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Cuando fui llamada a servir como consejera en la organización de las Mujeres Jóvenes de mi
barrio, acepté el llamamiento, pero me preocupaba cómo lo haría. Sentía que no estaba
preparada y estaba luchando con una prueba.
Tres meses antes de recibir este llamamiento, tras un embarazo de alto riesgo, nació mi bebé,
Nicolas. Él necesitaba cuidado médico constante. Unas pocas semanas después de su
nacimiento, le apareció una pequeña marca roja sobre el párpado y comenzó a crecer
gradualmente. El pediatra explicó que era un tumor benigno y que desaparecería después de
que Nicolas cumpliera un año; pero el tumor creció rápidamente. Ocupó su cavidad ocular y con
el tiempo le causaría daño permanente a la vista si no lo tratábamos.
El estar con las jovencitas cada semana me ayudó a no obsesionarme en la rutina de las
inyecciones, exámenes y doctores. Me impidió que perdiera tiempo sintiendo pena de mí misma
o preguntándome por qué le estaba ocurriendo eso a mi pequeño ángel. Mi llamamiento fue
una bendición y, antes de que me diera cuenta, Nicolas estaba creciendo y el tratamiento había
concluido. Nicolas se convirtió en un niño feliz y saludable, lleno de energía.
El Señor no siempre nos quita las pruebas, pero sé con todo mi corazón que Él siempre está
dispuesto a ayudarnos para tener la fortaleza para afrontarlas.