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Las obligaciones nacen para ser cumplidas, vale decir, para satisfacer el interés del acreedor
mediante la realización de lo prometido por el deudor. Sin embargo, es posible que el
deudor no cumpla con la prestación debida o la cumpla en forma parcial, tardía o
defectuosa (cumplimiento inexacto). Cuando esto se verifica nos enfrentamos ante un
supuesto de insatisfacción del interés del acreedor (total o parcial) cuyas consecuencias
para el deudor estarán determinadas por las causales de aquel incumplimiento total o del
cumplimiento inexacto. De ello se ocupa la teoría del incumplimiento, fundamental para el
derecho de obligaciones tendiente, justamente, al estudio de las responsabilidades del
deudor (y también del propio acreedor) derivadas de tales situaciones.
Cabe anotar que nuestro cuerpo normativo en cuanto al tema de la inejecución de las
obligaciones, adopta una técnica distinta a la que sigue con relación a las demás normas que
conforman el libro de las obligaciones, ya que opta por definir determinados conceptos
sobre la inejecución, como veremos a continuación.
Pero ¿Qué se entiende por diligencia ordinaria? Pues es aquel comportamiento del deudor
que consiste en usar “todos los cuidados y las cautelas que habida consideración a la
naturaleza de la determinación relación obligatoria y a cada circunstancia, lo pongan en
condiciones de poder cumplir”.
En buena cuenta, actuar diligentemente, desde el ángulo del deudor, implica lo que
normalmente se puede pretender que éste haga para lograr la satisfacción del acreedor.
Cuando el incumplimiento o cumplimiento inexacto no será el resultado de una falta de
diligencia, el deudor no ha podido lograr la satisfacción de su acreedor. Ello puede deberse
a múltiples como el caso fortuito y la fuerza mayor, la falta de colaboración del propio
acreedor, etc. De tal forma que la ausencia de la culpa exonera de la responsabilidad, ya sea
para el caso de inejecución de la obligación o por su cumplimiento inexacto o irregular. Por
ello, al obligado solamente le correspondería probar que, pese a que actuó con la diligencia
que requería la naturaleza de la obligación, la prestación no ha podido ser cumplida o ha
podido ser cumplida o ha podido serlo solo en forma inexacta, pero por causa no imputable
a él.
El artículo 1315 del CC. define el caso fortuito y el de fuerza mayor y señala que ambos
caos constituyen causas no imputables de incumplimiento, por cuanto ellos consisten en
eventos extraordinario, imprevisibles e irresistibles, que impiden ya sea la ejecución de la
obligación o que provocan su cumplimiento parcial, tardía o defectuoso.
Como bien lo explica Messineo, la diferencia entre el caso fortuito y la fuerza mayor ha
perdido importancia. En general se considera que el caso fortuito está dado por eventos
naturales (granizada, terremotos, sequía, etc.,), mientras que la fuerza mayor se debe a
hechos ajenos, ya sea de terceros (estado de guerra, choque ferroviario, naufragio de naves)
o actos atribuibles a la autoridad (expropiación, requisición, poner el bien fuera de
comercio, poner fuera der recurso una especie monetaria). El caso fortuito está, pues,
principalmente referido a los accidentes naturales (hechos de Dios) y la fuerza mayor se
encuentra referida a los actos de terceros o del gobierno o autoridad (hechos del príncipe).
Las consecuencias del caso fortuito o de la fuerza mayor son las mismas. En ambos casos
hay ausencia de culpa por cuanto ambos eventos son independientes de la voluntad del
deudor.
Así, dice Messineo, si se trata de imposibilidad solamente parcial de manera que el deudor
está en situación de cumplir por la parte restante, la contraparte tiene derecho a una
correspondiente reducción de la prestación debida por ella, y puede también separarse del
contrato si no tiene interés apreciable en recibir el cumplimiento parcial. Si la imposibilidad
de la prestación es solamente temporal, no hay responsabilidad por el retardo, ni la hay para
la extinción de la obligación (esta queda en suspenso) (Borda, 2003, p. 78).
Como quiera que este es un precepto de carácter excepcional, se entiende que sebe constar
en forma clara para que no ofrezca deudas.
a) El dolo
Sin embargo, esta intencionalidad del dolo es muchas veces difícil de precisar
por cuanto el dolo se caracteriza por la conciencia que tiene el deudor de violar
con sus actos la obligación. Inclusive, el deudor podría no tener intención de
dañar, pero a sabiendas viola la obligación. Messineo califica el dolo de
perverso propósito (mala fe objetiva) de no cumplir.
b) La culpa inexcusable
El artículo 1319 del CC. Establece que incurre en culpa inexcusable quien por
negligencia grave no ejecuta la obligación. Messineo, la califica como aquella
que consiste en la omisión del grado mínimo de diligencia.
Es justamente la culpa que linda con el dolo: culpa lata solo aequiparatur. Es
aquella que se presenta cuando no se toman las diligencias y los cuidados más
elementales, por lo que se le atribuyen iguales consecuencias jurídicas a las de
quien actúan con dolo. Como dice Staudinger, esta equiparada solamente es
aceptable como regla en el derecho civil, mas no en el derecho penal ni en la
responsabilidad civil extracontractual.
c) La culpa leve
Nuestro código solamente recoge la culpa inexcusable (lata) y la leve, sin tratar
siquiera la levísima.
Es frecuente que el deudor recurra a un tercero para cumplir con la obligación, más aún hoy
que para la ejecución de ciertos contratos se requiere una distinta gama de especialidades
que exigen la subcontratación de terceros, en cuyo caso el obligado responderá por los
hechos de dichos terceros.
Así, el BGB (código civil alemán) también prescribe en su artículo 278, que; el deudor ha
de responder con el mismo alcance que en la culpa propia de la culpa de su representante
legal y de la de las personas de que se sirve para el cumplimiento de su obligación. Estas
personas de que se sirve podrán ser auxiliares, empleados, dependientes o terceros
encargados. Sobre este punto Lamenz, señala que el deudor responde en todo caso
únicamente por la culpa de las personas por él empleadas en el cumplimiento de la
obligación, lo cual ha de entenderse en el más amplio sentido. Pero la culpa de la persona
auxiliar ha de radicar en el cumplimiento de las obligaciones y no ha de tener lugar solo
ocasionalmente con motivo de una actividad que este en relación con aquella. El pintor
responde, por tanto, de la rotura de una luna del cliente producido por su empleado al
manejar sin precaución la escalera, y no responde si dicho empleado comete un robo
aprovechando la ocasión de hallarse solo en la vivienda del cliente, ya que el robo no es una
acción que consiste precisamente en la omisión de especial deber contractual.
a) El daño emergente
El daño emergente está constituido por las pérdidas mismas como consecuencia de
la inejecución o de su cumplimiento parcial o defectuoso. Como señalan Diez
Picazo y Gullón, el daño emergente no se confunde necesariamente con el valor de
la prestación que falta, sino que llega más allá. Piénsese en los gastos que ha
soportado el comprador para adquirir el dinero con el que pagar la mercancía que no
se le entrega, o para realizar las obras necesarias que le permitan utilizarla, por
ejemplo: una nave especial para maquinaria que ha comprado. Es claro que son
perdidas experimentadas por el incumplimiento, una disminución injustificada de su
patrimonio que necesita ser resarcida.
b) Lucro cesante
El lucro cesante es el correspondiente de las ganancias que deja de percibir el
acreedor por el incumplimiento o el cumplimiento inexacto.
c) El daño moral
El código trae un concepto nuevo que responde a las exigencias de nuestros tiempos, cual
es el referido al daño moral que se hubiese irrogado como consecuencia de la inejecución
de la obligación.
El daño moral es el daño no patrimonial que afecta los derechos de la persona o sus valores
y pertenecen más a su mundo afectivo que a su circunstancia económica. El daño moral
recae sobre los bienes inmateriales. Lesiona derechos de la personalidad y, de acuerdo con
el artículo 1322 del CC., es susceptible de resarcimiento. Este daño irroga un perjuicio
sobre facultades de la personalidad o sentimientos legítimos y, como consecuencia,
ocasiona un daño material.
Coincidimos con la diferencia que hace Larenz del daño material y del
inmaterial es el daño patrimonial que puede originarse directamente en
forma de privación, destrucción, menoscabo o deterioro de un bien
patrimonial, o indirectamente, por ejemplo, en forma de perdida de
adquisiciones o de ganancias o de causación de gastos necesarios
originados por el daño. Daño inmaterial o ideal es el daño directo que
alguien sufre en un bien de la vida (como la salud, el bienestar corporal, la
libertad, el honor), que no puede ser valorado en bienes patrimoniales
(Borda, 2003, p. 54).
Nuestro código precisa que el resarcimiento se hará por el daño que sea consecuencia
inmediata y directa de la inejecución. A este respecto, valga el ejemplo de Pothier: se ha
vendido una vaca enferma por un negociante que conocía la enfermedad y la oculto. El
animal contagia su enfermedad a las demás reses del comprador y todas ellas mueren. He
aquí el daño directo que el vendedor debe evidentemente reparar. Pero, si el contagio que
sufrió su ganado ha impedido al comprador cultivar sus tierras, obtener beneficio de ellas y
ha producido el embargo de sus bienes, el deudor no responde de estos daños indirectos. La
razón es que estos daños no son, ni ciertamente ni exclusivamente acaso, una consecuencia
de la culpa del deudor. En efecto, el comprador hubiera podido, a pesar de la pérdida de su
ganado, evitar la falta de cultivo, haciendo cultivar sus tierras con otros ganados que
hubiera comprado o alquilado, o arrendado sus tierras.
X. PRUEBA DEL DAÑO
El artículo 1331 del CC., señala que la prueba de la existencia de los daños y perjuicios, así
como de su cuantía, corresponde al perjudicado, es decir, alrededor. De no existir daño,
aunque existe dolo o culpa, no hay responsabilidad, salvo cuando el acreedor se encuentre
protegido por una cláusula penal de antemano fijo esos daños y perjuicio (infra N° 229) o
en el caso de intereses moratorios que compensan el retraso en el cumplimiento de
obligaciones de dar sumas de dinero (infra N°217).
El deudor responsable responde por el resarcimiento del daño en términos generales, pero
será de cargo del acreedor la prueba del daño especifico.
Finalmente, como quiera que la valuación del daño no es siempre fácil y está sujeta a una
serie de factores que muchas veces se sustentan en criterios técnicos, como pueden ser
valorizaciones, cotizaciones, consideraciones relativas a la oferta y la demanda, etc. Es que
el artículo 1332 del CC. determina que si el resarcimiento del daño, no pudiera ser probado
con exactitud en su monto preciso, este deberá ser fijado por el juez mediante valorización.
Según el tercer párrafo del artículo 1321 del CC., si el obligado procede con culpa leve (o
sea sin la diligencia ordinaria), el resarcimiento se limita al daño que podía preverse al
tiempo en que fue contraída la obligación.
Serán estos daños los que normal y necesariamente deberán ser cubiertos por la
indemnización, pues conforme lo establece el artículo 1329 del CC. La culpa leve del
deudor se presume. Por lo cual al acreedor le bastara acreditar la existencia de la obligación
asi como de los daños producidos por el incumplimiento o el cumplimiento inexacto. Por
ende, la carga de prueba de haber actuado con la diligencia ordinaria le correspondería al
deudor. Se trata. Pues, de una presunción juris tantum por lo que admite prueba en contrario
pudiendo el deudor exonerase de responsabilidad.
Con relación a los daños que el acreedor hubiera podido evitar utilizando una
diligencia ordinaria, el artículo 1327 del CC., dispone que el deudor no debe
resarcimiento por aquellos daños. Se entiende que esta regla se refiere a los daños
posteriores al incumplimiento y que ocurren como consecuencia de una acción que
el acreedor pudo evitar y no lo hizo.
El artículo 1329 del CC., sanción con pena de nulidad cualquier estipulación que excluya o
limite la responsabilidad por dolo o culpa inexcusable del deudor o de los terceros de quien
este pueda valerse. Este mismo principio se repite en el artículo 1928 del CC., cundo e trata
la responsabilidad extracontractual o de licitud. Ello quiere decir que el acreedor si puede
renunciar a la responsabilidad en que se pueda incurrir el deudor por inejecución originada
en culpa leve.
Sin embargo, debe enfatizarse que las estipulaciones referidas son procedentes si es que
después de ocurrido el daño el acreedor renunciar a exigir el pago de la indemnización,
tanto en el caso de responsabilidad contractual como extracontractual.
Debe defenderse que admitir que el deudor pueda incumplir voluntariamente lo prometido
equivaldría a aceptar que se obliga facultativamente a cumplir o a no cumplir con la
obligación.
Igualmente, el artículo 1328 del CC., sanciona con nulidad cualquier pacto de exoneración
o d limitación de responsabilidad para los casos en que el deudor, o terceros de quien se
valga, violen obligaciones derivadas de normas de orden público.
A este aspecto, el artículo 1324 del CC., agrega que, si el deudor se debían
intereses mayores, estos continuaran devengándose después del día de la mora,
pero en calidad de intereses moratorios. Debe agregarse, sin embargo, que el Banco
Central de Reservas, también fija un límite a la tasa de interés moratorio (Osterling,
2003, p. 65).
Este mismo artículo, en su segunda parte, admite que la indemnización puede ser superior
al interés legal que fija el Banco Central de Reservas del Perú o a los intereses mayores que
se debían antes de la mora, si ese fuese el caso. Lo acepta para el caso de que se hubiese
pactado sobre el resarcimiento del daño. En esa eventualidad tendrá derecho a una
indemnización adicional, probando, para el caso, que ha sufrido un daño mayor que el
compensable por los intereses.
Bibliografía