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Exposición del Fiscal Nacional del Ministerio Público sobre el tema "La Consitución y

los Derechos de la Víctima en el nuevo Proceso Penal"

El día de hoy se me ha solicitado realizar una breve presentación sobre los derechos de
la víctima en la reforma procesal penal a la luz de la Constitución chilena.
Para ello, primero pasaremos revista en forma muy sintética al rescate que la
victimología realiza del ofendido por el delito como sujeto de estudio de las ciencias
penales, y a la especial consideración que esta rama tiene de los derechos y
necesidades de aquel al interior del proceso penal.
A continuación, veremos el impacto que la referida disciplina ha tenido en el derecho
constitucional comparado y nacional, para finalmente analizar someramente algunos
de los derechos de las víctimas comprendidos en el Código Procesal Penal y que
guardan relación directa con valores y derechos reconocidos por nuestra Carta
Fundamental.

I.- Introducción

El reconocimiento de la víctima como sujeto procesal y la consagración de un amplio


catálogo de derechos a su favor, son uno de los aspectos más relevantes del nuevo
sistema de enjuiciamiento criminal. En efecto, el Código Procesal Penal y el conjunto
de las normas que integran la reforma procesal permiten al ofendido por el delito
ejercer importantes facultades sin necesidad de convertirse en parte acusadora. Por
otra parte, se impone al órgano persecutor la función de brindar protección al ofendido
por el delito.
Lo anterior significa un verdadero cambio de paradigma respecto de la posición que
ocupaba el afectado por el delito frente a la normativa anterior, que no le permitía, en
consideración a su carácter de tal, intervenir mayormente en el procedimiento. Su
actuación se limitaba básicamente a hacer efectiva la responsabilidad criminal y civil,
para lo cual debía interponer querella o demanda, respectivamente.
No es posible obviar, sin embargo, que el Código de Procedimiento Penal (en adelante
CPP [1906]) contenía algunas normas que, con un alcance limitado, tendían a
minimizar las consecuencias perjudiciales del delito y resguardar al ofendido como,
asimismo, a asegurar las responsabilidades civiles (arts. 7°, 8° y 380, todos del CPP
[1906])(1).
La posición marginal de la víctima en el CPP [1906] obedece al carácter sumamente
robusto que tiene la persecución penal pública en ese cuerpo normativo. En este
sentido, el CPP [1906] no hace sino reflejar una tendencia histórica, en orden a
concentrar en el Estado la facultad de reaccionar frente a la comisión de un delito.
En las épocas más antiguas de la historia de la humanidad, el conflicto penal entre la
víctima y el victimario era solucionado por ellos mismos, a través de mecanismos
diversos, tales como la venganza privada y la compensación. En esta etapa de la
evolución del proceso penal, el daño que el delito había infringido en el ofendido, así
como la satisfacción de sus intereses, resultaban fundamentales para dar respuesta a la
conducta del ofensor.
Sin embargo, ya en estos primeros momentos, las organizaciones sociales comenzaron
a dotarse de una mínima estructura sociopolítica, naciendo sistemas retribucionistas,
como por ejemplo el talionismo, y el ostracismo, ambas formas que limitaban la
reacción punitiva, produciéndose la concentración del poder en los líderes sociales.
De esta forma, el surgimiento del estado moderno dio lugar a una consolidación de la
acción penal pública.
Hobbes, en su obra El Leviatán, señalaba que allí donde la ley es pública y
asiduamente informada e interpretada, un hecho cometido contra ella es un crimen
mayor, y que el castigo es un mal infringido por la autoridad pública sobre aquel que
ha cometido acciones u omisiones que son juzgadas por esa misma autoridad como
una trasgresión a la ley(2).
Lo anterior es una clara muestra de cómo los contractualistas comprendían que,
atendido a que las personas habían renunciado a sus libertades naturales, entre ellas la
de sancionar directamente al ofensor, el Estado, a través del contrato social, se
encontraba no sólo legitimado, sino obligado a ejercer el monopolio de la violencia, en
caso de cometerse un delito.
Ello trajo aparejado innegables ventajas como la objetivación e imparcialidad del
sistema penal y la proporcionalidad de sus sanciones, pero a la vez implicó neutralizar
al ofendido. La intervención de la víctima en los juicios penales se restringió al aporte
que ésta podía otorgar al descubrimiento de la verdad.
El ofendido, que inicialmente era el protagonista en la resolución del conflicto, pasó a
ser el convidado de piedra del sistema criminal. Su marginación no sólo era evidente
en la escasa e inorgánica normativa reconocida a su respecto, sino también en el poco
interés que los cultores de las ciencias penales demostraban en relación con él.
La dogmática penal, la criminología y el derecho procesal penal centraron su estudio
durante largo tiempo en el infractor: en las causas de su conducta ilícita, en la
respuesta estatal frente a ésta y en el juicio donde se determinaría la procedencia de la
reacción penal pública. El ofendido por el delito quedó ausente de la definición del
delito, de la pena y de sus finalidades(3).
Las necesidades e intereses de las víctimas quedaron en el olvido.
La situación descrita comienza a revertirse a partir de la segunda mitad del siglo XX,
momento en que irrumpe en las ciencias penales una nueva rama de la criminología: la
victimología. Sus orígenes se hallan en las obras de H. Von Hentig, Mendelsohn,
Wolfgang y Ellemberg, quienes centraron sus análisis en la interacción delincuente-
ofendido, en la clasificación de las víctimas en función de muy diversos criterios, en la
predisposición psicológica victimal y en incipientes estudios empíricos de
victimización. Así, se delimitó y dio inicio al estudio científico de un nuevo sujeto de
análisis: la persona afectada por el delito.
Un nuevo giro se verificó a partir de fines de la década de los sesenta, en que la nueva
victimología volcó su preocupación en dos ámbitos distintos. En primer lugar, en los
derechos y necesidades de las víctimas, aspecto sobre el cual nos detendremos, y en
segundo término, en el estudio de cómo repercute la conducta de la víctima en la
valoración jurídico-penal del comportamiento del partícipe del delito, dando origen de
este modo a la victimodogmática.
Esta nueva victimología puso en evidencia la desventajosa posición del ofendido en el
proceso penal y los escasos derechos que podía ejercer en él. En efecto, se aseveró que
una vez que el afectado por el delito denunciaba la infracción penal, poco o nada podía
hacer para decidir el curso de la persecución criminal.
Además, la víctima solía estar desinformada en torno a su caso y a las instituciones
procesales en general. Las actuaciones del juicio criminal resultaban para ella
usualmente lentas y burocráticas. Asimismo, cuando se dictaba sentencia
condenatoria, el imputado solía ser insolvente y el ofendido veía frustrada la exigencia
de la responsabilidad civil.
Por otra parte, la víctima frecuentemente estaba desamparada frente a las
intimidaciones o agresiones de parte del autor del delito y muchas veces sufría
enormes perturbaciones al intervenir en el procedimiento, especialmente tratándose de
delitos sexuales o ilícitos que le ocasionaran un grave daño emocional. Las
actuaciones del proceso podían implicar exhibir al público su vida privada y
presentarla como una persona poco honesta, provocadora o inmoral, lo que a veces se
agudizaba por la actuación de los medios de comunicación social.
Todo lo anterior producía en el ofendido lo que en victimología se conoce como el
fenómeno de la victimización secundaria, esto es, que el paso por el proceso devenía
en una experiencia tan perturbadora para éste, como el sufrimiento generado por la
acción delictiva.
Asimismo, la nueva victimología llamó la atención sobre la escasa o inexistente
posibilidad que tenían las víctimas de resolver el conflicto penal en el cual estaban
involucradas.
Como efecto de los avances victimológicos ya enunciados, se catalizó un creciente
interés por consagrar legislativamente los derechos de las víctimas. Fueron pioneros
en este sentido los ordenamientos jurídicos de Nueva Zelanda e Inglaterra, los cuales
consagraron los derechos de los ofendidos por el delito en 1963 y 1964,
respectivamente. En 1969 se promulga en México la Ley de protección y auxilio a las
víctimas de delitos. En el ámbito europeo continental se consolidaron progresivamente
distintas legislaciones que asisten y protegen los ofendidos: Austria (1972), Finlandia
(1973), Irlanda (1974), Holanda (1975), Noruega y la República Federal Alemana
(1976), Francia (1977), etcétera.
Por otra parte, es posible advertir, nuevamente a fines de los años 60 del siglo XX, un
fenómeno de internacionalización del movimiento victimológico, que cristalizó en la
realización de varias conferencias de victimología y en el esfuerzo de los países por
convenir instrumentos mundiales relativos a los derechos de las víctimas.
Así, el 29 de noviembre de 1985, la Asamblea General de las Naciones Unidas
acuerda la resolución 40/34 referida al tratamiento de las víctimas de delitos y abusos
de poder, que en su punto 1 "afirma la necesidad de que se adopten medidas
nacionales e internacionales a fin de garantizar el reconocimiento y el respeto
universales y efectivos de los derechos de las víctimas de delitos y del abuso de
poder", y en su punto 3 aprueba el texto recomendado por el VII Congreso de las
Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente.
En este documento, se indican las medidas que han de implementarse en el plano
nacional para mejorar el acceso a la justicia y el trato justo, el resarcimiento, la
indemnización y la asistencia social a las víctimas(4).
En este contexto es ilustrativo destacar, además, la Recomendación del Comité de
Ministros del Consejo de Europa a los estados miembros sobre la posición de la
víctima en el marco del Derecho penal y del proceso penal, de 28 de junio de 1985.
A partir de esta necesidad asumida por los Estados miembros de las Naciones Unidas
y del Consejo de Europa, de adoptar medidas que garanticen el reconocimiento y
respeto de los derechos de las víctimas, se produjo la irrupción de la ciencia
victimológica en el ordenamiento constitucional, ya sea a través de la introducción de
normas específicas concernientes al ofendido por el delito, ya sea por intermedio de
una relectura de los derechos constitucionales relativos al proceso.
Este fenómeno hace patente una realidad, que los derechos fundamentales de las
víctimas pueden verse afectados con ocasión del proceso no sólo por la acción del
imputado, quien puede decidir atentar contra la persona del ofendido como represalia
por haber presentado la denuncia o con el propósito de inducirlo a que declare
falsamente o que no aporte todos los elementos de prueba con los que cuenta; sino,
también, por las propias actuaciones que tengan lugar en el proceso penal y en que
esté involucrado el ofendido por el delito, léase, exámenes corporales, entrada y
registro de su domicilio o incautación de los objetos de los que es dueño, por ejemplo.
Para abordar la influencia de la victimología en los ordenamientos constitucionales,
analizaremos en primer lugar la situación del derecho comparado, para luego
referirnos a la normativa nacional.

II.- Victimología y derecho constitucional comparado

En el ordenamiento jurídico constitucional de algunos países extranjeros los derechos


de la víctima y las obligaciones a su respecto se han plasmado de un modo específico.
Así ha acontecido, v. gr, en Colombia y México.
La Constitución colombiana declara en su artículo 250 que es obligación de la Fiscalía
General de la Nación "velar por la protección de las víctimas, testigos e intervinientes
en el proceso". Se trata de una regla casi idéntica a la contenida en la parte final del
inciso primero del artículo 80 A de nuestra Carta Fundamental. La diferencia estriba
en que tal artículo 250 es más amplio en cuanto a los sujetos respecto de los cuales
existe el deber de resguardo: no sólo se les debe protección a los afectados por el
delito y a quienes declaren en juicio, sino a los intervinientes en general.
Por su parte, la constitución mexicana contempla, en su artículo 20, un amplio
catálogo de derechos a favor de las víctimas, a saber: recibir asesoría jurídica; ser
informado de sus derechos y del curso del juicio; solicitar diligencias probatorias al
Ministerio Público, así como aportar a este órgano de persecución penal elementos de
prueba; recibir atención médica y psicológica de urgencia; ser reparada en el daño
ocasionado por el ilícito penal; no ser sometida a careo si se es menor de edad y se ha
sufrido un delito sexual o de secuestro, y, finalmente, solicitar medidas de
protección(5).
Sin embargo, podemos aseverar que la consagración de los derechos de las víctimas ha
sido la excepción en las cartas políticas del extranjero. Ello obedece a que la
regulación constitucional del derecho penal y procesal penal se ha hecho
tradicionalmente respecto de la posición jurídica del infractor, mas no del ofendido.
Lo anterior no ha impedido que la doctrina comparada se haya esforzado en interpretar
los derechos fundamentales en el contexto del proceso penal de una forma amplia,
permitiendo que sus titulares sean tanto los justiciables como las víctimas. Este
análisis en todo caso no ha sido sistemático y no ha provenido del derecho
constitucional, sino del derecho penal y fundamentalmente del derecho procesal penal
y de la criminología.
Es así como, en el ámbito del derecho español, AURELIA ROMERO ha indicado que
la víctima del delito podría hacer valer la responsabilidad pública por el
funcionamiento anómalo de la jurisdicción. La Constitución hispana así lo permitiría,
al indicar en su artículo 121 que los daños causados por error judicial, así como los
que sean consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de Justicia,
darán derecho a una indemnización a cargo del Estado, conforme a la ley(6).
Como ya sabemos, nuestra Carta Fundamental regula la indemnización por error
judicial en forma distinta ya que sólo puede reclamar de éste el procesado o
condenado, por lo que el ofendido no está legitimado para hacer valer la
responsabilidad en cuestión.
La misma autora afirma que las víctimas están amparadas por el derecho a un juicio
sin dilaciones indebidas (art. 24.2 de la Constitución española). Ello impediría a los
tribunales suspender el curso de un proceso por causas distintas a las previstas en la
ley, pero también impondría a los órganos jurisdiccionales la obligación de dictar
resolución en un plazo razonable desde que fuere deducida la pretensión de la parte, de
modo tal de no frustrar su satisfacción(7).
Asimismo, BERTOLINO(8) señala que, en el ordenamiento jurídico argentino, la
primera y principal garantía constitucional que se puede relacionar con la víctima es la
del debido proceso. Esta afirmación la hace sobre la base de la jurisprudencia de su
país, que ha dicho que la titularidad del derecho al debido proceso corresponde a todo
aquel a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio. Como en el derecho
argentino el ofendido por el delito puede querellarse y demandar civilmente, este autor
concluye que la víctima goza del derecho en cuestión.
CAFFERATA, por su parte, respaldándose en el artículo 75 de la Constitución
Nacional argentina, norma que consagra la jerarquía constitucional de diversos
tratados de derechos humanos, estima que las víctimas son titulares de una serie de
derechos reconocidos en esos instrumentos internacionales.
En su análisis, este autor distingue entre las garantías judiciales genéricas para el
imputado y el ofendido por el delito, por una parte, y las garantías específicas a favor
de la víctima(9).
Según él, las garantías comunes a la víctima y el acusado son tres: la igualdad ante la
justicia, el derecho de defensa en juicio y acceso a la justicia, y el derecho a la
imparcialidad e independencia de los jueces.
Reconducido el derecho de igualdad ante la justicia hacia la víctima, su concreción
consistiría en que ésta debería recibir un trato igual al que se otorgó a otras personas
que se encontraban en una situación similar, sin que tengan cabida discriminaciones o
privilegios de ningún tipo.
El derecho de defensa del ofendido por el delito importa la facultad de ser oído por los
órganos jurisdiccionales para reclamar el reconocimiento de sus derechos y demostrar
el fundamento de sus reclamos.
Por otra parte, el derecho a un tribunal imparcial e independiente, señala, permite a la
víctima comparecer ante un tribunal que cumpla sus funciones jurisdiccionales con
autonomía y sin interferencias de ningún tipo, y que mantenga una posición de tercero
desinteresado frente a la acusación y defensa.
El derecho fundamental específico de la víctima sería el de la tutela judicial efectiva,
incorporado en el art. 25 de la Convención Americana de Derechos Humanos, según el
cual el ofendido tendría las facultades de acudir a la vía judicial en forma rápida y
sencilla, obtener una resolución motivada sobre la materia que plantee, y recurrir
respecto de ella e incluso exigir el cumplimiento compulsivo de la sentencia.
Lo anteriormente expuesto, como ya señalamos, no es sino el reflejo de la relevancia
que ha alcanzado la victimología como disciplina en el derecho comparado, sirviendo
de base, en algunos casos, para la consagración explícita de los derechos victimales en
el ámbito constitucional, y en otros, para la reinterpretación de derechos
fundamentales que sólo se habían concebido respecto del imputado.

III.- Victimología y derecho constitucional nacional

Pasando ahora a revisar la situación de la victimología en relación con nuestro derecho


constitucional, cabe destacar, en primer lugar, que el valor supremo de la Carta
Política lo constituye la dignidad de la persona. Ésta se erige como el fundamento de
todos los derechos constitucionales y su protección es el fin de tales derechos(10).
Este valor de nuestro ordenamiento jurídico constitucional obliga a respetar al sujeto
en su calidad de tal, resguardándolo de vejámenes y afrentas, y a afirmar su pleno
desarrollo espiritual y material.
En virtud del valor en cuestión, la persona debe concebirse como un fin en sí mismo y
no como un objeto de la acción del Estado o como instrumento o medio de intereses
particulares o públicos(11), ni aún con el pretexto de una investigación penal eficaz.

En el marco del valor de la dignidad de la persona víctima de un delito, la reforma


constitucional introducida por la Ley N.° 19.519 de 1997 consagró dos normas que
hacen referencia expresa al ofendido por el delito. La primera, prevista en el inciso
primero del artículo 80 A, impone una función al Ministerio Público: adoptar medidas
para proteger a las víctimas y a los testigos. La segunda, contenida en el inciso
segundo del mismo precepto, otorga al afectado por el ilícito un verdadero derecho
constitucional al ejercicio de la acción penal(12).
Sin perjuicio de estas referencias expresas a la víctima, es posible decodificar los
valores, derechos y garantías reconocidos por nuestra Constitución a partir de las
normas legales, de forma tal que cobren plena vigencia respecto de la posición de la
víctima frente al proceso penal.
Así resulta posible comprender cómo el valor dignidad obliga al Estado a reconocer y
hacer frente a la victimización secundaria que puede sufrir el ofendido por el delito
con ocasión de su intervención en el proceso penal.
Ello porque, como hemos visto, la participación del ofendido en la instrucción y el
juicio puede ser tan o más perturbadora que las consecuencias que el delito le produjo,
debido a que son frecuentes las ocasiones en que los operadores del sistema penal le
dan un trato desconsiderado o incluso humillante.

IV.- La Reforma Procesal Penal como una relectura de los derechos y garantías
de la víctima en la Constitución

En el contexto anteriormente señalado, nuestro país se ha visto inserto en un proceso


de reforma del sistema de justicia criminal que ha pretendido su sustitución por un
modelo de corte acusatorio, que sea capaz de especificar los "contenidos de la CPR y
los tratados de derechos humanos, que constituyen las bases a partir de las cuales se
procede al diseño del nuevo sistema"(13).
A continuación, pasaremos revista a la relación existente entre el Código Procesal
Penal y el valor constitucional de dignidad, el debido proceso y el derecho de las
víctimas a la protección.

IV.1.- Valor constitucional de la dignidad y Código Procesal Penal


En primer lugar, entonces, cabe referirnos a la relación existente entre el valor
constitucional de la dignidad y algunas disposiciones relativas a los derechos de las
víctimas, contenidas en el Código Procesal Penal.
El derecho a recibir un trato digno, que asiste a las víctimas en el nuevo proceso penal,
emana del deber de considerarlas como un fin en sí mismas. Las normas del Código de
Procedimiento Penal relativas al ofendido por el delito, que le estimaban poco más que
un objeto de prueba, son reemplazadas por otras que lo conciben como un sujeto de
derechos, capaz de participar en la resolución de su conflicto.
A diferencia de la antigua de ley de enjuiciamiento criminal, el nuevo Código se hace
cargo de manera integral de las consecuencias perjudiciales que puede acarrear para la
víctima su intervención en el proceso (victimización secundaria), y asigna a los
fiscales la tarea de impedir o mitigar esas secuelas.
Es así como, el art. 78 del Código Procesal Penal obliga a los fiscales a evitar o
disminuir al mínimo, durante todo el procedimiento, cualquier perturbación que
hubieren de soportar las víctimas con ocasión de los trámites en que debieren
intervenir.
Por su parte, el art. 6° del mismo cuerpo de leyes señala que la policía y los demás
organismos auxiliares deberán otorgar a la víctima un trato acorde con su condición de
tal, procurando facilitar al máximo los trámites en los que debiere intervenir.
Asimismo, los artículos 197 y 198 permiten la realización de exámenes médicos y
corporales a la víctima, pero éstos deben siempre efectuarse de modo tal de velar por
el respeto a la dignidad e intimidad del ofendido.
Lo expuesto equipara el trato respetuoso de la dignidad de la víctima con el trato
respetuoso a la dignidad del imputado, que ya estaba plasmado como deber a partir de
la doctrina moderna del derecho penal y procesal penal. En este sentido, no es sino
desarrollo de lo prescrito por el inciso primero del artículo 1° de la Constitución ("Las
personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos").
El Ministerio Público, comprometido con el debido respeto de los derechos de las
víctimas en el proceso penal, y en el marco del ejercicio de las atribuciones que su ley
orgánica establece, ha dictado varias instrucciones generales de actuación y oficios
tendientes a garantizar una especial preocupación por parte de los fiscales respecto de
estas materias(14).

IV.2.- Derecho constitucional de las víctimas al debido proceso y Código Procesal


Penal

La garantía del debido proceso encuentra su origen, como sabemos, en la quinta


enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, conocida como "Bill of Rights", de
1791, y especialmente en el desarrollo que la jurisprudencia de la Corte Suprema de
los Estados Unidos realiza respecto del contenido y alcances de la expresión "due
process of law", allí contenida.
En Chile, esta importante garantía encuentra actualmente consagración constitucional
en el numeral 3° del artículo 19 de la Carta Política.
Respecto de los sujetos titulares de este derecho, cabe señalar que, el encabezado del
artículo 19, precitado, extiende su aplicación a todas las personas, lo que no es
posteriormente limitado por el tenor literal del numeral 3°.
Cabe prevenir, no obstante, que parte importante de la doctrina constitucional y
procesal chilena parece inclinarse por una aplicación más restringida, dirigida sólo al
sujeto pasivo del proceso, cualquiera sea éste(15).
Al respecto, nosotros adscribimos a una tesis más extensiva, atendido que el
reconocimiento del debido proceso por el poder constituyente ha sido efectuado al
tratar el derecho de todas las personas, sin distinción, a la igualdad ante la justicia
frente a todo órgano que ejerza jurisdicción(16) como, asimismo, frente al Ministerio
Público, durante la investigación(17).
Lo anterior no significa que el contenido preciso de esta garantía sea el mismo
respecto de todas las situaciones en que sea procedente. Ello puesto que se trata de un
concepto jurídico indeterminado, cuyo alcance exacto deberá ser fijado caso a caso.
Ahora bien, lo expuesto no obsta a que reconozcamos que el derecho en cuestión se
encuentra comprendido por ciertos derechos y garantías que constituyen sus notas
esenciales, algunas de las cuales son aplicables, en el proceso penal, tanto a la víctima
como al imputado, mientras que otras hacen referencia tan sólo al justiciable. Un
ejemplo de esto último, lo constituye el derecho a ser debidamente emplazado.
En nuestra opinión, son manifestaciones esenciales del debido proceso penal, respecto
de las víctimas de delito, a lo menos los siguientes: igualdad ante la justicia; derecho a
un tribunal independiente e imparcial; derecho a un juicio sin dilaciones indebidas;
derecho a la tutela judicial efectiva, y derecho a la defensa.
A continuación, pasaremos somera revista de las normas contenidas en el Código
Procesal Penal que puedan ser identificadas como una expresión legal de tales
manifestaciones o notas.

IV.2.1.- Derecho constitucional de las víctimas a la igualdad ante la justicia y


Código Procesal Penal

Respecto del derecho fundamental a la igualdad ante la justicia, regulado en el artículo


19 n.° 3 inciso 1° de nuestra Constitución, éste encuentra su desarrollo al interior del
Código Procesal Penal a partir del artículo 12, que incluye al imputado, pero también a
la víctima, entre quienes son considerados intervinientes para los efectos de este
cuerpo normativo.
Estos intervinientes tienen derecho a ser oídos y a formular alegaciones y
presentaciones en igualdad de condiciones frente a los operadores del sistema penal,
con miras a influir en la resolución del conflicto. Como consecuencia de lo anterior, es
necesario entonces que la estructura misma del proceso dé cabida formal a tal
conflicto, que se encuentra llamado a conocer, permitiendo a las partes explicitarlo al
interior del juicio a través de la contradicción.
De tal suerte, la bilateralidad y el contradictorio constituyen notas esenciales de la
igualdad ante la justicia, se tornan principios fundamentales del sistema acusatorio y
configuran requisitos necesarios para el ejercicio del derecho de defensa, del que más
adelante trataremos.
Lo anterior cobra particular vigencia durante la fase de juicio oral, en que se
despliegan en forma dialéctica las posiciones de los intervinientes, con plena sujeción
a los principios y garantías informadores del sistema acusatorio.
Ahora bien, este derecho a la igualdad no sólo tiene lugar entre los distintos
intervinientes, sino también entre personas que revisten el mismo carácter procesal en
juicios semejantes.
Ello se manifiesta en lo dispuesto por el artículo 109 de nuestro código de
enjuiciamiento criminal, que reconoce el derecho de todo ofendido por un delito, por
el sólo hecho de serlo y sin atender a su condición o circunstancias subjetivas, a
participar personalmente en el procedimiento, garantizando así una igual posición
jurídica a todas las víctimas.
Sin embargo, es necesario reconocer que algunas de ellas, dadas sus condiciones
personales o debido al tipo de delito sufrido, no se encuentran en una efectiva posición
de igualdad respecto de otros ofendidos o respecto del imputado, al interior del
procedimiento.
Es por ello que se requiere de políticas activas que propendan a hacer efectivo el
derecho a la igualdad ante la justicia mediante un trato destinado a suplir las carencias
que se presentaren en este sentido.
Lo expuesto ha sido tenido a la vista por nuestro legislador procesal penal, al
introducir la Ley 19.789 un nuevo inciso segundo al artículo 6° del Código Procesal
Penal, que establece como obligación de los fiscales promover "acuerdos
patrimoniales, medidas cautelares u otros mecanismos que faciliten la reparación del
daño causado a la víctima"(18).
Como un complemento de lo anterior, cabe destacar que el inciso final del referido
artículo 6° dispone que la policía y los demás organismos auxiliares deberán otorgar a
la víctima un trato acorde con su condición de tal, procurando facilitar al máximo su
participación en los trámites en que debiere intervenir. Idea reiterada en el inciso
primero del artículo 78, al señalar que será deber de los fiscales facilitar la
intervención de las víctimas durante todo el procedimiento.
En la línea de hacer efectivo el mandato constitucional y legal de igualdad ante la
justicia, la Ley Orgánica Constitucional del Ministerio Público se ha hecho cargo de
crear una División Nacional y unidades regionales de Atención a las Víctimas y
Testigos, encargadas, respectivamente, de velar por el cumplimiento y cumplir con las
tareas que a este respecto encomienda al Ministerio Público la ley procesal penal.
Asimismo, la ley de presupuestos del sector público del presente año, ha destinado por
primera vez una partida especial del presupuesto del Ministerio Público para la
atención y protección de las víctimas y testigos, cuya administración se encuentra
regulada por un reglamento dictado al efecto por la Fiscalía Nacional.

IV.2.2.- Derecho constitucional de las víctimas a un tribunal independiente e


imparcial y Código Procesal Penal

Para cualquier interviniente en el procedimiento penal, el reconocimiento de sus


derechos se hace ilusorio si el tribunal que juzga el conflicto carece de la
imparcialidad e independencia mínimas para garantizar un fallo acorde a derecho.
Sobre esta materia, el Tribunal Constitucional, a través de sentencia pronunciada el 21
de diciembre de 1987, señaló que todo juzgamiento debe emanar de un órgano
objetivamente independiente y subjetivamente imparcial(19).
A este respecto, es especialmente aplicable, en virtud de lo prescrito en el inciso
segundo del artículo 5° de la Constitución, lo preceptuado en los artículos 8.1 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.1 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, que señalan que toda persona tiene derecho a ser oída
por un tribunal independiente e imparcial.
Junto con ello, cabe señalar que la Constitución, en su artículo 74, se remite
expresamente a una ley de carácter orgánico constitucional que determine la
organización y atribuciones de los tribunales que fueren necesarios para una pronta y
cumplida administración de justicia en todo el territorio de la República. Tal ley no es
otra que el Código Orgánico de Tribunales, que mantiene su vigencia en virtud de la
disposición quinta transitoria de nuestra Carta Fundamental. Según este cuerpo de
leyes, es causa de implicancia o recusación toda circunstancia o hecho que haga
presumir falta de imparcialidad del juez, según se desprende claramente de lo
preceptuado por sus artículos 195 y 196.
A este respecto cabe recordar que uno de los pilares sobre los cuales se ha construido
la reforma a nuestro sistema de enjuiciamiento penal lo constituye el énfasis en la
imparcialidad del tribunal, lo que se grafica en la separación de las funciones de
investigar y acusar, que pasan a corresponder al Ministerio Público, y las de controlar
la investigación y juzgar, que son función del juez de garantía y de los miembros del
tribunal oral en lo penal, respectivamente.
Lo dicho precedentemente es de tal importancia para el buen funcionamiento del
nuevo sistema, que nuestro Código, en su artículo 1°, inserto en el Título I sobre
Principios Básicos, indica que toda sentencia en materia criminal debe ser pronunciada
por un tribunal imparcial. En concordancia con lo expuesto, el artículo 374 contempla
entre las causales del recurso de nulidad, la de haberse dictado sentencia con la
concurrencia de un juez legalmente implicado o cuya recusación estuviere pendiente o
hubiere sido declarada por tribunal incompetente.
Ahora bien, respecto de la independencia de los tribunales, el artículo 73 de la
Constitución radica en forma perentoria la función jurisdiccional en los tribunales
establecidos por la ley y prohibe a los demás poderes avocarse causas pendientes,
ejercer funciones judiciales, revisar los fundamentos o contenidos de las resoluciones
o revivir procesos fenecidos. Junto con lo anterior, se les otorga con rango
constitucional la facultad de imperio.
Asimismo, nuestra Constitución hace referencia expresa en sus artículos 75 y 77 a los
mecanismos de designación y a la inamovilidad funcionaria, mientras dure el buen
comportamiento.
En esta misma línea, el Código Orgánico de Tribunales, en su artículo 12, señala que
el poder judicial es independiente de toda otra autoridad en el ejercicio de sus
funciones, mientras que en su artículo 8° refiere que ningún tribunal puede avocarse al
conocimiento de causas o negocios pendientes ante otro tribunal, a menos que la ley
les confiera expresamente esta facultad, lo que es reforzado por las reglas generales de
la competencia, que se encuentran insertas en este mismo cuerpo normativo.
Si bien nuestro Código Procesal Penal no hace mención expresa a la independencia de
los tribunales, ello es presupuesto para que el juicio sea llevado conforme a los
principios básicos del modelo acusatorio. Consecuentemente, cualquier afección a
alguno de éstos que sea consecuencia de la falta de independencia del tribunal y que
influya sustancialmente en lo dispositivo del fallo, será susceptible de ser reclamada
mediante la interposición de un recurso de nulidad, fundado en la letra a.- del artículo
373 del Código Procesal Penal(20).

IV.2.3.- Derecho constitucional de las víctimas a un juicio sin dilaciones indebidas


y Código Procesal Penal

Esta garantía fundamental se encuentra íntimamente ligada al derecho a la tutela


judicial efectiva y permite materializar el derecho a una resolución que resuelva el
conflicto penal dentro de un término razonable.
En nuestra Constitución, podemos encontrar referencias indirectas a esta
manifestación del debido proceso en el texto del inciso primero del artículo 74, que
señala, como vimos, que una ley orgánica constitucional determinará la organización y
atribuciones de los tribunales que fueren necesarios para la pronta y cumplida
administración de justicia.
Una consagración expresa del derecho en cuestión se encuentra en el art. 8.1 la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, norma directamente aplicable en
nuestro país, según el cual "toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas
garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal (...) para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de
cualquier otro carácter".
Al respecto, existen pocas normas en el ámbito procesal penal que permitan
decodificar los preceptos referidos. Sin embargo, parece relevante señalar que los
artículos 234 y 247, ambos del Código Procesal Penal, que fijan un plazo máximo a la
investigación formalizada y que permiten a todos los intervinientes solicitar el cierre
de la instrucción, una vez transcurrido tal término.

IV.2.4- Derecho constitucional de las víctimas a la tutela judicial efectiva y Código


Procesal Penal

Si bien el derecho de la víctima a la tutela judicial efectiva no estaba consagrado en


forma específica en el texto constitucional con anterioridad a la reforma de 1997, es
posible considerarlo incluido en el artículo 19 N° 3(21) , como una emanación del
derecho al debido proceso.
A partir de la referida reforma, que incorpora el actual artículo 80 A de nuestra
Constitución, se establece, en su inciso segundo, una especie de derecho constitucional
autónomo a la pretensión, que no es sino el reconocimiento del derecho a la tutela
judicial efectiva de los ofendidos por el delito.
El derecho a la tutela judicial efectiva de la víctima comprendería la facultad de
deducir una acción o pretensión penal o civil, en su caso, en contra del supuesto
responsable del ilícito, el deber de los órganos jurisdiccionales de resolver la
pretensión formulada, la facultad de recurrir en contra de la decisión y, por último, la
facultad de solicitar la ejecución de la resolución. Lo anterior podría resumirse en
como el derecho a activar el proceso.
Son consagraciones legales de este trascendente derecho las siguientes facultades del
ofendido: deducir querella y demanda civil (letras b.- y c.- del inciso primero del art.
109 CPP); presentar denuncia (art. 173 CPP); interponer recursos (art. 352 CPP), y
reclamar la ejecución de la resolución (art. 472 CPP, en concordancia con las
disposiciones sobre ejecución de las resoluciones judiciales que establece el Código de
Procedimiento Civil).
En lo que dice relación con la facultad de la víctima para querellarse, destaquemos que
el nuevo sistema de enjuiciamiento criminal, al restringir los sujetos legitimados para
querellarse, refuerza el carácter oficial de la persecución, cuyo deber radica en el
Ministerio Público, pero al mismo tiempo consagra un derecho subjetivo del ofendido
a interponer querella.
Por otra parte, debido a que el ejercicio del derecho a la tutela judicial efectiva se
encuentra ligado al cumplimiento de una serie de ritualidades procesales, se hace
necesario que la víctima cuente con un abogado que la represente, lo que constituye
una excepción al principio general del nuevo sistema procesal penal, en que la víctima
puede actuar por sí misma. Una contraexcepción sería el caso de la denuncia.

IV.2.5.- Derecho constitucional de las víctimas a la defensa y Código Procesal


Penal

El derecho a la defensa importa, en sentido amplio, la facultad de cualquier persona a


ser oída por los tribunales de justicia para reclamar el reconocimiento de un derecho y
demostrar el fundamento del reclamo, así como argumentar y demostrar la falta total o
parcial de fundamento de lo reclamado en su contra(22). En este sentido, constituiría
un haz de derechos en el proceso.
Si bien nuestra doctrina constitucional tradicionalmente ha entendido el derecho de
defensa consagrado en el artículo 19 n.° 3, incisos segundo y tercero de la
Constitución, como el derecho a contar con un abogado, esto es, el derecho a la
defensa técnica, nuestro Código Procesal Penal decodifica este derecho constitucional
de un modo más amplio, incluyendo lo que en el derecho comparado se ha entendido
como derecho a la defensa material.
En primer lugar, pasaremos revista a algunas normas de nuestra ley de enjuiciamiento
penal referidas a la defensa técnica, para luego analizar aquellas normas básicas,
relativas al derecho a defensa en su sentido material.
Respecto de la primera acepción del derecho de defensa, cabe señalar que si bien es
efectivo que los derechos que el Código Procesal Penal establece en favor de la
víctima pueden ser ejercidos por ésta personalmente, en su gran mayoría, como ya
hemos visto al hablar de la tutela judicial efectiva, existen algunos que sí requieren
contar con un abogado para su materialización.
En estos casos es aplicable la normativa general de la Ley N.° 18.120 sobre
comparecencia en juicio y del Código Orgánico de Tribunales, en lo relativo al
privilegio de pobreza (arts. 591 y ss), en caso de que la víctima carezca de fondos
propios suficientes para la contratación de un letrado.
Asimismo, es dable destacar a este respecto lo estatuido por la letra c.- del inciso
segundo del artículo 78 del Código Procesal Penal, que ordena a los fiscales poner los
antecedentes pertinentes del caso en conocimiento de los organismos del Estado
encargados de la representación de la víctima en el ejercicio de las acciones civiles,
cuando le correspondiere el derecho a indemnización y el ofendido careciere de
medios para la contratación de un abogado.
Pasando ahora a abordar la segunda acepción del derecho de defensa al interior del
Código Procesal Penal, cabe señalar como primera cuestión, que el derecho a la
defensa material comprende, en general, el derecho a ser oído por los operadores del
sistema y a participar en el procedimiento.
Estos derechos han sido desagregados por el Código Procesal Penal, entre otras, en las
siguientes facultades: formular alegaciones ante el tribunal y el Ministerio Público;
solicitar diligencias de investigación; ofrecer pruebas, que de ser legales, sean
aceptadas, rendidas y valoradas, y ser informado de actos procesales esenciales para el
ejercicio de ciertos derechos.
Respecto del derecho a formular alegaciones, es preciso destacar lo establecido en las
letras d.- y e.- del inciso primero del art. 109 del Código Procesal y en la letra d.- del
inciso segundo del art. 78 del mismo cuerpo legal. Dichas normas facultan a la víctima
para dar su opinión ante el fiscal cuando éste pida o resuelva la suspensión del
procedimiento o su terminación anticipada, y ante el tribunal antes del
pronunciamiento acerca del sobreseimiento temporal o definitivo u otra resolución que
ponga término a la causa.
Dentro de esta misma categoría de derechos, se encuentran las alegaciones que por vía
de impugnación puede hacer valer la víctima contra la resolución que decreta el
sobreseimiento temporal o definitivo o la sentencia absolutoria (letra f.- del inciso
primero del art. 109 CPP).
Respecto de la facultad de proponer diligencias de investigación, ésta se encuentra
prevista en el artículo 183 del Código Procesal Penal, al señalar que los intervinientes,
entre ellos la víctima, podrán solicitar al fiscal todas aquellas diligencias que
consideren pertinentes y útiles para el esclarecimiento de los hechos. Tal facultad
constituye un contrapeso a la dirección exclusiva de la investigación que corresponde
al Ministerio Público.
En cuanto a las facultades que tiene la víctima respecto de la prueba, si se constituye
como parte acusadora, el ofendido podrá ofrecer la prueba que estimare necesaria para
sustentar su acusación (art. 261 CPP) o demanda civil (art. 60, inciso segundo, CPP).
Además, esta prueba, de ser legal, pertinente y no dilatoria, deberá ser incluida en la
resolución que fije las pruebas que deberán rendirse en el juicio oral, conocida como
auto de apertura (letra f.- del inciso primero del art. 277 CPP), y por tanto rendida
durante la audiencia de dicho juicio (art. 296 CPP), debiendo contener la sentencia
definitiva la valoración de los medios de prueba que fundamentaren las conclusiones
del tribunal de acuerdo con las reglas de la sana crítica (letra c.- del inciso primero del
artículo 342, en relación con lo dispuesto en el art. 297, ambos CPP).
Finalmente, cabe referirnos a la información a la víctima de ciertos actos jurídicos
procesales cuyo conocimiento es presupuesto básico del ejercicio de su derecho a
querellarse, interponer demanda civil o a impugnación.
Entre estas normas, son de relevancia las previstas en los artículos 249, 260 y 346,
todos del Código Procesal Penal, que se refieren, respectivamente, a la notificación de
la resolución que cita a audiencia para debatir el sobreseimiento o la decisión de no
perseverar en la investigación, a la notificación de la acusación y a la notificación de
la sentencia definitiva.
Las garantías y derechos anteriormente expuestos, que forman parte de la acepción
amplia del derecho a defensa, permiten asumir que éste constituye una dimensión
fundamental del debido proceso y del engranaje del nuevo sistema procesal penal.

IV.3.- Algunas prácticas que han desvirtuado la verdadera naturaleza de la


relación entre las víctimas y los fiscales.

En el inicio de la reforma procesal penal chilena y por influencia de algunas


concepciones extranjeras acerca del papel del fiscal frente a las víctimas, en el sentido
de que son sus verdaderos abogados, se han verificado prácticas que son contrarias al
nuevo ordenamiento jurídico procesal.
En efecto, en el recinto de las audiencias judiciales a las que asiste la víctima, se
coloca ésta junto con el fiscal, simbolizando el carácter de representante de aquella.
Además, en algunas ocasiones el juez no cita a la víctima como interviniente del
proceso o no considera especialmente su opinión dado que estima erradamente que el
fiscal la representa en sus intereses.
Esta errada concepción contraría abiertamente el principio de la objetividad que debe
inspirar la acción de los fiscales. Si el fiscal fuera abogado de la víctima, no podría
nunca actuar en contra de sus intereses subjetivos y debería limitarse a cumplir o
interpretar las instrucciones que le imparte la víctima.
Por el contrario, si bien el fiscal tiene el deber de informar y de proteger a la víctima,
no es menos cierto que ésta es un interviniente separado con sus propios y legítimos
intereses. Así, la víctima puede considerar que existe mérito para acusar y el fiscal no
lo estima así. Lo mismo ocurre con las decisiones de continuar o no con el
procedimiento, sobre las distintas salidas alternativas y las decisiones de interponer o
no los recursos procesales.
Esta equivocada percepción del papel de los fiscales ha hecho que las víctimas
prefieran muchas veces no contratar abogados que las representen puesto que ya
tienen como abogados a los fiscales del Ministerio Público.

IV.4.- Derecho constitucional de las víctimas a la protección y Código Procesal


Penal

Después de haber pasado revista tanto a la consagración procesal penal del valor
constitucional de la dignidad como de las notas básicas de la garantía del debido
proceso, nos corresponde abordar ahora la concreción legal del derecho fundamental
de las víctimas a la protección.
Con anterioridad a la reforma procesal penal, nuestra Carta Fundamental sólo contenía
una norma referida a la protección de la víctima, al mencionar las causales que hacen
procedente la prisión preventiva en el artículo 19 número 7 letra e.-. Dicha regulación
era insuficiente, atendido que sólo hacía referencia a una medida específica de
protección, esencialmente revocable, sin posibilidad de ser sustituida por medidas
alternativas y que no se hacía cargo de que muchas veces la amenaza proviene del
entorno cercano al imputado, más que del imputado mismo.
Producto de las modificaciones introducidas a nuestra Carta Fundamental con ocasión
de la reforma procesal penal, se asignó por primera vez, en forma expresa y con rango
constitucional, la función de proteger a las víctimas a un organismo estatal. En el
ámbito legal, la Ley Orgánica Constitucional del Ministerio Público reitera, en su
artículo 1°, la norma del artículo 80 A de la Constitución.
Cabe prevenir a este respecto que resulta curioso que éste sea el único caso en que la
decodificación que el Código Procesal Penal realiza de la norma constitucional es más
restrictiva que la interpretación que primitivamente se pretendió dar a su contenido.
Al respecto, el mensaje del proyecto de ley que reformó la constitución creando el
Ministerio Público, señala, en su página 2, punto II, párrafo segundo: "de esta forma se
tendrá, por una parte, al Ministerio Público en representación de los intereses de la
comunidad en la persecución del delito, que litigará a través de los fiscales y que
representará asimismo los derechos de la víctima del delito. Eventualmente podrá
haber, asimismo, un abogado querellante representando los intereses de la víctima".
No obstante la latitud con que el Ejecutivo comprendía este deber de protección, la
tramitación legislativa del proyecto parece haberlo orientado en una dirección más
restrictiva.
Así, la indicación sustitutiva presentada por el Ejecutivo ante la Comisión de
Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado, y a instancias de ésta,
señaló como fundamento de la norma sobre protección de las víctimas, que se trata de
una "atribución que hoy en día no está radicada determinadamente en ninguna
autoridad y que requiere, por lo general, de la adopción de medidas urgentes o
inmediatas para ser eficaz"(23).
Si bien dicho fundamento no es enteramente exacto dado que el ordenamiento jurídico
chileno también impone el deber de proteger a las víctimas como ciudadanos a las
autoridades del gobierno interior, a las policías e incluso al propio Poder Judicial, el
objetivo de la norma constitucional es atribuir al Ministerio Público una
responsabilidad propia y de relevante importancia para la debida protección de las
víctimas. Ciertamente, esta atribución no es exclusiva del Ministerio Público, pero sin
duda es una de las más importantes en concepto de la Constitución Política y por ello
no es excusable que este organismo no ejerza esta atribución a pretexto de que también
le corresponde ejercerla a otras autoridades del Estado.
De las consideraciones anteriores, es dable colegir que la interpretación que se impuso
respecto de esta norma tuvo un carácter más restringido, consistente en que el
Ministerio Público se encuentra obligado al resguardo de aquellos derechos ligados a
la esfera más íntima de la víctima y que requieren de una protección rápida, pues de lo
contrario se verían anulados, como son los derechos a la vida, a la integridad, a la
seguridad, a la intimidad y al honor. Lo anterior se ve reflejado al estudiar las normas
de nuestro Código.
Ahora bien, este último cuerpo normativo se refiere a la protección de las víctimas en
diversas disposiciones. Entre ellas, las más importantes son las previstas en los
artículos 6°, 78, 109 y 289. Estas normas tienen como fundamento la protección, no de
la víctima, puesto que no puede ser entendida como un objeto sobre el cual se aplican
medidas, sino de sus derechos a la vida, integridad, seguridad, intimidad y honor(24).
Lo expuesto no es otra cosa que la consecuencia lógica del deber de respeto de la
víctima en tanto sujeto y, por tanto, del valor dignidad.
El alcance subjetivo del deber de protección por parte del Ministerio Público se
extiende no sólo a la víctima, sino también a su círculo más cercano de afectos. Ello
en virtud de lo dispuesto por los artículos 78 y 109 del Código Procesal Penal, que
amplían el ámbito de la protección a la familia del ofendido.
Asimismo, cabe observar que, toda vez que la medida de protección perturbe el
normal desenvolvimiento de la víctima, requerirá su consentimiento en forma previa a
la adopción de aquella.
Respecto de las medidas destinadas a la protección, éstas pueden ser adoptadas en
forma autónoma por el Ministerio Público en aquellos casos que no transgredan
derechos fundamentales de otros intervinientes(25), o bien, decretadas por el juez o
tribunal en caso contrario, como puede ocurrir con las medidas cautelares personales.
Sin embargo, es necesario destacar que las medidas de protección a las que hemos
hecho referencia son adoptadas con motivo del proceso penal y que, por regla general,
se encuentran destinadas a subsistir mientras éste también lo haga, por lo que tienen un
carácter provisional.
No obstante, este término no puede ser automático, dejando a la víctima por completo
desprovista de seguridades básicas.
Por ello, los artículos 308 y 322, ambos del Código Procesal Penal, permiten extender
las medidas de protección de testigos y otros terceros que debieren intervenir en el
procedimiento por el tiempo que fuere necesario, aún después de prestada la
declaración en juicio. Para brindar un adecuado cumplimiento a este mandato legal, el
Ministerio Público procura diseñar estrategias de protección que signifiquen que, al
término de la adopción de estas medidas, las personas beneficiarias se encuentren en
las condiciones personales necesarias para desarrollar su vida cotidiana sin temor a
una inminente agresión.
Además, existen casos en que nuestra legislación especial permite la mantención de
medidas de esta índole con posterioridad al procedimiento, como es el caso de la
relocalización de víctimas que hayan participado como testigos en delitos terroristas
(art. 19 Ley 18.314).

V.- Palabras finales

Espero haber contribuido con estas breves palabras al debate que es necesario generar
en nuestro foro, en torno a la situación de la víctima y sus derechos en el nuevo
sistema procesal penal.
A nuestro entender, parece claro que ya no es posible hablar del proceso penal sin
hablar de la víctima, ni decir que el proceso es una construcción realizada para la
defensa de los derechos del imputado y la limitación del castigo, solamente.
A partir de la reforma, el sistema de normas que regula la justicia criminal y su
funcionamiento, debe ser entendido como un sistema de garantías para todos los
ciudadanos y, especialmente, para las víctimas de delitos.
El aseguramiento de las condiciones necesarias para que el ofendido ejerza
legítimamente sus derechos al interior del procedimiento, forma parte de la garantía
del debido proceso, y junto con la protección de la víctima son para el Ministerio
Público una misión fundamental, además de un compromiso de justicia.

Muchas gracias por la paciencia de haber escuchado esta exposición.

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1.- Sobre la posición de la víctima en el CPP [1906] véase TAVOLARI OLIVEROS,


"La situación de la víctima del delito en el Proceso Penal chileno", en La víctima en el
proceso penal: su régimen legal en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y
Uruguay, Editorial Depalma, Buenos Aires, 1997, pp. 164-172.

2.- Ver HOBBES, El Leviatán, capítulos XXVII y XXVIII, en


http://etext.librery.adelaide.edu.au/h/h681/chap27.html y en
http://etext.librery.adelaide.edu.au/h/h681/chap28.html.

3.- SILVA, "La victimología desde la política criminal y el derecho penal.


Introducción a la "Victimodogmática", en Revista peruana de ciencias penales, Año II,
Julio-Diciembre 1994, N.° 4, pp. 596 y 597.

4.- LANDROVE, La moderna victimología, Tirant lo blanch, Valencia, 1998, p. 71.

5.- La reforma al art. 20, en virtud de la cual se establecieron estos amplios derechos a
favor de la víctima en México, se publicó en el Diario Oficial de la Federación el 21
de septiembre de 2000 y entró en vigencia seis meses después de esa fecha. Con
anterioridad a esa reforma, los derechos constitucionales de las víctimas en México se
limitaban a recibir asesoría jurídica, ser satisfechas en la reparación del daño,
coadyuvar con el Ministerio Público y recibir atención médica de urgencia.
6.- La víctima frente al sistema jurídico-penal, Serlipost ediciones jurídicas,
Barcelona, 1994, p. 90.

7.- Idem, pp. 90 y 91.

8.- "La situación de la víctima del delito en el proceso penal de la Argentina", en La


víctima en el proceso penal, op. cit., p. 22.

9.- Proceso Penal y Derechos Humanos, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, pp.
23 ss.

10.- NOGUEIRA, "El derecho a la privacidad y a la intimidad en el ordenamiento


jurídico chileno", en Ius et Praxis, año 4, n.° 2, p. 65.

11.- RÍOS ÁLVAREZ, "La dignidad de la persona", en Gaceta Jurídica , N.° 47, p. 6.

12.- HORVITZ-LÓPEZ, Derecho procesal penal chileno, t. I, Editorial Jurídica de


Chile, Santiago, 2002, p. 289.

13.- Mensaje del proyecto de ley que establece un nuevo código de procedimiento
penal (Boletín N.° 1630-07, página 99).

14.- Véanse, v. gr., Instrucción General N.° 11, punto 33; Instrucción General N.° 19,
punto 2; Instrucción General N.° 25, punto 11. Todos en Reforma Procesal Penal.
Instrucciones Generales números 1 a 25, Fiscalía Nacional del Ministerio Público,
Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2001, páginas 157, 324 y 437.

15.- Al respecto, es posible destacar que para VERDUGO-PFEFFER-NOGUEIRA, la


CENC, en sesión 103, páginas 19-20, "acordó dejar constancia en actas, para la
historia fidedigna de la disposición, que sus miembros coincidían en que eran
garantías mínimas de un racional y justo proceso permitir oportuno conocimiento de la
acción, adecuada defensa y producción de la prueba que correspondiere". Véase
Derecho Constitucional, t. I, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1999, 2ª edición
actualizada, pp. 222 y 223. Por otra parte, EVANS DE LA CUADRA estima que "del
debate producido en la CENC y especialmente en la sesión 101, de 9 de enero de
1975, en que se oyó al profesor don José Bernales, y en la sesión 103, de 16 de enero
del mismo año, se desprende que los elementos que constituyen un "racional y justo
procedimiento" son los siguientes, de modo muy escueto: 1) Notificación y audiencia
del afectado, pudiendo procederse en su rebeldía si no comparece una vez notificado;
2) Presentación de las pruebas, recepción de ellas y su examen; 3) Sentencia dictada
en un plazo razonable; 4) Sentencia dictada por un tribunal u órgano imparcial y
objetivo, y 5) Posibilidad de revisión de lo fallado por una instancia superior
igualmente imparcial y objetiva". Véase Los derechos constitucionales, t. II, Editorial
Jurídica de Chile, 1999, 2ª edición actualizada, pp. 143-144.

16.- CEA, "Marco constitucional del proceso justo", en Revista chilena de derecho, n.°
9, 1982, Santiago de Chile, 1982, p. 75.

17.- Cabe recordar que la Ley N.° 19.519, sobre reforma constitucional que crea el
Ministerio Público, hizo extensiva la garantía del debido proceso a la fase de
instrucción penal.

18.- Al respecto, el Oficio del Fiscal Nacional N.° 53, de 29 de enero de 2002, que
informa y comenta modificaciones al Código Procesal Penal introducidas por la Ley
N.° 19.789, señala: "La nueva redacción del artículo 6° expresa que el deber de
promoción de mecanismos que favorezcan la reparación del daño causado a la víctima
no importa el ejercicio de acciones civiles que puedan corresponderle. En esta parte, la
norma guarda armonía con lo dispuesto en la letra c.- del inciso segundo del artículo
78 del Código Procesal Penal, según el cual los fiscales del Ministerio Público sólo
pueden, en materia de acciones civiles indemnizatorias, informar a la víctima de su
derecho de acceder a los órganos jurisdiccionales para reclamar el reconocimiento del
derecho subjetivo a obtener la indemnización del daño causado por el hecho ilícito,
orientarle en torno a la forma de ejercerlo como asimismo, remitir los antecedentes al
organismo del Estado que tuviere a su cargo la representación de la víctima en el
ejercicio de las respectivas acciones civiles. Esto es, según el artículo 78 C.P.P, en
relación con el inciso segundo del artículo 59 del mismo cuerpo legal, los fiscales no
cuentan con la legitimación activa para deducir a favor de la víctima las acciones que
tengan por objeto perseguir (mas no asegurar, pues según el artículo 157 C.P.P, los
fiscales pueden impetrar acciones cautelares reales en beneficio de la víctima) las
responsabilidades civiles derivadas del hecho punible, ya sea según las reglas
generales de responsabilidad extracontractual (Arts. 2314 y siguientes del Código
Civil), ya sea conforme a reglas especiales previstas en la ley (Art. 410 del Código
Penal, v. gr.).".

19.- VALENZUELA, Repertorio de Jurisprudencia del Tribunal Constitucional, 11 de


marzo 1981-10 de marzo de 1989, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1989, p. 45.

20.- Señala este precepto que procederá la declaración de nulidad del juicio oral y de
la sentencia: a.- Cuando en la tramitación del juicio o en el pronunciamiento de la
sentencia, se hubieren infringido sustancialmente derechos o garantías asegurados por
la Constitución o por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se
encuentren vigentes.

21.- Al respecto, el Informe de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y


Reglamento recaído en el proyecto de ley sobre reforma constitucional que crea el
Ministerio Público, señala, al referirse a la facultad para querellarse del ofendido que
se pretendía establecer, que "la consagración constitucional de este derecho del
ofendido es una concreción, en este plano, de las garantías fundamentales de orden
procesal que asegura el número 3° del artículo 19 de la Carta Fundamental". Véase
Historia de la Ley N.° 19.519 sobre reforma constitucional que crea el ministerio
público, Biblioteca del Congreso Nacional, Santiago de Chile, 1997, p. 26.

22.- CAFFERATA, op. cit., p. 27.

23.- Historia de la Ley N.° 19.519 sobre reforma constitucional que crea el ministerio
público, op. cit., p. 188.

24.- Esta enumeración es extraída de los artículos mencionados precedentemente, en


que se hace referencia a la protección de la vida, integridad y seguridad (78 inciso
segundo letra b.-, 109 letra a.- y 289, inciso primero), y respecto de la intimidad y el
honor (289 inciso primero).

25.- Véase la primera parte de la letra b.- del inciso segundo del artículo 78 CPP.

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