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MAMÁ YO QUIERO SABER, DE DÓNDE VIENE EL BARROCO

Roberto Culebro
Esta es nuestra palabra. Nuestra primera y última palabra. A mí, ustedes lo saben,
me gusta la televisión fuerte, la cerveza fría y las teorías claras, claras. Lo he dicho y
lo vuelvo a repetir: al contrario de lo que cree la mayoría de la gente, el hombre
tiende a la armonía; el caos es un producto de la razón y no del mundo natural. Uno
se despista y termina siendo un poliedro. Hay que realizar un esfuerzo, ser
consciente de las herramientas de se dispone para desestabilizar la conciencia,
meterle un poco de rumba. Y si no me creen basta ver el aparato digestivo. La
gastritis es una forma de la transgresión, la enfermedad es la moral de lo vedado. En
fin, pues en eso estaba, compañeros, cuando me encontré con el ensayo del señor
Sarduy [y de su alegre comentarista] y ya no supe que pensar. Para él, y eso está
muy bien, el barroco es un síntoma de la modernidad. Para S. S. (the barroco police),
esta forma artística llega de la mano de la razón y del método cartesiano
(kepleriano), es decir, de la mano de la sistematización de la duda. Es, pues, la duda
sistematizada, vuelta estética. Su propuesta podría resumirse así: existe un núcleo
de significado vacío que, ay, debemos negar mediante una perífrasis que no dice
nada. Y esto me intriga, compañeros, me intriga porque no termino de entender el
uso que se le da –o se le quiere dar– al barroco. Como Carpentier, Sarduy quiere
hacer de una estética una moral disfrazada de sistema. Prueba de ello son sus
teorías (con esquemas y todo, para que veamos lo estructuralista que es), teorías
claras y elementales y no por ello menos inexactas. Como buen barroquista, S. S.
pierde al delimitar. Su esfera es el mundo de lo general, la idea, el sabor; querer
hacer de ello metodología es su cruz. ¿No son los cuentos de Hemingway la
perífrasis de un núcleo vedado? ¿No se entiende dicho nódulo solamente a través de
la elipsis, la cual hace de él una mera conjetura? ¿No está el lenguaje de sus cuentos
envuelto en otros lenguajes, digamos, científicos, como lo puede ser el dialecto de la
pesca, los deportes, la caza, etc.? Los mecanismos son claros pero no restrictivos. Lo
mismo sucede con Cavafis. ¿No son sus poemas una elipsis de una experiencia –
sexual casi siempre- vedada no para la memoria sino para la palabra? ¿No su lengua
envuelve la lengua de los poetas clásicos griegos y latinos, no sólo formal sino hasta
temáticamente, haciendo de ella, en su transparencia, un palimpsesto? ¿Es, pues,
Hemingway o Cavafis barroco? Habría que ser muy necio para afirmarlo. Lo que le
importa a S. S., lo que de verdad le importa, creo, compañeros, y discúlpenme que
hable de estos temas, es la sensualidad del lenguaje, como clarito lo dice en una
entrevista por teve. El placer del texto que es el placer del sexo. De nuevo, su teoría
podría resumirse así: una negación y reconstrucción perifrástica del yo, asentado
sobre un eje vacuo, que vuelve todo permisible. En esa libertad quiere construir su
iglesia, en esa abanico de la experiencia no cuantificable. En el fondo, S. S. es un
místico que aspira al éxtasis por medio del agotamiento del lenguaje. Sin embargo,
como sabe que ese agotamiento no es posible, hace su placer trayecto, búsqueda de
sentido, foreplay. A Sarduy en realidad no le interesa el origen del barroco sino al
lugar al que se dirige, un lugar al que todavía no llega en este ensayo. Y aquí me
quedo.

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