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La

complejidad de cualquier antología de la poesía árabe deriva del


desconocimiento general que se tiene de sus nombres más destacados, así
como del hecho de que, al tratarse de un género que siempre ha gozado de
gran popularidad, su variedad y riqueza son poco comunes. Esta antología
se ha organizado en cuatro partes, correspondientes a las distintas etapas en
las que convencionalmente se divide la época de máximo esplendor de la
cultura árabe antigua, y recoge con obligada concisión autores y obras —
desde mu‘allaqas, obras laureadas de las etapas formativas, hasta sátiras y
poemas amorosos— que, sin duda, impresionarán a los lectores por su
profundidad, delicadeza y sorprendente modernidad.

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AA. VV.

Poesía árabe clásica


Mitos Poesía - 22

ePub r1.0
Titivillus 26.06.17

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Título original: Poesía árabe clásica
AA. VV., m. 569 d. C.-1251 d. C.
Selección: Alfonso Bolado, 1998
Traducción:
Teresa Garulo, Poemas, de Ben Sahl de Sevilla, 1983
Federico Corriente, Cancionero andalusí, 1984
Josefina Veglison Elías de Molins, La poesía árabe clásica, 1997
Jaime Sánchez Ratia, Treinta poemas árabes en su contexto, 1998
Alfonso Bolado, poemas de Abu Nuwas, ¿Me amas? y El credo de Abu Nuwas, 1998
Cubierta: Minarete de al-Mawiya, Samarra (Iraq)

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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ÉPOCA PREISLÁMICA

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TARAFA
(m, 569 d. C.)

Mu‘allqa

No acampo en los altos por miedo.


Auxilio cuando se solicita mi auxilio.

No dejo de saciarme en vino y placeres,


de vender y gastar los bienes transmitidos y adquiridos
hasta evitarme toda la tribu como a camello embreado.
Y tu, que censuras que asista a la guerra y a los placeres me entregue,
¿puedes tú hacerme inmortal? Si no puedes evitar mi muerte,
déjame abordarla con lo que poseo.

Si el hombre lograra algún día burlar la muerte,


por vida tuya, que eso sería como soltar una amarra
asida por ambos cabos.
Yo soy el hombre enjuto que conocéis,
agudo como flamante cabeza de serpiente.

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IMRU-L-QAYS
(m. hacia 540 d. C.)

Lo que queda

Cuánto certero golpe de sable,


cuánto párpado pasmado,
cuánta casida escogida
serán hueros mañana.

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ANTARA IBN SHADDAD
(525-615 d. C.)

Mu‘allaqa

Ella amanece y anochece sobre un lecho


mientras yo paso la noche sobre negra montura embridada,
Mi lecho es una silla sobre montura de gruesos miembros,
formados ijares, noble, cincha,
Si de mí te ocultas con velo
has de saber que soy diestro en apresar al caballero acorazado,
Pondérame según lo que de mi sabes:
que soy de trato benévolo si no se me maltrata,
intrépido y de sabor amargo como la tuera, si se me maltrata.

Quienquiera haya presenciado el combate te dirá


que a la guerra me lanzo intrepido,
pero soy recto a la hora de repartir el botín.

Antara!
exclaman al clavar sus lanzas en el pecho negro de mi caballo
como si se tratara de cuerdas rendidas en un pozo.

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ANTARA IBN SHADDAD
(525-615 d. C.)

El ejército de las calamidades

Me veo cada día en hastío de mi tiempo,


de lejos, de cerca, quiere envilecerme
y me rodea de un ejército de calamidades,
nada más verme, como si yo
hubiera crecido y mi cabeza encanecido,
menguara mi resolución, se me agrietara la razón.
¿Acaso no, tiempo, mi hoy es ayer,
y he crecido en respeto ante quien me ve?
¡A cuánto afligido despojé de su aflicción,
al ser invocado, con un tajo de mi espada!
Me llamaron y, por el trote del caballo,
no supe si lo hacían por nombre o por apodo.
No evité escuchar cuando me invocó,
sino que mi lengua fue concisa con él.
Separé las huestes a la fuerza con un golpe
más fulgurante que el de una espada yemení,
y no bien dije ¡aquí estoy! cuando mi espada y lanza
en el fragor de la lucha, eran sendos corceles parejos.
Y esta es la respuesta que le di:
dirigí hacia él mis riendas sumisas
acompañado de una lanza suave y morena de Al Jatt,
y de una espada tajadora de hierro yemení durísimo.
¡Cuántos rivales abandoné sobre el campo de batalla,
surcados por los regueros púrpuras de la sangre!
Dejé a las carroñeras expectantes a su alrededor,
abalanzadas con el trote de las doncellas,
cuando corren hacia una procesión nupcial.
Solo les impedía cebarse en aquellos despojos
una mano o un pie aún con vida, que las rechazaba.
Y no menguó el duro batallar mis energías,
sino tan solo el largo rato transcurrido.
Me acerqué a la muerte a bulto,
como se aproxima el valiente al cobarde.
Ahora saben los Banu Abs que soy más servicial
cuando soy llamado al combate, y que la muerte
obedece a mi mano, cuando hacía ella dirijo
su índice con mi afilada espada india.

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AMR IBN KULTUM
(m. hacia 600 d. C.)

Mu’allaqa

¡A cuánto señor ceñido con corona de reyes


y concesor de asilo
doblegamos bajo nuestros caballos rampantes,
ceñidas las riendas!

A quien queremos protegemos y donde queremos acampamos.


Tomamos lo que queremos y lo que no, lo dejamos.
Protegemos a quien nos obedece y a quien no, lo maltratamos.
Cuando a la aguada nos dirigimos bebemos agua clara
mientras los demás beben agua turbia y barro.
Cuenta, pues, a los Banu Tammah y a Du‘mi
lo que te parecemos.

Si el rey humilla a la gente,


nosotros a la humillación no damos cabida.
Llenamos la Tierra hasta quedársenos estrecha.
De barcos cubrimos la superficie del mar.
El mundo entero y todo lo que sobre él brilla, nuestro es.

Cuando atacamos derribamos a los más poderosos.


Y si injustos son, no siéndolo nosotros, injustos seremos.
En cuanto destetamos a nuestros niños,
ante ellos se postran los más grandes hombres.

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ZUHAYR IBN ABI SULMA
(530-627 d. C.)

Mu ‘allaqa

Quien con las armas no defienda su propio honor,


verá su honor derribado.
Quien no agravie, será objeto de agravio.
Quien viaje, tenga al amigo por enemigo.
Quien no se respete, no será honrado.
La naturaleza del hombre siempre se desvela,
aunque crea ocultarla.
La persona que calla es admirada;
es al hablar cuando merma o se engrandece.
La lengua es la mitad del hombre,
la otra mitad es el corazón;
el resto no es sino carne y sangre.
La estupidez del viejo nunca se vuelve sensatez.
Al madurar, la estupidez del joven puede volverse sensatez.
Pedimos y pedimos,
se nos da y se nos vuelve a dar;
pero quien mucho pide, un día no recibirá.

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AL-JANSA
(Hacia 575-644 d. C.)

Sajr

Me desvela el recuerdo cuando anochezco


y amanezco descompuesta por lo violento del dolor,
por Sajr —y qué otro joven como él—;
qué día de calamidad, de gualdrapa alanceada,
y qué enemigo mortal cuando atacaba
para hacer valer a un agraviado por derecho,
jNunca vi entre los genios calamidad como la suya!
jNunca vi entre los hombres calamidad semejante!
Ni hombre más enérgico al hacer frente
a los azares del destino,
ni más noble y directo en los asuntos graves
(cuántos huéspedes llamaban a su puerta y pedían asilo,
con el corazón erizado por el menor murmullo!
(Qué noble y de fiar era! La noche caía sobre él
y lo encontraba libre de preocupaciones.
La salida del sol me recuerda a Sajr,
y lo tengo en mis labios a cada puesta,
y de no ser por la multitud que a mi alrededor
llora por sus hermanos, me daría muerte sin vacilar.
Pero sigo viendo a una madre que ha perdido a su hijo,
que llora y se lamenta a gritos por el día aciago,
la veo, desesperada, sollozando por su hermano
la tarde de su desgracia o anteayer,
no lloran a nadie como mi hermano, pero yo,
por el mío, me consuelo a mí misma al dar el pésame.
No, por Dios, no te he de olvidar,
hasta que me aparte de mi sangre y se cave mi tumba,
porque el día que me separé de Sajr dije adiós,
a la más hermosa de las criaturas,
mi delicia y mi solaz.
¡Pobre de él y pobre de mi madre!
¡¿Va a estar en su sepulcro día y noche?!

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KAAB IBN ZUHAYR
(Siglo VII)

Su’ad se ha ido

Su’ad se ha ido, y mi corazón hoy está consumido,


cautivado por sus huellas, no rescatado, encadenado,
Pues ella, la mañana de la separación, cuando partieron,
no era más que un antílope, de mirada esquiva, alcoholada.
Esbelta al acercarse, de amplias nalgas al girar,
no puede reprochársele que sea alta o baja.
Enseña dientes blancos como la nieve si sonríe
se diría que humedecidos en vino una y otra vez,
un vino rebajado en agua helada, en el recodo puro
del lecho de un torrente, al mediodía, puesto al ábrego luego,
filtrado por el aire, que se lleva su impureza,
anegado después en una lluvia caída
de nubes nocturnas, venidas de la blanca sierra.
¡Pobre Su’ad! Si hubiera sido fiel a sus amigos,
a los que rindió promesa, o si hubiera aceptado el consejo!
Pero es una amiga con una sangre revoltijo de aflicción,
falsedad, promesas rotas y cambios de amigos.
No permanece como está, pues cambia, como el gul,
el color de su atuendo, ni persevera
en la promesa que hiciera: es como el cedazo,
que no retiene el agua para nada.
Las promesas de Urqub son en ella proverbiales,
pues son promesas como mentiras, ¡futilezas!
Anhelo y espero que se acerque su afecto,
pero no sueñes que nos va a conceder tal regalo.
No te dejes engañar por lo que desea y promete,
quíá, las esperanzas y los sueños son solo desvarío.
Su’ad llegó de tarde a una tierra a la que no llegan
sino camellas nobles, pura sangre,
de paso quieto y acompasado.
Y no le dará alcance más que la dromedaria pesada
que responda al cansancio con galope y trote.
Es de estas camellas cuyas orejas sudan copiosas,
y cuyo objeto es la senda ignota, de huellas borrosas.
Las mira aventadas con ojos de onagro solitario
y salvaje cuando los suelos son ásperos y las dunas arden.
De peto ancho, gruesas las patas, tiene un carácter

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muy superior al propio de las hijas del semental.
De cuello ancho y largo, robusta, fornida, amachada,
de amplios costados, con una piel de tortuga marina,
no le hinca el diente, en sus costados soleados,
ni la garrapata famélica. Enorme y magra,
su hermano es su padre, de una raza
de nobles camellos, y su tío paterno
es su tío materno, de largo cuello, ágil.
Le anda la pulga sobre su pecho brillante y lustroso
y sus flancos le hacen saltar.
Es un onagro, falsamente acusada de carnes prietas,
su codo está separado de las costillas altas,
y es como si su nariz y quijadas fuesen,
más allá de los ojos y del punto de degüello
una piedra oblonga de amolar.
Agita su rabo como una palma de palmera deshojada,
con mechones, sobre una ubre pequeña
que los pezones no han echado a perder.
Es de aquilina nariz, con sus orejas de pura casta:
a quien la ve no se le oculta su nobleza evidente,
de mejillas suaves, corre sobre sus ágiles remos,
como lanzas, adelantándose a quienes salieron antes,
y casi perdona andar tocando el suelo.
Sus patas, morenas por los tendones,
dejan los guijarros esparcidos,
y no las protege de los cantos de los alcores
pezuñera alguna, esos días en que el camaleón
los pasa erguido, como si sus costados se cocieran
al rescoldo del fuego. De esos en que
de las partes sobresalientes de la tierra
se elevan brillos cegadores
que imponen torpor y distanciamiento.
Entonces, sus remos delanteros, en su movimiento alterno,
cuando sudan y se cubren de espejismos las colinas
—cuando el guía de la caravana dice a la gente,
entre oscuras langostas que patalean
sobre los guijarros: «Echad la siesta»—,
parecen los brazos largos de una mujer hermosa que,
al alzarse el día, se pusiese en pie
y la replicaran otras madres afligidas.
Gime, se retuerce y carece, desde que le anunciaron
la muerte de su primogénito, de toda entendedera.
Con las palmas se desgarra el pecho, y su camisola,

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destrozada, pende de sus costillas.
A sus costados se precipitan los calumniadores, y dicen:
«Tú, hijo de Abi Sulma, date bien por muerto»,
y todo amigo en cuya amistad confiaba me dice:
«No te buscaré por cierto, tengo ocupaciones
que de ti me alejan». Dije entonces:
«Fuera de mi camino, bastardos,
¡todo lo que decreta el Compasivo está hecho!».
Todo hijo de madre, por más que dure sano y salvo,
un día habrá de ser portado en parihuelas.
He sido informado de que el mensajero de Dios me amenaza,
pero el perdón, del enviado de Dios, es cosa de esperar.
¡Poco a poco! Sírvate de guía quien te dio el Corán,
libro lleno de admoniciones y explicaciones en detalle.
No me tomes de boca de los que me calumnian,
pues no soy culpable, por más que abunden sobre mí diretes.
Porque me encuentro en un lugar que,
si lo ocupara un elefante, y escuchase lo que escucho,
se estremecería de terror y seguiría espantado
hasta recibir del Profeta, con permiso de Dios, la protección.
(Así estaba yo) Hasta poner mi diestra, para no quitarla,
sobre la mano del seguro vengador, cuya palabra es ley.
Pues es más terrible para mí el hablarle —se me había dicho:
«Te indagará y preguntará tu genealogía»—,
que a un león, de los que viven en el corazón de Azzar,
en lo más espeso del bosque,
que sale de mañana, y alimenta a sus dos crías,
con un pan que es carne humana desmembrada y polvorienta.
Un león que, cuando confronta a un igual, no puede,
en virtud de su ley, sino dejarlo derrotado.
Por cuya cuenta, el onagro permanece silencioso,
y los cazadores de dos y cuatro patas no recorren el valle.
En el que el valiente aparece devorado,
sus armas y su túnica desperdigadas.
El Profeta, en verdad, es una luz que todos buscan,
una de las espadas de Dios, desenvainada.
Entre la turba de los Qurayshíes, dijo uno de ellos,
en el corazón de La Meca, cuando se convirtieron al Islam:
«Idos». Marcharon todos, y solo quedaron los flojos,
los que carecían de escudo para el encontronazo
o que montaban malamente, los sin espada.
Son héroes de nariz altiva, cuyos vestidos,
tejidos con punto davidiano, en la liza son corazas.

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Brillantes, holgadas, enfiladas las anillas,
como si fueran las ramas de un qafa’a, bien prietas.
No se alegran cuando sus lanzas alcanzan a sus enemigos,
ni pierden la calma cuando son heridos.
Andan con el paso de camellos claros,
y su mandoble les protege,
haciendo huir a los negros chaparrotes.
Las lanzas no caen sino sobre sus gargantas,
porque no rehuyen zambullirse en las albercas de la muerte.

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ÉPOCA OMEYA

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UMAR IBN ABI RABI‘A
(m. hacia 720 d. C.)

Réplicas

A una muchacha de formados senos


invité a tenderse, sin cojín, sobre la arena del desierto.
«Así lo haré, aunque no sea mi costumbre», dijo ella.
Y cuando iba a despuntar la aurora me dijo:
«Me has deshonrado. Ahora vete si quieres, o sigue,
si así lo prefieres».
Pero no hice salvo sorber sus encías
y, entre charlas, besarla en la boca.
Me llené de toda ella.
Me envolví en su vestido de seda
y a mis ojos dije: llorad ahora.
Entonces se levantó
para borrar con su manto las huellas
y buscar las perlas del collar desparramadas.

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AL-WALID IBN YAZID
(m. 744 d. C.)

Diálogo

Poema dedicado a su prima y esposa, Salmá,


que murió siendo aún joven.

Un día me dijeron que Salmá había salido a rezar.


Un gracioso pájaro miraba desde la rama
y le pregunté: «¿Quién conoce a Salmá?».
«Yo», y se echó a volar.
«Acércate a mí».
«Aquí estoy», y bajó.
«¿Has visto a Salmá?»
«Sí», y huyó.
Me hirió en lo más íntimo del corazón
y voló.

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AL-AJTAL
(640-710 d. C.)

Muerte pagana

Bebimos y fallecimos de muerte pagana,


la de gentes que pasaron sin conocer a Mahoma,
tres días enteros, y cuando estábamos por dar
las últimas boqueadas, volvíamos a las andadas.
Vivimos una vida de la que no se resucita,
a cuyo fin no te citan para el Juicio Final.
Una vida de enfermos, alrededor de los cuales,
tras despertar de la borrachera entre gentes diversas,
nos encontramos rodeados de criticones
y de visitantes que iban y venían.
Dijimos a nuestro copero: Venga, otra ronda,
volvamos a darle como ayer,
pues volver es bien digno de encomio.
Trajo el vino, y fue como si en su vasija
refulgiera y espumajease el mismo planeta Marte.
Un vino que rezumaba un agua
—cuando la copa rodaba de mano en mano-
de tal aroma que parecía sacrosanta:
te mata y te resucita después de muerto,
y si su muerte es deliciosa,
la vida a la que vuelves es mejor y más loable.

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AL-FARAZDAQ
(641-730 d. C.)

Zaryn al-Abidin

Este es quien la vaguada conoce el paso


y la Casa lo conoce, y lo lícito y lo tabú.
Este es un Ibn Jayr, siervos de Dios todos ellos,
temeroso de Dios, sin mácula, puro y jefe de fama.
Este es hijo de Fátima, por si no lo sabías,
con su abuelo a los Profetas de Dios se puso sello,
y el que digas: «¿quién es este?» no lo agravia,
pues árabes e infieles saben a quién negaste.
Sus manos son lluvia copiosa que a todos llega,
son hechas llover y nunca se agostan.
Hombre de fácil carácter, de arrebatos no temidos,
lo adornan dos cualidades, buen carácter y genio.
Portador de cargas ajenas cuando abruman,
dulce de disposición, dulces en él son los síes.
Nunca dijo «rotundamente no»,
a no ser en la profesión de fe.
Si no fuera por ella, sus noes serían síes.
Abarcó a las criaturas con el favor, se disiparon
las tinieblas, la miseria y la privación.
Si lo viera la tribu de Quraysh, diría uno de ellos:
«Los nobles actos de este son el colmo de la nobleza»
Humilla la vista avergonzado, y es humillada en su respeto,
no dirigiéndosele la palabra sino cuando sonríe.
En su palma lleva un bastón de aroma fragante,
dotado de una palma que inspira reverencia,
y de una nariz que se levanta altiva.
Casi retiene su mano al reconocer su superficie
la esquina de la Piedra Negra, cuando fue a tocarla.
Dios lo ha honrado desde antiguo, lo ha ensalzado
y todo ello lo ha inscrito el cálamo en su tablilla.
¿Qué criatura no estuvo a su cargo
por la supremacía de este, o por su favor?
Quien da gracias a Dios las dé a la primacía de un tal,
pues la religión llegó a las naciones por su casa.
Fue ensalzado hasta la cúspide de toda religión,
hasta donde toda mano queda corta,
y todo pie no da alcance.

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Es nieto de alguien con quien están en deuda
el favor de los profetas, y con el favor
de cuya patria están en deuda las naciones todas.
Su abolengo deriva del Profeta de Dios,
y son buenos sus plantíos, su talento y sus prendas.
Por la luz de su nobleza se rasga la túnica de la aurora,
como el sol, a cuyo brillo se desgarra la tiniebla.
Es de un grupo al que se ama como una religión,
que se odia como odian los infieles,
y cuya cercanía es refugio y asilo.
En todo proemio, al empezar a hablar,
tras la mención de Dios, va la suya
y las palabras tienen en su nombre colofón.
Si pudiera contarse la gente de la piedad,
los suyos serían sus imanes, pues ya se dijo:
«¿Quiénes son lo mejor de la gente de su tierra?».
Y replicaron: «Ellos».
Con su generosidad no puede generoso alguno,
ni se le acerca nadie, por muy noble que sea.
Son la nube cargada cuando la miseria aprieta,
los leones son leones de Sharra,
y la desesperación es negra.
No mengua la miseria la generosidad de sus manos,
y son iguales cuando ricos que cuando pobres.
El mal y la desgracia por su amor son conjurados,
y la bondad y la gracia por él domeñados.

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YARIR
(653-732 d. C.)

Muerte de al-Farazdaq

¡Por mi vida! Ha afligido a Tamim, la ha derrumbado,


a mano de los rigores de la suerte, de al-Farazdaq la muerte.
La tarde que acudieron para abandonarlo
—con sus parihuelas— en una tumba abierta
en el abismo de la tierra, bien hondo,
dejaron en la sepultura a quien un tiempo perteneciera
a toda estrella, sobre el cielo cernida.
Murió quien llevara el peso de las deudas ajenas,
quien venciera al injusto Satanás, el gigante.
Columna de todo Tamim, su lengua,
portavoz soberbio en toda ocasión de elocuencia.
¿Quién, después de Ibn Galib, saldrá fiador
de los parientes, del vecino y del que es preso de cadenas?
¡Cuántos huérfanos hambrientos, tras la muerte de Ibn Galib,
y cuántos niños y madres de progenie!
¿Quién liberará a los prisioneros? ¿De quién lavarán la sangre
sus manos y, colérico, tomará el pago de la sangre?
¡Cuántas veces cargó con el peso de sangre cara, valeroso,
y lo hacía paciente en el cumplimiento de la palabra dada!
¡Cuánto alcázar de crueles, de héroes y de plebeyos
al dirigirse a él, sus puertas no se cerraron!
Se abrieron las puertas de los reyes a su faz,
sin cortinajes que velasen, ni adulación que mediara.
¡Que lloren sobre él los hombres y los genios
en todo poniente y en levante,
pues ha muerto un valiente Mudari!
¡Un héroe que vivió edificando la gloria durante noventa años
en tanto se elevaba a la riqueza y la celebridad!
No murió hasta que no hubo dejado tras de sí,
en toda fiera, un golpe atronador.

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ÉPOCA ABASÍ

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BASHAR IBN BURD
(Hacia 714-784 d. C.)

Salma

Vi a mis compañeros en Junasirat


paciente, una vez que el día estuvo alto,
y casi el corazón, de puro arrobo,
y por el largo enamoramiento, echó a volar.
Cuando apareció la boyada, recordé a Salma,
vino a mis labios cuando se esparció él almizcle.
Entre las gentes vi que era una moza
de maneras correctas, chica discreta,
de dientes refrescados por sonrisas, como si su boca,
un poco después del sueño,
hubiese sido abrazada por el vino.
Era como si nunca visitaras dientes pujantes,
ni tu amor en ellos encontrara jamás morada,
como si su corazón fuese una bola que rebota
por miedo a la separación,
¡si valiese de algo el cuidado!
Le aterroriza confiar cualquier secreto
por miedo a que las murmuraciones se ceben en él,
y es como si sus párpados hubieran sido picados
por espinas y el sueño no pudiera aposentarse.
Cuando el pregonero llama, casi ha pasado
la ansiedad de la separación, ¡si sirviese de algo!
Y las noches quisieron seguirse de otras noches
y que nunca jamás sea el día creado.
Y yo digo, mientras mi noche se hace eterna,
¿pero a la noche no le seguía el día?
Mis ojos se han vuelto extraños al sueño,
hasta tal punto que parecen sus párpados
demasiado pequeños para poder cerrarlos.

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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)

El veredicto del alfaquí

Dile al criticón en la taberna,


mientras bebemos bajo la facundia de los bordones,
que he ido a consultar a un sabio en leyes,
santo, rabino donde los haya, buceador
de su religión, jurista de tomo y lomo,
sopesador de ciencias y novedades.
Le he dicho: «El mosto, ¿es lícito?».
«No —ha replicado—, salvo que sea de un vino
que ponga de pie a los muertos.»
«Y la oración», insistí. Dijo:
«Obligación canónica. Rézala bien
y duérmete la mona. Echa a cuenta
la oración de un año entero y, si es nocturna,
la rezas bien amanecido». Dije: «¿Y el ayuno?».
«¡Ni te lo propongas siquiera! Esmérate
en aplicar a cada ayuno un desayuno.»
«¿Y la limosna? dime, ¿y la alcabala?»
Me dijo: «Quita de ahí, esa se considera
propia de la herramienta de truhanes».
Repliqué: «¿Y, si peregrino, los ritos?».
«Está de más —dijo—. Sal corriendo.
A tierras de La Meca no vayas en peregrino
ni aunque La Meca te caiga a la puerta de la casa.»
«Bueno —dije—. ¿Y los tíranos?» Me dijo: «Nada
ni tocarlos, ni aunque te ronden el granero.
Estáte a buenas con ellos, véngate en sus hijos,
si vas sobrado de cólera contra infieles.
Ensarta, con tu lanza, una tripa aquí, un trasero allá.
Esta es la Guerra Santa, ¡qué excelente recompensa!».
Repliqué: «Y la prenda, ¿se devuelve?».
Afirmó: «Ni hablar, nadie devuelve
el pellejo de un quintal de dátiles.
¡Ni se te ocurra! A no ser que sea la trampa
con el dueño y señor de una taberna.
Devuélvele entonces prenda y deuda
y para ello arréglatelas, aunque sea
vendiendo la mismísima camisa».

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Respondí; «Estoy resuelto, pero,
¿qué hay del soltero, que viaja sin cesar,
de ausencias muy seguidas?».
Me respondió: «Beneficiarte debes a la vecina,
y también sodomizar al vecinito».
Se me acercó entonces y añadió:
«Es mi obligación aconsejarte: como guinda
a estas tus virtudes, haz unas apuestas».

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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)

¿Me amas?

Cuando vi a aquel hermoso joven


él reía con ganas.
Estábamos los dos solos, en fin,
solos con Dios. Y sin embargo
él puso su mano en la mía
y me habló largo rato;
después me dijo: «¿Me amas?».
«Sí, más allá del amor.»
«Y por tanto —dijo—, ¿me deseas?»
«Todo en ti es deseable.»
«Teme entonces a Dios y olvídame.»
«Si mi corazón quisiera obedecerme…»

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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)

El credo de Abu Nuwas

Rezo con piedad cinco veces al día;


protesto dócilmente la unidad de Dios;
hago mis abluciones cuando debo
y no rechazo al menesteroso.
Una vez al año, guardo un mes de ayuno;
me mantengo apartado de los falsos dioses.
También es cierto que no soy un mojigato
y que acepto un vaso cuando se me ofrece.
Riego con vino puro la buena carne
de cabras y cabritos gordos y sabrosos,
con huevos, vinagre y verduras tiernas,
que es lo mejor contra la resaca.
Y cuando la caza se pone a mi alcance
me lanzo tras ella como un lobo hambriento.
Dejo sin embargo las llamas del infierno
para la herética camada de los shiíes
y que ardan en él eternamente.

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ABU TAMMAM
(806-845 d. C.)

Muhammad ibn Humayd

Y no murió sino cuando hubo fallecido


el filo de su espada, harto de mandobles,
y se melló en ella la lanza morena.
Fue llano su paso por la muerte súbita,
y le devolvió el celo amargo y el carácter áspero.
En la ciénaga de la muerte asentó su pie,
y le dijo: Bajo tu planta, está la resurrección.
Bien de mañana madrugó, siendo
la alabanza la urdimbre de su túnica,
y no se fue sino cuando tuvo su soldada: el sudario.
Y ahora parecen los Banu Nabahan,
el día en que fue alcanzado, estrellas,
entre las que se haya desplomado la Luna llena.
Se lamentan por un difunto
por el que aúlla también la misma grandeza,
y lo lloran la bravura, la magnanimidad y la poesía.

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AL-BUHTURI
(m. 897 d. C.)

El iwan de Ctesifonte

Preservé mi alma de todo lo que mancilla el alma


y me mantuve por encima del regalo de todo cobarde.
Aguanté de firme cuando me zarandeó el destino,
al procurar este mi ruina y recaída.
Migajas de las heces de la vida junto a mí,
que los días escamoteaban con cicatería mezquina.
Una cosa es ir a la aguada cada día y beber a placer,
y otra muy distinta es abrevar tras tres días de sed.
Parece que el tiempo tolerara sus favores
y los dejase para los más indignos de los indignos.
Mi compra del Iraq ha sido un negocio de ruina,
tras haber vendido Siria a precio de saldo.
No me pongas a prueba, pues, ni me tientes
en esta desgracia, no me vayas a dar la espalda,
pues desde antiguo me conoces, tengo mis cosas buenas,
soy desdeñoso de vilezas, intratable.
La rudeza de mi primo me inquietó,
tras su primera suavidad y su atención cordial.
Si se me agravia, soy de los que se dejan ver
amaneciendo lejos de donde me tomó la noche.
Cuando visitaron mi morada los desvelos, enfilé mi camella
hacia el palacio blanco de Ctesifonte,
para consolarme de mi suerte al afligirme
por el borroso asiento de la dinastía de Sasán.
Pues habían traído su recuerdo los seguidos malos tragos,
pues a veces aquellos avivan la memoria,
quizás en otros casos la adormecen.
Los recordé entonces, cuando a placer moraban
a la sombra de un elevado palacio, que dominaba todo,
agotando la vista y enturbiándola,
su puerta cerrada ante la montaña de al-Qabq,
no menos que a las planicies de Jilat y Muks.
Moradas que no eran como las ruinas de la acampada
de Suada, en el desierto pedregoso y yermo.
¡Cuántos titánicos esfuerzos que,
de no mediar querencia por mi parte,
nunca igualarían ni Ans ni Abs!

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El tiempo ha remendado su época y su frescura
hasta que han aparecido cubiertos de harapos,
como si el Jirmaz, por falta de calor humano
y su deterioro, fuese el edificio de una tumba.
Si pudieras verlo adivinarías que las noches
oficiaron en el un funeral, después de tanta boda,
y ello siendo elocuente testigo de las maravillas
de una gente, cuyo cuento no ensombrece tiniebla ni una.
La faz de Antioquía, al verla te estremeces,
como si estuvieras entre Persia y Bizancio.
La muerte espera, en tanto Anushirwan arenga
a las filas de los soldados bajo los pendones,
verde sobre oro, envanecidos por la marca del tinte,
apelotonados los hombres ante él, silenciosos,
enmudecidos los murmullos, algunos con cautela,
alargando el mango de una lanza, otros, medrosos,
apartando las puntas de las lanzas con su escudo:
el ojo los pinta a todos vivos y bien vivos,
corriendo entre ellos las señales de los mudos.
Mi recelo por ellos crece, hasta el punto
que mis manos los palpan y recorren.
Abu-l-Gauz me dio de beber y no fue parco,
por encima de ambos ejércitos, un trago apresurado,
de un vino que dirías estrella de la noche,
o la mismísima baba del sol. Si lo vieras
rellenando la copa del bebedor sorbiente
feliz y descansado, un vino querido de todas las almas,
escanciando en el vidrio de cada corazón.
Imaginé entonces que el mismo Kisra Abarwiz era mi copero
y al-Balabdah quien libaba conmigo.
¿Era un sueño que se apoderaba de mi ojo y vacilaba
o esperanzas que trocaban mi parecer y entendimiento?
Sentía que el gran vestíbulo, de maravillosa factura,
fuera un escudo al costado de la montaña apeñascada.
Pensarías, a causa de la melancolía —que salta a la vista
a quien lo visite de mañana o tarde—
que era un hombre azorado
por la marcha de su gente querida
u obligado a separarse de la amada.
Las noches han dado vuelco a su suerte y Júpiter
ha pernoctado allí como estrella de mal fario.
Aunque no flaquees, pues allí ha fondeado
un pecho de los pechos de Fortuna.

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Y no lo echó a perder que lo hayan despojado
de las alfombras de brocado,
que hayan saqueado los cortinajes de seda.
Irguiéndose, sobresaliendo de él las partes altas,
sobre las cimas de Radwa y Quds,
acicaladas de blanco, todo lo que ves de ellas
son las túnicas de algodón.
No se sabe si son obra de hombres para genios,
en donde estos se han aposentado,
u obra de genios para hombres, pero veo
que dan fe de que su constructor
no fue, entre los reyes, hombre débil.
Es como si estuviese viendo las filas y la gente,
hasta que llevo al límite mis sentidos,
como si las delegaciones estuviesen bajo el sol,
fatigadas de estar en píe tras las masas,
a raya mantenidas.
Como si los cantantes, en medio de los pabellones,
gorjearan entre labios oscuros, sonrosados,
como si la reunión hubiera tenido lugar anteayer mismo,
y la partida apresurada apenas ayer,
y aquel que quiere seguirlos ansiara
alcanzarlos a la mañana del quinto día.
Un tiempo habitadas por la alegría, sus moradas
pasaron a ser asiento de la tristeza y del duelo.
Todo lo que puedo hacer es ayudar con lágrimas
testadas a la pasión en mano muerta.
Lo que tengo es eso, pues esta casa no era mi casa,
ni era de ellos pariente, ni mi raza era la suya.
Solo les debo el favor que su gente hizo a la mía:
plantaron lo mejor de su sagacidad,
fortalecieron nuestro reino y confirmaron sus poderes,
por medio de campeadores de armadura, valientes,
y ayudaron a los escuadrones de Aryat,
pisoteando las gargantas, atravesándolas.
Y ahora me veo prendado de los nobles hombres todos,
de cualquier raigambre y fundamento.

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ABUL TAYIB AL-MUTANABBI
(915-965 d.C.)

Kafur

¡Que cada mujer de andares arrastrados


sea rescate de acémilas ligeras de paso!
y de todos los camellos bujawíes remolones:
la elegancia en el paso ni me va ni me viene.
Pues todos son cuerdas de salvación,
treta para el enemigo, repelentes del daño.
Con uno de ellos he aporreado el desierto,
como lo haría un jugador de flechas, a lo que salga.
Cuando se espantaba, se le adelantaban los pura sangre,
las blancas espadas y las morenas lanzas.
Así pasó por Najl y, ausente del mundo,
su cabalgata dispensó de abrevar allí.
Anocheció y en al-Niqab nos dio a elegir
entre Wadi al-Miyah y Wadi al-Qura.
Les dijimos: «¿Dónde está la tierra de Iraq?»,
y respondió, estando en Turbana: «¡Aquí al lado!».
En Hisma apretó el paso como el soplo de poniente,
dando todos la cara al viento de levante,
apuntando a al-Kifaf y a Kibd al-Wihad,
y a Jar al-Buwayra y Wadi al-Gada.
Atravesó Busayta de parte a parte, como una espada
entre los avestruces y las vacas salvajes,
hasta Uqdat al-Yawf, en donde mitigaron algo su sed.
Al alba, Sawar apareció ante ellas,
y a la aurora lo hizo al-Shagur.
Su carrera les llevó al caer la noche hasta al-Jumay’a,
y la mañana a al-Adari y luego a Dana.
¡Qué noche pasamos en Akush! Ennegrecía la tierra
y borraba las marcas del camino.
En medio de ella bajamos a Ruhaima:
con más noche por delante que por detrás.
Cuando hicimos alto, hincamos nuestras picas
sobre nuestros altos cometidos y la grandeza,
y pasamos la noche besando nuestras espadas,
y borrando la sangre de nuestros enemigos de ellas,
para que supiera Egipto, y quien haya en Iraq y Awasim
que yo soy el más heroico paladín,

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que cumplí con lo que había dicho y rechacé,
siendo displicente con el despectivo.
Pues no todo el que habla luego cumple,
y no todo el abocado a la ignominia dice no.
Porque el corazón no tiene más remedio
que disponer de su propio medio,
un raciocinio que hienda la más sólida roca.
Y quien tenga un corazón como el mío, que tire derecho
por el corazón de la muerte hasta la misma gloria.
Por todo camino por el que ande el héroe
su zancada será acorde al tamaño de su pie.
El lacayete dormía, indiferente a nuestra noche,
pero antes también dormía, de ceguera y no de sueño,
y, a pesar de la proximidad, los baldíos de su ceguera
y de su ignorancia se abrían entrambos.
Tenía por cierto, antes de conocer a este eunuco,
que las cabezas eran asiento de la inteligencia,
si bien al contemplar su entendimiento
comprendí que la inteligencia está toda en los cojones.
¡Cuántas cosas hay que dan risa en Egipto!
Pero esta es una risa como el llanto.
Hay allí un nabateo salido de la gente de Sawad
que enseña genealogía a la gente del desierto,
un negro —la mitad de él belfo— al que dicen:
«¡Eres la luna llena de la noche oscura!».
¡En cuántos versos hice alabanza de este rinoceronte,
poemas a medio camino entre la poesía y el conjuro!
Pero no eran alabanzas, sino más bien
escarnio del género humano.
Gentes hay que han desvariado por sus ídolos,
pero por un pellejo de vino, pues, la verdad, no.
Aquellos son silenciosos, pero este habla,
si lo sacudes bien, suelta cuescos o farfulla.
Cuando el alma de alguien ignora su valía,
otro se encarga de ver por él lo que no ve.

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ABU FIRAS AL-HAMDANI
(m. 968 d.C.)

La madre del prisionero

Cúbrate la lluvia, madre del prisionero cuya suerte aborreces.


Él está turbado, no se tiene en pie ni camina.
¿A quién llevar la buena nueva del rescate?
¿A quién cuidar, qué cabellos sobre la frente arreglar,
si tu hijo anda por tierra y mar?
¿Quién le protegerá, quién le llamará por su nombre?
Los ojos ya no hallarán la paz de noche;
abyecto sería mostrarse alegre
habiendo tú degustado la muerte y el infortunio sin hijo ni compañero.
El amado de tu corazón desapareció de aquel lugar
en que presentes estaban los ángeles del cielo.
Lloren por ti aquellos días en que, paciente, ayunabas
al sol abrasador de mediodía.
Lloren por ti aquellas noches que en pie pasaste
hasta despuntar la luz de la aurora.
Lloren por ti aquellos oprimidos, de tantos temidos,
a quienes tú acogiste cuando no hallaban protector.
Lloren por ti aquellos pobres indigentes a los que socorriste
cuando no se tenían en píe.
Cuántas largas, incomparables penas pasaron por ti.
Cuántos secretos por tu corazón pasaron sin revelarse jamás.
Cuántas veces te daban albricias que acercaban el plazo de mi llegada.
¿A quién me lamentaré, a quién suplicaré mi liberación
si tengo el pecho encogido de dolor?
¿Qué mujer rezará ahora por mí, a la luz de qué rostro me iluminaré,
quién alejará de mí el destino implacable?
¿Quién me ayudará a sobrepasar tan ardua situación?
Mi único consuelo es que, en breve, al más allá donde te hallas
iré yo a parar.

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POESÍA ANDALUSÍ

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IBN ZAYDUN
(1003-1071 d. C.)

Wallada

Te he recordado en Azahra con nostalgia,


cuando el horizonte era límpido
y resplandecía la faz de la tierra;
el céfiro tenía, en el crepúsculo, alguna languidez
como si se apiadara de mí y amainara de pena,
y el jardín entero parecía sonreír
al dar licencia a la plata de su agua;
diríase entonces que sobre la parte alta da tu pecho
hubieras aflojado los collares.
Era un día como aquellos de placer ya idos
en los que, en tanto el destino sesteaba,
amanecíamos ladrones de la dicha.
Me deleito ahora al dejar mis ojos
rodando por las flores, tan perladas de rocío
que sus cuellos acababan por vencerse,
como si sus ojos, al contemplar mi desvelo,
llorasen por mi desgracia y sus lágrimas
deambularan llenas de destellos.
Una rosa reluciente, en su cama soleada,
sobre la que la luz del mediodía.
hacía doble el brillo, y un nenúfar perfumado,
que pasaba, inmerso en su fragancia,
como alguien soñoliento a quien la aurora
las pupilas hubiera espabilado.
Y todo a mi alrededor excitaba a tu añoranza
y mi corazón ya no podía estar más oprimido.
Y si nuestra unión, el colmo de mi anhelo,
se cumpliera, fuera el día más noble:
que la suerte me trajera.
¡Que Dios niegue el reposo a ún corazón
en el que se haya rebelado tu recuerdo!
que ni siquiera ha sido capaz de alzar el vuelo
entre las alas batientes de la melancolía.
Pues si el céfiro, en su soplo,
hubiera querido transportarme,
te hubieras encontrado con un joven
consumido por su suerte,

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y ni mi más preciada posesión.
la más valiosa, la más querida de mi alma
—si aquello que un enamorado tiene es posesión—
sería suficiente recompensa del amor puro
por un tiempo que, pasado en el jardín de las delicias,
dejamos transcurrir a nuestro gusto.
Doy gracias ahora por las horas que me diste.
De ellas, tú has encontrado consuelo,
en tanto que yo sigo amante verdadero.

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IBN SHUHAYD
(992-1035 d. C.)

Desde la cárcel

No hay en mí sino poesía forjada en la pasión,


que la ha hecho única en el mundo.
Mi boca profiere lo que no llevo a cabo,
dilatando en ocasiones la belleza de las cosas,
o exagerándola otras.
Aunque tan extendida es mi reputación de libertino
soy en realidad un desdichado,
que solo es feliz componiendo versos.
¿Soy yo el primer enamorado
en haber perdido la cabeza por unas mejillas, por unos ojos?
Siempre en guardia contra mí están
separación, prisión, ansiedad, oprobio y un déspota guardián,
¿Quién hará llegar a los compañeros
que, tras separarnos, vivo proscrito en la mansión de los opresores?
Moro en una mansión cuyos habitantes, por el daño causado,
viven aposentados sobre los tizones ardientes de la muerte.

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IBN SHUHAYD
(992-1035 d. C.)

La muerte me alcanza

Cuando veo que la vida me vuelve la cabeza


y sé que la muerte me da alcance,
desearía vivir en cualquier escondrijo,
en lo más alto de una montaña escarpada,
batida por los vientos, alimentándome
de semillas derramadas, el resto de mi vida,
solitario, sorbiendo agua de oquedades.
Es mi amigo quien deseó la muerte alguna vez,
pues yo, palabra, la deseé cincuenta al menos,
y, ahora que llega la hora de partir, me parece
no haber obtenido del mundo desde siempre
sino, una mirada, fugaz como un relámpago.
¿Quién llevará de mí a Ibn Hazm noticia,
él que fuera mano en las desgracias, los aprietos?
Sobre ti, me voy para siempre, sea la paz de Dios,
bástete como viático, te lo da un amigo que parte.
No olvides velarme cuando me pierdas,
rememorar mis días, los dones de mi carácter,
y, cuando me echen a faltar,
conmueve, por Dios, cada vez qué me recuerdes
a todo mozo valiente, despabilado.
Quizá mi cuerpo, en su sepultura, escuche algo
de la letanía del salmodio o del músico.
Al ser recordado tras la muerte, tendré descanso:
no me lo neguéis pensando que no es solaz de difuntos.
Yo pongo mi esperanza en Dios por tiempos pasados
y los pecados cometidos: Él conoce mis verdades.

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AL-MU’TAMID
(m. 1095 d. C.)

El paso de las perdices

Lloré al paso de las perdices en bandada,


libres, sin cárcel, no lastradas por grilletes,
y no fue, Dios me libre, de pura envidia,
qué fue melancolía, ¡si me pareciera a ellas!
y volase suelto, sin la familia dispersa,
y las entrañas en carne viva, ni hijos muertos
haciendo manar el llanto de mis ojos.
¡Tengan buena suerte! que no se rompió su grupo
ni saboreó ninguna la separación dé los suyos,
que no han pasado —como yo— la noche,
el corazón en un puño, a cada estremecerse
de la puerta de la cárcel, o gemir de los cerrojos.
Y no es esto algo que haya discurrido.
Solo describo lo que desde siempre alberga
el corazón del hombre. Mi alma anhela
el encontronazo con la muerte:
otro quizás amaría la vida cargado de grilletes.
Que Dios preserve a las perdices en sus crías,
que a las mías las traicionaron el agua y la sombra.

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IBN AMMAR
(m. 1086 d. C.)

Ibn Abbad

Haz rodar la copa, ha descampado el céfiro


y las estrellas han tomada las riendas
y puesto fin a su viaje nocturno.
Nos regala la mañana su alcanfor
cuando la noche reclama su ámbar,
y el jardín es como una bella mujer,
de flores revestida, de brocado cobrizo,
ceñida dé un collar de perlas de rocío,
o un esclavo lozano que enrojece de vergüenza
y se ensoberbece de un bozo de mirto.
Un jardín como una mórbida muñeca
extendida sobre una túnica verde;
lo agita un viento del este y lo dirías
la espada de Ibn Abbad dispersando un ejército.
¡Ibn Abbad! Feraz es la dádiva de su mano,
cuando el aire se encapota dé ceniza.
Atizador del eslabón de la gloria, no va
del fuego de la liza sino a la lumbre hospitalaria,
escogiendo, dadivoso, la chica de senos hechos,
el corcel de pelo fino, el sable de pedrería.
Tuve por cierto estar en el cíelo o su abrigo,
al ser regado por los cántaros de su rocío,
¡y supe seguro que mi morada sería fertilizada
cuando lo pedí a las nubes bien cargadas.
Es él alguien a quien no chistan los montes
cuando toma asiento bien derecho, y que,
si corre, los vientos le andan a la zaga.
Alguien que, al pasar, las puntas de las lanzas
se hacen romas y los filos ya no cortan,
en tanto golpean las pezuñas de los caballos
el suelo duro. Ninguna criatura leería
mejor que los filos de su espada, si comparas
las líneas enemigas con las de un escrito.
Es un sable más elocuente que lá prédica de Ziyad
en la guerra si tu derecha es un pulpito.
Acepta este poema como si fuera un jardín
visitado por un levante, al que el rocío

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ha amamantado hasta hacerlo florecer.
Lo adorné con un brocado, de colores,
dorado con tu nombre, y él almizcle
más penetrante be, rasgado en tu alabanza,
¿Quién a un tal rivaliza en aroma?
Tu mención es madera finísima que ofrecí
al fuego de mi ingenio en pebetero:
si tú encontraste la brisa de mi alabanza
embriagadora, a mí el cierzo de tu generosidad
se me antojó mucho más perfumado.

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IBN HAZM
(994-hacia 1063 d. C.)

El amor verdadero

El amor verdadero no es hijo de un instante,


y ni su eslabón sirve para hacer fuego a voluntad,
sino que, a su aire, nace y anda,
tras largo entretenimiento, que afirma su cimiento.
No lo rondarán entonces conjuros o rupturas,
ni se alejará ya nunca del asiento y el crescendo.
Lo que viene a confirmar el que veamos
toda obra hija de un instante morir en su siguiente.
Yo soy empero tierra durísima, pedernal puro,
del todo remisa a los esquejes, insumisa,
si bien aquella planta que en mi arraiga
ya no tenga —en primavera— cuidado de las lluvias.

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IBN QUZMAN
(m. 1160 d. C.)

El labio del vaso quiero morder, que es almizcle.

En este tiempo uno ha de desenfrenarse:


cuando se me perdió el váso el el jardín entre la hierba,
cogiendo rosas y mamando ál borde del frasco,
mientras el ruiseñor arriba hablaba sin acabar.

El vino se ha tornado amante delgado y pálido;


dejadme con mi vaso, hermanos, recuperarme.
Quien me diga: «Bebe y disípate» es mi amigo,
e insultaré a quien me diga que me enderece.

Sobre el beber guerra habemos el alfaquí y yo:


es dulce pecar en días de lechuga e hinojo;
mas, al verme mi blanca barba, me dice: «Arrepiéntete».
Pero yo, por costumbre, aprendo vías de ilicitud.

Entre la copa, el jarro y el tazón


estoy borracho perdido, ebrio y eufórico,
llegándome un aroma de jazmín y albihar,
como el elogio del más noble señor, Abulhakam.

Visir, la fragancia de tu elogio se expande como almizcle;


a los reyes más que azúcar place recordarte;
la fortuna metió su lanza en la entraña de tu enemigo,
y el mundo, sonriente, viene a servirte.

Sé tu lustre del qué conozco mil páginas;


amo tu gloria, que más se ve cuando eres humilde;
la comparo al almizcle cuando se expande,
y, cuanto más se quiere ocultar; más delata.

Acabó, el cejelillo, y es más dulce que brisa;


el escanciador lo canta y el comensal lo baila:
ten saludos míos, que me voy y me quedo;
cuando un poeta saluda; alguna cosilla quiere.

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BEN SAHL DE SEVILLA
(1212-1251 d. C.)

Ojos en cuyo ataque las seducciones


tienen la mejor parte,
disparáis y todo yo soy vulnerable
a vuestras flechas certeras.

Los consejos del censor se oyen


mas no se aceptan.
Amo su rostro de aurora,
su saliva como el vino y sus ojos de corza;
es una gacela y su boca es una margarita
como las que pastan en él desierto.
Gacela, toma mi corazón como morada,
pues eres forastera entre los hombres,
y pasta en mí pues son mis lagrimas agua fresca
y mis entrañas, fértiles prados.

Entre sus labios rojos y sus ojos negros


están la vida y la muerte;
las aguas de la timidez riegan
en su mejilla la rosa de la vergüenza
que planto yo con la mirada
y recojo con la esperanza.
En sus lánguidos ojos vive un sueño,
que hace velar a los ojos del melancólico
y en su cadera, una rotundidad
que agudiza la inteligencia del prudente.

Lleva hacia el ardor del reproche


los dientes de granizo de su boca y se encienden;
si la besase, mis suspiros
derretirían ese hielo.
Dobla su cuello de muchacha de turgente pecho
al que no adorna más que la esbeltez;
por la esquivez de esta gacela de voz melodiosa
y por el cimbrear de esta rama flexible
corre el arroyo de mis lágrimas
y se inclina mi talle.

¿Eres acaso una hurí que ha enviado Ridwan

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como prueba de la existencia del paraíso?
Los corazones se rompen por tu causa
y dicen: No es un ser humano.
La dicha es una enferma que ha muerto
por culpa de la distancia, madre de las penas;
purifican mi amor las aflicciones,
¡las cosas del amor son bien extrañas!
diríase que mi pasión es sándalo
que con el fuego de la ausencia expande su perfume.

Es tu hermosura extraordinaria,
como también mi llanto es excesivo.
La pasión para mí es un todo unido
mientras mis lágrimas se dispersan.
Escucha a un esclavo obediente
que canta para que desobedezcas a los espías:
Este espía, ¡qué mal pensado!
¿Y qué si el hombre levanta sospechas?
Señora mía, ea, hagamos
eso que piensa el espía.

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