la escuela de Chicago) o consecuencia de los procesos histérico-
estructurales que enmarcan y determinan lo urbano ( E n g e l s ) . La
institucionalización del derecho ciudadano a hacer uso público de la ciudad
siempre ha estado relacionada con una consideración de la vida urbana aso-
ciada a la Modernidad y a cierto grado de calidad de las condiciones materia-
les y espirituales de esa vida moderna. Este sería un segundo contexto de
necesidad de la noción de barrio, que lo connota con un sentido de vida comu-
nitaria "digna". El barrio mismo, de acuerdo con esta perspectiva, constituiría
un consumo colectivo al que debería tener derecho cualquier ciudadano. Hoy,
la retirada del Estado de Bienestar de la provisión y control de los consumos
colectivos urbanos —que ni el capital ni el salario directo jamás cubrieron en
su totalidad—, principalmente la vivienda y toda la infraestructura urbana, ha
profundizado la crisis estructural de las ciudades y ponderado en la agenda
Antropología de lo barrial
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política las movilizaciones de vecinos y ciudadanos. Éstas se encarnan en una
gramática y semántica colectivas donde los contextos barriales han generado
una producción ideológica determinada, capaz de condicionar comportamien-
tos y visiones.
En la primera parte del libro se analizan y se reconstruyen las lógicas alre-
dedor de las cuales lo barrial adquiere valores ideológico-simbólicos en la vida
cotidiana, tomando como fuente los medios de difusión. Luego se analizan los
procesos históricos de surgimiento y vinculación entre lo barrial, lo urbano
(incluyendo lo pre-urbano) y lo social en general, tomando como fuente la
producción de los historiadores de lo urbano. A partir de aquí, se plasma en
una primera aproximación un modelo formado por el conjunto de variables de
lo barrial, resultado de una sistematización de interrogantes, propósitos E
hipótesis emanados de esos primeros análisis, a lo que se suma un balance
de los enfoques teóricos. La conclusión principal es que los aspectos menos
desarrollados son los referidos a las variables que tienen que ver con la di-
mensión simbólica y los mecanismos de construcción de las identidades
referenciadas en el espacio barrial. En la segunda parte, se expone el análisis
de casos concretos, partiendo en principio de las carencias teóricas y la
reformulación de las variables y su focalización. Se enmarca el proceso urbano
y los barrios en la Región Metropolitana de Buenos Aires. Con estos elemen-
tos, se pasa a un último capitulo, en el que se pretende sistematizar la totali-
dad del trabajo y, sobre todo, el aporte propio a la indagación sobre la proble-
mática barrial.
Si nos guiáramos por el consejo de Umberto Eco sobre la formulación de un
"título secreto" para un trabajo, el nuestro sería algo así como: Antropología de
lo barrial: un estudio antropológico del barrio como espacio, símbolo, identidad,
ideología y cultura, en el marco de la realidad urbana actual, con vistas a descubrir
el o tos papeles históricos jugados y a jugar por lo barrial —como producción de
sentido— dentro de los procesos de reproducción y transformación social. Bien,
ahora el titulo no es secreto.
Polisemia y ambivalencias
En torno a la noción de barrio se abre un abanico de debates que hacen a
cuestiones generales de la teoría y la práctica social y a las problemáticas
específicas de numerosas disciplinas. Empezando por la pregunta —como dice
Kevin Lynch— sobre "s/ todos deben vivir en barrios o nadie debe hacerlo", cuando se
trata de discutir el planeamiento urbano. "Sería interesante —en consecuencia—
saber bajo qué condiciones resulta útil el concepto de barrio, para quién y de qué
modo" (Lynch, 1985: 278). Las acepciones más generalizadas de palabras
como barrio (que, proveniente del árabe, pasa en el siglo IX al español, significando
—en ese entonces— "afuera de una ciudad", "el exterior de una ciudad" [Vidart
1995] o vecindario en castellano, neighborhood o district en inglés, quartier en
francés, etc., que se pueden hallar, por lo común, en los diccionarios; nos
hablan de "agrupamiento espontáneo de individuos [...] con
Introducción
15
contactos frecuentes entre sí" (Petroni & Kenigsberg, 1966) y "partes en que se
dividen los pueblos grandes" (Espasa-Calpe, 1936). Como se ve, aparecen las
¡deas de la distancia al centro urbano, como parte dentro de un todo, y las
relaciones primarias frecuentes y no institucionales (espontáneas). En la
polisemia de las categorizaciones compartidas entre los ámbitos académicos,
de gestión, y en la vida cotidiana de amplios sectores sociales, la cuestión se
complica, ya que el barrio puede aparecer como apropiación de la acepción
específicamente arquitectónica, urbanística y espacial, como opuesto al cen-
tro de la ciudad, como opuesto al conjunto de "tugurios" o villas miseria, o
como antípoda de la parte "moderna" de cualquier ciudad. A la vez, al centro
de la ciudad también se lo suele llamar barrio, lo mismo que a la villa miseria y
al complejo moderno de departamentos. Y también se lo usa como indicador
de la puja de clases —o de los consumos colectivos de las clases—, cuando se
coloca como parte de la utopía urbanística de determinados sectores, que la
manifiestan en consignas como "barrio sí, villa no"3.
La definición de Pierre George —una de las clásicas— lo sitúa como unidad
significativa e identitaria: "La unidad básica de la vida urbana es el barrio. Se
trata a menuda de una antigua unidad de carácter religioso, de una parroquia que
todavía subsiste, o de un conjunto funcional [...] Siempre que el habitante desea
situarse en la ciudad, se refiere a su barrio. Si pasa a otro barrio, tiene la sensación
de rebasar un limite [...] Sobre la base del barrio se desarrolla la vida pública y se
articula la representación popular. Por último —y no es el hecho menos importan-
te—, el barrio posee un nombre, que le confiere personalidad dentro de la ciudad"
(George, 1969: 94). Y parecería que el barrio se halla desde tiempos
inmemoriales en la conciencia colectiva de los pueblos; atravesar los limites
del barrio, por ejemplo, ha sido típicamente descripto como parte de un ritual
(Van Gennep, 1960), e nirse al otro barrio" puede significar nada menos que
pasar a! otro mundo, o a l'eternité (Maraval & Pompidou, 1976: 149). Hablar de
significación implica situarnos ante valoraciones hechas por sujetos e intere-
ses sociales, con sus aspectos tanto transformadores como encubridores.
Apuntaremos a una primera problematización que considere al barrio como un
signo (en sentido amplio), cuyo referente pueda admitir diversas interpreta-
ciones, según su anclaje y entrecruce entre ciertos actores, determinados
social e históricamente.
Ver —para Argentina— desde Segre (1964) hasta Oszlak (1992), para citar extremos
temporales.
Aproximaciones barriales
La ñata contra el barrio
Se nace referencia a la letra del tango Cafetín de Buenos Aires, de Enrique Santos
Discépolo.
"Pica" es una rivalidad mantenida entre dos bandos o grupos, que se aguijgnean
mutuamente durante un cierto tiempo y, en ocasiones puntuales, buscan la oportuni-
dad de demostrar quién de ellos es el mejor de acuerdo con ciertos valores, y le hace
pasar un mal rato al otro. No se agota en el contexto barrial: la "pica" puede darse
entre las distintas fuerzas de un mismo ejército, entre grupos o corrientes estéticas,
entre facultades dentro de la misma universidad, o entre carreras dentro de la misma
facultad, y aflora en forma plena en guerras, otorgamiento de premios, concursos,
distribución de partidas presupuestarias, etc. V, por supuesto, puede darse también a
nivel de naciones, y manifestarse con pasión en las guerras, la mayoria de las veces
entre países limítrofes.
La ñata contra el barrio
19
barrios de una misma condición de pobreza. A las oposiciones ínter e
intrabarríales, basadas sobre la distinción socio-económica, se sumaba la opo-
sición interbarríal, sin distinción socio-económica.
"Hace quince años tenía la misma impresión —relataba un cronista de un
diario proclamado de izquierda acerca de lo acontecido en su propio barrio—:
hay dos San Miguel...[uno, mío, el de los pobres; el otro, el de] los trepa (como
se llamaba entonces a los chetos). Ayer ambos recuerdos se hicieron certeza. El
San Miguel de las barriadas pobres llenó de fogatas el atardecer, armó cientos de
barricadas... dejando cortinas metálicas deformadas por los golpes... y góndolas
vacías, se ajustaban unas [sic] inentendibles vinchas rojas y tenían palos en las
manos. Hablaban de defender el barrio... Otras veinte cuadras hacia adentro... el
barrio 5armiento [donde] las cabezas lucían vinchas blancas y otros desarrapados,
también con palos, decían que estaban defendiendo el barrio"6. A pesar de apelar a
ía locución "inentendible" —que parecería pretender producir el efecto de
englobar al lector en esa misma falta de comprensión del cronista—, se muestra
que el uso de las vinchas resulta, para el cronista, algo inentendido, no
obstante ser conocedor del barrio y sus distinciones sociales internas. Es como
si se supusiera más lógica la oposición entre barrios (o partes de barrios)
pobres y ricos, pobres y trepas, gronchos y chetos, que entre partes o barrios
igualmente pobres. Y esta suposición actúa en realidad de freno para que el
cronista detecte (o al menos suponga) la existencia de otra lógica; una racio-
nalidad por la cual pueda explicarse el enfrentamiento entre barrios pobres,
que —y esto es lo más importante— es lo que él mismo está observando y
registrando (sólo que parece no entenderlo, de acuerdo con su lógica). Lo
que la policía parecía hacer, en este caso, era sólo aprovecharse e incentivar
una oposición ya existente en el imaginario social urbano, entre los distintos
grupos y actores barriales.
¿Qué decían los vecinos de esto? "La policía nos dijo que así [con las vinchas] nos
indentificaban mejor desde los helicópteros... Nosotros somos vecinos trabajadores,
y estamos desesperados, no tenemos nada para comer." Acá parecería que la
policía iría a tomar partido, o defender la causa de algún barrio en particular,
para lo cual necesitaba identificar a ciertos vecinos mejor, desde el poder visual
de los helicópteros. Pero éstos decían: "Queremos comer, porque nos estamos
cagando de hambre; también Queremos protegernos de los de Villa Mitre, que no
sólo roban supermercados, sino que van a venir a arrasar con nuestras casas y
violar a nuestras mujeres y asaltar el único almacén que nos queda, mientras la
policía no hace nada por protegernos". La campana se agita para uno y otro lado:
la policía aparece protegiendo y desprotegiendo, las casas aparecen como
presas de arrasamientos posibles, las mujeres como objetos de violaciones
posibles y el almacén ( q u e "nos queda") parecería pasar raudamente —en
esa imagen— a ser de todos, o sea del barrio. Los hechos reales, sin embargo,
constatarían solamente, como datos, los asaltos a supermercados. No se
conoce una sola crónica de esos días que registrara vio-
Clarín, 8/2/88.
Antropología de lo barrial
28
asumidamente ilegal y caótico, en la imagen espaci.ilmente ordenada, moral-
mente digna y des-estigmatizadora del barrio, al que se le dice sí, en oposición
a la villa.
Los enfrentamientos entre residentes en barrios y aquellos que —aspirando
a hacerlo— ocupan pacíficamente en forma ilegal terrenos linderos con esos
barrios, parecería, ser una nueva forma de actualizar en el imaginario social
urbano la oposición entre las partes negras de la ciudad y los barrios blancos.
Aun encontrándonos ahora con que estas ocupaciones se realizan bajo la
consigna explícita de colocar el orden del barrio como una meta a conseguir.
A esas ocupaciones, para distinguirlas en forma precisa de las villas y de los
barrios ya constituidos, se las ha llamado asentamientos. Sin reducirse a una
cuestión de nomenclatura, debajo de la realidad de una villa bien organizada o
de un asentamiento bien planificado y ordenado, bien podría adivinarse que,
dentro de los sentidos con que los vecinos de los barrios intentaron expulsar
a los invasores, tiene plena vida el fantasma de la imagen de lo que
podríamos llamar el caos antibarrial, aplicado convenientemente a las partes
negras de la ciudad y que parecería proyectarse tanto sobre las villas como
sobre los asentamientos. Todo esto a! mismo tiempo que los villeros reivindican y
reclaman su reconocimiento como constructores de un orden barrial, figura
simbólica que, en el fondo, parecerían compartir ambos bandos. Para unos es
algo aparentemente ya constituido, mientras para los otros es algo por lograr.
Y la ambigüedad señalada de quienes no ven barrio aun donde los
indicadores del orden barrial son ostensivos, nos habilitaría para hacer la
pregunta de si se trata en realidad de un mismo sentido de lo barrial que
sostienen estos dos grupos, o el barrio aquí no es más que un atajo ideológi-
co para justificar o amparar determinadas actitudes entre los grupos.
Barra de barrio
En términos generales, la violencia urbana es un fenómeno tan notorio
como problemático, pero la mayor parte de las veces se ve reducido
conceptualmente a su aspecto exclusivamente delincuencial, al menos desde
los grandes medios de difusión, por donde se expresan la opinión pública, la
de los expertos y la del Estado. La nota común es concebir como violencia sólo
a las agresiones físicas sufridas por el ciudadano individual, en desmedro de
la vi ol enc ia simbólica y la agresión social, como la segregación y la
estigmatización de grupos y sectores. Además, parecería que se piensa sólo
en términos de conductas individuales desviadas de la norma media (o de la
clase media) y cuyo contexto no iría más allá del lugar físico donde ocurren (la
calle, el transporte). Cuando se trata de establecer causas puntuales de esos
hechos se las reduce a la familia "mal constituida", a individuos "marginales"
("los inadaptados de siempre"), con que se compone el cuadro de las "patolo-
gías" urbanas, de acuerdo con una extrapolación biologicista muy recurrente
y cuyos antecedentes teóricos se remontan a la clásica Escuela de Chicago y
a sus modelos desviacionistas, que tomaban a lo que podríamos llamar la
Lo ñola contra el barrio
29
media americana como paradigma de la vida urbana querible, por digna y
"normal". El barrio —corporizado en determinadas identidades barriales— cons-
tituiría, según estas concepciones dominantes, una marca de la distribución
aparentemente desigual de la violencia y la moral urbana a lo largo y a lo
ancho de la ciudad. Para corroborar esto, basta dirigirse a las páginas policiales
de cualquier periódico y detenerse en las tipificaciones apriorísticas acerca de
tales o cuales barrios calificados como "verdaderos aguantaderos".
Sin embargo, el barrio, actuando como eje protagóníco de la violencia dife-
renciada dentro de la ciudad, emerge con significativa presencia en el "pro-
blema" conocido como barra de la esquina, barra brava o patota, que en forma
también recurrente se ve tratado por aquellas mismas opiniones dominantes
como facetas de un mismo fenómeno. Así como —a apriori al menos— no
puede atribuirse ni el mismo carácter ni la misma causa a la totalidad de la
violencia urbana, tampoco resulta conveniente englobar la totalidad de refe-
rencias que se hacen desde el sentido común a la delincuencia juvenil, las
barras o las patotas. Un ejemplo de esto se hace evidente en las pintadas de
aerosol con los nombres de cada barra en los frentes de los edificios. Están
las que se identifican en términos abiertamente ideológicos (desde nazis a
anarquistas), o con nombres de grupos de rock; ambos tipos semejando fe-
nómenos similares de Europa. Y están las que se identifican con los nombres
de los barrios en donde residen o tienen sus paradas esos grupos de jóve-
nes. Los alumnos de algunos colegios secundarios de Buenos Aires, por ejem-
plo, suelen diferenciar entre las "patotas" de tal o cual barrio y. las de los
"nazis" que los agreden. Sin embargo, a ambos tipos de barras se les atribu-
ye tener un lugar de base, casi siempre mencionando un barrio (Borgna, 1989).
En enero de 1987, en la localidad de Caseros, se enfrentaron a golpes de
puño y elementos contundentes varios grupos de jóvenes. Fue a la salida de
un local bailable y el saldo incluyó dos jóvenes muertos y numerosos heridos.
Los distintos medios recogieron testimonios de los vecinos que hablaron de
"un barrio aterrorizado por temor a las represalias" entre las barras. ¿Por
qué? Porque los ejes de aglutinación e identificación de las barras se refleja-
ba en sus nombres: los de Wilüam Morris, los de Martín Coronado, los de
Fernández Moreno, los de Santos Lugares; todas referencias a sus bases
barriales. Si bien puede establecerse, entonces, una diferencia entre los
agrupamíentos juveniles establecidos al calor de tal o cual identidad barriaf y
otros tipos de barras, podría ser que lo barrial, o algunos de los mecanismos
que se desencadenan en la construcción de esas identidades, constituyera
un eje de identificación o diferenciación presente —con distintos matices— en
casi todos esos acotamientos grupales, tanto desde afuera de los grupos
como desde su interior.
El barrio participado
La seguridad urbana se ha convertido en un tema de proclamada prioridad
y, como parecerían decir los testimonios vistos hasta aquí, engloba como parte
del problema tanto a la delincuencia como a la policía. Y los barrios son el con-
texto específico en donde emergen carencias y reclamos, si bien la unidad
operativa de la gestión pública sigue siendo mayormente la ciudad y no el con-
texto barrial, a pesar de los intentos de descentralización. No obstante, ya en
el Primer Encuentro de Seguridad Urbana, realizado en 1988, se concluyó que
uno de los abordajes más imperiosos al problema de la inseguridad (que suele
encabezar las encuestas sobre problemas que preocupan a la opinión pública) es
el del logro de una "ciudad democrática", que sea "sentida como el lugar al que se
pertenece con simpatía", y la clave es la relación de identidad que debería
establecerse entre la gente y su pertenencia a ese lugar en donde —entre
otras cosas— podría pretenderse que, por ejemplo, "La comisaría sea como un
club de barrio para la gente" (Página 12, 25/10/88). Para arribar a las metas
de
Pompeya (pronunciado con la "y" arrastrada del habla portera) es uno de los barrios
populares emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires.
26
Diario Noticias, 7/7/74.
La ñata contra el barrio
37
del director técnico de Rosario Central, Julio Zoff; Clarín, 20/7/87). Y a muchos
años de aquel regreso de Houseman, los diarios continúan destacando que
vive en el mismo barrio (la villa miseria ya no existe), como signo de no haber
perdido vínculos con su origen y con sus afectos más profundos. Esos que se
expresan también cuando el barrio se asocia a los sentimientos íntimos y
privados, en oposición a la vida profesional, pública y notoria. Enrique Macaya
Márquez, uno de los comentaristas de fútbol más notorios, y con fama de
mesurado, estaba siendo interrogado sobre su labor profesional. Inquisitivo,
el cronista le preguntó de qué club concreto él era "hincha" (aficionado), quizá
con el propósito de poner bajo sospecha la pretendida imparcialidad que los
aficionados al fútbol requieren de un relator. La respuesta fue seca: "Sí es
cierto, pero ese es un amor de barrio" 27.
¿Qué ocurre cuando los personajes notorios son políticos? Acá se pasa a
acentuar la asociación del barrio con las bases populares que el político pro-
clama representar. Durante la campaña electoral de 1989, el vehículo que
transportaba al candidato Carlos Menem por toda la ciudad de Buenos Aires
circulaba entre mucha gente por la avenida Rivadavia. Menem —cuenta la
crónica— empezó a señalar una esquina, ordenó detener el ómnibus, pidió un
micrófono y dijo: "/Vo puedo pasar por esta esquina sin recordar que aquí había un
bar que trae a la memoria la vida de barrio y el tango de la ñata contra ei vidrio; de
purrete yo viví aquí cerca y en ese bar aprendí billar, escoba, truco, tute..." Fue
ovacionado y un hombre le gritó: "Lo que pasa es que vos sos del pueblo,
Carlitos" 28. Tres años más tarde, un dirigente del movimiento de jubilados,
frente al Congreso de la Nación, le espetaba —frente a las cámaras— al minis-
tro de Economía del presidente Menem: "Dr. Cavallo, usted dice que somos
demagogos; ipor qué no baja a los barrios, a ver cómo hay gente que pasa ham-
bre!" (26 de agosto de 1992).
El barrio vendría a configurar el símbolo de la residencia de la base social
que el político popular dice representar, ya que lo contrario equivaldría a re-
presentar sólo a la "cúpula" del poder. Por eso los políticos —sobre todo en
campaña electoral— acostumbran a "caminar los barrios", proclamando que
no lo hacen sólo en campaña electoral, esto es: afirmando que no se olvidan
de sus bases populares. La noción de barrio representa a las bases, y el
personaje de la cúpula que quiera tener su apoyo debe obligadamente "ba-
jar". Barrio, base y bajar no sólo parecerían poseer un mismo componente
lingüístico sino también semántico, referenciado socialmente.
Incluso un partido político policlasista como el Justicialista referencia celo-
samente parte de su identidad obrera y popular en determinados barrios y no
en otros. Aun después de 1993, en que el voto mayoritario de los barrios de
clase "alta" se volcó por primera vez hacia el justicialismo menemista, las dis-
tinciones barriales resultan indicadores precisos del carácter de base de las
expresiones políticas. Sigue hoy sin ser lo mismo, dentro del discurso partida-
27
Página l2, 12/2/89: 19.
2S
Página l2, 12/5/89: 3.
Antropología de lo barrial
38
rio peronista de la ciudad de Buenos Aires, provenir de las bases de Lugano
que de las de Barrio Norte. Y esto no es nuevo, al igual que en todo movimien-
to masivo. En ocasiones se reitera por diversos medios que cuando en la
década del '60 ganó las elecciones el candidato peronista Andrés Framini y las
Fuerzas Armadas le impidieron asumir el poder, corrió por la ciudad el rumor
de que las bases peronistas irían a "incendiar Barrio Norte". Como contraparte,
fue recurrente la amenaza de "bombardeo al nido de ratas", como llamaban los
"gorilas" (contrarios al peronismo) al barrio de Lugano.
Barrios hay muchos, pero representativos de las bases populares y de
determinados contenidos políticos asociados a lo popular serían sólo los ba-
rrios obreros, de clase trabajadora. Un poco la síntesis entre el político y el
futbolista es el ejemplo del jugador Claudio Morressi. Cuando un periodista lo
inquirió sobre la probable influencia en su conciencia política de tener un her-
mano desaparecido durante la dictadura del general Videla, su respuesta fue: "No,
¡o de la política ya viene de casa: puede ser que influyera que mi viejo nos
contaba lo del 17 de octubre [de 1945]", y remata: "Aparte, uno nadó en un
barrio, no te voy a decir obrero, pero sí de clase baja, como Parque Patricios [don-
de] desde muy temprano palpamos las injusticias" 29.
Aunque, en general, en el discurso político, la mención del barrio —cuando
no se explícita que se habla de barrios "bacanes", "garcas" o "ricos"— es sinó-
nimo de bases populares, hay veces que el barrio parece representar de por
sí a las bases, sin que se haga expresa mención de lo popular. Por ejemplo, al
reproche de "no bajar a los barrios", que se le hace a muchos dirigentes
políticos, se le suele sumar la directa acusación por "haberse ido del barrio",
tal como hizo en un debate televisivo el candidato a diputado del partido
radical Dante Caputo con su par neo-liberal Adelina de Viola, a quien reprochó
haber "abandonado su propio barrio, no como yo" (mayo de 1989). Otros ejem-
plos pueden servir para ver de qué manera la pertenencia no ya a un barrio
sino a ser de barrio se utiliza para calificar implícitamente de popular. El 31 de
enero de 1989, en un programa de televisión, el dirigente de izquierda Luis
Zamora establecía tajantemente sus diferencias ideológicas y políticas res-
pecto al grupo civil armado que había asaltado el cuartel del Ejército de La
Tablada, haciendo hincapié en que los soldados de la guardia "pertenecen al
pueblo"; y relataba así su visita a uno de esos soldados heridos: "Estuve con el
conscripto Díaz, un pibe de barrio".
Ser de barrio, ser de abajo, pero una bajeza entendida como exaltación de
valores como lo popular y lo auténtico. Al contrario de un sentido degradante
que también parecería coexistir con el anterior y también vinculado con perso-
najes notorios. Es cuando el barrio se usa para desvalorizar una conducta o
una manifestación que se supone debería ser más trascendente, por lo públi-
ca y no cotidiana. Aquí el barrio vendría a representar una parcialidad degra-
dada dentro de una totalidad trascendental: lo que vale menos artísticamen-
te, por ejemplo, pasa a ser "de barrio"; lo que vale menos deportivamente,
29
Página 12, 21/7/87: 12.
La ñata contra el barrio
39
entonces es "de barrio". En esta línea, la información promiscua del chisme
barrial (recurrentemente atribuido a las mujeres) tiene la particularidad de
convertir en imagen pública aspectos de la vida privada y, asimismo, es un
sinónimo de poca seriedad, informalidad y bajeza. Por eso, cuando lo que se
espera es un intercambio de opiniones "serio" y lo que se produce es un
desprolijo cruce de epítetos y alusiones narrativas sobre aspectos privados,
se apela a la noción de barrio. Al acentuarse la polémica interna en el servo del
partido político Unión del Centro Democrático, un diario publicó —sobre una
fotografía de las dirigentes de ese partido María Julia Alsogaray y Adelina D.
de Viola— este título: "Broncas de barrio" (Páginal2, 23/4/89; 6). ¿Estas ambi-
güedades dependerán exclusivamente de los intereses disímiles representa-
dos en los distintos contextos de uso de la noción de barrio? ¿O la capacidad
de condensación del barrio, cuando actúa como un símbolo —como señalába-
mos más arriba— podría contener generosamente todos estos sentidos apa-
rentemente contradictorios?
Barrio y luchas
Ligada a la tarea institucional barrial se encuentra la acción vecinalista,
la cual, en el caso de Buenos Aires, tiene una larga trayectoria, que en
los años de proclamas de apertura y profundización democrática se in-
tentó reimpulsar, y adquirió un nuevo sentido con las movilizaciones del
verano 2001-2002. Las jornadas históricas de la actividad vecinal orga-
n i z a d a han estado enmarcadas en l a s grandes luchas en el terreno de
la reproducción social y por los consumos colectivos y de servicios urba-
nos, en distintas épocas y contextos, que en los inicios de la decada del
'80 hicieron eclosión en todo el Gran Buenos Aires. A partir de allí pare-
cieron actualizarse, adquiriendo básicamente tres formas: a) reclamos
contra desalojos y tarifazos, en los barrios donde los servicios estaban
instalados; b) reclamos por su funcionamiento, luego que se privatiza-
ran, durante el gobierno justicialista, y c) reclamos por la instalación de
los servicios en los asentamientos autoconstruidos. ¿Con qué s i g n i f i c a -
dos de lo barrial se desarrollaron estas acciones y estas luchas? ¿Con
qué concepto de lo que es el barrio actuaron los distintos grupos de
vecinos? ¿Podríamos a n t i c i p a r que, para las tres formas, el concepto
prevaleciente se situaría cercano al barrio como ámbito local de reivindi-
cación del uso de la ciudad como totalidad de servicio, como consumo
colectivo, dentro del derecho ciudadano más específico? En el tercer caso
se sumaría seguramente el s e n t i d o de b a r r i o como comunidad d i g n a ,
como ideal, al estilo de la consigna "barrio si, villa no".
La asociación del barrio a los conflictos sociales puede llevarnos a buscar la
relación entre el barrio y la clase social en los Imaginarios. Además de los ya
vistos, también podemos ver cómo el barrio se utiliza para tipificar épocas e
identidades, como las mutaciones en la composición de las clases, cuando se
suele tomar a los barrios como indicadores. Para mostrar la desigualdad so-
Antropología de lo barrial
Quince años después, los cacerolazos de las capas medias se han conver-
tido en parte consistentes del paisaje convulsionado de las Asambleas Barriales,
con focalización en el centro financiero junto al piquete del conurbano, uno de
cuyos ejes de aglutinación también se asienta en la movilización barrial. Am-
bos fenómenos tomaron como foco escénico y protagónico el ámbito barrial31.
El punto de vista más clásico no contradice esta hipótesis: "La mayor parte de las construcciones
edificadas sobre infraestructuras bajas y en pequeñas dimensiones han desaparecido por
completo, a! haber sido realizadas con materiales perecederos; se sabe que muchas de
ellas tenían una función residencial" (Hammond, 1979: 79).
El barrio en la historia
47
rrios podrían haber creado un tipo de estructura social de gran cohesión interna"
(Millón, ibid.). Visión que enmarca teóricamente el papel social del barrio desde
tempranas épocas y cuya base serla considerarlo como una especie de puente
entre el mundo de la aldea pre-urbana y el de la ciudad ya constituida, razón por la
cual "los habitantes de las ciudades [antiguas], algunos de los cuales
permanecen en ciertos barrios de tipo aldea, dentro de las propias ciudades, dan
señales de revivir las raíces de la propia aldea en los nuevos suburbios" (Dyckman,
1964: 169).
El barrio adquiere el contenido de muestra, dentro de la ciudad, de un
equivalente a la comunidad aldeana "integrada", previa al surgimiento del
fenómeno de concentración urbana. Sería ésta, a su vez, una manifestación
de la concepción culturalista y difusionista en los estudios de las sociedades
antiguas y "primitivas", capaz de evaluar como un mero proceso de "propa-
gación de la forma urbana" el hecho de que en determinado momento históri-
co aparecieran las ciudades en el planeta (Sjoberg, op.cit.: 24). Los historia-
dores de lo barrial Jorg Kirschermann y Christian Muschalek registran en
primer plano este componente cultural del barrio, sólo que para ellos sería
más bien una consecuencia de las dos causas que determinaron la existen-
cia de los barrios en las ciudades de la Antigüedad: la división del trabajo y
las relaciones de poder35. Distinguen los barrios del resto de las construccio-
nes religiosas, administrativas y económicas. En la de Mohenjo-daro, a ori-
llas del Ganges, las concentraciones de edificios funcionales para el Estado
"crean una distancia social y espacial respecto de los barrios de trabajo y de
vivienda". En la mesopotámica Ur, 'los barrios residenciales constituían el segunda
anillo, la ciudad externa". Las ciudades egipcias eran, a su vez, un muestrario de
"la división de la población en dominantes y dominados". Esto se ve con claridad
de acuerdo con los materiales de construcción, en el momento de la
reconstrucción arqueológica: mientras las grandes construcciones centrales de
la élite sacerdotal se han mantenido en pie por milenios, las viviendas de las
clases populares, construidas con ladrillos de barro secado al sol, pueden ser
reconstruidas sólo mediante inferencia y deducción, sobre la base de sus
huellas arqueológicas. En los restos de Kahun se distinguen dos barrios
incluso separados por una muralla, en donde queda claro dónde vivían los
ricos y dónde se aglutinaban los esclavos y demás trabajadores (ibid.). Lo
mismo señalan para Tell el Amarma, donde inclusive el "barrio obrero" estaba
rodeado por un muro que impedía el traspaso hacia las restantes zonas de la
ciudad. Con lo que tenemos plena corroboración de lo que Max Weber enunciara
seis décadas antes: "La división interior de la ciudad en barrios es común,
naturalmente, a la Antigüedad y a la Edad Media con las ciudades orientales y
del Lejano Oriente" (Weber, 1979: 1027). Esta consideración
"La diferenciación y separación de cada uno de los ámbitos urbanos como consecuencia de la
diversa organización del trabajo y de las relaciones de poder especiales —diversas formas de
comportamiento de los esclavos— reflejan con claridad la ubicación socioespacial de los
barrios 'puros' en los planos urbanísticos de aquellos tiempos. En los fructíferos valles fluvia-
les de India, Mesopotamia y Egipto se formaron barrios urbanos primitivos, dotados de la
correspondiente organización social" (Kirschermann & Muschalek, 1980: 9).
Antropología de lo barrial
48
del barrio como elemento común a los tres tipos de ciudades cobra mayor
importancia en la medida en que sean tomadas en cuenta las diferencias
entre estos tipos. La principal de ellas —señalada con detenimiento por el
mismo Weber— es la ausencia de toda vinculación mégico-animista de cas-
tas y clanes (con sus correspondientes tabúes espaciales) en las ciudades
clásicas del Mediterráneo (ibid.: 959).
El barrio se constituye en una parte ostensible de la ciudad de las socieda-
des orientales, comúnmente consideradas —por los autores marxistas— den-
tro del modo de producción asiático y distinguidas de las clásicas del Medite-
rráneo. En primer lugar, como fracción distintiva de las funciones organizativas
de la ciudad en tanto unidad política; en segundo término, como indicador de
la diferenciación social y, por último, como una muestra pre-urbana en plena
concentración urbana.
La matriz inicial
El proceso de urbanización del Litoral argentino entre finales del siglo XIX
y mediados del XX, ha estado subordinado a la inserción del país dentro de
(as relaciones internacionales de producción e intercambio (división interna-
cional del trabajo), en el contexto de la dependencia de los centros económico-
financieros dominantes (británico, norteamericano y multinacional-
globalizado, según los momentos). La dependencia del desarrollo urbano
respecto de la estructura económica no implicó una correspondencia directa-
mente sincrónica. Según sostienen Vapnarsky & Gorojovsky (1990), la etapa
de factoría agro-exportadora, que en términos económicos había finalizado
entre 1914 y 1930, continuaría su expresión urbana (entendiendo por ésta
la distribución espacial de los mercados de consumo y mano de obra) hasta
mediados del presente siglo. ¿Cuál fue esta expresión urbana? En primer
lugar, la reapropiación por parte de la ciudad-puerto Buenos Aires, de las
prerrogativas que gozaba durante el régimen feudal colonial. En segundo
término, para el desarrollo urbano central, el país en ciernes continuó atado
al eje agro-exportador, cuya marca más patente fue el sistema de comunica-
ción ferroviario, matriz a su vez del surgimiento y crecimiento de centros
urbanos regionales, todo en relación de dependencia con Buenos Aires. El
signo urbano más evidente de este proceso fue la macrocefalia porteña,
política, económica y cultural, opuesta (en rigor, desde sus clases dirigentes)
al desarrollo del mercado interno y de una industrialización nacional relativa-
mente autónoma (lo que habría invalidado, de hecho, un crecimiento urbano
desequilibrado entre las distintas regiones del país). La densificación de las
concentraciones, principalmente Buenos Aires y Rosario, adquirió un carác-
ter aceleradísimo37. La ciudad de Buenos Aires pasó de alojar 150.000 habi-
tantes en 186S, a 433.000 en 1887 y 1.500.000 en 1913, incrementando su
población, entre 1869 y 1947, unas 25 veces. Para mediados del siglo XIX
vivía en ella más del 30% de la población nacional, estimada en 17 millones.
¿Cuáles contigentes, cultural y socialmente hablando, corporizaron este hiper-
crecimiento urbano? Principalmente eran el resultado de la inmigración
transoceánica, ya que, como demostrara James Scobie, por cada europeo
radicado en el ámbito rural, diez se iban a ocupar de actividades urbanas
(Scobie, 1986). Italianos y españoles en su mayoría, imprimirían en la reali-
dad urbana una huella no sólo étnica y social (el grueso eran fuerza de
trabajo expulsada del campo y las ciudades europeas) sino también cultural,
constructora de identidades urbanas, cuya tipicidad mucho iba a tener que
ver con las realidades barriales de los grandes centros urbanos.
En Buenos Aires, este proceso se manifestó dentro de una morfología ur-
bana clásica del fenómeno llamado "primacía" (respecto a su región de in-
Al puerto, la ciudad —habitada por quienes vivían de él— le daba "la espalda" en
términos urbanísticos. Precisamente es la construcción del puerto la que produce la
paradoja de escindir la ciudad de su río durante la década del 'SO, y una centuria
después se reforzaría con la construcción del "último barrio": Puerto Madero, producto de la
gentríficación.
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 69
El Barrio Norte "no existe" para la historiografía positivista barrial, ya que engloba lo
que recibe oficiosamente los nombres de Recoleta y Retiro. Si apuntamos al imagina-
rlo social, en cambio, vemos que es uno de los barrios de mayor incidencia en la
ciudad de Buenos Aires, como símbolo de "clase alta", "pituca", "garca", "cheta".
Antropología de lo barrial
pre-texto para referir valores que hacen a un más allá apto para la interpreta-
ción simbólica (que incluye la ironía). "Buenos Aires no es una unidad: sus barrios
son diversos, múltiples, cada uno con su personalidad y su estilo. Barracas, intenso
y laborioso, sencillo pero sin humildad, con esquinas para esperar mujeres que
nunca llegarán ... Belgrano, millonario de árboles altísimos, lujoso y sin vida, con
mucho de mausoleo, con calles solemnes y sombreadas, que cruza de vez en
cuando un anglosajón que pasea su perro ... barrio exquisito, prestigioso y ajeno,
que parece habitado exclusivamente por gerentes de banco y gente que tiene un
pantalón de franela que usa con un saco de otro color, y cuando habla entrecasa de
nosotros dice: 'los nativos'. Villa Crespo, comercial, futbolístico, con aire de ghetto
... Villa Devoto, habitada en chalets, por gente que no tiene bastante para vivir en
Belgrano. La Boca, mito turístico y caserío que no termina nunca de desembarcar
... barrio que sería una magnifica fuente de recursos si los porteños fuésemos
capaces de industrializar el miedo. Y Flores, que tuvo quintas y corsos y
kermeses y una aristocracia supérstite de 'quiero y no puedo': que sigue con
humos de grandeza y fuerza centrípeta [repitiendo] Va gente de Flores'. Y los barrios
obreros de verdad, Nueva Pompeya, Nueva Chicago, Versalíes, Villa Mazzini,
Saavedra, Patricios. [...] Inmensa, fragmentada, plurifacética [Buenos Aires] ...
es una ciudad adolescente, sin posesión de sí misma" (Escardó, op.cit.: 37-38). Este
adolecer de una centralidad, paradójicamente repulsada en cada identidad
barrial, nos coloca en una especie de plano superpuesto al barrio como
escenario y a cada barrio como escenario. Parecería orientarnos hacia una
lectura por encima de las estructuras y formas edilicias, para detectar que los
barrios no sólo surgieron o se formaron con gente sino por la gente.
Perfiles barriales
"Antes se pescaba pejerrey en el Puente La Noria, no estaba contamina-
da el agua. La Salada y el Matanzas eran lugares obligados para ir. Yo pesca-
ba en el Matanzas- Había piletas: Punta Mogotes, Atalaya, Puente Doce; ahí
íbamos. Esto era como una isla, todo agua alrededor. Salías de Flores, si
venías de la Capital [sic] y te metías en el agua y por ahí aparecía Lugano.
Por eso había vida de barrio; a Lugano lo mató un poco la cercanía de la Capital"
(JC, 54, ex-obrero metalúrgico, profesor de secundario, parado en una
esquina del barrio).
"Yo quiero a Lugano porque primero que nací aquí, mis padres vinieron,
mis vecinos, la gente de mi edad vive toda aquí, fuimos al colegio juntos,
jugábamos, con Coqui, que de chico y de grandes ya nos frecuentamos,
vamos... no, íbamos al cine, que ya no está, por el cable y el video. Nos
encontrábamos, con amigos, caminamos por Lugano, que yo no puedo ca-
minar, hay veces que dejo de caminar porque me paro a cada rato a charlar:
qué tal, cómo estás, que haces; es una forma de vida que ya estamos acos-
tumbrados, que los viejos pienso que nos vamos a morir así, porque hay
gente que viaja, que tiene otros horizontes, pero acá la mayoría, los hijos
también, viven en Lugano, qué le va'cer..." (MT, 66, jubilada metalúrgica,
en la verdulería del yerno, una mañana de sol invernal).
"Y venían los vecinos a escuchar la radio a casa. Poníamos a Churrinche —usté
capaz que no lo sintió nombrar— a Juan Carlos Chiape; había muchas novelitas
que escuchábamos... era lo único que había, porque después salir no nos dejaban
salir tampoco, en aquél tiempo no dejaban como ahora. Antes íbamos todos a dar
una vuelta, íbamos todas juntas, éramos cinco hermanas y un varón, el Chiquito.
Antropología de lo barrial
78
Después aparecía mi mamá a ver dónde estábamos. íbamos de acá hasta la pla-
za... Cuando éramos chicas pasaba el que apagaba las luces; nosotros dejábamos
los banquitos afuera, algún juguete, y él pasaba a la mañana y tiraba todo pa 'dentro,
nadie se llevaba nada" (ED, 70, jubilada metalúrgica, en una vereda de Riestra).
"Lo que pasa acá en Lugano decide un montón de cosas; lo que pasa en las
empresas es lo que pasa en el país, y en el barrio popular como éste también; no
es casual que Lorenzo [Miguel] esté aquí... Acá todavía hay lugar donde la gente
trabaja y está toda esta juventú desorientada, porque no es como antes..." (GG,
28, docente, en la plaza del centro de Lugano).
"—Yo me crié acá; qué querés que te diga, para mí no hay como Lugano" (AB,
38, ama de casa, en la vereda, dirigiéndose a otra vecina).
"—Era ¡o que decía yo, l'otro día se lo dije al muchacho que me hablaba y
hablaba de Laferrere, que se tuvo que ir. Ese de l'esquina del Tolo, que se junt...,
que se ... bué, no es que importe, pero que era novio de la Mina, la hija de
Francisco y se... bué, ya tienen chico... la cuestión é que se fue para el lado de
Laferrere y me hablaba que ya los chico se aclimataron, se adataron, porque
nacieron ahí, que a él le costó: 'Uy, cómo sufrí, Rosa', me decía, y la Mirta tamién,
pero se están arreglando... Al principio él me vino con que Laferrere esto, que
Laferrere lo otro, pero a la final me reconoció que como Lugano no hay" (RG, 50,
vecina, misma vereda).
"—Mismo lo que yo digo... Yo me crié acá, con el barro por acá, los pasto por
acá, cuando íbamos a la escuela, ¿te acordes?" (MF, 65?, jubilada metalúrgica).
"—Cómo no me voy a acordar... pasaban las vaca; yo ... es lo que le digo
siempre: yo cambiaría todo lo que tengo no por los años menos que me den sino
por la vida esa... Lugano..." (TF, 70, jubilada).
"—No, qué años, é por la época esa, que Lugano era todo una fiesta para
nosotros..."
"—Y no había maldá..."
"—Eso, no había maldá, jugábamo, eran todos pasto y agarrábamos mariposa
y hacíamos senderito entremedio y clavábamos las mariposas por las alitas en los
pinches para despué saber cómo teníamos que volver porque nos perdíamos..."
"—Era lindo todo eso..."
"—Qué queré que te diga, ya le decía yo al muchacho, a mi me gustaba más, yo no
digo que, a cade cual le gusta su tiempo, pero Lugano era eso..." "—Eran
estupidece, quién diría que con poco nos conformábame..."
"—Eran cosa sanas... porque la gente era más unida, sería porque había me-
nos gente, se trataban más, era mejor un vecino que un familiar..."
"—No, pero ahora los vecinos no son malos tampoco..." "—
No, pero ahora uno se reconcentra más en su casa,.." "—
Ah, eso sí..."
El barrio-barrio: identidad e ideología
79
"—En cambio, ante, uno necesitaba algo, 'En Fulana, ¿me prestas cinco centa-
vos?' y allá se venía tres cuadra..."
"—La verde, esa vida era linda..."
"'—Lugano es eso, que uno se sentía como en una gran familia, era tranquilo;
ahora es tranquilo igual, pero hay más ruido, hay más patota, más que hay que
cuidarse, es toda gente buena, yo Me gustaba más la vida esa, las calles sin
asfaltar, todo era mejor. A lo mejor parece de inorante decir esto, que la juventú
me diga: mira lo que dice... Pero me gustaba..."
"—Porque ahora todo adelantó, la juventú no se queda en el barrio, e nosotro
no nos dejaban salir, ante no te dejaban salir ni a la esquina, por favo..."
Las bases de explicitación de estos ejes y dimensiones las hemos extraído de los
trabajos de Guber (1984 y 1986),. Bromley (1979), Sennett (1975), Hidalgo & Tamagno
(1992), Garbulsky (1990), Romero (1987).
Antropología de lo barrial
86
interesa es aquella relación de identidad que se referencia en el espacio barrial
de acuerdo con la visión de los actores. De esta manera, les cedemos en todo
momento la palabra, Y esto tiene que ver con la metodología, que nos obliga
a no colocar un sentido a priori de lo barrial en el análisis. No pretendemos
demostrar que en nuestro trabajo de campo no hemos condicionado esos
significados, ya que en la medida en que compartimos con nuestros actores
una comunidad lingüistica, social y macrocultural, el cero semántico se torna
una empresa más que imposible, por ilusa. Pero, para el análisis no pretendi-
mos partir más que del nivel de competencia lógico-sintáctica que relacionaba
esos significados con los que nosotros teníamos como observadores.
Vamos a partir de una visión dialéctica de la identidad social, que la vincula
estrechamente con el concepto de ideología, en un sentido amplio, o imaginario
social, compuesto por las imágenes o significados construidos socialmente y
por ende compartidos en parte por un conjunto social en condiciones históricas
determinadas y atendiendo a los condicionamientos contextúales de esos grupos,
principalmente las visiones, imágenes y significados con que son vistos, o
construidos desde el exterior de ellos mismos, si esa construcción incide y se
relaciona con ellos. Definimos identidad social como la producción de sentido de
una atribución recurrente y contrastante entre y hacia actores sociales. En la
investigación veríamos si esa atribución se verificaba en el barrio, con qué
características y mediante qué elementos de significación. Ya hemos señalado
como carencia principal de trabajos sobre lo barrial, la indagación —y nuestro foco
de interés— sobre los mecanismos internos de la constitución y generación de
identidades sociales como proceso de significación, ideológico (en su acepción
amplia). Para eso procedimos a un ordenamiento de los elementos de
interrogación mediante un encuadramiento de la identidad que contenia las
siguientes variables:
- Homogeneidad: donde se intentaría detectar los elementos o rasgos de la
identidad que resultaran comunes, no problematizados ni contradichos,
o con tendencia a afirmar aspectos propios y específicos del barrio.
- Heterogeneidad: donde se intentaría detectar los elementos que se dife
renciaran internamente sin romper la identidad o la imagen que los mis
mos actores tenían de su barrio.
- Identificación: donde se trataría de observar cuáles eran las referencias
incluidas en los discursos que resaltaran rasgos del barrio en confronta
ción con otro tipo de identidades, fundamentalmente otros barrios.
- Diferenciación: donde se intentaría señalar el costado complementario de
la variable identificadora respecto a otros barrios o a otro tipo de diferen
ciaciones.
Este encuadramiento sirvió de parámetro sobre el cual se fue colocando
en un principio el material empírico. La hipótesis de base, y que se verificó,
decía que habrían elementos de significación que coincidirían dentro de estas
categorizaciones, y se pudo constatar positivamente que existía una serie de
características por las cuales los actores tenían una imagen atribuida a su
El barrio-barrio: identidad e ideología 87
barrio, que tenia cierta homogeneidad y que era capaz de establecer una
identificación-diferenciación respecto a otros barrios. Una imagen que ence-
rraba en su interior la distinción de sectores o grupos heterogéneos que, aun
distinguiéndose entre sí, no dejaban de pertenecer al barrio. Una primera aproxi-
mación al interrogante inicial se cumplía. Los actores mismos destacaban en
forma explícita una identidad de ese al que definían, además como "roí" ba-
rrio. A este esquema lo hicimos funcionar como un esqueleto lógico no por el
contenido de una determinada lógica, sino por el ordenamiento de tipo sintáctico
de contenidos eventuales. En él podíamos volcar los sentidos registrados
empíricamente de los actores. El supuesto básico era que toda relación de
identidad como atribución de sentido se compone por una relación entre con-
junción y disjunción. Un significado se define porque se junta-con otro signifi-
cado (y se establece, de esta manera, un campo semántico común entre am-
bos, que podrían haber sido opuestos, o diferentes, o contrarios). Y un signi-
ficado se define si se dis-junta con otro también, si se diferencia de él.
El eje de una identidad social, entonces, es el resultado de una idealización
simbólica de referentes que giran alrededor de esa oposición lógica inicial de lo
conjuntible / disjuntible. Su reproducción social como modelo axiológico se meca-
niza mediante valores que afianzan el polo conjuntivo con un cierto grado de
homogeneidad. Esta es una dimensión que llamamos lógico-conceptual. Tanto
en ella como en la praxis social, el polo conjuntivo-identiftcador-homogéneo, for-
mado por el eje axiológico, sólo encuentra su razón de ser en el seno de su
contradicción con su opuesto heterogéneo-diferenciador-disjuntivo. Eh el plano de
la ideología —que forma parte de la praxis social y no es extraña a un orden
lógico específico—, esta contradicción básica se actualiza mediante símbolos
compartidos que se construyen a partir de la realidad referencial y a su vez
construyen su propia realidad de segundo orden (simbólico). Y esto forma par-
te del proceso de constitución de la conciencia social (definida a la manera de
Marx), ámbito en el que situamos la identidad y la ideología.
Dijimos que la materia prima del análisis iban a ser los discursos y las
prácticas de los actores, con las representaciones acerca de su barrio, logra-
dos en contextos de registro de campo. El propósito, entonces, era tener en
nuestras manos una herramienta que nos permitiera analizar los registros
con rigor, más allá de nuestra mejor voluntad objetivante. En realidad, es el
trabajo de cocina, lo que los antropólogos en genera! dicen que hacen pero
raramente muestran. Nos permitimos —con todos los riesgos que esto impli-
ca— mostrarlo, aunque en forma sucinta. Tratamos de tomar los elementos de
diversos modelos de análisis, pero no optamos por ninguno en exclusividad y
tratamos de sistematizar una formulación un tanto pragmática. Pretendíamos
analizar los registros de entrevista aun con los sentidos contextúales de nues-
tra propia observación, pero a la vez sin ilusionarnos con esa interpretación.
En última instancia, siempre podríamos cruzar los sentidos obtenidos por el
análisis de discurso, mediante el modelo, con los nuestros, a la manera del
antropólogo como autor (Geertz, 1989). Con cierta humildad, no confiábamos
tanto en nuestra autoría hecha desde el sentido común. El compositor y poeta
Antropología de lo barrial
cubano Silvio Rodríguez dijo una vez que cuando no puede escuchar la can-
ción que le gusta, la compone! Nos dimos a la tarea, entonces, de componer
este modelo combinatorio que, si bien no ambiciona ser original, amerita ser
expuesto para la justa evaluación de los resultados obtenidos.
' Véanse Ansart (1982), Eagleton (1997), Geertz (1971), Gómez Pérez (1985), Gravano
(1988 y 1988a), Thompson ¡1984) y Voloshinou (1965),
El barrio-barrio: identidad o ideología
89
La conciencia siempre es relativa a su propio ser consciente como conciencia
en el tiempo, en la historia. Es real en tanto no absoluta. Es conciencia sólo si
está despegada de algo de lo que tiene conciencia y sólo si hay otra conciencia
respecto a ese algo. No hay conciencia sola. Solamente hay conciencia respec-
to a, o contra un objeto que sea, a su vez, objeto para otra conciencia. Si la
conciencia se materializa en la contraposición de lo discursivo como ideológico —
como sígnico, como lo que refiere con un sentido—, como actualización de lo
ausente referido, debe tener una regularidad que lo sitúe en el tiempo y que
ponga límite a sus posibilidades de sentido; una restricción mediante reglas.
Las reglas sólo se visualizan en su actualización, por lo tanto no son la
actualización. Están más allá, en una profundidad respecto a la superficialidad
del discurso. Toda interpretación debe partir de una superficie que esté en
relación con una profundidad adonde se debe llegar para acceder al sentido.
Es el paradigma del buceo de las ciencias sociales, a partir de la consagración
de la ideología como objeto de estudio. Por el habla, por ejemplo, se recons-
truye la lengua y se desciende a la profundidad de las reglas subyacentes
que regularizan y restringen su uso. Se revela así una trama interior, ciertas
jerarquías y una estructura que, de no interrogar a la superficie, no se brindan
de por sí mediante el mero uso.
El grado de conciencia de esa trama requiere una conciencia de la concien-
cia. Cuando se usa una regla no se la concientiza. Se toma conciencia cuando
se la confronta con una posibilidad contraria por la cual esa regla se revela
como tal. Esto proviene del mismo mecanismo de la sustitución. Toda expre-
sión es, en última instancia, es un entramado simbólico, una gran parábola
que consiste en sustituir algo que está más allá con algo que se trae hacia el
más acá de la expresión. Ese gran salto, con ser elemental, no es explicativo,
no enuncia ni justifica por sí solo la razón de ser de esa sustitución concreta.
La elección de un símbolo para representar un determinado objeto no es
natural ni está dada: requiere siempre una explicación, una interpretación de
su sentido y de su porqué. El símbolo siempre está apto para la interpretación
de su sentido porque eso es: posibilidad de ser sentido. Pero quedarse en la
constatación de lo posible no es explicar el porqué de ese sentido entre los
sentidos posibles. No se trasciende lo tautológico que implica constatar mera-
mente la sustitución, al concebir lo humano en general (lo simbólico, lo cultu-
ral, lo sígnico, inclusive lo ideológico y todo fenómeno de conciencia) como
mensaje y nada más. El salto debe ser buceado en su interior. Deben estable-
cerse los escalonamientos o niveles que median entre la posibilidad y la ac-
tualización. Y si se concibe que pueda haber un medio, un grosor que permite
hablar de ideología como profundidad del discurso, será necesario establecer
cuáles son los elementos que se movilizan dentro de ese grosor, de ese me-
dio. Elementos discretos que tendrán, a su vez, una superficie y una profundi-
dad, pero acotadas al nivel de la mediación en que sean distinguibles. Es
necesario distinguir niveles y, dentro de esos niveles, unidades.
La unidad del discurso es el enunciado. En el discurso se distinguen, en
forma clásica, habla y lengua. Aun cuando desde algunas posturas teóricas se
Antropología de lo barrial
90
equipara lo discursivo con el habla, siempre se acuerda con que lo rige una
lengua. Las unidades de estos distintos niveles son, según nos dice el lingüis-
ta ruso V. S. lurchenko, de la lengua, la oración; del habla, la frase; y del
pensamiento, el juicio (lurchenko, 1970: 155). Esto del pensamiento tiene
importancia pues se trata de establecer las relaciones entre lo materializado
del pensamiento y los mecanismos por los cuales éste se estructura y genera
nuevas actualizaciones posibles. Pero en lo ideológico la unidad mínima de
análisis no puede reducirse a la frase, ni a la oración, ni al juicio, ni al enuncia-
do. Preferimos buscar una unidad que suponga a éstos, pero que los tras-
cienda. Una unidad que apunte centralmente a lo ideológico en sus dos com-
ponentes: la ¡dea y la lógica.
Ésta unidad puede ser la proposición. Por ella se entiende un contenido,
sostenido por un enunciado, que puede estar expuesto en una frase y/o en
una oración y por el cual puede emitirse un juicio; pero en sí no es ninguna de
esas cosas. Situarnos frente a un contenido implica necesariamente suponer
su continente, lo que a su vez supone que ese mismo contenido podría haber
sido otro pero fue ése, razón por la cual es contenido y no es su continente.
Desde Saussure sabemos que la arbitrariedad y la convencionalidad son la
base de lo propuesto en la proposición. La convencionalidad de lo propuesto
tiene como base lógica también la posibilidad. La posibilidad es un modo de
presentación que tiene la determinación. Por lo tanto, debe suponerse que
hay algo más allá de una posibilidad actualizada. Algo que la confronta nece-
sariamente y por lo cual puede hablarse de posibilidad, de actualización y de
determinación; en suma, de ideología. Ese algo más allá no es una sustancia
sino una relación con el más acá de lo discursivo, de lo materializado y actua-
lizado. Esa relación, para ser tal, mínimamente es concebible en términos lógi-
cos; no de una lógica absoluta sino de una lógica definida precisamente por
esa relación.
Apuntar a lo ideológico significa tratar de caracterizar esa relación, de
tipificarla en su calidad. No hay otra materia prima para partir que el nivel de lo
materializado en un enunciado, en una frase, en una oración o en un juicio.
Sólo que cada uno de estos niveles tiene su normatividad propia y específica
y ninguna de estas unidades lleva, como diría Simpson, "su forma lógica en la
frente" (Simpson, 1964: 33). Si bien es perfectamente admisible que pueda
hablarse de contenidos de las frases, de los enunciados, de las oraciones y
de los juicios, nosotros preferimos —al situarnos ante lo ideológico— hablar
de proposiciones o contenidos preposicionales. En este camino, necesitamos
comenzar por algún lado, tomar una punta del discurso que nos brinde la
mayor garantía de orden, de visualizar eslabonadamente una estructura. Esa
punta es, para nosotros, el componente sintáctico, pues se nos presenta
como el más estructurante y estructurado, dado que su razón de ser es el
ordenamiento, la regimentación, la puesta en caja más cercana a la
estructuración lógica (esto no significa negar la cualidad estructurada y
estructurante de los demás componentes). El más cercano a la trama del
espectáculo brindado por las ideas esparcidas en lo discursivo. Es a lo que se
El barrio-barrio: identidad e ideología
91
refiere Greimas cuando dice: "El juego sintáctico que consiste en reproducir cada
vez, en millones de ejemplares, un mismo espectáculo, que comporta un proceso,
algunos actores y una situación más o menos circunstanciada" (Greimas, 1976:
179). El espectáculo de ideas que se aborde, entonces, debe tener un refe-
rente. Mediante su análisis se llegaré a extraer una lógica estructurante y
estructurada, en la materialización de la ideología de determinados actores,
expuesta en contextos también determinados.
Puede hablarse de un punto de partida —para el análisis— que consista
en no saber nada de lo que dicen, actúan, refieren o significan esos actores, de
modo de tener mucho más abierta la posibilidad, de captación de los sentidos
posibles y no reducir o circunscribir el análisis al sentido dado de antemano
por el analista. Pero esto no deja de ser un prurito del rigor con el que quere-
mos realizar el análisis. Es que, desde ya, "sabemos" que esos discursos
(directos o que describan acciones, ya que acciones en sí nunca es posible
analizar) son al menos el producto de determinadas condiciones de produc-
ción. Conocemos a sus productores (o los hemos tipificado mínimamente como
humanos, que no es poca cosa) y, por sobre todo, sabemos que esos son
discursos, rupturas de hecho con lo dado, un "no" (dis) al curso natural, son
materializaciones expresivas con posibilidad de actualizar distintos y diversos
sentidos. Es que siempre, en términos absolutos, una exteriorización discursiva
tiene un sentido, aunque más no sea el de lo que una comunidad de parlan-
tes sepa que es "lo desconocido". Desde un punto de vista metodológico, en
cambio, es posible pretender no saber nada de lo que dice un discurso y, de
acuerdo con esta premisa, desarrollar el análisis.
Sin embargo, como todo análisis, es imprescindible categorizar y priorizar
elementos. Para esto es necesario e inevitable establecer un mínimo de signi-
ficación de los términos y contenidos incluidos en los discursos. Un mínimo que
permita distinguir por lo menos que un determinado término ocupa el lugar de
una función verbal, o de un sujeto, o de un atributo, que nos permita esbozar
la distribución en categorías. Implica partir de un mínimo suelo designativo, tal ¡a
definición de Eugenio Coseriu: "Designación es, en el acto de hablar, la utilización
de un significado, y no está determinada sólo por éste, sino, al mismo tiempo, también
por principios generales del pensar..." (Coseriu, 1976: 207). La referencia a estos
principios del pensar nos ubica nuevamente en nuestro intento de adherirnos lo
más posible al esqueleto lógico subyacente a lo discursivo e ¡r, en forma
escalonada, hasta el sentido.
Este primer escalonamiento implica una distribución de recipientes de los
contenidos, a los que llamaremos categorías proposicionales- Son receptácu-
los donde necesariamente se incluyen los contenidos proposicionales. Su se-
mejanza con las categorías sintácticas no es casual, ya que de acuerdo con I. I.
Meshchaninov, "en todas las lenguas hay un sustrato sintáctico común basado en
la utilización sintáctica de las categorías lógicas [que son comunes a toda la
humanidad, y] las categorías lógicas reciben su expresión en el lenguaje y para
transmitirlas se utilizan las correspondientes construcciones gramaticales"
(Meshchaninov, 1970: 17). Entre el componente sintáctico y el lógico, enton-
92 Antropología de lo barrial
47
"Elementos alineados uno tras otros en la cadena (del habla) -decía Saussure-, son combi-
naciones que se apoyan en la extensión y en lo lineal de la lengua (...) Siempre se compone
de dos o más unidades consecutivas. Un término sólo adquiere valor porgue se opone al que
le precede o al que le sigue o a ambos. Es una conexión "in praescentia" en una serie
efectiva" (Saussure, 196S: 207).
El barrio-barrio: identidad e ideología 99
Solidaridad
Tal como se vio en el ejemplo, la solidaridad es lo que se funcionaliza me-
diante el término solidaridad y las funcionalizaciones socórreme, ayudante, no
Antropología de lo barrial
108
negante, prestante, asistente, entre destinador y destinatario proposicionales
que comparten la misma nominación gente del barrio, cuando el destinatario se
funcionaIiza como necesitante, pidiente y precisante. Se relaciona
paratagmétlcamente con ios rasgos barrio, bueno, gusto, tranquilidad, obrero,
arraigo, relacionalidad, típico, desinterés, amistad, normalidad, unidad, como
funcionalizaciones de la misma matriz nominal gente del barrio. Es —proposi-
cíonalmente— causa explícita de que a la gente del barrio le guste el mismo,
de la tranquilidad del barrio y de que la gente no se vaya de él. Es consecuen-
cia en la relación de causalidad respecto a menos gente y al arraigo, que ac-
túan como causas de la solidaridad. Comparativamente, la solidaridad es mayor
respecto al barrio que a lo familiar ("es mejor un vecino que un familiar"). En la
oposición antes/ahora se corresponde con su oposición principal "+ solidari-
dad I - solidaridad" ("ahora ni un mate te dan"). En principio, entonces, pode-
mos definir el valor de la solidaridad barrial como lo que es capaz de establecer
una relación entre la gente del barrio representada por la ecuación "solidarizante si
pidiente", causada por el arraigo y porque antes los vecinos eran menos cantidad,
por lo que antes había más solidaridad que ahora. Ante la disyuntiva del eje barrio
/ familia, la solidaridad es "mejor" en el primer término. Actúa como causa
del gusto por el barrio, de que la gente no se vaya del barrio y de que el
barrio sea tranquilo.
Tranquilidad
La concurrencia lexemática para aislar este rasgo fue homogénea, ya que
estuvo dada por un solo término: "tranquilo". Sus destinadores proposicionales
fueron en un 80% el barrio y en un 20% la "vida" en el barrio. La relación
sintagmática recurrente fue atributiva del barrio. La particularidad del significado
de este rasgo es la no concurrencia de su antónimo explícito. Lo no tranquilo, en
efecto, está expuesto mediante oposiciones indirectas u oblicuas, que se dan
básicamente en la dimensión temporal, cuando se plantea el eje de la
oposición entre el barrio y "otros" barrios. Debemos ir a buscar entonces las
asociaciones de estas dos terminales de oposición {ahora y otros barrios), para
entrar en detalles de qué es lo que se opone a la tranquilidad. El hoy está
asociado paratagmáticamente con el cambio, el adelanto, que a su vez está
asociado sintagmáticamente con lo bueno y por adversatividad a lo barrial gustado
como su opuesto ("el adelanto es bueno pero no me gusta"). El resto de los rasgos
que componen el conjunto paratagmático del "hoy" son: "más robo", como
funcionalización de los destinadores "jóvenes" y "barras", a quienes se les
niega el rasgo de "trabajador" y el rasgo "familiar", mediante la incidencia de la
oposición temporal: "antes entregábamos un porcentaje de! sueldo a la madre /
hoy le roban hasta a la madre", cuando el destinador proposlcional es "la
juventud" para los dos casos; sólo que en el primero es el joven de "antes" y
en el segundo es el joven de "hoy". Cuando lo tranquilo se opone a "otros
barrios", el conjunto paratagmético de éstos esté compuesto por "bocinas",
"ruidos" y "corridas". Una oposición relevante de este rasgo es la que lo coloca
como contrapuesto al "acontecimiento" y al "hecho". Las respuestas inmedia-
El barrio-barrio: identidad e ideología 109
Arraigo
Este rasgo es el resultado de la asimilación de diversas funcionalizaciones ("de
muchos años", "originaria", estantes de antes, vivientes, quedantes,
mantenientes, criantes, poblantes, nacientes) aplicadas a una matriz nominal que
incluye los destinadores proposicionales gente de barrio, gente de los complejos,
gente de la villa, viejos y chicos. La oposición que está implicada en este rasgo se
ubica en un plano temporal y está representada por las mismas
funcionalizaciones, las que se colocan todas en oposición a lo nuevo, lo
alquilante, lo no originario, pero no respecto al barrio respecto a sólo dos de
sus destinadores: la gente de los complejos y la gente de la villa. En efecto,
dentro de la gente del barrio no concurre lo no arraigado; sólo concurre para
distinguir, por un lado, la gente de la villa arraigada y la gente de la villa no
arraigada y, por el otro, la gente de ios complejos arraigada y la gente de los
complejos no arraigada. Esta función distintiva que cumple el rasgo arraigo
llega a plantearse en términos de causalidad. La gente de los complejos arrai-
gada recibe una matriz funcional que se identifica con los rasgos atribuidos a
la gente del barrio (del Lugano "histórico"), como ser: trabajadora, buena,
tranquila, familiar, relacionada. Lo mismo ocurre con la gente arraigada de la
villa. Esta identificación no se expresa en forma directa en el discurso; en él sí
se hace mención a la distinción entre las nominaciones ("gente de los comple-
jos", "gente de la villa"), pero sus matrices funcionales coinciden. La relación de
causalidad explícita se extiende a que la gente del barrio es así (solidaria,
Antropología de lo barrial
110
gustante del barrio) "porque son vecinos de muchos años", "porque son los que
poblaron". El arraigo funciona, entonces, para distinguir a dos sectores dentro
de villas y complejos, a los que se asignan los mismos rasgos que a la gente
del barrio cuando son arraigados; y, por otra parte, funciona explícitamente
como núcleo causal de los rasgos del barrio gustado y solidario. El conjunto
paratagmático de rasgos asociados con lo arraigado incluye lo familiar, lo bue-
no, la amistad, la tranquilidad, la relacionalidad, lo trabajador y lo obrero.
Relacionalidad
Este es el rasgo de mayor amplitud en el espectro de las funcionalizaciones
que se le han asimilado. Apunta a la vida en relación de los vecinos, al modo de
llevarse entre si, de conocerse. Por convención asignamos a unas
funcionaíizaciones un valor afirmativo del rasgo, compuesto por conoscente,
encontrante, recorriente, conviviente, llevante, tratante, relacionante, concurrente,
reuniente, parante, jugante, conversante, charlante, y a otras un valor negativo
del rasgo, compuesto por las funcionalizaciones peleante, discriminante y aislante.
En un principio habíamos analizado en forma separada estas dos matrices
funcionales, pero luego las incluimos dentro del mismo a n á l i s i s del rasgo
relacionalidad —con la salvedad de distinguirlas—, dadas sus relaciones de
oposición concurrentes. Los destinadores preposicionales de cada una de es-
tas matrices funcionales son, para la afirmativa: gente de barrio, gente de la villa,
viejos, chicos y barras. Y para la negativa: barras, villeros y jóvenes. Se nota la
diferencia de nominación al rasgo en cuanto a gente de la villa / villeros, por un
lado, y que las barras se ubican en ambos polos, mientras el destinador jóvenes
sólo actúa en el costado negativo. La relación de oposición más neta de este rasgo
es la que lo contrapone a "estar de casa en casa" o "andar que Fulano que Mengano".
Otra es la que se corresponde con trabajo/vida barrial, cuando el rasgo trabajo se
asocia paratagmáticamente a vorágine, apuro, y se asocia a la oposición
explícitamente dada por los actores como símil de ciudad/pueblo de provincia;
donde el barrio es "como un pueblo de provincia" y ai llegar del trabajo "uno tiene
tiempo para conversar horas con un amigo en el club, o en una esquina". Una
oposición recurrente es la que se asocia con la oposición barrio/otros barrios,
cuando a este último término se asocia la vida en departamentos, donde uno "ni
se saluda", mientras en el barrio "tocan el timbre y sabes quién es". Es unánime
en la información la correspondencia con la oposición de lo temporal, donde
antes/ahora se corresponde con + relacionaiidad / - relacionalidad ("la gente ahora
está cada vez más para su lado"). La relación sintagmática más recurrente de este
rasgo es la que coloca a la gente del barrio como destinador y como destinatario de
sus funcionalizaciones, en familia y en el club del barrio, pero subordinada a la
oposición + antes / ahora. El conjunto paratagmático con que se asocia incluye
los rasgos: solidaridad, tranquilidad, familiar, bueno, arraigo, gustado, trabajo, lindo,
típico y normal. Se destacan sus relaciones de causalidad, cuando se ubica como
núcleo causal del gusto por el barrio ("el barrio me gusta porque uno se encuentra
con la gente en la calle, conversa, se relaciona") y es consecuencia causal directa
del rasgo menos gente: antes había menos reía-
El barrio-barrio: identidad e ideologia
111
ción entre los vecinos porque "éramos menos". Cuando su destinador es la
gente de la villa, la relacionalidad es causada por el arraigo y por el fútbol ("/os
de la villa la romper?*, por eso son aceptados en ios equipos de Lugano"). Su
negatividad es recurrentemente causada por la falta de arraigo.
Bondad
Este rasgo se opone a "mala" cuando es atributo de la gente de la villa y la
de los complejos en forma explícita. Paratagmaticamente se relaciona con la
relacionalídad y el arraigo. Cuando es atributo de la gente del barrio se opone
por comparación en correspondencia con la oposición antes/ahora en forma
explícita. Por lo tanto, funciona como valor para distinguir !o que era "más" la
gente del barrio antes. La gente de la villa y la gente del complejo reciben- el
rasgo con signo negativo, mientras la gente del barrio lo hace con ambos
signos, pero cuantitativamente prevalece el positivo. Sólo surge la oposición
respecto al eje temporal. Lo que se plantea es una concurrencia de bueno,
buena para el ahora cuando se omite el antes. Pero, ni bien surge la oposición
antes/ahora, el signo de! rasgo pasa a ser unánimemente negativo en una
gradualidad comparativa. En suma: la gente es buena, pero antes era más buena.
Por definición, podemos asimilar gente del barrio al rasgo barrio; por lo tanto,
aquí estamos en presencia de la oposición barrio / no barrio, representando el
polo no-barrial, la gente de la villa y la de los complejos.
Pobreza
Sintagmáticamente es atributo del barrio y de la gente del barrio y sólo asi
se asocia paratagmáticamente a bajo nivel, no acceso a nada, no dinero. Pero
también es atributo de villeros y de jóvenes. En forma explícita no actualiza su
opuesto. Prevalece la relación sintagmática de atribución de gente del barrio
y dei barrio, tanto en el presente como en el pasado, pero cuando se presen-
ta el eje antes/ahora en forma ostensible surge la oposición que, por compa-
ración, queda signada +/-.
Familia
Es uno de los rasgos de mayor recurrencia. Es el producto de la asimila-
ción designativa inicial de diversos términos (familiar, familia, padre, madre,
etc.). Funciona como atributo del barrio y de la gente del barrio. Actúa bási-
camente como destinador de su funcionalización más recurrente: controlante
a jóvenes en el antes. Paratagmática y sintagmáticamente se relaciona con
una mayor relacionalidad, con el arraigo, ¡a tranquilidad, la seguridad, la
prohibición, el barrio, lo obrero, la pobreza, el trabajo, la negación del estu-
dio, la no inteligencia, el antes y el gusto por el barrio. Es núcleo causal de
que el barrio sea lindo, familiar y gustado. Es consecuencia causal de que el
"Romperla" significa, en la jerga futbolística, jugar muy bien, sobre todo en contacto
con la pelota, al extremo de "destrozarla" o "hacerla de trapo".
Antropología de lo barrial
112
barrio sea un barrio, del arraigo y de que antes hubiera menos gente en el
barrio. Se opone al ahora, a los villeros y a lo que no es barrio. En el análisis
de este rasgo se destacaron contradicciones y ambigüedades que imponen
el desglose de oposiciones como padre/hijos, en correspondencia con opo-
siciones como gente del barrio/jóvenes, antes/ahora, más gusto/menos gusto,
de las que nos ocuparemos más adelante y que son todas coincidentes con
la oposición principal del rasgo: familia controlante /jóvenes solos, a su vez
coincidente con la relación sintagmática básica: familia controlante a jóvenes,
y en correspondencia con la oposición antes/ahora, en la que lo familiar que-
da signado +/-.
Obrero
También podría ser rotulado trabajador o trabajo. Llegamos a él por la asimi-
lación de términos como trabajo, trabajador, trabajar, obrero, laburo, yugo.
Debido a su gran recurrencia, hicimos un análisis pormenorizado de cada uno
de ellos y recién al constatar que no había contradicciones en sus usos volca-
mos el análisis en la descripción de un significado homogéneo. Sus relaciones
paratagmáticas de mayor recurrencia se dan con rasgos como italianos, traba-
jadores, la fábrica en el barrio, los obreros en el barrio, las casas bajas, el peronismo,
la relacionalidad (llevarse bien), la pobreza, la tranquilidad y la "gente media". En
cuanto a las relaciones sintagmáticas, tanto como destinador, cuanto como
atributo o como funcionalización, el rasgo también es negado
proposicionalmente. Comparemos a cuáles destinadores les es atribuido y
negado el rasgo:
Afirmado Negado
gente de barrio
barrio
gente arraigada de la villa gente no arraigada de la villa
barras obreras de antes barras no obreras juventud
de ahora
Gusto
Este rasgo es de gran recurrencia, tanto en los casos en que se lo indujo
medíante preguntas, como en el conjunto total de las entrevistas. Obsérvese
incluso su presencia dentro de las relaciones sintagmáticas de los otros rasgos.
Es el producto de la asimilación de la funcionalización verbal actualizada con el
término gustar, querer, encantar. La relación sintagmática básica donde concurre
sitúa como destinador a la gente del barrio y como destinatario proposicional
las distintas referencias que los entrevistados colocaron como objetos de su
gusto. La relación de tipo comparativo estaba planteada en una pregunta que fue
recurrente en las entrevistas (¿qué es lo que más le gusta de su barrio?), lo que
podría habernos impulsado a suponer que se encontrarían referencias acerca
de lo que menos gusta del barrio en relación directamente inversa al gusto.
Esto fue planteado taxativamente, entonces, en otra pregunta y en dos instancias
de trabajo de campo. De ambos conjuntos de respuestas se podría haber
extraído un significado negativo (que significa el no gusto por el barrio). Pero el
resultado de esta confrontación fue que el gusto se define por un conjunto de
rasgos que son coincidentes en forma plena con los atribuidos a Lugano (tranquilidad,
familiaridad, solidaridad, relacionalidad, trabajo, arraigo, amistad, casas bajas,
"la gente", y el no querer irse del barrio), que se sitúan proposicionalmente
como destinatarios de la funcionalización "gustante". El no gusto no se definió
por los rasgos opuestos a aquéllos, sino por una serie de rasgos que hasta
ahora no habían concurrido y que podemos sintetizar como "no servicios", ya
que las respuestas recurrentes fueron: "falta de desagües", "falta de asfalto",
"falta de transportes", "mugre", que compusieron el 60% de las respuestas a la
pregunta sobre lo que no gusta del barrio, mientras el 40% restante fueron
"nada, me gusta todo", 'nooo, sacar defetos noo".
Antropología de lo barrial
114
Sobre esta aparente contradicción volveremos en el análisis de sentido.
Nos sirve señalarla aquí porque de ella resulta que en los discursos no se
explícita unánimemente aquello que se opone al gusto por el barrio. Al no
gusto se lo niega en un 40% y se lo hace equivaler en un 60% con la falta de
servicios. Pero el gusto no se define por el rasgo "servicios" en positivo, sino
por los rasgos recurrentes ya citados, que componen, en general, los valores
que se asignan al barrio. Quiere decir que el gusto no se pone a prueba, no se
confronta con la negatividad de esos rasgos, no actúa como un eje por el cual
esos rasgos adquieren un valor. Esos rasgos no condicionan el gusto en su
oposición al no gusto. Esto nos remite a las otras relaciones de oposición que
concurren en el conjunto. Del total se destacan tres tipos. El más recurrente
es el que plantea la oposición entre irse del barrio y quedarse (en cuanto a
vivir en él); disyuntiva no planteada para nada en forma directa en las "pre-
guntas y que surge de la relación paratagmática ("de aquí no me iría nunca, me
gusta").
El segundo tipo es el que no contrapone al barrio con otros barrios y asocia
este polo de la oposición a los rasgos departamentos (opuesto a casas bajas),
enfriamiento, adelanto, no relacionalidad. Y el tercero incluye la oposición de tipo
temporal, en referencia directa al antes más gustado contrapuesto al ahora
menos gustado. La relación causal en la que se incluye el gusto lo coloca como
consecuencia del rasgo arraigo (el que a su vez es causa de la relacionalidad
asociada con lo obrero). De gran recurrencia son las respuestas de que lo que
más gusta del barrio es caminar por sus calles, porque "uno se encuentra con
los amigos, con los compañeros de CAMEA, porque nos acordamos de aquellas
épocas". Acá estamos haciendo el análisis del rasgo gusto y no de lo que a la
gente le gusta del barrio o por lo que a la gente le puede gustar del barrio, lo
que remitiría a las respuestas predominantes, que fueron "todo" y "que siga
siendo un barrio" o "que todavía es un barrio". Queríamos saber qué era gustar en
referencia al barrio y nos encontramos con un rasgo que remite a otros
rasgos a los que les captura la posibilidad de oposición. Mediante el gusto no
se obtiene aquello que se opone a los valores gustados en forma explícita y
sólo es posible acceder a ésos por inferencias de oposiciones incluidas dentro
de las relaciones paratagméticas, las que son recurrentes con barrio / otros
barrios y antes / ahora.
Cambio
Dentro mismo de la convencionalidad designativa por la cual aislamos este
rasgo nos encontramos ya con una relación de oposición de la cual el análisis
de su significado no puede estar ajeno. La implicancia de un antes y un des-
pués o ahora es parte fundamental de este rasgo. Se apuntó, por lo tanto, a
los significados incluidos en ambos polos de esa oposición y a los ejes por los
cuales el mismo discurso efectuaba tal distinción. Los términos tenidos en
cuenta para determinar la presencia de este rasgo fueron: cambio, transfor-
mación, nueva etapa, vuelco total, progreso, bisagra histórica, se rompió, se fue
perdiendo, se fue muriendo, y la más recurrente relación opositiva manifiesta
El barrio-barrio: identidad e ideología
115
50
entre un antes y un después, un ahora y un hoy . Las relaciones sintagmáticas
del rasgo no revelaron una prevalencia de alguna forma determinada: como
destinador un 10%, como funcionalización un 25% y como atributo un 4%. Su
oposición básica (antes/después) abarca, empero, la mayor proporción de su
actualización tanto con la presencia de sus dos términos explícitos (29%) como
con uno (32%). Como se ha venido viendo hasta aquí, este rasgo está pre-
sente en todos los demás. Por lo tanto, una definición del cambio implica la
ubicación del resto de los rasgos en torno al eje antes/después de acuerdo
con cada definición de los rasgos. Esto significó agrupar conjuntos
paratagmátícos y sintagmáticos de cada rasgo según esta relación de oposi-
ción. Con estos conjuntos se formaron dos redes de relaciones paratagmáticas
y sintagmáticas que llamaríamos metonímicas y desde cuya confrontación podría
definirse lo que el discurso sobre Lugano quiere significar cuando se refiere'al
cambio en el barrio51. El significado del cambio puede sintetizarse con el con-
junto o red metonímica incluido en el ahora de la relación de oposición básica
respecto del antes. Las relaciones de causalidad explicitadas por las cuales se
produjo ese cambio fueron: la época de Perón, la invasión de los complejos, el
hecho de ser más gente en el barrio, el golpe de '76 y la desaparición de los
potreros en el barrio. En realidad no podemos ir más allá en la enunciación de
este significado, porque, irremediablemente nos internaríamos en el análisis
del sentido y para ello necesitamos todavía describir el paradigma. Es que
para comprender cabalmente el significado de este rasgo tenemos que ver el
conjunto de los significados, detenernos en sus ejes más relevantes y estipular
la red total de relaciones de todos los rasgos, pues el eje antes/ahora es el
que sin duda atraviesa en forma unánime el conjunto de los significados
esbozados aquí. Pasamos, por consiguiente, a totalizar estos resultados par-
ciales con vistas a describir el paradigma o constelación de valores —con su
correspondiente red metonímica— de la identidad barrial de Lugano en los
discursos analizados. En principio veamos la red metonímica y luego la cons-
telación paradigmática.
Un análisis diferenciado del uso de estos términos no dio resultados que contradije-
ran los que en el análisis del sentido se expondrá, por lo que no es pertinente
reproducirlo aquí.
La lectura de ambas redes sólo sirve en términos comparativos, y su valor teórico
será analizado en la dimensión temporal de sentido.
Antropología de lo barrial
116
que posee dentro de su conjunto paratagmético. Cada uno lleva a la rastra este
conjunto en forma "natural" dentro de esta ideología. Si quisiéramos unificar
panorámicamente la visión de estas relaciones mutuas, tendríamos que super-
poner gráficamente las relaciones de cada rasgo, con lo que nos quedaría ex-
puesta la red de la interpenetrabilidad paratagmática del discurso referido de la
identidad barrial de Lugano tal como muestra el cuadro de relaciones
paratagmáticas. Sí estos rasgos son a su vez valores, cada uno llevará a la
rastra en sus mismas relaciones de oposición a sus conjuntos paratagmáticos,
con lo que la red paratagmática se estirará siguiendo las rugosidades de la
constelación de oposiciones. De acuerdo con este valor teórico funcional que le
asignamos a la red paratagmática, en la identidad barrial se nos presenta la
relacionalidad como lo menos cuestionado, lo más natural, debido al grado de su
atadura a la propia red. Esta atadura lo vincula estrechamente, como se ve en el
diagrama, a los rasgos obrero y tranquilidad. Este sería el núcleo más dado den-
tro de lo dado de la naturalidad de este discurso. Por otro lado, se puede
observar que los rasgos menos atados a la red son pobre, lindo y el arraigo.
En el cuadro de las relaciones sintagmáticas, ocupan, como ya vimos, un
lugar importante las de causalidad. Con la totalidad de las relaciones causales
explícitas de cada rasgo del discurso sobre la identidad barrial en Lugano
puede diagramarse un cuadro general en el que puede verse que hay rasgos que
sólo ocupan el papel de núcleos o causas: el arraigo, el fútbol, los potreros, la
época de Perón, el hecho de ser más gente, la edificación de los complejos y el golpe
de! '76. Hay rasgos que son sólo consecuencias: la tranquilidad, la no
relacionalidad, lo lindo, el cambio y lo opuesto a lo barrial. Y, por otra parte,
hay rasgos que actúan como núcleos y como consecuencias: solidaridad, fa-
miliar, gusto, relacionalidad y lo barrial. Los rasgos más consecuenciales de las
relaciones causales son el cambio, lo barrial, la relacionalidad, el gusto y lo
familiar. El que actúa como núcleo más recurrente es el arraigo. Por su parte, el
rasgo obrero ni siquiera concurre en las relaciones causales. Definimos la red
metonímica por ser a q u e l l a compuesta por las redes de relaciones
paratagmáticas y sintagmáticas. Hemos graficado la primera. La red metonímica
denuncia lo que para esa ideología es natural y por eso está meramente al
lado, el lo contiguo, sin oponerse más que a su antecedente y a su consecuen-
te. En la dialéctica de lo mismo / distinto, lo metonimico es lo que representa
el primer polo, una parte del todo que es el todo. Su única posibilidad de
dinámica se da por una relación de deslizamiento". En estos términos, lo
metonimico revela lo que, si bien estará involucrado en relaciones de oposi-
ción, es de por sí, "naturalmente", dentro de esas relaciones inclusive. Es lo
que se da sin escindir lo posible de lo no posible. Implica una unicidad del
mundo posible. De lo que no se tiene conciencia de su no ser. Y esto tiene
relevancia si nuestro objetivo es analizar la producción ideológica. Puede ser
más importante desentrañar aquello que para esa ideología es porque sí que
lo que se fundamenta mediante valores explícitos.
Puede asociarse al desplazamiento freudiano, según Jacques Lacan: "Un recorrido por
asociaciones externas al sentido" (Friedenthal, 1986).
El barrio-barrio: identidad e ideología
117
Eso que llamamos la carga paratagmática o carga de paratagmas de cada
significado representa lo que en cada significante no se cuestiona, lo que
tiene de natural para esa Ideología, lo que, por ejemplo, para los teóricos de
la Etnometodología, seria una "asunción incorregible" (Garfinkel, Wolf, Herltage),
que nosotros hemos trabajado en el plano organizacional de nuestras inves-
tigaciones, llamándolo "núcleos rígidos de creencia" (Gravano, 1992), y que
algunos colegas han aplicado en barrios del Conurbano bonaerense (Ceirano,
1995). Dentro de !o metonímico ya vimos que hay niveles que se inclinan hacia
una mayor o menor naturalización. Lo paratagmático representa el grado mayor
y lo causal en grado menor de naturalización. Pero, junto con lo sintagmático-
funcional, conforman una red donde se revela lo dado en contraposición a las
relaciones de oposición que representan restricciones en el sentido. De más
está decir que cuando distinguimos lo metonímico de lo paradigmático no es-
tamos refiriéndonos a dos realidades sino solamente a dos aspectos de lo
Ideológico (de lo sígnico, de lo simbólico, de lo cultural). Un discurso meramente
expresado por las relaciones metonímicas es un discurso patológico, de
circunvalación permanente. El discurso "normal" se manifiesta mediante lo
metonímico (sintagmátlco-paratagmático) y lo paradigmático. Siempre será
posible establecer la constelación de valores que subyacen a lo encadenado.
Y nosotros así lo hemos hecho con nuestro discurso referido al barrio. Pero el
detalle está en apuntar a lo que para esa ideología queda como naturalizado
a pesar de las relaciones de oposición. Interesará saber fundamentalmente:
a) si se rompe —y por dónde— esa naturalización, o b) cómo ia naturalización
puede ser capaz de envolver en su red metonímica a los valores de esa ideo-
logía. Envoltura y ruptura serían ¡os términos de esta dialéctica de permanente
construcción del fenómeno ideológico.
Como conclusiones parciales acerca de la red metonímica podemos decir
que: la relacionalidad es lo menos cuestionado, pues es lo más atado a la red
paratagmática; le siguen la tranquilidad y lo obrero; lo menos atado a la red
paratagmática son lo pobre y, a continuación, lo lindo, lo bueno y el arraigo; el
núcleo paratagmático lo componen los rasgos relacionalidad, obrero y tranqui-
lidad; en las relaciones sintagmáticas funcionales se revela la heterogeneidad
de los destinadores que se funcionallzan mediante los rasgos; al superponer la
red sintagmática con la paratagmática se ve una coincidencia entre ambas; el
núcleo principal de las relaciones de causalidad está compuesto por el arraigo
como causa intermediatizada por los rasgos relacionalidad, solidaridad y fami-
liar, que converge en lo barrial como consecuencia final, pero con el gusto como
convergencia causal intermedia entre esos rasgos y lo barrial; si comparamos
la red paratagmática y la causal, vemos que: lo obrero no concurre en las
causales y sí pertenece al núcleo paratagmático; la tranquilidad es sólo conse-
cuencia causal y también pertenece al núcleo paratagmático. Esto es coheren-
te con la red paratagmática, pero también muestra cómo dos rasgos muy adhe-
ridos al núcleo paratagmático se distancian de las relaciones causales. El arrai-
go, por otra parte, está presente entre lo menos atado a la red paratagmética;
o sea, es lo menos naturalizado y lo menos necesitado de fundamentar o expli-
car causalmente, con lo que se corrobora, por su opuesto, la afirmación ante-
Antropología de lo barrial
118
rior: a mayor paratagmatización le corresponde menor causalidad, o a mayor
naturalización menor causalidad. Puede concluirse que el núcleo más cercano a
lo dado-naturalizado está representado en la red metonímlca por la conjunción
de la relacionalidad, lo obrero y la tranquilidad. Y lo menos naturalizado, por el
arraigo como causa y el barrio como consecuencia. Esto implica que en esta rela-
ción entre el arraigo y el barrio reside el mayor "problema" que debe salir a
solucionar la causalidad. Y en una relación de causalidad, el problema está colo-
cado, por definición, en el componente consecuencial; lo que equivale a decir,
en lo barrial. Y lo barrial es "explicado" por lo arraigado. Y aquí podríamos pre-
guntar por qué. ¿De dónde proviene lo que pone en contradicción al barrio?
¿Qué es lo que implica un riesgo para su no posibilidad de sentido? ¿En dónde
reside la capacidad explicativa del arraigo? Esto será respondido mediante la
confrontación de la red metonímica y la constelación de valores, en el análisis
de sentido.
Relaciones de oposición
Nos detendremos en cada significado para ver las relaciones de oposición
en forma global. Apuntamos a las relaciones entre las oposiciones mismas,
con el fin de detectar cuál de ellas actúa como valor principal y de qué manera,
respecto a los otros valores. Por valor entendemos lo que por medio de una
relación de oposición puede adquirir una expresión sígnica binaria (+/-), de
manera que operacionalmente pueda ser sustituido en su expresión por esa
asignación. No estamos en busca de oposiciones lógicas —o de nuestra lógi-
ca— sino semánticas, de significado para ese discurso. En todo caso, nos
interesan las oposiciones que conforman la lógica propia del texto que anali-
zamos, con sus contenidos específicos. De esta forma, nos interesarla sobre-
manera el tipo de oposiciones que podríamos llamar oblicuas, en las que lo
opuesto a un rasgo no es su antónimo lógico o designativo (por ejemplo, lo
opuesto a tranquilo no es intranquilo sino acontecimiento). Dispusimos, en un
principio, un cuadro general con las relaciones de oposición. Luego vimos que
era posible agruparlas de acuerdo con tres variables:
l
'Los picnics eran toda una institución, salía todo el barrio, en dos o tres camio-
nes, todas las familias, sesenta o más personas. Había una vieja que organizaba
todo. El que andaba de novio no iba con su familia sino con la familia de su novia,
porque todos nos conocíamos y el que noviaba no iba a andar haciendo quilombo si
la piba era del barrio. Nuestro fin de semana típico era: sábado a la mañana laburo,
a la tarde fútbol, a la noche baile, hasta la madrugada; a las cuatro, rueda de mate
en alguna casa. A veces sin dormir ya nos íbamos al picnic o al fútbol, y si dormía-
mos un poco despué del picnic o del fulbo del domingo, volvíamos todos a algún
otro baile. Por eso el obrero odia tanto el día lunes... Nuestras banderas eran
laburo, moral y amista" (CM, 48, metalúrgico).
"Teníamos todos apodos: Negro, Ruso, Judio (aunque no fuera judio), Gallego.
A uno lo llamábamos Labruna... veinte años con la misma camiseta. También
hacíamos desastres: tirábamos gorriones en el cine... nos agarrábamos con la
barra de la UOM; ésos eran pesados, no laburaban, eran atorrantes, trabajaban a
sueldo del sindicato. Nosotros los evitábamos, pero cada dos por tres te tenías que
encontrar y no podías arrugar. Eran de Tacuara; algunos de nosotros eran de la
Federación Comunista, en el barrio nos conocíamos y nos saludábamos, pero cuando
actuaban en política ya la cosa los dividía. Pero en el barrio, si había que defenderlo
de los de Soldati o Mataderos, allí estábamos todos juntos, era lindo aquello..."
(AR, 55, ex-obrero del calzado).
n
En la estación Lugano se juntaban barras, porque venían las chicas de! Co-
mercial 12, entonces todos paraban ahí, viste, había malones de pibes, viste,
cuando paraban las pibas... Después lo de Chilavert y Cuaminí era por el '73, época
de democracia, después se fue perdiendo eso, cuando lo del golpe de Estado, que
ya empezaron a controlar más las esquinas, qué sé yo; vos ibas a un bar y llegaba
la cana y te metían en cana, no te hacía mucha gracia, y en esa época se empezó
a parar en los boliches de Ramos, porque acá al barrio lo persiguieron, este era un
barrio peligroso para ellos, mucha clase, viste, mucho obrero, ya se empezaron a
ir del barrio, a Pinar de Rocha, pero antes, ios bailes eran acá, en Lugano, yo vivía
acá en la esquina y me Iba caminando pero ya después no; antes se salía por el
barrio... después se empezó a salir del barrio..." {AR, 41, ama de casa).
"—Yo creo que en ese momento aunque habría guita se salía por el barrio, pero
ahora aunque no hay guita tampoco no se va acá en el barrio... todo fue cambian-
do" (FD, 43, ama de casa).
"—Pero fue después del golpe, antes se salía por acá, pero después no..." (CV,
50?, ama de casa).
"—Era todo una angustia..." (SS, 50?, ama de casa).
"Antes, no era como ahora, seguro, ahora cambió, ahora vas a un baile y viene
la policía y le tenes que tener miedo, y está el pobre pibe que se fuma un porro y le
ponen veinte y le dan una paliza que lo dejan muerto, por pegarle nomás... Antes
cada baile, bueno, también, cada baile terminaba a las trompada, o incluso cuchi-
llada, pero era entre la gente... Estaba la piba que te gustó, y alguno que no le salió
a bailar, le dijo que estaba cansada, y conmigo salió, y te tenias que peliar, hacerle
frente, porque había salido con vos y con el otro no, y se armaba cada pslea, era muy
común" (FS, 40, empleado).
"Y cada lugar tenía su barra; estaba la de las casitas baratas, ésos eran
guardespaldas de Lorenzo Miguel, pesados" (AR).
"Acá todos éramos y somos peronistas, el que no cantaba la Marcha capaz que
'lo fajábamos' (con sonrisa cómplice) porque Lugano es así; no era por alardear,
pero siempre fue peronista esto. Ahora cambió, hay de todo, pero el corazón de
El barrio-barrio: identidad e ideología
127
Lugano yo creo que sigue tirando para el lado del peronismo, de la gente de traba-
jo... Nosotro, la barra nuestra terminamo todos como dirigentes sindicales porque
siempre nos interesó la política, pero de la gente, del sindicato, no de la unidad
básica, aunque alguno está ahora ahí, echó buena; pero ojo que a otros los mata-
ron, en el Proceso y antes, me acuerdo de la toma del frigorífico, ahí estuvo pesa-
da, la gente de Mataderos y Lugano nos acordamos bien de eso porque no se podía
decir que eras peronista, te aparecías en una zanja, con el CONINTES, de Frondizi...
por eso, todo, esta zona... peronista" (T, 55, sindicalista).
"Lo de las barras era temible, si una iba a un baile, la otra no iba... Los puntos
de reunión eran la Galería Lugano, algunas esquinas, los clubes..." (AR).
"Cuando yo me vine a vivir aquí, en Buenos Aires había una sola villa, Villa
Jardín, pero después empezaron a proliferar, empezaron a aparecer villas por todos
lados, pero las villas eran como si no fueran Lugano, estaban en Lugano, pero era
como si no... Vos con la gente de la villa te juntabas para jugar al fútbol, nada
más... En las villas las casas estaban apretadas como hormigas en carozo. No se
te ocurriera levantar una casa en la cancha. Capaz que de un pelotazo levantabas
un techo, porque las casillas estaban pegadas a la cancha, pero la cancha era
sagrada, no la tocaba nadie. Y nosotros le decíamos cabecitas y ellos nos decían
caracoles (babosos, cornudos y rastreros), eso nos decían, je, había pica... Eran
lindos momentos, fue el tiempo de la industrialización del país y eso en Lugano se
vivió mucho, había trabajo, pero había casas en el barrio y ranchos en las villas, así
no más era... Ahora no se da eso, si se encuentran se matan" (JG, 51, ex-meta-
lúrgico, cuentapropista).
La dimensión histórica
En los fundamentos del análisis de sentido habíamos anunciado que era
necesario colocar el funcionamiento y la composición de la identidad barrial en
una dimensión histórica, en la que respondiéramos al porqué de la restricción
de las posibilidades de sentido a ese sentido y al porqué de su actualización
en la ideología de la identidad de ese barrio. Esto implicaba inquirir acerca de
las relaciones de necesidad que determinan el sentido de ese producto ideo-
lógico. Esta dimensión es donde las relaciones de necesidad objetivas del
producto ideológico dan sentido a la identidad referida al barrio; donde se
inquiere sobre las causas en términos de procesos de determinación / autono-
mía y hegemonía / alternidad. Con este nivel de análisis lograríamos acercar-
nos a otro de nuestros objetivos: descubrir aquello que el barrio estaba sus-
tituyendo —como producción simbólica— y de qué manera lo hacia. Nos topa-
mos, entonces, en forma más directa con las categorías de determinación y
dominio, concebidos como límites y restricciones a las posibilidades de senti-
do. Decíamos que sólo era posible captar ese sentido en el ring de su con-
frontación con algo que se le opusiera, y que sólo era posible hablar de sen-
tidos mediante la confrontación de sentidos. Establecimos también que no
iríamos a buscar ese opuesto en el exterior del fenómeno.
Podemos reforzar ahora nuestro argumento diciendo que un enfoque de
ese tipo implicaría el riesgo de concebir a prior'' que la relación de dominio se
establece entre sectores o clases sociales cosificados, como estantes (que
están-antes) a los que de antemano se deberían adjudicar determinados con-
tenidos ideológicos por el solo hecho de ser esas clases o sectores, perdien-
do de este modo la perspectiva real de la relación concreta, histórica y contra-
dictoria entre los productos ideológicos (Gravano, 1988: 3-4). Nos apoyamos
en las posturas de estudiosos como Edward P. Thompson, cuando postula ia
necesidad de un estudio entre relaciones y ejes de contradicción más que de
contenidos estáticos; o en el enfoque de Raymond Williams, también coinci-
dente en el estudio de los procesos de mediación más que el de sentidos
dados a priori; y de Mijail Bajtin, cuando muestra la fertilidad del concepto de
circularidad para los fenómenos histérico-culturales. A estos conceptos vamos
a sumar el de la necesidad de una perspectiva que tenga en cuenta las
oblicuidades en los análisis de sentido en una dimensión histórica. Peter Burke
y Carlo Ginzburg lo proponen para las producciones culturales ocultadas por
las visiones dominantes. A su vez, necesitamos apoyarnos en la propuesta de
Yurij Lotman para la construcción de un objeto de estudio sobre la base de la
unidad dialéctica entre la semiosis estructural (el significado extraído de los
componentes significacionales de la producción de sentido a un nivel sincróni-
co) y la perspectiva histórica, sobre la base de los significados del fenómeno
Antropología de lo barrial
146
en distintas etapas (lo que nosotros hemos intentado en capítulos anteriores
con el concepto de barrio). Pero la base fundamental está dada en el enfoque
de Vladimir Propp, cuando propone el estudio de la dimensión histórica de las
producciones simbólicas sobre la base del estudio de las contradicciones in-
ternas de esa producción —que, en su perspectiva, representan contradiccio-
nes históricas materiales— (Propp, 1974). Todos estos autores (incluida la
base del Marx c l á s i c o en su enfoque metodológico eminentemente
deconstructor de la producción ideológica burguesa) coinciden en un suelo
común que coloca a la historia como construcción, que no puede concebirse
fuera de un proyecto de lograr la transparencia dentro de una dialéctica con la
opacidad inherente a la propia producción simbólica y como camino nunca
acabado del proceso de objetivación de la realidad, es decir: de construir.una
objetividad relativa al mismo proceso de rupturas y encubrimientos u
opacidades. Es aquí donde pretendemos situar nuestro propósito, para el
caso puntual de la producción referenciada en los barrios.
¿De qué manera entonces proseguiremos el análisis? Hay dos alternati-
vas. Una puede consistir en confrontar lo actualizado de la ideología de la
identidad barrial con aquello que no actualiza, con aquella parte de las posibi-
lidades de sentido que para la ideología barrial no tendría sentido. Un ejem-
plo: la belleza. ¿Aparece la belleza como valor en la ideología de la identidad
de Lugano? No. Los actores seguramente tienen un sentido de la belleza,
sería un despropósito suponer lo contrario. Pero, concretamente, no se han
referido a ella en su discurso acerca de su barrio. Y así la gama de no actuali-
zaciones podría ser muy amplia. Pero lo estaríamos haciendo desde una base
o presupuesto abstracto para esa ideología; lo estaríamos haciendo muy des-
de afuera, al menos para nuestras propias asunciones metodológicas
antropológicas. Además, sólo será posible establecer lo no actualizado si se
parte de su actualización en otro discurso con el que se lo confronte. Otro
discurso que puede ser, como el caso de este ejemplo, el del autor o el que el
lector quiera concebir como posible. Porque sólo es posible interrogar sobre lo
posible de tener sentido. Y el sentido depende de la interrogación que se le
haga. Por lo tanto, para poner el acento en lo no actualizado deberíamos
tipificar antes nuestro propio sentido.
La otra alternativa —por la que optamos— es coherente con la que asumi-
mos al fundamentar el análisis de la dimensión simbólica, cuando evitamos
salir a buscar lo dominante afuera. Y se corresponde con la hipótesis de las
dos redes metonímicas simétricamente invertidas como indicadores de una
deshistorización. Porque ahí establecimos que la naturalidad de cada red sólo
puede ser rota por contradicciones internas que sean capaces de desgarrar-
las hasta llegar a la ruptura. Estas contradicciones deben aparecer como pa-
radojas o disonancias dentro de la armonía del paradigma. Se vinculan con
aquellas relaciones de oposición que dimos en llamar oblicuas y con las ambi-
güedades en el uso de determinados términos o hasta en algún rasgo mismo.
¿Por qué las reunimos aquí, cuando estamos intentando establecer la dimen-
sión histórica y las relaciones de necesidad objetiva del modelo? Porque las
El barrio-barrio: identidad e ideología 147
Tranquilidad e historia
Cuando es negada la existencia de barritas en el presente ("no, aquí barritas
no hay, es tranquilo") se produce una contradicción que llega incluso a producir
que se inviertan los signos del valor tranquilidad dentro de la relación en ambas
redes de la dimensión temporal. Al analizar esto establecimos que un mismo
referente acerca de la violencia adquiría distinta significación (hazañas / desma-
nes). La forma de superar esta contradicción está dada por un estiramiento de
la red de la época base hasta el presente, mediante el valor de la tranquilidad.
No se escinde el significado ni se metaforiza. La contradicción sigue en pie y
sólo es capturada por la red de la deshistorización. La captura consiste en
incluir dentro de la tranquilidad del antes los desmanes como hazañas. La obli-
cuidad tranquilidad / acontecimiento funciona para obturar la existencia del acon-
tecimiento dentro del barrio y entra en contradicción con la lista de aconteci-
mientos (toma del Frigorífico Lisandro de la Torre por los obreros, huelgas, muer-
tes a balazos, asambleas barriales, muerte de Eva Perón, etc.) que finalmente
se mencionan, los que se refieren en un 76% a conflictos en general, en un
52% a conflictos con violencia explícita y en un 49% se asocian con la muerte.
Estos dos ejemplos de contradicción del modelo de lo barrial —que remiten a
los opuestos de la tranquilidad en el barrio—, no muestran una relación apa-
rentemente directa con el eje del control que veníamos reseñando. Sin embar-
go, no podemos dejar de señalar que lo opuesto a las barritas juveniles era
precisamente el control por parte de la familia y la policía, y que el referente de
la violencia también remitía al control, en cuanto a que se escindía entre la
violencia propia y controlada del antes y la violencia ajena e incontrolada del
ahora de la juventud. Y tampoco podemos soslayar que el acontecimiento es
tan opuesto a la tranquilidad como lo son los jóvenes y las barritas.
Teniendo en cuenta entonces que: a) la falta de control es recurrente como
eje del resto de las contradicciones; b) la violencia rechazada por el paradig-
ma se asocia con el eje de la deshistorización y su oposición a la juventud
incontrolada; c) la muerte —designativamente— podría tomarse como una
manifestación extrema del no control sobre la vida (la muerte como inevitable
e incontrolable); d) que las respuestas inmediatas del 50% de los entrevista-
dos, ante la pregunta sobre un acontecimiento, fueron negativas ("acá no,
nunca pasa nada, esto es tranquilo"), y e) que la tranquilidad es uno de los
Antropología de lo barrial
154
valores básicos del modelo; podemos establecer como hipótesis —ya que la
relación no es directa como en el resto de las contradicciones— que el aconte-
cimiento se opone a lo barrial porque en su significación subyace la diferencia-
ción entre el control / no control, y se lo sitúa en el segundo término de la
oposición. Lo barrial se opone a lo que "pasa" como acontecimiento porque lo
barrial representa el control (deshistorizado) sobre lo que tiene que pasar y
el acontecimiento tiene la significación de lo incontrolado (histórico). Se desta-
ca la asociación directa con la violencia, el conflicto y la muerte. Respecto a lo
barrial, lo acontecido históricamente representa —hasta donde llega nuestro
análisis— en forma mediata un choque con lo incontrolado.
Trabajo y barrio
Cuando el trabajo se opone al apuro, la vorágine, y sintomáticamente se
asocia a lo no barrial en la época base, contradice al paradigma. Esto se
soluciona mediante la escisión de su significado; como valor se adhiere a lo
barrial en el antes, y como tipificación de determinadas condiciones del trabajo
del obrero se adhiere al barrio independientemente del eje temporal, ya que
también se da en el ahora. Cuando surge la oposición obrero / estudio, el estudio
es una "aspiración del obrero" y se establece un nexo remitiendo el no estudio
del obrero a ciertas condiciones de su ser obrero. Inclusive, cuando se
valora la época de Perón se destaca que "el obrero pudo estudiar", y en todo el
discurso de los propios obreros el estudio es una aspiración negada en la
realidad para sí mismos y proyectada como posibilidad querida sólo para sus
hijos, a costa de su propio "sacrificio" (rasgo adherido metonímicamente al
trabajo del obrero) y de su no estudio. Pero en la red paratagmática se revela
cómo el no estudio queda naturalizado para el obrero, en correspondencia
con la oposición obrero / juventud.
En la época base lo pobre está adherido a lo sacrificado y al trabajo del
obrero, y en el ahora lo pobre sólo adquiere un valor negativo cuando se
adhiere metonímicamente a lo comercial {"el barrio es menos pobre porque es
más comercial"). Pero a Su vez lo comercial no es suficientemente recurrente
en el ahora como para poder eclipsar la caracterización de pobre para el Lugano
presente. Esta pobreza es un rasgo general del barrio mientras no medie la
oposición temporal, que es cuando adquiere un valor aumentativo en la épo-
ca base, pero como sacrificio. Y en el hoy pierde eficacia como identificador de
Lugano, ya que es uno de los rasgos —junto a lo obrero— que más posibilitan
la no diferenciación de Lugano respecto a otros barrios e inclusive su identifi-
cación con las villas y otros barrios. La ambigüedad producida por el signo
positivo de lo pobre en el presente queda entonces superada mediante su
subordinación al eje de lo comercial en lugar de la subordinación en la época
base al eje del sacrificio. Estas últimas tres contradicciones del modelo refie-
ren a ciertas condiciones de existencia del obrero: su trabajo como sacrificio,
vorágine, apuro; una de sus aspiraciones, el estudio —condicionada a su vez
por su ser obrero— y un rasgo naturalizado en su adherencia metonímica a lo
El barrio-barrio: identidad e ideología
155
obrero, el ser pobre. A las tres aplicamos la hipótesis del no control, en térmi-
nos, que lo que subyace a esa determinada condición de su trabajo, su posi-
bilidad de estudio y su ser pobre son aspectos de la vida del obrero que él no
controla, que actúan por sobre la posibilidad concreta de su manejo de los
mismos y de las causas que los provocan.
En un trabajo de verificación puntual, con una serie de preguntas en las
que se trató de focalizar el trabajo, el estudio y "cómo salir de pobre" o "progre-
sar", se obtuvo como resultado que el trabajo es concebido como algo inevita-
ble, una obligación, una aspiración y un orgullo, y se lo asocia unánimemente
al sostén de la vida familiar. Se destaca un gran temor por su pérdida y se lo
vincula con el bienestar económico, refiriéndolo siempre a un antes en que el
trabajar rendía más y estaba ligado en forma más directa a ese bienestar. Al
contrario de ahora, cuando el incierto futuro económico depende cada vez
menos del trabajo propio y mucho más de la situación económica general "del
país", que maneja "el gobierno" y que depende más de "los gobiernos" que
del propio esfuerzo y sacrificio. El estudio, por su parte, se considera algo
"necesario", pero no para mejorar el bienes'.ar del obrero sino para dejar de
ser obrero o directamente para no ser obrero. Es necesario que los hijos estu-
dien para que "sean alguien", en el sentido de que no sean obreros, cuando
obrero se relaciona con la no relación directa con el control del bienestar. Se
remite a que el control del bienestar (el progreso) sólo puede depender de
salir de la situación de obrero, y el estudio ocupa el papel de medio para esa
salida y para lograr ese control. Para salir de pobre o progresar hay que
trabajar, cuando el trabajo es un valor opuesto a la vagancia, pero las posibi-
lidades reales de salir de pobre no remiten al trabajo tan recurrentemente
como a "ser capaz", "ser vivo pa' los negocios", "'estudiar", en forma coincidente
con lo dicho anteriormente. Con esto se verifica incluso la relación ya aludida
entre lo pobre y lo comercial. El control de la pobreza/no pobreza, entonces,
se deposita en el dejar de ser obrero, por un lado, y en el trabajo como valor,
pero disminuyéndole su eficacia para ese cambio de situación, en tanto la
eficacia del control sobre el bienestar económico se deposita más en otro lado
que en el trabajo propio.
La muestra inicial a la que nos referimos (ya que el trabajo de campo con los jóvenes
fue mucho más extenso), abarcó a 39 jóvenes, entrevistados en distintos puntos del
mismo barrio. Sus edades oscilaban entre 13 y 17 (en un 40%) y entre 18 y 24 años
(60% restante), en un 63% asalariados (obreros en un 20%, el resto empleados) y
un 29% estudiantes, distribuyéndose por géneros en partes proporcionales.
El barrio-barrio: identidad e ideología 159
plaza central de Lugano y los bares que la circundan. Ya vimos que la repro-
ducción de la identidad barrial implicaba teóricamente un intento por trasladar
rasgos análogos en el tiempo. Esto nos obligaba a concebir actores que se
pudieran sustituir en el uso y sostenimiento del paradigma de lo barrial. Los
jóvenes tendrían que ser, teóricamente, los únicos que podrían con el tiempo
sustituir a aquellos actores de los cuales habíamos obtenido el paradigma.
Nuestro objetivo se centró entonces en establecer: a) mediante qué valo-
res se relacionaban estos jóvenes con el barrio, y b) qué tipo de relación
había entre esos valores y el paradigma de lo barrial ya visto. El procedimiento
consistió en la confrontación de estas dos etapas de nuestra investigación,
tomando como base el modelo de la identidad barrial ya descripto. Apunta-
mos a esa juventud con una hipótesis de trabajo que afirmaba que habría
algunos de los valores del paradigma que debían estar —por lo menos en
ciernes— asumidos como propios por los jóvenes, fundamentalmente los va-
lores que no tocaran de lleno la dimensión temporal como una deshistorización,
sino que se basaran más sobre lo interreladonal, en la diferenciación de gru-
pos dentro del barrio; esto es: en la dimensión social de su propia identidad,
más que en la dimensión temporal. Esta hipótesis tenía como supuesto que
para que se afirme un proceso de deshistorización debe haber una cierta
extensión temporal objetiva en los actores (en este caso, su edad o perma-
nencia en el barrio), lo que para estos jóvenes tenía que ser menor que en el
primer conjunto de entrevistados. De los entrevistados, sólo el 20% resulta-
ron ser obreros, y de éstos, sólo la mitad trabajaba en talleres pequeños del
barrio. El 63% eran asalariados, pero cerca de la mitad del total eran emplea-
dos, cifras que corroboran el cambio acaecido en la composición social del
barrio: de netamente obrero-industrial a "no obrera". Aun así, una de las ca-
racterísticas del barrio más señaladas, para los jóvenes, fue la "obrero", aso-
ciada a rasgos muy recurrentes en nuestro paradigma: sencillo, humilde, tran-
quilo, lindo, familiar, solidario y, por sobre todas las cosas, gustado y querido:
"un gran barrio", "tiene de todo", "me gusta mucho", "completo", "lo mejor", "lo
más", siempre en relación de contigüidad al carácter obrero, inclusive cuando
se indicaba su ser "ahora más comercial" y "menos obrero". Pero es notable
una diferenciación respecto al valor del trabajo, pues en relación con el
barrio se lo asocia más con el trabajo de sus padres: sacrificado, "yugaron
como negros", "veinte horas por día", y en un 40% (entre los más jóve-
nes) terminaban con un cuestionamiento: "¿y para qué? ¿de qué les sirvió? se
les fue la vida..." "y quieren que nosotros seamos iguales a ellos". "Y ahora si
no la gastas, para qué te sirve [la plata]... ellos porque pudieron ahorrar, ahora
no se puede". Entre el grupo de mayor edad, el trabajo también fue
asociado a una valorización de la "constancia" y el "sacrificio" de " l o s
viejos" como ejemplo, y con el bienestar, con la vivienda propia, con el
dinero, pero de "los viejos"; en tanto para ellos (los jóvenes), casarse
estuvo siempre adherido en el discurso a tener que i r s e del barrio por
el "problema" de la vivienda. En suma, cuando lo obrero es referido al
barrio es resaltado y asociado a l o s valores propios de Lugano, por los
cuales el barrio es querido, gustado y "lo másimo". En
Antropología de lo barrial
160
cambio, cuando es referido al aspecto l a b o r a l , como trabajo, aun para
los jóvenes obreros, es remitido al antes y sus destinadores sintomáticos
son "los viejos", con las características ya descriptas.
Es como si lo obrero tuviera que adherirse al barrio y a ios padres para ser
un valor positivo. En cambio, como trabajo de obrero, para los mismos jóve-
nes se ubica en las antípodas cuando se lo condiciona al bienestar o al vivir
bien: adquiere un valor negativo por su ineficacia para el bienestar económi-
co. Y este bienestar sólo es situado en la época de los padres, a costa de
sacrificio, lo que hoy no es posible y, en consecuencia, "es al pedo". Lo que
titulábamos para el paradigma como gusto es el rasgo de mayor recurrencia
entre los jóvenes de Lugano. Del barrio, lo que más gusta es la "tranquilidad",
asociada principalmente al "ser un barrio", "donde todos nos conocemos"
(relacionalidad), donde "todo está bien" y "acá te sentís orgulloso de vivir acá", cosa
que "en otros barrios no se da". Esto del gusto por el barrio no fue preguntado
en forma directa. Proviene del análisis de preguntas muy diversas y de no
pocos diálogos entre los mismos jóvenes. Por ejemplo, a la pregunta de si se
¡rían a vivir a otro barrio, sólo dos respondieron que sí, pero el único no
residente en Lugano expresó que le gustaría mudarse a Lugano. El valor más
destacado para fundamentar la negativa a irse fue la tranquilidad de Lugano
y el hecho de haberse criado y crecido en él. En la búsqueda del opuesto al
gusto por el barrio e¡ resultado del análisis difiere del ya visto —se recordará
que las respuestas sobre esto habían sido unánimes: falta de servicios—,
pues entre los jóvenes la falta de servicios tuvo una importancia muy relativa
(12%), dada sólo por la "falta de transportes". En cambio, la mayor recurrencia
se dio respecto a las villas y complejos, a la droga y a la violencia, como fenó-
menos estrechamente ligados: los complejos y las villas arruinan a "Lugano
City" (como algunos llamaron al centro del barrio), son una "cueva de Lobos",
tienen mala fama, hay drogas, alcoholismo, delincuencia, está lleno de patotas,
balazos, "es deprimente". Villas y complejos son concebidos dentro de Lugano,
al contrario de lo que ocurría con el paradigma de los mayores.
La tranquilidad de Lugano es otro de los valores de mayor recurrencia en
todo el discurso de los jóvenes. Es explícitamente ubicado como causa del
gusto por el barrio. A la pregunta que tratamos de formular en forma regular
sobre ¿cómo debe ser un barrio?, se contestó en un 40% que debía ser "tran-
quilo". Esta tranquilidad se asocia sólo a lo barrial, ya que dentro del barrio, y
s¡n plantear contradicción alguna, se incluyen los balazos, la droga (asociada
a balazos), las cuchilladas, las patotas, las peleas, los robos. Es sintomática la
asociación entre “los flacos que se fuman" con la tranquilidad... "pero son tran-
quilos". Flacos a quienes se sitúa dentro del barrio, con mención de lugares y
apodos (nunca de nombres y apellidos, aun entre ellos), a los que se critica
porque "pierden el tiempo"... Pero el barrio es y debe ser tranquilo. Al plantear-
se entre los varones la relación con "mujeres" dentro o fuera del barrio, la
tranquilidad queda adherida al polo opuesto a la relación con mujeres, salvo
las "amigas" o "compañeras", a quienes se las "mira de otra manera", ya que
no se "sale" con ellas. A las mujeres se las va a buscar a otro lado (en ningún
El barrio-barrio: identidad e ideología
161
momento se dice "a otro barrio"). Y el día consagrado a tales menesteres es el
sábado, al que se le contrapone el domingo, como día dedicado a quedarse en
el barrio, con la familia o en el club, o en una casa tomando mate: "el domingo
me tomo franco (de las mujeres) ... me quedo en el barrio". Y al contestar por
qué no se irían del barrio fundamentaron principalmente que "a pesar de lo que
digan, esto es tranquilo". La tranquilidad del barrio, entonces, incluye la violen-
cia de la patota, la droga, el alcoholismo y, en suma, todo lo que puede haber
en el barrio. Y se opone también —tal como en el modelo visto— al aconteci-
miento. Pero a lo que se opone la tranquilidad en forma explícita, para estos
jóvenes, es a la policía, porque "molestan", n joden", "te fajan", "te meten en
cana por cualquier cosa y te suspenden en el laburo". Inclusive varias de las
respuestas sobre lo que habría que cambiar en el barrio, junto con la falta de
transportes, fueron: sacar la comisaría.
El arraigo entre los jóvenes carece de la importancia que tenía en el grupo
anterior. Sin embargo, referido al barrio, es muy recurrente. Por ejemplo, casi
el 40% de los jóvenes hizo referencia al origen del barrio, pero sólo uno de
ellos mencionó la fundación por Soldati. El resto opuso al ahora del barrio una
época donde "era todo descampado", o lo asoció con los inmigrantes italia-
nos, con la fábrica CAMEA o con el "personaje" más mencionado (después de
Lorenzo Miguel) entre los vecinos "viejos": el Dr. Almada, el "típico médico de
pueblo". En cuanto a la oposición antes / ahora, lo recurrente es oponer una
época de los padres a la de ahora. La época "de los viejos" no se define por
referencias cronológicas sino por relaciones de oposición con los jóvenes mis-
mos. Se apunta centralmente a lo que los viejos opinan de los jóvenes: que
somos locos, que hacemos solamente lío, que aprovechamos la democracia, que
nos drogamos, que faltamos el respeto, que somos vagos, haraganes; dicen que
quieren que yuguemos como ellos, dicen que ellos ya hicieron todo y nosotros no
hacemos nada, que en su época no se hacían esas cosas, que las chicas ahora
andan desnudas. Esta imagen es cuestionada con la calificación que se hace
de los viejos, pero que no cuestiona en el fondo ni niega la existencia de esa
época, sólo que es propia de los viejos. Impugnan lo que los viejos dicen de
ellos por medio de su propia calificación de los viejos: son tradicionalistas, con-
servadores, muy cerrados, se criaron dentro de lo prohibido, no existe complicidad
con nosotros. Pero también lo recurrente en lo personal es que con los viejos
"me llevo bien", "no hay problemas". El rasgo de mayor diferenciación entre dos
épocas (antes/ahora) dentro de la misma vida de los jóvenes es la droga:
hace quince años no había droga, "eso es nuevo". También se adjudica una
etapa al barrio, vivida por ellos, en la que la gente era "más unida", "más
solidaria", "la familia se juntaba más", se compartían más las fiestas (la variable
de la edad no es proporcional a estas respuestas).
El significado de lo que en el paradigma de la identidad barrial de Lugano
definíamos como relacionafidad sufre, entre los jóvenes, una diferenciación
mayor, que lo coloca en una relación de secundariedad respecto a otros ejes.
El principal de ellos es la relación sexual, que repercute notoriamente en no
pocos aspectos de la relación de los jóvenes con el barrio. Tanto para los
162 Antropología de lo barrial
muchachos como para las muchachas, el barrio representa lo alejado del sexo
(como relación social). Al otro sexo se lo debe ir a buscar a "otros lados",
representados por los boliches de Flores o de Ramos Mejia. La relación dentro
del barrio es, o bien entre personas del mismo sexo (para reunirse, jugar,
conversar) o de distintos sexos, pero sólo "de amista". Este tipo de diferencia-
ción concurre en el discurso adherida por relaciones paratagmáticas notables
con dos elementos: el control policial y el control familiar, aunque en forma
distinta. A la policía se la coloca como lo opuesto a todo tipo de relación social
(no solamente entre distintos sexos o referidas al sexo) y explícitamente se la
ostenta como causa del "tener que irse del barrio a otros lados".
A la familia se la envuelve más en la red metonímica asociada al control
sobre lo sexual de los jóvenes. Se naturaliza su papel de control, tal cual lo
verificábamos en la identidad de Lugano de los viejos. Y paralelamente se la
ubica en el antes de la época base de los viejos, tipificada por la prohibición, el
control y la restricción. A la familia se le opone, entonces, el irse del barrio, pero
no a otros barrios. El joven se va sólo por la oposición entre su pertenecer a la
familia (rasgo adherido a la cadena de lo barrial), ser controlado y restringido
en su actividad sexual (restricción de la que él se apropia cuando califica a las "pibas
del barrio" como "sólo amigas", a quienes se las ve "de otra manera Que a las
mujeres"), o desarrollar su actividad sexual o de género. En esta relación, el
trabajo no juega un papel opositivo a la no restricción. El trabajo, como activi-
dad del joven, no está adherido metonímicamente a la independencia del o de
la joven; no representa una ruptura con lo familiar (vimos que se lo asociaba a
lo familiar en cuanto al sacrificio de los viejos en "su" época).
Otra de las diversificaciones de la relacionalidad es la vida en los bares,
galerías, boliches, esquinas, todos lugares con significación diferenciadora.
Parar en uno de estos lugarares y no en otro es síntoma de pertenencia a un
grupo diferenciado. Y los lugares reciben las mismas estigmatizaciones de estos
grupos: "ambiente malo", "ahi van los 'bolitas' de la villa", los de tal o cual colegio.
A la vez que los grupos reciben los nombres de esos lugares (incluso de las
esquinas), nombres que señalan diferenciaciones dentro del barrio. Esto es
rotativo y depende de las fluctuaciones de gustos, cambios de dueño y de
fama de los boliches, o se basa sobre la evolución misma de los jóvenes, que
van cambiando de boliche según una distribución por edades que, aun sin
ser fija, se mantiene. El otro contexto significativo de la relacionalidad de los
jóvenes es el club de barrio. Nosotros concentramos nuestro estudio en uno
de ellos, el Belgrano. Ahí el joven deja de ser uno de esos y asume todos V
cada uno de los valores del paradigma de la identidad barrial. Pudimos com-
probar que esto ocurre independientemente de la edad del joven. Ahí, en el
"dú", su escala de valores es la del paradigma de la identidad barrial de los
viejos. Fundamentalmente, la prevalencia del eje temporal simbólico y la asun-
ción de su oposición con "esos que andan por ahí", aunque tengan su misma
edad. Aquí, en el club, el joven vale por sus rasgos de no joven (tal cual lo
valora el paradigma), Sus trompadas, sus tragos, sus prepotencias, su
escolazo, no son más que hazañas; no es como "esos maricones"...
El barrio-barrio: identidad e ideología
163
Cuando complementamos el análisis del discurso de los jóvenes con la
tarea de observación en el contexto del club, pudimos constatar que para el
joven arraigado en el club de barrio (esta definición es de los jóvenes y se
refiere puntualmente al Belgrano, mientras que otros clubes como el Yupanqui
y el Tennis, aun con otras características, mantienen esta dicotomía entre la
juventud de afuera del club y la del club) el control necesario sobre los otros
es importantísimo, como única manera de "educarlos", teniendo como modelo
a él mismo, que recurrentemente es caracterizado por la gente dei club como
"muchacho de barrio", en oposición a "esos". Y es sintomático que esta tarea
de control también se le adjudica a! club y a su capacidad de continencia, de
restricción ("acá no pueden hacer lo que quieren, si entran se quedan chitos"), como
a la policía. Un dato que puede corroborar esto es que en los bailes que organiza
el club en su salón "Fancy Life", regenteado por jóvenes de 24-25 años
(definidos como "muchachos de barrio"), concurre un número promedio de
150 jóvenes definidos como "esos", cuyas edades oscilan entre los 15 y 18
años. Durante todo el baile permanecen estacionados en la puerta dos patru-
lleros con su dotación completa; otro ronda cada media hora, y en el interior
del salón permanecen cuatro policías femeninas y once hombres, todos de
civil, ostentando su prepotencia de policías. Pudimos constatar numerosas
detenciones (aproximadamente una cada dos horas en promedio), la mayoría
de las cuales se motivaban en que "esos" les habían "faltado el respeto" o se
habían "desacatado", y en los casos de menor recurrencia por "tenencia y con-
sumo de drogas" o "ebriedad". Uno de los organizadores —quien contrata ef
personal policial— narró con autodefinido "orgullo", por lo que representaba
como "ejemplo", la introducción por parte de la policía de cuatro cigarrillos de
marihuana en el bolsillo de algunos detenidos, utilizados como "pruebas" en
el momento de ser conducidos al patrullero, antes de recibir la "zalipa": "así se
educa acá...". En estos contextos del baile en el club, la identidad barrial se
hace evidente al promediar cada noche, cuando, ante un tema musical en
particular —que todos esperan—, una parte de la concurrencia corea: "Y Lugano se la
banca... y Soldati se la aguanta...", o "V Lugano se la banca... Mataderos se la
aguanta". A lo que contesta otro grupo (mezclado con el otro dentro del salón):
"Mataderos se la banca... y Lugano se la aguanta...". Y lo mismo otros con Soldati.
En los eventos presenciados no se escucharon menciones a otros barrios,
pero los organizadores narraron que a la gente "de la provincia [de Buenos
Aires]" no la habían dejado entrar más al baile, pues al llegar esa parte, ante
la sola mención de un barrio que no fuera Lugano, Mataderos o Soldati, "se
armaba el quilombo" y "había que pegarles a todos para que se comporten". "Gritar
el nombre de! barrio es una costumbre que tiene como treinta años, se hace en
todos lados [del barrio]; es la pica de los barrios en el baile".
Se nos evidenció una relación de identidad ostensiva respecto al barrio,
que no se reduce al Lugano Viejo. Muchos de los jóvenes concurrentes a los
bailes son residentes de los complejos aledaños al Viejo Lugano, sobre todo
de Lugano Uno y Dos. Respecto a las villas y complejos, se constata entre los
jóvenes el mismo grado de identificación en la significación de ambos, que
Antropología de lo barrial
164
incluso llega a que algunos hayan identificado nombres de complejos con nom-
bres de villas, en contextos donde emerge la necesidad de distinguir lo barrial
del barrio viejo: "Me gusta el ambiente de barrio de Lugano, con familias que se
conocen, qus salen a pasear, se ven... por esa solidaridad, porque todos se ayu-
dan... ¿Por qué? por la clase de gente, gente que hacía peñas, acá en el Teni, gente
que venía a comprar al negocio de mi papá que los atendía como a sus hijos, eran
bolivianos y paraguayos, obreros; claro, mi papá vende ropa de trabajo... Y eso
ahora se perdió porque la gente de las villas viene poco, no es lo mismo, o se fue
para Villa Lugano Uno y Dos, y ahí tienen sus negocios". "¿La gente de Lugano
Uno y Dos? Hay de todo, la buena es la que estaba de ante, no hay problema, la
mala es la que copó, la que tomó el barrio y se quedó ... vinieron de la villa, roban,
hay mucha droga, les gusta la fácil". "Sí, hace unos años los metió el Padre Mujica;
habrá sido muy patriótico, pero hicieron un desastre, rompieron todo, fueron esas
tomas las que arruinaron todo". Este diálogo con los tres jóvenes residentes en
el Lugano Viejo condensa tanto el modelo de la identidad barrial afín con el de
los adultos, ya expuesto, sobre todo con la prevalencia del valor de lo barrial
que se le adjudica a Lugano y se le niega a las villas y al complejo, al que
directamente se identifica con una villa.
La relación respecto al fútbol se da de la misma manera descrita para los
viejos. Sólo que en nuestro trabajo de observación de eventos de fútbo! en
potreros aledaños a la villa o en canchas dentro mismo de ésta no pudimos
presenciar ningún tipo de violencia, salvo en los partidos donde se enfrenta-
ban entre sí equipos de gente de la villa. En los partidos entre equipos de
jóvenes de la villa y del barrio las relaciones eran totalmente deportivas, sin
violencia extra-juego alguna, ni siquiera verbal, notándose que los insultos
intercambiados por los equipos del barrio nunca incluyeron el recurrente (en
el barrio) "villero", sino insultos clásicos o "boliviano", cuando en el equipo con-
trario jugaban "paraguas".
Entre las conclusiones del análisis del trabajo con los jóvenes de Lugano y
el trabajo de campo posterior sobre algunos aspectos puntuales del paradig-
ma podemos sintetizar: s) para los jóvenes, el barrio sigue siendo asumido
en el valor de la tranquilidad, entendida como una vuelta a la infancia, sin sexo,
donde el control familiar no necesita ser control; b) la naturalización de lo
obrero no es tal para los jóvenes, quienes lo remiten al mundo de sus padres,
aun explicitándolo como un valor positivo; c) el gusto por el barrio se funda-
menta causalmente en la tranquilidad y en oposición con los complejos y vi-
llas, asociados a drogas, violencia y delincuencia; d) para los jóvenes, el pasa-
do del barrio es el presente de sus padres, opuesto al presente de ellos, los
jóvenes; para ellos, ese pasado no está deshistorizado, lo cuestionan y se
oponen a ese presente del pasado como a la estigmatización que ese pasado-
presente de los viejos hace de ellos (los jóvenes) como incontrolados; e) la
droga dentro del barrio se plantea como "problema" pero se la asimila a la vida
tranquila del barrio; molesta la droga de los de afuera, villas y complejos; f) la
violencia también es asimilada cuando es propia y se la justifica porque
siempre se la particulariza; cuando se la refiere en su generalidad, se la re-
El barrio-bomo: ¡denudad e ideología
165
chaza; de igual manera, se rechaza en los discursos la violencia de la policía,
pero no por ser violencia sino por ser control, restricción.
n
Yo amo a Lugano I y II"
(escrito con marcador negro en
un banco de la estación de Núñez
del ferrocarril, exactamente en e!
vértice opuesto a Lugano Uno y Dos
dentro de la ciudad)
Santiago tiene 40 años, escasa altura, mirada vivaz, una pequeña impren-
ta y muchos recuerdos. Lo cruzamos en una conversación informal en el cen-
tro de Buenos Aires. Se considera conocedor "de todo lo que pasa en barrios y
villas", aunque reconoce que "ahora me fui retirando, no es como en la década
del setenta... ahora la única militancia que tengo es jugar algún partido [de fútbol]
con ios muchachos en La Cava [la villa más grande de todo el Conurbano bo-
naerense]". Hazaña más, hazaña menos, se enorgulleció de "informarnos":
"Las villas están muy organizadas... Mira, en La Cava, había hace veinte años una
radio clandestina gue transmitía el partido de al lado de la cancha, para toda la
villa... Eso era lo mismo que para el VI ó '72 en Uno y Dos, allá en Lugano: era
todo una villa gue sacaron prometiéndoles darles los departamentos. Después
hicieron unos edifícios enormes y pusieron policías, milicos, empleados municipa-
les, y a ningún villero de los que habían sacado le dieron nada. ¿Qué hicieron?
Fueron y se tomaron los departamentos: 'esto es mío', y tenían razón. A los tiros
andaban. Es que hay todo un cordón alrededor de la Capital, todos se comunican,
tenes el barrio Ejército de los Andes, La Cava, Uno y Dos... Mira, en aquella época
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
169
yo sabía todo lo que pasaba en Lugano... Y fíjate que pasó lo mismo en el '83,
que se tomaron los departamentos. Yo en esa época me enteraba de todo lo que
pasaba porque mi vieja era profesora de música en la cárcel de mujeres que que-
daba acá en el centro, y ella lo sabia por las presas, que le contaban...".
Ahora un vendedor de kiosco ilegal dentro del complejo Lugano Uno y Dos,
debajo del edificio que, según se dice, está "todo tomado"; 35 años: "Por acá
es tranquilo, yo no tengo ningún problema, me compran, les vendo, a vece me
dicen que después me pagan, a algunos no les fío, a otros sí; todo tranquilo, como
en todos lados... a vece si no les fias son capace de romperte la vidriera de un
piedrazo, ¿viste? Pero a mí no me hicieron nunca nada, é como en todo lado, de
acá se habla, que Lugano esto, que Lugano lo otro, que cuídate, pero es má fama
que otra cosa, son manso, no hay problema, lo que pasa es que andan por ahí, la
gente los ve y se asusta y los mira mal... Lo que pasa é que tampoco tienen
mucha oportunidade, se aburren y capá que rompen un farol, un vidrio".
nos Aires (por medio de la Comisión Municipal de la Vivienda, CMV) hacia fines
de la década del sesenta, en el contexto de las "soluciones permanentes"
implementadas por el Estado al problema habitacional de la ciudad de Buenos
Aires, notoriamente corporizado en las villas miseria. La CMV se había creado
a mediados de los cincuenta con el objetivo de dar solución a los sectores
carentes de condiciones "dignas" para la residencia urbana, de hecho los con-
tingentes de las villas. "[La CMV] estará destinada a los sectores de la población
de bajos recursos económicos y, de manera prioritaria, de aquellos grupos margi-
nados en villas de emergencia... [quienes] tienen el derecho y la obligación de
participar activamente en el proceso, planteando metas, problemas y prioridades,
acompañando el desenvolvimiento de los trabajos y verificando el grado de real
acierto obtenido con las soluciones dadas" (CMV, 1973: 43). Como es sabido, la
población de l a s v i l l a s estaba compuesta en sus orígenes por grupos
migratorios de las provincias y países vecinos, demandados como fuerza de
trabajo por el proceso de industrialización producido a partir de la década
anterior, principalmente durante la presidencia del general J. D. Perón. Luego
del derrocamiento de éste por las Fuerzas Armadas en 1955, se implementaron
alternativas de política económica desarrollísta y liberal.
La promoción de la reproducción de la fuerza de trabajo necesaria dentro
de este modelo de desarrollo fue llevada a la práctica con las contradicciones
que el mismo modelo impuso. De esta manera, la política dominante en el
área de vivienda se centró en la eliminación de los efectos del problema de la
vivienda, o sea: la erradicación de las villas —fenómeno que tendría sus picos
durante todos los gobiernos militares siguientes—. Son ilustrativas las pala-
bras de uno de los intendentes municipales de la época, de quien dependía la
política de vivienda de la ciudad: "Seré implacable para barrer de una vez por
todas con esas villas que son una verdadera vergüenza para el pueblo argentino
que tanto ha sido engañado durante la dictadura [de Perón]" (Clarín, 28 de enero
de 1957). La meta de la eliminación de villas, entonces, contextualizaba las
soluciones aportadas para la relocalización de sus pobladores y al proceso de
urbanización en una dimensión continental, dentro de una relación de depen-
dencia no sólo económica, tal como da cuenta este discurso ( v a l e la pena
citarlo completo): "En el país —explicaba ei arquitecto G. Nolasco Ferreyra en
el Centro de Ingenieros, en 1961— existe una gran crisis de vivienda, de tal
magnitud que hace peligrar nuestro orden político-jurídico y nos precipitará al caos
social. Nuestro país, por su filosofía occidental y cristiana, y como miembro signa-
tario de la llamada Alianza para el Progreso, a cuya cabeza está la poderosa demo-
cracia del Norte, debe requerir de la misma parte de la colaboración ofrecida por
ésta, los fondos necesarios para llevar a cabo esta magnífica empresa, cuya solu-
ción no sólo interesa a nuestra paz interna, sino también a la supervivencia de
nuestra modalidad occidental y del 'modus vivendi' de los Estados Unidos" (Clarín,
4 de octubre de 1957).
A uno de los gobiernos del momento, por ejemplo, el ingenio popular le
colocó el alias de "el de los medios caños", pues las erradicaciones, violentas
de villas culminaban con la erección de "barrios modelos" compuestos por
Antropología de lo barrial
174
habitaciones de cinc y aluminio de forma semi-tubular, cuyo programado ca-
rácter provisorio fue verificado por sus destinatarios dado su pronto deterio-
ro, más que por la efectivización de las soluciones permanentes prometidas.
Dentro de éstas estaría la construcción del complejo Lugano Uno y Dos, por lo
que, en cierta medida, puede resultar un caso paradigmático, aunque sus
particularidades sean innegables. El proyecto fue financiado con fondos del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y asesoramiento de la Agencia In-
teramericano de Desarrollo (AID), anunciado públicamente con el expreso pro-
pósito de la eliminación de villas. A su vez, el Banco Hipotecario Nacional accio-
nó como intermediario distribuidor de créditos individuales y la CMV como ente
regulador y productor. El criterio de construcción se atenía explícitamente al
principio del valor de la tierra: allí donde fuera bajo, las viviendas a construir
serían individuales (tipo casa), y allí donde el valor fuera alto se erigirían gran-
des monobloques. El alto valor del Parque Almirante Brown estaba dado por
su cercanía relativa al centro de Buenos Aires, comparado con zonas del
conurbano. A mediados de 1968 es colocada la piedra fundamental del com-
plejo. En el acto hace uso de la palabra el intendente, general Iricibar, quien
expresa: "Wo será esta la única obra, por cuanto es necesario proporcionar habi-
tación a los habitantes de las 33 villas de emergencia que existen en la metrópoli
y a todos cuantos se verán afectados por el proceso inexorable de modernización
urbana (...) Lugano I y II es la [obra] más importante que realiza la comuna y
también el mayor programa de desarrollo urbano integral iniciado en ei país" [Cla-
rín, 21 de junio de 1968, destacado nuestro). ¿Quiénes se supone que habi-
tarían esa obra?
Según la estimación de Osear Yujnovsky, la cifra mínima de las cuotas a
pagar por los futuros adjudicatarios estaba al alcance de sólo el 12 por ciento
de las familias residentes en villas miseria para esa fecha. Esto podría explicar
que, de las 506 personas provenientes de villas ¡nicialmente programadas
para relocalizar en Lugano Uno y Dos, sólo pasaran al barrio 73, según
datos del mismo autor (Yujnovsky, 1984: 194). La incongruencia entre
dichos y he-chos oficiales prueba que para la población villera las
"soluciones definitivas" (por ej.. Lugano Uno y Dos) no resultarían ni lo uno ni
lo otro. ¿Esto se debió a un cambio de política, o estaba pautado —aun
como incoherencia— desde un principio? La evidencia histórica nos impone
pensar ambas alternativas en forma articulada. "Comiencen a ahorrar para
tener una suma de dinero para dar al recibir sus viviendas, [las que] serán
adjudicadas... siguiendo ia prioridad del mayor ahorro" (Clarín, 17/11/62): esto
les decía el ministro de Economía, capitán Alvaro Alsogaray, a los villeros
destinatarios de estos planes de vivienda, allá por noviembre de 1962.
Resulta difícil imaginar que se estuviera pensando realmente en los villeros,
aunque el discurso fuera hacia ellos. Por otra parte, estas palabras se
pronunciaban cuando los incendios, operativos relámpagos, razzias y
demás tareas de "saneamiento urbano" hacia las villas eran noticia de
todos los días. Pero también se verificó la incidencia de las cuestiones
directamente políticas. El acrecentamiento cualitativo de las luchas sociales
del momento provocó que la dictadura militar intentara modificar la
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
175
acción oficial hacia determinados sectores, de modo de parar la marea popu-
lar. Según lo expresa el mismo Yujnovsky, hacia 1971, "tras la caída del gobierno
del teniente general Ongania sobreviene un cambio en la política con respecto a las
villas, debido a la necesidad de incorporar a sus pobladores al proyecto global ensa-
yado desde el Estado. Desde los organismos del gobierno comienzan a aplicarse
políticas asistencialistas que intentan la cooptación de la población villera y los
funcionarios responsables de la ejecución de estas políticas aspiran a capitalizarlas
personalmente en términos de apoyo político en la coyuntura, en la que se avizo-
ra, hacia las postrimerías del período (1973), la contienda electoral. En particular
fueron dos los puestos con funciones claves: el Ministerio de Bienestar Social y la
Intendencia de Buenos Aires" (op.cit.: 191).
Creemos que las instancias de poder puestas en juego en la adjudicación
efectiva de los departamentos de Lugano Uno y Dos no se agotan con la
mención de esos aparatos gubernamentales, sino que se extienden hacia las
relaciones entre el Estado (ya desde tiempos del general Ongania) y la buro-
cracia sindical, jaqueada para ese entonces también por el crecimiento de las
alternativas de lucha gremial y social, que signaron esos años de grandes
movilizaciones de masas. La búsqueda por consolidar una adherencia del
movimiento obrero organizado al proyecto de poder hegemónico (con o sin
militares en la superficie del manejo estatal) de parte del sector gremial deno-
minado participacionista fue, asimismo, otro de los signos de la época. Y en
esta dinámica son reconocibles movimientos pendulares mutuos entre el go-
bierno saliente del general Lanusse y los sindicatos más poderosos, dentro
de las necesidades por pactar el próximo advenimiento al poder del peronismo.
Ei hecho es que en marzo de 1973, casi horas antes de las elecciones nacio-
nales, nuestro Lugano Uno y Dos aparece en grandes letras de molde, en un
aviso de una página con el título: "3.700 viviendas para obreros y empleados
municipales". Con él, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires publicita a
Lugano Uno y Dos como "centro urbano único en el país y Latinoamérica" (Cla-
rín). Y, en forma simultánea, se llega a afirmar que el complejo ha sido directa-
mente "construido por la Unión Obreros y Empleados Municipales, para sus afiliados"
(Clarín, 4 de marzo). El acto de entrega de las llaves a los empleados
municipales es presidido por el mismo presidente de la Nación (de fado) gene-
ral Lanusse, su ministro de Trabajo, el intendente de la ciudad y la cúpula
sindical municipal. En definitiva, el "barrio del año 2000", como se lo rotulara
pomposamente desde la CMV, quedó presentado a y desde la política de la
coyuntura como un símbolo de la modernización, el bienestar, la integración y
los logros mancomunados de "la comunidad", del "interés social de los sectores
postergados", junto a la tarea "de servicio" del gobierno y el sector sindical, en
el crisol del Gran Acuerdo Nacional" . Sin embargo, las contradicciones en que
se desenvolvía la sociedad argentina se vieron pronto reflejadas en el barrio,
hasta convertirlo en una "tierra de nadie"... única en Latinoamérica. Cinco me-
El llamado GAN era presentado por el gobierno como la alianza necesaria para con-
dicionar la entrega del poder formal.
Antropología de lo barrial
176
ses después, ya asumido el gobierno democrático del Dr. Héctor L Cámpora
(peronista), el titular sería:
"Incidentes por la ocupación de un complejo de viviendas. En la noche del
sábado último se produjo la ocupación de las unidades habitacionaies desocupa-
das en los monobloques Lugano I y ¡I... Los ocupantes ilegales, procedentes de
las villas de emergencia de la Capital y el cordón conurbano, declararon a nuestros
cronistas que su acción tenía como objetivo terminar con lo que consideraban un
injusto estado de cosas. 'Pese al largo tiempo transcurrido desde su terminación —
expresaron— estos departamentos no fueron entregados o no fueron ocupados por
los destinatarios que, según parece, no tienen necesidad de habitarlos'. En
conocimiento de la situación, las personas que tenían departamentos adjudica-
dos, y que no habían hecho efectivas la posesión, se trasladaron al lugar con
enseres y muebles, con el objeto de ocupar las unidades que les correspondían.
Este intento, a su vez, fue resistido por los ocupantes ilegales y en la madrugada
de! domingo se produjo un enfrentamiento entre unos y otros, que se transformó
en batalla campal, con profusión de pedreas y disparos de armas de fuego.Entre los
ocupantes de facto se formó una Comisión, que se disponía a realizar gestiones
ante la CMV. Por su parte, los representantes de ¡a Comisión Vecinal —adjudicatarios-
manifestaron que, si bien comprendían la urgente necesidad de viviendas para
quienes se vieron obligados a vivir en una forma absolutamente precaria, las uni-
dades de los barrios Lugano I y II ya habían sido adjudicadas y pertenecían a sus
beneficiarios" {Clarín, 28 de mayo de 1973).
Cuando el cuerpo de delegados de los trabajadores de la CMV convoca a
una conferencia de prensa para explicar los sucesos, su titular manifiesta que las
viviendas fueron "otorgadas injustamente a otros destinatarios que los ini-
cialmente propuestos" {Clarín, 29 de mayo de 1973). De las crónicas se des-
prende que entre los intrusos había efectivamente gente de v i l l a s miseria,
pero no se hacen referencias a villeros adjudicatarios. Ni los documentos de la
época ni los estudios posteriores revelan una clara y única definición ideológi-
ca de estos hechos, si bien coinciden en caracterizarlos como parte de la puja
interna del justicialismo dentro de los sindicatos y de las organizaciones villeras.
En un trabajo de Dávolos, Jabbaz & Molina se describe la situación como polí-
ticamente ambigua y orgánicamente caótica, y al propio barrio como "tierra de
nadie" (1987: 52). Las autoras atribuyen las tomas a la derecha peronista y a
sectores "lúmpenes", y la resistencia a las mismas la adjudican a los "verda-
deros adjudicatarios", los villeros. Sin embargo, debemos decir que en ningún
órgano partidario (por ejemplo, El Descamisado, del Movimiento Peronista
Montoneros), ni en medio periodístico afín (como podría ser el diario Noticias,
de la época) se hace posible corroborar esta atribución. Al igual que en el
resto de la prensa, los villeros intrusos aparecen como legítimos adjudicatarios,
pero sólo porque debían ser ellos los destinatarios de las viviendas; lo que no
significa que fueran esos villeros precisamente a quienes se las había adjudi-
cado la CMV. El "injusto otorgamiento a otros destinatarios que los originaria-
mente proclamados" queda en pie como problemática emergente y objetiva,
en que Lugano Uno y Dos aparece c omo ámbito urbano de la puja s ocial
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 177
dentro del marco político general del año '73, con la herencia de la acción
descripta de parte del gobierno militar anterior y su política de vivienda puesta
al servicio de la salida política, en connivencia con un sector de la burocracia
sindical. Queda planteada la paradoja del papel jugado por un Estado nece-
sario para la reproducción de la fuerza de trabajo y a su vez obstáculo de su
consumación plena, como establecieran Oszlack & O'Donnell: "Las políticas
estatales de control-exclusión del sector popular y de asignación cooptativa de
beneficios diferenciales para algunas de sus capas" (1976: 7),
La relación de totalidad histórica en la que hemos situado a nuestra uni-
dad de estudio abarca las relaciones macro entre la política económica domi-
nante en nuestro país durante los últimos treinta años, inmersa en el proceso
de profundización de la dependencia y de las problemáticas específicas de 1a
crisis estructural, en la que el problema de la vivienda ocupa un lugar central.
En este marco, el barrio —proclamado como solución distintiva y moderna— es
el resultado histórico de un proceso que se hace muy dificultoso considerar
"solucionado" cuando, transcurrida una década de aquellos sucesos, y nue-
vamente en el contexto de la emergencia de un gobierno'democrátíco, lo tuvo
nuevamente como protagonista notorio: "Brutal represión en Lugano: balas y
gases. Se detuvo a más de un centenar de intrusos provenientes de villas de
emergencia que intentaron tomar dos torres antes de ser inauguradas (...) Un
vocero de los villeros confío que habían tomado la decisión debido a que las unida-
des habitacionales fueron construidas para personas de escasos recursos, 'tal
como somos nosotros', dijo" (Diario Popular, 27 de octubre de 1983). Las torres
fueron adjudicadas a miembros de la Policía Federal, la misma institución que
se ocupó de reprimir a los intrusos.
El complejo está ubicado en el extremo meridional de la ciudad de Buenos
Aires y se extiende por una superficie de más de sesenta hectáreas. Distribui-
dos en tres planes entre 1968 y 1989, se fueron poblando los casi 5.000
departamentos, el 63% de dos dormitorios y el resto de tres. Los equipamientos
del conjunto incluyen guarderías, cuatro jardines de infantes, cuatro escuelas
primarias, dos secundarias, una especializada en bellas artes, correo, comisa-
ría, centro asistencial, banco, registro civil, sede del Consejo Vecinal de la
circunscripción, biblioteca, club deportivo, y 86 locales comerciales. La CMV
estima un número aproximado de 36.000 habitantes residentes en el conjun-
to. Los consideraba en 1985 como de nivel económico-social "medio bajo"
(58%) y "medio medio" (30%), ya que estipulaba que el 87% de los jefes de
familia trabajaban en forma permanente y que dentro de este grupo el 57% lo
hacían en relación de dependencia sin personal a cargo (CMV: 13). Cuatro de
cada diez trabajaban en el Estado (por ej., Municipalidad), un 20% en servi-
cios, un 14 en comercio y sólo un 10% en industria. Habían completado el nivel
de instrucción primaria la mitad de los jefes de familia y un 20% había iniciado,
sin completar, el secundario; en tanto que un 3% tenían educación universita-
ria completa o incompleta. Nueve de cada diez familias son propietarias de su
vivienda y sólo una tercera parte todavía deben cancelar el crédito original
por la compra. La relación entre el número total de residentes y las habítacio-
Antropología de lo barrial
178 ___________________________________________________________
nes hace que el informe de la CMV concluya en que una cuarta parte de la
población de Lugano Uno y Dos "vive en condiciones de hacinamiento" (CMV;
18). La composición etaria de los habitantes establece que una tercera parte
de la población es menor de 20 años.
suicidio [sic] para jardine, pidieron las plaza y se hizo, pidieron la comisería y ahora
está la comisería 52... pero así y todo quieren má, siempre critican... usté viene
acá un sábado a la mañana y no ve a nadie, están todos en el Jumbo y vuelven con
los paquete así...".
-Quiere decir que están bien pero quieren más... [ensayamos, para seguir].
"Noooo, lo que pasa que son asi, cómodo, mire, lo que pasa que aquí se trajo de
todo, de los piso dié para arriba se trajo de la villa [sic] 9 de Julio, se lo dieron a los
villero. Los trajo un cura peronista. En esa época había que estar haciendo guardia
para que no se le metieran adentro de su departamento. Y despué se los termina-
ron dando. Por suerte despué se volvieron a la villa de nuevo, porque estaban más
cómodo, y porque las espensa son cara, hay que pagarla, y por suerte eso va
cambiando al barrio, para mejor".
La figura del padre Mugica se destacó durante finales de los sesenta y principios de
los sesenta, atendiendo y solidarizándose con los habitantes de las v i l l a s miseria:
a d h i r i ó al peronismo en su tendencia de izquierda y fue asesinado por la Triple A
(Alianza Anticomunista Argentina), grupo terrorista organizado desde el Ministerio de
Bienestar Social del gobierno peronista de 1973-1976.
Lorenzo Miguel: dirigente gremial de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica (OUM),
notorio a nivel político y sindical a nivel nacional, nacido en Villa Lugano y residente
en el barrio.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 193
60
"Chalita" refiere al cigarrillo armado, específicamente —en este caso— de marihuana.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 197
"Y a mí, a nosotro, me gusta estar aquí, esto [señalando el barrio] es nues-
tro... yo, por ejemplo, no cruzo a las casa [del barrio viejo], te divertís acá [los
demás se suman en coro]... Aunque ves las misma caras te divertís igual..."
"Estos días que son melancólico igual en el barrio la pasamo rebién... ahora si
te queré ir a baila no podes acá, no hay nada..."
—Hmmm...
"Porque somo mucho, no podé pone un boliche poque tené que da el derecho
de amisión y capá que no deja entra a nadie o tené que echa al cincuenta por
ciento porque no somo nada de vestí [se toma con ambas manos el buzo gasta-
do y se mira las zapatillas]... un bar o un boliche acá adentro no podé poner..."
"Y si lo pones tiene que ser sin bebida alcohólica..."
-Pero si en otras partes se puede, ¿por qué no acá?
"Porque esto es una duda, no es una parte; por ejemplo, no podé compara con
Copelio [otro complejo habitacional del barrio de Soldati], que son cuatro edificio
locos, que vó cruza y ya está en una casa, con esto... Acá no podé poner un lugar
con bebida porque... si cuando vá arriba [por el piso de negocios] y pedí una cerveza
te dicen 'no la tomes acá', bah, no te dicen nada por una cerveza, pero nunca te
toma una, te toma mucha... Somos mucho y somos todo de tomar mucho."
— Entonces hay que salir...
"Claro, salimo, vamo a boliches de otros lados; acá, con las amiga jugamo al
Estanciero, je..."
"Yo de los once año que empecé a salir, por Lugano Viejo, y de los catorce a
otros lados..."
Se suman tres más, ruedan los besos y me tienden la mano. Parece que
hubieran estado escuchando, porque se integran a la conversación:
"Cuando salimo, capá que somo treinta..."
"Eso es lo que me gusta de este barrio, para mí... yo no lo comparo con ningún
barrio, aya en las casa [señalando el Lugano Viejo] se juntan sei a lo másimo,
pero de acá somo quiiiince, veeeinte, eso es lindo..."
Y el coro asiente agregando adjetivos al barrio. Al rato me escucho pregun-
tarles cómo ven al barrio los viejos o tíos de ellos:
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
199
"Noooo, no le gusta..."
"Ellos lo ven de otra forma."
"Lo ven peligroso."
"Lo ven peligroso porque no sé... Mi viejo tiene cincuenta y siete año, me da
vuelta, seguro, como una media [aparecen, saludan y nos rodean —me ro-
dean, porque parece que el que está en el centro soy yo— cinco más], pero hay
cosa que, tenga la edá que tenga, no me puede gana á mí, porque él a mi edá no
era capá de hace ni la quinta parte de lo que hago yo. El hacía bar, billar, nami y
a otra cosa... En cambio yo voy por todo lado, no corto a nadie, sea la persona
que sea, no me interesa lo que haga, lo que no haga, para mí lo conozco de pibe del
barrio y punto... Y mi viejo nooo, él é má esigente..."
"Ellos vivieron otra época, ahora es otro tiempo y supuestamente nuestros
hijos van a ser peores..."
"¿Por qué peores? ¡Mejores!"
Y se largan a interpelarse mutuamente sin escucharse. La síntesis serla
que hoy la joda es más pesada, lo que para algunos representa que es mejor
y para otros que es peor, comparándola con la de los padres.
"Para mí viejo, yo a lo dieciocho soy un pendejo, y él cuenta que a esa edá se
recorría toda la dudé... Por eso, que no me venga a rompe las pelotas que adonde
vas, que a qué hora volvés..."
"Mi hermano no, tiene veinticinco y ya é un viejo, parece de treinta... él é feli
jugando al truco con lo grande, se juntan allá en los quincho. Yo capá que voy con
lo grande, pero un par de hora, pero llega el momento que me guta habla a mi
manera, me guta sarpá, y te miran con una cara como diciendo qué me etá dicien-
do; tené que hablarle de otra manera, tené que hablarlo pausado... Te puedo jugá
un partido de truco, pero depué me voy, yo pienso que cada cosa etá su edá, ¿no?"
n
5í... pero a mí me gusta con los grandes también, los padre..."
"Sí, bueno, tá bien... eyo dicen lo mismo pero con otras palabra, ¿cómo que
no?, yo los quiero..."
"Mi viejo dice: yo pibe cuando vo vení, yo ya fui y vine die mil vece..."
"Sí, y tiene razón, eyo son superíore en caye, pero no por eso le tené que dá la
razón..."
"No, pero hay una cosa: si vó le haces entender cómo lo veían a él cuando él
tenía tu edá..."
"A mí me saca corriendo..." "Nooo, si a eyo
le daban con un hacha."
"Para que salga así, tienen que haberle dado con un hacha... por eso ellos a
nosotros nos dan con un hacha"
—Ellos se juntan en los quinchos...
n
Sí, acá vinieron todos los municipale."
"También policías... torres enteras plagadas de cana..."
Antropología de lo barrial
200
"Esto es como una ciudá adentro de una ciudá..."
"Pa' mí esto es una ciudá... si."
"Cuando el coletivo se mete en Crú, lo ves, é alucinante, vó vé que de Crú para
acá é una cosa aparte..."
"Hablando de crú, a éste lo tienen como un barrio cruz, lo tienen mal, le hicie-
ron la cruz a este barrio..."
"Y... hay gente que no lo conoce... Yo cuando tenia que decir dónde vivía: barrio
Lugano, ¿y dónde queda eso? Lo tené que ubicar por otras cosa, le decí el Parque
de la Ciudá y te entienden..."
"Sí, pero no sólo no saben... también te miran mal: Lugano... Uno y Dos... te
miran como si fueras un caníbal..."
—¿Por qué será..'
"Y... lo tienen junado al barrio..."
"Como un barrio bravo."
"Dicen: ojo, que entras ahí y te matan."
"Claaaro, nosotros decimos [poniendo la voz cavernosa y amenazante]:
somos maldiiitos..."
'7.0 que pasa que hay ondas; nosotro no tenemo onda mala, pero hay parte
que la onda é fulera, si vas por el fondo te encontrá con cada mono, no podes
sentarte así, a charlar..."
"Si vé por el Fondo te vienen y qué hace, raja, se alucinan que venía buchoneá...
Foque de la mita para allá ya é otro barrio..."
"Nosotro somo la punta de acá y ello dicen que son la punta de allá, je."
"Sí, yo, a vece, me da no sé qué camina por allá... yo a alguno, con alguno hice
la escuela y son distinto, pero a vece que no me animo..."
—¿Y por qué la diferencia?
"Son ofra clase de pibes... entre ello no son así, pero con otro, con nosotro,
capá que va el señor y le dicen deja la campera... hay cada vago..."
Yo me acordaba de la charla similar que había tenido con otra barra, justo
en la otra punta, con discursos parecidos y total amabilidad, sólo que con
indicadores de ser muchachos más pesados o estar en la pesada, aunque no
me pidieron nunca la campera... Pero respecto al barrio, los significados eran
muy similares, y respecto a las otras barras lo mismo.
"Ojo, que no son todo de acá... allá llega la barra del [barrio de la provincia]
Sarmiento, que como no son de acá se hacen los malo."
"No, sí, allá para gente del Sarmiento, de Celina, de Budge, hay de todo, es otra
clase de gente, conmigo son de primera, pasan por acá, saludan... son del barrio,
no pasa nada... Con lo que no conoce puede ser que haya bronca, porque es otro
barrio."
"Lo mismo Piedrabuena, no podé entré."
"Me da terror, yo un día fui y me silbaban, me llamaban, 'flaquito'; no me di
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 201
vuelta que si me doy vuelta eran como treinta, sabe qué paliza..."
"Y también está Soldati..."
"Eso es apaaarte, é otro mundo."
"Eso [señalando la Avenida Cruz] es la frontera, esa es la frontera, es otra
cosa."
"Y allá tené Lugano Viejo, eso sería lindo: si todo estaríamo en casa sería otra
cosa, poque si tené casa se supone que tu viejo tiene má guita, tendríamo coche...
estaríamo todo parando en un café, en un bar, allá en el barrio, o en la casa
misma, pero con dos televisore... Acá no podé estar en tu casa, que tu viejo quiere
el dó, que tu vieja quiere el once, vó capá que queré ver el nueve y no se puede."
"Sí, pero en un barrio de casas, vos salí y listo, estás en la calle, en cambio acá
vos salís de tu casa y todo el mundo te ve y sabe lo que hace..."
"Eso a vece é bueno, pero si queré... si queré curtí una pibita te junan todo, te
tené que ir... ahí al [barrio] Macía, a los monobloque, que hay dó o tré pibita que
ahí é distinto porque só de otro lado y no te molestan ni hablan, tené má liberta..."
"Las piba que tené que conocer siempre es mejor que sean nueva..."
"Pero acá hay tres colegio, dentro del barrio, y desde chiquito nos conocemo
todo... Eramo indio y seguimo siendo indio..."
"Acá, en el barrio, cambió la'stética, nada má que la'stetica, pusieron eso mo-
saico, baldosa nueva, pero sigue siendo todo igual..."
"Es que los viejo no dan bola al barrio, andan todos arriba [señalando los
departamentos], no están en el barrio, no les gusta, se juntan a vece en los
quincho... siempre igual, llegan del laburo, prende la tele o ponen el canal que a ello
les gusta y prepárame un poco de comida y a la cama."
"Se llevan bien con todo, pero nada má..."
"Mí viejo hace diecisiete año que vive aquí, saluda a todo, pero en el barrio no
está, nosotro estamo..."
-Y ustedes a los quinchos no van...
"Noooo, ahi é como una vidriera, te ven todo, se escucha todo lo que decí,
todddo, é imposible está tranquilo, no se puede..."
"Adema, si vó queré juntarte despué de la doce te echan, los viejo quieren
dormir..."
"Despué de las veintiuna te tiran con cualquier cosa..." "Papa, zapato, chapita..,
total, les queda en el territorio de ello y despué lo juntan"
—¿Territorio?
"Sí, territorio es todo lo que rodea al quincho, es todo del consorcio, nadie se lo
puede llevar, está todo alambrado, parece una jaula"
— El barrio, entonces...
"Sí, é lo má grande que hay, esto a nosotro nos gusta porque vivimo y nos
críamo, no podemo hablar mal de donde estamo, lo único malo é conseguí una
Antropología de lo barrial
202
minita nueva, no podé, acá las conoce a toda y sos amigo, y no se puede, el barrio
tira má para ser amigo..."
"Adema, nosotro tenemos tres piba que siempre están con nosotro, y nosotro
somo veinticinco chabone con tre, te imagina, te miran desde arriba y dicen: mira
esas dos piba, son loca con todo los vago eso..."
"Bueeeeno, pero hay vieja que les molesta todo, siempre te están mirando mal..."
Poco a poco, siento que desde lo gris de la tarde se formó un arco iris de
colores, con los gorgojeos q^ie me rodean. Casi de repente pasé a segundo
plano... y ellos fueron trayendo y llevando el barrio de su imaginario a favor o
en contra de sus valores, afectos y necesidades más profundas... Poco a poco
fueron entretejiendo una trama de significados con la que es posible recons-
truir paradigmáticamente su relación con el barrio. Casi sin darme cuenta, me
encontré con que ya eran veinte, todos alrededor de mí, pero yo ya no era el
centro... Me resultaba difícil hasta concebirme entre ellos, pasé a ser fondo y
sus voces, figura. Incluso me pareció que los tres del principio se apiadaron
de mi posición y se acurrucaron para reflexionar cerca de mí: "Vio cómo ya
somo un montón...". Como gorriones al ponerse el sol, cruzaban diálogos,
manotazos, carcajadas, escupitajos bien apuntados a cierta baldosa o planta
del cantero, que sí bolú, que no bolú, que vamo' al metegol, no que ya estuve,
que adió jefe, que chau nos vemo, que siempre paramo aquí, que chau, chau...
En Lugano Uno y Dos hemos encontrado que los miembros de las barritas
mismas son los que establecen lazos de identidad más firmes respecto al
barrio, semejantes a los que constatamos en la identidad barrial del barrio
viejo. Son los que quieren a Lugano Uno y Dos porque sí... "Esto es lindo, es alegre,
acá somos mucho, el barrio es lo mas grande que hay... y, si a uno no le gusta el
barrio de uno, te levantas a la mañana, te miras al espejo y ¿qué haces? te puteas..."
La identidad del barrio se fusiona directa y expresamente con la identidad
personal. Pero, ¿cómo ocupan el espacio barrial7
Se reúnen alrededor de las columnas o en los corredores elevados. Pero
no lo hacen en forma indiscriminada en cualquier tira ni en cualquier columna
ni a cualquier hora ni día. Esos movimientos están pautados. No vamos a
exponerlos en detalle, pero el espacio barrial a media tarde en forma indivi-
dual o de a dos o tres en las entradas de los edificios, chicos y chicas, de
entre 15 y 18 años, con cortes y peinados a la moda, ropas deportivas no
caras, miradas dirigidas a puntos imprecisos de la avenida central, manos
sin callosidades, ojos recién lavados e hinchados. A medida que pasa la
tarde se reúnen en mayor cantidad. No sonríen, conversan entre ellos y de
vez en cuando estallan en carcajadas. Casi todos fuman. En muy escasas
ocasiones puede observarse alguna actitud de furtividad que podría sugerir
el consumo de marihuana. Lo que se verifica más fácilmente es el alto consu-
mo de gaseosas y en menor proporción de cerveza y vino en caja, delante
de las despensas. Al anochecer el barrio se ve iluminado por grandes colum-
nas de luz de mercurio. La concentración de los grupos entonces es mayor.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
203
Algunos varones suelen dirigirse a jugar uno o dos partido □ dos de fútbol en
los terrenos verdes cercanos. Los equipos informales suefen organizarse
por pertenencia a ciertas tiras y torres. Los días sábado, esta presencia de
jóvenes en el barrio se acrecienta a más del doble, asi como abunda mucho
más ei fútbol, las gaseosas, las cervezas y el vino. De edad un poco mayor
son los que, en número de 15 a 17, se reúnen en un punto preciso en torno
a una o dos motos que atruenan con sus escapes la avenida central entre
las 15 y las 18 horas. Algunos de los grupos prácticamente no aparecen más
por el barrio hasta que regresan de los bailes (en otros barrios)
madrugadamente, cantando letras que reivindican burlonamente el consu-
mo de drogas e impugnan a ios "caretas"61. Ellos son los que ocupan real-
mente el espacio barrial en forma objetiva y material, y también dentro de la
imagen subjetiva con que los vecinos adultos componen su idea de barrio-
problema, resultante de su pecado de origen. Forman parte de esa genera-
ción problemática (¿cuál no lo fue?), criada en el barrio durante la década del
setenta y que esgrime tal hecho como parte de su propio apego al barrio,
resumido en la expresión; "¡Como no me va a gustar esto si aquí me crié!.". Son
ellos los verdaderos dueños de la Identidad barrial de Lugano Uno y Dos, tal
como estableciera Park para los incipientes gangs de Chicago: "Los mucha-
chos son los verdaderos vecinos" (Park, 1952: 63).
"Careta" es, literalmente, el que no se droga y se connota con una conducta ordena-
da, que sigue las normas de la sociedad en abstracto, fuera de los códigos del
endogrupo que comparte el ritual de la droga.
Antropología de lo barrial
204
al barrio en forma exclusiva. "Para nada" esto implica —según ellos— que esos
amigos o compañeros "piensen mal de uno, nooooo, 'porque a uno lo conocen y no
necesitan pruebas, porque son amigos; pero igual... a uno le da bronca lo que digan
de su barrio, ¿no?". A este hincapié en el protagonismo de cada entrevistado y
su involucramiento personal en la propia asunción se lo trató de incentivar en
todo momento, pero de igual manera surgía sin ningún tipo de inducción, a lo
largo de todo el trabajo de campo. Y esto se nota en todas las categorías de
nuestros entrevistados u observados: allí donde surge la primera persona gra-
matical tallando en el discurso es porque el actor pasa a ser el eje de sus
contenidos. Es cuando se detectan los cambios ideológicos con referencia a
temas que hasta ese instante podían mantenerse en la frialdad del mero brin-
dar datos sobre el barrio. ¿Qué pasa entonces con eso que dicen? "Que de acá
se habla mucho, y en parte tienen razón, pero muchas veces se exagera... Sí,
problemas hay, pero en mi edificio no, ahí es todo tranquilo".
Es muy recurrente que se relaten los mismos hechos referencíales como
ocurridos en todo el barrio —por caso, la agresión de una barrita— ejemplificando
con un episodio acontecido en el propio edificio donde vive el vecino y, a su
vez, se continúe negando que esas cosas pasen en "mi" edificio. Es como si, al
surgir un contexto propio del entrevistado donde éste se autoubica como
protagonista, se produjera un distanciamlento entre el referente y su s i g n i f i -
cado. Es lo que describimos cuando la red metonímica envuelve una contradic-
ción y prácticamente la encubre en forma total. Y estos mecanismos son los
mismos para las cuatro categorías. En forma sucinta, a lo que se dice desde
los otros barrios sobre Lugano Uno y Dos se responde: a) negando el grado
de veracidad de los dichos sobre el barrio, pero sin negar la existencia misma
de los referentes; más bien se apunta explícitamente a neutralizar las "exa-
geraciones"; parte de este mecanismo de negación de lo que dicen o exage-
ran es la comparación con otros barrios, representantes simbólicos del todos
lados, y previa a la fundamentación de por qué de Lugano Uno y Dos se habla
más que en esos lazos donde pasa " l o mismo"; b) se hace g a l a del
protagonismo personal referenciado o se apela a alguien conocido y cercano
que dé fe de sus dichos concretos y pormenorizados para contrarrestar las
generalizaciones exageradas que se dicen desde los otros lados; c) se enun-
cia la atribución de "eso que dicen", o del hecho que se hable de Lugano Uno
y Dos, a distintas causas: por un lado, que el barrio es obrero y pobre y, por el
otro, que es "abierto" y —a causa de la disposición de los edificios— "acá se
ve todo lo que pasa", que equivale al argumento del todos lados y, sobre todo,
en Barrio Norte (representante simbólico de otra clase social), pero de acá se
habla más. Como se ve, entre fas causas se articula una de tipo evidente y
empírica y otra que va más allá de la experiencia inmediata, y donde se hace
necesario apelar a! contraste entre lo pobre y lo obrero con ese algo que
produciría los dichos sobre el barrio, por ser lo opuesto a lo pobre y lo obrero.
La fórmula relativista del todos lados parecería enmarcar ese contraste opositivo
concreto con Barrio Norte y por cierto no deja de contradecirla al situar el
oponente del barrio como la parte principal dentro del "todos".
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 205
Una de las oposiciones, implicada en las relaciones entre las tomas, el tipo
de gente, los problemas del barrio y sus causas, es entre casa y departamen-
to. El no enterarse de lo que ocurre, el no ver todo lo que pasa es patrimonio
—en esta relación— de la vida en casas y no en departamentos, de los que
Lugano Uno y Dos es un ejemplo prototípico para esta argumentación. Los no
residentes que trabajan en el barrio, si bien comparten los mismos conteni-
dos con el resto, acentúan el interés por corroborar la certeza de los dichos
sobre Lugano Uno y Dos y por eso abundan en relatos que parecerían justifi-
car esos dichos; aunque hemos notado que en la mayoría de los casos se
termina apelando al argumento del rodos lados y a la causalidad de lo abierto
del barrio, sin encontrar el tópico de lo obrero y pobre del barrio como causal
de que se hable tanto de él. Por último, los que no trabajan ni viven en el
barrio establecen una relación de tipo comparativo entre éste y la villa, donde
Lugano Uno y Dos aparece siendo peor. Sin duda que las relaciones persona-
les de esos actores están condicionando estas valoraciones, pues algunos de
ellos habían vivido en villas y otros tenían con respecto a Lugano Uno y Dos
relaciones de tipo ambivalentes, relativizadas incluso por "no haber tenido yo
ningún problema, porque esto es como en todos lados".
Vista desde el interior y ya no desde otra identidad barrial, la mala fama
del barrio tiene rugosidades y texturas en el modo de articularse con los inte-
reses personales (laborales, políticos, ideológicos). Estos intereses chocan y
pujan en forma concreta con las condiciones de desarrollo de la vida social
cotidiana y son los que, de esta manera, historízan los contenidos ideológicos
que esa misma v i d a va construyendo, a la vez que se producen
deshistonzaciones en la medida en que se naturaliza una época idealizada. El
proceso de presentización ideológica del origen del barrio se inscribe dentro
de esta dialéctica y articula no pocos componentes de las distintas imágenes
con que es concebido el barrio. Además, actualiza las distintas identidades
con que la gente tipifica en forma global el barrio por lo que éste debió haber
sido, aunque esta imagen histórica impugne de hecho su propia presencia en
el barrio, ya que si los adjudicatarios ideales (los villeros) hubieran sido rea-
les, ellos no vivirían hoy allí. Y la gente sigue —con las diferencias señaladas
entre los cuatro actores— viviendo ese proceso en el presente, como una
parte de la imagen histórica con que el barrio se extiende en el espacio urbano
y dentro de sus vidas en él.
Que nuestra unidad de estudio no ha resultado ni social ni ideológicamente
homogénea como se atribuía desde afuera se desprende nítidamente del aná-
lisis. Así y todo, los términos síntesis nos alertan sobre los mecanismos de natu-
ralización con que la producción ideológica cotidiana se hace cargo de la reali-
dad barrial y cómo ésta se utiliza para referenciar identidades y conflictos que la
trascienden. Que la contradicción entre el barrio planificado y el barrio real inva-
de el conjunto de la problemática actual se evidencia a cada paso y en cada
rincón del análisis. Pero, de la misma manera, esos problemas del barrio son
sólo la manifestación fragmentada del barrio mismo como problema en sí, a
partir de lo que llamamos —parafraseando a los actores— su pecado de origen,
Antropología de lo barrial
206
como parte también de la deshistorización. En forma sintética, entonces, puede
afirmarse que la identidad barrial de Lugano Uno y Dos se estructura en torno
a un eje simbólico-temporal principal constituido por la articulación de su pecado
original, por la significación actual que tienen para los vecinos las tomas lleva-
das a cabo en el origen del barrio en oposición al acceso por vía adjudicatoria y
la relación de oposición entre una idealizada homogeneidad del tipo de gente,
valorada como positiva respecto a la mezcla o heterogeneidad que se habría
producido realmente. Este nivel ideológico gira alrededor de una oposición de
tipo objetivo entre el barrio moderno planificado como ideal de la vida urbana
dei año 2000 y su resultado histórico pleno de contradicciones.
Hablar del origen del barrio es —para la gente del barrio— hablar del ori-
gen de sus problemas. Y el problema central confluye hoy en las barritas del
barrio, causadas precisamente por el pecado original de las tomas. Pero el eje
del acceso al barrio o a la vivienda no se reduce a la oposición adjudicación vs.
toma. Para los residentes, esa oposición toma cuerpo entre el sector según el
cual cada uno tuvo acceso al departamento y el resto de sectores; esa mezcla
que muestra la paradoja de la heterogeneidad vista, por un lado, como homo-
geneidad y concebida como causa de los males del barrio y, por el otro, como
contradicción entre lo que éste debió haber sido y lo que realmente terminó
siendo. Es necesario considerar, junto a la deshistorización, ios puntos de
ruptura cotidiana con que el proceso histórico de todos los días es capaz de
fracturar, desbloquear y transformar a las distintas construcciones ideológicas
dadas, en escalones de conciencia desde lo propio de cada uno de esos inte-
reses heterogéneos y desde lo propio de cada uno de los involucramientos
concretos, tal como hemos visto para cada una de las categorías de actores.
El conjunto que ostensivamente se muestra como ocupante del espacio colec-
tivo es el de las barritas juveniles. Son, a la vez, las que evidencian un mayor
apego al barrio, actualizado por valores semejantes a los que se reflejan en
la identidad barrial (tanto de adultos como de jóvenes) del barrio viejo. Esas
mismas barritas son parte principal de la imagen negativa del barrio y forman
parte de sus problemas y de su mala fama. Pero esa semejanza de valores se
revela también en el hecho de que los vecinos residentes en el barrio utilizan
esos mismos valores para negar "eso que se dice de Lugano Uno y Dos" (la
imagen negativa), fundamentalmente la tranquilidad y su carácter obrero.
Lugano Uno y Dos constituye hoy una porfiada realidad barrial en la que se ha
criado una generación problemática y a su vez concebida como parte de los
problemas del barrio, pero única capaz de dejar su sello en un banco perdido
de la antípoda espacial de la ciudad, allá por Núñez, en el corazón-símbolo de
una identidad encerrada en cuatro palabras: Lugano Uno y Dos.
todos o una parte significativa de sus habitantes, por la cual nace o se vive una
referencia de mayor carácter imaginario que de comprobación empírica" (Silva 1992:
102). En los adultos, el origen pecaminoso del barrio se constituiría en fantas-
ma barrial, cuando es deshistorizado para construir la imagen negativa, lo que
contrasta con la época base de la identidad barrial de los barrios viejos, que
servía para colocar ideológicamente al barrio dentro del valor de lo barrial. Y
aun el grupo de residentes más arraigado en el complejo mantiene esta asun-
ción de lo barrial referenciado en sus barrios propios, de su infancia y adoles-
cencia, en su mayoría de casas bajas, donde no eran propietarios. Este barrio
idealizado es el que se sobrepone a los defectos que se le puedan encontrar
al barrio real. Pero sólo coincide con el modelo de la identidad barrial tradicio-
nal en el caso de los jóvenes del complejo. Ellos son los que están constru-
yendo hoy la identidad barrial del barrio nuevo de monobloques.
Ha quedado expuesta aquí la forma contradictoria y heterogénea en que
estos actores viven el complejo, más que cómo viven en él. El relevamiento de
esta imagen histórica nos permite afirmar que lo contradictorio del barrio se
sitúa en su gestación misma. Con su habilitación y la puesta en práctica de su
valor de uso, más que solucionar un problema de vivienda se pusieron al
descubierto las condiciones con que dicho problema se constituye en eje del
conflicto social en la esfera de la reproducción necesaria. Y es en el valor
ideológico de este tipo de complejos donde emerge la imagen espectral y
expiatoria de los que quedaron afuera de la "solución", corroborada material-
mente por el guardián carro policial e idealmente por lo que se dice, como
máscara de lo que se teme, en el contexto de una lucha por el espacio urbano
que está muy lejos de haber cesado con la provisión de vivienda para consu-
mo colectivo de un sector.
En el complejo habitacional, entonces, no sólo hay problemas sino que el
barrio mismo aparece como un problema en si, por e! mandato histórico de su
pecado de origen, hecho hoy fantasma urbano. Es lo contrario de lo que ocurre
con los barrios viejos. De éstos, se considera que pueden tener problemas en
su interior, pero en sí no son considerados "problema", tal como ocurre con
complejos y villas. Y la tipificación de estos estereotipos desde el sentido co-
mún se realiza de acuerdo con los valores de lo barrial, pero invertidos. Estos
valores, como se ha visto, quedan, de hecho, "depositados" o en vigencia
plena en los actores sustitutos de aquellos que compusieron a "su" tiempo
las identidades barriales de los barrios viejos constituidas en ideología: los
jóvenes, como practicantes efectivos de la identidad barrial.
¿Quiénes son los actores sociales que más se "especializan", que se ocu-
pan en forma teórica en estas cuestiones barriales? Veamos de qué manera
establecen los vecinos, principalmente los militantes barriales y algunos pro-
fesionales del diseño de estos barrios "modernos", los arquitectos, las causas
de este ser-problema de estos complejos y, por lo tanto, cuáles decursos de
solución plantean. Nuestra hipótesis —junto a una experiencia que narrare-
mos— es que esta nueva línea de análisis, que tiene en cuenta la dimensión
simbólico-histórica de constituirse el fenómeno urbano-barrial, puede ser de
Antropología de lo barrial
208
utilidad para un mejor posicionamiento respecto a esta problemática, como
modo de contrarrestar el prejuicio del barrio-problema. Es posible estructurar
el conjunto de causas atribuidas por la gente a esos problemas en lo que
podríamos llamar teorías de la gente acerca de los problemas barriales del
complejo habitacional. En realidad, la misma pre-concepción del barrio como
"problema" nos está colocando ante una serie de componentes de prejuicio
que difícilmente podremos con propiedad calificar de "teorías". Las llamamos
así pues son los mismos actores —tanto los dirigentes, funcionarios o militan-
tes— como los vecinos en general quienes, en forma recurrente y ostensiva,
apelan a este término: "sobre esto yo tengo una teoría". Tiene un alto valor que
ellos lo expresen así, pues implica la asunción de un pensamiento que preten-
de ser reflexivo y que se ha detenido a considerar flujos de información (par-
cial y opaca, pero información al fin, compuesta por la misma materia prima
que la que manejan los especialistas profesionales). Sobre todo por el carác-
ter de generalización de las argumentaciones, que intentan así trascender el
nivel de la observación particular, lo que, por lógica, encierra su riesgo de
preconcebir la realidad barrial como el resultado de las certezas que esas
mismas "teorías" producen, o a las cuales se reducen.
Este nivel de abstracción de las teorías de la gente sobre los problemas
barriales abarca aspectos de la ideología más vasta de estos actores, para la
cual el barrio actúa como referente. Cuando se teoriza sobre el barrio se está
mostrando lo que se piensa respecto a muchas más cosas. Se podría estable-
cer una relación indiscutible entre ciertos componentes de estas teorías de
sentido común con los modelos que reseñamos en el capítulo respectivo so-
bre el papel del barrio en la teoría social. Y se vio ahí mismo de qué manera los
paradigmas bajan al sentido común tanto como son construidos desde el sen-
tido común. Un sentido compartido por teóricos y diseñadores a partir del
hecho de que muchos de ellos también crecieron en barrios cuyo significado
más profundo han naturalizado o idealizado. Lo concreto es que mucho de lo
que ahora forma parte del sentido común constituyó una parte de la teoría
oficial de hace unas décadas. Véanse si no las coincidencias entre los modelos
de la sociedad foik, la unidad vecinal, el modo de vida urbano, la cultura de la
pobreza, el barrio como cultura y el modelo dualista en general, con las asun-
ciones siguientes. Proponemos una clasificación hecha sobre la base de un
análisis de la relación entre problemas, causas y soluciones, las que, sumadas,
darían las teorías. Las agrupamos en seis tipos:
Sustancialistas: cuando apelan a explicaciones de tipo inherencial, por
idiosincrasias y tipologías sobre la gente residente, los barrios o determina-
das situaciones a-historizadas. Las encontramos tanto entre quienes actúan
profesionalmente en el barrio como entre los vecinos. En gran medida compo-
nen la imagen negativa del complejo, y deshistorizan la emergencia de un tipo
de gente, que sería la "causa" de todo lo que ocurre de malo en el barrio. El
efecto es la pérdida de iniciativa hacia soluciones cooperativas, y cuando és-
tas se intentan llevar a cabo desde organizaciones intermedias tienen como
consecuencia una letanía de quejas por la no participación de ese tipo de gente
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 209
Fuerte Apache es el ya citado (en La ñata contra el barrio) Barrio Ejército de los Andes,
uno de los complejos habitacionales más "manchado" dentro del imaginario urbano
de la Región Metropolitana. Pocos días antes había sido propuesta por el gobernador
de la Provincia de Buenos Aires su dinamitación (efectivizada luego en parte), que es
a lo que refiere el entrevistado.
Antropología de lo barrial
216
la reunión pública, pero sí en-el contacto personal, etnográfico. En la reunión sí
quedó reforzada la asunción de que el barrio está estigmatizado desde el qué
dirán o el dicen que, es decir: desde la imagen que se hacen de él los habitantes
de los otros barrios. Se escucharon todas las frases típicas de este tipo de casos:
"acá ios taxis no te traen . . . l a gente, nosotros, yo, bah, tienen vergüenza de decir
dónde viven, porque te preguntan '¿no tenes miedo?, yo no voy ni loco'... de otros
colegios no mandan los chico a los de acá ... nos ven mal ... acá hay droga, pero es
corno en todos lados, acá se ve ... los vecinos, en general no luchan, no se mueven,
soto hubo una movilización muy'grande cuando amenazaron con trasladar a la
Villa 31 acá enfrente, ahí sí que se movilizó todo el barrio".
Un trabajo de acción interdisciplinana como el que planteamos tiene su
base en el criterio y en el hecho de que los diseñadores tengan en cuenta el
imaginario de la gente destinataria de sus obras. Para esto es importante
que el arquitecto mismo incluso vaya al campo, a construir la otredad (Gravano,
1995). Esto no implica el seguidismo a ios actores en sus expectativas, ya que
éstas siempre son elaboradas desde criterios pre-disciplinares (respecto a la
arquitectura), en el sentido, que ningún actor ignora lo que es una casa, una
calle, y siempre tendrá una noción de sentido común con la cual responder,
incluso para expresar una demanda. Del cruce entre las hipótesis sobre el
imaginario construidas por nosotros (y eventualmente por otros analistas,
como semiólogos, por ejemplo) con las hipótesis profesionales sobre el espa-
cio surgirá la acción proyectual, que llevarán a cabo los arquitectos. A partir de
aquí, pueden tenerse todos los contactos que se requieran entre los destina-
tarios y los diseñadores. El problema es cómo desarrollar esta tarea, de modo
que no se reduzca a un mero diálogo asimétrico o a una acción de marketing
superficial. En este sentido, el enfoque antropológico colabora para obtener
una visión analítica profunda, cuestionados de la realidad, que apunte a los
significados implicados y a la simbolicidad barrial y no sólo a los discursos
explícitos. Hay que tener presente la diferenciación entre las categorías ana-
líticas y profesionales de los arquitectos y ¡as de los vecinos, tal como se
evidenció en el contacto que describimos. Esto impone no renunciar a los
discursos hegemónicos teóricos de cada disciplina sino traducirlos, domesticar
los conceptos, de modo que no resulten herméticos a los destinatarios; que
se establezcan puentes que hagan posible la comunicación, en suma: familiar
lo exótico. El episodio registraba el no tener en cuenta la clave de la inseguri-
dad del imaginario tal como la internalizan los vecinos y el sentido de perte-
nencia e identidad respecto al barrio corrobora esa necesidad.
Relacionada con esta diferenciación debe ser tratada la distinción que se
dio en la reunión con los vecinos entre la visión profesional y la de ios actores,
cuando —desde los vecinos-militantes mismos— se menospreció esta última.
Aquí se puso en evidencia el sentido no protagónico (pasivo) que los militan-
tes asignan a los actores (y que autoasumen cuando ellos se consideran
actores), cuando depositan —en su asunción— el saber sólo en los profesio-
nales. En realidad, lo que hacen es competir con ellos. Y el actor no compite,
participa o no, actúa o no, protagoniza o no. La actitud de autoasignarse
inferioridad por no ser profesional implica asumir que sólo aporta el que es
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 217
cería estar en crisis; por eso algunos se preguntan; "¿barrio no es donde toda la
gente se conoce? Bueno, yo acá no conozco a más de tres vecinos, porgue es un
lugar muy céntrico, no hay tranquilidad"; siempre subordinado al eje temporal:
"acá se perdió mucha confianza, ya no nos conocemos entre todos". Por eso lo
contrario a la relacionalidad es el desconocimiento y la supuesta pasividad en
las relaciones, no la hostilidad, la heterogeneidad, la rivalidad vecinal, ni si-
quiera la agresividad: "Yo sé quiénes están en la pesada, pero no acá en el
barrio, acá me respetan, porque nos conocemos de hace años..." (Jorge, 40,
cuentapropista, Dock Sud).
En los barrios más pobres, si bien la relacionalidad es relevante Cuno ni
tiene necesidá de llamar a nadie en la cuadra que ya saben que usted necesita
algo", Carmen, 56 años, kiosquera), es recurrente la familiaridad con el lugar y
sus actores en forma impersonal, sintetizada en la frase "todo el mundo me
conoce", aunque no resulta obligatorio que todo el mundo se "trate". Además,
la generalización misma "todo el mundo" pasa a formar parte de la asunción
del paradigma barrial, más que ser un dato particular. Esto puede emerger
aún de los significados contrarios: "El barrio para mí es un lugar de paso, no
tengo contactos afectivos ahí, es mi lugar donde sé que vivo, pero mi idea de barrio
es de mayor contacto, pero para poder hacer mis actividades yo necesito vivir en la
ciudad, no en el barrio" (Pablo, 30 años, actor). La relacionalidad, en suma, tiñe
de barrialidad la convivencia, claro que no necesariamente confirma las asun-
ciones positivas de los actores, que pretenden —en su idealización— que las
relaciones dentro del barrio sean "buenas" entre los vecinos. Es algo más
complejo: viene a la memoria la respuesta de un santiagueño (de La Banda)
al juez, cuando era indagado por el motivo de haber asesinado a su vecino: "Fue
por razones de vecindad, señor..." 74.
En estos registros de entrevista rápida, lo familiar —que ocupaba un lugar
de importancia dentro del modelo de lo barrial en el estudio intensivo en el
barrio obrero— surgió también, siempre asociado a los demás valores de lo
barrial. Lo constatamos en los discursos de la militancia vecinalista75. Por su
parte, el amor al barrio se explícita mediante el gusto y por no querer irse ("si
me tengo que ir me muero"). En tren de especificar o justificar ese apego al
barrio, lo recurrente es indicar referentes espaciales y principalmente recurrir
al argumento temporal, incluso metafóricamente personalizado: "para mí el
barrio es todo porque nací y crecí en él... él me vio hacer todo, de pibe". La signifi-
cación del amor porque sí, porque es el barrio de uno, abarca a todos los tipos
de barrios. A su vez, la tranquilidad, como un atributo de lo barrial, es un valor
74
Relato personal del escritor y ensayista Bernardo Canal-Feijóo al autor.
75
"A/ igual que una familia que padece problemas, el barrio se tiene que organizar, discutir
seriamente cuáles son los problemas y debatir entre todos en forma organizada, responsable
y concreta las soluciones debaCiúas, afinando la puntería en caso de no hacer blanco con la
solución llevada a la práctica, hasta lograr el objetivo. Al igual que una familia, disfrutemos
los beneficios, pero pongamos el hombro todos para solucionar los problemas, porque el
barrio es eso, una gran familia" {dirigente barrial de Soldati); palabras que serían recu-
rrentes en las asambleas barriales surgidas de la crisis de fines de 2001.
Antropología de lo barrial
224
que se pondera o se niega como dato, pero condicionado por la relacionalidad
("conozco a los pesados"), ya que balazos y delincuentes en un barrio pueden
no ser ningún obstáculo para calificar a éste de "tranquilo". Esto hoy está en
crisis no tanto por la tranquilidad como valor, que sigue siendo patrimonio de
lo barrial, sino de la inseguridad asociada con la delincuencia, que para la
barrialidad del barrio está subordinada a la reiacionalidad arraigada, esa que
permite que un barrio con chorros siga siendo "un barrio tranquilo".
Mientras en los barrios medios la crisis es vivida con mayor perplejidad y
constituye más una reivindicación, en los más pobres no deja de asociarse ai
valor paradigmático del trabajo (por la gente "de trabajo" que lo habita y que
marca su identidad), que tiene una significación más ponderativa que decir que
es un "barrio obrero", pues destaca el valor del trabajo en oposición —en general— a
"lo que se dice de acá, de este barrio... acá es un barrio tranquilo por el momento,
gracias a Dios... toda gente de trabajo", con mayoría de desempleados.
En los barrios de tipo a) el valor más recurrente es el arraigo, pero preva-
lece la distinción del sector social arraigado, referenciado por los apellidos y
tradiciones familiares "ilustres". La familiaridad, por otra parte, está garanti-
zada por la relacionalidad del sector social distintivo, no de! barrio, en el que
ios referentes pueden ser el club (no del barrio), la parroquia (no del barrio
necesariamente), la familia y el círculo de clase social más que el de la comuni-
dad barrial. En estos barrios no populares prepondera el valor comunitario de
la Imagen de ciudad, o aun mayor (San Isidro: "una ciudad", Belgrano: "un
país"), y el barrio se deja para las bromas o los tonos irónicos, cuando se trata
de menospreciar, parodiar un significado grupal o estigmatizar un comporta-
miento. Cuando es lo de uno, si bien está presente, el barrio no adquiere los
valores de la barrialidad sino de la clase social, como eje de distinción. Y el
barrio no-popular se subordina a esta relación, actuando como referente de
la distinción de clase. Otras veces, el barrio mismo corta y simboliza lo popular;
"Caballito ya no es un barrio, antes era barrio, ahora ya hay Club de Leones...". En el
barrio a), la tranquilidad está, a su vez, subordinada a la referenclalidad espacial
concreta: no es atributiva de Barrio Norte, ni de Belgrano, pero sí de Belgrano R
y de Lomas de San Isidro, por ejemplo. Pero aquí el tema de la tranquilidad se
reviste de una problemática más abarcadura, pluribarrial y creciente: la
inseguridad del barrio propio es causada por el otro barrio, el estigmatizado, de
donde vienen "esos negros". En el barrio popular, la inseguridad surge cuando
se meten con nosotros, no cuando hay chorros ("eso hubo toda la vida"). Lo
nuevo es que no haya "reglas" (las de antes), que no se respete la
barrialidad, "que no se pueda salir a caminar tranquilo", porque son los de acá
contra los de acá. Es lo que se refleja cuando se habla de "ruptura de códigos"
de los ladrones de ahora, que roban en su propio barrio76. Abarca principalmente a
un actor que no entra dentro del valor de la relacionalidad barrial: la policía. Y
la policía formaría parte de una red que desde la barrialidad
76
El ejemplo que vale es el de una banda de jóvenes de Belgrano Que robaba casas
del propio barrio (1997).
Diseminación de lo barrial 225
no se controla. Más bien la policía (la real, no la idealizada para que controle a
los jóvenes de hoy) constituiría en el barrio una red amparada en la no
relacionalidad: ampara a la banda, le asigna territorios, la utiliza para dirimir
cuestiones internas propias; todo alejado de la barríalidad misma de la banda
que es del barrio o de barrio. En síntesis, la percepción de la inseguridad se
vincula —en estos contextos— estrechamente con la otredad dentro del barrio.
77
"Serían muchas las cosas para que un barrio sea muy bien organizado... Medios de
transportes. Una ambulancia permanente en la saiita del barrio. Teléfonos que funcionen.
Plazas para los niños. Un centro cultural dentro del barrio. Limpieza en las calles. Más
iluminación. El arreglo del polideportivo. Cosas fundamentalmente en lo cultural, recreativo y
salud. No existe un lugar donde nuestros niños, jóvenes y, por qué no decirlo, también
nosotros, los adultos, podamos asistir, como ser un buen club, cine, teatro, un gimnasio. De
pronto nos sentimos corno desorientados. Existen pocos teléfonos. Si por la noche se llegara a
descomponer algún miembro de la familia y al no poseer medio de transporte propio presenta
una verdadera odisea. Estoy hablando del barrio Soldati (Complejo Habitadonal Soldati), a tan
sólo 40 minutos de pleno centro de la Capital Federal: tenemos un centro de salud muy
deficiente, no tenemos guardias permanente, ni siquiera una triste ambulancia. Arreglar las
calles y las plazas para que jueguen los chicos. Quizá el barrio necesite una plaza, la más cerca
está a ocho cuadras, no sé que otra hay. También sería policías que se ocupen de la segundad de
los habitantes, en especial de los niños, y también sería sala de primeros auxilios donde se
pueda atender de inmediato".
Diseminación de lo barrial
229
físico donde tuvieron que caer cuando dejaron de pertenecer a la clase media o inten-
taron probar suerte en Buenos Aires, dejando tes provincias, por eso les pertenece y les
es extraño" (Jorge, 39). Esta visión histórica, empero, no deja de mezclarse con
la deshistorización típica, que reivindica la relacionalidad barrial-vecinal: "El barrio hoy
ya no existe, se perdió eso, hay poca conciencia de pertenencia al barrio" (Judith, 44).
Cuando los militantes refieren a los valores de tipo comunitario, reaparece la
connotación formal de lo barrial: "el barrio es una de las comunidades más
importante que interesa al hombre" (Roque, 55); "si bien hoy prevalece el
individualismo, hay prácticas solidarias que no se dan sino en barrios populares: el
vecino es muy importante porque es el que nos mira la casa cuando no estamos, es
el que organiza el Día del Niño es la Sociedad de Fomento y el que nos alcanza algo
para comer cuando no hay laburo" (Gustavo, 50). Esta conciencia comunitaria, en
rigor, para esta ideología, debería darse, pero en general forma parte de lo even-
tual y aspirable, no está dada y se sustituye con idealizaciones de una comuni-
dad modelo: "El barrio crece y se desarrolla si crecen y se desarrollan sus habitantes.
Se estanca culturalmente si sus habitantes no son debidamente alfabetizados como
para exigir de las autoridades lo que el mismo necesita" (Claudio, 32).
79
En la jerga juvenil equivale a "lo mejor que hay", "muy bueno", etc.
Diseminación de lo barrial
231
ha señalado, y se focaliza más en la diferenciación entre el barrio propio y el
de los adultos, al que sí se sitúa "en otra época, en la de ellos, por eso se meten
para adentro".
En la dimensión referencial-social, el barrio de jóvenes y chicos apunta a
los diferentes acotamientos del espacio barrial y a los tipos de gente que
circulan por el mismo, vistos desde su perspectiva. En cuanto al primero, se
notan las diferencias que impone la diferente condición social, con el matiz ya
señalado de la ponderación de clase que realizan los jóvenes de los barrios
a), en la que —para ello— utilizan simbólicamente a los barrios c) y a las villas:
"este barrio tiene una identidad propia, es re-joya, pero algunos parece que fueran
villeros", "acá, todo el barrio, viste, los pibes son re-coquetos, muy bronceados,
siempre se cuela algún grasa de otro barrio, pero en general, está re-bien, aunque
haya algún creído... esto es una mezcla de lo sencillo con lo fino". A su vez, tanto
en ios a) como en los b), el barrio de los adultos es unánimemente tildado de
careta, esto es: un barrio compuesto por gente que se coloca en la vitrina de
la fachada moral, para distinguirse de los jóvenes barríales, esto es: drogadic-
tos, vagos, etc." 80. En los barrios populares, por su parte, se simboliza el anta-
gonismo social mediante la alusión al "Barrio Norte", pero no para referenciar
expresamente a quienes habitan allí sino a los que siendo residentes del
barrio "grasa" ostentan ínfulas de ser "chetos" y querer parecerse a los de
Barrio Norte, o Recoleta, "y en el fondo somos todos iguales...". En los barrios
medios, no se detecta una diferenciación entre lo barrial por la oposición entre
casas y departamentos, tal como sí ocurre con los barrios de tipo c). Y en el
barrio a), la distinción directamente no aparece. Cuando en el barrio a), como
en et b), se hacen referencias a la gente, surgen espontáneamente apellidos —
algunos dobles, en los a)— de "familias típicas del barrio" y se rememoran
parentescos y notoriedades. En los populares en conjunto (fa y c), las alusio-
nes son más a grupos (los bolitas, los paraguas, los coreanos, los taños). Las
descripciones del barrio por parte de los chicos de los barrios populares mues-
tran mayor diversidad de personajes, situaciones y espacios. Aparecen casas
tomadas, conventillos, delincuentes, peruanos, prostitutas, patoteros, dro-
gadictos, "policía maldita", todos formando parte del barrio. En los barrios a)
estas mismas situaciones no se ven como formando parte del barrio, si bien
se las "conoce" en general. En los barrios medios, las distinciones mayores
pasan por ios "Chetos" y "nosotros", y por los barrios partidos en mitades: una
"familiar", la otra el "aguantadero". Es la variable social la que talla en este tipo
de distinciones, esgrimida para ponderar la valorización de la clase social (como
"grupo de prestigio"), que parece tomar a lo barrial como indicador de diferen-
cias. Al barrio —para los chicos del barrio a)— se lo tiene ambiguamente como
extremo socialmente "bajo", a la vez que consideran también a su barrio como
tal. Y en los jóvenes de los barrios populares, el paisaje social "bajo" no se
utiliza para diferenciar valorativamente, sino para describir lo cotidiano.
80
Originariamente el término careta apunta a aquel que no se droga y que, desde la
ideología moralizante, ostentaría una distintición respecto a los grupos que sí lo
hacen; seria el equivalente del "gil", como sinónimo de trabajador de otras épocas.
Antropología de lo barrial
232
El nivel de reflexión de estos actores respecto a sus barrios nos brinda un
cuadro donde básicamente se responde a la pregunta sobre cómo se mejora-
ría el barrio. Para los jóvenes de todos los tipos de barrios, toda mejora pasa-
ría por las personas, principalmente los mismos jóvenes: que dejen de ser lo
que son; claro que refiriéndose al grupo de los oíros, que son los que dan una
imagen negativa del barrio. En segundo lugar, los adultos deberían dejar de
ser "tan cerrados". Y en tercer lugar, la policía ocupa el lugar del enemigo funda-
mental de la juventud misma, porque "está en contra del barrio, de nosotros".
Para los niños de los barrios c), en cambio, la policía es la que debería actuar
por la seguridad del barrio. Focalizamos la atención en los niños de los barrios
del tipo c), de hecho, porque un grupo de docentes de primaria con el que
realizamos un taller de trabajo barrial indagó acerca de la visión de los niños
de complejo habitacional Soldati (en Capital) y un barrio pobre (Villa Sarmien-
to, en el Conurbano), caracterizados ambos por su población estigmatizada.
Los pequeños de once a trece años respondieron a la pregunta ¿Qué necesita
el barrio?: "Que no te puteen, amor, cariño, libertad, paz, felicidad, cuidado, gente
unida, más gente humilde, ayudar a los chicos que se drogan, ayudar a las fami-
lias que viven en las casitas, arreglar las escaleras, las luces, poner semáforo en
las calles y pintar las paredes y barandas, que saquen a los chicos que está de joda
y a la vez se drogan y hacen problemas y andan con revólver-para poder amenazar
a las gentes y poder agarrar a las chicas de prepo y violarla, sólo se arreglará que
estemos muertos en la calle y termine un mundo acabado de discordia, odio,
maldad". "Para que el Barrio mejore podíamos reunir a todo los vecinos para poder
sacar la mafia que hay en el barrio, que vienen de otros lados." "Que todo sea más
barato, que haiga más negocios, que arreglen los ascensores, la plaza, más vigi-
lancia, iluminación, guarderías, cloacas, escuelas, salud". "Que bagan limpieza de
chorros y drogados que no podes salir ni a la puerta, si ustedes hacen esto sí que
va a ser un barrio."
La asunción positiva pasa por la tranquilidad y la relacionalidad, a pesar de
constatar los mismos males que señalan los adultos. Establecen la diferencia-
ción entre los conocidos —que compartirían los valores de lo barrial— y los no
conocidos, los extraños barriales: "Mi madre quiere irse del barrio porque andan
con ametralladoras y revólveres, y yo no quiero irme porque aquí tengo mi escue-
la, mis compañeros y a mis amigos; para andar bien con los chorros tiene que
juntarse con ellos, si es nuevo en ei barrio, porque los que ya son viejos, que viven
desde hace mucho, no le hacen nada porque los conocen". Pero "hay chicos que
por descuido de sus padres o porque sus padres necesitan plata o ropa salen a
sacar ropas de las sogas o entran en casas, también le dicen 'lo poxi' porque se
drogan con poxirrán". Se agencia a los vecinos adultos la responsabilidad de lo
que se entiende deberían ser mejoras sobre el barrio; apuntan a mejores
servicios, mejores relaciones interpersonales y más seguridad. Para esto, se
apela a soluciones netamente "aduitas", desde la provisión de servicios hasta
la represión, que se personaliza en la policía. El barrio querido termina siendo,
a causa de los otros —"esos poxi"—, "el barrio que me da vergüenza", "el barrio de la
muerte", aunque sigue siendo querido desde lo barrial. Los chicos del barrio
pobre, al querer solucionar los males del barrio, colocan en ellos mis-
Diseminación de lo barrial
233
mos, como otros, las causas de que eí barrio ahora sea eso. Mientras, lo
barrial queda mantenido en los valores que deben "defenderse" de esos otros
a los que "hay que sacar", aunque por la relacionalidad de lo conocido
barrialmente se los incluya, y así sí 'Va a ser un barrio".
82
Las principales preguntas procesadas fueron: ¿Cuál es " SU " barrio? ¿Cuál es la carac-
terística más importante de él? ¿Qué es lo que más le gusta?
Diseminación de lo barrial
235
barrios populares (20) 83 y otros "altos" y céntricos (15) 84 Dio como resultado,
por un lado, en los barrios del centro y medio-altos, la constatación del modelo
de lo barrial o del barrio de los valores ya destacados; la relacionalidad, en
algunos casos en barrios vistos como "no alcanzados por el progreso" y cercanos
a la naturaleza del paisaje, asociada incluso al origen, y el gusto ligado expre-
samente a lo natural, como opuesto a lo urbano. La oposición central situaba a
lo barrial de estos barrios en las antípodas del movimiento y el tráfico de gentes
y vehículos, como indicadores más recurrentes. Para el caso de los barrios po-
pulares, el foco estuvo puesto en los valores del trabajo (asociado a las indus-
trias "de antes"), el origen ligado a la radicación de la fuerza de trabajo inmi-
grante, la consabida tranquilidad, la sencillez, la relacionalidad, la oposición del
antes y el ahora (lo barrial en el primero), y la idea de la pureza barrial, reforza-
da con las imágenes de la "no contaminación" con el loco ritmo moderno del
centro, que "esto sigue siendo un barrio" y con el gusto ligado también a lo
natural, a algún rasgo distintivo (por ejemplo, la pizza para La Boca, la cerveza
para Quilmes, las luchas para el asentamiento El Tala) y principalmente a "la
gente".
Para terminar, la corroboración de nuestro modelo de las identidades barriales
como constructoras de una ideología que encuentra en los barrios sus referen-
tes espaciales requiere, según estos registros empíricos, dos señalamientos.
En primer lugar, se verifica la vigencia del modelo en relación con la dimen-
sión social diferenciadora de significados, pero no fuera del modelo mismo, si
bien adquieren importancia la juventud, como actor, y lo popular, como indica-
ción sectorial. En otras palabras, lo barrial como ideología concurre, en la di-
mensión del imaginario social urbano, como un horizonte simbólico común a
distintos sectores y clases sociales y tipos de barrios, con vigencia más inten-
sa en los populares y la juventud.
En segundo lugar, la vigencia de este modelo no implica que se sitúe al
margen de la constatación de su propia crisis, ya que vimos que su motor inter-
no principal (dentro de los mecanismos simbólicos) es la ponderación del riesgo
de su no vigencia. Acá lo que verificamos es que esta crisis se manifiesta, en el
nivel de la construcción de la propia ideología, como rozando algunos de los
valores que actúan como sus nervios más importantes, como la relacionalidad y
la solidaridad, ligadas a un tema hiper-recurrente: la inseguridad urbana cre-
ciente. Se señaló, en efecto, la necesidad del arraigo barrial para nutrir la
relacionalidad y la solidaridad, principalmente de los barrios populares, hoy en
peligro. Pero también se vio cómo la crisis de la relacionalidad barrial no encie-
rra obligadamente la no relacionalidad, sino que aquélla se referencia en otros
actores, a los que se culpabiliza (ej. de las mitades barriales vistas), en la mis-
ma proporción que se consolida simbólicamente el modelo de lo barrial como
83
Norberto de la Riestra, San Andrés, Floresta, Piñeyro, Barracas, La Boca, Constitución,
José León Suárez, Morón, Lanús, Catalinas Sur, San Martin, El Tala, Wilde, Villa Domi-
nico, El Dorado, Quilmes, Berazategui, Márquez, Remedios de Escalada, Dock Sud.
84
Barrio Norte, Botánico, Centro, Palermo, Belgrano, Caballito, Recoleta, San Isidro.
Antropología de lo barrial
236
ideología, ya que los otros quedan -para el caso de ías identidades estigmati-
zadas (o negras)- fuera de lo barrial como conjunto de valores.
Esto nos sugiere que la certeza de la tesis de la diseminación, o vigencia
de lo barrial como representación simbólica trascendente a distintos contex-
tos socio-espaciales, lo pueda constituir en una cultura, con una vinculación
— por lo ya dicho— importante con lo popular, dentro del marco de la vida
urbana moderna, hoy en crisis de sus propios valores (o la crisis de la post-
modernización de la realidad urbana). Y a este terreno de análisis vamos a
ingresar. Para ello, deberemos dar dos pasos: primero, referirnos a las prác-
ticas barriales, de modo que el concepto de cultura no quede reducido a las
representaciones simbólicas.
Prácticas y ritualidades barriales
85
Esto lo hemos tratado en Gravano, 1988.
Prácticas y ritualidades barriales
239
mediante el análisis de esos significados tanto en sus sedantes encubrimientos
cuanto en sus irritativas rupturas, como pedia Gramsci. La necesidad de una
centración acordada previamente —como parte del pacto de la construcción de
conocimiento— hace que debamos ampararnos previamente en un eje que nos
sirva de parámetro de lo significativo referencial que iremos a buscar.
Las prácticas, entonces, se definen como barriales en la medida en que
respetan o adquieren la coloratura de los significados que componen lo barrial,
entendido como recorte y como conjunto de representaciones. Sin esta asocia-
ción o atribución no serían más que prácticas, no sin sentido, pero al menos sin
ese sentido del que partimos (y al que llegamos mediante los análisis anterio-
res). Eso es lo que da valor a escenas que, de otra manera, no serían más que
acciones vacías de significatividad compartida, pública y representativa (aja
manera de la densidad del concepto antropológico de cultura de Geertz).
¿Qué podría ser practicar el barrio?: jugar al fútbol en la calle, saludos y
gestos de reconocimiento de umbral a vereda, la vecina cantando mientras
cuelga la ropa, el abuelo volviendo o yendo a la plaza, el vecino gruñón y
hermitaño gruñendo y hermitando, compartir una taza de azúcar, oír los pe-
rros que ladran, salir a barrer la vereda en camisón, cazar mariposas, hacer
barquitos y jugar en la zanja, preparar las bombitas y jugar al carnaval, pero
a baldazos, el ñenti en la baldosa lisa, las noches de verano en la vereda,
juntarse los sábados a la tarde, ponerse ruleros y pintarse para ir al baile,
preparar el estofado, potrear, ir al colé, agarrarse a pinas a la salida, salir a
tomar algo con la barra, vivir [estar todo el día] en la calle, lavar el auto
mangueramente en la vereda escuchando la radio fuerte, decir malas pala-
bras, la hora de la siesta enfrente del portón de la fábrica cerrada, escuchar al
barrio dormido, escribir las paredes con aerosol con el nombre del equipo del
barrio ("capo") y los del otro ("putos"), ver cómo corre la droga en el video,
campanear a la lancha [patrullero] de los ratis [policía], hacer u oler el asado
del domingo, el boliche, algún velorio, el escolazo [juego de naipes por plata]
en el club, organizar algo para el sábado, la cargada al topun del rioba, el graffittí
con birome con los caretas batidores de la cana, circular y chamuyar de pavadas
en la noche del sábado, la parada en la esquina a la nochecita, la hora pico
en que todo el mundo termina de trabajar y recorre el barrio para mirar y que
lo miren, sentarse en una silla en la vereda, correr a los gatos, hacer la cola
de un colectivo y sentir que uno se va del barrio, cebar mate en el taller
mecánico, salir a tomar fresco, limpiar la canchita, salir a mirar vidrieras de
gusto, hacerse la rata, hacer changas en el edificio, llevsr a los hijos al club,
cruzarse con el vecino, cruzarse con el ex-compañero de banco, no hablar
demasiado con el repartidor carilindo del super[mercadito] para que nadie
hable después, no mirarle las curvas a la nena ya crecida del amigo del alma,
preparar la kermes en la escuela, acordarse de la carrera de embolsados,
andar en bicicleta sin manos, dejarse piropear sin sonrojarse, hablar del tiempo
con el almacenero, jugar al rin-raje [tocar timbres y salir corriendo]...
¿Por qué podría afirmarse que estas prácticas son barriales? Convenga-
mos dos respuestas: una empírica y resultado de la vivencia, y la otra teórica,
Antropología de lo barrial
240
como producto del análisis. La primera es la que acaba de ejercer e! lector, si
se detuvo en el párrafo de arriba sin dejar de entender sus significados, esto
e s : sintiendo los significados. Porque aun desde la dimensión más
pretendidamente objetiva no es posible dar cuenta en forma representativa
de éstas y otras unidades de acción desarrolladas en el barrio sin que surja la
necesidad de contextualizarlas como testimonios, es decir: como productos
históricos emergidos discursivamente de actores en situación, como viven-
cias. En ese conjunto de flashes dejamos que el lector colocara "sus" contex-
tos, al recepcionar cada escena y cada acto. Lo hizo en forma inevitable desde
las asunciones propias de lo barrial o tal vez a partir de lo construido desde la
lectura de este trabajo. Pero lo hizo. El ejercicio muestra en forma práctica
(vale la redundancia) que estas prácticas sólo son "barriales" en la medida en
que son vividas o valoradas como de barrio y, como tales, posibles de'ser
relatadas. Apelando a un término caro a la etnometodología, no podemos
aislar las prácticas de la indexicaiidad desde la que son reflexionadas, resumi-
das, objetivadas en discursos y en contextos por los actores 86. Y en el modo
de vivirlas es que se pueden asociar a lo que entendemos como lo barrial.
Para-la segunda respuesta, podríamos retomar nuestro primer intento de
modelización de las variables de lo barrial, para usarlo como grilla para el
análisis de las prácticas (como mundos de y en significación) en lo que podría-
mos llamar dimensiones de la significación de esas prácticas. Una primera di-
mensión estaría dada por las prácticas barrialmente significativas que se vin-
culan con el primer conjunto de variables, compuesto por la espacialidad, la
escenificidad social y la funcionalidad estructural. Desde la ocupación del es-
pacio por los distintos actores (se recordará lo descripto en el caso de ios
jóvenes del complejo), hasta las escenas del barrio público, con su entorno
callejero típico, y el barrio mismo visto como un consumo y equipamiento urba-
nos. Pero en todos tos casos que vimos, el barrio mismo en su relación con el
espacio, con lo social en general y con los servicios urbanos, es relatado des-
de la vivencia, cuyo ejemplo más claro emerge de la puesta en acción del
barrio como algo vivido por el actor o el barrio mismo como un actor {"'yo vi
asfaltar las calles, poner la luz de mercurio"... "el barrio creció conmigo").
La segregacionalidad, la intersticialidad y la inclusividad, vistas en conjun-
to, se articulan como una dimensión donde lo macro-social (sobre todo la
diferenciación de clase social) y la relación de totalidad histórica se manifies-
tan en lo barrial. Acá se alistan las prácticas institucionales de discriminación
de acuerdo con el ámbito barrial en que se llevan a cabo (en el sistema educa-
tivo, en el accionar policial, en los boliches, en el cepo para los autos estacio-
nados, en los cortes de luz), el surgimiento de las "sub-economías de barrio",
intersticiales e informales 87, la incidencia dentro de la vida barrial de lo masivo
(desde los medios de difusión, principalmente desde el lugar que el televisor
86
El concepto de indexicaiidad refiere a las inevitables puestas en escena de los
discursos en términos de personas gramaticales, circunstancias y cualidades
referidas en las mismas condiciones de los discursos. Verlo en Heritage 1989 y
Wolf 1980.
87
Las economias de barrio es lo que tratan Scharff, Sassen-Koob, Rapp y Garnoch.
Prácticas y ritualidades barriales
241
ocupa en bares y negocios, no sólo en los domicilios), como ha demostrado el
trabajo de Llano y Martín-Barbero (1995) sobre la circulación de los relatos
referidos a la telenovela en el ámbito barrial entre actores que no ven esos
programas pero sí ios "usan" para reafirmar valores de distancia social y de
género, y la función social de control ejercida por el comercio minorista en los
barrios, en prácticas que tienen que ver con un grado de sociabilidad donde
se asocia lo público con lo privado en el espacio social barrial.
La identidad, la segmentalidad y la tipicidad emergen desde las prácticas en
una dimensión donde se verifica lo que Raymond Ledrut llama la intensidad de
la vida social barrial y de la conciencia de la individualidad y la personalidad de
cada barrio, las prácticas barriales de las pandillas analizadas por la escuela de
Chicago y que afloraron aquí en los jóvenes de todos los barrios, y las diferen-
ciaciones vistas entre actores (desde gronchos y caretas hasta tiras y torres).
Lo que hemos denominado imaginalidad es equiparable al concepto de barrio
vivido por los actores. En vinculación estrecha con la t i p i c i d a d y la
segregacíonalidad, por ejemplo, los temores a ciertos barrios se manifiestan
—a nivel de las prácticas— en la no circulación por ciertos espacios barriales o
en la circulación no solitaria. Pero también se da en lo que podríamos llamar
prácticas existenáales, que serían aquellas en las que se hace referencia a proce-
sos y ciclos vitales del individuo en los que el barrio aparecería como un actor
más, al que le son atribuidos estados o desarrollos orgánicos. Así, en la tarde del
verano del barrio socialmente medio, cuando "todo el mundo" se fue de vacacio-
nes, en la ronda barrial se refleja la imagen de que "el barrio se achicó"- O el mismo
espacio barrial aparece como un personaje con desarrollo: "Con Lugano crecimos
juntos". Una de las prácticas existenciales de la imaginalidad barrial es el criarse:
nacer, crecer y morir o perder lo barrial ("yo me crié en el barrio", "yo quiero a Lugano
porque pnmero que nací aquí, la gente de mi edad vive toda aquí, fuimos al colegio
juntos, jugábamos, íbamos al cine, que ya no está, por el cable y el video... nos
encontrábamos, con amigos, caminamos por Lugano"). Esto es: la práctica de fre-
cuentar el espacio barrial como un espacio vivido con determinada intensidad y
reivindicación valorativa, la que produce el tópico de la pérdida.
Las prácticas donde se manifiesta lo que llamamos idealidad de lo barrial
han quedado tipificadas en lo que Weber l l a m ó acciones de buena vecindad
entre los pobres, que conformarían una moral ( u n a c u l t u r a d i r í a n l o s
antropólogos) típica. Es lo que retomaron Suzanne Keller y Ledrut, con su
concepto de relaciones vecinales: conductas sociales solidarias y próximas.
La universalidad con que se recurre a estas tipificaciones emerge de los mo-
delos dualistas, reflejados también en la ideología de lo barrial por los acto-
res. La simbolicidad de lo barrial como parte de la construcción de la identidad
barrial quizá no quede mejor plasmada en una práctica que en el caso del
fútbol de barrio, al estilo del club de fútbol del barrio parisino de Sevrin, para el
cual eí juego ocupa el lugar imaginario de lo que fue como barrio de clase
(Seltm, 1985). ¿Cuánto se podría agregar acerca de los clubes de barrio de la
RMBA88?
88
Este tema ha sido tratado con mayor asiduidad desde la Historia (Frvdenberg, 1995).
Antropología de lo barrial
242
En suma, las representaciones del barrio se referencian en prácticas es-
pecificas que hacen a la vida cotidiana con una significación particular, dada
por los valores de lo barrial. La reunión en el espacio público barrial y
semipúblico del comercio minorista, del club o de una institución adquiere el
carácter de barrial cuando se acompaña de abiertas valoraciones del barrio,
aun dentro de la ambigüedad de esas valoraciones: "un barrio es un lugar donde
los chicos pueden salir a ¡a calle a jugar a la pelota,.. acá no se puede hacer nada
de todo eso", dice el vecino, mientras algunos chicos juegan a la pelota a
pocas decenas de metros de él. El mismo que enseguida asocia el barrio
que está describiendo con la evocación propia del chico que él fue: "a la hora
de dormir yo me iba a la calle a jugar tranquilo". Con lo que queda establecida la
diferencia entre la "tranquilidad" de los adultos y la "tranquilidad" de ese
mismo adulto cuando joven, para quien la tranquilidad parecía ser propor-
cional a su distanciamiento de los adultos. La práctica .de hacer barrio, como
parte de lo que hemos neologizado como culturicidad de lo barrial, es signi-
ficativa sólo cuando se acompaña, para los adultos, con alguno de los valo-
res de lo barrial, como es el caso de esta deshistorización de la juventud del
antes y su tranquilidad diferencial. Y cada uno de los valores de lo barrial es
acompañado por prácticas que hasta ahora hemos venido referenciando
desde los discursos de los actores. La solidaridad, por caso, encierra una
serie de actos rituales. El chamuyo de pavadas, de la parada barrial (en una
esquina, en un café, en un comercio, en el club), donde se refieren aconteci-
mientos que se esgrimen en forma simbólica para aglutinar al grupo y para
establecer diferencias con otros, es parte de la relacionalidad, que se halla
en la base de tantos otros valores. Los niños jugando en la vereda y la calle,
que conforman la típica imagen de barrio, aparentemente opuesta a la vida
en departamentos de propiedad horizontal.
Ser competente, barrialmente hablando, como definiera Noam Chomsky los
procesos internos que hacen posible la actuación práctica, implica poder ejer-
cer los valores de lo barrial o los que son asociados a lo barrial, con la misma
ambigüedad que la ideología barrial .o impone; "acá, por empezar: mucho tra-
bajador, aquí nadie les regaló nada, se lo ganaron, yugaron [trabajaron] todos" ...
"ser laburante [trabajador] significaba ser gil [tonto] para la barra" ... "antes
había más decencia" ... "yo conocí a todos los ladrones". De la misma manera, las
mismas prácticas pueden aparecer tanto dentro de lo barrial como fuera del
eje axiológico: decir palabrotas, pelearse, robar, hacer ruido, atorrantear, ba-
jar una luz de un hondazo... Esta culturicidad de lo barrial bien podría ser
traducida en la posibilidad de teorizar acerca de una cultura barrial, definida
como el conjunto de prácticas y representaciones compartidas por un seg-
mento social que se articulan en torno a los valores que hemos definido como
barriales, y que compondrían nuestro "modelo" de lo barrial. No lo hemos
querido hacer hasta aquí —salvo lo anunciado en el capítulo anterior— por el
prurito de no meternos en la discusión acerca de la cultura urbana y los costa-
dos discutibles del culturalismo. Pero, ni bien terminemos con este somero
capítulo sobre las prácticas, nos introduciremos en su consideración.
Prácticas y ritualidades barriales
243
Ahora vamos a agregar una dimensión de lo barrial que no podemos redu-
cir a la escenificidad ni a la idealidad, si bien refiere a los comportamientos
sociales típicos de los barrios. Martín-Barbero coloca en el barrio un modo de
"socialidad", como él lo llama, distintivo del mundo popular. No está alejado de
las relaciones de vecindad de los sociólogos. Pero pone el acento —de acuer-
do con la definición de lo popular de Gramsci— en las formas de afianzar iden-
tidades expoliadas de la memoria colectiva, y que en el barrio encuentran
"refugio" y apto cobijo.
Habíamos dicho que en la parada barrial de “la ñata contra el vidrio" se
condensaba el mundo de la sociabilidad primaria y la socialización primera, tal
como lo expresara Discépolo. En parte se reflejó en la importancia que para lo
barrial tiene lo que llamamos la relacionalidad, el conocerse como un re-cono-
cerse continuo alrededor del espacio barrial, al que queda estrechamente
vinculada la solidaridad y la reciprocidad entre actores, incluyendo competido-
res del barrio como mercado y como poder, como pueden ser los mismos co-
merciantes minoristas, ojos y oídos del control social del espacio público barrial.
Lo mismo que esa relacionalidad amparadora para que dentro de lo barrial
quepa la delincuencia y la violencia tan barrialmente "tranquilas". La ambigüe-
dad de muchas de las formas de manifestarse de lo barrial coloca dentro de él
(como paradigma) tanto la relacionaíidad positiva como la negativa. Las peleas
entre vecinos o aun domésticas —entre familiares, pero conocidas por "todo"
el barrio—, son un ejemplo. Hacen a la sociabilidad barrial primaria (tal como la
describe Gerard Althabe, 1984). No se reducen a la pelea física sino a lo más
recurrente: el "estar peleados". El no hablarse es una práctica, dentro de la
relacionalidad contigua dada por el barrio. Y esto funciona tanto dentro de las
familias como de los barrios. Pero la relacionalidad compartida en ei espacto
barrial es la misma. No se hablan porque se re-conocen. No sorprende que,
junto a estas prácticas, verifiquemos los componentes del modelo de lo barrial,
principalmente la añoranza por un barrio perdido o a punto de perderse, y
que incluso se da simultáneamente con la concreción de la práctica en cues-
tión. "El barrio ha dejado de existir, ya ni se puede jugar en las veredas, ya no
existen los amigos del barrio." Esto es: las prácticas que son, habiendo sido...
Mumford cifraba lo urbano como "sistema de orden y a la idea de destino,
donde el ritual se transforma en drama activo de una sociedad diferenciada y conscien-
te de sí misma" {Mumford, 1959: 12). Esto pone en el tapete la razón de ser de
muchas de las prácticas, que en el seno mismo de esa contradicción entre el ser
y desaparecer, entre el orden y el destino, encuentran su razón de actualizarse
como significativas, en la misma proporción de su recurrencia y pérdida, ponién-
donos frente al concepto de rito. El rito sirve para ser invocado ante su infrac-
ción o ante el riesgo de la desaparición del valor o símbolo que él representa o
actualiza. En ese sentido, es tan constructor de la historia como reproductor de
lo mismo. Según el conjunto de definiciones de los especialistas, el rito es una
práctica social entendida como manifestación cultural, caracterizada por 1) un
componente básico material (prácticas tangibles y recurrentes situadas en es-
pacio y tiempo), y 2) otros componentes virtuales e implicados en aquéllos
Antropología de lo barrial
244
(representaciones, creencias y reglas), más 3) un eje específico que es el que
hace que una práctica cualquiera pueda ser caracterizada como rito: la signifi-
cación, el valor o el efecto que el rito produce o le es atribuido en forma especí-
fica. Este núcleo denotativo está representado por ejes que diferencian los
ritos de las prácticas no rituales, que dependen de los distintos marcos teóri-
cos89. A pesar de la disparidad de estos marcos, pocos dejan de diferenciar lo
ritual por su valor vivencial o sentido por los actores90. Es en el andamio
específicamente antropológico que se resaltan las postulaciones de Geertz so-
bre el lugar del relato de las representaciones en el condensado mundo de las
prácticas significativas, cuya profundidad sólo puede palparse en el estar allí,
cuando el observador extraño se sumerje en ese mundo, como una tela más
de la cebolla de sobreimpresiones o interpretaciones de interpretaciones. Por
lo tanto, sin discutir la tangibilidad de las prácticas como su recurrencia, lo que
las convierte en ritos es el eje significaclonal 91. Para apartarnos del inevitable
riesgo sustancialista de definir por contenidos, al eje de significación que define
a una situación como ritual lo llamamos nosotros situación de ritualidad. El resul-
tado de la situación de ritualidad es una visión y valoración dualista del mundo
(bien / mal, permitido / prohibido, puro / impuro, creído / no creído) y su base es
el proceso de simbolización e historización propio de toda construcción cultural
e ideológica y de la constitución del propio sujeto como productor de sentido.
¿Qué se hace en todo proceso de simbolización e historización? Funda-
mentalmente, por un lado, se descubre algo y se encubren aspectos del cam-
po objetivo con el cual todo sujeto se constituye como tal. Si no se encubriera
nada, dejaría directamente de ser sujeto. Esto se establece mediante la dia-
léctica de la transparencia y la opacidad o, como lo llama Da Mata: focalización
y reificación. Nos colocamos-en el campo de las representaciones, no de los
acontecimientos que se representan, aunque no hay acontecimientos que
involucren a algún humano que estén despojados de su representación y, por
89
Para el evolucionismo de James Frazer, por ejemplo, los ritos eran supersticiones no religiosas, en
tanto para el fenomenologismo de Van Der Leeuw son actualizaciones de mitos sagrados.
Respecto al mundo de significación ai que remiten, para Emile Durkheim y Marcel Mauss se
distingue lo ritual de lo que no lo es por la asociación del rito con cosas que se consideran
sagradas, y Maurice Leenhardt lo define como un modo de expresión actuado para penetrar el
mundo extraempírico. En forma más específica y sobre la base de otra oposición, para Victor
Turner y Max Gluckman, el rito se define por lo que resulta místico, en oposición a lo meramente
tecnológico de la sociedad en cuestión; si bien Turner pone el énfasis en la relación con lo
simbólico del rito, mientras que Edmund Leach lo separa de lo no técnico y Jean Cazeneuve cifra lo
especifico del rito en lo no utilitario. Como valor sociológico, para Mary Douglas tiene un efecto
restrictivo sobre la conducta.
90
Desde Radcliffe-Brown, para quien la diferencia se da por la actitud de respeto que tienen
hacia el rito los actores que lo practican, hasta Irwin Goffman, por el valor especial que éstos
le dan.
91
Algunos —como Kertzer— hablan de sentido restricto del concepto de rito (que se reduciría al
culto religioso) y de un sentido amplio, que apunta at comportamiento simbólico socialmente
estandardizado y repetitivo, con lo cual se traslada el eje distintivo amplio a lo simbólico. Por
eso Douglas habla de ritual como código restricto, que se aleja del individuo tanto como
depende del grupo y del control social.
Prácticos y ritualidades barriales
245
lo tanto, de su significación y valoración. El mayor grado de deshistorización
es io numinoso (Otto), sumun de lo sagrado, como inserción máxima dentro de
lo absoluto, donde no se admite la contradicción. Pero este extremo no justi-
fica la reducción de lo ritual a lo sagrado, pues se correría el riesgo de asimilarlo
a todo fenómeno de religiosidad. Conceptos como reificación, deshistorización o
sustsncialización son más amplios y en ellos cabe tanto lo sagrado como el
resultado de deshistorizaciones no absolutistas, no religiosas, pero que si
caen dentro de la categoría más general de creencia. Pensar una práctica
como rito implica preguntarse por su racionalidad y no dar por sentada ninguna
explicación de su razón de ser. A la vez, esto implica suponerla como racional
(y, por lo tanto, creída por ciertos actores) y no natural. La utilidad de ver lo
ritual de las prácticas reside en que permite salirse, descentrarse respecto a
esa misma ritualidad (de su significatividad especial, del interior de esa creencia)
y a la naturalidad con que todo valor y toda creencia son instaurados.
Concebir el mundo de las prácticas como un mundo hecho por actores obliga
a remitirse a las racionalidades y estrategias de esas actuaciones y a la opa-
cidad con que necesariamente esas actuaciones reflejan el mundo objetivo y
son reflejadas en él, por la creencia. Dentro de la creencia (por caso, la que se
refleja en el rito) necesariamente se naturalizan o deshistorizan relaciones.
Cuando nos colocamos fuera del centro de esa creencia (o de lo que la creen-
cia encubre), quedamos frente a esa naturalización y deshistorización. Esta-
mos objetivando y historizando esas relaciones.
Preguntar acerca del porqué de la existencia de ritos implica suponer que
hay conductas absolutamente transparentes o naturales, o trascendentes a
todos los sistemas culturales (Douglas). Por ejemplo, del tipo de planteos que
terminan atribuyendo la conducta ritual a la angustia (Cazeneuve) o al deseo
de orden (Elíade), y que en muchos casos atribuyen valores de causalidad ob-
jetiva a las verbalizaciones de los actores sobre su propio accionar. Pero pre-
guntarse acerca del porqué de la existencia de ciertos y determinados ritos
supone colocarlos en su contexto histórico y concreto. Rito, entonces, no es la
práctica en sí sino cómo se la vive, cómo se la re-presenta, cómo se la invoca,
cómo se la manipula. Una parte insoslayable del rito es el relato y la reflexividad
del actor acerca de la práctica o, más precisamente, del significado de la prácti-
ca. La ritualidad, en suma, se construye mediante la conjunción de las variables
del cuarto conjunto del modelo de lo barrial, las más ligadas a la dimensión
simbólica, en la que las acciones adquieren precisamente el sentido de rito.
El chusmerío
Dentro de la misma dimensión de la relacionalidad o socialidad barrial, el
chusmerío fue, junto a la remisión a la época base de la deshistorización, lo
unánime como característica prototípica del ser barrio, independientemente
del tipo de barrio. El chusmerío consiste —en términos restringidos— en hacer
pública la información privada de las personas. Desde el punto de vista
comunicacional, implica la circulación de una producción simbólica de mensa-
jes. En los aspectos que hacen al barrio, como acá lo estamos entendiendo,
adquiere importancia para nosotros. Así lo reconocen todos los actores, si
bien lo concentran en determinados personajes (las mujeres): "Nací en este
barrio, acá te enteras de todo y más rápido... yo conozco a todo el mundo, hay cada
chusma... le sacan el cuero a todo el mundo ... Acá vive gente muy [con ironía]
'conocedora' del barrio, que sabe vida y obra del barrio... Es que el chusmerío es
toda una institución en el barrio...". El chisme como práctica —que, en sí, consis-
te en hablar del que no está y del que no se tiene la fuente directa de informa-
ción— cumple, además, con una función comunicacional precisa: construir la
Identidad del nosotros de la relación locución-audiencia, sobre la base del
principio de referir en ese otro lo que queremos decir de nosotros. Por eso se
Antropología de lo barrial
250
lo legitima a la vez que se establece la diferencia con él: "Acá en el barrio a
todos les interesa ¡a vida de los otros, no por el chisme sino por compartir las
alegrías y las cosas en que se pueden ayudar... La verdá, yo no me meto, no vivo
del chisme: del umbral de la casa pa'dentro no me importa nada de nadies..."
Desde ya, vale acordar que el barrio no es el único contexto donde se da el
chusmerío: la oficina, la escuela, la fábrica, la universidad, son todos ámbitos
donde prevalece más lo informal de la circulación de "información" que la que se
presume a nivel orgánico-formal. Un procedimiento que tiene que ver con el
chusmerío es la construcción de estereotipos que, en el caso que nos atañe, se
referencian en el espacio del barrio. Así, entran en escena "/os de la esquina",
"los de la cortada", y también "la divorciada", "el artista", "el rarito", "el borracho",
"el vago", "la putita", "los villeros" (ej., tomadores de viviendas) y toda una gale-
ría que tiñen el barrio con los contenidos semánticos con que se los tiñe a ellos,
incluida "la chusma de la cuadra". Y caben acá, sobre todo, los estereotipos junto
a la costumbre de colocar apelativos que expresan los estereotipos de manera
metafórica 92 . El prototipo de la "mujer chismosa" (la "vieja cotorra") como el
agente principal de esta práctica queda desmitificado cuando se constata el
papel protagónico que juegan los encargados de edificios, los comerciantes, los
kiosqueros, los policías, varones ai fin. El cuadro de "pueblo chico, infierno gran-
de" que adquiere el barrio del chusmerío nos podría remitir a la idealidad inver-
tida, o a una especie de anti-fantasma de la sociedad folk. El chusmerío repre-
senta la institucionalización plena del "qué dirán", al que se opone el "decir las
cosas de frente", que es lo que no hace precisamente el o la chusma.
En el chisme, sin embargo, se daría plena cabida a la relación de confianza:
se confía (en realidad: se invoca que se confía) en que aquel al que se pasa la
información "no se lo va a decir a nadie", y esta relación estaría en la base de
la transa comunicativa. Porque, en el fondo, se trata de una transacción: el
uno le confía al otro lo que supuestamente ese otro no sabe, a cambio de
manifestarle su confianza y ganarse la de él, en un círculo o racionalidad de
reciprocidad que se debe realimentar permanentemente, como compromiso
de continuidad del sentido común, de la comun-Júad informativa. El chusmerío,
en suma, es la institución barrial por excelencia, en todos los tipos üe barrios.
Representa —como dijimos— el sistema de intercambio y circulación de infor-
mación privada en el contexto público, acompañada de su propia tabuación:
se explícita a cambio de la promesa o la certeza (yo sé que vos no lo vas a decir,
por eso te lo cuento) de su no repetición, que es lo que luego (cumpliendo con
el rito) el otro va a hacer de la misma manera con otro. Consiste en un rito que
entra a regir con un hálito de inevitabilidad acerca de "lo que se dice",
despersonalízando el agente de la reproducción misma: "parece que...". O se-
gún la interrogación acerca de sí el otro está al tanto de lo que se desea
explicitar: "¿Viste que...?", "¿Te enteraste que...?".
92
Nos referimos al etiqueta miento de apodos del tipo: "le dicen jabón de hotel... porque tiene un
pendejo que nadie sabe de quién es", para referir a una madre soltera, o: “le dicen vaca mala, porque
no hay quien le saque la leche", para referir al que no "consigue" mujeres.
Prácticas y ritualidades barriales
251
¿Qué hay de barrial en el chusmerío de barrio? El tomar fresco de la tarde
barrial, por ejemplo {aún en el furor de los videocables y videocasseteras), en
el afuera, representa un contacto directo con lo inesperado, opuesto a lo tran-
quilo como algo quieto. Es un inesperado regular, familiar, y por eso tranquilo:
importa ver quién es el que pasa por la vereda (o por la otra), porque no está
dicho totalmente quién podrá ser, y la diferencia puede ser crucial para entrar o
no en el límite de lo barrial {en tanto re-conocido) o lo no barrial (en tanto
extraño). Además, el dispositivo del chusmerío se pone en marcha con el cono-
cido, ya que el extraño no puede ser objeto de la publicidad de una información
privada que no se le conoce, lo que es inherente a la relacionalidad barrial.
Ritos y luchas
Rituales o no en sentido objetivo, no es una discusión que nos interese
aquí. Rituales como práctica vivida con efectos diferenciales y diferenciados
por los actores en cuanto a la significación e importancia que tienen para
ellos, sí. Es lo que señalan cuando relatan el barrio, cuando lo objetivan ellos,
mediante su reflexión sobre él, mediante la materialización de una ideología
plasmada en prácticas y representaciones, en cultura. En la teoría de los mo-
vimientos sociales urbanos, algunos autores como Silvia Sigal, John Walton o
Pedrazzini & Sánchez hablan de "cultura urbana" o "nueva cultura urbana" para
referirse a las prácticas y estrategias de movilización de los nuevos sujetos
urbanos, como los tomadores de tierras y hasta las pandillas callejeras. Lo
hacen para distinguirse de los enfoques macrodeductivistas que no dan cuenta
de los significados sociales compartidos a los que nosotros acá estamos
refiriéndonos cuando hablamos de la dimensión simbólica o conjunto de re-
presentaciones que conforman el imaginario referenciado en el espacio barrial
o urbano. Este nuevo objeto serían los procesos micro-sociales de la vida
cotidiana de los pobres urbanos dentro de las grandes estructuras, que dan
cuenta de los actores en situación, de cómo sobrellevan las crisis y su situa-
ción de pobreza y marginalidad urbana y social. No faltan, incluso —aun apar-
tándose del culturalismo lewisiano— quienes hablan precisamente de "ritua-
les de la marginalidad" {Vélez-Ibáñez, 1989), para referirse a los comporta-
mientos adaptativos a las situaciones sociales. Y quienes vinculan esto con el
concepto de identidad en un sentido sodo-politico, como es el caso de José
Luis Coraggio (1991). Esta conjunción de aspectos y dimensiones junto a
posturas y enfoques, compondrían un cuadro en donde de un lado tenemos
las categorías de ritualidad (como parte de las prácticas) y cultura (como aglu-
tinación de prácticas y representaciones) dentro de los procesos sociales y
estructurales y, por el otro, la cuestión del poder y las luchas, con el eje prin-
cipal —aunque muchas veces velado— de las clases sociales y su relación con
las contradicciones principales de la sociedad contemporánea.
Y con esto nos acercamos a nuestras reflexiones finales acerca de la rela-
ción entre el barrio como componente de la reproducción material-social y su
papel dentro de la producción de sentidos en la dimensión histórico-simbólica.
Múltiples dimensiones de lo barrial
Síntesis barriales
Múltiples dimensiones de lo barrial
El barrio estructural
Lejos de configurar una realidad autocontenida, el barrio es una conse-
cuencia de la apropiación desigual del excedente urbano, concretada en el
proceso de segregación. Su constitución histórica se dio como una conse-
cuencia de la división del trabajo, ligada específicamente a la reproducción
material de las clases trabajadoras urbanas (activas o en reserva). Junto al
proceso de atracción laboral de cada ciudad se aparejó la pauperización cre-
ciente de sus barrios y la exclusión urbana, distinguible de la rural en cuanto
a sus ventajas comparativas, por la cercanía relativa con los satisfactores de
consumos colectivos, que en el ámbito urbano resultan al menos reivindica-
bles. La ciudad, a su vez, se formó, paradójicamente, sobre la base de una
imagen de unidad ecológico-espacial homogénea y totalizadora, pero con
heterogeneidades cada vez más pronunciadas, de las que el barrio se consti-
tuyó en muestra, cuestionadora de la unidad. Las ciudades crecen por medio
de sus barrios y en este proceso construyen nuevas identidades que modifi-
can al mismo tiempo la identidad de la totalidad. Espacialmente hablando, el
barrio es lo que se opone funcionalmente al centro (religioso y monumental
en las épocas iniciales, mercantil y financiero luego) y donde se referencia en
principio la residencia de las masas trabajadoras. Luego adquiere la
ambivalencia de la contraposición entre barrios ricos y pobres, que encuentra
en la ciudad industrial los indicadores más sintomáticos de la lucha de clases
moderna. Si se estableció que la ciudad es un asentamiento espacial determi-
nado que ha pasado a formar parte de las condiciones de la producción mate-
rial, e instrumento de dominio, y su contradicción principal —dentro del capita-
lismo— está dada por el carácter necesariamente socializado de su existencia
Múltiples dimensiones de lo barrial
255
material (la ciudad como un recurso) y simbólica (la ciudad como un derecho),
la apropiación privada de su espacio coloca al barrio también como una pro-
ducción histórica. Pero, ¿producción de qué?
Las relaciones de causalidad implicadas dentro de estos procesos estruc-
turales no son suficientes para responder a esta pregunta en sus múltiples
dimensiones. Es necesario también apartarnos de las sobredeterminaciones
totales concebidas como unívocas, omnicomprensivas y sin actores, para dar
paso a la interpretación desde la realidad constructora de significaciones, que
avala nuestro enfoque, en donde la idea de desafío interpretativo intenta
prevalecer por sobre las tentaciones deductivistas. La idea de realidad histó-
rica, además, tiene como premisa la noción de totalidad construida, no dada,
compuesta por significados en pugna. Incluso en los estudios sobre los proce-
sos de formación histórica de los barrios resultaba difícil encontrar enfoques
que profundizaran en las formas mediante las cuales lo histórico se introduce
en la realidad de los barrios y sus imaginarios: en los modos como lo barrial se
construía históricamente como significados compartidos y en contradiccción.
Si bien la espacialidad es la variable más tangible (como límites e identifica-
ciones de lugares concretos), el barrio no constituye una comunidad o unidad
espacial ecológica, natural ni exclusivamente física. Su carácter significante, tanto
simbólico como identitario, relativiza el problema de la escala para definirlo como
objeto de estudio. En los casos concretos que nos tocó estudiar, ubicamos esta
escala en el barrio extenso. Por su parte, su funcionalidad, que lo distingue de
los consumos generales de la ciudad, es principalmente la residencial, asociada
a la ¡ocalización industrial y comercial y también a las funciones culturales y
sociales que componen categorías más generales, como la de forma de vida. En
concreto, las instituciones barriales pocas veces tuvieron una funcionalidad for-
mal dentro de la dinámica urbana. Tanto el poder local como la autonomía de los
barrios pueden aumentar o disminuir, de acuerdo con las tendencias centralis-
tas de cada proceso histórico de urbanización. A partir del paradigma de la
Modernidad, se genera la importancia de determinados valores que actúan
como ejes de diferenciación entre los lugares centrales y las partes barriales,
de modo que es en estas realidades donde se muestran las mayores deman-
das para la reproducción de los sectores sociales que habitan los barrios y
algunos de éstos llegan a constituirse en parte de las soluciones aportadas
desde el Estado para sostener la reproducción necesaria. Esto hace que el
proceso mismo de constitución del barrio se enmarque y dependa de las posi-
bilidades del Estado moderno para proveerlo como medio de consumo y parte
del salario indirecto. En cuanto a la concepción del barrio como mero escenario,
paradójicamente las problemáticas urbanas encontrarían en él su propio foco
explicativo, como tipicidades estigmatizadas desde el prejuicio.
Hoy la privatización inédita del espacio público, la extensión de los barrios
como crecimiento caótico, la suburbanización más que precaria e insolventada,
la marginalidad respecto a los servicios y el predominio de las lógicas de la
radicación (y erradicación) industrial y del régimen inmobiliario capitalista, dra-
matizan aun más —mediante la intemperie social y la inseguridad— el marco
Antropología de lo barrial
256
de metropoiitanízación en una economía dependiente, bajo la forma de la
hiperconcentración económico-financiera transnacional, el dictado del Nuevo
Orden y el consecuente Estado de Malestar, como su faceta institucional. Parte
de esta matriz se manifiesta con la ruptura de !as tramas barriales clásicas a
partir de complejos, countries, autopistas e hipermercados, de la misma ma-
nera que su crisis estructural se traduce en !os cíclicos episodios de tomas de
terrenos y viviendas y formación de barrios mediante asentamientos. Y esto
se acompaña de una segregacionalidad en el interior de los mismos barrios
estructuralmente segregados. Se reafirma entonces la necesidad de comple-
mentar los aportes explicativos de fondo de la teoría de la dependencia con la
comprensión de la significación intersubjetiva y cultural cotidiana, que consti-
tuye lo barrial como condición y representación.
El barrio social
Este horizonte de significación es el resultado de una "socialidad" (si se-
guimos a Martín-Barbero), o forma que adquieren las relaciones interpersonales
en los barrios: la 'esfera de interacción del barrio", que le brinda un "aire de buena
vecindad" (Scobie & Ravina de Luzzi, 1983: 182), que ha sido tratado en forma
profusa en la literatura sociológica, con posturas mecanicistas (Keller) y
dialécticas (Althabe). En tanto los plafones teóricos del barrio estructural to-
man como punto de partida las postulaciones engelsianas y se derivan hacia
los trabajos sobre urbanización subalterna o marginalidad desde la teoría de
la dependencia, con conceptos fuertes como el de clase social, el marco teóri-
co básico del barrio de la socialidad de relaciones primarias es el de los estu-
dios de comunidad de la sociología clásica, desde la escuela de Chicago, hasta
los estudios recientes sobre redes. Se configura uno de los dilemas más sa-
lientes de la problemática urbana, que coloca al barrio como referencia de
determinados valores que hacen a la convivencia y al ideal genérico de la vida
social, opuesto al "caos" de la ciudad moderna: integración, autenticidad, co-
hesión, endocontrol, supuestamente garantizados por la realidad comunita-
ria vecinal, a la que —paradójicamente— se le atribuye un estatuto de derrota
histórica (Keller) ante lo urbano y cuyo fantasma rondante es el comunalismo pre-
urbano de horizontalidad idealizada.
Al vecindario "hay que descubrirlo" (Useem), no está dado, y al barrio se lo
suele definir por marcas espaciales externas que lo identifican. Nosotros he-
mos demostrado que no es suficiente con esas marcas externas, ya que son
necesarios los valores. Y, por otro lado, en el trabajo sobre el complejo se vio
que la socialidad vecinal (de contacto de los cuerpos) que los adultos referencian
en los barrios típicos de casas bajas, la desarrollan los jóvenes independien-
temente de las determinaciones espaciales y en oposición a su merma entre
la que podríamos llamar alegóricamente generación de las casas bajas. En rea-
lidad, en forma expresa no partimos del modelo de la comunidad barrial ho-
mogénea e inquirimos por la heterogeneidad interna y —aun más— por la
forma en que se motoriza la construcción de identidad como producción ideo-
lógica desde sus contradicciones internas.
Múltiples dimensiones de lo barrial
257
Matthew Crenson destaca que los barrios adquieren identidad menos por
la frecuencia de contactos y el conocimiento de sus integrantes que por la
certeza de que ellos son los que conforman el espacio y, de esta manera, son
diferentes a otros barrios; es decir: no son las relaciones empíricas vecinales
las determinantes de los lazos de identidad barrial sino el reconocimiento, la
autoatribución y la construcción de representaciones simbólicas significativas
dentro de un imaginario producto del entrecruzamiento de miradas adórales,
referencladas en el espacio urbano-barrial. De todas maneras, la sociaüdad
particular desarrollada en los barrios se vincula con las atribuciones de identi-
dad cuando uno de los valores centrales que componen la ideología barrial es
lo que nosotros hemos llamado relacionalidad, u ostentación del reconoci-
miento entre los actores. A una mayor relacionalidad y un compartir rasgas
correspondía una mayor diferenciación gradual entre ei barrio "viejo" y sus
barrios linderos. Y a una menor relacionalidad, independientemente de la le-
janía o cercanía espacial y una difusidad nominal, le correspondían una corro-
boración y reafirmación de las relaciones de oposición del paradigma de la
identidad del barrio viejo, como conjunción de lo barrial (como valor) y el barrio
(como espacio).
El nivel interaccional de los barrios atraviesa los mundos del individuo, el
grupo y los ámbitos doméstico y público, conformando la variable que hemos
denominado intersticialidad. En el caso del muchacho de barrio y la chica de su
casa se vio cómo, en la instancia familiar, el o la joven que conflictúa con sus
padres por salir o no salir, por vivir o no vivir "en la calle", ai mismo tiempo
recibe el mandato de la ideología barrial, que los coloca dentro y fuera en
forma contradictoria. Es como si el barrio viviera dentro del ámbito de la vivien-
da y atravesara las paredes para habitarla como imaginario, de valores que
influyen en la vida familiar. Lo mismo ocurre con el mundo de los niños, para los
cuales el barrio representa la primera socialización o apertura del espacio-
mundo. Es a los 5 ó 6 años cuando el barrio -en forma creciente- representa la
ruptura (abrupta o paulatina según las clases sociales) con el lazo familiar. El
establecimiento de raices barriales adquiere motorización por esa socializa-
ción y se refleja en la tendencia a afincarse en el barrio "de los padres", prin-
cipalmente por la red de solidaridad familiar dada por la cercanía o como parte
del control, es decir, como recurso práctico y simbólico.
Tanto en Buenos Aires como en los distintos cinturones de conurbación de la
RMBA esto se expresa con las típicas mezclas morfológicas. El hacerse la casita
en el barrio de los viejos forma parte de este imaginario urbano proyectado
íntergeneracionalmente desde la clase obrera (sobre todo de inmigrantes eu-
ropeos) hacia sus hijos, con el mandato de la movilidad social. Situaciones que
con otra morfología y otros ingredientes étnicos se reproduce también en ba-
rrios de villas y asentamientos. Desde esta socialidad se constituyen las prácti-
cas e interacciones de los distintos actores: los "verdaderos vecinos" (la barra),
las amas de casa, los mayores, las muchachas. Dentro de este imaginario, por
ejemplo, sólo en el espacio donde los chicos juegan en la calle parece haber
barrio, sólo donde las vecinas charlan acodadas a ¡a escoba, sólo en la mesa de
Antropología de lo barrial
258
café compartida en los discursos paralelos de la parada barrial, sólo en la es-
quina que aguanta territorialmente a la barra... hay barrio.
En el barrio social están las redes de información, compuestas por encar-
gados de edificios, chicos que pasean perros, conversadores de taller mecáni-
co, kiosqueros, y numerosas micro-situaciones de interacción, que van cons-
truyendo una socialidad donde los significados circulan con el precio paradóji-
co de garantizar el secreto. En realidad, ninguna de estas situaciones está
fuera de relaciones de poder, desde donde se tipifican esos significados, esas
identidades y esas ocupaciones territoriales y sociales. Nosotros no ingresa-
mos a la investigación desde el marco teórico de las relaciones de poder, ya
que privilegiamos la indagación sobre la producción de sentido en un plano
más amplio de posibilidades. Pero, irremediablemente llegamos al poder de
significación de la ideología barrial. Quizá no lo volveríamos a encarar hoy de
la misma manera, pero no dejamos de reivinüicar el haber aplicado un enfo-
que laxo con el cual construimos resultados menos previsibles (como ha sido
la interpretación de lo barrial como producción ideológica) que si hubiésemos
dirigido nuestra mirada en forma directa hacia las relaciones de poder en las
formas de interacción vecinal, Específicamente hemos partido del concepto de
Yurij Lotman de poder semiótico, o significacional y de categorías como ideolo-
gía o imaginario. Y ha sido este concepto de imaginario social urbano el que
nos ha remitido obligadamente al plano de las relaciones interaccionales del
espacio social. Porque el imaginario no es la suma de los espacios represen-
tados por los individuos, sino que surge de las interacciones y de las contra-
dicciones, de los desfasajes entre el hacer y el representar, entre el actuar y el
decir. Estas diferencias constituyen la negatividad dialéctica del espacio, o
transversalidad (tomando este concepto de Rene Loureau para referirse al
contraste entre los usos formales y efectivos) surgida de las contradicciones
en las distintas tramas de significados sociales referendarios en el espacio.
Esta trascendencia o superación de la dimensión positiva (de sentido único)
del espacio físico y del espacio social es la que nos impulsa a afirmar que el
barrio va más allá de las relaciones cara a cara, del grupo primario. En reali-
dad, el barrio utiliza al grupo primario para referenciar un nudo semántico-
social donde se incluyen las representaciones simbólicas en las que se mani-
fiestan las contradicciones sociales.
El barrio identitario
Por barrio ¡dentitario entendemos la potencialidad y consumación del ba-
rrio como constructor de identidades sociales. En primer lugar, ubicamos la
identidad como variable significacional de nuestro modelo inicial —al que lle-
gamos por vía inductiva y luego proyectamos deductivamente—. La identidad
barrial está ligada al barrio estructural como mediaciones y representaciones
simbólicas, donde el espacio adquiere significación y no las determina en for-
ma unívoca. El ejemplo de los jóvenes a quienes el espacio del complejo les
resulta apto para la construcción de una pertenencia propia de la identidad
Múltiples dimensiones de lo barrial
259
típicamente barrial nos remite a esta relación arbitraria entre el imaginario y el
espacio. Lo espacial sirve de marca a las identidades de la misma manera que
las identidades marcan lo espacial en el proceso de atribución de sentido. Por
eso la identidad, como proceso mismo de atribución en sus efectos al sistema
de representaciones, también sirve para apuntalar los procesos de segrega-
ción. Con Lynch habíamos visto que el espacio vivido renueva permanente-
mente las claves para su legibilidad e identificación, siempre dependiendo de
los actores en situación. No sólo el espacio moderno puede adquirir los signi-
ficados del barrio tradicional (para los jóvenes nacidos en él), sino que el
espacio barrial se estira según el prestigio o encoge de acuerdo con la mala
fama de cada barrio. Esto, además de la diferenciación entre el espacio for-mal-
oficlal y el de los significados compartidos cotidianamente, inclusive ia
segmentalidad, producto de la heterogeneidad, que adquiere valor de territo-
rialidad y pertenencia de parte de determinados actores que lo ocupan en
forma contrastiva respecto a otros. Pero también vale la atribución de homo-
geneidad en la construcción de los estereotipos que conforman to que hemos
llamado tipicidad, que se carga con el estigma en la misma proporción en que
se les niega a esos barrrios su bamalidad.
En segundo término, nos apoyamos en cauciones teóricas. La base de la
identidad es el conflicto estructural, presente necesariamente en toda socie-
dad humana, como resultado de relaciones históricas de poder. Lo específico de
la identidad es el contraste objetivo y vivido en relaciones de alteridad, lo que
implica su referenciación en prácticas y representaciones, esto es: dentro de la
esfera de la cultura, como conjunto de significados compartidos y en contradic-
ción. La identidad, por lo tanto, se expresa por medio de valorizaciones y a su
vez es un pre-texto para expresar valores capaces de producir, mantener y
transformar la significatividad de lo compartido y en contraste. Esto nos obliga
a distinguir entre la identidad en potencia, sea como competencia, en un senti-
do chomskiano, o como horizonte de predisposiciones habituales, al estilo del
habitus de Bourdieu, y la identidad en acto, marcada por las relaciones de
interacción entre los individuos y las práct^as llevadas a cabo de acuerdo con el
bagaje de construcciones simbólicas con que cada identidad se re-presenta; o
sea: se vuelve a presentar en el tiempo, hacia sí misma y hacia los otros, con
pretensión de permanencia. La consecuencia es que hablar de identidad impli-
ca referirse a procesos de manipulación, control, simulación y ritualidad: valores
puestos en acto, sobre la base de la escisión elemental entre referentes y
sentidos. Las oposiciones más notorias acerca de la identidad están dadas
entre la concepción sustancialista y la contextualista, por un lado, y en la discu-
sión de si la definición de las identidades debe tomar como base las
categorizaciones hechas desde el exterior de las mismas o teniendo en cuenta
las asunciones de los actores, por el otro. Como es hoy común destacar, la
bisagra respecto a las identidades preconcebidas como esencias, con límites y
nombres artificiales (puestos clásicamente desde Occidente, por los antropólogos
incluso), se produjo hacia fines de los sesenta con el aporte de Frederick Barth,
quien destacó la identidad como un proceso de identificación subjetivo y varia-
ble en el tiempo, por el cual un grupo se reconoce por contraste con otros y es
Antropología de lo barrial
260
reconocido por esos otros, afirmando la importancia de los límites (cambiables)
y las ínterreiaciones y no de los contenidos culturales cristalizados, tal como
establecía lo que Guillermo Rubén ha llamado la "antropología de la permanencia"
dentro de las teorías de la identidad (Rubén, 1992: 72). Una necesaria caución
contra el quietismo, el aislacionismo y el homogeneísmo de los grupos de iden-
tidad resulta, entonces, tan importante como su contextualización histórica,
modo reconocidamente idóneo para comprenderlos y para que se
autocomprendan dentro de relaciones de totalidad. Por eso también es preci-
so, con Y. Bromley, alertar sobre el riesgo de caer en el subjetivismo, que reduce
el proceso de formación o construcción de las identidades a la autoidentificaclón.
Él define efnos como el conjunto de particularidades comunes más estables de
un grupo a pesar de los cambios. Es la autoconciencia la que hace posible
definir a un etnos, por sus asunciones y por sus marcas externas (Bromley,
1986; Garbulsky, 1988), con la identidad como proceso y resultado de las re-
presentaciones imaginarias en interacción social contrastiva. Pero no hay que
confundir identidad con su racionalización en los discursos de los actores, inter-
pretados en forma lineal, al estilo de las encuestas sobre "satisfacción" con el
lugar barrial. En el proceso de objetivación que resulta de la existencia de una
identidad social ocupa un papel fundamental la adjudicación y producción de
sentido, que va más alié de la superficialidad de los discursos, y dentro de ésta
adquiere una importancia básica la dimensión temporal. Para los estudios clási-
cos, el cambio producido en las sociedades no occidentales por la modernidad
occidental era preconcebido de por sí como opuesto a las identidades étnicas,
únicos objetos de estudio deshistorizados. Pero eso no quita que, dentro del
proceso de construcción de las identidades, estas mismas no tengan como
asunción un proceso de deshistorización o reificación de una parte de sus pro-
pias condiciones de existencia, vividas como opuestas al mundo moderno, tal
como expresa la identidad del barrio-barrio respecto al cambio y al adelanto
urbano. Si bien puede ser algo inherente a todo proceso de construcción de
identidad en el plano dei "principio de la no conciencia" de la totalidad de las
condiciones de existencia de los sujetos (Bourdieu, 1985; Marx) (y por lo cual
son eso: sujetos a la totalidad), no aquilata de por sí la adjudicación de deter-
minados contenidos a esa misma reificación o sustancialización. Lo que para los
actores es necesariamente fijo, para la caución analítica requiere verificación
permanente y no ser supuesta como algo cosalizado. El rechazo del concepto
de identidad entendido como características primordiales e inmutables, engar-
za tanto con el prejuicio de que el único cambio posible es el occidental como
con las orientaciones humanistas, racionalistas, tan tolerantes y relativistas
como asimílacíonlstas respecto a los grupos otros que se estudian, dando lugar
incluso a la crítica por su etnocentrismo metodológico, ya que no se considera
grupo étnico al propio del investigador. Fue a partir de la escuela de Manchester
que se cuestionó el olvido de la etnia blanca ríe los registros etnográficos clási-
cos y la polaridad entre la identidad entendida como continuidad culturalista
recibió la crítica desde el historicismo, que la consideró una construcción social
en respuesta a circunstancias sociales y económicas más que como una ads-
cripción a un cultural. Además, la etnicidad urbana debe ser entendida como
Múltiples dimensiones de lo barrial
261
una variable más dentro del universo de relaciones sociales y no un atributo
estático de los individuos, ya que es el resultado de un proceso dinámico, dado
en relaciones históricas, y no se reduce al espacio barrial, sino que se da en
forma "esparcida" en varios barrios, lo que nos aleja una vez más de los
acotamientos cerrados. Esto nos sirve para cuidarnos de etiquetar como étnicos
o provenientes de identidades "originarias" ciertos comportamientos que no
son más que el resultado de situaciones de "adaptación urbana", tal como
señalaran los trabajos de Gluckman o Liebov, para dar dos casos paradigmáticos
de las dos macro-escuelas de antropología urbana (Manchester y Chicago).
Sirve también para cubrirnos de atribuir homogeneidades allí donde la pobla-
ción de un barrio pueda compartir ciertas marcas culturales, como se vio en
todos los ejemplos, y sin embargo esta población suele tener distintas visiones
o imágenes acerca de su barrio y de lo barrial como eje axiológico. Nuestro
acento en el espacio significacional nos ha evitado este reduccionlsmo. Del mis-
mo modo, debemos recordar la simultaneidad como característica del proceso
de construcción de identidades: ningún individuo o grupo pertenece todo el tiempo
a una identidad ni se siente dentro de una sola o única identidad, sino que se
entorna en función de diversas y simultáneas constelaciones de significados
identitarios. El recorte de lo barrial es transversal respecto de otras variables,
dentro del segmento poblacional estudiado. Actúa como una placa transparente
que es el producto de la abstracción y que en la realidad esté intermezclada. De
esta manera, esté claro que la identidad barrial no es una variable de base
(como usualmente se definen la edad, el sexo, la ocupación, al estilo que se da
en las radios: "Nos llama María, de Palermo") sino construida, asumida por el
sujeto y por quienes lo observan, por quien se autoatribuye y por quienes ie
atribuyen esa identidad. Lo que pasa en un barrio, o lo que la gente es, de
ninguna manera se debe todo a lo barrial. Lo barrial cruza esas variables y vale
como causa o como efecto, según los contextos que acotemos. Los ejemplos
del comportamiento en los bailes, los colegios, los lugares de trabajo, los casos
de saqueos, o en una misma hinchada de fútbol, donde se cruzan representan-
tes de diversos barrios, son elocuentes. Vale también la reivindicación o defen-
sa de clase de una identidad barrial estigmatizada, como vimos para el caso de
la defensa de la blancura barrial que, en el fondo, muchas veces se edifica sobre
la base de la asunción del estigma. Y vimos que esto tenía relación con la inser-
ción estructural de los actores con el espacio barrial, cuando distinguimos las
imágenes respecto al anti-barrio. Encontramos en determinados actores la asun-
ción de la causalidad de la problemática socio-urbana al "tipo de gente", cuando
expusimos las teorías de los actores sobre los problemas barriales y cuando a
ciertos tipos de contextos, paradójicamente, se les niega su carácter barrial, y
esto incluye tanto a las villas como a los complejos (los anti-barrios, según el
sentido dominante).
Tercero: como conceptos y ejes de la identidad barrial incluimos las premisas
conceptuales de las que partimos —nuevamente el enfoque deductivo — .
Hemos tomado a la identidad como una relación social de alteridad conjunti-
va / disjuntiva, ideológicamente diferenciada, mediante un proceso de atri-
bución de modalidades distintivas, h i s t ó r i c a y socialmente referenciadas,
Antropología de lo barrial
262
capaces de asumir diversos referentes (el espacio barrial es el que nos ha
interesado en particular). En estos términos, pretendimos descubrir los dis-
positivos semlóticos de construcción de las representaciones de la identidad
barrial, principalmente por medio de qué componentes se produce la opera-
ción de la atribución de un conjunto de valores, a los que llamamos eje
axiológico. Se puede concebir a la identidad como dinámica o estática. Si
dinámica, es fundamental verla como a l g o cambiante, pero puede
entendérsela en términos mecanicistas o dialécticos. Si dialécticos, es impor-
tante partir de la base de que es un proceso dentro de una relación de
totalidad mayor, pero esto podría ser enfocado en forma idealista o materia-
lista. Y si partimos de esta última premisa, es fundamental ver que hay un
componente por medio del cual se materializa la identidad, como producto y
proceso, y debe haber también un dispositivo interior a ese componente.
Por eso incluimos a las identidades dentro del mundo de las representacio-
nes simbólicas, de las ideologías, y como producto de significación. Lo que
nos lleva a la encrucijada metodológica de que para llegar a la identidad no
hay otra forma que partir de su representación y en el concepto mismo de
representación están implicadas tanto la conciencia como ruptura y la natu-
ralización. Los ejes lógicos de la identidad no tuvieron otra intención que
colocar al conjunto de estas representaciones en un esqueleto abstracto
que nos permitiera ver cómo la construcción de la identidad real se distan-
ciaba o no de ellos, cómo incluso se torcía en el desgarro de la ideología, en
lo que llamamos luego el eje transversal de valores, a los que el dispositivo
semiótico derivaría como metonimias o como metáforas. Partimos entonces
de cuatro relaciones, en sendos pares de oposiciones: unidad / diversidad,
conjunción / dísjunción, identificación / diferenciación, y homogeneidad / he-
terogeneidad. La relación dialéctica entre la unidad y la diversidad está sos-
tenida por el principal eje lógico que subyace a esta relación: la oposición
conjunción / disjunción. Dentro del polo conjuntivo, por su parte, puede ubi-
carse la relación entre lo heterogéneo, que no logra empero romper con la
unidad, y lo homogéneo, que consolida la unidad. Y la atribución que hace
posible identificar y diferenciar rasgos de la identidad. En el interior de un con-
junto se podrán hallar componentes a su vez distinguibles, pero cuya
significación no es capaz de producir una ruptura en la conjunción. Es lo
heterogéneo dentro de lo con-junto y en relación dialéctica con lo homogé-
neo que lo sustenta y del cual depende. Cuando lo heterogéneo posee una
fuerza de significación tal que.es capaz de vencer la tensión entre lo conjuntivo
/ disjuntivo, se produce un salto cualitativo y deviene diferencia respecto al
conjunto. Los valores son —estructuralmente hablando— relaciones de opo-
sición e implican una toma de partido, en función de determinados intereses,
por uno de los polos planteados en la relación. Cada uno de esos términos,
a su vez, contiene en su interior naturalizaciones y deshistorizaciones que
esa identidad no se cuestiona, no problematiza, pues pertenece —para el
nivel de conciencia de esa identidad— al mundo que ella preconcibe como
dado. Ese mundo de lo dado sólo será roto por otro eje de valores que
cuestione ese interior naturalizado. Desde el afuera de esa identidad se
Múltiples dimensiones de lo barrial
263
pone en peligro esa identidad. Pero es desde el interior de la identidad que
se vive la amenaza mayor, ya que la pone en riesgo de convertirse en otra
cosa, en riesgo de perderse como tal. La dimensión temporal inherente a
todo proceso ideológico, por lo demás, implica la posibilidad y el riesgo del
no ser, de la pérdida, reforzada desde las necesidades del contexto históri-
co. Lo histórico enmarca la construcción de la identidad social, pero a la vez
genera la pretensión del congelamiento, que —en su nudo profundo— cons-
tituye la Identidad misma. La lógica de este modelo sirvió para tensionada
con los significados contenidos en las representaciones de los actores.
Finalmente, obtuvimos efectos teóricos de los casos presentados, por vía
inductiva. El panorama histórico nos sirvió para ver que en el proceso urbano, y
en asociación con las relaciones de trabajo y poder referenciadas en forma
desigual en el espacio, las identidades barriales adquieren signos que van —en
función de las distintas épocas— desde el artesanado hasta las castas, los
clanes, las fratrías, los gremios y la clase obrera, conformando la heterogenei-
dad urbana con flujos migratorios. AI situarnos en nuestra RMBA, vimos el pro-
ceso que estructura el surgimiento de los barrios como una necesidad de la
expansión urbana, y que configura las realidades barriales como identidades
típicas, morfológica, social y culturalmente, a partir de la diferenciación, por un
lado, entre el centro y los barrios y, por el otro, entre los mismos barrios. Parejo
a la idea del localismo de las realidades barriales, crece el imaginario imantado
del centro, a la vez que en cada barrio, paradójicamente, se construyen centros
de atracción, como el café, la esquina, el club, la plaza.
De la misma manera que no es lo mismo lo barrial que el barrio, tampoco es
lo mismo lo no-barrial que los otros barrios. Una de las formas de la subordi-
nación del barrio a lo barrial está marcada cuando los valores del paradigma
funcionan para identificar pero no para diferenciar, dado que, en la medida en
que otros barrios los posean, se unifica la significación que reciben con la del
barrio en cuestión. Pero vimos que es el significado naturalizado de la clase
social asignada a lo barrial el que adquiere el valor más conjuntivo e
identificados capaz incluso de dar una imagen de homogeneidad entre ba-
rrios, cuando a éstos se los define como obreros, aun con diferencias inter-
nas. Es posible establecer gradaciones de la barrialidad, cuando se trata de
barrios "hermanos" en la atribución de clase (lo "obrero"). Ante el contraste
de clase (respecto, por ejemplo, al estereotipo de Barrio Norte), los barrios
populares se aglutinan, pero al no hacerse necesario el establecimiento de la
diferencia, desaparece la hermandad barrial y se da paso a las diferencias,
siempre apuntando a cuál se considera, en el fondo, que es más barrio. A
mayor nitidez en la estipulación de relaciones de diferenciación e identificación
corresponde una mayor relacionalidad. Lo no-barrial sólo denota una diferen-
ciación cualitativamente distinta, porque emerge a l l í un antagonismo
signíficacional poco propenso a compensarse: se recordará el ejemplo de que
la "provincia" aparece como despojada de lo barrial. Es lo extraño, por no
compartir la barrialidad. El grado de justificación de la violencia respecto a las
zonas no-barriales es notoriamente superior que respecto a las áreas conce-
Antropología de lo barrial
264
bidas como dentro de la barrialidad, si bien puedan considerarse otros ba-
rrios. Los complejos y las villas son colocados como esencialmente opuesto a
lo barrial, aun cuando se los considere dentro del barrio en cuanto al espacio,
y a su vez en su interior se establecen diferenciaciones internas en función
del arraigo.
Lo importante es cuando estas distinciones son construidas desde los ima-
ginarios mismos, como ocurre con la diferenciación entre las imágenes cons-
tructoras de la identidad barrial que hemos caracterizado como "juventud de
antes" y "juventud de ahora". En todos los casos se vio cómo los valores del
arraigo y la relacionalidad cumplen la función de estipular parámetros de distin-
ción mucho más profundos que las diferenciaciones de variables "de base" o
fijas. Incluso el sexo y la edad, dentro del modelo de lo barrial, no son variables
que estén adheridas a sus componentes denotativos, sino a sus efectos
connotativos. La partición o segmentación de los barrios medios entre los unos
y los otros, en las típicas mitades (la familiar y el aguantadero) se producen por
la atribución o no de los valores de la barrialidad definida desde el nosotros,
atribuido a la distinción social. La prueba de esto es la asignación de "ser" de
"Barrio Norte", dirigida a quienes, siendo residentes del barrio "grasa", osten-
tan ínfulas de ser "Chetos" y querer parecerse a los de Barrio Norte. La distin-
ción, hecha por los jóvenes, de "barrio de caretas" al mundo de los adultos se
corresponde inversamente con la atribución de "barrio de drogadictos y
malandras" por parte de los adultos. Mientras en los barrios más altos de la
pirámide económica las distinciones son de familias "conocidas", en los popula-
res las distinciones apuntan hacia lo grupal, e incluso revestidas de atribucio-
nes étnicas (los bolitas, los paraguas, los coreanos, los taños).
Las representaciones que los jóvenes se hacen del barrio remiten ostensi-
blemente a la afirmación del barrio como valor, que se corrobora con sus prác-
ticas de ocupación del espacio y referencian la relacionalidad, el arraigo, la
solidaridad y la tranquilidad. Desde la afirmación de sus identidades indivi-
duales, y su diferenciación respecto al mundo adulto y a actores oponentes
(policía), hasta culminar con la reivindicación del barrio como sinónimo del no-
sotros y de una normatividad tan taxativa como la de los adultos. Y en la
dimensión témporo-simbólica, reivindican el pasado del barrio, aunque lo cues-
tionen cuando se esgrime para negarlos a ellos mismos como ocupantes de lo
barrial del barrio.
Llamamos época base de la identidad barrial al resultado de la naturalización
de componentes semánticos que se distribuyen dentro de la red metonímica de
cada polo de una oposición sustancializada en dos tiempos ideológicamente
explicatorios de esos mismos contenidos, como proceso de encubrimiento del
carácter contradictorio de la realidad histórica, lo que define al barrio como un
tiempo simbólico más que como un espacio. Es una época que configura un
pasado con presencia actual, porque es un pasado concebido como re-presen-
tación y re-producción, al funcionar como oponente de un ahora que tampoco
es mera referencia al presente sino el símbolo de lo no-barrial. Sobre esta hipó-
tesis establecimos el estudio del complejo habitacional, tomando la imagen
Múltiples dimensiones de lo barrial
265
oficial de barrio "del futuro", contrastada con la imagen histórico-simbólica de
sus actores, como fantasma pecaminoso, vigente por sus marcas ideológicas:
las tomas de edificios que terminaron manchando ciertas partes del barrio, re-
presentando la "mezcla" de "tipos de gente", y por las barritas deambulantes,
de acuerdo con la visión dominante y adulta, constructora desde adentro de la
imagen del anti-barrio y sus alambres ghettizantes.
El proceso ¡deológico-simbólico de deshistorización no es privativo de los
adultos o ancianos de los barrios, sino que se verificó como vigente en una
franja que incluía a jóvenes y adolescentes. Lo que ellos mismos llaman el
"alma de barrio", que "se mantiene" aun con escenarios distintos a los que el
mensaje paterno y adulto referencia como oposición al mundo joven, al que
expulsan ideológicamente de lo barrial del barrio. En nuestro intento de inda-
gar sobre los mecanismos que producen en forma eficiente y activa estos
procesos de identidad e ideología, nos encontramos con que ese motor inter-
no resultó ser el riesgo de ruptura de la misma identidad, corporizado ideoló-
gicamente en el acontecimiento histórico, el "adelanto" urbano no vivido como
propio y las barritas.
La forma de ser de la identidad social es el conflicto continuo entre su
reproducción y su ruptura. Sólo es dable hablar de equilibrio o estabilidad de
una identidad como un estado histórico de esa puja. Por eso la identidad
implica reivindicación de valores. Sin peligro de ruptura no hay modelo que
apunte a la reproducción de esos valores. Y los jóvenes que significan —para
el modelo adulto— lo anti-barrial, en la realidad de los hechos son el barrio
(como lo postulara Park), ya que re-presentan el barrio por medio de la actua-
lización de lo barrial. Como habíamos señalado, las barritas barriales son de
barrio por ocupación, pero no son concebidas como de lo barrial cuando este
valor sólo emerge como deshistorización, porque, para el paradigma, barritas
"eran las de antes". Constituyen lo extraño dentro del barrio, que hay que
expulsar, al contrario de las villas y complejos, que eran lo diferente invasor
que el mismo paradigma (por medio del arraigo) podía llegar a incluir dentro
de lo barrial. A los jóvenes se los expulsa precisamente porque son del barrio
y constituyen una contradicción dentro de lo barrial de los no jóvenes. Y cuan-
do abordamos a los jóvenes del complejo, vimos que para ellos el complejo es
el barno-barrio, no el anti de los adultos. Las barritas juveniles deben estar en
el barrio, en oposición a lo barrial, para que e! paradigma siga teniendo efica-
cia, porque actúan precisamente como su motor interno.
Esto reafirma que la identidad barrial no es un atributo estático ni una
mera categoría analítica, ni sólo algo que emerge de las asunciones subjeti-
vas de los actores, sino un resorte profundo en la construcción continua de
significados dentro del fluir de las contradicciones históricas objetivas. Como
se vio en el análisis de la dimensión histórica de sentido, la realidad objetiva
ante la cual esa identidad actúa con eficacia simbólica es el no control de
ciertas condiciones de vida propias de sus actores, lo que sería correspon-
diente con los procesos de asimetría señalados en el barrio estructural (apro-
piación continua del excedente urbano), que encuentran correspondencia
Antropología de lo barrial
266
mediada en el nivel de las representaciones. Para el vecino en general, la no
participación en el proceso de control de los servicios urbanos se representa
como una desvalorización de esos servicios, impuestos, no propios y, por lo
tanto, opuestos al modelo de lo barrial. Sea en el futuro del ideal de vida, sea
en e! pasado deshistorizado por asunción sustancializada, sea porque las
identidades flotan en el contradecir histórico, o sea porque el tema de la iden-
tidad viene asociado con la problemática barrial pues siempre el barrio tiene
el significado de oponerse a algo (a la ciudad en su conjunto, al centro, a otro
u otros barrios) por medio de la atribución o no de los valores de lo barrial y,
sobre todo, como resistencia ante la historia debido a la sensación de pérdida
de identidad, barrio e identidad constituyen una pareja indivisible.
93
En una linea convergente lo expresa Sonia Romero Gorski; "La identidad barrial, tal
como la expresan y actúan los individuos, nos reveló una vigencia y codificación que no
sospechábamos. [...] Vimos cómo ésta se producía fundamentalmente a través de formas
discursivas y temáticas particulares que se asemejan a reglas de composición de relatos de
tipo míticos" (Romero Gorski, 1995: 119).
Antropología de lo barrial
268
corporizado en la juventud actual del barrio (como símbolo, no como grupo
etario), opuesta —dentro del eje del arraigo— al pasado porque representa,
de hecho, la pérdida de ese pasado. Paradójicamente, los jóvenes ejercen en
la práctica el ser de barrio con mayor protagonismo, sobre la base de la natura-
lización de su propio arraigo y sin dejar de lado la deshistorización como meca-
nismo de representación de su contexto barrial. Es entre ellos y principalmente
desde las prácticas que se fortalece el valor de la relacionalidad arraigada.
Como se recordará, el estiramiento de la red metonímica se produce al
contacto con la constelación de valores, cada uno de los cuales lleva a la rastra
su parte de la red, que viene a representar entonces lo que la ideología no
cuestiona. Cada parte de la red equivale a una parte de lo mismo, sin saltos
semánticos, en un plano de isotopismo. La constelación de valores, por su
parte, es la base. Podrá ser capaz de romper o desgarrar —mediante una
contradicción latente— o bien mantener —mediante el estiramiento— a esa
red, indicadora de la naturalización.
El resto de los valores referencian situaciones también de oposición al pre-
sente crítico, asociadas a las experiencias socio-culturales de la clase obrera y
otros sectores populares, definidos como no-dominantes, o no controladores
de la totalidad de sus condiciones de existencia en el marco det proceso urba-
no contemporáneo. Lo barrial, entendido como producción ideológica, emerge
en situaciones de conflicto interclasista e intraclasista, subordinándose a la
variable de la clase social salvo en el caso de que se trate de barrios de una
misma clase. Hay una mayor recurrencia de la barrialidad en los contextos
populares que en los no populares, pero sin que desaparezca en éstos. Y se
asocia a contenidos de conciencia autoconsiderados teorías, capaces de cons-
truir o reforzar en realidad imágenes tejidas desde el sentido común, si bien
con fuentes originarias en los ámbitos académicos clásicos.
Encontramos que el barrio representa un tiempo simbólico congelado en
una ahistoricidad activa, en lucha con su fragmentación permanente; una per-
manencia para la acción, articulada con la vida cotidiana y presente, cuya
actualización pone en marcha el proceso de metaforización, convertido en
ideología. Cuando criticamos a quienes critican la identidad "nostalgiosa" del
barrio, partimos del análisis del concepto mismo de deshistorización como un
proceso que no sólo reproduce, sino que también abre nuevamente elemen-
tos de objetivación, capaces de producir la historia cotidianamente, mediante
las contradicciones y paradojas de la ideología barrial, o mediante los inten-
tos de ruptura con situaciones de dominio, como ante los casos recurrentes
de gatillo fácil; o contradictorios, como los boquetes en los alambrados del
complejo; además del hacer barrio que, emergido desde el nivel ideológico,
situaremos a continuación como proceso cultural.
94
Por ejemplo, en Hoggart (1990: 67-78) puede verse un ejemplo del barrio tomado
como escenario de la "cultura obrera típica".
Liebov (la cultura como recurso activamente adaptativo); WalCon (el "realismo popu-
lar" que incluye dentro de "la nueva cultura urDana", a la que evalúa como "la nueva
forma de lucha de clases más común en el Tercer Mundo"); Me Donogh (el barrio
como generador de una cultura de los bares); Rapp (desde los barrios pobres se
produce una nueva cultura urbana); Molotoch (cultura de la resistencia); y Crenson
(la cultura barrial como poder).
Antropología de lo barrial
270
entrecruces de representaciones y las formas estatuidas para que esas repre-
sentaciones adquieran valor y significación histórica. La cultura no es estática ni
una cosa; siempre es el resultado de una perspectiva, de una construcción y de
ver algo como cultura, de manera que se potencie la ruptura con encubrimientos
de la realidad y con lo dado o naturalizado respecto a esa realidad. Nos cuida-
mos también de recortar la realidad por sectores, con límites meramente mate-
riales y empíricos. Como relación conceptual, necesitamos ahondar y dar cuen-
ta de los movimientos y los mecanismos que los ponen en acción, con sus
razones históricas. De acuerdo con esta última opción, el mundo simbólico barrial
es parte de la experiencia histórico-cultural de todos los sectores sociales po-
bladores y constructores del espacio urbano y, por lo tanto, aun con diferencia-
ciones de posición y de interés, de las representaciones simbólicas articuladas
en un sistema capaz de —como estableció Lotman— modelizar la vida social.
La cultura barrial brinda un modelo del mundo, una forma de posicionarse
ante el transcurrir del tiempo histórico, una manera de relacionarse con los
otros y los unos, o de definir quiénes son y deberían ser los unos y los otros.
En suma: una gran metáfora social, que "usa" el espacio del barrio como pre-
texto para intercomunicar (en el terreno de los densos significados públicos,
no individuales, tal como define Geertz la cultura) y entramar otros sentidos
más importantes y profundos que el del barrio mismo. nUn fenómeno —dice
Lotman— puede convertirse en portador de un significado sólo a condición de que
entre a formar parte de un sistema y, por tanto, establezca una relación con un no-
signo o con otro signo... Puesto que en el mundo de los modelos sociales ser un
signo significa existir, puede definirse al primero de ellos asi: 'existe porque
sustituye algo más importante que él mismo" (Lotman, 1979: 43). Y ya vimos a
lo que sustituía el barrio hecho símbolo: por un lado, el no control de la tota-
lidad de las propias condiciones de vida urbana, lo que colocaría a lo barrial
como una de las caras (simbólica, social e identitaria) o partes de la constitu-
ción de lo urbano como expropiación estructural del excedente. Ver a la cultura
barrial en circulación y no en instancias estáticas nos obliga a encuadrarla
dentro de las contradicciones principales y secundarias de la sociedad que se
trate, y de la constitución de los sectores sociales como parte de esa
estructuración dialéctica, esto es: por expropiaciones y asimetrías que confi-
guran quiénes son expropiados y quiénes dominantes; de lo que resulta la
subalternidad como categoría relacional.
El concepto de subalternidad nos deriva hacia lo popular, pero no desde
una sectorización mecánica (a la manera de la sociología funcionalista), sino
desde el interior de los procesos estructurales, históricos y semióticos. Fue
Antonio Gramsci el que definió a lo popular como lo subalterno, para romper
precisamente con el idealismo romántico, superficial y esencialista. Con Bajtín,
por su parte, podemos extender este sentido de lo popular para verlo en
circulación comunicacional (como también lo veía el italiano). El lo define como
sistema de imágenes y formas expresivas, no por contenidos; de ahí la impor-
tancia de descifrar interpretativamente las imágenes y los significados en con-
texto, para descubrir qué es lo que sustituyen y simbolizan. Y luego de definir-
Múlliples dimensiones de lo barrial
271
lo en estos términos, afirma Bajtin que lo popular —como producto histórico—
es trascendente a cualquier cosificación dentro de sectores estancos de la
sociedad. Lo que hemos cifrado como diseminación —lo barrial—, como cultu-
ra, trasciende la sectorización social empírica.
Veamos hasta qué punto la cultura barrial es o puede ser tanto subalterna
como alterna a la estructuración dominante de la sociedad contemporánea,
de la misma manera que cuando reflexionamos acerca de la teoría de la de-
pendencia propusimos asumir —como plataforma de construcción de conoci-
miento— también el flanco rupturista y transformador de la /n-dependencia.
Gramsci afirma que lo dominante "no se desarrolla sobre la nada" sino en con-
tradicción con lo popular, para combatirlo y vencerlo (Gramsci, 1975). Por lo
tanto, lo popular —como producción propia del pueblo— es alterno antes que
la relación de dominio lo constituya en sub-altemo, porque la alternidad es la
que motoriza la dominación.
Habíamos visto primero cómo lo popular se asociaba a lo barrial como
connotación en las emergencias de la noción de barrio en el sentido común y
los discursos públicos. Luego aparecía como escenario de residencia de las
clases populares, como parte física de la reproducción de la fuerza de traba-
jo. Luego, en la teoría, aparece desde la perspectiva mecanicista, no como
un componente estructural y dialéctico. Y en tercer lugar, surgió —dentro de
nuestro trabajo— por confrontación entre los distintos tipos de barrios, cla-
sificados de acuerdo con variables económicas, sociales, morfológicas e his-
tóricas, bajo la distinción entre barrios populares y no populares. Tanta es la
asociación semántica entre lo barrial y lo popular en el imaginario, que coin-
ciden incluso cuando se trata de degradar o cuando se trata de exaltar. Y
hasta en ocasiones concurren en los discursos como sinónimos (por ej., el
bajar a las bases populares de los barrios). En la distinción que hicimos entre
los tres tipos de barrios, 'caracterizamos en forma convencional como popu-
lares a los medios y bajos y no populares a los altos (propusimos distinguir
por la oposición entre sectores más vinculados al trabajo o al gran capital). A
los fines de una descripción empírica, esto no es criticable en la medida en
que se expliciten los parámetros, básicamente estadísticos, sobre morfolo-
gía urbana, ocupación de la población, actividades preponderantes, etc. Así,
vimos que los valores de lo barrial están más en vigencia en los barrios
populares que en los no populares, y más en los bajos que en los medios. Y
esto se da a pesar de la "crisis" que aparece en las representaciones, por la
cual lo barrial adquiere, para los actores, el signo de modo de vida en extin-
ción. No sería casual, entonces, que la recurrencia a la deshistonzación fuera
mayor en los barrios populares que en los barrios medios, pero a esto se
suma la aparente paradoja de que en los populares es mayor lo que deno-
minamos conciencia social, cuando nos referimos al grado de reflexión y com-
promiso con las luchas sociales. En los barrios altos predomina la variable de
grupo y clase. La diferencia, en realidad, es de grado. Las situaciones de
ritualidad barrial vigentes en contextos convencionalmente no populares
(como ciertos bares de! centro financiero de Buenos Aires, o ciertas paradas
Antropología de lo barrial
272
en kioscos de diarios de barrios bacanes —de clase "alta"— refuerzan la
evidencia de la diseminación.
Pero que la sectorízación estadística no resulte satisfactoria para com-
prender lo barrial no significa que puedan soslayarse las diferenciaciones sec-
toriales o entre diversos actores sociales. Estas cuestiones surgen desde
algunos de los planteos clásicos, como el de Park respecto a los "verdaderos
vecinos" (los jóvenes) o el de Lynch, sobre el para quién del barrio. Sólo que el
papel que para nosotros juegan ios jóvenes en la reproducción activa y para-
dójica de lo barrial ostenta una vez más el encare dialéctico interno de estos
procesos sociales de interjuego semiótico-histórico, constituidos en produc-
ción ideológico-cultural. Lo que se plantea es si, a pesar de que —como mues-
tra Luis Alberto Romero— "en el barrio se acuñó una cultura específica de, los
sectores populares", lo popular pueda definirse no por criterios empírico-esta-
dísticos y sí por medio de su contextualización histérico-estructural dialéctica:
por la oposición social fundamental, como propuso Gramsci. Sin embargo, la
bifurcación de caminos posibles depende más de las asunciones teóricas que
de las posturas terminológicas. Pueblo o sectores populares es —para Romero—
un "sujeto elusivo", "que no puede definirse con precisión" (Romero, 1988: 3), con
lo que entramos en un carril endeble para posicionarnos no tanto hacia la
definición taxativa de pueblo, popular o sectores populares, sino hacia la
construcción de conocimiento que tome lo popular como categoría efectiva en
su valor de uso científico, transformador y crítico, y no solamente como una
parte más del paisaje discursivo.
Si bien lo popular es un "lugar" conceptual donde se constituyen los suje-
tos históricos y no un recorte empírico de un sujeto del que se pueda predicar
algo permanente y constante, como estableciera Le Goff y reafirma Romero, si
se siguen usando alguna de esas categorizaciones (como "sectores popula-
res") puede resultar importante —o hasta imprescindible— establecer una
definición taxativa. Pero no para insistir con el recorte, sino para integrar la
significación de lo popular con referencias sociales concretas. Edward P.
Thompson afirma que los sujetos sociales se constituyen a partir de un con-
flicto social que les es previo (Thompson, 1978). ¿Cuál es éste, o qué caracte-
rísticas reviste, para que se pueda hablar —en nuestro caso— de lo popular
ligado a la cultura barrial, trascendiendo la empiria; o bien de lo barrial en
circulación, irradiado (diseminado), a la manera que lo formula Bajtin para la
cultura popular cómica? Para ello, apartémonos de las asunciones idealistas
acerca de lo popular que ya han sido acertadamente superadas 96 y tomemos
la de Néstor García Canclini: "Lo popular de un fenómeno se define —afirma— a partir
de la subalternidad en que colocan a ciertos sectores las desigualdades económicas y
simbólicas" (García Canclini, 1984: 17-18). El interrogante que planteamos es si
con el concepto de subalternidad —como eje exclusivo— no se propende a
constatar más el costado conservativo y reproductor de la reali-
96
A las que hemos contribuido a criticar, en particular para Argentina, en
Gravano, 1985, 1988, 1988a, 1988b, 1989.
Múltiples dimensiones de lo barrial
273
dad de los sectores populares y un estado histórico y, por lo tanto, transitorio
de sus relaciones sociales —precisamente lo que impone concebirlos como
subalternos — .
¿Es posible dar cuenta del flanco rupturista y (potencial o realmente) trans-
formador revolucionario de esos mismos sectores en sus manifestaciones cul-
turales e ideológicas en su vida cotidiana? Nuestro supuesto sería que tam-
bién se puede deshistorizar la realidad si se considera a la subalternidad
como un estado sustancial, sin contemplar su opuesto lógico-estructural (la
alternidad) y su opuesto histórico (el ejercicio de la hegemonía por los secto-
res populares)97. La idea que subyace a nuestros propósitos seria la siguiente:
si no se parte de conceptualizar a los sectores populares como sujetos
históricos capaces de ejercer la hegemonía —como parte de su acontecer
histórico tan válido como el de ser subalternos respecto a los hegemónicos—
no es posible concebir la realidad de esa hegemonía revolucionaria o a esa
hegemonía como real cuando se da o cuando se dé.
Es propio de la posición marxista clásica definir los sectores populares des-
de las clases, inicialmente por su lugar dentro del proceso de producción,
mientras otras proposiciones (que en su mayoría también autoadscriben al
marxismo) ponen el acento en los procesos de circulación y consumo. Esta
última postura, tomada en forma unilateral, nos sugiere el riesgo de no darle
suficiente importancia al flanco productivo de todo consumo. Nuestra adver-
tencia apunta a que lo que se está poniendo en juego es precisamente una
preconcepción de la producción popular como consumo, porque sólo se la
concibe como algo que ya ha sido producido antes por otros sectores socia-
les, esto es: como una mera re-producción. ¿No hay, en todo proceso de circu-
lación y consumo, un aspecto de producción propia que va más allá del mero
fenómeno de "apropiación" —como define a las culturas populares García
Canclini— y que no puede reducirse ni distinguirse fácilmente de la "inven-
ción" o de la reproducción? Es cierto que él mismo atribuye a la cultura el rol
transformador, pero lo hace en términos de intención ("los sujetos... buscan su
transformación", dice [1984: 42]) y agrega: "Respecto de ese capital cultural
actúan dos posiciones: la de quienes .detentan el capital y la de quienes aspiran a
poseerlo" (1984: 20). Se sugiere, entonces, una visión del antagonismo como
producto de la búsqueda o la aspiración por los consumos, y no al revés —la
búsqueda por el consumo como resultado del antagonismo—. En el terreno
de la constitución económica de lo urbano, "debido al estatuto de mercancía de la
fuerza de trabajo, el saiario no incluye la totalidad de las necesidades históricas y
objetivas de los trabajadores; las otras exigencias objetivas de la reproducción de
los productores son negadas por el salario; se convierten en necesidades no
solventes. Es el desarrollo de esta contradicción valor/necesidades el que ocasiona
la socialización estatal de parte del consumo popular" (Herrén, 1988: 6).
97
En estos mismos términos se ha ocupado de enfocar temas como la identidad y la
ideología el urbanista Coraggio, aplicándolos a la realidad nicaragüense durante la
Revolución Sandinista (Coraggio, 1985).
Antropología de lo barrial
274
Es de la contradicción necesidad/valor que deriva la puja por los consumos,
entre ellos los urbanos. Y no es casualidad que forme parte de este mismo
marco teórico el concepto de "expoliación urbana" de Lucio Kowarick, opuesto
al modelo que sitúa a los sujetos como "carenciados" de consumo. Pregunta-
mos: ¿es posible concebir la expoliación sin el eje elemental de la explotación,
habida cuenta de la fundón del salario como garantía de la creacón del plus y la
estrecha vinculación entre barrio y trabajo, históricamente recurrente?
Ya que nos hemos situado frente a la relación producción/consumo, inten-
temos ensayar la explicitación de ese criterio y la propia definición de "secto-
res populares" por medio de este eje relaciona!, siguiendo el consejo de
Thompson sobre el conflicto "previo". El trabajo es lo que caracteriza al ser
humano por encima de todas las formaciones sociales por las que ha pasado
y pasará. Es 'el libro abierto de las facultades humanas" (Marx, 1978: vol. 5,
348), que lo emparenta con el concepto clásico de cultura como producción
humana total. El proceso del trabajo como punto de partida para explicar la
socialidad del ser humano en los términos de Marx implica —según el brasile-
ño José Giannotti— la circularidad histórica de posición y reposición, que "es
sólo posible después que el trabajo vivo revivifica el trabajo muerto inscrito en las
cosas" (Giannotti, 1984: 21) y compone la contradicción principal del desarrollo
social en la relación de dominio. Toda formación social, entonces, se estructura
en tomo a una contradicción principal asentada en la escisión primera del
proceso de trabajo y de ruptura de la acción humana con la naturaleza y lo
dado. Es precisamente el significado que adquiere históricamente la contra-
dicción principal el que determina la formación social de la que se esté hablan-
do. Y es esta contradicción la que genera la formación de conjuntos sociales
que se estructuran en forma más o menos dependiente de ella. Las clases
sociales son los conjuntos más ligados a este eje. Más allá se eslabonan
otros tipos de agrupamientos y sectores, en función de otras contradicciones
o ejes secundarios respecto a esta relación.
El antagonismo se explica por el no protagonismo y control de las propias
condiciones de vida y de trabajo como sujetos de las clases productoras ex-
plotadas. Si lo vemos desde la esfera de lo que Marx llama trabajo "sin atribu-
tos", la oposición queda situada entre los productores del trabajo vivo y sus
explotadores, que lo convierten en trabajo muerto (el valor mismo). Marx lla-
ma trabajo vivo al "existente como proceso y acto" (Marx, 1973: 238), a la
"fuerza de trabajo puesta en acción" {ibid.: 156), que se opone al producto —
equivalente a su vez al trabajo objetivado o trabajo muerto—. Este trabajo
muerto es el cristalizado en el producto como valor y, en consecuencia, el
trabajo para el capital. Por eso Marx da como sinónimo de trabajo vivo la
"fuerza creadora de valor" y de trabajo muerto "el valor" mismo (ibid. I: 249).
Esto no puede dejar de articularse con la contradicción principal: trabajo/capi-
tal. Jean Lojkine lo explica con estas palabras: "El motor mismo de la economía
capitalista, que es la elevación de la productividad del trabajo vivo por la acumula-
ción del trabajo cristalizado, entra en contradicción con el fin mismo de la produc-
ción capitalista [...]; la producción de plusvalor" (Lojkine, 1986: 90). Pero él' nis-
Múltiples dimensiones de lo barrial
275
mo nos advierte que no se puede comprender esta contradicción fundamen-
tal del capitalismo como un simple reflejo o repetición de la relación trabajo
vivo / trabajo muerto en el nivel inmediato del proceso de trabajo productor
del plusvalor. Esto es de vital importancia para nuestros fines de relacionar la
posible fragmentación del todo social sobre la base del eje de la contradicción
principal generada por ef proceso de producción específicamente humana.
Lojkine pretende apartamos del riesgo de establecer lazos de corresponden-
cia mecánica entre el proceso de producción directo y el proceso de produc-
ción integral, que incluye la producción simbólica y las ideologías.
No establecer correspondencias de tipo directo ni mecánico no significa
obligadamente tener que caer en la absolutización de la relatividad y, de esta
manera, suponer que los conjuntos sociales son lo que son sobre la base de
variables absolutamente indeterminadas y a gusto del analista, de "los acto-
res" o de la elusividad de toda sujeción. El proceso de producción genéricamente
humano está ahí desde el vamos e invade tanto la realidad referencialmente
objetiva como su resultado analítico. Nos colocamos, entonces, de frente a la
necesidad de concebir la contradicción principal del sistema no sólo en el plano
de la observación exterior de los desarrollos históricos y sus diversos conteni-
dos específicos y su movimiento general, sino que necesitamos concebir la rea-
lidad interior, el "grosor" de la vida misma del sistema, sobre la base del desa-
rrollo de su contradicción principal interna como su eje, tanto desde la perspec-
tiva de su funcionamiento como de su causación histórica, lo que incluye el
análisis de su nacimiento, su desarrollo y su fin. Esta referencia al desarrollo y a
la realidad cambiante no resulta vana si tenemos en cuenta que la subestima-
ción de la contradicción interna puede provocar la hipertrofia del papel constitu-
tivo del "lugar" de los actores, cuyo resultado es una mera contemplación del
acontecer histórico, lo que puede traducirse —en términos metodológicos— en
no ir más allá de descripciones de supuestas autoconstrucciones desgajadas
de los procesos de transformación y cambio real.
El problema de la relación con el trabajo vivo de parte de sectores sociales
medios, es posible encararlo mediante la aplicación de la categoría de sujeto,
manejada en sus dos acepciones: como ligazón y como agente. De esta manera,
los productores directos del trabajo vivo pueden ser claramente ubicados tumo
agentes (ej., la clase obrera) y a partir de ellos se escalonan el resto de fracciones
"ligadas" (sujetas) al eje de la productividad. Esta ligazón la concebimos tanto en
términos de dependencia del mercado de consumos necesarios, como de
reproducción de la fuerza productora del trabajo, la venta directa de la fuerza de
trabajo junto a la posesión de ciertos medios de producción e inclusive sujeción
como la del "ejército industrial de reserva" para el sector desempleado,
marginado del sistema formal pero igualmente explotado. Nos permitimos
entonces dar una definición que tiene por objetivo ir más allá de la situación
histórico-transitoria de los sectores populares como "subalternos". El criterio de
distinción que proponemos es el basado sobre la contradicción principal de
cada formación social, fundada en la producción específicamente humana o
trabajo sin atributos, que en el capitalismo se manifiesta en la oposición anta-
Antropología de lo barrial
276
gónica trabajo/capital (y que, vista desde ¡a esfera del trabajo, puede ser enun-
ciada como trabajo vivo / trabajo cristalizado). De acuerdo con esto, entonces,
los sectores populares estamos constituidos por las clases y sectores sociales
sujetos a y de la producción del trabajo vivo.
Es en función de este eje que nos obligamos a establecer las relaciones
concretas entre esa situación objetiva —respecto a la contradicción princi-
pal— de los sujetos y las producciones ideológico-simbólicas materializadas
en prácticas (incluidos los discursos), mediante las cuales esos mismos suje-
tos se articulan con la dinámica concreta de esa contradicción, esto es: con y
en la lucha de clases (incluida la lucha por los significados). En esto reside el
"fundamento secreto" de las relaciones de poder, como llamaba Marx a la
relación entre los propietarios de las condiciones de producción y los produc-
tores directos. Y esta contradicción se corporiza en sectores distintos que, por
consiguiente, se articulan con una relación antagónica de por medio, que pro-
duce y es producida por la fuerza de esa misma contradicción (o conflicto
previo y estructural) y por las formas y contenidos con que los sujetos socia-
les se entornan y constituyen alrededor y dentro de ese mismo desarrollo.
Por eso no estamos de acuerdo cuando García Canclini —al definir lo que son
las culturas populares— afirma que el conflicto está presente nen la medida
que se toma conciencia" de él (García Canclini, 1984: 43). Las contradicciones
son objetivas; no se reducen a la conciencia y a las actitudes que de ellas
pueden tener los actores. Además, en última instancia, el analista no deja de
ser un actor histórico también, sólo que su especificidad lo pone en la obliga-
ción de determinar previamente cuáles son las contradicciones principales y
secundarías de la sociedad que está estudiando. Y allí donde los actores no lo
"vean", su deber será señalarlo con más fuerza. El hecho de que no pueda
establecerse una correspondencia mecánica entre el desarrollo estructural y
los productos ideológicos se fundamenta precisamente en la relación de arbi-
trariedad, convencionalidad y determinación de lo sígnico-simbólico, de lo cul-
tural. El campo de lo simbólico representa —como diría Voloshinov— la "arena
de la lucha de clases", en tanto se reflejan en ella los resultados del trabajo
propiamente humano de ruptura, ya que únicamente en el campo de los sig-
nos es posible dirimir algún conflicto, y ningún conflicto puede ser tal al mar-
gen del reino de los signos, de lo contradictorio. Por lo tanto, poner
metodológicamente la producción ideológica en la misma mesa en torno a la
cual el principal invitado sea la contradicción principal —valga la redundancia-
resulta as! justificado.
Introducción .................................................................................................... 11
Objeto y camino ................................................................................................. 11
Polisemia y ambivalencias .................................................................................. 14
Aproximaciones barriales
Lo ñata contra el barrio ................................................................................ 18
Saqueaos los unos o los otras ............................................................................. 18
La notoriedad oculta de los barrios estigmatizados .............................................. 21
Defensa de lo blancura del barrio ........................................................................ 24
"Barrio si, villa [y asentamientos] no" ................................................................. 25
Barra de barrio .................................................................................................... 28
El barrio del fútbol .............................................................................................. 29
Los barrios fusilados ............................................................................................ 30
El barrio participado ............................................................................................ 32
El barrio perdido de los medios .......................................................................... 34
El barrio como base popular auténtica ................................................................. 35
Barrio y luchas..................................................................................................... 39
Ideas de llegada y partida .................................................................................. 41
Realidades barriales
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires .................................... ...... 66
La matriz inicial ..................................................................................................67
La ciudad crece por sus barrios........................................................................... 69
El macro-contexto urbano de lo década del sesenta ............................................ 72
La matriz urbana actual: estructuro e imaginario en la posmodernidad ............... 74