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110.304 de los cuales en régimen de prisión preventiva y 142.450 condenados. Fuente: Estadística del
Sistema Nacional, enero 2013. Secretaría de Gobernación- Secretaría de Seguridad Pública.
2
Tratamiento en semilibertad, tratamiento en libertad y jornada de trabajo a favor de la comunidad.
3
Tratamiento preliberacional, libertad preparatoria, remisión parcial de la pena, libertad supervisada y
aplicación de los arts. 68 o 75 CPF.
1. Planteamiento del objeto de estudio y de cuestiones
4
“Son ciudadanos de la República los varones y mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan,
además, los siguientes requisitos: I. Haber cumplido 18 años, y II. Tener un modo honesto de vivir”. La
“calidad de mexicano” o nacionalidad mexicana se adquiere según lo dispuesto en el art. 30 CPEUM.
5
“Son prerrogativas del ciudadano: I. Votar en las elecciones populares; II. Poder ser votado para todos
los cargos de elección popular, y nombrado para cualquier otro empleo o comisión, teniendo las
calidades que establezca la ley; III. Asociarse individual y libremente para tomar parte en forma pacífica
en los asuntos políticos del país; IV. (…)”
6
Cfr. Capítulo III apartados 4, 5 y 6
7
Cfr. Capítulo III apartado 6
A) La sustitución de la pena de prisión, ¿tiene algún efecto sobre la pena de
SDP?
Las resoluciones sometidas a examen son tres: una de la Sala Superior del
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (en adelante TEPJF), otra de la
8
La tercera de aquellas preguntas (¿cuán coherentes y válidos son los argumentos de uno y otro
tribunal?) será abordada al hilo de las dos primeras y de la cuarta.
Suprema Corte de Justicia de la Nación (en adelante SCJN) y, la última, de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (en adelante CIDH) relativa a una actuación
realizada por el Estado Venezolano. Paso a sintetizarlas.
9
SUP-JDC-20/2007. Magistrado Ponente: Salvador Olimpo Nava Gomar.
10
Página 25 de la resolución.
11
Cfr. Capítulo II apartado 1.
La segunda resolución sometida a examen es la de una Contradicción de Tesis
resuelta por la SCJN, que identificamos con las señas CT 15/201012. Dos tribunales
colegiados entienden de manera diferente cuál es el efecto, sobre la SDP, de la
suspensión condicional de la pena. La SCJN, al resolver esa contradicción, sostiene que
la suspensión condicional de la pena de prisión no tiene efectos sobre la SDP, de
manera que dichos derechos continúan restringidos hasta que se extinga la pena de
prisión suspendida.
Tras esta brevísima (pero suficiente para lo que nos interesa ahora) referencia al
supuesto de hecho, me interesa destacar las consideraciones efectuadas por la Corte en
relación (1) a la restricción, con motivo de una sanción, del derecho a ser elegido y (2)
al deber de motivar la imposición de una sanción.
En relación al deber de motivar la imposición de una sanción, la Corte aduce que “dados
los alcances de la restricción al sufragio pasivo implicados en una inhabilitación para
ser candidato” la autoridad tiene “un deber de motivación explícita de la decisión, tanto
en lo cualitativo como en lo cuantitativo”, teniendo que “desarrollar razones y
fundamentos específicos sobre la gravedad y entidad de la falta supuestamente cometida
(…) y sobre la proporcionalidad de la sanción adoptada. (…) Sin una motivación
adecuada y autónoma, la sanción de inhabilitación para postularse a un cargo de
elección popular opera en forma casi automática” (párrafo 147).
Tanto la Sala Superior del TEPJF (en el caso Hernández) como la Primera Sala
de la SCJN (en la CT 8/2006-PS), sostienen una respuesta afirmativa a esta cuestión: la
sustitución de la pena de prisión conlleva necesariamente la rehabilitación de los
derechos políticos (en tanto se mantenga dicha sustitución, esto es, en tanto ésta no sea
revocada).
Los argumentos del TEPJF para resolver el caso Hernández en el sentido señalado son
los siguientes:
Estos tres criterios integran una interpretación sistemática que tiene como resultado no
aplicar de forma literal el art. 38.III CPEUM (que prevé la SDP durante la extinción de
una pena corporal, siendo que la sustitución de la pena, excepto si la sustitutiva es
multa, no extingue aquélla).
Tercera: En referencia a la actuación del IFE, el TEPJF afirma que “en concordancia
con el principio in dubio pro cive, que establece que la autoridad electoral,
administrativa o jurisdiccional, debe procurar que los derechos de los ciudadanos se
observen, la responsable debió adoptar un criterio más flexible para permitir al
promovente participar en la vida política del país” (p.29). Debemos recordar que la
sentencia que decretó la prelibertad del Sr. Hernández no contenía ningún
pronunciamiento sobre la SDP. Pues bien, me interesa destacar la contradicción de lo
que el TEPJF afirma en Hernández y lo que afirmó en otra resolución relativa a SDP, la
del caso Aguascalientes: en los antecedentes de éste consta que el Sr. Orozco, procesado
penalmente pero no sujeto a prisión preventiva, no pudo inscribir su candidatura por
entender la autoridad administrativa que, de acuerdo con el art. 38.II CPEUM, al
haberse dictado auto de formal prisión por delito que merece pena corporal, los
derechos políticos del individuo quedan suspendidos. Tanto en Aguascalientes como en
Hernández, la autoridad administrativa procede de acuerdo con una lectura formalista de
la CPEUM, interpretando literalmente el art. 38. La diferencia entre ambos casos radica
en que:
22
“El TEPJF es un Tribunal Constitucional, protector de los derechos políticos, de forma que tiene
competencia para juzgar la constitucionalidad de las normas y actos con plena jurisdicción”. Además, “el
presupuesto de toda rehabilitación política es, sin duda, la suspensión de los derechos políticos. Si no se
configura la causa de suspensión o resulta inconstitucional, el juez de derechos políticos tiene la facultad
de suplir la deficiencia de que la queja para examinar con plenitud de jurisdicción, si en el caso existió o
no una suspensión de derechos conforme a la Constitución; a final de cuentas, la causa de pedir del
justiciable parte de la suspensión de la suspensión de la ciudadanía que le impide ejercitar sus derechos
políticos” (2010: 34).
- En el caso Hernández se objeta la actuación de la autoridad administrativa
mientras que en el caso Aguascalientes se justifica23. En ambos casos, no obstante, la
resolución administrativa es revocada por el TEPJF24. Entonces, la autoridad
administrativa ¿está obligada, facultada o impedida para resolver conforme a una
interpretación distinta a la mera literalidad del precepto constitucional? ¿La respuesta
depende de que haya un precedente de la jurisdicción constitucional en tal sentido?
Éstas son cuestiones importantes que merecen un estudio específico.
23
Concretamente: “la autoridad electoral administrativa actuó en el ámbito de sus atribuciones y
facultades aplicando la normativa que regula su proceder como lo son las disposiciones constitucionales
y legales locales y asumió la interpretación que consideró atinente al caso concreto” (p. 360).
Ciertamente, el TEPJF concluyó que “no se actualizaba el supuesto de suspensión previsto en aquellas
normas” pero la razón de la revocación (continúa argumentando el Tribunal) “fue la aplicación de un
criterio más garantista a favor del ciudadano y no producto de la determinación de una violación
procesal, formal o de fondo cometida por la autoridad” (p. 363). Expedientes SUP-JRC-375/2010, JRC-
407/2010 y SUP-JDC-1243/2010. Un comentario específico a esta resolución en Pujadas 2011.
24
La resolución administrativa que impide a Orozco inscribir su candidatura es revocada en la SUP-JDC-
98/2010, que identificamos como caso Orozco (antecedente del caso Pedraza). Un análisis de ambas en
Pujadas Tortosa, 2013.
25
El entrecomillado es cita textual de la SCJN. El art. 58 CPDF hace mención expresa a la “pena de
prisión” mientras que el art. 38.III CPEUM se refiere a “pena corporal”. La precisión de que la pena
corporal debe entender como una pena privativa de libertad es de la SCJN.
2) La suspensión de la pena de prisión es una “forma de ejecución de la pena
privativa de libertad” consistente en la “suspensión parcial (no total) de la pena”,
quedando el sentenciado “sometido a una serie de condiciones limitativas de libertad.
Esto es, la condena se sigue cumpliendo y la pena privativa de su libertad también”. A
este segundo argumento lo llamaré “argumento del cumplimiento de la pena privativa
de libertad”26.
Pese a que la Corte realiza algunas referencias al fin o justificación del instituto de la
suspensión de la pena y al art. 18 de la CPEUM y la directriz que en materia punitiva
establece, no puede considerarse que en este caso el “argumento de la readaptación”
sustente la decisión de la Sala. Al respecto, quiero realizar una consideración y cuatro
objeciones:
26
La suspensión de la pena es una “suspensión parcial de la pena (…) no puede considerarse que se
suspenda totalmente la pena de prisión, pues el sentenciado no recupera totalmente su libertad, ya que
queda sometido a una serie de condiciones limitativas de libertad. Esto es, la condena se sigue
cumpliendo y la pena privativa de su libertad también. En este sentido, la suspensión condicional de la
pena no implica una modificación de la pena, sino una forma de cumplimiento de la misma”.
Considerando 5º.
27
Existen distintas maneras de comprender y recibir el Derecho en el permanente proceso de
transformación jurídica (Nieto, 2002: 50 y ss.): una formalista, cuyos rasgos principales ya han sido
expuestos en el texto principal y otra que, en cambio, responde a un modelo de estado constitucional
de derecho, en el que se asume la complejidad del sistema normativo y la existencia de antinomias
dentro del mismo y aún dentro de un mismo cuerpo. Esta concepción se apoya en distintos métodos
interpretativos para “descifrar” el sentido de un precepto, recreándolo, lo que plantea la objeción de la
los límites y legitimidad del juez (incluso del juez constitucional) para asumir funciones de “producción”
normativa. En esta segunda concepción, partiendo de la idea que en el sistema existen dos normas que
encierran una contradicción de pensamiento entre sí, se busca un significado “acorde” con la coherencia
del sistema.
aplicador de la misma debe atender a su literalidad28: la SDP se mantiene durante la
extinción de la pena (art. 38.III CPEUM, 58 CPDF y 46 CPF) y, dado que la sustitución
de la prisión (excepto si se sustituye por multa) no extingue la pena de prisión 29, la SDP
debe mantenerse.
Primera objeción: Si, según la Corte, por pena corporal “debe entenderse pena privativa
de libertad” y, con la suspensión de la pena de prisión el sentenciado queda “sometido a
una serie de condiciones limitativas de libertad”, ¿cómo puede afirmarse que dicho
sentenciado “sigue cumpliendo la pena privativa de libertad”? No es lo mismo tener la
libertad privada que limitada.
Segunda objeción: Al resolver de acuerdo con una concepción formalista del derecho, la
Corte no atiende a la posible modulación que otra prescripción normativa pueda
producir: aquella que establece que “la suspensión comprenderá la pena de prisión y la
multa. En cuanto a las demás sanciones impuestas, el Juez o Tribunal resolverá según
las circunstancias del caso” (art. 91 CPDF)30. Obviamente, una lectura estrictamente
gramatical lleva a defender que, en tanto accesoria, la SDP no es “impuesta”31 y, por
tanto, su mantenimiento tampoco debe ser objeto de pronunciamiento expreso en la
resolución que suspenda la pena. Por tanto, el criterio de la interpretación literal niega
los efectos de la colateralidad, argumento éste último que la Corte asume como válido
para justificar la no necesidad de imposición expresa y motivación de la SDP: asumir la
tesis de la colateralidad para justificar la imposición de la medida y no hacerlo para
determinar la procedencia de la rehabilitación (bajo el criterio de la interpretación
literal) es un contrasentido lógicamente insostenible.
28
Tanto es así que la Corte, para distinguir suspensión de sustitución, parte de la definición de ambos
términos en el Diccionario de la Real Academia Española (considerando 5º CT 15/2010).
29
La suspensión condicional de la pena no se encuentra entre las causas de extinción previstas en los
arts. 91 a 118 del CPF ni en el art. 94 del CPDF.
30
En términos similares, aunque no idénticos, el art. 90 fracción III del CPF: “La suspensión comprenderá
la pena de prisión y la multa, y en cuanto a las demás sanciones impuestas, el juez o tribunal resolverán
discrecionalmente según las circunstancias de cada caso”.
31
En la CT 15/2011, la Corte recuerda que “La Primera Sala ha sostenido el criterio de que la SDP como
consecuencia necesaria de la pena de prisión, es de naturaleza accesoria, pues deriva de la imposición
de esta última y tiene su origen en ella; sin que, por tanto, corresponda imponerla al juzgador, como sí
sucede tratándose de penas autónomas, las cuales son impuestas por el juzgador en uso de su arbitrio
judicial y de conformidad con el tipo penal respectivo” (considerando 5º). La cursiva es mía.
Tercera objeción: Aunque el principio de readaptación no oriente la decisión de la
Corte, lo cita (y en algún argumento concreto incluso se puede sostener que lo aplica32)
como principio orientador de la finalidad del sistema punitivo. Sin embargo, al
presentar el fin de la suspensión, declara que éste es “la suspensión de las sanciones
impuestas a los delincuentes, siempre y cuando carezcan de antecedentes penales de
mala conducta, y que la pena consista en una prisión que no exceda de cinco años”.
Pues bien (la objeción es que) decir que la finalidad de la suspensión es la suspensión es
redundante, por lo que la institución queda sin justificar. Lo que define la Corte en el
texto entrecomillado es el objeto y requisitos de la suspensión, pero no su finalidad, que
es la expresión teleológica del motivo por el cual existe o se justifica la institución: en
este caso, formalmente y por imperativo constitucional, la readaptación.
Cuarta objeción: La Corte intenta justificar (con todo respeto, creo que no se consigue)
el diferente efecto que, sobre la suspensión de derechos políticos, tienen la suspensión y
la sustitución de la pena. En esta justificación advierto algunas incoherencias que
intentaré poner de manifiesto a continuación, en el próximo epígrafe.
32
Al afirmar que la suspensión condicional “es un beneficio que el Juez puede o no conceder atentas
ciertas condiciones, las que, incluso, llenadas formalmente pueden no inclinarla a la concesión de
referencia (peligrosidad manifiesta entre otras)”: entiendo que, entonces, si existe peligrosidad, es
necesaria la pena y su finalidad preventivo-especial (resocialización o, en caso contrario, neutralización),
por lo que no se suspende.
A) Suspensión de derechos políticos, sustitución de la pena, TEPJF y SCJN
Si entiendo bien, me parece que rol descriptivo y prescriptivo se adecúan a las dos
concepciones o maneras de “leer” el derecho que he señalado en el apartado
precedente: el rol descriptivo sería el adoptado por un operador jurídico que,
respondiendo a una concepción formalista del derecho, le conduce a tomar decisiones
basadas en la literalidad del precepto. En cambio, el rol prescriptivo sería el adoptado
por un operador jurídico que, asumiendo que en un sistema jurídico existen
contradicciones internas, apela a distintas fórmulas interpretativas para hallar un
significado de la norma válido (o lo más coherente posible) para aquel sistema.
Primera: Los dos tribunales coinciden en admitir la validez de la SDP como pena
accesoria a la prisión. Esa asunción, sin embargo, no es una asunción razonada,
lógicamente, dado el rol descriptivo o concepción formalista que ambos órganos
asumen respecto a esta causal. Cabe apuntar que ambos han adoptado otro rol o
concepción al examinar una causal distinta: la de la SDP por auto de formal prisión”,
llegando a asignar un significado distinto al de la mera literalidad del art. 38.II CPEUM,
para la suspensión de los derechos políticos (el TEPJF)33 y para la suspensión del
sufragio activo (la SCJN)34.
Segunda: los dos tribunales admiten que la sustitución de la pena de prisión conlleva la
rehabilitación de los derechos políticos del sentenciado. Por tanto, y aunque el TEPJF
33
SUP-JDC-98/2010 (caso Orozco) y SUP-JDC-157/2010 y acumulado (caso Sánchez) para el sufragio
pasivo y SUP-JDC-85/2007 (caso Pedraza) para el sufragio activo.
34
CT 6/2008-PL.
(dado el rol prescriptivo que adopta en la cuestión de la rehabilitación) haga uso de dos
argumentos más para sostener su decisión, no puede decirse que exista contradicción de
criterios entre ambos órganos.
Como hemos visto, la SCJN otorga efectos diferentes sobre la SDP en función
de si la pena es sustituida o suspendida: en el primer caso, la SDP sigue la consecuencia
de la principal y, por tanto, los derechos políticos son rehabilitados; en el segundo, no.
Dado que existe un precedente de la propia Corte en el sentido indicado para la
sustitución, en la CT 15/2010, el tribunal intenta justificar esa diferencia de trato o
distintos efectos para dos instituciones que, no obstante, “tienen como fin primordial
evitar la reincidencia y los perjuicios que acarrea para los delincuentes primarios (o que
cometieron el delito por imprudencia) el ejemplo de los habituales”. Esto lo afirma la
Corte respecto a “ambas instituciones” (suspensión y sustitución) en el considerando 5º;
pero en el considerando 4º de la misma resolución asevera que la sustitución y la
suspensión condicional de la pena son “dos beneficios (con) naturaleza jurídica y
finalidad y consecuencias jurídicas” diferentes. Primera contradicción: Sustitución y
suspensión, ¿tienen la misma finalidad o no?
Pero retomemos el hilo: dado que la corte asigna distintos efectos, sobre los derechos
políticos, a la sustitución y a la suspensión, parte de su argumentación se dirige a
justificar dicha divergencia de efectos. ¿Lo consigue? Para posicionarme, parto de las
siguientes premisas:
(4) “Ambas instituciones tienen como fin primordial evitar la reincidencia y los
perjuicios que acarrea para los delincuentes primarios (o que cometieron el delito por
imprudencia) el ejemplo de los habituales”37.
La cuestión consiste en razonar si, dadas estas identidades entre ambas instituciones, la
SCJN argumenta alguna diferencia que justifique que una de ellas permite entender
rehabilitados los derechos políticos y la otra no, esto es, que para el caso de la
suspensión haya que aplicar literalmente el art. 38.III CPEUM y para el de la sustitución
35
Aunque la SCJN sostenga, como argumento principal, que con la suspensión de la pena el sentenciado
no recupera totalmente la libertad, al quedar sujeto a una serie de condiciones limitativas de la misma.
36
“Si el sentenciado falta al cumplimiento de las obligaciones contraídas (a las que se condiciona la
suspensión), se podrá hacer efectiva la pena suspendida (…). Cuestión distinta sucede cuando se
concede el beneficio de la sustitución de la pena, pues al optarse por tal beneficio el sentenciado ya no
está condenado a cumplir con una pena privativa de libertad, sino a cumplir con el sustitutivo (multa o
trabajo en beneficio de la víctima o a favor de la comunidad, tratamiento en libertad o en semilibertad)
por el que hubiere optado” (considerando 5º CT-15/2010). Pero tanto el art. 71 CPF como el art. 87.I
CPDF prescriben que cuando el sentenciado no cumpla con las condiciones que le fueran señaladas, el
juez dejará sin efecto la sustitución y ordenará que se ejecute la pena de prisión impuesta.
37
También considerando 5º CT-15/2010.
se permita una interpretación distinta del mismo. Yo no he encontrado, en la resolución,
ningún argumento que justifique este diferente efecto sobre la SDP38.
La prisión no es, ni debe ser, el principio rector del modelo constitucional de privación
de derechos políticos”. En su opinión, “el fundamento de la suspensión política es la
conducta constitutiva de delito lesiva de bienes jurídicos tutelados por los derechos
políticos, mientras que el fundamento de la rehabilitación es la garantía de reinserción
social, con independencia de la prisión40.
38
Véase infra, conclusión 6 en el Capítulo III.
39
Ríos Vega 2010: 27
40
Ríos Vega, 2010: 44
colateralidad de la SDP respecto de la pena de prisión: éste supuesto, simplemente, no
ha sido objeto de justificación constitucional. Ya apunté, en otro trabajo, por qué la
prisión (preventiva o definitiva) no puede ser la causa de la SDP: la “tesis de la
imposibilidad para ejercer el derecho” no es plausible, por materialmente incierta (en
realidad, aunque no en México, hay presos que votan y aún otros que se han postulado
como candidatos desde el reclusorio), por lo que tal imposibilidad debe ser removida
con acciones positivas del Estado que garanticen, a los que formalmente tienen derecho,
la oportunidad de ejercerlo. Y aunque normalmente citemos a Ferrajoli para autorizar
este último argumento, también la Corte Interamericana lo exige, en aplicación del art.
23 de la Convención (párrafo 108 del caso López Mendoza):
Un inciso: me interesa destacar en este momento (porque creo que puede resultar
clarificador para el discurso teórico y práctico) cómo legitimación externa e interna se
entrelazan o conectan en el debate relativo a la SDP44:
41
Ahí, en la determinación del fin de la pena, es dónde difieren las distintas doctrinas utilitaristas. En
brevísima síntesis: existen dos grandes versiones del utilitarismo: una la que aduce como fin de la pena
razones de Estado o de gobierno y otra la que aduce como fin de la pena el bienestar de los gobernados.
La primera corriente es “idónea para justificar sistemas de derecho penal ilimitado, de carácter
sustancialista e inquisitivo, especialmente en relación a los delitos políticos”. La segunda corriente se
divide, a grandes rasgos, en dos versiones más, en función de “cuáles son los gobernados” cuyo
bienestar se persigue: una versión, la que concibe como fin del derecho penal y de la pena la “máxima
utilidad posible que quepa asegurar a la mayoría formada por los no desviados”, responde a “intereses
de la seguridad social” y, “al no tomar como parámetro a los penados, hace imposible la ponderación
entre costes y beneficios de la pena y del derecho penal”, permitiendo así modelos de derecho penal
máximo. Para la segunda subtendencia del utilitarismo, el fin de la pena y del derecho penal es el
mínimo sufrimiento necesario que haya que infligir a la minoría formada por los desviados”. Ésta es la
que “permite modelos de derecho penal mínimo” (Ferrajoli, 1995: págs. 262 y ss).
42
Pujadas, 2013. En la experiencia que tengo interpelando a personas acerca del derecho de voto de los
presos, he podido advertir también razones de oportunidad: sin que haya hallado yo una voz que lo
perpetúe por escrito, sí he escuchado a algunas (en especial cuyos trabajos se relacionan con políticas
públicas penitenciarias) que apuntan, con pesar y en la intimidad, otro argumento “de oportunidad”
para impedir el ejercicio del derecho de sufragio a los reclusos: en un sistema con altos grados de
corrupción institucional, no se puede garantizar la libertad de sufragio en los recintos carcelarios y de
personas sometidas a la política ejecutiva.
43
Un ilustrativo resumen de las distintas corrientes y modelos de ciudadanía y limitación de la misma en
Ríos Vega, 2010: 47 a 67 y 69 a 74.
44
Parafraseando a Ferrajoli, entendemos por: (a) legitimación externa o justificación, aquella
legitimación realizada “por referencia a principios normativos externos al derecho positivo”, esto es, a
criterios de valoración morales o políticos o de utilidad de tipo extra o metajurídico. Las teorías sobre los
fines de la pena son teorías justificacionistas o legitimadoras desde el punto de vista externo, y por (b)
legitimación interna o legitimación en sentido estricto, aquella realizada “por referencia a principios
A) Cuando se positiviza un fin de la pena como principio rector del sistema
punitivo, se convierte una razón externa (o metajurídica) en interna (o jurídica). Eso es
lo que hace el art. 18 CPEUM y eso es lo que quizás permita justificar una
interpretación sistemática de la Constitución para dar al art. 38.III un sentido distinto al
que literalmente denota.
normativos internos al ordenamiento jurídico mismo”, esto es, a criterios de valoración jurídicos o
intrajurídicos (Ferrajoli, 1995: 213).
45
De acuerdo con la tesis de Sánchez Gil, en los arts. 1 y 16 CPEUM se encuentra el “fundamento textual
positivista” (palabras del autor) para la aplicación del principio de proporcionalidad en México.
46
Ríos Vega, 2010: 66 (la cursiva es mía).
ser explícitos y motivados con argumentaciones pertinentes”. Esta argumentación
teórica conducente a la necesidad de motivación, encuentra respaldo no sólo en el
derecho positivo mexicano47 sino también en la jurisprudencia de la Corte
Interamericana (sin ir más lejos, párrafo 147 del caso López Mendoza). Esta elemental
exigencia no se puede satisfacer cuando la pena se establece como accesoria a otra pena,
por el simple hecho que no existe relación entre delito y pena, sino entre pena y pena:
por tanto, la relación entre la gravedad del delito y la gravedad de la pena no puede ser
determinada y mucho menos motivada48. Por este motivo, la SDP accesoria a la prisión
(preventiva o definitiva) no acostumbra a ser objeto de pronunciamiento expreso49 ni de
motivación, pese a la advertencia de la Corte Internacional50.
47
La necesidad de motivación en los actos de molestia acostumbra a apoyarse en el art. 16 CPEUM.
48
El principio de la pena mínima necesaria es un mandato del derecho penal garantista que parte de la
existencia de una relación puramente jurídica (no natural o sustancial) entre el tipo y grado de la pena y
el tipo y grado del delito (Ferrajoli, 1995: 393). Por ello, la determinación (legal y judicial de la pena)
debe siempre hacerse relacionando el delito y la pena: la calidad y cantidad de la pena deben
determinarse, a nivel legislativo por la gravedad del delito y a nivel jurisdiccional por los rasgos
específicos del hecho (Ferrajoli, 1995: 399 y 403). Si la SDP se impone como consecuencia accesoria a la
pena de prisión, se pierde (respecto a la pena SDP) la necesaria relación gravedad del delito-gravedad de
la pena. Un contraargumento a esta crítica es que al ser la pena de prisión la más grave (por tanto,
prevista para las sanciones más graves), y al asociarse la SDP a la pena de prisión, también la SDP
responde a la gravedad del delito. Aún admitiendo este discutible argumento y aceptando entonces que
se cumple el principio de determinación legal de la pena, de ningún modo se cumple el principio de
determinación judicial de la pena ni, por tanto el de proporcionalidad. No me interesa ahora discutir si
existe una obligación para el Estado de prever y aplicar un sistema penal garantista, sino simplemente
poner de manifiesto que las penas accesorias, al imponerse automáticamente y por imperativo legal, no
pueden ser justificadas como intervenciones mínimas y necesarias.
49
Véase la cita de la SCJN, supra, en nota al pie 18.
50
Véase la cita de la CIDH, supra, en nota al pie 19.
Tal como la entiendo, la pregunta que se nos formula nos conduce a un discurso
metajurídico o de legitimación externa que ni puedo ni considero que deba acometer
aquí. Por ello, en lugar de presentar las pretendidas virtudes (humanitarias) de la
rehabilitación social, las agudas críticas (también humanitarias) formuladas a esta
justificación de la pena y del derecho penal, los datos sobre las condiciones de la
reclusión en México51, o los muchos testimonios sobre la resocialización o
desocialización que la literatura carcelaria reporta, prefiero plantear otras dos
cuestiones, más concretas y “tratables” desde una óptica preferentemente jurídica:
51
Véase Bergman y Azaloa, 2007.
52
En el caso Hernández se sostiene que la justificación de la sustitución de la pena es la “prevención
general para lograr la readaptación del sentenciado” (p. 18), siendo también éste el objeto del régimen
de prelibertad (p.21). Los diferentes sustitutivos y correctivos de la pena de prisión están encaminados
(…) a contribuir a la readaptación del individuo y a la rehabilitación de sus derechos (p. 23).
individuo: la pena de prisión se sustituye, cumpliendo ciertos requisitos, porque se
considera que no es necesario readaptar al individuo53 y, aún cumpliendo los requisitos
legales, si el juez considera que existe peligrosidad, la pena y su finalidad preventivo-
especial (resocialización o neutralización) devienen necesarias, por lo que no se
suspende sino que se ejecuta54. Como advierte Ferrajoli (1995: 272), las instituciones
premiales son, precisamente, producto de las teorías de la enmienda o resocialización.
Entonces,
53
En la CT 15/2010 se expone que entre los requisitos que el art. 89 CPDF prevé para la suspensión
condicional de la pena) se encuentra el de “que en atención a las condiciones personales del sujeto, no
haya necesidad de sustituir las penas, en función del fin para el que fueron impuestas” (II) y (III) “que el
sentenciado cuente con antecedentes personales positivos y un modo honesto de vida. El Juez
considerará además la naturaleza, modalidades y móviles del delito”.
54
En la CT 15/2010 se afirma que la suspensión condicional de la pena “es un beneficio que el Juez
puede o no conceder atentas ciertas condiciones, las que, incluso, llenadas formalmente pueden no
inclinarla a la concesión de referencia (peligrosidad manifiesta entre otras)”.
especial de la rehabilitación. Entonces, si la pena de SDP no está orientada a ese fin,
¿tiene éste alguna incidencia en la rehabilitación de los derechos políticos?
Ahora sí, para responder a esta pregunta y a la que encabeza este epígrafe 55, distinguiré
los supuestos de rehabilitación en función de si ésta (a) se refiere a la SDP como pena
autónoma o como pena accesoria y (b) es definitiva o provisional56:
55
Véanse conclusiones XIII y XIV, infra, capítulo III.
56
Es preciso señalar que entiendo la rehabilitación como la reintegración de los derechos políticos del
condenado. Entiendo por rehabilitación definitiva aquella que es firme, y por provisional aquella cuya
vigencia queda condicionada al cumplimiento de una serie de condiciones, hasta que devenga firme.
Para el análisis de las posibilidades que ofrece el derecho positivo, aplicaré el CPF.
57
Dicho precepto plantea otros problemas interpretativos: La remisión legal que formula (“la ley fijará
los demás casos en que se pierden, y los demás en que se suspenden los derechos del ciudadano, y la
manera de hacer la rehabilitación”), ¿se refiere al cómo (de todos los supuestos, constitucionales y
legales) o al cuándo (de todos los supuestos legales)? ¿Y al cuándo de los supuestos constitucionales?
¿También o en este último caso, el cuándo viene determinado por las mismas causales del art. 38
CPEUM?
suspensión condicional requieren que la pena a sustituir o a suspender sea la de prisión,
por lo que, parece, una interpretación literal de los preceptos que las regulan (arts. 70 y
90 CPF, respectivamente) impide que dichas instituciones se apliquen a la pena de SDP
autónoma. No obstante, el art. 90.III del CPF establece que “la suspensión comprenderá
la pena de prisión y la multa, y en cuanto a las demás sanciones impuestas, el juez o
tribunal resolverán discrecionalmente según las circunstancias de cada caso”. Una
interpretación literal de cada uno de estos preceptos nos lleva a concluir que es posible
la rehabilitación provisional de los derechos políticos cuando éstos se suspendieron
como pena autónoma junto con otra pena autónoma de prisión. Pero no si sólo hubo
condena de inhabilitación política. ¿Por qué? El debate debe reconducirse a si el
derecho a la readaptación justifica que las instituciones premiales (justificadas por el fin
de la readaptación) sean aplicadas a la SDP impuesta como pena autónoma,
considerando que ésta no es idónea para el fin de readaptación. En mi opinión, el fin de
la readaptación no sería fundamento suficiente (pero sí necesario) para sustituir o
suspender la pena de SDP, sino que dicha rehabilitación provisional debe responder a
unas causas específicas de sustitución o suspensión y quedar sometida a unas
condiciones también específicas. La SDP como pena autónoma responde a una
necesidad de prevención especial negativa (evitar que el individuo cometa “daños a la
democracia”, con toda la imprecisión y vaguedad que la expresión entrecomillada
tiene). Dicha pena se habrá previsto como autónoma para aquellos delitos en que el bien
jurídico protegido lo amerite58, por lo que la rehabilitación provisional debe responder a
unas causas específicas y distintas a las que justifican la pena de prisión.
58
Y, en este sentido, resulta válido el “argumento de la intervención mínima” sostenido por el TEPJF en
el caso Hernández (cfr. supra, capítulo II apartado 1).
plantear problemas interpretativos. Como ya se ha puesto de manifiesto, la respuesta
que se sostenga depende directamente de que se asuma una rol descriptivo o uno
prescriptivo en la determinación y aplicación del derecho: por el primero, la SDP no se
rehabilitaría hasta la extinción de la pena de prisión principal: sólo cabe rehabilitación
definitiva. Por el segundo, el beneficio de una institución premial debe poder conllevar,
a la luz del art. 18 CPEUM, la rehabilitación provisional de los derechos políticos
suspendidos accesoriamente: recordemos que estas instituciones se prevén
legislativamente con el fin (formal) de ayudar a la readaptación del individuo: en
libertad vivirá como se vive en libertad. Entonces, si el individuo va a someterse a las
reglas jurídicas de la vida en libertad, hay que darle las herramientas o mecanismos para
vivir fuera del reclusorio. ¿Poder votar, ser votado o asociarse, es necesario para
adaptarse al medio social? Quizás no: hay muchos “adaptados” que no votan, son
votados ni se asocian políticamente. Pero la cuestión más bien es: ¿No poder votar, ser
votado o asociarse, dificulta el proceso de adaptación? Quizás sí, dado que el individuo
puede no sentirse parte de la comunidad que integra. Así que, como principio
orientador, parece que no debe impedírsele el ejercicio de esos derechos. El mismo
argumento sería válido para permitir el ejercicio de los derechos políticos en reclusión
(esto es, sin que se le haya otorgado un beneficio que comporte la liberación).
La primera es que, de acuerdo con el art. 45 CPF, de hecho un individuo puede llegar a
cumplir dos penas de SDP (una accesoria a la prisión y otra autónoma) por el mismo
delito y que el cómputo de la SDP como pena autónoma comienza cuando termina la
sanción privativa de libertad (y la SDP accesoria a ella). Por tanto, aún habiéndose
previsto la SDP como pena autónoma en un caso concreto, la cuestión de la
rehabilitación por sustitución o suspensión de la pena de prisión sigue revistiendo
importancia en aquellos casos, pues de la posición que se sostenga depende que el
cómputo de la pena autónoma inicie, bien en el momento que se decrete la suspensión
(o la sustitución), bien en el momento en que se considere extinguida la pena de prisión
sustituida o suspendida.
La segunda es que existe una diferencia entre el contenido de una pena y los efectos de
una pena. Es lo que, en otro lugar, he llamado efecto directo y efectos indirectos de las
medidas (Pujadas 2007). El contenido u objeto de la SDP es la privación (aunque
temporal) del derecho de sufragio y asociación. Ahora bien, los efectos de la ejecución
de esa medida son muchos más: dado que la ejecución de esa pena se realiza con la
retirada y/o no expedición de la credencial de elector, de hecho se veda la posibilidad de
realizar cualquier trámite en que dicho documento se requiera como imprescindible: y,
como se sabe, esos trámites son muchos. Son, además, trámites si no imprescindibles
algunos, muy necesarios para desarrollarse económicamente. De alguna manera, al
ejecutar la SDP, se relega al individuo a la práctica informal de muchas actividades.
Quizás éste no sea un argumento definitivo para la rehabilitación, pero sí un argumento
para repensar la forma de ejecución de la suspensión.
XV. Ejecución de la SDP. Hay que distinguir los efectos de una medida de los
efectos de la ejecución de una medida. En el caso de la SDP, cabe criticar la magnitud
de los efectos de la ejecución de la pena y, por tanto, reconsiderar la manera de proceder
a dicha ejecución.
FUENTES
Nota: La mayoría de las fuentes están disponibles en Internet. Las direcciones reseñadas
han sido comprobadas por última vez el día 19 de octubre de 2013. Los textos legales y
resoluciones también están disponibles en las páginas web de los órganos que las
dictaron.
BERGMAN (M) y AZALOA (E), 2007. “Cárceles en México. Cuadros de una crisis”,
en Revista Latinoamericana de seguridad ciudadana, nº1, 2007, págs. 74 a 87.
Disponible en www.flacsoandes.org/urvio/img/INV_MX_Urv1.pdf
RÍOS VEGA, L.E. 2010. “El derecho a la rehabilitación de los derechos políticos. El
caso Hernández”, México, TEPJF. Serie Comentarios a las sentencias del TEPJF, núm.
30. Disponible en
www.venice.coe.int/CoCentre/Icaza_Hernandez_derechos_politicos_ESP.pdf