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El bautismo de los niños

Este siguiente comentario trata sobre el tema del bautismo de los niños. Se trata de
un texto de Timothy Radcliffe, quien fuera en su maestro de la orden de los dominicos
en Inglaterra. Actualmente es el director de Las Casas Institute de Blackfriars, en
Oxford. He tenido la oportunidad de conocer a este autor. Cuando viví en Oxford hace
algunos años iba de vez en cuando a la capilla de Blackfriars, y en alguna ocasión asistí
a una de las Misas presididas por él y tuve la suerte de escucharle predicar. Recuerdo
que precisamente uno de sus sermones trataba sobre el tema del perdón, en relación con
la lectura de la mujer adulta (Lc 8). Me marcaron fuertemente las palabras con las que
concluyó su homilia: “Jesús también a ti te lo dice: levántate y no peques más”.

1. Este tono misericordioso que le caracterizaba resuena también en el presente texto,


no falto de rigor intelectual y teológico. Podemos resumir en primer lugar las ideas
principales: Nos habla el texto del bautismo de los niños. La primera idea que quiere
resaltarse es el hecho de que es importante que el bautismo se reciba libremente. De ahí
el conjunto de preguntas que se hacían a quienes se iban a bautizar. Esto adquirió una
importancia mayor cuando el cristianismo dejó de ser perseguido y posteriormente
adquirió el estatus de religión oficial del Impero (siglo IV) y era necesario asegurarse de
que quienes acudían al sacramento lo hacían por voluntad propia y no por costumbre
social, deseo de promoción, etc.

Si la Iglesia considera tan importante que se reciba el sacramento del bautismo


libremente ¿por qué entonces acepta el bautismo de los niños? Parece una
contradicción. Parecería más lógico dejar que los niños crecieran para que pudieran
escoger libremente de adultos. Así lo hacen algunos grupos protestantes. También
cuando estuve en Inglaterra yo vivía con una familia anglicana bastante religiosa, pero
que había tomado la decisión de dejar a la elección de sus hijos el hecho de bautizarse
cuando fueran mayores. Lo veían como un acto de compromiso personal de seguimiento
a Cristo, que nadie podía tomar por ellos.

El autor en cambio va a tratar de fundamentar esta práctica antigua de la Iglesia, de la


que ya da testimonio el libro de los Hechos. La tesis fundamental que nos da es que la fe
es primariamente una elección de Dios por nosotros antes que una elección personal
nuestra por Dios. La Fe es un don de Dios que nos precede, y que nos ha llegado de un
modo misterioso, siempre mediado. Por supuesto que nosotros podemos y hemos de
responder libremente y de forma personal a dicha invitación de Dios a ser amigos suyos,
pero nuestra voluntad no crea la fe. Dios nos ha amado primero, y precisamente el
bautismo de los niños es expresión de esa primacía del Amor divino que precede
(temporal y ontológicamente) cualquier acto de la voluntad.

1
La fe es un don siempre, no una conquista de la voluntad. Nunca, a ninguna edad,
puede decirse que seamos lo suficientemente maduros para acogerla, ni a los pocos
meses de vida ni a los noventa años. De pensar de esta manera estamos cayendo
inconscientemente en la lógica del mérito.

Del mismo modo que la vida natural es un don que inicialmente nadie ha elegido,
pero de la cual uno después debe hacerse cargo, la participación en la vida divina es un
don que hemos recibido gratuitamente, si bien, una vez alcanzada la suficiente madurez
uno tendrá que responsabilizarse de cuidarlo y cultivarlo.

2. El tema del bautismo de los infantes nunca me ha resultado particularmente


problemático. Básicamente creo que la disyuntiva surge de una errónea concepción de
la libertad, entendida como ausencia total de condicionamientos y autodeterminación
absoluta. Pero dicha libertad es una falacia. La libertad humana es siempre relativa y
está condicionada de múltiples maneras. La libertad autentica es aquella que se ejercita
en la circunstancias de la vida, ante las opciones que nos surgen al paso.

En este sentido los padres harían un flaco favor a sus hijos no tomando decisiones
por ellos a la espera de que ellos puedan hacerse cargo de sí mismos. Al contrario, el
deber de los padres es preparar a sus hijos para que después puedan hacerse camino en
medio de los entresijos de la vida del mejor modo posible. Para ello los padres dan a sus
hijos aquello que en su experiencia es positivo: de esta forma van dotándolos de las
herramientas para que después puedan vivir mejor y más plenamente. Haciendo esto los
padres no están robando a sus hijos la libertad sino que están preparándolos para
ejercerla. Así, del mismo modo que dan a sus hijos alimento para robustecer su
organismo también procuran inculcarles valores, virtudes y creencias. En esta línea el
transmitir a sus hijos la fe es hacerles partícipes desde el principio de la vida de la gracia
y de la amistad con Dios, que puede ser uno de los recursos más poderosos para afrontar
la existencia y encontrarle orientación y sentido. Puesto que por el bautismo se entra en
la vida de fe es lógico que los padres quieran introducir a sus hijos en ella desde el
principio. En el rito antiguo del Bautismo el sacerdote preguntaba a los padres: “¿Qué
pedís a la Iglesia?”, a lo que se respondía: “la fe”. Y “¿Qué te da la fe? “, preguntaba
entonces el oficiantes: a lo que los padres contestaban: “la vida eterna” 1. Si el bautismo
introduce al neófito en la vida eterna (que no es otra cosa que la participación en el
amor y la amistad con Dios) no tiene sentido retrasar la recepción de tal don, que es el
más grande que pueda recibirse, y que precisamente libera al bautizado de la esclavitud
del pecado y lo hace renacer como hombre o mujer libre.

1
Carta Encíclica Spe Salvi, de Benedicto XVI.

2
Me parece muy positiva la argumentación del autor, creo que está explicada con una
lógica sencilla que recuerda la primacía del amor y de la gracia divina, como se afirmó
en el II Concilio de Orange, el cual, por ejemplo en su canon 8 dice que: Si alguno
porfía que pueden venir a la gracia del bautismo unos por misericordia, otros en cambio
por el libre albedrío que consta estar viciado en todos los que han nacido de la
prevaricación del primer hombre, se muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma
que el libre albedrío de todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o,
ciertamente, piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la
revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna salvación. Cuán
contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar que no algunos, sino ninguno
puede venir a Él, Sino aquel a quien el Padre atrajere Jn 6, 44]; así como al
bienaventurado Pedro le dice: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná, porque ni la
carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos [Mt 16, 17]; y el
Apóstol: Nadie puede decir Señor a Jesús, sino en el Espíritu Santo [1 Cor 12, 3] 4.”
Esta primacía no anula la libertad y su capacidad de cooperar o rechazar la gracia, pero
se quiere expresar la verdad de que ningún acto de la libertad humana puede causar el
don de la fe.

3. Por ello llamaría a este texto “bautismo de los niños, la fe como don”

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