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Alberto Fadón Duarte

Literatura española del siglo XVI


14 de Diciembre de 2017
Fernando de HERRERA, Poesías, ed. Vicente García de Diego,1 Madrid, Espasa-Calpe, 1970,
216 pp.

I. Hombre de las postreras horas del Renacimiento, Herrera -según apunta Cristóbal Cuevas
(1985-2006)- persiguió con ahínco los ideales de hombres como Bembo, Scaligero, Medici y, sobre
todo, Petrarca, al que consideraba no solo un modelo de humanidades y poesía, sino también un
ejemplar de vida ("Herrera, que al Petrarca desafía", escribe Lope de Vega en su segunda Silva) El
Divino ve en Petrarca el máximo exponente de cierto humanismo cristiano que, a través de la vida
éticamente vivida y la obra cuidadosamente depurada, permite alcanzar la inmortalidad, tanto del
alma como de la literatura.
La principal fuente de datos biográficos sobre Fernando de Herrera, nos indica Oreste Macrí
(1972), es el Libro de verdaderos retratos, del pintor Francisco Pacheco (1571-1654), autor,
asimismo, del retrato que conservamos del poeta y editor póstumo de sus poesías.
Nacido en Sevilla en torno a 1534 y muerto en 1597, llevará una tranquila vida parca en
acontecimientos dignos de mención. De Petrarca, como hemos comentado con anterioridad,
heredará un gusto por la soledad y el recogimiento. Hombre de enorme erudición, dedicará horas y
horas al estudio de los poetas clásicos y modernos (como muestran sus Anotaciones a la poesía de
Garcilaso), así como al repaso y reelaboración de sus propios textos. Macrí enumera, basándose en
los testimonios de sus coetáneos, los rasgos fundamentales de su personalidad:
extremado rigor moral y artístico, naturaleza esquiva y desdeñosa, discreción y respeto al honor de
los demás, sencillez de vida y rotunda defensa de su propia independencia, austeridad y desprecio de
las alabanzas del vulgo, lealtad a pocos y escogidos amigos, culto casi ascético de la palabra y el
estilo al identificar la inspiración con la conciencia artística, y la poética con la poesía, máximo
respeto a la verdad histórica, ausencia de ironía y mistificación. (Macrí, 1972, pp. 37)

En lo que respecta a la transmisión textual -seguimos la síntesis de Begoña López Bueno y


Juan Montero Delgado para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes- , el caso de la obra poética
del autor que nos ocupa es particularmente complicado (Oreste Macrí denomina a esto "drama
textual"), en parte debido a esos anhelos de perfección que lo llevaron a volver sobre sus textos una
y otra vez y en parte debido a que se perdió lo que sería el manuscrito definitivo, que habría sido
revisado por el propio Herrera. Existen profundas diferencias, tanto ortográficas como léxicas y
estilísticas, entre los textos poéticos publicados en vida del poeta y aquellos editados de forma
póstuma, esto es, entre Algunas obras de Fernando de Herrera, 1582 (conocido como texto H),
y Versos de Fernando de Herrera, 1619, edición a cargo de Pacheco (conocido como texto P).
Si bien es cierto que la versión preparada por Herrera es la más fiable, también es la menos
prolija, con 91 poemas frente a los 365 de la edición de Pacheco. No ha existido unanimidad en la
crítica a la hora de decantarse por una versión u otra, aunque por lo general -desde Quevedo- se han
preferido los 91 poemas revisados por Herrera.

1
El texto se basa principalmente en la edición de 1582, esto es, la del propio Herrera, aunque también
incluye otros textos pertenecientes a la edición de Pacheco. El texto anota, asimismo, las variantes de
1619. Se mantiene la ortografía originaria, a la que Herrera daba tanta importancia, y se moderniza la
acentuación y puntuación.
Asimismo, existen otros manuscritos publicados con posterioridad, a saber: el descubierto
por José María Asensio en 1870, que tituló Poesías inéditas, y el descubierto por José Manuel
Blecua en 1948, que salió a la luz con el nombre de Rimas inéditas.

II. La poesía amorosa de Herrera, que es la que aquí comentaremos, se inscribe en un


macrocontexto semántico neoplatónico, filosóficamente teorizado por autores como Hebreo,
Castiglione o Ficino (Pozuelo Yvancos, 1979). Si Petrarca tenía su Laura, Herrera tendrá su Leonor,
condesa de Gelves y esposa de su amigo don Álvaro Colón y Portugal, apelada en sus versos a
través del uso de la Senhal -con metáforas lumínicas: Lumbre, Aurora, Estrella, Esperanza, Lucero-,
que, tal como señala Martín de Riquer (1975), constituye un rescoldo de las implicaciones sociales
del amor trovadoresco.
El aspecto concreto de la lírica amorosa herreriana que queremos examinar aquí es el
siguiente: el dolorido sentir. Este sintagma tiene su origen en unos versos de la primera Égloga de
Garcilaso: "no me podrán quitar el dolorido/ sentir si ya del todo/ primero no que quitan el sentido"
(Garcilaso, 1989, 349-351, pp. 131,). El dolorido sentir es un sufrimiento dichoso, una continua
dialéctica sufrimiento-alegría. Pedro Salinas decía, en su obra sobre Manrique, lo siguiente: "la
contradicción es solo aparente porque todos esos infortunios y congojas están sumidos en una realidad
superior, de la que nace el estado del amor, el cual es siempre don precioso para el que lo vive." (Salinas,
1974, pp. 14). Pozuelo Yvancos (1979) muestra la importancia de esta contradicción dolor-dicha a
través del libro de Bembo titulado Los Asolanos, cuya estructura es un debate entre interlocutores
que oponen la idea de que el amor es alegría a la idea de que el amor es sufrimiento, dando lugar,
finalmente, a una síntesis de ambas posturas.
Este tópico es abundantísimo en toda la poesía del Sevillano, aunque su principal desarrollo
tiene lugar en las composiciones largas, principalmente en algunas de sus elegías. Si examinamos,
en primer lugar, varios de sus sonetos, vemos que no aparece del todo explícito: "Este incendio no
puede darme muerte;/ que, cuanto de su fuerça más desecho,/ tanto más de su eterno afán respiro" (Soneto III,
12-14, pp. 19) "Padesco el dulce engaño de la vista; mas, si me pierdo con el bien que veo,/ ¿cómo no estoi
ceniza todo hecho?" (Soneto IV, 12-14, PP.19). El fuego, cara metáfora a Herrera, simboliza el ardor -la
pasión arrebatada- que desborda a la razón y se opone al hielo, que encarna la frialdad y, con
frecuencia, el desdén de la amada. Ambos -con sus correspondientes isotopías- forman la principal
antítesis semántica en la lírica herreriana, y es tentador tratar de establecer una correspondencia
entre esta oposición y la oposición dicha-sufrimiento, pero esto es reduccionista en el mejor de los
casos y falaz en el peor.
En el Soneto III el fuego es el motivo que encarna la dualidad dolor-alegría; a pesar su
carácter destructivo, también es fuente de vida. El hielo, sin embargo, es un escudo, una barrera
contra esos sentimientos vivificantes y a la par arruinadores: "armar de puro ielo el pecho mío;/
porqu´el fuego d´Amor al grave frío/ no desatasse en nuevo encendimiento" (Soneto III, 2-4, pp. 18). En el
Soneto IV la situación es similar, pero con un matiz distinto: la sorpresa. ¿Cómo es posible que
aquella fuerza arrolladora -el amor- no me haya aniquilado del todo? La respuesta no es dada
explícitamente en este texto, pero sí a lo largo de su obra poética, enmarcada a su vez en la tópica
cultural que hemos venido señalando: el amor tiene una naturaleza dialéctica y contradictoria; no
hay en él alegría sin sufrimiento.
Dejando de lado los poemas de contrarios, podemos encontrar el dolorido sentir en Herrera
con otros interesantísimos matices:
Más ¡Ô! que temo tanto el dulce estado,/ que (como al bien no esté enseñado y hecho)/ abraçó ufano el
grave dolor mío" (Soneto XVIII, 12-14, pp. 43) "No es la tristeza, ni el dolor, quien haze/ la guerra que
padesco de mi daño/ qu´el mal no espanta a quien lo tiene en uso;/ el bien que temo y dudo me
deshace; que yo sé bien por el ausente engaño/ juzgar deste presente el fin confuso (Soneto XXV, 9-
14, pp. 55)
En ambos sonetos encontramos una idea muy semejante: el rechazo de la dicha en pos del
dolor. En el Soneto XVIII se prioriza el dolor -motivo de orgullo- en la medida en que es algo con
lo que ya está familiarizado ("Más vale malo conocido que bueno por conocer"), mientras que el
"dulce estado" es algo ignoto. En el Soneto XXV se reitera la idea de lo ventajoso del dolor por ser
una sensación habitual frente al bien posible, que podría desembocar en un mal mayor. En ambos
subyace la idea de que el dolor es fuente y parte integrante del amor. Si este se presenta como un
bien grato y de fácil obtención, se tratará de una falaz apariencia de la que se debe desconfiar.
Por otra parte, no podemos concluir este comentario sin tener en cuenta las elegías, que son
los textos en los que podemos -en gran medida por su mayor extensión y menor concentración
semántica- apreciar con mayor detalle sus venturosos lamentos. En la segunda Elegía, después de
una serie de versos en los que expone la crueldad del amor, Herrera escribe lo siguiente: "I de sus
flechas todo traspassado,/ por gloria estimo mi quexosa pena,/ mi dolor por descanso regalado./ Tal es la dulce
Luz que me condena/ al tormento " (Elegía II, 32-35, pp. 37). Tal vez más interesante sea el caso de la
tercera, inspirada en una presunta conversación con Leonor, que se mostrará -rara cosa- tierna y
compasiva. De la respuesta de Herrera a Leonor rescatamos los siguientes versos:
Por no aver sido/ este tan grande bien de mi esperado,/ pienso que debe ser (si es bien), fingido./
Señora, bien sabéis que mi cuidado/ todo s´ocupa en vos; que yo no siento,/ ni pienso, sino en vêrme
más penado (...) No quiero concederos que merece/ mi afán tal bien, que vos sintáis el daño;/ más ama
quien más sufre y más padece. (...) Un coraçón de impenetrable acero/ tengo para sufrir, i está más
fuerte/ cuanto más el assalto es bravo y fiero. (Elegía III, 42-47; 54-57; 61-63, pp. 63-64)

La segunda Elegía, que es un claro ejemplo de la introspección psicológica de un hombre


del Renacimiento, partiendo de un descripción de las llagas del amor termina por llegar, en los
versos señalados, a una conceptualización de la pasión como algo contradictorio, como algo que
siendo lastimoso resulta, sin embargo, un don. La tercera podría leerse, en ciertos aspectos, como
una reminiscencia de la lírica trovadoresca: aparece una dama que da premio de amor al enamorado.
Pero aquí el influjo del neoplatonismo tiene mayor pujanza en tanto en cuanto al enamorado le
cuesta creer que, sin ser fingido, sea posible un bien de esta naturaleza. A ambos, poeta y dama, los
separa un abismo que la comunicación física no puede salvar, y por eso no piensa sino en verse más
penado y se enorgullece de todo el sufrimiento que lo martiriza, pues constituye la prueba de que es
un auténtico enamorado. De nuevo vemos que no hay amor sin dolor.

III. Hemos visto, pues, cómo Herrera opera en una norma estética y expresiva bien
acotada espacio-temporalmente y cómo en ella, verbigracia, el tema del dolorido sentir es un lugar
común. En este trabajo no ha sido imposible profundizar en detalles sobre las peculiaridades
formales herrerianas, esto es, los mecanismos lingüísticos que singularizan su obra entre la de de
sus coetáneos, aunque sí -casi sin quererlo- han quedado esbozados algunos de sus rasgos más
notorios, verbigracia, las metáforas lumínicas o el abundantísimo uso del fuego como motivo que
encarna el ardor amoroso (cuyo paradigma sería el soneto LXXII). Uno de los aportes más
valiosos de Herrera, para muchos, es haber servido de puente entre Garcilaso y Góngora, pero esto
sería minusvalorar la obra del sevillano. Herrera es un poeta con identidad propia, de un rigor
estilístico absoluto y cuya lectura nos puede ayudar a comprender con qué fecundidad se
desarrollaron las nuevas formas importadas por Garcilaso y Boscán. Sin necesidad de recurrir a la
sensorialidad de las églogas garcilasianas o a la intricada arquitectura de ciertas obras gongorinas,
Herrera es capaz de componer un mundo no de áspera y fría perfección, sino de abrasada belleza.
Bibliografía
LOPEZ Bueno, Begoña & MONTERO Delgado, Juan, Vida y obra de Fernando de Herrera, [En
http://www.cervantesvirtual.com/portales/fernando_de_herrera/autor_vida_obra/#autor_2]
Consultado el 6 de Diciembre de 2017.
HERRERA, Fernando de, Poesía castellana original completa, ed. Cristobal Cuevas, Madrid,
Editorial Cátedra, (1985-2006)
HERRERA, Fernando de, Poesías, ed. Vicente García de Diego, Madrid, Espasa-Calpe, (1970)
MACRÍ, Oreste, Fernando de Herrera, Madrid, Editorial Gredos, (1972)
RIQUER, Martín de, Los trovadores, Madrid, Editorial Planeta, (1975)
SALINAS, Pedro, Jorge Manrique o tradición y modernidad, Barcelona, Seix Barral, (1974)
YVANCOS Pozuelo, José Luis, El lenguaje poético de la lírica amorosa de Quevedo, Madrid,
Editorial Universidad de Murcia (1979)

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