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Plinio hizo avanzar un tanto el estudio del dinero al señalar las cualidades que
hacen del oro un medio de cambio particularmente satisfactorio.
Estos dos rasgos del derecho romano, fundamentales en lo que concierne a las
relaciones económicas, revelan hasta dónde había desarrollado Roma el
mecanismo del comercio moderno. Reflejan el carácter marcadamente
individualista de-la estructura económica romana, en agudo contraste con la
supervivencia de elementos de grupo más rígidos en la economía, mucho
menos desarrollada, de la sociedad griega. Nada tan sorprendente como la»
diferencia entre la opinión de Aristóteles sobre la propiedad y la inherente al
derecho romano; en la primera, un fuerte elemento ético limita los derechos de
propiedad, y en la segunda campea un individualismo ilimitado. Así, mientras
Aristóteles se convirtió en el filósofo de la Edad Media y en una de las fuentes
del derecho canónico, el derecho romano sirve de base importante a las
doctrinas e instituciones del capitalismo.
Sin embargo, son grandes las diferencias entre las enseñanzas de Jesús y las
de los antiguos profetas hebreos. Cuando éstos formulaban protestas, todavía
estaba vivo el recuerdo de la comunidad tribal con sus obligaciones de grupo.
Podían volver sus ojos a ella y apelar a sus costumbres y leyes en sus ataques
contra la fuerza invasora de la nueva sociedad dividida en clases sociales. Con
algunas excepciones, hubo en los profetas el elemento romántico de los
laudatores temparis acti. Tal elemento no está del todo ausente de los
Evangelios, pero en ellos ya no se concede la mayor importancia a las
tradiciones heredadas de la comunidad primitiva, sino a las nuevas normas de
conducta social, desde la justicia hasta el amor. En cierto sentido, los
Evangelios son más revolucionarios que los libros de los profetas. Su base es
más universal, ya que su llamando se dirige no sólo a las clases oprimidas,
sino a toda la humanidad, y su finalidad era, no la eliminación de los abusos
individuales, sino el cambio completo de la conducta del hombre en la
sociedad.
También hay grandes diferencias entre las enseñanzas de Cristo y las de los
filósofos griegos. Hemos visto ya que las doctrinas económicas de Platón, y en
cierta medida las de Aristóteles, nacían de la aversión aristocrática por el
desarrollo del comercialismo y de la democracia. Sus ataques contra los males
que acarrea el afán de acumular riquezas son reaccionarios: miran hacia atrás,
y el de Cristo mira hacia adelante, pues exige un cambio total en las relaciones
humanas. Aquéllos soñaban con un estado ideal, cuyas fronteras coincidían
con los límites de la ciudad-estado, destinado a brindar una "buena vida" tan
sólo a los ciudadanos libres; Cristo pretendió hablar por todos y para todos los
hombres. Platón y Aristóteles habían justificado la esclavitud; las enseñanzas
de Cristo sobre la fraternidad entre los hombres y el amor universal eran
incompatibles con la institución de la esclavitud, a pesar de las opiniones
expuestas después por Santo Tomás de Aquino. Los filósofos griegos,
interesados sólo por los ciudadanos, sostuvieron opiniones muy rígidas sobre
la diferente dignidad de las distintas clases de trabajo, y consideraban las
ocupaciones serviles, con excepción de la agricultura, como propias sólo de los
esclavos. Cristo, al dirigirse a los trabajadores de Su tiempo, proclamó por
primera vez, la valía material tanto como espiritual de cualquier clase de
trabajo.