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I. El problema
Tesis I
Tesis II
N. 6. Las palabras del Señor explicitan la actitud de amor de Jesús, aquel que ha
venido y ha sido crucificado. Deben interpretarse partiendo de su persona. Así,
estas palabras, vistas a la luz del misterio pascual y «recordadas» en el Espíritu
(Jn 14, 26), constituyen la norma última de la conducta moral de los creyentes (cf. 1
Cor 7, 10-25).
b) Para Pablo, las palabras del Señor tienen una fuerza obligatoria definitiva y
permanente. Sin embargo, en dos pasajes en que cita expresamente directrices de
Jesús (cf. Lc 17, 7b y par.; Mc10, 11 y par.) puede aconsejar que se observan
siguiendo su intención profunda y asimilándose a ellas todo lo que lo permitan
situaciones que se han hecho diferentes o más difíciles (1 Cor 9, 14; 7, 12-16). Se
aparta así de una interpretación legalista al estilo del judaísmo tardío.
Tesis III
Tesis IV
N. 11. Junto a los juicios de valor y a las directrices ya mencionadas, los escritos
neotestamentarios enuncian igualmente juicios de valor y directrices que se refieren
a los aspectos particulares de la existencia, es decir, a conductas determinadas y
que, aunque de formas diversas, tienen también fuerza obligatoria permanente.
a) Encontramos, con frecuencia y de manera particularmente acentuada, en los
escritos neotestamentarios, directrices y deberes acerca del amor fraterno y
del amor al prójimo, referidos muchas veces a la conducta del Hijo de Dios (por
ejemplo, Flp 2, 6s; 2 Cor 8, 2-9) o que hacen alusión a las palabras del Señor. Estas
exigencias —aunque permanecen generales— toman un valor incondicionado
como «ley de Cristo» (Gál 6, 2) y como «mandamiento nuevo» (Jn13, 14; 15, 12; 1
Jn 2, 7s). En ellas «se cumple» la ley del Antiguo Testamento (Gál 5, 14; cf.Rom 13,
8s; también Mt 7, 12; 22, 40), es decir que se concentran en el mandamiento del
amor y en él finalizan. Sin embargo, cuando el mandamiento del amor se «encarna»
en directrices concretas particulares habrá que verificar si, y de qué manera, juicios
condicionados por la época o circunstancias históricas particulares matizan la
exigencia fundamental hasta el punto que se podría exigir de ella, en circunstancias
diferentes, sólo una aplicación analógica, aproximada, adaptada o intencional.
Conclusión
Nuestra exposición no favorece, en modo alguno, la opinión según la cual todos los
juicios de valor y las directrices del Nuevo Testamento estarían condicionadas por
el tiempo. Esta «relativización» no vale, ni siquiera de modo general, para los juicios
particulares que, en su gran mayoría, no pueden ser comprendidos
hermenéuticamente como puros «modelos» o «paradigmas» de comportamiento.
Entre ellos, sólo una pequeña parte puede considerarse sometida a las condiciones
de tiempo y de ambiente. Pero los hay en todo caso, lo que significa que la
experiencia humana, el juicio de la razón y también la hermenéutica teológico-moral
tienen, frente a esos juicios de valor y esas directrices, un papel que desempeñar.