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EL OTRO Y EL NIÑO

Akoglaniz
ColeCCión formas mínimas
Directores
luCiano lutereau y Pablo Peusner

Akoglaniz
Pablo Peusner

EL OTRO Y EL NIÑO
Ensayo

Akoglaniz
Peusner, Pablo
El Otro y el niño : Ensayo
– 1° ed. – Buenos Aires
Letra Viva, 2011.
125 pp. ; 20 x 13 cm.

ISBN 978-950-649-359-2

1. Psicoánalisis. I. Título
CDD 150.195

© 2011, Letra Viva, Librería y Editorial


Av. Coronel Díaz 1837, Buenos Aires, Argentina
letraviva@imagoagenda.com
www.imagoagenda.com

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la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier
método de impresión incluidos la reprografía, la fotocopia
y el tratamiento digital, sin previa autorización escrita del
titular del copyright.

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Índice

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . 9

En el principio estaba Freud . . . . . . . . 13

El influjo analítico . . . . . . . . . . . . 23

En el retorno a Freud está Lacan . . . . . . 29

El síntoma del niño como respuesta . . . . . 37

La respuesta por el inconsciente real . . . . . 41

Analizantes analfabetos . . . . . . . . . . 45

El analista que no retrocede ante los niños:


o tonto, o desengañado del Otro . . . . . . 49

El dispositivo de presencia de padres y


parientes en la clínica psicoanalítica
lacaniana con niños, otra vez… . . . . . . . 55

Pequeñas muestras de trabajo psicoanalítico . 101

Coda . . . . . . . . . . . . . . . . 123

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Quisiera advertir con la mayor insistencia
que no debe buscarse la aquiescencia o el
apoyo de padres o parientes dándoles a
leer alguna obra de nuestra bibliografía,
ya sea introductoria o más profunda. Lo
que consigue las más de las veces este
paso bienintencionado es que estalle de
manera prematura la natural y, en algún
momento, inevitable hostilidad de los
parientes al tratamiento psicoanalítico
de uno de los suyos, de suerte que aquel
ni siquiera podrá iniciarse.

sigmund Freud. Consejos al médico en el


tratamiento psicoanalítico

En los intervalos del discurso del Otro


surge en la experiencia del niño algo que
se puede detectar en ellos radicalmente
–me dice eso, pero ¿qué quiere?

JaCques laCan. Los cuatro conceptos funda-


mentales del psicoanálisis

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Prefacio

En las páginas que siguen invito al lector a reflexionar


en torno de los principios que fundamentan nuestra
posición como psicoanalistas ante ese particular
modo del Otro supuesto en la presencia de los padres
y parientes de nuestros analizantes-niños.
Los analistas que no retrocedemos ante esos niños
verificamos a diario cierta insistencia que está en
el núcleo de lo podría considerarse como motivo
de consulta cuando se trata de aquellos, aunque la
demanda y la queja se presenten tercerizadas por los
padres y parientes. Pero además, ese carácter repe-
titivo deja suponer una causa que escapa al saber
organizado por la cadena del significante dispo-
nible para los padres y parientes: según los casos,
en ese punto se manifiestan impotentes, incapaces
o angustiados; pero también enojados, insatisfe-
chos o decepcionados, ya que ese hijo no coincide
(por exceso, por defecto o ambas cosas) con lo que
de él se esperaba. He aquí un matiz novedoso para

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PABLO PEUSNER

reflexionar acerca de la desproporción estructural


que introduce el lenguaje entre los seres hablantes,
y hasta podríamos arriesgar la hipótesis de que un
hijo, siempre y en todos los casos, es más, es menos
o es diferente de lo que de él se esperaba. El texto
que presentan los padres y parientes que consultan
por un niño es rico en muestras de esa despropor-
ción, y el síntoma referido es aquello que mejor la
representa.
Para poder operar como psicoanalistas ante
una situación tal, es condición comprender que
la presencia de padres y parientes no es un real de
la clínica psicoanalítica, sino que debe ser produ-
cida, instalada, en el marco de un dispositivo que el
psicoanalista inaugura con un acto: el que consiste
en hacer aplicar por los participantes (niños, padres y
parientes) las directivas que constituyen la situación
analítica. Ahora bien, dicho dispositivo es tributario
de la idea freudiana de aunar el análisis del niño con
un influjo analítico sobre sus padres y parientes, por
lo que participa de la pasión del Lazo que define a
la función de la tontería –a la que el analista debe
prestarse aunque sin consagrarse a ella–.
Por eso, nuestro dispositivo parte de un supuesto
tonto: se trata de fingir que la dispersión real cesa
de existir. Desde allí convocamos a padres y a
parientes –ignorando a la vez el precepto de sangre–

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EL OTRO Y EL NIÑO

para hablar del asunto (léase “del sujeto”) como si


el Lazo se sostuviera, cuestionando e impugnando
cualquier interpretación rápida y sencilla de la cosa.
Rechazando en esa instancia incluso los cortes que la
existencia discreta de los cuerpos ponen en escena:
no habrá entonces una boca que profiera, sino un
inconsciente transindividual más allá de las personas
presentes; no habrá un adentro y un afuera, sino una
topología de la transformación continua.
En nuestro dispositivo de presencia de padres
y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana
con niños, el analista juega a que el lenguaje une y
comunica, a que existe algún discurso que no sea
del semblante. Y para eso se presta a la tontería:
advertido y no consagrado a ella, pasa de muerto a
tonto, y facilita de ese modo la extensión de la fron-
tera móvil de la conquista psicoanalítica, lo que sin
duda supone una apuesta de carácter ético y en modo
alguno un recurso meramente técnico.

Este libro le debe casi todo a mis intercambios


con los colegas y amigos del Foro Analítico del Río
de la Plata y, muy especialmente, al Colegio Clínico
del Río de la Plata que se ha convertido para mí en
un espacio de trabajo intenso donde cada semana
se ponen a prueba mis argumentos ante un público
joven y entusiasta.

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PABLO PEUSNER

Finalmente, vaya mi agradecimiento a los míos,


Julieta, Tomás y Zaida, por mis momentos de
ausencia ante la tarea de la redacción de este libro,
otro libro, que vuelve a probar eso de que liber enim,
librum aperit…

Pablo Peusner, octubre de 2011

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En el principio estaba Freud

En 1920, en ocasión de la redacción de su histo-


rial conocido como el de “la joven homosexual”,
Sigmund Freud hizo una referencia a lo que podría
considerarse como la situación ideal para recibir una
demanda de ayuda –la traducción de Ballesteros intro-
duce el término “demanda”, mientras que la realizada
por José Luis Etcheverry para la edición de Amorrortu
prefiere el término “solicitud”. Una vez más me
pregunto por qué suele decirse que esta última es más,
exagero, lacaniana, cuando para muestra sobra un
botón…–. Sin embargo, ambas traducciones coinciden
en un significante: aquel por el cual declaran que esta
situación ideal es “la única” (esta es la coincidencia)
en la que el dispositivo analítico puede demostrar “su
eficacia”1 o “su plena eficacia” 2.

1. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de homo-


sexualidad femenina” (1920), en Obras Completas, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1948, Vol. 1, p. 998.
2. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de

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PABLO PEUSNER

Digamos entonces: existe una situación de


demanda al psicoanalista que, en términos de Freud,
puede considerarse ideal. Pero eso no es todo: dicha
situación es la única en que el psicoanálisis clínico
puede resultar eficaz.
Sigamos. Puesto que conocemos –mal o bien, no
importa mucho en este caso– el historial en cues-
tión, sabemos que las condiciones en las que Freud
se encontró con dicha joven fueron complicadas.
No es casual entonces que el historial se inicie con
reflexiones acerca de tales condiciones ideales. Y
además es probable que él supiera desde el comienzo
que ese análisis fracasaría –lo que es más o menos
lo mismo que declarar que no podría demostrar su
eficacia–. No obstante, lo inició.
Como aún ignoramos en qué consiste la situa-
ción ideal a la que Freud hace referencia en el escrito,
revisemos a continuación el texto en sus dos traduc-
ciones, para intentar aislar las características de tal
situación.

Según José Luis Etcheverry:

Alguien, en lo demás dueño de sí mismo, sufre de un


conflicto interior al que por sí solo no puede poner

homosexualidad femenina” (1920), en Obras Completas,


Amorrortu, Bs.As., varias ediciones, Vol. XVIII, p. 143.

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EL OTRO Y EL NIÑO

fin; acude entonces al analista, le formula su queja y


le solicita su auxilio3.

Según Don Luis López-Ballesteros:

Un individuo dependiente sólo de su propia voluntad,


se ve aquejado por un conflicto interno al que no
puede poner término por sí solo, y acude al psicoa-
nalítico en demanda de ayuda4.

Es curioso pero hoy en día, después de tanto desa-


rrollo del psicoanálisis, hablar de alguien dueño de
sí mismo o de un individuo dependiente sólo de su
propia voluntad, suena un tanto ingenuo. Pero es
tan solo el modo de decirlo, ya que la idea está clara:
se trata de alguien que consulta porque quiere y no
porque lo mandan o lo obligan. Y además, la cita
de Freud permite deducir que la persona en cuestión
está aquejada de algo –ambas traducciones ponen
“conflicto”– y que ha fracasado en el intento por
resolverlo. Entonces se dirige al psicoanalista para,
según los traductores, solicitarle auxilio o deman-
darle ayuda.

3. Ibídem.
4. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de homo-
sexualidad femenina” (1920), en Obras Completas, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1948, Vol. 1, p. 998.

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PABLO PEUSNER

Si esta es la situación ideal, tal vez convenga


suponer que no resulte tan frecuente. Así es que
quizás ciertas personas llegan al consultorio del
psicoanalista enviadas por algún otro –bajo la forma
de la sugerencia o del consejo, pero también de
la orden jurídica o del ultimátum–. Y es el mismo
Freud quien plantea en varias ocasiones en el texto
que “las situaciones que se apartan de estas <situa-
ciones ideales>, son más o menos desfavorables
par el análisis, y agregan nuevas dificultades a las
intrínsecas del caso”5, léase allí “al conflicto”. Consi-
derando que tales palabras están escritas como
introducción a un historial clínico del que cono-
cemos su fallido final, no puede dejar de observarse
aquí una particular posición de Freud. Esta posición
se encuentra –digamos– dividida entre sus afirma-
ciones de que el psicoanálisis puede demostrarse
efectivo solamente en una única situación ideal de
demanda –y que si la situación real se aparta de la
ideal, esto contribuye a generar más complicaciones–
y un hecho puntual, histórico incluso, que consiste
en haber decidido tomar a la paciente e iniciar un
tratamiento para el que había augurado, desde su
inicio, un mal desenlace. Es justamente este tipo de

5. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de


homosexualidad femenina” (1920), en Obras Completas,
Amorrortu, Bs.As., varias ediciones, Vol. XVIII, p. 143.

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EL OTRO Y EL NIÑO

posiciones freudianas las que exigen que sus textos


sean leídos, más que tomados al pie de la letra… Si
se considerara que los únicos casos en los que podría
esperarse alcanzar la efectividad del análisis son los
que se inician con la situación ideal de la demanda
de auxilio o ayuda –y eso sería leer a Freud al pie de
la letra–, ¿para qué aceptar a los pacientes que llegan
con situaciones lejanas a la ideal?
Pero antes de intentar una respuesta, conviene
estudiar el planteo de Freud hasta el final. Y es que
el texto incluye algunos ejemplos dignos de revisar
y sumamente ilustrativos del problema sobre el que
me interesa avanzar. Las comparaciones son real-
mente curiosas. Cito:

Situaciones como las del contratista de una obra que


encarga al arquitecto una vivienda según su gusto y su
necesidad, o la del donante piadoso que se hace pintar
por el artista una imagen sagrada, en un rincón de
la cual, luego, halla lugar su propio retrato en figura
de adorador, no son en el fondo compatibles con las
condiciones del psicoanálisis6.

Las imágenes resultan interesantes porque en


ellas el resultado final (lo que sería nuestro desen-
lace favorable del análisis) es un objeto: una vivienda

6. Ibíd., pp. 143-144.

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PABLO PEUSNER

o un cuadro. Pero nótese aquí que ni una vivienda


ni un cuadro pueden hablar, más allá de lo que otro
pueda leer en ellos. ¿Por qué elige Freud estas figuras?
Lo que está en juego allí es una tarea encargada por
un tercero quien, además, encuentra un lugar en lo
que surge como resultado de la operación: satisfacer
su gusto y necesidad (con su vivienda) o inscribir
su lugar ante el otro divino (mediante su inclusión
en el cuadro). La idea de una tarea encargada por
un tercero pone en jaque al menos dos de las condi-
ciones que Freud había incluido como componentes
de la situación ideal: la primera, que el consul-
tante dependiera tan solo de su propia voluntad o
que fuera dueño de sí mismo. La segunda, que la
persona en cuestión se reconociera como afectada
por un conflicto que no hubiera podido resolver por
sí sola. Porque, si alguien es llevado a la consulta,
exhortado a solicitar asistencia, obligado por ley o
por coerción, o incluso acompañado por otro con
las mejores intenciones… cuesta ver allí cumplida
la primera condición. Y peor aún si el consultante
no se reconociera como afectado por un conflicto, y
dicho conflicto fuera supuesto, denunciado o diag-
nosticado por el tercero en discordia. La situación
ideal quedaría totalmente distorsionada…
Pero Freud no se rinde, e insiste con el clásico
ejemplo del matrimonio desdichado: el marido

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EL OTRO Y EL NIÑO

denuncia el malestar neurótico que aqueja a su


esposa, ella inicia un análisis, se cura, pero el matri-
monio se diluye. Conclusión: el matrimonio solo se
sostenía por su neurosis (la de ella). Obviamente, no
lo presenta como un caso clínico, no es un historial,
sino un ejemplo que funciona como una muestra de
la estructura de cierto asunto. Pero igualmente, si
la consulta existiera… ¿por qué aceptar el pedido de
ese marido si el psicoanalista sabe que las cosas no
saldrán como el señor desea? A esta altura, comienzo
a pensar que hay un claro mensaje de Freud en estas
líneas y que se completa con el ejemplo siguiente:

Unos padres demandan que se cure a su hijo, que


es neurótico e indócil. Por hijo sano entienden ellos
uno que no ocasiones dificultades a sus padres y no
les provoque sino contento. El médico puede lograr,
sí, el restablecimiento del hijo, pero tras la curación
él emprende su propio camino más decididamente, y
los padres quedan más insatisfechos que antes7.

Aquí entramos en un terreno que nos concierne a


los psicoanalistas que no retrocedemos ante los niños,
si bien en la traducción de José Luis Etcheverry el
ejemplo no explicita la edad del hijo en cuestión, no
ocurre lo mismo en la traducción de López Ballesteros

7. Ibíd., p. 144.

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–a esto me refiero con que conviene “leer” a Freud:


dicha lectura producida entre-lenguas y entre-traduc-
ciones, nos permite suponer que se trate de un niño y,
de ese modo, arrimar agua para nuestro molino–.

A veces son los padres quienes demandan la curación


de un hijo que se muestra nervioso y rebelde. Para
ellos, un niño sano es un niño que no crea dificultad
alguna a los padres y sólo satisfacciones les procura.
El médico puede conseguir, en efecto, el restableci-
miento del niño, pero después de su curación sigue
aquél sus propios caminos mucho más decidida-
mente que antes y los padres reciben de él todavía
mayor descontento8.

La estructura de la situación es la misma: los


padres –o parientes, diríamos nosotros– demandan
que su hijo modifique las conductas que a ellos les
ocasionan dificultades. Buscan contento personal
–al menos, así lo describe Freud– y no tanto, o al
menos no tan explícitamente, una ganancia de bien-
estar para su hijo. No reconocemos aquí ninguna de
las condiciones que caracterizan la situación ideal

8. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de


homosexualidad femenina” (1920), en Obras Completas,
Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, Vol. 1, pp. 998-999. [Las
itálicas son mías].

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EL OTRO Y EL NIÑO

de la demanda de análisis descripta anteriormente.


Pero en el ejemplo, el analista logra el restableci-
miento de la neurosis de ese hijo/niño, por lo que
deducimos que ha aceptado el caso y lo ha sometido
al tratamiento psicoanalítico. Entonces, como coro-
lario, podemos afirmar que Freud no retrocedía aún
cuando las demandas recibidas no coincidieran con
la situación ideal para presentarlas. Así concluye:

… no es indiferente que un individuo llegue al análisis


por anhelo propio o lo haga porque otros lo llevaron;
que él mismo desee cambiar o sólo quieran ese cambio
sus allegados, las personas que lo aman o de quienes
debiera esperarse ese amor9.

Y aquí, la simpleza de la idea no impide leer que


ambas situaciones, la ideal y la que no lo es y ocurre
en ocasiones, son bien diferentes. ¿Es posible que
cuando se trate de un niño, la situación de la consulta
coincida con la situación ideal? ¿Cómo tratamos los
psicoanalistas esa diferencia, visto y considerando que
aunque la situación de la consulta no resulte la ideal,
no retrocedemos ante ella? ¿Cómo respondemos ante
tales casos?

9. Freud, Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de


homosexualidad femenina” (1920), en Obras Completas,
Amorrortu, Bs.As., varias ediciones, Vol. XVIII, p. 144.

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El influjo analítico

Más de veinte años después, en ocasión de la


redacción de las “Nuevas conferencias de introduc-
ción al psicoanálisis”, aquellas que Freud no pudo
pronunciar debido a sus dificultades de salud, retomó
el asunto desde otra perspectiva. En su Conferencia
34º, cuyo contenido no es orgánico sino más bien
fragmentario tal como anticipa su título –“Esclare-
cimientos, aplicaciones, orientaciones”– se verifica
una pequeña hiancia que permite al analista auto-
rizarse a intervenir con menos limitaciones en los
casos de las consultas por niños. Apoyándose en el
trabajo de muchos de sus seguidores (incluida proba-
blemente el de su propia hija), Freud asevera que
“el niño es un objeto muy favorable para la terapia
analítica; los éxitos son radicales y duraderos”1. Esta
afirmación podría ponerse en tensión con los enun-

1. Freud, Sigmund. “34ª conferencia. Esclarecimientos, aplica-


ciones, orientaciones” (1933 [1932]), en Obras Completas,
Amorrortu, Bs.As, varias ediciones, Vol. XXII, p. 137.

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ciados que revisamos anteriormente. ¿Cómo podría


ser el niño un objeto muy favorable para el análisis
si las condiciones en que es presentado al analista
no coinciden con la situación ideal que Freud
describía en 1920? Evidentemente, algo se modi-
ficó en sus concepciones referidas al asunto. Tengo
la impresión de que las mismas se reconsideraron
lo suficiente como para agregar a las líneas ante-
riores la siguiente cláusula: “Desde luego, es preciso
modificar en gran medida la técnica de tratamiento
elaborada para adultos”2.
Sabemos bien que Freud jamás se dedicó a desa-
rrollar tales modificaciones, las que permitirían
adaptar la técnica utilizada con los adultos para
abordar a los niños. A renglón seguido, en un párrafo
profusamente citado por los comentaristas, solo
se aplica a describir cuáles son las dificultades que
impiden utilizar la técnica sin tales modificaciones.
Sería redundante transcribir ese párrafo si no fuera
porque en él introduce un término lo suficiente-
mente ambiguo como para intentar aventurarse a
desarrollarlo. Aquí va:

Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del


adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho
los métodos de la asociación libre, y la transferencia

2. Ibídem.

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EL OTRO Y EL NIÑO

desempeña otro papel, puesto que los progenitores


reales siguen presentes. Las resistencias internas que
combatimos en el adulto están sustituidas en el niño,
las más de las veces, por dificultades externas. Cuando
los padres se erigen en portadores de la resistencia, a
menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y
por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño
algún influjo analítico sobre sus progenitores3.

Aquí reaparece la figura de ese tercero bajo la forma


de los padres y parientes de los niños-pacientes del
psicoanálisis. Además, la imagen del tratamiento por
encargo tendiente a satisfacer alguna necesidad de
ese tercero retorna con un formato nuevo, puesto
que dicho tercero puede encarnar la resistencia al
tratamiento y hacer peligrar el progreso del análisis si
el desarrollo del mismo no coincide con su solicitud
inicial –la misma que representaba la distancia con
la situación ideal para poner en marcha la dirección
del tratamiento analítico–. Aquí sin embargo Freud
se muestra optimista, o al menos más optimista que
cuando redactó el historial de la joven homosexual,
puesto que sugiere que el trabajo con el niño debe
aunarse con un influjo analítico sobre sus padres y
parientes. Esta indicación clínica resulta un tanto
enigmática puesto que ¿de qué se trata ese influjo

3. Ibídem. [Las itálicas son mías].

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PABLO PEUSNER

analítico que debe aunarse al análisis del niño?


Si ambas maniobras se aúnan, se unifican… ¿no
convendría acaso hablar del análisis con niños?
Demos un paso atrás y recordemos una sentencia
freudiana que abría su artículo en defensa de
Theodor Reik de 1926, titulado “¿Pueden los legos
ejercer el psicoanálisis?”: “La situación analítica no
es compatible con la presencia de terceros”4. Freud
se refería al papel del Estado y la justicia, pero ¿por
qué no podríamos encontrar allí una pista para
comprender el motivo subyacente en la indicación de
que, cuando se trata de un niño, conviene aunar su
tratamiento con el influjo analítico sobre sus padres
y parientes? ¿Acaso el asunto, sujeto, en cuestión no
los presenta capturados a todos ellos, si bien de dife-
rente manera?
Justifiquemos, al menos por el momento ya que
volveremos sobre el tema, el uso del verbo “aunar”
en el argumento freudiano. Nos queda entonces el
segundo problema: ¿qué significa el “influjo analí-
tico” que Freud propone como modo de trabajo con
los padres y parientes de un joven paciente?
Estamos lejos de la época en que Freud podría
asociar el influjo analítico con el magnetismo de

4. Freud, Sigmund. “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?


Diálogos con un juez imparcial” (1926), en Obras Completas,
Amorrortu, Bs.As., varias ediciones, Vol. XX, p. 173.

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EL OTRO Y EL NIÑO

Mesmer o la hipnosis de Charcot; y sabemos que fue


la noción de transferencia la que tomó el relevo del
problema permitiéndole enmarcar toda una serie de
fenómenos clínicos ligados a la presencia del analista
y a la dimensión afectiva que esta provocaba en los
pacientes sometidos al análisis. Ahora bien, por
fuerza se impone establecer qué modificaciones en
la técnica son requeridas para producir ese influjo
sobre los padres y parientes de los niños, evitando
que aquellos se conviertan en el soporte de las resis-
tencias al tratamiento. La idea podría reformularse
alegando que conviene producir algún efecto trans-
ferencial en los padres y parientes de nuestros niños
en análisis, condición freudiana para luego, en un
segundo tiempo, introducir la interpretación. Pero
lamentablemente Freud nos abandona aquí, aunque
dejando una brecha para continuar el trabajo y lograr
una técnica más apta para el tratamiento del sufri-
miento de los niños5.

5. Si bien es cierto que por lo general el uso freudiano de los


términos “influjo” e “influencia” estuvieron inicialmente
asociados a los problemas de la hipnosis, en su temprano artí-
culo de 1890 “Tratamiento psíquico [Tratamiento del alma]”
Freud escribió: “Las palabras son, sin duda, los principales
mediadores del influjo que un hombre pretende ejercer sobre
los otros; las palabras son buenos medios para provocar alte-
raciones anímicas en aquel a quien van dirigidas y por eso ya
no suena enigmático aseverar que el ensalmo de la palabra

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puede eliminar fenómenos patológicos, tanto más aquellos


que, a su vez, tienen su raíz en estados anímicos” [en Freud,
Sigmund. Obras Completas, Amorrortu editores, Vol. I, p.
123. (Las itálicas son mías)]. Evidentemente, Freud consi-
deraba que había algo más poderoso que la hipnosis…

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En el retorno a Freud está Lacan

Fue Jacques Lacan quien muy tempranamente


sostuvo que la clínica psicoanalítica con niños exige
del analista la mayor flexibilidad técnica1. Además, en
el mismo texto destacaba que a quienes desarrollan
esa práctica se les “solicitan sin cesar invenciones
técnicas e instrumentales”2. Aquí puede situarse el
paso siguiente a la idea freudiana de una adaptación
de la técnica, ya que la sugerencia de Lacan resuelve
bien el problema de las condiciones ideales para
recibir una demanda de análisis: lejos de suponer la
necesidad de una situación ideal para que el análisis
pueda lograr sus objetivos, queda del lado del analista
la capacidad de flexibilizar su posición, su quehacer
y su técnica, cualquiera sea el modo en que el caso

1. V. Lacan, Jacques. “Reglamento y doctrina de la comisión de


enseñanza” (1949), en Miller, Jacques-Alain, Escisión, Exco-
munión, Disolución, Ed. Manantial, Bs. As., 1987, p. 22
2. Ibídem.

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PABLO PEUSNER

se presente (excelente manera de reforzar la idea de


que las únicas resistencias son del analista…).
Lo cual, como alguna vez afirmó Lacan, nos
devuelve al punto de partida, o sea a “reinventar el
psicoanálisis”3. Esta consigna, retomada luego en su
intervención de clausura de las Jornadas de la EFP,
el 9 de julio de 1978, recae sobre el analista como
una obligación –obligación fastidiosa, alega en esa
oportunidad–. Podríamos incluso llevar más allá
estas palabras, afirmando que la reinvención del
psicoanálisis operada por cada analista en cada caso
y hasta en cada sesión, se convierte en una obliga-
ción ética de responder ante lo real con el que la
clínica lo confronta: un real imposible de apresar,
pero ante el cual no debe retroceder. No hay lugar
en este planteo para situación ideal alguna.
Ahora bien, volviendo a nuestra particular clínica
con niños, no debe confundirse ese real en juego
–real que podríamos calificar de analítico– con la
dependencia genérica o biológica en la que el niño
se encuentra capturado en la figura de sus padres
y parientes. La pista que ofrece Lacan al respecto
es temprana y data de 1950, cuando en su texto
escrito en colaboración con Michel Cénac afirmaba:

3. Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de


su poder” (1958), en Escritos 2, Siglo Veintiuno editores,
Bs.As., 1984, p. 572.

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EL OTRO Y EL NIÑO

“que esa dependencia pueda presentarse como


significante en el individuo en un estadio increí-
blemente precoz de su desarrollo [o sea, siendo
apenas un niño], no es este un hecho ante el cual el
psicoanalista deba retroceder”4. Y esa dependencia
significante que debe diferenciarse bien de la obvia
dependencia genérica, es la que puede tensarse en
el análisis con niños –he aquí algo frente a lo que
el analista no debe retroceder, anunciado mucho
antes de la célebre invitación a no retroceder ante
la psicosis–. De ese asunto, sujeto, participan tanto
el niño como sus padres y parientes; y por más que
cada actor enuncie sus decires desde una particular
posición subjetiva y con los medios de expresión
propios de su nivel etario (hablando, jugando,
dibujando, etc.), conviene –como recomendaba
Freud– aunar ese texto para someterlo al análisis.
Ese texto dará cuenta de lo que se encuentra siempre
en el mismo lugar o, para decirlo modalmente, de lo
imposible: declinaciones de lo real introducidas por
lo simbólico, donde la repetición toma por función
la búsqueda del goce5. Cierta insistencia está en

4. Lacan, Jacques y Cénac, Michel. “Introducción teórica a


las funciones del psicoanálisis en criminología” (1950), en
Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, Bs.As., 1984, p. 128.
5. V. Lacan, Jacques. El seminario, libro 17, El reverso del psicoa-
nálisis. Paidós, Bs.As., varias ediciones, p. 48.

31
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PABLO PEUSNER

el núcleo de lo podría considerarse como motivo


de consulta cuando se trata de niños, aunque la
demanda y la queja se presenten tercerizadas por los
padres y parientes. Pero además, ese carácter repe-
titivo deja suponer una causa que escapa al saber
organizado por la cadena del significante dispo-
nible para los padres y parientes: según los casos,
en ese punto se manifiestan impotentes, incapaces
o angustiados; pero también enojados, insatisfe-
chos o decepcionados, ya que ese hijo no coincide
(por exceso, por defecto o ambas cosas) con lo que
de él se esperaba. He aquí un matiz novedoso para
reflexionar acerca de la desproporción estructural
que introduce el lenguaje entre los seres hablantes,
y hasta podríamos arriesgar la hipótesis de que un
hijo, siempre y en todos los casos, es más, es menos
o es diferente de lo que se esperaba. El texto que
presentan los padres y parientes que consultan por
un niño es rico en muestras de esa desproporción,
y el síntoma referido es aquello que mejor la repre-
senta6. Claro está que cuando consultan por un
síntoma somático, siempre resulta posible pensar
que se trata de algo que solo le ocurre al niño, igno-
rando que ellos también participan del asunto.
Aquí, otra vez Lacan es nuestro guía, al advertirnos

6. Un fragmento de este párrafo es el mismo que escribí en el


Prefacio. No encontré mejor manera de transmitir la idea.

32
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

que “El síntoma somático le ofrece a este descono-


cimiento [que es presentado en el texto de los padres
y parientes, agregamos nosotros] el máximo de
garantías…”7. El analista que descuida esta indica-
ción se erige en agente de la resistencia. No se trata
de alejar aquello de lo que el niño sufre –por más
localizado en su cuerpo que estuviera–, del texto
con el que sus padres y parientes lo presentan. Y no
nos enfrentamos aquí con un intento de engaño o
mala voluntad de los consultantes, sino más bien
con un posicionamiento fuertemente ideológico y
contemporáneo.
Hace ya mucho tiempo que nuestro Occidente
viene atravesando un paulatino proceso de indivi-
dualización del sujeto. Para dar una idea sencilla de
éste, digamos que se trata de una tendencia en hacer
coincidir al sujeto con una persona. Ahora bien,
este término “persona”, tiene una larga tradición
iniciada en el teatro griego clásico, si bien el acmé
de su desarrollo y, por lo tanto, el punto de mayor
problematización por las paradojas que produjo, fue
en el campo del derecho: había que decidir en qué
ocasiones se estaba ante una persona, puesto que
solamente las personas son sujetos de derecho. Al
parecer, el hecho de tener un cuerpo no alcanza para

7. Lacan, Jacques. “Dos notas sobre el niño” (1969), en Inter-


venciones y textos 2, Manantial, Bs.As., 1988, p. 56.

33
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

constituirse como persona –al menos, en el campo


jurídico8–.
Sin entrar en sesudas reflexiones de teoría jurí-
dica ni de filosofía política, algo de esto se filtra en el
psicoanálisis. La idea con la que nos encontramos en
el consultorio es muy lineal, y podríamos reducirla
a una breve fórmula: “Mi hijo tiene un síntoma en
el cuerpo, su cuerpo es discreto, él constituye una
persona, y nosotros no tenemos nada que ver con
eso” –obviamente, estoy exagerando un poco, pero
no es más que un recurso para lograr mayor visi-
bilidad–. También hay que reconocer que existen
otras posiciones, ya que hay padres y parientes que
insisten en contarnos ciertas historias de la familia,
o que elaboran teorías e hipótesis causales a partir
de ciertos acontecimientos puntuales del derrotero
familiar, escolar o social del niño. Una muerte en la
familia, un divorcio parental, una nueva pareja de
alguno de sus padres o el nacimiento de un hermano
pueden invocarse aquí tanto como un aplazo en
la escuela, una mala nota, un accidente de cual-

8. El tema es sumamente complejo y aquí apenas lo esbozo. No


obstante, puede profundizarse a partir de la lectura de Espó-
sito, Roberto. Tercera persona. Política de la vida y filosofía de
lo impersonal (2007). Amorrortu, Bs.As., 2009. Una defini-
ción que Espósito utiliza como marco para abrir su reflexión
sobre el asunto, dice: “Persona es aquello que en el cuerpo
es más que el cuerpo”. Óp. cit. p. 23.

34
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

quier tipo, un cumpleaños al que no fuera invitado,


un primer amor y tantos otros… En ocasiones nos
sorprende que alguno de ellos invoque una figura
familiar desaparecida incluso antes del nacimiento
del niño, puesto que este último comparte con aquél
algún rasgo de carácter, se le parece físicamente, o
se enfermaba de lo mismo…
Quizás el lector se pregunte hacia dónde voy con
todo esto. Y no es mi deseo hacerlo esperar más
para descubrir mis cartas. ¿Acaso en estos plan-
teos no se pone en tensión el binario continuidad/
discontinuidad, tantas veces evocado en el psicoaná-
lisis lacaniano? Desde una perspectiva biológica, los
cuerpos que padecen síntomas son discretos, y los
significantes en los que se tensa el asunto, el sujeto
y el discurso también lo son. Sin embargo, muy
tempranamente, en 1938, Lacan afirmaba que “la
familia instaura una continuidad psíquica entre las
generaciones cuya causalidad es de orden mental”9.
Despejemos la cita. Llama la atención el signi-
ficante “orden mental”. Podemos atribuirlo a lo
temprano del texto; sin embargo, si utilizamos el
carácter opositivo y diferencial para establecerlo,
ese orden mental debe leerse en oposición con el
“orden biológico”. Se trata aquí de despegarse de
la idea de una transmisión por herencia biológica.

9. Lacan, Jacques. La familia. Ed. Axis, Rosario, 1975, p.8.

35
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Lacan se inclina por el término “herencia social”,


reafirmando que la noción de familia en psicoaná-
lisis responde a la idea de una institución, a la que
finalmente llamará “complejo”. Si bien a esa altura
no contaba con la teoría del significante que elabo-
rará más tarde, no suena forzado suponer que la
continuidad que califica de “psíquica” se estable-
cerá a partir de las cadenas significantes que porten
el asunto familiar, también denominado “constela-
ción familiar”. Ahora bien, ¿pueden esos elementos
discretos, discontinuos, instaurar una continuidad?
No respondamos por ahora, solo para no aplastar
el problema y poder continuar reflexionando sobre
el mismo.

36
Akoglaniz
El síntoma del niño como respuesta

En 1969, en su “Nota sobre el niño”, Lacan pare-


ciera retomar este punto. La cita es harto conocida,
pero conviene detenerse un poco en su construcción
francesa, ya que solo así adviene alguna luz sobre lo
que ya conocemos. Afirma:

En la concepción que de él elabora Jacques Lacan,


el síntoma del niño está en posición de responder a
[répondre à] lo que hay de sintomático en la estruc-
tura familiar1.

¿Qué quiere decir que ese síntoma del niño


responde? En buen español, la idea sería algo así como

1. Lacan, Jacques. “Dos notas sobre el niño” (1969), en Inter-


venciones y textos 2, Manantial, Bs.As. 1988, p.55. Para los
desarrollos acerca de la versión francesa, sigo la “Note sur
l’enfant” incluida en Autres écrits, Seuil, Paris, 2001, p. 373.
Conservo los títulos originales a pesar de la diferencia entre
“Nota…” y “Dos notas…”, problema que no afecta en nada
la lectura que realizaremos del texto.

37
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

que lo sintomático de la estructura familiar plan-


tearía cierta cuestión o pregunta, a la que el síntoma
del niño responde. Esta formulación me resulta algo
imprecisa. Pero con Lacan y tratándose de un breve
escrito, conviene dudar de los primeros efectos de
sentido al leerla y sumergirse un poco en la lengua
francesa en la búsqueda de mayor precisión.
Aparte de la lógica de pregunta/respuesta, el
francés ofrece otros matices que no son muy lejanos
a los que podrían hallarse en español, a condición
de desarrollarlos más.
El diccionario Grand Robert de la lengua francesa
extiende el uso del término a ‘defenderse verbal-
mente, oponerse, replicar, recriminar’, y llama la
atención el ejemplo: “Un niño que responde a su
padre…”2. Aquí surge un matiz ligeramente distinto
si reemplazamos el verbo en la cita de Lacan: el
síntoma del niño se opone, es un modo de defensa,
constituye una réplica y recriminación ante lo sinto-
mático de la estructura familiar, y por lo tanto no
surge en el vacío, necesita de eso Otro –que Lacan,
algo enigmáticamente denomina “lo sintomático de
la estructura familiar”– para surgir.
Pero además, en el segundo grupo de definiciones,
también quiere decir ‘oponer una respuesta, una

2. Dictionnaire Grand Robert de la langue française, édition en


CD-Rom.

38
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

defensa, contraatacar, refutar’3. La idea se modi-


fica levemente y se clarifica: lo sintomático de la
estructura familiar ataca al niño y este se defiende,
contraataca y refuta, con su síntoma. Hay algo en
el lenguaje del Otro que lo afecta de un modo espe-
cial que Lacan designa como “impregnación por el
lenguaje”4.
Articulando estas precisiones con la cita de Lacan
observamos en todos los casos que ese síntoma del
niño es segundo, al menos, lógicamente. Y que no
puede comprenderse su función, su utilidad, por
fuera del estudio y el establecimiento de lo sintomá-
tico a lo que responde. Esto exige un trabajo con los
padres y parientes, el que debe realizarse bajo trans-
ferencia –Freud decía bajo “influjo analítico”–, a los
fines de restituir5 la historia de las generaciones con
las que el síntoma del niño está en continuidad.

3. Ibídem.
4. Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”
(1975), en Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs.As., 1988,
p.124.
5. Véase, “La función de la restitución de la historia”, en
Peusner, Pablo, El dispositivo de presencia de padres y parientes
en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, Letra Viva-
Textos urgentes, Bs.As., 2010, cap. III, p. 87 y ss.

39
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

40
Akoglaniz
La respuesta
por el inconsciente real

En su libro titulado Lacan, el inconsciente rein-


ventado, Colette Soler reafirma que este modo de
recibir el discurso “no es un aprendizaje. Es una
impregnación (…). El término excluye el dominio,
la apropiación activa, la discriminación”1. Lo sinto-
mático de la estructura familiar forma parte del
discurso: no se trata tan solo de un acontecimiento
–traumático o no, según los casos–, sino que está ya
presente en la propia estructura del lenguaje, esa que
el niño recibe del Otro y de la que no puede escaparse,
aunque sí pueda ante ella reaccionar, defenderse y
contraatacarla con un síntoma. Esta lectura llama
la atención acerca de una particularidad del proceso
mediante el cual el niño es apresado por el lenguaje:
además de las palabras y del discurso, dicha impreg-
nación se realiza a través de lo que Lacan llamó “el
agua del lenguaje”. Cito:

1. Soler, Colette. Lacan, l’inconscient réinventé. PUF, Paris, 2009,


p. 33. [Traducción personal].

41
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

El hecho de que un niño diga quizá, todavía no, antes


de que sea capaz de construir verdaderamente una
frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atra-
viesa, a través de la cual el agua del lenguaje llega a
dejar algo tras su paso, algunos detritos con los que
jugará (…). Gracias a esto hará la coalescencia, por
así decirlo, de esa realidad sexual y del lenguaje2.

Aquí, la idea del agua del lenguaje repone la


continuidad y da entrada a lalengua. Esos detritos
testimonian de lo real fuera de sentido, de lo que
el niño ha escuchado/entendido3, restos sonoros
surgidos de “el laleo, la melodía, el ruido de los sonidos
desprovistos de sentido pero no de presencia, los que
operan antes del almohadillado del lenguaje”4. Restos
discretos que surgen de la continuidad de lalengua,
y que complejizan aún más el uso del binario conti-
nuidad/discontinuidad en el psicoanálisis lacaniano.
Aquí no hay nada pre-verbal, aunque sí pre-sintác-
tico. Y como afirma Colette Soler, “la canción –o aún
mejor, la melodía– de los padres y parientes no es el

2. Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”.


Óp. Cit. p. 129.
3. Desde aquí utilizaré esta forma como posible traducción del
verbo francés entendre que Lacan usaba profusamente en la
época, y que condensa los valores de dos verbos en español:
escuchar y entender.
4. Soler, Colette. Lacan, l’inconscient réinventé. Óp. Cit. p. 34.

42
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

mensaje del Otro, y lo excede así como el incons-


ciente-lalengua excede al inconsciente-lenguaje”5.
El encuentro entre estos sonidos que provienen del
Otro y lo que el niño escucha/entiende desde su más
temprana edad, se produce al capricho de contin-
gencias irreductibles. Y para decirlo casi todo: “Hay
también una tyché de la forma de escuchar/entender,
que limita mucho la responsabilidad de los padres y
parientes ante sus niños”6. Deduzco aquí dos líneas
para reflexionar sobre el tema: en primer lugar, es
imposible programar ese encuentro ya que no hay
modo de saber qué es lo que niño escuchará/enten-
derá de ese flujo sonoro. No hay modo de formatear
a un niño, ni su síntoma. Y, segundo, puesto que
el cuerpo queda comprometido de cierta manera
en ese encuentro, de allí al síntoma solo tenemos
un paso. Así toma lugar esa coalescencia de la que
hablaba Lacan entre la realidad sexual y el síntoma.
Nos queda como resto una pregunta: ¿qué hay aquí
del goce en juego de uno y otro lado?
Partamos de una idea sencilla: lalengua es obscena
porque lleva las huellas, las marcas, de los goces
del Otro, ante las que el niño se enfrentará a pesar
de su carácter enigmático y de sus efectos imposi-
bles de anticipar. Cito a Colette Soler: “Desde el

5. Ibíd. p. 35.
6. Ibídem.

43
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

origen, el lenguaje implica para cada hablante un


lazo con el Otro (…), un lazo que hunde sus raíces
en un baño de obscenidad singular (…). Sin duda
es esto lo que justifica que Lacan hable de una rela-
ción sexual entre las generaciones7, la cual, como se ve,
no es el acto incestuoso sino otra cosa”8 –esta afir-
mación, sumamente clara por cierto, termina con
numerosas interpretaciones bizarras de la frase de
Lacan, a la vez que aporta una indicación clínica
acerca de qué buscar durante las entrevistas con los
padres y parientes de nuestros pacientes-niños: no
se trata solamente de seguir los acontecimientos
que el discurso parental puede aportar a través de
cierta lógica discursiva, sino también de escuchar los
sonidos, los ritmos y las acentuaciones que durante
el relato puedan hacerse presentes–.

7. V. la sesión del 15 de marzo de 1977 del Seminario de Jacques


Lacan titulado L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre,
1976-1977, (inédito).
8. Soler, Colette. Lacan, l’inconscient réinventé. Óp. Cit. p. 38.

44
Akoglaniz
Analizantes analfabetos

Llevando su apuesta de lectura lo más lejos


posible, Colette Soler se pregunta por la posibilidad
del análisis para esos analfabetos que son los niños.
El propio Freud dejaba notar algunos prejuicios de
tipo evolutivos a la hora de pensar en un psicoaná-
lisis para los niños, en el que encontró lugar muy
rápidamente cierta clínica educativa y, años más
tarde, toda una rama de la psicología calificada de
“educacional”.
Ahora bien, si el síntoma es siempre analfabeto
en tanto ignora las reglas de la escritura ortográfica
y de la sintaxis… “nuestros analizantes, ¿son otra
cosa que analfabetos?”1. De este modo desaparece
toda una serie de preocupaciones que los analistas
podrían tener acerca de la pertinencia de someter al
análisis a los niños pequeños y a las personas poco
instruidas –esas que en las instituciones de asistencia

1. Soler, Colette, Lacan, l’inconscient réinventé. Óp. Cit. p. 10.

45
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

suelen calificarse de “caños”–. ¿Cómo transformar


esta idea en una orientación clínica, en una refe-
rencia que permita dirigir la cura de un niño o de
un adulto?
Colette Soler resume el problema y sugiere la
respuesta:

Concluyo: analizar es buscar lo analfabeto. No es lo


mismo que decir “buscar lo infantil”, puesto que la
tesis no implica que el niño sea infantil; al contrario,
está más cerca de lo real (…). Entonces: <se trata
de > conducir al sujeto hasta su punto de analfabe-
tismo. Y escriban analfabetismo [analphabêtisme] con
acento circunflejo para no olvidar que el significante
es tonto [bête], lo que quiere decir fuera de sentido
y contingente2.

El juego de palabras es notable, puesto que la


inclusión del acento circunflejo introduce la tontería
del significante3 en el analfabetismo. Considero

2. Ibídem.
3. Acerca de la tontería del significante, véanse las primeras
cuatro clases del seminario Aún. Dejo constancia que en
la edición española del seminario publicada por Paidós,
el término bêtise [tontería] fue increíblemente traducido
por ‘necedad’, haciéndonos perder a los lectores de habla
hispana uno de los más importantes matices de la elabora-
ción de Lacan.

46
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

valiosos estos aportes acerca del inconsciente real


como punto de partida para una reflexión que
intente iluminar aspectos de la clínica psicoanalí-
tica lacaniana con niños. La intervención analítica
que puede operar sobre esta estructura analfabeta
del síntoma es el corte, puesto que, como afirmaba
Lacan, “lo que el analista dice es corte, o sea participa
de la escritura por lo que equivoca de la ortografía”4.
Y aquí, una vez más, Lacan nos devuelve la respon-
sabilidad en otra figura del deseo del analista: la
lectura.

Es muy evidente sin embargo que, en el discurso analí-


tico, no se trata más que de eso, de lo que se lee, de
lo que se lee más allá de lo que ustedes han incitado
al sujeto a decir [o a jugar, o a dibujar –agrego yo–]
(…) que no es tanto decir todo como decir [jugar o
dibujar] cualquier cosa. Y llevé la cosa más lejos: no
vacilar, pues ésa es la regla, en decir [jugar o dibujar]
aquello cuya dimensión introduje este año como
siendo esencial al discurso analítico, en decir [jugar
o dibujar] tonterías5.

4. Lacan, Jacques. Le moment de conclure, 1977-1978 (inédito),


sesión del 20 de diciembre de 1977 [Traducción personal
a partir de la estenografía disponible en www.ecole-laca-
nienne.net/seminaireXXV.php].
5. Lacan, Jacques. Le séminaire, Livre XX, Encore. Seuil-Points

47
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Necesitamos de esa tontería como dimensión en


ejercicio del significante –y aquí parafraseo a Freud–,
para lograr unir el análisis de un niño con el influjo
analítico sobre sus padres y parientes. No hablamos
de la tontería de una persona, sino más bien de una
posición del sujeto. A continuación explicaremos
por qué.

Essais, 1975, p.38 [Traducción personal]. El lector podrá


comparar este párrafo con la traducción española –que me
parece insatisfactoria– en la página 38 de la edición publi-
cada por Paidós. A modo de ejemplo, dicha versión vuelca
el término betisê por ‘necedad’ en vez de ‘tontería’.

48
Akoglaniz
El analista que no retrocede
ante los niños: o tonto,
o desengañado del Otro

Hace algunos años, en ocasión de la apertura de


un seminario, realicé un extenso comentario de un
texto que quisiera retomar1. Dicho artículo formaba
parte de un pequeño volumen que recogía las actas
de unas Jornadas Nacionales organizadas por una
institución psicoanalítica. Ahora bien: el mismo
daba cuenta de unas palabras pronunciadas a modo
de conclusión a tales Jornadas, por lo que sospeché
en aquel momento que su autora sería una figura
representativa del colectivo que había participado en
ellas, tanto como que las había improvisado luego
de escuchar los numerosos trabajos que se habían
presentado. Su título es “A modo de conclusión en lo

1. Puede leerse aquel desarrollo en mi libro “Fundamentos de


la clínica psicoanalítica lacaniana con niños”, Letra Viva,
Bs.As., 1ª ed. 2006 y 2ª ed. 2011, p. 15 y ss.

49
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

referente a la presencia de los padres y la institución


en el psicoanálisis con niños” (en lo que respecta a
su autora, otra vez me amparo en el “¿Qué importa
quién habla”? de Beckett, retomado por Michel
Foucault). Los lectores tenaces encontrarán fácil-
mente el opúsculo en cuestión, pero aquí interesa
más lo que dicho texto representa en el contexto en
el que fue pronunciado (el que he intentado ubicar
mínimamente en las líneas anteriores).
El texto está conformado por trece párrafos,
siete de los cuales están dedicados al problema de
la presencia de padres en el psicoanálisis con niños
–los otros seis, a ciertas cuestiones del orden insti-
tucional–. Me interesa retomar los últimos dos
párrafos de los siete primeros, porque allí se hace
presente una posición que, además de técnica,
permite deducir una ética en cuestión. Los comen-
taré muy brevemente:

La presencia de los padres en el consultorio no


perturba nuestra escucha y alguna vez servirá para
apaciguar el goce insoportable que circula en la
familia.

El resto del párrafo es confuso, y ofrece una


lectura acerca de la existencia o no de relación sexual
entre las generaciones –tema que hemos ya despe-

50
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

jado, siguiendo algunas preciosas indicaciones de


Colette Soler–.
Que “la presencia de los padres en el consultorio
no perturba nuestra escucha…” es una afirmación
cierta, aunque… ¿por qué la perturbaría? –o, en todo
caso, ¿por qué la perturbaría más de lo que el muro
del lenguaje podría hacerlo?– La frase suena un poco
extraña, además, porque da la impresión de que esa
presencia fuera algo que, valga la redundancia, se
hace presente –digamos– per sé, sin la mediación
de alguna maniobra del analista para producirla. Y
sugerir que dicha presencia serviría para cierta cosa
solo “alguna vez”, nos obliga a preguntarnos qué
función cumple en todas las otras ocasiones en que
no encuentra aplicación.
El párrafo siguiente, dice:

Si bien contamos con esta “presencia” de los padres,


solo es posible el análisis de un niño si mantenemos
la escucha a él mismo separada de aquellos…

Me detengo primero en la idea de que “contamos


con esta presencia…”. ¿Contamos o la producimos?
El modo en el que está armada la frase sugiere que esa
presencia es algo inevitable, que está allí y, probable-
mente, muchos analistas no dudarían en calificarla
de “real”. Ahora bien, si esto está ahí, igualmente hay

51
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

que mantenerla separada, aislada, de lo que ocurra


en el trabajo de análisis con el niño. Es curioso el
pleonasmo que constituye la frase y que produce el
significante “la escucha a él mismo”. Hay allí un
refuerzo de cierta idea de mismidad: hay que escu-
charlo a él, mismo. ¿Y que pasa con lo Otro (o el
Otro) que habla en lo que se dice? Segundo: la condi-
ción lógica absoluta está presente en el “solo es
posible el análisis”… Pero entonces, ¿qué hacer con
la indicación freudiana de aunar el tratamiento del
niño con el influjo analítico –a través de la palabra
y la transferencia– sobre los padres y parientes? Si
uno siguiera al pie de la letra la indicación que se
deduce del texto que estoy comentando, para que
fuera posible el análisis con un niño ya no se trataría
de aunar sino de dividir, de fraccionar esos textos,
de separarlos convirtiéndolos en dos: uno para escu-
char (el del niño) y otro para desoír salvo alguna vez
–más allá de su presencia inevitable que lo convierte
en una especie de ruido de fondo–. Como puede veri-
ficarse, así se termina con el retorno a Freud.
Quisiera igualmente llevar la reflexión un poco
más lejos, porque no podría suponer que una posi-
ción tal surgiera de ignorancia alguna. Seguramente
hay alguna lógica teórica que justifica no seguir la
sugerencia freudiana de aunar los textos que surgen
en ambos espacios. Hemos ya recorrido los modos

52
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

en que el síntoma del niño responde (en sentidos


diversos) a lo sintomático de la estructura familiar,
lo que en definitiva, en tanto que lógica básica, porta
la estructura del significante: se trata de posiciones
opositivas y diferenciales –le ruego al lector que si ha
perdido el hilo de esta última frase, retome los valores
que el répondre à tiene en francés–. Pero, ¿y si acaso
ese síntoma no resultara una respuesta a otra cosa?
¿Y si se lo considerara causa sui o de origen consti-
tucional? Esta línea de pensamiento nos devuelve el
matiz de mismidad hallado en la construcción del
párrafo que revisábamos. Y, curiosamente, es una
idea de raigambre absolutamente kleiniana2. Si el
síntoma del niño no responde a otra cosa, si es de
origen constitucional –sin importar lo que eso quiera
decir–, entonces tal vez resulte apropiado desoír a los
padres y parientes, eliminarlos del consultorio, dejar
su discurso relegado a las urgencias y a los estallidos
afectivos con los que habitualmente invaden nues-
tros espacios de trabajo. En tales circunstancias tal

2. Recuerdo aquí un célebre párrafo en el que Melanie


Klein diagnostica la situación de uno de sus más cono-
cidos pacientes: “Había en el yo de Dick una incapacidad
completa, aparentemente constitucional, para tolerar la
angustia” [Klein, Melanie. “La importancia de la forma-
ción de símbolos en el desarrollo del yo” (1930), en Obras
Completas, Paidós, Bs.As., 1996, Volumen 1: Amor, culpa y
reparación, p. 228 (Las itálicas son mías)].

53
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

vez ese texto podría servirle al psicoanalista, pero tal


vez no, y así es que uno elegiría seguir jugando con
los trenes…

54
Akoglaniz
El dispositivo de presencia de
padres y parientes en la clínica
psicoanalítica lacaniana con niños,
otra vez…

Partimos de una idea sencilla: la presencia de los


padres y parientes en la clínica psicoanalítica laca-
niana con niños no debe considerarse como un real,
sino como un fenómeno producido por el psicoana-
lista a través de un acto consistente en la instalación
de un dispositivo1. Volveremos por un momento a
la definición canónica de este término, propuesta
por Michel Foucault en una entrevista concedida al
consejo de redacción de la revista Ornicar? y titu-
lada “El juego de Michel Foucault”2.

1. Hemos desarrollado las primeras intelecciones al respecto en


Peusner, Pablo. El dispositivo de presencia de padres y parientes
en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, Letra Viva-
Textos Urgentes, Bs.As., 2010. Lo que sigue son desarrollos
posteriores a las postulaciones volcadas en la obra citada.
2. Le jeu de Michel Foucault. En Ornicar? 10, Seuil, Paris,

55
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Foucault define al dispositivo como un conjunto


heterogéneo –sumamente heterogéneo, podríamos
afirmar– de cuyos elementos quisiera destacar solo
algunos, tal vez lo más pertinentes en la ocasión
de reflexionar sobre el dispositivo de presencia de
padres y parientes. Conviene señalar que no todos
los elementos ocupan el mismo lugar en la red que
compone al dispositivo. Fundamentalmente porque
solo algunos “serán planteados en una comunica-
ción inicial bajo la forma de consignas”3, aunque
el analista no los descuidará a la hora de considerar
su propia posición y de tomar decisiones que más
tarde podrían ser comunicadas. Lacan introduce al
respecto una idea que considero de suma impor-
tancia, al afirmar que cuando un analista comunica
las consignas tendientes a establecer la llamada

julio de 1977, p. 62 y ss. La misma fue luego recogida en


Foucault, Michel. Dits et écrits II, Gallimard, Paris, 2001,
p. 298 y ss. La definición dice que un dispositivo se trata de
“un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende
discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas,
decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas,
enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales,
filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivos
pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho. El disposi-
tivo es la red que puede establecerse entre estos elementos”.
[Traducción personal].
3. Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de
su poder” (1958), en Escritos 2, Óp. Cit. p. 566.

56
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

situación analítica –nombre genérico del dispositivo–


“puede sostenerse que hasta en las inflexiones de su
enunciado [esas consignas] servirán de vehículo a la
doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista en el
punto de consecuencia a que han llegado para él”4.
La frase es contundente: el tono de voz del analista,
sus vacilaciones y tropiezos verbales a la hora de
enunciar cómo organizará su dispositivo de trabajo
dejan entrever si duda o no del mismo, si lo ha estu-
diado, si conoce sus fundamentaciones teóricas y, por
sobre todo, hasta qué punto algún dispositivo analí-
tico ha producido consecuencias sobre él.

Un matiz de la relación entre el espacio y el tiempo

Comencemos reflexionando en torno a lo que


Foucault llama “instalaciones
instalaciones arquitectónicas, deci-
siones reglamentarias y medidas administrativas”.
Históricamente, los teóricos del psicoanálisis se
han ocupado de caracterizar el estilo que debía tener
un consultorio para recibir niños: fácilmente lavable,
con acceso a una canilla, pintado de colores claros,
etc. (no discutiremos estos parámetros aquí, puesto
que no son relevantes en función del dispositivo
de presencia de padres y parientes). Sin embargo,

4. Ibídem.

57
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

llamaré la atención del lector acerca de otro espacio


que resulta fundamental a la hora de pensar en el
dispositivo en cuestión: la sala de espera. Es posible
deducir una articulación entre la disponibilidad o
no de una sala de espera por parte de un psicoana-
lista que recibe niños, y su manera de considerar la
dimensión del tiempo, especialmente en lo referido
a la duración de la sesión analítica. Si un analista
cuenta con el espacio de la sala de espera, puede
instalar como condición que los padres y/o parientes
que acompañen al niño a la consulta permanezcan
allí durante la misma. De esta forma, al dar por
finalizada la sesión, el niño se reencuentra con su
acompañante y puede retirarse. Ahora bien, es un
hecho que muchos psicoanalistas no cuentan con
espacio para una sala de espera: reciben a los niños
en la puerta y combinan con sus acompañantes un
horario para que vuelvan a buscarlos. Este formato
compromete seriamente la noción de tiempo en
juego en la duración de la sesión, porque… ¿cómo
saber de antemano que la misma finalizará en el
momento preciso en que suene el timbre de quién
llega a retirar al pequeño paciente? En realidad, en
tales casos es el timbre el que da por finalizada la
sesión… ¿Y qué ocurre si acaso los encargados de
retirar al niño se retrasan, quién maneja la noción
de tiempo en un caso así?

58
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Lo que Foucault llama “instalaciones arquitec-


tónicas” resulta un componente fundamental del
dispositivo de presencia de padres y parientes, y su
valor se traduce en un primer nivel bajo la forma de
la sala de espera. Ahora bien, la cosa va un poco más
allá, porque incluso un analista que disponga de sala
de espera puede ceder ante el caso de que el acom-
pañante de un niño le solicite retirarse para realizar
alguna gestión que le permita aprovechar el tiempo
ocioso (pagar una cuenta, cargar nafta o tomar un
café, etc.). Ante una situación tal se trata de construir
una lógica de la sala de espera que si bien exige como
condición necesaria un espacio físico para instalarse,
también requiere de una consigna clara al respecto
(aquí aparece su matiz de “decisión reglamentaria”):
los padres, parientes o sucedáneos que acompañan
al niño a la sesión analítica deben permanecer en la
sala de espera si acaso el analista no quiere perder la
posibilidad de dirigir la cura en lo que respecta a la
variable-tiempo, representada en la duración de la
sesión. Para eso, el analista debe transmitir la idea
de que estar allí no conlleva la significación directa
de “perder el tiempo”, sino que esa temporalidad es
de carácter positivo e incide en forma directa en lo
que ocurre dentro del consultorio5.

5. Son frecuentes las asociaciones de los niños acerca de la


presencia de sus padres, madres y parientes en la sala de

59
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Es cierto que concluir la sesión antes de que pasen


a retirar a un niño (con o sin sala de espera) genera
un momento –digamos– incómodo, una situación
intermedia que no es una cosa ni la otra; y que
además se podría complicar mucho más aún si acaso
llegara el próximo paciente… Pero no es este el matiz
del problema que me interesa destacar aquí, ya que se
trata de una dificultad que podríamos denominar de
carácter práctico, y que se resolvería con los recursos
adecuados (sala de espera y una secretaria capaz de
ocuparse del niño serían suficientes). Lo verdadera-
mente importante al respecto es el modo en que el
psicoanalista cedería la dirección de una de las varia-
bles fundamentales de la cura, motivo suficiente para
ponerlo “en el banquillo”6.

espera. Incluso algunos deben salir a verificar que los mismos


permanecen allí, lo que a veces realizan manifiestamente o
también veladamente bajo la falsa solicitud de pasar al baño.
Todo este material es susceptible de incorporarse en el trabajo
del análisis.
6. Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios
de su poder”, Óp. Cit. p. 567: “Volveré a poner al analista
en el banquillo (…) para observar que está tanto menos
seguro de su acción cuanto que en ella está más intere-
sado en su ser”.

60
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

El problema de la frecuencia de los encuentros con


los padres y parientes

Pero nótese aquí un deslizamiento: partimos


–con Foucault y sus “instalaciones arquitectó-
nicas”– realizando un breve análisis del espacio en
juego en nuestro dispositivo de presencia de padres y
parientes en la clínica con niños. Muy rápidamente
dimos con la existencia de una rigurosa articulación
entre la concepción del espacio y del tiempo que se
nos tornó de vital importancia en nuestro quehacer
psicoanalítico. Y ya que hablamos del tiempo y que el
mismo es un factor relevante en la clínica, conviene
detenernos a reflexionar acerca del problema de la
frecuencia de nuestros encuentros con los padres y
parientes en el marco de nuestro dispositivo, deci-
sión reglamentaria, pero que también depende de
la posición teórica del psicoanalista. Me atrevo a
afirmar que resulta sencillo establecer la frecuencia
de las sesiones con nuestros pacientes-niños. Tal
vez la semanal sea la que más se repite, aunque en
ciertos casos debido a las dificultades presentadas
o a la premura de una solución pueda uno encon-
trarse con un paciente más de una vez por semana.
Pero… ¿y los padres y parientes?
Observemos el problema más de cerca, comen-
zando por lo que verifico como la práctica más

61
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

habitual: los encuentros “a pedido” de los padres


y parientes. Tales pedidos se producen cuando
ha ocurrido algún acontecimiento problemático,
por lo general asociado al motivo de consulta;
pero también en ocasión de un escándalo escolar,
un accidente y hasta un nuevo síntoma –la lista
podría ser interminable, y el lector seguramente
la completará según sus experiencias–. En tales
casos, uno tiene siempre la sensación de haber
llegado tarde. Es cierto que la lógica del significante
permite resignificar lo sucedido, leerlo, darle una
nueva significación. Pero, como suelen decirnos los
padres y parientes que nos invaden capturados por
el desborde afectivo producto de lo ocurrido, “eso
ya ocurrió”. Ahora bien, ¿por qué conformarnos
con uno solo de los dos valores temporales propios
del significante?
En 1957, Lacan afirmaba que “el significante por
su naturaleza anticipa siempre el sentido desple-
gando en cierto modo ante él mismo su dimensión”7.
¿Cómo introducir esta dimensión temporal del signi-
ficante en nuestro dispositivo?
Ambos valores asignados por Lacan a la dimen-
sión temporal del significante, no son otra cosa que
su relectura de un término caro a Freud: Nachträgli-

7. Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en el inconsciente o la


razón desde Freud” (1957), en Escritos 1, Óp. Cit. p. 482.

62
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

chkeit. Es cierto que el mercado lingüístico de los


psicoanalistas lacanianos tendió históricamente
a traducir ese término con el après-coup francés
o, directamente, mediante el sustantivo español
“posterioridad”8. Pero esa maniobra no es más que
una distorsión, que se genera por el desconocimiento
de lo que circula en el entre-lenguas sobre el que se
funda el psicoanálisis.
Detengámonos en el problema, ya que de su
estudio podríamos obtener elementos valiosos
para incorporar en nuestra lógica temporal del
dispositivo de presencia de padres y parientes, espe-
cíficamente en lo referido a la frecuencia de las
entrevistas con los mismos. Contamos con una
obra valiosísima para orientar nuestro trabajo: el
Diccionario de términos alemanes de Freud, de Luiz
Alberto Hanns9. No retendremos aquí sino lo más
importante para resolver el obstáculo, sin entrar en
consideraciones eruditas.
Hanns compara las connotaciones del adjetivo

8. Mientras escribía estas líneas he revisado numerosos


textos escritos por psicoanalistas a lo largo de los últimos
años que se ocupaban de esta cuestión. En la gran mayoría
de los mismos se afirma que la expresión après-coup es la
traducción francesa de aquello que Freud había designado
Nachträglichkeit.
9. Publicado en Buenos Aires por la editorial Lumen, en el año
2001.

63
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

nachträglich con el término español “posterioridad”


y afirma:

En español, “posterioridad” evoca la idea de un


distanciamiento temporal del sujeto respecto al
hecho: a partir de la distancia tomada, reconsidera
entonces el significado del evento.
(…) En alemán, nachträglich enfoca la permanencia
de una conexión entre el ahora y aquel momento,
manteniéndose ambos interligados. (…) Al traducirse
nachträglich por “posterioridad” se pierde la noción
de retorno al evento y la idea de permanencia del
evento, así como la referencia a un continuo proceso
elaborativo (…)10.

La idea que asoma en estas líneas es la de una


especie de puente temporal entre dos momentos.
Hanns concluye que “más que un esquematismo
univectorial, el término nachträglich apunta a una
actuación simultánea de dos vectores”11, el que inevi-
tablemente me veo forzado a graficar de la siguiente
manera:

10. Hanns, L.A. Óp. Cit. p. 367-368.


11. Ibíd. p. 372.

64
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

La célula elemental del grafo del deseo resulta útil


para ilustrar este nachträglich freudiano, a través de
los dos matices temporales del significante: antici-
pación y retroacción. Se trata entonces de suponer
en nuestro dispositivo el funcionamiento de ambos,
y es por eso que considero que la mejor manera de
ponerlos en acto es a través de una frecuencia fija de
entrevistas con los padres y parientes de nuestros
pacientes-niños.
La frecuencia fija –la misma que por regla general
utilizamos con cualquier otro tipo de paciente– es
una invitación a la puesta en marcha de la máquina
significante: esa donde se jugarán las partidas de la
rememoración y la repetición, donde se producirán
las rupturas de la continuidad efecto de los encuen-
tros fallidos con lo real; donde a su vez “se muestra
en ella que el orden del símbolo no puede ya conce-
birse como constituido por el hombre sino como

65
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

constituyéndolo”12. Hay una relación planteada


tempranamente por Lacan entre el automatismo de
la cadena significante y el despliegue del sujeto del
inconsciente:

Nuestra investigación nos ha llevado al punto de


reconocer que el automatismo de repetición (Wieder-
holungszwang) toma su principio en lo que hemos
llamado la insistencia de la cadena significante.
Esta noción, a su vez, la hemos puesto de mani-
fiesto como correlativa de la ex-sistencia (o sea: el
lugar excéntrico) donde debemos situar al sujeto del
inconsciente, si hemos de tomar en serio el descubri-
miento de Freud13.

La frecuencia fija invita a que la insistencia de la


cadena significante se manifieste en dicho automa-
tismo; aunque debe considerarse que el sujeto está y
no está allí, porque… ¿dónde podría estar si no, pero
qué significante podría darle consistencia? He allí la
justificación del uso del término ex-sistencia (escrito
así, con el guión). El significante determina al sujeto
pero no logra apresarlo del todo puesto que requiere
de otro significante para alcanzar dicha determina-

12. Lacan, Jacques. “El seminario sobre La Carta Robada” (1955),


en Escritos 1, Óp. Cit. p. 39.
13. Ibíd. p. 5.

66
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

ción. Y esto, como dice Lacan, “si hemos de tomar


en serio a Freud”…
El párrafo siguiente complementa la idea, aunque
conviene hacerle algunas modificaciones para tomar
posición acerca del uso del término sujet (en el
original). Intercalaré mi propuesta de lectura entre
corchetes, dentro de la cita:

La pluralidad de los sujetos [o sea, de las personas


que pueden tomar la palabra, por ejemplo, en el
análisis con un niño], naturalmente, no puede ser
una objeción para todos los que están avezados desde
hace tiempo en las perspectivas que resume nuestra
fórmula: el inconsciente es el discurso del Otro (…).
Lo que nos interesa hoy es la manera en que los sujetos
[asuntos] se relevan en su desplazamiento en el trans-
curso de la repetición intersubjetiva.
Veremos que su desplazamiento está determinado por
el lugar que viene a ocupar el puro significante (…)14.

Nótese aquí el valor otorgado por Lacan a lo


que llama “puro significante”: se trata del funcio-
namiento del sistema simbólico, el que determina
los desplazamientos del sujeto (asunto) del que
pueden hablar una pluralidad de personas. Inicial-
mente lo señala en Freud, específicamente en el

14. Ibíd. p. 10.

67
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

momento de introducir el Fort-Da, al que le adju-


dica el valor de “un ejemplo que aquí va a poner
al desnudo de manera deslumbrante la formali-
zación fundamental”15. Lo que sigue es conocido,
aunque conviene revisarlo, para desembocar junto
al lector en la construcción de la red 1-3, otro de
los grafos lacanianos (aunque menos célebre que el
archiconocido grafo del deseo).Tomémoslo como un
entretenimiento, juguemos un poco a seguir el desa-
rrollo de su construcción, puesto que dicha red se
sostiene de una lógica muy apta para dar razones de
cierto modo temporal en nuestro dispositivo.
Puesto que Lacan atribuyó la iniciativa a Freud y
su Fort-Da, pero también como ese juego se soporta
de una alternancia, de un binarismo que se convierte
en significante, el planteo comienza con una serie de
signos (+) y (–) que el lector podría construir a su
antojo, aunque aquí sigamos la serie propuesta en el
escrito para concluir en la red en cuestión. Se trata
de una serie que por fundarse tan solo en el carácter
opositivo y diferencial de sus términos –o sea, aquí ya
no importa si se trata de ausencia/presencia o de otra
cosa–, “permite demostrar cómo las más estrictas
determinaciones simbólicas se acomodan a una
sucesión de tiradas (…)”16. A continuación, sigue la

15. Ibid. p. 40.


16. Ibidem.

68
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

serie que propone Lacan (que, insisto, está producida


al azar), cuyos signos serán agrupados en grupos de
a tres, según las leyes que él mismo define:

La simetría de la constancia, anotada con un


número 1 y que corresponde a tres signos
iguales (+ + +) ó (– – –).

La simetría de la alternancia, anotada con un


número 3 y que corresponde a la secuencia que
encierra un signo entre dos de sus opuestos (+
– +) ó (– + –).

La disimetría revelada por el impar (que Lacan


nombra con el término inglés odd), anotada
con un número 2 y que corresponde a una
secuencia de dos signos iguales y un tercero
diferente (+ – –), (– + +), (+ + –) y (– – +).

Debemos a continuación agrupar los signos en


grupos de a tres, nombrando a cada tríada con el
número que le corresponde:

Serie + + + – + + – – + – …
1 2 3 2 2 2 2 3 …

Se construye de este modo una nueva serie, ahora


numérica, en la que aparecen “posibilidades e impo-

69
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

sibilidades de sucesión que la red siguiente resume”17


–se refiere a la red 1-3 que presenta a continua-
ción–:

Conviene aquí hacer una pausa para que el lector


que no había reparado en este grafo, lo observe y lo
lea cuidadosamente. Sin duda, lo más extraño es que
el número 2 ocupe dos lugares en la red, pero comen-
cemos por lo más sencillo –ya volveremos al 2–. Están
claros los bucles que se despliegan en torno del 1 y
del 3, puesto que luego de una serie de tres signos
iguales esta podría repetirse indefinidamente.
Ahora bien, si el 1 no se repite… ¿qué podría
advenir? Considerando que los valores de 1 coin-
ciden con la simetría de constancia (+ + +) ó (– – –),
existe una única posibilidad que es el 2, o sea una
disimetría, en dos de sus valores: (+ + –) ó (– – +).

17. Ibíd. p. 41.

70
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Algo similar ocurre luego del 3, puesto que si no se


repite, sólo podría conducir hacia la disimetría de un
2, en sus valores de (– + +) ó (+ – –). Hasta aquí, la
interpretación de la red 1-3 es sencilla y solo requiere
un poco de atención para no confundirse.
La disimetría que introduce el número 2 también
puede repetirse indefinidamente, aunque la curiosidad
de su funcionamiento aparece cuando se estudian los
posibles pasajes del 2 al 1 y al 3. Veámoslo primero
intuitivamente: si luego de un 1, el 2 se presenta un
número impar de veces puede conducir a un 3; en
cambio, solo si se presenta un número par de veces
puede conducir a un 1. Según el escrito…

… se puede comprobar que mientras dure una suce-


sión uniforme de 2 que empezó después de un 1, la
serie se acordará del rango par o impar de cada uno
de esos 2, puesto que de ese rango depende que esa
secuencia sólo pueda romperse por un 1 después
de un número par de 2, o por un 3 después de un
número impar18.

Es por eso que al número 2 que aparece en la


parte superior de la red 1-3 podríamos calificarlo de
“impar”, mientras que al que Lacan escribe en la zona
inferior de la misma podríamos calificarlo de “par”.

18. Ibíd. p. 42.

71
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Lo curioso aquí es la idea de que la serie recuerda y


lleva la cuenta de las iteraciones19. Con este sencillo
recurso –que Lacan extiende aún mucho más en su
desarrollo– se verifica que una estructura (incluso
haciendo caso omiso de su significado o, como
afirma el escrito “permaneciendo todavía totalmente
transparente a sus datos”20) hace aparecer “el nexo
esencial de la memoria con la ley”21.

19. En ocasión de pronunciar la clase de su segundo seminario


que dio origen al escrito de referencia, Lacan comparó el
funcionamiento de la serie simbólica con el de una supuesta
máquina combinatoria, o sea: una computadora. Consi-
derando que el planteo fue realizado en 1955 (¡el sistema
Windows fue creado recién en 1984!) podemos suponer
que Lacan se refería a la máquina combinatoria de Turing,
utilizada en la guerra para descifrar códigos enemigos. Lo
interesante es el modo en que ubicó cierto tipo de memoria
en dicha estructura de funcionamiento. Justamente por
tratarse de una máquina, no había ninguna posibilidad de
atribuirle función subjetiva alguna. Es así que Lacan prefiere
el término “rememoración” para diferenciar este tipo de
memoria simbólica de la memoria propia de la sustancia
viviente. Finalmente afirma que es con este tipo de fenó-
meno de rememoración que los analistas debemos vérnoslas
en el análisis. [V. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 2, El
Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, Paidós,
Bs.As., varias ediciones, p. 278].
20. Lacan, Jacques. “El seminario sobre La Carta Robada”, en
Escritos 1, Óp. Cit. p. 42.
21. Ibídem.

72
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

La red 1-3 muestra las leyes de funcionamiento


de un sistema simbólico que ha sido creado al azar.
Si el lector tuviera aún alguna duda de ello, podría
reiniciar todo el recorrido partiendo de una serie
propia y deduciendo el sistema leyes que la organiza:
encontraría en la misma la posibilidad de anticipar
recorridos y de deducir antecedentes, tanto como se
sorprendería de que la serie cuente las repeticiones
y las guarde en una especie de memoria, tal como
ocurre en la red 1-3.
El paso siguiente exige la cabal comprensión de
todo lo anterior, y su resultado final –que Lacan
llama “repartitorio”– es sencillamente notable:

Pero vamos a ver a la vez cómo se opacifica la deter-


minación simbólica al mismo tiempo que se revela la
naturaleza del significante, con sólo recombinar los
elementos de nuestra sintaxis, saltando un término
para aplicar a ese binario una relación cuadrática22.

Se trata a continuación de considerar nuestros


números tomados de a tres [(1) (2) (3)], aunque
para su análisis sólo se consideren los números
que figuran en los extremos –en el caso citado, lo
importante se reduciría a [(1) – (3)], ignorando el
término central–.

22. Ibídem.

73
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Lacan describe los casos, de la siguiente manera:

El caso α supone una simetría en cada uno de


sus extremos: [(1) – (1)], [(3) – (3)], [(1) –
(3)] y [(3) – (1)].

El caso γ es el que junta dos disimetrías y, por lo


tanto, solo asume el valor de [(2) – (2)].

El caso β es el que conecta una simetría con una


disimetría: [(1) – (2)], [(3) – (2)].

Finalmente, tenemos el caso δ que pone en rela-


ción una disimetría con una simetría: [(2)
– (1)], [(2) – (3)].

Puesto que esta distribución surge de la recom-


binación de los datos anteriores, no estamos ante
un caso en el que cuatro términos (representados
por las letras griegas) se encuentren en una estricta
igualdad de probabilidades combinatorias. La nueva
sintaxis en cuestión que regirá a la sucesión de las
letras griegas “determina posibilidades de distribu-
ción absolutamente disimétricas entre α y γ, por una
parte, β y δ por otra”23.
Antes de presentar el “repartitorio”, el lector debe
consentir que un término cualquiera puede suceder

23. Ibídem.

74
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

a cualquier otro –o sea: entre un primer tiempo y


un segundo tiempo, no habría restricciones y cabría
cualquier posibilidad–. Sin embargo:

… el tiempo tercero (…) está sometido a una ley de


exclusión que exige que a partir de una α o una γ no se
pueda obtener más que una α o una β, y que a partir de
una β o de una γ no se pueda obtener sino una γ o una
δ. Lo cual puede escribirse bajo la forma siguiente:

Donde los símbolos compatibles del 1º al 3er. tiempo


se responden según la compartimentación horizontal
que los divide en el repartitorio, mientras que su elec-
ción es indiferente en el 2º tiempo24.

Lacan fuerza un poco más aún su construcción


introduciendo el cuarto término de la serie a partir
de las tablas Ω y Ο (que permiten trabajar con cuatro
tiempos), pero nosotros lo abandonaremos aquí
puesto que para nuestros fines la referencia es por
demás suficiente…

24. Ibíd. p. 42-43.

75
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

La idea es sencilla: dado un sistema de oposiciones


mínimas creado al azar, es posible deducir las leyes
de su estructura operatoria. Pero también es posible
notar que el mismo sistema lleva la cuenta de sus repe-
ticiones y las guarda en algún tipo de memoria. Por
otra parte, un análisis fino del mismo permite anti-
cipar movimientos y deducir posiciones anteriores.
Lacan llega a afirmar que podría incluso servir para
“figurar un rudimento del recorrido subjetivo”25.
Creo que es justamente debido a esta propiedad de
la cadena simbólica que el psicoanálisis oferta una
frecuencia fija de trabajo26, respecto de la que casi
nadie se cuestiona, en un intento por desplegar al
máximo posible la red significante y la legalidad de
sus efectos. Así es que en dichos recorridos surgen

25. Ibíd. p. 44.


26. Soy consciente de que al afirmar esto finjo desconocer aque-
llos casos en que, por ejemplo, un analizante viaja a otra
ciudad (o incluso otro país) para encontrarse con su analista
y tiene varias sesiones por día durante un período limitado;
o el caso de aquellos que toman con frecuencia irregular,
con acuerdo de su analista. Seguro que existen otros casos
por el estilo. Pero, por regla general, intentamos instalar una
regularidad a partir de la frecuencia fija. Supongo que los
psicoanalistas que autorizan estos formatos diversos estarán
advertidos y compensarán la posible pérdida –si es que real-
mente existe– con alguna otra cosa. Personalmente, no tengo
experiencia al respecto y, por lo tanto, no tengo nada que
aportar al caso.

76
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

movimientos imposibles, ausencias que comienzan


a repetirse y repeticiones efectivas, anticipaciones
y resignificaciones… Pero además, el repartitorio
permite deducir movimientos previos al inmediata-
mente anterior, así como anticipar los movimientos
del tercer tiempo.
Hasta aquí un intento de justificación teórica
del criterio de la frecuencia fija en nuestro disposi-
tivo de presencia de padres y parientes en la clínica
con niños. Claro está que dicha frecuencia debe
responder a la lógica del caso por caso: en ocasiones
–e idealmente– coincidirá con la del paciente-niño
en cuestión, pero también puede ser distinta, a
condición de que sea aceptada por las partes (para
eso, se evaluarán las condiciones de posibilidad
representadas en factores tales como la distancia,
la disponibilidad de tiempo, el dinero, etc.). Dentro
de dicho esquema, el analista podrá citar a la pareja
parental o a cada uno de sus componentes por
separado27, pero también incluir a algún pariente

27. Suele ocurrir que alguno de los participantes del dispositivo


intente evitarse las entrevistas aduciendo que se analiza. Uno
siempre puede justificar su presencia en el hecho de que los
temas serán abordados de diferente manera en nuestro espacio
pero, en ocasiones, una solución sencilla consiste en señalar
que el tema a tratar versará sobre la posición de algún otro
pariente: por ejemplo, suelo sugerirle al padre del niño que lo
invito para hablar de la madre de aquel y viceversa –lo he hecho

77
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

que tenga algo que decir sobre el asunto (sujeto),


haciendo surgir de ese modo un texto que podría
incluso anticipar sucesos y significaciones diversas,
y que –siguiendo la indicación freudiana– debería
aunarse con el tratamiento del niño.

Hablemos de dinero…

En su ya clásico trabajo de 1913 titulado “Sobre la


iniciación del tratamiento”, Freud dedicó un consi-
derable espacio a reflexionar acerca de los problemas
que la circulación del dinero podría generar en la
relación del analista con su analizante.
En líneas generales podemos afirmar que el texto
plantea dos perspectivas que, si bien no son contra-
dictorias, podrían dar la idea de conducir a lugares
diversos. Por un lado está la que tal vez resulte la
más presente en esas páginas, y que se resume con
claridad en una línea: la práctica del psicoanálisis
es un medio de vida para el analista, es su trabajo,
del que obtiene el sustento para poder vivir. Aquí el
dinero es un valor de cambio que el analista recibe
por un servicio prestado, el que Freud mide más por
el tiempo dispensado al paciente que por la fuerza de

incluso en presencia del otro pariente dentro del consultorio–,


lo que habitualmente produce buenos resultados.

78
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

trabajo necesaria para asistir su caso. Tal vez se trate


del matiz, digamos, más capitalista de su argumento.
Pero además, el texto plantea otra idea (que Freud
retomará más tarde, en 1917)28 al afirmar que “en
la estima del dinero coparticipan poderosos factores
sexuales (…). El hombre de cultura trata los asuntos
de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales,
con igual duplicidad, mojigatería e hipocresía”29. Esta
otra cara, absolutamente psicoanalítica, deja suponer
que en la pretensión y el manejo de los honorarios
por parte del analista, tanto como en la posición
que ante los mismos adopte un paciente –en nuestro
caso, también sus padres y/o parientes–, puede leerse
algo de la posición libidinal y de sus relaciones con
la causa del deseo. Mucho se ha escrito al respecto,
casi siempre ilustrado con diversas situaciones de
orden clínico. Pero lo que nos interesa aquí es abrir
un espacio para reflexionar acerca del lugar del
dinero en nuestro dispositivo de presencia de padres
y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con
niños, y para eso conviene revisar también algunas
referencias de Lacan al asunto.

28. V. Freud, Sigmund. “Sobre la trasposiciones de la pulsión, en


particular del erotismo anal” (1917), en Obras Completas,
Óp. Cit. Vol. XVII, p. 113.
29. Freud, Sigmund. “Sobre la iniciación del tratamiento”
(1913), en Obras Completas, Óp. Cit. Vol. XII, p. 132.

79
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Las mismas son escuetas pero entre las mismas


se destaca una poco conocida, quizás por tratarse
de una intervención posterior a una presentación
realizada por otro analista durante el Congreso de la
Escuela Freudiana de París, el 21 de mayo de 1971,
nunca traducida al español. En dicha ocasión, Paul
Mathis presentó un trabajo titulado Remarques sur la
fonction de l’argent dans la technique analytique (“Seña-
lamientos acerca de la función del dinero en la técnica
analítica”)30. Lacan participó de la discusión poste-
rior, aportando especialmente dos puntuaciones que
considero centrales para utilizar como marco de una
reflexión posible en torno del problema. La primera de
ellas, concierne a la posición del analista: en lo refe-
rente al dinero, éste ejerce una profesión liberal. Lacan
extraerá consecuencias de dicha afirmación. Cito:

La profesión liberal está muy exactamente y única-


mente definida por lo que sigue: y es que está
instituida por un desconocimiento sistemático de la
función del dinero31.

¿Qué quiere decir que quienes ejercemos profe-


siones liberales desconocemos sistemáticamente

30. El texto de la intervención de Lacan fue publicado en Lettres


de l’École freudienne, 1972, nº 9, pp. 195-205.
31. Ibíd. p. 196. [Traducción personal]

80
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

la función del dinero? Luego de leer esta afirma-


ción, comenzamos a sospechar que en modo alguno
se trata de la función que aquel desempeña en
el mercado capitalista. Al parecer –y siguiendo la
premisa de Lacan– los psicoanalistas no intercam-
biamos un servicio por dinero aunque, según la cita,
lo desconocemos sistemáticamente.
Algunas páginas después, Lacan refuerza la idea,
pero da un paso más en la indicación puesto que ya
introdujo en su alocución el esquema de los cuatro
discursos. Vuelvo a citar:

Pienso que es totalmente imposible decir algo acerca


de la función del dinero sin preguntarse masiva-
mente en principio si el dinero está en el lugar mismo
del analista, si es identificable a ese objeto a, y si el
discurso del analista está especificado por este lugar
de arriba y a la izquierda que ocupa el analista32.

La pregunta por la función del dinero se convierte


en una pregunta por su posición en el discurso. No es
el amo ni el poderoso caballero que mueve a la maqui-
naria discursiva. Tampoco es el asunto (o sujeto) en
el lugar del agente como el supuesto discurso capi-
talista estipularía. Al asimilarlo al lugar del objeto
a en el discurso del psicoanalista, Lacan ofrece una

32. Ibíd. p. 205.

81
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

pista valiosa acerca de su función: la de dividir al


sujeto, haciéndolo interrogarse acerca de lo que está
dispuesto a pagar para acceder a su deseo…
Ahora bien, considerando una situación suma-
mente habitual, me pregunto: ¿desde qué posición
un psicoanalista que recibe telefónicamente una soli-
citud de turno para una entrevista por parte de los
padres de un niño, responde a la pregunta por sus
honorarios con un “lo hablamos personalmente”?
¿Qué supuesto teórico psicoanalítico, fundamenta
una respuesta tal? Alguna vez, alguien me dijo que
de esa manera intentaba “alojar” ese pedido, hacerle
un espacio transmitiendo la idea de que en primer
lugar no estaba el dinero sino el relato de la situa-
ción a poner en análisis33. No estoy tan seguro de
que las cosas sean realmente así y para problema-
tizar esta posición abordaré un ejemplo del propio

33. Por supuesto que dejo de lado los casos en que algún joven
analista me ha manifestado que le daba vergüenza informar
sus honorarios telefónicamente… Por otra parte, dicha
cláusula invita a la sospecha por parte del consultante,
quien con razón podría suponer que van a cobrarle según
lo que se vea de él: básicamente su actitud y su situación
económica (que el analista podría deducir de su vesti-
menta y de su aspecto, tanto como del relato de su estilo
de vida), lo que podría llevarlo a preparar su presentación
o a tergiversar algunos datos en el afán de ocultar su capa-
cidad económica.

82
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Freud, en una época en que estas primeras comuni-


caciones aún se realizaban por carta.
En 1921 el pastor Pfister le escribió a Freud en
nombre de una joven solicitándole análisis. Freud
le respondió, en una carta fechada el 20 de marzo
de 1921, en los siguientes términos:

Aceptaré gustoso a esa joven médica en análisis


personal, con la condición de que ella me abone los
cuarenta francos la hora que son en este momento
habituales, y permanezca el suficiente tiempo <en
Viena, puesto que la joven no residía en la ciudad>
como para que el análisis tenga alguna chance de
conducir a algún resultado, es decir de cuatro a seis
meses; menos, no valdría la pena34.

Freud no sabía el motivo de consulta de la joven


y ni siquiera le estaba escribiendo a ella. Supues-
tamente, era Pfister quien debía transmitirle su
respuesta. Sin embargo desde el inicio había ya fijado
sus honorarios y la condición de duración mínima
(supongo que eso se debía a que Freud acostum-

34. Carta citada en Anna G., Mon analyse avec le Professeur


Freud, Aubier, París, 2010, p.19 [Traducción personal].
Obra publicada bajo la dirección de Anna Koellreuter (nieta
de la paciente en cuestión, cuyo nombre real era Anna
Guggenbühl).

83
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

braba a trabajar con personas que se instalaban


en Viena por un tiempo sólo para analizarse con
él). Lo concreto es que no se le ocurrió proponerle
discutir las condiciones del análisis personalmente.
Pero entonces… ¿Freud desalojaba a sus pacientes
anunciando sus honorarios de una manera tan
–digamos– salvaje? Aquí, en este ejemplo y más que
nunca, el dinero aparece en el exacto lugar que Lacan
le supone en el discurso analítico. Entonces, ¿por
qué negarnos a informar los honorarios en ocasión
de un primer contacto?
Sostengamos esta pregunta un poco más y supon-
gamos una situación en que tal información hubiera
sido negada en favor de “alojar al paciente” y despla-
zada con el clásico “lo hablamos personalmente”.
En tal caso, podría ocurrir que luego de una extensa
primera entrevista en la que el analista puso de lo
suyo (tiempo y escucha, fundamentalmente), al
informar los honorarios la otra parte declarara que
no puede pagarlos –las itálicas se justifican puesto
que, visto y considerando que el analista en cues-
tión no anunció previamente a cuánto ascenderían…
¿por qué habría de aceptarse esa suma, sea la que
fuera?–. De este modo, aquel quedaría prácticamente
obligado a una negociación para no perder lo ya reali-
zado. Me pregunto entonces: en un caso tal, ¿quién
dirige las condiciones del dispositivo?

84
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Es notable de qué manera el hecho de no enun-


ciar los honorarios de entrada puede producir una
situación por demás incómoda en lo que seguirá.
Me inclino a pensar que informar los honorarios
desde el inicio –deberíamos reflexionar si conviene
hacerlo aún en los casos en que desde la otra parte
no se hubiera planteado la pregunta– facilita en
mucho las cosas. Transcribo a continuación el final
de un diálogo telefónico mantenido con el padre
de un niño que finalmente resultaría mi paciente
(previamente, él me había contado un poco el
motivo de consulta y habíamos acordado un horario
para encontrarnos), luego de haber respondido a su
pregunta acerca de cuáles serían mis honorarios:

“–Me parece que esa suma excede un poco mi presu-


puesto35.
–Lo comprendo perfectamente, pero son mis honorarios
para recibirlo junto a su mujer, escuchar los detalles de
la situación de su hijo y evaluar la posibilidad de iniciar
el tratamiento. Luego de eso, yo no tendría inconveniente
en que conversáramos sobre el tema y tal vez ajustar el
número.
–Bueno, siendo así, entonces nos vemos”.

35. Quisiera aquí destacar que no considero de la misma manera


que un consultante refiera que mis honorarios exceden su
presupuesto, a que estos le parecen caros…

85
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Aquí se verifica cierta incomodidad que los hono-


rarios producen en el consultante, a la vez que el
analista no cede su lugar (el hecho de mostrarse
dispuesto a un ajuste no atenta contra su posi-
ción en la dirección de lo que allí ocurrirá). En
tales ocasiones no dejo que la cifra final (ya ajus-
tada respecto de la inicial) sea estipulada por quien
consulta, sino que soy yo mismo quien la propone.
Es decir: no promuevo negociación alguna. Si la cifra
no resultara aceptada no se perdió nada puesto que
está asegurado el pago de la entrevista mantenida
–aunque luego no me hiciera cargo del tratamiento
en cuestión–36.
Recordemos también que Freud desaconsejaba
el tratamiento gratuito, en primer término, porque
ataca en forma directa el modo de sustento del psicoa-

36. Mención aparte merecen los analistas o dispositivos insti-


tucionales que ofrecen una primera entrevista sin cargo.
Sinceramente, no encuentro argumento teórico alguno para
sostener una iniciativa tal y supongo que se trata más bien de
una estrategia de marketing para atraer pacientes que podría
funcionar. No tengo experiencia alguna al respecto y por eso
no puedo sino confesar mi incapacidad de lograr justificarla
con elementos de la teoría freudo-lacaniana. Personalmente,
prefiero otros modelos de marketing: los que vehiculizan
algún modo de transmisión de la teoría que orienta nuestra
práctica, como los cursos, conferencias, publicación de artí-
culos y libros, etc.

86
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

nalista –incluso lo comparó con el tiempo perdido a


causa de un accidente traumático37–. Pero también
se ocupó de señalar cierto perjuicio para el paciente
mismo, presentándolo como un acrecentamiento
de las resistencias en sus diversas formas. Resulta
sorprendente leer en su texto que en casos de trata-
mientos gratuitos “la relación toda [entre analista
y paciente] se traslada fuera del mundo real…”38.
El dinero es presentado aquí como una especie de
anclaje que opera en contraposición de cierto fenó-
meno tendiente a equivocar el modo de vínculo
analítico, trasladándolo al terreno de la fantasía
favorecido por la transferencia. La lengua popular
conoce bien que ciertos servicios al otro admiten dos
condiciones excluyentes: o son por dinero, o son por
amor. Sin embargo existe una opción que empeora
las cosas y que consiste en suponer que el analista
obtiene de su función algún placer, goce o satisfac-
ción especial –lo que complica mucho más aún la
situación cuando se trata de niños–. Es por eso que
el manejo del dinero por parte del psicoanalista es un
tópico que merece reflexión, aunque personalmente
considero que por sí solo no alcanza para garantizar
que la relación no se torne ambigua o equívoca:

37. Freud. Sigmund. “Sobre la iniciación del tratamiento”, en


Obras Completas, Óp. Cit., Vol. XII, p. 133.
38. Ibíd. 134.

87
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

hace falta además un cierto dispositivo cuya direc-


ción dé cuenta de aquello que Lacan iluminó con sus
nociones de “deseo del psicoanalista” y “acto analí-
tico”. Ajustemos entonces nuestras puntuaciones al
dispositivo que hemos puesto en cuestión.

Recibir por primera vez en el consultorio a los


padres o parientes de quienes serán más tarde nues-
tros analizantes-niños puede depararnos un abanico
de situaciones que estamos lejos de poder calcular.
En lo que respecta a su posición respecto del dinero,
podríamos echar mano a una especie de clasificación
realizada por Lacan a lo largo de sus años de ense-
ñanza: avaros, ricos, pobres, jugadores o mendigos…
todo eso está estudiado, solo hace falta ubicar las
referencias y agruparlas, para dar con dicha taxo-
nomía. En cualquier caso, la condición para tomar
posición como analista en el dispositivo de presencia
de padres y parientes es sortear la lógica del mercado
capitalista, más o menos representada por consignas
tales como “el cliente siempre tiene la razón”, “satis-
facción garantizada o le devolvemos su dinero”, “el
tiempo es dinero” o “yo pago, yo exijo”. En el marco
de dicha lógica, a todas luces y como afirmara Lacan
alguna vez en una conferencia pronunciada en
Bruselas, “nuestra práctica es una estafa”39.

39. Lacan, Jacques. « Propos sur l’hysterie », Intervention de

88
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Recuerdo cierta ocasión en que, luego de inte-


rrumpir la sesión con un niño a poco de haberla
iniciado –pongamos, unos quince o veinte minutos–,
mientras desarrugaba billetes para abonarme los
honorarios, su padre me lanzó un… “¡Vos sí que
cobrás caro el minuto, eh!”. Allí retorna la lógica
capitalista (“el tiempo es dinero”), porque si divi-
dimos nuestros honorarios por la cantidad de
minutos dispensados a cierto analizante –lógica
bien freudiana por cierto–, ciertamente se trata de
una estafa. Justamente, tal vez por eso a muchos
analistas jóvenes les resulte difícil fijar honora-
rios respetables o les produzca vergüenza tomar
posición en asuntos de dinero: no pueden dejar de
pensarse en el mercado. Entonces, aquí hay una idea
–digamos– distinta a la de Freud: nuestros hono-
rarios no equivalen al valor de nuestro tiempo de
trabajo. La propuesta lacaniana apunta más bien
a suponer que el pago de los honorarios constituye
un acto que rubrica la disposición y el deseo de los
participantes a desprenderse de su sufrimiento y,
eventualmente, a enfrentar el riesgo de obtener su
dignidad como sujeto de deseo.

Jacques Lacan à Bruxelles (26 de febrero de 1977), publi-


cada originalmente en Quarto (Supplément belge à La lettre
mensuelle de l’École de la cause freudienne), 1981, n° 2, p.
5 [Traducción personal].

89
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

En el marco de nuestro dispositivo resulta claro


que quienes pagan los honorarios son los padres
y parientes. Pero… ¿y los niños? Es obvio que no
manejan dinero –aunque algunos de ellos entren al
consultorio con los billetes para abonar los honora-
rios, eso no deja de presentarse casi como una escena
de juego que, por supuesto, podemos leer. Lo reto-
maremos más adelante–.
Quisiera recuperar en este punto, otra idea de
Lacan. En su intervención a modo de respuesta a
Paul Mathis que hemos citado anteriormente, aporta
un señalamiento valioso al respecto:

Usted evocaba una de las modalidades de la educación


del niño, consistente en separar muy cuidadosa-
mente (…) el hecho de manipular dinero, de lo que
concierne a su deseo: según creo es un señalamiento
absolutamente limitado a la formación de los niños
de una cierta burguesía; por otra parte no me parece
tratarse de un estilo que sea universalmente conser-
vado. (…).
Sé que hay zonas sociales en que el niño aprende
pronto la manipulación y el valor del dinero. Es capaz
de saber muy pronto que el dinero no es simple-
mente algo que se recibe de una manera dosificada
por el deseo materno. Creo que actualmente, en zonas
sociales enteras, puede enunciarse otra ley. (…).

90
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

La separación del dominio de la formación del deseo


con el aparato del dinero, está muy localmente desig-
nada en la sociedad 40.

Acuerdo con la posición de Lacan: he visto niños


sorprendidos por la cifra que sus padres o parientes
me entregaban al finalizar nuestros encuentros.
Uno llegó a decirle a su madre: “¡Eh! ¿Todo eso le
pagás para que él juegue conmigo?”. Una niña de
diez años, luego de observar la escena del pago, me
preguntó: “Pero… ¿Vos jugarías gratis conmigo?”. En
otra ocasión, al recibir a un niño junto a su madre,
lo saludé con un cálido “Hola amigo”; su respuesta
fue lapidaria: “Mis amigos no cobran para estar
conmigo…”. Como el lector advertirá, estos niños
estaban perfectamente ubicados ante el valor de lo
que estaba circulando como dinero entre sus fami-
lias y su analista.
Es cierto que también se verifica la ocurrencia de
otro tipo de cesiones que, aunque no se vehiculizan
mediante el dinero, sí lo hacen a través de objetos
que están más al alcance de los niños.

40. Lacan, Jacques. Remarques sur la fonction de l’argent dans la


technique analytique (“Señalamientos acerca de la función
del dinero en la técnica analítica”). Op.cit. pp. 195-196.
[Traducción personal].

91
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Carla, de cinco años, jugaba conmigo con los


muñecos de la película Shrek. Era verano y ella
vestía un vestido cortito. De pronto un fuerte hedor
impregnó el consultorio. Como ella se arrastraba
sentada mientras jugaba, en determinado momento
le pregunté si acaso podía olerlo. Su primera
respuesta fue que había sido Shrek, el ogro. Pero
cuando se levantó pudimos ver que todo el piso del
consultorio estaba impregnado de caca, al igual que
su vestido… Cuando ambos caímos en la cuenta de
que eso provenía de ella, me dijo: “Es para vos”.
Todos los lunes antes de entrar en su sesión, Juan
merendaba con su madre en el bar situado en la
esquina de mi consultorio. Allí, junto con la merienda,
el mozo le regalaba unos cubanitos de chocolate que
–según me enteré luego a través de su madre– él jamás
comía aunque le gustaban mucho. Los guardaba todos
y me los traía: cada vez, al terminar la sesión y antes
de irse, él sacaba de su mochila los cubanitos y los
dejaba sobre la mesa del consultorio…
Otra niña, que cursaba el cuarto grado, llegaba
cada semana a su sesión con un dibujo, el que me
entregaba antes de comenzar nuestro encuentro,
aclarando que los había hecho para mí y que por
lo tanto yo no debía guardarlos en su “carpetita”.
Nunca, salvo en la que sería nuestra última sesión
anunciada previamente, había olvidado ese acto.

92
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Los gráficos eran diversos, pero en todos los casos


estábamos dibujados ambos y mi nombre aparecía
escrito en alguna parte de la hoja.
Carlos, de doce años, traía con frecuencia a las
sesiones una consola de juego Nintendo DS, cuyo
precio en el mercado es realmente alto. En cierta
ocasión me la entregó. Yo acepté el gesto y guardé el
objeto con cuidado. Pasaron algunos meses durante los
cuales en cada entrevista que mantenía con su madre
(su padre había desaparecido ya hacía un tiempo de
sus vidas), ella reclamaba que ese acto “no podía ser
tomado en serio” y que yo debía devolvérsela cuanto
antes. Mi única respuesta al respecto, era siempre la
misma: “Él me la dio, yo lo tomo en serio…”. Curio-
samente, Carlos nunca volvió a hablar de su DS, y
hasta parecía que la hubiera olvidado. Solo cuando
nos vimos por última vez –habíamos pautado con
anticipación ese final–, a modo de despedida, le hice
un regalo: una consola Nintendo DS, que él recibió y
agradeció con entusiasmo –ignorando por completo
que se trataba de la que alguna vez había sido suya–.
Y llegados a este punto, no puedo sino recordar
una frase de Lacan; cito: “no hay otro bien más que
el que puede servir para pagar el precio del acceso
al deseo”41…

41. Lacan, J. El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis. Ed.


Paidós, Bs. As., 1991, p. 382.

93
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Cada uno de estos breves relatos está atravesado


por una lógica similar: se trata de niños dispuestos a
ceder alguna cosa como modo de pago por su acceso a
una posición distinta. Ciertamente todos ellos sabían
que sus padres o parientes me pagaban honorarios
por recibirlos, pero aún así sintieron que debían
darme algo de aquello que estuviera a su alcance.
¿Por qué no tomar en serio esos pequeños actos? Sin
duda, revisten el carácter de lo que Lacan llamó “actos
ceremoniales”, a los que les dedicara unos párrafos
de la clase del 10 de enero de 1968, justamente en
el seminario El acto psicoanalítico. Estos tienen una
función que allí especifica como fundada en la “nece-
sidad de transmitir algo considerado como esencial
en el orden del significante. Que haya que transfe-
rirlo supone aparentemente que eso no se transfiere
por sí solo”42 –tal vez podríamos agregar aquí que
tampoco se transfiere a través de terceros, esos que en
nuestra clínica quedan representados por los padres
y parientes de nuestros analizantes niños–.
Tal vez lo más interesante acerca de este modo
de cesión, sea que no pueda considerarse que en
el mismo circula un valor de cambio cuyo objetivo

42. Lacan, J. Seminario XV, El acto psicoanalítico, sesión del 10


de enero de 1968, inédito. [Traducción personal a partir
de la estenografía disponible en http://www.ecole-laca-
nienne.net/stenos/seminaireXV/1968.01.10.pdf].

94
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

resultara el de abonar un servicio prestado. El propio


Freud afirmaba ya en 1917 que cierto interés narci-
sista originado en el erotismo anal y su producto
final (la caca), se transfiere más tarde hacia un
“interés por el regalo y luego por el dinero”43. Pero
estos actos ceremoniales de los niños no se presentan
tan claramente como un regalo, y no deberíamos
apresurarnos a asociarlos con la lógica del don –y
todo lo que de ese concepto se desprende en lo rela-
tivo al amor–. Creo más bien que su valor radica en
indicar una cesión por fuera de la lógica capitalista.
Un modo de cesión que es un pago distinto y que
no necesariamente supone amor, ni proporciona-
lidad alguna de las habituales que se ponen en juego
cuando circula el dinero. Tiendo a pensar que estos
actos de los niños complementan el valor del pago
propiamente dicho (en dinero), cuyos agentes son
los padres y parientes. Es por eso importante cuando
aparece, pero también es importante que aparezca.
¿Puede provocarlo el analista? Sería deseable. Veamos
un poco su estructura.
En la clínica psicoanalítica lacaniana con niños,
resulta difícil suponer ciertos postulados propios
de los que históricamente se han utilizado para

43. Freud, S “Sobre las trasposiciones de las pulsiones, en parti-


cular del erotismo anal” (1917), en Obras Completas, Óp.
Cit. Vol. XVII, p. 122. [Las itálicas son mías].

95
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

fundamental el valor del dinero en el psicoanálisis.


Ya hemos visto qué lugar conjetura Lacan para el
dinero en el discurso analítico, pero es realmente
difícil suponer ese modo de funcionamiento arti-
culado con un niño considerado como analizante
de pleno derecho. Por lo general, quienes resultan
aguijoneados por la posición sugerida por Lacan
para el dinero en el discurso analítico son sus padres
y parientes.
Recientemente, durante una supervisión, una
colega sensible a las cuestiones del dispositivo
de presencia de aquellos, me contó que luego de
informar sus honorarios, la madre de un analizante-
niño le dijo a éste delante suyo: “Apurate, curate
pronto, porque si no vamos a tener que hipotecar la
casa…”. Allí está presente esa presión que el dinero
ejerce, aunque muy localizada del lado de los otros
del niño. Las dos perspectivas habituales acerca
del uso y valor del dinero en la situación analítica
se hacen visibles: su valor como aquello que debe
perderse para acceder a una nueva posición ante el
deseo (perspectiva analítica), tanto como su valor
de cambio en el mercado que supone el pago por
un servicio (perspectiva capitalista). Sin embargo,
me inclino a pensar que ese pago realizado por los
padres y parientes de un niño es un acto que por
sí solo carece de validez y autoridad, y que debe ser

96
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

legitimado o autorizado por un acto del niño. Esta


lógica retoma la que el derecho romano depositaba
en la figura del auctor.
El auctor nombraba a quien intervenía origina-
riamente en la acción de alguien que, por el motivo
que fuera, no tenía la capacidad de realizar un acto
jurídicamente válido, confiriéndole el complemento
de validez que le era necesario44. Pero, en el caso que
nos ocupa, estoy utilizando su estructura aunque
invirtiendo su presentación habitual: en Roma era
el tutor quien pronunciaba la fórmula auctor fio,
proporcionándole a su pupilo la autoridad de la que
este carecía. Esta figura tenía una participación de
importancia en la vida jurídica romana, pero en todos
los casos “lo esencial es la idea de una relación entre
dos sujetos, en la que uno de ellos sirve de auctor al
otro”45. Y, justamente, como el acto del pago reali-
zado por los padres y parientes del niño se inscribe
en una zona mixta donde conviven la perspectiva
analítica y la capitalista, es el acto de cesión del niño
–que en modo alguno puede adscribirse a la lógica
del mercado– quien termina por autorizarlo como

44. Estos párrafos parafrasean los desarrollos que Giorgio


Agamben le dedicara a la figura del auctor en su cuarto capí-
tulo de Lo que queda de Auschwitz, Ed. Pre-Textos, Valencia,
2000, puntos 4.6 y ss.
45. Agamben, Giorgio. Op.cit, p. 156.

97
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

válido. Estos actos ceremoniales de nuestros anali-


zantes-niños, actos de cesión de goce, encuentran su
máximo desarrollo en la ocasión en que lo que se cede
es el síntoma, produciendo así el final terapéutico del
análisis con niños –lo que no quiere decir en modo
alguno que éste no pueda continuarse, luego de un
reposicionamiento de la demanda en juego46–.
Hemos analizado hasta aquí el caso ideal: aquel
en que los padres y parientes tomados en el disposi-
tivo que genera su presencia abonan los honorarios
–en principio, creyendo que pagan un servicio, pero
también aguijoneados por la posición del dinero en el
discurso analítico–; mientras, los niños ceden algo de
aquello a su alcance realizando un pago imposible de
ser situado en el mercado, en un acto que autoriza lo
que ocurre ante la presencia de sus padres y parientes.
Ahora bien, ¿y si estos, los que no son niños, deci-
dieran no pagar, escudándose en cuestiones cercanas
a las del cliente insatisfecho o, incluso, denunciando
nuestra práctica como una estafa?
Todos los que no hemos retrocedido ante el
encuentro clínico con un niño hemos atravesado
situaciones tales: una sesión caída que los padres
o parientes del niño se niegan a reconocer, una
suspensión de sesión hecha a la ligera (mediante

46. Dejo en este párrafo una puerta abierta para una futura
investigación…

98
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

un mensaje de texto, por ejemplo, con un motivo


anodino) que rechazan abonar por diversas causas,
y otras tantas que tienen similar estructura… Para
reflexionar acerca de estos casos se impone en
primer lugar una aclaración: es fundamental que
el analista las hubiera anticipado en ocasión de
instalar el dispositivo. La “situación analítica” –el
significante es de Lacan–, exige que el psicoanalista
exponga con claridad desde el inicio “las directivas
cuya presencia no podrían desconocerse, bajo el
pretexto de que el sujeto las aplicaría en el mejor de
los casos sin pensar en ellas”47. O sea: no podemos
suponer que estas directivas serían aplicadas espon-
táneamente por ningún padre o pariente de nuestros
analizantes-niños (y esto… ¡aunque se tratara de
psicoanalistas!). Debemos enunciarlas como parte
de las consignas tendientes a constituir nuestro
dispositivo de trabajo. Asumiendo que las mismas
fueron claramente planteadas y aceptadas, si acaso
en algún momento del recorrido resultaran olvidadas
o transgredidas conviene recordarlas como modo
de retomar la dirección del proceso de la cura. Sin
embargo puede ocurrir que en función del momento

47. Lacan, J. “La dirección del la cura y los principios de su


poder” (1958), en Escritos 2, Óp. Cit. p. 566. Retomar esta
cita, que he presentado anteriormente, se justifica puesto
que aquí está orientada hacia otro propósito.

99
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

especial del análisis ya no sean suscriptas por quienes


acercaron al niño a la experiencia…
Aquí el psicoanalista se enfrenta con uno de sus
fantasmas más temidos: ¿abandonará al niño porque
sus padres o parientes se niegan a desembolsar algo
de dinero? Hacerse esta pregunta es ya haber perdido
la claridad ante lo que se presenta. Suponer que el
problema radica solamente en los honorarios, es
desconocer que los mismos coinciden apenas con una
de las líneas de fuerza48 que componen el dispositivo.
Pero aquí se trata de tomarse en serio la consigna de
dirigir la cura: este significante –el que se ha convertido
en una especie de caballito de batalla de los analistas
lacanianos y que no podría estar ausente en ningún
escrito que se precie de tal– no debe perder jerarquía
en nuestro campo, puesto que en modo alguno es lo
mismo dirigir la cura que atender un paciente. ¿Qué
posibilidades habría de llevar adelante encuentros
con un niño en carácter de analista, mientras que
algunas de las líneas de fuerza del dispositivo son
dirigidas por sus padres o parientes? Otra vez, una
decisión ética: ¿es tarea del analista salvar a los niños?
Curiosa versión del furor sanandi, ante la cual el deseo
del psicoanalista vuelve a desorientarse.

48. V. Deleuze, G. “¿Qué es un dispositivo?” (1988), en Michel


Foucault, filósofo. Ed. Gedisa, Barcelona, 1990, especialmente
p.155-156.

100
Akoglaniz
Pequeñas muestras
de trabajo psicoanalítico

“Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freu-


diano” –decía Lacan en Caracas, en agosto de 19801,
resumiendo sobre el final de su enseñanza y de su vida,
la posición ética de su retorno a Freud–. En nuestro
caso, ante el problema que analizamos, sostener dicho
retorno supone trabajar en la línea de aunar ambas
posiciones: el análisis del niño con el influjo analítico
sobre sus padres y parientes. Para ello, voy a recurrir a
la clínica, fuente inagotable de problemas que mueven
la reflexión del psicoanalista.

Hernán tiene diez años. Llega a la consulta debido


a ciertos inconvenientes de rendimiento en la escuela
bilingüe a la que asiste (específicamente, en lo refe-

1. Lacan, Jacques. “El seminario de Caracas” (1980), en Miller,


Jacques-Alain, Escisión, Excomunión, Disolución. Óp. Cit. p.
264.

101
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

rente a la lengua extranjera), los que se suman a


su personalidad introvertida y poco comunicativa.
Luego de un par de encuentros, lo invito a dibujar
un poco. Él acepta gustoso, y le entrego los mate-
riales mínimos como para que se vuelque a la tarea:
una cartuchera con lápices y una hoja de papel.
Hernán solicita una regla. Al momento de disponer
de la misma, se dedica a medir la hoja con gran
dedicación. Su intención es trazar una línea recta
para dividirla en dos sectores exactamente iguales.
Dicha tarea le insume un tiempo algo extenso:
mide, borra, y finalmente pide ayuda para lograr la
mayor exactitud posible. Le pregunto a qué se debe
tanta preocupación por la medida y el responde que
“tiene que estar separada exactamente a la mitad”.
Además, me pregunta la hora constantemente: a qué
hora llegó, cuánto hace que está en el consultorio,
a qué hora se va, qué hora es… Una vez que el obje-
tivo está cumplido utiliza cada mitad para dibujar
una escena familiar: de un lado presenta una situa-
ción en la que se encuentran él, su madre, la pareja
de esta última y su medio hermano. Del otro grafica
algo muy similar, donde aparecen su padre y las dos
hijas de la mujer que es su pareja.
Si se contara tan solo con esta información,
llamarían la atención ciertos rasgos presentados
durante la tarea tanto como su resultado: la gran

102
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

preocupación –“obsesiva” dirían algunos– para que


la hoja fuera dividida a la mitad y por el transcurrir
del tiempo, ciertas particularidades del dibujo –por
ejemplo, la omisión de la pareja de su padre, cierta
presentación en espejo de las dos escenas, etc.–, el
enorme tiempo dedicado a la tarea… y cualquier
otra hipótesis que el lector quisiera proponer. No
obstante, así se pierde la idea de que su posición
responde a otra cosa. Y esta es la divisoria de aguas
que considero fundamental para establecer qué pers-
pectiva adopta el psicoanalista cuando se trata de un
niño: ¿se trata de una posición pura, propia, cons-
titucional del niño, sin participación del Otro o, en
cambio, es una respuesta, una defensa y un contra-
ataque a alguna Otra cosa que conviene establecer
para esclarecer la lectura y no concluir en inter-
pretaciones algo delirantes y brutales, producidas
arbitrariamente? –adjetivos todos que Lacan emplea
a menudo en su Seminario para calificar las inter-
venciones de Melanie Klein–.
Ahora bien, estas sesiones con Hernán se reali-
zaron luego de una serie de entrevistas a su padre y
a su madre. La primera fue con el padre, Marcelo,
quien solicitó el turno. A lo largo de la misma, su
texto estuvo dirigido a establecer la fundamental
diferencia entre su posición y la de la madre del niño.
Los primeros significantes fueron fuertes: “bulí-

103
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

mica”, “bipolar”, “hija de puta”, “mala persona”.


Aparentemente, al momento de conocerse ella venía
muy golpeada (incluso en sentido literal) por una
relación anterior con un hombre que resultó ser un
estafador casi profesional. Según afirmó, lo único
que a ella le interesaba era su carrera de contadora
pública, la que en los últimos tiempos había articu-
lado a la política: “Ella no postergó nunca nada, iba
a la Universidad con el bebé. Tenía un serio problema
de prioridades” –toda la posición quedó reducida a
una madre que quiso mucho a su hijo, pero que no
le prodigó ningún cuidado materno, lo que lo llevó a
afirmar que “yo hice de padre y de madre”–. Se sepa-
raron cuando Hernán cumplió dos años, aunque
ella intentó reconquistarlo durante casi seis meses.
Al momento de la consulta, si bien ella armó otra
pareja con la que tuvo un hijo, los niños están la
mayor parte del tiempo al cuidado de una niñera.
La relación entre ambos es muy mala, y ella lo ha
demandado judicialmente por una diferencia en el
importe de los alimentos que asciende a una suma de
dinero realmente muy elevada. El padre de Hernán
manifiesta no tener inconvenientes en encontrarse
con ella para alguna entrevista, aunque duda de que
ella piense lo mismo.
Liliana, la madre del muchacho, llegó a nuestro
primer encuentro luego de haberme investigado

104
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

por Internet –así lo declara casi de entrada, ya


que desconfiaba de un profesional elegido por su
ex marido–. Aparentemente, los resultados de su
pesquisa la tranquilizaron y aceptó presentarse para
una entrevista.
Reconoce que Marcelo es una persona muy cari-
ñosa, incluso físicamente, con Hernán. Pero muy
rápidamente aclara que “es excesivo”: “De lo que
yo le doy a Hernán, a él le parece que nada es sufi-
ciente y constantemente me agrede por eso. Él no
mide el daño que le hace al nene comportándose
así”. Refiere que luego de la separación padeció un
severo cuadro de depresión ante la conducta que
Marcelo comenzó a manifestar: “demostró ser un
ventajista y un mentiroso. Y con Hernán es avasa-
llador y lo invade constantemente”. Aparentemente,
según dice, el niño suele estar muy preocupado por
una posible pelea entre ambos cada vez que se ven, y
por eso Hernán trata de impedirles que hablen, ofre-
ciéndose como mensajero. Ella exige como condición
no encontrarse con Marcelo en el consultorio.
Recién en la segunda entrevista que mantuve
con cada uno –todavía sin haber visto al niño–,
comencé a indagar por el esquema de horarios que
organizaba la vida familiar. La misma estaba orga-
nizada por una rigurosa y estricta equivalencia en
el tiempo que el niño pasa con cada uno de sus

105
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

progenitores, principio que los lleva a situaciones


sumamente extremas –por no decir “ridículas”–.
De la cantidad de horas semanales se descuentan
las que el niño está en la escuela, las que pasa en
el transporte escolar (la escuela queda muy lejos
de su domicilio) y las que duerme. El resto del
tiempo está dividido exactamente a la mitad, y ambos
defienden salvajemente ese tiempo –esta particu-
laridad generó un severo inconveniente a la hora
de decidir el turno para integrar al niño al trata-
miento, ya que ninguno de los dos deseaba perder
una hora del tiempo que pasaban con él para que
acudiera a las entrevistas–. Los honorarios serían
abonados estrictamente a medias, aunque restaba
un inconveniente que más tarde se convertiría en
un analizador privilegiado de la situación: ambos
reclamaban una factura por los mismos. Ella,
puesto que intentaría obtener un reintegro de su
porcentaje por cuenta de su prepaga; y él porque
quería una prueba documental de su desembolso
ante posibles nuevas demandas judiciales en el
futuro. Si yo le daba a Liliana una factura por el
cincuenta por ciento de los honorarios no podría
recuperar el importe abonado, entonces… ¿cómo
proceder? Allí, la lógica de la estricta mitad y mitad
resultaba imposible. La situación producía un resto
ineliminable que no dejé de señalar…

106
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

Sin embargo, todo este material contribuye a


reconstruir cierta lógica de la posición de Hernán.
Curiosamente, él también participaba de ese
intento por lograr una proporción exacta que, en
su grafismo, transfería hacia el espacio de la hoja.
Lejos estamos aquí de lecturas proyectivas, y nos
acercamos a los blasones de la heráldica, de los que
–según Lacan afirma– el psicoanalista que no retro-
cede ante los niños realiza un “uso (…) para leer los
dibujos infantiles”2. Aprovechemos la ocasión para
exprimir un poco esta referencia.

En lo que hace al trabajo analítico con niños, ya


desde muy temprano Lacan articuló la flexibilidad
técnica requerida al psicoanalista con “los problemas
que plantean los modos de comunicación propios
del niño”3. Esto admite, en principio, una lectura
sencilla: y es que los niños se encuentran en un
proceso de aprendizaje –digamos– comunicacional.
Más allá de nacer tomados en el lenguaje y padecer
los efectos de lalangue, debemos admitir que hay

2. Lacan, Jacques. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo


en el inconsciente freudiano” (1960), en Escritos 2, Óp. Cit.
p. 783.
3. Lacan, Jacques. “Reglamento y doctrina de la Comisión de
Enseñanza” (1949), en Miller, Jacques-Alain, Escisión, Exco-
munión, Disolución. Óp. Cit. p.22.

107
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

un proceso evolutivo que diversos especialistas se


han ocupado de estudiar, en el cual los niños desa-
rrollan lentamente y por etapas sus capacidades
para comunicarse. Sin embargo, también podemos
entender la cita de otra manera si la convertimos en
una pregunta: ¿cuáles son los problemas que esos
modos de comunicación propios del niño plantean
al analista? Sin ninguna duda, todos los que de allí
se desprenden son problemas de lectura e interpre-
tación. Expliquemos por qué.
Conviene aquí introducir una idea que a esta
altura del desarrollo de la teoría psicoanalítica
no extrañará a nadie puesto que si bien los niños
hablan, gran parte del tiempo que con ellos compar-
timos en el consultorio lo dedican a jugar y a dibujar
–y a otras actividades sucedáneas como, por ejemplo,
el modelado–. Habilitamos estos recursos puesto que
suponemos que los mismos también están estruc-
turados como un lenguaje, es decir regidos por las
leyes de un orden cerrado y reducidos a elementos
diferenciales últimos (tal la definición que Lacan
ofrece en “La instancia de la letra…”, texto archi-
conocido que no es necesario citar aquí). Mucho y
muy bueno se ha escrito referido al juego, incluso
siguiendo la primera indicación freudiana del juego
de palabras presente en el célebre ejemplo del Fort-
Da. El tema del dibujo ha sido más ignorado y aún

108
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

hoy en día presenta serias dificultades al clínico que


aborda niños, el que con cierta frecuencia termina
realizando lecturas influenciadas por la corriente de
la psicología proyectiva que, si bien podrían llegar
a ser correctas, no son de corte lacaniano. ¿Cómo
utilizar los blasones de la heráldica para leer los
dibujos de los niños en el marco del psicoanálisis
lacaniano? Tomemos la indicación en serio e inten-
temos llevarla lo más lejos posible, aunque para ello
debamos aventurarnos por el camino más extenso
y, quizás, el más inexplorado.
La afirmación de “Subversión del sujeto…” que
hemos citado, resignifica otra anterior que se loca-
liza en el segundo capítulo de “Función y campo de
la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En dicho
escrito, Lacan analiza el problema de las relaciones
de la palabra y del lenguaje en el sujeto. En dicho
contexto, afirma que…

Descifrando esta palabra fue como Freud encontró


la lengua primera de los símbolos, viva todavía en el
sufrimiento del hombre de la civilización.
Jeroglíficos de la histeria, blasones, de la fobia, labe-
rintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia,
enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia;
armas parlantes del carácter (40), sellos del auto-
castigo, disfraces de la perversión; tales son los

109
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equí-


vocos que nuestra invocación disuelve, los artificios
que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del
sentido aprisionado que va desde la revelación del
palimpsesto hasta la palabra del misterio y el perdón
de la palabra4.

Jamás me hubiera dado cuenta de la idea implí-


cita a no ser por la nota (en la edición española es
la número 40) que aparece insertada en el párrafo,
cuyo texto transcribo a continuación: “El error de
Reich, sobre el cual volveremos, le hizo tomar unos
escudos de armas [des armoiries] por una armadura
[armure]”. Efectivamente, Lacan volvió sobre el tema
dos años después en “Variantes de la cura-tipo”, para
esclarecer aún más su crítica a Reich. En nuestro
contexto de trabajo, dicha crítica nos aleja un poco
del asunto, salvo cuando Lacan plantea que eso que
está en discusión –o sea, si se trata de lo que Reich
nombra “la armadura [armure] del carácter”– es en
realidad un escudo de armas [armoirie], y lo califica
como “material simbólico de las neurosis (…) que
toma su eficacia de la función imaginaria…”5. La idea

4. Lacan, Jacques. “Función y campo de la palabra y del lenguaje


en psicoanálisis” (1953), en Escritos 1, Óp. Cit. p. 270.
5. Lacan, Jacques. “Variantes de la cura-tipo” (1955) en Escritos
1, Óp. Cit. p. 329.

110
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

del valor simbólico del escudo de armas quedaba así


refrendada, y permitía de tal modo aislar un signi-
ficante en el texto de “Función y campo…”: armas
parlantes.
¿Qué son las armas parlantes? Mantuve esa incóg-
nita durante mucho tiempo, hasta que el azar me
hizo encontrar con un libro maravilloso de Michel
Pastoureau titulado Una historia simbólica de la Edad
Media occidental6. En esas geniales páginas descubrí
que los heraldistas reconocen un tipo particular
entre los escudos de armas a los que califican de
“parlantes”. Cito:

En líneas generales, podemos decir que son “parlantes”


las armas en las cuales el nombre de ciertos elementos
–por lo general el nombre de la figura principal [del
escudo]– forma un juego de palabras o establece una
relación de sonoridad con el apellido del dueño del
escudo de armas. El caso más simple es aquel donde el
nombre de la figura principal y el apellido del dueño
establecen una relación directa: Hugues de La Tour
lleva una torre; Thomas Le Leu7, un lobo; Raoul Cuvier
una cuba. La relación puede ser alusiva (es el caso

6. Pastoureau, Michel. Una historia simbólica de la Edad Media


occidental. Ed. Katz, Bs.As., 2006. Especialmente pág. 255
y ss.
7. Leu es ‘lobo’ en francés antiguo.

111
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

de todas las familias cuyo apellido evoca una puerta


y que colocan llaves en su escudo de armas) o bien
puede establecerse sólo con una parte del apellido
(Guillaume de Capraville coloca en su escudo una
simple cabra; los señores de Orgemont8, tres espigas
de cebada). También puede construirse en torno al
nombre de un color y no de una figura (el siglo XIV,
la gran familia florentina de los Rossi posee un escudo
(…) totalmente rojo); o bien en torno a los nombres
asociados de varias figuras y formar una suerte de
rebus: los condes de Helfenstein, por ejemplo, dueños
de extensas tierras en el norte de Suiza y en Württem-
berg, asocian en sus armas un elefante y un peñasco;
los Chiaramonte, originarios de Verona, un monte
coronado por una estrella que parece iluminarlo9.

A primera vista, el párrafo resulta sorprendente –


¡y qué decir de la utilización del término “rebus” para
explicar la construcción de cierto tipo de escudos!–.
Considerando que los escudos parlantes comen-
zaron a utilizarse hacia finales del siglo XII, hay
motivos para pensar que el recurso es muy antiguo
y que ha penetrado culturalmente como una fuente
para producir sentido a través de las imágenes (¡y
con qué frecuencia las revistas infantiles lo utilizan

8. Orge es ‘cebada’ en francés.


9. Ibíd. p. 255-256. [Las itálicas son mías].

112
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

en sus páginas de actividades! ¿O acaso no es habi-


tual que dibujando un “sol” y luego un “dado”, los
niños alcancen a leer allí la palabra “soldado”?).
Pastoureau agrega al asunto una nota de actualidad,
al comentar que…

… muchas ciudades francesas cuyo nombre se asociaría


fácilmente a una figura parlante se niegan a adoptar
dicha figura a la hora de crear sus armas (escudos).
Tienen la sensación de que esa relación parlante es
más o menos ridícula y muy poco heráldica. Idea
errónea (…). Los escudos de armas parlantes a veces
se consideran menos antiguos, menos nobles y, herál-
dicamente, menos puros que los demás escudos de
armas. Eso no tiene fundamento. Éstos existen desde
el nacimiento de la heráldica y muchas grandes fami-
lias los han utilizado a partir de fines del siglo XII10.

Leo aquí que la cosa tiene mucha seriedad y que


–me atrevería a decir– es heráldica pura. Queda
claro que en este tipo de recurso la imagen tiene
más valor simbólico que imaginario: es un signifi-
cante. Y aunque –por ejemplo– el conde de La Tour
viviera en una mansión baja, sin ninguna torre
(quizás debido a la zona geográfica o a las condi-
ciones climáticas de su asentamiento) el dibujo de

10. Ibíd. p. 256.

113
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

la torre en su escudo no sería más que un guiño a su


apellido –y si además la torre en cuestión fuera larga
y ostentosa, no se trataría de suponer allí un atri-
buto fálico, como podría interpretarse con la teoría
proyectiva–. Para concluir con la referencia, vuelvo
a citar a Pastoureau:

La noción misma de “juego de palabras” es muy vaga


o, al menos, evoluciona con el tiempo: lo que consti-
tuye un juego de palabras en el siglo XII puede no ser
percibido o considerado como tal en el siglo XIV o en
el siglo XVII. Eso explica la dificultad para definir de
manera unívoca esos escudos de armas que el francés
y el alemán (redende Wappen) califican de “parlantes”
y que el inglés, más poético o más preciso, llama
canting arms (armas cantantes). Esa expresión, que
insiste sobre la armonía sonora de la relación entre
el nombre de la persona y el de la figura, también se
halla en latín: arma cantabunda11.

En las expresiones citadas de todos los idiomas


queda planteado que se trata de un asunto de sonido
más que de imágenes. En todo caso, las imágenes
disparan un sonido al ser leídas: interesante manera
de acceder a lo simbólico por la vía de lo imaginario.
Pastoureau afirmaba que las armas parlantes podían

11. Ibídem.

114
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

construirse en torno a los nombres asociados de


varias figuras formando una suerte de rebus, una
especie de acertijo a partir de la mixtura de distintos
grafismos que, al ser leídos, arrojaban un resultado
determinado.
Le propongo al lector un pequeño juego. Para no
alejarnos aún demasiado de la propuesta de la herál-
dica, he aquí un gráfico que da cuenta de un nombre
–en este caso, un conocido personaje que protago-
nizó una serie de televisión y que alguna vez logró
saltar a la pantalla grande–.

115
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Como primera pista, diré que se trata de un


rebus: por eso, respuestas como –por ejemplo–
“Ladrón sin destino”, no son las correctas12. No
hace falta comprender aquí la situación global de la
escena, eso no es lo importante. Tampoco es nece-
sario intentar hacerla coincidir con alguna otra: el
gráfico no representa una escena de ninguna serie
o película –incluso, es probable que la situación en
cuestión no hubiera ocurrido jamás en la que cons-
tituye la respuesta correcta–. Por eso no importa
si uno vio o no vio la serie/película en cuestión.
¿Cuáles son los elementos diferenciales últimos que
componen el grafismo? Con claridad tenemos un
hombre o persona; también unos lingotes de oro:
uno en su mano y dos adentro de algo que aparenta
ser un cofre o caja fuerte. ¿Alcanzará con eso o hará
falta más para leer el rebus? Esas rayas que rodean
al lingote que el personaje manipula dan la idea de
una acción. Tal vez el verbo sea la clave para resolver
el acertijo. ¿Qué está haciendo la persona, cuál es el
verbo que nombra su accionar? ¿Está robando? Si
el verbo en cuestión fuera “robar”, también habría
que considerar la posibilidad de que estuviera guar-

12. Con esta afirmación no supongo que el lector hubiera


pensado en dicho título. Lo cito porque es uno de los
primeros que apareció en las diversas ocasiones en que
propuse este pequeño juego a ciertos allegados.

116
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

dando los lingotes. Ahora bien, “robar/guardar”


es un binario algo sofisticado. ¿Y si tratamos de
reducirlo aún más? ¿Y si buscamos las formas más
básicas de lo que la acción podría estar mostrando?
Forzando la selección de los verbos podríamos llevar
la cosa a “poner/quitar” y, lo más primitivamente
posible arribaríamos a “meter/sacar”. ¿Será nece-
sario afirmar un sujeto en la persona que realiza la
acción o podríamos incluso elidirlo, suponiéndolo
tácito en la tercera persona del singular? Entonces,
para concluir, ¿qué hace él? La respuesta podría ser:
mete oro.

Pero pongámonos serios por un momento y retor-


nemos a la clínica. Recuerdo que hace ya un tiempo
me visitó una señora que llamaremos Marcela,
consultando por su pequeño hijo de seis años
(recientemente ingresado en el primer grado): al
parecer, Max –tal el nombre del niño– comenzaba a
manifestar una agresividad hasta el momento inexis-
tente. Habían pasado apenas dos meses de clases y la
situación comenzaba a tornarse inmanejable para las
maestras. Además, el niño manifestaba sus ataques
de furia también en casa, rompiendo juguetes y
adornos. Su madre se mostraba desconcertada y no
lograba comprender cómo podía ser posible seme-
jante cambio de conducta. Al parecer, Max había

117
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

sido un niño dócil hasta que protagonizó su primer


escándalo en la escuela –más específicamente, en
una clase de catequesis–. Indagando un poco acerca
de la situación, logré saber que en dicha clase, mien-
tras Max le pegaba a un compañero con una regla de
madera en la cabeza, estaban enseñándole a rezar el
Padre Nuestro. No fue sino hasta ese momento que
pregunté por el padre del niño. La respuesta resultó
ser francamente sorprendente.
El padre de Max mantenía una relación amorosa
con Marcela, pero no convivían la totalidad del
tiempo. Según me contó, cuando se conocieron ella ya
sabía que él convivía con una mujer13. Entonces, simu-
lando un trabajo de fin de semana en otra ciudad, él
comenzó a pasar con Marcela los sábados y domingos.
La situación se mantuvo durante dos años: en dicho
lapso él tuvo un hijo con su mujer, pero continuó
viviendo los fines de semana con Marcela. Más tarde
ella también quedó embarazada y así llegó Max –el
único cambio de la estructura familiar consistió en
que desde entonces la madre de Marcela se mudó
a la misma casa para ayudarla con el bebé–. Desde
entonces y hasta las vacaciones de verano de aquel
año todo transcurrió bien, sin inconvenientes –ella
narra la situación con evidente vergüenza; yo apenas

13. Curiosamente (o no) esta mujer también se llama


Marcela…

118
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

intervengo para ordenar el relato–. Luego de las vaca-


ciones algo se modificó: el padre de Max decidió
casarse con la madre de su primer hijo. Marcela afirma
comprender la decisión, ya que la misma estuvo
basada en un criterio netamente económico y patri-
monial. No obstante, en la explicación que me ofrece
se evidencia su desilusión.
Le pregunté a Marcela qué versión tenía Max
acerca de la vida familiar. Según me dijo, él sabía que
su padre trabaja en otra ciudad de lunes a viernes y
que por eso no lo veía sino hasta el fin de semana.
Me aseguró que este hombre era muy cuidadoso y
se quitaba el anillo de matrimonio antes de llegar
a su casa, tanto como que ellos jamás hablaban del
asunto delante del niño, aunque no pudo dejar de
asociar el inicio de la agresividad con el matrimonio
de su padre: según parece, ambos acontecimientos
coincidían en el tiempo. Y a modo de objeción a su
propio pensamiento, me preguntó cómo podía ser
posible que el niño supiera del cambio de estado
civil de su padre14… Trabajamos en la reconstruc-

14. Aquí se impone una reflexión acerca de esas cosas que los
niños saben sin que sus padres y parientes se las cuenten, y aún
antes que ellos (muchos embarazos suelen ser anunciados
por los niños). Los textos de Freud acerca del psicoanálisis, el
sueño y la telepatía aportan pistas al respecto. Lacan afirma
sobre ellos: “Que el inconsciente del sujeto sea el discurso
del Otro, es lo que aparece mas claramente aún que en cual-

119
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

ción de la historia familiar y, en algún momento del


relato, mediante un tropiezo apareció el significante
“bígamo” para calificar a su padre, el abuelo de Max,
quien dejó a su familia (esposa e hijos) en una región
muy pobre del norte del Brasil para venir a Buenos
Aires y armar una nueva vida con otra mujer. Max
lleva el apellido de su madre que, obviamente, es el
de su abuelo: Do Santos.
Le planteo a Marcela que antes de decidir tomar
el caso, quería tener al menos un encuentro con
Max, quien llegó a mi consultorio a los pocos días.
Luego de entrar, se mostró muy interesado por
los cuadros de nuestro espacio de trabajo (uno
de ellos, deja ver un fragmento de La Creación de
Miguel Ángel: justo aquel en el que Dios da vida
a Adán mediante un sugerido contacto entre sus

quier otra parte en los estudios que Freud consagró a lo que


él llama la telepatía” (Lacan, Jacques. “Función y campo de
la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, 1953, en Escritos
1, Óp. Cit. p. 248). Poco tiempo después, en el segundo de
sus Seminarios, Lacan aportaba nuevas pistas: “Recuerden lo
que decíamos en años anteriores, sobre las llamativas coin-
cidencias que Freud apunta en el orden de lo que él llama
telepatía. (…) En su momento les mostré que por ser agentes
integrados, eslabones, soportes, anillos de un mismo círculo
de discurso, es que los sujetos ven surgir al mismo tiempo tal
acto sintomático, o revelarse tal recuerdo”. (Lacan, Jacques.
El seminario, libro 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica. Paidós, Bs.As., varias ediciones, p. 140).

120
Akoglaniz
EL OTRO Y EL NIÑO

dedos índices). Rápidamente descubrió quiénes


eran los protagonistas y comenzó a ponerse algo
inquieto. Conversamos un rato, me contó distintas
situaciones ocurridas en la escuela, me habló de
sus amigos del barrio, de lo mucho que le gustaba
andar en bicicleta y jugar al fútbol. Sin embargo,
no decía nada de su situación familiar. Entonces,
le propuse dibujar.
Sus dos primeros dibujos mostraron escenas de
cierto nivel de violencia: en la primera, una batalla
entre dos monstruos que dijo haber visto en una
película. En la segunda, dos karatekas se golpeaban
mutuamente. Mientras relataba la historia grafi-
cada, me contó que las maderas que los karatekas
solían romper se parecían a unas que había visto
en el patio de su casa. Entonces, le dije que como
yo no conocía su casa, tal vez podría dibujármela.
Aceptó gustoso y se entretuvo un buen rato con
la tarea. El resultado final fue una casita más o
menos clásica, de esas que dibuja cualquier niño…
Le pedí que me indicara dónde quedaba el patio.
Señaló uno de los ángulos. Luego, le pregunté dónde
dormía su abuela y también la ubicó en el grafismo.
Sin esperar que volviera a interrogarlo, dibujó una
camita en lo que definió como su cuarto. Y allí se
produjo un silencio…
– ¿Y tu mamá dónde duerme? –insistí.

121
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Otra vez repitió el dibujo de una camita a media


altura de la casa, y antes de que dejara el lápiz le
pregunté dónde dormía su papá15.
Sin sobresalto alguno, Max comenzó a dibujar
otra casa muy similar a la primera, en el extremo
opuesto de la hoja. Allí incluyó una nueva cama y
escribió la palabra “papá”. Finalmente las numeró,
escribiendo un número 1 en la primera casa, y un 2
en la segunda. El gráfico permitía leer que la posición
de su padre coincidía con el significante “casados”
(casa 2). La historia familiar y el apellido del niño
(Do Santos/ DoSantos) validaban su posición en
el linaje, el que sin lugar a dudas dejaba un residuo
ineliminable. Y Max lo sabía, aunque sin saberlo…

15. Recién al momento de redactar estas líneas, caigo en la


cuenta de que yo mismo pregunté por su padre y madre por
separado. Igualmente, lo que la respuesta deja leer hace dudar
de que hubiera sido sugerida.

122
Akoglaniz
Coda

En mis inicios, cuando comencé a trabajar como


profesional en los consultorios de una clínica de
salud mental administrada por una Obra Social,
formaba parte del equipo de adultos. Pero una tarde,
debido a un error de la secretaria, cuando me asomé
a la sala de espera y en voz alta pronuncié un apellido
de esos tan comunes, se levantaron de su silla una
señora y un niño…
Yo conocía muy poco de la teoría y de la técnica
que fundamentan la clínica psicoanalítica con niños.
Sin embargo, sabía que en cualquier situación en que
hubiera algunos, estos “se me pegaban”. Recuerdo aún
una intervención de mi analista de entonces, seña-
lándome bajo la forma de pregunta, “¿y por qué no
hace algo con eso?”. Probablemente la recordé durante
el corto trayecto que separó a aquella mamá y su hijo
de su asiento hasta mi consultorio. Y desde entonces,
hace ya veinte años, nada fue igual para mí…

123
Akoglaniz
PABLO PEUSNER

Ese niño, al que llamaremos Santiago, tenía unos


seis años y llegó a la institución con diagnóstico de
autismo, el que a su vez había sido revalidado durante
su admisión. Yo nunca había trabajado como psicoa-
nalista con un niño, además, mi debut se debía a
un error administrativo y, encima, se trataba de un
niño supuestamente autista.
Durante seis meses Santiago se dedicó a cubrir
todo el piso del consultorio con fichitas, autitos,
muñecos y cualquier otra cosa que encontrara en los
desvencijados cajones llenos de juguetes que hasta
ese momento, solo habían sido parte del decorado
de mi espacio de trabajo. Jamás intercambió una
palabra conmigo. Yo lo saludaba al entrar y al salir,
pero él no me decía nada. Durante su actividad –a la
que costaba calificar de “lúdica”–, cada tanto verifi-
caba mi presencia: era entonces cuando yo intentaba
vincularme de alguna manera con él sin éxito. Fue
así que en algún momento me relajé y comencé
a pensar que mi presencia era válida allí aún sin
palabras. Mientras tanto, veía regularmente a sus
padres –que estaban separados desde hacía tiempo–
y trataba de obtener a través de ellos las palabras y
la historia que Santiago no me ofrecía.
Pero un día que parecía ser igual a todos los ante-
riores, con casi la mitad del piso del consultorio
cubierto a causa de su habitual actividad, Santiago

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se detuvo, giró hacia mi posición y me dijo: “Pablo,


te quiero mucho”. Con apenas un hilo de voz,
alcancé a responderle: “Yo también. ¿Querés que
te ayude?”. Y desde entonces, la tarea se volvió un
trabajo de a dos…

Así descubrí que la clínica psicoanalítica con


niños responde a un encuentro, y que exige por
parte del analista una disposición a dejarse atrapar
por lo que allí pueda suceder. Por supuesto que desde
entonces nunca dejé de estudiar, de formarme (con
diversos formatos incluído el diván), de escribir y
de intentar elaborar y reinventar eso que se produce
en cada encuentro clínico con un niño. Lo hice casi
con desesperación y echando mano a cuanto recurso
pudiera utilizar. Y un día, veinte años después,
comencé a escribir este pequeño libro casi de un
tirón… “Formas mínimas”, el nombre de la colec-
ción que lo acoge, dice bien lo que de él espero: que
apenas una idea, tan solo una, le sirva de excusa a
Usted, estimado lector, para renovar la apuesta por
el deseo del analista en la clínica psicoanalítica laca-
niana con niños.
Deseo fervientemente que su lectura le haya depa-
rado algún encuentro…

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