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traducción de La historiografía del siglo XX.

Subtitulado Desde la objetividad


científica al desafío posmoderno. El libro, publicado originalmente en alemán,
en 1993, por Georg G. Iggers, uno de los más destacados estudiosos de la
historiografía a nivel mundial, se ha convertido en un clásico sobre el tema. Su
primera edición en español se realizó en 1995 y la que hoy comentamos es una
nueva traducción que estuvo a cargo del profesor de la Pontificia Universidad
Católica de Chile, Iván Jaksic, que también redactó las notas y la presentación.

La historiografía, como bien explica Jaksic en la presentación:


“necesariamente, es una tarea de síntesis, pero más que eso es un ejercicio
lógico y metodológico que permite evaluar la consistencia y coherencia de los
resultados de la investigación histórica”. La investigación histórica durante el
siglo XX, y en las últimas décadas sobretodo, tuvo un desarrollo sostenido y
cada vez más preciso. Y entrado el siglo XXI esto ha sido aún más notorio. Los
mecanismos de investigación se nutren de otras ciencias, como la arqueología,
por ejemplo, y también del avance tecnológico. En todo caso, la investigación
siempre está marcada, de una u otra manera, por la ideología del historiador y
por su intencionalidad. Una historia, verbigracia, sobre la religión católica,
realizada por un teólogo cristiano, difiere mucho en sus conceptos de la que
pudiera escribir un materialista dialéctico. Entonces valen las preguntas ¿Cuál
de los dos tiene la razón? ¿Qué camino siguieron en sus investigaciones?
¿Cuánto de objetividad existe en las conclusiones? ¿Cómo abordan hoy los
historiadores la historia como una disciplina profesional? Son interrogantes
necesarias de aclarar, y en esto la historiografía resulta una herramienta que,
de algún modo, nos ayuda a reflexionar sobre el tema desde varias aristas. La
investigación histórica también tiene que ver con discursos literarios, con el
mito y la realidad, con enfoques científicos y filosóficos, con cuestiones
particulares y otras generales, con vínculos sociales y con estados y
transformaciones de conciencia o determinado desarrollo de ésta en relación
con el tiempo histórico.

El volumen se divide en tres partes: 1. Primera fase: el surgimiento de la


historia como disciplina profesional. 2. Fase intermedia: el desafío de las
Ciencias Sociales. 3. La historia y el desafío del posmodernismo. En los
capítulos se abordan temas tales como el historicismo clásico; los inicios de la
sociología histórica; la escuela de los Annales; la ciencia histórica marxista
desde el materialismo histórico a la antropología crítica; desde la macro a la
microhistoria: la historia de la vida cotidiana; el “giro lingüístico”: ¿el fin de la
historia como disciplina académica?, entre otros. Georg G. Iggers explica que
“las tres partes de este libro examinan el establecimiento de la historia como
una disciplina de estudio, el desafío de las ciencias sociales a la investigación
tradicional, y finalmente la crítica del pensamiento posmoderno a los enfoques
científico-sociales, y su impacto en el quehacer de los historiadores”.
Georg G. Iggers es especialista en historiografía europea y en particular en la
obra de Ranke. Doctorado por la Universidad de Chicago y profesor emérito de
la Universidad Estatal de Nueva York, fue el primero en cuestionar el
significado que tradicionalmente se le otorgaba al dictum de Ranke respecto de
la historia como una disciplina que mostraba el pasado “tal como había
ocurrido”. Para Iggers la historia siempre ha tenido un elemento narrativo
importante, que combina la investigación histórica con la narración, destacando
al mismo tiempo la subjetividad del historiador. El autor es reconocido por el
papel que desempeñó en el acercamiento entre los historiadores de las dos
alemanias, como también de los historiadores del mundo soviético con los del
mundo occidental antes de la caída del muro de Berlín. Hoy expande sus
esfuerzos historiográficos para incorporar otras tradiciones, incluyendo la china,
la hindú y la latinoamericana. Entre sus publicaciones destacan: The German
Conception of History. The National Tradition of Historical Tought from Herder
to the Present (1968), International Handbook of Historical Studies:
Contemporary Research and Theory, editado en colaboración con Harold
Parker (1979), New Directions in European Historiography (1985), The Social
history of politics: critical perspectives in West German historical writing since
1945 (1985), Leopold von Ranke and the shaping of the historical discipline
(1990), Marxist historiography in transformation (1991), Historiography in the
Twentieth Century (1993); Two Lives in Uncertain Times (2006) y A Global
History of Modern Historiography (2008).

BUENOS AIRES ❖ ARGENTINA

El historiador Georg Iggers presenta “Historiografía del siglo XX” en la


Universidad de Chile [2012]

por Teoría de la historia

Profesor emérito de la universidad estatal de Nueva York y especialista en


historiografía europea y norteamericana, Georg Gerson Iggers reivindicó la
objetividad y los juicios éticos en la reconstrucción del pasado durante su visita
al Instituto de Historia. Su libro fue presentado por Roberto Breña del Colegio
de México, y el profesor de Historia Iván Jaksic, quien tradujo su obra al
español.

Responder a la crítica postmodernista respecto de la suspensión de todo juicio


ético en la labor de reconstruir el pasado, defendiendo la Ilustración, es uno de
los principales enfoques del libro “Historiografía del s. XX”, del destacado
historiador alemán-estadounidense Georg G. Iggers, el que fue traducido al
español por Iván Jaksić, académico del Instituto de Historia UC y director del
Programa de la Universidad de Stanford en América Latina. Como explicó el
mismo autor, de visita en el Instituto de Historia, el principal tema de su libro es
la siguiente interrogante: ¿existe la objetividad en la investigación histórica?
Desde la Antigüedad hasta el siglo XVII no se hacía distinción entre historia y
retórica, “la historia se consideraba como una forma de literatura”, expresó. En
el siglo XIX, en cambio, “la historia reemplazó a la filosofía y la teología como
guía para entender los asuntos humanos”, agregó. El “paradigma rankeano”, de
estudiar la historia como una ciencia en base a la evidencia y dejando de lado
cualquier juicio moral, pronto se transformó en la norma. Es entonces cuando
esta disciplina entra en conflicto con la pretensión de neutralidad valórica.
“Evidentemente en la investigación está presente la subjetividad y el contexto
político e intelectual en el que está inserto el historiador”, dijo. Como este
mismo experto confiesa: “Fui en contra de la estrechez del paradigma
rankeano”, para luego adscribir al paradigma científico-social que planteaba la
necesidad de reducir el énfasis que se hacía en la época respecto del papel del
Estado y los líderes políticos, para ocuparse de las estructuras sociales y los
cambios; pero también afirmaba que existía una realidad objetiva que puede
discernirse a través de la investigación histórica -no es todo subjetividad del
historiador- y que existe un cierto grado de coherencia que permite hablar de la
historia con mayúscula. El texto plantea el desafío respecto del supuesto que
tienen los historiadores de obtener un conocimiento verdadero del pasado.
Algunos críticos dicen que cualquier intento de ir más allá de los hechos para
construir una narrativa coherente, es más bien un acto poético; que novela e
historia son indistinguibles. “En el libro argumento que hay elementos válidos
en la crítica sobre objetividad, pero no acepto rechazar la racionalidad. El
concepto de objetividad de Ranke es demasiado simplista: hay sin duda un
pasado real, aunque también es cierto que hay factores subjetivos en el
proceso de investigación histórica. Pero las interpretaciones descansan en la
evidencia más allá de lo poético”, expresó. Esta es precisamente la diferencia
entre la historia y el mito, en palabras de Iggers. “El resultado de la
investigación no es pura imaginación”, dijo. Asimismo, el historiador reconoció
que una limitación de su libro es centrarse en la historiografía de Europa y
América del Norte, dejando de lado otras regiones como América Latina. Por su
parte, el académico del Colegio de México Dr. Roberto Breña, subrayó la
necesidad de mayor discusión de la historiografía latinoamericana en las
facultades de historia del continente. También alabó la brevedad y concisión
del texto. “Es una muy buena visión panorámica de la historiografía del siglo
XX”, afirmó. Agregó que si bien la parte clave de la obra son los desafíos que
ha planteado el posmodernismo a la objetividad, “no es lo único en el
libro”. Finalmente, el profesor Iván Jaksić rescató el profundo humanismo
detrás de la figura de Iggers, que se refleja a través de su compromiso con la
realidad y su entorno. “Salió en 1938 de Hamburgo, Alemania, para llegar a
Estados Unidos, país que estaba muy lejos de ser un paraíso: le tocó vivir las
profundas divisiones sociales y el inicio de la Guerra Fría”. Después de
doctorarse en la Universidad de Chicago, optó junto a su esposa, llegada de
Checoslovaquia, dedicarse a hacer clases en los colegios de afroamericanos
en Arkansas y Nueva Orleans. Uno de sus logros fue la desagregación racial
de las bibliotecas. En la época de la Guerra de Vietnam fue consejero de
aquellos que se negaban ir al frente de batalla y en la Guerra Fría, promovió el
diálogo con los historiadores e intelectuales de detrás de la cortina de hierro.
Hoy escribe junto a un historiador chino y otro indio para hacer una
historiografía global. “Iggers refleja el compromiso con la racionalidad y su
entorno, no hay incompatibilidad entre el historiador y el ciudadano”,
concluyó. Dentro de sus actividades en Chile, además del lanzamiento de la
versión en español de su obra, -publicada por el Fondo de Cultura Económica-
Georg Iggers se reunió con los estudiantes de postgrado de Historia UC, con
quienes discutió los postulados de su libro y sus planteamientos sobre
historiografía.

Discurso de lanzamiento de Georg Iggers. Me complace


enormemente tener la oportunidad de estar aquí y presentar mi libro. Estoy
muy agradecido con el profesor Jaksic por su excelente traducción y por haber
hecho posible esta invitación. También al Instituto de Historia de esta
Universidad y al Fondo de Cultura Económica. Como indica el título, el principal
tema planteado en el libro es si la objetividad en la investigación histórica es
posible. De acuerdo a Peter Novick, la idea y el ideal de la objetividad se
encuentra en el centro mismo de la profesión histórica en tanto disciplina
académica, como se constituyó en el siglo diecinueve, con su compromiso por
“la realidad del pasado y por la verdad como correspondencia con esa realidad”
y, como consecuencia, por “la separación de la historia y la ficción” (1988, pp.
3-4). Desde la antigüedad hasta el siglo dieciocho, es decir desde Tucídides
hasta Edward Gibbon, no se hacía distinción entre la historia y la retórica. La
historia se consideraba como una forma de literatura que sin embargo buscaba
dibujar un cuadro verdadero del pasado. La retórica servía para dar credibilidad
al recuento histórico y no para reducir la historia a la imaginación. Para citar a
Leopold von Ranke, a quien se considera como el fundador de la ciencia
moderna de la historia, la tarea del historiador era presentar una perspectiva
del pasado “tal como realmente ocurrió” (wie es eigentlich gewesen). Cada vez
más, la historia en el siglo diecinueve reemplazó a la filosofía, y por supuesto a
la teología, como la guía para entender los asuntos humanos. Con la
profesionalización de los estudios históricos en el proceso de la modernización
de la investigación académica, el paradigma rankeano se transformó en la
norma de los estudios históricos a nivel mundial. Su identificación como ciencia
descansaba en la insistencia de que cada narrativa histórica debía basarse
estrictamente en las fuentes. Para ser científica la narrativa debía despojarse
de cualquier juicio moral y regirse estrictamente por la evidencia. No obstante,
todos los grandes historiadores, incluyendo a Ranke, reconocieron desde un
comienzo que la historia, si bien dependía de la evidencia, no podía eximirse
de la imaginación para construir una narrativa histórica. Ranke reconoció esto
cuando declaró que “la historia se distingue de todas las otras ciencias en que
es también un arte”. Por ello resulta impactante que Theodor Mommsen, quien
trabajaba muy cercanamente con las fuentes, recibiera el premio Nobel de
literatura en 1902, la segunda vez en que éste fue otorgado. Empero, el
carácter mismo de la historia como disciplina académica llevaba consigo ciertos
supuestos ideológicos que entraban en conflicto con su pretensión de
neutralidad valórica. La historia no ha sido jamás un mero recuento de hechos
sino una interpretación de esos hechos, la que inevitablemente refleja tanto la
subjetividad del historiador como el contexto político e intelectual en que él o
ella escriben. Es por eso que una buena parte de la investigación histórica
profesional estaba muy comprometida con la creación de una memoria
nacional. El enfoque en la nación y el Estado-nación desembocó en una
perspectiva que se restringía a la política y a los líderes políticos, reafirmando
de esta manera el orden establecido y soslayando a las grandes masas de la
población. Fue en contra de la estrechez del paradigma rankeano que surgió
otro enfoque sobre la investigación histórica en Europa occidental,
Norteamérica y quizás también en Latinoamérica, que podríamos llamar el
paradigma científico social. En el libro se discuten varias orientaciones
diferentes, que incluyen la escuela francesa Annales, la Nueva Historia
norteamericana, el marxismo y los weberianos alemanes, pero ellas coinciden
en dos puntos: primero, en la necesidad de reducir el énfasis en el papel del
Estado y de los principales líderes para ocuparse más ampliamente de las
estructuras sociales y los procesos de cambio. Segundo, en el giro desde la
narrativa hacia el análisis social. A pesar de sus diferencias, ambos
paradigmas coincidían en otros dos puntos: 1) que hay una realidad objetiva
que puede discernirse a través de la investigación histórica, aun cuando hayan
diferencias substantivas a propósito de cómo se conduce tal investigación, y 2)
que el curso de la historia posee algún grado de coherencia, de modo que uno
puede hablar de la Historia (die Geschichte) con mayúscula incluso si esta
coherencia puede entenderse de diferentes maneras. Son los desafíos a tal
historiografía en el último tercio del siglo veinte los que constituyen la parte
clave de mi libro. El primer desafío tiene que ver con el supuesto de los
historiadores profesionales a propósito de la posibilidad de obtener un
conocimiento verdadero del pasado. Uno de los principales representantes,
aunque de ninguna manera el único, es Hayden White. Él sostiene con justicia
que hay un elemento literario en cada narrativa histórica. Pero él va más allá
cuando argumenta que “es una ilusión el que exista un pasado que se
encuentra directamente reflejado por los textos” (1987, p. 209). Estoy de
acuerdo. Sin embargo, White agrega que cualquier intento por ir más allá de los
hechos para construir una narrativa coherente es un “acto poético”, de modo
que “la mejor manera de elegir entre una perspectiva histórica u otra es ya sea
estética o moralmente antes que epistemológicamente” (1973, p. xii). “Vistos
simplemente como artefactos verbales”, apunta White, “las historias y las
novelas son indistinguibles las unas de las otras” (1978, p. 122). De igual
modo, “la oposición entre el mito y la historia… es tan problemática como
insostenible” (1978, p. 83). De ahí que la investigación sea irrelevante porque el
“pasado real” no es parte de la historiografía excepto retóricamente. No
obstante, la crítica va más allá del mero rechazo del ideal de objetividad al ver
este ideal y su idea de ciencia, ya sea en el sentido rankeano o de ciencia
social, como parte de un concepto eurocéntrico de la historia que justifica la
dominación europea sobre el mundo no-occidental. Para citar nuevamente a
Hayden White, “es posible entender la conciencia histórica como un prejuicio
específicamente occidental mediante el cual la presunta superioridad de la
sociedad industrial moderna puede ser sustantivada retrospectivamente”.
Derrida, y desde una perspectiva feminista Joan Scott, condena por lo tanto lo
que considera el “logocentrismo” de la tradición filosófica occidental clásica a
partir de Sócrates que partía del error de que la realidad podía reducirse a los
conceptos racionales, soslayando el que estos conceptos provenían de
sistemas de dominación. Tal es también la actitud de Foucault, para quien el
lenguaje representa el poder y la dominación. Ashis Nandy llama a deshacerse
de la historia completamente y reemplazar el racionalismo secular de la
civilización occidental moderna, al que encuentra culpable de las atrocidades
del siglo veinte, por culturas antiguas en las cuales los mitos reemplazan a la
historia. En el libro yo argumento que hay en efecto elementos válidos en la
crítica mencionada de la objetividad científica y de aspectos importantes de la
modernidad, pero no acepto el rechazo radical de la racionalidad que implica
esta crítica de la modernidad. Por supuesto, el concepto rankeano de
objetividad es demasiado simplista por dos razones relacionadas, una
epistemológica y otra política. Hay sin lugar a dudas un pasado real, el pasado
de seres humanos que lo han vivido y experimentado, pero es también cierto
que entran factores subjetivos e ideológicos en el proceso de reconstruirlo. Hay
hechos que pueden ser constatados—incluso White acepta esto—pero, como
él mismo dice, cada construcción de una narrativa a partir de estos hechos
constituye una interpretación. Hasta aquí estoy de acuerdo. Sin embargo,
desde mi perspectiva estas interpretaciones no son necesariamente actos
arbitrarios o poéticos, como él sostiene, sino que descansan en la evidencia.
En muchos casos no hay acuerdo respecto de lo ocurrido porque la evidencia
no es clara y se recurre a interpretaciones que pueden ser diferentes. Pero es
frecuentemente posible mostrar que algo no ocurrió puesto que lo contradice la
evidencia. Y esto es lo que distingue a la historia del mito y la propaganda. En
último término, el historiador serio se guía por una lógica de investigación
compartida por la comunidad de los estudiosos. Por lo tanto, el resultado de la
investigación no es pura imaginación. Dado que todo conocimiento histórico
implica una perspectiva, no es posible que haya un acuerdo absoluto. Más
bien, la historia de la historia refleja una multiplicidad de interpretaciones que
se complementan mutuamente sin que necesariamente se refuten las unas a
las otras. No obstante, la tradición rankeana tendía a tomar sus fuentes muy
literalmente, sin reconocer suficientemente el modo en que reflejaban intereses
políticos e ideológicos específicos. Además, había frecuentemente una
tendencia a privilegiar aquellas fuentes que confirmaban la propia
interpretación y así reafirmar una posición ideológica o política. Por ello la
selección de las fuentes podía usarse, como de hecho se hacía, para confirmar
lo que se esperaba que el historiador probara. Esto es lo que ocurrió en los
debates sobre el carácter de la Revolución Francesa, el período de
Reconstrucción después de la Guerra Civil norteamericana y el estallido de la
Primera Guerra Mundial, para mencionar sólo algunos ejemplos. Hay también
una validez obvia en la crítica que hacen los pensadores posmodernos y
poscoloniales del eurocentrismo de casi toda la historiografía occidental en el
siglo diecinueve y la primera mitad del veinte. Incluso para un pensador
fundamentalmente conservador como Ranke, quien cuestionaba la idea de
progreso, el Occidente moderno representaba la única sociedad civilizada e
histórica. Varios historiadores de tendencia científico-social trabajaban con una
teoría de la modernización que vaticinaba la inevitable aceptación por parte del
mundo, de las normas económicas, sociales e intelectuales occidentales en el
curso de la historia moderna. Este era también el caso de los pensadores
marxistas hasta hace muy poco, aunque ellos creían en el advenimiento de un
orden social y económico diferente. Dipesh Chakrabarty señaló correctamente
que había rutas alternativas a la modernidad en India o China que
descansaban en tradiciones políticas, sociales y religiosas diferentes. Yo estoy
de acuerdo con él y también con su colega Indio Sumit Sarkar cuando ambos
enfatizan que hay ciertos elementos occidentales, no sólo científicos y
tecnológicos, sino también conceptos de derechos humanos enraizados en la
Ilustración y la modernidad occidental que tienen validez más allá de Occidente
y sin los cuales India no podría haber llegado a crear un Estado moderno,
abierto en principio a la emancipación de la mujer y a la superación del sistema
de castas, cuyas raíces se encuentran en la Ilustración occidental. Al final de
cuentas yo tomo en serio la crítica posmoderna de la historiografía profesional,
aunque hasta cierto punto, puesto que mantengo mi compromiso con el diálogo
racional y con los derechos humanos. Tengo la esperanza de que algunos de
estos temas se discutan esta tarde. También me gustaría preguntar a todos si
mi presentación y mi libro son aplicables no sólo al pensamiento histórico y la
historiografía euro-norteamericana sino también a la Latinoamericana. Como
explico con franqueza en el epílogo, yo veo la principal limitación de mi libro en
su enfoque occidental. En un nuevo libro, A Global History of Modern
Historiography, del que soy coautor con un colega de China y otra de India,
adoptamos una perspectiva global. Durante mi estadía en Santiago me gustaría
discutir la sección sobre historiografía latinoamericana que espero desarrollar
con más detalle en la edición en alemán que estamos preparando. Muchas
gracias.

[Fuente: Noticias de la Universidad de Chile, 4 de Junio de 2012]

Responder a la crítica postmodernista respecto de la suspensión de todo juicio


ético en la labor de reconstruir el pasado, defendiendo la Ilustración, es uno de
los principales enfoques del libro “Historiografía del s. XX”, del destacado
historiador alemán-estadounidense Georg G. Iggers, el que fue traducido al
español por Iván Jaksić, académico del Instituto de Historia UC y director del
Programa de la Universidad de Stanford en América Latina.

Como explicó el mismo autor, de visita en el Instituto de Historia, el principal


tema de su libro es la siguiente interrogante: ¿existe la objetividad en la
investigación histórica? Desde la Antigüedad hasta el siglo XVII no se hacía
distinción entre historia y retórica, “la historia se consideraba como una forma
de literatura”, expresó. En el siglo XIX, en cambio, “la historia reemplazó a la
filosofía y la teología como guía para entender los asuntos humanos”, agregó.

El "paradigma rankeano”, de estudiar la historia como una ciencia en base a la


evidencia y dejando de lado cualquier juicio moral, pronto se transformó en la
norma. Es entonces cuando esta disciplina entra en conflicto con la pretensión
de neutralidad valórica. “Evidentemente en la investigación está presente la
subjetividad y el contexto político e intelectual en el que está inserto el
historiador”, dijo.

Como este mismo experto confiesa: “Fui en contra de la estrechez del


paradigma rankeano”, para luego adscribir al paradigma científico-social que
planteaba la necesidad de reducir el énfasis que se hacía en la época respecto
del papel del Estado y los líderes políticos, para ocuparse de las estructuras
sociales y los cambios; pero también afirmaba que existía una realidad objetiva
que puede discernirse a través de la investigación histórica -no es todo
subjetividad del historiador- y que existe un cierto grado de coherencia que
permite hablar de la historia con mayúscula.
El texto plantea el desafío respecto del supuesto que tienen los historiadores
de obtener un conocimiento verdadero del pasado. Algunos críticos dicen que
cualquier intento de ir más allá de los hechos para construir una narrativa
coherente, es más bien un acto poético; que novela e historia son
indistinguibles. “En el libro argumento que hay elementos válidos en la crítica
sobre objetividad, pero no acepto rechazar la racionalidad. El concepto de
objetividad de Ranke es demasiado simplista: hay sin duda un pasado real,
aunque también es cierto que hay factores subjetivos en el proceso de
investigación histórica. Pero las interpretaciones descansan en la evidencia
más allá de lo poético”, expresó. Esta es precisamente la diferencia entre la
historia y el mito, en palabras de Iggers. “El resultado de la investigación no es
pura imaginación”, dijo.

Asimismo, el historiador reconoció que una limitación de su libro es centrarse


en la historiografía de Europa y América del Norte, dejando de lado otras
regiones como América Latina. Por su parte, el académico del Colegio de
México Dr. Roberto Breña, subrayó la necesidad de mayor discusión de la
historiografía latinoamericana en las facultades de historia del continente.
También alabó la brevedad y concisión del texto. “Es una muy buena visión
panorámica de la historiografía del siglo XX”, afirmó. Agregó que si bien la
parte clave de la obra son los desafíos que ha planteado el posmodernismo a
la objetividad, “no es lo único en el libro”.

Finalmente, el profesor Iván Jaksić rescató el profundo humanismo detrás de la


figura de Iggers, que se refleja a través de su compromiso con la realidad y su
entorno. “Salió en 1938 de Hamburgo, Alemania, para llegar a Estados Unidos,
país que estaba muy lejos de ser un paraíso: le tocó vivir las profundas
divisiones sociales y el inicio de la Guerra Fría”. Después de doctorarse en la
Universidad de Chicago, optó junto a su esposa, llegada de Checoslovaquia,
dedicarse a hacer clases en los colegios de afroamericanos en Arkansas y
Nueva Orleans. Uno de sus logros fue la desegregación racial de las
bibliotecas.

En la época de la Guerra de Vietnam fue consejero de aquellos que se


negaban ir al frente de batalla y en la Guerra Fría, promovió el diálogo con los
historiadores e intelectuales de detrás de la cortina de hierro. Hoy escribe junto
a un historiador chino y otro indio para hacer una historiografía global. “Iggers
refleja el compromiso con la racionalidad y su entorno, no hay incompatibilidad
entre el historiador y el ciudadano”, concluyó.
Dentro de sus actividades en Chile, además del lanzamiento de la versión en
español de su obra, -publicada por el Fondo de Cultura Económica- Georg
Iggers se reunió con los estudiantes de postgrado de Historia UC, con quienes
discutió los postulados de su libro y sus planteamientos sobre historiografía.

Ver discurso de lanzamiento del profesor George Iggers

INFORMACIÓN PERIODÍSTICA:

Nicole Saffie, periodista, nsaffie@uc.c

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