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Jugar y la autoproducción subjetiva

Cuando yo era muy chica, antes de empezar la escuela, me entretenía revisando el interior del
mueble en que mi mamá guardaba cajas con sus recuerdos, fotos, collares, piedritas (que yo creía
que eran de las preciosas porque brillaban) y me probaba aros como preparándome para alguna
ocasión festiva, así el curiosear se transformaba en alguna escena de juego que me tuviera como
protagonista La cuestión es que cada vez que yo desparramaba el interior de esas cajas y de las
carteras de mi madre, ella me decía “la curiosidad mató al gato”. Yo no entendía bien qué tenía
que ver conmigo, qué me quería decir pero, por el tono, sospechaba algún peligro, al menos para
el gato. Por eso, creo, que pasé de revolver sus cajones, sus alhajeros y carteras a hojear revistas,
libros de animales y enciclopedias. Parece que ahí las palabras de mi madre produjeron algún
movimiento hacia la pulsión epistémica y aún conservo la costumbre de revisar pero ahora es
curiosear conceptos, indagar más allá de lo que leo, veo o escucho. Además he confirmado que los
gatos se entretienen y crecen explorando pero sobre todo se divierten.

Ese encuentro entre el juego y la pulsión epistémica ha funcionado al modo de un mapa, de un


mantel que se despliega señalando un terreno posible de transitar: explorando, curioseando,
jugando, así que sin temer el fatal destino que sentenciaba mi madre por no atenerme al orden
instituido y siguiendo la idea de que el juego genera otro modo de funcionar entre las cosas he
incursionado por lecturas adyacentes a mi formación de base, y, en ese desliz lúdico, se produjo
otro encuentro, con esta imagen de pensamiento, que es reciente para mí, pero la intensidad con
que me afecta, muchas veces, es turbadora; sin embargo ha sido como abrir un grifo, por donde
comenzó a fluir multiplicidades sin clasificaciones y el movimiento me trajo hasta aquí para discurrir
sobre el jugar, esa actividad tan cotidiana y que me hacía tan feliz cuando niña.

Me he preguntado ¿qué le pasa a los adultos que no juegan, que han perdido la dimensión lúdica
como expresión de su ser? ¿cuáles serán las razones para reducir y cerrar la importancia del jugar
como propiedad de los niños? Estas preguntas han atravesado mi práctica institucional con
maestras y niños, con los pacientes y mi propia subjetividad.
He sido testigo de la separación tajante de espacios entre los adultos ó los niños, lo intelectual ó lo
lúdico. Por ejemplo, la actividad académica suele representarse como seria, solemne, sagrada y
actividad de seres adultos mientras que el juego como flexible, ocioso, despreocupado, profano y
especialmente como “esas cosas que hacen los niños”, o tal vez los irresponsables. Esta división si
algo muestra es su carácter jerarquizante de la actividad y de la diferencia entre adultos y niños,
señalando además un rasgo ideológico.

Jugando esas lecturas permitieron encontrarme con la idea de la teoría como una caja de
herramientas, es decir como una multiplicidad de conexiones de fragmentos a la vez teóricos y
prácticos que sirven para abordar un campo problemático, para dilucidarlo. Así la teoría es acción,
es práctica teórica y, es también, un arma para abordar una realidad y transformarla.

Si continúo con la idea de que la teoría es acción para abordar y también para producir una
realidad y el jugar también lo es puedo conjugar el encuentro de ambas, ese “entre dos” que me
permita ejercer una práctica y, al mismo tiempo, producir subjetividad.

Jugando la subjetividad se expande y se multiplica, se metamorfosea, cambia. Este movimiento


expresa un devenir subjetivo inacabado en el que el jugar da consistencia a los deseos, deseo de
ser otro, jugando se consigue una conciencia distinta de sí mismo.
La existencia deja de ser destino para sentirse como creación y aquel que juega lo intuye, de modo
que así entendido el entrecruzamiento del jugar y la subjetividad dejaría de ser el criterio
demarcador para diferenciar la niñez de la adultez.
Retomo la pregunta acerca de las razones por las cuales en la subjetividad adulta la acción de jugar
está tan desplazada y en innumerables ocasiones ausente.

Si el jugar y la autoproducción subjetiva constituyen dos acciones que se encuentran una con la
otra mientras juega, el niño se subjetiva, se construye en un régimen de signos ¿qué detiene ese
fluir de subjetividad y de juego en la adultez?

Los valores que configuran la imagen de una vida adulta se alejan del jugar; la responsabilidad, la
seriedad, el trabajo parecen ser los pilares que la sociedad referencia al adulto tiñendo todas sus
actividades y dimensiones de su ser: la profesión, el amor, la sexualidad. ¿Cómo se ha creado este
modo de pensar al adulto? Creo que por un lado subyace la idea de una subjetividad cerrada,
constituida de una vez, que utiliza el juego para alcanzar esa constitución y luego necesita de otras
funciones radicalmente distintas. Pero si entendemos a la subjetividad como una autoproducción en
constante devenir, otras pueden ser las líneas de comprensión y podríamos ubicarlas en aquellas
fuerzas que nos constriñen a pensar de un determinado modo, según un régimen de producción,
una dimensión socio histórica de constitución subjetiva.

En la fabricación social de los sujetos, las instituciones, a través de la transmisión de las


significaciones imaginarias sociales asumen un papel fundamental; primero la familia y luego la
escuela intervienen en el modelamiento de la subjetividad. Ambas constituyen las instituciones
emblemáticas a partir de las cuales el sujeto obtiene los valores instituidos, los mitos culturales, los
mandatos religiosos y morales, en definitiva las significaciones que esa comunidad a la que
pertenece reconoce como civilizadamente válidas.
De este modo se imponen ritmos al sentir y al pensar, se diagraman las fuerzas que nos incitan a
actuar, se configuran subjetividades mayoritariamente sometidas, algunas otras cuestionadoras del
orden instituido desde dentro del mismo, pero muy pocas creadoras y libres, capaces de
deliberación y autonomía.
En tal sentido recordamos al filósofo Federico Nietzsche quien expresa las tres transformaciones del
espíritu:

“Os indico las tres transformaciones del espíritu: la del espíritu en camello, la del camello en león y
la del león en niño. Muchas cosas pesadas hay para el espíritu fuerte, sufrido y reverente; apetece
su fuerza lo pesado, lo más pesado.
„¿Qué es pesado?', pregunta el espíritu sufrido, y se arrodilla cual el camello ansioso de llevar
pesada carga.
„ ¿Qué es lo más pesado?, ¿oh, héroes?', pregunta el espíritu sufrido,' para que yo cargue con ello y
goce con mi fuerza'.
¿No es esto: humillarse uno para herir su soberbia?¿Echarlas de estúpido para burlarse de su
sabiduría?
¿O es esto: apartarse uno de su causa en el instante en que triunfa?¿Subir a altas cimas para
tentar al tentador?
¿O es esto: alimentarse con las bellotas y el paso del conocimiento y, en aras de la verdad, pasar
hambre del alma?
¿O es esto? Estar enfermo y repudiar a los que vienen a consolar, y trabar amistad con las
palomas, que nunca oyen lo que uno quiere?
¿O es esto: zambullirse en agua turbia, si es el agua de la verdad, y no rehuir el contacto de frías
ranas y sapos calientes?
¿O es esto: amar a los que lo desprecian a uno y dar la mano al fantasma que quiere espantar?
Con todo esto carga el espíritu sufrido; como camello cargado se interna en el desierto, se interna
él en su desierto.
Mas en pleno desierto tiene lugar la segunda transformación: la del espíritu en león ansioso de
conquistar libertad y mandar en su propio desierto.
Va en busca de su amo último, decidido a enfrentarse con él y su dios último, a luchar por la
victoria con el gran dragón.¿Quién es el gran dragón que el espíritu ya no quiere reconocer como
su amo y dios? „¡Tú debes!', se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león proclama: „¡Yo
quiero!'.
„¡Tú debes!' está tendido en su camino, reluciente de oro, un monstruo en cuyas escamas todas
brilla con brillo de oro „¡Tú debes!'.
Valores milenarios refulgen en estas escamas; y el más formidable de todos los dragones proclama:
„Todo valor de las cosas refulge en mi cuerpo.
Todo valor está establecido ya de una vez por todas y yo soy todo valor establecido', dice el
dragón; „no ha de haber más ¡Yo quiero!'
Hermanos, ¡para qué es menester el león en el espíritu?¿Por qué no basta la bestia sufrida que se
resigna, sumisa y reverente?
Establecer valores nuevos –he aquí algo que ni aún el león es capaz de hacer; pero conquistar
libertad para nueva obra- esto sí que se puede hacer. Conquistar libertad, y un santo, ¡no!, incluso
ante el deber: para esto, hermanos, hace falta el león.
Arrogarse el derecho de establecer valores nuevos- he aquí lo más terrible para todo espíritu
sufrido y reverente; esto se le antoja robo y cosa propia de la fiera rapaz.
A él, que en un tiempo veneraba el „¡Tú debes!' como lo más sagrado, le toca ahora encontrar
hasta en lo más sagrado falacia y arbitrariedad, para que se robe la emancipación de su amor. Para
este robo es menester el león.
Mas decid, hermanos, ¡de qué empresa superior a las fuerzas del león será capaz el niño?¿Por qué
tiene que transformarse en niño el león rapaz?
Es el niño inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que echa a girar
espontáneamente, un movimiento inicial, un santo decir ¡sí!
Para el juego de la creación, hermanos, se requiere un santo decir ¡sí! El espíritu quiere hacer
ahora su propia voluntad; perdido para el mundo, se conquista ahora su propio mundo.
Os he indicado las tres transformaciones del espíritu: la del espíritu en camello, la del camello, en
león y la del león en niño”. (“Así hablaba Zaratustra”. F. Nietzsche, p. 41).
El camello busca lo pesado para el espíritu fuerte y sufrido, apetece su fuerza en lo más pesado y
se arrodilla ansioso para llevar la pesada carga y así gozar con la fuerza de la sumisión. Pero es
necesario transformar al espíritu en león ya que éste es capaz de conquistar la libertad para
mandar en su propio territorio, busca al amo para enfrentarlo y proclamar su ¡yo quiero!
El camello carga con el peso de los valores establecidos, con el peso de la educación, de la moral y
de la cultura, transformándose en león rompe con el “deber ser impuesto” iniciando la crítica a los
valores instituidos. Pero ambos animales representan la captura en la tradición del orden instituido,
ya sea por cumplimiento sufriente (la carga del camello) o por rebeldía que destruye (la furia ciega
del león).

¡Tú debes!, ¡Yo quiero! La forma social actual prepara al adulto para identificarse y cristalizarse en
el camello o en el león, para oscilar entre ambos; podríamos hipotetizar que de ahí se deriva la
ausencia de juego y la tendencia a la “nerviosidad moderna” de los adultos, atrapados en el
sacrificio o en la competitividad y la exigencia de éxito, como sujetos sufrientes que “cargan” o
“pelean” pasiones tristes, incapaces de crear otros sentidos a sus existencias que los formen libres.
Pero el verdadero desafío aparece en la última transformación del espíritu, la de convertirse en
niño, en juego, en creación de nuevos valores, de nuevas acciones, de otro comienzo. Devenir niño
no significa infantilizarse sino entregarse voluptuoso a la creación, ya que crear es aligerar, es
“descargar” la vida, inventar otras posibilidades Y, en ese acaecer flexible, instaurar un modo lúdico
en todas las acciones, dispuestos a olvidar más que a pelear al “deber ser” y así, volvernos libres.
¿Acaso no ha sido un devenir niño de los soldados alemanes e ingleses cuando en la nochebuena
de 1914 instauran una tregua a la guerra? De acuerdo a Michael Jürgs un villancico recorrió todo el
frente de guerra y llevó a los soldados de ambos bandos a sellar una tregua contra la voluntad de
sus superiores y encontrarse desarmados en esa tierra de nadie sembrada de cadáveres. Lo
novedoso de esa experiencia ha sido que emerge como creación de los combatientes en las
trincheras y no de sendas negociaciones entre los jerarcas. De un lado comienza a escucharse el
canto de “noche de paz, noche de amor”, del otro aplausos; de éste la entonación de un himno, del
otro aplausos; de un lado el encendido de velas en las puntas de las bayonetas, del otro aplausos,
tal como se comienza a jugar; un soldado se aventura, sale de la trinchera y camina hacia la zona
de nadie, del bando supuestamente enemigo salta otro y se le acerca, acuerdan no disparar,
enterrar a los muertos, rezar, beber e intercambiar alimentos y cigarrillos. “Una guerra en la que los
soldados están durante meses a la distancia de un grito los unos de los otros tiene sus propias
leyes y crea su propia cercanía” .
Situaciones similares se extendieron por toda la frontera y franceses y belgas se sumaron, en
algunos casos hasta jugaron al fútbol entre bandos opuestos y programaron otros para fin de año
olvidando la guerra, la soledad, el miedo a la muerte. Dice un soldado: “si se hubieran repartido
diez mil pelotas de fútbol por todo el frente y se hubiera dejado jugar a los soldados. ¿No habría
sido esa una solución felíz?...¡Qué furiosos habrían estado los generales y los políticos!” . Jugando
afrontaron la inmediatez de los miedos elementales: al vacío y al caos, argumentaría Graciela
Scheines.

...A fuerza de deslizarse se pasará al otro lado, se dejará de ser enemigo para convertirse en
eventual amigo, en múltiples conexiones tal vez evanescentes...

Tal vez jugando se hubiera podido resolver la guerra que ya no era de ellos, el compartir esas
situaciones y sensaciones desmentían al otro como enemigo, y éste fue el nuevo peligro ya no de
los soldados sino de sus comandantes, de sus dirigentes quienes sobrepuestos de la sorpresa del
acontecimiento se reorganizan con mayor fuerza y el peso de la autoridad interrumpe aquel
devenir. Baruch Spinoza, ya en mitad del siglo XVII, nos advierte sobre el interés de los
gobernantes: formar individuos temerosos de la autoridad, sumisos y tristes, pasibles de ser
dominados (y los impulsan a desear lo que es bueno para esas autoridades); pues bien saben de la
fuerza de la alegría, del poder de la creación, como la de esos soldados en nochebuena que
fugaron de un régimen significante. (Luego se reterritorializan en un régimen de códigos
despóticos, que ordena las relaciones en torno a la obediencia a un jefe y restituyen la tensión
amigo-enemigo).

El jugar es la posibilidad para el adulto de dejar atrás al camello y al león de manera que pueda
establecer una relación abierta con el mundo, con su propia existencia; además jugar es una
actividad alegre y la alegría es potencia y ésta es fuerza y es posibilidad, de inventar, de pensar
otras formas de vivir.
Devenir niño, jugar no como actividad de corte sino como modo de deslizarse en el trabajo, en la
pareja, en las funciones familiares, en la amistad, en la profesión, jugar como modo de incluir
flexibilidad al cuerpo, a los gestos cotidianos, de disponerse al acontecimiento.
Que el adulto pueda jugar indica una desterritorialización de coordenadas endurecidas, cosificadas
(el guerrear, la clasificación que hacen los maestros para encasillar a los malos alumnos); salirse de
ellas para reterritorializarse en líneas blandas.

Los modos de vida infunden maneras de pensar, los modos de pensamiento crean maneras de
vivir, “la vida activa el pensamiento y el pensamiento a su vez afirma la vida”, entonces ¿podríamos
elegir ese modo que nos haga más divertidos, más alegres, más libres?

Muchas veces me encuentro con la dura dificultad de los pacientes para imaginar una salida a la
problemática que traen, Alcira tiene 58 años y una larga historia de asumirse en la figura de “alcira
puede sola, puede todo”...ha cargado y carga con un pasado de militancia en la acción católica, en
el Partido Comunista durante su juventud y desde hace muchos años en un grupo de búsqueda de
espiritualidad, todos lugares estriados y jerarquizados donde debe seguir obedeciendo para ser
mejor humano y conseguir felicidad. Ha cumplido los deberes con abnegación: ser una buena hija,
trabajadora, soportar a una hermana depresiva, casarse, tener un hijo, separarse y seguir sola. Le
han enseñado y ha tomado los emblemas de lo que “debe ser bueno” para desear.
Pero resulta que siente cansancio, tristeza y soledad en esa ruta. Quiere ser otra pero se enoja
duramente cada vez que la invito a “jugar a imaginar” esa otra; me pregunta ¿para qué? Si no
tendrá que aceptarse como es. Me dice que no sabe imaginar.
Para romper con ese encierro, para encontrar alguna línea de escape, insisto en que juguemos, y
ella con cara de desconfianza se larga a pelear con algún viaje extravagante que no va hacer, de
todos modos sigo con ella algunos puntos de ese viaje, sensaciones que cree le provocaría ese
lugar, los colores de ese paisaje, sus aromas y así empezamos a acercarnos a construir realidades
más flexibles para su vida cotidiana, saliéndose del camello y del león, abandona la carga y la
tensión y su columna, punto de encaje de sus males, deja de dolerle por un tiempo, en ese lapso
en el que se ejercita (como ella dice) en experimentar matices. Por la actividad laboral que
desempeña tiene que ir con frecuencia a administraciones públicas. Ahí se enfrenta con la rigidez
de las burocracias, se tensa, sufre por tener que estar ahí, despotrica contra los empleados, contra
los horarios, contra su compañera de trabajo. Le cuento las transformaciones de espíritu, lo siente
propio.
La invito nuevamente a imaginar un modo distinto de hacer ese trabajo.
Un día me dice que ha pensado que si se muere por la bronca que ese lugar le genera todo
seguiría igual pero ella ya no estaría, así que no se atosiga con cumplir con todo si no termina va
otro día, entonces no está pendiente de la hora; encontró un empleado con quien intercambian
títulos de libros, otro con el que se ríe de los chistes que le hace, me cuenta que ya la reconocen
por los dibujitos que hace al margen de las planillas.
Alcira se va de viaje sola pero sin soledad, dispuesta a recorrer el lugar que eligió.
Tira objetos que no usa y que le ocupan espacio en el departamento, ya no dedica el fin de semana
a limpiar, va al cine, al cafecito de la esquina de su casa, proyecta sus vacaciones
Me dice que ella creía que jugar e imaginar era otra cosa, un gran acto, algo asícomo volar o
colgarse de un globo....imposible.

Creo que el desafío de jugar, de la experimentación es la implosión de territorios estériles, de


transformación de un modo pasivo, sufriente de ser a otro activo, implica fugarse con cautela de
los estratos que nos arruinan la vida, de los valores trascendentales; para generar un territorio
donde las fuerzas de la inmanencia produzcan buenos encuentros, potentes, por ejemplo el jugar
en lugar de la guerra.

A modo de conclusión creemos que es deliberado que el juego se instituya en una actividad extraña
en el mundo adulto aunque se acepte como elemento constitutivo en la subjetividad. Ahora bien
¿no podemos pensar que a raíz que los adultos han dejado de jugar utilizan la violencia como modo
de comunicación y así se enferman y destruyen?

(Trabajo presentado en el I Encuentro Latinoamericano de Esquizoanálisis. Panel Clínica. 13/8/04.


Montevideo)

Ps. Ana Rosa Sagües

Bibliografía

Deleuze, Gilles: Nietzche, Arena Libros. Madrid, 2000

Foucault, Michel: Microfísica del poder. Ediciones La Piqueta, Madrid, 1992

Jürgs, M. La pequeña paz en la gran guerra, citado en Radar 12, 21/12703.

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