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Alfredo Noriega: “Fuimos jóvenes transgresores”

Ago 27, 2017 | Publicado por Leonardo Parrini | Cultura, Libros, Literatura

Eran los años verdes de la juventud y la esperanza. Un grupo de mozalbetes se reunía en Quito para
sentirse escritores e intercambiar textos imberbes escritos, muchas veces, contra el hambre propio,
pero con algunas monedas en el bolsillo para saciar la sed de tertulia junto a un vino negro. La
bohemia literaria de esos años noventa era un hecho real, sin románticas posturas sacadas del
influjo francés que hace de la falta de recursos una virtud literaria.

Alfredo Noriega y una jorga donde destacaba Huilo Ruales, Ramiro Arias, Raúl Serrano, Ramiro
Oviedo, entre otros, se propuso crear el espacio negado por las editoriales criollas e internacionales
y, entre vinos, palabras y espíritu transgresor, crearon la revista que tenía por nombre La Pequeña
Lulupa. La púber publicación tenía ese instinto de permanecer en el tiempo, destinada para ser leída
sin perder actualidad, según apunta Ramiro Arias. A un cuarto de siglo de ese acontecimiento nos
sentamos en un café de La Mariscal, junto a Alfredo Noriega, para evocar esos años de fervor político
y literario.

El escritor quiteño, residente en Paris, viene de “una familia relativamente culta”, donde un abuelo
amante de los libros y del arte lo entusiasma a leer. El joven Alfredo viaja a los EE.UU. a concluir su
bachillerato, y a su regreso hace amistad con René Jurado y Pancho Torres con quienes decide
ingresar a un taller literario de Miguel Donoso, escritor y apasionado tallerista que regresa de
México. Al término del taller que duró cuatro años, Alfredo viaja a Francia y se radica en Paris.
Estudia Lingüística en La Sorbona y se desempeña como profesor de español en la capital de la
cultura. Se había sembrado el germen de la buena escritura.

Vienes de una “familia relativamente culta” ¿Qué significa ser absolutamente culto?

Siempre relativizo la relación que alguien puede tener con la cultura, que es muy amplia y compleja,
y nos acercamos a ella a partir de lo que somos. Uno va aprendiendo del abuelo que vivía la literatura
a su manera, y yo la he vivido de otra manera, mientras que mis hijos se acercan al arte de manera
más natural que yo. Escribir es una actividad solitaria y que puedes hacer en cualquier sitio y en
cualquier momento, no depende de los otros para sentarte a escribir.

¿Quiénes te han influido literariamente?

He tenido una etapa de lectura de libros clásicos, luego leí el boom en los 80. Me perdí la literatura
latinoamericano de los 90, pero he vuelto a ella en los últimos cinco años, porque es una literatura
poderosa que te influye.

¿Cómo te vinculaste al grupo Eskeletra?

Eramos jóvenes con muchas ambiciones, con ganas de escribir, crear e influir en el medio.
Queríamos marcar territorio y nos reunimos Rene y Pancho, y gente que provenía de otros talleres
-Huilo y los dos Ramiros-, y decidimos hacer un nuevo taller y una revista que era La Pequeña Lulupa.

¿Qué pretendía esa revista?


Era las ganas de transgredir la literatura ecuatoriana, que nos parecía un poco estancada, y teníamos
ganas de transformar, hacer cosas distintas, ser un poco más urbanos, tratar temas más
contemporáneos. Creo que sí había una intención de contestar un establishment. Era muy difícil
publicar y la revista era un mecanismo de aparecer. Influyo la óptica de Miguel Donoso que apostaba
por los autores jóvenes y venía de una experiencia fuerte en talleres de jóvenes que buscaban su
espacio y ese espacio solo se lo tiene cuando publicas.

¿Cómo viviste ese proceso de formación de La Pequeña Lulupa?

Viví los tres primeros números de la Pequeña Lulupa. Fueron momentos de mucha vitalidad. Tengo
recuerdos increíbles de subirnos a los buses a vender las revistas. Una vez estaba con mi compañera
y no teníamos un centavo -y como derechos de autor me dieron 50 revistas-, no teníamos que
comer, entramos a un restaurante y le dijimos no tenemos plata, pero tenemos esta revista literaria,
denos un almuerzo a cambio de la revista y el tipo aceptó. Fue la primera vez que me gané el pan
con la escritura.

Háblanos de tu obra.

He escrito una trilogía publicada por Alfaguara. La tercera novela que cierra la trilogía se llama Eso
si nunca. Es sobre un médico legista que reconstruye la historia de los cadáveres. Son novelas
fractales y corales con muchos personajes.

Esta última novela comienza con un asesinato perpetrado por tres policías, es la historia de una
venganza.

¿Cómo ves la literatura joven, crees que la nueva generación está en una actitud parricida?

No me parece anormal que los jóvenes quieran surgir y estar presentes, a partir de lo que les ocurre.
Cuando uno es joven trabaja sobre la inmediatez. La influencia del entorno inmediato es muy fuerte
en los primeros años de escritura. Es importante que los jóvenes tengan una actitud sino agresiva,
cuestionadora a lo que existe.

Estamos en una transición o brecha generacional y política ¿Cómo ves este tiempo?

Siempre hay esta sensación de los mayores hacia los jóvenes, esta mirada un poco condescendiente
-los jóvenes están perdidos- y, evidentemente, no creo en eso. Cuando en los años 80 aparece el
internet, los jóvenes se apropian y barren a los conservadores y a los de la generación anterior los
ven laboral e intelectualmente desplazados. Es una constante en las relaciones generacionales, esa
mirada un poco condescendiente, cuando en realidad si observas lo que ocurre, hay una tendencia
hacia una armonización ideológica y filosófica en el mundo.

Ramiro Arias considera normal que de una generación a otra haya crisis, y el sentimiento de
orfandad exista, lo ve como positivo. ¿La Pequeña Lulupa recogía ese sentimiento?

En literatura existen las grandes editoriales a las cuales un autor joven raras veces pueden acceder.
Por regla general, hay más viejos escritores que acceden a esos sellos que los jóvenes escritores, es
normal eso. Hay editoriales con menos presencia mediática que absorben escritores más jóvenes.
Antes de la publicación, hay una cantidad de espacios como sitios de internet, colectivos literarios,
grupos que funcionan como espacios de formación. Eso era La Pequeña Lulupa.
Se plantearon como espacio alternativo, por ejemplo a la CCE, que publicó a un grupo cerrado ¿eso
fue así?

Claro, la Pequeña Lulupa nace como un espacio de libertad y luego se crea una editorial. Realmente,
en Ecuador no hay una buena editorial…

¿Qué es una buena editorial?

Es la que va a publicar constantemente. Tiene que ser una estructura viva, es como un edificio que
se construye y que va creciendo. Eso ha sido Eskeletra, se planteó ser una editorial que vaya a
perdurar, y ha perdurado, debe tener mínimo 300 o más títulos. Eso da la medida del trabajo.

¿Tiene sentido escribir y no llegar masivamente, por los cortos tirajes?

Bueno siempre tiene sentido y tiene sentido cuando publicas. Escribo, no para liberarme de mis
fantasmas, escribir tiene aún más sentido si vas a publicar. Creo que los escritores tienen que estar
conscientes de que el libro es un objeto que tiene un costo, y que forma parte del sistema
económico de una sociedad. En todo caso, siempre tiene sentido escribir.

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