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FESTIVIDADES RELIGIOSAS A

TRAVES DE LA HISTORIA DE
MEXICO
Las fiestas de carácter civil que conmemoran
acontecimientos históricos son organizadas por el
sector oficial. En ellas, el contenido recreativo lo
constituyen desfiles, conciertos y eventos cívicos.
Por la concurrencia del comercio que provocan,
frecuentemente se transforman en verbenas.

En el origen remoto de las fiestas y de las ferias, es


difícil precisar dónde finaliza la intención religiosa o
cívica-cultural, y dónde se inicia la motivación económica. Aun la celebración religiosa más pura, al
auspiciar la concentración masiva de creyentes, incita al comercio a participar con sus productos.
Así al paso del tiempo, religión y civismo marchaban al lado del comercio como promotores de
estas celebraciones, cuyo éxito, para todos, en mucho depende, y en proporción directa, del
número de visitantes que atrae. Actualmente se advierte la tendencia
a organizar ferias puras sin relación a fiesta alguna, sobre todo en
regiones ganaderas, agrícolas y por sectores industriales y
comerciales. Organizadas por el sector oficial o el mercantil con
propósitos de promoción económica, en ellas se reserva lugar
importante a la expresión tradicional y costumbrista acaso como
supervivencia de la integración histórica entre feria y fiesta en un
solo complejo socio-económico.

La tradición de las fiestas mexicanas data de muchos siglos atrás.


Vinculada con el rito, la fiesta era tan significativa, caudalosa,
importante, solemne y concurrida como avasalladoras eran las
prácticas religiosas en pueblos medularmente religiosos como los de
Mesoamérica. Después del mercado, venía la feria. Tan frecuentes
eran los festejos que los primeros españoles creyeron ingenuamente que la “diversión era casi
perpetua” al ignorar que, entre los nativos prehispánicos, la
fiesta suponía la comunicación del hombre con el cosmos y
lecciones vivas referidas a la producción agrícola.

Juzgado el fenómeno sociológico a tanta distancia histórica,


hoy no resulta fácil distinguir lo que era puramente festivo
de lo que, en realidad, era rito puro: entre lo que era
profano y lo que era sagrado.

El 12 de Diciembre día de la Virgen de Guadalupe.


El 6 de Enero Día de los Reyes Magos.
El 25 de Diciembre el Navidad - Nacimiento del niño Jesús.

Los 46 rosarios antes del día de la Virgen de Guadalupe.


Las posadas.
Los rosarios por las levantadas del niño Dios.
Los rosarios por la acostada del niño Dios
Peregrinaciones a diferentes santos como San Judas Tadeo, Virgen de Guadalupe, Virgen de San
Juan de Los Lagos, etc, según la localidad es el santo que se venera.
Rezos por el Adviento.
Entre muchos otros.

INICIO DE INDEPENDENCIA DE MEXICO


La Independencia de México fue la consecuencia de un proceso político y social resuelto por vía
de las armas, que puso fin al dominio español en los territorios de Nueva España. La guerra por la
independencia mexicana tuvo su antecedente en la invasión de Francia a España en 1808 y se
extendió desde el Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810, hasta la entrada del Ejército
Trigarante a la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821.

El movimiento independentista mexicano tiene como marco la Ilustración y las revoluciones


liberales de la última parte del siglo XVIII. Por esa época la élite ilustrada comenzaba a reflexionar
acerca de las relaciones de España con sus colonias. Los cambios en la estructura social y política
derivados de las reformas borbónicas, a los que se sumó una profunda crisis económica en Nueva
España, también generaron un malestar entre algunos segmentos de la población.

La ocupación francesa de la metrópoli en 1808 desencadenó en Nueva España una crisis política
que desembocó en el movimiento armado. En ese año, el rey Carlos IV y Fernando VII abdicaron
sucesivamente en favor de Napoleón Bonaparte, que dejó la corona de España a su hermano José
Bonaparte. Como respuesta, el ayuntamiento de México —con apoyo del virrey José de
Iturrigaray— reclamó la soberanía en ausencia del rey legítimo; la reacción condujo a un golpe de
Estado contra el virrey y llevó a la cárcel a los cabecillas del movimiento.

A pesar de la derrota de los


criollos en la Ciudad de México
en 1808, en otras ciudades de
Nueva España se reunieron
pequeños grupos de
conjurados que pretendieron
seguir los pasos del
ayuntamiento de México. Tal
fue el caso de la conjura de
Valladolid, descubierta en 1809 y cuyos participantes fueron puestos en prisión. En 1810, los
conspiradores de Querétaro estuvieron a punto de correr la misma suerte pero, al verse
descubiertos, optaron por tomar las armas el 16 de septiembre en compañía de los habitantes
indígenas y campesinos del pueblo de Dolores (Guanajuato), convocados por el cura Miguel
Hidalgo y Costilla.

A partir de 1810, el movimiento


independentista pasó por varias etapas, pues
los sucesivos líderes fueron puestos en
prisión o ejecutados por las fuerzas leales a
España. Al principio se reivindicaba la
soberanía de Fernando VII sobre España y sus
colonias, pero los líderes asumieron después
posturas más radicales, incluyendo
cuestiones de orden social como la abolición
de la esclavitud. José María Morelos y Pavón
convocó a las provincias independentistas a
conformar el Congreso de Anáhuac, que dotó
al movimiento insurgente de un marco legal
propio. Tras la derrota de Morelos, el
movimiento se redujo a una guerra de
guerrillas. Hacia 1820, solo quedaban algunos
núcleos rebeldes, sobre todo en la sierra Madre del Sur y en Veracruz.

La rehabilitación de la Constitución de Cádiz en 1820 alentó el cambio de postura de las élites


novohispanas, que hasta ahí habían respaldado el dominio español. Al ver afectados sus intereses,
los criollos monarquistas decidieron apoyar la independencia de Nueva España, para lo cual
buscaron aliarse con la resistencia insurgente. Agustín de Iturbide dirigió el brazo militar de los
conspiradores, y a principios de 1821 pudo encontrarse con Vicente Guerrero. Ambos
proclamaron el Plan de Iguala, que convocó a la unión de
todas las facciones insurgentes y contó con el apoyo de
la aristocracia y el clero de Nueva España. Finalmente, la
independencia de México se consumó el 27 de
septiembre de 1821.

Tras esto, Nueva España se convirtió en el Imperio


Mexicano, una efímera monarquía católica que dio paso
a una república federal en 1823, entre conflictos
internos y la separación de América Central.

Después de algunos intentos de reconquista, incluyendo


la expedición de Isidro Barradas en 1829, España reconoció la independencia de México en 1836,
tras el fallecimiento del monarca Fernando VII.

SOCIEDAD NOVOHISPANA
El siglo XVII novohispano fue escenario de las mezclas
raciales más inverosímiles entre blancos, indígenas y
negros lo que, más allá del tono de la piel, se extendió a
las costumbres y culturas, dando origen a una auténtica
mezcla barroca que se manifestó en la vida cotidiana en
la forma de fiestas, ritos y supersticiones, a pesar de la
hegemonía de la Iglesia católica y la predominancia de
los peninsulares en todos los rangos sociales y
políticos. La riqueza que se experimentó al final de esa
centuria en el virreinato, junto con las ideas ilustradas llegadas de Europa, detonaron el
cambio hacia una nueva arquitectura social, que vio
su mayor expresión a mitad del siglo XIX con el
laicismo del Estado.

A esta sociedad tan estratificada se agregó desde la


conquista un elemento más: la Iglesia católica —que
comprendía al clero regular y secular—, que con el
tiempo desempeñó un papel fundamental en la
convivencia social novohispana, en la que representó
un factor de dominio y de poder importantísimo: baste comentar que hubo dos arzobispos
que fungieron igualmente como virreyes. Fue poseedora de una gran cantidad de bienes
muebles e inmuebles; regía actividades de gran relevancia para la sociedad, ya que a través
del Santo Oficio de la Inquisición vigilaba y sancionaba su comportamiento moral;
controlaba los censos de nacimientos, casamientos y defunciones, actividades por las cuales
cobraba, además de obtener el diezmo; igualmente, tenía bajo su cargo la educación, los
hospitales y las misiones, que todavía en el siglo XVIII se extendían a lo largo del territorio
de la Nueva España, como el lejano norte o la Sierra Gorda.
La sociedad novohispana, imbuida de misticismo y superstición entremezclados con los
cambios climáticos, pestes, terremotos, epidemias e inundaciones, sumergida desde su
origen en una tremenda desigualdad social, y
con cotos de poder muy claros, durante el siglo
XVIII vivió la repercusión de los cambios
intelectuales surgidos de las ideas ilustradas
provenientes de Francia e Inglaterra,
principalmente. A los criollos, hijos de
españoles nacidos en América, les brindó un
sentimiento “nacionalista” esperanzador para
obtener los puestos más altos en la política, la
milicia y la Iglesia, pues hasta entonces habían
estado destinados exclusivamente a españoles
peninsulares.

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