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EL IMPERIO ROMANO Y EL CRISTIANISMO

Según ERIC ROLL Págs. 40-43

Plinio hizo avanzar un tanto el estudio del dinero al señalar las cualidades que
hacen del oro un medio de cambio particularmente satisfactorio.

La única novedad importante es el cambio perceptible en la opinión sobre la


esclavitud. Ya no hay la justificación de la esclavitud constantemente repetida
en las obras de los filósofos griegos, y hasta llega a dudarse que la esclavitud
sea una institución natural. En las obras de escritores sobre agricultura (como
Columela), interesados en cuestiones técnicas, se califica de ineficaz el trabajo
de los esclavos. Plinio era de esta misma opinión. Era cierto que en los
grandes latifundios, y a causa de la dificultad de ejercer adecuada vigilancia, la
esclavitud se estaba convirtiendo en una forma antieconómica de trabajo; y
cuando, después de terminada la época de las conquistas, desapareció la
oferta de esclavos nuevos, quedó destruida toda la base económica de la
esclavitud para el trabajo de la tierra. Tampoco la industria urbana podía des-
arrollarse a menos de que desaparecieran gradualmente los esclavos; y si la
industria y el comercio (pero no el préstamo) siguieron siendo considerados
como ocupaciones plebeyas dignas únicamente de los esclavos, los
extranjeros o los plebeyos, ello sólo trajo consigo la decadencia paulatina de la
vieja clase gobernante y el nacimiento de una clase de libertos que ocupaban
situaciones políticas cada vez más importantes.

El Imperio Romano no encontraba solución a los problemas que surgieron


después del siglo u de nuestra era. La clase gobernante cuyo poder económico
desaparecía se enfrentaba a los plebeyos y libertos oprimidos por el peso de
los tributos impuestos por un aparato administrativo demasiado grande, y a una
masa de esclavos desesperados. Esta decadencia interna y la debilitación, del
dominio militar sobre las provincias lejanas produjeron el hundimiento final del
Imperio, el cual, aunque no produjo un cuerpo de doctrina económica, dejó dos
legados importantes.

El conjunto de leyes que ha tenido la influencia más profunda en las


instituciones jurídicas, nació y se desenvolvió en la época de esplendor del
Imperio, cuando durante algún tiempo los patricios, los nuevos terratenientes y
las clases comerciales pudieron vivir en una paz relativa. En primer lugar, el
intercambio que tuvo Roma con otros pueblos desde tiempos muy remotos,
puso en contacto sistemas legales diferentes y creó el interés por los
problemas de sus relaciones. El ius gentium fue el cuerpo de todas las leyes
que eran iguales en naciones diferentes y que fueron creadas por las
necesidades de un mismo proceso histórico. De importancia más directa fueron
las doctrinas que formularon los juristas romanos para regular las relaciones
económicas. Sostuvieron los derechos de la propiedad privada casi sin límites y
garantizaron la libertad de contrato en una medida que parece rebasar las
condiciones de aquel tiempo.

Estos dos rasgos del derecho romano, fundamentales en lo que concierne a las
relaciones económicas, revelan hasta dónde había desarrollado Roma el
mecanismo del comercio moderno. Reflejan el carácter marcadamente
individualista de-la estructura económica romana, en agudo contraste con la
supervivencia de elementos de grupo más rígidos en la economía, mucho
menos desarrollada, de la sociedad griega. Nada tan sorprendente como la»
diferencia entre la opinión de Aristóteles sobre la propiedad y la inherente al
derecho romano; en la primera, un fuerte elemento ético limita los derechos de
propiedad, y en la segunda campea un individualismo ilimitado. Así, mientras
Aristóteles se convirtió en el filósofo de la Edad Media y en una de las fuentes
del derecho canónico, el derecho romano sirve de base importante a las
doctrinas e instituciones del capitalismo.

Aunque el derecho y las costumbres del Imperio no parecen haber influido


sobre los males de su orden social, Roma fue el sucio nativo de los mayores
movimientos de rebeldía en la antigüedad. En sus orígenes, el cristianismo está
dentro de la tradición de los profetas hebreos. El Mesías vendrá, había dicho
Isaías,”... para predicar la buena nueva a los abatidos, y sanar a los de
'quebrantado corazón; para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a
los encarcelados”. Y Jesús, después de leer estas palabras en la sinagoga de
Nazaret, añadió: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír." Sea cual
fuere la opinión que se tenga de los Evangelios, es indudable que Jesús se
daba cuenta de que Su misión como Mesías incluía la de emancipador de los
pobres y los oprimidos. Como los profetas, condena a los explotadores del
débil y a quienes, sin la mejor consideración para sus prójimos, acumulan
riquezas; como ellos, les advierte que recibirán su justo castigo por la ira de
Dios.

Sin embargo, son grandes las diferencias entre las enseñanzas de Jesús y las
de los antiguos profetas hebreos. Cuando éstos formulaban protestas, todavía
estaba vivo el recuerdo de la comunidad tribal con sus obligaciones de grupo.
Podían volver sus ojos a ella y apelar a sus costumbres y leyes en sus ataques
contra la fuerza invasora de la nueva sociedad dividida en clases sociales. Con
algunas excepciones, hubo en los profetas el elemento romántico de los
laudatores temparis acti. Tal elemento no está del todo ausente de los
Evangelios, pero en ellos ya no se concede la mayor importancia a las
tradiciones heredadas de la comunidad primitiva, sino a las nuevas normas de
conducta social, desde la justicia hasta el amor. En cierto sentido, los
Evangelios son más revolucionarios que los libros de los profetas. Su base es
más universal, ya que su llamando se dirige no sólo a las clases oprimidas,
sino a toda la humanidad, y su finalidad era, no la eliminación de los abusos
individuales, sino el cambio completo de la conducta del hombre en la
sociedad.

También hay grandes diferencias entre las enseñanzas de Cristo y las de los
filósofos griegos. Hemos visto ya que las doctrinas económicas de Platón, y en
cierta medida las de Aristóteles, nacían de la aversión aristocrática por el
desarrollo del comercialismo y de la democracia. Sus ataques contra los males
que acarrea el afán de acumular riquezas son reaccionarios: miran hacia atrás,
y el de Cristo mira hacia adelante, pues exige un cambio total en las relaciones
humanas. Aquéllos soñaban con un estado ideal, cuyas fronteras coincidían
con los límites de la ciudad-estado, destinado a brindar una "buena vida" tan
sólo a los ciudadanos libres; Cristo pretendió hablar por todos y para todos los
hombres. Platón y Aristóteles habían justificado la esclavitud; las enseñanzas
de Cristo sobre la fraternidad entre los hombres y el amor universal eran
incompatibles con la institución de la esclavitud, a pesar de las opiniones
expuestas después por Santo Tomás de Aquino. Los filósofos griegos,
interesados sólo por los ciudadanos, sostuvieron opiniones muy rígidas sobre
la diferente dignidad de las distintas clases de trabajo, y consideraban las
ocupaciones serviles, con excepción de la agricultura, como propias sólo de los
esclavos. Cristo, al dirigirse a los trabajadores de Su tiempo, proclamó por
primera vez, la valía material tanto como espiritual de cualquier clase de
trabajo.

Pero los mismos factores que hicieron al cristianismo más revolucionario, lo


hicieron también más utópico. Los esclavos, los campesinos pobres, los
pescadores y los artesanos, entre quienes estaban los primeros y más
vehementes discípulos de Cristo, no pudieron encontrar en su sociedad las
condiciones que hubieran hecho posible transformarla. En la principal lucha
social de su tiempo, que tenía lugar entre patricios y plebeyos (complicada por
el conflicto entre los pueblos de las colonias conquistadas y sus conquistadores
imperiales), tuvieron poca participación los esclavos y el proletariado urbano.
Pero los plebeyos, los otros gobernantes posibles, no pudieron adquirir fuerza
económica, porque aún no había una industria suficientemente desarrollada. La
base de la riqueza de los plebeyos era predatoria: explotación colonial, usura o
monopolio. Por consiguiente, la lucha entre plebeyos y patricios no produjo una
nueva clase gobernante, sino la decadencia de la sociedad romana. Los
esclavos y los "proletarios", en la medida en que abrazaron la religión nueva y
sus doctrinas sociales, tuvieron que abandonar toda esperanza de mejorar su
situación material. Los aspectos espirituales de la nueva enseñanza se
fortalecieron; entre ellos y los problemas económicos materiales de la época
surgió una oposición manifiesta, y al final quedó muy poco que tuviera una
importancia social inmediata. Pero fue durante ese período cuando la Iglesia
floreció como una institución feudal profundamente arraigada en la estructura
económica de la sociedad medieval.

Al llegar a la Edad Media advertimos que las palabras de Cristo ya no son


suficientes como base de las doctrinas de la Iglesia, que, incorporadas en el
derecho canónico, gobernaron toda la conducta de los hombres. Los cimientos
del pensamiento medieval lo formaron, además de los preceptos éticos que la
enseñanza social de Cristo había contenido originariamente, las doctrinas de
Aristóteles, derivadas de un trasfondo histórico diferente e inspiradas por
motivos diversos.

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