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Raúl Meléndez - Luis Alberto Buttó - José Alberto Olivar
(Coordinadores)

De la Hueste Indiana al
Pretorianismo del Siglo XX:
Relaciones Civiles y Militares en
la Historia de Venezuela
Ensayos de:
Luis Alberto Buttó / Ebert Cardoza Sáez / Raúl Meléndez / Domingo Irwin / José Raimundo
Porras Pérez / José Alberto Olivar

Valencia, 2012

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Título:De la Hueste Indiana al Pretorianismo del Siglo XX: Relaciones Civiles y
Militares en la Historia de Venezuela.
Ensayos de:
Luis Alberto Buttó, Ebert Cardoza Sáez, Raúl Meléndez, Domingo Irwin, José Rai-
mundo Porras Pérez, José Alberto Olivar.
Coordinadores: Raúl Meléndez, Luis Alberto Buttó, José Alberto Olivar.
1era. Edición, 2011

??? ejemplares.

Universidad de Carabobo
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de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la
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4
UNIVERSIDAD DE CARABOBO

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Jessy Divo de Romero


Rectora

Ulises D. Rojas S.
Vicerrector Académico

José Ángel Ferreira


Vicerrector Administrativo

Pablo Aure
Secretario

Ulises D. Rojas S.
Vicerrector Académico UC
Presidente

Zulay Niño
Directora Ejecutiva CDCH-UC

El CDCH, comprometido con el impulso y promoción de la investigación y


productividad académica en nuestra Alma Mater, ha seleccionado, la presente
obra, bajo la modalidad de Concurso, en el marco de la Primera Convocatoria
Extraordinaria para la publicación de textos, dirigida al personal docente,
administrativo e investigadores de la Universidad de Carabobo.

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INDICE

A guisa de presentación................................................................................ 9

La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela


contemporánea........................................................................................... 13
Luis Alberto Buttó

La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y


reclutamiento.............................................................................................. 41
Ebert Cardoza Sáez

Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares


en Venezuela durante el período independentista.......................................... 57
Raúl Meléndez

Los orígenes del fusionismo republicano criollo........................................... 81


Domingo Irwin

Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia


teórico-militar venezolana (1870-1908)..................................................... 107
José Raimundo Porras Pérez

Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía


del poder (1948-1958).............................................................................. 139
José Alberto Olivar

Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)........ 167


Luis Alberto Buttó

Autores..................................................................................................... 215

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A guisa de presentación

Las páginas siguientes pretenden abordar el espectro de las relacio-


nes civiles y militares a lo largo del devenir histórico venezolano, desde
una perspectiva estrictamente académica. Esto es, hacer visible a quienes
se animen a su lectura, un conjunto de observaciones, reflexiones y opi-
niones motivadas por el deseo manifiesto (quizás no materializado del
todo) de incrementar, con las limitaciones y errores propios atribuibles
a los autores, el conocimiento documentado de los hechos, fenómenos
y procesos estudiados, con absoluta independencia de las implicaciones
o aplicaciones prácticas de cualesquiera orden derivadas de su consi-
deración; en el entendido que el objetivo mayor implícito en la tarea
de investigación y creación correspondiente, no fue otro sino generar
la necesaria opinión alternativa (léase; deslastrada de subalternas afi-
liaciones ideológicas) que sobre dichos hechos, fenómenos y procesos
demanda la sociedad venezolana.
La aclaratoria anterior se sustenta en la arraigada creencia de quie-
nes suscriben los capítulos venideros, de que la ulterior obligación de
todo académico que se precie de tal, es presentar el grueso de la verdad
a la que ha podido arribar producto de las investigaciones adelantadas,
con la humildad requerida para entender que ésa es tan sólo su verdad,
nunca la Verdad (dicha así en mayúsculas), la cual, a fin de cuentas,
resultará del debate que en torno a lo expuesto se dé en el momento
oportuno y en las instancias correspondientes. Dicho con otras palabras,
sólo resulta de la sana y civilizada polémica, se puede y debe construir
la ansiada verdad.
En consecuencia, para alimentar la discusión sobre el decurso his-
tórico de las relaciones civiles y militares en Venezuela, se convocó la
participación de seis estudiosos del tema, pertenecientes a diferentes

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universidades nacionales. En primer lugar, Luis Alberto Buttó, dilucida
los intríngulis del debate académico en torno al tema de las relaciones
civiles y militares en Venezuela contemporánea. El autor hace hincapié
en la importancia de precisar conceptualmente el tema para evitar caer
en la trivialidad de los “opinadores de oficio”.
Seguidamente, Ebert Cardoza Sáez, desarrolló el surgimiento, com-
posición, financiación y reclutamiento de la llamada hueste indiana, a
partir del supuesto de que es uno de los hechos políticos, sociales y mili-
tares más importante ocurridos en la historia del continente americano;
concretamente en el período correspondiente a los principios del siglo
XVI, cuando se produjo la invasión europea que trastocó los cimientos
de las antiguas civilizaciones recién “descubiertas”. En opinión de Car-
doza, la composición étnico-social de la hueste indiana tuvo marcada
influencia sobre la estructuración de la sociedad hispanoamericana;
sobre todo, en el génesis y desarrollo de las incipientes instituciones
militares que comenzaron a manifestarse a partir de ese momento con
toda la carga de violencia implícita.
Por su parte, Raúl Meléndez reflexiona en torno a la participación
de los civiles en la gesta independentista, aportando sus luces intelec-
tuales en la construcción de un proyecto republicano de largo aliento.
En tanto, Domingo Irwin, partió del supuesto de que la recurren-
te influencia política del sector castrense es una constante histórica
venezolana cuyos orígenes bien pueden rastrearse en el tiempo de la
independencia, habida cuenta que desde el año fundacional de 1810, la
influencia política abusiva de diversos grupos militares se ha concretado
en la práctica de forma ininterrumpida en el país.
Para demostrar su argumento, en este aparte del libro, el profesor
Irwin desarrolló la tesis del “fusionismo republicano criollo”, la cual
sustentó de manera fáctica con claros ejemplos del derrotero histórico
venezolano seguido durante los años de la gesta emancipadora y en las
décadas subsiguientes. La construcción de dicha categoría de análisis
pretende sintetizar, conceptualmente hablando, el muy particular
proceder venezolano gestado en la época correspondiente al génesis

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de la república, mediante el cual, con la intencionalidad de solventar
el problema generado por el estallido de agudas tensiones acumuladas
entre los jefes militares en campaña y las autoridades civiles, motivadas
por el afán de dirimir a ciencia cierta dónde realmente reposaba el poder
político de la en proceso de alumbramiento nación independiente, se
recurrió a la figura institucional de fusionar en un personero vinculado
en los hechos al ámbito castrense, las máximas responsabilidades mili-
tares y civiles del país. Accionar éste que, como bien concluyó el profesor
Irwin, tendrá, hasta el día de hoy, profundo impacto en la evolución
histórica nacional.
En el ensayo realizado por José Raimundo Porras Pérez, el autor
aborda desde una perspectiva teórica el modelo sui géneris de concebir
el combate entre los años 1870-1908. Ello como fruto de su experiencia
como oficial militar y de sus recién concluidos estudios de maestría en
Historia.
Más adelante José Alberto Olivar quien a partir de los preceptos
teóricos del pretorianismo moderno, se explica el proceso político e
ideológico que impulsó a un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas
en 1948 a la toma del poder efectivo, para así llevar adelante su propia
versión autoritaria de la modernización.
Cerramos este conjunto de ensayos recurriendo nuevamente a la
pluma de Luis Alberto Buttó, quien explicitó y analizó las principales
manifestaciones de intervención en política de facciones de la fuerza
armada venezolana, ocurridas durante los años de vigencia del sistema
democrático liberal representativo transcurridos desde 1958 hasta 1992.
El planteamiento central de esta porción del libro, apuntó a puntualizar
que dichas intervenciones se enmarcaron en una línea permanente de
actuación de sectores pretorianos atrincherados con carácter estructural
en el seno de la fuerza armada venezolana, más allá de la aparente con-
vicción de apego al liderazgo civil en ejercicio de la gerencia política de la
sociedad, voceada por la opinión pública como una de las características
de identificación del grueso de los integrantes de la institución castrense
nacional, luego del derrocamiento de la dictadura militar encabezada
por el general Marcos Pérez Jiménez.

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Luis Alberto Buttó

Como puede observarse, el libro pretendió dar un vuelo rasante


sobre la historia de las relaciones civiles y militares en Venezuela,
abarcando desde la temprana época de la conquista y extendiéndose
hasta los días de la contemporaneidad. Obviamente, una empresa de
tal envergadura no puede menos que estar signada por la detección del
conjunto de generalizaciones que es menester encontrar en trabajos de
este tenor. Expresando de viva voz sus disculpas por ser conscientes de
tan inexcusables carencias, los autores reconocen que se atrevieron a la
empresa, impulsados por el deseo de difundir una obra única y exclusi-
vamente destinada a delinear una visión de conjunto sobre la temática
propuesta, con el fin de invitar a y propiciar realizaciones posteriores,
mejor y mayormente acabadas.
Con la genialidad que lo caracterizó en vida, y cuyos frutos cierta-
mente habrán de inmortalizarlo, José Saramago escribió en Historia del
cerco de Lisboa: “...una palabra escrita es una palabra muda. La lectura
le da voz...” Con este apotegma en mente, los autores esperamos el ma-
noseo, subrayado y anotado desplegado sobre estas páginas por el lector
acucioso para tener algo de voz. Así sea.

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La difícil relación academia-seguridad
y defensa en Venezuela contemporánea

Luis Alberto Buttó


En este terreno no me importa repetir lo ya dicho por otros y por mí mismo,
puesto que la palabra escrita es un poco como la radio,
se escuchan algunos programas y se pierden muchos otros,
por lo cual hay cosas que exigen una reiteración obstinada
para que entren finalmente en la conciencia colectiva.

Julio Cortázar. Los lobos de los hombres.

I. Introducción
En toda sociedad moderna, o por lo menos con visos avanzados de
modernidad, son de vital importancia los estudios académicos dirigi-
dos a propiciar la comprensión del funcionamiento de la seguridad y
la defensa nacionales e igualmente encaminados a proponer líneas de
acción estratégicas destinadas a explorar posibles y factibles vías que
apunten a materializar la optimización de dicho funcionamiento, así
como también los encauzados a desentrañar la manera específica en que
operan las relaciones civiles y militares en esa sociedad; entendiendo
tales relaciones como todo el conjunto que engloba los vínculos, la inte-
racción, los lazos de hecho y de derecho establecidos y así identificados
entre el sector civil que, en aplicación del modelo ideal pensado en este
sentido, debe estar en control y ejercicio del poder político de la sociedad
y el cuerpo de oficiales actuantes en la fuerza armada, especialmente el
subgrupo integrado por los oficiales con poder de mando en unidades
operativas de significación.
La significación de estos estudios viene dada por el impacto dejado
por el accionar de los sectores seguridad y defensa y la materialización
de las relaciones civiles y militares sobre la estabilidad y perpetuación
del Estado y sus instituciones fundamentales; la garantía de la soberanía
nacional, asumida como “...el control eficaz de lo que sucede en un terri-
torio nacional dado...”1; el aseguramiento de la independencia del país;
la preservación de su integridad territorial y el mantenimiento de la paz
entre sus habitantes fronteras adentro y para con grupos de población
ubicados espacialmente allende sus límites geográficos.

1
Max G. Manwaring (2006). “El Nuevo Maestro del Ajedrez Mágico: el verdadero Hugo Chávez y la Guerra
Asimétrica”. Military Review (edición hispano-americana). Kansas: Centro de Armas Combinadas /
Ejército de los Estados Unidos, número enero-febrero 2006, p. 21.

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Luis Alberto Buttó

En consecuencia, para los científicos sociales, en especial los dedica-


dos al cultivo de la politología, la historia, la sociología, la comunicación
social, la estadística y la economía, por citar algunas de las disciplinas
más vinculadas a la temática en términos prácticos, es inexcusable no
abocarse a la realización de estudios unidisciplinarios, multidiscipli-
narios, interdisciplinarios y transdisciplinarios2 acerca de la seguridad
y la defensa nacionales y de las relaciones civiles y militares. En otras
palabras, a partir de los diversos elementos que pudieran derivarse de las
materias mencionadas vistas de manera integral, es menester estructurar
líneas de investigación a ser desarrolladas en el marco de cualesquiera
agendas de investigación asumidas, mantenidas o ampliadas, según sea
el caso, por los centros de investigación universitarios.
El 4 de febrero de 1992, una facción de la fuerza armada venezolana,
encabezada por los tenientes coroneles del ejército Hugo Chávez, Fran-
cisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández y Joel Acosta Chirinos,
intentó, sin éxito alguno en el teatro de operaciones, derrocar al gobierno
de inspiración socialdemócrata constituido para el momento, presidido
por Carlos Andrés Pérez.
Apenas transcurridos 10 meses de esa militarada, aún sin apagarse
la batahola desplegada en los medios de comunicación de masas y en
medio de la consecuente crisis política en la que a partir de ese instante
se vio sumido el país, el 27 de noviembre del mismo año, una nueva in-
surrección militar sacudió la conciencia nacional; esta vez comandada,
entre otros, por el contralmirante Hernán Grüber Odremán y el general
de brigada de la aviación Francisco Visconti. Este segundo intento ar-
mado por deponer al gobierno democrático liberal representativo legal
y legítimamente conformado de la época, resultó también un aparatoso
fracaso operativo.
Las derrotadas sublevaciones en cuestión, fungieron de mecanis-
mo de presentación en sociedad para los golpistas que por algo más de
un decenio conspiraron a lo interno de la fuerza armada nacional en

2
Sobre los conceptos y alcances de los estudios científicos unidisciplinarios, multidisciplinarios, interdisci-
plinarios y transdisciplinarios, ver: Miguel Martínez Miguélez (2000). El paradigma emergente. Hacia
una nueva teoría de la racionalidad científica. México: Editorial Trillas, pp. 159-171.

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La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

contra del orden político constitucionalmente establecido. El fracaso


militar de los insurgentes no significó, ni por asomo, su derrota polí-
tica, pues desde aquel momento en adelante comenzó a refulgir para
ellos en la opinión pública nacional, la buena estrella en gran medida
construida por la acción combinada de dos factores con singular pro-
yección en el ánimo de la gente. En primer lugar, la promoción dada a
dichas asonadas y al ideario y biografía de sus protagonistas principales
a través de los medios de comunicación de masas, paralelamente em-
peñados, bajo el influjo de la antipolítica campante en buena parte de
América Latina desde la octava década del siglo pasado, en adelantar
una feroz crítica a la democracia liberal representativa instaurada en
el país a partir de 1958.
En segundo lugar, la profusión de obras de divulgación del corpus
justificativo de la acción armada de los insurgentes, producto, la mayoría
de ellas, de la pluma nada inocente de importantes autores nacionales
y foráneos, ansiosos como estaban, dadas sus simpatías ideológicas con
las militaradas escenificadas, en atizar la flama de desestabilización
política en la que se sumió la sociedad venezolana desde el estampido
de los primeros disparos que hicieron saltar en trizas el descanso de los
ciudadanos en las referidas madrugadas.
Ambos procederes sirvieron de base para potenciar en cierta porción
del imaginario colectivo la popularidad obtenida por los rebeldes con la
ejecución de los alzamientos y, por ende, ensanchar el espacio político
por ellos así conquistado. Dicho de otra manera, desde estas esferas se
les brindó a los golpistas una desmedida, por favorable, propaganda a
sus levantiscas ejecutorias y al pretendido carácter “revolucionario” y
“redentor” de los móviles filosóficos, doctrinales, ideológicos y progra-
máticos que las inspiraron.
A mediados de la década de los noventa del siglo pasado, los fraca-
sados insurgentes de 1992 decidieron desarrollar la emergente táctica
electoral en aras de coronar con éxito el objetivo estratégico de conquis-
tar el poder político nacional que no pudieron alcanzar con el soporte
de las armas, como una vez pensaron desde sus primeros pinitos en la
escuela de formación de oficiales. Así las cosas, en concreción de una

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Luis Alberto Buttó

históricamente demostrada muy hábil maniobra política, los rebeldes


de otrora dieron el salto cuántico del golpismo al electoralismo.
La nueva orientación de combate resultó sumamente exitosa. En
febrero de 1999, Hugo Chávez asumió por primera vez la presidencia de
la república. Al momento de pergeñar estas líneas (escribo a mediados
de 2011), el movimiento político por él encabezado cuenta en su haber
con una “relegitimación de mandato” y una reelección y está declarado
por la calle del medio como candidato presidencial a las venideras elec-
ciones de diciembre de 2012. En aquella primigenia asunción, Chávez
Frías pronunció un juramento bastante singular, donde, sin ambages
de ningún tipo, anunció la intención anidada en su mente y espíritu, y
en la mente y espíritu de quienes desde siempre le acompañaron en su
afán insurgente, de desmontar el modelo de acumulación y desarrollo y
el sistema político de representación liberal vigentes en Venezuela luego
de la deposición, por acciones de la fuerza armada, del dictador, general
de división (Ej.) Marcos Pérez Jiménez, en enero de 1958. Retruécanos
de la historia: los responsables de preclara felonía contra el sistema
democrático liberal representativo, se valieron de los mecanismos con-
sagrados en el funcionamiento de éste para hacerse del poder político.
En síntesis, la ocurrencia de las asonadas de 1992, el triunfo elec-
toral obtenido por el MVR (posteriormente transformado en Partido
Socialista Unido de Venezuela, PSUV) en 1998 y la perpetuación por
espacio de más de una década en el control de las maquinarias estatal y
gubernamental venezolanas por parte de la facción política cuyo núcleo
dirigente central está constituido por el liderato de los sublevados de
1992 y otros personeros provenientes del sector militar con marcada
influencia en las ejecutorias desarrolladas por aquéllos, son hechos
ciertamente trascendentales que confluyeron para marcar de manera
indeleble el derrotero de la historia venezolana transcurrida a partir del
último decenio del siglo XX.
Como era de esperarse y/o suponer, en el marco trazado por el
desencadenamiento de tales acontecimientos políticos, el interés aca-
démico por el estudio de los temas relacionados con la seguridad y la
defensa nacionales y las relaciones civiles y militares en el país puerta
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La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

geográfica de América del Sur, se reavivó considerablemente, aunque


bien pudiera decirse, sin mayores exageraciones al respecto, adquirió una
preeminencia que en tiempo anterior nunca, inexplicablemente, llegó
a tener. Y esto es así especialmente por el aldabonazo que representó
para la élite pensante del país el constatar la conjunción de dos variables
de suyo con capacidad desbordada para alterar el funcionamiento y vi-
gencia del sistema democrático: la institucionalización (legalización)
de la intervención militar en política y la colonización militar de la
administración pública.
Léase lo primero como la permisión otorgada por la Constitución
nacional y las leyes derivadas atinentes al ámbito castrense, para que
los efectivos militares venezolanos se constituyan en actores políticos
con plena capacidad y libertad para debatir y accionar al respecto.
Entiéndase lo segundo como la sistemática ocupación, por parte de
personal egresado y/o integrante de la institución armada, de cargos
de la administración pública en teoría y por competencia destinados
a ser ocupados en exclusiva por el funcionario civil. Así las cosas, en la
actualidad venezolana no son para nada extrañas ciertas incongruencias,
como las de observar a un militar al frente del organismo encargado de
dirigir la política de salud del país, por ejemplo.3
Hoy en día, se escuchan o leen con asiduidad en los medios de
comunicación de masas venezolanos expresiones del siguiente tenor:
gobierno militar, militarismo, pretorianismo, milicia, militarización,
guerra asimétrica, defensa integral, politización de la fuerza armada y
pare usted de contar. Paralelamente, expertos de toda laya en el llamado

3
Para una explicación detallada del comportamiento de las variables legalización de la intervención militar
en política y colonización militar de la administración pública, véase: Luis Alberto Buttó (2007).
“Gobiernos Militares y Democracia: el maridaje imposible”. En Domingo Irwin, Hernán Castillo y
Frédérique Langue (coordinadores). Pretorianismo venezolano del siglo XXI (pp. 173-257). Caracas:
Universidad Católica Andrés Bello. También: Luis Alberto Buttó (2009). “Venezuela 1999-2008: Rela-
ciones Civiles y Militares en la V República”. En Claudio Fermín, Luis Alberto Buttó y Héctor Hurtado
Grooscors. Una lectura sociológica de la Venezuela actual V (pp. 55-104). Caracas: Universidad
Católica Andrés Bello. Además: Luis Alberto Buttó (2010). “Diez años de Revolución Bolivariana:
impacto en las relaciones civiles y militares”. En Francesca Ramos Pismataro, Carlos Romero y
Hugo Eduardo Ramírez (editores académicos). Hugo Chávez: una década en el poder (pp. 783-800).
Colombia: Editorial Universidad del Rosario. Adicionalmente: Luis Alberto Buttó (2010). Venezuela
1992: aproximación histórica a las bases ideológicas de las insurrecciones militares (Tesis Doctoral).
Caracas: Universidad Católica Andrés Bello (material inédito) [especialmente el capítulo III].

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Luis Alberto Buttó

tema militar (algunos jactanciosamente autoproclamados como tales,


sin base alguna para hacerlo) disertan con regularidad al respecto. De
hecho, el habla popular acuñó un nuevo vocablo, en buena medida im-
pregnado de ribetes despectivos, para referirse a los continuos opinantes
de oficio en la materia: “militarólogos”.
Igualmente, saltaron al ruedo del debate público diversas organiza-
ciones no gubernamentales constituidas con la finalidad de monitorear
las ejecutorias gubernamentales en materia de seguridad y de defensa
y la operación de las relaciones civiles y militares. Por último, crecie-
ron en cantidad y calidad, los trabajos académicos insertos en libros y
demás publicaciones científicas periódicas, destinados a explorar y/o
profundizar en el abordaje de los elementos presentes en líneas de in-
vestigación relacionadas.
Expresado en otros términos, el tema de la seguridad y la defensa y
de las relaciones civiles y militares en Venezuela contemporánea, ganó
oportunidad y sumó legitimidad. Lo primero, se traduce en que el trata-
miento de los asuntos vinculados demostró estar en plena sintonía con
el momento histórico vivido por la sociedad venezolana desde finales
del siglo pasado y en los albores del presente. Lo segundo, consecuencia
directa de lo anterior, debe entenderse como el relevante hecho de que,
resulta de la ocurrencia de los sucesos históricos mencionados en estas
reflexiones, la temática pasó a ser valorada como digna de ser tomada
en cuenta por crecientes e importantes sectores de la población. Para
decirlo con palabras de Frédérique Langue: “...El debate ha salido de las
aulas para la calle, se volvió público y notorio...”4
En consecuencia, los estudios destinados a hurgar en los elementos
integrantes de ese gran conjunto marco, independientemente la dis-
ciplina científica a partir de las cuales son abordados, se perciben con
capacidad de trascender el mero objetivo de incrementar la erudición
de los oficiantes, en tanto y cuanto coadyuvan a alimentar, precisa-
mente, la necesaria conciencia histórica sobre el momento histórico

4
Frédérique Langue (2003). “Cuando la calle arde y el aula reflexiona. La historia inmediata de Venezuela,
métodos y cuestionamientos”. En Domingo Irwin y Frédérique Langue (coordinadores). Militares y
Sociedad en Venezuela. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. p. 223.

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La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

experimentado, haciendo buena la sentencia de Germán Carrera Damas


sobre la historia en particular, pero que bien puede acoplarse al resto
de las ciencias sociales: “...no es solamente un objeto de conocimiento.
Es, sobre todo, un compromiso vital asumido por una nación todavía
en formación...”5, con la finalidad de “...propiciar la armonización crítica
de la conciencia histórica y el momento histórico vivido por la sociedad
de la cual el historiador es parte...”6
Amén de lo expresado, se asumió, con plena justedad, que en el
amplio espectro conformado por los asuntos vinculados con la segu-
ridad y la defensa nacionales y las relaciones civiles y militares vistas
en conjunto, cabe la posibilidad de desarrollar significativas cuotas
de originalidad al momento de desentrañar la madeja tejida en torno
a variables inextricablemente ligadas al ámbito castrense, de suyo
insoslayables y que pueden ser consideradas por separado con regular
grado de efectividad.
Por ejemplo, los vínculos de subordinación o no, de obediencia o
no, establecidos entre la oficialidad activa y la elite civil en posibilidad
futura de ejercer el gobierno; las causales, condicionantes y variantes
de la intervención militar en política; los mecanismos, herramientas
e instrumentos para concretar exitosamente en la práctica el ideal del
control civil democrático; la concepción ideológica, organización interna
y operación diaria del sector defensa; el elemento tecnológico implícito
en el manejo de los sistemas de armas disponibles; la economía de la
defensa (en especial la formulación y ejecución de los presupuestos
dirigidos al sector militar); el contenido de las doctrinas de seguridad a
partir de las cuales se adiestra, capacita, entrena y despliega al personal
militar; los medios y modalidades de cumplimiento del servicio militar;
las relaciones de intercambio y cooperación de la fuerza armada con
sus pares de otros países y el estudio sociológico de las bases humanas
que conforman el grueso de los numerarios que hacen vida laboral en
la institución castrense; por citar algunas de las más inquietantes.

5
Germán Carrera Damas (2002). Fundamentos históricos de la sociedad democrática venezolana. Caracas:
Fondo Editorial de Humanidades-Universidad Central de Venezuela. p. 18.
6
Ibíd. pp. 18-19.

21
Luis Alberto Buttó

La anterior argumentación no constituye óbice alguno obligante


para desdecir la siguiente afirmación: todavía es mucha la tela por cortar y
demasiado lo que se ignora en los círculos académicos venezolanos sobre
la seguridad y la defensa nacionales y las relaciones civiles y militares
operantes en el país. Con infinito desaliento hay que estar contestes en
que la cantidad detectada en la producción de trabajos encaminados
a explorar estas materias en modo alguno puede considerarse satis-
factoria, apartando la discusión sobre la mayor o menor calidad de los
productos de investigación científica hasta el momento contabilizados.
La impronta del particular derrotero histórico seguido por Venezuela
en las postrimerías del siglo pasado y los albores del presente, acusa
a la literatura académica destinada a evacuar estos contenidos como
insuficiente.
El punto central es que la consideración de estos temas pareciera
aún estar preferentemente centrada en sus resaltantes aspectos políticos
cotidianos y marginalmente en su exégesis propiamente académica. Esto
conlleva notoria falta de profundidad en el análisis y en las reflexiones
asociadas. Por consiguiente, se propicia un indeseado, por inconve-
niente, apresuramiento en el establecimiento de interrelaciones y en
la formulación de conclusiones, a tal punto que, en la mayoría de los
casos, ambas tienden a terminar inoculadas por el virus de lo coyuntural;
vale decir, interrelaciones y conclusiones que soportan validez tan sólo
para el presente extremadamente inmediato, pero, lamentablemente,
terminan contradichas en planos temporales algo más extendidos.
En este sentido, bajo la premisa de coadyuvar en la consideración,
con grados mínimos aceptables de profundidad teórica, de los aspectos
epistemológicos y metodológicos asociados a las insuficiencias académi-
cas detectadas en el tratamiento de los temas que guardan ilación con
la seguridad y la defensa nacionales y las relaciones civiles y militares
en Venezuela contemporánea, me atrevo a proponer que buena parte
de los erotemas centrales a responder como ejes transversales de las
investigaciones a futuro emprendidas, deben girar, por consiguiente,
en torno a la razón de ser de esta aparente dejadez y/o superficialidad
manifestada por los círculos de investigación criollos para con estas

22
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

asignaturas. Sin pretensión alguna de agotar el debate, en los párrafos


subsiguientes, se adelantarán algunas reflexiones destinadas a sugerir
posibles respuestas al grueso de las interrogantes deducidas del planteo
general hecho hasta el momento.

II. Seguridad y defensa y relaciones civiles y militares en Venezuela


contemporánea: hacia la comprensión de su insuficiente estudio
académico
En el abordaje académico de los temas vinculados con la seguridad
y la defensa nacionales y la operación de las relaciones civiles y militares
en la actualidad venezolana, se evidencian inexcusables carencias pro-
ducto de la premisa epistemológica asumida y del método de estudio
utilizado. Persisten, por un lado, la repulsa a intentar la comprensión
de los hechos, fenómenos y procesos relacionados con base en los di-
versos modelos teóricos disponibles a tales fines, los cuales, con cierta
profusión, han sido divulgados en suelo patrio.7
Por otro lado, y como consecuencia directa de lo expresado en líneas
anteriores, muchos de los trabajos académicos acumulados a la fecha
parecieran poner el énfasis en una visión equiparable al estudio de casos,
razón por la cual apuestan, en buena medida, a favor de la inconsistente
7
Véase, al respecto: Domingo Irwin (2003). “El Control Civil y la Democracia (conceptos teóricos básicos)”. En
Domingo Irwin y Frédérique Langue (coordinadores). Militares y Sociedad en Venezuela (pp. 15-72).
Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. Consúltese en la misma obra colectiva: Hernán Castillo
y Leonardo Ledezma. “Textos angloamericanos sobre las relaciones civiles y militares venezolanas”
(pp. 73-104). Además: Domingo Irwin (2006). “Reflexiones Sobre el Control Civil (teoría y acción)”.
En Domingo Irwin, Luis Alberto Buttó y Frédérique Langue. Control Civil y Pretorianismo en Venezuela
(pp. 19-58). Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. También: Domingo Irwin (2009). “Clío y
las Relaciones Civiles y Militares venezolanas”. En Domingo Irwin, Frédérique Langue y Hernán
Castillo (coordinadores). Problemas Militares Venezolanos (pp. 7-27). Caracas: Universidad Católica
Andrés Bello. Adicionalmente revísese: Hernán Castillo (2007). “Historia y Teoría Política sobre las
Relaciones Civiles y Militares venezolanas”. En Domingo Irwin, Hernán Castillo y Frédérique Langue
(2007) (coordinadores). Pretorianismo venezolano del Siglo XXI (pp. 35-108). Caracas: Universidad
Católica Andrés Bello. Como ejemplo de la aplicación práctica de algunos de los modelos teóricos
referidos, consultar: Luis Alberto Buttó (2003). “El Nuevo Profesionalismo Militar de Seguridad In-
terna y Desarrollo Nacional. Un ejercicio de reflexión académica como hipótesis para entender las
relaciones civiles y militares en Venezuela contemporánea”. En Domingo Irwin y Frédérique Langue
(coordinadores). Militares y Sociedad en Venezuela (pp. 129-146). Caracas: Universidad Católica
Andrés Bello. También: Luis Alberto Buttó (2005). “Nuevo profesionalismo militar de seguridad interna
y desarrollo nacional e intervención política de militares populistas y radicales en Venezuela”. En
Domingo Irwin y Frédérique Langue (coordinadores). Militares y poder en Venezuela (pp. 139-177).
Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. Igualmente: Luis Alberto Buttó (2006). “Pretorianismo
y nuevo profesionalismo militar”. En Domingo Irwin, Luis Alberto Buttó y Frédérique Langue. Control
Civil y Pretorianismo en Venezuela (pp. 97-137). Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.

23
Luis Alberto Buttó

creencia de que los cambios acontecidos al interior del sector defensa


y la participación militar en política ocurridos en Venezuela de las tres
últimas décadas del siglo pasado en adelante, no debe ni puede ubicarse
en contextos mayores dados por la continuidad histórica del secular
fenómeno del pretorianismo criollo, ni debe ni puede buscársele puntos
referenciales signados por la ocurrencia de hechos experimentados en
otras latitudes, en esencia y/o forma similares.
Las fallas detectadas parecen agravarse porque muchos de quienes
son reconocidos por la opinión pública como expertos en los temas
identificados, al tratarlos, desafortunadamente acusan la carencia de la
formación teórico-práctica indispensable para enfrentar tareas de esta
envergadura con la rigurosidad mínima esperada. Amén de lo anterior,
para muchos investigadores (con propiedad así llamados) de vocación
(excluyo adrede los de mera ocasión), la seguridad y la defensa y las
relaciones civiles y militares, vistas en conjunto y/o en sus elementos
diferenciados, continúan siendo materia espinosa, factible de ser sos-
layada o diluida en el planteo de temáticas más generales.
Diversas hipótesis pueden adelantarse para intentar explicar el
porqué de la ocurrencia del planteo anterior. En primer lugar, hay que
considerar el problema relacionado con el acceso a las fuentes. Verdad
de Perogrullo, es cuesta arriba pretender avanzar en la comprensión del
funcionamiento de la seguridad y la defensa nacionales y la operación
de las relaciones civiles y militares, si no se dispone de un mínimo acep-
table de datos factibles de ser procesados para trocarlos en información
oportuna, pertinente y relevante. El tabú malintencionadamente creado
con la necesidad de preservar bajo resguardo exclusivo de instancias
castrenses, aspectos cuya divulgación fuera de aquella esfera supuesta-
mente podría poner en peligro la “seguridad nacional”, ha contribuido
por décadas a la sostenida denegación a los investigadores interesados
de la documentación requerida para alimentar sus trabajos de pesquisa
y reflexión.
Empero, la contundente verdad contenida en el párrafo antecedente
no puede ser impedimento para neutralizar el afán del académico moti-
vado. La barrera construida con el arbitrario manto de discrecionalidad
24
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

tendido, incluso desde el punto de vista legal, en torno a los asuntos


relacionados con el ámbito militar, debe y puede ser sorteada. En este
punto, la inventiva del investigador entra en juego, en especial si el
problema de investigación seleccionado se ubica temporalmente en la
contemporaneidad. Así las cosas, es perentorio superar la limitadora
concepción positivista que remite a documentos polvorientos atesorados
en los archivos como única fuente válida para el trabajo del investigador.
En novedosos tipos de fuentes ha de hurgarse sin temor alguno,
siempre y cuando se cumpla con dos requisitos básicos: en primer lugar,
se evidencie con claridad la referencia que permita la constatación nece-
saria; y, en segunda instancia, que la exégesis adelantada en consecuen-
cia se circunscriba escrupulosamente a la información aportada por la
fuente consultada, evitando la aventurera especulación sin fundamento.
Entre este cúmulo de nuevas y válidas fuentes destacan los testimonios
de protagonistas recopilados por el propio investigador (huelga decir:
igualmente son imprescindibles los recogidos por otros investigadores
con anterioridad); la prensa escrita; los medios de comunicación audio-
visuales y el universo infinito puesto a la disposición de un doble clic en
la red de redes. En todo caso, la adecuada combinación de heurística
y hermenéutica han de guiar en todo momento el análisis pretendido.
Dicho lo anterior, cabe introducir en el planteo de la discusión cierta
interrogante hasta ahora insuficientemente tratada que destila ribetes
de evidente validez: detrás del reclamo anunciado sobre la dificultad de
acceso a las fuentes, en buena medida no se estará escondiendo cierta
incomprensible, inaceptable e inadecuada actitud de comodidad por
parte del investigador para no ampliar el espectro dónde desarrollar
su pesquisa o el desconocimiento sólo atribuible a su persona acerca
de qué en concreto buscar. Aquí no caben reparos de ningún tipo: las
limitaciones propias del plano individual no pueden ni deben servir de
excusa para configurar inferencias generales.
En segundo lugar, está el problema de la contemporaneidad trans-
parentada por muchos de los hechos, procesos y fenómenos que forman
parte de la gran temática estructurada en torno a la seguridad y la de-
fensa nacionales y las relaciones civiles y militares en Venezuela de la

25
Luis Alberto Buttó

segunda mitad del siglo XX en adelante, en especial porque es sabido


que la conformación de la fuerza armada nacional, como institución
diferenciada del Estado concebida en términos burocráticos modernos,
apenas data de poco más de una centuria. A decir verdad, siempre es
más fácil ajustar las cuentas con los muertos, habida cuenta ínfima es
la replica a encontrarse, pues sólo se materializará en boca o pluma de
otro investigador coetáneo, también interesado en el asunto.
En los casos factibles de ser estudiados en este sentido, la super-
vivencia de los involucrados, en mayor o menor medida, retrae de
aquéllos al investigador, para evitar así la referencia personal directa.
En grado superlativo, el asunto bordea la reticencia a asumir posturas
que en el corto, mediano o largo plazo, podrían generar indeseados
inconvenientes de diversa índole; verbigracia, acusaciones de haber
levantado testimonios considerados por el afectado no completamente
veraces, incluso llegando a plantear posibles situaciones de acusación
de difamación o injuria.
Aquí, de nuevo, las inhibiciones responden más a una estricta
consideración personal y menos a problemas atinentes a los temas vin-
culados con la seguridad y la defensa en general y las relaciones civiles
y militares en particular. Además, es perentorio rememorar la abultada
posibilidad de pecar de escasa objetividad en el análisis por parte del
investigador, en tanto y cuanto sus ocultas (a veces, no tanto) conexiones
políticas, sociales, económicas o institucionales, le pueden conducir a
teñir su argumentación con los ribetes propios de los compromisos u
obligaciones previamente establecidos. En este punto, lo que cabe es
abrir el debate para evidenciar las incongruencias detectadas. Es decir,
el asunto de la objetividad, o si se prefiere de la honestidad intelectual,
puede ser solventado al mantener irrestricto apego a la meticulosidad
requerida.
Para ser equilibrados en el planteo, es menester reconocer que la
confluencia de la contemporaneidad de los elementos con factibilidad
de ser estudiados en el marco de la temática general esbozada y de las
restricciones impuestas a dicho estudio con base en consideraciones del
tipo preservar la “seguridad nacional”, delinea un cuadro atemorizante,
26
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

en el cual el investigador puede terminar sufriendo represalias de toda


laya, más allá de que su interés al desarrollar el trabajo de pesquisa y su
correspondiente acto de creación intelectual, haya sido estrictamente
académico. Aunque, grosso modo, en la historia contemporánea ve-
nezolana los miembros de la academia han sido los menos afectados
en este sentido, es dable esperar no están exentos de correr los riesgos
implícitos al asumir el albur. El derrotero correspondiente al período
democrático liberal representativo vigente en el país a partir de 1958, es
prodigo en ejemplos de personeros que sufrieron consecuencias nefastas
al permitirse tratar el tema militar.
En el despertar de la década de los setenta del siglo pasado, un tri-
bunal militar le dictó auto de detención (hoy esta medida se denomina
privativa de libertad en la legislación venezolana) al senador Miguel
Ángel Capriles, contraviniendo la inmunidad parlamentaria de la cual
gozaba dada su condición de representante electo por el pueblo vene-
zolano por ante el poder legislativo de aquel entonces. Esta anómala
situación lo obligó, en primera instancia, a asilarse en la embajada de
Nicaragua y, posteriormente, marchar al exilio forzado. Las razones de la
persecución: divulgar en un periódico de su propiedad, cuya edición del
día en que apareció la nota periodística fue decomisada por fuerzas del
orden público, información relacionada con tensiones bélicas que para
el momento, de acuerdo a cierto informe de inteligencia confidencial
conocido por los redactores, se acumulaban entre Venezuela y Colombia.
En ese mismo período, el comunicador social Richard Izarra, re-
dactor de la revista Reventón, fue confinado en el Cuartel San Carlos de
Caracas (la más renombrada prisión castrense de la época) por tratar el
tema del servicio militar obligatorio en un escrito de su autoría apare-
cido en dicha revista. Este periodista es hermano del oficial de la fuerza
aérea hoy en situación de retiro William Izarra, importante protagonista
de los alzamientos castrenses de 1992, de quien se presume obtuvo los
datos necesarios que alimentaron el contenido del trabajo en cuestión.
En los estertores de ese mismo decenio, la también periodista Doris
Francia fue condenada a varios años de prisión por un tribunal militar,
acusada de instigar a la insurrección militar, con base en el contenido

27
Luis Alberto Buttó

de un editorial calzado con su firma inserto en las páginas de opinión


del periódico Ruptura, vinculado con la corriente política dirigida por
el ex comandante guerrillero Douglas Bravo.
Al inicio de los años ochenta de la centuria anterior, a la periodista
María Eugenia Díaz se le abrió juicio militar y dictó auto de detención
por presentar en un diario de circulación nacional un reportaje basado
en la consideración del contenido de determinados juegos de guerra
escenificados en el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional.
Más adelante, el abogado Juan Luis Ibarra Riverol fue asesinado
en su oficina privada, casualmente cuando, al alimón con el teniente
coronel (Ej.) Luis Alfonso Godoy, investigaba y denunciaba presuntos
casos de corrupción ocurridos intramuros la institución castrense. En
su momento, el reportero Alexis Rosas señaló que la divulgación de
cierta información que le fue aportada por Godoy sobre estos casos no
pudo salir al aire a través del canal de televisión del Estado venezolano,
pues desde el alto gobierno de la época se vetó la transmisión corres-
pondiente.8
En tiempo coincidente con el alumbramiento del siglo XXI, al ge-
neral de brigada (Ej.) Francisco Usón (para el momento en situación
de retiro y separado, como consecuencia de la postura asumida frente
al golpe de Estado escenificado en abril de 2002, del gobierno del pre-
sidente Chávez, del cual formó parte como ministro de finanzas) se le
acusó de vilipendio a la fuerza armada y se le sentenció a cárcel, condena
que cumplió en su totalidad. Los argumentos centrales de la acusación:
explicar el funcionamiento de un lanzallamas a través de un programa
televisivo donde fue entrevistado. Todo ello en el contexto nacional
generado por la muerte de varios individuos de tropa ocurrida en las
instalaciones del fuerte Mara, complejo militar ubicado al occidente del
país, al ser expuestos a la acción de un arma de este tipo.
Más recientemente, representantes del oficialismo han solicitado
someter a averiguación a la abogada Rocío San Miguel, directora de la
8
Expresión Libre. Comunicadores por la Paz y la Democracia (2009). Los sucesos no aparecen en VTV [Docu-
mento en línea]. Disponible en: http://www.expresionlibre.org.ve/data.php?link=4&expediente=181
[Consulta: 2010, julio 3]

28
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

organización no gubernamental Asociación Civil Control Ciudadano


para la Seguridad, la Defensa y la Fuerza Armada Nacional, por dar a
conocer en medios de comunicación masivos y publicar en la página
web de dicha organización, evidencia fáctica relacionada con el insólito
hecho de que numerarios de la fuerza armada nacional están registrados
como militantes en los listados oficiales del PSUV, proceder éste (mi-
litancia de militares activos en agrupaciones partidistas) abiertamente
violatorio de expresas disposiciones constitucionales y legales.
La amarga posibilidad de verse retratados en fotografías como las
captadas con base en los ejemplos anteriores, es una causal de insoslaya-
ble peso que ayuda a comprender la razonable reticencia experimentada
por numerosos círculos intelectuales y académicos venezolanos para
adentrarse en el planteamiento y desarrollo sistemático de líneas de
investigación vinculadas al funcionamiento de los sectores seguridad y
defensa nacionales y a la operación cotidiana y al marco teórico, legal,
programático y doctrinal atinente a las relaciones civiles y militares en
la contemporaneidad del país.
El punto es que, a la fecha, no existen suficientes garantías en con-
trario y ni siquiera se vislumbra el establecimiento de éstas. Al respecto,
podría ciertamente avanzarse mucho con la simple materialización de
actos legales y administrativos tan elementales como, verbigracia, la
derogación de determinadas disposiciones legislativas y/o gubernamen-
tales promulgadas con la intencionalidad, en algunos casos velada y en
otros abiertamente manifiesta, de establecer restricciones de diverso
tipo e inspiración que de iure y de facto coartan el pleno acceso de la
comunidad a la información de interés general; entre la cual, huelga
decirlo, destacan los asuntos relacionados con la seguridad y la defensa
y las relaciones civiles y militares.
El ejemplo más actualizado de normas del tipo descrito ut supra,
lo constituyen aquellas que en la práctica impuso la creación, mediante
decreto presidencial número 7.454, fechado el 1 de junio de 2010, del
Centro de Estudio Situacional de la Nación, organismo cuyo funciona-
miento faculta al poder ejecutivo venezolano para reservarse la recolec-
ción, clasificación y divulgación de cualesquiera asuntos relacionados,

29
Luis Alberto Buttó

en opinión del legislador, con la seguridad nacional.


En otras palabras, urge el establecimiento formal del más absolu-
to respeto al trabajo académico y periodístico para que sus autores se
sientan en plena libertad y confianza de divulgar a través de los medios
adecuados y disponibles los hallazgos encontrados como resulta de las
investigaciones llevadas a cabo. De lo contrario, persistirá, cual espada
de Damocles, la posibilidad de exponerse a represalias harto desagra-
dables, razón por la cual la observación proferida por Ángel Ziems hace
más de tres décadas, continúa teniendo plena y lamentable vigencia:

Hay una clara resistencia al estudio de los temas militares.


Por temor a las consabidas medidas de “seguridad”, tanto
los investigadores civiles como los militares, tienden a no
estudiar críticamente lo militar. Hemos visto en muchas
oportunidades las frecuentes justificaciones de los civiles
para no “invadir” el mundo de los militares en la inves-
tigación por considerarlo tema peligroso y con el riesgo
permanente de sufrir represalias cuando las investigaciones
se basan en criterios serios y bien fundamentados motivos
por los cuales alcanzan niveles críticos. Ante la amenaza
de no atacar a la Institución Castrense, muchas investi-
gaciones se han paralizado o diversos ante-proyectos han
sido olvidados. Entre militares la complicación es mayor.

Cuando analicemos la naturaleza y adoctrinamiento de los


miembros de las Fuerzas Armadas veremos lo traumático
que significa para un efectivo militar como a un oficial
retirado realizar investigaciones en sentido crítico de su
Institución. Este margen de la seguridad militar ha sido la
variable determinante para que civiles y militares tengan
dificultades en la profundización de investigaciones: toda
crítica se ve como una tendencia peligrosa orientada hacia
la destrucción del Estado y sus instituciones.9

Last but not least, la academia (en particular) y la intelectualidad (en


general) venezolanas esquivaron abiertamente por un lapso ciertamente
significativo, concretamente el coincidente con el segundo lustro de la

9
Ángel Ziems (1979). El gomecismo y la formación del Ejército Nacional. Caracas: Editorial Ateneo de
Caracas. pp. 28-29.

30
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

sexta década del siglo XX y los dos decenios subsiguientes, colocar los
factores seguridad y defensa nacionales y relaciones civiles y militares
en sus agendas de investigación o en sus inquietudes de simple interés,
en tanto y cuanto asumieron que el secular y genéricamente llamado
problema militar, había quedado zanjado con la instauración del sistema
democrático liberal representativo.
A decir verdad, buena parte de la intelligentzia venezolana supuso
completamente implantada la subordinación plena de la totalidad del
estamento castrense al cambiante, por motivos de alternabilidad elec-
toral, liderazgo civil en ejercicio del poder político, luego de la derrota
experimentada en el teatro de operaciones por el conjunto de milita-
radas acaecidas en los tempranos años sesenta. Dicho de otro modo,
con la victoriosa experiencia vivida en aquel entonces por los factores
militares identificados con la institucionalidad, se creyó contrarrestada
para siempre jamás la motivación de otras facciones de la fuerza armada
nacional para intervenir en política, de la única forma en que pueden y
saben hacerlo: amenazando, o usando sin más miramientos, el poder
de fuego acumulado.
A partir de esa época, y en lo sucesivo, se arraigó en el imaginario
colectivo nacional, la conseja destinada a presentar a la fuerza armada
venezolana como la de mayor talante o convicción democrática en la
región suramericana e incluso latinoamericana. Con inenarrable cuota
de infantilismo político, los venezolanos nos ufanamos por décadas
frente a los hermanos de latitudes circunvecinas, de la acendrada
creencia sostenida acerca de la irrestricta identificación de la totalidad
de los integrantes de la fuerza armada con el sistema democrático. En
síntesis, desde ese momento, los venezolanos nos creímos a pie juntillas
que el modelo ideal de control civil democrático se había concretado
exitosamente en la práctica y como elemento sustancial definía por
consiguiente el sistema político en vigencia.
El implacable correr del tiempo demostró con acritud que tales pre-
sunciones sumaron para configurar un enorme desaguisado, producto
precisamente del descuido olímpico manifestado hacia el estudio de la
problemática militar, lo cual propició el incurrir en innumerables im-

31
Luis Alberto Buttó

precisiones conceptuales. Quizás, la más importante de ellas: sentenciar


sin exegesis alguna que una institución como la depositaria de las armas
de la república puede llegar a ser “democrática”, lo cual constituye un
mentís a su propia naturaleza. Ciertamente, sólo pecando de flagrante
ingenuidad puede pensarse que una organización con tan particulares
características de funcionamiento interno ha de calificarse con el men-
cionado adjetivo.
En realidad, en términos de aplicación de un modelo de control civil
democrático efectivo por real, la probabilidad de que una determinada
fuerza armada sea “democrática” es un asunto completamente baladí.
Lo realmente importante al respecto es la fortaleza del sistema político
implantado, en la medida que éste logra, con manifiesto éxito, coronar
tres objetivos claves. En primer lugar, anular toda posibilidad de in-
tervención política de los numerarios agrupados en el cuerpo armado.
En segunda instancia, apartarlos de cualesquiera oportunidades de
deliberación en temas relacionados con el ejercicio de la política. Y, en
tercer lugar, conminarlos de manera eficaz a la obediencia irrenuncia-
ble e indiscutida a ser guardada para con los representantes escogidos
para controlar las maquinarias estatal y gubernamental por la voluntad
popular expresada en las justas electorales.
En líneas generales, una porción por demás significativa e influyen-
te de la academia y la intelectualidad venezolanas pretirió, de manera
irresponsable, que las divisiones grupales existentes a lo interno de la
organización castrense, motivadas por contrastantes visiones ideológi-
cas, doctrinales y programáticas, conformaban una realidad indubitable.
Equivocadamente, el mimetismo desarrollado por los sempiternos
grupos conspiradores incrustados intramuros los cuarteles, en pacien-
te espera de “condiciones objetivas y subjetivas” para dejar correr con
plenitud su subversivo accionar, se equiparó con el aquietamiento de
las turbulentas aguas relacionadas.
Incluso, hechos asaz relevantes en cuanto a lo que en esencia repre-
sentaron, como la ocurrencia de las en términos periodísticos conocidas
como “la rebelión de los mayores” y “la noche de las tanquetas”, fueron
insuficientes para activar las alarmas necesarias y motivar la generación
32
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

del pensamiento oportuno y pertinente y la opinión alternativa válida.


El 4 de febrero de 1992, la colectividad nacional despertó sobresaltada
a tan narcótico sueño. Lo más triste del asunto fue que con agravado
cinismo, brutal inconsciencia, supina ignorancia o descarnada compli-
cidad, voces supuestamente calificadas del ámbito civil se dieron a la
infausta tarea de justificar abiertamente este alzamiento y el acaecido
nueve meses después.
La historia, siempre díscola, siempre impertinente, demostró cuán
errada era la convicción de que en los temas asociados al funcionamiento
de la seguridad y la defensa nacionales y la operación de las relaciones
civiles y militares en Venezuela contemporánea no había problema
alguno en el cual escudriñar. Por supuesto que lo había y hoy más que
nunca lo hay. A tal punto son requeridos el adentramiento y la profun-
dización en esta temática, que la más preocupante de las expresiones
prácticas del desconocimiento por parte del factor civil de la sociedad
de la manera concreta de operar en la esfera castrense, en tanto y cuanto
propicia la imposibilidad de que el primero pueda efectivamente man-
tener bajo su férula a la segunda, la participación de los militares en la
contienda política, persiste a la fecha, asumiendo la innegable condición
de constante histórica.
Más allá de cualesquiera cálculos matemáticos que puedan inten-
tarse para demostrar la sostenida permanencia en la historia contem-
poránea venezolana (y más allá, durante todo el período republicano)
de personeros vinculados con el mundo de las armas en control del
poder político nacional, es motivo de insoslayable reflexión el hecho
de que en los albores del siglo XXI, luego del ínterin representado
por la plena vigencia del sistema democrático liberal representativo
(1958-1999), un personaje formado por y salido de la fuerza armada,
en reedición revisada, mejorada y aumentada del secular pretoria-
nismo vernáculo, ocupa la primera magistratura. Y este personero,
nada casualmente, aprovecha toda oportunidad mediática disponible,
para espetarle al país su condición esencialmente castrense, ratificada
con el grado jerárquico operativo de comandante en jefe de la fuerza
armada nacional, conferido a tenor de lo dispuesto en el Decreto con

33
Luis Alberto Buttó

Rango, Valor y Fuerza de Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional


Bolivariana, publicado en el número 5.891 de la Gaceta Oficial de la
República Bolivariana de Venezuela, fechada el 31 de julio de 2008 y
mantenido en las modificaciones subsiguientes realizadas a dicho
texto legal luego de esa fecha.
La última de estas ocasiones es bien reciente a los efectos del tiem-
po en que pergeño estas líneas. Concretamente, el 24 de junio de 2010,
cuando, presidiendo la parada militar organizada con motivo de la ce-
lebración del 189 aniversario de la batalla de Carabobo y día del ejército,
una vez más recordó a los venezolanos valiéndose de la obligada cadena
de radio y televisión: “...soy, en esencia, soldado de este ejército. Y así
actuaré, en consecuencia, hasta el final de mi tiempo...”10
Circunstancia ésta que se agrava dramáticamente, dado el caso
que el arribo al poder político del mencionado oficial, en la práctica,
se tradujo en la puesta en marcha de un progresivo y firme proceso de
colonización militar de la administración pública nacional centralizada y
descentralizada (ya comentado en párrafos precedentes), en magnitudes
nunca vistas hasta el presente, a contrapelo de lo hecho por gobiernos
como el dirigido por el general Marcos Pérez Jiménez, que abiertamente
se proclamó constituido en nombre de la fuerza armada.
Contestes con lo implícito en tal situación, bien puede colegirse que
el accionar político de los hombres y mujeres de uniforme en el devenir
histórico venezolano contemporáneo ha sido y es uno de los factores
en grado sumo determinantes. En algunas ocasiones, este proceder se
manifestó y manifiesta de manera abiertamente visible; en otras, de for-
mas sutiles y veladas a la comprensión de la mayoría del conglomerado
nacional. En oportunidades, la postura política de los militares se limitó
y limita al ejercicio de la condición de árbitros máximos del acontecer
político del país; en otras, se constituyeron y constituyen en operadores
políticos directos encargados de formular, dirigir y/o ejecutar las prin-
cipales políticas públicas. Así las cosas, cierta acotación adelantada por
Rafael Poleo sintetiza con magistral exactitud el muy particular discurrir
10
Hugo Chávez (2010). Discurso en el Acto del 189 Aniversario de la Batalla de Carabobo y Día del Ejército
Bolivariano [transmisión de televisión]. Caracas: Venezolana de Televisión [2010: junio 24].

34
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

de la historia venezolana en los últimos 110 años: “...en Venezuela y por


un largo rato, la política es cosa de militares”.11
Para encontrar alguna manera factible de que así no continúe sien-
do, por los riesgos implícitos para el sano desenvolvimiento del sistema
democrático liberal representativo generados por la persistencia en el
tiempo de tal situación, y para optimizar el funcionamiento del sector
defensa, a fin de que éste responda a cabalidad a los intereses nacionales
acordados colectivamente y sostenidos estructuralmente en el tiempo
y se constituya sin contradicción alguna en mecanismo efectivo de la
aplicación de un importante componente de la política de seguridad del
país formulada y ejecutada por el Estado venezolano, es imprescindible
que la, por decir lo menos, traumática debilidad de la academia vene-
zolana para estudiar el tema militar en general y los temas concretos de
la seguridad y la defensa y las relaciones civiles y militares en particular,
sea superada con prontitud. El guante está echado. Sólo con el trabajo
afanoso del investigador serio y responsable podrá ser debidamente
recogido.

III. Conclusiones
En los 12 años transcurridos entre 1999 y 2011, el cúmulo de páginas
escritas desde diferentes y enriquecedoras perspectivas para abordar
de manera sistemática los más diversos aspectos relacionados con el
funcionamiento de la seguridad y la defensa nacionales y la cotidiana
operación de las relaciones civiles y militares en Venezuela contempo-
ránea, se ha incrementado de manera altamente significativa y noto-
riamente alentadora.
El despertar de dicho interés, en algunos casos, y/o el renacimiento
del mismo, en otros, en círculos representativos de las ciencias socia-
les vernáculas, responde, en buena medida, a la ingente necesidad
de describir, analizar, interpretar y comprender de manera integral el
derrotero histórico seguido por la sociedad venezolana en este período

11
Rafael Poleo (2001). “El nuevo rol de la institución armada”. En Hernán Castillo, Manuel Donís y Domingo
Irwin (compiladores). Militares y civiles. Balance y perspectivas de las relaciones civiles-militares
venezolanas en la segunda mitad del siglo XX. Caracas: UCAB. p.194.

35
Luis Alberto Buttó

que sobrepasa ya la década de duración, habida cuenta durante su de-


sarrollo se ha producido un conjunto de singulares transformaciones
políticas, sociales y económicas que, para bien o para mal (como quiera
vérsele, desde la óptica política que se tenga), anunció el despertar de
una realidad nacional, en múltiples indicadores y descriptores, distinta
y distante de la progresivamente conformada en los 40 años de vigencia
del sistema democrático liberal representativo, comprendidos entre 1958
y 1998. Sucesión de cambios a los cuales no escapó el ámbito militar.
En efecto, la organización, misión, funciones, doctrina, despliegue
y equipamiento de la fuerza armada nacional varió radicalmente en
estos años, tanto como cambió la relación entre los hombres y mujeres
de armas y el accionar político y la posición ocupada por los numerarios
de la organización castrense en el entramado del Estado venezolano, en
tanto y cuanto importante cantidad de equipos humanos provenientes
de los cuarteles nacionales han sido colocados estratégicamente en otras
instancias del poder nacional, con la tarea a cuestas de desempeñar
cargos de enorme repercusión en los proyectos de desarrollo del país,
en la teoría y en la práctica destinados a ser ocupados por profesionales
de formación fundamentalmente civil.
La incertidumbre, la angustia, las dudas y el plausible temor acerca
del destino de la democracia venezolana; en fin, la apresurada necesidad
de conocer lo qué en verdad le espera al país en términos políticos, se
incrementa al pasar de los días, cuando oficiales de alta graduación de
la fuerza armada nacional, y además miembros del Alto Mando Mili-
tar, como el mayor general (Ej.) Henry Rangel Silva, jefe del Comando
Estratégico Operacional, dividen con espantosa claridad las aguas, al
pronunciar declaraciones de la siguiente laya que no pueden menos que
alertar sobre el mensaje implícito y sus destinatarios:

La Fuerza Armada Nacional no tiene lealtades a medias


sino completas hacia un pueblo, un proyecto de vida y un
Comandante en Jefe. Nos casamos con este proyecto de país
(…) Para muchos hay algunos líderes militares que no les
son convenientes y (dicen) que hay que sacarlos del cami-
no (…) Los ataques están en la agenda de la oposición. El
elemento Fuerza Armada históricamente ha sido utilizado

36
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

para de alguna manera derrocar gobiernos. Ellos actúan


apoyados por terceros países y eso afecta el nacionalismo.
La hipótesis (de un gobierno de la oposición) es difícil,
sería vender al país, eso no lo va a aceptar la gente, la FAN
no, y el pueblo menos.12

12
Así las cosas, en volandas, la inteligencia y la academia venezolanas
se han visto urgidas de intentar la armazón de respuestas más o menos
validas a interrogantes de suyo determinantes para el futuro de la nación,
visto tanto en el corto, como en el mediano y largo plazo; verbigracia:
¿qué está pasando en materia de seguridad y defensa? ¿Por qué y para
qué (la finalidad última y real) se han adelantado los cambios operados
en estos sectores? ¿Cuál es el nuevo marco en que se desenvuelven las
relaciones civiles y militares en el país? ¿Dónde se ubica el punto refe-
rencial de llegada en el cual terminará desembocando la sociedad vene-
zolana y su modelo político en caso de persistir por parte del liderazgo
nacional los esfuerzos y ejecutorias por transitar la senda delineada al
influjo de estos cambios?
En este punto, no cabe por ahora un debate de grandes proporciones
acerca de la mayor o menor calidad de los productos de investigación
científica contabilizados hasta el momento en el trabajo de explorar el
funcionamiento de la seguridad y la defensa nacionales y la operación
de las relaciones civiles y militares en Venezuela contemporánea. Lo
realmente destacable es que dichos productos han crecido considera-
blemente en cantidad, a la par que ha crecido el interés, el tiempo y el
espacio brindado por los medios de comunicación de masas para divulgar
noticias y reportajes relacionados con estas materias.
Empero, el boom experimentado en la cantidad de trabajos destina-
dos a desentrañar el hilo de Ariadna presente en las materias señaladas,
aún es insuficiente para conformar cierto estado del arte plenamente

12
José Luis Carrillo (2011). En las FF.AA. nos casamos con el proyecto de país del Comandante Hugo
Chávez (entrevista al general Henry Rangel Silva). [Documento en línea] Disponible en: http://www.
noticias24.com/actualidad/noticia/179689/venezuela-adquirio-tanques-t72-btr-80-y-btp3-y-misiles-
para-defender-las-costas [Consulta: 2011, junio 30]

37
Luis Alberto Buttó

satisfactorio que permita servir la mesa donde se genere la discusión


seria y necesaria con posibilidades ciertas de generar opinión alternativa
sólidamente sustentada. En opinión de quien esto escribe, todavía no se
alcanza la debida profundidad en el análisis, en buena medida porque
lo dinámico y cambiante de la situación (la volatilidad de la historia re-
ciente, dirían algunos teóricos de la ciencia histórica) empuja el carro de
la investigación hacia el tratamiento de hechos, fenómenos y procesos
coyunturales a los que es imposible no intentar dar respuesta.
Tan obligado es el apresuramiento con el cual a veces es perento-
rio desarrollar estos análisis, que sus proponentes terminan obviando
consciente o inconscientemente las constantes históricas presentes,
olvidando de plano que los hechos, fenómenos y procesos sociales mal
puede pensarse que son lo que son, cuando en verdad son lo que vienen
siendo. Desafortunadamente, el tiempo para la reflexión sopesada luce
brutalmente agotado la más de las veces. La calle se mueve a un ritmo
difícilmente alcanzado por el pensamiento.
Por otro lado, el investigador se ve en la necesidad de sortear un
conjunto de trabas, impedimentos, obstáculos y riesgos, fundamental-
mente legales y de acceso a las fuentes, que como factores extraños y/o
externos a su propia capacidad, dificultan in extremis la sana realización
de su labor de pesquisa. El reclamo y la presión para que estos factores
se minimicen en los años por venir debe ser una de las ocupaciones
centrales de los llamados por vocación, formación y oficio, a acometer
los proyectos de investigación relacionados.
La veracidad de la afirmación anterior no demerita otra aseveración
inexcusable de ser considerada a la hora de explicar las deficiencias
detectadas en materia de tratamiento académico de los problemas
desprendidos del funcionamiento de la seguridad y la defensa naciona-
les y las relaciones civiles y militares en Venezuela contemporánea: la
reticencia del investigador a adentrarse en los meandros propios de la
temática en cuestión debido a la magnificación de factores dificultadores
de las labores de recopilación y tratamiento de la información que sólo
son atribuibles a su persona, dada su condición de factores propios e
internos. La inventiva, la disposición, la habilidad para indagar en el
38
La difícil relación academia-seguridad y defensa en Venezuela contemporánea

cúmulo de espacios y fuentes disponibles con sólo la activación de la


capacidad de saber a ciencia cierta lo qué se ha de buscar y cómo buscarlo
de la manera más eficiente posible, son prácticas injustificadamente
desatendidas por el investigador, las cuales deberían convertirse en
ejercicios intelectuales cotidianos.
Para decirlo de manera tautológica, en la investigación académi-
ca acometida sobre los temas referidos deben privar el enfoque y la
perspectiva académica. Esto es, el objetivo perseguido al emprender
cualesquiera proyectos de investigación asociados debe ser el intentar
hacer visible al público que pueda tener acceso a los resultados encon-
trados, un conjunto de observaciones, reflexiones y opiniones motivadas
por el deseo manifiesto (se entiende que quizás no materializado del
todo) de incrementar, con las limitaciones y errores atribuibles única
y exclusivamente al investigador, el conocimiento documentado de las
materias estudiadas, con absoluta independencia de las implicaciones
o aplicaciones prácticas de diverso orden derivadas de su consideración;
en el entendido que el norte implícito al momento de acometer las tareas
inherentes a la investigación científica y la correspondiente creación
intelectual, no puede ser otro sino generar opinión verificable y sólida-
mente sustentada, deslastrada de subalternas afiliaciones ideológicas.
Es hora, pues, de terciar, con propiedad y prontitud, en la satisfac-
ción de la demanda acumulada por trabajos de investigación de largo
aliento estructurados en trono a ejes transversales vinculados a los
problemas detectados en el funcionamiento de la seguridad y la defensa
nacionales y la operación cotidiana de las relaciones civiles y militares en
Venezuela contemporánea. De lo contrario, se corre el albur de extender
más allá de lo razonable y deseable el inexplicable desconocimiento que
sobre el ámbito militar atesora buena parte de la academia y la inteli-
gencia venezolanas y por ende de la colectividad en general.

39
La “Hueste Indiana”:
Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

Ebert Cardoza Sáez


1. Introducción
El tema militar como objeto de estudio, presenta numerosas difi-
cultades bibliográficas, documentales y hemerográficas. En especial,
cuando se trata de enfocar aspectos de la Historia Militar ubicados en
los siglos de la dominación colonial, hasta las primeras décadas del siglo
XIX, cuando se produce la ruptura de los lazos de dependencia con la
Metrópoli, y se opera el tránsito hacia la formación de un ejército de
carácter anticolonialista, patriótico y/o republicano, surgido, en gran
parte, de las filas milicianas. Para entender este tránsito, es necesario
estudiar todo el pasado colonial y aquí las dificultades aumentan por
la carga ideológica que suelen tener tanto las fuentes como los análisis.
De allí el valioso aporte del doctor Santiago-Gerardo Suárez, sobre la
temática histórico-militar de la colonia, quien apoyado en una acuciosa
investigación ha posibilitado un mejor acercamiento al estudio de las
instituciones militares del período hispánico.
Este artículo se ha centrado, básicamente, en el análisis relativo al
surgimiento, composición, financiación y reclutamiento de la “hueste
indiana” en el continente americano, tomando como punto de partida
la guerra de conquista española a principios del siglo XVI, en los territo-
rios llamados “Indias Occidentales”, escenario donde irrumpió aquella
fuerza militar invasora, procedente de la Península Ibérica, destruyendo
consecuentemente los fundamentos de la civilización pre-hispánica.
En Venezuela, como en otras regiones, la hueste indiana, por una
parte, se convirtió en factor de despoblamiento, causado por la acción
genocida del invasor contra los aborígenes; y por la otra, en fuerza po-
bladora al constituirse las primeras ciudades como núcleos de coloniza-
ción, y posterior expansión demográfica. El problema de la resistencia

43
Ebert Cardoza Sáez

indígena, en lo interno, y los ataques de corsarios y piratas, en lo externo,


planteó a España la necesidad de organizar la defensa militar en sus do-
minios de ultramar. A tal fin, recurrió a la participación de los colonos,
principalmente de los “vecinos españoles” y sus descendientes, quienes
organizados en milicias fueron los encargados de defender, tanto los
intereses de imperio, como el de sus propiedades y bienes como clase
social dominante en la colonia. De allí germinó el carácter clasista de la
institución armada. En lo sucesivo, el papel de las milicias estuvo estre-
chamente vinculado a la conservación de la estructura socio-económica
de la sociedad hispanoamericana.

2. El surgimiento de la hueste indiana


La guerra de conquista fue, a nuestro juicio, el hecho que inauguró
el proceso histórico militar de Hispanoamérica, a partir del siglo XVI. La
guerra contra los pueblos aborígenes impuso al invasor europeo, organi-
zar su propia fuerza armada con su método, estrategia, táctica y técnica
específica, y a militarizar13 un continente donde en sus tres cuartas partes
“no existe un verdadero ejército”. Sólo México, y particularmente el Perú
incaico, proporcionan ejemplos de poseer organizaciones militares más
avanzadas, por cuanto, como afirma Salas refiriéndose al Perú “puede
ejemplificar un estado cuya última etapa histórica denuncia un avanzado
militarismo.14 Por lo demás, fueron México y el Perú las regiones donde
se estructuraron las más complejas organizaciones sociales y políticas
prehispánicas, sobre las cuales se establecieron los principales centros
virreinales del imperio español.
En Venezuela, frente a la maquinaria bélica invasora, el aborigen
carecía de ejércitos, pero su actitud guerrera se puso de manifiesto en
una prolongada resistencia que se extendió hasta bien avanzado el
siglo XVII. El cronista Pedro Mártir de Anglería, considerado el primer
cronista general de Indias, escribió de los pobladores originarios de
Cumaná lo siguiente: “las mujeres atienden a las cosas de la familia
13
Según Guillermo Cabanellas de Torres, la voz “militarizar” se aplica “cuando se habla de un país, de un
terreno, militarizarlo es darle condiciones de Teatro de Guerra, de ataque y defensa; construyendo
fortificaciones, abriendo o cortando caminos, echando o destruyendo puentes, etc”, lo cual se adapta
perfectamente al contexto que estudiamos. (Diccionario Militar, T. IV, p. 804).
14
Alberto Mario Salas. Las Armas de la Conquista. Buenos Aires, 1950, p. 273.

44
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

y a la agricultura más que los hombres, y éstos se dedican más a las


cosas de la guerra”.15 El más largo proceso de conversión “pacífica” de
los pueblos nativos se dio precisamente en Venezuela, como conse-
cuencia de la feroz resistencia que el indígena venezolano le presentó
al español, por lo cual la ocupación definitiva de este territorio fue,
junto con la guerra de los Araucanos la más cruenta y prolongada de
los dominios españoles en América. Según el historiador Manuel Ma-
gallanes, basado en una documentación aportada por Baralt, “el primer
encuentro armado que tuvieron los españoles con los aborígenes del
Nuevo Continente ocurrió en las costas venezolanas”16, en 1499, en
un sitio bautizado por el capitán Alonso de Ojeda con el nombre de
Puerto Flechado.
Los soldados expedicionarios españoles iniciaron la historia mi-
litar hispanoamericana, a partir del siglo XVI, con la introducción de
la pólvora y el caballo, que junto a otros recursos bélicos17, no menos
importantes como la espada, la lanza, el perro y la ballesta, constitu-
yeron las principales armas, totalmente desconocidas para el guerrero
nativo, con las cuales el conquistador pudo organizar su violencia para
impulsar y consolidar su dominación. En lo sucesivo, virreyes, capita-
nes, generales y encomenderos serían los encargados de hacer efectiva
la defensa del imperio y sus colonias. Los recursos bélicos empleados
en América por los grupos hispanolusitanos, reflejaron el alto nivel
de desarrollo alcanzado en el campo de la tecnología de armamentos
en Europa para fines del siglo XV.
Frente a tales recursos bélicos la resistencia indígena opuso un
armamento de limitada efectividad: armas arrojadizas (flechas, dardos
y varas) de madera y punta de hueso o piedra, las cuales difícilmente
penetraban en las defensas de cuero o algodón (escaupil). El invasor
español obligó al indígena a modificar y simplificar muchos elementos

15
Pedro Mártir de Anglería. “Décadas del Nuevo Mundo”. En Venezuela en los Cronistas Generales de
Indias. Caracas, 1962, T. I, Libro VIII, Cap. II, p. 13.
16
Manuel V. Magallanes. Luchas e Insurrecciones en la Venezuela Colonial. Caracas, 1982, p. 15.
17
Bajo la denominación de recursos bélicos agrupamos tanto las armas en sentido estricto (espadas,
lanzas, ballestas, escopetas, arcabuces, etc.), como los animales utilizados por los españoles y
portugueses en función militar (caballo y perro).

45
Ebert Cardoza Sáez

culturales referentes a la guerra. El nuevo adversario llegaba con fina-


lidades y objetivos que muchos pueblos indígenas no podían entender
en su totalidad. Ignoraban el secreto de aquellas portentosas armas de
guerra que llegaron a ser su más solicitado despojo.
Empero, dice Plaza Delgado, “con acierto podría decirse que el
armamento militar con que el conquistador español redujo al indio
constituyó un factor en estos hechos, cuya importancia no puede
ser exagerada”. Sostiene el citado autor que, sin restar importancia
a la eficacia de las armas europeas, no podríamos comprender dicho
proceso si:

no se coloca al hombre español, al soldado, que con dis-


tinta experiencia militar previa, desde los que muchos la
tuvieron en diferentes escenarios y campañas europeas,
hasta los que carecían totalmente de ella, en el centro
mismo de los factores y los elementos que la iban a hacer
posible.18

El español del siglo XVI, que tenía en su haber la experiencia


terrible de una lucha de ocho siglos contra los moros, será pronto el
personaje fundamental y casi legendario de la conquista del continente
en proceso de ocupación. En cuanto a técnicas de combate empleadas
por el nuevo contendiente del indígena, la información contenida en las
fuentes es poco precisa. Sin embargo, del análisis de los datos generales
referidos a los enfrentamientos bélicos indo-ibéricos se infiere que
aquellas aplicadas por los grupos hispanoportugueses demostraron,
en la práctica, una eficacia superior a la de sus oponentes.
En efecto, los contingentes militares indígenas, habituados a un
tipo de guerra en el cual la lucha cuerpo a cuerpo en igualdad de con-
diciones representaba el punto culminante de la acción, aplicaron las
técnicas correspondientes sin introducir, ni aún después de algunas
experiencias negativas frente a los grupos ibéricos, modificaciones
de importancia. Así, el orden de batalla cerrado, apto para un choque
frontal entre grandes masas de combatientes de infantería, y/o la
18
Amilcar Plaza Delgado. Las Armas Españolas en la Conquista de Venezuela. (Siglo XVI), Caracas, 1958,
p. 20.

46
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

emboscada cuya finalidad era debilitar al enemigo antes del definitivo


encuentro cuerpo a cuerpo, aparecieron como las formas exclusivas
en que dichos contingentes operaron.19
Todos estos factores y elementos de carácter militar constituyeron
la génesis del proceso histórico militar en Hispanoamérica, útiles para
la comprensión de la “conquista y colonización” y el posterior desarrollo
de las instituciones castrenses venezolanas.

3. Composición de la hueste indiana


La invasión de América fue fundamentalmente obra de soldados.
Esta característica le imprimió al proceso un marcado sello militar.
“Las sociedades americanas de la primera época requerían gente ca-
paz de imponerse por las armas, y aún los labradores y menestrales
se hicieron soldados”.20 En la “hueste”21 conquistadora había de todo,
pero los marineros y soldados constituyeron el grueso de la población
expedicionaria.
La heterogeneidad social fue el rasgo distintivo de la composición
de la hueste. La Armada de 1493 trajo gente de importancia, perte-
necientes a las “familias más linajudas de Sevilla, altos funcionarios,
criados de la Casa Real, hidalgos, caballeros, comendadores, clérigos”.22
Toda la mayor parte de la tripulación iba con sus armas de guerra
para emplearlos ofreciéndose el caso. Entre los trescientos hombres a
sueldo que podía llevar Colón en su armada de 1498 figuraban treinta
marinos y treinta grumetes. Y cuando Cortés reclutó su tripulación, a
su hueste de 508 soldados se sumaron 109 hombres entre maestres,
pilotos y marineros. En abril de 1502 llegó la espectacular Armada

19
El Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES), de la Universidad Central de Venezuela, publicó un trabajo
bajo el título Formación Histórico-Social de América Latina, en el cual se ofrece una información deta-
llada sobre las técnicas de combate empleada por el conquistador europeo en el medio americano.
20
Angel Rosenblat. “Base del Español de América: Nivel Social y Cultural de los conquistadores y pobla-
dores”, en Revista de Indias, XXXI. Nos.125-126, Madrid, Julio-Diciembre 1971, p. 32.
21
El término “hueste” y, más concretamente, “hueste indiana”, ha tenido –dice Santiago-Gerardo Suárez-
gran fortuna en la literatura histórica”. En el siglo XVI, al conjunto de hombres enganchados por un
caudillo, se designa con el nombre de “gente”, vocablo ampliamente utilizado por los cronistas,
y el cual, para el historiador, es el que mejor responde al origen modélico de la hueste indiana.
(Santiago-Gerardo Suárez. Las Milicias. Instituciones Militares Hispanoamericanas. Caracas, 1984).
22
Angel Rosenblat. Ob. Cit., p. 19.

47
Ebert Cardoza Sáez

de Nicolás de Ovando, traía no menos de 2500 hombres, “la mayoría


nobles y principales”23, la hueste constaba de 10 escuderos a caballo (es
decir hidalgos), 52 peones de guerra y un maestro artillero. Además
13 frailes franciscanos, cuatro hermanos legos y cuatro clérigos, un
médico, un cirujano y un boticario. Con este contingente comenzó una
nueva etapa: fundación de diez poblaciones, conquista violenta de la
isla La Española y el repartimiento de tierras y mano de obra indígena.
Hay motivos para pensar que entre los 2.500 hombres o más que
iban en cada una de las expediciones –todos eran potencialmente
hombres de armas– una buena proporción era de hidalgos24, y en tal
situación prohibió el traslado de mas hidalgos a Indias. La mayoría
de este componente social formaba parte de la baja nobleza española
y constituyó el brazo militar de las villas o ciudades urbanas. Fueron
los miembros de esta capa urbana de nobles segundones, gente enno-
blecida o, simplemente, ciudadanos enriquecidos, quienes al pasar a
las Indias, integraron el sector dirigente de la sociedad en formación.
“Fueron ellos quienes proporcionaron gobernadores, capitanes, re-
gidores, alcaldes, etc., a la empresa de la conquista y colonización”.25
También formaban parte de la hueste: oficiales del Rey, clérigos,
licenciados, bachilleres, escribanos, contadores, quienes luego lle-
garon algunos a improvisarse como capitanes. La composición de la
hueste indiana era así muy compleja. “Con todo –dice Rosenblat– las
expediciones formadas en las Antillas, y luego en el Darién, tuvieron
sin duda una mayoría de soldados (peones, ballesteros, arcabuceros,
piqueros) de las clases inferiores”.26 Aclara Angel Rosenblat que el
soldado español de 1500 no era necesariamente de clase inferior, ni
desde el punto de vista social ni cultural.

El ejercicio de las armas había sido privativo del estamento


superior (los bellatores, defensores o guerreros): las mili-
cias eran señoriales o de las órdenes militares, aunque ya

23
Ibidem.
24
Ibidem.
25
Juan Friede. “Los Estamentos sociales en España y su contribución a la Emigración a América”. En
Revista de Indias, XXVI, Nos 103-104, Madrid, enero-julio, 1966, p. 20.
26
Angel Rosenblat. Ob. Cit. p. 38.

48
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

a fines de la Edad Media había además milicias concejiles,


de vecinos de ciudades y villas, con peones y caballeros
asimilados a la hidalguía.27

Finalmente, los Reyes católicos suprimieron las milicias señoriales


y concejiles y organizaron el ejército real, constituido por voluntarios,
sobre todo de la clase hidalga. Empero, la empresa conquistadora de
las Indias no la emprendieron capitanías del ejército real, sino huestes
expedicionarias de constitución muy compleja similares más bien a las
viejas mesnadas; un caudillo-capitán alistaba voluntarios y nombraba,
asimismo, capitanes de compañía; los soldados acudían con sus armas,
vestimentas y malotaje y no percibían sueldo, sino participaban en los
beneficios.
La composición de la hueste indiana tuvo marcada influencia sobre
la nueva estructuración de la sociedad hispanoamericana, y sobre todo,
en la génesis y desarrollo de la incipiente instituciones militares que co-
mienzan a manifestarse desde el siglo XVI. “Las huestes de la conquista
fueron un permanente ejército en trance de actuar”28, la alta proporción
de hidalgos, marinos y soldados favorecía su función militar.

4. Financiamiento de la hueste indiana


La vasta empresa de expansión colonialista en América es un proceso
que debe estudiarse en el marco de las relaciones Estado-Particulares, el
cual funciona correlativamente como mecanismo de financiamiento de
la hueste indiana en representación de la autoridad real en el continente
encontrado aquende el Océano Atlántico.
La hueste expedicionaria actuaba bajo la connivencia política y ju-
rídica de la Corona española. Empero, la organización y financiamiento
de las expediciones estuvo a cargo fundamentalmente, de intereses
particulares. Tal como afirma Santiago-Gerardo Suárez:

En momentos en que el control de los ejércitos por los


monarcas europeos y, en particular, por los españoles,

27
Ibidem, p. 36.
28
Lucas G. Castillo Lara. Las Acciones Militares del Gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor, p. 394.

49
Ebert Cardoza Sáez

torna a ser un atributo de la soberanía real, la conquista de


América se realiza por particulares, principalmente, que
tienen a su cargo la organización de las expediciones, esto
es, el aprontamiento de las naves, el pago de los sueldos
de los pilotos y marineros, los socorros y ayuda de costa
a capitanes y soldados, la contratación del clérigo, la pro-
visión de los bastimentos y armas, pertrechos, caballos y,
muy especialmente, el reclutamiento de la gente.29

El financiamiento de la hueste es uno de los aspectos más relevantes


para comprender la estrecha relación existente entre las formas políti-
cas y las formas militares y la circunstancia en que las formas políticas,
económicas y militares evolucionan interrelacionadas, lo cual cons-
tituyen razones más que suficientes para entender diversos aspectos
relacionados con el surgimiento de tal hueste en la hora crucial de la
confrontación civilizacional en las innominadas tierras, luego llamadas
las Indias, y el conocimiento de su génesis y desarrollo son indispensa-
bles para explicar el proceso conquistador y colonizador como un todo
y, muy especialmente, para tener una idea cabal de la historia militar
del Nuevo Mundo.
En términos estatales la hueste indiana era parte integrante de la
política expansionista de España, pues se necesitaba abrir nuevas rutas
comerciales para la explotación de nuevas fuentes de materia prima,
ampliar las fronteras del imperio para ofrecer promisorias oportunida-
des de enriquecimiento a todas las clases sociales de la Península, pero
sobre todo para la decadente nobleza y la monarquía.
La organización de las expediciones de conquista, exploración,
rescate o poblamiento, se efectúa con arreglo al sistema jurídico de
capitulaciones, que confiere a la Corona la prerrogativa de pactar con
los particulares, la realización de determinadas empresas o servicios
públicos, sin excluir las de tipo militar. Durante el siglo XVI, se concer-
tan numerosas capitulaciones entre la Corona y los particulares, que
determinan la prestación, en una u otra forma, de servicios militares,
pues si bien los expedicionarios deben prepararse para llevar a cabo una

29
Santiago-Gerardo Suárez. Ob. Cit. p. 11.

50
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

penetración pacífica, no se descarta la posibilidad de recurrir a las armas


para la apropiación violenta de tierras y población nativa.30
Al entrar en crisis las finanzas públicas, la Corona da prioridad a
las expediciones organizadas “a costa y minción”31 de los particulares,
como dicen reiteradamente los documentos de época.

Cuando el principio de economía privada triunfa en la


legislación Filipina de 1573 sobre el principio de economía
pública, el número de empresas costeadas por el erario es-
tatal en comparación con las costeadas por los particulares,
resulta ser extraordinariamente reducido.32

El funcionamiento de la hueste indiana dependerá, pues de la capa-


cidad económica de los promotores y, eventualmente, al éxito o fracaso
de las expediciones. Las primeras que se efectúan a costa y provecho
o minción de los particulares se inician en 1499, a cargo de gente del
mar: Pinzón, Juan de la Cosa y Ojeda, Niño y Guerra, Lepe, y se limitan
a actividades de rescate. La inhibición económica de la Corona no pasa
inadvertida para los cronistas y tratadistas contemporáneos. Fernán-
dez de Oviedo manifiesta que “quassi nunca sus Majestades ponen su
hacienda et dinero en estos nuevos descubrimientos, excepto papel e
palabras buenas”.33 Vargas Machuca (1599) señala que:

en esta milicia el príncipe no hace el gasto, porque el capi-


tán o caudillo que a su cargo toma la ocasión él se hace la
gente y las sustenta y paga y había (sic) de todo lo necesa-
rio, previniendo armas y municiones, sin que intervengan
pagadores reales.34

Solórzano y Pereyra justifica las encomiendas como premio a tantos


capitanes y soldados que sirven al rey en “conquista, pacificaciones y
poblaciones (...) gastando en ellas vidas y haciendas sin pago alguno”.35En

30
Ibidem, p. 15.
31
Minción: del antiguo misión, gastos o expensas que se hacen en algo.
32
Santiago-Gerardo Suárez. Ob. Cit. p. 17.
33
Gonzálo Fernández de Oviedo y Valdés. Historia General y natural de las Indias, Islas y tierra firme del
Mar Océano. Managua, 1851.
34
Ibidem. Libro I, p. 46.
35
Ibidem, Libro III, Cap. II, n. 14.

51
Ebert Cardoza Sáez

lo sucesivo, cuando el capitán promotor carece de suficientes recursos


económicos para montar las expediciones, los obtiene de los mercade-
res, como en otros tiempos; pero, convierte el préstamo en deuda de los
hombres alistados y, al efecto, carga al común, el costo de la empresa. En
algunos casos, quienes se incorporan a la hueste, además de colaborar
económicamente, suman otros hombres a la expedición y pagan su flete
y mantenimiento, a cambio de lo cual el caudillo les da algún cargo: una
capitanía, una lugartenencia, una mayordomía.
Después de implantado el sistema de costas particulares, la misma
Corona sufragó varias expediciones. Pero la gran mayoría corrió a cargo
de particulares. Este aspecto económico del funcionamiento de la hueste
es significativo porque ayuda a comprender la evolución de las relacio-
nes Metrópoli-Colonias, las cuales progresivamente adquieren formas
particulares de desarrollo con el transcurrir de los siglos.

5. Reclutamiento de la hueste indiana


Habiendo analizado, en sus rasgos más generales, la composición de
la hueste conquistadora, en su aspecto social, y examinado su mecanismo
de financiamiento, es preciso ahora detenernos en las características que
definen el reclutamiento de los soldados y, en general, de la gente que
se alista en las expediciones.
En primer lugar, debemos señalar que el reclutamiento de la
hueste se realizó con un acentuado carácter etnicista. En efecto, en
1563, un conjunto de reglas y principios entran a formar parte de la
legislación indiana, relativo al tipo de gente que ha de incorporarse
a las filas de la hueste y, en general, de los ejércitos. En ellas se man-
da a los capitanes, en una de las disposiciones ordenancistas, poner
especial cuidado en que los reclutados “sea gente limpia de todo raza
de moro, judío, hereje, o penitenciario por el Santo Oficio”.36 Ya con
anterioridad a esta Ordenanza, hacia 1554, en Chile, se solicita que no
se “admita a oficio de la guerra ni en ningún tiempo hombre que sea

36
Diego de Encinas. Provisiones, cédula de ordenanzas, Instrucciones y cartas, libradas y despachadas en
diferentes tiempos por sus majestades... (cedulario Indiano), IV, p. 239, N° 76; citado por Santiago-
Gerardo Suárez. Ob. Cit. p. 43

52
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

hijo ni nieto de quemado ni reconciliado ni oficial de oficio mecáni-


co”.37 En teoría, pues, la reglamentación regia se mostraba excluyente,
segregacionista, reveladora de un etnicismo, base de la tan discutida
“limpieza de sangre”.
Los estudios realizados sobre la procedencia regional de los primeros
emigrantes españoles, coinciden en señalar, por su orden de importancia,
a Andalucía, Extremadura, Castilla La Vieja, Castilla La Nueva como
las comarcas que aportaron un mayor contingente a la colonización de
Hispanoamérica en los siglos XVI y XVII. Sin embargo, a pesar de las
notables diferencias de tipo provincial, no cabe duda de la existencia de
un factor que permitió cohesionar al regionalismo español: lo étnico-
nacional. Tal noción la observamos, muy particularmente, en el desa-
rrollo de la guerra de reconquista contra los moros, y en la expulsión
de los judíos. La conquista de América, se efectúa en una época en que
la unificación política de las Coronas de Castilla y Aragón, impulsa, al
mismo tiempo, un proceso de compactación étnica en el contexto de
un incipiente nacionalismo, cuya primera etapa estuvo caracterizada
por un claro etnocentrismo.
Algunas expediciones se reclutaron en España, otras en las Indias.
A partir del primer cuarto del siglo XVI, se prefiere reclutarlas en las
Antillas, especialmente en La Española y Cuba. En 1526 se mandó a los
capitanes conquistadores con licencia para rescatar, poblar y descubrir
“sean (...) obligados a lleuar la gente que con ellos quieren yr (...) destos
nuestros Reynos de Castilla o de las otras partes que no fueran prohi-
bidas”38, y autorizan para seleccionar en Indias, solamente “una o dos
personas (...) para lenguas y otras cosas necesarias”.39 La prohibición en
referencia y, correlativamente, la obligación de reclutar gente en España,
establece una distinción entre las huestes llamadas directas –cuando se
nutre de chapetones, organizada y armada en la Península– y las llama-
das derivadas –cuando se organiza y arma en las Indias con baquianos
o chapetones residuales.

37
Alberto Mario Salas. Ob. Cit., p. 325
38
Diego de Encinas. Ob. Cit. p. 226, citado por Santiago-Gerardo Suárez. Ob. Cit. p. 36.
39
Ibidem, p. 238.

53
Ebert Cardoza Sáez

La persona encargada de realizar el reclutamiento de la hueste es el


Capitan40, autoridad suprema de la expedición y caudillo de la empre-
sa. Como jefe supremo, es quien determina las jerarquías, la cual está
integrada por un general, un maestre de campo, un sargento mayor y
varios capitanes, alféreces y cabos: en algunas huestes, la jerarquía se
reduce a la del capitán.
De ordinario, los preparativos para el reclutamiento de la gente
degeneran en cierto exclusivismo, sólo cuando las circunstancias así lo
permiten.

En oportunidades, ni siquiera es necesario enarbolar ban-


deras, pues el enganchamiento corre a cargo de capitanes
que tienen familiares y amigos en abundancia, capaces de
congregar en torno suyo a grupos enteros de pobladores,
suficientes a integrar unidades o compañías.41

Quedaba así la hueste a merced de un estrecho círculo familiar y


personas de confianza, cuya limpieza de sangre se consideraba incues-
tionable.
Establecidos en la Indias, el reclutamiento de la gente que nutre
las filas de la hueste se tornó más compleja. Se necesitaban hombres
baquianos, conocedores del medio geográfico, e incluso demográfico,
para realizar las jornadas de exploración y conquista. Es entonces cuando
el reclutamiento de los indígenas desempeñó un papel decisivo. Desde
el punto de vista militar, su función se limitó a la de una especie de
guerrero auxiliar sin grado. Su participación era, a nivel estructural de
la jerarquía, absolutamente marginal. Para el capitán y su soldadesca
el reclutamiento era, con buena fortuna, sinónimo de grados, títulos y

40
En realidad la palabra “capitan” recoge una tradición de larga data. Durante la Edad Media, los “Señores”
y maestre de las órdenes militares a quienes los reyes conceden el poder y facultad para levantar
y mantener ejércitos, suelen utilizar, para su reclutamiento de la gente de guerra, personas de su
confianza a quienes instituyen capitanes de las compañías o bandas reclutadas. Mario Briceño
Perozo apunta que el “Capitán o capitán guerra” es quien ejerce el mando de las fuerzas armadas.
En las provincias que se establecen en las Indias, en un principio, el mando militar recae en la per-
sona del capitán, quien en su momento será Gobernador de lo conquistado. (Ver la ponencia de
Briceño Perozo “Ambito institucional de la Capitanía General de Venezuela”, en Memoria del Tercer
Congreso Venezolano de Historia, pp. 299-318).
41
Santiago-Gerardo Suárez. Ob. Cit. p. 42.

54
La “Hueste Indiana”: Surgimiento, composición, financiación y reclutamiento

señoríos; para el guerrero indígena, sólo se reservaba la esclavitud y la


servidumbre.

En sus entradas de conquista la hueste española se hacía


acompañar por un crecido número de indios, a quiénes
ocupaban en tareas muy duras como eran las de cargar
los mantenimientos, los pertrechos y los heridos; abrir
caminos por la selva, cortar madera, construir fuertes y
otras obras necesarias en la guerra. Diego de Losada, por
ejemplo, extrajo para la expedición de conquista del Valle
de Caracas, 800 indios que hicieron compañía a un ejército
de apenas 150 soldados españoles.42

El reclutamiento indígena estaba enmarcado dentro de las rela-


ciones de esclavitud impuestas por el invasor. Más que un soldado, el
indígena era un esclavo de guerra. Por eso, al estudiar el sistema de re-
clutamiento de la hueste se hace imprescindible un análisis del carácter
étnico-clasista que impulsa al mismo, a fin de establecer diferencias
entre el reclutamiento aplicado al soldado español, a nivel estructural,
y el aplicado al indígena, por reclutamiento forzoso o voluntario, exento
de grados, títulos y premios.

42
Eduardo Arcila Farías. El Régimen de Encomienda en Venezuela. Sevilla, 1957, p. 57.

55
Algunas consideraciones sobre relaciones
civiles y militares en Venezuela durante el período
independentista

Raúl Meléndez
Normalmente, cuando se utilizan las fuerzas armadas,
el general recibe, en primer lugar, las órdenes del soberano.
Sun Tzu. “El Arte de la Guerra”

Para un estudio sistemático y detallado sobre las relaciones entre


civiles y militares en Venezuela, en torno a la detentación del poder
político y su correspondiente presencia frente a la sociedad, durante
el proceso de independencia, se hace necesario, por lo complejo del
asunto, un esfuerzo que deba pasar primero, hasta ir más allá, por la
revisión, reflexión y reinterpretación históricas. Revisión que se ha
acentuado durante los últimos años a propósito de estarse celebrando
los doscientos años del inicio de la gesta emancipadora nacional, inci-
tada ésta en un primer momento, precisamente, por sectores civiles de
la vida nacional que ya tenían presencia significativa en los inicios del
decimonono venezolano.
A los efectos de esta última apreciación, basta con verificar que los
originarios movimientos de aquellos tiempos, autonómicos primero e
independentistas después, fueron de naturaleza civil; la práctica juntista
y la legislativa entre 1808 y 1812, extendidas en 1819 y 1830, son claros
ejemplos de ello.
En torno a lo que decimos se puede adelantar una afirmación que
resulta irrefutable y es que, por lo menos desde el punto de vista for-
mal, nuestra tradición jurídica e institucional que se proyecta desde los
tiempos independentistas, subordina las actuaciones del sector militar
o de los hombres puestos en armas, a las autoridades civiles.
Entre 1812 y 1830, año este último cuando finalmente se establece
una república institucional y constitucionalmente efectiva, encon-
tramos varios espacios entre los que se incluye el período bélico;
escenario este último no tratado en el presente ensayo puesto que
Domingo Irwin trabaja magistralmente algunos aspectos de ese pe-
ríodo en esta misma compilación. Sin embargo, se debe resaltar que

59
Raúl Meléndez M.

una de sus características fue el absoluto liderazgo de Simón Bolívar,


sobre todo hasta 1821, que opacó cualquier gran actuación de algún otro
actor o grupo que se interpusiera a su liderazgo. En otras palabras, el
libertador fue estadista como ciudadano y General como militar.43
Frente a lo que gran parte de la historiografía venezolana reduciendo
casi todo el proceso independentista, de manera desconectada, a la mera
actuación de quienes entonces se hacían llamar patriotas44, resumida
en gestas, batallas y campañas gloriosas, resurgen voces autorizadas
señalando que el asunto no parece tan fácil como para remitirnos única
y exclusivamente a un campo de batalla, excluyendo de todo protago-
nismo a un sector civil que al igual que los próceres militares, también
construyó la idea tempranera de nuestra independencia con figuraciones
que estamos obligados a reivindicar y reconocer:

El militarismo ha creado una confusión entre independen-


cia y libertad (...). Los militares, al presentarse como los
autores de la independencia y de la libertad, han logrado
algo que es muy importante, que es calar en la conciencia
histórica del venezolano como la fuerza creadora de la
nacionalidad.45

Lo anteriormente afirmado es una preocupación vieja que debe con-


ducirnos hacia nuevas reflexiones, habida cuenta que hoy, a doscientos
años de aquellos acontecimientos, sectores propensos a retener el poder
político convierten nuestro pasado histórico en un dique ideológico
para seguirlo detentando con delatadas intenciones de perdurabilidad.
La Independencia aún continúa, hoy es más que un slogan publicitario.

Los civiles toman la iniciativa


El tiempo histórico que transcurre entre 1808 y 1812 va a tener dos
momentos. Uno que abarca los años 1808 y 1810 caracterizado por mo-

43
En 1814 Bolívar llegó hasta conferirle el grado de Capitán al niño de apenas tres años José Félix Ribas,
hijo del prócer del mismo nombre. Ver: Boletín del Archivo Histórico de Miraflores Nº 1-2. Julio-
octubre. Caracas 1959. pp. 5-16.
44
Tendencia esta que comienza a los pocos años de terminada la guerra pero posteriormente acogida por
una infinidad de autores e instituciones como la Academia Nacional de la Historia.
45
Germán Carrera Damas entrevistado por Gloria Bastidas. El Nacional. Caracas. 11/12/2011. p. 4.Sietedias.

60
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

vimientos juntistas y, el otro, entre 1810 y 1812 con el inicio de la práctica


legislativa en Venezuela. Durante este tiempo no se puede hablar de
relaciones civiles y militares propiamente dichas en pro de la obtención
del poder en nuestras provincias, toda vez que del lado español ni del de
los futuros insurgentes se contaba con un ejército en el sentido moderno
de la palabra. Sin embargo, se antojan indispensables algunas referencias
para abordar el proceso que se produjo el estallido de la guerra.
Las juras a Fernando VII se hicieron desde diferentes lugares
del territorio patrio durante aquel 1808. Otro hecho de relevancia en
esta primera etapa lo constituyen dos proyectos de juntas promovidos
desde Caracas. Uno propuesto por el Gobernador Juan de Casas en
julio y, el segundo, en noviembre por un grupo de notables caraque-
ños. Ambos en 1808. El primer proyecto de Junta al que nos referimos
no tuvo mayor trascendencia, sobre todo por la alusión que hace a
la Junta de Sevilla, ya que ésta no era considerada representativa del
gobierno peninsular.
La segunda propuesta de Junta, en noviembre, tampoco fue más
allá, toda vez que los caraqueños firmantes y proponentes, aun cuando
manifestaron una clara posición de adhesión y fidelidad hacia Fernando
VII, eran observados con ciertas dudas por las autoridades peninsula-
res establecidas en Caracas. Recelo este que dos años más tarde sería
despejado toda vez que aquellos suscribientes que juraban fidelidad al
rey depuesto, se constituyeron en protagonistas de primer orden para
propiciar la autonomía primero (una especie de autodeterminación
disfrazada), en 1810 y la independencia luego en 1811.46
Para nuestro interés, lo que si se deja claro es que desde entonces
un importante sector de la sociedad civil caraqueña, fundamentalmente
comerciante, muy vinculado al Ayuntamiento y a otros sectores del ofi-
cialismo español, comienza a apresurarse en tomar cartas en el asunto
de la crisis peninsular, indistintamente de las pretensiones subyacentes
entre los distintos protagonistas.

46
Muchas interpretaciones se tejen alrededor de este aparente cambio brusco de actitud por parte de los
mantuanos firmantes. Ver: Inés Quintero. La Conjura de los mantuanos. Caracas, Ediciones UCAB,
2002, pp. 7-18.

61
Raúl Meléndez M.

En mayo de 1809 el gobierno provisional español llama a elecciones


en sus colonias convocando a la participación americana a los efectos
de su representación parlamentaria en un eventual gobierno central
metropolitano. Esta convocatoria pareció una suerte de propuesta
novedosa. Sin embargo, trajo consigo dificultades inimaginables; so-
bre todo porque dicha participación jamás se planteó en términos de
igualdad de representación península-colonias. Y eso provocó mucha
suspicacia.
Entendemos que una segunda etapa de aquellos años que por los
momentos nos preocupan, se da entre los años de 1810 y 1812. Sobre
todo porque comienza con la reaparición del juntismo en 1810 que se
había opacado, en cierto modo, con las elecciones de 1809 y que ahora
si vendría con intenciones bien definidas, dicho está, de autonomía
primero e independencia después, tal y como se observará cuando se
estructure más adelante la Suprema Junta de Gobierno resultante de
los sucesos del 19 de abril. Suprema Junta que se constituirá en susti-
tuta de la máxima autoridad española representada por la Capitanía
General.
La fecha clave para el inicio de este segundo momento va a ser, sin
lugar a dudas, el 19 de abril de 1810 por todo lo que él representa y que
ha sido reconocido así por gran parte de la historiografía patria. Desde
aquella fecha tomarán especial interés las experiencias juntistas que
reseñábamos. Los criollos caraqueños, ahora con mayor experiencia, ya
contaban con el apoyo de ciertos jefes militares y milicianos y también
de otros sectores de la sociedad civil como los pardos y el Clero: Juan
Germán Roscio, José Félix Sosa, José Félix Ribas y el canónigo José
Cortés de Madariaga entre otros.
Desde aquel primer momento se dejaba claramente establecido
que ese movimiento tenía todas las características de una insurrección
civil, presentando inicialmente un discurso en apariencia confuso, que
desconocía por primera vez a la máxima autoridad engendrada desde
España para esta colonia, pero simultáneamente se declaraba defensor
de los derechos de Fernando VII:

62
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

El movimiento del 19 de abril de 1810, no fue un movimiento


independentista sino un movimiento de la sociedad civil de
la época, representada `por la clase mantuana y los blancos
criollos y pardos (...) Por eso, lo central del 19 de abril como
movimiento fue el ejercer el principio de representación
que terminará convirtiéndose en el primer manifiesto de
soberanía de la nación, aunque esté revestido de adhesión
al rey.47

De este modo, la primera institución de corte civilista que con


cierto orden y organización comienza a desconocer a las autoridades
metropolitanas del momento fue el Cabildo de Caracas, aquel 19 de
abril de 1810. Un sector militar, en el caso caraqueño, estuvo del lado de
la insurgencia pero siempre en el entendido que para todos los efectos
se encontraría subordinado a las autoridades civiles que se formarían
a raíz de aquellos acontecimientos. Como en efecto así fue. Incluso, el
mismísimo Capitán General que fungía como autoridad civil y militar
a la vez, no pareció mantener una conducta de radical rechazo a lo que
estaba sucediendo entonces.
Algunos de los insurrectos lograron, inconsultamente, que se les
reconociera como diputados del pueblo, en clara alusión de su inves-
tidura civil, pero contando desde ya con un grueso grupo de hombres
en armas Aquella mañana el cabildo sesionó, formalmente ilegal, con
un abultado número de capitulares; más de lo reglamentariamente ad-
mitido.La parte final del Acta que se elaboró aquel día resulta bastante
ilustrativa sobre lo que hemos venido sosteniendo:

En el mismo día, por disposición de lo que se manda en el


acuerdo que antecede, se hizo publicación de éste en los
parajes más públicos de esta ciudad, con general aplauso y
aclamaciones del pueblo, diciendo: ¡Viva nuestro rey Fer-
nando VII, nuevo Gobierno, muy ilustre Ayuntamiento y
diputados del pueblo que lo representan! Lo que ponemos
por diligencia, que firmamos los infrascritos escribanos de
que demos fe.48

47
José Pascual Mora. “La Junta Suprema de Caracas y el proceso juntero en la región andina tachirense”,
Mañongo, Valencia, nº 35, julio-diciembre de 2010, pp. 9-19. P 14-15.
48
“Acta del 19 de abril de 1810” en http. www.bib.cervantesvirtual.com/servletSirveObras [20-12-2011].

63
Raúl Meléndez M.

Y he aquí los firmantes, mucho de los cuales autodenominándose


diputados del pueblo pertenecían al sector civil: Vicente de Emparan;
Vicente Basadre; Felipe Martínez y Aragón; Antonio Julián Álvarez; José
Gutiérrez del Rivero; Francisco de Berrío; Francisco Espejo; Agustín
García; José Vicente de Anca; José de las Llamosas; Martín Tovar Pon-
te; Feliciano Palacios; J. Hilario Mora; Isidoro Antonio López Méndez;
Licenciado Rafael González; Valentín de Rivas; José María Blanco; Dio-
nisio Palacios; Juan Ascanio; Pablo Nicolás González, Silvestre Tovar
Liendo; Doctor Nicolás Anzola; Lino de Clemente; Doctor José Cortes,
como diputado del clero y del pueblo; Doctor Francisco José Rivas, como
diputado del clero y del pueblo; como diputado del pueblo, doctor Juan
Germán Roscio; como diputado del pueblo, Doctor Félix Sosa; José Félix
Ribas; Francisco Javier Ustáriz; fray Felipe Mota, prior; Fray Marcos Ro-
mero, guardián de San Francisco; Fray Bernardo Lanfranco, comendador
de la Merced; Doctor Juan Antonio Rojas Queipo, rector del seminario;
Nicolás de Castro; Juan Pablo Ayala; Fausto Viana, escribano real y del
nuevo Gobierno; José Tomás Santana, secretario escribano.49
Como consecuencia de aquellos actos, surgió en Caracas la primera
Junta Conservadora de los derechos del rey Fernando VII, compuesta
por José de las Llamozas, Martín Tovar Ponte, Isidoro A. López Méndez
y Juan Germán Roscio. Acto seguido la Junta crea cuatro instancias de
gobierno; Secretaría de Relaciones Exteriores, Secretaría de Gracia y
Justicia, Secretaría de Hacienda y Secretaría de Guerra y Marina. Lue-
go, con ciertas estrategias pretenderá el control de unidades militares
claves, mientras la idea de creación de nuevas juntas en adhesión a la de
Caracas se extendía por gran parte del territorio nacional. Pero siempre
con mayor participación de sectores civiles:

Los integrantes del nuevo gobierno eran, sin excepción,


vecinos principales de la ciudad fundamentalmente crio-
llos, aunque también había algunos españoles. Todos ellos,
tanto los criollos como los españoles, eran propietarios,
hacendados, hombres de leyes y comerciantes.50

49
Ibid.
50
Inés Quintero. El último Marqués. Caracas, Fundación Bigott, 2002 p.103.

64
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

En razón de aquel 19 de abril, el día 27 del mismo mes en Cumaná


y Barcelona asumen también la representación y defensa de los dere-
chos de Fernando VII. El 4 de mayo lo hace Margarita, el día siguiente
Barinas crea una Junta en iguales términos que la de Caracas. El 16 de
septiembre lo hace Mérida y Trujillo el 9 de octubre. Como bien se sabe,
al movimiento caraqueño no se adhieren Guayana, Maracaibo ni Coro.
Desde los primeros momentos los líderes del movimiento no sólo
se preocuparon por recalcar sobre la naturaleza civil del mismo, sino
que también lo hicieron por marcar sus diferencias con el sector militar
y, además, subordinarlo a su autoridad. A propósito de un extracto del
Bando de Organización Interior publicado el 25 de abril como efecto
directo del acta que se había firmado seis días antes:

El Gobierno Militar pasa del Capitán General a un funcio-


nario designado por la Suprema Junta, separándose así la
autoridad militar de la gubernativa y quedando aquélla
subordinada a la autoridad de la Suprema Junta. Son las
razones de gobierno civil las que fundamentan esta sub-
ordinación de la autoridad militar a la civil, expuestas en
el Manifiesto de la Junta Suprema de Sevilla: “Convence
lo mismo la necesidad indispensable en toda Nación de
un Gobierno civil que atienda a la felicidad general del
Reyno, y al cual esté subordinado el militar. La confianza
de la nación, y por consiguiente sus fondos y capitales,
necesariamente se apoyan en el gobierno civil”.51

La Junta comisionará al jurista Juan Germán Roscio para que norme


o establezca las fórmulas a seguir para la conformación de un Congreso
Constituyente. En efecto, Roscio elabora el Reglamento para la Elección
y Reunión de Diputados que han de componer el Cuerpo Conservador
de los Derechos del Sr. D. Fernando VII en las Provincias de Venezuela.52
Desde el punto de vista formal este Reglamento tiene una gran impor-
tancia. Primero, porque lo componen un conjunto de reglas que van a
normar la elección de la diputación que representará a cada una de las
provincias que se adhieran al movimiento caraqueño y, segundo, porque

51
Juan Garrido Rovira. De la Monarquía de España a la República de Venezuela. Caracas, Universidad
Monte Ávila, 2008. p. 212.

65
Raúl Meléndez M.

constituye un empeño legislativo que refuerza el carácter civil de todo


aquel movimiento que ya tenía por su complejidad y sistematicidad,
características de proceso.
Del mismo modo, se convierte en un referente reglamentario previo
y necesario a la conformación de nuestro primer Congreso Nacional. En
otras palabras, es uno de los eslabones que unen al 19 de abril de 1810 con
toda la actividad parlamentaría de 1811-1812 y, en consecuencia, con la
declaración de la Independencia en julio y la sanción de la Constitución
en diciembre de 1811.
El Reglamento se sanciona el 11 de junio de 1810 y, amén de regular
las elecciones de diputados provinciales con el objeto de ganar adeptos a
la causa caraqueña, reafirma la vocación de anteponer el carácter civil del
movimiento autonómico que precursaba; aspirando la Junta Suprema,
por la vía electoral, delegar en un futuro cuerpo parlamentario o Junta
General de Diputación toda la autoridad y poder que decía ostentar.
En una especie de Declaración de Motivos contenida en el regla-
mento podemos extraer:

Pero esta delegación no tendrá parte alguna en la execu-


cion53 de sus providencias. Sus primeros actos se dirigirán
a establecer un ramo ejecutivo bastante enérgico para la
expedición de toda clase de negocios, conforme a las dis-
posiciones adoptadas por ella, y suficientemente coarctado
para que haya la mayor pureza en el manejo de las rentas, y
la mayor imparcialidad en la distribución de los empleos.
No mandará ella la fuerza armada; no se entenderá con
individuo alguno en particular; sus actas deben hablar con
todos; y su poder se apoya únicamente sobre la confianza
pública.54

Finaliza esta exposición:

52
“Reglamento para la Elección y Reunión de Diputados Que han de Componer el Cuerpo Conservador
de los Derechos de Sr. Fernando VII” en Ediciones facsimilares de la Fundación John Boulton.
Caracas 2006.
53
Se respetará la grafía de la época.
54
Reglamento para la Elección y Reunión de Diputados Que han de Componer el Cuerpo Conservador de
los Derechos de Sr. Fernando VII. Ediciones facsimilares de la Fundación John Boulton. Caracas
2006. p. 6.

66
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

Con la precaución de establecer una separación bien clara y


pronunciada entre el ramo executivo y la facultad dispositi-
va ó fuente provisoria de la ley (...) Las reglas que se prescri-
ben para que tengan parte en su elección todos los vecinos
libres de Venezuela, van a exponerse a continuación; pero
la tierna inquietud de esta Junta Suprema por la suerte de
las provincias que temporalmente se han sometido a su
dirección, le obliga a repetir que sin una favorable predis-
posición por parte de toda la comunidad, sin un ardiente
deseo del bien general, sin moderación, sin desinterés, y
en una palabra, sin espíritu público, de nada servirán las
mejores disposiciones, y que quanto mas francos y libres
sean los reglamentos que gobiernan á un pueblo, son tanto
mas necesarios el patriotismo y la virtud.55

Es muy probable que estas precisiones no reflejen necesariamente


la posición de la Junta Suprema en su conjunto, sino, más bien, la visión
que tuvo su autor, Roscio,56 respecto a la importancia del ciudadano, de
la ley y de la división de los poderes; asunto que ha prevalecido desde
entonces en todos nuestros textos constitucionales, conformándose
así toda una tradición jurídica que hoy cumple las dos centurias y que,
quizás en algún momento, ha servido como muro de contención a tan-
tas desenfrenadas ambiciones de poder de ciertos sectores militares.
Dejando así su impronta en los posteriores documentos legales que se
van a sancionar en Venezuela aún después de lograda la Independen-
cia. Inclusive, condicionando en cierto modo, al constituyentista que
se aprestaban a elegir; lo que constituía, al fin de cuentas la razón de
ser de dicho texto.
De la misma manera revela aquel prolegómeno, unido a la de-
claración del 19 de abril, como el sustrato ideológico de los primeros
movimientos, considérense independentistas o no, no podía contami-
narse con la participación de sector militar alguno; sector que debería
estar sujeto a un incipiente estado de derecho que apenas anclaba en
55
Ibídem. p. 8
56
En un cambio de actitud este jurista, considerado entre los ideólogos de la independencia, escribiría años
después: “Peque, Señor, contra ti y contra el género humano, mientras yo seguía las banderas del
despotismo (...) En vez de defender con ella sus derechos, los atacaba sin reflexionar que también
los míos eran comprendidos en el ataque” Ver: Roscio Juan Germán. El triunfo de la libertad sobre
el Despotismo. Caracas, Biblioteca Ayacucho 1996. p. 7

67
Raúl Meléndez M.

las mentes de aquellos precursoresY es que este Reglamento no sólo va


a ser referencia previa a la formación de la Constituyente de 1811, sino
también durante el desarrollo de esta última. Así vamos a ver como en la
sesión del 3 de julio de 1811, cuando se discutía nada más y nada menos
sobre la conveniencia o no de una declaración de independencia y si,
efectivamente, aquel conjunto de diputados disfrutaban de legitimidad
para tal acción, el diputado Alamo invoca al mencionado texto jurídico
en los términos siguientes:

Se alega como razón para no decidir la Independencia, la


necesidad de consultar antes la voluntad de los pueblos. Yo
creo que no es necesario este paso, porque el reglamento de
elección con que hemos sido constituidos representantes
de esos mismos pueblos, nos autoriza para todo lo favorable
a nuestros constituyentes: nada puede serlo tanto como
la Independencia; por ella vamos a recobrar enteramente
nuestros derechos y todos los bienes inseparables de tan
preciosa adquisición. Sí estamos, pués, autorizados, como
lo creo y sostengo, debemos no detenernos en esta razón;
y si no hay otras que lo contraríen, declarar, desde luego,
nuestra absoluta Independencia.57

La diputación electa para conformar el congreso constituyente


efectivamente se instala el 2 de marzo de 1811. Ese mismo día se insta a
la incorporación de la fuerza armada en manos del Comandante General
de las Armas y el Gobernador Militar, quienes prestaron el juramento
siguiente:

¿Jurais a Dios, y dais vuestra palabra de honor al Congreso


de Venezuela de no reconocer en estas Provincias otra
Soberania que la suya, como representante legitimo é
inmediato de la del Señor Don Fernando VII: obedecer y
hacer respetar las leyes que el sancione y haga promulgar;
no usar de la fuerza que por el se os ha confiado, sino del
modo que se os indique por el poder executivo á que estais
subordinado (...)58

57
“Congreso Constituyente 1811-1812”. Tomo I Ediciones de Congreso de la República Caracas 1983. p.112.
58
Ob. Cit. falta página

68
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

Más elocuente no puede ser este juramento que se convierte en


mandato; es decir, la participación militar como institución sujeta a la
autoridad civil, expresamente establecida en la primera constituyente
que le dio formalidad jurídica e institucional a nuestra nación.
A pesar de que la representación de los hombres de armas en el
congreso era numerosa, la presencia de individuos de formación cívica
fue más determinante; sobre todo por la naturaleza de las cosas que se
estaban discutiendo. Muy pronto a las armas les iba a tocar su papel
protagónico y los que hoy eran actores principales poco tiempo después,
prematuramente, irían a desaparecer del escenario independentista;
incluso hasta del terrenal.
La sujeción de la fuerza armada a la autoridad civil se manifestaba,
con cierta frecuencia, en algunas discusiones de la constituyente; pero
se manifestaba e imponía sin discusión alguna. Sólo para citar dos casos.
En la sesión del 26 de junio de 1811 se discutió una solicitud emanada
de los comandantes de los batallones de pardos de Caracas y Aragua,
Carlos Sánchez y Pedro Arévalo para que fuesen restituidos a sus cargos,
según los artículos 13 y 34 del Reglamento de Milicias en respuesta el
Congreso acordó:
Que el Poder Ejecutivo ponga a los comandantes de pardos
en posesión de las facultades que les da el artículo 13 del
Reglamento de Milicias de Cuba, y que si en consecuencia
creyese inútiles los subinspectores, los suprima según
estime conveniente.59

Dicho de otro modo, el congreso comienza a facultar al Ejecutivo


para que decida sobre asuntos de orden militar a su conveniencia e in-
terés. Durante la sesión del 18 de julio:
Se dio cuenta de un oficio del capitán general de Barcelona
fechado en 22 de junio próximo pasado y de las noticias
que acompaña relativas al desempeño y progresos de las
tropas acantonadas en el pueblo de la Soledad; en cuya
consecuencia se acordó que pasasen en copia al Supremo
Poder Ejecutivo.60

59
Ob.Cit p. 78.
60
Ibíd. p. 84.

69
Raúl Meléndez M.

Las prerrogativas del congreso eran muchas, aun cuando el brazo


ejecutor fuese, precisamente, el Supremo Poder Ejecutivo; en algunos
casos este último con facultades extraordinarias, como las concedidas
por decreto en la sesión del 13 de julio para ser aplicadas en el caso de
los sentenciados por la conspiración de Valencia. Facultades otorgadas
en los términos siguientes:

Reflexionada por S.M. la materia y pesadas las arduas


circunstancias en que estaba la Confederación, acordó
expedir un decreto autorizando al Ejecutivo para obrar
libremente y sin sujeción a trámites, eligiendo para ello del
Congreso cuantos individuos creyese a propósito, como
consta del decreto registrado en el Registro Legislativo
del Congreso.61

Desde los días cuando se discutía sobre la conveniencia de declarar


la independencia ya se temía la existencia de posibles brotes insurreccio-
nales que tal decisión podría acarrear. En efecto, el 11 de julio se produjo
una conspiración en Valencia que provocaría la primera intervención
militar de Miranda. El asunto valenciano traería nuevas y muchas dis-
cusiones en el joven congreso; discusiones de toda índole y naturaleza
y que, por supuesto, no dejarían de tocar el problema militar. Por ejem-
plo, durante la sesión del 19 de agosto el diputado Palacios sostendría
que: “Valencia necesita de un gobierno militar por algún tiempo para
restablecer el orden y desarraigar el mal”.62 Mientras que el diputado
Bermúdez revelaba como: “Las facultades cedidas al Poder Ejecutivo le
dieron plenitud de facultades, y no está fuera de ellas el levantar tropas
para obrar a favor de la seguridad pública”.63
Durante la sesión del 17 de julio y las siguientes, el congreso discutiría
el destino de los diez detenidos por dicha conspiración. Las propuestas
iban desde la ejecución de la pena de muerte para todos, perdón para
algunos o la amnistía general. Por decisión del congreso el asunto fue
pasado a la Alta Corte de Justicia quien sentencia a muerte a cinco de

61
Ibídem, p. 165.
62
Ob. Cit p. 252.
63
Idem.
64
Ibídem p. 201.

70
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

los detenidos, dando cuenta de ello al parlamento el 27 del mismo mes;


decisión esta que no fue acogida por el máximo órgano legislativo.
Por el año de 1811 la actividad legislativa no sólo se concentró en Ca-
racas. También hubo otras regiones que la ejercieron en razón de que se
respiraba un aire de autonomía provincial. Por ejemplo, en la sesión del
31 de julio de 1811 el diputado Tovar destaca la necesidad y la conveniencia
de que se le reconozca a las provincias la mayor autonomía posible.64 Y
así sucedería en algunos casos como por ejemplo cuando la provincia
de Barinas el 26 de marzo de 1811 promulgó un “Plan de Gobierno” para
conformar una Junta Provincial.
En su caso Mérida elabora una “Constitución Provisional Provincial”
el día 31 de julio. En el Capítulo Sexto de su texto crea la figura de “Jefe
de Armas”, sujeta al Poder Ejecutivo y recaía en un gobernador militar y
comandante general de las armas. De igual modo, en su Capítulo Noveno
legisla sobre la Milicia y, además, establece la obligación a todo ciuda-
dano de defender la patria de ser necesario y sin ningún emolumento.65
La misma práctica acoge Trujillo al promulgar su “Plan” el 2 de sep-
tiembre de 1811. En su Título Séptimo norma la actividad de las Milicias
correspondiéndole su jefatura a un Gobernador y Comandante General
de las Armas que designaba, igual que en Mérida, el Colegio Electoral.66
Observamos entonces que la praxis legislativa, como forma típica de
participación del civil en los quehaceres del Estado, cualquiera fuese el
rango y naturaleza que adoptara, fue notoria y prolífica durante aquellos
primero tiempos de nuestra independencia. Y no podía ser de otro modo
por cuanto los planteamientos centrales y los objetivos inmediatos que
se perseguían así lo exigían. Podríamos pensar, incluso, que existía una
suerte de dictadura parlamentaria para decidir hasta la aplicación o no
de sentencias de la Alta Corte de Justicia.67

65
Allan Brewer-Carías. El paralelismo entre el constitucionalismo venezolano y el constitucionalismo de
Cádiz. En Asdrubal Aguiar (Coordinador). La Constitución de Cádiz de 1812. UCAB. Caracas 2004.
pp. 267-268.
66
Ídem.
67
Ob.Cit. p. 231. Durante la sesión del 8 de agosto y en referencia al caso Francisco Rondan, uno de los
alzados en Valencia el 11 de julio, el diputado Palacios afirmaba que: “Toda discusión esta evitada, con
que se declaren nulas las sentencias, pues en ellas se ha quebrantado la ley con el mayor descaro”.

71
Raúl Meléndez M.

En diciembre de 1811 se promulga el texto constitucional declarán-


donos un estado confederado, manifestando en parte de su normativa
un gran celo por reservarse los órganos constituidos el control sobre el
sector militar. En este sentido:

El Congreso tendrá pleno poder y autoridad para levantar


y mantener ejércitos para la defensa común y disminuir-
los oportunamente; construir, equipar y mantener una
marina nacional; formar reglamentos y ordenanzas para
el gobierno, administración y disciplina de las referidas
tropas de tierra y mar; hacer reunir las milicias de todas
las Provincias o parte de ellas, cuando lo exija la ejecu-
ción de las leyes de la unión y sea necesario contener las
insurrecciones y repeler las invasiones; disponer la orga-
nización, armamento y disciplina de las referidas milicias
y la administración y gobierno de la parte de ella que
estuviere empleada en servicio del Estado, reservando a
las Provincias la nominación de sus respectivos Oficiales,
en la forma que prescribieren sus constituciones particu-
lares y la facultad de dirigir, citar y ejecutar por sí mismas
la enseñanza de la disciplina ordenada por el Congreso;
sostener los ejércitos y escuadras, siempre que lo exijan
la defensa y seguridad común y el bien general del Estado
y declarar la guerra y hacer la paz.68

Mientras tanto al Poder Ejecutivo se le atribuía el mando supremo en


toda la confederación de las armas de mar y tierra y las milicias nacionales
cuando se hallen en servicio de la nación. Además, previo aviso, consejo
y consentimiento del Senado podría conceder grados militares y otras
recompensas honoríficas, compatibles con la naturaleza del gobierno,
aunque sea por acciones de guerra u otros servicios importantes.69
Pero además existió otro articulado en esta Constitución de 1811 que
hace clara referencia como deberían mantenerse las relaciones entre
civiles y militares de entonces. Tenemos, por ejemplo, el artículo 121
que limita las acciones de las provincias con respecto al levantamiento
y mantenimiento tropas, mientras el 177 impide a militares ciertas ac-

68
“Constitución de 1811”. Art. 71 en http www.bib.cervantesvirtual.com/servletSirveObras [21/12/2011]
69
Ídem. Arts. 86 y siguientes en http www.bib.cervantesvirtual.com/servletSirveObras [21/12/2011]

72
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

tuaciones en tiempo de paz y, en tiempo de guerra, a menos que sean


por “(...) orden de los Magistrados civiles, conforme a las leyes”.70
Aun cuando esta constitución fue muy difícil que entrara en vigen-
cia por el período bélico que ya se asomaba desde los días anteriores
a su promulgación, se revelaban en ella principios pilares de toda
nuestra tradición jurídica; por ejemplo, el de la supremacía de la ley
que heredamos del constitucionalismo francés; la ley como expresión
de la voluntad general y la constitución por encima de toda ella que
lo encontramos en sus artículos 3 y 149 Asimismo, encontraremos
el principio de la separación de los poderes. Aun cuando uno de sus
aspectos criticables fue que dio también un exceso de atribuciones
al Congreso Constituyente de 1811; en este caso el Preámbulo resulta
más que ilustrativo.
Si en la historiografía venezolana no se hubiera torcido el rumbo
interpretativo de aquellos acontecimientos, en donde la participación
del sector civil fue clave y determinante, estas consideraciones sobre
aspectos básicamente formales tendrían muy poco sentido y fueran algo
de Perogrullo. Pero, recordemos lo que ya advertíamos sobre la revisión
y reinterpretación de los momentos que nos ocupan.
Venezuela las cosas van a cambiar cuando el problema de la ruptura
voltea hacia la confrontación bélica. Objetivamente entrábamos en una
guerra que dejará entonces secuelas imborrables; ya en 1812 el proceso
independentista se encontraba en armas, complicándose las cosas para
las huestes patriotas con la Capitulación de Miranda y el consecuente
dominio y persecución militar del realista Monteverde en represalia a
todo aquel que hubiera participado en los movimientos libertarios de
1810 y 1811. En consecuencia, los textos legales que hemos venido ana-
lizando, sin discutir su validez y carácter históricos, van a quedar en el
papel. En el mejor de los casos, pasarán a formar parte de instrumentos
para la comprensión de toda la tradición jurídica nacional.
Ante tales circunstancias de hecho, la actividad parlamentaria
se había detenido delegando en el General Miranda todo poder con
70
Ídem. Art. 121.

73
Raúl Meléndez M.

características dictatoriales que, como ya se dijo, cede ante Monteverde


en julio del mismo año.71
Encontrándose la guerra de independencia en una de sus etapas
de mayor intensidad, y siendo ya Bolívar el gran líder, quizás el único y
con viso de dictador, para finales de 1817 crea el Consejo Provisional de
Estado y el Consejo de Gobierno que le secundaría, como instituciones
previas a la convocatoria del segundo Congreso que tendría Venezuela
con la misión de promulgar una Constitución que reordenara a una na-
ción consumida por la intensidad de la guerra; esta vez el de Angostura
en 1819. Se puede presumir que con la instalación de estos organismos,
Bolívar pretendía establecer el tejido civilista de un Estado que, en su
concepto, estaba por emerger.
A propósito del Congreso de Angostura promovido por Bolívar, un
amplio sector fiel a los realistas encabezado por José Domingo Díaz
redacta en abril de aquel año de 1819 un documento conocido como
Manifiesto de las provincias unidas de Venezuela a todas las naciones
civilizadas de Europa. En el mismo se señalan cosas un tanto interesantes,
sobre todo contrarias al proceso independentista que se venía llevando
a cabo desde 1810.
En primer lugar, destaca Díaz en el mencionado documento, como
la felicidad de nuestros pueblos de más de tres siglos fue interrumpida
“(...) cuando unos pocos hombres perdidos vinieron a destruir aún sus
mejores esperanzas”.72 El manifiesto contaba con un importante respaldo
de muchas autoridades municipales del país, pero la cantidad de im-
properios y descalificativos que contiene en contra de quienes dirigen la
independencia, y en especial contra Bolívar, le restan objetividad. Más
bien su propósito fue “(...) demostrar ante el mundo la ilegitimidad del
Congreso de Angostura”. 73
Amén de lo anteriormente expuesto, el Congreso de 1819 fue y dio
origen a una nueva Constitución. Revisando brevemente su contenido,
de imposible aplicación y vigencia, por supuesto, nos vamos a encontrar
71
Ver: Allan Brewer-Carías. Ob. Cit. pp. 318-321.
72
Ver: Tomás Straka. Contra Bolívar. Caracas, Editorial Libros Marcados C.A. 2009, p 49.
73
Ibídem. p. 48.

74
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

con un aspecto que quizás contribuya a interpretar el fenómeno caudi-


llista que se impondrá en Venezuela a partir de 1830. Para aquella fecha
Bolívar pareciera estar convencido que el triunfo patriota era irreversible,
por tanto, la participación armada debería darle ciertas prerrogativas
frente al ciudadano común a cualquiera que hubiera estado o estuviera
involucrado en ella.
En consecuencia, al hacer una división entre ciudadano activo y
ciudadano pasivo, establece esta Constitución en su artículo 7 que:

Los militares, sean naturales o extranjeros, que han com-


batido por la libertad e independencia de la patria en la
presente guerra, gozarán del derecho de ciudadanos acti-
vos, aun cuando no tengan las cualidades exigidas en los
artículos 4, 5 y 6 de este Título.74

Dicho de otro modo; todo aquel por el hecho de haberse encontra-


do en el campo de batalla, para ser ciudadano activo se le eximía de las
exigencias de haber nacido en el país; ser casado o tener veintiún años;
tener propiedades y, aun cuando fuera extranjero, de obtener la carta
de naturaleza. Helo aquí, uno de los fundamentos formales que se les
inyectó en la sangre a nuestros jefes militares que al cabo de una década
comenzarían a pasarle factura al país que creyeron haber ganado para
sí durante los enfrentamientos armados independentistas.
A ello debemos agregar que entre las funciones del Presidente
concedidas en el texto de marras, también encontramos la de ser “Co-
mandante en Jefe de todas las Fuerzas de mar y de tierra” y la de poder
“nombrar todos los empleos civiles y militares que la constitución no
reservare”.75

Venezuela: república para los caudillos


La Constitución de 1830, la primera de nuestra nación verdade-
ramente libre y republicana, conservaba, en cierto modo, algunos de
los criterios esbozados en los textos legales que le precedieron. Pero,

74
“Constitución de 1819”. Sección 1. Arts. 1 y siguientes, en http www.bib.cervantesvirtual.com/servletSir-
veObras [21/12/2011]
75
Ob. Cit. Sección 3. Art.1.

75
Raúl Meléndez M.

fundamentalmente ya convertido en principio jurídico, el hecho de que


el sector militar debería estar subordinado a la autoridad civil.
Por ejemplo, entre las atribuciones conferidas al Congreso en-
contramos en su artículo 87 la de decretar cada año la fuerza de mar y
tierra, determinando la que deba haber en tiempo de paz; y arreglar por
leyes particulares el modo de levantar y reclutar la fuerza del ejército
permanente, y la de la Milicia Nacional, y su organización y el servicio
de la Milicia Nacional cuando lo juzgue necesario.76
En cuanto a las atribuciones otorgadas al Presidente, tenemos la de
ejercer el mando supremo de las fuerzas de mar y tierra para la defensa
de la República; llamar las Milicias al servicio, cuando lo haya decretado
el Congreso. Del mismo modo:

Nombrar, con previo acuerdo y consentimiento del Senado


para todos los empleos militares desde Coronel y Capitán
de navío inclusive arriba y a propuesta de los jefes respec-
tivos para todos los inferiores, con calidad de que estos
últimos nombramientos tengan siempre anexo el mando
efectivo; pues quedan abolidos de ahora en adelante todos
los grados militares sin mando.77

A propósito del tema que nos ocupa, en el referido texto constitu-


cional se regula como un Título aparte el quehacer de nuestras fuerzas
armadas, bajo las condiciones siguientes: Que sea un organismo esen-
cialmente obediente y no deliberante, dividido en Ejército Permanen-
te, Fuerza Naval y Milicia Nacional; que el Ejército Permanente tenga
como finalidad proteger los puntos importantes de la República, y esté
siempre a las órdenes de los Jefes Militares; que los integrantes de la
Fuerza Armada de mar y tierra en actual servicio, estén sujetos a las
leyes militares y; que la Milicia Nacional se encuentre a las órdenes del
Gobernador de la Provincia.78
En adelante, consolidada la Independencia, y con ella la República,
se comenzará a tejer todo un discurso y una producción historiográfi-
76
“Constitución de 1830”. Art. 87, en http.www.bib.cervantesvirtual.com/servletSirveObras [ 2/12/2011]
77
Ídem. Arts. 107 y 117.
78
Ídem. Arts. 180 al 184.

76
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

ca tergiversada y manipulada que aún hoy se niega a abandonarnos;


discurso que se construye, sobre todo, desde los sectores oficiales. De
modo que:

Comienza a fraguarse la construcción heroica de la Repú-


blica, en tanto los héroes representan el patriotismo y el
alma de la nación. Son hijos idolatrados de la patria, y al
mismo tiempo, sus padres. Son los hijos que han tomado
el lugar del padre. En la medida en que sobre ellos des-
cansan los valores nacionales, que de alguna manera han
heredado de Bolívar, al mismo tiempo les corresponden
por sus méritos; la memoria, dice Hebrard, comienza a
militarizarse. Lo que se recuerda, lo que adquiere valor
patrio, es la memoria de “los únicos hombres capaces
de salvar la nación”. Esta valoración construida durante
la Independencia cobra un valor ahistórico, es decir, se
perpetúa aun cuando la contienda haya terminado, y
para que no termine, los propios militares y los caudillos
regionales se encargan de seguir sembrando la violencia
que justifique su intervención.79

Vemos como desde nuestros propios orígenes libertarios ya se


comenzaba a dibujar un cuadro donde las diferencias entre civiles y
militares iban a ser notorias hasta llegar a los límites de la competencia
por el poder; aun cuando casi todas las constituciones posteriores se
preocuparon en establecer claras diferencias entre ellos. A tal punto que
la actividad de unos y otros en el ejercicio del poder deberían resultar,
constitucionalmente, incompatibles entre sí.
Así entonces, la reinterpretación histórica de los tiempos inde-
pendentistas, a la que asistimos luego de la revisión que apuntábamos
al principio de este trabajo, nos ha de hilvanar un discurso distinto al
que se comenzó a montar desde los tiempos de Guzmán Blanco, con
su memorable y abusivo culto a Bolívar y una visión lineal de nuestra
historia emancipadora que sobrepone, excluyente, el quehacer militar
sobre los andares civiles de otrora.

79
Ana Teresa Torres. La Herencia de la tribu. (Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana).
Caracas, Editorial Alfa, 2009. p. 47.

77
Raúl Meléndez M.

El punto clave o centro de todo este entramado de sobrevalores lo


vamos a encontrar en la batalla de Carabobo de 1821. Y es a propósito de
aquella memorable faena como los discursos van y vienen para exaltar
por sobre todas las cosas el papel de los militares patriotas sobre cual-
quier otro sector protagónico.80
Al hacer una reflexión sobre el devenir de nuestros ejércitos, partiendo
del hecho indiscutible que para lograr la independencia se debió pasar
primero por un enfrentamiento armado contra los defensores del régi-
men colonial, debemos igualmente considerar qué va a suceder, después
de alcanzada aquella, con todo el contingente que se armó para lograrla.
En otras palabras, a dónde va a parar todo el que luchó hasta
arriesgar su vida y su patrimonio por acabar con el imperio español en
Venezuela. Bolívar en vida se llevó unos cuantos para América del sur.
¿Y los que se quedaron? ¿Y qué pasó después de la temprana muerte del
líder? Venezuela, ahora independiente, debería comenzar a conformar
un verdadero ejército nacional; pero no sucedió así:
Siguiendo el análisis de Amos Perlmutter, tendríamos que los
ejércitos hispanoamericanos tienen sus orígenes en las guerras de inde-
pendencia; pero estos ejércitos libertadores, expresión de naciones-en-
armas, se desintegran una vez alcanzado el objetivo de la independencia
política y el fenómeno del caudillismo se impone como una forma de
pretorianismo histórico. Los ejércitos hispanoamericanos modernos se
organizan, desde finales del siglo XIX, imponiéndose sobre los caudi-
llos y venciendo al caudillismo, pero adquiriendo las características de
ejércitos pretorianos de tipo árbitro. Así, del pretorianismo histórico se
pasa a una fase de pretorianismo latente o manifiesto según sea el país
que se considere.81
Dejando a un lado los argumentos conceptuales, bastante gráfica
resulta la anterior referencia, aunque en el caso venezolano la cues-

80
Ver: Pedro Correa ¿Y quién dijo que la batalla de Carabobo puso fin a la Guerra de Independencia. En
Inés Quintero (Coordinadora.) El relato invariable, Independencia, mito y nación .Editorial Alfa.
Caracas 2011. p. 226.
81
Domingo Irwin e Ingrid Micett. Caudillos, militares y poder. Una historia del pretorianismo en Venezuela.
Caracas, UCAB, 2008. p.11.

78
Algunas consideraciones sobre relaciones civiles y militares en Venezuela durante el período independentista

tión no pareció ser tan sencilla toda vez que desde el nacimiento de la
Venezuela republicana y de la conformación de un estado-nación, se
pretendió tener bien claro el papel que habría de cumplir el ejército. Y,
obviamente, por tratarse de 1830, ese ejército debía ser el que actuó di-
rectamente en la guerra de independencia recién culminada. Concluyen
estos mismos autores que:

El criterio de pretorianismo histórico, aquel que se ma-


nifiesta antes de la existencia de los ejércitos nacionales
modernos, describe acertadamente al caudillismo deci-
monónico venezolano. Este expresa una política abusiva
por parte de los caudillos para con toda la sociedad, vía la
violencia manifiesta o potencial. Presupone la inexistencia
de un efectivo ejército nacional y logra así superar la pro-
puesta analítica de Huntington. Los caudillos de las guerras
civiles son la expresión manifiesta de la existencia de un
pretorianismo histórico en Venezuela. El intervencionismo
político ilegal e ilegítimo de los militares en la política es
confundido en la literatura criolla, interesadamente o no,
con militarismo cuando en realidad es, tal como se destacó
anteriormente pretorianismo. Sea éste histórico (caudi-
llismo) o moderno en sus manifestaciones potenciales o
manifiestas.82

De manera que los primeros ejércitos venezolanos se formaron al-


rededor de algún líder militar de la independencia. Que una vez lograda
ésta, aquellos desaparecen para dar paso a las hordas caudillescas que
predominarán en Venezuela por el resto del siglo XIX y bien entrado el
XX. No obstante, por nada del mundo los historiadores deberán seguir
dejando en el abandono el accionar de quienes, desde plataformas ci-
viles, se opusieron al gran imperio español antes, durante y luego del
encuentro armado que se produjo entre realistas y patriotas; enfrenta-
miento que, especulando un poco, ha podido ser evitado. Pero eso es
ya otro problema.

82
Ob. Cit. p 17.

79
Raúl Meléndez M.

FUENTES
Bibliográficas
BREWER-CARÍAS, Allan. El paralelismo entre el constitucionalismo ve-
nezolano y el constitucionalismo de Cádiz. En. Andrés Aguiar (Coor-
dinador). La Constitución de Cádiz de 1812. Caracas, UCAB. 2004.
CORREA, Pedro. ¿Y quién dijo que la batalla de Carabobo puso fin a la
Guerra de Independencia. En. Inés Quintero (Coordinadora) El relato
invariable, Independencia, mito y nación. Caracas, Editorial Alfa, 2011.
GARRIDO R, Juan. De la Monarquía de España a la República de Vene-
zuela. Caracas, Universidad Monte Ávila, 2008.
IRWIN Domingo y MICETT I. Caudillos, militares y poder. Una historia
del pretorianismo en Venezuela. Caracas, UCAB, 2008.
MORÓN, Guillermo. Gobernadores y capitanes generales de las provin-
cias venezolanas. Madrid, Editorial Planeta, 2003.
QUINTERO, Inés. El último Marqués. Caracas, Fundación Bigott, 2002.
_______________. La Conjura de los mantuanos. Ediciones UCAB.
Caracas 2002.
ROSCIO, Juan Germán. El triunfo de la libertad sobre el Despotismo.
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1996.
TORRES, Ana T. La Herencia de la tribu. (Del mito de la Independencia
a la Revolución Bolivariana). Caracas, Editorial Alfa, 2009.
STRAKA, Tomás. Contra Bolívar. Caracas, Editorial Libros Marcados
C.A. 2009.
Hemerográficas
Boletín del Archivo Histórico de Miraflores Nº 1-2. Julio-octubre. Caracas
1959. pp. 5-16.
MORA, José P. La Junta Suprema de Caracas y el proceso juntero en la
región andina tachirense. Revista Mañongo. Valencia nº 35, julio-
diciembre de 2010.
Electrónicas
www.bib.cervantesvirtual.com/servletSirveObras

80
Los orígenes del
fusionismo republicano criollo83

Domingo Irwin
83
Recoge la ponencia presentada por Domingo Irwin en las IX Jornadas de Historia y Religión, Universidad
Católica Andrés Bello (UCAB), Caracas, mayo de 2009. Se efectuaron algunas modificaciones de
estilo para adecuar el discurso escrito a los fines del presente libro.
1. Introducción
Entre los sucesos destacados de 1810 en la Capitanía General de Ve-
nezuela, describe José de Austria en su Bosquejo de la Historia Militar
de Venezuela en la Guerra de su Independencia,84 un suceso que
bien es útil para iniciar el tema que se desarrollará en estas páginas, así:

“Ocurrió por este tiempo un hecho que llamó mucho la


atención del gobierno y de los amantes de la libertad racio-
nal. El Gobernador militar, D. Fernando el Toro, presentó a
la junta, por la Secretaría de Guerra, una petición firmada
por él mismo y los oficiales, por clases, de los cuerpos acuar-
telados en la ciudad, [de Caracas] solicitando la expulsión
del Presidente, [de la Junta Conservadora de los Derechos
de Fernando Séptimo] D. José de las Llamozas, y de los
vocales D. José Félix Sosa, D. Nicolás Anzola y D. Fernando
Kei [Sic] Muñoz. No todos eran acusados del mismo delito,
pues a unos se les imputaba adhesión a la Regencia y a otros
corrupción en el desempeño de sus empleos La gravedad
del negocio exigía meditación, prudencia y prueba de los
hechos, para los que se hizo compadecer al Gobernador
militar, quien interrogado, contestó que el Presidente y
vocales contenidos en la representación eran sospechosos
al pueblo, y que este [Sic] se hallaba en la mayor efervecen-
cia [Sic] y dispuesto á [Sic] cometer un hecho violento, si
se permitia [Sic] que aquellos continuas en sus destinos.
Separados aquellos miembros, se les mandó forma causa;
mas al fin declaró se les mandó formar causa; mas al fin,
declaró la misma junta que eran inculpables y que debían
ser restituidos en sus puestos”.
84
Tomo I. Caracas, Imprenta y Librería Carreño Hermanos, 1855 p. 7; recurriendo, también al buscador
“google” en internet, se consultó otra impresión efectuada en Valencia, Venezuela, por la Imprenta
del Coronel Juan D’Sola, calle de la Constitución, número 19 e igualmente la cita se corresponde
con la p. 7.

83
Domingo Irwin

Como bien destaca Austria en su libro, él toma la información


arriba citada del Compendio de la Historia de Venezuela / Desde su
Descubrimiento y Conquista hasta que se declaró Estado Indepen-
diente.85 Al cotejar ambas versiones (se insiste en señalar que las dos
están disponibles en internet, localizables vía un buscador como google
y las palabras claves pertinentes) se evidencia como definitivo, que bien
recoge Austria las frases de Francisco Javier Yanes. Lo interesante del
asunto es que muchos años después del suceso en cuestión, en la década
de 1830-1840, Yanes bien lo recordaba hasta el grado de colocarlo en su
manual de historia de Venezuela y que Austria, parafraseando libremente
quien escribe las actuales líneas a los dos, por aquellos tiempos, consi-
deró el episodio lo suficientemente importante como para incluirlo en
su crónica castrense venezolana.
Desde el siglo XVI en esta Tierra de Gracia, como la llamara Colón
reportando sobre su tercer viaje al Nuevo Mundo, las tensiones entre
el sector militar y el civil eran prácticamente inexistentes, las que
se producían eran más personales que institucionales; pleitos entre
funcionarios al servicio de la corona. El sistema de defensa colonial se
apoyaba, parcialmente, en tropas veteranas, o de carrera, peninsulares.
Éstas eran dirigidas por oficiales europeos mayoritariamente, en muchos
casos ingenieros y artilleros; donde también individualidades de la elite
criolla mantuana llegaron a posiciones de mando.
Un sistema de fuertes en los principales puertos del territorio vene-
zolano era la primera línea defensiva que buscaba suplir las limitaciones
de la armada española en aguas del Caribe. Las milicias eran las fuerzas
auxiliares en las actividades de defensa. Se fraccionaban según el origen
étnico de sus integrantes: blancos o pardos, por ejemplo. Las constituían
todas las personas en capacidad de portar armas para la defensa del
territorio y eran dirigidas por notables propietarios lugareños.
Al iniciarse el movimiento que procuraba lograr un gobierno propio
en los territorios de la Capitanía General de Venezuela, unas provincias
abrazan la causa de las innovaciones políticas, mientras otras permanecen

85
Ésta se editó originalmente en Caracas, como un anónimo, en la Imprenta de A. Damiron, 1840.

84
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

reciamente a favor del orden peninsular establecido. En ambos segmentos


la constante es que las tropas veteranas y milicianas, herederas de siglos
de subordinación ante los legítimos gobernantes, siguen a quienes ejercen
la autoridad local; así en Coro, Maracaibo y luego en Guayana, milicianos
y tropas veteranas apoyan a los defensores del status quo y enfrentan con
éxito a quienes pretenden alterarlo. Esto, mientras que en Caracas, Mérida,
Cumaná, etc., el apoyo castrense será muy a favor de la independencia.
Por lo antes dicho, frente a una tradición de subordinación militar
ante las autoridades civiles, mucho debió sorprender la actitud que
asumen los clases, oficiales y jefes de Caracas con su representación
solicitando cambios en la composición de la “Junta Conservadora de los
Derechos de Don Fernando Séptimo”, en el mismísimo año de 1810. Otro
aspecto que resulta de interés es como se recurre a un canal de comuni-
cación absolutamente regular, el gobernador militar vía la secretaría de
guerra informa a la junta y éste es llamado a sustentar los planteamientos
presentados por escrito. No deja de ser muy interesante y de atención, el
argumento sobre el sector militar siguiendo lo que era calificado como
un sentir popular, así como los peligros que éste tomara vías violentas
para imponer su criterio. Así, parecieran como evidentes dos cosas, una
que los militares se entendían como portaestandartes del sentimiento
del pueblo y que se evidenciaba cierto temor, o mejor dicho aprehensión,
ante una potencial violencia que debía ser controlada.
Procediendo muy en concordancia con una herencia jurídica más
que centenaria, el alarmante asunto es tratado con sensatez y pericia
política, pues el argumento de la violencia popular no llega a materia-
lizarse y los acusados superan favorablemente las dudas que sobre ellos
habían supuestamente surgido. Quedó eso sí, para el entonces joven
licenciado en leyes Francisco Javier Yanes el recuerdo de esa situación,
que no vacila en reportar, algo así como dos años antes de su muerte,
en su inicialmente anónimo texto de historia.
Don Caracciolo Parra Pérez en su no superada Historia de la Pri-
mera República de Venezuela86, relata un suceso que según él fue uno
86
Hemos confiado en la versión que de esta obra presenta la Biblioteca Ayacucho. Volumen CLXXXIII,
Caracas, 1992, p. 256.

85
Domingo Irwin

de los tantos que procuraban trastocar el rumbo de los acontecimientos


en la Caracas posterior al 19 de abril de 1810 y afectar a la “Junta Conser-
vadora de los Derechos de don Fernando Séptimo”, según sus palabras:
“en pro del antiguo régimen”, así: “Algunos españoles trataron de sedu-
cir a Llamozas, Key, Anzola y Sosa, y como aquello se transparentase,
los nombrados fueron objeto de sospechas y aun de acusaciones de
infidencia, por lo cual se retiraron a sus haciendas mientras pudieran
justificarse”87
Pareciera que ambas citas presentadas se refieren a un mismo suceso,
pero la valoración de éste es sustancialmente distinta, así como la fuente
en la cual se apoya. La obra de don Caracciolo se edita, como es bien
conocido, originalmente en Caracas en 1939 y luego por la Academia
Nacional de la Historia unos veinte años más tarde. Para esta segunda
edición advierte el autor, en marzo de 1959, que para el momento en
que escribió el texto en cuestión no pudo consultar la obra de Yanes
aludida en párrafos anteriores; eso explicaría que un mismo suceso
pareciera presentar dos versiones no totalmente coincidentes. Así se
entienden las diferentes valoraciones del hecho histórico en cuestión,
para los próceres del siglo XIX era un asunto de sustancial gravedad,
para el notable historiador y diplomático del siglo XX un mero intento,
como tantos, de volver al anterior estado de cosas en la Caracas de 1810.
Este episodio histórico se revela como una especie de reto a la ci-
vilidad republicana en formación desde el 19 de abril de 1810. Es una
frustrada experiencia de pretendido poder militar, de pretorianismo en
buen español,88 contra la venezolana “Junta Conservadora de los Dere-
chos de Don Fernando VII”. Situación que no podía dejar de influir en el
espíritu de los legisladores en lo que atañe a las disposiciones vinculadas
con los militares. No es de extrañar, pues, las disposiciones de la Cons-

87
‘Amunátegui, [Aldunate, Miguel Luis. Es de advertir que algunos confunden este autor con Domingo
Amunátegui Solar] loc. cit., [Vida de Don Andrés Bello; no señala más datos sobre la identificación
de esta fuente, pero puede ser Santiago de Chile, Imprenta de Pedro G. Ramírez, 1882] p. 86. Carta
de Roscio a Bello: 10 de septiembre de 1810’ “.
88
Se entiende por pretorianismo, tal y como lo define el Diccionario de la Lengua Española de la Lengua:
“Influencia política abusiva ejercida por algún grupo militar” RAE, Vigésima Primera Edición, 1992.
No es de extrañar, pues, las disposiciones de la Constitución Federal de 1811 estableciendo la
subordinación militar ante las autoridades políticos civiles y la ciudadanía en general.

86
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

titución Federal de 1811, en sus artículos 178 y 179, estableciendo sanos


principios del Control Civil de carácter liberal frente a la institución
castrense republicana y venezolana en formación.89
En el primero de los artículos arriba mencionados se señala que:
“Una milicia bien reglada e instruida, compuesta de los ciudadanos, es
la defensa natural más conveniente y más segura de un estado libre...”
Sobre las tropas veteranas indica: “No deberá haber, por tanto, tropas
veteranas en tiempo de paz, sino las rigurosamente precisas para la se-
guridad del país, con el consentimiento del Congreso”. En el segundo,
es decir en el artículo 179, se asegura que los ciudadanos bien tienen
el derecho de armarse para su defensa “y el Poder Militar, en todos los
casos, se conservará en una exacta subordinación a la autoridad civil y
será dirigido por ella”.
Las condiciones de control civil del sector militar son de un claro
contenido liberal, por cierto, bastante radical para su época. El artículo
215, parece reproducir la lección aprehendida por el suceso comentado
inicialmente en estas páginas; así: “Ningún individuo, o asociación podrá
hacer peticiones á las autoridades constituidas en nombre del Pueblo, ni
menos abrogarse el calificativo de Pueblo Soberano y el ciudadano, ciuda-
danos que contraveniéren [Sic] á este parágrafo” [...] “serán perseguidos,
presos y juzgados con arreglo a las leyes.” En el artículo siguiente, 216,
se decreta la dispersión de ser necesario por la fuerza de toda reunión
de gente armada, a no ser que las convoquen “autoridades constituidas.”
Para no cansar al lector con el rosario de artículos de la “Constitución
Federal Para Los Estados De Venezuela / Hecha por los representantes de
Margarita, de Mérida, de Cumaná, de Barinas, de Barcelona, de Truxillo y
de Caracas” en 1811, se remite, por ejemplo, a los artículos 71, 86, 96, 121
y 177, que colocan al sector militar de la república como uno legalmente
sometido ante las autoridades civiles, principalmente el Congreso.

2. Las actitudes civilistas perviven


Los esfuerzos por lograr unas relaciones civiles y militares regidas
bajo los cánones propios del control civil de carácter liberal, con una
89
Véase la Constitución de 1811 en internet recurriendo a un “buscador” como google.

87
Domingo Irwin

base constitucional y con agentes supervisores del quehacer castrense


fundamentada en las autoridades civiles en una república de propieta-
rios, esa que confiaba en los ciudadanos-soldados para su defensa, se
derrumba ante las acciones de guerra desarrolladas por aquellos que
se oponían al proceder republicano en 1812. Los venezolanos de inicios
del siglo XIX no encontraron otra solución a sus agudas divergencias
políticas que el vencer en batalla al enemigo. Para los partidarios de
la corona, con Domingo Montevede o José Tomás Boves a la cabeza,
así como para los entendidos republicanos bajo el liderazgo de Simón
Bolívar o Santiago Mariño, entre 1812 y 1818 poco importaba otra cosa
que no fuera el triunfo militar. La civilidad había sido dejada a un lado
ante la emergencia guerrera, pero aun con tan adversas condiciones se
negaba a desaparecer totalmente.
Cabal demostración de lo antes dicho se tiene en 1816, año donde
el colapso republicano abarcaba también a los territorios del antiguo
Virreinato de la Nueva Granada, fruto del proceder de la expedición
de fieles súbditos del Rey hispano bajo el mando del conde de Car-
tagena y marqués de La Puerta don Pablo Morillo, el pacificador. Las
aguerridas y veteranas tropas realistas descalabran en la parte norte
de la América meridional los esfuerzos liberales y sus ejércitos; solo
“guerrillas” aisladas, pequeños grupos móviles de hombres armados
a caballo, en las porciones periféricas del vasto y en buena parte
despoblado territorio llanero grancolombiano mantiene la bandera
republicana de lucha en alto. Acciones tan terribles como las del año
de 1814 con las huestes de Boves, evidencian que la guerra a muerte
no fueron solo palabras sino una muy dolorosa e histórica realidad,
en ambos sectores enfrentados.
En una situación tan calamitosa como la antes descrita hay varios
ejemplos de búsqueda de la civilidad política republicana. Una que re-
sulta particularmente interesante por sus consecuencias mediatas, es
la del “gobiernillo de Guasdualito” en los llanos apureños venezolanos.
Los republicanos neogranadinos y venezolanos que pudieron dirigirse
a los llanos de Casanare o de Apure lo hacen y tienen a bien organizar
una especie de gobierno provisional.

88
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

El gobierno en cuestión era uno efectivamente improvisado. El


teniente coronel y desplazado gobernador de Pamplona, Francisco Se-
rrano es nombrado presidente. Como consejeros de estado se nombran
los generales Rafael Urdaneta y Manuel Roergas de Serviez, el primero
venezolano y el segundo francés. El secretario será Francisco Javier Yanes
y las tropas son colocadas bajo el mando del entonces coronel Francisco
de Paula Santander.
Ante condiciones tan adversas el gobiernillo en cuestión es cali-
ficado por José María Baralt en su conocido manual sobre la historia
de Venezuela, diligentemente citado de manera textual por Páez en su
autobiografía, con calificativos como ridículo, ilegal y embarazoso.90
No le faltaba razón al historiador zuliano para emplear tales adjetivos,
pero parece olvidar que el episodio en cuestión reflejaba el pensamiento
civilista de buena parte de la elite de propietarios liberales republica-
nos, inmersa en la angustiosa lucha armada por imponer sus ideales
de libertad política. La realidad guerrera impone su condición bárbara
y los jefes militares desconocen la autoridad de Santander y como
consecuencia, en la práctica, colapsa el “gobiernillo de Guasdualito”
agosto-septiembre de 1816.
En Trinidad de Arichuna, los coroneles Juan Antonio Paredes y
Fernando Figueredo, los tenientes coroneles José María Carreño, Miguel
Antonio Vásquez y Domingo Meza y el sargento mayor Francisco Conde,
desconocen al gobiernillo arriba mencionado y por iniciativa propia
impulsan el nombramiento de general de brigada para José Antonio
Páez, su ahora admitido jefe en sustitución de Santander. No son solo
diferencias personales las que impulsan este proceder; el significado de
esta acción es más denso y profundo; significa la presión del grupo mili-
tar por tener como líder uno que ellos pudieran considerar como de los
suyos, en consecuencia el más apropiado para dirigirlos en las acciones
de guerra que eran, según su criterio, lo que ciertamente importaba en
las circunstancias bélicas en que se desenvolvían.

90
Véanse la Autobigrafía Vol. I. Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, 58 y 60 calle Fulton, 1867, pp. 90-91
y José María Baralt: Resumen de la Historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta el de 1830.
París, Imprenta H. Fournier, 1841, pp. 288-289.

89
Domingo Irwin

Los acontecimientos arriba mencionados reflejan bien esa cons-


tante que se desarrolla durante las guerras de inicios del siglo XIX en
Venezuela, las tensiones entre las entendidas como autoridades civiles,
o en funciones de tal tenor, y los oficiales militares en campaña. Los
acontecimientos guerreros se desarrollan con vientos favorables para
los republicanos en 1817. Manuel Antonio Piar, toma Guayana para
las armas de la república, en las provincias orientales venezolanas los
partidarios del rey tienen que enfrentar las huestes republicanas que
les dan combate luego de sus anteriores fracasos.
La autoridad de Simón Bolívar se fortalece dentro del campo repu-
blicano. Esto al fracasar el Congresillo de Cariaco, el juicio y fusilamiento
de Piar y al aceptar las guerrillas llaneras de Páez su autoridad. En 1818
se intenta la llamada Campaña del Centro, la cual si bien fracasa ante
el eficiente escudo protector bélico diseñado por Morillo y sus oficiales,
presenta una virtud histórica: transformar una derrota militar en un
triunfo político civil.
Bolívar, habilidosamente, retoma el hilo constitucional perdido
desde 1812 con la convocatoria a una Constituyente en Angostura. Se
efectuaran elecciones en 1818 para elegir los representantes de ese magno
evento civilista. El reglamento para dichas elecciones autoriza, sorpren-
dentemente, el voto para los cabos, sargentos y oficiales patriotas aun
cuando carezcan de los requisitos censitarios exigidos para los demás
ciudadanos, así:

8. Todos los Oficiales, Sargentos y Cabos, aunque carezcan


de fondos raíces o equivalentes, designados en esta instruc-
ción, gozarán del derecho de sufragio.

9. Serán sufragantes todos los inválidos que hayan contraí-


do esta inhabilidad combatiendo a favor de la República,
siempre que no adolezcan de los vicios y nulidades perso-
nales que privan de este honor.91

91
Las Constituciones De Venezuela. Estudio Preliminar de Allan R. Brewer-Carías. San Cristóbal (Venezue-
la)- Madrid, Coedición de la Universidad Católica Del Táchira, Venezuela-Instituto de Estudios de
Administración Local-Centro de Estudios Constitucionales, Madrid. Reglamento Para Elecciones
Al Congreso, de 1818. De ahora en adelante se referirá esta fuente como: Las Constituciones De
Venezuela.

90
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

Un aspecto es importante tener en mente para no deslizarse por el


tobogán de las especulaciones analíticas. Parece más que evidente que
las decisiones vinculadas con el voto militar sin condiciones censitarias
se correspondían a un intento por adecuar la legitimidad del gobierno,
en formación, a las condiciones ciertas impuestas por una Guerra a
Muerte que se venía desarrollando sin soluciones temporales de conti-
nuidad desde los mismísimos días de 1813. Si la organización patriota
era mayoritariamente, por no decir exclusivamente, la de ejércitos en
campaña, era más que necesario contar con el voto castrense pero muy
militarmente restringiéndolo jerárquicamente.
Los soldados que en 1818 no lograran las condiciones básicas de
propietarios, sencillamente no votaban, sólo los cabos, sargentos y ofi-
ciales tendrían ese derecho ciudadano; es decir, algo así como un 20%,
siendo muy generosos con las cifras, del total de militares en campaña.
Mas que una actitud populista era una pragmática, procurando vincu-
lar al sector militar con la reconstrucción institucional de la república;
donde el pretendido “soldado ciudadano” no se igualaba en términos
jurídicos absolutos al “ciudadano soldado”, la primacía seguía siendo
del segundo y el primero estaba bien delimitado jerárquicamente en
condiciones subordinadas.92
Otro aspecto que es necesario referir para entender las condiciones
del voto militar de 1818, se relaciona con el tema más amplio de las re-
laciones entre las autoridades civiles y las castrenses bajo condiciones
de una guerra en desarrollo. Las fricciones entre ambas autoridades son
de tal intensidad que Bolívar se ve en la necesidad de reglamentar esta
92
Para una interpretación contraria a la aquí expuesta véase: David Bushnell, “La Evolución Del Derecho De
Sufragio En Venezuela.” Boletín Histórico. No. 29, mayo de 1972, Caracas, Fundación John Boulton,
pp.189-206 y Véronique Hebrard. “Ciudadanía y participación política en Venezuela, 1810-1830”.
En: Anthony McFarlane y Eduardo Posada-Carbó (Edts.) Independence and Revolution in Spanish
America: Perspectivas and Problems. Londres, University of London, Institute of Latin American
Studies, 1999, p. 137, véase también pp. 122-153. Sobre el concepto de ciudadano-soldado y
soldado-ciudadano la autora remite al texto de J-M Carrié “Le Soldat” en A. Giardina (Dir.). L’Homme
Romaní. París, 1992, pp. 127-173. Ibid., p. 136. Sobre la bibliohemerografía venezolana vinculada
con los procesos electorales del siglo XIX venezolano es particularmente útil el libro de Alberto Navas
Blanco: Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX, 1830-1854. Caracas, Academia
Nacional de la Historia, Fuentes Para La Historia Republicana de Venezuela, 1993, Véase también
de Navas Blanco: El Comportamiento Electoral A Fines Del Siglo XIX. Caracas, Fondo Editorial de
la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela (UCV), 1998; particu-
larmente las pp. 12-32.

91
Domingo Irwin

situación con un decreto: “del Jefe Supremo sobre atribuciones políticas,


policiales y judiciales de los Gobernadores de Provincia, en 3 de julio de
1818”, donde en la práctica se subordina el sector civil al militar, argu-
mentando que: “en nuestra actual actitud militar la separación de los
gobiernos político y militar establecida por el Decreto de 6 de diciem-
bre de 1817 trae embarazos y dificultades gravemente perjudiciales a la
causa pública”. Por lo que establecía que los Comandantes Militares no
estaban supeditados necesariamente a las autoridades civiles, mas bien
se normaba lo contrario en las funciones de alta policía y gubernativas.
Otro Decreto de la época, pero fechado en Santa Fe de Bogotá, el 17 de
agosto de 1819, se corresponde al espíritu y hasta en algunos aspectos la
letra del ya comentado:

Art. 1°. Los gobernadores comandantes generales de provin-


cia ejercerán, no solo el mando de las armas en el distrito
en que esté a su cargo, sino que será de su especial resorte
la alta policía y todas las funciones gubernativas.

Art. 2°. Los gobernadores políticos de provincia, tendrán


sólo a su cargo la parte contenciosa, serán jueces de primera
instancia y jefes de la baja policía.

Art. 3°. Toca a los Comandantes generales la presidencia


del Cabildo o Municipalidad.

Art. 4°. Este decreto tendrá fuerza de ley en las provincias


libres de la Nueva Granada, mientras que, convocada la re-
presentación nacional, se establece el sistema de gobierno
que los pueblos crean conveniente.93

Medidas como la recién referidas buscaban evitar confusiones de


mando o jefatura, que pudiesen afectar la inteligencia de las operacio-
nes militares en medio de situaciones de agudo enfrentamiento bélico.
Refleja, también, esta documentación, un problema que se relaciona
con la teoría del control civil; encontrando en la “fusión” de la autoridad
militar y civil una solución práctica al problema de las tensiones entre
93
Documento Nos. 248 y 346. Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX, textos para su estudio.
Vols. 2 y 3 respectivamente. (Pedro Grases y Manuel Pérez Vila, Compiladores), Caracas, Presi-
dencia de la República, 1963, pp. 382-383 y 98-99. (Esta fuente será citada de ahora en adelante
como Las Fuerzas...)

92
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

las autoridades políticas civiles y los comandantes militares en campaña.


Los casos del mismo Bolívar, desde 1813 hasta febrero de 1819, o bien el
antes referido como acontecido en Trinidad de Arichuna son dos buenos
ejemplos de lo recién afirmado.
Se propone, así una solución, en cierta forma “fusionista” al pro-
blema de las relaciones civiles y militares en pleno proceso guerrero
independentista. Es decir, amalgamar las máximas responsabilidades en
una unidad espacial determinada, militares y civiles, bajo la jefatura de
una sola persona con un alto grado castrense. Así se sacrifica la civilidad
en aras del imprescindible triunfo castrense en batalla.
La condición restrictiva del voto, con sus orígenes en la Venezuela
de 1811, vinculado directa o indirectamente a condiciones económicas o
sociales, es decir un voto de nacionales propietarios y varones, se dejan
de lado, como ya se señaló, en octubre de 1818 en lo referente al voto
de la jerarquía militar desde los cabos hasta los oficiales. Algo de esta
situación sobrevivió en la siguiente constitución venezolana. Así, en la
efímera Constitución de Angostura de 1819: Título 3°, Sección Primera
en su artículo 7, se señala a la letra: “Los militares, sean naturales o
extranjeros, que han combatido por la libertad e independencia de la
patria en la presente guerra gozarán del derecho de ciudadanos activos
aun cuando no tengan las cualidades exigidas en los artículos 4°, 5° y
6° de este título”. Las condiciones de las cuales se eximían a los Cabos,
Sargentos y Oficiales patriotas eran, los artículos 4° al 6° del Título 3°,
Sección Primera:
“Haber nacido en el territorio de la República y tener domicilio o
vecindario en cualquier parroquia [...] Ser casado o mayor de veintiún
años [...] Saber leer y escribir, pero esta condición no tendrá lugar hasta
el año 1830 [...] Poseer una propiedad raíz de valor de quinientos pesos
en cualquier parte de Venezuela. Suplirá la falta de esta propiedad el
tener algún grado o aprobación pública en una ciencia o arte liberal o
mecánica; el gozar de un grado militar vivo y efectivo o de algún empleo
con renta de trescientos pesos por año [...] Los extranjeros que hayan
alcanzado carta de naturaleza en recompensa de algún servicio impor-
tante hecho a la República serán también ciudadanos activos si tuvieren

93
Domingo Irwin

la edad re exigida a los naturales y si supiera leer y escribir [...] Sin la


carta de naturaleza gozarán del mismo derecho los extranjeros: [...] Que
teniendo veintiún años cumplidos sepan leer y escribir [...] Que hayan
residido en el territorio de la República un año continuo y estén domici-
liados en alguna parroquia [...] Que hayan manifestado su intención de
establecerse en la República, casándose con una venezolana o trayendo
su familia a Venezuela [.] Y que posean una propiedad raíz de valor de
quinientos pesos o ejerzan alguna ciencia, arte liberal o mecánica”.94

3. Brotes pretorianos y personalismo


Otro caso fundamental para entender las relaciones civiles y mili-
tares en esa Venezuela que avanzaba republicanamente en la segunda
mitad de la segunda década del siglo XIX, se vinculan con los lamentables
sucesos de Angostura durante la ausencia del Libertador-Presidente,
debido a la Campaña de la Nueva Granada en 1819. El vicepresidente,
un civil, el neogranadino encargado de la presidencia, Francisco Anto-
nio Zea, es obligado a renunciar. Los generales Santiago Mariño y Juan
Bautista Arismendi se hacen ilegítima e ilegalmente del gobierno. Al
regresar Bolívar triunfante de la Nueva Granada y con glorias militar
notables, se soluciona en principio la conflictiva situación institucional.
Se crea la República de Colombia intentando imbricar los pueblos de
Venezuela y Nueva Granada por Ley Fundamental, el 17 de diciembre
de 1819, donde entre los firmantes se encuentra el reincorporado a las
actividades públicas Francisco Antonio Zea.
Sobre los sucesos en Angostura, arriba referidos, resulta imprescin-
dible la obra de Caracciolo Parra Pérez: Mariño y la Independencia
de Venezuela.95 Para el diplomático e historiador, esta situación no
es un golpe de estado. Deja de lado, muy elegantemente, la expresión
innegable de pretorianismo manifestado en aquel proceder:
Así, “no se trataba solo [...] de una conspiración soldadesca destina-
da a destruir la obra de Bolívar para alzar sobre sus ruinas la ambiciosa

94
Las Constituciones De Venezuela: Constitución de 1819.
95
Tomo III (El Ilustre General. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1955; capítulos: VII “Un País de Diablos”,
VII “Este Resultado Memorable”, VIII “Todo Aquí es Exagerado”, pp. 147-205.

94
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

suficiencia de un general [...era] una empresa análoga a las varias del


género [...] jacobinas, ‘republicanas’, eminentemente civiles, para [Sic]
las cuales, por necesidad, se acabó por solicitar ‘una espada’, [la] del
general [...] a quien se suponía más apto”. 96
Otra fuente de necesaria consulta sobre este episodio histórico es
la ingenua versión del edecán de Bolívar, el irlandés Florencio O’Leary.
Para éste en sus célebres: Memorias del General O’Leary,97 todo el
incidente se limitaba a sólo una acción antibolivariana desarrollada por
el general Arismendi. Bolívar en la Historia de Francisco González
Guinán98 evidencia que su fuente sobre el caso recién referido es la obra
de O’Leary ya referida. Siendo ésta la versión analítica más comúnmente
aceptada en la historiografía criolla; evidencia cierta de las limitaciones
relacionadas con un estudio analítico serio de las relaciones civiles y
militares venezolanas de la época.
La importancia del episodio antes señalado no debe ignorarse.
Sería en alguna medida una consecuencia evidente del papel cada vez
más protagónico del sector castrense patriota en los asuntos públicos
de gobierno, durante el desarrollo bélico del proceso republicano. Evi-
denciaba como las necesidades vinculadas con las acciones guerreras y
de organizar un eficiente aparato militar libertador se proyectaban peli-
grosamente sobre la estabilidad institucional civilista. Lo que no había
sido posible para los militares en 1810, cuando pretendieron influir en
la composición de la venezolana “Junta Conservadora de los Derechos
de don Fernando VII”, será una lamentable realidad con los sucesos
pretorianos ya referidos de Angostura en 1819.
Las condiciones antes descritas y brevemente comentadas, de seguro
influyeron en los legisladores que forjan la Constitución de Colombia en
1821, o de Cúcuta, donde se dejará de privilegiar al sector castrense para
efectos del voto. A lo antes dicho se agrega, según el criterio de Bushnell:
“llegando ya perceptiblemente a su fin la lucha armada en el extremo

96
Op.cit., pp. 177-178.
97
Tomo II, Caracas, Imprenta El Monitor, 1883, pp. 10-18.
98
Caracas, Ediciones Fotal, 1968, p. 57; una edición distinta pero de igual contenido al Tomo I de la Historia
Contemporánea de Venezuela, del historiador venezolano.

95
Domingo Irwin

norte del continente los diputados ni de una ni de otra región sintieron


la necesidad de favorecer a la clase militar”.99 En otras palabras, tanto
los próceres civiles neogranadinos como los venezolanos entienden la
necesidad de desarrollar fórmulas de control civil sobre el sector militar.
En el caso venezolano durante la década de 1820 surge la figura del
Jefe Civil y Militar, es decir, la fusión de autoridad militar con la civil
personificada en un hombre de uniforme. Quien inicialmente asume
dicho cargo facultado por el Congreso de Colombia, el 14 de octubre de
1821 fue el general de división Carlos Soublette.100 La idea era lograr su-
perar tensiones entre las máximas autoridades políticas civiles y los jefes
militares, en los distintos departamentos en que se dividió el territorio
de la antigua Capitanía General de Venezuela.
El resultado inmediato de esta situación fue que el prestigio guerrero
se vincula con la jefatura local y provincial en detrimento de la auténtica
autoridad civil. Quienes ven así su poder de hecho reafirmado son los
caudillos republicanos. Particularmente favorecido por esta situación
es el llanero y general en jefe José Antonio Páez, especialmente después
de los sucesos del movimiento de La Cosiata, como se comentará más
adelante.101
La Constitución Colombiana de 1821 o de Cúcuta, establece el
fundamento político a seguir en los territorios de la antigua Capitanía
General de Venezuela. Ésta fue fraccionada en tres departamentos, a
saber, Zulia, Venezuela y Orinoco. La autoridad del general Soublette
se extiende sobre todos estos territorios, donde las acciones de guerra
se prolongaran más allá del triunfo de Carabobo, en junio de 1821. La
toma de la plaza fuerte de Puerto Cabello y la gloriosa jornada naval del
lago de Maracaibo en 1823, sellarán el triunfo militar republicano en los
territorios zulianos y venezolanos.

99
D. Bushnell. Op. Cit., p. 197.
100
Véase, documento No. 460. Las Fuerzas... Vol. 3., pp. 335-336.
101
Sobre La Cosiata, 1825-1826, primera expresión importante aunque fracasada de los separatistas ve-
nezolanos opuestos a la existencia de la Colombia Grande de Bolívar, véase la obra ya referida de
O’Leary: Las Memorias… Tomo II, pp. 601-681; la biografía de Mariño de Parra Pérez: Mariño y la
Independencia… Tomo IV (La Antigua Venezuela), pp. 11-341 y Graciela Soriano de García Pelayo
Venezuela, 1810-1830. Aspectos desatendidos de dos décadas Caracas, Cuadernos Lagoven, Serie
Cuarta República, 1988.

96
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

Las acciones de guerra se limitarán desde mediados de la década de


1820 a las de los bandoleros, supuestos defensores de la causa del Rey,
que parecían más interesados en el oro y la plata que les producían sus
tropelías que en volver a un régimen monárquico. Evidente expresión
de la efervescencia social generada por más de diez años de constante
guerrear. Para enfrentar estos grupos armados se implementan eficientes
“campos volantes” en los llanos, que procuran establecer la paz y orden
que interesaba al núcleo propietario. Esto, paz y orden, resultaba muy
necesario tanto a los supervivientes de la antigua clase poseedora de
bienes, como a los recién incorporados a la élite social gracias a sus lo-
gros guerreros con la bien conocida Ley de Haberes Militares de 1817.102
Es necesario comprender las divisiones políticos territoriales im-
puestas por el gobierno colombiano para el caso de los territorios de la
antigua Capitanía General de Venezuela y sus formas de gobierno, para
no cometer disparates analíticos. Para mediados de los años veinte del
siglo XIX se producen dos muy importantes reordenaciones territoriales.
Así, como bien nos lo recuerda el destacado historiador don Augusto
Mijares103, los anteriores tres departamentos son ampliados, creando
cuatro departamentos por disposición del gobierno central con asien-
to en Bogotá: Orinoco, capital Cumaná; Apure, capital Barinas; Zulia,
capital Maracaibo y Venezuela capital Caracas; cada una de éstos se
sub-dividían en provincias. Las reformas político territoriales eviden-
ciaban el carácter experimental, por darles un nombre, de las políticas
del gobierno colombiano de ese entonces.
La recién referida partición político-territorial es alterada por tercera
vez durante el período colombiano. Así, el departamento de Orinoco,
comprendía las provincias de Guayana, Barinas y Apure; el departamen-
to de Maturín, las provincias de Cumaná, Barcelona y Margarita; Zulia
con las provincias de Coro, Trujillo, Mérida y Maracaibo y finalmente

102
La Ley de repartición de bienes nacionales como recompensa de los oficiales y soldados. Editada el 10
de octubre de 1817, fue uno de los mecanismos empleados por los republicanos para garantizar la
paga de los militares, luego se amplía también a los civiles, comprometidos con el proyecto político
liberal. Básicamente se reducía a pagar en tierras o vales, según la jerarquía castrense de cada
interesado su esfuerzo por el batallar a favor de la causa de la República.
103
Véase, la sección que escribe Mijares en: Venezuela Independiente. Caracas, Fundación Mendoza, 1961.

97
Domingo Irwin

el departamento de Venezuela, con un territorio que se correspondía,


aproximadamente, con el de la antigua provincia de Caracas.
Cada departamento tenía una máxima autoridad civil, el intendente,
nombrado quien ejerciera el cargo en cuestión por el gobierno central con
asiento en Bogotá. También, otros importantes funcionarios civiles como
el contador departamental, los gobernadores y contadores de provincia
y los jefes políticos de las capitales. En cada departamento existía, tam-
bién, un comandante general militar con responsabilidades de mando
en lo meramente castrense y policial y en las provincias, comandantes
de armas dependientes a su vez del calificado de comandante general
militar. En teoría todos dependían del gobierno central Bogotano. Estas
autoridades compartían funciones de gobierno con las tradicionales
municipalidades y alcaldías.
Desde 1821, por medio de una comunicación del entonces vicepre-
sidente de Colombia, general Santander, se informa al jefe civil y militar
de Venezuela en funciones, general Soublette, con mando sobre los
demás departamentos criollos, para ese entonces, como ya se señaló
anteriormente, las atribuciones de los noveles comandantes de armas
de provincia: “El Comandante de Armas de Provincia estará encargado
de mandar y defender en caso necesario el distrito que ella comprende;
arreglar, disponer y velar sobre la exactitud del servicio en ella; ejecutar
y hacer cumplir las leyes y reglamentos militares y las órdenes que reciba
del Comandante General del Departamento a que pertenece, y mantener
el buen orden, la policía y tranquilidad de la provincia”.104
Un medio básico de control civil sobre el sector militar del período
colombiano, hasta entrada ya la segunda mitad de la década de 1820, era
lo referente a la administración del aparato castrense colombiano. Este,
estaba en manos de los tesoreros departamentales y provinciales civiles,
los cuales fungían como comisarios de guerra, así como administrado-
res, pagadores y supervisores del número de efectivos. Situación que
de seguro ocasionó fricciones entre estos funcionarios y los militares;
los civiles tomaban para sí no solo el pago sino también la función de

104
Dct. No.464. Las Fuerzas…, Vol. 3, p. 338.

98
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

inspectores del sector militar a un nivel de unidades operativas, en los


distintos departamentos y provincias. Bien solicitaron los secretarios
de guerra de Colombia, desde 1824 hasta 1826 que se creara una admi-
nistración militar, tal como lo señalará Soublette en su Memoria ante
el Congreso Colombiano en el último año señalado, ahora no como jefe
civil y militar de Venezuela, sino en funciones de secretario de guerra
en Bogotá.105
Las tensiones entre civiles y militares en los territorios venezolanos
durante el período colombiano, presenta abundante documentación
que puede consultarse en el Archivo General de la Nación (AGN), en
Caracas, la sección “Gran Colombia: Papeles de Guerra”. Para no cansar
al lector con una larga lista de estos choques, tensiones y divergencias
militares versus civiles, reproducimos parte de los casos que mencio-
namos en un “añejo”, texto de 1995. El artículo en cuestión, de nuestra
autoría, presenta algunos ejemplos que consideramos útiles para ilustrar
la idea recién mencionada:
“En el tomo XCIII, No. 106, con fecha 02-02-1825, se informa de
agudas diferencias surgidas entre el juez político y Alcalde de Guarenas
con el Capitán de la comandancia. En el tomo XCVI (noventa y seis)
No.116, con fecha 24 de abril de 1825 el oficial de estado mayor Wood-
berry, informa del asesinato del alcalde ordinario del Tocuyo, Hipólito
Lucena, y de la necesidad de imponer orden en dicho lugar recurriendo
al Comandante de Armas [...] y milicianos armados. En el mismo tomo,
en el No. 92 se da noticia sobre discrepancias entre la autoridad civil y
los militares en San Carlos. En el mismo tomo, en el No. 100, tenemos
información de igual tenor pero esta vez referido al Cantón de Carora
[...] En el tomo C (cien) No. 18, informa el 2 de agosto de 1825, de la
queja presentada por la municipalidad de La Victoria en relación al
proceder insultante y agresivo del Comandante de Armas interino de
ese Cantón, Capitán Antonio María Rodríguez, por lo que solicitan se
tomen las medidas disciplinarias del caso [...] En el tomo CII, el No. 25,
del 6 de octubre de 1825, un juez 1° Municipal envía una comunicación
al Comandante General Páez donde se le informa del juicio criminal que
105
Dct. No. 640. v Las Fuerzas…, Vol. 5, pp. 41-65.

99
Domingo Irwin

se le sigue al Alférez Saturnino García, quien amenaza con represalias


para con las autoridades competentes encargadas del caso judicial”.106
Las tensiones entre autoridades civiles y militares se ponen dramáti-
camente de manifiesto en dos sucesos de la historia del departamento de
Venezuela en 1825 y 1826. Se insiste en resaltar que era el departamento
grancolombiano con tal nombre y no todos los antiguos territorios en
la ya bien fenecida Capitanía General. Son las tensiones que degeneran
en un enfrentamiento entre la máxima autoridad civil, el intendente y
la militar, el comandante general. El primero, como se verá, solo abona
el terreno para que en el segundo el árbol de las discordias emerja fuerte
y con frutos disolventes para la Colombia de Bolívar.
Una asonada en el pueblo de Petare (hoy día parte de Caracas pero
no en aquellos tiempos, donde varias horas a píe o caballo tomaba tras-
ladarse de una a otra población) es dominada con rapidez y facilidad.
Páez, comandante general del departamento otorga un indulto general
y absoluto a los vencidos rebeldes, tal como afirma en su Autobiografía
y con eso evita los engorrosos tramites judiciales y logra salvar vidas. Lo
que calla el ilustre general, era que había tomado para sí atribuciones
que no le correspondían. Esta situación es reportada al gobierno central
colombiano por la máxima autoridad civil del departamento, el también
general Juan de Escalona. Prudente e inteligentemente las autoridades
en Bogotá dejan “pasar” el incidente; y así éste pareciera como una mera
tensión entre personalidades diferentes ocupando cargos públicos de
responsabilidad.
El segundo suceso, conocido en la historiografía venezolana como
La Cosiata, por sus efectos prácticos, a mediano plazo, marcará el fin
de la Unión Colombiana. Mucho se tiene escrito sobre esta particular
coyuntura de la historia criolla en textos varios, algunos localizables en
internet, por cierto, ante los cuales se debe tener un cuidado especial

106
Domingo Irwin G “Notas sobre la Evolución Histórica del Aparato Militar Venezolano, 1810-1830 (El
Libertador y Las Relaciones Civiles-Militares”. Anuario De Estudios Bolivarianos. Año IV, No. 4, 1995,
Caracas, Instituto De Investigaciones Históricas Bolivarium. Universidad Simón Bolívar (USB), pp.
78-79. Reproducido también en Domingo Irwin e Ingrid Micett. Caudillos, Militares y Poder. Una
historia del pretorianismo en Venezuela. Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador
(UPEL)-Universidad Católica Andres Bello (UCAB), 2008, pp. 61-62.

100
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

por las deformaciones interesadas que presentan de hechos y análisis.


Para desarrollar esta líneas hemos confiado en la muy seria bibliografía
señalada en una nota ya referida en páginas anteriores y procuraremos
obviar los detalles e ir a lo sustancial del asunto histórico en cuestión.
Como resultado evidente del cumplimiento de una orden impartida
desde el gobierno central colombiano, una leva de hombres entre los
15 y 50 años, la cual debía ser ejecutada por el comandante general del
departamento de Venezuela, general Páez, se desarrollaran los aconte-
cimientos posteriores que culminarán en el ya destacado episodio con
tan peculiar nombre. En la implementación de esta leva, se cometen
algunos atropellos que permiten al intendente Escalona y las autori-
dades civiles de las municipalidades de Caracas y Valencia, elevar una
protesta por tal proceder bajo la responsabilidad de la máxima autoridad
militar del departamento, ante las autoridades de Bogotá. Examinando
los hechos, el senado colombiano, decide suspender a Páez del cargo,
convocarlo a la ciudad capital de Colombia y nombrar Escalona como
su sustituto. Hasta allí, algo parecido, pero con sentencia contraria, al
caso de Petare antes aludido.
Nuestra historiografía parece olvidar que el asunto no es meramente
uno de conflictos personalistas entre Escalona y Páez o de resentimientos
entre los que pueden ser parte de la burocracia centralista santafereña
y los que deben conformarse con sus posiciones provinciales, cada vez
más disminuidas, en los lares donde habitan. Parece dejar de lado las
acciones de los militares criollos a favor de Páez, particularmente el
batallón Anzoátegui; olvidan, también, las tensiones constantes entre
autoridades civiles y militares durante estos años; procuran sí, centrar
su interés en la oportunidad que aprovechan los hombres de pluma,
tintero y cerebro para supuestamente utilizar a Páez y su condición de
jefatura, que tildan gustosamente como carismática, para refundar una
nueva versión del proyecto separatista venezolano de 1810-1812.
El movimiento iniciado en Valencia y Caracas llega a permear to-
dos los departamentos de la antigua Capitanía General de Venezuela.
Algunas unidades militares elite como Granaderos en Puerto Cabello,
mantienen una neutralidad ante los acontecimientos de La Cosiata

101
Domingo Irwin

que bien reporta su condición de profesionales de las armas. Otros,


como el batallón Anzoátegui, en Valencia, actúan partisanamente,
por darles un nombre a su pretoriano proceder; los más, siguen a sus
jefes militares inmediatos naturales y se sabe de un caso en el cual se
llega a desconocer a sus superiores jerárquicos y actúan a favor del
movimiento separatista venezolano. Lo que aparentemente se inicia
como una situación de enfrentamiento personal, evoluciona como un
proceder separatista contra la Unión Colombiana propuesta y ejecu-
tada por Bolívar.
Las acciones implementadas por El Libertador Presidente de Co-
lombia para superar el movimiento separatista criollo, arriba referido,
tendrán profunda huella en el transitar venezolano por la historia. La
primera medida adoptada fue, al llegar del Sur a Bogotá, en noviembre
de 1826: un decreto donde permitía la reunión del mando civil y militar
en una persona de origen castrense.107 La segunda medida, en realidad
fueron varias pero todas éstas con un mismo fin, preparar una fuerza
militar que de ser necesario actuaría guerreramente para enfrentar a los
secesionistas; al llegar a territorio venezolano se comunica con Páez por
escrito solicitando básicamente que acatara su autoridad y se entrevistan
en Naguanagua, hoy estado Carabobo.108
Páez acatará la autoridad de Bolívar. La Cosiata había llegado a su
fin. Sus consecuencias mediatas o históricas no. El personalismo polí-
tico asumido por Bolívar para acallar el movimiento secesionista, con
su proceder ante Páez, crecerá como la mala yerba por más de unos 180
años, hasta ahora, en Venezuela.
Para dominar a los caudillos separatistas venezolanos a lo Páez,
inviste El Libertador y Presidente de Colombia al general en jefe José
Antonio Páez, como jefe superior en lo civil y militar del departamento
de Venezuela, también con poderes superiores sobre los departamentos
de Maturín y Orinoco. Inteligentemente, deja fuera de la potestad del
aludido, el muy estratégico departamento del Zulia y su capital Mara-
caibo. Castiga ejemplarmente a la oficialidad del batallón Anzuátegui
107
Véase Dct. No. 660. Las Fuerzas... Vol. 5, pp. 145-146.
108
Véase Dct. No. 676. Ibid., p. 178.

102
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

y premia a muchos los oficiales que permanecieron fieles a la causa de


la Unión Colombiana.
Conociendo bien a los próceres militares venezolanos de alta figu-
ración juega, en el mejor sentido del término, con sus personalidades;
así, Marino es nombrado jefe civil y militar del departamento de Ma-
turín, reafirmando su condición de libertador de oriente desde 1813,
pero nombra también al general José Tadeo Monagas como segundo al
mando de ese departamento y ambos subordinados ante la autoridad
de Páez. Para solucionar el problema planteado por los prohombres
civiles de pluma tintero y cerebro a favor de cambios constitucionales,
propone la que sería luego conocida en la historia como la Convención
de Ocaña de 1828.
La deliberación arriba aludida no llega a una solución del problema
doctrinal planteado entre centralistas y federalistas. Unos partidarios
del gobierno central con sede en Bogotá y otros favorecedores de una
reforma constitucional. Unos, aparentemente partidarios del vicepre-
sidente Santander y otros que se decían seguidores de Bolívar.
La disyuntiva cierta, en 1828, era dejar hacer y la Unión Colombiana
se fraccionaba o bien, se tomaban medidas de excepción. Con apoyo
castrense, burocrático y eclesiástico se impuso lo segundo. La idea bá-
sica bien la restriega Bolívar para la historia en sus agónicos momentos
y, no sin razón, es calificada de la “Ultima Proclama”, en diciembre de
1830; síntesis de su proyecto político para salvar la Unión. Se pretendía
fortalecer lo que de institucional tenía la Colombia de esos tiempos:
gobierno central, ejército e Iglesia. El enemigo inmediato a vencer era
la anarquía, la solución para triunfar: institucionalidad republicana que
lograra superar el personalismo político protagónico.
El gobierno de excepción que se inicia en 1828 deja de lado la cons-
titución de 1821 y pretende legalizar su mandato con un muy inteligente
Decreto Orgánico del Estado.109 Pese a lo bien concebido de éste y de
la convocatoria para un Congreso Admirable en Bogotá al año siguiente,
con la intención de reunirse iniciándose 1830, la Unión Colombiana se
109
Véase Dct. No. 747. Ibid., pp. 314-321.

103
Domingo Irwin

fracciona. Las fuerzas disgregadoras que operan fundamentalmente en


Venezuela, se imponen.
Los prohombres civiles y los caudillos de los departamentos de Zu-
lia, Caracas, Maturín y Orinoco participan en el eficiente movimiento
separatista desde finales de 1829. Las elites propietarias de los distintos
departamentos ven más comprometido su poder y porvenir existiendo
Colombia que volviendo a una versión mejorada y corregida del pro-
yecto materializado, parcialmente, en 1811. Venezuela república renace
como tal.
Las alternativas ciertas finalizando la década colombiana eran, ago-
tadas ya las medidas de excepción, de nuevo, dejar hacer y Colombia se
partía en dos o se recurría a la guerra civil. Una confrontación armada
pondría en peligro particularmente los territorios venezolanos dada su
extenso frente caribeño. Puerto Rico y Cuba hacían las veces de formi-
dables “portaviones” de donde podrían rápidamente llegar a territorio
criollo fuerzas fieles a la corona.
Los separatistas venezolanos dejan bien claro ante las autoridades
colombianas, que de ser necesario estaban dispuestos a tomar el riesgo
de una confrontación armada para hacer valer su irrenunciable decisión.
También, resaltan que cumplirán con su parte de las responsabilidades
financieras asumidas durante el período colombiano. Las añejas ten-
siones entre militares en campaña y civiles que pretendían gobernar
cívicamente, evidencian su punto de encuentro en los territorios vene-
zolanos en su común esfuerzo de oponerse al proyecto grancolombiano.
Se resalta que no fueron fuerzas telúricas, o solo los personalismos
encontrados entre distintas figura protagónicas, o el debate doctrinal
entre centralistas y federalistas, o las improvisadas fórmulas burocráti-
cas de ese entonces, las causas que explican el estado de cosas en esos
territorios de la antigua Capitanía General de Venezuela en 1828-1830.
Esos propietarios criollos, de variada laya, retoman un destino que
entendían como uno políticamente independiente y propio. Claro está
que mucho de lo mencionado al inicio del párrafo es cierto, dejando de
lado, por supuesto, el argumento “telúrico” que confunde relaciones

104
Los orígenes del fusionismo republicano criollo

patrón-clientela con sentimientos nacionalistas que solo existían para


unos pocos y en una coyuntura política donde privaron más considera-
ciones pragmáticas que idealistas o fantasiosas.
Es importante indagar sobre las relaciones civiles y militares duran-
te el período groseramente sintetizado en estas páginas. El celo civil y
civilista frente al potencial político castrense, así como las fórmulas de
solución ante el agudo problema de las tensiones entre civiles y militares
con tintes fusionistas, son una herencia histórica que parece ser que nos
cuesta mucho superar a los venezolanos, de ayer y de hoy día.

4. Recapitulando
Una constante histórica venezolana es la recurrente influencia
política del sector castrense en esta Tierra de Gracia. En Venezuela, la
influencia política abusiva de un grupo militar se pone de manifiesto
desde el mismo año de 1810, cuando los militares de la provincia de Cara-
cas pretenden lograr cambios en la composición de la venezolana “Junta
Conservadora de los Derechos de don Fernando Séptimo”. La reacción
civil y civilista que bien se expresa no solo en la negativa a la propuesta
castrense sino también en los mecanismos de Control Civil, así con
mayúsculas, que impone la Constitución Federal de 1811. Los avatares
del colapso de la calificada como “La Patria Boba” (1812) y la “Guerra a
Muerte” (1813) subsiguiente reducen la arquitectura independentista,
prácticamente a sólo la militar.
El brote pretoriano de 1819 con los generales Santiago Mariño y Juan
Bautista Arismendi deponiendo ilegal e ilegítimamente al Presidente
civil encargado, Francisco Antonio Zea y al general Bermúdez, es una
situación que evidencia el potencial político castrense venezolano.
También, años después, tenemos el caso de los llamados Jefes Civiles-
Militares de Venezuela desde 1821; respectivamente Soublette y Páez.
Fórmula que intenta solucionar, sin éxito, las tensiones entre los jefes
militares y las legales y legítimas autoridades civiles.
La pretoriana acción de Angostura en 1819, era una especie de se-
gunda edición mejorada y aumentada de la experiencia de 1810 descrita
en las páginas iníciales de este anexo. Ésta situación bien explica los

105
Domingo Irwin

dispositivos de control civil propuestos por la Constitución de 1821 o


de Cúcuta y la legislación colombiana de la década de la década de
1820. Las jefaturas civiles-militares, o para ser exactos en términos
históricos, las jefaturas militares-civiles, eran un intento por encon-
trar solución al problema generado por la guerra misma relacionado
con las tensiones de autoridad entre los jefes militares en campaña
y las autoridades civiles. La solución institucional de fusionar en un
hombre de uniforme castrense, las máximas responsabilidades mili-
tares y civiles, tendrá, hasta el día de hoy, profunda significación en
la evolución histórica de la patria natal de Simón José Antonio de la
Santísima Trinidad Bolívar Palacios.

106
Un modelo sui géneris de concebir el combate:
Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

José Raimundo Porras Pérez


Introducción
A inicios del siglo XX, la Historia Militar era considerada -salvo por
un pequeño grupo de expertos- como una disciplina secundaria en el
conglomerado de las ciencias sociales. Su uso se limitó a los círculos de
enseñanza castrenses. En las observaciones hechas sobre los ejes edu-
cacionales de las escuelas militares alemanas, el general Von Peucker
señaló que “...cuanto más experiencia de la guerra falta a un ejército, más
importa tener recursos en la Historia de la Guerra como instrucción...”110
Pero sobresale un detalle elocuente, aquel discurso se construyó como
fomento del patriotismo, bajo enfoques ajenos al carácter científico de
la Historia tales como: el mito, la novela, la hagiografía y la narrativa
heroica entre otros. El pensamiento militar, la evolución de las concep-
ciones teórico-militares y el progreso técnico en materia bélica fueron
líneas de investigación de escaso abordaje.
Hans Delbrück se erigió como uno de los primeros historiadores
militares modernos en acometer el estudio de la ciencia y teoría militar,
así como su relativa dependencia de las condiciones económicas, sociales
y políticas. El intelectual germano basó su método de investigación en
el examen crítico de las fuentes y el apoyo en otras disciplinas auxiliares,
de esta manera, se aproximó a un concienzudo análisis y comparación
entre diferentes épocas para trazar la evolución de las instituciones mi-
litares.111 Más allá de lo antes expuesto, Delbrück atribuyó a la Historia
110
Colonel d’Artillerie F.Foch: Des principes de la guerre: conférences faites a l’École Supérieure de Guerre,
París, Berger-Levrault, 1906, pp. 6-7.
111
Hans Delbrück trató situar a la Historia Militar en el marco de la Historia General. Consideró la guerra
como una manifestación cultural, sujeta a la evolución de la ciencia e influida por la economía y
el sistema político. Una muestra fehaciente de su postura teórica puede verse en: Hans Delbrück:
The Dawn of Modern Warfare, Westport, Translated by Walter J. Renfroe Jr., En: History of the Art of
War, Vol, 4, Greenwood Press, pp. IX-XI.

109
José Raimundo Porras Pérez

Militar la tarea de indagar cómo el intelecto humano adaptó las condi-


ciones económico-sociales y técnicas al desarrollo de un determinado
modo de guerrear. En definitiva, no sólo debían estudiarse los aspectos
materiales, sino también el espíritu que a lo largo de los siglos animó la
estrategia y la táctica.112
El pensamiento militar se nutre de la experiencia de los conflictos
bélicos, de los que es su reflejo intelectual. Tomando como base esa rea-
lidad, la historia del pensamiento militar se convierte en depositaria de
la experiencia de combate en un período determinado. A finales del siglo
XIX, el Arte Militar Occidental era una amalgama del sistema francés y el
prusiano-alemán. Los procedimientos y lenguaje comunes de los cuadros
de mando en el campo de batalla se conocen como doctrina militar. La
materia en cuestión se vio influenciada por el desarrollo tecnológico de
la segunda revolución industrial, el uso de un conjunto de profesionales
que pudiesen ofrecer una alta asesoría técnica (Estado Mayor), y por
último, un proceso de obtención y diseminación de información para
proveer una conciencia colectiva del campo de batalla.
Al hacer un balance historiográfico de los conflictos armados en
Venezuela, se aprecian varios problemas esenciales en la construcción
del discurso: una constante tonalidad épica, la magnificación de los
conductores de tropas y la batalla mitificada. La narrativa de nuestros
hechos bélicos, hasta bien entrado el siglo XX, fue un reflejo del roman-
ticismo literario venezolano; manifestación que ha restado seriedad a
nuestros estudios histórico-militares. Ahora bien, la noción de guerra
concebida por la congregación de oficiales profesionales de la etapa
finisecular del decimonónico, y la trascendencia que tuvo este período
en el contexto internacional, puso en marcha el motor de la renovación
y reorganización del aparato bélico del país. De allí surge la siguiente
interrogante: ¿Cómo se nutrieron las tendencias teórico-militares y la
doctrina castrense en Venezuela?
La intención de este trabajo consiste en analizar las tendencias
teórico-militares seguidas por los estamentos castrenses venezolanos
112
Walter Emil Kaegi Jr.: The Crisis in Military Historiography, California, Armed Forces and Society, Vol. 7,
N°2, winter 1981, pp. 308-310.

110
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

en la etapa comprendida entre 1870 y 1908, y apreciar el proceso de evo-


lución e impacto de la ciencia y doctrina militar en el profesionalismo
de las fuerzas terrestres venezolanas a finales del siglo XIX y comienzos
del XX, de esta manera, se pueden contrastar las visiones que enmarcan
a nuestros conflictos armados en el período, como una lucha homérica
de semidioses o simples “montoneras” confusas y desorganizadas.

La influencia de las tendencias teóricas de España y Estados Unidos de


Norteamérica
En septiembre de 1830 el Congreso venezolano decretó la organi-
zación de la Fuerza Militar y la fijación de la Fuerza Permanente del
Estado.113 Posteriormente, en octubre de ese mismo año se emitieron
los instrumentos legales sobre Milicia Nacional114, tribunales militares
y Escuela Militar de Matemáticas115; con aquel bagaje de normas se ini-
ció el apuntalamiento de las bases jurídico-organizativas del Ejército
Venezolano, no obstante, desde el punto de vista doctrinario el marco
referencial seguía sustentándose en las Ordenanzas de S.M. para el ré-
gimen, disciplina, subordinación y servicios de sus exércitos116, dictadas
por el Rey Carlos III de España en el año en el año de 1768.
El instrumento de normas militares adaptables a nuestro contexto
se produjo en el transcurso de más de cien años. En este sentido, el 20
de febrero de 1873 se promulgó el primer Código Militar de Venezuela117,
su redacción estuvo a cargo del general Felipe Esteves. Aquel compendio

113
Véanse los decretos organizando la Fuerza Militar y fijando la Fuerza Armada Permanente del Estado en:
Constitución y demás actos legislativos, sancionados por el Congreso Constituyente de Venezuela
en 1830, Caracas, Tomo I, Imprenta de G.F. Devisme, 1832, pp.137-142, 155-160.
114
El Secretario de Guerra y Marina, José H. Cistiaga, calificó en su Memoria de 1831 a la Ley de Milicia
como “absolutamente ilusoria” e impracticable. En: Pedro Grases y M. Pérez Vila (Comp.): Las
Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX, (Textos para su estudio), Caracas, Presidencia de la
República, 1963, Vol. 6, Doc. 776, pp.111-113.
115
Para ampliar el tema véase a Domingo Irwin e Ingrid Micett: Caudillos, militares y poder: una historia del
pretorianismo en Venezuela, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2008, p.73.
116
Las Ordenanzas Militares contenían todo el saber militar de la época en que fueron redactadas, tales como:
normas de comportamiento, derechos, deberes, funciones, leyes penales, táctica, organización,
régimen interior, equipamiento etc. Ver: Ordenanza de S.M. para el régimen, disciplina, subordina-
ción y servicios de sus exércitos. Dos Tomos, Madrid, Antonio Marín Impresor de la Secretaría del
Despacho Universal de la Guerra, 1768.
117
Código militar sancionado por el ciudadano general Guzmán Blanco, presidente provisional de los
Estados Unidos de Venezuela y general en jefe de sus ejércitos, en 1873, Caracas, Imprenta de la
Opinión Nacional, 1873.

111
José Raimundo Porras Pérez

reunió en un cuerpo de normas los aspectos relativos a: organización,


jurisprudencia, formaciones de combate, responsabilidades y funciones
de los cargos esenciales en las unidades del Ejército.118 Dicha recopilación
seguía un esquema muy afín al Proyecto de Código Militar119 redactado
por el brigadier español don Francisco Feliú de la Peña en el año de 1851,
de allí que podemos inferir que nuestras tendencias teórico militares,
no llegaron a desligarse de las corrientes del pensamiento militar im-
perantes en el Reino de España.
En su primer mandato, el general Guzmán Blanco emprendió una
serie de medidas destinadas a suplir las necesidades de equipamiento,
organización y regulaciones para el Ejército y Marina; providencias
impuestas por los nóveles avances científico militares en Europa y los
Estados Unidos de Norte América. Aquellas no fueron unas medidas
endémicas, en toda la América Latina predominó la tendencia a la ad-
quisición de los pertrechos militares, técnicamente más avanzados y los
servicios de adiestramiento en el manejo de los mismos en la mezcla de
bienes de consumo entre 1870 y 1914.120
El Jefe del Ejecutivo Nacional adquirió un voluminoso conjunto
de armas provenientes de los Estados Unidos de Norteamérica, el lote
estaba constituido por: 14.000 Rifles Enfield, 590 Rifles Remington y 10
Rifles Sharp (todos con sus respectivas municiones, correajes y fornitu-
ras).121 Posteriormente se recibió un conjunto de “...150 piezas de artillería
calibres 1 á 100, 36.000 rifles nuevos, entre ellos 2.300 Remington”.122

118
Exposición que dirige al Presidente de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina,
Caracas, Imprenta de la Concordia, 1873. Se han efectuado estudios completos sobre la perpetuación
de las Ordenanzas Militares de Carlos III en América hasta finales del siglo XIX, todo ello, a través
de la apreciación de la legislación militar promulgada en las primeras décadas en los Ejércitos de
Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, México, Perú, Venezuela, etc. Para ello, véase Fernando
de Salas López: Ordenanzas militares en España e Hispanoamérica, Madrid, Editorial MAPFRE,
1992, pp. 195-198.
119
Ver: Brigadier don Francisco Feliu de la Peña: Proyecto de Código Militar, Barcelona, Establecimiento
Tipográfico de El Sol, 1851.
120
William Glade: “América Latina y la economía internacional, 1870-1914”, en: Leslie Bethell (Comp.):
Historia de América Latina, Vol. 7, América Latina: Economía y Sociedad 1870-1930, Barcelona,
Editorial Crítica, 1991, p. 20.
121
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina en
1875, Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1875, p. XLII.
122
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina en
1878, Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1878, p. XIV.

112
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

Todo aquel esfuerzo implicó que surgiesen los inconvenientes causados


por la diversidad de calibres y modelos en los diferentes parques de la
República; muestra de ello, es el caso del Estado Guzmán Blanco123 que
poseía en sus inventarios “...6.671 fusiles de calibre grueso, 8.020 fusiles
de calibre delgado, 435 carabinas de pistón, 753 Remington, 3 fusiles de
aguja, 2.707 fusiles de pistón, 141 fusiles de piedra y 4.188 fusiles Enfield.124
En el año de 1881 existían en los parques de la nación 29.186 fusi-
les Enfield y 92 piezas de artillería compuesto por material Parrot125,
Blakely126 y Armstrong127. Sin embargo, el Gobierno Nacional seguía
pensando en “...la compra gradual del armamento perfeccionado úl-
timamente; y al efecto en los últimos días de enero del corriente año,
han sido introducidos y depositados en el Parque Nacional del Distrito
2.200 Remington con sus correspondientes accesorios; de manera que
la existencia en parque de Remington monta hoi á la cifra de 5.010”.128
Para el año de 1870 la artillería ya disponía de un Manual de Arti-
llería Montada ajustadas al relieve, material y tamaño de las fuerzas
de la Milicia Nacional. Su fundamento teórico era netamente español,
y su escogencia se debía a que en Venezuela las piezas de artillería
destinadas a las operaciones terrestres normalmente eran de peque-
ño calibre conducidas por animales de carga. Dentro de las diversas
modalidades del uso de la artillería129 la Montada estaba predominan-
temente destinada a la guerra “...en países montañosos; debe ser ligera
123
El Estado Guzmán Blanco comprendía los actuales territorios de Aragua y Miranda.
124
El Enfield P-53 era un fusil de avancarga con llave de percusión. Tenía miras regladas y cañón estriado,
estuvo en servicio desde 1853 hasta 1866 y su empleo fue masivo en la Guerra de Crimea y la de
Secesión Estadounidense. El Enfield usaba cartuchos de papel, engrasados para impermeabilizarlos,
y una bala de tipo Minie calibre 14,6 mm.
125
El cañón Parrott fue el primer cañón rayado fabricado en los Estados Unidos y utilizado en la guerra de
Secesión. Fue la artillería rayada oficial del Ejército y la Marina norteamericana desde la década
de 1860 hasta la de 1880.
126
El cañón Blakely fue diseñado por el capitán del Ejército Británico Theophilus Blakely, quien demostró en
1855 la ventaja de la construcción de cañones zunchados. Sus cañones fueron construidos en tres
factorías británicas: Fawcet, Preston & Co, Low Moor Iron Co. y la Blakely Ordnance Co. of London.
127
El rayado que Armstrong ideó para los cañones de avancarga combinaba los sistemas de centrado y
compresión,; este se caracterizaba por tener las estrías más anchas en la boca del cañón que en
el interior del ánima, con dos canales en diferentes niveles: un canal delgado y de nivel superior
y otro ancho y de nivel inferior. Esto permitía que el proyectil obtuviera un perfecto centrado en el
momento de su salida.
128
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1881, Caracas, Imprenta de Vapor de la Opinión Nacional, 1881, Doc. 8.
129
Plaza, Sitio, Campaña, Costa y Montada.

113
José Raimundo Porras Pérez

para facilitar su conducción en caballerías; el mulo, por su fortaleza


y agilidad, atraviesa con grandes cargas los pasos más difíciles de las
montañas”.130 El Manual de Artillería Montada Ajustada á las Manio-
bras Necesarias para la Milicia Nacional131 impreso por Melquíades
Soriano en 1869, guardaba elementos muy afines al orden de batalla
y servicio de las piezas expuestos en el tratado de Táctica de Artillería
de Montaña a Lomo impreso en Madrid en 1843.132
El material de guerra adquirido por el Gobierno Nacional en la
década de 1870 ya se encontraba en desuso en gran parte de los ejér-
citos europeos y el americano. Los rifles Enfield se accionaban con el
mecanismo de llave de percusión133 y de avancarga (recién sustituidos
por los mecanismos de percusión de aguja). Por las condiciones de
inoperatividad de aquellos fusiles, el Estado Venezolano puso un gran
esmero en la compra del sistema Remington, debido a sus ventajas téc-
nicas y facilidad de adquisición. Los mandos juzgaron que se necesitaba
una disposición común de ejecución de tareas en el campo de batalla,
acorde con la adquisición de equipamiento de mayor tecnología.
Primeramente se adoptaron conocimientos castrenses que pro-
porcionasen un vocabulario y simbología común para uso de los
conductores de tropas a través de la cartografía. En el año 1879, por
disposición del general Guzmán Blanco, el Manual de Método de
Dibujo Topográfico134 redactado por Diego Casañas operó como texto
oficial para la enseñanza de la representación de los diferentes cuerpos
armados, la elaboración de croquis y planos de batallas, de manera
que se nutrió la enseñanza y planificación de las operaciones por los

130
Coronel Don Javier de Santiago y Hoppe: Nociones de Artillería para el uso de los sargentos y cabos
del arma, Madrid, Imprenta de J.A. García, 1863. p. 33.
131
Manual de Artillería Montada ajustada á las maniobras necesarias para la Milicia Nacional Lo dedica a la
Brigada de Madrid el oficial de la misma, Caracas, Reimpreso por Melquíades Soriano 1869. p. 11.
132
Ramón de Salas: Táctica de artillería de montaña a lomo: redactada en virtud de lo previsto en Real Orden
de 3 de agosto de 1843, Madrid, Imprenta de don Ignacio Boix, 1844. pp. 49-50.
133
Las armas de llave de percusión estaban provistas de boquillas encima de las cuales se colocaban
cápsulas con fulminato de mercurio y cloruro de potasio; al golpear el martillo a la cápsula, se
encendía la pólvora y provocaba el disparo del arma.
134
Diego Casañas Burgillos: Método de Dibujo Topográfico, Caracas, Litografía Artística de Félix Rasco, 1879.
135
Un ejemplo de la importancia del dibujo topográfico en la ilustración de la táctica e Historia Militar lo en-
contramos en el plano de la Batalla de Santa Inés realizado por el ingeniero José Ignacio Chacquert.
136
Fabricado en la región de Llion en el Estado de New York.

114
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

estados mayores y los oficiales de instrucción de los diversos cuerpos


y Academia Militar.135
A raíz de la adquisición del fusil Rémington mod. 1866136 se precisó la
uniformidad en todos los cuerpos bajo un mismo sistema de instrucción
y uso. El Jefe de la Fortaleza “El Vijia”, ubicada en La Guaira, proponía
como “...indispensable el cambio de la táctica hasta ahora observada
en el país, tanto más cuanto que el armamento moderno importado
en Venezuela no puede ser manejado según la instrucción antigua...”137
La alta oficialidad emprendió la traducción y análisis de A New Sys-
tem of Infantry Tactics, redactado por el mayor general Emory Upton.138
Todo ello, sucedió sin excluir la influencia española valiéndose de los
tecnicismos tácticos del “...Marqués del Duero, habiendo sido necesario,
así como en la edición americana, hacer uso de nuevos términos para
nuevos movimientos”.139 Aquella corriente de renovación alcanzó un
modesto logro en la obra del general Manuel Agüero: Manual del Manejo
de Armas Arreglado Expresamente para el fusil Remington “...con que
está hoi armada una gran parte de las fuerzas en servicio, con el fin de
que el Ejecutivo Nacional lo adoptase como texto para la instrucción
del Ejército.140
Llama la atención un aspecto que se puede considerar de mayor
trascendencia, y es que cualquier texto de estudio y referencia debía
ser evaluado por una “Comisión Revisora” conformada por tres oficiales
especialistas. Así, los expertos evaluaban la idoneidad de aplicación
teórico-práctica en nuestro ámbito castrense. Para ilustrar este esquema
se puede citar el caso de la misión ordenada por el Ministro de Guerra
y Marina en 1876, a los generales Felipe Esteves, Augusto Lutowsky y
Alejandro Ibarra141, quienes tenían la misión de examinar los manuales

137
General Manuel Agüero: Manual para el manejo de armas arreglado expresamente para el fusil Remington.
Ejercicios de fuego y marchas e instrucción sobre el uso de la espada por los oficiales en formación,
Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1876, p. 3.
138
Col. Emory Upton: A New System of Infantry Tactics. Double and Single Rank. Adapted to American
Topography and Improved Fire-Arms, New York, D. Appleton, 1867.
139
General Manuel Agüero: Manual para el manejo de armas... p. 5.
140
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina en
1877, Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1877, p. XV.
141
Véase el Resuelto de la Dirección de Guerra del Ministerio de Guerra y Marina del 7 de julio de 1876.

115
José Raimundo Porras Pérez

publicados en la época. Al término del escrutinio del compendio del


general Agüero, la comisión dictaminó que la obra no era más que un
manual para el manejo de armas, la carga y los fuegos del fusil Reming-
ton, igualmente resolvió que

...no es una táctica completa como la que en 1864 publicó


en Madrid el general Concha Marqués del Duero, para el
mismo Fusil y el Berdán, que es uno de los mejores ma-
nuales que existen en Europa y que sirve hoi de texto para
la instrucción de los cuerpos del Ejército español como
consta del mismo ejemplar que los que suscriben han
tenido a la vista. 142

El gobierno guzmancista, una vez decretado el uso del manual del


general Agüero como obra de referencia, lanzó una edición de 300 ejem-
plares para las diferentes unidades del Ejército, lo que hacía más accesible
la instrucción a los escalones bajos de la institución. Los soldados debían
manejar un vocabulario técnico, en consecuencia, se hicieron esfuerzos
para que las tropas aprendiesen a leer y escribir.
Ya se ha valorado que en la obra del general Agüero, no se plasmó
en un cuerpo de normas las operaciones de guerra en la geografía vene-
zolana, aquella situación abrió paso a un Tratado Militar Venezolano143
en el escenario castrense. En el prefacio se expresaba que;

En la actualidad no hay más que una norma en el Ejército,


el Código Militar...hai una carencia absoluta de un libro que
abarque todas las materias del servicio, que toque todos
los puntos culminantes de fórmulas y reglas militares, que
sirva de instructor para el recluta como para el oficial, y
lleve el modelo de la Táctica para el manejo de las armas,
los movimientos y evoluciones conforme á las modernas
prácticas. No hemos creído necesario exponer principios y
reglas estratégicas, en atención á que ellos constituyen un
estudio aparte y mui especial; así como también porque no

142
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1877... p. 11.
143
General Jorge Michelena: Tratado Militar Venezolano Arreglado para el Servicio del Ejército de Conformidad
con el Código y las Tácticas Modernas Francesa y Española; Comprendiendo los Toques Militares y
todo lo Concerniente al Servicio de Guerrilla y al Tiro, Caracas, Alfred Rothe, 1879.

116
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

son aplicables a Venezuela las prácticas usuales de ningún


otro país...el sistema venezolano, para hacer la guerra, es sui
generis, por las condiciones peculiares de nuestras regiones
y aún de nuestro carácter...hemos tomado de varios autores
lo que juzgamos esencial...relacionándose con las nuevas
armas de infantería.144

La concepción del Tratado Militar Venezolano de Michelena contaba


con elementos teóricos plasmados en la concepción militar francesa
de mediados de la decimonovena centuria, pero no se desvinculó de
la antigua táctica napoleónica expresada en los manuales españoles
de principios de siglo145, se aducía que “...el fuego por hileras es mas
militar, siempre que se ejecute con serenidad y destreza. Es el que con
más frecuencia se ha de emplear con inmediación al enemigo, sea en el
ataque ó en la defensa, para descomponerle ó reprimir su audacia, y el
más á propósito para la defensa de puestos retrincherados”.146
Aunque se venían arrastrando caducos argumentos doctrinarios,
como el dictamen de la formación de los batallones en dos hileras como
la forma de alineación en batalla147, paradójicamente se esgrimieron
elementos de avanzada, por ejemplo la clara preponderancia del fuego
(representado en la puntería del combatiente individual) tal como lo
muestran las siguientes líneas:

Para que el fusil de la infantería, sea rifle de precisión, co-


mún ó de cápsula, antiguo ó moderno, produzca los efectos
que de él se esperan, es necesario: Que el soldado conozca
las diferentes partes y los accesorios del arma; que lo sepa
desmontar y remontar, y arreglarlo convenientemente en
cuanto á su aseo. Que el soldado ejecute regularmente la
carga. Que las reglas para el disparo sean conocidas por el
soldado, es decir, que sepa de qué manera puede dirigir el
arma, por la relación entre la puntería, la mira y el objeto
hacia el cual se hace el fuego. Que esté ejercitado en estimar

144
Ibídem. (Prefacio).
145
Para sustentar lo expresado a principios del párrafo, existen extractos exactamente iguales al Regla-
mento para el exercicio y maniobras de la infantería de España, Madrid, Ejército de Tierra, Cuerpo
de Infantería, Imprenta Real, 1808, p.160.
146
General Jorge Michelena: Tratado Militar Venezolano... p.98.
147
Michelena: Op. Cit., pp. 90-93.

117
José Raimundo Porras Pérez

las distancias. La instrucción del soldado no será completa


si después de haberse ejercitado en disparar solo, no se
ejercita en fuegos de pelotón. Los principios generales
del tiro se deducen de las posiciones relativas ocupadas
por tres líneas, que son: la línea del tiro, la trayectoria y la
línea de mira.148

Aunque la norma europea y norteamericana dejó su huella en el


Tratado Militar Venezolano se aprecia la introducción de otros puntos
de cardinal importancia aplicables a nuestra situación bélica como:

...la organización de un cuerpo de infantería, ligero, armado


de carabinas rayadas, de alcance, instruyéndolo como caza-
dores, y cuyo traje debería ser el traje nacional: camisa sin
cuello, cogida por un cinturón, pantalón corto ajustado á la
rodilla. Sandalia o sea la cotiza, sombrero de alas grandes,
prendida una de la copa, y un pequeño morral, que sería
la cobija, cogida por correas.149

Al término del primer gobierno del general Guzmán Blanco, los


generales Lino J. Revenga, Julián Churión y Gualterio Chitty efectua-
ron el examen de una obra presentada al gobierno por el ciudadano A.
Ruiz Miyares, titulada Elementos sobre Instrucción de Artillería con
el fin de que se adoptase como texto de instrucción de dicha arma en
el Ejército. Tal pretensión no tuvo efecto, por no haber sido favorable
“...la opinión de los inteligentes comisionados para su estudio”.150 Los
miembros de la comisión exigían de un tratado de artillería que, sin
dejar de ser elemental, pudiese servir de instrucción en esa arma, “...
llamada á ser la más preponderante de todas en el arte de la guerra,
por su material y por su personal”.151 Además, al detectar las raíces de
la obra en el Diccionario Militar del general español José Almirante,
expusieron en que no se trataba a fondo la artillería moderna con la
siguiente interrogante:

148
Ibídem., p. 170.
149
Ibídem, p.173.
150
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina en
1878, Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1878, p. XI.
151
Ibídem. p. 27.

118
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

¿Cómo se comprende, pues, que en una obra que se des-


tina á la instrucción de nuestra juventud, se prescinda
casi en absoluto de las bocas de fuego modernísimas, sus
monturas, maniobras y atalajes? En nuestro país tenemos
los cañones Parrot, Armstrong y Blackley ¿Qué nos dice
de ellos la obra del señor Miyares? Nada; así como de la
ametralladora guarda un silencio mui lamentable.152

En el Quinquenio Guzmancista la táctica militar se difundió a través


de los jefes de instrucción de los batallones. Los batallones que forma-
ban el Ejército Activo, se encontraban armados de Remington, “...el cual
manejan con suma perfección, arreglados á la táctica del Marqués del
Duero que es la que provisionalmente, tiene adoptada la República”.153
El Ministerio de Guerra y Marina fue “...notificado de que ella había sido
reformada en 1882 por una comisión de militares competentes pertene-
cientes al depósito de la Guerra en España154, se ocupó en obtener algunos
ejemplares de la obra reformada”.155 Para el año de 1891, finalmente se
dispuso que se adoptase como texto para la instrucción del Ejército la
última edición de la táctica del Marqués del Duero.156
La Academia Militar de Matemáticas creada y reglamentada por los
decretos del 14 de octubre de 1830 y 26 de octubre de 1831 subsistió hasta
1870.157 Su clausura fue un acto contraproducente al interés nacional, ya
que “...durante cuarenta años fue la Academia de Matemáticas el úni-
co establecimiento científico de Venezuela que sostuvieron las rentas
nacionales”.158 El general Alcántara, por decreto del 14 de diciembre de
1877, organizó nuevamente la Academia, como un instituto puramente

152
Ídem.
153
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1883, Caracas, Imprenta de Vapor de la Opinión Nacional, 1883, p. XII.
154
Ello dio como resultado nuevas regulaciones. Ver: Depósito de la Guerra: Reglamento para el servicio
de campaña, aprobado por ley de 5 enero de 1882, Madrid, Imprenta y Lithografia del Depósito de
la Guerra, 1882.
155
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1886, Caracas, Imprenta Nacional, 1886, p.25.
156
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1891, Caracas, Imprenta de El Pueblo, 1891, pp. V-X.
157
Aún no se ha determinado el móvil político del porqué el Gobierno de aquella época la dejó en completo
abandono y al cabo la extinguió.
158
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina en
1878, Caracas, Imprenta de la Opinión Nacional, 1878, p. XXII.

119
José Raimundo Porras Pérez

militar.159 En el año de 1879, el general Guzmán Blanco la cerró y adscribió a


la Universidad Central, eliminando así lo que calificó de “nido de godos”.160
Por resuelto del Ministerio de Guerra y Marina del 16 de abril de
1890, se abrió nuevamente una Academia Militar a cargo de un general,
designado por el Supremo Magistrado. La Academia Militar era consi-
derada “...como un cuerpo en actual servicio y en tal concepto formará
parte del ejército permanente por lo que estará sometida en todo á las
leyes y códigos militares vigentes. La instrucción será teórica y práctica,
para la cual se adoptarán los textos que señale el Ministerio de Guerra”.161
En la última década del siglo XIX, La Academia Militar se erigió
como un recinto para la enseñanza de oficiales y, en poco tiempo aquella
casa de estudios se mostró como recinto de la instrucción práctica del
combate, así se aprecia en la siguiente representación:

En efecto, son ya palpables y evidentes los grandes adelan-


tos que en la vasta instrucción militar antigua y moderna
van adquiriendo los jóvenes alumnos matriculados, que
en dicha Academia oyen, atentos y aplicados, las útiles
y provechosas lecciones de su idóneo Director, General
Saturnino Fornes. Al andar de corto tiempo instalada la
Academia con pocos alumnos, quiso su Director presentar
un lijero examen, con objeto de demostrar, si no notables
adelantos, por no ser posibles entonces, sí á lo menos, la
decidida aplicación de los educandos, al par que el reco-
mendable fervor del maestro.162

Los alumnos formados en la Academia Militar sirvieron como foco


de la divulgación teórica del arte militar. Podemos citar el caso de una
obra de especial interés, como lo es el caso del Capitán José Antonio
Espinoza con el folleto intitulado Cartera del Soldado, para su estudio

159
Exposición al Congreso Nacional de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1878... p. XXIII.
160
Desde su creación, la Academia Militar fue una institución sujeta a la inestabilidad política del momento.
Véase a: Mariano Picón-Salas: Venezuela independiente, 1810-1960, Caracas, Fundación Eugenio
Mendoza, 1962, p. 546.
161
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1891, Caracas, Imprenta de El Pueblo, 1891, pp. 57-59.
162
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1891... p. XXI.

120
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

y examen se creó una comisión conformada por los generales Leopoldo


Sarría, Fernando Pacheco, José María González y el coronel José María
Hurtado Ortega.163 Dicha delegación se manifestaba sorprendida por
la precisión y claridad con que se hacía comprensible;

...hasta para las más obtusas inteligencias la nomenclatura


y teoría del Remington, objeto del mencionado folleto, la
perfecta descripción que hace hasta de los menores deta-
lles de la referida arma, revelan en el autor un profundo
conocimiento de élla; y con referencia á su manejo para el
tiro, apreciación de distancias, manejo del alza... contiene
además algunas otras explicaciones de suma utilidad que
deben ser conocidas de nuestros soldados...164

El autor abría la mente del lector al expresar que aunque se había


escrito acerca de la teoría y descripción del Remington, se tropezaba
con el inconveniente de que los grandes tratados sobre la materia eran
muy extensos e inadecuados “...á la natural inteligencia del soldado...”165
El folleto de Espinoza era el primer manual donde se detallaban cortes
transversales del fusil para que el combatiente apreciase sus partes y la
colocación de las distintas piezas166, lo que facilitaba el mantenimiento
y funcionamiento del arma. Lo medular de la obra del Capitán Espi-
noza era el sentido didáctico con que podía llegar hasta los más bajos
niveles de la organización167, por lo que fue adoptada por el Ejército
Nacional como texto para la enseñanza teórica del arma que se usaba
para la instrucción del tiro.
En concordancia con las nuevas tendencias teóricas europeas, la
instrucción de las tropas empezó a dar preponderancia a la puntería
del individuo sobre la caduca ráfaga de fusilería del colectivo. De tal
importancia era aquel adiestramiento que se “...instruía al soldado en la
apreciación de distancias colocando hombres y fracciones de los mismos

163
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1892, Caracas, Tipografía de El Correo de Caracas, 1892, p.141.
164
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1892, p.143.
151
Ibídem. pp. 150-153.
166
Ibídem. p.167.
167
Esto se aprecia en el hecho de que las impresiones de las obras estaban por encima de los mil ejemplares.

121
José Raimundo Porras Pérez

de cien en cien metros haciéndoles observar el aspecto que presentaban


a distancias determinadas, estos ejercicios se hacían a distintas horas
del día y con distintas condiciones atmosféricas”.168

Inicios de la prusianización del Ejército y la Marina de Guerra


Por razones estratégicas, y dado el extenso litoral marítimo de la
República, se hacía necesario reemplazar en las fortalezas y la Armada
Nacional las baterías de antiguos modelos de artillería descontinuados
en los países más avanzados en materia bélica. Por lo antes expuesto, se
celebró el contrato del 31 de mayo de 1893, para la compra de cuarenta y
cuatro (44) piezas de Artillería con su respectiva munición y accesorios,
además de treinta y seis mil (36.000) fusiles Mauser y tres mil doscientas
(3.200) carabinas fuego circular169 con sus municiones, correage, etc.170
Con la adquisición del material de guerra importado de las casas Krupp
y Mauser en Alemania, y Winchester en los Estados Unidos de Nortea-
mérica, se abrió un nuevo camino en las tendencias teóricas a seguir.
En el año de 1893, el Ministerio de Guerra y Marina propuso una
nueva reforma de la Táctica Militar vigente, adaptándola al manejo del
Infanterie Gewehr Modelo 71/84 o fusil Mauser, con que en ese mo-
mento estaba dotándose a las unidades del Ejército, ampliándola con la
instrucción de batallón en orden abierto.171 En virtud de ello, el general
Vicente Mestre señalaba, lo siguiente:

168
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1892, Caracas, Tipografía de El Correo de Caracas, 1892, p.167.
169
Representada en la Carabina Winchester, Modelo 1873 (norteamericana) con un calibre de 11 mm. De
percusión circular (después sería de percusión central). Tenía una cadencia de 10 disparos por
minuto, y un almacén en el tubo a lo largo del cañón con capacidad de 8 cartuchos. El rifle Win-
chester llegó a ser sinónimo del “fusil de repetición” de la segunda mitad del siglo XIX; es decir, de
aquellos primeros fusiles y carabinas que permitían disparar varias veces sin necesidad de efectuar
una recarga, desalojando el casquillo o cartucho usado y reemplazándolo por uno nuevo mediante
un movimiento de palanca. Al Winchester se le conoce en los Estados Unidos como: “El arma que
conquistó el Oeste”, sobre todo por su recurrente aparición en las películas del género Western,
como las protagonizadas por John Wayne en los años 1930s y 1940s. Esta fama no es del todo
exacta, pues la primera conquista del Oeste se realizó con otros modelos de fusiles de tiro rápido,
aunque la popularización del Winchester sí masificó la brecha tecnológica entre los conquistadores
estadounidenses y los guerreros nativos que lucharon por su independencia durante la última fase
de las Guerras Indias.
170
Exposición que dirige el Ministro de Guerra y Marina al Jefe del Poder Ejecutivo Nacional en 1893, Caracas,
Imprenta y litografía Nacional, 1893, Documentos 10 y 11.
171
Exposición que dirige el Ministro de Guerra y Marina al Jefe del Poder Ejecutivo Nacional en 1893, Caracas,
Imprenta y litografía Nacional, 1893, p. XXII.

122
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

Hace pocos días que en conversación privada, publi-


cada luego por uno de los periódicos de esta capital,
digimos(sic) nosotros que habiendo el gobierno compra-
do un valiosísimo parque en el cual figura el Mauser como
arma para la infantería, era de desearse que los militares
hicieran un estudio de tan importante fusil, para que se
formaran un concepto de él...172

El fusil máuser fue objeto de un examen detallado por militares


expertos. Se concluyó que el arma no se emplearía sino en el tiro de
repetición. Pero “...las condiciones del arma son tales, que no sola-
mente permite completar la carga de su almacén, sino igualmente
emplearla como arma de tiro simple, cargándola tiro á tiro, ó bien,
conservando una reserva de cartuchos en el almacén, y completar
sucesivamente su carga, introduciendo un cartucho cada vez en él”.173
Con aquel fusil se produjo una innovación en el entrenamiento del
combatiente a través de los cartuchos de entrenamiento. El cartucho
de ejercicio se componía de la vaina y de una bala simulada por una
camisa de acero soldado a aquella y niquelado para distinguirlos de los
cargados174, con aquellos artificios se lograba el adiestramiento de las
unidades sin el riesgo de sufrir heridas por sus propios compañeros.
Ante la ausencia de un marco referencial del fusil Mauser para los
batallones, se nombró una comisión compuesta por los ciudadanos
generales Francisco Carabaño, Ramón García y Saturnino Fornes con
el fin de examinar y presentar un informe sobre un tratado de Táctica
de Infantería para Batallones, escrita por el coronel Siro Vásquez. Al
término de un mes la comisión dictaminó a favor de dicho tratado. Se
dispuso así, adoptar la obra como adición a la Táctica Militar incluida
en el Decreto del 15 de junio de 1893 y se destinó la suma de 5.800
bolívares para la impresión de 1000 ejemplares.175

172
General Don Vicentre Mestre: El Fusil Mauser su Tratamiento y Conservación, Caracas, Imprenta Bolívar,
1894, p. 6.
173
Idem.
174
General Don Vicentre Mestre: El Fusil Mauser...p. 11.
175
Exposición que dirige el Ministro de Guerra y Marina al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela
en 1896, Caracas, Imprenta Colón, 1896, pp. 164-167.

123
José Raimundo Porras Pérez

El tratado del coronel Vázquez contenía una marcada similitud


del texto de Táctica de Infantería: Instrucción de Sección y Compañía,
redactado en España en el año de 1896, esto se aprecia en las siguientes
líneas:

Al Jefe de Batallón toca distribuir su fuerza conforme lo


exigan (sic) las circunstancias del momento. Teniendo
entendido que á cada compañía ha de dar una misión
determinada...y que ha de conceder a los capitanes una
iniciativa razonable para obrar dentro del objeto que
les haya designado, exigiéndoles al mismo tiempo que,
cuando éste termine, se reúnan al batallón sin orden
especial para ello.176

Como adición a la táctica de 1893 surgió el Decreto Ejecutivo del 2


de octubre de 1896, por el cual se adoptaba la táctica que debía seguirse
para la instrucción del Ejército Activo de la Nación. En el documento
se aprecia que no aportaba nada nuevo con respecto a las maniobras
ofensivas de infantería de épocas anteriores, por ejemplo:

...en el orden abierto ó disperso las diversas fracciones de


una unidad táctica ó de combate están colocadas unas
detrás de las otras, á distancias desiguales y bastante con-
siderables, hallándose la tropa de las más avanzadas en
guerrilla, esto es, en una sola fila con intervalos entre los
soldado, y las demás constituyendo varias líneas o escalones
y formadas en líneas ó en columnas.177

No obstante, aquel tratado contenía un importantísimo apéndice


para la construcción de trincheras-abrigos de similar dimensión y
apariencia a las erigidas actualmente por los combatientes indivi-
duales de infantería. Además daba una importancia al entrenamiento
de los soldados en el fuego del fusil y el cañón moderno de artillería.

176
Ibídem. p. 168. Este texto fue extraído del tratado de táctica de infantería española. Ver: Depósito de
la Guerra: Tactica de infantería: Instrucción de sección y compañía, Madrid, Tipografía Nacional,
1896, p.135.
177
Táctica de infantería instrucción de batallón decretada por el general Joaquín Crespo, Caracas, Tipografía
El pregonero, 1897, p.4.

124
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

Para el año de 1899 se lograron captar los avances en las manio-


bras de infantería en el asalto. Con el manual del teniente José Ignacio
Fortoult la formación de un batallón era en una línea desplegada,
consistente en que cada una de las compañías que la constituyen,
estuviese formada en una única línea. “...El batallón así formado se
divide en dos medios batallones: la primera y la segunda compañía
constituyen el medio batallón de la derecha; y la tercera y la cuarta,
el medio batallón de la izquierda...”178 La formación normal de un
batallón en orden de combate consistía “...en tener dos compañías
en orden normal de combate, la una al lado de la otra y las demás
en línea de columnas de compañía, trescientos pasos a retaguardia
de los sostenes”.179
La actividad intelectual militar venezolana, no solo se circunscri-
bía al análisis de las obras ejecutadas por miembros de la institución
armada de la nación; los escritos extranjeros también merecían su
escrutinio. En 1894 una orden del Ministerio de Guerra y Marina so-
metió a examen “...una obra de la Academia Militar de Míchigan que
ha recibido el Presidente de la República y que puede ofrecer alguna
utilidad á nuestro Ejército, para que el Gran Consejo emita su opinión
sobre la misma”.180 Aunque no se han obtenido referencias del tratado
recibido por el general Joaquín Crespo, es muy probable que se tratase
del texto: A National Reserve for the Exigency of War181 del coronel
Joseph Sumner Rogers, quien se había desempeñado como superin-
tendente y fundador de la Academia Militar de Míchigan.
Otros textos no oficiales deben mencionarse como aportes teóricos
a la bibliografía militar venezolana. Tal es el caso del texto del general
Antonio Paredes. En su condición de exiliado, Paredes viajó a París donde
perfeccionó sus estudios militares. Allí dio forma a su libro Consejos e
Instrucciones sobre el Arte de la Guerra, en el prefacio del mismo, el autor
confirma la influencia de los escritos del Mariscal Bugeaud y en otras
178
José Ignacio Fortoul: Reglamento de infantería ajustado a las prescripciones de la táctica moderna,
Caracas, Tipografía de Herrera Irigoyen & CA, 1899, p.49.
179
José Ignacio Fortoul: Reglamento de infantería... p.90.
180
Exposición que dirige el Ministro de Guerra y Marina al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela
en 1895, Caracas, Imprenta Colón, 1895, p. XXI.
181
Joseph Sumner Rogers: A National Reserve for the exigency of war, s.n., 1894.

125
José Raimundo Porras Pérez

líneas se refiere al general Dragomirov.182 Una característica llamativa en la


obra de Paredes se ve reflejada en la influencia del coronel Charles Ardant
Du Picq cuando abordó los temas de los principios físicos y morales del
combate de la infantería, de la moral en los combates, la caballería contra
infantería, la caballería contra artillería y otras observaciones militares.
El general Paredes siguió un esquema muy similar a los Estudios
sobre el Combate del pensador militar francés. Su texto era claramente
destinado para uso de los soldados183, y “...expresamente hecho para
ser llevado en el bolsillo”.184 Como tantos otros generales de su época,
apuntó que no se debía caer en el error de copiar los usos europeos:
...si en los países del Nuevo Mundo, especialmente en los
de Sur América, á pesar de la escasez de vías de comunica-
ción, de la carencia de mapas detallados de los lugares, de
nuestra poca población, de nuestros pequeños ejércitos,
casi siempre improvisados; si á pesar de todas esas diferen-
cias, esenciales, pretendiésemos hacer la guerra copiando
servilmente los usos europeos, caeríamos en el ridículo, y
lo que es peor aún nos inutilizaríamos para obtener grandes
resultados militares.185

Antonio Paredes opinaba que el simple valor por sí sólo no podía


dar el éxito en la guerra; los conocimientos sobre ella eran fundamen-
tales, de allí la tarea de divulgación de los principios de ese arte entre la
oficialidad y la tropa. Utilizó los escritos del general Dragomirov186 en lo
relacionado a la educación militar187, y estimuló la iniciativa en los esca-
182
Mikhail Dragomirov fue Director de la Academia de Estado Mayor del Tsar Nicholas I desde 1878 a
1889. En 1866 acompañó a Prusia en la campaña contra Austria. Dragomirov era un seguidor de
las ideas de Alexandr Suvorov aquel cuya máxima era: “Las balas son inútiles, la bayoneta, una fiel
compañera”. Para una visión del pensamiento ruso ver: David Schimmelpenninck van der Oye y
Bruce Menning: Reforming the Tsar’s Army: military innovation in Imperial Russia from Peter the Great
to the Revolution, Cambridge, Woodrow Wilson Center Prees and Cambridge University Press, 2004.
183
General Antonio Paredes: Consejos e instrucciones sobre el arte de la guerra traducidos del francés, y
modificados para hacerlos especialmente aplicables en las naciones de la América del Sur, París,
Imprenta Hispanoamericana, 1897, p.10.
184
General Antonio Paredes: Consejos e instrucciones sobre el arte de la guerra... p. XI.
185
Ibídem. p.VII.
186
Général Dragomirov: Commentaire de A. Souvorov: l’Art de Vaincre, París, Henri Charles- Lavauzelle,
1885. Citado por: Walter Pintner: Russian Military Thought: The Western Model and the Shadow of
Suvorov, En: Peter Paret comp.: Makers of Modern Strategy from Machiavelli to Nuclear Age, Oxford,
Oxford University Press, 1986.
187
El mismo apuntó que “...les hemos hecho pocas alteraciones, porque nuestras ideas sobre esos parti-
culares están en un todo acordes con las suyas”.

126
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

lones más bajos de la organización, con el resalto de la labor del capitán


como “...responsable de la buena dirección impresa á los hombres de su
compañía: partiendo de esta base tiene el deber de asegurarse de cómo
conoce cada uno de ellos sus obligaciones...”188 Consideraba un error de
un comandante de compañía “...el imaginarse que al enseñar á su gente
el ejercicio a la bayoneta, el tiro, las evoluciones, el empleo del terreno,
ha hecho todo lo necesario y que lo demás vendrá por sí solo”.189
En la Última Campaña del General José Manuel Hernández, Paredes
planteó el hecho que dicha campaña adoleció desde el punto de vista
científico de todos los principios, no siendo derrotados antes porque los
jefes militares que se enviaron a combatirlo no supieron aprovechar sus
errores y debilidades. El general Paredes explicó las razones por la que
Hernández pudo vencer a Crespo en la Mata Carmelera: consideraba
errada la decisión de fraccionar las fuerzas en cuerpos más pequeños,
siempre y cuando los jefes que quedasen a la cabeza de estas pequeñas
tropas fuesen de muy baja preparación. Paredes calificó al general Her-
nández como “...general de escasísimo intelecto y de poca energía, lo
que hizo después revela que no tiene ni los conocimientos que deben
presuponerse en un coronel, ni aún esa intuición de la guerra que ha
hecho sobresalir algunos de nuestros militares”.190
En el ocaso del siglo XIX, surgió en el ambiente castrense venezolano
la Cartilla Militar para la Instrucción Moral del Soldado Venezolano191 un
tratado muy particular que aborda elementos de la ética y moral militar
poniendo el acento en el “Espíritu de Cuerpo”, término de amplia utili-
zación por la escuela de pensamiento militar francesa de fines de siglo,
tal como se aprecia en el siguiente fragmento:

Este compañerismo se hace sentir de algún modo más


particular entre los individuos de un mismo batallón ó de
una compañía... y esto es lo que se llama espíritu de cuerpo.
Y es este espíritu el que hace unidos a los soldados de una
188
General Antonio Paredes: Consejos e instrucciones... p.4.
189
Ibídem. p.5.
190
Ver: Antonio Paredes: La Última Campaña del General José Manuel Hernández, escrita y comentada a
vuelapluma, Caracas, s.n., 7 de junio de 1899.
191
General Vicente Mestre: Cartilla militar para la instrucción moral del soldado venezolano, Caracas, Tipo-
grafía moderna, 1898. p. 28.

127
José Raimundo Porras Pérez

misma compañía; el que hace que ellos consideren el honor


de su cuerpo como sagrado; es el espíritu de cuerpo el que
vuelve á tal ó cual batallón que se ha cubierto de gloria, ó
á tal compañía que fue la primera en asaltar la trinchera,
los soldados de un batallón deben considerarse como si
fueran los hijos de una gran familia de la que es padre el
comandante.192

Ya para el año de 1903 el coronel León Vallés, en su Compendio de


Guerrillas práctico había extractado algunas de las enseñanzas de la Gue-
rra de los Bóers, Vallés consideró que los surafricanos “...no vencieron ni
en la primera época de la lucha cuando eran superiores en número á los
ingleses...porque sus jefes no eran militares”.193 Para Vallés la guerra era
un arte práctico, ante todo en soluciones que no se alcanzaban con los
nuevos armamentos sino sometiéndolos a los reglamentos de la ciencia;
“...y en Venezuela no tenemos Escuela Militar sino para lo elemental, ni
textos en los cuales el que se prepara á la guerra se imponga a los medios
que conducen al éxito”.194
A principios del siglo XX se consolidó el proceso de estímulo de
iniciativa a los escalones intermedios de la organización, para ello, se
fraccionaban los efectivos y se lanzaban a la lucha “metódicamente”,
es decir: con oficiales medianamente adiestrados en los movimien-
tos al iniciarse el despliegue de la cadena de tiradores; los refuerzos
se colocaban formados perpendicularmente al frente de batalla en
pequeñas columnas destinadas a ser absorbidas paulatinamente por
los tiradores, y finalmente se constituía con ellos una sola línea activa
en el momento del asalto a la posición enemiga. No obstante, Vallés
consideraba que el “...valor, empuje y demás cualidades naturales
entre venezolanos, se encuentran en ambos campamentos; la balanza
forzosamente se inclina á favor del que á los méritos naturales de sus
tropas, agregue el peso de los conocimientos tácticos de sus jefes y
oficiales”.195

192
Ídem. El subrayado es nuestro.
193
Coronel León Vallés: Compendio de Guerrillas Práctico. Extractado de los mejores autores para el Servi-
cio de Plaza y Campaña, Séptima Edición Aumentada, Caracas, Tipografía Washington, 1906. p.6.
194
Ídem.
195
Ibídem., pp. 6,7.

128
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

La creación de Revistas Militares como órganos de propagación del


pensamiento militar repuntó a partir del año de 1890. Por disposición
del presidente de la República, se creó en Caracas un periódico hebdo-
madario en forma de folleto con el título de Boletín Militar el cual tenía
por objeto, “…publicar en sus columnas los Decretos y Resoluciones
que tengan su origen en este Ministerio y además todo aquello que en
el ramo de instrucción militar lleve a la mente y a las conciencias de los
individuos del Ejército”.196
A partir de la fundación de la Academia Militar de Artillería en 1896,
se iniciaron las gestiones para la elaboración de su material divulgativo
representado en la Gaceta Militar bajo la redacción del coronel Rafael
Vargas, del comandante Gustavo Padrón Wells y la colaboración del
general alemán Alfred von Ehrenberg197, capitán Charles Collins (Agre-
gado Militar en Venezuela), coroneles José María Pachano, Francisco
Linares Alcántara, W.I. Carlowitz198 y Leopoldo Tailhardat. Aunque de
corta vida, aquel folleto ayudó a la divulgación y promoción del nuevo
material que había importado para el ejército el general Joaquín Crespo.
A principios del siglo XX el general Carabaño veía como una impe-
riosa necesidad la fundación de un periódico dedicado exclusivamente
a los asuntos militares y como órgano de propaganda que “…lleve á los
individuos del Ejército los adelantos de la ciencia, ó estimule siquiera
en ellos el estudio del arte profesional, preparándolos así á recibir la
instrucción metódica y fecunda que encontrarán en las academias y
escuelas cuando se establezcan definitivamente”.199 Tal inquietud se
basaba en el hecho de sentir un atraso en aquella tarea informativa,
descrita en los siguientes términos:
196
Exposición que dirige al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y Marina
en 1891, Caracas, Imprenta de El Pueblo, 1891, p. XXIII.
197
El general Ehrenberg se desempeñó como Oficial de Estado Mayor en la Guerra de 1870-1871, fue
galardonado como caballero de la Cruz de Hierro (La más alta condecoración militar del Reino de
Prusia y Alemania, concedida por actos de valentía). Contribuyó a la formación del pensamiento
militar prusiano-alemán con un libro de bolsillo para su uso en el campo de batalla, en operaciones
tácticas, juegos de guerra y maniobras. Véase Alfred von Ehrenberg: Praktischer Truppenführer:
Ein Feldtaschenbuch zum Gebrauche bei Taktischen Arbeiten, Kriegsspiel- und Felddienstübungen,
Manövern und im Kriege, Zürich, C. Schmidt, 1886.
198
W. von Carlowitz participó con el grado de coronel como oficial de artillería en la guerra Franco-Prusiana
de 1870-71. Este dato puede encontrarse en: E. Hoffbauer: Campaign of 1870-1871: The German
artillery in the battles near Metz, H.S. King, 1874, p.350.
199
Gral. Rafael M Carabaño: Estudios Militares, Porlamar, Tipografía de “El Sol”, 1905, p. V.

129
José Raimundo Porras Pérez

...Sin contar las naciones europeas y los Estados Unidos,


donde sabe ud. Se publican numerosas revistas de esta
índole, sin meter en cuenta á Mejico, Chile, el Brasil y la
Argentina, en los cuales la instrucción militar ha sido ob-
jeto de esmerada atención desde años atrás, tenemos que
en Colombia se edita un Boletín del Ejército, en Ecuador
ve la luz mensualmente la famosa revista La Ilustración
Militar, que cuenta ya seis años de vida...200

La iniciativa provino del Comandante de la Artillería de Costa y


Fortaleza de Puerto Cabello, coronel Gustavo Padrón Wells, el 13 de
diciembre de 1905 quien solicitó el permiso correspondiente para publi-
car una revista quincenal que se titulará Revista Militar y Naval “...para
propagar en nuestro Ejército y en nuestra Marina de Guerra, los cono-
cimientos avanzados de esas ciencias bajo todas sus manifestaciones,
y será a la vez gimnasio intelectual para la juventud que lucha ávida de
luz y de expansión científica”.201
En varias décadas se presentó un vacío en la doctrina artillera con
que se instruían a los comandantes y sirvientes de las piezas. Posterior al
arribo del material de guerra alemán representado por los cañones Krupp
de 60 y 80 cm, el cadete de la Escuela Militar de Artillería, Néstor Arcaya
Minchín publicó en 1901 los Elementos de Artillería y su Táctica202 con la
finalidad de establecer un marco normativo para la operación de las nóve-
les piezas, un elemento que resulta interesante es el uso del tiro indirecto
que es “...es el nombre que se le dá al tiro dirigido contra un blanco que
á causa obstáculo no puede verse desde el lugar que ocupa el tirador...”203
durante el apoyo de fuego a las tropas de infantería o caballería.
El Curso Elemental de Artillería escrito por el coronel José María
Pachano, quien se desempeñó como subdirector de la Escuela Militar de
Artillería era una obra de gran utilidad para los alumnos pertenecientes
al curso elemental de la mencionada escuela.204 Lo más resaltante de la

200
Ídem.
201
Gustavo Padrón Wells: Revista Militar Naval, Puerto Cabello, Venezuela, Casa Editora imprenta Cooper,
Año I, Nº 1, Enero 1 de 1906.
202
Néstor Arcaya Minchin: Elementos de Artillería y su Táctica, Caracas, Imprenta El Pregonero, 1901.
203
Néstor Arcaya Minchin: Elementos de Artillería... p. 17.
204
Néstor Arcaya Minchin: Cartera de Caballería, Caracas, Tipografía de Rómulo A. García, 1906, p. 10.

130
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

obra del coronel Pachano era la sencillez y claridad con que fue escrita,
además de estar destinada a la instrucción de servicio de las piezas
del material Krupp se estipulaban nociones generales sobre táctica de
artillería.
Con la adquisición del material de artillería ligera para montaña, el
teniente Arcaya Minchín presentó una obra con un programa de Instruc-
ción para la Artillería con reglas generales según el barón Kaulbars205, el
manejo de los cañones Krupp de montaña y de campaña tomado de las
lecciones orales del Jefe Director de la Academia de Artillería, general
Alfred von Ehrenberg206, además de nociones de un reglamento de caba-
llería para el uso de la artillería, tomado de la última táctica de caballería
española; igualmente dedicó un capítulo sobre el uso de los ferrocarriles,
Reconocimientos y socorros en el campo de batalla. La comisión revisora
de los generales Francisco Carabaño, Alfred von Ehrenberg y el coronel
Siro Vázquez, valoraron en el trabajo expuesto por Arcaya Minchin “...
una ilustración poco común de mucha laboriosidad y gran entusiasmo
por la carrera de las armas...”207
La adopción de aquel instrumento de normas se basó en la necesi-
dad de un Reglamento de Caballería, para la instrucción de la Artillería
a Caballo y por la total carencia de un marco táctico para la instrucción
del cañón Krupp, que adaptase a nuestras necesidades los principios de
la táctica más moderna para la época. La obra Cartera de Artillería estuvo
destinada a servir de texto a la Escuela Militar y unidades de la referida
arma al Ejército. Las referencias de las que se sirvió Arcaya para formar su
obra, fueron tomadas de las Memorias del Estado Mayor Alemán durante
las campañas de 1866-71208, “...los reglamentos de táctica últimamente
publicados por los gobiernos de Alemania, Francia, España, Bélgica.
205
El general Nicholas Kaulbars fue jefe de Estado Mayor de la Primera División de la Guardia Imperial en
la Campaña Ruso Turca de 1877-1878, se destacó por sus estudios acerca del Ejército Alemán;
traducidos al inglés, al francés y al italiano. Ver: La Ilustración Española y Americana, Madrid, Año
XXX, Nº 38, 15 de octubre de 1886, p. 211.
206
El general Alfred von Ehrenberg propuso la reorganización de la Escuela Militar de Artillería en una
Academia Militar para enseñar la táctica de las tres armas, la ingeniería militar, y formar oficiales de
Estado Mayor. Ver: Arcaya Minchin: Cartera de Caballería... p. 11.
207
Arcaya Minchin: Cartera de Caballería... p. 9.
208
Helmuth Moltke (Graf von) y D. E. S. Kirchner: La Guerra Franco - Alemana de 1870-71 por el feld-mariscal
conde de Moltke con un apéndice sobre el supuesto consejo de guerra en las campanas del em-
perador Guillermo I, Barcelona, Montaner y Simón Editores, 1891.

131
José Raimundo Porras Pérez

Los Estados Unidos de Norte América, Chile, Argentina y Perú”.209 Así


como también incluyó autores menos actualizados representados en las
memorias de Jomini, Okounef210, Jaquinot des Presles211, Schmidt212 y von
Wrangler.
En el primer quinquenio del siglo XX surgió un importante traba-
jo de corte histórico del general Francisco Carabaño; sus principales
fuentes giraban en torno a figuras de tratadistas como: Perizonius,
Jomini y Vulturio. El coronel Arcaya Minchin, integrante de la Junta
de Instrucción Militar, recomendaba “...a la oficialidad del Ejército la
lectura de este importante trabajo, el cual enseña el desarrollo de la
artillería en sus distintas épocas. Creemos también que los estudios
que nos ofrece el Gral. Carabaño sobre fortificaciones de campaña y
armas portátiles serán de gran interés”.213

La tradición bélica venezolana


Aunque existía una oficialidad instruida en el arte de la guerra,
la gran mayoría de los conductores de tropa de finales de siglo apli-
caban sus conocimientos por su valoración empírica y su valentía en
la práctica. A principios del siglo XX, el general Francisco Carabaño
lo ilustró de la siguiente manera: “La mayoría de los militares vene-
zolanos se han acogido siempre al viejo y peligroso sofisma de que la
guerra no se aprende sino por la guerra, y partiendo de este principio
erróneo han abandonado por completo la teoría ateniéndose á una
práctica rutinaria y poco eficaz en las guerras modernas...”214
El general Francisco Linares Alcántara expuso su participación
como Jefe de la Artillería en la campaña de Tocuyito contra la Revo-
lución Liberal Restauradora. Durante la ejecución de las operaciones
209
Arcaya Minchin: Cartera de Caballería... p. 13.
210
N. Okounef: Examen razonado de las propiedades de las tres armas infantería, caballería y artillería.
Modo de emplearlas en las batallas y relaciones que tienen entre si, Madrid, Imprenta de don Juan
de La Vega, 1840.
211
Jacquinot de Presle: Cours d’Art et d’Histoire Militaires, a l’usage de mm. les officiers de l’École Royale
de Cavalerie Saumur, París, A. Degouy, 1829.
212
Carl von Schmidt: Instructions for the training, employment, and leading of cavalry, compiled by capt. von
Vollard-Bockelberg, tr. by C.W.B. Bell, London, P L Vollard-Bockelberg, 1881.
213
Gustavo Padrón Wells: Revista Militar y Naval, Puerto Cabello, Venezuela, Casa Editora Imprenta Cooper,
Año I Nº 3, Febrero 8 de 1906, p. 68.
214
Gral. Rafael M Carabaño: Estudios Militares... p. III.

132
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

resaltó el hecho de que requirió órdenes del general Diego Bautista


Ferrer, y la única confirmación fue la de: “Péguese que ya estamos
pegados”. Linares Alcántara exteriorizó discrepancias con sus supe-
riores en los siguientes términos: “…cuando trataba de imponer mis
modernas tácticas de militar de escuela. Lo que hacían era reírse y
llamarme el musiú. Ellos no actuaban sino como viejos militares de
tratados, y por la antiquísima táctica del Marqués del Duero”.215 El
general Francisco Linares Alcántara, por otro lado, destacó algunas
cualidades de aquellos caducos conductores al apuntar que, “...
aquellos militares empíricos eran valientes, abnegados, intuitivos:
es justicia decirlo”.216
El coronel León Vallés, calificó a los ejércitos que se enfrentaron
en nuestras contiendas civiles como “...montoneras, mandadas por
guerreros que convierten el combate en torneo en donde hacen alarde
de su valor y de que saben morir en un campo de batalla, pero también
patentizan que ni saben, lo que hacen ni lo que se proponen, y que,
entregado todo al acaso, á la confusión, el resultado final á menudo
sorprende tanto al vencido como al vencedor”.217 Aunque esta opinión
hacía patente el hecho de que un sector de la oficialidad venezolana
adolecía de estudios formales en el arte y ciencia militar, existen otros
elementos que han de tomarse en cuenta.
Contrapuesto al anterior argumento, una gran mayoría de oficiales
no dejaban de estar informados en temas militares, de ser autodidactas
y contar entre sus bienes con pequeñas bibliotecas castrenses. Llama la
atención el consejo que procuró a su hijo el general Santiago Briceño a
comienzos del siglo XX:

La instrucción del ejército es otro punto importante que no


debe descuidarse, procurando que haya un Jefe entendido
en la materia; esto, a la vez que contribuye a la disciplina
de las fuerzas, proporciona ocupación al soldado, que debe
estar siempre en actividad. Tú mismo no debes descuidar

215
Ana Mercedes Pérez: Entrevista al general Francisco Linares Alcántara (hijo), Caracas, Revista Élite,
N°1579, 7 de enero de 1956, p. 4.
216
Ídem.
217
Coronel León Vallés: Compendio de Guerrillas Práctico... p.6.

133
José Raimundo Porras Pérez

instruirte en la táctica militar, conocimientos que son


indispensables.218

El caso del general Cipriano Castro es otro digno de mención. El


general López Contreras apuntaba que sin haber tenido escuela profe-
sional dónde adquirir preparación técnico-militar;

Castro se guió siempre por el instinto o el sentido de la


organización de grupo armado y de su empleo en el cam-
po de la acción colectiva, que es lo que técnicamente se
conoce como el empleo táctico de las tropas. Valiente y
temerario en los primeros combates de adiestramiento,
poco a poco, con la práctica, irá observando una actitud
más prudente, a medida que entra a ejercer puestos de
mayor responsabilidad, ya como subalterno, ya en los
comandos superiores. A pesar de que se manejó con se-
ñalada destreza desde el momento en que entró a actuar
en el campo de la guerra hasta realizar la campaña de
1892, durante los años de exilio en Colombia alcanzó una
gran cultura y conocimientos militares con la lectura de
las obras que tratan de nuestra guerra magna y cuanto
se relacionaba con las guerras napoleónicas. Muchos
de esos principios vino a aplicarlos posteriormente, de
1899 a 1902.219

El “...Cabito admiraba y trató de atraer siempre a los hombres de


letras”.220 Al llegar al poder en 1899, gran parte de la oficialidad ins-
truida de Caracas pasó a formar parte del Ejército Liberal Restaurador.
Según el general Carabaño, los gobiernos anteriores al de Cipriano
Castro “...descuidaron lamentablemente la instrucción del Ejército y
aún permanecemos ignorando los asombrosos adelantos alcanzados
por el Arte de la Guerra en los últimos años...El General Castro ha
comprendido la necesidad de corregir esa falta y desde el principio
de su Administración se puso á la obra con laudable empeño”.221 Ese

218
Carta del general Santiago Briceño a su hijo el general Santiago Briceño Ayesterán del 02 de noviembre
de 1901. En: Santiago Ochoa Briceño: Epistolario del Doctor Santiago Briceño 1898-1903, Caracas,
Ediciones del Congreso de la República, 1991. p. 346.
219
Eleazar López Contreras: El Presidente Cipriano Castro, Caracas, Imprenta Nacional, 1986, p.163.
220
Idem.
221
Gral. Rafael M Carabaño: Estudios Militares... p. III.

134
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

ahínco se reflejó en la adquisición de un importante lote de armas


en Europa, la promulgación del Código Militar de 1903, la refunda-
ción de la Academia Militar de Venezuela y los trabajos del Cuerpo
de Ingenieros encargados del levantamiento del plano militar de
Venezuela.222
En Venezuela se dio el caso de que parte de la oficialidad instruida
y la mayoría de los caudillos en armas se encadenaron a la tradición
de lucha de los lanceros de principios del siglo XIX. Un comentario
muy vívido de este tipo de experiencia de combate lo dibujó el capitán
británico Charles Brown con la siguiente anécdota:

Este general Páez era antes un arriero de mulas, pero por


su arrojo y su conducta valerosa fue elegido para el mando
de cuatro o quinientos guerrilleros indios, fuerza que ha
aumentado a tres mil. De ella depende por completo el
éxito de la causa patriota. Están armados de lanzas toscas
y deformes y montan pequeños caballos muy veloces...
sorpresivamente atacan el campo enemigo durante la
noche, cuando se les suponía a leguas de distancia. No
obstante, rara vez se empeñan en un combate regular, que
en este caso pueden sufrir una derrota con frecuencia.
Contra las tropas disciplinadas del Rey, su temeridad
y coraje resultarían fatales, pues se lanzan a la pelea de
modo irregular, esforzándose cada quien en sobrepasar
a los demás.223

Medio siglo después de haberse sellado el capítulo de la Guerra


de Independencia, los parques y depósitos de la República reflejaban
en sus inventarios “lanzas para caballería”; tal es el caso del Parque
de Artillería del Dtto. Federal que inventariaba en su depósito un
total de 96 lanzas. A finales de siglo se mantenía la organización de
unidades de lanceros a caballo. En telegrama del general Hernández
Moyo al general Cipriano Castro del 28 de enero de 1902, daba cuenta

222
Memoria que dirige al Congreso Nacional de los estados unidos de Venezuela el Ministro de Guerra y
Marina, Vol. 2, Caracas, Imprenta Bolívar, 1907.
223
Charles Brown: Narrative of the expedition to South Améríca which sailed from England at the close of
1817, for the service of the Spanish Patriots..., London, Printed by E. Hourlett, 1819. En: Narraciones
de dos expedicionarios británicos de la independencia, Caracas, Instituto Nacional de Hipódromos,
1966, pp. 158,159.

135
José Raimundo Porras Pérez

de la organización militar de Santa María de Ipire en la siguiente repre-


sentación: “Ante la venida de Mendoza a las órdenes del Jefe Civil del
Municipio Coronel Manuel Toro Fernández organizamos en el primer
momento...cincuenta hombres de caballería armados de lanzas”.224
En el preludio de la Batalla de La Victoria de 1902, durante la ac-
ción de Tinaco, el general Loreto Lima esperó al general Juan Vicente
Gómez en pleno llano con su caballería, el general andino se guareció
con su tropa dentro del poblado y apostó su infantería en las casas de
tapias, Loreto Lima aseguró: “...esos chácharos tienen miedo”; y cometió
el disparate de avanzar por el medio de la calle a ultimarlos y los rifles
de repetición disparados desde ambos lados lo acaban. Lanza Libre
caía gravemente herido, Gómez llegó hasta su adversario derrotado, lo
abrazó y le dijo: “No se preocupe, general, usted se va a Valencia con
sus propios oficiales para que lo curen allá”, sin embargo, el caudillo no
resistió y murió en dicha ciudad.225
Es notable el hecho de que este tipo de acción no era exclusiva
de las huestes precariamente instruidas en el arte de la guerra. En el
plan de estudios de la Academia Militar en el año de 1904 se preveía la
instrucción de la “esgrima del sable y lanza á pie y á caballo”226, como
parte de los estudios del arma de caballería.
Paralelamente a los viejos usos, el teniente Arcaya Minchín expuso
una aplicación más técnica del empleo de la caballería “…en la táctica mo-
derna de la guerra, separándola del resto del ejército, encargándola de la
exploración estratégica y se la combina con las otras armas y especialmente
con la artillería a caballo para la persecución después de la victoria”.227 Estas
nuevas tareas eran impuestas por “...el gran perfeccionamiento de las armas
de fuego modernas, tanto las de la infantería como las de la artillería, ha
hecho muy penoso el empleo de la caballería sobre el campo de batalla”.228

224
Boletín del Archivo Histórico de Miraflores Nro. 161-162, Caracas Enero Diciembre 2003 año XLIV-XLV,
p.228.
225
El presente, es un testimonio del doctor José Giacopinni Zárraga, en: Roberto Vetencourt: Tiempo de
caudillos, Talleres Italgráfica, Caracas, 1994, p. 286.
226
Código Militar de los Estados Unidos de Venezuela decretado por el General Cipriano Castro, Presidente
Constitucional de la República en 1903, Caracas, Imprenta Bolívar, 1904, p.66.
227
Arcaya Minchin: Cartera de Caballería…p. 23.
228
Ibídem, p.24.

136
Un modelo sui géneris de concebir el combate: Tendencia teórico-militar venezolana (1870-1908)

A manera de conclusión
La instrucción militar se configuró como una amalgama de los
sistemas franceses, alemanes, españoles y norteamericanos. El sistema
educativo se fue reacomodando de acuerdo a las controversias gene-
radas en torno al uso de las nuevas tecnologías. Su aplicación estuvo
destinada al entrenamiento de los cuadros de asesoría militar confor-
mados por oficiales de Estado Mayor, conductores de tropas y de un
proceso de obtención y diseminación de la información a los cuadros
más bajos de la organización para proveer una conciencia colectiva en
el campo de batalla. Se hace necesario acotar que en nuestro escenario
castrense se adoptaron posiciones teóricas bien diferenciadas.
En el período conocido por la historiografía venezolana como
guzmancismo se adquirió un lote de armas provenientes de los Estados
Unidos de Norteamérica, a partir de allí, la metodología y la práctica
involucrada en el entrenamiento de los soldados y cuadros de man-
do de las unidades adoptaron manuales de instrucción del sistema
Remington para el tiro y la táctica de infantería del general Emory
Upton, elementos surgidos como consecuencia de la confrontación
de la Guerra de Secesión Estadounidense. Todo ello, sin dejar de lado
la influencia del Marqués del Duero y de la tendencia teórico-militar
española.
La reforma castrense impulsada por el general Joaquín Crespo en
1893, introdujo el pensamiento militar prusiano-alemán en las fuerzas
armadas de Venezuela de la mano del general Alfred von Ehrenberg y
otros asesores extranjeros, quienes entrenaron a los oficiales y tropas
en el manejo y uso del fusil máuser modelo 71-84, y el sistema de ar-
tillería Krupp para baterías de costa, plataformas navales y unidades
del ejército regular. Fue a partir de la última década del siglo XIX que
ocurrió un repunte en la producción bibliográfica militar, apuntalada
por los egresados de la escuela de formación para oficiales y un grupo
de profesionales dedicados al estudio y divulgación del arte militar.
La doctrina militar venezolana se configuró como la expresión
concisa de cómo las fuerzas militares se amoldaron a su ambiente
operacional. En este sentido, las tendencias teóricas que se usaron
137
Domingo Irwin

en Venezuela se ajustaron al terreno, los medios y la disponibilidad


de tropas medianamente instruidas. Aunque, los trabajos teórico-
militares elaborados en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica
tuvieron una clara influencia en la actividad de nuestros conductores
de tropas y colectivo militar en la etapa finisecular del decimonónico,
la tradición y modo de concebir la guerra de los profesionales militares
y caudillos que dirigieron nuestras contiendas civiles siguió un patrón
propio; sobreponiendo así, el valor de la carga de caballería y el choque
de la bayoneta por encima de la técnica de combate necesaria para
enfrentar la mortífera potencia de fuego de las armas de repetición.

138
Prolegómenos de una dictadura militar
y su filosofía del poder (1948-1958)229

José Alberto Olivar


229
Una primera versión de este artículo fue publicado en Latinoamérica. Revista de estudios latinoamerica-
nos, Nº 52, enero-junio de 2011, pp. 113-137.
Entre el pretorianismo árbitro y el pretorianismo gobernante
La intervención de los militares en el ejercicio del poder político
ha sido una variable a lo largo de la historia republicana venezolana.
Esto como secuela de las guerras nacionales de independencia, cuya
máxima expresión política fue el surgimiento del fenómeno caudillista
que se extendió durante buena parte del siglo xix. Ante la inexistencia
de una estructura militar institucionalizada sujeta al fiel cumplimiento
de cimeros principios constitucionales, la figura del caudillo enaltecida
por su devota facción de peones armados, se erigió como la personi-
ficación de la autoridad, el orden, la justicia y la ley.
Esta práctica comenzó a revertirse a partir de la imposición de un
esquema centralizado del poder que en primera instancia hizo de las
tropas de la Revolución Liberal Restauradora de 1899, una suerte de
ejército permanente capaz de constreñir la capacidad de maniobra
del caudillaje histórico. Así quedó de manifiesto tras el fin de otra
revolución, esta vez llamada Libertadora, que tuvo en su seno a lo más
granado de una estirpe guerrera finalmente derrotada en las batallas de
la Victoria y Ciudad Bolívar en 1902 y 1903, respectivamente. Mientras
que por otro lado, la concentración de la toma de decisiones en manos
del jefe del Ejecutivo Nacional fue dejando a un lado el viejo sistema de
repartición de poder entre jefes regionales acomodados en torno a un
primus ínter pares. En adelante, los acuerdos y alianzas pasarían por
el tamiz insoslayable de reconocer una sola autoridad que no admite
límites para el ejercicio de su poder hegemónico.230

230
Véase Inés Quintero, El ocaso de una estirpe, Caracas, Fondo Editorial Acta Científica Venezolana-Alfadil
Ediciones, 1989, pp. 115-118.

141
José Alberto Olivar

De acuerdo con el esquema interpretativo propuesto por Domingo


Irwin, las relaciones civiles-militares en Venezuela durante el siglo XX se
han caracterizado por el influjo de una realidad pretoriana, cuyo pivote
central ha sido la consolidación de un “efectivo ejército nacional” que
ha venido actuando al amparo de su disuasivo poder de fuego, como un
ente corporativo capaz de imponer su criterio en cuanto al manejo de
la institucionalidad política. Irwin pone énfasis en analizar las caracte-
rísticas del ejército legado por Gómez, afirmando que el pretorianismo
arraigado en sus filas tuvo dos formas de expresión progresivas: preto-
rianismo potencial y pretorianismo actuante.231
En efecto, tras veintisiete años con la jefatura del “hombre fuerte”, el
ejército nacional aparece sólidamente estructurado en todo el territorio
nacional. Atrás había quedado la época de las huestes caudillezcas y las
guerras intestinas que asolaron al país durante buena parte del siglo xix,
en adelante el monopolio de la violencia será asumido íntegramente por
el Estado a través de su moderna y operativa maquinaria militar. Pero
no sólo se trataba de sojuzgar las viejas formas de hacer política, sino
de institucionalizar una fuerza con suficiente calificación profesional
para sostener un régimen que le proporcionaba un notable margen de
maniobra dentro de las instancias de toma de decisiones políticas del
Estado.
De allí que el acceso del general Eleazar López Contreras al solio
presidencial, en diciembre de 1935, no fue el producto de una maniobra
de corte personalista sino del consenso de las élites gobernantes que
legitimaron el poder del ejército nacional como garante del orden exis-
tente. Igual situación volvería a reeditarse con motivo de la elección del
general Isaías Medina Angarita en 1941, puesto que esta candidatura,
al margen de las libertades concedidas para un debate electoral más o
menos abierto, era la expresión política más acabada de la institución
castrense, que representaba al mismo tiempo los intereses de los factores
dominantes de la sociedad.
231
Domingo Irwin e Ingrid Micett, Caudillos, militares y poder. Una historia del pretorianismo en Venezuela,
Caracas, Universidad Católica Andrés Bello/Universidad Pedagógica Experimental Libertador, 2008,
p. 11. Para esta categorización, los autores manifiestan regirse según el modelo teórico definido por
Amos Perlmutter, Political Roles and Military Rulers, Londres, Frank Cass and Co., 1981.

142
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

Este flagrante escenario que vivió el país entre 1936 y 1945 calza
perfectamente dentro de los parámetros del llamado pretorianismo
potencial o latente, donde el sector militar acogió una suerte de papel
de árbitro de la política nacional.
Al lado del apego al cumplimiento de la Constitución y el confe-
rimiento de ciertas garantías como la convocatoria a elecciones, orga-
nización de partidos políticos, libertad de expresión, entre otras, los
gobiernos de López Contreras y Medina Angarita no desestimaron el
verdadero origen de sus mandatos, los cuales provenían del seno de la
institución armada.
Sin embargo, la ruptura entre las dos principales figuras del posgo-
mecismo, al enfrascarse en una disputa por el rol hegemónico dentro
del bloque de poder dominante, dio al traste con un proceso de transi-
ción que, finalmente, fue barrido por una acción militar dirigida por la
oficialidad subalterna del ejército en alianza con dirigentes del partido
Acción Democrática, el 18 de octubre de 1945.
A partir de ese momento se produce un cambio en la correlación
de fuerzas que en adelante detentaran el poder político. Las Fuerzas
Armadas Nacionales, como serían denominadas a partir de 1946, asu-
men a través de sus principales representantes la potestad de actuar
directamente en la conducción del Estado, aunque de forma compartida
en sus inicios. Para luego revelarse como la única institución capaz de
garantizar la estabilidad y progreso en representación de la voluntad
nacional. En esto no habrá miramiento alguno para hacer valer la pri-
macía de las bayonetas llegado el momento de desalojar a los civiles del
ejercicio del gobierno, como en efecto ocurriría tres años después el 24
de noviembre de 1948.
Para Irwin, los golpes de Estado de octubre de 1945 y noviembre de
1948 “son parte de un mismo proceso dentro de la realidad militar vene-
zolana”.232 En ambos hechos se pondría de manifiesto el pretorianismo
actuante de un grupo de oficiales que se asumían como la expresión más
elevada del profesionalismo militar. Eran egresados de la escuela militar
232
Ibid., p. 195.

143
José Alberto Olivar

creada a principios de siglo y cuya instrucción se vio robustecida por su


pasantía en reconocidos institutos de formación castrense ubicados en
el exterior.
Este salto cualitativo, en la condición militar de la oficialidad joven
del ejército y la marina de guerra, contrastó notablemente con la estirpe
de buena parte de los oficiales superiores, muchos de ellos salidos de
las montoneras y huestes heredadas del siglo xix, cuya actuación en el
aplacamiento de los conflictos armados sucedidos entre 1901 y 1903 los
hicieron acreedores de su incorporación al naciente Ejército Nacional.
A medida que la brecha generacional se iba haciendo más marca-
da, los intereses de los oficiales de escuela se tornaron cada vez más
evidentes:
• Frente a la incipiente dotación de material y equipos bélicos se
plantea la modernización de las Fuerzas Armadas para equi-
pararlas a la superioridad técnica de sus pares en el resto del
continente.
• Ante el deterioro en las condiciones de vida del personal de tropa
y oficialidad de mando, se propuso la reivindicación socioeco-
nómica de los cuadros militares.
• Contra la injusticia practicada en los nombramientos y ascensos,
que demeritaba a las nuevas generaciones de mayores, capitanes y
tenientes, se imponía la aplicación de criterios profesionales para
el acceso a cargos superiores dentro de la institución armada.233
Estas inquietudes fueron recogidas por los oficiales de mayor
ascendencia entre los jóvenes militares, entre los cuales destacaban
Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez, Luis Felipe Llovera
Páez y Julio César Vargas. Los tres últimos, acababan de finalizar sus
estudios en el exterior y pudieron percatarse del grado de compacta-
ción que traslucían los militares argentinos, peruanos y chilenos con
los que compartieron cátedra en la escuela de artillería de Chorrillos,
situada en Perú. Movidos por esa experiencia, se apresuraron a pro-

233
Luis Alberto Buttó. “Octubre de 1945: Las causales militares de la insurrección” en Revista Tiempo y
Espacio, Nº 41, enero-junio 2004, pp. 167-169.

144
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

mover la constitución de una logia militar secreta que reunió en poco


tiempo un número significativo de oficiales y suboficiales, cuyos pro-
pósitos fundamentales eran “renovar las instituciones y métodos de
gobierno”, “crear un ejército verdaderamente profesional”, “dotado del
material y demás medios morales, técnicos y económicos necesarios
a su desarrollo [...]”234
A nuestro modo de ver, fue la Unión Militar Patriótica el equivalente
al liderazgo que venía ejerciendo una camada de jóvenes políticos salidos
a la luz pública desde 1928. La diferencia estriba en que los primeros
eran el fruto de un aparato castrense organizado para defender el sistema
que los segundos impugnaban. Aun así, ambos grupos coincidían en la
necesidad de imprimirle vigor a un proceso de transformación política
y económica que se encontraba en ciernes. Y la vía más expedita para la
consecución de estas premisas fue la del golpe de Estado.
No hacía poco, 1943, en Argentina y Bolivia se habían suscitado dos
levantamientos militares que revolucionaron sus respectivas estructuras
políticas, los militares en ambos países constituyeron gobiernos que
impulsaron programas económicos nacionalistas mediante métodos
autoritarios. No cabe duda que la preponderancia adquirida por el
sector militar, durante la Segunda Guerra Mundial, y la difusión de
doctrinas políticas, que exaltaban las bondades del nacionalismo y de
un solapado fascismo de matices autoritarios y corporativistas, creó el
marco de condiciones favorables para el ascenso de grupos castrenses
con claras ansias de mando.
En opinión de Perlmutter los golpes militares son la manifestación
más certera de la ambición política de los activistas que hacen vida
dentro de un ejército. Y su capacidad para ejecutar sus designios viene
dada por distintos factores, como por ejemplo el grado de madurez y
cohesión política del grupo, la naturaleza de su liderazgo y la ineficacia
del gobierno a reemplazar.235

234
“Acta constitutiva de la Unión Militar Patriótica”, en Carlos Capriles Ayala, Pérez Jiménez y su tiempo,
Caracas, Consorcio de Ediciones Capriles C. A./Ediciones Bexeller, 1987, p. 267.
235
Amos Perlmutter & Valerie Plame Bennett [eds.], The political influence of the military. A comparative
reader, New Heaven-Londres, Yale University Press, 1980, p. 17.

145
José Alberto Olivar

El golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948 fue justificado ante la


opinión pública como la respuesta institucional de las Fuerzas Armadas
frente a la amenaza del sectarismo político y la agitación permanente
de quienes habían desperdiciado la oportunidad de obrar en beneficio
de toda la nación. Alegaban como prueba de su vocación progresista la
oportunidad brindada a los dirigentes del único partido que conside-
raron comprometido con los ideales de cambio subyacente en la pobla-
ción. Sin embargo, la sobrevivencia de viejos vicios y el surgimiento de
otros nuevos obligaron al comando militar de las Fuerzas Armadas a
proceder a asumir el control del país, en virtud de su indeclinable deber
de proteger a la patria.236
Pese a estos candorosos argumentos, los hechos ponían en evidencia
un subterráneo malestar en las filas castrenses que comenzó a germi-
nar poco después de constituida la Junta Revolucionaria de Gobierno
que reemplazó a Medina Angarita en 1945. Por una parte, un grupo de
militares insatisfechos por la correlación de fuerzas, impuestas en el
nuevo gobierno, comenzó a nuclearse en torno a la figura de Marcos
Pérez Jiménez, quien fue capitalizando este descontento a la espera de
nuevas situaciones. Y por otra, estaban los conciliábulos conspirativos
de sectores allegados al régimen depuesto, que sin mayor articulación
protagonizaron “un total de 7 alzamientos” en contra de la Junta domi-
nada por Acción Democrática.237
Como ingrediente adicional a este conflictivo escenario, que hacía
más difícil la coexistencia entre civiles y militares, destaca el propósito
furtivo de los dirigentes políticos del gobierno colegiado en ir domeñan-
do la participación de los militares en asuntos de interés general, ello
llevaba implícito el mensaje de hacerlos volver a sus cuarteles y atenerse
a los dictámenes del poder civil. Para quienes se consideraban los verda-
deros artífices del golpe del 18 de octubre, esta situación resultaba harto
inaceptable y los conminaba a una seria rectificación.

236
“Exposición de las Fuerzas Armadas a la Nación sobre el 24 de noviembre de 1948”, en Capriles Ayala,
op. cit., p. 275.
237
Véase Iván Darío Jiménez Sánchez, Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, Caracas, Cen-
tralca, 1996, pp. 69-71.

146
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

De tal manera que la decisión adoptada por la plana mayor de las


Fuerzas Armadas de deponer al presidente Gallegos no era más que el
reflejo de la postura de toda una oficialidad, que consideraba llegada la
hora de apropiarse plenamente de los poderes del Estado sin la presen-
cia de incómodos socios civiles. Y así, tal como se había hecho en 1945,
todas las instituciones públicas fueron intervenidas y otras disueltas.
Las cámaras legislativas, la Corte Federal y de Casación, y los concejos
municipales fueron suprimidos de un tajo para facilitar la concentración
de poder y la adopción de medidas excepcionales.
Se trataba entonces de demostrar al país la capacidad de los militares
de carrera de ejercer con acierto la conducción del gobierno e impulsar
el desarrollo del país por la senda que consideraban más correcta. Tales
premisas se ajustan a las características de un ejército pretoriano de tipo
gobernante según Perlmutter, donde resaltan las siguientes:
En primer lugar, la tendencia de los gobernantes militares de amol-
dar monolíticamente todas las instituciones existentes de acuerdo con
sus propios preceptos de modernización, industrialización y partici-
pación política.
En segundo lugar, la taxativa desconfianza hacia las autoridades
civiles por su manifiesta incapacidad de asegurar la estabilidad política
y el cumplimento de sus planes de gobierno.
En tercer lugar, la plena convicción de que el régimen militar es la
última alternativa válida al desorden generado por los políticos de oficio.
En cuarto lugar, la legitimización de sus acciones mediante la crea-
ción u apoyo a una ideología política que maximice el control militar
sobre la sociedad.
Y en quinto lugar, el uso extensivo de los símbolos pertenecientes a la
institución militar para suscitar el apoyo a sus programas y actividades.238
En relación con estos planteamientos, podemos afirmar que los
movimientos militares desatados en Venezuela, hacia mediados de la

238
Perlmutter & Plame Bennett, op. cit., pp. 207 y 208.

147
José Alberto Olivar

década de los cuarenta del siglo pasado, representan la evolución de una


institución que se consideraba lo suficientemente madura para actuar
como gerentes de un proyecto político propio.
De acuerdo con Brian Loveman, las misiones militares extranjeras
contratadas por diferentes gobiernos de América Latina, entre los años
finales del siglo xix y principios del siglo XX, cumplieron un papel de-
terminante en los procesos de profesionalización y modernización de
sus respectivos ejércitos. Como parte de sus actividades didácticas, estos
asesores enunciaron la estrecha relación entre el desarrollo económico
y la seguridad nacional. Puntualizaban como ejemplo, la magnitud del
potencial industrial de Europa y Estados Unidos, que contrastaba con
la incapacidad de las economías latinoamericanas para satisfacer sus
propias necesidades en caso de un conflicto bélico.239
Estas ideas comenzaron a calar en la bisoña oficialidad sobre todo
después de ver reflejadas las múltiples dificultades económicas oca-
sionadas durante la Primera Guerra Mundial. Como solución a esta
condición de atraso empezaron a orquestarse varias iniciativas a favor
de la industrialización y la planificación económica, que en algunas na-
ciones de América Latina tuvo resultados alentadores, pero en otras los
registros eran más bien insatisfactorios. Esto último potenció una suerte
de convicción maniqueísta entre los oficiales militares que achacaban a
los dirigentes políticos venidos del campo civil, la responsabilidad de no
haber afianzado un programa de desarrollo económico coherente. Por
tanto, la solución a esta controvertida situación recaía insoslayablemente
en las Fuerzas Armadas.
Era la reedición anacrónica de una especie de derecho ipso facto
reclamado un siglo atrás por algunos de los próceres de la guerra de
independencia, que los hacía verse como los detentadores exclusivos de
las más encumbradas posiciones republicanas, es decir, los haberes de
sus lanzas. Si bien en esta ocasión no había heroicos hechos de armas
que apoyasen la supremacía del estamento militar dentro de la sociedad,
los miembros de las Fuerzas Armadas se asumían como los legítimos
239
Brian Loveman, For la Patria. Politics and the armed forces in Latin America, Wilmington, Delaware, A
Scholarly Resources Inc. Imprint, 1999, pp. 64-69.

148
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

herederos de un pasado lleno de glorias ligadas a la consecución de la


libertad y a la independencia.
La profesionalización de los militares reforzó esta sobreestimación,
haciendo una clara distinción entre la virtud, el valor y el honor subya-
cente dentro del estamento castrense y la debilidad moral de los civiles.
Los oficiales eran patriotas y de principios, en cambio los políticos eran
oportunistas y pragmáticos.240 De ahí que las nuevas generaciones de
militares estimaran alcanzar, en el corto y mediano plazo, una partici-
pación más activa en la modernización económica e incluso en la toma
de decisiones estratégicas.
De esta manera a la misión “cuasi religiosa” inspirada en tradiciones
y valores marciales tendentes a defender a la patria de enemigos internos
y externos, se le agregó el deber de rescatar a la patria de la ilegitimidad
e ineficacia de los gobiernos reformistas y de izquierda.241
En el fondo de estos postulados providencialistas está inserto un
prosaico desprecio hacia el ámbito civil de la sociedad, donde no se ve
más que la simple presteza de servir de funcionarios y técnicos al servicio
de un régimen con sobrada vocación autoritaria.

Venezuela en el marco de la Guerra Fría


En medio de los reacomodos internos, también se puso de manifies-
to un contexto internacional posbélico que exigía definiciones concretas
en cuanto a la ubicación ideológica de los gobiernos situados bajo la
órbita de Estados Unidos. El 12 de marzo de 1947, Washington había
enunciado su política de contención o Doctrina Truman como reacción
ante el avance del comunismo soviético en Europa del Este, dando pie
a la conformación de un bloque político en el mundo occidental que
llamaba a defender la democracia y los valores del mundo libre.242 La
Guerra Fría había comenzado.

240
Ibid., p. 70.
241
Ibid., p. 101.
242
Mundo libre: con esta denominación se hacía mención a los países que defendían las condiciones de
desarrollo propios del sistema capitalista.

149
José Alberto Olivar

La élite militar venezolana coincidía con el interés estratégico de


la política exterior norteamericana de eliminar cualquier signo pro-
gresista que favoreciera la posible influencia de la Unión Soviética en
América Latina. Para el momento en que ocurre la asonada militar de
noviembre de 1948, llamada eufemísticamente “golpe frío”, el panora-
ma político latinoamericano en realidad se estaba sobrecalentando.
El ascenso de fuerzas democráticas y reformistas experimentado
en algunos países del hemisferio, gracias a la política del Buen Vecino
aplicada por la administración de Franklin D. Roosevelt (1933-1945)
sufrió un grave retroceso. Si bien la tendencia intervencionista del
gobierno norteamericano se había flexibilizado desde 1933 en aras de
forjar una alianza recíproca entre Estados Unidos y Latinoamérica,
no es menos cierto que esta iniciativa respondió a un momento de
debilidad del gran capital afectado por el crack de 1929, cuyos efectos
se hicieron sentir sobre el comercio interamericano.243
Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos
comenzó a replantear sus relaciones con América Latina. El nuevo
presidente Harry S. Truman (1945-1953) hizo suya la estrategia de pro-
mover la defensa del orden hemisférico de cualquier amenaza exterior.
No obstante, esta vez la amenaza no provendría de las potencias del
Eje nazi-fascista, sino de la otrora aliada Unión Soviética.
Para hacer frente a la expansión del comunismo internacional,
Estados Unidos concitó la suscripción de varios acuerdos multilatera-
les. El primero fue el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(tiar) aprobado en Río de Janeiro (Brasil) en septiembre de 1947 y el
segundo la Carta de la Organización de Estados Americanos (oea)
refrendada en Bogotá (Colombia) en 1948. No menos importante
fue la Resolución sobre la Conservación y Defensa de la Democracia
en América, sancionada también en el marco de la IX Conferencia
Internacional de Estados Americanos que dio origen a la (oea). En
estas iniciativas quedó patente el interés del gobierno norteameri-
cano por patrocinar declaraciones de condena internacional hacia el
243
Véase Stephen G. Rabe, Eisenhower and Latin America. The foreign policy of anticommunism, Chapel
Hil, The University of North Carolina Press, 1988, pp. 7-10.

150
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

comunismo y la implementación de mecanismos de defensa militar


hemisférica.244
La estrategia de contención, como sería conocida la política de se-
guridad adoptada por Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial, atribuía a la Unión Soviética el potencial de una amenaza
militar e ideológica contra sus intereses en el mundo. Ello obligaba a
la necesidad de promover alianzas regionales para asegurar la preemi-
nencia del capitalismo. Dentro de esta agenda global, América Latina
ocupó un lugar subordinado sujeto a la radicalización de la política
anticomunista y militarista de la Casa Blanca, como en efecto ocurriría
en los años subsiguientes.
Muchas han sido las explicaciones en torno a la participación de
Estados Unidos en el golpe de Estado contra Gallegos en 1948.245 No está
dentro de los propósitos de esta investigación ahondar sobre el tema. Sin
embargo, notorios fueron los factores internos y externos que vieron con
buenos ojos la actuación de las Fuerzas Armadas de poner coto al ambiente
de efervescencia e incertidumbre que reinaba en el país en ese momento.
En medio de las acusaciones de anarquismo y de connivencia con
ideas comunistas que amenazaban el orden y la propiedad privada, la
autoridad civil fue rápidamente desechada. Instalándose en su lugar una
Junta Militar que gobernaría al país en nombre de las Fuerzas Armadas
Nacionales.
Una situación análoga había ocurrido en Perú un mes atrás, al
producirse la deposición del gobierno constitucional y el ascenso de
los militares al poder. Ambos hechos representaron una prueba de
fuego para la diplomacia interamericana, pero al mismo tiempo una
gran oportunidad para Estados Unidos en su objetivo de alentar el
advenimiento de regímenes de fuerza en Latinoamérica. Los impe-

244
José Gilberto Quintero Torres, Venezuela-USA. Estrategia y seguridad en lo regional y en lo bilateral 1952-
1958, Caracas, Fondo Editorial Nacional, José Agustín Catalá, editor, 2000, p. 51.
245
Véase Margarita López Maya, EEUU en Venezuela: 1945-1948 (revelaciones de los archivos estadouni-
denses), Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996, pp. 273-315; Simón Alberto Consalvi,
Auge y caída de Rómulo Gallegos, Caracas, Monte Ávila Editores, 1991, pp. 39-49; Oscar Battaglini,
El betancourismo 1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de Estado, Caracas, Monte Ávila
Editores Latinoamericana, 2008, pp. 300-311.

151
José Alberto Olivar

rativos de la Guerra Fría se habían superpuesto frente a la retórica


idealista del Buen Vecino.246
El reconocimiento internacional a los nuevos gobiernos no se hizo
esperar al recibir, en contraparte, la garantía de servir de freno al avance
de los movimientos progresistas, que indistintamente fueron tachados
de peligrosos agentes de la subversión externa. Paralelamente, en cuanto
a Venezuela se refiere, la Junta Militar ofreció a Estados Unidos por in-
termedio de su embajador Walter J. Donnelly, un cúmulo de seguridades
que iban desde la ruptura de las relaciones diplomáticas con la Unión
Soviética, pasando por el incremento de la asesoría militar norteame-
ricana, la protección de las cuantiosas inversiones en petróleo, hierro
y otros rubros de la economía, hasta la reforma en las legislaciones en
materia laboral, agraria y educativa.247
Evidentemente, los jefes militares venezolanos procuraron desmar-
carse lo más posible de los “excesos” cometidos por sus antecesores, no
dudando en estrechar los nexos políticos, económicos y culturales con
Estados Unidos. Con ello esperaban recibir en contrapartida ventajas
comparativas que posicionasen al país como un aliado de primer orden
en la geopolítica internacional.

El Nuevo Ideal Nacional: una doctrina pragmática


Ya consolidado el nuevo estado de cosas, el gobierno militar pro-
cedió en lo inmediato a llevar a cabo buena parte de los proyectos de
modernización urbana e industrial delineados en la égida de los otrora
socios políticos depuestos. Pronto surgiría la pretensión de rotular sus
realizaciones valiéndose de alguna expresión ideológica que le diera
un viso de legitimidad aparente. Así como López Contreras enarboló
la bandera del bolivarianismo como su divisa, Medina Angarita hizo lo
propio con los estandartes de la democracia y la libertad, al igual que los
adecos hablaban de la Revolución democrática. Los militares pretorianos
ahora en la cúspide del poder ondearon una premisa que pretendía ser
unificadora: la doctrina del bien nacional.
246
Rabe, op. cit., p. 15.
247
“Conversación post-golpe de Estado entre Donnelly y Delgado Chalbaud, 3 de diciembre de 1948”, en
Consalvi, op. cit., pp. 229-236.

152
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

La enunciación de un Nuevo Ideal Nacional tuvo su aparición pri-


migenia en los registros oficiales por boca de uno de los triunviros que
capitalizaba mayor influencia dentro de la Junta Militar de Gobierno
instaurada en noviembre de 1948. El entonces teniente-coronel Mar-
cos Pérez Jiménez, ministro de la Defensa, al hacer uso de la palabra
en el marco de una reunión de alto nivel, formuló un llamado a dejar
la parcialización por ideologías extrañas, que en su opinión sólo esti-
mulaban enconos divisorios, invitando a sumar energías a favor “de un
ideal nacional, capaz de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su
plena realización”.248
Para quienes se identificaban con este punto de vista no admitían
discusión en cuanto al rol superlativo que debían ejercer las Fuerzas
Armadas Nacionales como representantes legítimos de la unidad
nacional. De esta forma, se pretendía dar un marco justificatorio a la
acción emprendida contra un gobierno emanado del libre ejercicio de
la voluntad popular.
En opinión de los detentadores del régimen militar, la experiencia
política de los años precedentes había resultado traumática para la
absoluta conservación de “la paz y la seguridad social”. La reiterada
convocatoria a elecciones, las pugnas interpartidistas y el ascenso de
nuevos actores políticos salidos algunos de ellos de la ebulliciente masa
de empleados, obreros y campesinos, ponían en peligro la estabilidad
de los sectores tradicionalmente vinculados al poder político.
Dada esta circunstancia amenazante, atribuida a la supuesta in-
capacidad de la mayoría de la población para vivir en democracia, los
militares optaron por hacer valer su propia manera de concebir la demo-
cracia y los medios para llegar a la concreción de aquel ideal abstracto.
De acuerdo con estos postulados, resultaba imprescindible modificar
las condiciones naturales donde hacía vida el conglomerado humano,
a fin de echar por tierra las barreras deterministas que dificultaban el
perfeccionamiento de las costumbres sociales y políticas.

248
Marcos Pérez Jiménez, “Discurso en el acto de clausura de la Convención de Gobernadores de estados
y territorios federales en el Palacio de Miraflores, Caracas 13 de marzo de 1949”, en Pensamiento
político del Presidente de Venezuela, Caracas, Imprenta Nacional, 1954, p. 14.

153
José Alberto Olivar

Quienes se erigieron en ideólogos del régimen sostenían que el


establecimiento de un régimen democrático en las condiciones físicas e
intelectuales reinantes en la Venezuela de entonces resultaba una vana
ilusión. Por el contrario, más que vociferar demagógicamente las bon-
dades de un determinado sistema político era preferible construir sus
bases sobre una realidad tangible, con el objeto de cambiar los hábitos y
costumbres de un pueblo no apto para practicar la democracia.249 A partir
de esta invectiva certidumbre comienza a promoverse desde las altas
esferas oficiales una ideología capaz de dar respuesta a las expectativas
de progreso, que a su modo de ver debían ser prioritariamente atendidas.
El momento cumbre para la consecución de este propósito legiti-
mador lo constituyó la designación del ya coronel Marcos Pérez Jiménez
como presidente provisional de la República el 2 de diciembre de 1952,
por parte de los representantes jerárquicos de las Fuerzas Armadas
Nacionales. Hecho que confirma la visión corporativista prevaleciente
en el estamento castrense de atribuirse la facultad absoluta de organi-
zar el gobierno según sus dictámenes, tal como había ocurrido en 1950
luego del magnicidio cometido contra el presidente de la Junta Militar,
teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, quien fuera reemplazado
por una figura civil de inocua significación, Germán Suárez Flamerich.250
En su alocución inaugural, el coronel Pérez Jiménez reivindica
“los ideales” que llevaron a las Fuerzas Armadas Nacionales a insu-
rreccionarse el 18 de octubre de 1945, enlazándolos maniqueamente
con el “propósito rectificador” perpetrado el 24 de noviembre de 1948.

A partir de esta fecha, los principios de realización del bien


nacional se han aplicado en todos los órdenes de la vida
venezolana, sin distinguir entre clases sociales, regiones
geográficas o condición política de los ciudadanos, pues el
249
R. H. “La democracia venezolana”, en Editoriales de El Heraldo, Caracas, Ediciones El Heraldo, s/f., pp.
61 y 62. Aun cuando Marcos Pérez Jiménez siempre sostuvo que él fue el único autor del Nuevo
Ideal Nacional, hubo importantes personeros y allegados al régimen que procuraron darle forma y
contenido al esquema ideológico adoptado por el pretorianismo gobernante, entre ellos destaca
Laureano Vallenilla Planchart a quien se atribuye el seudónimo bajo el cual aparecían publicados
los referidos editoriales.
250
Véase Luis Alfredo Angulo, Venezuela, gobierno y fuerzas armadas. (Crónica política de una época 1948-
1958), Mérida, Universidad de los Andes, 2007, pp. 17-123. El autor realiza un pormenorizado análisis
del proceso político ocurrido durante la primera parte de la dictadura militar.

154
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

Gobierno, lejos de dedicarse a perseguir a quienes colabo-


raron directa o indirectamente en la labor destructiva que
ejecutó Acción Democrática, tomó muy en cuenta que esos
ciudadanos también forman parte de la Nación.251

Agrega las acciones que se habían emprendido durante la gestión


de las juntas provisorias de gobierno entre 1948 y 1952, dejando por sen-
tado cuáles eran, en su opinión, las líneas maestras que harían posible
la consecución del bien nacional:

Durante estos años se tuvo por norma inquebrantable


no adelantarse a herir a quienes dentro del orden y paz
garantizados fueron factores positivos para el desarrollo
del país [...] Al mismo tiempo, se cumplió la más vasta,
útil y fecunda obra administrativa de que pueda ufanarse
un Gobierno en toda la historia del país; porque la polí-
tica del bien nacional no consiste ni en el halago ni en la
deformación de los sentimientos populares, sino en su
elevación y en el noble aprovechamiento de los hombres
y del medio venezolano.252

Esta forma de concebir el destino de la nación se aplicaría mediante


una doctrina conocida desde entonces con la denominación de Nuevo
Ideal Nacional. Si bien, no llegó a condensarse un acabado corpus de
ideas que reflejase un análisis profundo y hasta dogmático de la realidad
nacional, algunos rasgos esenciales fueron delineados por medio de
discursos, documentos oficiales y periódicos afines.
Descuella por la insistencia reiterativa de planteamientos básicos, el
interés del régimen por infundir a un colectivo desprovisto de libertad
de expresión, una oferta positiva antepuesta a lo que se consideraba
negativo para el país. Esta visión maniquea del escenario político pre-
tendía legitimar toda acción hegemónica tendente a salvaguardar un
estado de cosas propicio para los sectores dominantes de la sociedad.
En la práctica se trataba de imponer un esquema de pensamiento único

251
“Alocución del coronel Marcos Pérez Jiménez, Presidente Provisional de la República y Ministro de
la Defensa”, en Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela, núm. 24003, Caracas, 3 de
diciembre, 1952, p. 175610.
252
Loc. cit.

155
José Alberto Olivar

que no admitía disidencias o vaivenes, a riesgo de ser considerado como


elemento lesivo al bien de la patria.
El momento más apropiado y solemne escogido por el gobernan-
te, para lanzar al vuelo sus furtivas elucubraciones, lo representó la
celebración de la “Semana de la Patria”, suerte de pantomima de corte
fascista implementado a partir de la consolidación de su poder en 1953,
en el que se obligaba a los empleados públicos, obreros y estudiantes a
desfilar marcialmente por calles y avenidas. Estos actos de “exaltación
patriótica” se hacían coincidir con la conmemoración de la fecha alegó-
rica del 5 de julio y culminaban en un fastuoso desfile de las principales
unidades militares, frente a la plácida mirada del coronel presidente y
su círculo de acólitos.
Aun cuando se alegaba que el gran propósito de organizar estas
actividades consistía en rendir tributo a los valores de la nacionalidad,
resultaba claro a la vista de todos que el verdadero fin era celebrar la
“apoteosis” del régimen y hacer palpable una aparente manifestación
de adhesión y fortaleza inquebrantable.253
En ocasión de clausurar la primera edición de estas festividades
oficiales el 6 de julio de 1953, Marcos Pérez Jiménez expuso una idea,
ya próxima su toma de posesión constitucional como presidente de la
República semanas atrás, que a la postre habría de convertirse en los
años sucesivos en el ritornello más emblemático de su gestión y de su
pensamiento político:

[...] conscientes de nuestra probada capacidad espiritual y


de la conveniencia de aprovechar nuestros múltiples recur-
sos, hemos fijado por objetivos del nuevo ideal nacional la
transformación del medio físico y el mejoramiento moral,
intelectual y material de los habitantes del país, como ex-
presión ideológica de lo que debemos hacer.254

253
Vid. Ocarina Castillo D’ Imperio, Los años del Buldózer. Ideología y política 1948-1958, Caracas, Ediciones
FACES Universidad Central de Venezuela - Fondo Editorial Tropykos, 2da. Edición, 2003, pp. 121-125.
254
“Discurso de clausura de la Semana de la Patria, Caracas 6 de julio de 1953”, en Venezuela, bajo el
Nuevo Ideal Nacional. Realizaciones durante el segundo año de gobierno del General Marcos Pérez
Jiménez, 2 de diciembre de 1953-19 de abril de 1955, Caracas, Imprenta Nacional, 1955, p. 12.

156
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

La reiteración de este cardinal planteamiento puede dar cuenta de


dos acepciones perfectamente válidas: o se tenía un firme convencimien-
to en torno a la fórmula más expedita para acelerar el ritmo de desarrollo
del país, sustentado en bases teóricas que analizan las relaciones causa-
efecto de una realidad específica; o por el contrario, se trataba de un dis-
curso vacuo lleno de eufemismos, carentes de profundidad sistemática.
Si nos atenemos a la primera acepción, podemos extraer algunos
significados fundamentales.
En primer lugar, los exponentes del Nuevo Ideal Nacional se refe-
rían insistentemente a la transformación racional del medio físico como
condición sine qua non para vencer las barreras naturales que durante
siglos dificultaron la integración del territorio, el saneamiento ambiental
y el progreso económico de las ciudades.
En segundo término, enfatizaban la importancia de promover el
mejoramiento integral de los habitantes del territorio, cuya mira subya-
cente estaba orientada a regenerar los factores étnicos que constituían
la población venezolana, a fin de echar a un lado los instintivos hábitos
heredados del pasado sociohistórico que favorecían la apatía por el tra-
bajo, el comportamiento belicoso y la tendencia mitificadora.
Un tercer aspecto trataba sobre la creación de una idea unitaria y
orgánica de la nacionalidad dirigida con la tutela de una élite militar
identificada plenamente con los valores de un bloque capitalista, que
veía en la ideología comunista una seria amenaza de desintegración del
orden dominante.
En cuarto lugar, destacaba la idea de gobernar con eficacia donde
se hacía gala del empeño ejecutor de un régimen guiado por criterios
científicos, en contraste con la lentitud administrativa y desordenada
que demostró el ejercicio del poder por parte de los partidos políticos.
Un quinto aspecto tenía que ver con el mantenimiento de la paz
pública, que no dudaba en sobrepasar los límites de la legalidad escrita
para aplacar la agitación de facciones políticas empeñadas en subvertir
el modelo económico en ejecución.

157
José Alberto Olivar

La mayoría de los investigadores que han estudiado el periodo


coinciden en señalar que el marco ideológico del régimen se nutría de
elementos positivistas, liberales, pragmáticos y tecnocráticos a los que
se unía un planteamiento desarrollista de corte autoritario.255
Uno de los trabajos más enjundiosos en torno a las influencias
intelectuales y políticas de la dictadura militar ha sido elaborado por
Ocarina Castillo. En su obra, la autora precisa cuatro fuentes ideológi-
cas cuyos contenidos dieron forma a la filosofía política del régimen:
el positivismo, el militarismo unido a la noción geopolítica de dominio
del espacio, además de la influencia de movimientos contemporáneos
como el peronismo y el nasserismo. En opinión de Castillo esta variedad
de influencias representa el intento de crear una racionalidad eminen-
temente técnica que apuntaba hacia la consolidación capitalista de la
estructura económico-social venezolana.256
Por su parte, Fernando Coronill afirma que la idea de transformación
asumida dentro de la retórica oficial significaba transplantar los signos
más visibles de la modernidad en el cuerpo natural de la nación, léase
el medio físico, y convertirlos en la fuente de progreso de la sociedad.
Esta manera de concebir la modernización se acercaba más a las for-
mas positivistas de interpretación de la realidad venezolana reinantes
a principios del siglo xx que a la ideología del desarrollo formulada a
partir de la segunda posguerra.257
Sumados a los planteamientos anteriormente expuestos, podemos
agregar que el Nuevo Ideal Nacional guardaba intrínsecamente ciertos
matices de contenido fascista en lo que respecta a la posición omnipo-
tente del Estado frente a los intereses yuxtapuestos de los individuos,
su inexorable postura anticomunista, la exaltación grandilocuente por

255
Véanse José Ramón Avendaño Lugo, El militarismo en Venezuela. La dictadura de Pérez Jiménez, Cara-
cas, Ediciones El Centauro, 1982, pp. 241-252; Fredy Rincón, El Nuevo Ideal Nacional y los planes
económicos-militares de Pérez Jiménez 1952-1957, Caracas, Ediciones El Centauro, 1982, pp. 21-41;
y Diego Bautista Urbaneja, Pueblo y petróleo en la política venezolana del siglo xx, Caracas, Monte
Ávila Editores Latinoamericana, 1995, pp. 121-126.
256
Ocarina Castillo D’ Imperio, op. cit., pp. 169-171.
257
Fernando Coronil, El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Caracas Nueva
Sociedad/Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela,
2002, pp. 194 y 195.

158
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

los valores nacionales y el rechazo a una forma de democracia igualita-


rista. Empero, no pretendemos forzar conceptos, como bien advierte
Aníbal Romero en su estudio introductorio sobre la “caracterización
del fascismo y especificidad del nazismo”, pero sí consideramos viable
calificar al pretorianismo gobernante de la década del cincuenta como
una expresión menor de los “fascismos históricos” auscultados por el
autor.258
En efecto, sería erróneo señalar que durante aquellos años hubo en
Venezuela una reedición fidedigna de las prácticas políticas de Benito
Mussolini y de su noción de Estado corporativista, puesto que el Estado
dirigido por los militares venezolanos distaba de ser un aparato político
manejado por un partido fascista, dividido por sectores representativos
de la actividad productiva, aun cuando las relaciones con estos últimos
fueron excelentes hasta el final del periodo.
Ahora bien, si consideramos el discurso historicista de los epí-
gonos del régimen y la adopción de mecanismos para imponer la
subordinación de la sociedad con los designios de una élite privi-
legiada, entonces puede calificarse genéricamente a los gobiernos
pretorianos que se sucedieron entre 1948 y 1958 como neofascistas,259
dada su tendencia totalitaria y postura contraria a los principios de
la democracia liberal.
Desde la óptica de los militares asidos al poder, la nación no era
vista como una composición abstracta, sino como un ente orgánico
y perfectible en virtud de sus elementos geográficos, demográficos,
económicos y sociales, que en conjunto debían ser conducidos por
una estructura organizativa enfocada a diagnosticar sus deficiencias
físicas y aplicar los correctivos de rigor para su correcta evolución. De
tal manera, el Estado regido por un gobierno fuerte sería el instrumento
catalizador que haría posible cumplir los imperativos de un modelo
de desarrollo capitalista.

258
Aníbal Romero, Fascismo, democracia y teoría política, Caracas, Panapo, 2004, pp. 9-23.
259
Humberto García Larralde, El fascismo del siglo xxi, Caracas, Random House Mondadori, S. A., 2009,
p. 120. Para el autor el uso del término permite referirse a fenómenos contemporáneos que exhiben
rasgos similares a la experiencia europea de las décadas veinte y treinta del siglo pasado.

159
José Alberto Olivar

Este modo de concebir al Estado como agente por excelencia de la


modernización, no implicaba en lo absoluto dar paso a efectivas refor-
mas que llevasen a la instauración de un sistema político democrático.
Por el contrario, la democracia era más bien vista como una panacea
tan extraña a nuestro ambiente, como inoperante en las manos de un
pueblo aquejado por el atraso y la ignorancia. Así lo dejó en claro una
y otra vez Laureano Vallenilla Lanz Planchart, quien pretendió emular
a su padre homónimo al erigirse como el “sostén intelectual de la dic-
tadura”. En ocasión de presentar la memoria del despacho a su cargo
señaló sin ambages:

Todos estamos convencidos de la necesidad de estudiar


y de aprender como condición previa al ejercicio de
cualquier destino. Nuestro tradicional igualitarismo, un
tanto anárquico en otras épocas, exige ahora un orden y
una jefatura fundados en la capacidad [...] La magnitud
de la obra realizada por el régimen actual nos dice que
ha sido necesaria la presencia en el poder supremo de
un hombre culto para cumplirla, también se requiere la
formación de hombres cultos para conservarlas y aumen-
tarlas. De ahí el empeño por parte del Estado en llevar
la cultura a los sitios más apartados de la República,
por medio de carreteras que acerquen y civilicen y de
campañas educativas y sanitarias que mejoren la calidad
humana [...] El Gobierno Nacional pretende demostrar
a las generaciones presentes y venideras, que una sin-
cera aplicación de normas técnicas a la administración
pública en vez de las convencionales mentiras sobre la
democracia y la libertad, es la mejor política para una
Nación [...]260

Lo anterior no es más que el reflejo del influjo positivista que pre-


dominó durante las primeras décadas del siglo xx, sirviendo de cariz
indumentario para arropar las arbitrariedades de la dictadura gomecista
(1908-1935), cuya existencia se explicó como la fórmula natural de apro-
vechar el innato culto a la personalidad, arraigado en la muchedumbre

260
Laureano Vallenilla Lanz, “Exposición de la Memoria y Cuenta del Ministerio de Relaciones Interiores
correspondiente al año 1955”, en Archivo Histórico de Miraflores (en adelante ahm), sección inven-
tarios, caja D-43, carpeta 23.

160
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

a fin de encauzarla hacia el fiel cumplimiento de las leyes impuestas por


la férrea voluntad de un jefe único.261
La evocación de un ser providencial que encarnase la “constitución
efectiva” de la realidad social era en opinión de Vallenilla Lanz (padre)
una “necesidad fatal” para imponer el orden, más por el uso de la fuerza
que por el espíritu de la razón. El Gendarme Necesario, como lo deno-
minó el célebre autor positivista, ocupaba la posición más encumbrada
dentro del entramado de compromisos personales que representaban
la base fundamental de su poder, y ese reconocimiento lo hacía verse
como el supremo representante y defensor de la unidad nacional.262
Esta fórmula autoritaria pretendió ser reestablecida en la figura
de Marcos Pérez Jiménez, el verdadero hombre fuerte a lo largo de la
década militar. Sin embargo, este militar cuya hoja de servicio arrojaba
datos nada desdeñables no llegó a personificar un liderazgo carismá-
tico, capaz de cautivar el imaginario colectivo y concitar un fervoroso
respaldo popular, como sí lo habían hecho Mustafá Kemal en Turquía,
Mussolini en Italia, Hitler en Alemania y Perón en Argentina. Con todo,
Pérez Jiménez fue presentado por sus amanuenses como “[...] un tipo
original de gobernante [...] [que] no tiene parecido con los caudillos
tradicionales ni con los demagogos [...]”263
El propio gobernante no dudó en exhibirse a sí mismo como un “ciu-
dadano de antecedentes positivos” dispuesto a corregir los entuertos que
amenazaban la consecución del bien común. Para ello hacía hincapié en la
necesidad de emplear “principios similares a los de la ciencia militar” con
el propósito de asegurar la entronización de la paz pública y el fomento
del trabajo regenerador, condiciones básicas que harían posible la liqui-
dación de la miseria, el atraso y la ignorancia, los tres grandes males que
en su opinión aquejaban verdaderamente a los venezolanos de la época.264

261
Pedro Manuel Arcaya, Estudios de sociología venezolana, Caracas, Cecilio Acosta, 1941, p. 165.
262
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, Caracas, Monte Ávila Editores, 1994, pp. 165, 166,186
y 187.
263
R. H. “Nuevo estilo”, en op. cit., p. 66.
264
Marcos Pérez Jiménez, “Discurso del General Marcos Pérez Jiménez Presidente de la República en la
clausura del primer curso de la escuela superior de las Fuerzas Armadas y de los cursos de las
Fuerzas Terrestres y de las Fuerzas Navales, Caracas 22 de diciembre de 1955”, en ahm, sección
inventarios, caja B-98, carpeta 1, documento 9.

161
José Alberto Olivar

La aplicación de este criterio científico que concebía la sociedad


como un organismo rígidamente subordinado y homogéneamente en-
cauzado por los derroteros de la disciplina, la sumisión y el respeto a la
autoridad, pretendía justificar toda la acción del gobierno dictatorial en
función del cúmulo de realizaciones materiales que ponía a la disposición
del público. De esta forma el régimen se auto exculpaba de sus desafueros
al poseer una medida propia de lo que consideraba moralmente correcto.
En la medida que se iba magnificando la obra se presumía que mayor
sería el grado de aceptación nacional a un gobierno centrado mucho
más en los resultados que en las formalidades de la teoría democrática.
De igual modo, podemos observar que esta forma de proceder res-
pondía mucho a una “visión pragmática y tecnocrática del desarrollo”
estrechamente vinculada con unos claros objetivos de seguridad y de-
fensa nacional. Al respecto cabe destacar la apreciación de Fredy Rincón
en una interesante investigación sobre los fundamentos ideológicos de
los proyectos económicos y militares del régimen:

La orientación y el impulso que el régimen militar le con-


firió al desarrollo de industrias básicas, lo concebimos no
sólo como una concepción estratégica para activar el apara-
to productivo del país, sino también como parte de un plan
tendiente (sic) a satisfacer –en un futuro– las exigencias
bélicas del sistema militar venezolano.265

De acuerdo con lo anterior, en el seno de las Fuerzas Armadas exis-


tía una corriente de opinión que se hacía eco de la posibilidad cierta de
una “Guerra Total”, para lo cual había que preparar al país en todos los
ámbitos a fin de sobrellevar con éxito las exigencias de esta hipotética
conflagración bélica internacional. Así pues estamos en presencia de
una versión temprana y criolla de lo que posteriormente se conocería
como La Doctrina de la Seguridad Nacional.
La autoría intelectual ha sido endilgada a un grupo de militares
que dirigieron la Escuela Superior de Guerra de Brasil entre 1949 y
1964, aun cuando, es en los Estados Unidos donde surgen por primera

265
Fredy Rincón N., Ob. Cit., p. 107.

162
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

vez los planteamientos relativos a la Seguridad Nacional (1947). Esta


plataforma ideológica ofrecía una visión más amplia de los tradicionales
conceptos de seguridad y defensa nacional para trasmutarlos bajo un
enfoque totalizador que toma en cuenta los distintos factores econó-
micos, políticos y sociales. Según sus creadores “la acción del Estado se
ejerce a través de ideas y procesos que buscan solucionar los problemas
generales de gobierno” y su fin último es “precaver y superar los efectos
de las conmociones internas, catástrofes naturales y guerra exterior”.266
En esta doctrina se funden los principios de la geopolítica, disciplina
que estudia la influencia de los factores geográficos sobre la organización
interna del Estado, permitiéndole prever y desarrollar todas aquellas
actividades que sean necesarias para afrontar de forma satisfactoria
cualquier potencial amenaza. En América Latina, los fundamentos
geopolíticos tuvieron gran acogida entre los oficiales castrenses, sobre
todo aquellos que recibieron la influencia de las lecciones aprendidas
en cursos dictados en las principales escuelas e instituciones militares
de la región.
A pesar de que las relaciones entre militares brasileños y venezolanos
durante la década de los cincuenta fueron escasas, eso no representó
una limitante para el envío de cursantes con fines de adiestramiento en
tierras cariocas. De igual modo, esta práctica se aplicó con otros países
del continente, entre los que destacan Argentina, Chile y Estados Unidos.
Si nos atenemos al levantamiento estadístico elaborado por Quintero
Torres en cuanto al número de oficiales que cursaron estudios en el exte-
rior, tenemos que entre 1947 y 1952 concurrieron a escuelas de formación
militar ubicadas en Argentina y Brasil, 8 y 9 oficiales respectivamente,
en tanto que 94 se matricularon en centros norteamericanos.267
Pese a las abismales diferencias numéricas y sus efectos en la con-
formación del pensamiento militar venezolano de los años subsiguien-
tes, cabe detenernos en la influencia que llegó a ejercer la doctrina de
Seguridad Nacional adecuada a la realidad sudamericana.

266
Roberto Calvo, La doctrina militar de la seguridad nacional. (Autoritarismo político y neoliberalismo en el
cono sur), Caracas – San Cristóbal, Universidad Católica Andrés Bello, 1979, pp. 18 y 67.
267
José Gilberto Quintero Torres, Ob. Cit., pp. 168,169.

163
José Alberto Olivar

Algunos de los exponentes de esta “incipiente” formulación teó-


rica en Venezuela llegaron a escribir en torno a las generalidades que
caracterizaban a la nueva concepción de la guerra moderna. Sobre el
manejo de la economía y su incidencia en la concreción de los objetivos
militares señalaban lo siguiente:

La ciencia militar económica o economía militar pasa a ser


dentro del concepto moderno la base de la economía nacio-
nal (...) No debemos olvidar que la capacidad estratégica del
Estado moderno no solamente consiste en la preparación
más eficaz de los cuadros de la Fuerzas Armadas, sino que
es necesario preparar en la paz las condiciones inestimables
de la guerra.268

En ese sentido, se hacía hincapié en las ventajas comparativas que


resultarían del fomento de una serie de industrias básicas para la econo-
mía y la defensa nacional. No obstante, dada la importancia estratégica
de este tipo de industrias, necesariamente tendrían que ser impulsadas y
controladas por el Estado de forma indefinida. Así lo expuso, el entonces
mayor Víctor Maldonado Michelena quien había cursado estudios en
Argentina donde asimiló los conceptos de Defensa Nacional y Guerra
Integral que además participó en los estudios preliminares para la ins-
talación de una industria siderúrgica en Venezuela:

... debemos empeñarnos en crear una serie de fábricas


controladas por los gobiernos respectivos, las cuales de-
ben producir elementos básicos para las fuerzas armadas;
asimismo, es indispensable la instalación de estableci-
mientos industriales que, aunque fabricando artículos para
la población civil, sean capaces de enfrentarse con buen
éxito a la producción de guerra en el momento en que las
circunstancias así lo imponga.269

Estas ideas de marcado contenido nacionalista que daban soporte


a la estructuración de un Estado fuerte, capaz de garantizar la paz, el

268
Perfecto Cabrices Beltrán, “La técnica militar en la moderna conducción de la guerra” en Revista de las
Fuerzas Armadas N° 123, Caracas septiembre 1956, pp. 3-5.
269
Víctor Maldonado Michelena, Las naciones y su defensa integral, Caracas, Editorial DUSA, C.A., 1962,
p. 200.

164
Prolegómenos de una dictadura militar y su filosofía del poder (1948-1958)

progreso, la seguridad y defensa del país bajo la plena conducción de


las Fuerzas Armadas, fueron suscritas en todo momento por los jerarcas
pretorianos y entre ellos destaca una vez más Marcos Pérez Jiménez, al
efecto veamos:

Recordemos que en nuestra nación, por múltiples causas


imputables exclusivamente a los venezolanos, la miseria, el
atraso y la ignorancia llegaron a ser casi norma común de la
vida nacional. Había que combatir y erradicar numerosos
factores negativos. En consecuencia, se imponía establecer
un gobierno capaz de actuar con sujeción a principios simi-
lares a los de la ciencia militar, a objeto de librar victoriosa-
mente batallas contra esos factores (...) Así lo entendemos
y lo practicamos los soldados de la Venezuela de hoy, entre
los cuales existe un definido criterio de superación que,
además de los efectos indiscutiblemente provechoso que
de ello resulta en la Institución Armada, produce conse-
cuencias positivas en otras actividades políticas.270

Es la reiteración de una vocación de poder inmerso en las Fuerzas


Armadas Nacionales que no distinguía separación posible entre el de-
sarrollo y la seguridad nacional, sino que por el contrario eran vistas
como dos caras de una misma moneda. Se trataba entonces de un axioma
ideológico concebido en términos bélicos.

270
Marcos Pérez Jiménez, “Discurso del General Marcos Pérez Jiménez en la clausura del Primer Curso
de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas y de los cursos de las Fuerzas Terrestres y de las
Fuerzas Navales, Caracas 22 de diciembre de 1955” en AHM, sección inventarios, serie B, caja 98,
carpeta 1, documento 9.

165
Militares, política y poder
en Venezuela contemporánea (1958-1992)

Luis Alberto Buttó


Una tontería haber pensado que en un país de
sargentos un sabio pudiera ser presidente.
Simón Alberto Consalvi. El golpe de Estado (bueno).

1. Introito
La madrugada del 23 de enero de 1958 fue derrocada la dictadura
militar encabezada por el general (Ej.) Marcos Pérez Jiménez. Con esta
acción, se puso fin a la larga noche militar iniciada con el zarpazo ases-
tado el 24 de noviembre de 1948 a la administración socialdemócrata
presidida por Rómulo Gallegos y se rescató (quizás con mayor propiedad
debería decirse se instauró) en Venezuela el sistema de gobierno de-
mocrático liberal representativo. En sustitución del régimen depuesto,
tomó la riendas del país una junta militar de gobierno presidida por el
contralmirante Wolfgang Larrazábal (quien apenas el 11 de enero de
aquel año había sido designado comandante de la marina de guerra
por Pérez Jiménez y en la práctica resultó figura dirigente de la junta
dada su condición de oficial con mayor antigüedad en la fuerza arma-
da del momento) e integrada, además, por los coroneles (Ej.) Roberto
Casanova y Pedro José Quevedo, el coronel (Av.) Abel Romero Villate y
el coronel (GN) Carlos Luis Araque, según el acta constitutiva de dicha
junta firmada aquel día.
La contradicción implícita en el abatimiento de un gobierno militar
para ser remplazado por otro en cuyo seno la fuerza armada mantuvo el
control absoluto del poder político nacional se evidenció a pocas horas
del suceso, una vez desatadas un conjunto de protestas callejeras en este
sentido, y en consecuencia se modificó la mencionada acta constitutiva
para incluir en la junta a los civiles Blas Lamberti y Eugenio Mendoza,
con base en los siguientes considerandos:

Que superado el momento de instalación del Gobierno


constituido conforme al Acta de esta misma fecha, se ha
evidenciado la superior conveniencia de ampliar la inte-

169
Luis Alberto Buttó

gración de la Junta Militar de Gobierno y transformarla en


una Junta de Gobierno con representación civil

(...)

Que es deber de la oficialidad demostrar que la razón de


su intervención en el control del Estado es la de orientar
al país hacia una efectiva institucionalidad y nunca la de
proceder al reparto de las Carteras Ministeriales entre los
propios integrantes de la Junta.271

Sin embargo, como para no dejar dudas de cuál era el centro real
del poder en la Venezuela de la época, otro considerando puntualizó
…”Que el Gobierno Provisional debe estar en condiciones de ejercer en
todo momento la totalidad del Poder, pudiendo actuar por sí mismo
como representante y delegatorio de las Fuerzas Armadas”.272 La redac-
ción pudo parecer inocua al instante, mas no lo fue en modo alguno:
en los hechos concretos, tal aclaratoria constituyó un presagio de que el
fantasma de la intervención militar en política estaba lejos de pasar a la
historia en el país que comenzaba a edificarse. Así las cosas, el neonato
sistema democrático venezolano vio la luz asediado por la recurrente
constante histórica nacional de la participación castrense en política y
desde ese instante conspiraron en su contra los elementos retrógrados
enquistados en la institución armada.
En marzo de 1958, el entonces ministro de la Defensa, coronel (Av.)
Jesús María Castro León (nombrado en tal posición mediante el decreto
número 1 emitido el propio 23 de enero por la junta de gobierno y ascen-
dido a general de brigada el 4 de julio de ese año mediante decreto de
dicha junta número 309), realizó la presentación inicial del programa
televisado Venezuela, conoce tus Fuerzas Armadas. En la charla intro-
ductoria dictada al efecto, presagiando los vientos de tempestad que a
la postre terminarían por desatarse, el oficial de marras dejó entrever
el ánimo opuesto reinante en importantes sectores de la fuerza armada
venezolana con relación al papel desempeñado por los partidos políticos
271
“El golpe militar del 23 de enero de 1958. Acta Constitutiva y Decretos” (1998). En: Golpes Militares en
Venezuela. 1945-1992. Actas y Decretos de los Vencidos y de los Vencedores-Proyectos de Acta y
Decretos para otros Golpes. Caracas: El Centauro ediciones. p. 81.
272
Ibíd.

170
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

actuantes para la época y a la libertad de prensa instaurada en el país


con el retorno de la democracia, dando a entender que la acción man-
comunada de operadores políticos y medios de comunicación perseguía
como objetivo primordial el descrédito y la reducción de la influencia
que la institución castrense jugaba en el entramado social venezolano.
De igual manera, veladamente explicitó la resistencia de la organización
a su mando de someterse a cualesquiera tipos de controles provenientes
del sector civil de la sociedad.
A continuación, un extracto de lo dicho en esa oportunidad por el
coronel Castro León:

La Institución de las Fuerzas Armadas seguirá siendo de


hoy en adelante celosa guardiana de la libertad: de esa
libertad generosa que se prodiga a todos los hombres de
buena voluntad y que no sabe de predominios ni de grupos,
ni de clases, de la que se traduce en respeto a la dignidad
humana, de la libertad que no conozca del foetazo artero
de la prensa pasquinesca (sic) y procaz, de la que garantiza
la libre expresión del pensamiento honrado, sin cortapisas
ni amenazas sectarias (...) Guardiana de una libertad que
no autoriza el gesto airado del líder innoble que a cada
instante y por razones ventajistas amenaza con lanzar al
pueblo a la calle, de la libertad del comercio y de la industria
para que no esté sometida a vivir bajo amenazas de huelgas
(...) La Institución se basta a sí sola para salvar sus posibles
escollos, sin directrices ni intromisiones ajenas (...) Demos
un mentís de una vez y para siempre a la amenaza golpista
la cual solo (sic) existe en la mente enfermiza de líderes
veteranos en tales menesteres y quienes se han convertido
en trágica avanzada de sus manejos turbios.273

Más adelante, en declaraciones a la prensa nacional que sólo re-


produjo el diario El Universal, el ministro de la Defensa reincidió en
aseveraciones de igual tenor:

El concepto de Libertad no se circunscribe a la de grupos o a


la manera de quienes la entienden o les convenga entender,

273
El pueblo y las Fuerzas Armadas de Venezuela en 1958. Edición Facsímil de Testimonio de la Revolución
en Venezuela. 1 de enero-23 de julio 1958 (1980). Caracas: Ediciones Centauro. p. 287.

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sino a la libertad de todos los venezolanos, sin distingos de


clases, credos o condiciones (...) No es un secreto para nadie
que dentro de las directrices de alguna fracción política
predomina, como fundamental, el tratar de destruir las
organizaciones castrenses; nosotros así lo consideramos,
pero el quid del asunto está en que logren su finalidad.274

En julio de ese año, quedó al descubierto quién realmente estaba


atrincherado en el bando de la subversión. El día 20, sectores golpistas
de la fuerza armada capitaneados por Castro León intentaron desconocer
al gobierno transitorio, ocupado entonces en preparar lo referente a la
convocatoria de elecciones universales, secretas y directas para selec-
cionar al personaje que tomaría las riendas del poder ejecutivo y a los
integrantes del Congreso Nacional. El movimiento contó con importante
respaldo en los componentes ejército, aviación y guardia nacional, pero
no así en la armada, cuya oficialidad se mantuvo leal al compañero de
armas gobernante. La jefatura del alzamiento se atrincheró en la sede
del ministerio de la Defensa, sito para aquel entonces en el sector La
Planicie, cercano al palacio presidencial.
Los golpistas le presentaron un ultimátum al gobierno establecido,
el cual intitularon Acuerdo, que por intermedio del ciudadano Ministro
de la Defensa, presentan las Fuerzas Armadas Nacionales a la Honorable
Junta de Gobierno de la República de Venezuela, a sabiendas de la impo-
sibilidad de que sus requerimientos fueran tomados en cuenta, con lo
cual se pasaría a la fase posterior de deposición del cuadro gobernante.
Allí dejaron en claro su convicción pretoriana de elevar a la institución
castrense a la condición de actor político y árbitro principal de la sociedad
venezolana. Las consideraciones planteadas así lo revelaron. De éstas,
cabe destacar las siguientes:

Que es público y notorio que los partidos “Acción Demo-


crática” y “Comunista” influyen de manera terminante en
la mayoría de las decisiones gubernamentales, obtenien-
do así posiciones oficiales claves, tanto superiores como
subalternas, produciéndose un ventajismo a favor suyo y
en mengua de los derechos de los otros Partidos políticos,
274
Ibíd.

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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

lo cual ha dado lugar a una ruptura del equilibrio social,


pernicioso a los fines del próximo proceso electoral

(...)

Que la prensa, radio y televisión están controladas casi en


su totalidad por “Acción Democrática” y el “Partido Comu-
nista”, quienes en forma pasquinesca (sic) desorientan a la
opinión pública con resultados nefastos para la colectivi-
dad, a tal punto que, por su forma exclusivista de operar
ha logrado estrangular la libertad del pensamiento, en su
concepto legal, ocurriendo (sic) al chantaje en todas sus
formas coercitivas, y destacándose que todo aquello que
pueda perjudicar a dichos Partidos o a sus miembros se le
ampare con un cómplice silencio, sea cual fuese el aspecto
delictuoso que represente

(...)

Que las Fuerzas Armadas son cotidianamente injuriadas,


tanto como Institución como en la persona y familiares
de sus miembros, en particular incitándose por la prensa,
radio y televisión a desconocer su autoridad, todo ello
con inexplicable anuencia de los máximos personeros del
Gobierno.275

A partir de allí, y partiendo del supuesto de que “...las Fuerzas Ar-


madas Nacionales como generadoras que son de la autoridad de la Junta
de Gobierno conforme a su acta constitutiva de fecha 23 de enero del
corriente año...”,276 los sublevados se atrevieron a formular “...de manera
inaplazable, firme y categórica...” (Ibíd)277 las demandas expuestas a
continuación:

PRIMERO. – Hacer un reajuste en los cuadros gubernamen-


tales, a fin de que no hayan ventajismos en las próximas
elecciones y puedan así ir todos los Partidos en igualdad
de condiciones a la lucha electoral.

SEGUNDO. – Expedición de un Decreto Ejecutivo orde-


nando a la prensa, radio y televisión de toda la República,
275
Ibíd.: 286.
276
Ibíd.
277
Ibíd.

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Luis Alberto Buttó

la exclusión de todos los artículos, noticias o comentarios


que en su forma o fondo pueda ser interpretado como le-
sivo a la Institución Armada en general o a sus miembros
en particular.

TERCERO. – Aplicación inmediata y sin distingos de me-


didas de Alta Policía para aquellos líderes o incitadores
que provoquen o dirijan actos tendientes al desacato del
Decreto a que se hace referencia [Mayúsculas del autor].278

Luego del correspondiente y angustioso forcejeo de fuerzas, la in-


tentona resultó infructuosa. Castro León renunció al puesto ocupado
en el consejo de ministros y junto a otros líderes de la asonada, entre los
cuales se encontraban el teniente coronel (Ej.) Juan de Dios Moncada
Vidal y el ex piloto personal de Pérez Jiménez, mayor (Av.) Martín Parada,
partió al exilio. Varios complotados más le acompañaron en el periplo,
pues como bien se informó a los medios de comunicación a través de
un comunicado del ministerio de la Defensa emitido el 24 de julio “...
han salido al exterior los oficiales: General Jesús María Castro León;
Tte.Cnel. José Ely Mendoza Méndez; Mayor Oswaldo Graziani Fariñas;
Mayor Edgar Duhamel Espinoza; Mayor Manuel Azuaje Ortega; Mayor
Edgar Trujillo Echeverría; Mayor José Isabel Gutiérrez...”279
El 7 de septiembre de 1958, se produjo otro alzamiento militar de
significativa magnitud, impulsado éste por las maniobras adelantadas al
respecto por Moncada Vidal y Ely Mendoza, ambos teóricamente fuera
del país, aunque en realidad clandestinos en el interior. La principal
dependencia involucrada resultó ser esta vez el cuartel de policía militar
ubicado en Caracas, contiguo al Palacio Blanco y frontal al Palacio de
Miraflores, sede del poder ejecutivo. Entre las cabezas visibles de esta
nueva asonada estuvieron los mayores Luis Vivas Ramírez, Clemente
Sánchez, Juan Merchán López, Alcibíades Pérez Morales, Chalbaud
Godoy, Rafeal Marcelo Pacheco y Oswaldo Gracciani; el capitán Rafael

278
Ibíd.
279
Ramón J. Velásquez (1976). “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el último medio Siglo”.
En Ramón J. Velásquez, Arístides Calvani, Carlos Rafael Silva y Juan Liscano. Venezuela Moderna.
Medio Siglo de Historia. 1926-1976. Caracas: Fundación Eugenio Mendoza. p. 173.

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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

González Windevoxchel y los tenientes Carlos Quintero, Manuel Silva


Guillén y Víctor Gabaldón, todos ellos pertenecientes al componente
ejército.
En esa oportunidad, los alzados lograron tomar el ministerio de la
Defensa, rodearon el palacio presidencial y ocuparon dos importantes
estaciones de radio con alcance nacional, concretamente Radio Rum-
bos y Radio Tropical. Según los informes de Inteligencia de la época,
el golpe no alcanzó los objetivos de control político a escala nacional
propuestos dado el arrepentimiento de última hora de otros oficiales
del mismo componente previamente comprometidos (destacados
estos en diversas unidades radicadas en las ciudades de Barquisimeto,
Coro, Cumaná, Ciudad Bolívar, Maracaibo, Maracay, Maturín, Puerto
La Cruz, San Cristóbal, San Juan de los Morros y Valencia) y de ciertos
integrantes de la aviación, también ganados a la causa. Irónicamente,
Moncada Vidal, Vivas Ramírez, Pacheco y Silva Guillén fueron enviados
a una especie de exilio dorado para ocupar posiciones relevantes en
embajadas nacionales en el extranjero.
Por su parte, Castro León no se arredró de los afanes conspirativos
y desde el ostracismo continuó maquinando contra el gobierno insti-
tuido. Firmada en Londres, donde se encontraba como representante
de la Junta Interamericana de Defensa, remitió al presidente de la
república, a la sazón Rómulo Betancourt, político victorioso en las
elecciones de diciembre de 1958, una epístola en cuyas líneas acusó al
gobierno de …”despilfarro económico, de carencia de autoridad para
reprimir desórdenes sociales y de connivencia con el comunismo.
El Ministerio de la Defensa consideró el documento como una clara
incitación a la rebeldía y recomendó al Presidente el pase a retiro
del General Castro León”.280 Por disposición del primer mandatario,
esta medida se concretó el 24 de noviembre de 1959. En irreverente
respuesta, el 20 de abril de 1960, Castro León, acompañado de un
grupo de adeptos, entre los cuales vale la pena mencionar a Moncada
Vidal, los mayores Luis Alberto Vivas Ramírez, Manuel Asuaje, Ba-
rreto Martínez y los capitanes Cipriano Sánchez Mogollón, Alfonso
280
Ibíd. p. 204.

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Sánchez Castro y Manuel Silva Guillén (todos miembros del ejército),


comandó un grupo invasor que penetró al país por el estado Táchira
desde la vecina Colombia.
Al rompe, la acción obtuvo relativo éxito pues logró la conquista
de la guarnición de la ciudad de San Cristóbal. El reportero del diario
El Nacional encargado de cubrir los acontecimientos, narró así el de-
sarrollo de estos en las jornadas iniciales de la intentona:

En su alocución a los tachirenses, el insurrecto manifestó


que el era el Jefe del “Movimiento Revolucionario Milici-
vilista”, y que por lo tanto exigía a todos sus coterráneos
el apoyo necesario para triunfar. Castro León, en com-
plicidad con el Coronel Francisco Lizarazu Véliz, Jefe del
Agrupamiento Militar Número 1 y del Teniente Coronel
Alcides González Escobar, Comandante del Batallón
Simón Bolívar de San Cristóbal, logró rápidamente con-
trolar la situación en el centro de la ciudad.

En poder de los facciosos cayeron la Gobernación del Esta-


do, Comandancia de Policía Municipal, cuyo Comandante
Carlos Montilla Olmos se unió al grupo de rebeldes; la
Digepol, Servicio Criminológico Estatal, PTJ, Inspecto-
ría del Tránsito, así como todas las demás dependencias
públicas nacionales y estatales.

El ex-General leyó su proclama al pueblo. Decretó la Ley


Marcial; suspendió las actividades docentes y colocó en
los puntos más estratégicos de San Cristóbal a grupos de
soldados quienes se dieron a la tarea de hacer registros en
los automóviles, cacheos personales y a la odiosa escena
de apuntar con sus fusiles a la ciudadanía, que curiosa
salía a la calle para enterarse de lo que estaba pasando.

Así, de manera sorpresiva, Castro León intentaba hacer


regresar a la actualidad, las montoneras que hace cincuen-
ta años atrás, pusiera de moda Castro. Pero se equivocó
el ex-General. El pueblo del Táchira no respondió a sus
desesperados llamados, y muy pronto, de manera orde-
nada, comenzó la resistencia pasiva.281

281
“Castro León nunca controló totalmente a San Cristóbal” (1960, abril 22). El Nacional. Caracas, p.s/n.

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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

El mismo día, un vocero de Castro León, cuya identidad no fue


revelada por la prensa, entregó a la agencia de noticias UPI en Nueva
York, una declaración del golpista, donde éste justificó el alzamiento al
alegar “...He insurgido en armas contra la pseudodemocracia (sic) que
actualmente soporta nuestro país, con hombres honestos y de limpia
trayectoria. No están a mi lado ni prófugos de la justicia ni delincuen-
tes. Conmigo han invadido el país oficiales honestos y de prestigio
institucional...”282 El vocero anónimo también facilitó a la redacción de
la mencionada agencia copia de la proclama insurgente leída en San
Cristóbal a través de los micrófonos de la estación “Ecos del Torbe” y
de la cual es perentorio reproducir los párrafos siguientes, en aras de
develar las verdaderas motivaciones e intenciones de los sublevados:

Esta es la revolución del pueblo y del ejército, y para el


pueblo y el ejército serán sus beneficios; y serán ellos los
únicos que ejercen su propio gobierno y responderán de su
propia soberanía. Quienes hayan aspirado a algo diferente,
están equivocados

(...)

Venimos a crear un estado político adecuado, capaz de


democratizar al país; porque nuestro movimiento es la
esencia misma de su pueblo y de su tierra

(...)

Venimos a salvar a las Fuerzas Armadas de su destrucción


definitiva por donde ya la encaminan los intereses parti-
distas del gobierno actual.

Venimos en definitiva a crear un estado social que eleve al


máximo el nivel moral de la nación y suplante la democra-
cia por el hecho real de la felicidad del pueblo.283

A las pocas horas, la militarada devino un fiasco garrafal al no recibir


el respaldo de las restantes unidades militares acantonadas a lo largo y
ancho del país. Los cabecillas del movimiento huyeron despavoridos a
282
UPI (1960, abril 22). “La proclama de Castro León al comenzar la insurgencia ambiciosa hacia el poder”.
El Nacional, Caracas, p.s/n.
283
Ibíd.

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Luis Alberto Buttó

Colombia. A la postre, Castro León fue capturado y sus restantes días


de vida transcurrieron entre los calabozos a los que fue confinado en la
base naval establecida en la isla de La Orchila, el Castillo Libertador y
el Cuartel San Carlos, donde finalmente falleció víctima de un infarto
el 12 de julio de 1965.
Otro de los relevantes intentos de derrocamiento del gobierno
constitucionalmente constituido en la época fue el protagonizado el 20
de febrero de 1961 por el grupo encabezado por el coronel (Ej.) Edito Ra-
mírez, dado de baja con el grado de mayor en tiempos de Pérez Jiménez
y posteriormente reincorporado a filas y ascendido con el advenimiento
de la democracia. El epicentro del alzamiento se radicó en la Academia
Militar (centro de formación de oficiales del ejército), ya para el momen-
to establecida en las instalaciones del Fuerte Tiuna en Caracas. Dicha
institución estuvo por varias horas bajo el control de los complotados,
quienes contaron con apoyo de buena parte de los cadetes para ese
momento allí acantonados. Involucrados en los sucesos, en apoyo a la
institucionalidad reinante, se vieron dos alumnos que con el correr de
los años tendrían destacada actuación en la historia político-militar
venezolana por venir: Ramón Santeliz Ruiz y Fernado Ochoa Antich.
Amén de las anteriormente mencionadas, el gobierno liderado
por Rómulo Betancourt hubo de hacer frente a cuatro notorias insu-
rrecciones militares. El 26 de junio de 1961, bajo las órdenes del mayor
(Ej.) Luis Alberto Vivas y de los capitanes (Ej.) Tesalio Murrillo y Masso
Perdomo, se sublevaron las tropas acantonadas en el cuartel del ejército
Pedro María Freites, sito en Barcelona, capital del estado Anzoátegui,
motivo por el cual la militarada fue bautizada en la historiografía nacio-
nal con el mote de Barcelonazo. Los insurrectos se posesionaron de la
gobernación del estado y capturaron al gobernador Rafael Solórzano y
al secretario de gobierno Carlos Canache Mata, quien con el correr del
tiempo desarrolló destacada actuación como congresista y dirigente del
partido Acción Democrática.
En las primeras de cambio, la situación pareció mostrarse favorable
a los alzados, pero con el correr de las horas buena parte de los oficiales
subalternos partícipes (subtenientes, tenientes y capitanes) se perca-
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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

taron que otras dependencias militares complotadas decidieron no


pronunciarse y en consecuencia cambiaron de bando y apresaron a los
jefes de la intentona. En la reconquista del cuartel murieron más de 20
civiles y otros 50, con diferente intensidad, resultaron heridos. Desde el
lado insurrecto, se corrió el runrún del presunto fusilamiento de algu-
nos de los rendidos por disposición del referido secretario de gobierno.
Sucesos similares ocurrieron en los albores del año entrante, con-
cretamente en enero, cuando en La Guaira (por consiguiente, Guairazo)
se rebeló el batallón Bolívar de infantería de marina bajo el comando
del capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. Los datos de Inteligencia
constataron que oficiales con puesto de mando en las bases navales de
Carúpano y Puerto Cabello, en el regimiento motoblindado de Caracas
y en la guarnición militar de Apure (en este caso, fundamentalmente
unidades del ejército) estuvieron comprometidos con el movimiento.
También se involucraron algunos oficiales de la aviación; verbigracia, el
mayor Francisco León de Allesandro, a quien se le asignó la misión de
bombardear las instalaciones de Fuerte Tiuna al mando de un grupo de
aviones B-25 Mitchell. El plan de operaciones golpista previó el reparto
de armas entre civiles (básicamente militantes del Partido Comunista,
buena parte de los cuales fueron apresados en pleno desarrollo de los
acontecimientos) para conjuntamente con los marinos involucrados
marchar hacia la capital de la república, donde recibirían el decisivo
respaldo del regimiento motoblindado. Nada de ello ocurrió. En algún
momento luego del desencadenamiento de los hechos, Morales se creyó
abandonado a la peor de las suertes por sus compañeros y optó por es-
conderse en vez de presentar batalla, con lo cual condenó la intentona
al fracaso.
El 4 de mayo de 1962, en la oriental ciudad de Carúpano (por ende
Carupanazo), se insurreccionaron el batallón de infantería de marina
Mariscal Sucre, bajo la guía del capitán de corbeta Jesús Teodoro Moli-
na Villegas, y el Destacamento número 33 de la guardia nacional, a las
órdenes de los oficiales de ese componente mayor Pedro Vegas Caste-
jón y teniente Héctor Fleming Mendoza. Rápidamente, los alzados en
armas controlaron la ciudad y su aeropuerto y a través de la radio local

179
Luis Alberto Buttó

leyeron una proclama firmada por lo que dieron en llamar “Movimiento


de Recuperación Nacional”. En síntesis, el documento de los sublevados
recogió sus aspiraciones de, entre otras cosas, “...restablecer las libertades
cívicas; constituir en Carúpano un Gobierno Provisional que gobernara
en nombre del Congreso Nacional; hacer que las Fuerzas Armadas no
siguieran siendo utilizadas como instrumentos de represión y condenar
el falso exilio impuesto a personalidades militares...”284
En contraposición a la acción de los alzados, unidades leales al
gobierno como los batallones del ejército Mariño y Sucre, provenientes
de la cercana ciudad de Cumaná, y los batallones de infantería de ma-
rina Bolívar y Rafael Urdaneta, movilizados desde La Guaira y Puerto
Cabello, respectivamente, con el apoyo de los transportes LSM-T13 y
T14 y respaldo aéreo brindado por aviones Canberra, combatieron a los
sublevados hasta rendirlos. La prensa de la época cronometró la duración
del enfrentamiento en cinco horas y destacó que en total se dispararon
entre los dos bandos más de 90.000 disparos, incluyendo 10 cargas de
cañones de 106 y 150 milímetros.285
Apenas transcurridos 29 días después del Carupanazo, el 2 de junio
se produjo el Porteñazo, así denominado por ocurrir los sucesos relacio-
nados en la ciudad de Puerto Cabello, estado Carabobo. De nuevo entró
en escena Víctor Hugo Morales, quien lideró al contingente insurgente
que logró posesionarse del batallón de infantería de marina Rafael
Urdaneta, mientras las tropas encabezadas por el capitán de fragata
Pedro Medina Silva hicieron lo propio con el comando de la base naval
y de la escuadra. Pese a lo esperado por los alzados, la tripulación de
los buques allí fondeados no se plegó al golpe y zarpó mar adentro, des-
atendiendo el llamado a sumarse al movimiento insurreccional. A través
de las ondas emitidas por Radio Puerto Cabello, los conjurados leyeron
un manifiesto también firmado por el “Movimiento de Recuperación
Nacional”. Cruentos combates se desarrollaron en las calles de la ciudad
e imágenes de estos sucesos recorrieron el globo, en especial fotografías

284
Velásquez, op.cit., p. 227.
285
Ezequiel Díaz Silva; Absalón Bracho; Augusto Hernández y Benny Ramos (1962, mayo 7). “Con ataques
de artillería pesada fue conquistada Carupano”. El Nacional, Caracas, p.s/n.

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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

tomadas en la zona popularmente conocida como La Alcantarilla, donde


se captó al capellán militar de la base naval, sacerdote apellidado Padilla,
auxiliando al moribundo cabo segundo Andrés de Jesús Quero, plaza
del batallón Piar enfrentado a los rebeldes.
Las unidades complotadas fueron confrontadas, además, por
miembros del batallón de paracaidistas de Maracay, del batallón de
infantería Carabobo y del batallón de artillería Salóm, que contaron con
el apoyo de los destructores de la armada Morán y Clemente. La fuerza
de tarea conjunta en defensa del gobierno estuvo al mando del coronel
(Ej.) Alfredo Monch. El final de los enfrentamientos se produjo con la
captura de los jefes rebeldes atrincherados en el comando de la escua-
dra. La derrota de la asonada dejó tras de sí la sangrienta estela de algo
más de 400 cadáveres, entre civiles y militares, regados aquí y allá. Para
bien de la democracia liberal representativa recientemente estrenada
en Venezuela, con el sometimiento de los complotados en El Porteñazo
se rompió la cadena de los cruentos golpes militares escenificados en la
década de los sesenta.

2. Segundo lustro de los sesenta: el golpismo agazapado


La derrota en el teatro de operaciones propinada a las insurrecciones
pretendidas por sectores golpistas operantes en el seno de la fuerza arma-
da venezolana en la década de los sesenta, no significó, ni por asomo, el
cese del accionar conspirador al interior de la institución depositaria de
las armas de la república y monopolizadora de la fuerza legal del Estado.
El período de aparente calma experimentado en los cuarteles y demás
instituciones militares durante los años setenta y ochenta no fue más
que el velo engañoso con que el irreductible golpismo nacional cubrió
sus pasos para actuar a la sombra en aras de estructurar la organización
necesaria y calibrar el momento adecuado (las condiciones objetivas y
subjetivas, que diría un analista imbuido de la fraseología marxista) para
reintentar el asalto al poder. Convencido de que afirmaciones como la
anterior tienen indiscutible basamento histórico y con el conocimiento
de causa de quien, parafraseando a José Martí, conoció al monstruo por-
que vivió en sus entrañas, el general de división (Ej.) Fernando Ochoa
Antich, ministro de la Defensa durante la segunda presidencia de Carlos

181
Luis Alberto Buttó

Andrés Pérez (1989-1993), sentenció en entrevista concedida a Domingo


Irwin: “...En Venezuela los militares nunca han dejado de conspirar...”286
El pronunciamiento del oficial de marras sintetizó de trágica manera
lo que, estudio sereno del devenir venezolano del siglo XX mediante,
luce indubitada constante histórica que requiere ser contextuada en justa
dimensión. La información disponible a partir de la pesquisa desarro-
llada por el investigador interesado parece ser concluyente al respecto:
el carácter sostenido en el tiempo de las conspiraciones militares en
Venezuela contemporánea ha estado fundamentalmente motivado en
términos ideológicos, doctrinales y programáticos, por la aspiración de
determinados grupos de la fuerza armada de erigirse en actores políticos
de máxima relevancia, dados su condición y espíritu pretorianos. El
planteo anterior, que debería asumirse preocupación colectiva, puede
sonar verdad un tanto molesta y/o exagerada a los oídos de políticos
desprevenidos y científicos sociales desconocedores del tema relaciones
civiles y militares en Venezuela, que se empeñan en equiparar su parti-
cular percepción de los sucesos históricos con la intrínseca realidad de
estos. Por considerarla indicador de lo poco arraigada que se encuentra la
modernidad política en Venezuela, se copia a continuación la siguiente
reflexión salida de la pluma de Rafael Poleo:

...en la mayoría de nuestros países los militares siguen


siendo el factor que más influye en el curso de los aconte-
cimientos (...) La historia del poder en Venezuela es una
historia militar desde su comienzo. De una u otra manera,
la decisión ha estado en la Fuerza Armada (...) en Venezuela
y por un largo rato, la política es cosa de militares.287

Ciertamente, la comprobación de relevantes datos históricos, per-


mitió detectar desde mediados de la década de los sesenta, la continua
organización de núcleos conspiradores ramificados a lo largo de los
cuatro componentes integrantes de la fuerza armada nacional de la
286
Domingo Irwin (2003). “Pretorianismos y Control Civil en la evolución histórica del Siglo XX venezolano:
un comentario bibliográfico y educativo”. En Domingo Irwin y Frédérique Langue (coordinadores).
Militares y Sociedad en Venezuela. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. p. 203.
287
Rafael Poleo (2001). “El nuevo rol de la institución armada”. En Hernán Castillo, Manuel Donís y Domingo
Irwin (compiladores). Militares y Civiles. Balance y perspectivas de las relaciones civiles-militares ve-
nezolanas en la segunda mitad del siglo XX. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. pp. 185-194.

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Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

época. Aún humeantes los fuegos del conjunto de intentonas traídas a


colación en el introito de estas páginas, el afán de los desestabilizadores
pertenecientes a la institución armada por derrocar el naciente sistema
democrático liberal representativo volvió por sus fueros. En 1964, vio
la luz el libelo intitulado De militares para militares,288 calzado con las
firmas del mayor (Ej.) Manuel Asuaje Ortega (cuyos afanes insurrec-
cionales quedaron reflejados en párrafos anteriores), del capitán (Ej.)
Américo Serritiello y de los tenientes de fragata Antonio Piccardo y
Pausides González. Por razones obvias, la edición fue limitada, tanto
como restringida su circulación, en función del cuidado personal a ser
mantenido por sus autores, lectores y/o divulgadores al interior de la
institución castrense.
En ese texto, los uniformados en cuestión abordaron, entre otros,
temas como los siguientes, presentados de acuerdo con la división por
capítulos del libro: el origen clasista del militar venezolano; el militar y
las ideas; la nueva concepción de las fuerzas armadas nacionales; las fuer-
zas armadas y la lucha nacional; el golpismo; la revolución venezolana y
las fuerzas armadas; el derecho de rebelión; el nacionalismo como arma
suprema del pueblo y de las fuerzas armadas; el militar político y la razón
de la fuerza. En líneas generales, los autores pretendieron justificar, con
base en razones ideológicas esgrimidas según su leal saber y entender,
la necesidad histórica de que un movimiento insurreccional gestado y
ejecutado por los integrantes de la fuerza armada del momento, diera
al traste con el gobierno legal y legítimamente constituido e impusiera
un régimen capitaneado por quienes entonces se consideraron, motu
proprio, los personeros idóneos para dirigir el destino nacional; vale
decir, los militares que accedieran al poder político en caso de resultar
exitoso el levantamiento por ellos impulsado. De las condiciones en que
se preparó y difundió el escrito se pronunciaron sus firmantes:

Por último, rogamos a todos nuestros lectores, civiles y


militares, que nos perdonen por las enormes fallas que
puedan encontrar en la construcción de esta pequeña obra.

288
Manuel Asuaje; Américo Serritiello; Antonio PICCARDO y Pausides González (2006). De militares para
militares. Caracas: Ministerio de la Cultura, Fundación Editorial El Perro y La Rana.

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Luis Alberto Buttó

Dada las condiciones de premura e incomodidad en que


hemos tenido que trabajar, ni siquiera el estilo y redacción
hemos podido pulir. Y no se diga las limitaciones que ha
tenido la impresión debido a la terrible represión que hoy
desata el Gobierno contra todo lo que sean ideas.

Sin embargo, estamos seguros de que nuestro pequeño


trabajo va a cumplir su cometido llenando el inmenso
vacío que sobre este particular ha existido hasta hoy en
nuestras FAN.289

La extensión del movimiento encarnado en estos oficiales puede


colegirse de la aclaratoria contenida en la introducción del libro acerca
de la participación de sus compañeros de armas en la redacción del texto,
mantenida in péctore un tanto para no arriesgar la permanencia en la
organización de los involucrados y otro tanto para garantizar que los
no reconocidos como conspiradores pudieran realizar, con los menores
contratiempos posibles, la labor de zapa inherente a la acción subversiva
demandante de sus empeños. Véase lo expuesto en este sentido por los
responsables visibles del documento en cuestión:

Por otra parte, queremos hacer resaltar que este libro no


es la obra de un grupo reducido de las FAN. En él han co-
operado una amplia representación de todas las Fuerzas
de nuestra Institución. Aviadores, Marinos, Terrestres y
Guardias Nacionales han unido sus esfuerzos para levantar
su propia doctrina. Oficiales y Suboficiales activos han
entregado lo mejor de su voluntad y su esfuerzo creador
para culminar esta obra. Todos los movimientos patrióti-
cos revolucionarios tienen aquí su representación. En una
palabra, es una obra de ese gran frente Cívico-Militar nacio-
nalista y democrático que hoy hace marchar la Revolución
Venezolana hacia delante. Ese gran frente que está forjando
los conductores del mañana inmediato, así los pesimistas
se empeñen en añorar a jefes del pasado. Por todo esto, De
militares para militares, llenará su cometido: representar
el pensamiento y la acción de los profesionales revolucio-
narios de las Fuerzas Armadas [Itálicas de los autores].290

289
Ibíd. p. 17.
290
Ibíd. p. 16.

184
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

Los así conjurados dejaron en claro los objetivos perseguidos con


su intrigante accionar y, precisamente, el planteamiento de estas as-
piraciones, a la luz de la interpretación histórica, permitió avizorar la
ya temprana gestación de cierto corpus teórico e ideológico a la larga
presente en conspiraciones y/o insurrecciones militares organizadas y
escenificadas con posterioridad a la aparición del libro comentado. En
palabras de sus responsables, el fin último de la gesta emprendida no era
otro sino “...Hacer la Revolución Venezolana, al lado de nuestro pueblo,
en la misma forma y manera que el ejército de Ezequiel Zamora hizo
la revolución de la nivelación social”.291 Todo ello en un contexto donde
“...Sólo así podrán nuestros militares ponerse a tono con su tiempo y
dejar de ser los verdugos de su propia clase social”.292 En consecuencia,
“...Algún día las páginas de la Historia Universal tendrán que recoger el
caso único de unas Fuerzas Armadas regulares haciendo la revolución
de los pueblos y no la contrarrevolución para lo que originalmente
fueron creadas”.293
Anexo al texto central, los editores incluyeron dos documentos
denominados el uno Cartilla del trabajo clandestino (Pautas para la
acción conspirativa) y el otro Cartilla de la acción armada cívico mili-
tar, adjudicados, vías las firmas impresas, a los oficiales y suboficiales
identificados a continuación:
• Del ejército: teniente coronel Juan de Dios Moncada, capitán
Julio Bonet Salas, teniente Rafael Martorelli y sargento técnico
de tercera Luis Noriega.
• De la aviación: tenientes Oscar Pérez Arévalo e Hipólito Otamen-
di y un sargento técnico de primera allí presentado con el alias
“Alejandro”.
• De la guardia nacional: mayor Pedro Vegas Castejón, teniente
Héctor Fleming Mendoza, teniente Exio Saldivia, teniente Oc-
tavio Acosta Bello y un sargento técnico de primera identificado
con el seudónimo “Matías”.

291
Ibíd. p. 26.
292
Ibíd.
293
Ibíd. p. 15.

185
Luis Alberto Buttó

• Por la marina: capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez (uno


de los descollados oficiales involucrados en el Porteñazo), los
tenientes de fragata Carlos Fermín Castillo y Wallis Medina Rojas,
el maestre de primera Francisco Uzcátegui Raven y el maestre
de segunda Luis Jiménez Adrián.
Como era de suponerse, las citadas cartillas hicieron las veces de
manuales de instrucción para que a las sombras (léase, al interior de los
cuarteles y demás instalaciones militares) los oficiales y suboficiales ad-
heridos a las conspiraciones puestas en marcha llevaran a cabo las tareas
acordadas, evitando ser detectados por los servicios de Inteligencia de
cada fuerza o del ministerio de la Defensa. En estos términos presentaron
el mayor Asuaje y sus compañeros las mencionadas cartillas:

Los anexos nos brindan a nosotros los militares un cúmulo


de experiencias de un valor inestimable para nuestra lucha
activa, para llevar a cabo nuestras aspiraciones. Son dos
cartillas que nos indican enseñanzas tanto para preparar
la acción, como para la ejecución de la misma acción.
Esto para militares revolucionarios es algo esencial, casi
en la misma medida que lo es la instrucción netamente
profesional.294

Vale decir, en la concepción de los organizadores del grupo conspi-


rador, a la par de su formación en los asuntos atinentes al complejo arte
de la guerra moderna, el militar venezolano debía igualmente centrar su
ocupación y preocupación en adiestrarse en el cómo proceder en la lid
de la subversión contra el orden político establecido. Este razonamien-
to reflejó sin ambages las aspiraciones de participación política de los
uniformados encargados de dar a conocer el libelo entre sus compañeros
de armas. Los redactores de las cartillas introdujeron la primera de ellas
alegando razones como las expuestas a continuación:

Fundamentándonos en los muchos errores cometidos en


la lucha conspirativa, como también en las experiencias
producidas en este campo, y en el afán de cubrir todas
las fallas que se vayan presentando en el desarrollo de

294
Ibíd. p. 16.

186
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

nuestras actividades, nosotros hemos confeccionado esta


cartilla, para que sirva de elemento básico de orientación
en la delicada y peligrosa tarea de preparación conspirativa
antes de la acción

(...)

La conspiración, tenemos que entenderlo así, es una ciencia


y hay que determinar en líneas generales, para sujetarse
a ella, una guía que nos recuerde siempre qué debemos
hacer. Esta ciencia no ha estado, ni está, ni estará jamás
desacreditada. Sólo los gobiernos la temen, y en el mundo
agitado de hoy su incremento es notabilísimo. Tanto más
cuanto con urgencia reciente la están necesitando los
pueblos para sacudir sus yugos. Hoy las fuerzas revolucio-
narias progresistas están necesitando encarecidamente
de esta ciencia. Y nosotros, la hacemos nuestra, como un
arma indispensable para utilizarla en las conquistas de las
aspiraciones del pueblo venezolano.295

El contenido de esta cartilla abordó temas relacionados con los


procedimientos a seguir y las actitudes a asumir por parte de los partici-
pantes en una conspiración militar en cuanto a elementos claves como:
• La seguridad del secreto. En este punto proporcionaron 24 reco-
mendaciones para evitar que la conspiración sea develada a los
ojos del gobierno contra el cual se organiza.
• Reuniones. Aquí se detallaron 19 instrucciones para abordar el
trabajo previo a la realización de los encuentros entre conspira-
dores, cómo manejar el desarrollo de estas pequeñas concentra-
ciones y las tareas a ejecutar una vez culminadas para borrar todo
indicio de haberse producido el cónclave de los complotados.
• Correos. Se establecieron dos pautas generales para utilizar de
la manera más segura, eficaz y eficiente posible los recursos
humanos asignados a tales fines.
• Prisiones. Este aparte estuvo destinado a establecer las siete
normas básicas de comportamiento a las que deben sujetarse

295
Ibíd. pp. 237-238.

187
Luis Alberto Buttó

los implicados en determinada conspiración en caso de ser


descubiertos por los organismos de seguridad del Estado y en
consecuencia encerrados tras las rejas para cumplir el castigo
correspondiente.
• Escondites o “conchas”. Se describieron tres grandes recomen-
daciones sobre las características que el lugar destinado a tales
menesteres debe poseer, quién o quiénes pueden proporcionar
refugio y los cuidados a mantener una vez ubicado el personal
escondido en el sitio escogido.
• Conducta individual. Allí se listaron diez reglas de conducta
personal encaminadas a lograr el objetivo de que los conjurados
pasen desapercibidos en la institución que los agrupa. Entre
estas disposiciones, resaltó la sanción que debe propinarse al
...”ser más terrible con el que uno se puede enfrentar...”,296 el de-
lator, en caso de ser individualizado: “...El daño que hacen estos
elementos es comparable a una catástrofe; echa por tierra a toda
una organización que se ha levantado a fuerza de sacrificios. El
castigo para los delatores debe ser ejemplar, llegándose inclusive
a la pena capital”.297
• Organización. Se hicieron siete sugerencias macro sobre las
características y principios más comunes a los cuales atenerse al
momento de organizar las respectivas células de conspiradores.
Entre las directrices dadas en esta parte del texto es meritorio
destacar dos: la número 4, específica en lo atinente a la confor-
mación del aparato de seguridad que debe rodear a los cabecillas
de la conspiración en marcha, y la número 7, recordatorio de que
a algunos de los implicados en una conspiración militar debe
asignársele tan sólo el cumplimiento de tareas sencillas y en
apariencia alejadas de la propia acción operativa (seguimiento de
personas, por ejemplo) para dificultar que los órganos de inves-
tigación puedan establecer la vinculación entre estos y el núcleo
subversivo actuante. Es el caso, verbigracia, de fichas colocadas

296
Ibíd. p. 244.
297
Ibíd.

188
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

en los comandos superiores y/o en las unidades de Inteligencia,


de las cuales se dijo: “Los elementos infiltrados en puestos cla-
ves donde puedan darnos informaciones importantes, hay que
protegerlos. Son cifras valiosas las cuales hay que conservar”.298
Tal directriz aportó importante elemento de referencia a tener
en cuenta al momento de evaluar en términos cuantitativos y
cualitativos (no todo puede verse o contarse) la magnitud que
determinado complot puede llegar a tener dentro de la fuerza
armada, lo cual resulta de alto valor analítico dada la sempiterna
dificultad para pretender cualesquiera mediciones al respecto.
• Misceláneas. Aquí los autores listaron seis ítems referidos a ac-
tividades y procedimientos puntuales, entre otros la discreción
al instante de comprar papel, gasolina y demás materiales sus-
ceptibles de ser rastreados; usar multígrafos; visitar a prisioneros
recién liberados; escoger sitios alternos para realizar encuentros
fugaces e inactividad de los elementos “marcados” por la segu-
ridad estatal.
El objetivo general de la segunda cartilla apuntó a “...darle una guía
segura al cívico-militar cuando tenga que empeñarse en el combate
por la causa...”299 Causa que, a su vez, fue diametralmente aclarada por
los autores: “...derrocar por la fuerza a un gobierno espúreo (sic), dic-
tatorial o seudo-demócrata, a pedido manifiesto y masivo del pueblo
y de los representantes de los sagrados intereses de la nación...”300 Esto
último, obviamente, los propios golpistas. El documento se subdividió
en tantas partes como el contenido de los temas tratados permitió: 19
recomendaciones de conjunto; 14 recomendaciones individuales diri-
gidas básicamente a los comandos del grupo insurreccional; y aspectos
conceptuales y prácticos sobre la insurrección popular, la guerra regular,
la guerra de guerrillas y el golpe de Estado.
El verdadero talante de los implicados y su real preferencia por los
mecanismos a utilizar en aras de enfrentar los principales problemas

298
Ibíd. p. 245.
299
Ibíd. p. 246.
300
Ibíd.

189
Luis Alberto Buttó

políticos, sociales y económicos del país quedaron retratados sin amba-


ges en la recomendación de conjunto número 17 y en la opinión vertida
sobre el desarrollo de un golpe de Estado. A la letra, la recomendación
reseñada rezó: “Desterrar para siempre la teoría de la ‘no efusión de
sangre’ que nos lleva al desprestigio o a una guerra por correspondencia.
Reemplazándola por el criterio zamorana (sic) siguiente: ‘Evitaremos a
toda costa víctimas inocentes, pero forzados a pelear, no escatimaremos
muertes’ ”.301 Lo referente al golpe de Estado, “...acción clásica de las
FF.AA. de una nación...”302, quedó plasmado de esta forma:

Ejecutado el golpe, siguen las medidas de emergencia y re-


presión, planeadas con anticipación, que van desde el toque
de queda hasta la Ley Marcial, según las circunstancias.

Se justifica el golpe ante la nación a nombre del orden,


a sabiendas de que el pueblo está cansado del desorden.

Las libertades ciudadanas quedan conculcadas.

El principio clásico de autoridad pasa al absoluto control


militar. Al triunfo sigue la creación de un gobierno militar
o de marcada influencia militar.303

A contrapelo de la frase innumerables veces citada de Bolívar pro-


ferida acerca del legado de su ideario y accionar, pretorianos irreducti-
bles como Asuaje, Serritiello, Piccardo y González, para desgracia de la
democracia venezolana, no araron en el mar. La historia subsiguiente
demostró con amplitud que en cuadras, garitas, canchas y demás reco-
vecos militares, se leyeron con avidez sus detalladas recomendaciones
para llevar adelante conspiraciones con aspiraciones de ser exitosas. Los
años por venir dieron cuenta de ello.

3. El R-83 y la ARMA
Determinar con exactitud hasta dónde calaron en el pensamiento
y ánimo de la oficialidad venezolana los intentos de organización de
grupos conspiradores actuantes garitas adentro de los cuarteles nacio-
301
Ibíd. p. 248.
302
Ibíd. p. 252.
303
Ibíd.

190
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

nales en las postrimerías de los años sesenta, es tarea aún por dilucidar
por la investigación histórica. Pero, mucho puede inferirse en cuanto
al legado dejado, pues quedó asaz documentado que al despuntar la
década siguiente el denuedo de oficiales golpistas por soliviantar a los
hombres de uniforme se mantuvo impertérrito. Uno de los ejemplos
más significativos (dado el papel desempeñado por algunos de sus
protagonistas en la historia reciente venezolana comprendida entre los
últimos 10 años del siglo pasado y el primer lustro del siglo actual) de
los subterráneos esfuerzos por tramar en esa época futuros pronuncia-
mientos militares fue el gestado bajo la conducción del hoy teniente
coronel (r) (Av.) William Izarra.
Izarra, quien se mantuvo en su componente como oficial activo entre
1967 y 1986, fue, sin lugar a dudas, personaje clave en el desarrollo de
los acontecimientos conducentes a la preparación y materialización de
los fallidos, militarmente hablando, golpes de Estado ocurridos el 4 de
febrero y el 27 de noviembre de 1992. Con posterioridad a estas subleva-
ciones, Izarra participó activamente en el movimiento político ungido
con el éxito al triunfar el también teniente coronel (Ej.) Hugo Rafael
Chávez Frías en los comicios electorales llevados a cabo en diciembre de
1998. A tal punto llegó a involucrarse en este sentido, que en la práctica
se erigió conspicuo ideólogo del modelo de acumulación y desarrollo y
del sistema político adelantado por el gobierno juramentado en primera
ocasión el 2 de febrero de 1999. Así las cosas, a lo largo de la permanen-
cia en el poder del movimiento encabezado por el presidente Chávez,
en múltiples oportunidades, Izarra ha tenido bajo su responsabilidad
el cumplimiento de actividades relacionadas con, por ejemplo, la orga-
nización y dictado de los talleres de formación ideológica nacionales
e internaciones recibidos por militantes y simpatizantes del proyecto
político de marras.
En la versión testimonial de su tránsito por las filas de la fuerza
aérea venezolana, Izarra narró cómo por años se dedicó a la paciente
y constante estructuración de grupos de oficiales conjurados para, en
el momento considerado tácticamente adecuado, irrumpir contra el
sistema democrático liberal representativo instalado en el país en las

191
Luis Alberto Buttó

postrimerías de los años cincuenta (entiéndase el término liberal sólo


en su acepción política, para evitar confusiones derivadas de la fuerte
presencia del peculiar capitalismo de Estado operante en Venezuela a lo
largo del siglo XX). Entre 1973 y 1974, el entonces teniente Izarra inició
contactos con oficiales de su fuerza de igual o mayor antigüedad, bási-
camente capitanes, a fin de debatir ideas acerca de las transformaciones
sociales, económicas y políticas que, a su juicio, demandaba la nación
venezolana. Según su apreciación, en dichas transformaciones la fuerza
armada debía jugar papel fundamental, tanto en términos de impulso
como de concretización. A su decir: “...En esos intercambios de ideas
percibí que se me escuchaba, que no había rechazo a los planteamientos
de transformación estructural de Venezuela...”304
En 1979, ya con el grado de mayor, estuvo entre los fundadores del
Movimiento Revolucionario-83 (R-83), bautizado con este apelativo pues
el objetivo general inspirador de su conformación era asaltar el poder
político venezolano en 1983, año de conmemoración del ducentésimo
aniversario del nacimiento de Simón Bolívar. Los conspiradores reunidos
en el R-83 provenían en su mayoría del ejército y la fuerza aérea y en
orden descendente portaban grados de coronel a mayor.
Esta logia conspiradora se desintegró en 1985, cuando algunos de
los integrantes de la célula madre obtuvieron el grado de general de
brigada en sus respectivos componentes y al parecer los compromisos
de diversa laya adquiridos con dicha promoción arrimaron a segundo
plano la motivación insurreccional. Y digo al parecer, pues el prota-
gonismo desplegado a posteriori por varios de ellos en las asonadas
militares de 1992 y en los sucesos políticos escenificados en Venezuela
de 1999 en adelante, con las respectivas secuelas dejadas en el derrotero
histórico nacional, ilustran mucho acerca de cómo las ideas pretorianas
de participación militar en política tempranamente abrazadas nunca
desaparecieron del todo. Lo anterior puede constatarse al revisar los
nombres de algunos de los afiliados al R-83; verbigracia, los para enton-
ces teniente coronel (Ej.) Ramón Guillermo Santeliz Ruiz y el piloto de

304
Alberto Garrido (1999). Guerrilla y conspiración militar en Venezuela [entrevistas a Douglas Bravo, William
Izarra y Francisco Prada]. Caracas: Fondo Editorial Nacional. p. 50.

192
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

combate Francisco Visconti Osorio, a la sazón estudiante de ingeniería


en los Estados Unidos de América.
Santeliz Ruiz ocupó el cargo de director de planificación del mi-
nisterio de la Defensa durante la gestión de Fernando Ochoa Antich al
frente de dicha cartera (segundo mandato de Carlos Andrés Pérez). En
esa posición se encontraba cuando el 4 de febrero de 1992 fue artífice
destacado en los todavía insuficientemente aclarados acontecimientos
desarrollados entre la mañana y principios de la tarde de aquel día, que
condujeron a la salida del teniente coronel Chávez desde el puesto de
comando de la insurrección montado en el Museo Histórico Militar
(oeste de Caracas) y culminaron con el traslado de éste a las instalaciones
del despacho ministerial en Fuerte Tiuna y su consecuente rendición
final, transmitida desde allí en vivo y directo a través de la señal de los
canales de radio y televisión, momento arraigado como heroico en el
imaginario colectivo proclive a la acción armada desplegada.
A la vuelta de los años, Santeliz Ruiz resultó ser una de las fichas de
confianza más preciadas del grupo político dirigido por el presidente
Chávez, al actuar en el Consejo Nacional Electoral desde los días en que
el órgano rector de las elecciones en Venezuela se denominaba Consejo
Supremo Electoral. Actuación ésta que bien puede describirse como a la
sombra; entiéndase, ocupando posiciones de suma importancia sin por
ello ostentar mayor visibilidad ante el escrutinio de la opinión pública.
Por su parte, Visconti Osorio, siendo general de brigada, estuvo
en conocimiento de los preparativos de la asonada del 4 de febrero de
1992 a través del teniente coronel (Av.) Luis Reyes Reyes. Para el mo-
mento, este último tenía ya varios años complotado con los oficiales
del ejército dirigentes del mencionado alzamiento y en el plan de ope-
raciones correspondiente se le asignó la misión de comandar el grupo
insurreccional encargado de tomar bajo su control la base de la fuerza
aérea denominada Libertador radicada en la ciudad de Maracay, para,
en consecuencia, apoyar desde allí el desarrollo del golpe utilizando los
efectivos y el material de guerra disponibles. Sin embargo, a pocos días
de desencadenarse las acciones, Reyes hubo de confesarle a Chávez la
imposibilidad de llevar adelante la tarea asignada, pues en su opinión

193
Luis Alberto Buttó

ésta no podría concretarse con éxito alguno si la dirección del movi-


miento por parte del componente aéreo no era asumida por algún oficial
de mayor grado, concretamente alguien perteneciente al generalato.
Para solventar esta supuesta deficiencia, Reyes le propuso al teniente
coronel Chávez conquistar para la causa de la asonada a Visconti Osorio
y a tales fines organizó subrepticio encuentro de éste, su persona y el
primero de los mencionados. Visconti narró las condiciones en que se
produjo la reunión y los acuerdos a los que arribó con el cabecilla del
inminente golpe:

Entré al restaurante. Reyes estaba acompañado de una


persona. Me la presentó. Era Hugo Chávez Frías. Sin nin-
gún tipo de preámbulo me explicó el plan de operaciones
que se iba a realizar el 4 de febrero de 1992. En verdad
quedé sorprendido al darme cuenta que no contaban con
la Aviación. Al preguntarle por los contactos en dicha
Fuerza me respondió que ese era justamente el motivo de
la conversación conmigo. Le pedí noventa días para poder
preparar cualquier acción. Le expliqué que los grupos
conspirativos anteriores habían prácticamente desapa-
recido. Me respondió que no era posible, ya que la DIM
estaba detrás de la pista del movimiento. Si se posponía la
fecha de la insurrección, los oficiales podían ser cambiados
de unidades o detenidos. Ante esta situación le expliqué
que con tan corto tiempo era imposible lograr el apoyo de
la Aviación...También le pregunté por las vinculaciones
civiles. Me respondió que no estaban previstas. Antes de
despedirnos le ratifiqué que no era posible alzarnos en la
Aviación, pero le ofrecí hacer lo posible para neutralizar
las operaciones aéreas ese día.305

Como puede desprenderse del relato hecho por Visconti, en las


primeras de cambio éste no se sumó a la acción subversiva que se ave-
cinaba, pero tampoco cumplió con lo que en última instancia debió
ser su deber como oficial general: no otro sino alertar a las autori-
dades legalmente constituidas a fin de que se tomasen las medidas
correspondientes para desmontar la madeja conspirativa andante. Tan

305
Fernando Ochoa Antich (2007). Así se rindió Chávez. Caracas: Los Libros de El Nacional. p. 111.

194
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

inexcusable omisión se correspondió plenamente con su viejo papel de


golpista agazapado por años, pretoriano de alma y corazón. Al opósito
de lo institucionalmente esperado, Visconti prometió a los que en
las horas subsiguientes estarían alzados en armas contra el gobierno
constitucional, un apoyo asaz significativo, que en cierto modo pudo
haber decidido el curso de los acontecimientos, como efectivamente
fue la neutralidad de los medios de guerra acantonados en la base
aérea Libertador, neutralidad que en ese caso concreto no fue tal, sino
simple y llana complicidad.
Cómo el general aviador contactado cumplió a cabalidad con esta
parte del acuerdo pactado con Chávez y Reyes aquella tarde, lo contó el
general Ochoa Antich a partir de la versión de los sucesos de aquel día
ofrecida por Visconti a su persona:

El general Efraín Visconti Osorio, tuvo conocimiento a las


11:30 p.m. de la detención del general Juan Antonio Paredes
Niño, comandante de la Base Libertador, por tropas de la
Brigada Blindada. Inmediatamente se trasladó al comando
de la base. Tomó el mando como oficial más antiguo. Con-
vocó a los comandantes de unidades para informarles lo
que ocurría. Los exhortó a evitar un enfrentamiento entre
la Aviación y el Ejército. Visitó las distintas unidades con
el fin de conversar con los oficiales. Todos reconocieron
su autoridad. Cerca de las 12:30 p.m. le informaron que las
instalaciones estaban rodeadas por una unidad blindada.
Envió al teniente coronel Luis Reyes Reyes a conversar con
el comandante de dichas tropas. Era el mayor Carlos Torres
Numberg. Él le informó al teniente coronel Reyes que tenía
instrucciones de tomar la base. Este oficial le insistió en
que se retirara, pero el mayor Torres no aceptó. El tenien-
te coronel Reyes le pidió tiempo para encontrar alguna
alternativa. Regresó a conversar con el general Visconti.
El general Visconti, ante esta delicada situación, decidió
trasladarse a hablar personalmente con el mayor Torres.
No logró que cambiara de posición, y ante su negativa, le
hizo ver que en el caso de que intentara tomar la base los
aviones atacarían. El coronel Arturo García, Jefe del Grupo
16, hizo volar dos aviones F-16 para disuadir a las tropas
blindadas. El vuelo de esos aviones ayudó al general Vis-

195
Luis Alberto Buttó

conti a convencer al mayor Torres que no atacara la base.


Le ofreció que los F-16 no volarían en apoyo de las fuerzas
leales al gobierno constitucional.306

A 10 meses de la derrota de la intentona del 4 de febrero de 1992,


Visconti saltó a la palestra pública en la condición de uno de los tres
más visibles jefes del alzamiento ocurrido el 27 de noviembre de ese año,
raudamente derrotado en el teatro de operaciones al igual que el inicial-
mente mencionado. Casualmente, si algún hecho sirvió para graficar
el contundente fracaso de la militarada intentada en esa oportunidad,
fue la aparatosa huida a Perú, en ese entonces gobernado por Alberto
Fujimori, protagonizada por Visconti y varios de sus seguidores a bordo
de un avión de la fuerza aérea capturado a tales efectos.
Con el correr de los años, en 1999, Visconti fue incluido en las plan-
chas del MVR para optar al cargo de diputado en la Asamblea Nacional
Constituyente conformada el último año de la década de los noventa
con la misión de redactar la nueva Constitución venezolana, que entró
en vigencia una vez promulgada en Gaceta Oficial en marzo de 2000. La
actuación de Visconti como constituyente se centró fundamentalmente
en la comisión de Defensa de dicho cuerpo legislativo, responsable de
la elaboración del Título VII de la Constitución, destinado a abordar el
tema denominado “Seguridad de la Nación”, y al final dividido en cua-
tro capítulos intitulados “Disposiciones Generales”; “De los Principios
de Seguridad de la Nación”; “De la Fuerza Armada Nacional” y “De los
Órganos de Seguridad Ciudadana”.
Volviendo al derrotero seguido por el R-83, vale la pena destacar
que el movimiento estableció vínculos estrechos con los gobiernos de
Cuba, Libia e Irak, países a los que Izarra viajó clandestinamente a lo
largo de su carrera como oficial. Según propia confesión de Izarra, estos
contactos fueron por demás significativos y llegaron a lo que bien puede
considerarse intercambios operativos, lo cual quedó ilustrado con el
hecho de que, por ejemplo, oficiales sumados al R-83 destacados en El
Salvador transmitieron a la cúpula dirigente del Frente Farabundo Martí

306
Ibíd. p. 131.

196
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

para la Liberación Nacional (para ese entonces enfrentado al gobierno


salvadoreño) importante información de Inteligencia procesada por
el Estado venezolano en relación con el conflicto a través de órganos
militares cubanos.307 Es imprescindible aclarar que dichos oficiales
venezolanos se encontraban en tierras salvadoreñas en ejecución del
programa de apoyo y asesoría militar brindado a la administración so-
cialcristiana encabezada por el presidente Napoleón Duarte (R.I.P.) por
el gobierno de Venezuela, dirigido por el también demócrata cristiano
Luis Herrera Campíns (R.I.P.)
Dato anecdótico: seguramente los oficiales responsables de las ac-
ciones narradas ut supra portaban en algún bolsillo de su uniforme un
tipo especial de moneda que los jefes de la organización le entregaron al
momento de juramentarlos, lo cual generalmente ocurría en el Panteón
Nacional, pues, como toda logia militar que se respete, el R-83 recurrió
al uso exacerbado de la simbología, tan cara al accionar de los hombres
y mujeres de armas. En la práctica, la dicha moneda hizo las veces de
carné de identificación de los integrantes del R-83.
En 1983, poco antes de la disolución de aquella primera facción
conspiradora organizada a partir del esfuerzo emprendedor de Izarra,
se constituyó la así bautizada Alianza Revolucionaria de Militares
Activos (ARMA), al igual que el R-83 con aquél entre sus promotores
principales. También en esta oportunidad se adscribieron a la labor de
zapa oficiales de los componentes ejército y aviación. Entre los últimos
es perentorio destacar al para entonces mayor Luis Reyes Reyes quien,
al decir de Izarra, “...estaba en comunicación con nosotros desde hacía
mucho tiempo...”308 y fungió de enlace entre ARMA y otros núcleos
conspiradores actuantes de manera simultánea e independiente en el
ejército; verbigracia, aquel al cual pertenecía Hugo Chávez.
A la postre, siendo teniente coronel, Reyes tuvo destacada participa-
ción en la insurrección de noviembre de 1992 y en el devenir de los años
siguientes se erigió pieza fundamental del proyecto político instaurado
en Venezuela a partir de 1999, ocupando cargos de gran relevancia, tales
307
Alberto Garrido. op.cit.
308
Ibíd. p. 61.

197
Luis Alberto Buttó

como diputado a la Asamblea Nacional Constituyente, gobernador del


estado Lara (donde funciona una de las grandes bases de la fuerza aé-
rea en la cual estuvo destacado varias veces) y ministro en los sucesivos
gobiernos encabezados por Chávez Frías.
Los reclutadores de ARMA contactaron a diversos oficiales cuya
trascendencia histórico-política se evidenció con el correr del tiem-
po; verbigracia, Italo del Valle Alliegro, Jacobo Yépez Daza y José Luis
Prieto,309 todos ellos del ejército. En aquellos años, el primero de los
referidos era coronel y fue abordado por el propio Izarra, quien contó
que Alliegro no se adhirió a la conspiración andante pero guardó silen-
cio cómplice en torno a lo revelado.310 Al ascender a general de división,
Alliegro fue designado ministro de la Defensa en el segundo mandato
de Carlos Andrés Pérez.
Por su parte, Yépez y Prieto, coroneles para la época, en varias
oportunidades han sido reconocidos por Chávez Frías como dos de
los maestros que más le inspiraron en la conformación de sus ideales
insurreccionales: el primero desde las aulas de la Academia Militar de
Venezuela y el segundo al ejercer de instructor en el curso de Estado
Mayor seguido por el oficial de marras en la Escuela Superior del Ejército.
Durante algunos de los repetidos gobiernos de Chávez, Prieto ejerció los
cargos de presidente del Instituto Nacional de Cooperación Educativa
y ministro de la Defensa.
Igualmente, entraron en esta lista el general (Av.) Maximiliano Her-
nández Vásquez,311 quien posteriormente a su afiliación a ARMA ocupó
la comandancia general del componente, y el contralmirante Haroldo
Rodríguez, para el tiempo de su simpatía con ARMA director de la Es-
cuela de Guerra de la armada. Al ascender a vicealmirante, Rodríguez fue
nombrado comandante general de la marina de guerra. No casualmente,
Hernández y Rodríguez fueron reconocidos en revelación hecha por
uno de los líderes de la asonada de febrero de 1992, el teniente coronel
(Ej.) Francisco Arias Cárdenas, como dos de los altos oficiales retirados

309
Fernando Ochoa Antich. op.cit.
310
Alberto Garrido. op.cit.
311
Fernando Ochoa Antich. op.cit.

198
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

que los alzados esa fecha tenían en mente juramentar como integrantes
de la junta de gobierno a instalarse como órgano ejecutivo colegiado a
cargo de los destinos nacionales en caso de resultar victoriosa su aven-
tura golpista.312 Los dos restantes, hasta el momento no identificados,
habrían de pertenecer a los componentes ejército y guardia nacional;
vale decir, un gobierno de la fuerza armada en pleno.
A la larga, ARMA corrió similar suerte a la experimentada por el R-83.
En algún recodo del camino, los compromisos personales e instituciona-
les adquiridos por varios de los afiliados motivaron su distanciamiento
de la logia conspiradora. Al fenecimiento de ARMA coadyuvó también
el debate ideológico y programático avivado entre sus integrantes en
torno a la visión del modelo de acumulación y desarrollo y del sistema
político a implantarse en el país en caso de culminar con éxito la insu-
rrección militar que propugnaban. Dichos encontronazos los explicitó
Izarra: “...El grupo tenía gente que quería un cambio revolucionario, pero
que no tuviera nada que ver con el marxismo ni el socialismo. Yo me
consideraba un hombre de izquierda y defendía el socialismo. Entonces
el grupo se dividió”.313
Pasado el tiempo, las actividades subversivas adelantadas por Izarra
se evidenciaron a los ojos de sus superiores mediante los informes apor-
tados al respecto por la Dirección de Inteligencia Militar que por años
le hizo seguimiento a sus andanzas. Por tal motivo, se le abrió consejo
de investigación, razón de peso suficiente para frustrar su anhelado
ascenso al grado de coronel. Ante la certeza de saberse descubierto e
imposibilitado de lograr sucesivas promociones, Izarra optó por solicitar
su baja y retirarse del servicio activo.
Ya en la calle, el trajinar político de Izarra discurrió sin cortapisa
alguna. Rápidamente se relacionó con dirigentes tradicionales de la
izquierda marxista venezolana de la talla de Luis Miquelena y Manuel
Quijada. Los tres estuvieron entre los fundadores del llamado Frente
Patriótico, conjunción de diversos partidos y organizaciones políticas

312
Alberto Garrido (2000). La Revolución Bolivariana. De la guerrilla al militarismo. Revelaciones del coman-
dante Arias Cárdenas. Mérida (Venezuela): edición del autor.
313
Alberto Garrido. op.cit. (1999). p. 61.

199
Luis Alberto Buttó

que sirvió de plataforma eficaz para el ascenso de Chávez Frías al po-


der por vía electoral, al cual no extrañó se sumaron también el general
Maximiliano Hernández y el vicealmirante Haroldo Rodríguez.
Va de cuento: Miquelena, de quien es vox pópuli decir resultó ser uno
de los grandes artífices del triunfo electoral de Chávez en 1998, presidió
la Asamblea Nacional Constituyente instalada en 1999 y se desempeñó
al frente de la cartera de Relaciones Interiores en los primeros años de
los varios gobiernos del presidente Chávez, hasta su ruptura definitiva
con éste al calor de los sucesos de abril de 2002, en los cuales Chávez
fue momentáneamente depuesto por un golpe de Estado encabezado
entre otros por el comandante general del ejército para la fecha. Quijada,
por su parte, primero fue encargado por Chávez para dirigir la llamada
Comisión de Reestructuración del Poder Judicial y posteriormente pasó
al servicio diplomático. En resumidas cuentas, Izarra formó parte del
Movimiento Bolivariano 200 y del MVR. En las filas de éste, resultó electo
senador al extinto Congreso Nacional en 1998 y diputado a la Asamblea
Nacional Constituyente instalada el año siguiente.

4. Sin antídoto efectivo para el virus de la conspiración


La disolución del R-83 y de la ARMA en modo alguno significó el
cese de los esfuerzos organizadores tendentes a impulsar la constitución
y posterior acción de núcleos conspiradores al interior de la institución
armada venezolana. Los datos históricos disponibles son por demás
concluyentes al respecto. La siguiente es, entre tantas otras, una ma-
nifestación asaz significativa del subrepticio actuar del pretorianismo
irredento en la Venezuela que desde el imaginario colectivo se mitificaba
y voceaba de paradigma antimilitarista en el subcontinente latinoameri-
cano, por reinar supuestamente en el país la inequívoca aceptación del
principio del Control Civil Democrático por parte de la totalidad de los
uniformados nacionales. Nada más alejado de la realidad.
En abril de 1988, circuló con bastante profusión un documento
intitulado Manifiesto a los Venezolanos, redactado por un grupo auto-
denominado Comité Progobierno Democrático de Emergencia Nacional.
El manifiesto en cuestión vio la luz con la firma del abogado Italo Brett

200
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

Smith, para ese entonces asesor jurídico del Instituto de Oficiales Reti-
rados de las Fuerzas Armadas Nacionales. Obviamente, Brett Smith no
fue el único involucrado en la preparación del documento de marras,
pero, al ofrecer su nombre para personalizarlo, apareció ante la historia
como su gran responsable. En el fondo, tal compromiso respondió a la
evidente intención de mantener tras las sombras a los restantes partí-
cipes del movimiento en gestión, que, como se puede desprender del
análisis del contenido del manifiesto, con gran probabilidad pertenecían
a las filas castrenses y se encontraban activos para el momento.
Brett Smith es mayor (GN) en situación de retiro. Su baja de servi-
cio se produjo como consecuencia de haber participado en varios de los
alzamientos militares ocurridos en el primer lustro de la década de los
sesenta. A posteriori, dada su estrecha relación personal con algunos
de los capitostes de la militarada fallida llevada a cabo en febrero de
1992, este oficial cumplió papel destacado en la preparación de dicho
levantamiento, circunstancia que igualmente da pie para elucubrar
acerca de quiénes le acompañaron tras bambalinas en la escritura del
manifiesto.
El contenido de las propuestas explayadas en el documento referido
permite inferir vinculación cierta entre los integrantes del tal Comité
Progobierno Democrático de Emergencia Nacional y miembros de la
fuerza armada nacional, lo cual, a su vez, permite conllevar la exis-
tencia en la institución castrense del momento de otro movimiento
insurreccional en ciernes. Cualesquiera razonables aprensiones al res-
pecto, fácilmente pueden ser descartadas al escudriñar analíticamente
el texto en el cual sus redactores plantearon la opinión tenida por ellos
en torno a temas como la división político-administrativa del país, la
descentralización de la maquinaria gubernamental, el modelo de país
expuesto en la Constitución Nacional vigente para la época, la necesidad
de convocar la instalación de una Asamblea Constituyente y la forma
cómo habría de ejercerse la jefatura del Estado y el comando supremo
de la fuerza armada. Ideas todas que, a la postre, se evidenció guardaron
estrecha relación con los postulados programáticos esgrimidos por los
alzados en armas en 1992.

201
Luis Alberto Buttó

Con respecto a la división político-administrativa del territorio


nacional los redactores del manifiesto de marras se pronunciaron de
esta forma: “...Deben ser creadas ocho grandes unidades político ad-
ministrativas bajo la denominación de Provincias con base a criterios
Geopolíticos, Económicos, Culturales, Sociales y de la complementación
de la integración territorial Nacional aún no lograda plenamente”.314
Visto el asunto, el lector acucioso no puede menos que interrogarse
acerca de cuáles serían los criterios reales, para nada asomados en el
extracto citado, utilizados en última instancia como base direccional
para delimitar los ocho grandes bloques espaciales anunciados; número
que, casualmente, coincidió al calco con la agrupación por divisiones
del componente ejército reinante para el momento.
La evaluación que hicieron de la Constitución Nacional fue altamen-
te crítica, como correspondía a su manifiesta intención de promocionar
la conveniencia de convocar la instalación de una Asamblea Constitu-
yente misionada para formular una nueva Constitución. He aquí parte
de lo dicho en este sentido:

La que tenemos simplemente no funciona, es continua-


mente pisoteada por las tres ramas del poder nacional, por
los partidos del sistema y sus cómplices (...) de allí que el
primer paso sea restituirla en su plena vigencia, para luego
reformarla a fondo, a fin de que se pueda precisar de manera
inequívoca lo que somos y lo que podemos ser y definir de
manera absoluta: Nuestras metas nacionales, la magnitud
y alcance de nuestros deberes, las garantías sociales, eco-
nómicas, culturales, políticas, jurídicas y humanas de los
venezolanos.315

Los cambios constitucionales voceados necesarios e inaplazables


habrían de resultar del accionar de la Asamblea Constituyente convocada
a tales fines, la cual debía ser conformada según la distribución siguiente:
“...25% de parlamentarios en representación de los partidos políticos
nacionales electos directamente por sus militancias y en proporción a

314
Iván Darío Jiménez Sánchez (1996). Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera. Caracas: Cen-
tralca. p. 141.
315
Ibíd. pp. 141-142.

202
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

los últimos comicios y el otro setenta y cinco por ciento (75%) a nombre
del país nacional y sus instituciones fundamentales”.316
De nuevo, surgen razonables recelos sobre la explicitada metodolo-
gía (cómo y quién escogería) a usarse en la selección de ese 75%, que al
constituir mayoría calificada dominaría de manera aplastante los debates
e impondría los acuerdos a que hubiere lugar con base en su leal saber
y entender. Otra pregunta capciosa: a sabiendas del discurso histórica-
mente extendido a lo largo del período republicano venezolano, ¿una
de las llamadas “instituciones fundamentales” no sería precisamente la
fuerza armada? Vale decir, desmedido poder de deliberación en conse-
cuencia así atribuido a los hombres y mujeres de uniforme.
A estas alturas del discurso se impone una digresión pertinente. Sin
mediar mayor esfuerzo intelectual al respecto, luce sintomático de la
probable vinculación de la directiva del Comité Progobierno Democrá-
tico de Emergencia Nacional con oficiales activos en la fuerza armada
involucrados en acciones conspiradoras en marcha para el momento
en que se hizo público el documento referido, el hecho históricamente
demostrado de que la propuesta de concretar la conformación de una
Asamblea Nacional Constituyente resultó ser una de las principales
banderas electorales (la de mayor trascendencia en su momento) des-
plegadas por el teniente coronel candidato Hugo Chávez durante la
campaña presidencial de 1998, escenificada apenas una década después
de la presentación del denominado Manifiesto a los Venezolanos.
A la postre, la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente
tan fervorosamente anhelada por los otrora golpistas de 1992, fue una de
las más elocuentes realizaciones del movimiento político dirigido por
Chávez Frías una vez conquistado el poder nacional por la vía electoral,
pues de su seno surgió la Constitución vigente en Venezuela desde 2000,
cuyo articulado posibilitó el apalancamiento del sostenido proceso de
transformación del andamiaje institucional existente hasta ese momen-
to, calificado en el discurso de los líderes de la pomposamente llamada
Revolución Bolivariana, impedimento gigantesco en la tarea de adelan-

316
Ibíd. p. 142.

203
Luis Alberto Buttó

tar los cambios sociales, económicos y políticos que dicha parcialidad


política siempre consideró necesarios de implantarse en aras de superar
el atraso nacional. En consecuencia, no resulta tremendismo alguno
reconocer que luce una constante en el pensamiento de importantes
facciones pretorianas de la fuerza armada nacional contemporánea,
la desmedida admiración sentida por la supuesta capacidad de ins-
tituciones de este tipo (Asamblea Constituyente) para desencadenar
modificaciones estructurales de toda laya.
Volviendo al análisis del denominado Manifiesto a los Venezolanos,
en su contenido los ideólogos del Comité Progobierno Democrático de
Emergencia Nacional plantearon encargar de la conducción del destino
nacional a un Consejo de Estado conformado “...por 12 miembros de pro-
fesiones y actividades exclusivas para venezolanos por nacimiento...”317,
al mismo tiempo que propusieron crear “...nuevas capitales provinciales
y de la República”.318 En ambas disposiciones, se transparentó impúdica-
mente la non sancta intención de los posibles militares comprometidos
en el movimiento, de conquistar crecientes cuotas de participación
política para los integrantes de su institución.
No podía ser de otra manera. Con relación al primer punto téngase
en cuenta que una de las profesiones para la cual se requería en ese
entonces (y aún se requiere) la nacionalidad obtenida según el ius soli
era (es) precisamente la de oficial de la fuerza armada. En el segun-
do aspecto, cabe suponer que algún tipo de relación directa habría
de tener el establecimiento de las emergentes capitales decretadas
mediante la perseguida refundación de la república con la división
político-administrativa señalada párrafos atrás, cuya conexión con
la distribución de las divisiones del ejército ya fue sugerida. A decir
verdad, si los redactores del documento hubiesen sido más específicos
en el planteo del tema, habrían redundado burda e innecesariamente
sin remedio.
Al desarrollar las propuestas contenidas en el manifiesto, sus
redactores intentaron justificar ideológicamente el desempeño de la
317
Ibíd.
318
Ibíd.

204
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

acción política por parte de los integrantes de la institución armada al


explicitar la animadversión por ellos sentida en contra de importantes
elementos propiciatorios en la práctica del Control Civil Democrático,
mecanismo que precisamente hace las veces de muro de contención de
todas aquellas aspiraciones pretorianas dirigidas a otorgar protagonismo
político a los hombres y mujeres de uniforme.
Dicha postura quedó en evidencia en el aparte del documento desti-
nado a abordar lo referente a cómo debía estructurarse y en consecuencia
operar el máximo comando de la fuerza armada una vez constituido el
llamado gobierno de emergencia nacional. En tal sentido, plantearon
establecer un órgano de comando colegiado para la organización cas-
trense, el cual estaría conformado por los distintos comandantes de
los cuatro componentes militares existentes para el momento, más el
inspector general de las fuerzas armadas nacionales (así llamadas en
plural en aquel tiempo), el jefe del Estado Mayor Conjunto y el primer
ministro designado para encargarse de los asuntos atinentes al manejo de
las maquinarias gubernamental y estatal en su condición de presidente
del referido Consejo de Estado.
En primer lugar, es necesario observar que en este comando cole-
giado, dominado mayoritariamente por militares, recaía entonces el
máximo control de la fuerza armada, dejando sin efecto, de iure y de
facto, la vieja figura del presidente de la república ejerciendo de coman-
dante en jefe, lo cual, al ser éste un civil, implica, en algún grado, por
lo menos teóricamente, la supremacía del ámbito civil sobre el ámbito
militar. Y en segundo lugar, es dable pensar que la autonomía de acción
conquistada por la fuerza armada con este proceder sería absoluta, si
se analiza además el procedimiento a implantarse para la escogencia
del mencionado primer ministro, que en todo caso sería uno de los
miembros del llamado Consejo de Estado, seleccionado a tal fin por los
pares que le acompañarían en dicha gestión. En modo alguno resulta
ocioso suponer que dada la presencia activa y mayoritaria de militares
en este Consejo de Estado, habría de recaer sobre un personero castrense
la responsabilidad de primer ministro. O sea, militares controlados y
dirigidos única y exclusivamente por militares. En el refranero popular

205
Luis Alberto Buttó

podría decirse que los conspiradores retratados en el documento aspi-


raban a “pagarse y darse el vuelto”.
De forma inmediata y tangible, la proyección del tal Comité
Progobierno Democrático de Emergencia Nacional no fue más allá
de la aldabada que debió significar para los órganos de Inteligencia
civiles y militares venezolanos el hecho de que el grupo actuante en
comandita para redactar el pomposamente denominado Manifiesto
a los Venezolanos se atreviera a publicitar de manera desafiante su
contenido. Sin embargo, la racional sospecha de que miembros activos
de la fuerza armada hayan hecho presencia en el comité propulsor de
este movimiento obviamente dejó importantes secuelas, medidas en
la significativa realidad de que la brasa en la cual se cocinaron durante
la década de los setenta y ochenta diversos, en magnitud y alcances,
esfuerzos conspiradores, se mantuvo flamante al interior de la insti-
tución armada.
Concretamente: si bien hasta el momento, dada la escasez y/o des-
conocimiento de mayores fuentes al respecto, no ha podido conocerse
con exactitud el nombre de los restantes personeros que acompañaron
a Brett Smith en esta embrionaria aventura golpista, es por demás signi-
ficativo que a la vuelta de los años dicho oficial apareciese involucrado
en el desarrollo de las acciones subrepticias cuyas aguas trajeron el lodo
del golpe de Estado acontecido el 4 de febrero de 1992. Vale decir, todos
los caminos condujeron a Roma.

5. El MBR-200
El proceso conducente a la materialización del golpe de Estado
escenificado el 4 de febrero de 1992 puede rastrearse por lo menos tres
lustros antes, cuando sus líderes más destacados, para utilizar termi-
nología propia del mundo militar, los para ese entonces tenientes del
ejército Hugo Rafael Chávez Frías y Francisco Arias Cárdenas, operaban
como oficiales de planta en la Academia Militar de Venezuela, y, según
confesión del segundo de los mencionados,319 iniciaron el trabajo de
captación entre los alumnos de la época, varios de los cuales respon-
dieron satisfactoriamente al llamado insurreccional; pues, en febrero

206
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

de 1992, ya con los grados de capitán o teniente, se contaron en el grupo


de los alzados.
319
En esos años de gestación, se sumaron al movimiento conspirador
alfereces como Antonio Rojas Suárez, Ronald Blanco La Cruz, Luis Val-
derrama Rosales, Gerardo Márquez, Frank Rafael Morales, Emiro Brito
Valerio, Edgar Hernández Behrens, Carlos Guyón Celis, Darío Arteaga
Páez, Pedro Jiménez Justi, Francisco Ameliach Orta (entre otros que
se alzaron con el grado de capitán) y Ramón Antonio Valera Querales,
Florencio Porras Echezuría, Luis Eduardo Chacón Roa, Humberto Ra-
mírez Socorro, Eduardo Adarmes Salas, Diosdado Cabello Rondón y
Jesse Chacón Escamillo, sublevados con el grado de teniente.
Para el momento en que los tenientes Chávez y Arias ejercían como
oficiales de planta en la Academia Militar, la conspiración no contaba
con un núcleo sólidamente constituido. En estricto apego a los hechos
históricos, éste se formó dos o tres años después que dichos oficiales
salieron de la institución educativa castrense a prestar servicio en otras
unidades militares, concretamente entre 1981 y 1982, cuando, bajo los
auspicios del teniente antiguo Chávez y del recientemente ascendido a
capitán y plaza de la Escuela de Artillería, Arias, se organizó el Ejército
Bolivariano Revolucionario (EBR), al cual pertenecieron sólo oficiales
del ejército.
En 1983, el EBR se transformó en Movimiento Bolivariano Revolu-
cionario 200 (MBR-200), con ramificaciones extendidas más allá de la
fuerza madre, pues de ese año data aproximadamente el intercambio
sostenido y profundizado en el tiempo con miembros de otros compo-
nentes; verbigracia, los aviadores Luis Reyes Reyes y Willmar Castro
Soteldo, el primero piloto de la flotilla de aviones de combate F-16 de
origen estadounidense y el segundo piloto de los aviones caza de fa-
bricación francesa Mirage, adquiridos con anterioridad a los F-16. En
realidad, la relación con los implicados en ARMA (tipo Reyes Reyes)
se originó algunos años atrás cuando Arias Cárdenas, con el grado de

319
Alberto Garrido. op.cit. (2000).

207
Luis Alberto Buttó

teniente, estuvo destacado en el grupo de Artillería Vázquez número 11


y fue abordado en este sentido por Santeliz Ruiz, uno de los fundadores
de aquel grupo.
El primer Congreso del MBR-200 (así denominado por sus convo-
cadores y organizadores) se celebró en 1984 en San Cristóbal, capital
del estado Táchira, en condiciones que llaman poderosamente la aten-
ción por lo que dejaron traslucir en cuanto al grado de preparación ya
existente de la insurrección en marcha y del presunto conocimiento
acumulado en torno a ella por instancias superiores de la fuerza ar-
mada, al punto que podría pensarse en la intención de dejarla correr
e incluso auparla, quién sabe con cuáles intenciones, a menos que la
ineptitud de los servicios de Inteligencia fuera tan descomunal o la
capacidad de maniobra de los conjurados se expresase en un accionar
tan perfecto, capaz de anular todo intento por develar los pasos dados
por los involucrados.
Elucubraciones de este tipo son ineludibles, si se contextúan ade-
cuadamente dos revelaciones hechas por Arias Cárdenas320 sobre la
historia menuda que rodeó el montaje del acto reseñado. La primera,
referida a la cantidad de armas (fusiles y granadas de mano, básicamen-
te) y alimentos que los asistentes al Congreso de marras colocaron en
el apartamento donde éste se realizó (residencia personal del profesor
universitario Samuel López Rivas, adscrito al núcleo Táchira de la Uni-
versidad de los Andes y hermano de uno de los oficiales involucrados
en la conspiración de nombre David López Rivas), condición logística
que, a su entender, les daba fortaleza suficiente para resistir el asedio de
una semana, cuando mínimo. La segunda, donde dio cuenta que para
arribar Chávez a la andina ciudad de San Cristóbal, desde el escuadrón
de caballería donde cumplía funciones (sito en la población de Elorza,
estado Apure, región de los llanos centrales), hubo de movilizarse con
varios tanques de guerra, sin explicación aparente que justificara tal
desplazamiento de este sistema de armas considerado estratégico, lo
cual, inexplicablemente, pasó desapercibido o se quiso hacer ver no
fue oportunamente detectado.
320
Ibíd.

208
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

La presentación en sociedad de los conspiradores agrupados


en el MBR-200 ocurrió, como bien se sabe, el 4 de febrero de 1992.
Empero, previamente, el 26 de octubre de 1988, durante la adminis-
tración encabezada por Jaime Lusinchi (1984-1989), un extraño su-
ceso popularizado en la historiografía nacional como la noche de las
tanquetas ocurrió mientras el mencionado presidente se encontraba
de gira oficial fuera del país y su ministro de Relaciones Interiores,
Simón Alberto Consalvi, ejercía como primer mandatario encargado.
En aquella oportunidad, en la mitad de la noche, un grupo de
vehículos blindados tipo Dragón, pertenecientes al Grupo de Caba-
llería Juan Pablo Ayala radicado en Fuerte Tiuna, abandonaron su
base y en dos columnas de ataque se dirigieron respectivamente a la
sede del ministerio del Interior (esta columna estuvo comandada por
el capitán (Ej.) José Manuel Echeverría Márquez) y a la residencia
presidencial conocida como La Viñeta (esta columna al mando del
mayor (Ej.) José Domingo Soler Zambrano, segundo comandante
del batallón Ayala). El presidente encargado despachaba desde sus
oficinas como ministro del Interior y a éstas penetraron los efectivos
militares aduciendo que venían a defender las instalaciones de un
presunto ataque terrorista. Soler, por su parte, dijo a los presentes en
La Viñeta que su presencia allí respondía a órdenes emitidas desde la
comandancia general del ejército, concretamente por parte del para
el momento de los hechos jefe del estado mayor del ejército, general
Bastardo Velásquez.
Lo realmente ocurrido en la noche de las tanquetas nunca fue
satisfactoriamente dilucidado, pues, a decir verdad, no se estable-
cieron con propiedad las responsabilidades del caso ni se intentó
concatenar tan inexplicable movilización de un sistema de armas
estratégico en el contexto del factible desarrollo de una insurrección
de relativa importancia, cuyos reales protagonistas no serían pro-
piamente los individualizados al calor de los hechos. Por ejemplo,
el día de los sucesos, el mayor Chávez Frías visitó a Soler Zambrano
en las instalaciones del batallón Ayala y cabe preguntarse con qué
fin. ¿Coordinaciones personales de última hora, acaso? Meses atrás,

209
Luis Alberto Buttó

casualmente, el nombre del primero de los mencionados surgió en


medio de las pesquisas relacionadas con una supuesta conspiración
en marcha y por este motivo estuvo detenido algunos días sin que
pudiera comprobársele nada al respecto.
Por otro lado, las averiguaciones emprendidas no lograron deter-
minaron a cabalidad si las órdenes referidas por Soler fueron auténticas
o falsas, pues aspectos propiamente técnicos del caso aún permanecen
sin esclarecerse. ¿Era factible aparentar la voz del jefe del estado mayor
del ejército? En caso de estar frente a una añagaza, ¿no pudo efectiva-
mente Soler percatarse de la urdidura? Otras interrogantes tienden
manto de sospecha sobre los verdaderos alcances de lo sucedido y las
posibles complicidades que obraron a su favor. Verbigracia, ¿por qué
la supuesta directriz fue girada directamente al segundo comandante
del batallón y no, como correspondía en la cadena de mando, a su
primer comandante, un oficial con la antigüedad de teniente coro-
nel? ¿Se cubrió o no la formalidad de cumplir con lo dispuesto en los
planes de operación, en especial los códigos y medidas de seguridad a
respetarse a fin de detectar la veracidad de una orden de este tipo, de
suyo con gran importancia?
La cercanía en el tiempo de la noche de los tanquetas y el 4 de
febrero de 1992 obliga a pensar si ciertamente no se estuvo ante un
descontrolado apresuramiento de un posible “Día D” o ante un ejerci-
cio táctico destinado a calibrar, ya fuese la capacidad de maniobra de
los comprometidos, ya fuese la magnitud de la respuesta a producirse
cuando las acciones se desenvolvieran según los planes de operación
previamente trazados por los conjurados. Fácilmente, puede espe-
cularse que lo ocurrido aquella noche fue un preclaro anuncio de lo
desatado a la vuelta de tres años y dos meses. Comprobar de manera
fáctica tal presunción queda como tarea para futuras indagaciones
históricas a realizarse cuando la documentación relativa al caso quede
al alcance de acuciosos investigadores del tema.

6. Conclusiones
A pocas horas de derrotado el golpe de Estado escenificado el
4 de febrero de 1992, un grupo de intelectuales venezolanos acudió
210
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

a las oficinas de Ramón J. Velásquez, ubicadas en el para entonces


denominado Congreso Nacional, a fin de solicitar la opinión de éste
para que los ayudara en la tarea de evaluar en justa perspectiva los
sucesos que acababan de producirse y el impacto de ellos desprendido
sobre la estabilidad del sistema político nacional. En dicho encuentro,
Velásquez hizo a los presentes la siguiente observación: “...Alguien
acaba de levantar la tapa de las alcantarillas en donde en luego de
casi 150 años de lucha habíamos logrado encerrar a los demonios
del militarismo. Ahora los demonios andan sueltos otra vez por las
calles. ¿Cuánto tiempo les llevará a ustedes volverlos a encerrar?”321
A mi juicio, el apotegma de Velásquez, aunque tuvo mucho de
cierto, tuvo también mucho de incierto. Al revisar los datos históricos
disponibles y analizar el comportamiento de significativos sectores
de la fuerza armada nacional empeñados en intervenir en política a
lo largo del tiempo en el siglo XX venezolano, incluyendo el período
correspondiente a la vigencia del sistema democrático liberal repre-
sentativo implantado a partir de 1958, sólo con inexactitud puede
sentenciarse que los demonios del militarismo (que yo prefiero llamar
pretorianismo, en respeto a la mejor apreciación conceptual del pro-
ceso estudiado) estuvieron confinados. Por el contrario, la evidencia
documental muestra sin ambages que actuaron de manera sostenida,
sin descanso alguno, en sus pretensiones de colocar a numerarios de la
fuerza armada nacional en control de las maquinarias gubernamental
y estatal, ya directamente, ya por mampuesto a través de personeros
interpuestos que serían manipulados desde el real centro de poder.
El conjunto de intentonas militares a las que hubieron de hacer
frente los gobiernos encabezados por Wolfgang Larrazábal y Rómulo
Betancourt, es una preclara muestra de que el simple parto de la de-
mocracia no redujo el golpismo irredento que tradicionalmente ha
incubado al interior de la fuerza armada nacional. Que la aprendida
habilidad y férrea voluntad del liderazgo del momento para enfrentar
los alzamientos, la inequívoca respuesta institucional propinada en

321
Tulio Hernández (2009, julio 5). “Golpista eres y golpista serás”. El Nacional. Caracas, p. 7 (cuerpo
siete días).

211
Luis Alberto Buttó

contra de estos por la porción mayoritaria de la institución armada


y el clima de entendimiento nacional en torno a la necesidad de
preservar el proyecto democrático por encima de cualesquiera otras
consideraciones (de tipo partidista, por ejemplo), confluyeran para
edificar un sólido muro de contención a las aspiraciones de los per-
sistentemente sublevados, no significó en modo alguno la derrota
de los esfuerzos y ánimos conspirativos.
Este accionar se extendió en el tiempo, sólo que, luego de la
derrota de las militaradas del primer lustro de los años sesenta, los
irreductibles conspiradores no contaron con fuerzas suficientes
para adelantar nuevos alzamientos. Conscientes de su minusvalía
circunstancial, continuaron la paciente labor de zapa que corres-
ponde en estos casos y decidieron andar agazapados y actuar a las
sombras, como siempre lo supieron hacer magistralmente, en espera
del momento táctico considerado idóneo para asestar el zarpazo
planeado y anhelado contra el orden constitucional instituido. En
este sentido, es por demás cierto que se desplazaron siempre por
debajo de las alcantarillas, pero en verdad no dejaron de complotar
ni por un instante. Los demonios anunciados por Velásquez siempre
estuvieron sueltos.
Así pues, no es aventurado ni exagerado trazar un hilo de conti-
nuidad en el accionar conspirativo de facciones de la fuerza armada
nacional a lo largo del período cronológico que va desde el derroca-
miento de la dictadura encabezada por Marcos Pérez Jiménez hasta el
estallido de los golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre
de 1992. Incluso, si bien los protagonistas principales de los sucesos
cambiaron como era de esperar dados los relevos generacionales
ocurridos en el seno de la institución castrense, algunos nombres
son asiduos en la traza documental y más allá de las diferencias
ideológicas y/o programáticas que puedan establecerse entre cada
movimiento identificado, está presente la similitud en cuanto a la
razón de ser de todos: la suprema convicción acunada en la mente
y espíritu de sus propulsores, organizadores y ejecutores de que los

212
Militares, política y poder en Venezuela contemporánea (1958-1992)

militares como individuos, y la fuerza armada como organización,


tienen pleno derecho a intervenir en política y erigirse el árbitro máxi-
mo del destino nacional. Así las cosas, de 1958 a 1992 se acumularon
34 años de golpismo militante. No otra conclusión puede extraerse
de la lectura e interpretación de la historia venezolana conocida.

213
Autores

Ebert Cardoza Sáez


Licenciado en Historia (ULA). Magíster en Ciencias Políticas
(ULA). Candidato a Doctor en Historia (UCV). Profesor Agregado
de la escuela de historia de la Universidad de los Andes. Investiga-
dor adscrito al Grupo de Investigaciones Históricas de Regiones
Americanas (GIHRA).
E-mail: ebert.cardoza@gmail.com

Domingo Irwin
Historiador. Doctor en Historia, Summa Cum Laude (UCAB).
Magíster en Seguridad y Defensa (IADEN). Profesor Titular jubi-
lado del Instituto Pedagógico de Caracas. Tiene en su haber una
extensa lista de libros y artículos publicados en revistas científicas
e indizadas sobre el tema de la Relaciones Civiles y Militares en
Venezuela.
E-mail: dirwin@cantv.net

José Raimundo Porras Pérez


Licenciado en Ciencias y Artes Militares (A.M.V.-Caracas, Dtto.
Capital, Venezuela: 1990), Diplomado en Estado Mayor (Escuela

215
Superior de Guerra del Ejército. Caracas: 2008) Magister en His-
toria de Venezuela (Universidad Católica Andrés Bello. Caracas:
2011).
E-mail: josihs33@gmail.com

Raúl Meléndez M.
Profesor Asociado Tiempo Completo de la Facultad de Ciencias
de la Educación. Universidad de Carabobo. Historiador. Abogado.
Candidato a Doctor en la UCAB.
E-mail: raulmlndez@hotmail.com

Luis Alberto Buttó


Doctor en Historia, Summa Cum Laude (UCAB). Magíster Scien-
tiarum en Planificación del Desarrollo. Profesor-Investigador
adscrito al Departamento de Ciencias Sociales y al Postgrado en
Ciencias Políticas de la Universidad Simón Bolívar. Ha participado
en calidad de coautor en varias publicaciones referidas al tema de
las Relaciones Civiles y Militares en Venezuela.
E-mail: lmontes@usb.ve

José Alberto Olivar


Doctor en Historia, Summa Cum Laude (UCAB). Profesor adscrito
al departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico
de Caracas. Profesor invitado a dictar cursos en la Maestría en
Historia de Venezuela UCAB. Miembro del Centro de Investiga-
ciones Históricas “Mario Briceño Iragorry”.
E-mail: josealbertoolivar@gmail.com

216
De la Hueste Indiana al Pretorianismo del Siglo XX: Relaciones
Civiles y Militares en la Historia de Venezuela,
Raúl Meléndez, Luis Alberto Buttó, José Alberto Olivar
(coordinadores), se imprimió en el mes de junio de 2012 en los
talleres de Corporación ASM, C.A. Valencia - Edo. Carabobo.

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