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AA. VV.
ePub r1.0
Titivillus 26.06.17
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Título original: Poesía árabe clásica
AA. VV., m. 569 d. C.-1251 d. C.
Selección: Alfonso Bolado, 1998
Traducción:
Teresa Garulo, Poemas, de Ben Sahl de Sevilla, 1983
Federico Corriente, Cancionero andalusí, 1984
Josefina Veglison Elías de Molins, La poesía árabe clásica, 1997
Jaime Sánchez Ratia, Treinta poemas árabes en su contexto, 1998
Alfonso Bolado, poemas de Abu Nuwas, ¿Me amas? y El credo de Abu Nuwas, 1998
Cubierta: Minarete de al-Mawiya, Samarra (Iraq)
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ÉPOCA PREISLÁMICA
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TARAFA
(m, 569 d. C.)
Mu‘allqa
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IMRU-L-QAYS
(m. hacia 540 d. C.)
Lo que queda
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ANTARA IBN SHADDAD
(525-615 d. C.)
Mu‘allaqa
Antara!
exclaman al clavar sus lanzas en el pecho negro de mi caballo
como si se tratara de cuerdas rendidas en un pozo.
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ANTARA IBN SHADDAD
(525-615 d. C.)
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AMR IBN KULTUM
(m. hacia 600 d. C.)
Mu’allaqa
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ZUHAYR IBN ABI SULMA
(530-627 d. C.)
Mu ‘allaqa
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AL-JANSA
(Hacia 575-644 d. C.)
Sajr
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KAAB IBN ZUHAYR
(Siglo VII)
Su’ad se ha ido
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muy superior al propio de las hijas del semental.
De cuello ancho y largo, robusta, fornida, amachada,
de amplios costados, con una piel de tortuga marina,
no le hinca el diente, en sus costados soleados,
ni la garrapata famélica. Enorme y magra,
su hermano es su padre, de una raza
de nobles camellos, y su tío paterno
es su tío materno, de largo cuello, ágil.
Le anda la pulga sobre su pecho brillante y lustroso
y sus flancos le hacen saltar.
Es un onagro, falsamente acusada de carnes prietas,
su codo está separado de las costillas altas,
y es como si su nariz y quijadas fuesen,
más allá de los ojos y del punto de degüello
una piedra oblonga de amolar.
Agita su rabo como una palma de palmera deshojada,
con mechones, sobre una ubre pequeña
que los pezones no han echado a perder.
Es de aquilina nariz, con sus orejas de pura casta:
a quien la ve no se le oculta su nobleza evidente,
de mejillas suaves, corre sobre sus ágiles remos,
como lanzas, adelantándose a quienes salieron antes,
y casi perdona andar tocando el suelo.
Sus patas, morenas por los tendones,
dejan los guijarros esparcidos,
y no las protege de los cantos de los alcores
pezuñera alguna, esos días en que el camaleón
los pasa erguido, como si sus costados se cocieran
al rescoldo del fuego. De esos en que
de las partes sobresalientes de la tierra
se elevan brillos cegadores
que imponen torpor y distanciamiento.
Entonces, sus remos delanteros, en su movimiento alterno,
cuando sudan y se cubren de espejismos las colinas
—cuando el guía de la caravana dice a la gente,
entre oscuras langostas que patalean
sobre los guijarros: «Echad la siesta»—,
parecen los brazos largos de una mujer hermosa que,
al alzarse el día, se pusiese en pie
y la replicaran otras madres afligidas.
Gime, se retuerce y carece, desde que le anunciaron
la muerte de su primogénito, de toda entendedera.
Con las palmas se desgarra el pecho, y su camisola,
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destrozada, pende de sus costillas.
A sus costados se precipitan los calumniadores, y dicen:
«Tú, hijo de Abi Sulma, date bien por muerto»,
y todo amigo en cuya amistad confiaba me dice:
«No te buscaré por cierto, tengo ocupaciones
que de ti me alejan». Dije entonces:
«Fuera de mi camino, bastardos,
¡todo lo que decreta el Compasivo está hecho!».
Todo hijo de madre, por más que dure sano y salvo,
un día habrá de ser portado en parihuelas.
He sido informado de que el mensajero de Dios me amenaza,
pero el perdón, del enviado de Dios, es cosa de esperar.
¡Poco a poco! Sírvate de guía quien te dio el Corán,
libro lleno de admoniciones y explicaciones en detalle.
No me tomes de boca de los que me calumnian,
pues no soy culpable, por más que abunden sobre mí diretes.
Porque me encuentro en un lugar que,
si lo ocupara un elefante, y escuchase lo que escucho,
se estremecería de terror y seguiría espantado
hasta recibir del Profeta, con permiso de Dios, la protección.
(Así estaba yo) Hasta poner mi diestra, para no quitarla,
sobre la mano del seguro vengador, cuya palabra es ley.
Pues es más terrible para mí el hablarle —se me había dicho:
«Te indagará y preguntará tu genealogía»—,
que a un león, de los que viven en el corazón de Azzar,
en lo más espeso del bosque,
que sale de mañana, y alimenta a sus dos crías,
con un pan que es carne humana desmembrada y polvorienta.
Un león que, cuando confronta a un igual, no puede,
en virtud de su ley, sino dejarlo derrotado.
Por cuya cuenta, el onagro permanece silencioso,
y los cazadores de dos y cuatro patas no recorren el valle.
En el que el valiente aparece devorado,
sus armas y su túnica desperdigadas.
El Profeta, en verdad, es una luz que todos buscan,
una de las espadas de Dios, desenvainada.
Entre la turba de los Qurayshíes, dijo uno de ellos,
en el corazón de La Meca, cuando se convirtieron al Islam:
«Idos». Marcharon todos, y solo quedaron los flojos,
los que carecían de escudo para el encontronazo
o que montaban malamente, los sin espada.
Son héroes de nariz altiva, cuyos vestidos,
tejidos con punto davidiano, en la liza son corazas.
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Brillantes, holgadas, enfiladas las anillas,
como si fueran las ramas de un qafa’a, bien prietas.
No se alegran cuando sus lanzas alcanzan a sus enemigos,
ni pierden la calma cuando son heridos.
Andan con el paso de camellos claros,
y su mandoble les protege,
haciendo huir a los negros chaparrotes.
Las lanzas no caen sino sobre sus gargantas,
porque no rehuyen zambullirse en las albercas de la muerte.
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ÉPOCA OMEYA
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UMAR IBN ABI RABI‘A
(m. hacia 720 d. C.)
Réplicas
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AL-WALID IBN YAZID
(m. 744 d. C.)
Diálogo
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AL-AJTAL
(640-710 d. C.)
Muerte pagana
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AL-FARAZDAQ
(641-730 d. C.)
Zaryn al-Abidin
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Es nieto de alguien con quien están en deuda
el favor de los profetas, y con el favor
de cuya patria están en deuda las naciones todas.
Su abolengo deriva del Profeta de Dios,
y son buenos sus plantíos, su talento y sus prendas.
Por la luz de su nobleza se rasga la túnica de la aurora,
como el sol, a cuyo brillo se desgarra la tiniebla.
Es de un grupo al que se ama como una religión,
que se odia como odian los infieles,
y cuya cercanía es refugio y asilo.
En todo proemio, al empezar a hablar,
tras la mención de Dios, va la suya
y las palabras tienen en su nombre colofón.
Si pudiera contarse la gente de la piedad,
los suyos serían sus imanes, pues ya se dijo:
«¿Quiénes son lo mejor de la gente de su tierra?».
Y replicaron: «Ellos».
Con su generosidad no puede generoso alguno,
ni se le acerca nadie, por muy noble que sea.
Son la nube cargada cuando la miseria aprieta,
los leones son leones de Sharra,
y la desesperación es negra.
No mengua la miseria la generosidad de sus manos,
y son iguales cuando ricos que cuando pobres.
El mal y la desgracia por su amor son conjurados,
y la bondad y la gracia por él domeñados.
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YARIR
(653-732 d. C.)
Muerte de al-Farazdaq
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ÉPOCA ABASÍ
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BASHAR IBN BURD
(Hacia 714-784 d. C.)
Salma
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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)
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Respondí; «Estoy resuelto, pero,
¿qué hay del soltero, que viaja sin cesar,
de ausencias muy seguidas?».
Me respondió: «Beneficiarte debes a la vecina,
y también sodomizar al vecinito».
Se me acercó entonces y añadió:
«Es mi obligación aconsejarte: como guinda
a estas tus virtudes, haz unas apuestas».
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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)
¿Me amas?
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ABU NUWAS
(Hacia 747/768-814 d.C.)
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ABU TAMMAM
(806-845 d. C.)
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AL-BUHTURI
(m. 897 d. C.)
El iwan de Ctesifonte
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El tiempo ha remendado su época y su frescura
hasta que han aparecido cubiertos de harapos,
como si el Jirmaz, por falta de calor humano
y su deterioro, fuese el edificio de una tumba.
Si pudieras verlo adivinarías que las noches
oficiaron en el un funeral, después de tanta boda,
y ello siendo elocuente testigo de las maravillas
de una gente, cuyo cuento no ensombrece tiniebla ni una.
La faz de Antioquía, al verla te estremeces,
como si estuvieras entre Persia y Bizancio.
La muerte espera, en tanto Anushirwan arenga
a las filas de los soldados bajo los pendones,
verde sobre oro, envanecidos por la marca del tinte,
apelotonados los hombres ante él, silenciosos,
enmudecidos los murmullos, algunos con cautela,
alargando el mango de una lanza, otros, medrosos,
apartando las puntas de las lanzas con su escudo:
el ojo los pinta a todos vivos y bien vivos,
corriendo entre ellos las señales de los mudos.
Mi recelo por ellos crece, hasta el punto
que mis manos los palpan y recorren.
Abu-l-Gauz me dio de beber y no fue parco,
por encima de ambos ejércitos, un trago apresurado,
de un vino que dirías estrella de la noche,
o la mismísima baba del sol. Si lo vieras
rellenando la copa del bebedor sorbiente
feliz y descansado, un vino querido de todas las almas,
escanciando en el vidrio de cada corazón.
Imaginé entonces que el mismo Kisra Abarwiz era mi copero
y al-Balabdah quien libaba conmigo.
¿Era un sueño que se apoderaba de mi ojo y vacilaba
o esperanzas que trocaban mi parecer y entendimiento?
Sentía que el gran vestíbulo, de maravillosa factura,
fuera un escudo al costado de la montaña apeñascada.
Pensarías, a causa de la melancolía —que salta a la vista
a quien lo visite de mañana o tarde—
que era un hombre azorado
por la marcha de su gente querida
u obligado a separarse de la amada.
Las noches han dado vuelco a su suerte y Júpiter
ha pernoctado allí como estrella de mal fario.
Aunque no flaquees, pues allí ha fondeado
un pecho de los pechos de Fortuna.
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Y no lo echó a perder que lo hayan despojado
de las alfombras de brocado,
que hayan saqueado los cortinajes de seda.
Irguiéndose, sobresaliendo de él las partes altas,
sobre las cimas de Radwa y Quds,
acicaladas de blanco, todo lo que ves de ellas
son las túnicas de algodón.
No se sabe si son obra de hombres para genios,
en donde estos se han aposentado,
u obra de genios para hombres, pero veo
que dan fe de que su constructor
no fue, entre los reyes, hombre débil.
Es como si estuviese viendo las filas y la gente,
hasta que llevo al límite mis sentidos,
como si las delegaciones estuviesen bajo el sol,
fatigadas de estar en píe tras las masas,
a raya mantenidas.
Como si los cantantes, en medio de los pabellones,
gorjearan entre labios oscuros, sonrosados,
como si la reunión hubiera tenido lugar anteayer mismo,
y la partida apresurada apenas ayer,
y aquel que quiere seguirlos ansiara
alcanzarlos a la mañana del quinto día.
Un tiempo habitadas por la alegría, sus moradas
pasaron a ser asiento de la tristeza y del duelo.
Todo lo que puedo hacer es ayudar con lágrimas
testadas a la pasión en mano muerta.
Lo que tengo es eso, pues esta casa no era mi casa,
ni era de ellos pariente, ni mi raza era la suya.
Solo les debo el favor que su gente hizo a la mía:
plantaron lo mejor de su sagacidad,
fortalecieron nuestro reino y confirmaron sus poderes,
por medio de campeadores de armadura, valientes,
y ayudaron a los escuadrones de Aryat,
pisoteando las gargantas, atravesándolas.
Y ahora me veo prendado de los nobles hombres todos,
de cualquier raigambre y fundamento.
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ABUL TAYIB AL-MUTANABBI
(915-965 d.C.)
Kafur
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que cumplí con lo que había dicho y rechacé,
siendo displicente con el despectivo.
Pues no todo el que habla luego cumple,
y no todo el abocado a la ignominia dice no.
Porque el corazón no tiene más remedio
que disponer de su propio medio,
un raciocinio que hienda la más sólida roca.
Y quien tenga un corazón como el mío, que tire derecho
por el corazón de la muerte hasta la misma gloria.
Por todo camino por el que ande el héroe
su zancada será acorde al tamaño de su pie.
El lacayete dormía, indiferente a nuestra noche,
pero antes también dormía, de ceguera y no de sueño,
y, a pesar de la proximidad, los baldíos de su ceguera
y de su ignorancia se abrían entrambos.
Tenía por cierto, antes de conocer a este eunuco,
que las cabezas eran asiento de la inteligencia,
si bien al contemplar su entendimiento
comprendí que la inteligencia está toda en los cojones.
¡Cuántas cosas hay que dan risa en Egipto!
Pero esta es una risa como el llanto.
Hay allí un nabateo salido de la gente de Sawad
que enseña genealogía a la gente del desierto,
un negro —la mitad de él belfo— al que dicen:
«¡Eres la luna llena de la noche oscura!».
¡En cuántos versos hice alabanza de este rinoceronte,
poemas a medio camino entre la poesía y el conjuro!
Pero no eran alabanzas, sino más bien
escarnio del género humano.
Gentes hay que han desvariado por sus ídolos,
pero por un pellejo de vino, pues, la verdad, no.
Aquellos son silenciosos, pero este habla,
si lo sacudes bien, suelta cuescos o farfulla.
Cuando el alma de alguien ignora su valía,
otro se encarga de ver por él lo que no ve.
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ABU FIRAS AL-HAMDANI
(m. 968 d.C.)
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POESÍA ANDALUSÍ
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IBN ZAYDUN
(1003-1071 d. C.)
Wallada
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y ni mi más preciada posesión.
la más valiosa, la más querida de mi alma
—si aquello que un enamorado tiene es posesión—
sería suficiente recompensa del amor puro
por un tiempo que, pasado en el jardín de las delicias,
dejamos transcurrir a nuestro gusto.
Doy gracias ahora por las horas que me diste.
De ellas, tú has encontrado consuelo,
en tanto que yo sigo amante verdadero.
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IBN SHUHAYD
(992-1035 d. C.)
Desde la cárcel
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IBN SHUHAYD
(992-1035 d. C.)
La muerte me alcanza
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AL-MU’TAMID
(m. 1095 d. C.)
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IBN AMMAR
(m. 1086 d. C.)
Ibn Abbad
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ha amamantado hasta hacerlo florecer.
Lo adorné con un brocado, de colores,
dorado con tu nombre, y él almizcle
más penetrante be, rasgado en tu alabanza,
¿Quién a un tal rivaliza en aroma?
Tu mención es madera finísima que ofrecí
al fuego de mi ingenio en pebetero:
si tú encontraste la brisa de mi alabanza
embriagadora, a mí el cierzo de tu generosidad
se me antojó mucho más perfumado.
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IBN HAZM
(994-hacia 1063 d. C.)
El amor verdadero
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IBN QUZMAN
(m. 1160 d. C.)
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BEN SAHL DE SEVILLA
(1212-1251 d. C.)
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como prueba de la existencia del paraíso?
Los corazones se rompen por tu causa
y dicen: No es un ser humano.
La dicha es una enferma que ha muerto
por culpa de la distancia, madre de las penas;
purifican mi amor las aflicciones,
¡las cosas del amor son bien extrañas!
diríase que mi pasión es sándalo
que con el fuego de la ausencia expande su perfume.
Es tu hermosura extraordinaria,
como también mi llanto es excesivo.
La pasión para mí es un todo unido
mientras mis lágrimas se dispersan.
Escucha a un esclavo obediente
que canta para que desobedezcas a los espías:
Este espía, ¡qué mal pensado!
¿Y qué si el hombre levanta sospechas?
Señora mía, ea, hagamos
eso que piensa el espía.
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