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JOHN LOCKE

1. Introducción.
J. Locke nace en 1632 en el seno de una familia de inclinaciones liberales. Fue un ferviente
defensor del liberalismo y, en general, de los ideales ilustrados de racionalidad, tolerancia,
filantropía y libertad religiosa. Estudió química y medicina, tras abandonar los estudios de teología.
Desterrado primero (circunstancia que aprovechó para viajar a Holanda, Francia y Alemania),
regresó a Inglaterra tras la revolución de 1688, ocupando altos cargos en la Administración. Murió
en 1704. Entre sus obras destacan el “Ensayo sobre el entendimiento humano” (1690), los dos
“Ensayos sobre el gobierno civil” (1690) y “La racionalidad del cristianismo” (1965).

Pertenece al empirismo moderno, también denominado “empirismo inglés”, que es una


respuesta al racionalismo cartesiano. Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, esta
respuesta consiste fundamentalmente en negar la existencia de las ideas innatas afirmando que
la experiencia es la fuente y límite del conocimiento humano. A diferencia del racionalismo
cartesiano, para Locke la razón no es única, ni omnipotente ni infalible. Para este filósofo la
razón es diferente en cada uno de los hombres, no es omnipotente porque no produce los principios
ni el material de que se sirve sino que los toma de la experiencia y no es infalible porque solo puede
aspirar a un saber probable. (Apartado 3.)

Con Descartes está de acuerdo en algunas cosas:

- En que es necesario que exista un método válido, no sólo para la ciencia en su conjunto, sino
para la filosofía misma, por eso la filosofía debe comenzar con el estudio del método de
conocimiento.
- En que este método, también para él, debe tener un carácter analítico: Descartes estableció
el análisis, según el cual lo complejo debía dividirse en sus partes simples, que pudieran conocerse
de modo claro y distinto. Locke propuso también la descomposición analítica del conocimiento en
sus componentes últimos, en las ideas simples o elementales. En su obra “Ensayo sobre el
entendimiento humano” comienza, precisamente, por realizar un amplio inventario de estos
elementos últimos de los que consta todo conocimiento.
- En la noción de idea, de la que nos ocuparemos más abajo (en 2.2).

Pero las diferencias entre Locke y Descartes en el campo del conocimiento son importantes
y pueden resumirse en la negativa del primero a admitir la existencia de ideas innatas. Según
el innatismo, el alma humana tiene impresas en sí mismas las ideas de modo innato y que el
conocimiento consiste en descubrir esas ideas para, posteriormente y a partir de ellas, elaborar un
saber cierto de la realidad.

El “Ensayo sobre el entendimiento humano” comienza por criticar el innatismo, señalando que
la experiencia contradice la existencia de las ideas innatas. No existe objeto mental ni principio
alguno cuyo conocimiento no se extraiga de la experiencia, y esto se aplica tanto a los
conocimientos teóricos o especulativos como a los principios morales o prácticos. En síntesis, sus
argumentos contra el innatismo son los siguientes:

- No tiene sentido hablar de ideas que no sean actualmente pensadas. Una idea, o es
actualmente pensada o no es idea en absoluto. Según Locke, es absurdo mantener que en la mente

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existen ideas a las que no se atiende o en las que no se piensa, porque la definición de idea es
precisamente aquello que la mente considera.
- La supuesta existencia de un consenso universal en relación con determinadas ideas no es
prueba suficiente para afirmar que sean innatas. Algunos pensadores habían argumentado la
existencia de un consenso universal como prueba del carácter innato de ciertas ideas. Locke arguye
que, en el caso de que existiera este tipo de consenso, se podría explicar sin recurrir a la hipótesis
del innatismo.
- En realidad no existe consenso universal. La prueba está en el hecho de que los niños o los
deficientes mentales, por ejemplo, no participan de él. Ningún niño, ningún deficiente mental, ni
ningún salvaje es consciente del principio de no-contradicción o de la idea de sujeto pensante.
- La experiencia desmiente que existan principios morales innatos. Si existieran estos
principios morales, todos los pueblos tendrían las mismas costumbres o habrían adoptado los
mismos códigos de conducta.
En fin, que si existieran las ideas innatas las tendríamos todos y las tendríamos siempre, y no
parece que sea así.

Pero los intereses de Locke van más allá de la teoría del conocimiento, pues participa de los
intereses e ideales de la ilustración. Es considerado uno de los principales inspiradores del
liberalismo democrático. Su propuesta consiste en realizar un examen a fondo de la capacidad
humana de conocimiento, con el objetivo de limitar las pretensiones de la razón en cuestiones
religiosas, morales y políticas. Frente al dogmatismo de aquellos que pretendían imponer sus
puntos de vista en este género de cuestiones fue un ferviente defensor de la tolerancia, una actitud
nacida del reconocimiento de los límites de la razón.

2. El origen y los límites del conocimiento.


2.1. La génesis de las ideas.

a) La experiencia, origen y límite de nuestro conocimiento.

Locke dedicó el libro primero del “Ensayo sobre el entendimiento humano” a demostrar que
no existen ideas ni principios innatos. Con anterioridad a la experiencia, nuestro
entendimiento es como un papel en blanco, en el que no hay nada escrito: todas nuestras ideas
provienen de la experiencia. En esta tesis general se sustentan dos importantes afirmaciones de
Locke:

- En primer lugar, que el problema primero y fundamental que se va a tratar es el de la génesis


de nuestras ideas; es decir, cómo se originan a través de la experiencia, puesto que todas
ellas –hasta las más complejas y abstractas- proceden de la experiencia.
- En segundo lugar, que nuestro conocimiento es limitado; no puede ir más allá de la
experiencia. La experiencia constituye el límite del conocimiento doblemente: en cuanto a
su extensión (el entendimiento no puede ir más allá de lo que permita conocer nuestra
experiencia) y en cuanto a su certeza (sólo podemos estar ciertos acerca de lo que cae dentro
de los límites de la experiencia).

De estos dos aspectos, génesis y límites del conocimiento, el primero resulta fundamental:
en efecto, si la experiencia impone los límites de nuestro conocimiento, es precisamente porque
todos nuestros conocimientos provienen de ella. De ahí que Locke dedique una atención muy
especial al estudio de la génesis de nuestras ideas.

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b) El análisis de las ideas.

Pero, ¿cómo abordar la cuestión?; ¿cómo estudiar el modo en que nuestros conocimientos se
originan a partir de la experiencia?

Aparentemente, no existe más que un camino: tomar nuestras ideas complejas y


descomponerlas hasta encontrar las ideas simples de que proceden, y tomar nuestras ideas
simples y estudiar cómo se combinan y asocian formando ideas complejas. Se trata, pues, de
estudiar los mecanismos psicológicos de asociación y combinación de ideas. Como puede
apreciarse ya por su planteamiento, y como queda patente al estudiar sus doctrinas, el análisis
del conocimiento que hace el empirismo es de tipo psicológico. Esta manera de plantear el
origen del conocimiento suele denominarse psicologismo.

2.2. La noción de idea.

La cuestión fundamental es, pues, la concerniente al origen de nuestras ideas. Antes de


adentrarnos en este problema, hemos de aclarar qué entiende Locke por idea.

La noción de idea en Locke es, fundamentalmente, la misma que introdujo Descartes. Según
este, el conocimiento es siempre conocimiento de ideas: no conocemos directamente la realidad,
sino nuestras ideas de la realidad. Precisamente por ello se le planteaba el problema de la
existencia de una realidad distinta de las ideas y exterior a ellas. También para Locke nuestro
conocimiento (que a menudo llama percepción) es conocimiento de ideas. Su noción de idea
puede expresarse en las dos siguientes afirmaciones:

1) Las ideas son el objeto inmediato de nuestro conocimiento o percepción (Locke


amplía el término “idea” a todo lo que conocemos o percibimos, trátese de un color,
un dolor, un recuerdo o una noción abstracta).
2) Las ideas son imágenes o representaciones de la realidad exterior.

2.3. Clases de ideas.

El estudio psicológico de la génesis de las ideas lleva a Locke a distinguir entre ideas
simples e ideas complejas. Estas últimas provienen siempre de la combinación de ideas
simples.

a) Ideas simples.

Dentro de las ideas simples –que no son combinaciones de otras ideas, sino como átomos de
conocimiento-, Locke distingue dos subclases: las que provienen de la sensación (de la experiencia
externa) y las que se originan en la reflexión (Locke entiende por “reflexión” la experiencia interna,
el conocimiento que la mente tiene de sus propios actos y operaciones). Por reflexión entendemos,
por ejemplo, la idea de pensamiento, pues la experiencia interna nos hace percibir que pensamos y
en qué consiste el pensar.

Dentro de las ideas de sensación (experiencia externa), Locke distingue, por último, las ideas de
las cualidades primarias (figura, tamaño, etc.) y las ideas de las cualidades secundarias (colores,
olores, etc.). Esta distinción ya nos es conocida en Descartes y, como él, Locke afirma que sólo las
cualidades primarias existen realmente en los cuerpos.

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b) Ideas complejas.

Las ideas complejas provienen de la combinación de ideas simples. En el conocimiento de la


ideas simples el entendimiento humano es pasivo, se limita a recibirlas; pero en la elaboración de
las ideas complejas el entendimiento es activo, actúa combinando y relacionando ideas simples.
Locke distingue tres clases de ideas complejas: de sustancias, de modos y de relaciones y lleva a
cabo un minucioso estudio de cada una de ellas.

- La idea de sustancia.

Las ideas de las sustancias (de hombre, de árbol, de piedra, etc.) son complejas, se componen de
una serie de cualidades o ideas simples.

Tomemos una cosa, un objeto cualquiera; por ejemplo, una rosa. ¿Qué es lo que percibimos?
Percibimos un cierto color, un volumen, una figura, un tamaño, un olor agradable, una sensación
suave al tacto, etc.; en una palabra, un conjunto de sensaciones simples. Pero ¿la rosa es
meramente el conjunto de estas impresiones? Todos nosotros, piensa Locke, nos sentiremos
inclinados a contestar que no: el color, el olor, la figura, etc., no son la rosa, sino el color de la rosa,
el olor de la rosa, etc. ¿Qué es entonces, eso que llamamos “rosa”, aparte de estas cualidades
sensibles? Puesto que lo único que percibimos es el color, el olor, la figura, etc., hemos de confesar
que no sabemos qué es la rosa, que suponemos que por debajo de estas cualidades hay algo
desconocido que les sirve de soporte.

Nuestras ideas de las sustancias particulares (una rosa, un hombre, etc.) se forman del
siguiente modo:
1) Percibimos un conjunto de ideas simples que, usualmente, se nos presentan unidas
entres sí.
2) Nos referimos al conjunto de todas ellas con un único nombre.
3) Tenemos, en fin, una idea de la sustancia en general, que concebimos vagamente como
“soporte” de las cualidades sensibles.
4) Aplicamos esta idea al conjunto de las cualidades sensibles, suponiendo además que
estas proceden de la estructura interna (esencia) de la sustancia, que supuestamente
les sirve de soporte.

No conocemos, pues, la sustancia. No sabemos qué es realmente eso que denominamos


“rosa”. Suponemos que ese trozo de materia habrá de tener una determinada estructura (esencia),
en virtud de la cual tiene siempre esas cualidades y no otras; sin embargo, esta estructura nos es
igualmente desconocida. O sea, que la sustancia es un “no sé qué”.

La consecuencia del empirismo de Locke es que no conocemos el ser de las cosas;


conocemos solo aquello que la experiencia nos muestra; es decir, un conjunto de cualidades
sensibles. Una vez más queda patente cómo la experiencia es el origen y también el límite de
nuestro conocimiento.

-La idea de modo.

Los modos son manifestaciones de las sustancias. Las ideas de modo, como la belleza,
existen únicamente referidas a una sustancia: la belleza existe solo en las cosas bellas y no por sí
misma.

-La idea de relación.

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Surge de la yuxtaposición de ideas simples o complejas y nos permiten percibir el mundo
como un todo organizado, como la relación causa-efecto.

2.4. Yo, mundo, Dios.

A Descartes, como hemos visto, se le planteó el problema de la existencia de la realidad


precisamente porque partía de que nuestro conocimiento es conocimiento de ideas: ¿cómo pasar de
la idea a la realidad? También Locke, por la misma razón, tuvo que enfrentarse al mismo problema.

Locke nunca dudó de la existencia de la realidad, nunca dudó de que existe una realidad distinta
de nuestras ideas. Su misma noción de idea, como representación, implica que existe una realidad
de la cual la idea es representación o imagen.

Al tratar la existencia real, Locke distinguió tres grandes ámbitos o zonas de la realidad: el yo,
los cuerpos y Dios.

1) De la existencia del yo tenemos una certeza intuitiva (en este punto admite la teoría
cartesiana y su célebre afirmación “pienso, luego existo”).
2) De la existencia de Dios tenemos certeza demostrativa (la existencia de Dios puede ser
demostrada utilizando el principio de causalidad: Dios es la causa última de nuestra
existencia).
3) De la existencia de los cuerpos, en fin, tenemos una certeza sensitiva (la existencia de
los cuerpos está razonablemente atestiguada, ya que nuestras sensaciones son producidas
por ellos).

Observa que tanto la existencia de Dios como la existencia de los cuerpos (mundo exterior) son
afirmadas en virtud de un razonamiento causal: Dios es la última causa de nuestra existencia; los
cuerpos son la causa de nuestras sensaciones.

Es curioso que Locke, siendo empirista y habiendo afirmado que la experiencia es el origen
y el límite del conocimiento llegue tan fácilmente a Dios. Guillermo de Ockham, en el siglo XIV,
nos dijo que no se podía demostrar a Dios a través del principio de causalidad porque él pensaba
que este no podía aplicarse fuera del ámbito de lo observable a través de los sentidos. De esta
manera, él, que creía en Dios, limitaba el campo de la razón y refutaba las pruebas de la existencia
de Dios de Tomás de Aquino. Más tarde, David Hume (1711-1776), se tomaría el empirismo en
serio y como había limitado el campo del conocimiento a sus impresiones pensó por ello que no era
legítimo aplicar el principio de causalidad más allá de ellas. Esto le condujo al escepticismo con
respecto a Dios y con respecto al mundo, pues ambos estaban más allá de sus impresiones.

3. Locke y el liberalismo.
El pensamiento de Locke tuvo una notable influencia en la filosofía política liberal. Influyó en
Montesquieu, en la revolución americana y, en general, en toda la corriente liberal progresista que a
lo largo del siglo XVIII se opuso al absolutismo político.

En el primero de sus “Ensayos sobre el gobierno civil” Locke señala que la teoría del origen
divino del poder implica la aceptación de la tesis de que los seres humanos no son libres e iguales
por naturaleza, afirmación que rechaza de modo categórico. En el segundo de estos ensayos, Locke
expone sus teorías políticas liberales.

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3.1. El estado de naturaleza.

La filosofía política de Locke (al igual que la de Hobbes, antes que él, y la de Rousseau, con
posterioridad) se remite a la idea básica del “estado de naturaleza”. Es necesario establecer cuál es
el estado natural del ser humano, con el fin de fundamentar racionalmente en él la sociedad política.

Los seres humanos en estado natural son libres e iguales entre sí. En el Renacimiento hay
una contraposición entre el optimismo humanista, según el cual el hombre es naturalmente bueno, y
el pesimismo luterano, para el que el hombre es naturalmente malo. En el pensamiento moderno la
tesis de la bondad natural del ser humano fue recogida por Rousseau, mientras que la tesis del
hombre naturalmente malo fue recogida por Hobbes.

Locke no parece compartir ninguna de estas dos posiciones extremas. En el estado natural
(en el que no existe organización política), los seres humanos pueden violar los derechos y las
libertades de los demás (y, por tanto, el hombre no es necesariamente bueno), pero también en ese
estado los hombres cuentan con una ley moral, descubierta por la razón: la ley natural, que impone
unos límites a su conciencia y a su conducta.

3.2. La ley moral natural.


Lo natural en el ser humano es buscar en sus acciones aquello que le haga feliz. Todo lo
que resulta incómodo es molesto y nos entristece. La tristeza procede del deseo de un bien que no
tenemos; esto turba al espíritu y lo incomoda, produciendo dolor, según sabemos por experiencia.

Para Locke, dado que no hay ideas innatas, no podemos decir que haya principios prácticos
o morales innatos. Para conocerlos necesitamos el trabajo de la razón, porque tienen un carácter
racional y sus mandatos se pueden demostrar tanto como la certeza matemática.

Existe una ley moral natural a la que se llega por reflexión, pero procede de la experiencia.
Por eso buscamos el bien y rechazamos el mal, de acuerdo con la ley de la naturaleza, que puede
descubrir la razón, y que procede de la ley divina. Esta ley moral natural es la base de la
moralidad.

Además de la ley moral, los seres humanos tienen naturalmente ciertos derechos
inalienables. Entre los derechos naturales, Locke insiste –de acuerdo con las circunstancias
socioeconómicas de su época- en el derecho de propiedad. Los hombres tienen un derecho natural a
la propiedad, cuyo fundamento es el trabajo.

3.3. La sociedad política. El contrato.

En el estado natural resulta difícil una defensa racional de los derechos individuales (y,
muy especialmente, del derecho de propiedad), bien porque el individuo sea incapaz de repeler por
sí mismo las agresiones de los demás, bien porque, al repelerlas, pueda excederse de modo
arbitrario. Se hace así necesaria una organización política, y con ella, una ley objetiva que
remedie las desventajas del estado natural.

Las ideas fundamentales de Locke acerca de la organización de los individuos en


sociedades políticas son dos:

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1. En primer lugar, no admite que la sociedad política sea antinatural, radicalmente
contraria a la naturaleza: más bien la concibe como algo útil y adecuado para salvaguardar el
disfrute pacífico de los derechos naturales.
2. En segundo lugar, pretende fundamentar racionalmente la sociedad política, y el
único fundamento racional que encuentra es el consenso, el consentimiento de todos los individuos:
el origen de la sociedad está, pues, en el acuerdo, en el contrato o pacto libremente aceptado por
todos los individuos. A través de este contrato, explícito o implícito, los individuos renuncian a
parte de su libertad, para poder gozar de ella con mayor seguridad; entregan todo el poder
necesario para alcanzar los fines propios de la sociedad, y aceptan someterse a la voluntad de la
mayoría.

La sociedad civil constituida en Estado tiene como fines: la salvaguarda la propiedad


privada, la resolución de las diferencias entre sus miembros, la aplicación justa de las sentencias y
la consecución de la paz, la seguridad y el bien común.

3.4. Contra el absolutismo.

La propiedad no es lo único que hay que preservar. También la libertad es fundamental


para la nueva clase social en ascenso, y también es consagrada como derecho natural. Por eso la
cesión de poder que propugna Locke no es absoluta ni incondicional. Se trata en este caso de ceder
básicamente el derecho de hacer leyes y castigar a los infractores, pero la cesión es siempre
revocable. El contrato no obliga sólo a los gobernados, sino también a los gobernantes. Los que
ejercen el poder político tienen un mandato popular y son responsables ante el pueblo del
desempeño de su misión, consistente en promover el bien común. La soberanía siempre permanece
en el pueblo, que en cualquier momento puede revocar al gobierno que incumpla lo que se ha
pactado.

Locke admite que la cesión de poder recaiga en una sola persona o en una minoría
oligárquica, pero sus planteamientos se decantan por una monarquía parlamentaria en la que la
función del monarca se hace progresivamente simbólica.

A la posibilidad de deshacer el pacto, Locke añade una limitación más al poder de los
gobernantes: se trata de la división de poderes. Sin llegar a la tripartición que hará célebre
Montesquieu medio siglo más tarde, establece la división entre el poder legislativo, que recae en el
Parlamento, y el poder ejecutivo, que recae en el Gobierno. Un paso importante, aunque aún
insuficiente, para evitar los abusos de poder. Nos habla, además del poder federativo, que describe
como el poder que conduce todo lo relacionado con los “asuntos exteriores o internacionales”,
como declarar la guerra o negociar la paz, establecer pactos y alianzas y realizar tratos con todas
las personas y comunidades fuera del Estado.

Debemos señalar que esta división no coincide con la que se encuentra vigente en los
Estados democráticos actuales pero, sin duda alguna, esta hunde sus raíces en aquella. Hoy
distinguimos entre poder legislativo, ejecutivo y judicial. En este sentido, lo que Locke designa
como “poder federativo” en la actualidad recae dentro de las funciones del ejecutivo. Por el
contrario, lo que hoy constituye el poder judicial, en la distinción de Locke formaría parte del poder
ejecutivo, pues para nuestro autor el poder ejecutivo sería el encargado de administrar justicia.

Hobbes había dado un paso fundamental al situar el origen del poder en el pueblo. No
obstante, la convicción de que lo más importante en aquel momento era el orden había llevado a
renunciar al poder a favor del soberano. Con Locke, sin embargo, la sociedad civil asume

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definitivamente el protagonismo y no está dispuesta en modo alguno a aceptar que alguien se lo
arrebate.

Se trata, sin duda, de ideas muy generales, pero que han llegado a convertirse en principios
básicos comúnmente aceptados en todo Estado democrático.

3.5. La libertad religiosa.

Para Locke, la religión y la moral son dos ámbitos independientes, lo mismo que lo deben ser
la Iglesia y el Estado, según podemos apreciar en sus “Ensayos sobre el gobierno civil” y en su
“Carta sobre la tolerancia”. Insiste en que la tarea del Estado debe limitarse a las cuestiones
relacionadas con los intereses civiles, y no debe inmiscuirse jamás en las cuestiones religiosas
de los ciudadanos y viceversa. En consecuencia, las asociaciones religiosas deben ser libres y la
pertenencia a ellas completamente voluntaria, sin que ninguna pueda gozar de ninguna
preeminencia ante el Estado. Por otra parte, en justa correspondencia, las actividades de estas deben
limitarse a su esfera propia, o sea, a los asuntos de culto y las creencias.
Locke se opone, pues, al uso de la religión como instrumento de poder. Perseguir, dice, a los
que son contrarios a mi fe es anticristiano, pues Dios no obliga a profesar religión, sólo la propone.
Si las limitaciones humanas nos hacen ignorar cuál es la verdadera religión, la solución no puede
ser violentar a nadie, sino dejar libertad de conciencia.
Sin embargo, Locke era creyente y pensaba que aceptar la existencia de Dios es un elemento
importante para la convivencia social. También nos dice que el cristianismo está teñido de
racionalidad.

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