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2016
Teatro breve
yeagudelo@yahoo.com
Despedida
de Yenny Agudelo
Carmen
Juan
Carmen inmóvil, Juan se acerca a ella. Él la abraza pero ella continúa inmóvil.
Carmen se percata del fusil y se aleja. Él le entrega la flor.
Carmen– ¿Y esto?
Juan– Una flor. Se puede tener detalles. ¿No? (Carmen pone la flor sobre la mesa.)
Carmen– ¿Me va a decir a qué vino?
Juan– Ya le dije: a visitarlas. Llame a mi hermana.
Carmen– Ella no está. ¿Le dan mala vida por allá, m’hijo?
Juan– Uno se acostumbra. ¡La casa está cambiada!
Carmen– Juan…
Juan– Voy a buscarla yo mismo.
Carmen– M’hijo…
Juan– Mamá, es que… Graciela se tiene que ir conmigo.
Carmen– ¿Cómo se le ocurre? ¿Se enloqueció?
Juan– El comandante quiere una hembra y me mandó llevarla. ¡Graciela! ¡Venga!
Carmen– Juan, ella no se puede ir.
Juan– ¡Mamá, es ella o todos nosotros! Me la tengo que llevar… Mire. (Juan señala la
ventana, Carmen se asoma, queda inmóvil.) ¿Me entiende? O regreso con ella o no
regreso… Por eso están ahí. No puedo hacer nada, no podemos hacer nada.
Carmen– ¡Es una niña, Juan!
Juan– Yo sé. Mamá, no quiero llevármela. ¿Me cree?
Carmen– ¿Van a volver?
Juan– No sé.
Carmen– ¿Nunca?
Juan– No me puedo demorar.
Graciela se suelta de la mano de Juan y se lanza sobre Carmen; las dos se funden en
un abrazo. Graciela acaricia el rostro de Carmen, que cierra los ojos. Sus brazos se
descuelgan al lado de su cuerpo, se mantiene inmóvil. Juan se acerca y los tres se
abrazan fuertemente.
Juan– Usted sabe cómo es esto, viejita. Esta vez nos tocó a nosotros.
Carmen se quita el suéter que lleva puesto y se lo pone a Graciela, Juan va hacia la
puerta, la abre y sale.
Juan– ¡Vámonos!
Apagón
Mónica Liliana Alonso
Nacida mataderense y argentina, fui la típica que “solo era feliz en el colegio”* y me
emocionaba todas las mañanas cuando izaban la bandera. Poeta quién sabe por qué,
médica por amor a las trincheras, actriz por juguetona y, finalmente, dramaturga, por
lógica consecuencia.
Agradezco a los maestros y compañeros que me nutrieron y acompañaron hasta aquí.
Especialmente a Orlando Acosta (actuación), Mauricio Kartun (seminario de
dramaturgia), Carlos Ianni (dirección teatral).
Y mención aparte al maestro Ariel Barchilón, que me lleva del balbuceo a la historia y a
las palabras en su mágico taller de los miércoles.
monialonso@fibertel.com.ar
Voluntario
de Mónica Liliana Alonso
Marcelo
Ochoa
Habitación. Cama, mesita de luz y espejo colgado en la pared. Puerta cerrada (baño) y
otra salida al resto de la casa. Se escuchan golpes detrás de la puerta cerrada.
Ochoa, cuarentón, delgado. Frente al espejo en calzoncillos y camiseta, termina de
pasarse una navaja por el pelo. Sobre la cama hay un uniforme.
Ochoa ignora los golpes y se pone el pantalón. Le queda enorme. Toma el cinturón y
ajusta. No tiene agujeros suficientes. Se quita el pantalón, trata de agujerear el
cinturón con la traba de la hebilla.
Marcelo– (Desde el baño.) Viejo, no seas pelotudo, abrime. No me hagas gritar que se
va a despertar la vieja. (Ochoa saca del cajón de la mesita una tijera. La usa con el
cinturón.)
Viejo ¿qué estás haciendo? Dentro de dos horas tengo que presentarme en el cuartel, se
me hace tarde. Me van a cagar a pedos. (Golpea.) ¿Qué carajo te pasa? ¿Estás en pedo
otra vez?
Ochoa– (Logró su objetivo y se pone el pantalón.) Más fresco que nunca estoy. (Sigue
vistiéndose.) En pedo estuve casi toda la vida, pero ahora sí se terminó. Me van a tener
que aguantar esos milicos de mierda. ¿Se quieren ir a cuetear con lo inglese? ¿Se
quieren llevar a un Ochoa? Se lo llevan a éste o a ninguno. Mirá si les voy a dar un hijo
también. Putos carroñeros. Nos sacaron el gobierno, la libertá, el Gasómetro…y ahora
quieren jugar a los soldaditos y llevarse… (Mientras tanto, Marcelo desarmó la
cerradura y cae al piso la manija. Se abre la puerta y aparece Marcelo tambaleante.
Tiene 18, alto como el padre pero fuerte y musculoso, corte de pelo de colimba, en
jeans y remera.)
Marcelo– (Mirándolo incrédulo.) ¿Qué? ¡La ropa…! ¡Sacate eso! Mirá el pelo… ¡Por
Dios!
Ochoa– (Sorprendido, mira hacia la puerta del baño y luego, divertido, le toca una
mejilla.) Hijo ´e tigre… No te dejás agarrar fácil, ¿eh?
Marcelo– (Revisando la chaqueta, moviéndose en torno a Ochoa.) ¡Sacate eso,
¿querés?! Me llega a faltar un botón y el sargento me baila. ¿No entendiste que cuando
me presento hoy, ya nos mandan al sur? ¿Sabés...?
Ochoa– Usted al sur no se va nada. Para eso está su padre.
Marcelo– (Va a replicar pero se contiene y le pone una mano en el hombro.) Tranquilo
viejo, no te pongás mal, vos también. Ya a la vieja le tuve que conseguir un sedante, me
salvó la vecina. Pero para vos no tengo nada. Tenés que ser fuerte, viejito, no te pirés.
Dale, sacate el pantalón. (Intenta desabrocharle el cinturón, Ochoa retrocede, se sube a
la cama.)
Ochoa– Ningún pire. Más respeto. Ademá, dejame hablar. Vo no está para lo que estos
monos quieren que hagas. Nadie está… pero los pibes y las mujeres primero…Yo tengo
obligación, seré lo que sea pero ésta la tengo clara
Marcelo– (Se sienta sobre la mesita con los brazos cruzados.) Viejo, no te quiero faltar
el respeto, pero vos no podés tener claro nada. Estuviste durmiendo la mona tres
semanas.
Ochoa– Ya sé…
Marcelo– Después de que yo, la vieja y todo el barrio te buscamos dos días…
Ochoa– El triunfo con Atlanta, 4 a 0… ¿Qué queré? Empecé con Fanta, te juro…
Marcelo– Te encontré casi muerto, tapado de vómito y mierda. ¡Fanta!
Ochoa– (Baja de la cama pero se mantiene a distancia.) No te calenté. Tené razón; soy
un forro, siempre fui un forro…Y vo siempre me ayudás. Desde noviembre que no
chupaba, gracia a vo. Todas la semana juntito alentando al ciclón… Por fin tengo buena
yunta y… (Pausa. Intenta tomar la chaqueta. Marcelo lo detiene.)
Marcelo– No sé qué querés hacer justo ahora, pero ya está. Hasta yo sé que cuándo hay
guerra y te llaman tenés que ir; no hay otra. Y más si sos colimba. ¡Sacate eso! (Ochoa
baja la cabeza y se saca el pantalón. Marcelo lo extiende sobre la cama.)
Ochoa– Ta bien, vo tené que ir. Pero yo puedo ir con vo. De voluntario…
Marcelo– (Desbordado.) ¡Viejo, no puedo más! ¿No entendés? No puedo seguir
bancándote. Yo me tengo que ir a donde carajo me manden y vos te tenés que despabilar
y cuidar a la vieja y al pendejo. (Patea la cama y le da la espalda. Pausa.)
Ochoa– (Lentamente se sienta en el suelo, apoyándose contra la cama.) Tenés mala
suerte Marcelito. Naciste en un país de curdas cagadores… (Marcelo vuelve a mirarlo,
vacila y luego se sienta al lado de él, le pasa el brazo por los hombros. Ochoa se
quiebra y empieza a darle besos en la cabeza.)
Marcelo– Bueno, bueno, largá, que no se diga…Va a salir todo bien; seguro vuelvo
enseguida, como pasó con Chile, un amague… (Ochoa permanece con la cara oculta
en el hombro del hijo. Él mientras habla le hace torpes caricias, en la espalda, la
cabeza.) Vos tenés que cuidarte y cuidar el rancho, para cuando vuelva. Y lo más
importante: le tenés que seguir haciendo el aguante al Ciclón, eso es sagrado. Y cuando
gane, en vez de ir a festejar me escribís y me contás el partido. ¿Hecho?
Ochoa– (Levantando el rostro, besa sus dedos en cruz.) Por Evita te lo juro. (Vuelve a
ocultar su rostro en el hombro del joven. Por unos momentos permanecen así,
pareciera que el hijo acuna al padre.)
Marcelo– (Canta despacito.) “Yo era cuervo desde que estaba en la cuna…”. (Ochoa se
incorpora y Marcelo también. Ochoa se limpia rudamente unas lágrimas, todavía no
puede hablar. Le da un golpecito en el brazo a Marcelo.)
Marcelo– Dale viejo, a seguir triunfando. Vos acá y yo allá. (Lo toma de las manos con
gesto cómplice y enfrentados empiezan a dar saltitos en el lugar mientras cantan.)
Ambos– “Ahí viene la hinchada/ Le gusta cantar/ ¡Vamos, vamos, San Lorenzo! / Que
volvemos a la A”. (Se detienen y se funden en un abrazo.)
Apagón
Marcelo Fabián Aruj
marfaruj@gmail.com
Serás lo que debas ser
de Marcelo Aruj
Doctor
Hombre
El Hombre, con ropa raída, está sentado. Frente a él una silla vacía. Un único gesto
que repite: abre y cierra los ojos. Vestido de blanco, entra el Doctor, por detrás del
Hombre y avanza hacia la silla, mientras lo observa. Se ubica frente a él, se sienta. El
Hombre no advierte su presencia y continúa abriendo y cerrando sus ojos. En una de
sus aperturas…
Silencio. Se miran. El Hombre avanza hacia el Doctor y éste baja apenas su cabeza. El
Hombre lo acaricia con ternura.
Bayo Blanco– Ahora que todo has recordado, sí es posible torcer la historia. Es
necesario, así está dispuesto, que vuelva a alejarte de la muerte. Es mi destino salvarte y
el tuyo no morir. Vuelve a tu tierra, que sufre de luchas y miserias. Los colonizadores no
se han ido, y bien adentro los hermanos se pelean.
Bayo Blanco cubre con sus manos los ojos del General
Apagón
Ariel Barchilón
Hijo de José y Paulina, padre de Alegría, compañero de vida de Albana. Nació en San
Juan. Vive en Buenos Aires. Ama las islas del Tigre. Es licenciado en letras, dramaturgo
y narrador. Estrenó más de veinte obras de teatro, entre las que se destacan Cartas de la
ausente, Paisaje después de la batalla, Los impunes, Ya no está de moda tener
ilusiones, El miembro ausente, Oratorio por un país en sombras, Salvavidas de plomo y
Canto de amor contra la muerte. Muchas de ellas recibieron importantes premios
nacionales e internacionales. Sus piezas integraron ciclos teatrales como
Teatroxlaidentidad I, II y IV, Ciclo Nueve II y III, Género Chico y las cinco ediciones de
Proyecto Puentes. Ha recibido becas de dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro y
del Fondo Nacional de las Artes. Algunas de sus piezas fueron estrenadas en España,
Italia, Chile, Uruguay y Cuba. Desde hace muchos años, coordina Talleres de
Dramaturgia en el estudio de Mauricio Kartun, en la carrera de Dirección Teatral de la
Universidad Nacional de Artes y en el Postgrado de Dramaturgia de la misma
institución. Es el coordinador del Taller Hijos del Rigor, que por cuarto año consecutivo
pone en escena el festival Dos veces bueno. Coordina también la editorial cooperativa
Cero Ala Izquierda, que edita las obras escritas y estrenadas en su taller de dramaturgia.
arielbarchilon@gmail.com
Ella baila sola
de Ariel Barchilón
Amalia
Elena
Buenos Aires, 2016. Living de un departamento. Una mujer mayor, vestida como para
una fiesta, enciende velas que están sobre una mesa preparada con un mantel lujoso,
copas de champán y flores. Ambiente romántico. Se escuchan las campanadas de un
reloj de péndulo. La mujer, radiante, sale del living y abre una puerta.
Amalia– (Voz en off.) ¡Hola! ¡Qué lindo verte otra vez! ¡Pasá, pasá! (Pausa.) Gracias
por la puntualidad. Adelante, pasá.
Por la manera de mirar de Amalia nos damos cuenta de que alguien, invisible para el
espectador, entra en el living.
Sigue bailando durante un tiempo de felicidad radiante, hasta que entra, sigilosa,
Elena, la hija ciega de Amalia, desde la puerta.
Elena se queda inmóvil percibiendo el lugar.
Cuando Amalia la ve, deja de bailar. Indica con un gesto a su interlocutor que haga
silencio.
Amalia– Hola, mi amor. No te esperaba. (Le da un beso.)
Elena– ¿Con quién estás, mamá?
Amalia– ¡Sola! ¿Con quién voy a estar? (Silencio tenso.) ¿Qué pasa, nena?
Elena– Apagá esa música, mamá. (Amalia obedece. Silencio.) Habíamos quedado en
que no ibas a escuchar nunca más ese disco.
Amalia– ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? ¡Me gusta!
Elena– No te hagás la tonta, mamá. La doctora te dijo que no te hace nada bien…
Amalia– ¡Por favor! ¡Qué sabe esa mujer de lo que me hace bien a mí! (Hace un gesto
de que espere a su interlocutor invisible.) Vení, mi amor, sentate. (La guía hasta la
silla.) ¿Querés comer algo?
Elena– (Se sienta. Toca el mantel.) ¡Pusiste el mantel de seda bordada!
Amalia– ¡Sí! ¿Te gusta?
Elena– No te hagás la tonta, mamá. Sé que hoy es el aniversario. (Toca el candelabro.)
¡Prendiste las velas, también! ¡Igual que el año pasado!
Amalia– ¡Ay, no hagas una montaña de un grano de arena! Sabía que ibas a venir y
quise celebrar con vos. Eso es todo.
Elena– ¡No mientas! Me dijiste que no viniera porque ibas a ir al cine con la tía Fany.
Amalia– ¿Te dije eso? ¡Ay, qué tonta! Vos sabés que tengo la cabeza un poco…
Elena– Vine porque la tía Fany se asustó.
Amalia– ¿De qué?
Elena– De lo que le dijiste por teléfono.
Amalia– Yo no hablé con Fany.
Elena– Le dijiste que papá iba a venir a verte.
Amalia– Preparé milanesitas de peceto al gratine, con batatitas doradas. ¿Querés
que…?
Elena– ¡Papá está muerto, mamá!
Amalia– ¡No! No está muerto.
Elena– ¡Hace cuarenta años que está…!
Amalia– ¡Ya lo sé! Pero no está muerto.
Elena– ¡Ay, mamá…! ¡No vuelvas a escuchar esa canción! ¡Por favor!
Amalia– Está bien. Te juro que no voy a… ¿Querés que brindemos? (Pausa.) Hoy
cumplimos 42 años de casados…
Elena– ¡Cumplirían, mamá…! ¡Cumplirían!
Amalia– Sí, eso quise decir. (Pausa.) Adiviná. (Pausa.) Tengo una sorpresa para vos.
Amalia sale con su interlocutor invisible. Elena pasa sus ojos ciegos por el living, con
inquietud. Amalia vuelve a entrar, radiante.
Silencio.
Se abrazan.
Apagón lento.
Cuando la mentira es la verdad
de Ariel Barchilón
Mujer 1
Mujer 2
Living de una casa de clase media. Música funcional relajante. Frente a la ventana,
Mujer 1 observa el paisaje. Le faltan los dos brazos. Tiene una especie de gorro de
nadadora en la cabeza y un camisón que le llega hasta los tobillos.
Mujer 2– Hola… Hola… (Escucha. Corta. Marca otro número. Escucha. Corta.) Qué
raro… Estoy llamando a mi casa y siempre se escucha una grabación.
Mujer 1– Sí, en todos los números está la Declaración de la Alegría. (Sin ironía,
conmovida.) “Yo estoy aquí para cuidarte y decirte la verdad”. ¡Qué lindo, ¿no?!
Mujer 2– Sí, muy lindo. (Va a la puerta y golpea con furia.) ¡Abran!
Mujer 1– ¡Basta! Nos van a castigar, señora.
Mujer 2– ¡Yo tengo derecho!
Mujer 1– ¡No diga eso! No tenemos ningún derecho, señora. Ellos son buenos y nos
cuidan porque tienen misericordia.
Mujer 2– Eso es mentira. Ellos nos liberaron de la tiranía. De los corruptos.
Mujer 1– No le miento. Yo también gritaba al principio. (Pausa.) Míreme, señora.
Mujer 2– ¡No puede ser! Usted debe haber nacido así.
Mujer 1– Pero si trabajo hace 15 años con usted, señora.
Mujer 2– ¡A mí no me va a pasar! Yo soy una persona bien. Yo los apoyé; yo creo en
Ellos.
Mujer 1– Yo también los apoyé, señora.
Mujer 2– ¿Estás tratando de asustarme?
Mujer 1– No.
Mujer 2– Voy a llamar a mi casa.
Mujer 1– Estamos en su casa, señora.
Mujer 2– ¡Esto es una cárcel!
Mujer 1– No, señora. Mire bien.
Mujer 2– Hola… ¿Hay alguien ahí? Disculpen que les haya gritado antes, pero… ¡Se
trata de un error! ¿Me escuchan? Me gustaría hablar con el gerente... Yo soy una de
ustedes.
Silencio. Nadie le responde. La Mujer 1 mira por la ventana.
Mujer 1– Venga, señora. Empezó a nevar. Las montañas se ven muy lindas.
Mujer 2– ¿Por qué no me contestan?
Mujer 1– Venga. Le va a gustar.
Mujer 2– (Va hacia la ventana y contempla.) Qué raro.
Mujer 1– ¿Qué?
Mujer 2– Recién se veía un jardín con niños en un día sol.
Mujer 1– Sí, cambian el paisaje cada media hora. Pero siempre es hermoso. Es un
consuelo.
Mujer 2– ¿Un consuelo?
Mujer 2– ¡Eh!
Mujer 1– ¿Vio qué lindo, señora? Se enciende solo. Se da cuenta cuando una está triste.
La mujer 2 busca el telecontrol y hace zapping, pero en todos los canales están las
mismas risas grabadas. Mujer 1 se acerca a mirar la televisión con Mujer 2.
Mujer 2– Qué raro. (Se ríe.) En todos los canales dan “Tele-risa para el alma”.
Mujer 1– Sí… (Se ríe.)
Apagón
Chusa Blázquez
Nació en Albacete, 1978. Actriz española. Llegó a Buenos Aires en 2013. Actualmente
participa en Antes de Antes, de Marcelo Savignone y Bodas de Sangre, dirección de
Marcelo Caballero. Estrenó en el teatro IFT La Noche que Sandro saltó el tapial de
casa. Sus dos últimos trabajos en Madrid, Bla Bla Bla y Fragmentos de un velatorio,
dirigidos por Miguel Pittier, estuvieron más de un año en cartel. Otros montajes a lo
largo de su carrera fueron El malestar, El rigor de las desdichas, Circe, Dada, Romeo y
Julieta, Hamlet. En cine, destaca su participación en Fuman, cortometraje mención
especial mejor micro-comedia de Alain Kortázar, y su trabajo coprotagónico en el
unitario de la serie Arrepentidos, de Nat Geo. En 2015 comenzó su formación en
dramaturgia de la mano de Ariel Barchilón.
chusablazquez@gmail.com
Ganaron
de Chuza Blázquez
María
Elisa
Elisa– Hola mi vida, feliz cumpleaños. (Apoya un tacho con agua junto a la tumba.) Yo
cada vez más vieja y tú cada vez más sucio. (Escurre un trapo.) Yo pienso que ya lo
debes saber, pero por si llevabas razón, y es verdad que Dios no existe, pues te lo digo
yo que sé que te vas a poner muy contento. Franco… (Elisa encuentra la foto.) ¿Y esto?
María– ¿Cómo estás? (Silencio.)
Elisa– (Mira la foto.) Lo cierto es que eras muy bonita. Y mi Enrique… Esa mañana
tenía tanta prisa que no me dejó repasarle el bolsillo de la camisa y lo llevó todo el día
medio colgando. (Le devuelve la foto.)
María– (Señalando en la foto.) ¿No me vas a preguntar…?
Elisa– No. Y tampoco te voy a preguntar para qué has venido.
María– Éste es Juan, Agustina, Rosario, Pedro, el Federico y su hermana, siempre
agarrados de las faldas de su madre. Y Pilarín, que apenas andaba.
Apagón
Ana María Boerr
aniboerr@hotmail.com
Juana Moro
de Ana María Boerr
Socorro
Serapio
Salta 1814. Durante las guerras por la emancipación. Sala en casa de Socorro.
Socorro, 50 años, española, renga, frágil, vestida de negro, se apoya en un bastón, con
un pico en la mano.
Serapio, 40, hermano de Socorro.
Socorro deja el pico en el suelo y apoya la oreja en la pared.
Socorro– ¡Juana! Juanita, ¿me estás oyendo? No, no te canses. Tan gruesa esta pared…
Ya casi no te oigo. Haz sonar la campanita, mejor. La que yo te regalé. Te espero.
Mientras tanto sigo trabajando. No te creas que descanso. ¡Mira si te voy a dejar ahí
encerrada! (Toma el pico del suelo y lo levanta para dar un golpe. Baja la voz.) ¡Ay, en
carne viva, las manos! ¡Dios mío, dame tu fuerza, que la mía se acaba! (Empuña el
pico; se oye un tintineo del otro lado.) ¡Juanita, qué alegría, te estoy escuchando! No
pienses más en la sed. Jarras llenas de agua tengo para ti. Fresca, cristalina, rica como
aquellas humitas. ¿Juana? ¿Me oyes? (Eleva la voz.) No estás encerrada en lo oscuro.
Estás al sol sobre tu caballo. Imagina el calor del sol. Atraviesas galopando el ejército
de los tuyos y sigues, sigues galopando a través del ejército de los míos. No te
reconocen y no te molestan gracias a tu ropa de coya. Tú eres fuerte, Juana, y no pueden
derrotarte. Llegas. Saltas la tapia y me dices. (Pausa. Apoya la cabeza contra la pared
que está picando.) ¡Sí! Eso mismo dijiste. A mí, que siempre he odiado llamarme
Socorro. ¡No voy a dejar que te mueras! ¡Vamos, Juana! No te permito que te mueras.
No puedes morirte sin contarme la magia que usaste con el marqués de Yaví. (Va a dar
un golpe con el pico, se le mueve el bastón y cae al suelo. Se recompone y se levanta.)
Serapio– Buenas tardes, Socorro. He venido a consolarte en un momento que debe ser
difícil para ti.
Socorro– Gracias, Serapio. No querría que malgastaras tu tiempo acá. ¡Tanta guerra!
Serapio– ¡Alto, alto!
Socorro– Pero te has hecho tiempo para tu hermana a pesar de los aljibes que tienes que
cegar y las puertas y ventanas que mandas cubrir con adobe.
Serapio– ¡Quieres que me ofenda y me vaya! ¿Qué estás escondiendo ahí?
Socorro– De coya, para que te enteres, aunque no sé qué derecho tienes a criticarla
después de haberla emparedado.
Serapio– Santa Juana, perdón. No habrá sido con santidad como consiguió que el
marqués de Yaví se retirara antes de llegar a Salta.
Socorro– Estás sangrando por la herida. Y mira que han pasado años desde que la
mirabas y la mirabas. (Silencio.) Hace rato que no oigo la campanita.
Serapio– Tres días que no duermo. Y ella ha traicionado al Rey.
Socorro– ¡Calla, Serapio! Traición. ¡Una palabra para clausurar puertas y tapar
ventanas!
Serapio– Quieres que me arrepienta. Y no puedo. Es el honor, es el deber, es la Patria.
Socorro– Yo ya no recuerdo cómo era España. (Dando golpes con el pico.) Si estuviera
allá les daría a los franchutes así. Ella lucha por los suyos. Piensa que nosotros somos de
afuera. (Pausa.) Pero es mi amiga.
Serapio– ¿Y eso qué importa?
Se oye el tintineo.
Serapio– ¡Qué manos, Socorro! ¡Mira si son las manos de una dama, todas sucias y
lastimadas! ¡Qué forma de hacerte daño! ¡Ve a lavártelas! (Toma el pico.) ¡Trae para
acá!
Apagón
Daniel Burak
Nació -como no podía ser de otra manera- en Buenos Aires, ciudad en la cual fue niño
en los 60, y donde ahora, a los casi 60, continúa siéndolo.
Ha estudiado dirección de cine y TV. en Tel Aviv, durante los años tristes de fines de los
70 y comienzos de los 80. Desde entonces, se dedica a ejercer ese oficio de diversos
modos. Como director, recibió en 2004 un premio Cóndor de Plata por su primer
largometraje: Bar el Chino. En 2012 estrenó Nicaragua... Sueños de una generación,
cuya dirección compartió con Roberto Persano y Santiago Nacif.
En teatro ha escrito y puesto en escena las obras Ilarilarie O-O-O y Sacacorchos, ambas
publicadas en las ediciones anteriores de este ciclo y gestadas en el transcurso del taller
de su maestro, Ariel Barchilon.
danielburak@gmail.com
Aquí, en la arena
de Daniel Burak
Bernabé
Arturo
2049. Un viejo bar. La mesa emite una tenue luz que ilumina el rostro de Bernabé,
quien, con casco estrambótico, baila sentado y ríe. Es un anciano de cabello oscuro y
abundante. Viste polera roja y pantalón blanco.
Entra un hombre de mediana edad y se para detrás de él. Bernabé gira.
Bernabé– Disculpá, es que estaba con la Alfano en el Bailando. ¡Qué minón! Vos eras
un nene, ni te debés acordar. ¡Redivertido, y no "parece" que estuvieras ahí, "estás" ahí!
Preparate, te van a preguntar: ¿de veras tu tío hizo el Super Virtual Reality del
Bailando? Te digo: la realidad virtual fue. ¡Esto es el futuro!
Arturo– ¿Eso nos va a ayudar a pensar?
Bernabé– ¿Pensar? Los ciudadanos no buscan pensar. Buscan cómo divertirse. Eso es...
Arturo– ...lo que vende.
Bernabé– ¿Qué tomás?
Arturo– (Hacia lo lejos.) ¡Mozo! (Hace con dos dedos el gesto de "un café".)
Bernabé– ¿A qué estás jugando, Arturo? (Señala la mesa.) Dale, pedí.
Arturo– (Desliza un dedo sobre la mesa.) Es que yo también estuve navegando antes de
venir.
Una compuerta junto a la mesa se abre. Arturo saca una taza de café.
Bernabé– Yo creía que para ustedes esto de la realidad virtual era un entertainment
burgués. ¿Qué navegaste?
Arturo– En la reunión de planificación del secuestro de Aramburu. Cuando querían
café hacían así.
Bernabé– ¡Y un tipo cobraba un sueldo para traértelo a la mesa! ¿Te imaginás?
Arturo– ¡Mirá vos! ¿Y dónde estará ahora esa persona?
Bernabé– Tendrá un empleo de calidad. (Ríe.)
Arturo– ¿Cómo podés ser tan distinto a mi viejo, siendo su hermano?
Bernabé– ¿Acaso vos sos igual a tu hermana? ¡Dale! (Le entrega un casco.) Te traje
algo, lo hice con las únicas imágenes que quedaron de él. (Se pone otro casco.) ¡Dale,
vení que está divina el agua!
Arturo– ¡Basta!
Bernabé se quita el casco muy lentamente y lo deja sobre la mesa. Sin hacer ruido se
levanta y sale.
Apagón
Matías Nicolás Carpio
Estudió actuación con Raúl Serrano y Marcelo Savignone. Participó como actor en
Canción de cementerio, de Luis Cano y El amante, de Harold Pinter, entre otras. Desde
2014 estudia dramaturgia con los profesores Ariel Barchilón y Adrián Goldfrid. Actuó
en los ciclos Dos veces bueno de 2014 y 2015.
carpiomatiasnicolas@gmail.com
Anarquista
de Matías Carpio
Paulino
Guardia
Sótano frío, gélido. Una escalera hacia la derecha sin baranda que se ve de perfil y que
trepa la pared. A la izquierda y muy alto se adivina una ventana que proyecta su luz
sobre el piso. Esta luz es la única que alumbra y que irá aumentando y moviéndose con
el amanecer. El piso es de madera. Una gotera pica y repica hacia la izquierda
atravesando el haz de luz diagonal. Las paredes son de ladrillo, sin revocar. El haz da
sobre Paulino, un joven sentado en una silla de madera hacia la izquierda. El resto está
en penumbras. Sólo se ve su cara: ojo morado, pómulo inflamado. Está rapado a cero.
Grilletes en los pies. En medias, pantalón negro, ancho. Camiseta blanca, sucia, rota.
Hablará, aun en el más perfecto castellano, siempre con la musicalidad italiana. Está
inconsciente. Ruido exterior de pesados cerrojos. Silbatazo fuertísimo.
Un silbatazo.
Apagón.
Patricio Cárrega.
patriciocarrega@gmail.com
La sartén
de Patricio Cárrega.
Juan
Rolo
Juan, 42 años, entra golpeando una sartén. Trae una bandera argentina colgada del
cuello y un cartel, también colgado del cuello, que reza: “CRISTINA, PSICÓTICA,
LADRONA”.
Juan– ¡Aguante el campo! ¡Para vos, viejo kaka, peroncho de…! (Se da cuenta de que
algo anda mal.) ¡Papá!
Toca el tubo de oxígeno y le toma el pulso al viejo. Rolo deja de actuar. Se quita la
mascarilla.
Se corta. Sobre la mesa del comedor, una botella de vino abierta; le queda poco.
Rolo repara en la sartén que trajo Juan. Enclenque, se pone de pie y la agarra.
Rolo– Pero… ¿Justo esta sartén tenías que usar?
Juan– ¿Qué tiene?
Rolo– ¿Cómo qué tiene? ¡Era de Clarita! ¿Te olvidaste?
Juan– Estaba todo sucio. Era la única que…
Rolo– Mirá. ¡Todo el teflón saltado! ¡La arruinaste!
Juan– Bueno, si tanto te jode, te voy a comprar los putos remedios. Me das los
doscientos y, más el vuelto, te compro una nueva. Listo.
Rolo se corta por un violento ataque de tos. Enseguida, Juan lo asiste, cariñoso.
Rolo cierra los ojos aspirando hondamente y como evocando la imagen de la ausente.
Rolo– Qué cosa linda. (Lascivo.) Clarita. (Mirándolo.) Era demasiada mujer para vos.
Juan– Viejo de mierda.
Rolo– (Se saca la mascarilla.) Gorila cornudo.
Furioso, Juan comienza a estrangular a Rolo con la manguera del respirador.
Rolo cae asfixiado. Juan enseguida lo asiste. Lo levanta y le enchufa la mascarilla del
oxígeno.
Apagón
Ana Celentano
Actriz. Estudió teatro en la Escuela de Teatro de La Plata y con los maestros Raúl
Serrano, Pompeyo Audivert y Ricardo Bartís. En teatro ha realizado varias obras, tanto
en el circuito independiente como el oficial: Ser Ellas, Unidad Básica, La plebe, ¿A
dónde van los corazones rotos?, Otros de nosotros, etc. En cine participó en más de
treinta largometrajes y fue premiada con el Cóndor de Plata en Las Vidas Posibles, de
Sandra Gugliotta y en El Mural, de Héctor Olivera, y con el Premio Clarín por
Felicitas, de Teresa Constantini. Fue nominada a diversos premios por Las Viudas de
los Jueves, de Marcelo Piñeiro y Sin Retorno, de Miguel Cohan. También trabajó a las
órdenes de Lucía Cedrón, Héctor Babenco, el mexicano Carlos Bolado, el español
Manuel Menchón, entre otros. En TV participó de series y unitarios que dejaron huella
como fue Okupas, Verdad Consecuencia, Aliados, Malicia, entre otros. Incursionó, en
2015, en la conducción para Canal Encuentro con el programa Subsidios. Desde 2014
asiste al taller de escritura dramática de Ariel Barchilón y Adrián Goldfrid.
anacelentano69@gmail.com
Niebla
de Ana Celentano
Mamaní
Sargento
Noche. Niebla. Casi oscuridad total. Un bote se desliza en el agua. Dos hombres con
uniformes militares de fajina, mochila y fusil colgado. El Sargento, de unos cuarenta
años, de pie a proa, vigila con unos binoculares. El soldado Mamaní, joven conscripto,
rema con mucha lentitud. Silencio. Ruido del agua que se mueve. Una luz sale de la
mano del Sargento, recorriendo la niebla. Hablan con sigilo.
Mamaní tantea la mano de Sargento, toma la linterna y oculta la luz con la mano.
Se ocultan en el fondo del bote. Se oyen unos disparos que dan en el agua muy cerca de
ellos.
El bote se hunde. Los dos militares con sus fusiles en la mano, quedan parados en el
agua.
Apagón.
Claudia Iris Eichenberg
claudiaeichenberg@yahoo.com.ar
La salida
de Claudia Eichenberg
Ana
Jorge
Departamento modesto.
Ana revisa papeles, guarda algunos en un portafolio, otros los hace pedazos. Luego
saca el dinero de una caja que tiene escondida, lo guarda en su cartera. Va hacia la
ventana, espía. Tocan el timbre. Ana rápidamente va hacia la mesa, toma los pedazos
de papel, los pone en una bolsa, va hacia el baño. Se escucha el ruido del depósito de
agua. Vuelve. Suena el timbre. Atiende.
Jorge entra, gira como mirando por la mirilla. Luego ve la biblioteca. Se acerca. Ana
entra, ahoga un grito.
.
Jorge– Sentí el ascensor y no me gusta que me vean en la puerta del departamento de
una mujer tan linda. Viste cómo son de chusmas.
Ana– Tomá (Le alcanza un paquete.) Tenelo; lo tenía de reserva.
Jorge– Bueno, mañana te lo devuelvo.
Ana– No hace falta. (Toma unas carpetas, las guarda en el portafolio.) Si me disculpás,
estaba por salir.
Jorge– (Señalando la biblioteca.) Siempre con los libros.
Ana– Y… tengo que preparar clases, estudiar.
Jorge– ¿Estudiás? Pensé que eras profesora.
Ana– Sí, por eso. Y en media hora tengo clases…
Jorge– Así que las profesoras estudian y yo que creía que se las sabían todas.
¿Profesora de qué?
Ana– Literatura. (Apaga la luz de una lámpara que tiene en una mesita ratona.)
Jorge– Ah, secundario.
Ana– Sí. (Va hacia la ventana, mira hacia afuera. La cierra.)
Jorge– ¡Uy! Qué paciencia, los adolescentes son bravos, ¿no?
Ana– Y… es una edad…
Jorge– Discuten todo, piensan que son dueños de la verdad. Yo no podría…
Ana quiere abrir la puerta pero está cerrada. Jorge le muestra las llaves.
Jorge se acerca.
Ana abre y sale. Cierra la puerta con llave. Se escuchan frenadas de coches, gritos,
sirenas. Jorge vuelve a espiar por la ventana. Tiempo. Se escucha el ruido de las llaves.
Entra Ana. Se miran.
Apagón
Paula Etchart
A la autora se le ocurrió nacer en julio de 1977, tres meses antes de lo esperado, en los
pagos de Haroldo Conti. Vivió en un pueblo rural, Rawson (B), pero cansada de ver
vacas y campo, emigró a la ciudad a estudiar Psicología. Luego de recibirse se dio
cuenta de que prefería hacer reír a atender problemas ajenos, y tras ¿completar? su
formación como docente, estudió la carrera de Guionista de Radio y TV en el ISER,
guion de cine en Guionarte, y con los maestros del universo dramatúrgico Mauricio
Kartun y Ariel Barchilón. Alguno que otro jurado ha premiado su labor de escritura,
tanto en poesía como en narrativa; entre ellos, Argentores, cuatro de sus radioteatros. Le
publicaron en antológicas antologías y en 2004 despertó a la poesía su primer libro
Después del sueño; declarado de interés municipal (no somnífero) por el Honorable
Concejo Deliberante de Chacabuco. En 2012 subió a las tablas Mamá, papá: mi novia y
le gustó tanto que se sumó al ciclo Dos veces bueno II con “Línea directa a su servicio”,
ciclo dramatúrgico que ya es un vicio para la autora como bien pueden observar a
continuación. Actualmente se dedica, a pesar de sus alumnos, a la docencia y, gracias a
ustedes, lectores y espectadores, a la escritura.
www.paula-etchart.blogspot.com
paulet.art@gmail.com
Sangre o anarquía
de Paula Etchart
Carmela
Vitale
Va hacia la puerta. Vitale asoma la cabeza de debajo de la cama. Tiene quince años; es
flaco, el pelo corto y negro está lleno de pelusas.
Carmela– (Abre y mira hacia afuera.) ¡Vitale! ¡Vitale! Io lo agarro y lo amatzo. ¡Lo
amatzo! ¡Fare questo a la mamma!
En simultáneo al grito de Carmela, Vitale mete la cabeza bajo la cama. Ella cierra la
puerta, enojada. Va hacia la cama, llena la bolsa. Le queda ropa afuera. Se pone en
cuatro patas en el piso y estira la mano.
Vitale sale con el dedo sobre los labios, negando con un gesto particular. Carmela,
agitada, se agarra el pecho.
Carmela– Osté me va a matare de un disgusto. ¡Esconderse de la mamma! (Saca del
bolsillo del delantal un papel. Lo desdobla. Lo pone frente a Vitale.) ¡Lea! ¡Má lea la
veritá! Questo non é un saluto del laboro, como me dico hace un mese. ¡Lea!
Vitale– (Hace a un lado el papel.) ¿Hoy?
Carmela– Sí, oggi. (Saca una valija de debajo de la cama y la señala.) Recentemente
desalocaron a María. Guarda sus cosas que fora está la autoritá.
Vitale– (Metiéndose bajo la cama.) ¡Shhh…! No puedo salir.
Carmela– (Levanta el tono.) ¿E per qué?
Vitale– (Asomándose.) ¡Shhh! No puedo decirle.
Carmela niega con el mismo gesto particular. Agarra la escoba y con el palo pega
debajo de la cama. Vitale sale, refregándose los magullones.
Carmela– ¡Mecor hubiera sido pagare e non chistare…! ¡Vai salire porque la porca
yustitzia nos echa!
Carmela– Osté fue al mitine. Por eso non le piace salire a ver la faccia de la autoritá.
No me piace que se cunte con lo anarquista. Non quiero que termine come il suo
padre… (Mira hacia el rosario.) Que Dio lo tenga a la gloria.
Carmela ve el crucifijo tapado con el sombrero. Niega con el gesto particular. Saca el
sombrero y se lo tira a Vitale. Este se tapa los ojos.
Ambos niegan con el gesto particular. Vitale sigue con los ojos tapados con una mano.
Con la otra, agarra el sombrero y se acerca como un espadachín en ataque hasta el
rosario, mientras Carmela agarra la ropa que está tirada en el piso para meterla en la
valija. Cuando Vitale tapa el crucifijo y se descubre los ojos, Carmela encuentra
manchas de sangre en una camisa.
Carmela– ¡Gratzie Dio, que il mio figlio non é anarquista! (Se persigna.)
Vitale– No haga eso, mamma… ¡Tengo hambre!
Carmela– (Coscorrón.) ¡A la mamma se la rispeta, non se la mangia! (Alejándose.) ¿De
qué lado está osté? ¿Del de ellos o del nostro?
Vitale– ¡Mamma, por Dios! (Se tapa la boca como si hubiera eructado.) ¡Puedo
meterme entre ellos sin que lo noten! ¡La lucha va a ser más justa! No me mire con esa
cara, mamma.
Carmela– ¡Mmm…! ¿Puede matare un poquito a lo casero que cobran alto lo
alquilere?
Vitale asiente.
Vitale asiente. Ella niega con ese gesto particular de la cabeza. Corre la cortina de la
ventana de la puerta y mira. Le hace un gesto de asentimiento a Vitale. Este se coloca
detrás de la puerta.
Tocan a la puerta.
Apagón
Matías Fajn
matiasfajn@hotmail.com
El Juego del Calentamiento
de Matías Fajn
Eduardo
Martín
Eduardo– ¡Quieto!
Martín– Con la bici. En la calle. Vos empujabas. Estaba aprendiendo. Me soltaste. No
vi el pozo. No fue tu culpa. Caí. Tenía casco. Uno gris. Igual golpeé el torso. Fueron tres
puntos. Te asustaste. (Pausa.) Debajo del ombligo. La marquita de nacimiento. Parece
una lágrima. Siempre decías eso. No podés haberte olvidado.
Eduardo– (Mira detenidamente la cicatriz.) Si te hubiera dado ahí…
Martín– Papá, por favor.
Eduardo– Nos gusta reírnos de los muertos, antes de matarlos. (Pausa.) ¿No vas a
hablar?
Martín llora.
Apagón
Ana Farini
anafarini@yahoo.com.
Carta a un soldado
de Ana Farini
Hilario, 54, vestido de encargado. A sus pies, una valija de herramientas. Laura, 43,
lleva jeans y camisa; está sentada frente a la mesa del desayuno. Hay una taza de café,
tostadas y una pava eléctrica. Laura sostiene una carta. Cuando la termina de leer, la
deja sobre la mesa y se saca los anteojos. Hilario la mira, expectante.
Silencio.
Silencio.
Laura agarra una pila de apuntes y precipitadamente avanza hacia el sillón donde está
la cartera y el tapado. Hilario cuidadosamente guarda la carta en el bolsillo de su
camisa.
Los papeles de Laura caen. Ella se agacha para recogerlos. Él también se agacha y la
ayuda. Se levantan juntos.
Hilario– ¿Y la parte en que dice que un día íbamos a sentir una felicidad tan dulce
como los algodones azucarados? Yo las recitaba en el campo de batalla, y a la noche...
No piense mal, pero en un momento usted se empezó a materializar y la sentía,
abrazándome. No era algo de mi mente…
Laura– Era una ideación.
Hilario– No, ¡era de verdad!
Laura– Se llama proyección y sirve para…
Hilario– ¡Laura, le juro que no estoy loco!
Laura– No quise decir eso. (Sigue buscando las llaves.)
Hilario– Pero lo piensa. (Pausa.) ¡Nuestra conexión es real! (Hace con los dedos dos
círculos entrelazados.) ¿Quiere pruebas? Las llaves están en el bolsillo interno de su
tapado. (Laura mete la mano en el bolsillo y saca las llaves.) ¿Ve? ¡Todo lo que rompe
lo arreglo y lo que pierde lo encuentro!
Laura– Olvidate, hacé terapia, conocé mujeres. Hay muchas en las milongas.
Hilario– Escúcheme Laura, me está entendiendo mal. Durante 34 años me levanté solo
para buscarla. ¿Para qué iba a vestirme y afeitarme, si no? Me volví portero para estar
cerca suyo, para esperar este momento. Sé que estoy haciendo todo mal; estoy
perdiendo mi única oportunidad. Pero un beso, corto, y se va a dar cuenta. Somos almas
gemelas. Y si no lo siente, le juro que desaparezco de su vida. No van a quedar rastros
de mí…
Hilario se tapa los oídos como si escuchase sonidos que lo atormentan. Luego se
acuesta en una posición fetal.
Laura– A todos nos pasaron cosas y no andamos tirándonos en el piso. Ni siquiera me
conocés. (Pausa.) No se puede amar a alguien que no se conoce. Seguí con tu vida.
(Pausa.) ¡Levántate!
Hilario– No me voy a levantar. No.
Laura– ¡Levántate!
Hilario– No quiero…
Laura– ¡No tengo todo el día!
Hilario– (Rompe a llorar. Imitando la voz del teniente.) “Levántese, levántese y suelte
esa carta. Basta de llorar. Sea hombre y no marica. Si no me obedece lo voy a moler a
patadas. ¿Me escuchó, puto de mierda? Mire al frente, dispare, apunte, fuego, dispare,
apunte, fuego, dispare, apunte, fuego… ¡Maté carajo! ¡Maté! ¡Maté!”.
Laura– Hilario, ¿me escuchás? Soy Laura… ¿Querés que llame a alguien? (Hilario
permanece en silencio.) ¿Tenés frío? (Laura se saca el tapado y se lo pone sobre el
torso.) Todo va a estar bien (Laura lo abraza.) Perdoname Hilario, perdoname…Ahora
estoy empezando a recordar: sí, yo escribí esa carta y me alegra haberlo hecho.
Apagón lento
Ernesto Felder
Nací en 1973. Tengo dos hijos hermosos: Lucía y Manuel. Soy editor, oficio que me
ocupa y apasiona desde hace unos cuantos años. Hice la carrera de Diseño de Imagen y
Sonido en la UBA y me especialicé en montaje con mi maestro Miguel Pérez. Edité
varias películas, programas de TV y publicidades. También soy docente de montaje
cinematográfico. Publiqué mi obra breve “Yusarmy” en la primer edición del libro Dos
veces Bueno. Estudié teatro con Daniel Casablanca y dramaturgia con Mauricio Kartun
y -por supuesto- Ariel Barchilón, a quien agradezco enormemente su rigor y
generosidad.
ernestofelder@gmail.com
Extraño nuestra vida anterior
de Ernesto Felder
Carlos
Carmen
Año 1956. Conurbano, casa sencilla. Living envejecido. Carmen y Carlos (50 años)
sentados en un sillón gastado tomando el té. Ambos apoyan su taza en la mesita.
Carlos, apoyando las manos en la barriga, entrecierra los ojos. Carmen aplica una
cachetada.
Carmen– ¡Perdón!
Carlos– Bueno.
Carmen– Es que dijiste dignidad. Y me acordé de…
Carlos– (Interrumpe.) ¡Shh!
Carmen– Al final, el único que sabe qué hacer es Roberto.
Carlos– ¿Por qué hablás tanto de Roberto?
Carmen– ¿Te imaginás a vos mismo prendiendo fuego por ahí?
Carlos– Tengo que abrir el almacén.
Carlos– ¿Cómo se llama la vecina? (Silencio.) ¿Por qué te acordás del nombre del
marido de la vecina, y no del de la vecina?
Carmen– Eso no es lo importante, Carlos. Lo importante es que vuelva.
Suena el timbre.
Carmen– Bagley
Carlos– ¿Vos sabés dónde y cuándo se reúnen… ésos?
Carmen– ¿Los de…?
Carlos– Si, ésos. Los que están con el marido de la vecina.
Carmen– Lo puedo averiguar, ¿por qué?
Carlos– Qué sé yo, no sé.
Carmen– ¿Irías?
Carlos– (Gritando hacia afuera.) ¡Váyanse a la puta madre que los parió!
Carmen levanta las manos y Carlos se cubre la cara del inminente cachetazo. Carmen
le da un abrazo. Se quedan abrazados.
Apagón
Patricia Fernández
Como actriz, agradezco a mis maestros: Robertino Granados, Luisina Brando, Roberto
Vega, Augusto Fernandes, Alejandra Boero y a su escuela, Andamio 90, el haber
compartido su saber y su sentir del bello arte de la actuación.
Con Alejandro Angelini, en el humor, se despertó en mí la llama de escribir, con Joaquín
Bonet descubrí gente hablando en mi cabeza, y con Mauricio Kartun me maravillé al
vislumbrar que habitaría tierras de personajes y sus conflictos, del hombre y su razón de
ser.
Gracias a Ariel Barchilón y a su generoso método de escritura recorro el camino de
inventar vidas, y así, curioseando junto a María Mercedes Di Benedetto, me sorprendí
con la ficción radial.
Participe en el libro Dos veces bueno I con “Dos mujeres” y Dos veces bueno III con “Y
todos contentos”.
palefer06@hotmail.com
Mil años de perdón
de Patricia Fernández
Lucrecia
Ana
Verano 2002. Oficina del dueño. Un escritorio. Ana, 42 años. Lucrecia, 34 años.
Ana– Tengo copias, transferencias y otras joyitas que si pretendiera hacer algo: “Señor
juez, aquí tiene las pruebas”. Así que el preso, a la cárcel. ¿Lo seguirías a la cárcel?
Lucrecia– No pasa nada; te dije, es por el fisco.
Ana– Mentira; sos una cínica.
Lucrecia– Te lo juro.
Ana– ¿Realmente te creés eso? Te deslumbró con su magnífico traje y su sonrisa
fabricada. Te está usando.
Lucrecia– Él no sería capaz.
Ana– Lucrecia, la guita desaparece, ¡date cuenta por favor! Abrí la caja fuerte.
Lucrecia– No voy a arriesgar todo por vos.
Ana– (Saca un sobre de su bolso y lo tira sobre el escritorio.) Mirá.
Lucrecia– ¿Qué es?
Ana– Fijate, y vas a ver que ya perdiste todo.
Lucrecia– (Mira el contenido.) ¿Pasajes? Pero… no entiendo… son...
Ana– Fotocopias. Los originales deben estar en posesión de tu amado, su mujer y su
escalerita de niños de bucles dorados.
Lucrecia– No me dijo nada.
Ana– Próxima semana. Miami, sólo ida.
Lucrecia– No puede ser. ¿Cómo? ¿De dónde lo sacaste?
Ana– Hace un mes que les sigo la huella. Vino un sobre de la agencia de viajes y lo
intercepté.
Lucrecia– Tiene que haber una explicación… Estoy segura que…
Ana– ¿Sos ciega? Se va, huye con su dama de la corte. Abrí la caja fuerte.
Lucrecia– No puede dejarme así cómo así; yo tengo acceso a todo.
Ana– Claro, sos la contadora que puso el gancho. (Pausa.) ¿Pensaste que la guita la iba
a disfrutar con vos?
Lucrecia– ¡Callate!
Ana– No es así. Será con su ascética duquesa británica. Las criollas le sirven para los
trabajos sucios. Lucrecia, abrí la caja fuerte ahora. (Pausa.) Está vaciando la empresa y
nos deja en bolas. Lucrecia, decime la clave. (Pausa.) No hay tiempo. Es hoy, es ahora.
Sacamos la guita y que le garúe finito.
Lucrecia– Qué fácil. ¿Y después vamos presas?
Ana– ¿Por una plata que no existe? Y si intenta algo, (le muestra un par de papelitos
rotos.) lo mando preso.
Lucrecia– Tengo miedo.
Ana– Sería una indemnización anticipada. (Le extiende la mano.) ¿Socias?
Lucrecia mira los pasajes.
Lucrecia– (Estrecha la mano.) Socias.
Apagón
Juan Folino
juanfolino@live.com.ar
Tocayos
de Juan Folino
Padre.
Hija.
Se encierra en el baño.
La hija sale del baño con la cabeza completa mojada como si se hubiera metido bajo la
ducha con ropa y todo. El padre se gira hacia ella.
Pausa. La hija sale. Cierra la puerta de calle. El padre se sienta. No aguanta. Se pone
a caminar. Se vuelve a sentar. Se abre la puerta de calle.
Apagón
Eduardo Fortunato
Eduardo Fortunato nació en el barrio porteño de San Cristóbal en 1961 pero se crió en
la ciudad de Quilmes. En su juventud estudió Ciencias Económicas en la UBA y es
Contador Público. En dramaturgia, se forma con el maestro Ariel Barchilon desde 2009.
Ha tomado cursos con Mauricio Kartun. Estudió dramaturgia para actores con Andrea
Garrote. Alguna de sus obras de teatro estrenadas son: Barrios de San Martín, dirigida
por Miguel Cavia y Breve informe sobre la cubana, dirigida por Jana Vidal. Es miembro
del Grupo Tecla, grupo de experimentación teatral, con el que ha estrenado varias obras
de su autoría, como la Trilogía sobre la furia, Casablanca, dos recuperando la pareja o
La habilitación. También se anima a actuar, producir y dirigir con su grupo, pero
prefiere escribir.
eforedu@gmail.com
La máquina de hacer dinero.
de Eduardo Fortunato
Sofía
Richard
Apagón
Alicia García Barral
Durante muchos años la docencia, la investigación y los talleres me habían acercado al
teatro. Años más tarde, la Maestría en Teatro en UBA despertó ese cosquilleo incesante
en mi interior. Y a partir de allí, no hubo retorno. Teatro de mil maneras: dirigiendo una
pequeña sala en Don Bosco -“Estación Teatro”-, escribiendo, en el marco del riguroso
taller que dirige Ariel Barchilón, dirigiendo o actuando, según la ocasión.
Así nacieron: Quebracho (en colaboración con Marisa Castelli), Escenas de Bernarda
Alba, Retratos, Matatangos (versión de la obra de Marco Antonio de la Parra, en
colaboración con Fernando González). La mujer del Tango, en Monólogos del Limbo;
Premeditado, en el Ciclo Dos veces bueno I; Ojos, ojitos, en el Ciclo Dos veces bueno
IV; Amor, amor, y El cura barrendero, la obra que hoy nos ocupa.
aigbarral@hotmail.com
El cura barrendero
de Alicia García Barral
Monseñor– (Con aire autoritario, propio de su cargo.) Pero… ¿qué hace? Nadie lo
autorizó a entrar…
Mauricio– Disculpe, Monseñor, no podía seguir esperando.
Monseñor– ¿Cómo se atreve? Presentarse así, sucio, desalineado y sin aguardar a que
le autoricen su entrada. Es una falta grave a las buenas costumbres. Me extraña de usted,
Silva.
Mauricio– No es eso, Monseñor, es que recibí una notificación suya que no puede ser
cierta.
Monseñor– Sí, es cierta; yo se la hice enviar y espero que cumpla con su voto de
obediencia, si no quiere ser sancionado. Y veo que fue atinada, porque está usted
perdiendo las formas correctas, de tanto estar en ese ambiente, rodeado de basura.
Mauricio– (Se acerca y besa el anillo.) No me pida eso, por favor. No lo haga. No
puedo dejar mi lugar de trabajo y mi hogar… La Hermandad lo dice claramente en sus
preceptos: vivir con ellos y no sobre ellos.
Monseñor– Una cosa es la solidaridad y otra engolosinarse en medio de ese
estercolero, de lo más abyecto, para decirse cristiano. Son ustedes el hazmerreír de la
iglesia.
Mauricio– Pero nuestros preceptos fueron aprobados por el Papa.
Monseñor– ¿Me está amenazando, Silva? Su Santidad no debe estar al tanto de que
“trabajar con las manos” implica barrer las calles, limpiar los agujeros más inmundos, la
peste acumulada de inmundicias… Y vivir y comer en esas cuevas. Es repugnante. Son
ustedes un puñado de soñadores…
Mauricio– (Poniéndose de rodillas.) Se lo ruego, Monseñor… No me pida esto. Tenga
misericordia… ¿Cuál es nuestra culpa? Dios no quiere poder, quiere amar, y eso
hacemos. Es gente humilde. A veces grotesca, pero están llenos de amor, de
solidaridad… (Lo mira suplicante.) Tenga usted piedad de lo distinto.
Monseñor– Levántese hijo… Usted no es Cristo en la tierra… ni sus hermanitos. Ese
tiempo pasó… Deje de alborotar al mundo…
Mauricio– (Desesperado.) Algo peor ha sucedido. Se han llevado anoche a los
Hermanitos de la Boca y pasé horas llamando a la Fraternidad de Goya... Nadie
respondió…
Monseñor– (Yendo a la ventana y mirando nervioso.) ¿Y qué puedo hacer yo? no está
en mis manos... Esas son práctica políticas... Además los militares han prometido no
tocar al clero.
Mauricio– Los archivos de la Fraternidad desaparecieron. Las fichas de cada de uno de
nosotros están en manos de quienes los han raptado. Todos corremos peligro.
Monseñor– ¡A mí también me vigilan! ¿Qué espera que haga? Levantar una guerra
civil porque un grupo de sacerdotes ha decidido vivir de manera casi indigna para
ayudar a los pobres… Aunque quieran, ¡ustedes, no son ellos! ¡¡Déjense de
quijotadas!!
Mauricio– Pero los hermanitos de la comunidad también son sus ovejas, y ellos
necesitan de su ayuda. Todos cometemos errores, si es que cree que ellos cometieron
alguno... Pero nada justifica su rapto en mitad de la noche. Por misericordia, al menos,
ayúdelos.
Monseñor– Haré lo posible, pero no puedo asegurarle nada.
Mauricio– Monseñor: por favor haga más que lo posible, haga todo por ellos…
Monseñor– ¿Y usted, Mauricio, puede explicar estas fotos? (Mostrándole unas fotos de
Silva en las marchas del gremio.) Liderando las marchas del gremio... Usted es un
sacerdote, no un líder político. No mezclemos.
Mauricio– Sólo ayudé. Su manera de reclamar no era correcta. (Sentándose como
tirándose en la silla, agobiado.) Les di un consejo.
Monseñor– Y… fue a la marcha y caminó adelante con los carteles. Puso a la Iglesia en
un lugar muy delicado… Recuerde usted que la iglesia está abocada al espíritu de la
gente. A esa área, debemos restringirnos.
Mauricio– Cristo no sabía de política, ni de prosperidad de las naciones… Pero sí de la
felicidad de los pobres. A ellos debemos ayudar. ¿Con quién quiere quedar bien? ¿Con
la misión o el poder?
Monseñor– Déjese de tonterías. (Secándose la transpiración.) El saber, debe estar
controlado por quienes están capacitados para el bien de la comunidad. Tanto comer
mal y estar con la basura lo han confundido. (Parándose.) Y hasta le diría que lo suyo
es soberbia pura. Se cree el único con un verdadero amor al prójimo.
Mauricio– No es eso, Monseñor, sino un camino para limitar mi propio ego.
Monseñor– Esas prácticas de autodestrucción o autoflagelación han sido prohibidas en
la iglesia desde hace cientos de años. ¿No entiende la implicancia de sus acciones y de
sus palabras?
Mauricio– (Dudando antes de hablar.) Tenga presente, Monseñor, que hablamos desde
lugares bien diferentes. Usted defiende la institución, no importa que tenga gente
infame, asesina e hipócrita en su grey…
Monseñor– Nuestra entrevista ha concluido.
Mauricio– Quede usted sujeto al poder superior que lo guía, sea cual fuere. Yo, seguiré
por el camino elegido: junto a los pobres, con la experiencia fuerte de la vida de cada
día y la riqueza de la fe.
Apagón
giudicej@gmail.com
El brete
de Jacqueline Giudice
Alfredo
Benito
Diciembre del 2001. Don Alfredo en su oficina. Mira por una ventana; se escuchan
ruidos de tumultos exteriores. Sobre un escritorio, una caja cerrada y una torta. Toma
un gran trozo, traga con avidez, se chupa los dedos, se limpia en el saco. Golpean la
puerta.
Benito– (Voz en off.) ¡Don Alfredo, están aquí! (Alfredo traga apurado otro pedazo.
Irrumpe Benito, con gorro y delantal blanco de matarife, manchado de sangre.) ¡Están
en la verja! Piden mercadería.
Alfredo– (Atorado.) ¿Gusta?
Benito– Se agradece. Estoy a dieta, pero... (Toma el último pedazo.) El colesterol…
Alfredo– Ah, entonces, no. Yo lo cuido, ¿ve? (Se lo quita.) Con la salud no se juega.
Benito– (Contrariado.) Se agradece. Es difícil.
Alfredo– ¿Qué cosa?
Benito– Hacer dieta. Me cuesta un montón. Pero me asustaron con eso de los trigli,
trigli…
Alfredo–Triglicéridos. ¿Va al médico? Nuestra obra social es excelente.
Benito– Sí, claro. Por suerte este año me puso en blanco, ¿no? (Se ríe, nervioso.) Tardé
tres meses en tener el turno. Me mandó hacer análisis pero a mí no me gustan esas
cosas. (Señala la ventana.) Están juntando piedras. ¿Les llevamos mercadería?
Alfredo– No, no; usted tiene que ir al médico, tiene que cuidarse. ¿Triglicéridos, eh?
Eso es complicado, Benito, con razón está más delgado. (Benito se asusta. Alfredo
come.) Pero yo le cubro todo, no se preocupe. (Ruido de insultos, pedradas contra un
portón metálico.) ¿Qué le parece, eh?
Benito– Y… no está bien. Pero la gente tiene hambre, don Alfredo. Piden para comer.
Alfredo– ¡Pero qué dice! ¿No vio por televisión cómo se roban todo? ¡Hasta los
estantes se llevan! ¡Están organizados, entrenados para destruirnos!
Benito– (Mira por la ventana.) Yo veo gente del barrio, ¿eh? Gente pobre que no…
¡Pasaron la verja, son un montón!
Alfredo– Algún pobre perejil habrá. Pero no se deje engañar; son peores que animales
¡Son una plaga! Si los dejamos pasar, usted y yo perdemos todo.
Benito– Don Alfredo, usted tiene muchos supermercados.
Alfredo– Ésta es la distribuidora, Benito. Ellos saben que estoy aquí. Quieren arrasar
con todo y agarrarme. ¿Y quién le va a dar trabajo a usted con esos triglicéridos, eh?
¿Pensó en su familia? ¿Pensó en los muchachos del frigorífico?
Benito– Nosotros lo vamos a defender, Don Alfredo. Yo ya les dije a los muchachos.
Alfredo– Así me gusta. ¡Eso quería oír! Usted me defiende a mí y yo a usted. (Se
zampa el resto de la torta. Pregunta atorado.) ¿Cómo está la señora?
Benito– (Mira por la ventana.) Bien, gracias por preguntar pero… ¡La policía se va!
¡Están en el portón, ¿qué hacemos?!
Alfredo– Mire que si usted se pone peor, su señora no tiene de qué preocuparse. Fíjese
cómo nos vamos a defender (Abre la caja, saca un arma larga.) ¿Y la nena? (Sopesa el
arma, la acaricia, se la da a Benito, que la toma con miedo.)
Benito– Va para quince.
Alfredo– ¡Eh, cómo pasa el tiempo! Una señorita, una princesa. Mire qué belleza, ojo
con el seguro, no lo vaya a sacar todavía. Yo le consigo el cáterin para la fiesta, ¿qué le
parece?
Benito– Se agradece, Don Alfredo, pero somos gente humilde, fiesta no…
Alfredo– ¡Quince años de la nena, sólo una vez! ¡Dele un buen recuerdo! ¡Con esos
triglicéridos quién sabe! Usted me ayuda, yo lo ayudo. En el centro tengo un lindo
salón. Mire. (Toma el arma, corre el seguro.) Así, ¿ve? Diez disparos por minuto. ¡Ja!
Benito– Don Alfredo, no se ofenda, pero a mí esto no...
Alfredo– No se preocupe (Lo palmea.) Son balas de goma; es para asustarlos, nomás.
Benito– No sé, hacen agujero…
Alfredo– Claro, comprendo. Tal vez esté más cómodo así (Saca de la caja una maza
enorme.) ¿Qué le parece? Tome, sienta el peso. Fuerte, ¿eh? Un golpe, ¡pum!, y listo.
¿Usted no trabajaba antes en un matadero?
Benito– Sí, pero yo les daba a las vacas.
Alfredo– Y éstos son peores que vacas. Usted sabe sacrificar animales. Hay que hacer
sacrificios para comer. ¿Hace cuánto que trabaja para mí?
Benito– Quince años.
Alfredo – ¿Quién lo cuidó todos este tiempo, eh? (Le pasa la maza.)
Voz en off– ¡Don Alfredo, el portón está cediendo! Piden mercadería, ¿qué hacemos?
Alfredo– (A la puerta, en voz baja.) Díganles que les vamos a dar, ábranles la puerta del
pasillo, que entren en fila (A Benito.) Vamos, Benito, usted con esa maza es invencible.
Porque estos animales quieren llevarse todo, quieren agarrarme. ¿Usted los va a dejar?
Benito– ¡No! ¡No pasarán!
Alfredo– ¡Eso, no pasarán! Pruébela, Benito.
Benito– ¿Acá?
Alfredo –Sí, hombre, vamos, pruébela. (Benito golpea el escritorio. Alfredo aplaude.)
Déle, usted puede más. Usted es valiente, va a defender su trabajo, su familia. (Sube el
volumen del tumulto.) Escuche a esos animales, déle otra vez. (Benito destruye la caja.)
Muy bien, vaya usted primero (Lo empuja hacia la puerta. Benito golpea con la maza
al aire, enardecido.) Vamos, Benito, con la maza justiciera, usted contra las bestias que
quieren robarnos, que quieren quitarle su trabajo y llevarme a mí, vamos, ¡que los
tenemos en el brete como nosotros queríamos!
Salen.
Sube el ruido del tumulto, cristales rotos, gritos.
Apagón
Adrián Goldfrid
adrian.goldfrid@gmail.com
El incidente Decepción
de Adrián Goldfrid
Paz
Goñi
Años '50. Antártida. Refugio. Bandera argentina pintada en la pared. Temporal blanco.
Camas marineras, estanterías, cajas.
Paz– (Escribe.) Bahía de los Balleneros, Isla Decepción, Antártida, territorio soberano
de la República Argentina. Como representante del Gobierno Argentino…
Goñi– ¡Qué carta ni carta! Si estuviese acá el Teniente los mantendría a raya a cuetazos
¡Es hora de guapear!
Paz– ¡No! Con la Marina Real en la zona se va a poner feo; no son los dos muertos de
frío de la última vez. A las mil setecientas, cuando lleguen, les damos esta protesta
oficial y nos entregamos… Y ahí, que se arreglen los diplomáticos.
Goñi– ¿¡Nos entregamos!? No me lo hacía tan flojo, Paz.
Paz– ¡Es estrategia! ¡Más respeto que soy su superior, Cabo Goñi!
Goñi– ¿Para esto nos vinimos hasta estas soledades?
Paz– ¡Sin refuerzos es derrota asegurada! Aunque pudiéramos poner sobre aviso al
destacamento, ¿cómo van a hacer para llegar? Con este temporal el mar de Decepción
está congelado… Y por aire, imposible. Para cuando vuelva el Teniente vamos a estar
presos en un barco inglés. ¡O peor!
Voz inentendible.
Paz– (Se acerca.) ¿Teniente? ¿Es usted? Cambio… (Voz inentendible. Se miran.)
Tenemos una situación señor… Ha ocurrido un incidente…
Voz inentendible.
Voz inentendible.
Paz– El plan es oficializar protesta diplomática y luego… No vemos otra salida que…
Goñi– ¡Abrir fuego!
Paz– (Lo mira indignado.) Siempre que contemos con refuerzos aéreos… (Silencio.)
Esperamos órdenes para proceder, señor. Cambio…
Goñi– ¿Teniente?
Paz– Adelante, Teniente. Cambio… ¿Decepción?
Silencio.
Goñi– ¿Decepción?
Paz– (Mira su reloj.) Ya van a ser…
Goñi– Los refuerzos estarán despegando.
La música aturde.
Goñi– ¿Disparó? (Prueba gatillar varias veces al piso.) ¡Ah, hijo de una…!
Tocan la puerta. Silencio. Paz mira por la mirilla. Goñi pregunta con un gesto. Paz
hace una seña de silencio, va hasta el cuaderno, firma y arranca la hoja.
Goñi– ¿Teniente?
Paz– ¿Decepción? ¿Decepción?
Apagón.
Jorge Guerberof
jorgeguerberof@gmail.com
Pa´servir a la patria
de Jorge Guerberof
Lindor
Lucio
Noche de invierno, año 2016. Parque de una quinta en el Gran Buenos Aires.
Lucio, 25 años, viste jean, remera, campera y zapatillas.
Lindor, 80 años, viste bombacha de campo, camisa de trabajo, alpargatas y poncho.
Lucio graba con una cámara de video a Lindor durante toda la escena, salvo cuando se
marca expresamente que deja de grabar.
Lindor– ¡Vengan, maulas! De acá no van a pasar. (Amenaza a las sombras con un
facón oxidado. Se detiene un instante.)
Lucio– Vamos, siga con lo que hacía, muy bien, siga, siga.
Lindor– (Se acerca y habla a la cámara.) ¡Oigo claro el galope de los caballos! Esos
mal nacidos siempre vuelven.
Lucio– No se acerque tanto a la cámara, que se sale de foco. Actúe con naturalidad.
Lindor– Si no nos protegemos del enemigo, a la primera carga vamo´a quedar muertos
con toda naturalidá.
Lucio– ¡Muy bien, no se interrumpa!
Lindor– (Se detiene.) ¡Guarde ese aparato!
Lucio– ¿Y cómo quiere que grabe? Usted actúa, yo grabo. Así habíamos quedado.
Lindor– ¡Ajá! (Pausa. Sonríe.) Me hace gracia. Cuando echamos a los realistas no
teníamos esos aparatos, pero nos sobraba coraje. Y claro, no nos quedó ninguna
película, pero que los echamos, los echamos.
Lucio– (Deja de filmar, se saca la campera y se la pone en los hombros a Lindor.)
Abríguese. En cuanto se largue la lluvia, nos vamos adentro y seguimos mañana. No
nos vamos a enfermar por apurarnos a terminar.
Lindor– (Le devuelve la campera a Lucio.) No hay frío, viento, ni lluvia suficiente para
que se achique un criollo de ley. Déjeme acá. Si quiere, traigamé unos amargos, pa´
mantenerme despierto; la guardia se hace larga hasta que llega el relevo.
Lucio– ¿Quién va a venir con esta noche de perros? (Sigue grabando.)
Lindor– Eso mesmo dijo alguien en Cancha Rayada y aquella noche los realistas nos
ganaron la batalla. Si no hubiera sido por la valentía de nuestros gauchos, nunca nos
habríamos recuperado de esa derrota. (Pausa.) Por eso, mocito, déjeme que haga
guardia, aunque el cielo se venga abajo. (Se saca el poncho y lo enrolla en el brazo en
el que tiene el facón.)
Lucio– Hágame caso, no se desabrigue.
Lindor– (Como si no lo hubiera oído.) La guerra nunca termina. Echamos a los godos y
le gritamos al mundo nuestra independencia. Así lo dice el acta que se firmó en el
Tucumán; pero nunca habríamos sido libres de verdá, si no hubiéramos dejado nuestro
sudor y nuestra sangre en los campos de Chile y del Perú.
Lucio– Pero, Lindor, eso es historia antigua. Ahora ningún país puede vivir aislado;
somos parte de la aldea global.
Lindor– ¿Quién le ha metido esas ideas en la cabeza a usté? Cuando echamos a los
españoles, también creímos que dejábamos atrás la colonia; pero vinieron otros, con
ideas raras como ésas que usté tiene. Palabras nuevas pa´ nombrar las mesmas cosas. En
vez de imperio ahora dicen aldea global. Y si es en una lengua extranjera, más les gusta.
(Truenos. Se sobresalta.) Ahí está de nuevo el galope. ¿No le dije? Ahí los tiene de
güelta. (Se pone en guardia blandiendo el facón.)
Lucio– ¿Qué galope? Son truenos. Se va a largar la tormenta y vamos a quedar hechos
sopa. Lo único que falta es que se agarre una neumonía. ¡Vamos adentro! (Intenta llevar
a Lindor hacia la casa, pero se resiste.)
Lindor– Sueltemé, le digo. (Pausa.) Treinta años guerreando, pa´que un mocoso me
venga con el cuento e’ que la guerra se terminó.
Lucio– ¡No diga incoherencias, hombre!
Lindor– ¡Maleducau, rispete mis años! (Truenos.) ¡Póngase en guardia, soldao!
¡Defienda su tierra como lo hicieron nuestros mayores! (Se agacha y camina sigiloso
hacia delante.) Póngase a cubierto, si no quiere que lo atraviesen en la primera
arremetida. (Lucio, agazapado, sigue a Lindor, grabando con la cámara. Lindor se da
vuelta y mira a Lucio.) Ahí está mejor. Si yo me paro, usté se para. Si avanzo, usté
avanza. (Avanza unos pasos y Lucio lo sigue. De pronto se detiene y se tira al piso.)
¡Cuerpo a tierra, reclutón!
Lucio– Déjese de joder, Lindor. Está todo embarrado el piso.
Lindor– ¡A tierra, insubordinao! (Lucio duda y pone una rodilla en tierra y sigue
grabando.) ¡Al piso, le digo! (Se oyen otra vez truenos.) Ahora sí que vienen.
¡Preparesé! (Se pone de pie y avanza hundiendo el facón en las sombras. Se detiene,
levanta un palo de escoba del piso y se lo pasa a Lucio.) ¡Tome el arma y pelee!
(Avanza, agazapado, al ataque con el facón. Lucio agarra el palo como si fuera una
lanza y sigue a Lindor, sin dejar de grabar con la cámara en la otra mano.) ¡Tire ese
aparato a la mierda y empuñe bien el arma! (Intenta sacarle la cámara a Lucio y casi la
tira al piso.)
Lucio– ¡Basta! Casi me rompe la cámara. (Tira el palo de escoba al piso.) Yo me voy
adentro. (Truenos, ruido de lluvia. Lucio sale hacia la casa cubriendo la cámara de la
lluvia.)
Lindor– ¡Alto ahí, soldao! ¡Detengasé, desertor! (Sigue a Lucio con el facón en
posición de ataque pero no lo alcanza; se detiene fatigado.) ¡Esto no va a quedar así!
¡Nunca hemos perdonao la cobardía en nuestras filas!
Apagón
Másako Justa Itoh
jmasa_ko@hotmail.com
El papel de cada uno
Julián
Robert
Oficina con amplio ventanal que da al río. Robert, hombre maduro; Julián Citarelli,
hombre joven. Ambos con pantalón de vestir, camisa y corbata. Robert, muy prolijo;
Julián, desaliñado.
Julián se despierta, abrazando dos botellas de whisky casi vacías. Sentado en un
amplio sillón, Robert lo observa.
Julián– (Habla medio dormido.) ¡Air conditioner not working! (Bebe whisky.) ¡Por mi
cuarto hijo que viene en camino! (Pausa.) ¡Qué whisky de mierda! Estos pijoteros me
quieren envenenar… Qué calor… No se puede respirar. (Percatándose de la presencia
de Robert.) Escuchame, date una corrida a recepción y decí que…
Robert– Se fueron.
Julián– (Burlón.) Falta sinergia, no hay cultura colaborativa. Lo que hace marchar los
grupos hacia una misión. (Con amargura.) ¿Te gustó el slogan nuevo? (Cantando con
pulgar levantado, con complicidad.) Celulosa Botnia, el papel de todos. (Pausa.) Idea
mía. (Pausa.) Celulosa Botnia, el papel de todos. (Pausa.) Este calor me descompone.
Robert– ¿El calor?
Julián– ¿Vos sos nuevo? ¿De qué sector sos?
Robert– Cuentas.
Julián– ¿Cuentas? Imposible, conozco a cada uno de los colaboradores de esta empresa
y no te…
Robert– Julián Citarelli vine por mi parte. Hace unos años estabas muy desesperado.
Hicimos un pacto, en esta misma oficina.
Julián toma del escritorio una caja de medicamentos, busca una pastilla y la bebe con
un vaso de agua.
Julián– ¿Esta es una jodita de contaduría? Ya sé; es la venganza por ese pibe que
ajusticié. El que faltaba mucho.
Robert– El que tenía la hija enferma. Algo respiratorio, dijeron...
Julián– ¡Qué mierda, prendan el aire carajo! En serio, te digo: andate de una corrida…
Robert– Mirá, por favor, mirá. Qué lástima, che. Meta podredumbre acuática, partículas
de mierda que chocan con la superficie, rebotan y caen como lágrimas de suciedad. El
surubí, paspado. Las rayas, las morenas y el pejerrey con los cuerpitos recalentados y
los ojos que les sirven para ver los azules, los rojos, los ocres, como crispados y
sacudidos. Y el puente… ¡Qué espectáculo el puente! La gente camina de la mano con
banderitas. La gente: pibitos, mamás con cochecitos, tipos grandes y jubilados, de la
mano con banderitas.
Julián– ¡Basta, váyase!
Robert– Vengo a cobrarme lo mío.
Julián– No cumpliste, no pago. Dijiste que iba a triunfar.
Robert– Y así es…
Julián– Mentiste.
Robert– Estás nervioso porque algo en el pecho te molesta, un calor raro, y te da terror
ir a hacerte estudios. ¿Vos pensás que vamos a dejar que te enfermes? Vos no sos de los
que mueren. Vos sos de los que sobreviven a todos. Arrugadito, enfermo y destartalado,
pero sobrevivís a todos. Un pobre diablo sin fuerzas para morir.
Julián– Como vos.
Robert– Chito. ¿Compararse con un espíritu intermedio? Tu soberbia de siempre…
Oíme bien, durante el parto de tu próximo hijo, vas a tener que elegir qué alma me vas a
entregar: la de Érika, la madre de tus hijos, o la del niño que viene en camino.
Robert– Vamos a hacer fábricas, para hacer todo lo que te puedas imaginar con papel:
muebles de cartón, juguetes de cartón y, quién te dice, hasta ropa y casas de cartón.
Julián– Es mucho lo que piden.
Robert– ¿Entregás a la madre de tus hijos o al que viene en camino?
Julián– Al que está por venir.
Apagón
Mariana Iturriza
Periodista y guionista. Mis comienzos laborales fueron en Página/12, donde realicé una
pasantía en la sección Sociedad. Desde 1999 trabajé como guionista de documentales
culturales e históricos para TV Pública, Encuentro y Canal (á). En los últimos tres años
hice periodismo audiovisual en la agencia Infojus Noticias. El teatro es un lenguaje
nuevo para mí, que estoy descubriendo gracias a los maestros Mauricio Kartun y Ariel
Barchilon.
marianaiturriza@gmail.com
Enlazada
de Mariana Iturriza
Lautaro
Paulina
Despacho de una casona señorial. 1910. Lautaro (50), sentado detrás de su escritorio.
Tiene una bandeja con té y un plato con masas. También, una caja como de regalo. En
una biblioteca un retrato de su esposa. Entra Paulina (20), con la ropa sucia y
arrugada, el pelo sucio, la mirada baja.
Lautaro– ¡Hija, pase! (Le señala la silla que tiene enfrente. Paulina se sienta.) ¿Cómo
estás? ¡Pero qué aspecto tenés! Le dije a Carmen que te llevara un vestido. ¿Por qué no
te lo has puesto? ¡Ni te bañaste! Sabés qué día es hoy, ¿no? (Silencio.) 25 de mayo.
¡Cien años de la Patria! ¿Y vos te ibas a perder los festejos?
Paulina– ¿Y Giuliano?
Lautaro– (Come una masa y la mira fijo.) ¡Vieras qué linda quedó la ciudad! De noche,
toda iluminada por miles de bombitas…
Paulina– Le pregunté por Giuliano.
Lautaro– (Serio.) ¿Otra vez con eso? (Se ablanda.) Querida… Pensé que esta semana
de reclusión te había servido para reflexionar. Pero veo que no fue suficiente. (Come
otra masa. Le acerca el plato a Paulina; ella lo rechaza.) No te va a hacer bien
alimentarte a pan y agua. ¡Chocolate! ¡Comida de fiesta te hice preparar! Pero me dicen
que rechazaste todo.
Paulina– ¡El pan y el agua me unen más a él, porque es lo que comió siempre!
Lautaro– ¡Pan y agua! No me hagas reír. El italiano debe andar por ahí, dándose la gran
vida. Ya habrá encontrado otra chica rica que le dé de comer.
Paulina– ¡No! Usted no lo conoce. Él me juró…
Lautaro– Hija. (Suspira.) Mirá, vamos a olvidarnos de todo esto. (Abre una cajita y
saca un collar de diamantes.) Hay otros motivos para festejar también. Un regalo de
Federico… Hablé con él y con sus padres. Están dispuestos a que el enlace se realice en
julio.
Silencio.
Lautaro– Hija… Era un mal hombre. Y peligroso. Vos sos lo que más quiero en este
mundo, y haría cualquier cosa para cuidarte.
Paulina– ¿Fue usted el que avisó a la policía?
Silencio.
Lautaro– Te vas a casar con Federico. Si no querés hoy, será después de otra semana
encerrada. ¡O dos! ¡O tres! ¡No te olvidés de quién manda en esta casa!
Apagón
Adriana E. Lauro
adrianae.lauro@gmail.com
La descamisada
de Adriana Lauro
Beatriz
Celia
Sale.
Beatriz– Calmate, mamá. Te lo digo por tu bien. No son tiempos para arriesgarse. Hay
leyes. Prohibiciones... Es que todo el día machacan, machacan, y la verdad… ¿Vos viste
lo que pasó la otra noche, en la escuela cuando apareció enarbolada la camisa, en lugar
de la bandera? Revisaron toda la manzana. Podrían haber venido acá.
Celia– (Desde la habitación.) Yo no soy tonta. Seré bruta pero tonta, no. Además, son
travesuras de muchachos. No vieron a nadie. (Pausa.) ¿Viene de lejos el muchacho?
Beatriz– De la capital.
Celia– ¿Qué barrio?
Beatriz– Palermo.
Celia– ¡Estás negando a tu padre! (Le quita el retrato de las manos, amaga darle un
cachetazo.)
Beatriz– (Esquiva el cachetazo.) ¡Mamá, por Dios! ¡Mirá el retrato!
Celia– A lo que llegamos, hija. Yo, levantarte la mano.
Beatriz– En la fábrica, con el crespón en el brazo. Y la foto de ella atrás…
Celia– ¿Qué le dijiste…?
Beatriz– Qué papá murió de un ataque al corazón…
Celia– ¿Qué te han hecho, hijita? No sos vos; es esa facultad. Yo le decía a tu padre:
con maestra, está bien. La facultad está llena de contras. Le van a lavar la cabeza. ¡Ahí
tenés! Yo tenía razón.
Beatriz– Hablamos en otro momento, mamá. Va a venir Ernesto y con él no hablamos
de política. No todo es blanco o negro. En la facultad amplié mi forma de ver las cosas.
Nada más.
Celia– Mirá, vos… ¿Y con ese Ernesto, de qué hablan entonces?
Beatriz– Hablamos de nosotros, mamá. Del futuro, de tener hijos, de progresar… No
todo es política mamá. Él es bueno. Por eso quiero que lo conozcas.
Celia– (Se abraza al retrato.) Esa tarde tu padre me dijo “Vos quedate con Beatriz; la
cosa viene jodida, pero no se van a animar a tanto”. Yo escuchaba los aviones y sabía
que algo terrible iba a pasar. Todavía los escucho rugiendo sobre mi cabeza. Te acordás,
¿no? Y ahora la luz de sus ojos lo esconde en un cajón.
Beatriz– Yo lo extraño, mamá, lo extraño mucho. Se jugó por el partido, por nosotras.
Pero mirá cómo terminó. ¿Vos querés que yo termine igual?
Celia– (Se acerca y la abraza.) Quiero tu felicidad. Y juro, por la memoria de tu padre,
que ojalá estuviera equivocada. Pero lo siento acá (se señala el pecho.) La felicidad se
escapa, siempre se escapa. (Pausa.) ¿Cuándo viene el susodicho?
Timbre
Celia– (Lleva el retrato hasta el bargueño y lo apoya.) Pero el retrato se queda acá.
Apagón
Julia Loreto
loretojulia@gmail.com
Lo que festeja la gente
de Julia Loreto
Dafne
Pedro
Dafne viste un vestido largo de fiesta, negro, escotado y sin mangas. Lleva puestas unas
sandalias negras de taco alto, el pelo suelto, sucio y desprolijo, la cara sin maquillar.
Está acuclillada junto al ventanal, con una taza en la mano. En el extremo opuesto del
ventanal hay un árbol de navidad con, apenas, tres o cuatro luces intermitentes.
Entra Pedro al living.
Pedro se va
Dafne– (Vuelve a chistar.) Doña, doña, ¿una tacita de azúcar podría ser? (Se sienta en
el piso.) No entiendo qué es lo que hay para festejar.
Apagón
Nicolás Marina
nico_alemar@hotmail.com
Corralito
de Nicolás Marina
Mariela
Pedro
Mariela– Apurate. No me gusta venir de noche. ¿Qué hace ése, revolviendo la basura?
Pedro– Dejalo, pobre tipo; está laburando.
Mariela– Pero mirá cómo dejó la vereda, el mugriento. Creo que está fichando, a ver si
nos puede afanar.
Pedro– Se va a llevar una desilusión. No me deja sacar.
Mariela– ¡¿Cómo no te deja?! ¡Si ya pasó una semana!
Pedro– Hace cinco minutos pasó la semana, me tendría que dejar. ¡Cavallo y la concha
pelada de tu abuela!
Mariela– No podemos caer a lo de la tía sin postre. Lo único que nos pidió fue que
llevemos el helado.
Pedro– ¡Sí: de Freddo!
Mariela– En colectivo vamos a llegar a las mil y quinientas...
Pedro– Que espere. A ver si llego con las monedas… (Saca un puñado de monedas del
bolsillo. Se le caen al suelo.)
Mariela– Cuidado, Pedro.
Pedro– (Recoge las monedas en cuatro patas.) ¡¿Será posible?! ¡Ni una bien, me sale!
¡Ni una! ¡Y encima tengo que ir arrastrándome humillado a lo de la arpía esa! ¡No es
justo, che! ¿Para qué quiere helado de Freddo? Si ni debe sentir los gustos, a su edad.
Mariela– Pero conoce de marcas. Tenele paciencia. ¿Quién más te va a prestar la plata
que tenés que pagar? De tu viejo, olvidate. Mal momento elegiste para abrirte por tu
cuenta.
Pedro– (Se pone de pie, con el puñado de monedas en la mano.) ¿Es mi culpa ahora?
¿Qué iba a imaginar que estos sátrapas del gobierno iban a salir con algo así?
Mariela– (Mira hacia fuera.) Ahora se puso a chupar vino ¿Por qué no va a la casa? (A
Pedro.) Lo único que tenés que hacer es seguirle la corriente por una noche. La tía es
generosa, si sabés llevarla.
Pedro– ¡Vieja loca, con olor a muerta que amarroca los dólares en las bombachas!
Mariela– Y así zafó del corralito. Fue más viva que todos nosotros. Ahora la
necesitamos. ¿Qué otra solución hay? ¿Querés que me acueste por guita con los tipos
del gimnasio? No me cuesta nada, varios me tienen ganas…
Pedro– No hablés boludeces.
Mariela– ¿Cuánto puedo cobrar? ¿Mil mangos? Si me garcho a cuatro o cinco por día
en una semana junto lo que necesitamos y no conseguís.
Pedro– ¿Vos te querés garchar a uno del gimnasio? ¿Estás buscando la excusa para
dejarme, ahora que las papas queman?
Él mira las monedas en el piso. La mira a Mariela. Abre y cierra las manos, temblando.
Pedro– Me harta que me manipules como a un muñequito para que haga siempre lo que
vos querés, ¿sabés? Vas a terminar sacando lo peor de mí.
Mariela– (Mira hacia fuera.) Pedro, mirá al ciruja; está contando plata.
Pedro– (Observa.) ¡Hijo de puta, anda con más efectivo que nosotros dos juntos!
Pedro– No podemos…
Mariela– Él necesita menos que nosotros. Ya se puso en pedo, ¿qué más quiere? Y a los
tipos así, el gobierno siempre los ayuda. ¿A nosotros quién nos ayuda?
Pedro– La tía.
Mariela– La tía. Mirá; ya se durmió. Mañana ni se va a acordar que tenía guita encima.
Pedro– ¿Si se despierta y me ataca?
Mariela– Sacate el cinto. Le das con la hebilla. No se va a resistir mucho, si ni puede
tenerse en pie, ¿No te animás? Voy yo. (Intenta desabrocharle el cinturón. Forcejean.)
Pedro– ¡Pará, Mariela! ¡Estás mal de la cabeza!
Mariela– ¡Puede ser! ¡¿Quién queda cuerdo, en estos días?! ¡Es él o nosotros, Pedro!
¡Si estuviese sobrio, no dudaría en afanarnos!
Mariela– Es lo que hizo el banco con nosotros, ¿no? Pensá: sin el préstamo de la tía
podemos terminar en la calle.
Pedro– (Mira hacia fuera.) Él ya está en la calle.
Mariela– ¡Exacto! ¿Querés terminar como él?
Pedro– (Se saca el cinturón.) Esperá acá.
Pedro sale. Mariela observa desde la puerta. Comienzan a oírse forcejos, el ruido de
cartones y botellas desparramados, algún grito ahogado.
Mariela– Dale, ahora… Eso… ¡Cuidado! ¡Ay! ¡No pegués, delincuente! Dios mío…
¡Levantate, Pedro! ¡Dale otra vez! ¡Así! Uy… ¿Pedro, estás bien?
Se produce un silencio. Mariela se retuerce los dedos. Pedro entra ensangrentado, con
una herida en el cuello, la respiración agitada. Tiene un puñado de plata arrugada en
la mano.
Apagón
Adrián Minkowicz
Oriundo de Buenos Aires. Se formó en actuación con Julio Chávez y Carlos Gandolfo,
dramaturgia con Mauricio Kartún y Ariel Barchilón, dirección de cine en New York
Film Academy y escritura de televisión en New York University. También es abogado
de la UBA. Es cofundador y actualmente director de la compañía de teatro y danza
“Human Works” con cinco obras que han hecho giras en distintas salas y festivales
europeos. Asimismo actúa internacionalmente como comediante de stand-up, en
castellano e inglés, en TV y también en los más legendarios clubes de New York, Los
Angeles y Londres, siendo el único comediante argentino que ha actuado en Tokyo,
Beijing y Hong Kong.
adrian@theargentinean.com
El último Jack
de Adrián Minkowicz
Soldado
Sargento
Malvinas, 1982.
Soldado (18) y Sargento (25) se encuentran en una trinchera. Los dos usan cascos. El
Soldado se encuentra herido y apoyado con su espalda en las bolsas arpilleras de las
que está hecha la trinchera. El Sargento esta recostado sobre las bolsas con un fusil en
su mano, mirando hacia afuera y hablando por radio. Está muy oscuro. Las balas
iluminan la escena.
Sargento– Águila a nido. Águila a nido. Cambio. Águila a nido. Necesitamos apoyo
aéreo. ¿Me copia?
El Sargento lo interrumpe, agarrando enérgicamente el casco del Soldado con las dos
manos y acercando la cara del Soldado a su cara para hablarle.
Sargento– Usted no se va a morir. Está herido. Nada más. Yo no voy a perder esta
posición, soldado, ¿me entiende? Y para eso lo necesito a usted. La única forma de salir
de este agujero es trabajando el uno con el otro, soldado. ¿Me comprende?
Soldado– Sí, mi sargento. Disculpemé. Tengo mucho frío, sargento.
Sargento– No me di cuenta que hacía frío, soldado. Voy a llamar inmediatamente al
conserje para que suba la calefacción. Mientras tanto lo voy a poner a hacer un poco de
ejercicio, así va entrando en calor.
El Sargento se aleja del Soldado. Toma un par de binoculares y mira a través de ellos.
Sargento– Usted va a correr en zigzag hasta la siguiente trinchera, que está a las cero
doscientas y va a traer tanta munición como le sea posible. ¿Comprendido sold…? ¿Qué
es ese olor a mierda?
Soldado– ¡Sargento! Yo, sargento.
Se escucha la radio: “Nido a Águila. ¿Me copia? Nido a Águila. Cambio.” El Sargento
toma un trapo y se limpia la sangre del Soldado de las manos.
Sargento– ¿Qué hace? ¡Que lo parió! (Levanta la bocina del piso.) ¡Deme para acá,
soldado! Águila a nido. Lo copio. Águila a nido. Necesitamos apoyo aéreo. ¿Nido, me
copia? (Sonido de estática.) ¿En qué mierda estaba pensando, soldado?
Soldado– Perdón, Sancho. No puedo cerrar la mano.
Soldado– Se fueron. Todos se fueron, Sancho. Tenemos que arrancar nosotros solos.
Sargento– ¿Quién es Sancho?
Soldado– (Tose y escupe sangre.) Dale boludo. Si te digo gordo tirapedos, no te gusta.
Si te llamo por el nombre, tampoco. Empecemos que hace frío. Tendría que haber traído
un pulóver. Mi vieja se va a calentar.
Sargento– (Desconcertado.) Si tiene frío, soldado, todavía nos queda algo de chocolate.
Soldado– Ya sé que queda un Jack, gordo. Cometeló y empecemos de una vez.
Sargento– No lo comprendo, soldado.
Soldado– Comete el Jack y quedate con el muñequito, sí, pero hoy soldado te toca ser a
vos.
Sargento– Soldado…
Soldado– ¡Y dale! (Cambiando la voz.) ¡Teniente coronel, soldado! Cuádrese y salude a
su superior. (Tose y se agarra el estómago.) ¡Dale gordo, tirapedos! Se está haciendo
tarde y tengo que volver a casa. Si no, la voy a tener que escuchar a mi vieja.
(Cambiando la voz nuevamente.) ¿Ha comprendido, soldado?
Pausa.
Sargento– Sí.
Soldado– ¿Sí, qué?
Sargento– (Decidido.) ¡Sí, mi teniente coronel!
Soldado– Así me gusta, muchacho. El enemigo nos tiene rodeados pero no es un
problema. Cuando cuente tres arrojamos las granadas y eso los va a confundir. Uno,
dos… (Hace sonar sus nudillos, como si le sacara el seguro a una granada imaginaria
y la arroja.) ¡Tres! ¿Qué está esperando soldado? ¡Arroje su granada o explotará en
nuestra trinchera!
Soldado– ¡Muy bien, soldado! Ahora tenemos que solicitar la extracción del campo
enemigo. (Levanta su mano con dificultad y hace como si hablara por una radio.) Alfa,
Bravo, Delta, Eco solicitando extracción en cuadrante E 34. (Se tapa la boca con la
mano y hace un ruido de helicóptero.) Puedo escuchar el helicóptero a lo lejos. Tenemos
que movernos. (Intenta levantarse pero no puede y cae dolorido.) ¡Me dieron, soldado!
(Pausa.) ¿No va a decir nada? (Tosiendo.) ¡Dale, Sancho! Ahora me tenés que revisar la
herida y me tenés que decir que no es nada. ¡Dale que hace un tornillo…!
Sargento– (Revisando la herida.) Yo también tengo frío, mi teniente coronel. Permiso
para acercarme.
Soldado– Permiso concedido, soldado.
Apagón
Felipe S. Molinari
felipemol88@gmail.com
Un visita familiar
de Felipe S. Molinari
Ricardo
Juan
Un cuarto casi en penumbras. En el centro hay una pequeña mesa con algunas sillas
alrededor. Más atrás, una cama con las sábanas revueltas, unos cuantos libros y
cuadernos desparramados por el suelo. En una silla se encuentra fumando, en silencio,
Ricardo.
Ruido de llaves. Entra Juan apurado y con una pesada mochila sobre su espalda.
Prende la luz y ve a Ricardo.
Juan– ¿Tío?
Ricardo– ¿Qué hacés Juancito?
Juan– ¿Qué hacés vos? ¿Cómo entraste?
Ricardo– ¿De dónde venís tan apurado? Estás sudando.
Juan– (Titubea.) Vine corriendo. Pasá, que me estoy meando. Dejame ir al baño.
Ricardo– Pará un segundo. ¿Qué tenés en la mochila?
Juan– Cosas de la facultad.
Ricardo– Parece pesada; dejala en el piso.
Juan– (Se saca la mochila.) Pero, ¿vos qué haces acá? ¿Pasó algo?
Ricardo– Me llamó tu vieja. Está preocupada. Dice que hace mucho no la visitás. Eso
está mal, pibe. Acordate que lo primero es la familia.
Juan– Es que estoy con muchas cosas de la facultad.
Ricardo– Claro. ¿Cómo va eso? Tenés suerte de que tu vieja te paga una privada; hoy
en día la universidad pública es una cuna de marxistas.
Juan– Está bien. Igual tengo muchos amigos que van ahí y nada que ver.
Ricardo– Me hiciste acordar. (Busca algo en su bolsillo. Saca una foto.) Tu vieja me
pidió que ya que venía, te traiga esto. Es una foto tuya. De pibe. Mirá qué cara de
boludo tenías. (Le muestra la foto.)
Juan– Es que me estaba riendo.
Ricardo– Y sí, ¿viste?, cuando uno está feliz o asustado pone cara de boludo; los
extremos se tocan. Decime una cosa, este chiquito que está con vos, ¿cómo se llama?
Juan– Leandro.
Ricardo– (Mira la foto de cerca.) Éste tiene cara de pícaro. ¿Lo seguís viendo?
Juan– (Duda.) Sí, cada tanto.
Ricardo– Entonces lo seguís viendo ¿Hace cuánto que no lo ves?
Juan– No sé, tío, unos días ¿Qué pasa? ¿Viniste a traerme una foto?
Ricardo– (Riendo.) No, quédate tranquilo, Juancito. Parte de saber cómo estás es saber
con quién te juntás. (Pausa.) Entonces, ¿tus cosas bien?
Juan– Sí, todo bien. ¿Qué te traigo para tomar? ¿Te hago un té? (Se dirige a la cocina.)
Ricardo– (Grita.) Vení para acá. Te tengo que decir algo. (Pausa.) Tu vieja está
preocupada por vos.
Juan– Ya me lo dijiste.
Ricardo– Sí, pero ahora que no está tu viejo, vos deberías cuidarla. No darle ningún
disgusto. ¿Me entendés?
Juan– Sí. Te prometo que voy a ir más seguido.
Ricardo– No me entendés. Vos tenés que cuidarla. Está jodida la cosa ahora; hay
mucho hijo de puta dando vuelta.
Juan– Nadie va a tocar a tu hermana.
Ricardo– Pero vos tenés que saber cuidarla. Decime, Juancito: ¿vos sabés disparar un
arma?
Juan– (Niega vehementemente con la cabeza.) Nunca.
Ricardo– Así no pibe. No sos digno de ser mi sobrino si no sabes, mínimamente,
disparar un arma. ¿En serio no sabes? (Juan niega.) ¿Qué hacés si se te mete un
subversivo y se quiere violar a tu vieja? ¿Vos no leés los diarios? Está muy jodida la
cosa.
Juan– Ya te dije que no, no me gustan las armas. Dejame ir al baño. En serio me estoy
meando. (Se dirige al baño.)
Ricardo– Para pibe (Saca un arma, le apunta.) Vení.
Ricardo– Tranquilo, campeón. (Le muestra el arma.) ¿Ves? Todo depende del punto de
vista. A un arma la apreciás cuando sos el que la tiene por el mango.
Juan– Tío…
Ricardo– ¿Qué harías si fuera un chorro o alguien que te viene a matar? ¿No te gustaría
ser el que tiene el arma? (Nota el pantalón mojado de Juan.) A ver, pibe, acércate. ¡No
te lo puedo creer! ¡Te measte como una nena! Juancito, ya estás grande para hacerte
encima. ¡Qué maricón que saliste!
Juan– (Avergonzado. Tapándose la zona mojada.) Voy a cambiarme.
Ricardo– Esperá, nene (Deja el arma sobre la mesa.) Ahora que viste que a nadie le
gusta estar del otro lado, volvamos a lo que estábamos hablando. Tu vieja está
preocupada; parece que no te estás juntando con gente muy buena. (Vuelve a agarrar la
foto.) Este pibe Leandro, ya tenía cara de pícaro de pendejo.
Juan– No sé dónde está. Te lo juro. Hace días que no sabemos nada de él.
Ricardo– ¿Quiénes?
Juan– ¿Quiénes qué?
Ricardo– ¿Quiénes son los que no saben nada de él?
Juan– Todos. Los amigos, la familia, la novia.
Ricardo– Él está bien. ¿Me vas a decir quiénes están preocupados por él?
Juan– Ya te dije.
Ricardo– Amigos, familia, novia.
Juan– Sí.
Ricardo– ¿Nadie más?
Juan– No.
Ricardo– No me estas ayudando mucho, pibe.
Juan– ¿Decir la verdad no es ayudar?
Salen.
Apagón
Albana María Morosi
albanamorosi@gmail.com
Tazas inglesas
de Albana María Morosi
Lito
Ana
Lito– ¿A dónde va mi Reina? Hoy hay paro y movilización. (Le ofrece un mate.)
Ana– ¿Tengo pinta de ir al baile? (Se acerca a la mesa.) ¡Pero cómo usás mi taza para
la pintura! (Agarra la taza.)
Lito– ¿Ese cacharro quebrado?
Ana– ¡Es una taza inglesa, es tan fina! (Tira un chorrito de agua de la pava en la taza y
con una punta del lienzo limpia el interior.)
Lito– ¡Pero qué haces, Ana!
Ana– Limpio mi taza.
Lito– ¿De dónde la sacaste?
Ana– La otra tarde, la niña Susi y sus compañeros de estudio, meta quejarse del
hambre, los despidos… ¡Ellos, qué coraje! Y en eso, la niña Susi: (Imita su voz.) “Ana,
¿y vos qué pensás de la situación de los obreros?”. (Silencio.) ¿Yo? ¡Ni esta boca es
mía! Me puse toda nerviosa, se me cayó la bandeja al piso y las tazas inglesas de la
señora quedaron en pedazos. (Pausa.) Me traje los restos de una taza en la cartera, los
pegué.
Lito– (Levanta el lienzo y se lo muestra: “UOM PRESENTE”.) ¿Y, qué decís?
Ana– Está lindo.
Lito– ¡Vamos a la calle juntos!
Ana– ¿Y el pan, va a caer del cielo?
Lito– El pan se gana con trabajo digno. (Deja el lienzo sobre la mesa, va hacia Ana, le
desabrocha el tapado, mete las manos adentro.)
Ana– (Se aparta.) ¡Bruto, me arrugás toda! (Se abrocha el tapado.)
Lito– ¿Para quién te vestís así, eh, para el patroncito?
Ana– ¿Cómo te atrevés, guaso? (Le pega con una mano en el pecho.) Es lo único que
tengo. (Mira el reloj en su muñeca.) Llego tarde.
Lito– ¡A ver si la patrona te descuenta un peso de la miseria que te paga! ¿Con eso
espera que llenes la olla, que pagues el techo?
Ana– Algo es mejor que nada.
Lito– ¡Si todos los que trabajamos pensáramos como vos, estaríamos perdidos!
Tenemos derecho a huelga y a unirnos en la lucha. ¿Cuánto más vamos a aguantar sin
un sueldo decente?
Ana– Y a mí, la doméstica, que me parta un rayo, ¿no? Si hasta fui a trabajar con fiebre
para traer un peso.
Lito– Amar a la patrona sobre todas las cosas, primer mandamiento. (Ceba un mate.)
Ana– ¡Lavate la boca! (Se persigna.) La señora es buena, me dijo que cuando va a la
misa le reza a la Virgen María por mí. (Se toca una cadenita con cruz que pende de su
cuello.) Para que al menos me case y tenga un hijo.
Lito– ¡Que en vez de rezarle a la Virgen te aumente el sueldo y no se meta donde no la
llaman! ¿No oís lo que cantan los compañeros afuera? (Canta y mueve los brazos al
ritmo.) “¡Luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y
popular!”. (Se acerca a Ana, intenta quitarle la taza de la mano y ella se resiste.)
Ana– ¡Es mía! (Guarda la taza en la cartera.)
Lito– ¡Dejá de engañarte, ¿querés?! ¡Por más que te mates trabajando, nunca vas a ser
una de ellos! Sólo el felpudo donde se limpian los pies; la que paga con su sueldo de
hambre las tazas rotas importadas de Inglaterra.
Ana– ¡¿Cómo podés?!
Lito– ¿Oís lo que cantan ahora? (Canta y mueve los brazos al ritmo.) “¡Obreros y
estudiantes, unidos como antes!”
Ana– ¡Pero, Lito, qué cantas, si nunca fueron lo mismo!
Lito– ¿Y la Susi, qué?
Ana– ¿La Susi? ¿Desde cuándo vos la llamas así? (Pausa.) ¿A qué fuiste a la casa la
otra tarde?
Lito– ¡Qué decís, Reina, fui a buscarte a vos!
Ana– ¡Tan tonta soy que me chupo el dedo! Te vi cómo la mirabas. ¡Me doy bien
cuenta que le tenés unas ganas, rubita, educada! (Canta burlona.) “¡Obreros y
estudiantes, unidos como antes!” ¡Cómo no!
Lito– Siempre tan retorcida. ¿Creés que me gustan las niñas de papá?
Ana– Son las que más te calientan, negrito. (Pausa.) Al menos la señora reza por mí.
(Toca la cruz de la cadenita y la besa.)
Lito– Mi amor, sólo te quiero a vos. (Va a buscar el lienzo y cubre las espaldas de los
dos.) ¡Vamos a la calle! ¡Al carajo con la patrona! Que te descuente el día, que se atreva
a despedirte; la dignidad no se consigue con rezos, no se compra ni se vende, se
defiende a fuerza de lucha. ¡Seamos libres, que lo demás no importa nada! (Ana se
quita el lienzo de los hombros y se va.)
Apagón
Ana Laura Pace
analaupace@gmail.com
Chiquita Peinados
de Ana Laura Pace
Chiquita
Muchacha
Chiquita– ¡Qué susto, Virgen Santa! ¡Mi abuelita diría que parece que te trajo el
Diablo!
Chiquita– Qué pava esta Mabel ¡Cómo no me dijo que tenías un pelo tan lindo! Buen
pelo, entero… Virgen… ¿Hiciste alguna promesa?
Muchacha– No.
Chiquita– Cuando lo quieras vender, te lo compro. Hago pelucas para caballeros. Sale
mucho el bisoñé… (Sube la estufa.) ¿Mejor ahora?
Muchacha– Un poco mejor. Gracias, señora.
Chiquita– No me digas señora que tan jovata no estoy. Para vos soy Chiquita… De
chica me llamaban así y de grande me quedó. (Silencio.) Ya se va a ir calentando el
ambiente… Vení, sentate… (La muchacha se abre el abrigo y Chiquita advierte que
tiene un embarazo avanzado. La observa, sin disimulo, a través del espejo.) Qué linda
combinación Clara Inés… Porque tenés Ana Clara o María Inés pero Clara Inés, nunca
lo había escuchado. ¿Cómo te dicen?
Muchacha– Clara.
Silencio. Se miden.
Muchacha– Se lo ruego…
Chiquita cierra la puerta con llave. Va hacia un perchero y saca una capa de nylon
color rosa.
Chiquita– Sacate el abrigo que así como estás no nos van a creer… (La muchacha se
saca el tapado y Chiquita advierte que tiene una sobaquera con un arma corta.) ¡Y
guarda con eso!
Muchacha– No tenga miedo. La sé manejar.
Chiquita– No lo dudo, pero guarda.
Chiquita le levanta el pelo en un rodete. Le cubre la panza con la capita rosa y se la ata
en la nuca.
Se escuchan tres golpes a la puerta. Chiquita le pone una rodaja de pepino en cada ojo
y va a abrir.
Chiquita– (Al aire.) Ya estoy con vos, Clarita… (Se persigna y abre la puerta. La
muchacha escucha la escena con los ojos tapados. A la policía.) Buenas tardes… ¿En
qué le puedo servir? (Escucha.) Justo estaba con una clienta… Sí… Aplicándole una
mascarilla facial… (Escucha.) Claro, una chica amiga; la novia del hijo de una vecina…
(Escucha.) Clara Inés… Clarita, que le dicen. ¿Quiere pasar oficial? (Escucha.) No es la
primera vez, no… Pero pase, pase… Compruebe por usted mismo. (Escucha.) Nada
raro… Nada anormal como dice usted… No vi, no escuché nada… (Escucha.)
Cualquier cosa… claro… le aviso… No tiene por qué… Gracias… Buenas tardes
oficial… Cariños a su señora de mi parte… (Chiquita cierra la puerta.)
Apagón
Mariana Percovich
marianapercovichb@gmail.com
Harina de algarroba
de Mariana Percovich
Eliana
Nancy
Galería de una casa de suburbio de Santiago del Estero. Sobre la mesa dos bolsas con
vainas de algarroba. En un rincón, una bolsa de papel madera de 10 kilos. Es
diciembre del 2000.
Nancy sale de la casa. Esparce vainas de algarroba sobre la mesa.
Eliana entra rengueando, con la respiración agitada. Está despeinada.
Eliana– (Se sienta en el banco de la galería, los hombros echados hacia adelante,
intenta calmar la respiración. Nancy apenas la mira.) Nos corrieron.
Nancy– ¿Y qué creías? ¿Que iban a venir desde Buenos Aires para saludarlos? ¿Que
para eso venían?
Eliana– (Con la respiración entrecortada.) Corrí por la banquina; me metí en un monte.
Estaba con la Margarita y de repente no la vi. Al Alberto se lo llevaron. Lo arrastraron
por la ruta con la panza al aire. Dos le pegaban. Como a vizcachas nos corrieron. A la
Marga me parece que la detuvieron. A varios me parece que detuvieron.
Nancy– (Abre las vainas de algarroba. Las clasifica. Burlona, imitando la voz de
Eliana feliz.) “¡Ahhh, deberías haber estado! Me sentí… Veníamos por la ruta, así con la
bandera y todos caminando, pisando fuerte. Así debe ser el rugir del mar, pienso. Una
fuerza… y el olor a goma quemada no me molestaba”. (Deja de hacer la voz burlona.)
¿Cuánto hace de eso? ¿Un mes? (Pausa.) ¿Y dónde se los llevaron?
Eliana– A la comisaría, creo.
Nancy– ¿Y por qué no fuiste?
Eliana– Y, por el cumpleaños, por el cumpleaños de Juan.
Nancy– Si ya habías ido.
Eliana– Primero no querés que vaya y ahora… porque volví.
Nancy– Una vez que fuiste… No sé, ser responsable, ser compañero. Lo que ustedes
dicen, de lo que se llenan la boca, de ser compañeros. Margarita no sabés dónde está.
(Pausa.) La torta ya está en el horno. La garrafa va a alcanzar.
Eliana– Voy a buscar leña, si no.
Nancy– (Mordiéndose el labio.) ¿Un bizcochuelo en el fogón? No sale parejo. Quiero
que al menos mi sobrino tenga una linda torta. Para eso estuve guardando el gas.
Eliana– ¿Dónde está, Juan?
Nancy– Fue al río, con los amigos.
Eliana– ¿Les iba a decir que era su cumpleaños?
Nancy– No sé. Si vienen va a alcanzar.
Eliana– Doce años Juan, ya…Ojalá tu hermano hubiera venido. Hace doce años. Estaba
tan contento cuando nació Juan. Me vino a ver al hospital con un ramo de flores. Las
mujeres de la habitación me miraban con envidia, con bebé y marido… Un marido y…
(acuna un bebé invisible) …un bebé tan lindo. (Agarrando una vaina de algarroba.)
¿Para qué volviste a ir si ahí hay un montón todavía? (Señalando la bolsa de cartón con
harina que hay en un rincón.)
Nancy– Ésa la voy a vender en la feria el sábado.
Eliana se para, va a buscar la bolsa de harina de algarroba. La agarra. La pone sobre
la mesa y la empieza a tocar, levanta puñados y los deja caer.
Nancy agarra la bolsa y se la saca.
Apagón
Susana Russomanno
Nació en el barrio porteño de Floresta. Es cantante y actriz. Estudió canto con Liliana
Gadiek y, en la actualidad, con Alejandra Ramos. Fue la voz de grupos de rock y jazz.
Como solista, prefiere el jazz y el folklore fusión.
Alejandro Magnone, Gabriela Villalonga, Gonzalo Villanueva, Carlos Ianni, Lorenzo
Quinteros y Liliana Pécora fueron sus maestros de teatro y actuación.
Cursó pedagogía teatral en la Escuela de Teatro de Buenos Aires, dirigida por Raúl
Serrano, fueron sus docentes Raúl Serrano, Mariel Bignasco y Piero Anselmi.
Se inició en el estudio de dramaturgia con Mariana Mazover en el año 2012 y los
continuó con Mauricio Kartun. Desde el año 2014 continúa su formación con Ariel
Barchilón.
surussomanno@hotmail.com
Tomasa
de Susana Russomanno
Merceditas
Tomasa
Tomasa– ¡Doña Consuelo está furiosa! ¡Roja tiene la cara! Me dijo al oído que vaya,
aunque se sienta mal. Me parece que su suegra se quiere ir. Varias veces le preguntó a su
madre por usted y el Manuel le dijo que esperen un rato y…
Merceditas– Me aburres. Cébame unos mates.
Tomasa– ¡Ay mi Dios! (Le da un mate a Merceditas.) Por lo que más quiera, mi niña,
tome el mate y vaya.
Merceditas– (Toma un sorbo.) ¡Está amargo! ¿Qué te pasa hoy?
Tomasa– Perdóneme, es que estoy asustada.
Merceditas– ¡Cébame como Dios manda! Luego, vuelves y le dices a mi madre que
duermo.
Tomasa– Lo vi al Ramón.
Merceditas– Con lo que me ha costado educarte y ahora quieres salir corriendo a los
brazos de un vulgar criadito.
Tomasa– ¡Ay,´ña Merceditas, es que el Ramón es tan lindo! (Vuelve a espiar por la
ventana.)
Merceditas– (Se acerca a la ventana.) ¡Córrete que quiero ver! Es como todos, rústico
y poco agraciado.
Tomasa– ¡Ay, mi niña, por Dios se lo ruego! Que se van a dar cuenta que espiamos;
mejor alejémonos de la ventana.
Merceditas– Parece que anda buscando algo. ¿Será a ti? (La mira a Tomasa.) Y por lo
que veo, despierta todos tus instintos. No creo que te convenga, tengo entendido que es
de pocas luces.
Tomasa– No diga eso; él no es como todos.
Merceditas– ¡Ah! Lo has estado viendo y sin mi permiso.
Tomasa– Sólo hablamos cuando vino a...
Merceditas– Debería azotarte.
Tomasa– No lo hago más, se lo prometo
Merceditas– (Le devuelve el mate.) Está frío. Vamos Tomasa, ve corriendo y diles que
estoy en cama y que… no me has visto nada bien.
Tomasa– Como ordene mi niña.
Sale corriendo.
Merceditas saca unas máscaras y se las prueba. También se prueba unos sombreros, se
mira en el espejo, camina por su habitación, saca dinero de una cajita.
Entra Tomasa.
Tomasa– Su madre tomó la fusta de su padre y me dijo que va a venir ella a buscarla.
¡Tengo mucho miedo!
Merceditas– Y yo que pensaba que tu deseo era que huyéramos. Con tu ayuda lograría
alejarme de mi madre. Tengo mis ahorros. ¿Qué piensas?
Tomasa– No se me enoje, patroncita, pero, ¿qué haría yo fuera de esta casa?
Merceditas– Y… nada. Porque eres una miedosa. Es una pena. Don Juan Manuel lucha
por una vida mejor para ustedes, y yo… quizás podría ir pensando en darte una… cierta
libertad. Continuarías sirviéndome, pero cobrando un pequeño jornal. ¿No te parece una
excelente idea?
Tomasa– (Espía por la ventana y se santigua.) ¡Ay! ¡Dios me ampare! Me pareció
escuchar pasos.
Merceditas– Pruébate éstos sombreros.
Tomasa– ¿Ahora? ¡Ay, mi niña! ¿Qué será de nosotras?
Merceditas– Arréglate que nos vamos.
Tomasa– ¿Adónde? Vaya a la sala. ¡Sea buenita!
Merceditas– ¡Al diablo con eso! Vamos Tomasa, iremos al candombe. Me he enterado
que hoy quizás vaya Rosas. (Saca algo de una cajita.) ponte esto.
Tomasa– ¡La insignia punzó! (La besa.)
Merceditas– Yo también me la pondré. Quién te dice que hoy tu Señor invite a su casa
a toda la morenada. (Se ríe a carcajadas.)
Tomasa– ¡Su madre nos va a achurar a las dos!
Merceditas– ¿Qué son esos términos, Tomasa? ¡Habla como Dios manda!
Tomasa– (Vuelve a mirar por la ventana.) Se están yendo ¡Ay, Jesucito! Viene doña
Consuelo moviendo la fusta.
Merceditas– Nos pondremos éstas máscaras, tú podrías ir sin ella pero yo...
Apagón
Juan Scoufalos
Nació en la ciudad de Buenos Aires. Ejerció la arquitectura hasta que atraído por el
mundo del cine fundó primero la empresa Casting SRL, y luego Elencos y Elenquitos,
dedicadas a la caza de talentos para el espectáculo. Representó a la Argentina con sus
cortos Cumpleaños , La decisión del señor Lauria y El sepulturero hace horas que
espera en los INPUT (International Public Televison) de Dublin, Baltimore y Montreal.
Estudió dramaturgia en los talleres de Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. En Dos veces
bueno I se editó y se puso en escena “Dos a solas”. En Dos veces bueno II, “Estas son
horas de llegar”.
juans@elencosyelenquitos.com.ar
El que puso dólares recibirá dólares
de Juan Scoufalos
Espinosa
Pandolfelli
Mayo 2002. Escuela EGB Nª 10 “José Manuel Estrada” de Ramos Mejía. Aula de 3er
grado. Fernando Espinosa, de saco y camisa, y Coco Pandolfelli remera cuello
redondo y jeans, están probándose unas levitas con escarapelas. Hay alguna ropa
tirada sobre los pupitres.
Pandolfelli– (Mira hacia la puerta abierta.) ¿Adónde fue? (Camina, mira su reloj, se
dirige hacia la puerta y grita.) ¡Espinosaaaaa!
Apagón
Néstor Straimel
straimel@hotmal.com
Lopecito
de Néstor Straimel
Lopecito
Evita
Habitación poco iluminada, una silla y un ataúd. Algunas flores marchitas en el piso.
Entra Lopecito. Es pelado, de 60 años, vestido de negro.
Lopecito– (Enciende una vela. Con una argollita, comienza a hacer burbujas de jabón
y empieza un rezo monótono.) Levántate y anda. El espíritu es todo. Es la vibración, el
magnetismo, la luz. El espíritu es la energía absoluta, la fuerza universal, la vida del éter
en constante movimiento. Todo su cuerpo vive en el éter, irá hacia y volverá del éter
siempre. Levántate y anda. Yo ya no sé si usted es de carne y hueso o es una
manifestación astral. La miro a usted y veo millones de átomos y de partículas que la
envuelven como una nube. Su espíritu debe llegar a ella, guiarla, hacerla fuerte para
cuando el Faraón no esté. Compañera: queremos con toda la fuerza de nuestras almas,
que su espíritu realice ese viaje patriótico. Levántate y anda…
Evita– (Habla lentamente, con voz castiza como la de Isabelita.) ¿Qué dices? ¿Que me
levante? No me atosiguéis, no me atosiguéis...
Lopecito– La luz ha producido el milagro… (Eleva la vela.) La luz está cambiando la
historia…
Evita– Tranquilo, Lopecito… No deliréis… Tanto rompisteis las pelotas con tus
brujerías que me has despertado. ¿Qué has hecho con mi voz? ¡Devuélveme mi voz!
Lopecito– No puede ser… No puede ser… Señora, yo solo necesito su alma para
dársela a Estelita… Ahí trato de devolverle su voz. (Hace unos pases mágicos. Tira
burbujas y dice cosas incoherentes.)
Evita– (Sale del ataúd, eleva sus brazos.) ¡Compañeros! (Recupera su voz, sonríe feliz.)
Bueno, Lopecito, empezamos bien. Pero primero ayudame, dame un espejito que me
voy a pintar los labios…
Lopecito– (Le da el espejo.) Señora… No sabe lo que trabajé para que se concrete este
milagro…Yo le decía al Faraón que un día usted iba a volver a estar cerca de él a través
de otra mujer.
Evita– ¿De la prostituta? ¿Para eso necesitás mi alma? Jamás se la prestaría a un brujo
de cuarta como vos.
Lopecito– Le voy a confesar algo: el Faraón está muy mal de salud. Se olvida de las
cosas, está demasiado medicado. Yo tengo que salvarlo para que pueda volver a
pacificar el país…
Evita– No me jodás… Vos sos el que le levanta la mano derecha al General para que se
olvide de los humildes, de los trabajadores, de mis descamisados…
Lopecito– El mundo cambió, Señora. Los zurdos manejan ahora a todos esos que usted
nombró y quieren envolvernos con el trapo rojo… No lo podemos permitir.
Evita– Pará. Te conozco demasiado. Sos un delirante místico que envenena al General
con píldoras y con palabras. Por suerte me despertaste para poder decírtelo en la cara,
para estrangularte con mi alma, ésa que nunca me podrás arrancar…
Lopecito– (Tartamudea.) Pe… pe… pe… pero, Señora… Me… me… me… me hace
mal lo que dice… Ahora… (Comienza a hacer pases y tirar burbujas, para que Evita
vuelva a su ataúd.)
Evita– No te apurés… Antes necesito volar un ratito. Sacarme de encima estos años de
angustia… Y acomodar este cuerpo embalsamado que inventaron ustedes. (Comienza a
girar sobre sí misma.) En cada giro veo una de tus traiciones.
Lopecito– (Tartamudea.) Pa… pa… pa… pare Señora, po… po… po… por favor.
(Intenta detenerla pero no lo logra.) Se va a ma… ma… marear.
Evita– (En cada giro lanza una frase.)
–Quienes quieran oír, que oigan; quienes quieran seguir, que sigan.
–Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra el General.
–No nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los
vendepatrias.
–Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como
mañana.
Evita– Así que querías pasarle mi espíritu y mis convicciones a esa mina que metiste de
prepo en la vida del General.
Lopecito– ¿Estoy soñando?
Evita– Tal vez sea un sueño… Pero te aseguro que nunca te lo vas a olvidar. ¿Te la
imaginás a tu amiguita hablando de la bota oligárquica?
Lopecito– Voy a apagar las luces…
Evita– Ni se te ocurra moverte. Te quedás acá, quietito, y me escuchás. A ver, primero,
alcanzame esos zapatos plateados. (Evita comienza a rodear la silla mientras la huele
profundamente.) Parece que el General hasta cambió de colonia. Ya no usa aquella que
me seducía… ¿Habrá sido por esta puta amiga tuya?
Lopecito– ¿Quiere que le ayude a ponerse los zapatos?
Evita– Dejalos ahí. ¿Pensás que reviviste a Cenicienta? ¡Ay, ay, ay…! Estoy agotada.
Lopecito– Señora…, con el mayor de los respetos… Usted está muerta…
Evita– Ya lo sé, Lopecito… Dejame delirar un poco. Lo estás volviendo loco al General
con tus fechorías… Y cuando vuelvan al país, te lo digo también con el mayor de los
respetos, van a hacer un desastre…Vos sabés muy bien que los muertos vemos con más
claridad el futuro…
Lopecito– Señora…
Evita– (Se detiene frente a él, lo mira fijo un rato largo.) ¡Callate! Creo que es
suficiente por hoy… Pero ya sabés: gobierne quien gobierne, volveré y seré millones.
(Evita vuelve lentamente a su ataúd.)
Apagón
Carolina Sturla
Nació en Buenos Aires en 1984. Vivió en Tandil hasta los 18 años. Es actriz y licenciada
en Psicología recibida de la Universidad de Buenos Aires. Estudió dramaturgia con
Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. Actualmente cursa la Maestría en Dramaturgia de la
Universidad Nacional de las Artes. En el marco del espectáculo Monólogos en el
limbo escribió y dirigió “Buenos Hábitos” (2013), para distintas ediciones del festival
de obras cortas Dos veces bueno escribió “Eso de querer continuarse” (2014) y “Hablar
del clima” (2015).
carolinasturla@gmail.com
Telegrama
de Carolina Sturla
Burstein
Empleado de Correo
Burstein asiente.
Burstein asiente.
Empleado– Vengo a…
Burstein– No estoy.
Empleado– Lo estoy viendo.
Burstein– Hacé de cuenta que no estoy.
Empleado– Nunca fui de los que pueden imaginar.
Burstein– Me quedan diez segundos.
Burstein– Ah, sí, disculpame, ¿vos también querés? (Vuelva a asomar la cabeza.) ¡Dos
cafés, Lorena! ¡Lorena! ¿Lorena? Esta chica se la pasa en el baño. ¿Cuántas veces al día
puede ir una mujer al baño?
Empleado– Disculpe la intromisión, ¿está llamando a Lorena Amado?
Burstein asiente.
Empleado saca de su morral una planilla y se la muestra.
Empleado le pone el papel frente a los ojos a Burstein, que lo toma, hace un bollo y se
lo mete en la boca.
Empleado toca la tecla de la luz, que titila un par de veces hasta encenderse.
Empleado– (Saliendo.) Usted lo dijo: toda felicidad exige una renuncia, o algo así.
Burstein toma una pila de papeles que está sobre su escritorio y revisa, una a una, las
hojas con desesperación. Se detiene en una, la mira fijamente, la hace un bollo y se la
mete en la boca. Toma sus cosas y sale. La luz titila y se apaga.
Virginia Torres
Historias de amor que van y vienen con la escritura. Me considero siempre una
aprendiz.
vitorres62@yahoo.com.ar
Algo contigo
de Virginia Torres
Ramón
Beto
Apagón
Susana Toscano
info@susanatoscano.com
Una pequeña ayuda de mis amigos
de Susana Toscano
General
Cabo
General– ¡Adelante!
Cabo– Permiso, mi general. Cabo García, para servirlo.
General– ¡¿Qué manera es ésa de presentarse?!
Cabo– ¿Mi general?
General– Graduación y nombre completo.
Cabo– Cabo Juan (Pausa.) Domingo García
General– ¿Qué?
Apagón lento
Sergio Tosunian
stosunian@hotmail.com
Orsai
de Sergio Tosunian
Carlos
Chucho
Carlos– (Le apoya la mano en el hombro.) Por favor… ¿Qué va a decir Sofía? (Chucho
se sienta.) Su hija le preparó una sorpresa… Milanesas a la fugazzeta… Son las que le
gustan a usted
Chucho– Sí, pero será para otra vez… Así comemos todos juntos.
Carlos– Un golpe de horno y ya está. Es una oportunidad única… Acompáñeme. (Saca
de la cocina dos vasos y una botella de vino. Casi hay un gol de Argentina.) ¡Vamos
Argentina! ¿No se alegra?
Chucho– No entiendo mucho el fútbol.
Carlos– Esto no es solo fútbol. Es la alegría de veinticinco millones de argentinos.
Chucho– Eso dicen…
Carlos– La radio, los diarios, la televisión no nos van a mentir. El mundo nos mira.
(Chucho toma un poco de vino.) No sé qué amiga fue a ver. Me gustaría avisarle que
usted esta aquí. ¿Cómo se llama la amiga? ¿Usted no se acuerda?
Chucho– No me dijo nada.
Carlos– Esa con la que andaba últimamente. La tengo en la punta de la lengua.
Chucho– ¿Cuál?
Carlos– Ya me voy acordar. Bueno, vamos bien; domina argentina. Ya falta poco y nos
clasificamos. (Saca del cajón de la cocina un cuchillo.) Vamos acompañar con un
quesito este vinito.
Chucho– Se ve que le gusta mucho el fútbol.
Carlos– Imagínese lo que me gusta… que no dudé en quedarme a ver el partido.
Chucho– Bueno lo dejo disfrutando…
Carlos– (Con el cuchillo en la mano.) No me va dejar solo festejando.
Chucho– En casa me esperan.
Carlos– Hoy no hay ni un alma por la calle. Quédese un rato más.
Chucho– Me tengo que ir. Me gustaría acompañarlo… Pero la familia me espera.
Carlos– ¿Se cree que a mí no? ¡Dele! Un vinito más… que lo va a necesitar… Estos
últimos minutos son los más tensos. (Chucho toma un poco.) ¿Cómo anda el trabajo?
Imprentero, ¿no?
Chucho– Nada que ver. Soy armador de zapatos.
Carlos– ¡Ah, claro! Voy a ver las milanesas.
Carlos– (Parándolo.) Ya termina. Trato de ser amable. ¿Escucha el gol? ¡Le dije que al
final ganamos nosotros!
Chucho– ¿Qué quiere de mí?
Carlos– Que veamos juntos el partido… A mí me gusta. Y quería verlo en mi casa…
Pero el trabajo esta primero.
Carlos– ¡Gol! ¡Hoy es el día de la patria! Y usted apurado para ir con su hija. Mire que
allá no hay tele, eh. (Se ríe.) ¿No grita el gol? Vamos, gritemos.
Apagón.
Mariano Turek
Nace en Buenos Aires en junio de 1976. Cursa en la Universidad del Cine la licenciatura
de cine con orientación en dirección. Desde el año 1996 al 2014 se desempeña como
técnico de cine, publicidad y televisión. Actualmente se dedica a la formación y
capacitación profesional en la industria audiovisual. Durante el año 2008 y 2009
escribe, dirige y produce el espectáculo Cita del cinematógrafo. Ha dirigido dos series
de televisión de contenidos científicos para público infantil: Diario de viaje (2011) y
Misión aventura (2013). Ha escrito los guiones de los cortometrajes ¿Yo, Celoso?
(1997), Gentileti (2014) y Olor a ratas (2015), y de los largometrajes Aria (2001) y
Algo con una mujer (2016). La tos es su segunda obra de teatro breve.
marianoturek@yahoo.com.ar
La Tos
de Mariano Turek.
Frías
Lavalle
Frías se acomoda en la mesa de campaña y toma la pluma que hay sobre ella.
Lavalle– Ya está, Frías, se acabó. Rompa la carta; ya no hay nada más que hacer.
Frías– Me pregunto si no estaremos cometiendo un grave error, quizá haya otra
alternativa que no se está evaluando.
Lavalle– ¿Usted no se da cuenta de lo que sucede? (Pausa.) Todos aquellos que
empujaron mis decisiones con halagos, cuando vino la hora oscura se encogieron de
hombros y se apartaron.
Frías– Pero usted ha salido de situaciones mucho mas difíciles que esta: Ituzaingó,
Bacacay, Camacuá . . . Usted es el León de Riobamba.
Lavalle– Yo ya no soy aquel que usted dice mi amigo... (Pausa larga.) Una leyenda de
estos pagos cuenta que un indio rubio de la quebrada se convirtió en cóndor cuando sus
compañeros le quitaron los ojos. El cóndor remontó vuelo más allá de los montes y de
las nubes, hasta que la desesperación, al comprender que le habían quitado la luz para
siempre, le hizo precipitarse desde la inmensa altura para caer muy cerca del sitio de
donde partió. (Pausa.) Prométame algo, Frías.
Frías– Diga, Señor.
Lavalle– Pase lo que pase, no deje que Oribe y sus perros se hagan con mi cuerpo.
(Tose.)
Frías– Así será, pierda cuidado. Todos nosotros daremos la vida por ello.
Apagón suave.
Jana Vidal
Nació en Buenos Aires en 1967. Actriz formada con Miguel Pittier, Cristina Banegas,
Vivi Tellas, Daniel Casablanca, entre otros. Su formación en dramaturgia reconoce
como maestros a Mauricio Kartun y Ariel Barchilón.
Actualmente se dedica a la dramaturgia y a la dirección teatral, realizando también
algunos trabajos actorales. Integra el Grupo Tecla (grupo de experimentación teatral).
Ha hecho la dirección y puesta en escena de distintas obras teatrales tales como Santos,
La Reina, Junín y El parpadeo, todas de su autoría. Ha dirigido obras de otros
dramaturgos tales como Casablanca, dos recuperando la pareja, Breve informe sobre la
cubana, Seis y Colonia, todas de Eduardo Fortunato, Abismos, de Mónica Alonso y
Fresias de invierno, de Juan Folino.
janavidal67@gmail.com
Escuela Rueditas Mágicas
de Jana Vidal
Cori
Lucía
2016. Barrio de Barracas. Pequeña escuela de patín. Lucía, adolescente, con patines,
traje de patinadora, saco polar, medias can-can, peinada con un rodete mal hecho.
Patina lentamente. Entra Cori, 60 años, con ropa deportiva pasada de moda. Al
costado de la pista de patín hay sillas y algunas cajas de cartón repletas de objetos y
varios trofeos viejos.
Lucía levanta el trofeo con sus dos manos, estirándose en la tarima. Se ríe.
Apagón.
Horacio Vogelfang
txcardiacoinfantil@gmail.com
Piedra de Tropiezo
de Horacio Vogelfang
Nem
Rip
Buenos Aires, 2054. Nem (33), con soplete y piedras. Largo atuendo negro hasta los
tobillos, sombrero tipo Tupac Amaru.
Nem– (Rezando, suelda una piedra al suelo.) ISAIAS capítulo 8, Versículo 16: “Dios
de los ejércitos, Él es vuestro temor”. (Se corre unos metros, suelda otra.) “Pondrá por
santuario piedra para tropezar, por tropezadero para caer y red al morador de Jerusalén.”
(Se corre, suelda otra.) “OH, DESAPARECIDO, CONDENADO AL OLVIDO, vuestro
nombre labrado en la piedra, plantada aquí, de donde te llevaron”.
Entra Rip (45), sigiloso. Un pasamontaña cubre su rostro, pantalón y chaqueta militar;
pistola y handy, bolsa con objetos. Tropieza con una piedra.
Nem, caído. Rip lo ata. Saca una olla de la bolsa y un martillo grotesco. Coloca la olla
sobre la cabeza de Nem.
Rip– (Lee un papel.) “Instructivo para implantar Terapia de la Alegría. Olvido de
desaparecidos y masacres latinoamericanas: 1 golpe.” (Le da.)
Nem– ¡No podrás borrar mi memoria!
Rip– “Holocausto y guerras mundiales: 2 golpes.” (Le da.)
Nem– ¡Ni vos ni tu ORTO podrán lavar mis neuronas!
Rip– “Todos los crímenes de lesa humanidad: 3 golpes.” (Le da.)
Nem– ¡Ah! (Se desvanece.)
Rip– Listo. (Espera, le da a oler algo. Nem reacciona. Rip lo desata.)
Nem– ¿Qué me hiciste?
Rip– (Ata a la olla cables de color unidos a un téster.) Bien. Terapia de la Alegría
implantada. Cambié tu memoria por la IRA: “Inteligencia Robótica Autoevolutiva”. El
Comando creó su base algorítmica eliminando todo vestigio de memoria de los
crímenes a la Humanidad. Ya pertenecés, y pertenecer tiene sus privilegios. Vivir sin
recuerdos es vivir feliz. Cuando yo diga la palabra clave deberás ver en tu memoria una
laguna con cigüeñas. ¿Preparado? (Nem asiente.) ¡"Auschwitz"! ¿Qué aparece?
Nem– Un campo de concentración. ¡Una cámara de gas!
Rip– ¡Caramba! Otra prueba: palabra clave y verás un parque, globos amarillos que van
al cielo y tienen escrito: “Argentinos, derechos y humanos”. ¿Preparado? “Escuela de
Mecánica de la Armada”. ¿Qué ves?
Nem– Personas torturadas, asesinadas.
Rip– ¡Epa, epa! Ya va a hacer efecto.
Nem– ¡Nunca podrán! Somos hermanos, pero somos distintos. ¡En mi ADN llevo la
resistencia al olvido!
Rip– Entonces, no queda otra. (Lo apunta.) Deberé informar.
Nem– No importa lo que hagas. Otro inmediatamente me reemplazará. Somos 36. Los
36 de Funes; llevamos moléculas de anagnorisina en nuestros aminoácidos
Rip– (Rip, por handy.) No prendió la vacuna, mi general (…) No sé; dice algo de 36
tipos, de un aminoácido
Nem– La fuerza del verdadero ser está en nuestro ADN. Cae uno; otro renacerá. En
cada generación seremos 36, poniendo piedras para que tropiecen con la verdad
Rip– ¡Qué sé yo! Una anagnorimierda que está en las moléculas. (…) Sí mi general,
¡procedo! ¡Lo paralizo con el rayo MIERDA, Memorioso Inteligente Empecinado
Recalcitrante Desaparecerá Absolutamente. (Dispara un láser.)
Nem se sacude.
Nem– Están soldadas con nitrógeno líquido. Criofusión, por congelamiento. Imposible
derretir la unión piedra-suelo, a menos que explote la Vía Láctea, pero ya no habría
humanos sobre la Tierra.
Apagón