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Dos veces bueno

2016
Teatro breve

Por y para la Independencia Argentina


Yenny Paola Agudelo.

Nace el 23 de Marzo de 1987, en Bogotá, Colombia. Es licenciada en artes escénicas de


la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Actualmente adelanta la tesis de
Magister en Dramaturgia de la UNA, estudia dramaturgia con Ariel Barchilón, y
complementa su formación con talleres de actuación con Marcelo Savignone y de
puesta en escena con Emilio García Wehbi.
En 2010 y 2011 forma parte del taller metropolitano de dramaturgia en Bogotá,
Colombia “Punto cadeneta Punto” en donde estudia con maestros como Pedro Miguel
Rozo Florez, Carolina Vivas, Arístides Vargas y Víctor Viviescas; ha realizado talleres
de escritura con maestros como Marco Antonio de la Parra y Doc Comparato.

yeagudelo@yahoo.com
Despedida
de Yenny Agudelo

Carmen
Juan

1960. Cabrera, Cundinamarca, Colombia.


Una finca grande con jardín y antejardín. En la entrada principal, reses, gallinas,
cerdos, además de cultivos con variedades de papas. Se escuchan pájaros entre los
árboles.
Es de noche. En la cocina de su casa, Carmen, una mujer de 50 años, delgada, de
estatura mediana, tez morena, pelo largo y desordenado. Cocina tranquilamente
mientras silba una canción.
Sigilosamente, en el marco de la puerta de la cocina, aparece Juan, un joven de 16
años, desdentado y maltrecho, vestido con traje militar y botas de caucho embarradas,
fusil al hombro y una flor en su mano. Carmen no se percata y continúa cocinando.
Juan la observa detenidamente por un momento. Después de algunos segundos Juan se
une al silbido de su madre. Ella se sorprende y suelta una olla que lleva en sus manos;
la sopa se derrama en el suelo. Carmen da un salto para evitar quemarse.

Carmen– ¿Qué hace aquí?


Juan– ¡Mamá, se puso pálida! Vine a visitarla. Me hacía falta la casa.
Carmen– ¡Me asustó! Hace mucho que no venía… Está flaquito.
Juan– ¿Por qué me mira así?
Carmen– Es que… está… diferente, cambiado. ¿Lo dejaron salir?
Juan– Me mandaron a cumplir una tarea. ¿Cómo ha estado?
Carmen– Bien. No pasan muchas cosas por aquí.
Juan– ¿Está asustada? (Da unos pasos hacia Carmen y ella se aleja.)
Carmen– Sorprendida. (Alejándose de él.)
Juan– ¿Y Graciela?
Carmen– Su hermana... Estudiando. ¿A qué vino, Juan?
Juan– A verlas. ¿Graciela está aquí? (Carmen agarra un machete que está junto a la
mesa.) ¡No se asuste!
Carmen– ¿Está comiendo bien?
Juan– (Se acerca a Carmen, le agarra la mano y desliza el machete lentamente hasta
que éste cae al suelo.) Cuando se puede.
Carmen– ¡Váyase Juan!
Juan– ¿No se alegra de verme? ¿Desde cuándo me tiene miedo?
Carmen– No le tengo miedo. Y sí, me alegra verlo.
Juan– Déme un abrazo mamá. Yo las extraño mucho, así no me crea. Déme un abrazo,
por favor. ¡Venga!

Carmen inmóvil, Juan se acerca a ella. Él la abraza pero ella continúa inmóvil.
Carmen se percata del fusil y se aleja. Él le entrega la flor.

Carmen– ¿Y esto?
Juan– Una flor. Se puede tener detalles. ¿No? (Carmen pone la flor sobre la mesa.)
Carmen– ¿Me va a decir a qué vino?
Juan– Ya le dije: a visitarlas. Llame a mi hermana.
Carmen– Ella no está. ¿Le dan mala vida por allá, m’hijo?
Juan– Uno se acostumbra. ¡La casa está cambiada!
Carmen– Juan…
Juan– Voy a buscarla yo mismo.
Carmen– M’hijo…
Juan– Mamá, es que… Graciela se tiene que ir conmigo.
Carmen– ¿Cómo se le ocurre? ¿Se enloqueció?
Juan– El comandante quiere una hembra y me mandó llevarla. ¡Graciela! ¡Venga!
Carmen– Juan, ella no se puede ir.
Juan– ¡Mamá, es ella o todos nosotros! Me la tengo que llevar… Mire. (Juan señala la
ventana, Carmen se asoma, queda inmóvil.) ¿Me entiende? O regreso con ella o no
regreso… Por eso están ahí. No puedo hacer nada, no podemos hacer nada.
Carmen– ¡Es una niña, Juan!
Juan– Yo sé. Mamá, no quiero llevármela. ¿Me cree?
Carmen– ¿Van a volver?
Juan– No sé.
Carmen– ¿Nunca?
Juan– No me puedo demorar.

En el marco de la puerta de la cocina, aparece Graciela, una niña de 12 años,


sonriente, radiante, vestida de blanco, con una diadema rosada, sus puños apretados.

Graciela– Quiubo, Juan ¿Llevo ropa?


Carmen– ¡Vaya para el cuarto, Graciela!
Juan– No necesita ropa; allá le dan uniforme. Está muy bonita, Graciela.
Carmen– No sea terca, quédese en el cuarto.
Graciela– Vamos a estar bien. Apenas podamos nos vamos a ver de nuevo. ¿No, Juan?
Juan– Esperemos que sí.
Graciela– (Muestra la muñeca.) ¿Puedo llevar mi muñeca?
Juan– Sí. Adiós mamá. (Agarra a Graciela de la mano.)

Graciela se suelta de la mano de Juan y se lanza sobre Carmen; las dos se funden en
un abrazo. Graciela acaricia el rostro de Carmen, que cierra los ojos. Sus brazos se
descuelgan al lado de su cuerpo, se mantiene inmóvil. Juan se acerca y los tres se
abrazan fuertemente.

Juan– Usted sabe cómo es esto, viejita. Esta vez nos tocó a nosotros.

Carmen se quita el suéter que lleva puesto y se lo pone a Graciela, Juan va hacia la
puerta, la abre y sale.

Juan– ¡Vámonos!

Graciela desde el marco de la puerta se despide de su mamá, con la mano. Sale, se


cierra la puerta. Carmen va hacia la ventana. Su mirada se mantiene detenida, levanta
su mano derecha, se despide. Silencio.

Apagón
Mónica Liliana Alonso

Nacida mataderense y argentina, fui la típica que “solo era feliz en el colegio”* y me
emocionaba todas las mañanas cuando izaban la bandera. Poeta quién sabe por qué,
médica por amor a las trincheras, actriz por juguetona y, finalmente, dramaturga, por
lógica consecuencia.
Agradezco a los maestros y compañeros que me nutrieron y acompañaron hasta aquí.
Especialmente a Orlando Acosta (actuación), Mauricio Kartun (seminario de
dramaturgia), Carlos Ianni (dirección teatral).
Y mención aparte al maestro Ariel Barchilón, que me lleva del balbuceo a la historia y a
las palabras en su mágico taller de los miércoles.

* “Fabricante de mentiras”, de Charly García.

monialonso@fibertel.com.ar
Voluntario
de Mónica Liliana Alonso

Marcelo
Ochoa

Habitación. Cama, mesita de luz y espejo colgado en la pared. Puerta cerrada (baño) y
otra salida al resto de la casa. Se escuchan golpes detrás de la puerta cerrada.
Ochoa, cuarentón, delgado. Frente al espejo en calzoncillos y camiseta, termina de
pasarse una navaja por el pelo. Sobre la cama hay un uniforme.
Ochoa ignora los golpes y se pone el pantalón. Le queda enorme. Toma el cinturón y
ajusta. No tiene agujeros suficientes. Se quita el pantalón, trata de agujerear el
cinturón con la traba de la hebilla.

Marcelo– (Desde el baño.) Viejo, no seas pelotudo, abrime. No me hagas gritar que se
va a despertar la vieja. (Ochoa saca del cajón de la mesita una tijera. La usa con el
cinturón.)
Viejo ¿qué estás haciendo? Dentro de dos horas tengo que presentarme en el cuartel, se
me hace tarde. Me van a cagar a pedos. (Golpea.) ¿Qué carajo te pasa? ¿Estás en pedo
otra vez?
Ochoa– (Logró su objetivo y se pone el pantalón.) Más fresco que nunca estoy. (Sigue
vistiéndose.) En pedo estuve casi toda la vida, pero ahora sí se terminó. Me van a tener
que aguantar esos milicos de mierda. ¿Se quieren ir a cuetear con lo inglese? ¿Se
quieren llevar a un Ochoa? Se lo llevan a éste o a ninguno. Mirá si les voy a dar un hijo
también. Putos carroñeros. Nos sacaron el gobierno, la libertá, el Gasómetro…y ahora
quieren jugar a los soldaditos y llevarse… (Mientras tanto, Marcelo desarmó la
cerradura y cae al piso la manija. Se abre la puerta y aparece Marcelo tambaleante.
Tiene 18, alto como el padre pero fuerte y musculoso, corte de pelo de colimba, en
jeans y remera.)
Marcelo– (Mirándolo incrédulo.) ¿Qué? ¡La ropa…! ¡Sacate eso! Mirá el pelo… ¡Por
Dios!
Ochoa– (Sorprendido, mira hacia la puerta del baño y luego, divertido, le toca una
mejilla.) Hijo ´e tigre… No te dejás agarrar fácil, ¿eh?
Marcelo– (Revisando la chaqueta, moviéndose en torno a Ochoa.) ¡Sacate eso,
¿querés?! Me llega a faltar un botón y el sargento me baila. ¿No entendiste que cuando
me presento hoy, ya nos mandan al sur? ¿Sabés...?
Ochoa– Usted al sur no se va nada. Para eso está su padre.
Marcelo– (Va a replicar pero se contiene y le pone una mano en el hombro.) Tranquilo
viejo, no te pongás mal, vos también. Ya a la vieja le tuve que conseguir un sedante, me
salvó la vecina. Pero para vos no tengo nada. Tenés que ser fuerte, viejito, no te pirés.
Dale, sacate el pantalón. (Intenta desabrocharle el cinturón, Ochoa retrocede, se sube a
la cama.)
Ochoa– Ningún pire. Más respeto. Ademá, dejame hablar. Vo no está para lo que estos
monos quieren que hagas. Nadie está… pero los pibes y las mujeres primero…Yo tengo
obligación, seré lo que sea pero ésta la tengo clara
Marcelo– (Se sienta sobre la mesita con los brazos cruzados.) Viejo, no te quiero faltar
el respeto, pero vos no podés tener claro nada. Estuviste durmiendo la mona tres
semanas.
Ochoa– Ya sé…
Marcelo– Después de que yo, la vieja y todo el barrio te buscamos dos días…
Ochoa– El triunfo con Atlanta, 4 a 0… ¿Qué queré? Empecé con Fanta, te juro…
Marcelo– Te encontré casi muerto, tapado de vómito y mierda. ¡Fanta!
Ochoa– (Baja de la cama pero se mantiene a distancia.) No te calenté. Tené razón; soy
un forro, siempre fui un forro…Y vo siempre me ayudás. Desde noviembre que no
chupaba, gracia a vo. Todas la semana juntito alentando al ciclón… Por fin tengo buena
yunta y… (Pausa. Intenta tomar la chaqueta. Marcelo lo detiene.)
Marcelo– No sé qué querés hacer justo ahora, pero ya está. Hasta yo sé que cuándo hay
guerra y te llaman tenés que ir; no hay otra. Y más si sos colimba. ¡Sacate eso! (Ochoa
baja la cabeza y se saca el pantalón. Marcelo lo extiende sobre la cama.)
Ochoa– Ta bien, vo tené que ir. Pero yo puedo ir con vo. De voluntario…
Marcelo– (Desbordado.) ¡Viejo, no puedo más! ¿No entendés? No puedo seguir
bancándote. Yo me tengo que ir a donde carajo me manden y vos te tenés que despabilar
y cuidar a la vieja y al pendejo. (Patea la cama y le da la espalda. Pausa.)
Ochoa– (Lentamente se sienta en el suelo, apoyándose contra la cama.) Tenés mala
suerte Marcelito. Naciste en un país de curdas cagadores… (Marcelo vuelve a mirarlo,
vacila y luego se sienta al lado de él, le pasa el brazo por los hombros. Ochoa se
quiebra y empieza a darle besos en la cabeza.)
Marcelo– Bueno, bueno, largá, que no se diga…Va a salir todo bien; seguro vuelvo
enseguida, como pasó con Chile, un amague… (Ochoa permanece con la cara oculta
en el hombro del hijo. Él mientras habla le hace torpes caricias, en la espalda, la
cabeza.) Vos tenés que cuidarte y cuidar el rancho, para cuando vuelva. Y lo más
importante: le tenés que seguir haciendo el aguante al Ciclón, eso es sagrado. Y cuando
gane, en vez de ir a festejar me escribís y me contás el partido. ¿Hecho?
Ochoa– (Levantando el rostro, besa sus dedos en cruz.) Por Evita te lo juro. (Vuelve a
ocultar su rostro en el hombro del joven. Por unos momentos permanecen así,
pareciera que el hijo acuna al padre.)
Marcelo– (Canta despacito.) “Yo era cuervo desde que estaba en la cuna…”. (Ochoa se
incorpora y Marcelo también. Ochoa se limpia rudamente unas lágrimas, todavía no
puede hablar. Le da un golpecito en el brazo a Marcelo.)
Marcelo– Dale viejo, a seguir triunfando. Vos acá y yo allá. (Lo toma de las manos con
gesto cómplice y enfrentados empiezan a dar saltitos en el lugar mientras cantan.)
Ambos– “Ahí viene la hinchada/ Le gusta cantar/ ¡Vamos, vamos, San Lorenzo! / Que
volvemos a la A”. (Se detienen y se funden en un abrazo.)

Apagón
Marcelo Fabián Aruj

Nací en Febrero de 1970. Soy actor, director teatral, dramaturgo y psicólogo. Me


especialicé en psicodrama y coordiné grupos de diversa índole: terapéuticos, de padres,
profesionales de la salud y equipos directivos. Coordino talleres de teatro para pacientes
con padecimiento mental. Trabajé algunos años en temas de violencia y maltrato
infantil. Como actor representé, entre otros personajes, a Hamlet, La reina Margarita,
Biff, Boris, Diego, Mariano, Giacommo, Pedro Jaqueras. Monté espectáculos con mis
alumnos de actuación; escribí y dirigí las obras breves en las que participé para los tres
ciclos: Devenir lo propio, Suena y No lo abras (primera parte). Entre mis maestros
carnales están Augusto Fernandes, María Laura Méndez, Ariel Barchilón, Ricardo
Bartis, Beatriz Matar, Tato Pavlovsky, Nora Silvestry y Mauricio Kartun.
Serás lo que debas ser es mi tercera obra publicada.

marfaruj@gmail.com
Serás lo que debas ser
de Marcelo Aruj

Doctor
Hombre

El Hombre, con ropa raída, está sentado. Frente a él una silla vacía. Un único gesto
que repite: abre y cierra los ojos. Vestido de blanco, entra el Doctor, por detrás del
Hombre y avanza hacia la silla, mientras lo observa. Se ubica frente a él, se sienta. El
Hombre no advierte su presencia y continúa abriendo y cerrando sus ojos. En una de
sus aperturas…

Doctor– ¡No los cierres!


Hombre– (Sorprendido ante esa aparición.) ¿Quién es usted?
Doctor– Manténgalos abiertos… los ojos.
Hombre– (Ansioso.) No me contestó… Si es uno de esos doctores…
Doctor– (Pausa.) ¿No me recuerdas? Soy alguien que quiere ayudarte
Hombre– ¿Quién?
Doctor– Shhhh…Tranquilo. Mantenga los ojos abiertos ¿Qué ve? ¿Qué oye?

El Hombre lentamente pierde la referencia del Doctor para expandir su mirada en el


espacio. Su expresión se ensancha, cobra volumen, oscila aquí y allá. Ve algo que no
vemos. Se levanta de la silla y vive en presente su relato.

Hombre– Los metales se baten… cañones, alaridos, sangre…


Doctor– No los cierre… ¿Qué más? ¿Sangre, cañones, alaridos…?
Hombre– (Mira hacia el cielo.) Un sol radiante asoma y nos llena de júbilo y coraje…
Doctor– Siga…
Hombre– Se escucha una trompeta… Los alazanes relinchan y caen. El viento nos
juega en contra…
Doctor– ¿Dónde está?
Hombre– Sobre mi caballo. (Comienza a galopar sobre un caballo imaginario.) Me
bato con el enemigo, (Se bate con destreza.) sin respiro... “¡A degüello! ¡A degüello!”.
¡Los corceles brincan enloquecidos! ¡Dos hombres desarmados se están golpeando con
las manos! Ahí otro, descuartizado. ¡Por todos lados, polvo y llamas!
Doctor– Bien… Ahora, ciérrelos… ¿Qué ve? ¿Qué oye?
Hombre– (Los cierra.) No veo nada… Esta oscuro. (Huele.) Hay olor a incienso, a
aceite y a madera… Escucho voces, llantos, lamentos y rezos…
Doctor– ¿Olor a incienso… lamentos?
Hombre– Quiero hablar, pero no puedo. Quiero abrir mis ojos…
Doctor– ¿Dónde está?
Hombre– En una cama, tendido, con mis brazos en cruz. (Se toma los hombros en
cruz.) No puedo moverme. Quiero gritar pero mi voz es muda. ¡Dios mío, qué soledad!

Abre los ojos, de súbito. De a poco, la escena de la batalla empieza a ganar su


expresión.

Doctor– Nuevamente la batalla…


Hombre– Huele a Guerra. Un soldado de mi ejército, herido. ¡Los caballos lo patean!
No puedo hacer nada… Otro soldado avanza raudo hacia mí… (Hace el gesto de
atravesar a alguien con la espada.) ¡Muere! Un enemigo apunta su bayoneta a mi
centro. (Sonríe.) Entrego mi pecho al destino. Un golpe seco y después… Vuelta a
empezar, una y otra vez, exactamente igual. De la arenga y el clarinete hasta ese golpe
seco. La misma batalla, siempre.
Doctor– ¿Y cuando cierra los ojos?

Cierra los ojos. Pausa.

Hombre– Rodeado de tules y doseles, escuchando lamentos: “Dios lo tenga en su Santa


Gloria”. “Páter noster…”.
Doctor– Quiere… gritar… (Pausa.)
Hombre– Algo recuerdo… mis palabras inaudibles “Mercedes. Mercedita, no llores,
hija, no te lamentes”. (Ahoga su llanto, abre los ojos.)
Doctor– Quizá haya algo más que no recuerda…
Hombre– No comprendo…
Doctor– Esa mañana, en la batalla, tras los muros del histórico convento, mientras en
silencio nos preparábamos para recibir al enemigo, pensaste algo… (Pausa.) Tres
versos: “El caballo no conoce muertes. La muerte la conocen los hombres pensantes…”
Hombre– (Pausa. Recuerda.) “Me muero por pensar caballos”.
Doctor– Y deseaste morir esa mañana frente al convento, que atravesara tu pecho una
muerte viva, de corceles y de aceros.
Hombre– Si, eso pensé… (Baja su mirada.)
Doctor– Previste tu otra muerte y no la quisiste. Viejo y cansado, agonizando en el
exilio, entre lloriqueos y rezos.
Hombre– No, no lo quise…
Doctor– Pero no moriste esa mañana frente al convento. Un caballo y un soldado
salvaron tu pellejo. Y luego… Lo estas recordando, ¿no es cierto?
Hombre– ¿Quién es usted?
Doctor– Luego, otras batallas, la gloria, la desilusión y el destierro.
Hombre– ¿Quién es usted?
Doctor– ¿Aún no me recuerdas? Alguien que supo ayudarte. Esa mañana, tras los
muros del convento, un prodigio sucedió; el universo me hizo consciente con un único
propósito: que salvara tu vida en la batalla.
Hombre– ¿Soldado Baigorria… soldado Cabral?
Doctor– Yo te salvé primero… Brinqué y relinché con furia y la bayoneta no dio en tu
centro, sino en el mío y te protegí con mi cuerpo herido.
Hombre– ¡No es posible!
Doctor– Abre bien tus ojos… ya no los cierres…

Silencio. Se miran. El Hombre avanza hacia el Doctor y éste baja apenas su cabeza. El
Hombre lo acaricia con ternura.

Hombre– ¡Bayo Blanco!


Bayo Blanco– General, los caballos hicimos la patria grande; nuestra sangre, la que
derramamos y la que corre en nuestras venas, nuestra vitalidad y nuestra fuerza
soportaron en el anonimato la lucha de unos pocos, con nombre propio. Siempre es así,
General. Siéntese.
Bayo Blanco se ubica detrás de San Martín.

Bayo Blanco– Ahora que todo has recordado, sí es posible torcer la historia. Es
necesario, así está dispuesto, que vuelva a alejarte de la muerte. Es mi destino salvarte y
el tuyo no morir. Vuelve a tu tierra, que sufre de luchas y miserias. Los colonizadores no
se han ido, y bien adentro los hermanos se pelean.

Bayo Blanco cubre con sus manos los ojos del General

Bayo Blanco– No te debatirás más en el sueño de tus dos muertes. No moriste en la


batalla ni en esa tierra francesa, General… Lo necesitamos.

Bayo Blanco retira sus manos.

San Martín– (Se para.) Ya regresé. ¡Estoy listo!

Se va apagando la luz, mientras se escuchan los primeros acordes de la Marcha de San


Lorenzo.

Apagón
Ariel Barchilón

Hijo de José y Paulina, padre de Alegría, compañero de vida de Albana. Nació en San
Juan. Vive en Buenos Aires. Ama las islas del Tigre. Es licenciado en letras, dramaturgo
y narrador. Estrenó más de veinte obras de teatro, entre las que se destacan Cartas de la
ausente, Paisaje después de la batalla, Los impunes, Ya no está de moda tener
ilusiones, El miembro ausente, Oratorio por un país en sombras, Salvavidas de plomo y
Canto de amor contra la muerte. Muchas de ellas recibieron importantes premios
nacionales e internacionales. Sus piezas integraron ciclos teatrales como
Teatroxlaidentidad I, II y IV, Ciclo Nueve II y III, Género Chico y las cinco ediciones de
Proyecto Puentes. Ha recibido becas de dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro y
del Fondo Nacional de las Artes. Algunas de sus piezas fueron estrenadas en España,
Italia, Chile, Uruguay y Cuba. Desde hace muchos años, coordina Talleres de
Dramaturgia en el estudio de Mauricio Kartun, en la carrera de Dirección Teatral de la
Universidad Nacional de Artes y en el Postgrado de Dramaturgia de la misma
institución. Es el coordinador del Taller Hijos del Rigor, que por cuarto año consecutivo
pone en escena el festival Dos veces bueno. Coordina también la editorial cooperativa
Cero Ala Izquierda, que edita las obras escritas y estrenadas en su taller de dramaturgia.

arielbarchilon@gmail.com
Ella baila sola
de Ariel Barchilón

“They dance with the invisible ones”


(Sting)

Amalia
Elena

Buenos Aires, 2016. Living de un departamento. Una mujer mayor, vestida como para
una fiesta, enciende velas que están sobre una mesa preparada con un mantel lujoso,
copas de champán y flores. Ambiente romántico. Se escuchan las campanadas de un
reloj de péndulo. La mujer, radiante, sale del living y abre una puerta.

Amalia– (Voz en off.) ¡Hola! ¡Qué lindo verte otra vez! ¡Pasá, pasá! (Pausa.) Gracias
por la puntualidad. Adelante, pasá.

Entra sola y sonríe hacia la puerta.

Amalia– ¡Vení, no seas sonso!

Por la manera de mirar de Amalia nos damos cuenta de que alguien, invisible para el
espectador, entra en el living.

Amalia– (Pausa. Halagada.) ¡Gracias! ¡Gracias! (…) No, no es el mismo vestido. Ya


no tengo el mismo cuerpo. (Se ríe.) Cuando me enteré que volvías, me hice hacer uno
igual pero que me entrara… (Se ríe, coqueta.) Está lindo, ¿no? (…) El collar, sí; es el
mismo. El que me regalaste vos. (…) ¡Vos estás igual! No tenés ni una cana, ni una
arruga… (…) (Se ríe.) Qué adulador. A mí si que los años se me vinieron encima…
(Ella mira el living, como siguiendo la mirada de él.) ¿Cómo, que la ves rara? Es tu
casa. Nuestra casa. (…) ¿Y? ¿Qué te parece? (…) Pasaron 40 años, ¿qué querés? ¡Pero
lo importante es que volviste! ¡Yo estaba segura…! Siempre te esperé. (…) ¿Las sillas?
Son nuevas. ¡Bah! Las cambié hace diez... No, quince. Y el piso también es nuevo. El
parquet estaba todo percudido… ¿Te gusta? Ah, pero hay algo que está igual. Te desafío
a que lo descubras. (…) No, no es eso. (…) No, tampoco… (Sonríe y aplaude.
Radiante.) ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Muy bien. ¡El Winco! ¿Te acordás cuando lo compramos? (…)
No, no quise comprar uno más moderno. Me trae tan lindos recuerdos. Y hay una
sorpresa, eh. (Abre el tocadiscos y saca un disco.) Mirá… Sí… Sí… “Sous le ciel de
Paris”. Es lo que bailamos cuando… (Se emociona. Trata de controlarse.) ¿Querés que
lo ponga? (Escucha la respuesta y pone el disco. Suena la voz de Edith Piaff.) ¡Sí!
¡Claro que acepto bailar!

Amalia baila. Apoya su cabeza en el hombro de su interlocutor invisible.

Amalia– ¡Hummm! Qué rico perfume.

Sigue bailando durante un tiempo de felicidad radiante, hasta que entra, sigilosa,
Elena, la hija ciega de Amalia, desde la puerta.
Elena se queda inmóvil percibiendo el lugar.
Cuando Amalia la ve, deja de bailar. Indica con un gesto a su interlocutor que haga
silencio.
Amalia– Hola, mi amor. No te esperaba. (Le da un beso.)
Elena– ¿Con quién estás, mamá?
Amalia– ¡Sola! ¿Con quién voy a estar? (Silencio tenso.) ¿Qué pasa, nena?
Elena– Apagá esa música, mamá. (Amalia obedece. Silencio.) Habíamos quedado en
que no ibas a escuchar nunca más ese disco.
Amalia– ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? ¡Me gusta!
Elena– No te hagás la tonta, mamá. La doctora te dijo que no te hace nada bien…
Amalia– ¡Por favor! ¡Qué sabe esa mujer de lo que me hace bien a mí! (Hace un gesto
de que espere a su interlocutor invisible.) Vení, mi amor, sentate. (La guía hasta la
silla.) ¿Querés comer algo?
Elena– (Se sienta. Toca el mantel.) ¡Pusiste el mantel de seda bordada!
Amalia– ¡Sí! ¿Te gusta?
Elena– No te hagás la tonta, mamá. Sé que hoy es el aniversario. (Toca el candelabro.)
¡Prendiste las velas, también! ¡Igual que el año pasado!
Amalia– ¡Ay, no hagas una montaña de un grano de arena! Sabía que ibas a venir y
quise celebrar con vos. Eso es todo.
Elena– ¡No mientas! Me dijiste que no viniera porque ibas a ir al cine con la tía Fany.
Amalia– ¿Te dije eso? ¡Ay, qué tonta! Vos sabés que tengo la cabeza un poco…
Elena– Vine porque la tía Fany se asustó.
Amalia– ¿De qué?
Elena– De lo que le dijiste por teléfono.
Amalia– Yo no hablé con Fany.
Elena– Le dijiste que papá iba a venir a verte.
Amalia– Preparé milanesitas de peceto al gratine, con batatitas doradas. ¿Querés
que…?
Elena– ¡Papá está muerto, mamá!
Amalia– ¡No! No está muerto.
Elena– ¡Hace cuarenta años que está…!
Amalia– ¡Ya lo sé! Pero no está muerto.
Elena– ¡Ay, mamá…! ¡No vuelvas a escuchar esa canción! ¡Por favor!
Amalia– Está bien. Te juro que no voy a… ¿Querés que brindemos? (Pausa.) Hoy
cumplimos 42 años de casados…
Elena– ¡Cumplirían, mamá…! ¡Cumplirían!
Amalia– Sí, eso quise decir. (Pausa.) Adiviná. (Pausa.) Tengo una sorpresa para vos.

Amalia va hasta el lugar donde dejó de bailar y le extiende la mano al interlocutor


invisible. Lo guía lentamente hasta la puerta de salida.

Elena– ¿Qué hacés mamá?


Amalia– Nada. Voy a buscar tu regalito, mi amor.

Amalia sale con su interlocutor invisible. Elena pasa sus ojos ciegos por el living, con
inquietud. Amalia vuelve a entrar, radiante.

Amalia– Aquí estoy.


Elena– ¿Qué estás tramando? Estás rara.
Amalia– Rara, no. Feliz. ¡No sabés lo que encontré en un negocio de cosas viejas en
San Telmo!
Elena– ¿Qué?
Amalia– Es para oler. Te va a encantar. (Acerca un pañuelito a la nariz de Elena.) ¡Olé!
Elena– ¡Hummm! ¡Qué rico! ¿Qué perfume es?
Amalia– Se llamaba Scorpions. Estaba muy de moda cuando éramos jóvenes. A tu papá
le encantaba. ¿Te gusta?

Silencio.

Elena– ¡Dame un abrazo, mamá!


Amalia– Sí, mi amor. ¡Sí!

Se abrazan.

Apagón lento.
Cuando la mentira es la verdad
de Ariel Barchilón

“Nuestro único consuelo en la miseria


es la distracción. ()
Pero las distracciones nos entretienen y,
sin que nos demos cuenta,
nos van llevando, poco a poco, a la muerte”.

(Blaise Pascal, “Pensamientos”.)

Mujer 1
Mujer 2

Living de una casa de clase media. Música funcional relajante. Frente a la ventana,
Mujer 1 observa el paisaje. Le faltan los dos brazos. Tiene una especie de gorro de
nadadora en la cabeza y un camisón que le llega hasta los tobillos.

La puerta se abre abruptamente. Forcejeos; la voz de Mujer 2 que se resiste a entrar,


pero finalmente es arrojada al living. Viste el mismo camisón y el mismo gorro que la
otra mujer. La puerta se cierra. Ponen llave desde afuera.

Mujer 2– ¡Abran, por favor! ¡Esto es un error! ¡Abran!


Mujer 1– ¡Silencio, señora! ¡Nos van a castigar!
Mujer 2– ¿Quién sos vos?
Mujer 1– Cálmese, señora.
Mujer 2– ¿Qué te pasó en los brazos?
Mujer 1– Nada, señora. (Silencio.)
Mujer 2– Yo había escuchado que… ¡Nunca lo creí! ¡No! ¡No puede ser!
Mujer 1– No grite. Es peligroso.
Mujer 2– ¿Por qué? Yo no hice nada.
Mujer 1– Tranquila, señora. Respire profundo. Cálmese.
Mujer 2– ¡No quiero calmarme! Quiero que me devuelvan mi ropa, mi crucifijo de oro.
Mujer 1– ¡Yo gritaba como usted! Y mire… (Señala la ausencia de sus brazos.)
Mujer 2– ¿Ellos te los cortaron?
Mujer 1– ¡No! ¡Bueno, sí! ¡Fue mi culpa, eh! Ellos actuaron bien; yo creía que tenía
derecho, pero...
Mujer 2– Quiero que me devuelvan mi pelo.
Mujer 1– Cálmese, señora. Ellos nos piden un sacrificio. Hay que aceptar.
Mujer 2– ¡No puede ser! ¡Esas son mentiras de los corruptos!
Mujer 1– No. Créame. Yo… A usted recién la traen.
Mujer 2– Ellos son buenos, honestos. Nos cuidan y nos dicen la verdad. (Tiempo.) No
entiendo… Creo en Ellos, en sus palabras. Son tan amorosos: nos dan fe y confianza.
Son sinceros. Hablan con el corazón.
Mujer 1– Yo pienso igual, señora.
Mujer 2– Ellos nos prometieron alegría, bienestar para todos, unión en paz. Esto tiene
que ser un error. (Va hasta la ventana y trata de abrirla.). ¡Abra la ventana!
Mujer 1– Nos dejan mirar, pero no abrir, señora.
Mujer 2– (Mira el paisaje.) Qué hermoso. Ese lugar es un paraíso.Qué feliz que se ve
esa familia.
Mujer 1– (Se acerca y mira la ventana.) Ah, sí, qué lindos chicos. (Pausa.) A veces se
ve el mar.
Mujer 2– ¡Pero…! (La reconoce.) ¿Vos no sos Rosa?
Mujer 1– Sí, señora.
Mujer 2– No te había reconocido ¿Por qué estás aquí?
Mujer 1– Vine a limpiar su casa, señora.
Mujer 2– Esta no es mi casa.
Mujer 1– Sí, señora. Ya se va a acostumbrar.

Mujer 2 camina hasta un teléfono y marca un número.

Mujer 2– Hola… Hola… (Escucha. Corta. Marca otro número. Escucha. Corta.) Qué
raro… Estoy llamando a mi casa y siempre se escucha una grabación.
Mujer 1– Sí, en todos los números está la Declaración de la Alegría. (Sin ironía,
conmovida.) “Yo estoy aquí para cuidarte y decirte la verdad”. ¡Qué lindo, ¿no?!
Mujer 2– Sí, muy lindo. (Va a la puerta y golpea con furia.) ¡Abran!
Mujer 1– ¡Basta! Nos van a castigar, señora.
Mujer 2– ¡Yo tengo derecho!
Mujer 1– ¡No diga eso! No tenemos ningún derecho, señora. Ellos son buenos y nos
cuidan porque tienen misericordia.
Mujer 2– Eso es mentira. Ellos nos liberaron de la tiranía. De los corruptos.
Mujer 1– No le miento. Yo también gritaba al principio. (Pausa.) Míreme, señora.
Mujer 2– ¡No puede ser! Usted debe haber nacido así.
Mujer 1– Pero si trabajo hace 15 años con usted, señora.
Mujer 2– ¡A mí no me va a pasar! Yo soy una persona bien. Yo los apoyé; yo creo en
Ellos.
Mujer 1– Yo también los apoyé, señora.
Mujer 2– ¿Estás tratando de asustarme?
Mujer 1– No.
Mujer 2– Voy a llamar a mi casa.
Mujer 1– Estamos en su casa, señora.
Mujer 2– ¡Esto es una cárcel!
Mujer 1– No, señora. Mire bien.

Mujer 2 mira la casa, reconociéndola.

Mujer 2– (Toma un retrato de un estante y lo observa.) ¡No puede ser!


Mujer 1– A mí también me costó reconocer que estaba en su casa.
Mujer 2– (Repite como un mantra.) “Yo estoy aquí para cuidarte y decirte la verdad”.
“Yo estoy aquí para cuidarte y decirte la verdad”. “Yo estoy aquí para cuidarte y decirte
la verdad”. “Yo estoy aquí para cuidarte y decirte la verdad”.

Poco a poco se va calmando y sonríe. Va hacia la puerta y golpea con amabilidad.

Mujer 2– Hola… ¿Hay alguien ahí? Disculpen que les haya gritado antes, pero… ¡Se
trata de un error! ¿Me escuchan? Me gustaría hablar con el gerente... Yo soy una de
ustedes.
Silencio. Nadie le responde. La Mujer 1 mira por la ventana.

Mujer 1– Venga, señora. Empezó a nevar. Las montañas se ven muy lindas.
Mujer 2– ¿Por qué no me contestan?
Mujer 1– Venga. Le va a gustar.
Mujer 2– (Va hacia la ventana y contempla.) Qué raro.
Mujer 1– ¿Qué?
Mujer 2– Recién se veía un jardín con niños en un día sol.
Mujer 1– Sí, cambian el paisaje cada media hora. Pero siempre es hermoso. Es un
consuelo.
Mujer 2– ¿Un consuelo?

Se enciende solo el televisor. La imagen no se ve; sólo se escuchan risas grabadas.

Mujer 2– ¡Eh!
Mujer 1– ¿Vio qué lindo, señora? Se enciende solo. Se da cuenta cuando una está triste.

La mujer 2 busca el telecontrol y hace zapping, pero en todos los canales están las
mismas risas grabadas. Mujer 1 se acerca a mirar la televisión con Mujer 2.

Mujer 2– Qué raro. (Se ríe.) En todos los canales dan “Tele-risa para el alma”.
Mujer 1– Sí… (Se ríe.)

Las dos contemplan el programa. Crecen sus risas.

Apagón
Chusa Blázquez

Nació en Albacete, 1978. Actriz española. Llegó a Buenos Aires en 2013. Actualmente
participa en Antes de Antes, de Marcelo Savignone y Bodas de Sangre, dirección de
Marcelo Caballero. Estrenó en el teatro IFT La Noche que Sandro saltó el tapial de
casa. Sus dos últimos trabajos en Madrid, Bla Bla Bla y Fragmentos de un velatorio,
dirigidos por Miguel Pittier, estuvieron más de un año en cartel. Otros montajes a lo
largo de su carrera fueron El malestar, El rigor de las desdichas, Circe, Dada, Romeo y
Julieta, Hamlet. En cine, destaca su participación en Fuman, cortometraje mención
especial mejor micro-comedia de Alain Kortázar, y su trabajo coprotagónico en el
unitario de la serie Arrepentidos, de Nat Geo. En 2015 comenzó su formación en
dramaturgia de la mano de Ariel Barchilón.

chusablazquez@gmail.com
Ganaron
de Chuza Blázquez

María
Elisa

Cementerio. María deja una fotografía en una tumba.

María– Hola Enrique. Franco ha muerto. Feliz cumpleaños.

Se escuchan pasos. María se esconde. Entra Elisa.

Elisa– Hola mi vida, feliz cumpleaños. (Apoya un tacho con agua junto a la tumba.) Yo
cada vez más vieja y tú cada vez más sucio. (Escurre un trapo.) Yo pienso que ya lo
debes saber, pero por si llevabas razón, y es verdad que Dios no existe, pues te lo digo
yo que sé que te vas a poner muy contento. Franco… (Elisa encuentra la foto.) ¿Y esto?
María– ¿Cómo estás? (Silencio.)
Elisa– (Mira la foto.) Lo cierto es que eras muy bonita. Y mi Enrique… Esa mañana
tenía tanta prisa que no me dejó repasarle el bolsillo de la camisa y lo llevó todo el día
medio colgando. (Le devuelve la foto.)
María– (Señalando en la foto.) ¿No me vas a preguntar…?
Elisa– No. Y tampoco te voy a preguntar para qué has venido.
María– Éste es Juan, Agustina, Rosario, Pedro, el Federico y su hermana, siempre
agarrados de las faldas de su madre. Y Pilarín, que apenas andaba.

Elisa se pone a limpiar la tumba.

María– Los escondíamos en la fábrica un tiempo hasta que encontrábamos la forma de


sacarlos. Normalmente era asunto de un par de días. Pero justo, cuando llegó este grupo,
los fascistas ya estaban por todas partes.
Elisa– ¿Por qué sacas esto ahora?
María– Porque llevo 30 años con un puñal en el pecho. Y la noche del incendio…
Elisa– Eso ya pasó.
María– Para mí no. Era yo la que escuchaba cómo se vencían los hierros e imaginaba
cómo se aplastaban las cabezas de esos pobres. No sabía que hacer, estaba sola…

Elisa limpia cada vez más fuerte.

María– Elisa, fui yo la que corrió a buscar ayuda al pueblo.


Elisa– No me vengas con tonterías ahora María. Se ha muerto Franco y... ¡Te has vuelto
loca!
María– ¡Loca llevo desde entonces! ¡Que no hay una noche que no me despierte con
las uñas clavadas en las palmas! Los fascistas habían tomado el pueblo y yo fui a
buscarlos porque no supe qué otra cosa hacer. Vinieron conmigo y no los salvaron,
Elisa, no los salvaron. Se quedaron a mi lado, tan tranquilos, esperando, hasta que no se
escuchó nada. Sólo mis gritos. Enrique no tardó mucho en llegar.
Elisa– ¿Ya estás contenta? No podías quedarte con la boca cerrada. Tenías que venir
después de tanto tiempo a seguir envenenándome.
María– ¡Ojalá me hubiesen matado a mí!
Elisa– Lo que no entiendo es por qué no lo hicieron.
María– No digas eso.
Elisa– ¿De verdad crees que no sé quiénes eran? Mira, María, yo te agradezco de
corazón que te marcharas. ¿Sabes que soñaba que te arrancaba los ojos? Vete por favor.
María– Perdóname hermana…
Elisa– ¿Por qué te soltaron?
María– No lo sé, Elisa, no lo sé, te juro que… Perdóname…
Elisa– ¡Déjame!
María– Por favor no seas así, abrázame Elisa, yo también pasé lo mío. ¿Por qué nunca
quisiste saber lo que le hicieron a tu María?
Elisa– Calla.
María– No. Me entrego a mi desgracia como no pude hacerlo aquella vez. Yo sueño
con esos pequeños. Crecen escondidos entre amasijos hasta volver a hacerse niños, y
cuando me acerco a ellos para abrazarlos y pedirles perdón, se convierten en ratones.
Así, una y otra vez, todas las noches. ¡Mírame! Nunca quisiste ver mientras los tuyos se
jugaban la vida… Era suficiente con tener la comida lista en la mesa.
Elisa– ¿Quién te has creído que eres para juzgarme así? Tal vez para ti la vida era la
causa, para mí, la vida era Enrique y mis hijos. Yo no pude elegir. A mí me tocó el terror
que me acompañaba día y noche, cada vez que mi marido salía por la puerta.
María– Hubiese dado mi brazo para sentir en mis ojos esa mirada que te echaba cuando
regresábamos. Cuando entrábamos por la puerta, aún con el corazón en un puño y él te
agarraba de la cintura como si nada hubiera pasado, y te regalaba esa sonrisa. Nos
sentábamos a comer tus lentejas con chorizo y yo lo miraba con admiración. Con
admiración y con deseo. ¿Por qué no decirlo ahora? Nunca entendí por qué el hombre
más valiente, más apasionado, el más comprometido con nuestra causa, podía estar
perdidamente enamorado de una mujer tan insulsa, ¡tan repleta de indiferencia!
Elisa– (Le suelta una tremenda bofetada.) Podríamos haber sido felices.
María– ¡Mira esa foto! ¡Mira esos niños! ¡Pero cómo iba Enrique a ser feliz viendo
cómo los suyos caían uno detrás de otro! ¡Nunca lo entendiste, Elisa! No existe la
felicidad en esta España. Él se sacrificó como nos hubiéramos sacrificado cualquiera de
nosotros. Pero eso tú no puedes entenderlo porque siempre fuiste suave, delicada,
floja…
Elisa– ¡Cállate! Qué fácil es hablar para ti, la princesita de la casa; siempre haciendo lo
que le venía en gana, sin más responsabilidades que jugar a la miliciana. ¿Qué serías tú
sin la causa?
María– Sigues sin entender nada, pero no te culpo porque ahora yo te entiendo. Ahora
soy lo mismo que tú. Después de la guerra, de nuestro fracaso, de esos niños, de
Enrique, y de todos estos años, se me ha endurecido tanto el corazón por el odio y el
silencio, que ahora que ha muerto Franco, para mí también es tarde. Ganaron Elisa.
Elisa– Ganaron.

Apagón
Ana María Boerr

Nació en la ciudad de Buenos Aires. Profesora en letras recibida en la USAL y


profesora elemental de italiano egresada de la Dante Alighieri, publicó cuentos en las
revistas Para ti, Chabela y Claudia. Estudió dramaturgia en los talleres de Mauricio
Kartun y Ariel Barchilón. En el marco de Proyecto tres se pusieron en escena “Lista
para el eclipse” y “Edda, chao” y en Monólogos en el limbo, “Último viaje”. En Dos
veces bueno I se editó y se puso en escena “Chiquito”. En Dos veces bueno II, “Plumón
de manzana”.

aniboerr@hotmail.com
Juana Moro
de Ana María Boerr

Socorro
Serapio

Salta 1814. Durante las guerras por la emancipación. Sala en casa de Socorro.
Socorro, 50 años, española, renga, frágil, vestida de negro, se apoya en un bastón, con
un pico en la mano.
Serapio, 40, hermano de Socorro.
Socorro deja el pico en el suelo y apoya la oreja en la pared.

Socorro– ¡Juana! Juanita, ¿me estás oyendo? No, no te canses. Tan gruesa esta pared…
Ya casi no te oigo. Haz sonar la campanita, mejor. La que yo te regalé. Te espero.
Mientras tanto sigo trabajando. No te creas que descanso. ¡Mira si te voy a dejar ahí
encerrada! (Toma el pico del suelo y lo levanta para dar un golpe. Baja la voz.) ¡Ay, en
carne viva, las manos! ¡Dios mío, dame tu fuerza, que la mía se acaba! (Empuña el
pico; se oye un tintineo del otro lado.) ¡Juanita, qué alegría, te estoy escuchando! No
pienses más en la sed. Jarras llenas de agua tengo para ti. Fresca, cristalina, rica como
aquellas humitas. ¿Juana? ¿Me oyes? (Eleva la voz.) No estás encerrada en lo oscuro.
Estás al sol sobre tu caballo. Imagina el calor del sol. Atraviesas galopando el ejército
de los tuyos y sigues, sigues galopando a través del ejército de los míos. No te
reconocen y no te molestan gracias a tu ropa de coya. Tú eres fuerte, Juana, y no pueden
derrotarte. Llegas. Saltas la tapia y me dices. (Pausa. Apoya la cabeza contra la pared
que está picando.) ¡Sí! Eso mismo dijiste. A mí, que siempre he odiado llamarme
Socorro. ¡No voy a dejar que te mueras! ¡Vamos, Juana! No te permito que te mueras.
No puedes morirte sin contarme la magia que usaste con el marqués de Yaví. (Va a dar
un golpe con el pico, se le mueve el bastón y cae al suelo. Se recompone y se levanta.)

Suenan golpes en la puerta. Socorro renguea, se acerca a la puerta y pregunta.

Socorro– ¿Quién está ahí? ¡Serapio! No te esperaba.

Lo hace pasar y se sitúa ante el agujero de la pared escondiendo tras de sí el pico.

Serapio– Buenas tardes, Socorro. He venido a consolarte en un momento que debe ser
difícil para ti.
Socorro– Gracias, Serapio. No querría que malgastaras tu tiempo acá. ¡Tanta guerra!
Serapio– ¡Alto, alto!
Socorro– Pero te has hecho tiempo para tu hermana a pesar de los aljibes que tienes que
cegar y las puertas y ventanas que mandas cubrir con adobe.
Serapio– ¡Quieres que me ofenda y me vaya! ¿Qué estás escondiendo ahí?

Serapio trata de separar a Socorro de la pared y de hacerla girar. Ella se resiste.

Socorro– No es de tu incumbencia. (Cae el pico.) ¡Viniste a espiarme!


Serapio– ¡Como si necesitara! (La aparta de la pared.) Ya sabía que ibas a hacer esto.
¿No te das cuenta de que es inútil? Es el tercer día. Debe estar muerta.
Socorro– No me vas a desanimar. ¿Quieres detenerme? (Vuelve a picar.) Delátame. O
me mandas emparedar a mí también.
Serapio– Socorro, no soy tu enemigo. Si hice algo que no te gusta, lo hice por lealtad al
Rey. ¿O no nos han inculcado a los dos la fidelidad a la Corona y a España? Muy
ingrato sería si no cumpliera con estos preceptos que nos legaron nuestros padres.
Socorro– Muy ingrata yo si no derribo esta pared. Le debo la vida a Juana Moro.
Cuando el sitio, no había nada para comer. Ni hambre tenía ya. No podía moverme. Tú
andabas guerreando. Y un día se me aparece Juana con humitas. Salta la tapia. A ver si
comes y te pones linda como tu nombre, dice. A mí, que siempre odié llamarme
Socorro.
Serapio– ¿Disfrazada de gaucho, como cuando pasaba mensajes a los insurrectos?

Socorro golpea la pared con el pico.

Socorro– De coya, para que te enteres, aunque no sé qué derecho tienes a criticarla
después de haberla emparedado.
Serapio– Santa Juana, perdón. No habrá sido con santidad como consiguió que el
marqués de Yaví se retirara antes de llegar a Salta.
Socorro– Estás sangrando por la herida. Y mira que han pasado años desde que la
mirabas y la mirabas. (Silencio.) Hace rato que no oigo la campanita.
Serapio– Tres días que no duermo. Y ella ha traicionado al Rey.
Socorro– ¡Calla, Serapio! Traición. ¡Una palabra para clausurar puertas y tapar
ventanas!
Serapio– Quieres que me arrepienta. Y no puedo. Es el honor, es el deber, es la Patria.
Socorro– Yo ya no recuerdo cómo era España. (Dando golpes con el pico.) Si estuviera
allá les daría a los franchutes así. Ella lucha por los suyos. Piensa que nosotros somos de
afuera. (Pausa.) Pero es mi amiga.
Serapio– ¿Y eso qué importa?

Se oye el tintineo.

Socorro– ¡Chito! (Acerca su oído a la pared.) ¡Juanaaaa! ¡Juanaa!... (Se detiene,


fuertemente conmovida. Escucha.) Está viva, Serapio. ¡Juanita, te oigo! No, no voy a
gritar. ¡Aléjate, Juanita, que falta poco! ¿Cómo? ¿Qué? (Pausa.) No, Juana, no digas
eso. Estoy tan vieja; ahora es al revés. (Se aleja rengueando, trata de dominarse.)
Serapio, ¿sabes lo que dice? Te veré… más linda que tu nombre. (Se le cae el pico.)

Serapio le mira las manos.

Serapio– ¡Qué manos, Socorro! ¡Mira si son las manos de una dama, todas sucias y
lastimadas! ¡Qué forma de hacerte daño! ¡Ve a lavártelas! (Toma el pico.) ¡Trae para
acá!

Serapio se pone a picar.

Apagón
Daniel Burak

Nació -como no podía ser de otra manera- en Buenos Aires, ciudad en la cual fue niño
en los 60, y donde ahora, a los casi 60, continúa siéndolo.
Ha estudiado dirección de cine y TV. en Tel Aviv, durante los años tristes de fines de los
70 y comienzos de los 80. Desde entonces, se dedica a ejercer ese oficio de diversos
modos. Como director, recibió en 2004 un premio Cóndor de Plata por su primer
largometraje: Bar el Chino. En 2012 estrenó Nicaragua... Sueños de una generación,
cuya dirección compartió con Roberto Persano y Santiago Nacif.
En teatro ha escrito y puesto en escena las obras Ilarilarie O-O-O y Sacacorchos, ambas
publicadas en las ediciones anteriores de este ciclo y gestadas en el transcurso del taller
de su maestro, Ariel Barchilon.

danielburak@gmail.com
Aquí, en la arena
de Daniel Burak

Bernabé
Arturo

2049. Un viejo bar. La mesa emite una tenue luz que ilumina el rostro de Bernabé,
quien, con casco estrambótico, baila sentado y ríe. Es un anciano de cabello oscuro y
abundante. Viste polera roja y pantalón blanco.
Entra un hombre de mediana edad y se para detrás de él. Bernabé gira.

Bernabé– Pensé que no venías, ya. ¿Bailás?

Arturo se para frente a Bernabé, quien se saca el casco. Arturo se sienta.

Bernabé– Disculpá, es que estaba con la Alfano en el Bailando. ¡Qué minón! Vos eras
un nene, ni te debés acordar. ¡Redivertido, y no "parece" que estuvieras ahí, "estás" ahí!
Preparate, te van a preguntar: ¿de veras tu tío hizo el Super Virtual Reality del
Bailando? Te digo: la realidad virtual fue. ¡Esto es el futuro!
Arturo– ¿Eso nos va a ayudar a pensar?
Bernabé– ¿Pensar? Los ciudadanos no buscan pensar. Buscan cómo divertirse. Eso es...
Arturo– ...lo que vende.
Bernabé– ¿Qué tomás?
Arturo– (Hacia lo lejos.) ¡Mozo! (Hace con dos dedos el gesto de "un café".)
Bernabé– ¿A qué estás jugando, Arturo? (Señala la mesa.) Dale, pedí.
Arturo– (Desliza un dedo sobre la mesa.) Es que yo también estuve navegando antes de
venir.

Una compuerta junto a la mesa se abre. Arturo saca una taza de café.

Bernabé– Yo creía que para ustedes esto de la realidad virtual era un entertainment
burgués. ¿Qué navegaste?
Arturo– En la reunión de planificación del secuestro de Aramburu. Cuando querían
café hacían así.
Bernabé– ¡Y un tipo cobraba un sueldo para traértelo a la mesa! ¿Te imaginás?
Arturo– ¡Mirá vos! ¿Y dónde estará ahora esa persona?
Bernabé– Tendrá un empleo de calidad. (Ríe.)
Arturo– ¿Cómo podés ser tan distinto a mi viejo, siendo su hermano?
Bernabé– ¿Acaso vos sos igual a tu hermana? ¡Dale! (Le entrega un casco.) Te traje
algo, lo hice con las únicas imágenes que quedaron de él. (Se pone otro casco.) ¡Dale,
vení que está divina el agua!

Arturo deja el casco, duda, se lo pone. Ambos se mueven a un mismo compás y


murmullan. Arturo se quita el casco con violencia.

Arturo– ¡Basta!

Bernabé se sacude violentamente. Se quita el casco.


Bernabé– ¿Cómo vas a salir así? ¡Casi me matás! (Para sí, contento.) ¿Dónde
estábamos? Era Brasil, seguro... Qué lindo estabas con el baldecito y la palita.
Arturo– No debiste hacerle decir eso.
Bernabé– ¿Decir qué?
Arturo– Ahí, en la arena, me dijo que te perdone.
Bernabé– ¿Qué? Yo nunca le escribí ese script. Habrá sido Charly. Este boludo le habrá
aplicado atributos de un avatar equivocado. ¡Ya mismo le digo que lo corrija!
Arturo– No hace falta, me importa un carajo tu juguetito de mierda. Si estoy aquí, es
porque él me lo pidió.
Bernabé– ¿Recién, en la playa? Ya te expliqué...
Arturo– En un sueño. Venía un ataúd con vos adentro y mi viejo a mi lado; me pedía
que te perdone.
Bernabé– ¿Vos decís que mi super virtual reality donde podés ver, oler, gustar, sentir,
más real que la realidad, es un juguetito de mierda (sonríe) y me vas a perdonar porque
tu viejo te “visitó” en un sueño y te lo pidió?
Arturo– No tendría que haber venido. Otra vez caí en tu trampa. Pero es la última vez,
te juro.
Bernabé– Y por qué me vas a jurar vos, si no creés.
Arturo– De nuevo te equivocás. Creo más que vos, pero en otras cosas. No estoy
esperando que vuelva uno que crucificaron ya hace más de 2000 años.
Bernabé– No, vos esperás que vuelva la vieja chota esa que crucificaron hace 30.
Arturo– Mirá vos, justo los años que venís proveyendo al ministerio de
Entretenimiento y Motivación, ¿no?
Bernabé– ¿Otro café?
Arturo– Vos lo entregaste.
Bernabé– ¿Estás loco? ¿Qué decís?
Arturo– La noche que desapareció vos lo llamaste y le preguntaste si seguía pensando
en publicar lo que había descubierto sobre el Presidente.
Bernabé– ¿Y eso que tiene que ver? ¡Nada! Ahora entiendo... ¡30 años odiándome por
una estupidez! Y yo, ¡siempre tratando de cuidarte, de convertirte en el hombre que tu
padre quería que fueras! ¡30 años ocultándome lo que pensabas de mí!
Arturo– No, no 30 años, 30 segundos. Recién, cuando te vi con él, me acordé. La
imagen de su risa y de vos abrazándolo por la espalda me incomodó, y de repente me
acordé de él comentándole a mi mamá, antes de salir de casa por última vez. Le dijo que
le había sonado rara tu pregunta: si iba a publicar la denuncia. Yo, obvio, no había
entendido qué era lo raro, ni qué iba a denunciar. Pero ahora, ahí en la arena, cuando te
vi abrazarlo por atrás y recordé su comentario, lo entendí todo: tus ausencias, tus
regalos, tu mirada oblicua cuando me hablabas de chico y que yo elegía creer que era el
dolor el que te la torcía. Todo entendí.
Bernabé– Qué pena, y yo que creí que hoy íbamos a recomponer nuestra relación desde
un lugar adulto. Muchas cosas toleré de vos en estos 30 años, pero esto: ¡No! ¡Lo que
decís me ofende a mí y a la memoria de tu padre, que me hizo prometerle que iba a
cuidarte como a un hijo! Si no retirás lo dicho me voy y no me volvés a ver. Ni a mí
(señala el casco.) ni a tu viejo.
Arturo– (Pausa larga.) Retiro lo dicho.
Bernabé– Ok. Estás perdonado.
Arturo– No, te equivocás. No te pedí perdón, sólo retiré lo dicho. (Se pone el casco.)
Llevame de nuevo con él.
Bernabé– No sé. Lo que acabás de decir es muy doloroso.
Arturo– Es lo último que te pido.
Bernabé se pone el casco. Sobre la escena se proyecta una playa donde, de lejos,
Bernabé joven sonríe. Arturo gira su cabeza y Bernabé joven sale de cuadro.

Arturo– (Con voz de niño.) Papá.


Padre– (Off.) Aquí estoy.
Arturo– (Busca con la cabeza. La imagen proyectada reproduce su búsqueda en la
arena. Con voz infantil.) ¿Dónde estás papá? No te veo.
Padre– (Off.) Aquí, en la arena.

En la proyección, la mano de Arturo niño cava con una palita en la arena.

Arturo– (Con voz infantil.) No te veo, papá.

Bernabé se quita el casco muy lentamente y lo deja sobre la mesa. Sin hacer ruido se
levanta y sale.

Arturo– (Con voz infantil.) Vení, papá, tengo miedo.


Padre– (Off.) No te preocupes, hijo. Siempre voy a cuidarte. Y el tío Bernabé también.
¿No es cierto, Bernabé?

Apagón
Matías Nicolás Carpio

Estudió actuación con Raúl Serrano y Marcelo Savignone. Participó como actor en
Canción de cementerio, de Luis Cano y El amante, de Harold Pinter, entre otras. Desde
2014 estudia dramaturgia con los profesores Ariel Barchilón y Adrián Goldfrid. Actuó
en los ciclos Dos veces bueno de 2014 y 2015.

carpiomatiasnicolas@gmail.com
Anarquista
de Matías Carpio

Paulino
Guardia

Sótano frío, gélido. Una escalera hacia la derecha sin baranda que se ve de perfil y que
trepa la pared. A la izquierda y muy alto se adivina una ventana que proyecta su luz
sobre el piso. Esta luz es la única que alumbra y que irá aumentando y moviéndose con
el amanecer. El piso es de madera. Una gotera pica y repica hacia la izquierda
atravesando el haz de luz diagonal. Las paredes son de ladrillo, sin revocar. El haz da
sobre Paulino, un joven sentado en una silla de madera hacia la izquierda. El resto está
en penumbras. Sólo se ve su cara: ojo morado, pómulo inflamado. Está rapado a cero.
Grilletes en los pies. En medias, pantalón negro, ancho. Camiseta blanca, sucia, rota.
Hablará, aun en el más perfecto castellano, siempre con la musicalidad italiana. Está
inconsciente. Ruido exterior de pesados cerrojos. Silbatazo fuertísimo.

Paulino– (Se sobresalta.) …está prohibido reírse… Prohibido… No se rían… ¿Qué?


No, no puede ser. (Descubre una presencia.) ¿Severino? Severino… Amico. Ma non e
posíbile. (Tiempo.) Io he visto… Ayer… Los brutos y las armas… La descarga y
después tu cuerpo agujereado sobre las piedras y el grito en la calle… “¡Han matado a
Severino Di Giovanni, lo han matado!” (Tiempo.) A ver si ahora va a resultar que dios
existe y usted me ha resucitado. (Ríe.) Ya sé, ya sé, amico. ¿Ha venido…? Bene, estó
bene: forte. (Pausa.) Io sé, amico, pero voy a resistire. Si, securo. (Pausa.) ¿Aquella
vez? No, miente. ¿De quién fue la idea? Fue mía. Io estaba forte. ¿Se ricorda? Tuta la
bosta. Bosta di cabalo; bosta humana. Tuta en la vereda del Reyio Consolato Yenerale.
No, no. Nosotros nos dejamos ver. Entonces salió el cónsul corriendo con vario
“squadristti”. (Ríe.) Y estaba la bosta. Se enchastraron todas las patas. Querían limpiarse
y se salpicaban entre ellos. Ramé les gritó: “Hay olor a bosta en el Consolatto d´ Italia”.
Mientras dure esta risa soy inmortal. Ramé. (Cambio.) Ramé... Voy a aguantare sí. Si
como usted. (Pausa.) ¿Habrá gente? Ayer había mucha. No voy a temblar. Que le
pregunten al comisario Velar, si tiemblo. ¿Cherto? (Apunta.) ¡Pum! Basta un solo acto
para volver las cosas a su lugar. Ahora el monstruo tiene la cara del monstruo. ¿Ve? No
tiemblan. (Pausa.) Que terrible es también matar a un hombre terrible, ¿no? (Pausa.)
No, no me dejaré tentar. ¡Il nuestro ideale e per tutta la vita! Bueno, tanto no es.

Entra Guardia. Morocho, se confunde en las sombras.

Guardia– ¿Lo pensó?


Paulino– Lo pensé.
Guardia– ¿Y? (Tiempo.)
Paulino– No hay culpa... No pediré clemencia. No pido clemencia… Ni la doy. Si
tuviera mis elementos… Los ácidos, mis fulminantes, mi pólvora… Pero no para este
lugar. Aquí hay inocentes. Ustedes no son, pero hay inocentes. (Pausa.) En la embajada
no había inocentes. Nadie que se junte con fascistas es inocente. Este Uriburu también
es fascista… Todas las dictaduras son fascistas… todas.
Guardia– (Le tiende papel y lápiz.) Cinco minutos. (Sale.)

Tiempo. Afuera un redoble de tambores.


Paulino– (Escribe y su mano empieza a temblar.) Virquinia, mio amore. Ya falta poco.
Ricordame. Ma, ricordame cosí. “Las estrellas son botones de madreperla y la noche se/
viste de terciopelo: / y tiembla la noche fatua: / Es fatua la noche y tiembla/ pero hay/ en
el corazón de la noche hay, / siempre una llaga roja languideciente”. Mientras dure la
poesía, soy inmortal. “Dime tú adiós, si decirlo no logro. / Morir es nada; difícil es
perderte.” Ti amo. (El Guardia abre la puerta.) ¡Por fin! ¿Ya vamos?
Guardia– Esperamos la orden. (Le alcanza una tacita.)
Paulino– Se agradece. Qué lástima… Le falta… Siempre me gustó bien dulce el café.
Será la próxima.

Un silbatazo.

Guardia– Ahora sí.


Paulino– Áteme las manos. (Se miran. Guardia ata sus manos a la espalda. Suben las
escaleras. Guardia sale de escena. Paulino entra al patio donde está amaneciendo. Ve
al público. Es adoquinado el piso. Va hacia la alta pared del fondo. Una silla, sola,
sobre los adoquines. Llega hasta la silla.)
Guardia– (Desde afuera.)¡Pueden rebotar ahí…! ¡Más atrás!
Paulino– (Al público.) Creo que les hablan a ustedes.
Guardia– (Desde afuera.)Van a manchar la pared. ¡Venga más adelante!

Paulino se adelanta dos pasos. Se sienta. Tiempo.

Paulino– ¡¡Viva la anarqu…!!

Descarga de fusilería y apagón en simultáneo.

Apagón.
Patricio Cárrega.

Nació en la ciudad de Salta. Estudió Realización Audiovisual en la Facultad de Bellas


Artes de la Universidad Nacional de La Plata. Luego, en Capital Federal, estudió
dramaturgia con Mauricio Kartun y Ariel Barchilón, y dirección teatral con Daniel
Marcove. Guionista de cine y TV, colaboró en diversas tiras para la televisión argentina,
mexicana y rumana.

patriciocarrega@gmail.com
La sartén
de Patricio Cárrega.

Juan
Rolo

Juan, 42 años, entra golpeando una sartén. Trae una bandera argentina colgada del
cuello y un cartel, también colgado del cuello, que reza: “CRISTINA, PSICÓTICA,
LADRONA”.

Juan– (Como cántico.) ¡Cristina, Kretina, Kretina, hija de puta!

Rolo, de 75 años, con mascarilla de oxígeno, pareciera estar ahogándose,


convulsionando. Juan no registra.

Juan– ¡Aguante el campo! ¡Para vos, viejo kaka, peroncho de…! (Se da cuenta de que
algo anda mal.) ¡Papá!

Toca el tubo de oxígeno y le toma el pulso al viejo. Rolo deja de actuar. Se quita la
mascarilla.

Rolo– Recién si me estoy muriendo dejás de ser tan pelotudo, ¿no?


Juan– ¡La puta que te...!

Se corta. Sobre la mesa del comedor, una botella de vino abierta; le queda poco.

Juan– Te chupaste todo el vino.

Juan se sirve un vaso.

Rolo– ¿Y qué? Lo compro yo al vino. (Pausa.) Te estaba esperando. A ver si te dejás de


pelotudear y vas a la homeopática a comprarme los remedios.
Juan– No era que ya no tenías guita.
Rolo– Andá, dale. Te doy doscientos.
Juan– ¡Nah! Estoy cansado. (Se sienta a beber.)
Rolo– A mí no me pidas un mango más, ¿entendiste, gorilón? Andá a que te banquen
los de la Sociedad Rural.
Juan– Yo no soy como los negros que van a la plaza por el chori-plan.
Rolo– No, peor; vos sos el forro de esos garcas. El boludo no tiene una puta maceta y
sale a cacerolear por los sojeros.
Juan– Sacate el casetito “K”. Yo salgo a protestar porque estoy harto de que me afanen.
Y porque no quiero más soberbia y autoritarismo. Sí, reíte. Vos sos cómplice de esos
corruptos que premian con planes a los vagos y nos roban a los que laburamos.
Rolo– ¿A los que laburamos?
Juan– ¡A la gente honesta! Vos te burlás, pero gracias a nosotros esto va a cambiar.
Rolo– Después querés que no me burle. ¿Qué va a cambiar?
Juan– ¿Qué sé yo? Todo. ¡Este país necesita un cambio!

Rolo repara en la sartén que trajo Juan. Enclenque, se pone de pie y la agarra.
Rolo– Pero… ¿Justo esta sartén tenías que usar?
Juan– ¿Qué tiene?
Rolo– ¿Cómo qué tiene? ¡Era de Clarita! ¿Te olvidaste?
Juan– Estaba todo sucio. Era la única que…
Rolo– Mirá. ¡Todo el teflón saltado! ¡La arruinaste!
Juan– Bueno, si tanto te jode, te voy a comprar los putos remedios. Me das los
doscientos y, más el vuelto, te compro una nueva. Listo.

Rolo no contesta. Vuelve a sentarse. Aspira oxígeno. Pausa.

Rolo– Lo único bueno que conseguiste en tu vida.


Juan– ¿La sartén?
Rolo– Estoy hablando de Clarita, pelotudo. Y sí, ¡¿cómo no iba a dejarte?!
Juan– Guarda… No te metas ahí.
Rolo– También, mirá en lo que te convertiste. Ojo, capaz que ella te bancaba igual,
porque era flor de mina. Pero no, vos se la hiciste imposible para que nos deje.
Juan– ¡Me cagaba! ¡Era una puta!
Rolo– (Sin levantarse, amaga tirarle una patada.) ¡Puta tu madre!
Juan– (Se pone de pie, ofendido.) Se acabó.
Rolo– ¿Qué hacés?
Juan– No te aguanto más. Me voy.
Rolo– ¿A dónde vas a ir vos, gil?
Juan– A cualquier lado.
Rolo– Bueno, dale, andate. Pero andate en serio, ¡eh!
Juan– Vas a ver cómo me voy. Ahora conseguite un enfermero que te aguante, viejo del
orto.
Rolo– ¡Me lo consigo! ¡Te dejo de bancar y me lo consigo! Me busco una enfermera
bien gauchita que me tire la goma también. ¡Mirá que te voy a seguir aguantando a vos,
vago de mierda! Andate, dale. Agarrá tus cosas y mandate a mudar de mi…

Rolo se corta por un violento ataque de tos. Enseguida, Juan lo asiste, cariñoso.

Juan– Ya está, viejito.


Rolo– Salí de acá, la puta que te parió. Vividor de... (Se corta, débil.)
Juan– (Solícito, lo ayuda a sentarse, le encaja la mascarilla del oxígeno.)
Respirá, dale.

Rolo se relaja. Pausa.

Juan– (Huele extrañado.) ¿Vos te estás poniendo de nuevo el perfume?


Rolo– No.
Juan– Sí, es su perfume.
Rolo– Bueno, ¿y qué? Me gusta. Me trae buenos recuerdos.

Rolo cierra los ojos aspirando hondamente y como evocando la imagen de la ausente.

Rolo– Qué cosa linda. (Lascivo.) Clarita. (Mirándolo.) Era demasiada mujer para vos.
Juan– Viejo de mierda.
Rolo– (Se saca la mascarilla.) Gorila cornudo.
Furioso, Juan comienza a estrangular a Rolo con la manguera del respirador.

Juan– Ahora sí, cagaste. ¡Dale, morite! ¡Morite!

Rolo cae asfixiado. Juan enseguida lo asiste. Lo levanta y le enchufa la mascarilla del
oxígeno.

Juan– Ya pasó, papá. No fue nada.


Rolo– (Se recupera.) Ya está… Me fui a la mierda.
Juan– No, yo me fui a la mierda. Perdoname, viejito.
Rolo– No te voy a echar. No era en serio.
Juan– (Le hace una caricia.) Ya sé, ya sé. Te voy a comprar los remedios, ¿dale?
Rolo– (Le da plata.) Tomá los doscientos.
Juan– Dame cien más. Así compro otro vinito y algo para picar.

Rolo lo mira y le da otros cien.

Juan– En un rato vengo.


Rolo– Gracias, hijo.

Juan agarra la sartén para salir.

Rolo– ¿Qué hacés con eso?


Juan– Nada. Aprovecho a ir un rato más con la gente.

Juan sale golpeando la sartén.

Rolo– ¡Dejá la sartén de Clarita, gorila de mierda! (Menea la cabeza, vuelve a


enchufarse la mascarilla y cierra los ojos. Luego sonríe, evocando.) ¡Clarita…!

Apagón
Ana Celentano
Actriz. Estudió teatro en la Escuela de Teatro de La Plata y con los maestros Raúl
Serrano, Pompeyo Audivert y Ricardo Bartís. En teatro ha realizado varias obras, tanto
en el circuito independiente como el oficial: Ser Ellas, Unidad Básica, La plebe, ¿A
dónde van los corazones rotos?, Otros de nosotros, etc. En cine participó en más de
treinta largometrajes y fue premiada con el Cóndor de Plata en Las Vidas Posibles, de
Sandra Gugliotta y en El Mural, de Héctor Olivera, y con el Premio Clarín por
Felicitas, de Teresa Constantini. Fue nominada a diversos premios por Las Viudas de
los Jueves, de Marcelo Piñeiro y Sin Retorno, de Miguel Cohan. También trabajó a las
órdenes de Lucía Cedrón, Héctor Babenco, el mexicano Carlos Bolado, el español
Manuel Menchón, entre otros. En TV participó de series y unitarios que dejaron huella
como fue Okupas, Verdad Consecuencia, Aliados, Malicia, entre otros. Incursionó, en
2015, en la conducción para Canal Encuentro con el programa Subsidios. Desde 2014
asiste al taller de escritura dramática de Ariel Barchilón y Adrián Goldfrid.

anacelentano69@gmail.com
Niebla
de Ana Celentano

Mamaní
Sargento

Noche. Niebla. Casi oscuridad total. Un bote se desliza en el agua. Dos hombres con
uniformes militares de fajina, mochila y fusil colgado. El Sargento, de unos cuarenta
años, de pie a proa, vigila con unos binoculares. El soldado Mamaní, joven conscripto,
rema con mucha lentitud. Silencio. Ruido del agua que se mueve. Una luz sale de la
mano del Sargento, recorriendo la niebla. Hablan con sigilo.

Mamaní– No puedo más, mi Sargento… Me dijo que cuando avistáramos la


Cañonera…
Sargento– Le dije que cuando contactemos con el General, le dije…Vamos, soldado,
aguante un poco. No nos podemos distraer. (Mirando.) Ya debe estar por dar la vuelta el
guardia…

Mamaní olfatea el ambiente.

Mamaní– ¿Es mi idea o la vitualla es de mortadela?


Sargento– Silencio.
Mamaní– ¿Anclo?
Sargento– No. A la deriva.
Mamaní– Mire que nos vamos con la correntada y acá no se ve nada.
Sargento– El ancla puede ser un obstáculo para el movimiento de repliegue. Obedezca
sin cuestionar, Mamaní.
Mamaní– A lo mejor está durmiendo.
Sargento– El General no duerme en un momento aciago como éste, soldado. Ahí pasa
el guardia…Trasmita el pedido de acercamiento.
Mamaní– Podría salir a cubierta.
Sargento– ¿Y exponerse a un francotirador? Agarre.

Mamaní tantea la mano de Sargento, toma la linterna y oculta la luz con la mano.

Mamaní– (Tapando la linterna.) ¿Y si interpreta el enemigo?


Sargento– No sea cobarde Mamaní. Estamos frente a la Cañonera, no puede ser de otro
modo. (Saca un papel del bolsillo.)
Mamaní– Ayer la radio dijo que si se acercaba alguien al buque del General la guardia
armada que lo vigila tienen orden de…
Sargento– ¡Dijo la radio dijo la radio! ¡Qué nos importa, soldado, lo que dijo la radio
del enemigo!
Mamaní– Armada, ¿eh?, con cañones y todo, dijeron Y al menor movimiento, orden de
atacar…
Sargento– Estoy al tanto del teatro de operaciones, Mamaní. No nos podemos ir sin el
contacto con el General. Es fundamental su firma como comandante en jefe para
comenzar el alzamiento.
Mamaní– ¿Y si empezamos nosotros igual, mi sargento?
Sargento– ¡Una revolución necesita una dirección y un líder, soldado! Vamos, las
señales.
Mamaní– Pero si vamos empezando nosotros… a lo mejor el General se anima…
Sargento– El general es el líder, y sin su conducción la rebelión sería una anarquía
condenada al fracaso.
Mamaní– Mi primo de la CGT dice que ellos están listos, que si no les hubieran sacado
las armas de Evita, ya estarían peleando…
Sargento– ¡Civiles!
Mamaní– ¡Pero leales!
Sargento– Cállese, soldado, y haga las señales. (Lee el papel.) “Comando Cóndor al
nido. Punto. Instrucciones para alzamiento”.
Mamaní– ¿Cóndor…?
Sargento– “Al nido… Punto. Instrucciones para alzamiento. Punto. Solicitamos
aprobación. Punto. Unidades militares prestas para el combate…”
Mamani– (Hace señales tapando y descubriendo la linterna con la mano.) ¿Le digo de
la CGT?
Sargento– ¡No! ¡Es un comunicado militar, Mamaní! ¡Eh! “Punto… Superioridad
indubitable”.
Mamaní– ¿Indubitable?
Sargento– Somos superiores. “Punto. Venceremos”. (Pausa.)
Mamaní– ¿Y, mi Sargento? ¿Responden?
Sargento– No. (Mirando.) ¡Cambio de guardia! ¡Aprovechemos!
Mamaní– ¿Comemos las vituallas?
Sargento– (Mirando por los binoculares.) No, soldado, ¡siga!
Mamaní– ¿Remo o transmito?
Sargento– ¡Trasmita de nuevo!
Mamaní– Pero si no contestan…
Sargento– Porque a más de un metro no se ve nada. Hay que acercarse más. ¡Maniobra
de acercamiento!
Mamaní– Entonces remo.
Sargento– ¡Sí, Mamaní, reme!
Mamaní– Es que se pone playito, siento muy cerca el fondo. ¿No será que estamos
acercándonos a la orilla?
Sargento– ¡Miran para acá!... ¡Ahhhh! (Mira por los binoculares.) Le dije soldado…
¡Responden! ¡Son los guardias del General que nos responden! ¡Nos vieron! ¡Están
haciendo señas!
Mamaní– (Remando con apuro.) ¡Me acerco más mi sargento!
Sargento– (Siempre mirando por los binoculares.) ¡Sí! ¡Reme! ¡Levantan los brazos!
Pero, no, ¡no! ¡Noooo! ¡Señales Mamaní! (Mamaní deja los remos. Prende y apaga la
linterna.) ¡Dígales que somos leales a Perón, Mamaní! (Grita a toda voz.) ¡Somos leales
a Perón!
Mamaní– ¡Shhhhhh…! ¿Está loco? ¿Qué hace?
Sargento– Uno mueve los brazos hacia arriba… Ahí vienen más… ¡No, no! ¡Cuerpo a
tierra Mamaní!

Se ocultan en el fondo del bote. Se oyen unos disparos que dan en el agua muy cerca de
ellos.

Mamaní– ¡Abortemos mi Sargento!


Sargento– (Levantando la cabeza.) ¡No disparen! ¡Somos leales! ¡Leales a Perón!
¡Saque la bandera blanca, Mamaní!
Mamaní– (Le arrebata los binoculares.) ¡No, mi Sargento! (Mira.) ¡Son los de la
contra! ¡Le dieron al bote! ¡Nos hundimos!

El bote se hunde. Los dos militares con sus fusiles en la mano, quedan parados en el
agua.

Mamaní– ¡Yo le dije! ¡Huyamos mi Sargento, salvemos los sánguches y huyamos!


(Busca y manotea algo en el agua.) ¡No! ¡Los perdimos! ¡Los sánguches! ¡Le dije que
no se veía nada! ¡Le dije que no era la Cañonera! (Disparan muy cerca de ellos.) ¡Ahhh!
Sargento– (Apuntando con su fusil.) ¡¿Contreras, hijos de puta, qué hicieron con el
General?!
Mamaní– ¡Vamos! ¡El General se fue, mi sargento; la Cañonera no está! ¡Guarde eso
que nos van a tirar con los cañones! ¡Vamos, mi sargento, nos organizaremos para
volver! ¡Vamos a pelear con mi primo de la CGT!
Sargento– ¡Contreras, hijos de puta! ¡Volveremos, Mamaní, volveremos! ¡Viva Perón
carajo!

Apagón.
Claudia Iris Eichenberg

Egresó de la escuela de teatro provincial de Lomas de Zamora. Estudió actuación,


clown, dirección y dramaturgia con Antonio Mónaco, Román Caracciolo, Juan Carlos
Gené, Jaime Kogan, Roberto Blanco, Rubens Correa, Augusto Fernández, Walter
Rosenzwit y Hernán Gené, entre otros. Fundó el Teatro de las Nobles Bestias. Estrenó
más de veinte obras, entre las que se destacan Feudo de Sangre, Juana Azurduy, Por
mis alas, Matria y Sed, que participaron y recibieron premios en festivales regionales.
Participó en el 2° Festival Internacional de Artistas Internados en Neurosiquiátricos con
Aparece que no es poco. Participó como actriz en Teatroxlaidentidad. Trabaja, como
tallerista y directora, en cárceles. Docente de Historia del teatro en la Escuela Municipal
de Arte Dramático de Lomas de Zamora. Estudia dramaturgia con Ariel Barchilón.

claudiaeichenberg@yahoo.com.ar
La salida
de Claudia Eichenberg

Ana
Jorge

Departamento modesto.
Ana revisa papeles, guarda algunos en un portafolio, otros los hace pedazos. Luego
saca el dinero de una caja que tiene escondida, lo guarda en su cartera. Va hacia la
ventana, espía. Tocan el timbre. Ana rápidamente va hacia la mesa, toma los pedazos
de papel, los pone en una bolsa, va hacia el baño. Se escucha el ruido del depósito de
agua. Vuelve. Suena el timbre. Atiende.

Ana– ¿Quién es?


Voz de Jorge– Jorge, del cuarto B. (Ana entreabre.) ¿Qué tal, Ana? Perdón por el
atrevimiento, pero mi señora está cocinando y se quedó sin sal.
Ana– Ya te traigo. (Va hacia la cocina.)

Jorge entra, gira como mirando por la mirilla. Luego ve la biblioteca. Se acerca. Ana
entra, ahoga un grito.
.
Jorge– Sentí el ascensor y no me gusta que me vean en la puerta del departamento de
una mujer tan linda. Viste cómo son de chusmas.
Ana– Tomá (Le alcanza un paquete.) Tenelo; lo tenía de reserva.
Jorge– Bueno, mañana te lo devuelvo.
Ana– No hace falta. (Toma unas carpetas, las guarda en el portafolio.) Si me disculpás,
estaba por salir.
Jorge– (Señalando la biblioteca.) Siempre con los libros.
Ana– Y… tengo que preparar clases, estudiar.
Jorge– ¿Estudiás? Pensé que eras profesora.
Ana– Sí, por eso. Y en media hora tengo clases…
Jorge– Así que las profesoras estudian y yo que creía que se las sabían todas.
¿Profesora de qué?
Ana– Literatura. (Apaga la luz de una lámpara que tiene en una mesita ratona.)
Jorge– Ah, secundario.
Ana– Sí. (Va hacia la ventana, mira hacia afuera. La cierra.)
Jorge– ¡Uy! Qué paciencia, los adolescentes son bravos, ¿no?
Ana– Y… es una edad…
Jorge– Discuten todo, piensan que son dueños de la verdad. Yo no podría…

Ana mira su reloj pulsera. Va hacia el perchero

Jorge– Así que tenés clases.


Ana– Sí.
Jorge– Eso es lo que tiene; tenés que ir de una escuela a otra. A mí también me tienen
de acá para allá; hay mucho trabajo.
Ana– (Yendo hacia la puerta.) Bueno, Jorge, ya me voy…
Jorge– Eso de ir de un lugar a otro todo el tiempo… Suerte que tenés coche.
Ana– No, no tengo coche. Voy en bicicleta y si no en colecti…
Jorge– …¡Ah! ¿No tenés coche? El otro día me pareció verte en un 3 CV… Paro en un
semáforo, miro al costado, y te vi. Te saludé y todo… Bueno, con razón no me
saludaste… Si no eras vos, ¿cómo me ibas a saludar? Habrá pensado que me la quería
levantar…
Ana– Y, sí…
Jorge– Igualita.
Ana– ¿Qué?
Jorge– Igualita a vos.
Ana– Ojalá tuviera coche… (Se escuchan sirenas.) Bueno Jorge, me voy si no pierdo
el…
Jorge– (Ya al lado de la biblioteca, mira con atención.) Me podrías prestar algún libro;
yo no soy mucho de leer… A ver, ¿qué me recomendarías?
Ana– Jorge, pierdo el colectivo. Mañana te busco. (Poniéndose un saco.)
Jorge– Qué lástima que te tenés que ir.
Ana– Sí, si no, llego tarde.
Jorge– Nunca te vi salir a esta hora…
Ana– ¿Qué?
Jorge– Lo que pasa es que cuando llego del trabajo, como mi señora a esa hora no está,
aprovecho para tomarme un cafecito enfrente, en lo de Paco. De paso me leo La
Razón… Ahora… nunca te vi salir.
Ana– (Tomando el portafolio.) Y bueno si estás leyendo el diario… Yo salgo siempre a
esta hora.
Jorge– ¿Y?
Ana– ¿Y, qué?
Jorge– El libro… ¿Cuál me vas a prestar?
Ana– Ahora me tengo que ir, después busco alguno. (Pone la mano sobre el picaporte.)
Vamos.
Jorge– (Poniendo su mano sobre la de ella.) ¿Qué pasa si faltás?
Ana– No puedo faltar, no quiero faltar.
Jorge– Pero si faltás, ¿qué pasa?
Ana– Jorge, por favor, me tengo que ir.
Jorge– Me gustás mucho.
Ana– Sos casado.
Jorge– ¿Y qué? ¿No me podés gustar?
Ana– (Tratando de esquivarlo.) ¡Basta Jorge!
Jorge– Sabés cómo espero esos encuentros en el ascensor. ¿No te gusto? (Intenta
besarla.) Me paso horas esperando a que llegues…
Ana– (Forcejeando.) ¡No! ¡No! ¡Basta! (Descubre que Jorge tiene una sobaquera, se
paraliza.)
Jorge– No tengas miedo… Es que recién llegué del trabajo y no tuve tiempo de
sacármela. (Saca el arma y la pone sobre la mesa.) Creéme, Ana... me volvés loco…

Ana quiere abrir la puerta pero está cerrada. Jorge le muestra las llaves.

Ana– Jorge, te lo pido por lo que más quieras, dejame ir.


Jorge– Ana, no salgas.
Ana– Jorge, no entendés. Si no salgo ya…
Jorge– La que no entiende sos vos. (Va hacia la ventana, espía.) Ya están ahí.

Ana toma el arma y lo apunta.


Ana– Dame las llaves.
Jorge– Anita, ya deben tener todo…
Ana– Dame las llaves.

Jorge se acerca.

Ana– No. Tirámelas.

Jorge le arroja las llaves.

Jorge– Creéme, yo soy tu única salida.

Ana abre y sale. Cierra la puerta con llave. Se escuchan frenadas de coches, gritos,
sirenas. Jorge vuelve a espiar por la ventana. Tiempo. Se escucha el ruido de las llaves.
Entra Ana. Se miran.

Apagón
Paula Etchart

A la autora se le ocurrió nacer en julio de 1977, tres meses antes de lo esperado, en los
pagos de Haroldo Conti. Vivió en un pueblo rural, Rawson (B), pero cansada de ver
vacas y campo, emigró a la ciudad a estudiar Psicología. Luego de recibirse se dio
cuenta de que prefería hacer reír a atender problemas ajenos, y tras ¿completar? su
formación como docente, estudió la carrera de Guionista de Radio y TV en el ISER,
guion de cine en Guionarte, y con los maestros del universo dramatúrgico Mauricio
Kartun y Ariel Barchilón. Alguno que otro jurado ha premiado su labor de escritura,
tanto en poesía como en narrativa; entre ellos, Argentores, cuatro de sus radioteatros. Le
publicaron en antológicas antologías y en 2004 despertó a la poesía su primer libro
Después del sueño; declarado de interés municipal (no somnífero) por el Honorable
Concejo Deliberante de Chacabuco. En 2012 subió a las tablas Mamá, papá: mi novia y
le gustó tanto que se sumó al ciclo Dos veces bueno II con “Línea directa a su servicio”,
ciclo dramatúrgico que ya es un vicio para la autora como bien pueden observar a
continuación. Actualmente se dedica, a pesar de sus alumnos, a la docencia y, gracias a
ustedes, lectores y espectadores, a la escritura.

www.paula-etchart.blogspot.com
paulet.art@gmail.com
Sangre o anarquía
de Paula Etchart

“¡Pueblo viril! En ti está el que esta huelga comenzada


con un gran éxito augurador de un próximo triunfo se haga
general, pues los alquileres han llegado a un precio tan elevado
que es imposible soportar por más tiempo
la actitud despótica y salvaje
de los propietarios e intermediarios de las casas,
los cuales como vampiros chupan la sangre del pueblo que trabaja
y produce”.
(Manifiesto “En marcha”, Diario El Nacional, 19/09/1907)

Carmela
Vitale

Cuarto de conventillo. La luz del mediodía se cuela por la ventana de la puerta de


entrada, tapada infelizmente por una cortina floreada. Un rosario de cuentas de
madera cuelga de la pared opuesta a un camastro tendido con pulcritud. La cruz está
tapada por un sombrero de fieltro marrón gastado. De abajo de la cama asoma un
brazo masculino, desnudo, con la palma hacia arriba.
Al abrirse la puerta, el brazo se esconde bajo la cama. Entra Carmela hecha una furia.
Es corpulenta, de 50 años, vestido negro de mangas largas, con un amplio delantal de
pollera; carga ropa limpia.

Carmela– ¡Maledetti! Porca yustitzia… ¡Maledetti!

Va hacia la cama. Se le cae un broche, se agacha, lo levanta y se le cae una camisa, la


levanta y se toma la cintura. Arroja la ropa sobre la cama. Del costado saca una bolsa
de tela marrón y, apurada, mete la ropa.

Carmela– ¡Cosa de non credere!

Va hacia la puerta. Vitale asoma la cabeza de debajo de la cama. Tiene quince años; es
flaco, el pelo corto y negro está lleno de pelusas.

Carmela– (Abre y mira hacia afuera.) ¡Vitale! ¡Vitale! Io lo agarro y lo amatzo. ¡Lo
amatzo! ¡Fare questo a la mamma!

En simultáneo al grito de Carmela, Vitale mete la cabeza bajo la cama. Ella cierra la
puerta, enojada. Va hacia la cama, llena la bolsa. Le queda ropa afuera. Se pone en
cuatro patas en el piso y estira la mano.

Carmela– (Asustada.) ¡Ahhh!

Vitale sale con el dedo sobre los labios, negando con un gesto particular. Carmela,
agitada, se agarra el pecho.
Carmela– Osté me va a matare de un disgusto. ¡Esconderse de la mamma! (Saca del
bolsillo del delantal un papel. Lo desdobla. Lo pone frente a Vitale.) ¡Lea! ¡Má lea la
veritá! Questo non é un saluto del laboro, como me dico hace un mese. ¡Lea!
Vitale– (Hace a un lado el papel.) ¿Hoy?
Carmela– Sí, oggi. (Saca una valija de debajo de la cama y la señala.) Recentemente
desalocaron a María. Guarda sus cosas que fora está la autoritá.
Vitale– (Metiéndose bajo la cama.) ¡Shhh…! No puedo salir.
Carmela– (Levanta el tono.) ¿E per qué?
Vitale– (Asomándose.) ¡Shhh! No puedo decirle.

Carmela niega con el mismo gesto particular. Agarra la escoba y con el palo pega
debajo de la cama. Vitale sale, refregándose los magullones.

Carmela– ¡Mecor hubiera sido pagare e non chistare…! ¡Vai salire porque la porca
yustitzia nos echa!

Vitale niega. Carmela lo empuja hacia la puerta. Vitale recula.

Carmela– Osté fue al mitine. Por eso non le piace salire a ver la faccia de la autoritá.
No me piace que se cunte con lo anarquista. Non quiero que termine come il suo
padre… (Mira hacia el rosario.) Que Dio lo tenga a la gloria.

Carmela ve el crucifijo tapado con el sombrero. Niega con el gesto particular. Saca el
sombrero y se lo tira a Vitale. Este se tapa los ojos.

Carmela– ¿Per qué tapó el croccifisso? ¡Mio figlio, anarquista!


Vitale– Hágame el favor de cubrir eso, mamma.

Ambos niegan con el gesto particular. Vitale sigue con los ojos tapados con una mano.
Con la otra, agarra el sombrero y se acerca como un espadachín en ataque hasta el
rosario, mientras Carmela agarra la ropa que está tirada en el piso para meterla en la
valija. Cuando Vitale tapa el crucifijo y se descubre los ojos, Carmela encuentra
manchas de sangre en una camisa.

Carmela– ¿Che cosa é cuesto?


Vitale– Una camisa, mamma.
Carmela– (Pegándole un coscorrón.) ¡El mio figlio con lo anarquista! (Examinándolo.)
¿Te lastimaste? ¡Non é de osté!
Vitale– Es mi camisa.
Carmela– Questa sangre no es de osté… ¿En qué anda? (Lo ve mejor.) ¿Tiene la fiebre
que tiembla tanto? (Persignándose.) Dio mio, la peste en questa casa… ¡Peor que lo
anarquista…! ¡Por eso no le piace salire!
Vitale– No haga eso, mamma. No es fiebre… es… creo que (Hace un sonido con los
labios.) un policía.
Carmela– ¡El mío figlio asessino e anarquista!
Vitale– Asesino (Hace el gesto de “más o menos”.) Anarquista, no.
Carmela– ¿Cóme puede essere?
Vitale– Creo que lo maté un poquito.
Carmela– ¿Un poquito? ¿Lo mató o non lo mató?
Vitale– No le pregunté.
Carmela– (Coscorrón.) Dígale la veritá a la mamma. O lo entrego a la porca yustitzia.

Vitale le señala su cuello. Ella se le acerca. Le ve marcas.

Carmela– ¿Lo picó une bicho?


Vitale– No. Yo soy… ¿Cómo decirle…? Vampiro.
Carmela– Vampiro é lo casero que aumenta lo alquilere, chupándonos la sangre a lo
inquilino…
Vitale– Justamente, mamma… Anoche fui de representante de los a… a… aaamigos del
barrio a negociar con el dueño… ¡Y me mordió! Soy un vampiro de verdad…

Carmela se acerca y le levanta el labio. Le toca con el índice los incisivos.

Carmela– ¡Gratzie Dio, que il mio figlio non é anarquista! (Se persigna.)
Vitale– No haga eso, mamma… ¡Tengo hambre!
Carmela– (Coscorrón.) ¡A la mamma se la rispeta, non se la mangia! (Alejándose.) ¿De
qué lado está osté? ¿Del de ellos o del nostro?
Vitale– ¡Mamma, por Dios! (Se tapa la boca como si hubiera eructado.) ¡Puedo
meterme entre ellos sin que lo noten! ¡La lucha va a ser más justa! No me mire con esa
cara, mamma.
Carmela– ¡Mmm…! ¿Puede matare un poquito a lo casero que cobran alto lo
alquilere?

Vitale asiente.

Carmela– ¿E…? (Cabecea a la puerta. Vitale no reacciona. Ella le pega un coscorrón.)


Do pácaro de un tiro… ¿Ha capito?

Vitale asiente. Ella niega con ese gesto particular de la cabeza. Corre la cortina de la
ventana de la puerta y mira. Le hace un gesto de asentimiento a Vitale. Este se coloca
detrás de la puerta.

Carmela– ¿Qué haría questo país sin unione de la familia?

Tocan a la puerta.

Carmela– (Abriendo la puerta.) Adelante, oficiale.

Apagón
Matías Fajn

Nací en Buenos Aires el 15 de abril de 1995. Cursé mis estudios secundarios en la


Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. En el año 2012, empecé mi formación
en guion, en la escuela de cine La Clac, con el docente Eduardo Ruderman.
Posteriormente, realicé el curso cuatrimestral de guion en el Centro de Formación
Profesional del SICA. Actualmente, realizo el segundo año de la tecnicatura superior en
cine, en el Centro Universitario de Vicente Lopez. Asistí al seminario “La Palabra en
Escena” del II Encuentro de la palabra, y desde el año 2015 participo del taller de
dramaturgia a cargo de Ariel Barchilon y Adrián Goldfrid.

matiasfajn@hotmail.com
El Juego del Calentamiento
de Matías Fajn

Eduardo
Martín

Departamento de Eduardo. Un sillón viejo, deshilachado, una cajonera de madera con


fotos encima, un reloj grande, de madera, con un péndulo brillante, y un cuadro de
Perón vestido de militar.
Eduardo, vestido con uniforme militar, está sentado en el sillón. Martín entra al
departamento con una herida en el pie. Cierra la puerta y le coloca varias trabas.

Martín– Mirá por la ventana.

Martín abre los cajones de la cajonera y revuelve dentro.

Martín– Apurate. Avisame si viene alguien.


Eduardo– Parece mentira que vuelvas.
Martín– Después te explico. Vigilá la puerta.
Eduardo– Un coronel no recibe órdenes de un soldado enemigo.
Martín– ¿Soldado? ¿Qué te pasa?
Eduardo– Todavía rengueás. Se salvaron de que no tiramos a matar.
Martín– Soy yo papá. Concentrate.
Eduardo– (Tose.) Yo no me olvido de ustedes. No intentés confundirme.
Martín– Mirame. Necesito el arma.
Eduardo– Seguís siendo un cobarde. ¿A qué viniste?
Martín– ¡Por favor, ¿dónde está?!
Eduardo– (Saca el arma de su bolsillo y le apunta.) Hoy no perdono. (Pausa.) Mejoré
la puntería desde el 55.
Martín– Tenía diez años.
Eduardo– Explicame por qué estás acá.
Martín– (Toma una foto de la cajonera y se la muestra.) Fuimos al río. En el bote. Más
de dos horas. Vos pescaste. Yo, no. Era chico. Fui sin campera. Me tapé con tu abrigo.
Trajimos el pescado. Sacamos la foto. Lo comimos de cena. Con ajo. Como te gusta.
Hacé memoria.
Eduardo– Deberías ser más digno.
Martín– A los ocho. En Córdoba. Fin de año. Estábamos tarde. Casi las doce.
Estacionaste. En la ruta. Abriste el baúl. Dos reposeras. Una caja con fuegos artificiales.
Tiramos los fuegos. Nos reímos. Brindamos.
Eduardo– No te conviene.
Martín– Cancha de Racing. Contra San Lorenzo. Campeones, si ganábamos.
Ganábamos. Tres a cero. Faltaban cinco. Me dijiste que espere. No esperé. Ya festejaba.
Metieron dos. Dejé de festejar. Temblaba. Apreté tu mano. Te transpiraba. No podíamos
empatar. Sacamos del medio. Pitó el árbitro. Ganamos. Invadieron la cancha. Nos
abrazamos. Festejamos.
Eduardo– Dos goles de Corbatta…
Martín– Eso. Acordate.
Eduardo– Te dieron buena información. No pensé que iban a llegar a tanto.
Martín se saca la remera.

Eduardo– ¡Quieto!
Martín– Con la bici. En la calle. Vos empujabas. Estaba aprendiendo. Me soltaste. No
vi el pozo. No fue tu culpa. Caí. Tenía casco. Uno gris. Igual golpeé el torso. Fueron tres
puntos. Te asustaste. (Pausa.) Debajo del ombligo. La marquita de nacimiento. Parece
una lágrima. Siempre decías eso. No podés haberte olvidado.
Eduardo– (Mira detenidamente la cicatriz.) Si te hubiera dado ahí…
Martín– Papá, por favor.

Eduardo tose y se desvanece. Martín se acerca temblando. Eduardo se levanta y vuelve


a apuntarle. Ríe a carcajadas.

Eduardo– Nos gusta reírnos de los muertos, antes de matarlos. (Pausa.) ¿No vas a
hablar?

Martín llora.

Eduardo– Esperaba más de un soldado.


Martín– (Canta.) “Este es el juego del calentamiento… Hay que seguir la orden del
sargento…”
Eduardo– Jinetes a la carga… (Baja el arma.) ¿Está feo afuera?
Martín– Pasaron a la clandestinidad. Ahora sí se nos complicó.
Eduardo– Te avisé. (Pausa.) ¿Y vos?
Martín– Varios compañeros de la facultad no aparecen.

Golpean la puerta. Martín se congela. Eduardo apunta con el arma a la puerta y


aprieta el gatillo. El arma no dispara. Martín saca el arma a Eduardo y dispara. El
arma no dispara. Continúan golpeando la puerta. Eduardo y Martín se abrazan.

Eduardo– “Este es el juego del calentamiento…”


Martín– “Hay que seguir la orden del sargento…”
Eduardo y Martín– Jinetes a la carga…

Golpean y tiran la puerta abajo.

Apagón
Ana Farini

Estudió dirección cinematográfica en la Universidad del Cine. Luego fue redactora en


agencias de publicidad y más tarde completó su formación en Londres, España, en el
taller de Irene Iscowiczk y con Ariel Barchilón. Desde hace varios años enseña guión
en diversos institutos universitarios y trabaja como guionista en productoras de cine y
televisión: Anima, Nativa, Turner, Claxson, Aura, Dharma, Mcfly Studio, El Campo
Cine, Les Navegateurs, entre otras.
Actualmente realiza sus primeros trabajos como directora, mientras concluye su tesis de
maestría en periodismo documental (Universidad Tres de Febrero). Sus documentales
han sido seleccionados por festivales nacionales e internacionales.

anafarini@yahoo.com.
Carta a un soldado
de Ana Farini

Hilario, 54, vestido de encargado. A sus pies, una valija de herramientas. Laura, 43,
lleva jeans y camisa; está sentada frente a la mesa del desayuno. Hay una taza de café,
tostadas y una pava eléctrica. Laura sostiene una carta. Cuando la termina de leer, la
deja sobre la mesa y se saca los anteojos. Hilario la mira, expectante.

Laura– Es preciosa pero no creo haberla escrito…


Hilario– ¡Pero, mire! Es su letra…
Laura– Es la letra de una chica de doce años… A esa edad todas escribimos igual.
Hilario– Si da vuelta la página, va a encontrar su firma.

Laura da vuelta la página. Observa.

Laura– Laura Pérez…


Hilario– ¿Ve?
Laura– Qué común… Me tendrían que haber puesto un segundo nombre.
Hilario– Su nombre es perfecto. (Pausa.) ¿Puede leer el segundo párrafo?
Laura– “Soldadito de mi Patria, te quiero hasta la eternidad, siempre te voy a estar
esperando”…
Hilario– ¿Y? ¿Ya empieza a recordar?

Silencio.

Laura– Ay, Hilario. (Pausa.) Mirá para adelante. ¿Qué ves?


Hilario– Una ventana.
Laura– ¿Y más allá de la ventana?
Hilario– Un edificio.
Laura– Eso es el futuro y lo pudiste ver porque levantaste la vista, porque te olvidaste
del pasado…

Silencio.

Hilario– Yo no la voy a olvidar. Jamás. (La mira con intensidad.) La quiero.


Laura– (Incómoda.) Ay, se hace tarde… (Mira el reloj. Se para.) Otro día me seguís
contando…
Hilario– Sé que suena raro, pero déjeme seguir. El 20 de septiembre llega el teniente:
“¡Mirá lo que te mandaron!”. Apenas la toqué sentí una vibración. ¿Cómo explicarlo?
¿Alguna vez sostuvo dos imanes?

Laura agarra una pila de apuntes y precipitadamente avanza hacia el sillón donde está
la cartera y el tapado. Hilario cuidadosamente guarda la carta en el bolsillo de su
camisa.

Hilario– La guardaba en un estuche de balas para que no se moje.


Laura– ¿Por qué no vas bajando? (Hilario se acerca más. Laura, nerviosa, recoge el
tapado y la cartera.) Si no me apuro, llego tarde. Mis alumnos me están esperando.
(Busca las llaves, sin encontrarlas.) Mierda, las llaves…
Hilario– ¿Vio la parte en que me habla de un campo de girasoles? (La mira
emocionado, señalándose el corazón.)

Los papeles de Laura caen. Ella se agacha para recogerlos. Él también se agacha y la
ayuda. Se levantan juntos.

Hilario– ¿Y la parte en que dice que un día íbamos a sentir una felicidad tan dulce
como los algodones azucarados? Yo las recitaba en el campo de batalla, y a la noche...
No piense mal, pero en un momento usted se empezó a materializar y la sentía,
abrazándome. No era algo de mi mente…
Laura– Era una ideación.
Hilario– No, ¡era de verdad!
Laura– Se llama proyección y sirve para…
Hilario– ¡Laura, le juro que no estoy loco!
Laura– No quise decir eso. (Sigue buscando las llaves.)
Hilario– Pero lo piensa. (Pausa.) ¡Nuestra conexión es real! (Hace con los dedos dos
círculos entrelazados.) ¿Quiere pruebas? Las llaves están en el bolsillo interno de su
tapado. (Laura mete la mano en el bolsillo y saca las llaves.) ¿Ve? ¡Todo lo que rompe
lo arreglo y lo que pierde lo encuentro!

Se miran por unos instantes.

Laura– ¿Qué es lo que querés?


Hilario– Sé que no la merezco, pero si me da un beso se va a dar cuenta.
Laura– En cualquier momento llega mi marido…
Hilario– Cuando estuvo internada él no estuvo…
Laura– (Muestra el anillo.) Es piloto. No sé por qué te tengo que explicar.
Hilario– Y yo soy portero, y la cuido las 24 horas. ¡Laura!

Laura avanza hacia la puerta. Hilario se arrodilla en el piso, enfrente de la puerta,


interceptando la salida.

Laura– Olvidate, hacé terapia, conocé mujeres. Hay muchas en las milongas.
Hilario– Escúcheme Laura, me está entendiendo mal. Durante 34 años me levanté solo
para buscarla. ¿Para qué iba a vestirme y afeitarme, si no? Me volví portero para estar
cerca suyo, para esperar este momento. Sé que estoy haciendo todo mal; estoy
perdiendo mi única oportunidad. Pero un beso, corto, y se va a dar cuenta. Somos almas
gemelas. Y si no lo siente, le juro que desaparezco de su vida. No van a quedar rastros
de mí…

Laura se sienta. Prende un cigarrillo, la mano le tiembla.

Laura– Me alegro que la carta te haya ayudado pero yo no la escribí. ¿Y si la hubiese


escrito, qué? Son fantasías de una niña con un soldado desconocido…
Hilario– No diga eso.

Hilario se tapa los oídos como si escuchase sonidos que lo atormentan. Luego se
acuesta en una posición fetal.
Laura– A todos nos pasaron cosas y no andamos tirándonos en el piso. Ni siquiera me
conocés. (Pausa.) No se puede amar a alguien que no se conoce. Seguí con tu vida.
(Pausa.) ¡Levántate!
Hilario– No me voy a levantar. No.
Laura– ¡Levántate!
Hilario– No quiero…
Laura– ¡No tengo todo el día!
Hilario– (Rompe a llorar. Imitando la voz del teniente.) “Levántese, levántese y suelte
esa carta. Basta de llorar. Sea hombre y no marica. Si no me obedece lo voy a moler a
patadas. ¿Me escuchó, puto de mierda? Mire al frente, dispare, apunte, fuego, dispare,
apunte, fuego, dispare, apunte, fuego… ¡Maté carajo! ¡Maté! ¡Maté!”.

Laura se acerca a Hilario, conmocionada.

Laura– Hilario, ¿me escuchás? Soy Laura… ¿Querés que llame a alguien? (Hilario
permanece en silencio.) ¿Tenés frío? (Laura se saca el tapado y se lo pone sobre el
torso.) Todo va a estar bien (Laura lo abraza.) Perdoname Hilario, perdoname…Ahora
estoy empezando a recordar: sí, yo escribí esa carta y me alegra haberlo hecho.

Apagón lento
Ernesto Felder

Nací en 1973. Tengo dos hijos hermosos: Lucía y Manuel. Soy editor, oficio que me
ocupa y apasiona desde hace unos cuantos años. Hice la carrera de Diseño de Imagen y
Sonido en la UBA y me especialicé en montaje con mi maestro Miguel Pérez. Edité
varias películas, programas de TV y publicidades. También soy docente de montaje
cinematográfico. Publiqué mi obra breve “Yusarmy” en la primer edición del libro Dos
veces Bueno. Estudié teatro con Daniel Casablanca y dramaturgia con Mauricio Kartun
y -por supuesto- Ariel Barchilón, a quien agradezco enormemente su rigor y
generosidad.

ernestofelder@gmail.com
Extraño nuestra vida anterior
de Ernesto Felder

“Ha terminado el sistema de ocultación de la verdad.


El país tiene que conocerla por más que sea cruda y penosa…".
(General Eduardo Lonardi, Septiembre de 1955.)

Carlos
Carmen

Año 1956. Conurbano, casa sencilla. Living envejecido. Carmen y Carlos (50 años)
sentados en un sillón gastado tomando el té. Ambos apoyan su taza en la mesita.

Carlos– Hoy viene Bagley. Descanso un rato y abro.

Carlos, apoyando las manos en la barriga, entrecierra los ojos. Carmen aplica una
cachetada.

Carmen– Disculpame, Carlos.


Carlos– ¿Otra vez, Carmen? ¿Por qué?
Carmen– Es que estoy nerviosa.
Carlos– Tratá de calmarte, mi vida. Ayer también me pegaste, y anteayer, también.
Carmen– Disculpame. Son los nervios, y te veo a vos ahí tan pancho.
Carlos– ¿Por eso me pegás?
Carmen– ¡Te digo que es sin querer!
Carlos– Bueno, dulce, calmate y descansá un poco.
Carmen– No me hablés como a una loca.
Carlos– Bueno, todo va a estar bien, mi cielo.
Carmen– ¡No me hablés como a una loca! (Silencio.)
Carmen– Carlos, ¿vos estás tranquilo?
Carlos– Sí, ¿por qué?
Carmen– ¡¿Estás tranquilo?! ¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?
Carlos– ¡Ah, eh, no! No estoy tranquilo para nada.
Carmen– ¿Por qué?
Carlos– Y… Me da mucha, mucha, rabia lo que está pasando.
Carmen– ¡Por fin!
Carlos– ¿Por fin, qué?
Carmen– Creí que te daba lo mismo.
Carlos– Bueno, no. Me da mucha, mucha, rabia. ¿Está bien?
Carmen– Sí.
Carlos– (Mira el reloj.) Las 3. Hay que abrir el almacén.
Carmen– ¡Extraño nuestra vida anterior!
Carlos– ¡Uf!
Carmen– ¡Eso, eso me pasa: extraño nuestra vida anterior!
Carlos– Basta, Carmen. La vida sigue.
Carmen– ¡Quiero que sea como antes!
Carlos– ¡Callate, Carmen!

Carmen baja la cabeza. Carlos le acaricia el pelo. Ambos se calman.


Carlos– ¿Qué pasa que no decís nada, mi vida?
Carmen– ¿Quién te entiende, Carlos?
Carlos– (Ofreciendo la mejilla, con sincera dulzura.) ¿Querés pegarme?
Carmen– No.
Carlos– Podemos hablar de mil cosas que no sean “nuestra vida anterior”.

A Carmen se le hinchan los ojos. Carlos resopla con fastidio.

Carlos– Dale, hablemos de nuestra vida anterior.

Se miran, tensos. A Carlos también se le hinchan los ojos.

Carmen– Tenés que abrir el almacén. Viene Bagley.


Carlos– Sí.
Carmen– Y yo voy a colgar la ropa.

Carlos se levanta. Carmen le pega otra cachetada.

Carlos– ¡Uy, Carmen!


Carmen– Perdón.
Carlos– Está bien.
Carmen– ¿Viste lo de Roberto?
Carlos– ¿Roberto?
Carmen– El marido de la vecina. Anda en algo.
Carlos– Hoy venía también Canale, ¿no?
Carmen– Se va por días, después vuelve y se vuelve a ir. Le pidió a la vecina que si
preguntan por él, diga que no sabe dónde está. La está volviendo loca, pobre.
Carlos– (Señalando hacia afuera.) Bagley. Y más tarde Canale, si mal no recuerdo.
Carmen– La ropa mojada. (Cachetada.) ¡Ay! Otra vez. Ya no sé qué hacer. Te pido que
me perdones.
Carlos– Está bien, Carmen. No te preocupes.
Carmen– La semana pasada Roberto volvió con la ropa toda quemada, y con olor a
kerosén. El mismo día de las bombas en la Siam, ¿viste?
Carlos– No escuché eso. No me cuentes.
Carmen– Ellos también extrañan su vida anterior, parece.
Carlos– ¡Basta! ¡No hay más vida anterior! ¿Te acordás de esa vida anterior? Bueno, no
está más. Se acabó. Hablá de otra cosa.
Carmen– ¡Quiero hablar de nuestra vida anterior porque se me antoja hablar de mi vida
anterior, y esta es mi casa y nadie me tiene que decir acerca de qué cosas puedo hablar y
de qué cosas no, la gran puta! (Silencio.) Ya no sé que hacer. (Silencio.) Y vos tampoco
sabés que hacer.
Carlos– Yo sí sé que hacer, Carmen.
Carmen– ¿¡Y por qué no hacés algo, carajo!?
Carlos– (Declamando.) Hace casi 20 años que abro el almacén a las 8, cierro al
mediodía, como y duermo una siesta, y abro de nuevo hasta las 8. ¡Casi 20 años! ¡“Hay
que luchar, hay que luchar”! ¡¿Cuándo me viste dejar de luchar?! Y siempre laburando
honestamente, sin joder a nadie y con dignidad. Me gané cada cosa que tengo. ¡Así que
decime si hago algo o no hago nada!
Cachetada. Esta vez con enojo.

Carmen– ¡Perdón!
Carlos– Bueno.
Carmen– Es que dijiste dignidad. Y me acordé de…
Carlos– (Interrumpe.) ¡Shh!
Carmen– Al final, el único que sabe qué hacer es Roberto.
Carlos– ¿Por qué hablás tanto de Roberto?
Carmen– ¿Te imaginás a vos mismo prendiendo fuego por ahí?
Carlos– Tengo que abrir el almacén.

Carlos sale. Vuelve a los pocos segundos.

Carlos– ¿Cómo se llama la vecina? (Silencio.) ¿Por qué te acordás del nombre del
marido de la vecina, y no del de la vecina?
Carmen– Eso no es lo importante, Carlos. Lo importante es que vuelva.

Suena el timbre.

Carmen– Bagley
Carlos– ¿Vos sabés dónde y cuándo se reúnen… ésos?
Carmen– ¿Los de…?
Carlos– Si, ésos. Los que están con el marido de la vecina.
Carmen– Lo puedo averiguar, ¿por qué?
Carlos– Qué sé yo, no sé.
Carmen– ¿Irías?

Suena el timbre varias veces.

Carlos– (Gritando hacia afuera.) ¡Váyanse a la puta madre que los parió!

Carmen levanta las manos y Carlos se cubre la cara del inminente cachetazo. Carmen
le da un abrazo. Se quedan abrazados.

Apagón
Patricia Fernández

Como actriz, agradezco a mis maestros: Robertino Granados, Luisina Brando, Roberto
Vega, Augusto Fernandes, Alejandra Boero y a su escuela, Andamio 90, el haber
compartido su saber y su sentir del bello arte de la actuación.
Con Alejandro Angelini, en el humor, se despertó en mí la llama de escribir, con Joaquín
Bonet descubrí gente hablando en mi cabeza, y con Mauricio Kartun me maravillé al
vislumbrar que habitaría tierras de personajes y sus conflictos, del hombre y su razón de
ser.
Gracias a Ariel Barchilón y a su generoso método de escritura recorro el camino de
inventar vidas, y así, curioseando junto a María Mercedes Di Benedetto, me sorprendí
con la ficción radial.
Participe en el libro Dos veces bueno I con “Dos mujeres” y Dos veces bueno III con “Y
todos contentos”.

palefer06@hotmail.com
Mil años de perdón
de Patricia Fernández

Lucrecia
Ana

Verano 2002. Oficina del dueño. Un escritorio. Ana, 42 años. Lucrecia, 34 años.

Lucrecia– Vos no sos una ladrona.


Ana– Claro que no, la gente está pateando las puertas de los bancos, ¿y yo soy la
ladrona?
Lucrecia– No voy a poner en peligro mi trabajo, mi felicidad por tu egoísmo.
Ana– ¿Egoísmo? Desesperanza diría yo, trabajé muy duro, ¿sabés? Tren, colectivo,
pesito a pesito, tren, colectivo y de un día para el otro, lo que era ya no es. ¿Dónde está
mi plata? La profecía cumplida que nadie quiso escuchar. ¿Quién se la llevó? ¿Por qué?
Porque sí, porque así lo deciden tres hijos de puta, y andá a cantarle a Gardel.
Lucrecia– (Se sienta.) Me siento mal.
Ana– No soy ladrona, soy una damnificada por esta timba para pocos. Pero ahora yo
también voy a jugar.
Lucrecia– Dame agua. No puedo, yo... (Ana le sirve.) ¿Y mi hijo? (Toma una pastilla.)
No puedo; mi hijo sólo me tiene a mí.
Ana– (Se asoma por la puerta.) Quedate acá. (Sale.)
Lucrecia– Es una locura. ¿Ana? (Agarra su bolso.) Yo no voy a…
Ana– (Entra.)Ya se fueron todos. Estamos solas.
Lucrecia– Ana, te lo ruego, no me gusta nada esto.
Ana– Basta, no tenemos tiempo para perderlo en hacerte la boluda.
Lucrecia– ¿Me estás chantajeando?
Ana– ¿Pensás que tenés la vaca atada?
Lucrecia– No sabés, no te metás.
Ana– No voy a parar. Lo hacemos juntas o te mando al frente.
Lucrecia– ¿De qué me vas acusar?
Ana– ¿Ahora, reducción de personal? Pensá: acá la guita entra y ¡puff!, desaparece.
Lucrecia– Te dije que conmigo no cuentes.
Ana– Sería una forma de hacer justicia con el hijo de puta que en muy poco tiempo… si
te he visto no me acuerdo. A vos, a mí y a la empresa.
Lucrecia– No es cierto. Él no lo haría.
Ana– ¿Estás segura? (Silencio.) Acá la cuestión es él, vos, y sus cuentas en Bahamas.
Lucrecia– ¿Qué cuentas?
Ana– Vos sos su cómplice.
Lucrecia– Estás delirando.
Ana– A ver, explicame. (Le muestra una planilla.) Mirá; él sabía, no dejó un peso en el
banco, a él le avisaron.
Lucrecia– Lo hizo para proteger la plata.
Ana– ¿En una empresa fantasma?
Lucrecia– ¿De dónde sacaste eso?
Ana– (Saca de su bolso papeles y se los muestra.) Empresa fantasma.
Lucrecia– Revisaste…
Ana– Hace un mes te vigilo. ¿Nos quieren cagar?
Lucrecia– No, Ana, creéme. (Mira los papeles.) Si en vez de desconfiar, me hubieras
preguntado.
Ana– ¿Qué me ibas a contar, eh? ¿O le ibas a contar a él?
Lucrecia– Ana, quedate tranquila; nadie los quiere cagar; el dinero está seguro.
Ana– ¿Seguro para quién? (Silencio.) ¿Ya te olvidaste cuando caíste en casa,
desamparada y con un bebé en brazos?
Lucrecia– Te lo voy a agradecer toda la vida, pero no por eso voy a robar.
Ana– Si no fuera por mí, no hubieras conseguido este laburo. Y por consiguiente, no te
estarías revolcando con el dueño, creyéndote la reina de Java.
Lucrecia– ¡Ana, por favor, estás loca! Perdemos todos, amiga…
Ana– Amiga, se están llevando la guita afuera y vos sos cómplice de lavado. ¿Lo
sabías?

Lucrecia rompe los papeles.

Ana– Tengo copias, transferencias y otras joyitas que si pretendiera hacer algo: “Señor
juez, aquí tiene las pruebas”. Así que el preso, a la cárcel. ¿Lo seguirías a la cárcel?
Lucrecia– No pasa nada; te dije, es por el fisco.
Ana– Mentira; sos una cínica.
Lucrecia– Te lo juro.
Ana– ¿Realmente te creés eso? Te deslumbró con su magnífico traje y su sonrisa
fabricada. Te está usando.
Lucrecia– Él no sería capaz.
Ana– Lucrecia, la guita desaparece, ¡date cuenta por favor! Abrí la caja fuerte.
Lucrecia– No voy a arriesgar todo por vos.
Ana– (Saca un sobre de su bolso y lo tira sobre el escritorio.) Mirá.
Lucrecia– ¿Qué es?
Ana– Fijate, y vas a ver que ya perdiste todo.
Lucrecia– (Mira el contenido.) ¿Pasajes? Pero… no entiendo… son...
Ana– Fotocopias. Los originales deben estar en posesión de tu amado, su mujer y su
escalerita de niños de bucles dorados.
Lucrecia– No me dijo nada.
Ana– Próxima semana. Miami, sólo ida.
Lucrecia– No puede ser. ¿Cómo? ¿De dónde lo sacaste?
Ana– Hace un mes que les sigo la huella. Vino un sobre de la agencia de viajes y lo
intercepté.
Lucrecia– Tiene que haber una explicación… Estoy segura que…
Ana– ¿Sos ciega? Se va, huye con su dama de la corte. Abrí la caja fuerte.
Lucrecia– No puede dejarme así cómo así; yo tengo acceso a todo.
Ana– Claro, sos la contadora que puso el gancho. (Pausa.) ¿Pensaste que la guita la iba
a disfrutar con vos?
Lucrecia– ¡Callate!
Ana– No es así. Será con su ascética duquesa británica. Las criollas le sirven para los
trabajos sucios. Lucrecia, abrí la caja fuerte ahora. (Pausa.) Está vaciando la empresa y
nos deja en bolas. Lucrecia, decime la clave. (Pausa.) No hay tiempo. Es hoy, es ahora.
Sacamos la guita y que le garúe finito.
Lucrecia– Qué fácil. ¿Y después vamos presas?
Ana– ¿Por una plata que no existe? Y si intenta algo, (le muestra un par de papelitos
rotos.) lo mando preso.
Lucrecia– Tengo miedo.
Ana– Sería una indemnización anticipada. (Le extiende la mano.) ¿Socias?
Lucrecia mira los pasajes.
Lucrecia– (Estrecha la mano.) Socias.

Apagón
Juan Folino

Es hijo de campesinos y obreros italianos, actor, director teatral y docente de teatro.


Estudió dirección teatral en Roma, en la Accademia Nazionale d’Arte Drammatica
“Silvio d’Amico”. Es profesor nacional de teatro, egresado del IUNA. Como actor ha
hecho seminarios de actuación con Joy Morris, Paco Giménez, Norman Briski, de Stand
Up Comedy con Alejandro Angelini y Diego Wainstein. Ejerce como docente de teatro
desde hace más de veinte años en la municipalidad de Vicente López. Fue el personaje
de Leonardo Da Vinci en La cena de Leonardo (Premio ACE 2008, mejor espectáculo
de Café Concert). Creador del Stand Up Comedy, Cómicos de Remate. Ha hecho
seminarios de dramaturgia con Mariana Mazover, Lautaro Vilo, Marco Antonio de la
Parra y desde 2013 asiste al taller de Ariel Barchilón.

juanfolino@live.com.ar
Tocayos
de Juan Folino

“Yo soy tu sangre, mi viejo;


yo soy tu silencio y tu tiempo.”
Piero

Padre.
Hija.

1996. Cocina. Padre en pijama y medias. Entra Hija.

Hija– Estabas hablando....


Padre– No hablaba.
Hija– Te escuché desde el baño.
Padre– Me pasan a buscar los muchachos; hay que timbrar a la seis.
Hija– (Pausa.) Ponete el saco, papá, hace frío.
Padre– ¿Abrigarme en pleno septiembre?
Hija– Estamos en junio.
Padre– Vos y tu madre siempre tienen frío.
Hija– Mamá siempre tenía frío. Andá a dormir, papá, por favor.
Padre– Si ya vienen…
Hija– ¿Los muchachos? Los que están vivos vinieron todos al velatorio. Nadie va a
venir, papá.
Padre– Van a venir. El rastrojero de Lito. ¿No escuchás? Le chilla la correa del
alternador. Hija, por favor, alcánzame la pico de loro, se la ajusto yo. Me da vergüenza.
Los de bobinado nos cargan: “¿Cómo anda la Difunta Correa?”.
Hija– (Ríe.) “Correa”… Si te vas a quedar levantado, ponete zapatos…
Padre– Rolo trae facturas. Bien calentitas…
Hija– Papá, me quedo con vos unos días y me salís con estas historias de muertos.
Padre– Estoy preocupado. No le digas a tu madre: están cortando las extras…
Hija– La fábrica cerró, papá, hace años…
Padre– ¿Cerró? (Pausa.) Dos mates: dulce y amargo para que no discutan. ¿Y sabés
quién viene? Mi tocayo.
Hija– ¿Tu…? (Pausa.) ¡Basta con eso! (Lo toma del brazo.) Ya, a la cama…
Padre– Nos queríamos tanto con los muchachos… Para el 7 de septiembre no te
comprometas, que estamos armando un flor de festejo: asado con cuero. Día del
metalúrgico. ¿O te olvidaste?
Hija– Me olvidé, papá. Y sería bueno que te olvides vos también.
Padre– Yo no. (Pausa larga.) ¡El timbre!

El padre abre la puerta.

Hija– ¿Y? ¿Están?


Padre– No, pero hay alguien en la puerta. Mi tocayo.
Hija– (Pausa.) Terminala.
Padre– (A la visita.) No te vas a quedar en la vereda, pibe.
Hija– Papá, por favor, no. ¡Sabés que me hace mal!
Padre– Nunca me gritaste, hija…
Hija– ¡No puedo más, madre mía!

Se encierra en el baño.

Padre– (A la figura evocada.) Disculpala, está nerviosa. La sorpresa. (Va a la puerta


del baño y golpea suavemente.) Vamos, hijita, tienen que hablar. (Vuelve a la puerta de
calle.) Pibe, no te quedés en la vereda, pasá. Sentate, ahí. Hija, salí, así lo ves. Y le
hablás de una vez por todas. Sólo un poco de coraje. Y vos podés, vos sos corajuda.
(A la figura evocada.) Me gusta que hayas venido, tocayo. Te esperé tantas veces. Quizá
no querías venir porque ella no estaba. Querés hablar con ella, ¿no? (…) Por supuesto,
hablan ustedes dos, a solas, yo ahora salgo, tengo que ir a trabajar. (…) ¿La fábrica?
Todo igual. Todo lo mismo. (…) Pueden aclarar todo, y de una vez por todas. Ella está
acá y puede explicarlo todo. Pedirte perdón, si quiere, si tiene ganas. ¿Y vos, pibe? Vas
a perdonar, ¿no? Si querés, por supuesto, si tenés ganas: nadie te está obligando. (Va a
la puerta del baño. A la hija.) ¿Por qué no le hablás? Una ocasión como ésta. ¡No te
guardes todo! ¡No seas tonta! Vino porque sabía que estabas. Dale. Salí. ¡Hablale!
(Pausa. A la figura evocada.) Hubiera querido estar yo en tu lugar. Y que me lleven a
mí. Porque un poco también es culpa mía lo que pasó. No me imaginé que... Ustedes se
enamoraron. “La hija de José se metió con un zurdo”. Los muchachos me cargaban. “¿Y
el capataz José, qué dice? ¿Está contento?” Y claro que estoy contento. Les dije: “Este
pibe es mejor que todos nosotros juntos. Es honesto, produce. Las manos, siempre en el
torno.” (A la figura evocada.) Si se casan, tengo unas ideas… Acá, en el terrenito,
construir, poner una tornería. “Los José”. (…) ¡Y qué carajo me importa que seas
comunista, si laburás más que los otros! (…) Hubiera abierto una fábrica con vos,
tocayo. Creéme que ella los mandó donde estabas vos, pero creía que ahí estaba yo. Fue
una confusión, pobrecita. Pero vos, ahora, cuando ella salga del baño decile algo.
Hacela sentir que la perdonaste por lo que tuvo que hacer. Y si es tan difícil alcanza que
le digas una palabra, una sílaba. (Va a la puerta de baño.) Salí, hija, se está yendo. (A la
figura evocada.) Una media sonrisa, inclinás la cabeza hacia ella. No sé… Mové sólo
los ojos, una sola vez. Te pido sólo esto, antes de que ella se vuelva a ir.

La hija sale del baño con la cabeza completa mojada como si se hubiera metido bajo la
ducha con ropa y todo. El padre se gira hacia ella.

Hija– Voy a hablar con él. En la vereda.

Pausa. La hija sale. Cierra la puerta de calle. El padre se sienta. No aguanta. Se pone
a caminar. Se vuelve a sentar. Se abre la puerta de calle.

Padre– ¿Y? ¿Te perdonó?


Hija– Sí, papá. (Le acaricia la mejilla.) Gracias a vos, me perdonó.
Padre– Estoy contento, hija. Ahora, sí. Me voy a dormir.

El padre sale. La hija se gira y mira la puerta de calle.

Apagón
Eduardo Fortunato

Eduardo Fortunato nació en el barrio porteño de San Cristóbal en 1961 pero se crió en
la ciudad de Quilmes. En su juventud estudió Ciencias Económicas en la UBA y es
Contador Público. En dramaturgia, se forma con el maestro Ariel Barchilon desde 2009.
Ha tomado cursos con Mauricio Kartun. Estudió dramaturgia para actores con Andrea
Garrote. Alguna de sus obras de teatro estrenadas son: Barrios de San Martín, dirigida
por Miguel Cavia y Breve informe sobre la cubana, dirigida por Jana Vidal. Es miembro
del Grupo Tecla, grupo de experimentación teatral, con el que ha estrenado varias obras
de su autoría, como la Trilogía sobre la furia, Casablanca, dos recuperando la pareja o
La habilitación. También se anima a actuar, producir y dirigir con su grupo, pero
prefiere escribir.

eforedu@gmail.com
La máquina de hacer dinero.
de Eduardo Fortunato

Sofía
Richard

2012. Dos Sillones. En uno, sentado Richard. Entra Sofía.

Sofía– ¿Qué hacés, Richard, tan temprano?


Richard– (Saca de su bolsillo un fajo de billetes.) Nos vamos a comer a Puerto Madero.
Sofía– Estás eufórico, ¿qué hiciste?
Richard– Tengo más, muchos más. Y esta vez es definitivo.
Sofía– ¿Sabés las veces que me dijiste lo mismo?
Richard– En dos días nos vamos de viaje. Tenemos dinero para gastar, invertir, tirar.
Sofía– Decime, ¿y con quién dejamos al cachorro?
Richard– Ya arreglé con la guardería.
Sofía– ¡Lo trataron mal la vez pasada! ¡No le dieron sus vitaminas!
Richard– Es otra guardería, se especializan en gran danés; va a estar perfecto. (Pausa.)
Sofí, escuchame: Hawai, Egipto, París, ya fue. Esta vez es distinto.
Sofía– Pero si vos siempre te repetís. Venís un día así y al otro la perdiste, la prestaste,
hiciste un mal negocio, te estafó un amigo.
Richard– ¿Cuándo te faltó algo Sofí…?
Sofía– ¡Ah, no sé! ¿Cómo era ése?
Richard– ¿De qué hablás?
Sofía– ¿Celestino?
Richard– ¿Eh?
Sofía– El ministro…
Richard– Ah, Celestino Rodrigo. Con él hizo la plata papá; yo era chico, nada que ver.
Sofía– Bueno, no sé. Se me mezclan las historias. Uh, pará, sí: “¡Viva Alfonso, viva
Alfonso!”. Alaridos dabas por el valor de tus bonos, mientras todos corrían al
supermercado. Tenía razón papá: “Nena, ese muchacho anda en algo raro”.
Richard– Tu padre, que en paz descanse, fue siempre un tirado. ¡Nosotros con la híper
tuvimos el primer año sabático y la primera vuelta al mundo! ¿O te olvidaste?
Sofía– Cómo me voy a olvidar, si me llevaste en turista, casi me muero… (Se sienta.)
Uh, sí, pará, y cuando estabas trastornado con Carlitos, uh. “¡Grande, Mingo!”, gritabas.
Richard– Ahí cobré mis más grandes comisiones.
Sofía– Un día vas a terminar en cana, Richard. Decime qué hiciste. Pará, pará, antes que
nada quiero un Smart; está de moda.
Richard– Ese autito es tuyo sólo para ir al club. Pero para andar te voy a comprar un…
Sofía– ¡Basta! ¿Qué hiciste?
Richard– Se me presentó una oportunidad. Tengo la máquina de hacer dinero.
Sofía– ¿Qué es eso?
Richard– La máquina de hacer dinero. (Saca dos pasajes de avión del bolsillo y se los
alcanza.)
Sofía– Estoy cansada de viajar, Richard. Y que me tomes por boluda, porque además
cuando volvemos de viaje todo sigue igual.
Richard– Leé por favor.
Sofía– ¡Ah, es en primera! Aerolíneas, ¡qué bajón! ¿Cómo? ¿Buenos Aires – Cabo
Cañaveral – Marte? (Pausa.) ¡¡Aaaaaaaah!! ¡¡¡¿Nos vamos a Marte, gordooo?!!! ¡¡Nos
vamos a Marte!! ¿Ya se puede ir a Marte?
Richard– Con guita vas a cualquier lado, Sofi. Eso sí, livianita de valijas, no jodas.
Sofía– Ay, me muero… Sos increíble. (Se angustia, lagrimea.) Siempre salís con una
así y una no puede resistirse…
Richard– Ya sé, no me digas. (Pausa.) ¿Te acordás cuando nos conocimos, Sofi?
Sofía– Sí…
Richard– Tarde de lluvia pero del casino salí seco, crucé la plaza Colón, apenas
garuaba y me dije: “Me voy para Playa Grande”. Y tomé Avenida Colón.
Sofía– Y a mí me corrió la lluvia de la playa y a la altura de Tío Curzio dije: “Voy a
subir la avenida”.
Richard– Y nos encontramos justo arriba, en la loma, de frente, nos miramos, nos
sorprendimos, te dije “hola” y te invité a sentarte en el cordón, ya que yo no podía
mantenerme en pie, me retumbaba el corazón. Así nos elegimos.
Sofía– Qué lindo eras… ¿Qué quedó de todo aquello, Richard?
Richard– Nuestra nena, Sandrita.
Sofía– (Se toma la cabeza, se para.) ¡Aaayyy! Me olvidé de Sandritaaaa.
Richard– ¿Qué pasa con Sandra?
Sofía– ¡Me llamaron de la clínica, que mañana la traen y se queda con nosotros por lo
menos dos semanas!
Richard– ¿Y ahora te acordás de decírmelo?
Sofía– No, bueno, empezaste con lo de la cena y esos billetes… ¿No podemos postergar
lo de Marte?
Richard– ¡Nooo! Igual quiero que revises bien, que no queden pastillas por ahí o un
porro escondido, nada, ¿eh? Empiezan con porro y siguen… Mirá cómo quedó. ¡Tarada
quedó!
Sofía– Pero, ¿qué va a decir el doctor Menditegui, él, que la quiere tanto?
Richard – Dejámelo a mí que lo arreglo con una caja de Jack Daniels.
Sofía– Entonces, ¿qué hago? ¿Llamo a la clínica?
Richard– ¡Más bien! Vamos a Marte con el ministro y la señora. No podemos fallar.
Sofía– Pero si tenemos la máquina de hacer dinero ¿Qué nos importa el ministro?
Richard– Sofía, el ministro es quien le carga el combustible.
Sofía– Ah, bueno, ahora llamo y les digo que…
Richard– Que mañana entro a quirófano y que me operan del corazón. Que esperen en
traerla.
Sofía– Está bien. Sandra es fuerte. ¿Dos semanas durará el viaje? (Richard asiente.)
Listo, que la traigan cuando volvemos. Pagaste la mensualidad, ¿no?
Richard– Todo el año tengo pago, Sofi.
Sofía– Bueno, está bien. Qué lindo regalo me hacés, gordo. (Se sienta sobre él; él la
abraza.) Igual, decime, ¿qué es la máquina de hacer dinero?
Richard– Es lo que nos permite ser como somos.
Sofía– Decime más.
Richard– No puedo, no conviene. Pero está hecha de material sólido; quédate
tranquilita.
Sofía– Bueno. Primero llamo a las chicas, Lala se muere, Agus se infarta y Flor, ni bien
sepa que nos vamos a Marte, se toma un antidepresivo.
Richard– Vamos a Happening, ¿dale?
Sofía– Sí, pero cerrémoslo para nosotros.
Richard– Ya reservo. Y cerremos Puerto Madero también…
Sofía– ¿Se puede?
Richard – Ya llamo a Prefectura.

Ambos marcan desde sus celulares.

Apagón
Alicia García Barral
Durante muchos años la docencia, la investigación y los talleres me habían acercado al
teatro. Años más tarde, la Maestría en Teatro en UBA despertó ese cosquilleo incesante
en mi interior. Y a partir de allí, no hubo retorno. Teatro de mil maneras: dirigiendo una
pequeña sala en Don Bosco -“Estación Teatro”-, escribiendo, en el marco del riguroso
taller que dirige Ariel Barchilón, dirigiendo o actuando, según la ocasión.
Así nacieron: Quebracho (en colaboración con Marisa Castelli), Escenas de Bernarda
Alba, Retratos, Matatangos (versión de la obra de Marco Antonio de la Parra, en
colaboración con Fernando González). La mujer del Tango, en Monólogos del Limbo;
Premeditado, en el Ciclo Dos veces bueno I; Ojos, ojitos, en el Ciclo Dos veces bueno
IV; Amor, amor, y El cura barrendero, la obra que hoy nos ocupa.

aigbarral@hotmail.com
El cura barrendero
de Alicia García Barral

Sala de espera de la Nunciatura. Adelante, la puerta de entrada a la oficina de


Monseñor. Sillones de cuero y un gran reloj de pared decoran el lugar. El Padre
Mauricio camina inquieto restregándose las manos. Abre la puerta en un impulso.
Monseñor está almorzando. Mauricio, hombre fornido de cuarenta y pico años, con
lentes, vistiendo el mameluco de barrendero con el cuellito de cura y sus guantes,
saliendo del bolsillo del pantalón. Luce ajado y sucio, después de un día de trabajo.
Monseñor, hombre gordo de sesenta años aproximadamente, viste el atuendo de
cardenal.

Monseñor– (Con aire autoritario, propio de su cargo.) Pero… ¿qué hace? Nadie lo
autorizó a entrar…
Mauricio– Disculpe, Monseñor, no podía seguir esperando.
Monseñor– ¿Cómo se atreve? Presentarse así, sucio, desalineado y sin aguardar a que
le autoricen su entrada. Es una falta grave a las buenas costumbres. Me extraña de usted,
Silva.
Mauricio– No es eso, Monseñor, es que recibí una notificación suya que no puede ser
cierta.
Monseñor– Sí, es cierta; yo se la hice enviar y espero que cumpla con su voto de
obediencia, si no quiere ser sancionado. Y veo que fue atinada, porque está usted
perdiendo las formas correctas, de tanto estar en ese ambiente, rodeado de basura.
Mauricio– (Se acerca y besa el anillo.) No me pida eso, por favor. No lo haga. No
puedo dejar mi lugar de trabajo y mi hogar… La Hermandad lo dice claramente en sus
preceptos: vivir con ellos y no sobre ellos.
Monseñor– Una cosa es la solidaridad y otra engolosinarse en medio de ese
estercolero, de lo más abyecto, para decirse cristiano. Son ustedes el hazmerreír de la
iglesia.
Mauricio– Pero nuestros preceptos fueron aprobados por el Papa.
Monseñor– ¿Me está amenazando, Silva? Su Santidad no debe estar al tanto de que
“trabajar con las manos” implica barrer las calles, limpiar los agujeros más inmundos, la
peste acumulada de inmundicias… Y vivir y comer en esas cuevas. Es repugnante. Son
ustedes un puñado de soñadores…
Mauricio– (Poniéndose de rodillas.) Se lo ruego, Monseñor… No me pida esto. Tenga
misericordia… ¿Cuál es nuestra culpa? Dios no quiere poder, quiere amar, y eso
hacemos. Es gente humilde. A veces grotesca, pero están llenos de amor, de
solidaridad… (Lo mira suplicante.) Tenga usted piedad de lo distinto.
Monseñor– Levántese hijo… Usted no es Cristo en la tierra… ni sus hermanitos. Ese
tiempo pasó… Deje de alborotar al mundo…
Mauricio– (Desesperado.) Algo peor ha sucedido. Se han llevado anoche a los
Hermanitos de la Boca y pasé horas llamando a la Fraternidad de Goya... Nadie
respondió…
Monseñor– (Yendo a la ventana y mirando nervioso.) ¿Y qué puedo hacer yo? no está
en mis manos... Esas son práctica políticas... Además los militares han prometido no
tocar al clero.
Mauricio– Los archivos de la Fraternidad desaparecieron. Las fichas de cada de uno de
nosotros están en manos de quienes los han raptado. Todos corremos peligro.
Monseñor– ¡A mí también me vigilan! ¿Qué espera que haga? Levantar una guerra
civil porque un grupo de sacerdotes ha decidido vivir de manera casi indigna para
ayudar a los pobres… Aunque quieran, ¡ustedes, no son ellos! ¡¡Déjense de
quijotadas!!
Mauricio– Pero los hermanitos de la comunidad también son sus ovejas, y ellos
necesitan de su ayuda. Todos cometemos errores, si es que cree que ellos cometieron
alguno... Pero nada justifica su rapto en mitad de la noche. Por misericordia, al menos,
ayúdelos.
Monseñor– Haré lo posible, pero no puedo asegurarle nada.
Mauricio– Monseñor: por favor haga más que lo posible, haga todo por ellos…
Monseñor– ¿Y usted, Mauricio, puede explicar estas fotos? (Mostrándole unas fotos de
Silva en las marchas del gremio.) Liderando las marchas del gremio... Usted es un
sacerdote, no un líder político. No mezclemos.
Mauricio– Sólo ayudé. Su manera de reclamar no era correcta. (Sentándose como
tirándose en la silla, agobiado.) Les di un consejo.
Monseñor– Y… fue a la marcha y caminó adelante con los carteles. Puso a la Iglesia en
un lugar muy delicado… Recuerde usted que la iglesia está abocada al espíritu de la
gente. A esa área, debemos restringirnos.
Mauricio– Cristo no sabía de política, ni de prosperidad de las naciones… Pero sí de la
felicidad de los pobres. A ellos debemos ayudar. ¿Con quién quiere quedar bien? ¿Con
la misión o el poder?
Monseñor– Déjese de tonterías. (Secándose la transpiración.) El saber, debe estar
controlado por quienes están capacitados para el bien de la comunidad. Tanto comer
mal y estar con la basura lo han confundido. (Parándose.) Y hasta le diría que lo suyo
es soberbia pura. Se cree el único con un verdadero amor al prójimo.
Mauricio– No es eso, Monseñor, sino un camino para limitar mi propio ego.
Monseñor– Esas prácticas de autodestrucción o autoflagelación han sido prohibidas en
la iglesia desde hace cientos de años. ¿No entiende la implicancia de sus acciones y de
sus palabras?
Mauricio– (Dudando antes de hablar.) Tenga presente, Monseñor, que hablamos desde
lugares bien diferentes. Usted defiende la institución, no importa que tenga gente
infame, asesina e hipócrita en su grey…
Monseñor– Nuestra entrevista ha concluido.
Mauricio– Quede usted sujeto al poder superior que lo guía, sea cual fuere. Yo, seguiré
por el camino elegido: junto a los pobres, con la experiencia fuerte de la vida de cada
día y la riqueza de la fe.

Mauricio besa el anillo de Monseñor y sale.

Apagón

El Padre Mauricio Silva fue desaparecido el 14 de junio de 1977, en Buenos Aires.


Jacqueline Giudice

Nació en 1965. Estudió en el Instituto Vocacional de Arte “Labardén”, teatro en la


Escuela de Villanueva Cosse y Letras en la UBA. Es investigadora docente
universitaria. Hizo talleres de escritura con Hugo Correa Luna y con Ariel Barchilón de
prosa, taichí y dramaturgia. De tanto intentarlo, obtuvo alguna mención por cuentos y
novela, y publicó numerosos artículos de investigación. Gracias a Ariel y el grupo de los
jueves, escribió y estrenó “Tomá mate” (2015), en el ciclo Dos veces bueno III.

giudicej@gmail.com
El brete
de Jacqueline Giudice

Alfredo
Benito

Diciembre del 2001. Don Alfredo en su oficina. Mira por una ventana; se escuchan
ruidos de tumultos exteriores. Sobre un escritorio, una caja cerrada y una torta. Toma
un gran trozo, traga con avidez, se chupa los dedos, se limpia en el saco. Golpean la
puerta.

Benito– (Voz en off.) ¡Don Alfredo, están aquí! (Alfredo traga apurado otro pedazo.
Irrumpe Benito, con gorro y delantal blanco de matarife, manchado de sangre.) ¡Están
en la verja! Piden mercadería.
Alfredo– (Atorado.) ¿Gusta?
Benito– Se agradece. Estoy a dieta, pero... (Toma el último pedazo.) El colesterol…
Alfredo– Ah, entonces, no. Yo lo cuido, ¿ve? (Se lo quita.) Con la salud no se juega.
Benito– (Contrariado.) Se agradece. Es difícil.
Alfredo– ¿Qué cosa?
Benito– Hacer dieta. Me cuesta un montón. Pero me asustaron con eso de los trigli,
trigli…
Alfredo–Triglicéridos. ¿Va al médico? Nuestra obra social es excelente.
Benito– Sí, claro. Por suerte este año me puso en blanco, ¿no? (Se ríe, nervioso.) Tardé
tres meses en tener el turno. Me mandó hacer análisis pero a mí no me gustan esas
cosas. (Señala la ventana.) Están juntando piedras. ¿Les llevamos mercadería?
Alfredo– No, no; usted tiene que ir al médico, tiene que cuidarse. ¿Triglicéridos, eh?
Eso es complicado, Benito, con razón está más delgado. (Benito se asusta. Alfredo
come.) Pero yo le cubro todo, no se preocupe. (Ruido de insultos, pedradas contra un
portón metálico.) ¿Qué le parece, eh?
Benito– Y… no está bien. Pero la gente tiene hambre, don Alfredo. Piden para comer.
Alfredo– ¡Pero qué dice! ¿No vio por televisión cómo se roban todo? ¡Hasta los
estantes se llevan! ¡Están organizados, entrenados para destruirnos!
Benito– (Mira por la ventana.) Yo veo gente del barrio, ¿eh? Gente pobre que no…
¡Pasaron la verja, son un montón!
Alfredo– Algún pobre perejil habrá. Pero no se deje engañar; son peores que animales
¡Son una plaga! Si los dejamos pasar, usted y yo perdemos todo.
Benito– Don Alfredo, usted tiene muchos supermercados.
Alfredo– Ésta es la distribuidora, Benito. Ellos saben que estoy aquí. Quieren arrasar
con todo y agarrarme. ¿Y quién le va a dar trabajo a usted con esos triglicéridos, eh?
¿Pensó en su familia? ¿Pensó en los muchachos del frigorífico?
Benito– Nosotros lo vamos a defender, Don Alfredo. Yo ya les dije a los muchachos.
Alfredo– Así me gusta. ¡Eso quería oír! Usted me defiende a mí y yo a usted. (Se
zampa el resto de la torta. Pregunta atorado.) ¿Cómo está la señora?
Benito– (Mira por la ventana.) Bien, gracias por preguntar pero… ¡La policía se va!
¡Están en el portón, ¿qué hacemos?!
Alfredo– Mire que si usted se pone peor, su señora no tiene de qué preocuparse. Fíjese
cómo nos vamos a defender (Abre la caja, saca un arma larga.) ¿Y la nena? (Sopesa el
arma, la acaricia, se la da a Benito, que la toma con miedo.)
Benito– Va para quince.
Alfredo– ¡Eh, cómo pasa el tiempo! Una señorita, una princesa. Mire qué belleza, ojo
con el seguro, no lo vaya a sacar todavía. Yo le consigo el cáterin para la fiesta, ¿qué le
parece?
Benito– Se agradece, Don Alfredo, pero somos gente humilde, fiesta no…
Alfredo– ¡Quince años de la nena, sólo una vez! ¡Dele un buen recuerdo! ¡Con esos
triglicéridos quién sabe! Usted me ayuda, yo lo ayudo. En el centro tengo un lindo
salón. Mire. (Toma el arma, corre el seguro.) Así, ¿ve? Diez disparos por minuto. ¡Ja!
Benito– Don Alfredo, no se ofenda, pero a mí esto no...
Alfredo– No se preocupe (Lo palmea.) Son balas de goma; es para asustarlos, nomás.
Benito– No sé, hacen agujero…
Alfredo– Claro, comprendo. Tal vez esté más cómodo así (Saca de la caja una maza
enorme.) ¿Qué le parece? Tome, sienta el peso. Fuerte, ¿eh? Un golpe, ¡pum!, y listo.
¿Usted no trabajaba antes en un matadero?
Benito– Sí, pero yo les daba a las vacas.
Alfredo– Y éstos son peores que vacas. Usted sabe sacrificar animales. Hay que hacer
sacrificios para comer. ¿Hace cuánto que trabaja para mí?
Benito– Quince años.
Alfredo – ¿Quién lo cuidó todos este tiempo, eh? (Le pasa la maza.)

Crece el ruido del tumulto. Golpean la puerta.

Voz en off– ¡Don Alfredo, el portón está cediendo! Piden mercadería, ¿qué hacemos?
Alfredo– (A la puerta, en voz baja.) Díganles que les vamos a dar, ábranles la puerta del
pasillo, que entren en fila (A Benito.) Vamos, Benito, usted con esa maza es invencible.
Porque estos animales quieren llevarse todo, quieren agarrarme. ¿Usted los va a dejar?
Benito– ¡No! ¡No pasarán!
Alfredo– ¡Eso, no pasarán! Pruébela, Benito.
Benito– ¿Acá?
Alfredo –Sí, hombre, vamos, pruébela. (Benito golpea el escritorio. Alfredo aplaude.)
Déle, usted puede más. Usted es valiente, va a defender su trabajo, su familia. (Sube el
volumen del tumulto.) Escuche a esos animales, déle otra vez. (Benito destruye la caja.)
Muy bien, vaya usted primero (Lo empuja hacia la puerta. Benito golpea con la maza
al aire, enardecido.) Vamos, Benito, con la maza justiciera, usted contra las bestias que
quieren robarnos, que quieren quitarle su trabajo y llevarme a mí, vamos, ¡que los
tenemos en el brete como nosotros queríamos!

Salen.
Sube el ruido del tumulto, cristales rotos, gritos.

Apagón
Adrián Goldfrid

Nació en Buenos Aires en 1975. Se ha dedicado al diseño y comunicación visual


desde hace varios años y, en paralelo, se encuentra recorriendo los caminos de la escritura.
Se ha formado en dramaturgia con Mauricio Kartun y Ariel Barchilón, y en teoría del
cine con Ángel Faretta. Desde el año 2014, es docente del Taller de iniciación a la
escritura dramática, en el estudio de Ariel Barchilón. Ha colaborado en guiones de cine y
televisión y ha escrito algunas obras de teatro. Ha participado en la coordinación del
espectáculo colectivo Monólogos en el Limbo, en 2013, en donde dirigió su obra Tren
nocturno. En 2014, como parte del espectáculo Dos veces bueno, ha dirigido su obra
Señora bien.

adrian.goldfrid@gmail.com
El incidente Decepción
de Adrián Goldfrid

Paz
Goñi

Años '50. Antártida. Refugio. Bandera argentina pintada en la pared. Temporal blanco.
Camas marineras, estanterías, cajas.

Paz escribe en un cuaderno. Goñi apunta un fusil por la ventana. Un transmisor de


radio.

Paz– (Escribe.) Bahía de los Balleneros, Isla Decepción, Antártida, territorio soberano
de la República Argentina. Como representante del Gobierno Argentino…
Goñi– ¡Qué carta ni carta! Si estuviese acá el Teniente los mantendría a raya a cuetazos
¡Es hora de guapear!
Paz– ¡No! Con la Marina Real en la zona se va a poner feo; no son los dos muertos de
frío de la última vez. A las mil setecientas, cuando lleguen, les damos esta protesta
oficial y nos entregamos… Y ahí, que se arreglen los diplomáticos.
Goñi– ¿¡Nos entregamos!? No me lo hacía tan flojo, Paz.
Paz– ¡Es estrategia! ¡Más respeto que soy su superior, Cabo Goñi!
Goñi– ¿Para esto nos vinimos hasta estas soledades?
Paz– ¡Sin refuerzos es derrota asegurada! Aunque pudiéramos poner sobre aviso al
destacamento, ¿cómo van a hacer para llegar? Con este temporal el mar de Decepción
está congelado… Y por aire, imposible. Para cuando vuelva el Teniente vamos a estar
presos en un barco inglés. ¡O peor!

Ruido del transmisor. Goñi salta hasta ahí.

Goñi– ¡Aquí Refugio! ¿Destacamento Decepción? Aquí, refugio. Cambio…


Paz– (Mientras escribe.) Muerto, ¿no?
Goñi– ¿Decepción? Aquí, refugio, cambio… (Estática.) Lo de la antena fue sabotaje
para burlar al Teniente. Mucha casualidad…

Goñi se aposta con el fusil en la ventana. Silencio.


La radio emite una voz inentendible.

Goñi– ¡El Teniente! (Vuelve a la radio.) ¿Decepción? Aquí Refugio, cambio…

Voz inentendible.

Paz– (Se acerca.) ¿Teniente? ¿Es usted? Cambio… (Voz inentendible. Se miran.)
Tenemos una situación señor… Ha ocurrido un incidente…

Voz inentendible.

Goñi– Su amigo, el inglesito, se fue a llorar con la Reina…


Paz– Se apersonó un oficial británico y nos invitó a desalojar el refugio… por ingresar
sin autorización en su territorio…
Goñi– ¡Es suelo argentino, carajo!
Paz– Nos superarían en número… habrían traído una brigada de la Marina Real…
Goñi– Y carro de combate…

Voz inentendible.

Paz– El plan es oficializar protesta diplomática y luego… No vemos otra salida que…
Goñi– ¡Abrir fuego!
Paz– (Lo mira indignado.) Siempre que contemos con refuerzos aéreos… (Silencio.)
Esperamos órdenes para proceder, señor. Cambio…
Goñi– ¿Teniente?
Paz– Adelante, Teniente. Cambio… ¿Decepción?

Voz inentendible larga. Silencio.

Paz– ¿Qué dijo?


Goñi– ¿Abrimos fuego?
Paz– ¿Decepción? ¿Decepción? Cambio…

Silencio.

Goñi– ¿Decepción?
Paz– (Mira su reloj.) Ya van a ser…
Goñi– Los refuerzos estarán despegando.

Un rumor viene de afuera.

Paz– ¡Shh…! ¿Qué es eso?


Goñi– ¿Música?
Paz– Música…

Una marcha de tambores y gaitas se acerca. Goñi salta a la ventana.

Paz– ¿Decepción? Cambio… ¿Cuántos son, Goñi? ¿Qué se ve?


Goñi– ¡Ni un alma! ¡Se aprovechan de la nevada!

La música se acerca. Paz va hasta la ventana con binoculares.

Goñi– ¿Abro fuego, sargento?

La música aturde.

Paz– ¡Muestrensé cobardes!


Goñi– ¿Abro fuego? ¡Abro fuego!
Paz– Atento, cabo, todavía no abra fuego…
Goñi– ¿Fuego, dijo? ¡Fuego! (Gatilla varias veces, el arma no dispara.)

La música para. Silencio. Se miran.

Goñi– ¿Disparó? (Prueba gatillar varias veces al piso.) ¡Ah, hijo de una…!
Tocan la puerta. Silencio. Paz mira por la mirilla. Goñi pregunta con un gesto. Paz
hace una seña de silencio, va hasta el cuaderno, firma y arranca la hoja.

Paz– Usted espere.

Sale y cierra. Goñi va hasta la mirilla y vigila.


Tiempo.
La puerta se abre. Paz entra atónito, trae una botella de whisky. Goñi cierra sigiloso.

Goñi– ¿Qué pasó? ¿Se fueron?


Paz– Traen una topadora de gran envergadura…
Goñi– ¿Qué dice?
Paz– …con megáfono.
Goñi– ¿Y la Marina Real?
Paz– Nos rodean… Pero vi a uno solo nomás… Baja visibilidad por la nieve.
Goñi– ¿Y ahí qué trae?
Paz– (Mira la botella.) Una cortesía… de despedida…
Goñi– ¿Se van?
Paz– No…
Goñi– A ver, deje ver… (Agarra la botella, destapa y huele.)
Paz– Es del bueno…
Goñi– Ya veo…
Paz– Nos dejan hacer una despedida… Cortita, cinco minutos…
Goñi– Una… ¡Ah, traidor! ¡Nos entregó, maula!
Paz– Van a pasar la topadora…
Goñi– ¡Yo de acá no me muevo! ¡Ríndase usted, si quiere!
Paz– Le dije al inglés que de aquí no se mueve nadie, que es suelo argentino…
Goñi– Y al final se aflojó, ¿no? Sargento…
Paz– Dijo que no hacía falta que dejemos nuestro territorio. Harán un traslado… Para
eso la topadora…
Goñi– ¿Eh?
Paz– Fue comprensivo… dijo que él tampoco dejaría su territorio…
Goñi– ¿Un traslado?
Paz– Con refugio y todo…
Goñi– El teniente está llegando con los refuerzos en cualquier momento…

Radio. Voz inentendible. Van corriendo.

Goñi– ¿Teniente?
Paz– ¿Decepción? ¿Decepción?

La radio emite distorsionada la misma marcha de afuera.


Se miran. Paz apaga la radio.

Goñi– Entonces… si no salimos…


Paz– No nos estamos rindiendo…

Goñi huele el whisky.


Goñi– Usted entregó el papel de protesta…
Paz– Y pronto estará en manos de la diplomacia.

Paz le extiende un vaso a Goñi, le sirve whisky. Levantan su bebida.

Paz– Este es suelo argentino.


Goñi– ¡De acá no nos saca nadie!

Brindan y beben. Estruendo, todo vibra. Tambalean. Comienza la marcha a gran


volumen.

Apagón.
Jorge Guerberof

Jorge Guerberof nació en Mendoza en abril de 1952. Estudió Derecho en la UBA,


egresó en 1979; ejerce como abogado laboralista desde 1981. Participa desde hace cinco
años en el taller de dramaturgia que coordina Ariel Barchilón. Participó en el ciclo
Monólogos en el Limbo (2013) como autor de “Dios no te lo va a perdonar, yo
tampoco”; en el ciclo de obras cortas Dos Veces Bueno (2014), como autor y director de
“Reconquista (esquina Tucumán)” y en el ciclo Dos Veces Bueno III (2015) como autor
y director de “Apuestas”.

jorgeguerberof@gmail.com
Pa´servir a la patria
de Jorge Guerberof

Lindor
Lucio

Noche de invierno, año 2016. Parque de una quinta en el Gran Buenos Aires.
Lucio, 25 años, viste jean, remera, campera y zapatillas.
Lindor, 80 años, viste bombacha de campo, camisa de trabajo, alpargatas y poncho.
Lucio graba con una cámara de video a Lindor durante toda la escena, salvo cuando se
marca expresamente que deja de grabar.

Lindor– ¡Vengan, maulas! De acá no van a pasar. (Amenaza a las sombras con un
facón oxidado. Se detiene un instante.)
Lucio– Vamos, siga con lo que hacía, muy bien, siga, siga.
Lindor– (Se acerca y habla a la cámara.) ¡Oigo claro el galope de los caballos! Esos
mal nacidos siempre vuelven.
Lucio– No se acerque tanto a la cámara, que se sale de foco. Actúe con naturalidad.
Lindor– Si no nos protegemos del enemigo, a la primera carga vamo´a quedar muertos
con toda naturalidá.
Lucio– ¡Muy bien, no se interrumpa!
Lindor– (Se detiene.) ¡Guarde ese aparato!
Lucio– ¿Y cómo quiere que grabe? Usted actúa, yo grabo. Así habíamos quedado.
Lindor– ¡Ajá! (Pausa. Sonríe.) Me hace gracia. Cuando echamos a los realistas no
teníamos esos aparatos, pero nos sobraba coraje. Y claro, no nos quedó ninguna
película, pero que los echamos, los echamos.
Lucio– (Deja de filmar, se saca la campera y se la pone en los hombros a Lindor.)
Abríguese. En cuanto se largue la lluvia, nos vamos adentro y seguimos mañana. No
nos vamos a enfermar por apurarnos a terminar.
Lindor– (Le devuelve la campera a Lucio.) No hay frío, viento, ni lluvia suficiente para
que se achique un criollo de ley. Déjeme acá. Si quiere, traigamé unos amargos, pa´
mantenerme despierto; la guardia se hace larga hasta que llega el relevo.
Lucio– ¿Quién va a venir con esta noche de perros? (Sigue grabando.)
Lindor– Eso mesmo dijo alguien en Cancha Rayada y aquella noche los realistas nos
ganaron la batalla. Si no hubiera sido por la valentía de nuestros gauchos, nunca nos
habríamos recuperado de esa derrota. (Pausa.) Por eso, mocito, déjeme que haga
guardia, aunque el cielo se venga abajo. (Se saca el poncho y lo enrolla en el brazo en
el que tiene el facón.)
Lucio– Hágame caso, no se desabrigue.
Lindor– (Como si no lo hubiera oído.) La guerra nunca termina. Echamos a los godos y
le gritamos al mundo nuestra independencia. Así lo dice el acta que se firmó en el
Tucumán; pero nunca habríamos sido libres de verdá, si no hubiéramos dejado nuestro
sudor y nuestra sangre en los campos de Chile y del Perú.
Lucio– Pero, Lindor, eso es historia antigua. Ahora ningún país puede vivir aislado;
somos parte de la aldea global.
Lindor– ¿Quién le ha metido esas ideas en la cabeza a usté? Cuando echamos a los
españoles, también creímos que dejábamos atrás la colonia; pero vinieron otros, con
ideas raras como ésas que usté tiene. Palabras nuevas pa´ nombrar las mesmas cosas. En
vez de imperio ahora dicen aldea global. Y si es en una lengua extranjera, más les gusta.
(Truenos. Se sobresalta.) Ahí está de nuevo el galope. ¿No le dije? Ahí los tiene de
güelta. (Se pone en guardia blandiendo el facón.)
Lucio– ¿Qué galope? Son truenos. Se va a largar la tormenta y vamos a quedar hechos
sopa. Lo único que falta es que se agarre una neumonía. ¡Vamos adentro! (Intenta llevar
a Lindor hacia la casa, pero se resiste.)
Lindor– Sueltemé, le digo. (Pausa.) Treinta años guerreando, pa´que un mocoso me
venga con el cuento e’ que la guerra se terminó.
Lucio– ¡No diga incoherencias, hombre!
Lindor– ¡Maleducau, rispete mis años! (Truenos.) ¡Póngase en guardia, soldao!
¡Defienda su tierra como lo hicieron nuestros mayores! (Se agacha y camina sigiloso
hacia delante.) Póngase a cubierto, si no quiere que lo atraviesen en la primera
arremetida. (Lucio, agazapado, sigue a Lindor, grabando con la cámara. Lindor se da
vuelta y mira a Lucio.) Ahí está mejor. Si yo me paro, usté se para. Si avanzo, usté
avanza. (Avanza unos pasos y Lucio lo sigue. De pronto se detiene y se tira al piso.)
¡Cuerpo a tierra, reclutón!
Lucio– Déjese de joder, Lindor. Está todo embarrado el piso.
Lindor– ¡A tierra, insubordinao! (Lucio duda y pone una rodilla en tierra y sigue
grabando.) ¡Al piso, le digo! (Se oyen otra vez truenos.) Ahora sí que vienen.
¡Preparesé! (Se pone de pie y avanza hundiendo el facón en las sombras. Se detiene,
levanta un palo de escoba del piso y se lo pasa a Lucio.) ¡Tome el arma y pelee!
(Avanza, agazapado, al ataque con el facón. Lucio agarra el palo como si fuera una
lanza y sigue a Lindor, sin dejar de grabar con la cámara en la otra mano.) ¡Tire ese
aparato a la mierda y empuñe bien el arma! (Intenta sacarle la cámara a Lucio y casi la
tira al piso.)
Lucio– ¡Basta! Casi me rompe la cámara. (Tira el palo de escoba al piso.) Yo me voy
adentro. (Truenos, ruido de lluvia. Lucio sale hacia la casa cubriendo la cámara de la
lluvia.)
Lindor– ¡Alto ahí, soldao! ¡Detengasé, desertor! (Sigue a Lucio con el facón en
posición de ataque pero no lo alcanza; se detiene fatigado.) ¡Esto no va a quedar así!
¡Nunca hemos perdonao la cobardía en nuestras filas!

Apagón
Másako Justa Itoh

Argentina, porteña, mamá de Trinidad. Actualmente cursa la diplomatura de


Dramaturgia del Centro Cultural Paco Urondo (UBA). Asistió a los talleres de
dramaturgia de Mauricio Kartún, Alejandro Tantanián, pero su gran sensei es y será
Ariel Barchilón. Es colaboradora del Semanario La Plata Hochi, publicación bilingüe
de la comunidad japonesa de la Argentina. Fue editora de la publicación Alternativa
Nikkei y columnista del programa radial Japón hoy. Presentó monólogos de humor de
su propia autoría en distintos teatros de esta ciudad. Su primera obra, Gohanera, un
cuento argentino-japonés, se estrenará en el mes de septiembre de 2016, en el Teatro El
Tinglado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

jmasa_ko@hotmail.com
El papel de cada uno

Julián
Robert

Oficina con amplio ventanal que da al río. Robert, hombre maduro; Julián Citarelli,
hombre joven. Ambos con pantalón de vestir, camisa y corbata. Robert, muy prolijo;
Julián, desaliñado.
Julián se despierta, abrazando dos botellas de whisky casi vacías. Sentado en un
amplio sillón, Robert lo observa.

Julián– (Habla medio dormido.) ¡Air conditioner not working! (Bebe whisky.) ¡Por mi
cuarto hijo que viene en camino! (Pausa.) ¡Qué whisky de mierda! Estos pijoteros me
quieren envenenar… Qué calor… No se puede respirar. (Percatándose de la presencia
de Robert.) Escuchame, date una corrida a recepción y decí que…
Robert– Se fueron.
Julián– (Burlón.) Falta sinergia, no hay cultura colaborativa. Lo que hace marchar los
grupos hacia una misión. (Con amargura.) ¿Te gustó el slogan nuevo? (Cantando con
pulgar levantado, con complicidad.) Celulosa Botnia, el papel de todos. (Pausa.) Idea
mía. (Pausa.) Celulosa Botnia, el papel de todos. (Pausa.) Este calor me descompone.
Robert– ¿El calor?
Julián– ¿Vos sos nuevo? ¿De qué sector sos?
Robert– Cuentas.
Julián– ¿Cuentas? Imposible, conozco a cada uno de los colaboradores de esta empresa
y no te…
Robert– Julián Citarelli vine por mi parte. Hace unos años estabas muy desesperado.
Hicimos un pacto, en esta misma oficina.

Julián toma del escritorio una caja de medicamentos, busca una pastilla y la bebe con
un vaso de agua.

Julián– ¿Esta es una jodita de contaduría? Ya sé; es la venganza por ese pibe que
ajusticié. El que faltaba mucho.
Robert– El que tenía la hija enferma. Algo respiratorio, dijeron...
Julián– ¡Qué mierda, prendan el aire carajo! En serio, te digo: andate de una corrida…

Robert le entrega un papel amarillento a Julián, y se sirve un vaso de whisky.

Julián– ¡No es mi firma!


Robert– Es nuestro pacto. No habrás creído que por tu propio mérito pasaste del mundo
de la publicidad al directorio de comunicaciones de un importante holding foresto-
industrial. Yo siempre aposté por vos, chiquito. Les decía a los de abajo: “Este promete,
confiemos.” De arriba también pugnaban por vos, al pedo. Y ahora mirate, CEO de
Botnia Celulosa. Tomá mate y avivate. (Pausa.) Como decía, vengo por mi parte.

Julián vacía un cajón y saca una chequera que exhibe a Robert.

Julián– Decime un número.


Robert– Sos divertido, nene. ¿Todavía te cuesta entender? A ver…
Robert se arremanga los brazos, toma la botella de whisky y, sujetándola con fuerza, la
hace girar en el aire, repetidas veces, dibujando un círculo en el aire. Por último, le
hace mirar a Julián a través de ese círculo.

Robert– Mirá, por favor, mirá. Qué lástima, che. Meta podredumbre acuática, partículas
de mierda que chocan con la superficie, rebotan y caen como lágrimas de suciedad. El
surubí, paspado. Las rayas, las morenas y el pejerrey con los cuerpitos recalentados y
los ojos que les sirven para ver los azules, los rojos, los ocres, como crispados y
sacudidos. Y el puente… ¡Qué espectáculo el puente! La gente camina de la mano con
banderitas. La gente: pibitos, mamás con cochecitos, tipos grandes y jubilados, de la
mano con banderitas.
Julián– ¡Basta, váyase!
Robert– Vengo a cobrarme lo mío.
Julián– No cumpliste, no pago. Dijiste que iba a triunfar.
Robert– Y así es…
Julián– Mentiste.
Robert– Estás nervioso porque algo en el pecho te molesta, un calor raro, y te da terror
ir a hacerte estudios. ¿Vos pensás que vamos a dejar que te enfermes? Vos no sos de los
que mueren. Vos sos de los que sobreviven a todos. Arrugadito, enfermo y destartalado,
pero sobrevivís a todos. Un pobre diablo sin fuerzas para morir.
Julián– Como vos.
Robert– Chito. ¿Compararse con un espíritu intermedio? Tu soberbia de siempre…
Oíme bien, durante el parto de tu próximo hijo, vas a tener que elegir qué alma me vas a
entregar: la de Érika, la madre de tus hijos, o la del niño que viene en camino.

Julián saca de un cajón un cuchillo y lo apoya en su propia garganta.

Robert– (Ríe.) Sí, vamos, dale.


Julián– Me equivoqué aquella vez, pero no pienso seguir con esto.
Robert– ¡Matate! ¿Te animás? Espero, dale.

Julián aprieta el cuchillo y duda.

Robert– Se abren nuevas pasteras en la Patagonia. No va a ser solo vender rollos de


madera, no. Y nos hace falta una cabeza.

Julián suelta el cuchillo.

Robert– Vamos a hacer fábricas, para hacer todo lo que te puedas imaginar con papel:
muebles de cartón, juguetes de cartón y, quién te dice, hasta ropa y casas de cartón.
Julián– Es mucho lo que piden.
Robert– ¿Entregás a la madre de tus hijos o al que viene en camino?
Julián– Al que está por venir.

Apagón
Mariana Iturriza

Periodista y guionista. Mis comienzos laborales fueron en Página/12, donde realicé una
pasantía en la sección Sociedad. Desde 1999 trabajé como guionista de documentales
culturales e históricos para TV Pública, Encuentro y Canal (á). En los últimos tres años
hice periodismo audiovisual en la agencia Infojus Noticias. El teatro es un lenguaje
nuevo para mí, que estoy descubriendo gracias a los maestros Mauricio Kartun y Ariel
Barchilon.

marianaiturriza@gmail.com
Enlazada
de Mariana Iturriza

Lautaro
Paulina

Despacho de una casona señorial. 1910. Lautaro (50), sentado detrás de su escritorio.
Tiene una bandeja con té y un plato con masas. También, una caja como de regalo. En
una biblioteca un retrato de su esposa. Entra Paulina (20), con la ropa sucia y
arrugada, el pelo sucio, la mirada baja.

Lautaro– ¡Hija, pase! (Le señala la silla que tiene enfrente. Paulina se sienta.) ¿Cómo
estás? ¡Pero qué aspecto tenés! Le dije a Carmen que te llevara un vestido. ¿Por qué no
te lo has puesto? ¡Ni te bañaste! Sabés qué día es hoy, ¿no? (Silencio.) 25 de mayo.
¡Cien años de la Patria! ¿Y vos te ibas a perder los festejos?
Paulina– ¿Y Giuliano?
Lautaro– (Come una masa y la mira fijo.) ¡Vieras qué linda quedó la ciudad! De noche,
toda iluminada por miles de bombitas…
Paulina– Le pregunté por Giuliano.
Lautaro– (Serio.) ¿Otra vez con eso? (Se ablanda.) Querida… Pensé que esta semana
de reclusión te había servido para reflexionar. Pero veo que no fue suficiente. (Come
otra masa. Le acerca el plato a Paulina; ella lo rechaza.) No te va a hacer bien
alimentarte a pan y agua. ¡Chocolate! ¡Comida de fiesta te hice preparar! Pero me dicen
que rechazaste todo.
Paulina– ¡El pan y el agua me unen más a él, porque es lo que comió siempre!
Lautaro– ¡Pan y agua! No me hagas reír. El italiano debe andar por ahí, dándose la gran
vida. Ya habrá encontrado otra chica rica que le dé de comer.
Paulina– ¡No! Usted no lo conoce. Él me juró…
Lautaro– Hija. (Suspira.) Mirá, vamos a olvidarnos de todo esto. (Abre una cajita y
saca un collar de diamantes.) Hay otros motivos para festejar también. Un regalo de
Federico… Hablé con él y con sus padres. Están dispuestos a que el enlace se realice en
julio.

Lautaro se levanta, se va detrás de Paulina, que sigue sentada, y le pone el collar de


diamantes.

Lautaro– Obviamente no fue necesario ponerlos al tanto de ciertos detalles… (Baja la


voz.) El doctor dice que, afortunadamente, no hubo consecuencias.
Paulina– El “enlace”… ¡Sí, enlazarme como una vaca, eso quieren! Ya le dije: no
pienso casarme con Federico.
Lautaro– Pensé que te querías ir de esta casa a cualquier costo.
Paulina– Pero no para meterme en otra prisión.
Lautaro– Y decime, ¿con tu italiano pensabas casarte por iglesia? ¿O ibas a seguir
aquel mandato de “sin Dios, patrón ni marido”?
Paulina– No sé, no me importa. Sólo quiero estar con él.
Lautaro– ¿Entonces? ¿Te vas a la calle? (Le agarra una mano y la acaricia
comprobando su suavidad.) Una vez tuve que ir a buscar a un hombre a un conventillo.
¿Has entrado alguna vez en uno? El olor es repugnante. Te desmayarías antes de cruzar
el portal. En el patio, entre la basura y los charcos de agua podrida, diez chiquilines
roñosos se te echan encima para conseguir una moneda. Y más tarde esos diez
chiquilines duermen junto a sus padres y sus tíos en una misma habitación.

Silencio.

Paulina– (Toca el collar.) Si mamá estuviera aquí…


Lautaro– (Va a la biblioteca, hasta el retrato de su esposa.) Si tu madre estuviera…
¿Creés que te diría algo distinto? Ella quería lo mejor para su hija.
Paulina– Por eso mismo…
Lautaro– De todas formas, te sugiero que te olvides ya de tu italiano, querida. (Hace
gesto con la mano de “se las tomó”.) Ya debe estar en el barco rumbo a su tierra natal.
Paulina– ¡Él nunca se iría sin mí! (Pausa. Se para.) Ahora lo veo. Finalmente logró que
lo deportaran. El delito: enamorarse de la hija de un argentino.
Lautaro– Ah, no sé si ese delito existe en el Código Penal; voy a proponerlo en el
Congreso. No; fue por el atentado, cuando la Infanta visitaba la Sociedad Rural. (Con
desprecio.) Anarquistas.
Paulina– Fue usted el que armó todo esto para alejarlo de mí. Me asombra que no lo
haya matado usted mismo con su arma, ésa que lleva en sus salidas nocturnas.
Lautaro– Ganas no me faltaron. Hay que defenderse de energúmenos como él. Son
todos unos desagradecidos. Vinieron con una mano adelante y otra atrás a mendigar
trabajo. Y ahora quieren quedarse con todo lo nuestro: nuestra tierra, nuestro dinero y
hasta nuestras mujeres… ¡Pensar que yo le di trabajo a ese mal nacido! ¿Y sabés lo que
más miedo me daba? Que un día nos matara a todos en esta casa…

Lautaro se queda en silencio. Va hasta donde está Paulina y le agarra la mano.

Lautaro– Hija… Era un mal hombre. Y peligroso. Vos sos lo que más quiero en este
mundo, y haría cualquier cosa para cuidarte.
Paulina– ¿Fue usted el que avisó a la policía?

Silencio.

Paulina– (Retira la mano.)Y ahora le pregunto: ¿Fue él?


Lautaro– Seguro. (Pausa.) ¡Y si no lo hizo, seguramente lo habría hecho!

Paulina se arranca el collar.

Lautaro– Te vas a casar con Federico. Si no querés hoy, será después de otra semana
encerrada. ¡O dos! ¡O tres! ¡No te olvidés de quién manda en esta casa!

Lautaro se va. Paulina llora.

Apagón
Adriana E. Lauro

Periodista. Egresada de la carrera de actuación en el teatro IFT. Cursó talleres de


perfeccionamiento en el CELCIT, en la Escuela de Teatro de Buenos Aires, seminarios
de perfeccionamiento actoral con Rafael Garzanitti. Trabajó como actriz en el teatro
IFT, bajo la dirección de Eduardo Pavelic, Carlos Demartino, Héctor Beacon y Enrique
Laportilla. Seminarios de dramaturgia en Argentores y con Roberto Cossa.
Ejerció la crítica teatral en los diarios: Tiempo, Buenos Aires Herald, El Heraldo
Vespertino y periódicos del interior del país.
Colaboradora de la revista del CELCIT. Cofundadora de la revista y el programa de
Radio La cuarta Pared. Miembro fundador de Critea (Asociación de Críticos de Artes
del Espectáculo).
Alumna del taller Saquen una pluma, dirigido por Mariana Mazover. En 2012, inicia
estudios de dramaturgia con Mauricio Kartun y el taller con Ariel Barchilón, maestro
con el que sigue su formación en la actualidad.

adrianae.lauro@gmail.com
La descamisada
de Adriana Lauro

Beatriz
Celia

Diciembre de 1956. Comedor de casa humilde del conurbano. Sobre un bargueño se


ve el retrato de un hombre de mediana edad con bigote fino. Un jarrón con flores.
Beatriz va y viene apurada, poniendo orden. De pronto, se queda mirando un retrato, y
luego lo oculta detrás del jarrón. Pone la mesa: mantel blanco, tazas de té. Mira el
reloj. Entra Celia, la madre, con una bolsa de mandados, tarareando “La
descamisada”.

Beatriz– ¡Mamá! ¡¿Por qué tardaste tanto?!


Celia– ¿Qué pasa? Estaba en la carnicería. ¿Qué haces tan emperifollada?
Beatriz– Voy a salir con Ernesto…
Celia– ¿El muchacho de la facultad que te arrastra el ala?
Beatriz– Sí, ya sabés mamá. Además lo voy a hacer entrar.
Celia– ¡¿Así, de sopetón?! La casa está desordenada. ¿Qué hago con esta bolsa yo?
Beatriz– Calmate, te llevo la carne a la heladera. Yo estuve ordenando. Sólo vamos a
tomar el té.
Celia– (Relojea la mesa.) Ya veo. ¿Tenemos té? Las tacitas del ajuar… nunca las usé.
Tengo que cambiarme. Fijate si el mantel está bien, que no tenga manchas de humedad.
Y a mí, preparame el mate igual. (Mira donde estaba el retrato.) ¿Y papá?
Beatriz– Cambiate, si querés. Ponete el vestido azul; es sencillo y te queda bien.
Celia– (Descubre el retrato.) ¡Mi viejito lindo! ¿Qué hacías escondido? Hoy viene el
candidato y además… después te cuento pero. ¡Qué plato viejo, qué plato! (Se va hacia
el dormitorio tarareando otra vez La descamisada.)
Beatriz– Mamá….
Celia– (Vuelve sobre sus pasos.) Estoy tarareando. Y estoy en mi casa. ¡Faltaba más!
Beatriz– ¿Qué le decías a papá tan contenta? (Beatriz saca de la bolsa unas
calcomanías.)
Celia– Bueno, les cuento a los dos. Hoy pegué una calcomanía en la carnicería. Falda,
compré. Te voy a hacer un rico puchero.
Beatriz– No me asustes mamá; justo hoy…
Celia– ¡No me mires así! Mirá… yo relojeo, cuando se llena de gente entro, quedo
contra la pared de azulejos y ¡zas! le pego la calcomanía. Me toca el turno… hago mi
comprita, saludo a la concurrencia y me voy lo más campante.
Beatriz– ¡Ay, Dios mío!
Celia– ¡Pobre Pedro, le va a costar despegarla! ¡Hice un engrudo, que te la voglio dire!
Beatriz– ¡Arriesgarte por nada! ¡¿Qué ganás mamá?! El hombre está prófugo, lleno de
oro, y vos pegando figuritas de que… vuelve.
Celia– ¿Sabés qué gano? ¡No explotar! ¡Eso gano! ¡Sentir que hago algo por tu padre!
¡Y además, el general, está exiliado y lo ayudan los compañeros! Ahora, digo yo…
¡Dios mío! Te desconozco. Mejor me voy a cambiar.

Sale.
Beatriz– Calmate, mamá. Te lo digo por tu bien. No son tiempos para arriesgarse. Hay
leyes. Prohibiciones... Es que todo el día machacan, machacan, y la verdad… ¿Vos viste
lo que pasó la otra noche, en la escuela cuando apareció enarbolada la camisa, en lugar
de la bandera? Revisaron toda la manzana. Podrían haber venido acá.
Celia– (Desde la habitación.) Yo no soy tonta. Seré bruta pero tonta, no. Además, son
travesuras de muchachos. No vieron a nadie. (Pausa.) ¿Viene de lejos el muchacho?
Beatriz– De la capital.
Celia– ¿Qué barrio?
Beatriz– Palermo.

Entra Celia, dando grandes pasos.

Celia– Palermo. Todos contreras.


Beatriz– ¡Qué decís mamá! Es un muchacho trabajador.
Celia– Contreras. (Supervisa el ambiente.) ¿Y el retrato de papá?
Beatriz– Lo guardé.
Celia– ¡¿Dónde está, dónde está?!

Beatriz lo saca del cajón.

Celia– ¡Estás negando a tu padre! (Le quita el retrato de las manos, amaga darle un
cachetazo.)
Beatriz– (Esquiva el cachetazo.) ¡Mamá, por Dios! ¡Mirá el retrato!
Celia– A lo que llegamos, hija. Yo, levantarte la mano.
Beatriz– En la fábrica, con el crespón en el brazo. Y la foto de ella atrás…
Celia– ¿Qué le dijiste…?
Beatriz– Qué papá murió de un ataque al corazón…
Celia– ¿Qué te han hecho, hijita? No sos vos; es esa facultad. Yo le decía a tu padre:
con maestra, está bien. La facultad está llena de contras. Le van a lavar la cabeza. ¡Ahí
tenés! Yo tenía razón.
Beatriz– Hablamos en otro momento, mamá. Va a venir Ernesto y con él no hablamos
de política. No todo es blanco o negro. En la facultad amplié mi forma de ver las cosas.
Nada más.
Celia– Mirá, vos… ¿Y con ese Ernesto, de qué hablan entonces?
Beatriz– Hablamos de nosotros, mamá. Del futuro, de tener hijos, de progresar… No
todo es política mamá. Él es bueno. Por eso quiero que lo conozcas.
Celia– (Se abraza al retrato.) Esa tarde tu padre me dijo “Vos quedate con Beatriz; la
cosa viene jodida, pero no se van a animar a tanto”. Yo escuchaba los aviones y sabía
que algo terrible iba a pasar. Todavía los escucho rugiendo sobre mi cabeza. Te acordás,
¿no? Y ahora la luz de sus ojos lo esconde en un cajón.
Beatriz– Yo lo extraño, mamá, lo extraño mucho. Se jugó por el partido, por nosotras.
Pero mirá cómo terminó. ¿Vos querés que yo termine igual?
Celia– (Se acerca y la abraza.) Quiero tu felicidad. Y juro, por la memoria de tu padre,
que ojalá estuviera equivocada. Pero lo siento acá (se señala el pecho.) La felicidad se
escapa, siempre se escapa. (Pausa.) ¿Cuándo viene el susodicho?

Timbre

Celia– Andá. Andá a abrirle.


Beatriz sale.

Celia– (Lleva el retrato hasta el bargueño y lo apoya.) Pero el retrato se queda acá.

Apagón
Julia Loreto

Nació en la ciudad de Buenos Aires el 20 de marzo de 1980. Se recibió de abogada,


especializada en Derecho internacional público en la Universidad de Buenos Aires, en
julio de 2004. En el año 2011 realizó el Seminario de Dramaturgia con Mauricio
Kartún y continuó con el taller de escritura dramática de Ariel Barchilón, al cual asiste
hasta la fecha. En 2014 participó en el primer ciclo del festival de obras cortas Dos
veces bueno, con la obra “Caída Libre”, que dirigió con la colaboración de Lorena
Barutta. Para la edición del mismo festival en 2015, escribió “La vida de las hormigas”.

loretojulia@gmail.com
Lo que festeja la gente
de Julia Loreto

Dafne
Pedro

Dafne viste un vestido largo de fiesta, negro, escotado y sin mangas. Lleva puestas unas
sandalias negras de taco alto, el pelo suelto, sucio y desprolijo, la cara sin maquillar.
Está acuclillada junto al ventanal, con una taza en la mano. En el extremo opuesto del
ventanal hay un árbol de navidad con, apenas, tres o cuatro luces intermitentes.
Entra Pedro al living.

Pedro– Imposible destaparlo. Hay que llamar un plomero.


Dafne– Se clausura.
Pedro– ¡Los dos baños clausurados! Sólo te queda el de servicio. (Dafne asiente.) ¿Qué
hacés en la ventana?
Dafne– Busco azúcar.
Pedro– ¿En la ventana?
Dafne– Espero algún vecino solidario para pedirle el favor. Pero están todos con pitos y
cornetas de acá para allá. (Se incorpora.) No sé qué; algo festejan.
Pedro– Ganamos el mundial.
Dafne– Veintidós boludos corriendo atrás de una pelota. La gente festeja cada cosa.
Pedro– (Se acerca a la ventana, descorre apenas la cortina.) Con razón el chiflete; acá
falta un vidrio. ¿Tenés un metro?
Dafne– Lo necesito así.
Pedro– Como quieras. No querés vidrio, no pongo vidrio. Pero dejame buscarte un
abrigo, no soporto verte así.
Dafne– ¿Abrigo? Para esta época siempre hace un calor insoportable.
Pedro– Estamos en junio. (Dafne ríe. Pausa.) Perdón que insista, ¿no me dejás que
compre leña y prenda el hogar?
Dafne– Siempre te gustó jugar con fuego.
Pedro– No entiendo cuál es el problema con la chimenea.
Dafne– A Mario le trae malos recuerdos.
Pedro– Pero ahora sos vos la que está pasando frío.
Dafne– No le encuentro la gracia.
Pedro– No es un chiste.
Dafne– Tu hermano debe estar por llegar, cenamos, brindamos y abrimos los regalos.
Pedro– Estamos solo vos y yo.
Dafne– No te pusimos plato, pero si querés pasar Nochebuena con nosotros, como dice
la canción: (Canta.)
Noche de paz, noche de amor
todo duerme en derredor
entre los astros que esparcen su luz
bella anunciando al niño Jesús
brilla la estrella de paz
brilla la estrella del amor.
Pedro– Dafne, no podés seguir así, esperando día tras días, vestida de verano en pleno
invierno, en una casa congelada, repleta de polvo, desabastecida, mendigando a los
vecinos. (Pausa.) Vení, preparemos una lista, mañana voy al almacén.
Pedro intenta agarrarla de la mano, Dafne se aleja.

Dafne– No necesito nada.


Pedro– Si no vas a colaborar, compro lo que a mí me parezca, pero me gustaría que vos
me digas qué querés que te traiga.
Dafne– A Mario quiero que lo traigas.
Pedro– ¿Hasta cuándo vamos a tener esta misma conversación? No hay día que no
volvamos sobre lo mismo. Ya no sé cómo decirlo. No va a volver.
Dafne– Tiresias siempre supo de tu oscuridad. Es un sabio.
Pedro– Otra vez con el gato.
Dafne– Él, con sus ojitos entrecerrados, lo sabe todo. Ciego no es, sólo tiene una
dificultad que se soluciona con paciencia y una pincita de depilar: le crecen las pestañas
hacia dentro. Desde el día que Mario... Nunca debería haberte dejado entrar. En el
instante que volviste a poner los pies en esta casa Tiresias desapareció. Lo busco y lo
busco y no lo encuentro, puede que esté trepado a algún árbol, pero como yo no salgo…
Pedro– ¡Basta! no soy el culpable de todos los males.
Dafne– Mario sabía lo que hacía cuando te echó.
Pedro– Ese día juré que no iba a volver, pero también es la casa de mi infancia. Acá
crecí, jugué, peleé, soñé, amé…
Dafne– ¡Shhhhhh! (Se agacha, camina lento, observa sigilosa.) ¿Escuchaste?
Pedro– Yo lo intenté y no quiso entrar en razón. Se lo avisé; sabía que lo estaban
buscando y no le importó.
Dafne– (Hace un gesto con la mano para que Pedro deje de hablar. Llama.) Tiresias,
Tire, corazón, ¿estás ahí?
Pedro– Dafne, necesito que me escuches.
Dafne– En algún lugar tiene que estar. Tengo que tener paciencia y fe. Tarde o temprano
lo voy a encontrar.
Pedro– No tenía manera de justificar lo que hacía mi hermano.
Dafne– (Sigue buscando.) ¿Dónde podrá estar?
Pedro– Si las cosas seguían así, iban a venir a acá.
Dafne– Y si consigo un poquito de azúcar, me pongo un poquito en la punta del dedo
para que lo puedas chupar.
Pedro– Tenía que protegerte. Mario no se preocupó por cuidarte.
Dafne– La voy conseguir, estoy segura; sos tan goloso que con el dulce te voy a
convencer.

Dafne vuelve a acuclillarse junto a la ventana, con la taza en la mano.

Pedro– Yo no voy a dejarte sola.


Dafne– (Chista hacia fuera.) Señora, un favorcito nomás.
Pedro– Siempre voy a estar para lo que necesites.
Dafne– Acá, en la ventana. Sí, acá.
Pedro– Mañana a la tarde vuelvo a pasar.

Pedro se va

Dafne– (Vuelve a chistar.) Doña, doña, ¿una tacita de azúcar podría ser? (Se sienta en
el piso.) No entiendo qué es lo que hay para festejar.
Apagón
Nicolás Marina

Nació en 1972. Es guionista. Ha desarrollado su oficio en diferentes radios, canales de


televisión y agencias de publicidad de Argentina y Latinoamérica. En teatro, escribió los
espectáculos Algo Habrán Dicho y Fama para todos. Su trabajo más reciente fue como
colaborador autoral en la serie El Marginal, emitida por la TV Pública y premiada en el
festival internacional de series “Series Manía”.

nico_alemar@hotmail.com
Corralito
de Nicolás Marina

Mariela
Pedro

Diciembre de 2001. Interior del hall de un banco. A izquierda, la puerta de entrada. A


derecha, dos paneles colocados de lado sugieren la presencia del cajero automático.
Pedro (35), de traje arrugado, opera el cajero. Mariela (32), en ropa de gimnasio, mira
hacia fuera.

Mariela– Apurate. No me gusta venir de noche. ¿Qué hace ése, revolviendo la basura?
Pedro– Dejalo, pobre tipo; está laburando.
Mariela– Pero mirá cómo dejó la vereda, el mugriento. Creo que está fichando, a ver si
nos puede afanar.
Pedro– Se va a llevar una desilusión. No me deja sacar.
Mariela– ¡¿Cómo no te deja?! ¡Si ya pasó una semana!
Pedro– Hace cinco minutos pasó la semana, me tendría que dejar. ¡Cavallo y la concha
pelada de tu abuela!
Mariela– No podemos caer a lo de la tía sin postre. Lo único que nos pidió fue que
llevemos el helado.
Pedro– ¡Sí: de Freddo!
Mariela– En colectivo vamos a llegar a las mil y quinientas...
Pedro– Que espere. A ver si llego con las monedas… (Saca un puñado de monedas del
bolsillo. Se le caen al suelo.)
Mariela– Cuidado, Pedro.
Pedro– (Recoge las monedas en cuatro patas.) ¡¿Será posible?! ¡Ni una bien, me sale!
¡Ni una! ¡Y encima tengo que ir arrastrándome humillado a lo de la arpía esa! ¡No es
justo, che! ¿Para qué quiere helado de Freddo? Si ni debe sentir los gustos, a su edad.
Mariela– Pero conoce de marcas. Tenele paciencia. ¿Quién más te va a prestar la plata
que tenés que pagar? De tu viejo, olvidate. Mal momento elegiste para abrirte por tu
cuenta.
Pedro– (Se pone de pie, con el puñado de monedas en la mano.) ¿Es mi culpa ahora?
¿Qué iba a imaginar que estos sátrapas del gobierno iban a salir con algo así?
Mariela– (Mira hacia fuera.) Ahora se puso a chupar vino ¿Por qué no va a la casa? (A
Pedro.) Lo único que tenés que hacer es seguirle la corriente por una noche. La tía es
generosa, si sabés llevarla.
Pedro– ¡Vieja loca, con olor a muerta que amarroca los dólares en las bombachas!
Mariela– Y así zafó del corralito. Fue más viva que todos nosotros. Ahora la
necesitamos. ¿Qué otra solución hay? ¿Querés que me acueste por guita con los tipos
del gimnasio? No me cuesta nada, varios me tienen ganas…
Pedro– No hablés boludeces.
Mariela– ¿Cuánto puedo cobrar? ¿Mil mangos? Si me garcho a cuatro o cinco por día
en una semana junto lo que necesitamos y no conseguís.
Pedro– ¿Vos te querés garchar a uno del gimnasio? ¿Estás buscando la excusa para
dejarme, ahora que las papas queman?

Ella le golpea el dorso de la mano, haciendo volar las monedas.


Mariela– ¡Callate, imbécil! ¡Cuando te quiera dejar no voy a dar tanta vuelta!

Él mira las monedas en el piso. La mira a Mariela. Abre y cierra las manos, temblando.

Pedro– Me harta que me manipules como a un muñequito para que haga siempre lo que
vos querés, ¿sabés? Vas a terminar sacando lo peor de mí.
Mariela– (Mira hacia fuera.) Pedro, mirá al ciruja; está contando plata.
Pedro– (Observa.) ¡Hijo de puta, anda con más efectivo que nosotros dos juntos!

Se miran con entendimiento. Pedro la suelta.

Pedro– No podemos…
Mariela– Él necesita menos que nosotros. Ya se puso en pedo, ¿qué más quiere? Y a los
tipos así, el gobierno siempre los ayuda. ¿A nosotros quién nos ayuda?
Pedro– La tía.
Mariela– La tía. Mirá; ya se durmió. Mañana ni se va a acordar que tenía guita encima.
Pedro– ¿Si se despierta y me ataca?
Mariela– Sacate el cinto. Le das con la hebilla. No se va a resistir mucho, si ni puede
tenerse en pie, ¿No te animás? Voy yo. (Intenta desabrocharle el cinturón. Forcejean.)
Pedro– ¡Pará, Mariela! ¡Estás mal de la cabeza!
Mariela– ¡Puede ser! ¡¿Quién queda cuerdo, en estos días?! ¡Es él o nosotros, Pedro!
¡Si estuviese sobrio, no dudaría en afanarnos!

Pedro logra apartarse. Mariela se calma.

Mariela– Es lo que hizo el banco con nosotros, ¿no? Pensá: sin el préstamo de la tía
podemos terminar en la calle.
Pedro– (Mira hacia fuera.) Él ya está en la calle.
Mariela– ¡Exacto! ¿Querés terminar como él?
Pedro– (Se saca el cinturón.) Esperá acá.

Pedro sale. Mariela observa desde la puerta. Comienzan a oírse forcejos, el ruido de
cartones y botellas desparramados, algún grito ahogado.

Mariela– Dale, ahora… Eso… ¡Cuidado! ¡Ay! ¡No pegués, delincuente! Dios mío…
¡Levantate, Pedro! ¡Dale otra vez! ¡Así! Uy… ¿Pedro, estás bien?

Se produce un silencio. Mariela se retuerce los dedos. Pedro entra ensangrentado, con
una herida en el cuello, la respiración agitada. Tiene un puñado de plata arrugada en
la mano.

Pedro– No pasa nada.


Mariela– ¿Lo mataste?
Pedro– No sé. (Mira la plata.) Alcanza. ¿Qué gustos le gustan a la tía?
Mariela– Sambayón y Kinotos al whisky.

Apagón
Adrián Minkowicz

Oriundo de Buenos Aires. Se formó en actuación con Julio Chávez y Carlos Gandolfo,
dramaturgia con Mauricio Kartún y Ariel Barchilón, dirección de cine en New York
Film Academy y escritura de televisión en New York University. También es abogado
de la UBA. Es cofundador y actualmente director de la compañía de teatro y danza
“Human Works” con cinco obras que han hecho giras en distintas salas y festivales
europeos. Asimismo actúa internacionalmente como comediante de stand-up, en
castellano e inglés, en TV y también en los más legendarios clubes de New York, Los
Angeles y Londres, siendo el único comediante argentino que ha actuado en Tokyo,
Beijing y Hong Kong.

adrian@theargentinean.com
El último Jack
de Adrián Minkowicz

Soldado
Sargento

Malvinas, 1982.
Soldado (18) y Sargento (25) se encuentran en una trinchera. Los dos usan cascos. El
Soldado se encuentra herido y apoyado con su espalda en las bolsas arpilleras de las
que está hecha la trinchera. El Sargento esta recostado sobre las bolsas con un fusil en
su mano, mirando hacia afuera y hablando por radio. Está muy oscuro. Las balas
iluminan la escena.

Sargento– Águila a nido. Águila a nido. Cambio. Águila a nido. Necesitamos apoyo
aéreo. ¿Me copia?

Solo se escucha la estática de la radio.

Sargento– ¡Mierda! Estos hijos de puta no contestan. Y estamos cortos de munición.


Soldado– (Gritando de dolor y entrando en pánico.) ¡Me voy a morir! ¡Me voy a
morir! ¡Se fueron! ¡Todos se fueron!

El Sargento lo interrumpe, agarrando enérgicamente el casco del Soldado con las dos
manos y acercando la cara del Soldado a su cara para hablarle.

Sargento– Usted no se va a morir. Está herido. Nada más. Yo no voy a perder esta
posición, soldado, ¿me entiende? Y para eso lo necesito a usted. La única forma de salir
de este agujero es trabajando el uno con el otro, soldado. ¿Me comprende?
Soldado– Sí, mi sargento. Disculpemé. Tengo mucho frío, sargento.
Sargento– No me di cuenta que hacía frío, soldado. Voy a llamar inmediatamente al
conserje para que suba la calefacción. Mientras tanto lo voy a poner a hacer un poco de
ejercicio, así va entrando en calor.

El Sargento se aleja del Soldado. Toma un par de binoculares y mira a través de ellos.

Sargento– Usted va a correr en zigzag hasta la siguiente trinchera, que está a las cero
doscientas y va a traer tanta munición como le sea posible. ¿Comprendido sold…? ¿Qué
es ese olor a mierda?
Soldado– ¡Sargento! Yo, sargento.

Sonido ensordecedor de bombas cayendo alrededor. El Soldado y el Sargento agachan


sus cabezas.

Soldado– (Tose.) Es el pus de la herida, señor. El olor.


Sargento– ¡Porque está infectada, soldado! ¡Hable bien carajo! Yo se la voy a curar.

El Sargento saca gasas y alcohol de una mochila y desinfecta la herida. El Soldado


grita y se retuerce del dolor.
Sargento– Esto va a parar un poco el olor a mierda y lo va a dejar como nuevo.
Soldado– Gracias, sargento.

Se escucha la radio: “Nido a Águila. ¿Me copia? Nido a Águila. Cambio.” El Sargento
toma un trapo y se limpia la sangre del Soldado de las manos.

Sargento– Páseme la bocina, soldado.

El Soldado agarra la bocina, pero está débil y se le cae de las manos.

Sargento– ¿Qué hace? ¡Que lo parió! (Levanta la bocina del piso.) ¡Deme para acá,
soldado! Águila a nido. Lo copio. Águila a nido. Necesitamos apoyo aéreo. ¿Nido, me
copia? (Sonido de estática.) ¿En qué mierda estaba pensando, soldado?
Soldado– Perdón, Sancho. No puedo cerrar la mano.

Se escucha una ametralladora. El Sargento y el Soldado se sumergen en la trinchera.

Soldado– Se fueron. Todos se fueron, Sancho. Tenemos que arrancar nosotros solos.
Sargento– ¿Quién es Sancho?
Soldado– (Tose y escupe sangre.) Dale boludo. Si te digo gordo tirapedos, no te gusta.
Si te llamo por el nombre, tampoco. Empecemos que hace frío. Tendría que haber traído
un pulóver. Mi vieja se va a calentar.
Sargento– (Desconcertado.) Si tiene frío, soldado, todavía nos queda algo de chocolate.
Soldado– Ya sé que queda un Jack, gordo. Cometeló y empecemos de una vez.
Sargento– No lo comprendo, soldado.
Soldado– Comete el Jack y quedate con el muñequito, sí, pero hoy soldado te toca ser a
vos.
Sargento– Soldado…
Soldado– ¡Y dale! (Cambiando la voz.) ¡Teniente coronel, soldado! Cuádrese y salude a
su superior. (Tose y se agarra el estómago.) ¡Dale gordo, tirapedos! Se está haciendo
tarde y tengo que volver a casa. Si no, la voy a tener que escuchar a mi vieja.
(Cambiando la voz nuevamente.) ¿Ha comprendido, soldado?

Pausa.

Sargento– Sí.
Soldado– ¿Sí, qué?
Sargento– (Decidido.) ¡Sí, mi teniente coronel!
Soldado– Así me gusta, muchacho. El enemigo nos tiene rodeados pero no es un
problema. Cuando cuente tres arrojamos las granadas y eso los va a confundir. Uno,
dos… (Hace sonar sus nudillos, como si le sacara el seguro a una granada imaginaria
y la arroja.) ¡Tres! ¿Qué está esperando soldado? ¡Arroje su granada o explotará en
nuestra trinchera!

El Sargento hace el ademán de arrojar una granada.

Soldado– ¡Muy bien, soldado! Ahora tenemos que solicitar la extracción del campo
enemigo. (Levanta su mano con dificultad y hace como si hablara por una radio.) Alfa,
Bravo, Delta, Eco solicitando extracción en cuadrante E 34. (Se tapa la boca con la
mano y hace un ruido de helicóptero.) Puedo escuchar el helicóptero a lo lejos. Tenemos
que movernos. (Intenta levantarse pero no puede y cae dolorido.) ¡Me dieron, soldado!
(Pausa.) ¿No va a decir nada? (Tosiendo.) ¡Dale, Sancho! Ahora me tenés que revisar la
herida y me tenés que decir que no es nada. ¡Dale que hace un tornillo…!
Sargento– (Revisando la herida.) Yo también tengo frío, mi teniente coronel. Permiso
para acercarme.
Soldado– Permiso concedido, soldado.

El Sargento abraza al Soldado.

Sargento– No es nada, teniente coronel. Va a sobrevivir. Solo tenemos que esperar al


helicóptero que nos rescate.
Soldado– Esas son buenas noticias. Recibiremos medallas por esto, soldado. Hemos
defendido nuestra posición con honor. (Cambiando la voz.) Gordo, ¿te parece que
además de medallas, tu mamá nos pueda preparar chocolate con churros?
Sargento– Sí, claro que sí.
Soldado– ¡Qué lindo, chocolate calentito! (Cambiando la voz.) Se me nubla la vista,
soldado. ¿Usted puede ver el helicóptero? ¿Usted puede ver el helicóptero? ¿Usted
puede ver el helicóptero?

Apagón
Felipe S. Molinari

Actualmente se encuentra cursando la especialización en Literatura Argentina y


Latinoamericana de la carrera de Letras de la UBA. Se dedica a la escritura en diversos
géneros como poesía, narrativa breve y música. Desde el 2015 realiza el taller de
escritura dramática a cargo de Ariel Barchilon y Adrian Goldfrid, dando sus primeros
pasos como dramaturgo.

felipemol88@gmail.com
Un visita familiar
de Felipe S. Molinari

Ricardo
Juan

Un cuarto casi en penumbras. En el centro hay una pequeña mesa con algunas sillas
alrededor. Más atrás, una cama con las sábanas revueltas, unos cuantos libros y
cuadernos desparramados por el suelo. En una silla se encuentra fumando, en silencio,
Ricardo.
Ruido de llaves. Entra Juan apurado y con una pesada mochila sobre su espalda.
Prende la luz y ve a Ricardo.

Juan– ¿Tío?
Ricardo– ¿Qué hacés Juancito?
Juan– ¿Qué hacés vos? ¿Cómo entraste?
Ricardo– ¿De dónde venís tan apurado? Estás sudando.
Juan– (Titubea.) Vine corriendo. Pasá, que me estoy meando. Dejame ir al baño.
Ricardo– Pará un segundo. ¿Qué tenés en la mochila?
Juan– Cosas de la facultad.
Ricardo– Parece pesada; dejala en el piso.
Juan– (Se saca la mochila.) Pero, ¿vos qué haces acá? ¿Pasó algo?
Ricardo– Me llamó tu vieja. Está preocupada. Dice que hace mucho no la visitás. Eso
está mal, pibe. Acordate que lo primero es la familia.
Juan– Es que estoy con muchas cosas de la facultad.
Ricardo– Claro. ¿Cómo va eso? Tenés suerte de que tu vieja te paga una privada; hoy
en día la universidad pública es una cuna de marxistas.
Juan– Está bien. Igual tengo muchos amigos que van ahí y nada que ver.
Ricardo– Me hiciste acordar. (Busca algo en su bolsillo. Saca una foto.) Tu vieja me
pidió que ya que venía, te traiga esto. Es una foto tuya. De pibe. Mirá qué cara de
boludo tenías. (Le muestra la foto.)
Juan– Es que me estaba riendo.
Ricardo– Y sí, ¿viste?, cuando uno está feliz o asustado pone cara de boludo; los
extremos se tocan. Decime una cosa, este chiquito que está con vos, ¿cómo se llama?
Juan– Leandro.
Ricardo– (Mira la foto de cerca.) Éste tiene cara de pícaro. ¿Lo seguís viendo?
Juan– (Duda.) Sí, cada tanto.
Ricardo– Entonces lo seguís viendo ¿Hace cuánto que no lo ves?
Juan– No sé, tío, unos días ¿Qué pasa? ¿Viniste a traerme una foto?
Ricardo– (Riendo.) No, quédate tranquilo, Juancito. Parte de saber cómo estás es saber
con quién te juntás. (Pausa.) Entonces, ¿tus cosas bien?
Juan– Sí, todo bien. ¿Qué te traigo para tomar? ¿Te hago un té? (Se dirige a la cocina.)
Ricardo– (Grita.) Vení para acá. Te tengo que decir algo. (Pausa.) Tu vieja está
preocupada por vos.
Juan– Ya me lo dijiste.
Ricardo– Sí, pero ahora que no está tu viejo, vos deberías cuidarla. No darle ningún
disgusto. ¿Me entendés?
Juan– Sí. Te prometo que voy a ir más seguido.
Ricardo– No me entendés. Vos tenés que cuidarla. Está jodida la cosa ahora; hay
mucho hijo de puta dando vuelta.
Juan– Nadie va a tocar a tu hermana.
Ricardo– Pero vos tenés que saber cuidarla. Decime, Juancito: ¿vos sabés disparar un
arma?
Juan– (Niega vehementemente con la cabeza.) Nunca.
Ricardo– Así no pibe. No sos digno de ser mi sobrino si no sabes, mínimamente,
disparar un arma. ¿En serio no sabes? (Juan niega.) ¿Qué hacés si se te mete un
subversivo y se quiere violar a tu vieja? ¿Vos no leés los diarios? Está muy jodida la
cosa.
Juan– Ya te dije que no, no me gustan las armas. Dejame ir al baño. En serio me estoy
meando. (Se dirige al baño.)
Ricardo– Para pibe (Saca un arma, le apunta.) Vení.

Juan se da vuelta. Ve el arma. Se mea.

Ricardo– Tranquilo, campeón. (Le muestra el arma.) ¿Ves? Todo depende del punto de
vista. A un arma la apreciás cuando sos el que la tiene por el mango.
Juan– Tío…
Ricardo– ¿Qué harías si fuera un chorro o alguien que te viene a matar? ¿No te gustaría
ser el que tiene el arma? (Nota el pantalón mojado de Juan.) A ver, pibe, acércate. ¡No
te lo puedo creer! ¡Te measte como una nena! Juancito, ya estás grande para hacerte
encima. ¡Qué maricón que saliste!
Juan– (Avergonzado. Tapándose la zona mojada.) Voy a cambiarme.
Ricardo– Esperá, nene (Deja el arma sobre la mesa.) Ahora que viste que a nadie le
gusta estar del otro lado, volvamos a lo que estábamos hablando. Tu vieja está
preocupada; parece que no te estás juntando con gente muy buena. (Vuelve a agarrar la
foto.) Este pibe Leandro, ya tenía cara de pícaro de pendejo.
Juan– No sé dónde está. Te lo juro. Hace días que no sabemos nada de él.
Ricardo– ¿Quiénes?
Juan– ¿Quiénes qué?
Ricardo– ¿Quiénes son los que no saben nada de él?
Juan– Todos. Los amigos, la familia, la novia.
Ricardo– Él está bien. ¿Me vas a decir quiénes están preocupados por él?
Juan– Ya te dije.
Ricardo– Amigos, familia, novia.
Juan– Sí.
Ricardo– ¿Nadie más?
Juan– No.
Ricardo– No me estas ayudando mucho, pibe.
Juan– ¿Decir la verdad no es ayudar?

Ricardo mira la foto y niega con la cabeza.

Juan– ¿La vieja te pidió que vinieras?


Ricardo– Está preocupada.
Juan– ¿Tiene motivo para estarlo?
Ricardo– En este país todos tenemos motivos para estar preocupados Juancito (le
muestra el arma.) Sobre todo, si no sabés disparar una de éstas. No podés seguir sin
saber disparar una pistola. Abajo está mi compañero con el auto. Le voy a decir que nos
deje en Tiro Federal. Hoy te haces hombre, pichón. Vamos.

Juan se queda quieto.

Ricardo– Vamos, pibe.


Juan– ¿Puedo llamar a la vieja antes?
Ricardo– Ahora, no. Vamos.
Juan– Pero… lo primero es la familia, ¿no?
Ricardo– Sí. Yo me encargo de mi familia. Caminá.

Salen.

Apagón
Albana María Morosi

Nací el 10 de junio de 1970 en la Ciudad de Buenos Aires.


Me gradué de Licenciada y Profesora de Ciencias Antropológicas, orientación
Sociocultural, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Asistí al taller de dramaturgia de Mauricio Kartun.
Asisto desde el año 2014 al taller de dramaturgia de Ariel Barchilón.
Publiqué algunos de mis cuentos y poemas destinados a niños y adultos.

albanamorosi@gmail.com
Tazas inglesas
de Albana María Morosi

Lito
Ana

El Cordobazo, 29 de mayo de 1969.


En el comedor de una casa. Una mesa de madera rústica y dos sillas. Sobre la mesa un
lienzo, un pincel en una taza, la pava y el mate. Lito (26) sentado en una silla pinta el
lienzo y toma mate. Lleva puesto un overol, un saco de lana, borceguíes. Aparece Ana
(20), pelo recogido en un rodete, tapado, zapatos de tacón, cartera al hombro.

Lito– ¿A dónde va mi Reina? Hoy hay paro y movilización. (Le ofrece un mate.)
Ana– ¿Tengo pinta de ir al baile? (Se acerca a la mesa.) ¡Pero cómo usás mi taza para
la pintura! (Agarra la taza.)
Lito– ¿Ese cacharro quebrado?
Ana– ¡Es una taza inglesa, es tan fina! (Tira un chorrito de agua de la pava en la taza y
con una punta del lienzo limpia el interior.)
Lito– ¡Pero qué haces, Ana!
Ana– Limpio mi taza.
Lito– ¿De dónde la sacaste?
Ana– La otra tarde, la niña Susi y sus compañeros de estudio, meta quejarse del
hambre, los despidos… ¡Ellos, qué coraje! Y en eso, la niña Susi: (Imita su voz.) “Ana,
¿y vos qué pensás de la situación de los obreros?”. (Silencio.) ¿Yo? ¡Ni esta boca es
mía! Me puse toda nerviosa, se me cayó la bandeja al piso y las tazas inglesas de la
señora quedaron en pedazos. (Pausa.) Me traje los restos de una taza en la cartera, los
pegué.
Lito– (Levanta el lienzo y se lo muestra: “UOM PRESENTE”.) ¿Y, qué decís?
Ana– Está lindo.
Lito– ¡Vamos a la calle juntos!
Ana– ¿Y el pan, va a caer del cielo?
Lito– El pan se gana con trabajo digno. (Deja el lienzo sobre la mesa, va hacia Ana, le
desabrocha el tapado, mete las manos adentro.)
Ana– (Se aparta.) ¡Bruto, me arrugás toda! (Se abrocha el tapado.)
Lito– ¿Para quién te vestís así, eh, para el patroncito?
Ana– ¿Cómo te atrevés, guaso? (Le pega con una mano en el pecho.) Es lo único que
tengo. (Mira el reloj en su muñeca.) Llego tarde.
Lito– ¡A ver si la patrona te descuenta un peso de la miseria que te paga! ¿Con eso
espera que llenes la olla, que pagues el techo?
Ana– Algo es mejor que nada.
Lito– ¡Si todos los que trabajamos pensáramos como vos, estaríamos perdidos!
Tenemos derecho a huelga y a unirnos en la lucha. ¿Cuánto más vamos a aguantar sin
un sueldo decente?
Ana– Y a mí, la doméstica, que me parta un rayo, ¿no? Si hasta fui a trabajar con fiebre
para traer un peso.
Lito– Amar a la patrona sobre todas las cosas, primer mandamiento. (Ceba un mate.)
Ana– ¡Lavate la boca! (Se persigna.) La señora es buena, me dijo que cuando va a la
misa le reza a la Virgen María por mí. (Se toca una cadenita con cruz que pende de su
cuello.) Para que al menos me case y tenga un hijo.
Lito– ¡Que en vez de rezarle a la Virgen te aumente el sueldo y no se meta donde no la
llaman! ¿No oís lo que cantan los compañeros afuera? (Canta y mueve los brazos al
ritmo.) “¡Luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y
popular!”. (Se acerca a Ana, intenta quitarle la taza de la mano y ella se resiste.)
Ana– ¡Es mía! (Guarda la taza en la cartera.)
Lito– ¡Dejá de engañarte, ¿querés?! ¡Por más que te mates trabajando, nunca vas a ser
una de ellos! Sólo el felpudo donde se limpian los pies; la que paga con su sueldo de
hambre las tazas rotas importadas de Inglaterra.
Ana– ¡¿Cómo podés?!
Lito– ¿Oís lo que cantan ahora? (Canta y mueve los brazos al ritmo.) “¡Obreros y
estudiantes, unidos como antes!”
Ana– ¡Pero, Lito, qué cantas, si nunca fueron lo mismo!
Lito– ¿Y la Susi, qué?
Ana– ¿La Susi? ¿Desde cuándo vos la llamas así? (Pausa.) ¿A qué fuiste a la casa la
otra tarde?
Lito– ¡Qué decís, Reina, fui a buscarte a vos!
Ana– ¡Tan tonta soy que me chupo el dedo! Te vi cómo la mirabas. ¡Me doy bien
cuenta que le tenés unas ganas, rubita, educada! (Canta burlona.) “¡Obreros y
estudiantes, unidos como antes!” ¡Cómo no!
Lito– Siempre tan retorcida. ¿Creés que me gustan las niñas de papá?
Ana– Son las que más te calientan, negrito. (Pausa.) Al menos la señora reza por mí.
(Toca la cruz de la cadenita y la besa.)
Lito– Mi amor, sólo te quiero a vos. (Va a buscar el lienzo y cubre las espaldas de los
dos.) ¡Vamos a la calle! ¡Al carajo con la patrona! Que te descuente el día, que se atreva
a despedirte; la dignidad no se consigue con rezos, no se compra ni se vende, se
defiende a fuerza de lucha. ¡Seamos libres, que lo demás no importa nada! (Ana se
quita el lienzo de los hombros y se va.)

Apagón
Ana Laura Pace

Trabajo en medios de comunicación como periodista, guionista y productora


audiovisual. En 2009 empecé a escribir ficción. Participé en seminarios de Esther
Feldman, Aída Bortnik, Pompeyo Audivert y Mauricio Kartun. Así llegué a Ariel
Barchilón y a mis compañeros del taller “Hijos del Rigor”.

analaupace@gmail.com
Chiquita Peinados
de Ana Laura Pace

Chiquita
Muchacha

Década del setenta. Peluquería de barrio suburbano. Frente al espejo y sentada en un


sillón está Chiquita, menos de 50 años, ruleros con redecilla. Fuma un Virginia Slims y
hojea una revista Claudia. Se abre la puerta y entra, de sopetón y agitada, una
muchacha con el pelo largo hasta la cintura. Está muy abrigada, tiene las manos en los
bolsillos del tapado. Chiquita la ve, apaga el pucho de repente y se pone de pie.

Chiquita– ¡Qué susto, Virgen Santa! ¡Mi abuelita diría que parece que te trajo el
Diablo!

La muchacha saca las manos de los bolsillos y las levanta.

Muchacha– No la quise asustar. Entré porque estaba abierto y...


Chiquita– Y está abierto. Cuando oscurece, cierro con llave. Con las cosas que andan
pasando. (Silencio.)
Muchacha– Disculpe… Ya me…
Chiquita– Viniste corriendo… Te esperaba más tarde… Sacate el tapado…
Muchacha– Tengo frío.
Chiquita– ¿Acá adentro? ¿Vos decís? (Chiquita se fija en un cuadernito.) Clara Inés…
17 horas. El turno me lo pidió Mabel…
Muchacha– Fue sin… Claro…

Chiquita se acerca y le toca el pelo a la muchacha.

Chiquita– Qué pava esta Mabel ¡Cómo no me dijo que tenías un pelo tan lindo! Buen
pelo, entero… Virgen… ¿Hiciste alguna promesa?
Muchacha– No.
Chiquita– Cuando lo quieras vender, te lo compro. Hago pelucas para caballeros. Sale
mucho el bisoñé… (Sube la estufa.) ¿Mejor ahora?
Muchacha– Un poco mejor. Gracias, señora.
Chiquita– No me digas señora que tan jovata no estoy. Para vos soy Chiquita… De
chica me llamaban así y de grande me quedó. (Silencio.) Ya se va a ir calentando el
ambiente… Vení, sentate… (La muchacha se abre el abrigo y Chiquita advierte que
tiene un embarazo avanzado. La observa, sin disimulo, a través del espejo.) Qué linda
combinación Clara Inés… Porque tenés Ana Clara o María Inés pero Clara Inés, nunca
lo había escuchado. ¿Cómo te dicen?
Muchacha– Clara.

Chiquita le cepilla el pelo.

Chiquita– Entonces, Clarita, ¿qué hacemos?


Muchacha– Córteme.
Chiquita– Sí, un poquito te voy a cortar: un dedito en las puntas, como para darle
fuerza.
Muchacha– Córteme bien corto.
Chiquita– ¡Pero te vas a casar!
Muchacha– Si me lo corta, se lo regalo para hacer pelucas… (Silencio.)
Chiquita– ¡Pero dónde se ha visto! Cortarte el pelo ahora sería un pecado. (Le busca la
mirada a través del espejo pero la muchacha la esquiva.) Bueno… en tu caso serían dos
los pecados… No quiero meterme en lo que no me corresponde, pero con ese tapado,
querida, no tapás nada. Se te nota… A la pobre Mabel no le deben haber alcanzado las
manos para santiguarse.
Muchacha– Ella no sabe nada.
Chiquita– Querida, te doy un consejo, como si fuera tu madre… Empezás con el pie
izquierdo en esa casa, si pensás eso de Mabel. A mí ya me parecía que el hijo se le
casaba de apuro.

Se escuchan sirenas de policía. La muchacha va hacia la ventana y corre la cortina.


Chiquita, inquieta, camina hacia la puerta.

Chiquita– Pinta de chorra, no tenés. Andate de acá que no quiero problemas…


Muchacha– ¿Otra salida?
Chiquita– No hay.
Muchacha– (Señala otra puerta.) ¿Y esa?
Chiquita– No va a ningún lugar. Es un armario.

Silencio. Se miden.

Muchacha– Ayúdeme, Chiquita. Por favor…


Chiquita– Te tenés que ir de acá.
Muchacha– Me buscan.
Chiquita– ¡Problema tuyo! Meterte en “este baile” en tu estado.

Se detienen las sirenas y se escuchan voces y golpes lejanos de puertas.

Muchacha– Se lo ruego…

Chiquita cierra la puerta con llave. Va hacia un perchero y saca una capa de nylon
color rosa.

Chiquita– Sacate el abrigo que así como estás no nos van a creer… (La muchacha se
saca el tapado y Chiquita advierte que tiene una sobaquera con un arma corta.) ¡Y
guarda con eso!
Muchacha– No tenga miedo. La sé manejar.
Chiquita– No lo dudo, pero guarda.

Chiquita le levanta el pelo en un rodete. Le cubre la panza con la capita rosa y se la ata
en la nuca.

Muchacha– Me tienen fichada.

Chiquita le pone una cofia y le empieza a esparcir crema en la cara.

Chiquita– Con esto no te van a reconocer…


Muchacha– No sé cómo voy a agradecerle.

Se escuchan tres golpes a la puerta. Chiquita le pone una rodaja de pepino en cada ojo
y va a abrir.

Chiquita– (Al aire.) Ya estoy con vos, Clarita… (Se persigna y abre la puerta. La
muchacha escucha la escena con los ojos tapados. A la policía.) Buenas tardes… ¿En
qué le puedo servir? (Escucha.) Justo estaba con una clienta… Sí… Aplicándole una
mascarilla facial… (Escucha.) Claro, una chica amiga; la novia del hijo de una vecina…
(Escucha.) Clara Inés… Clarita, que le dicen. ¿Quiere pasar oficial? (Escucha.) No es la
primera vez, no… Pero pase, pase… Compruebe por usted mismo. (Escucha.) Nada
raro… Nada anormal como dice usted… No vi, no escuché nada… (Escucha.)
Cualquier cosa… claro… le aviso… No tiene por qué… Gracias… Buenas tardes
oficial… Cariños a su señora de mi parte… (Chiquita cierra la puerta.)

Apagón
Mariana Percovich

Nació en diciembre de 1976 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Es licenciada en


Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Se formó en periodismo en TEA
(Taller Escuela Agencia). Desde el año 2000 trabaja en el noticiero de Canal 13 y la
señal de cable Todo Noticias (TN).
No es la Mariana Percovich dramaturga y directora de teatro uruguaya que escribió
Juego de damas crueles.

marianapercovichb@gmail.com
Harina de algarroba
de Mariana Percovich

Eliana
Nancy

Galería de una casa de suburbio de Santiago del Estero. Sobre la mesa dos bolsas con
vainas de algarroba. En un rincón, una bolsa de papel madera de 10 kilos. Es
diciembre del 2000.
Nancy sale de la casa. Esparce vainas de algarroba sobre la mesa.
Eliana entra rengueando, con la respiración agitada. Está despeinada.

Eliana– (Se sienta en el banco de la galería, los hombros echados hacia adelante,
intenta calmar la respiración. Nancy apenas la mira.) Nos corrieron.
Nancy– ¿Y qué creías? ¿Que iban a venir desde Buenos Aires para saludarlos? ¿Que
para eso venían?
Eliana– (Con la respiración entrecortada.) Corrí por la banquina; me metí en un monte.
Estaba con la Margarita y de repente no la vi. Al Alberto se lo llevaron. Lo arrastraron
por la ruta con la panza al aire. Dos le pegaban. Como a vizcachas nos corrieron. A la
Marga me parece que la detuvieron. A varios me parece que detuvieron.
Nancy– (Abre las vainas de algarroba. Las clasifica. Burlona, imitando la voz de
Eliana feliz.) “¡Ahhh, deberías haber estado! Me sentí… Veníamos por la ruta, así con la
bandera y todos caminando, pisando fuerte. Así debe ser el rugir del mar, pienso. Una
fuerza… y el olor a goma quemada no me molestaba”. (Deja de hacer la voz burlona.)
¿Cuánto hace de eso? ¿Un mes? (Pausa.) ¿Y dónde se los llevaron?
Eliana– A la comisaría, creo.
Nancy– ¿Y por qué no fuiste?
Eliana– Y, por el cumpleaños, por el cumpleaños de Juan.
Nancy– Si ya habías ido.
Eliana– Primero no querés que vaya y ahora… porque volví.
Nancy– Una vez que fuiste… No sé, ser responsable, ser compañero. Lo que ustedes
dicen, de lo que se llenan la boca, de ser compañeros. Margarita no sabés dónde está.
(Pausa.) La torta ya está en el horno. La garrafa va a alcanzar.
Eliana– Voy a buscar leña, si no.
Nancy– (Mordiéndose el labio.) ¿Un bizcochuelo en el fogón? No sale parejo. Quiero
que al menos mi sobrino tenga una linda torta. Para eso estuve guardando el gas.
Eliana– ¿Dónde está, Juan?
Nancy– Fue al río, con los amigos.
Eliana– ¿Les iba a decir que era su cumpleaños?
Nancy– No sé. Si vienen va a alcanzar.
Eliana– Doce años Juan, ya…Ojalá tu hermano hubiera venido. Hace doce años. Estaba
tan contento cuando nació Juan. Me vino a ver al hospital con un ramo de flores. Las
mujeres de la habitación me miraban con envidia, con bebé y marido… Un marido y…
(acuna un bebé invisible) …un bebé tan lindo. (Agarrando una vaina de algarroba.)
¿Para qué volviste a ir si ahí hay un montón todavía? (Señalando la bolsa de cartón con
harina que hay en un rincón.)
Nancy– Ésa la voy a vender en la feria el sábado.
Eliana se para, va a buscar la bolsa de harina de algarroba. La agarra. La pone sobre
la mesa y la empieza a tocar, levanta puñados y los deja caer.
Nancy agarra la bolsa y se la saca.

Eliana– ¿Qué te pasa? ¿Qué querés?


Nancy– Quiero que trabajes.
Eliana– ¡Qué trabajo querés que haga, si no hay!
Nancy– Que vengas conmigo a juntar algarroba, aunque sea. Preferís estar en el corte,
con vagos.
Eliana– (Manotea otra vez la bolsa, la abre y tira al aire harina.) ¡Harina de algarroba!
¿Para qué? Para pasar un día sentada en una feria donde no se vende nada. Lo único que
hiciste fue un trueque. ¡Y fue regalar!
Nancy– El señor precisaba. Recién llegaba del campo. Si se nos rompe algo va a venir a
arreglarlo. Me dio su palabra. Era plomero. (Mete la mano en la bolsa de harina de
algarroba y la huele.) ¡Y bien que la torta de tu hijo va a ser de esto!
Eliana– Eso da solo pérdida de tiempo.
Nancy– ¿Qué sabés vos? En Buenos Aires pagan hasta dos pesos las galletas de
algarroba en negocios para dieta. Claro, para vos es mejor ir al corte… (Gritando.) ¡Te
usan! Los planes son siempre para los mismos.
Eliana– (Tirando todas las vainas de la mesa.) ¡Y a vos también te usan haciéndote
creer que vas a vivir de esto! (Sacada, se sienta y se tira del pelo.) Ya no podemos más
estar en silencio.
Nancy– Vamos, Eliana. Dejá de llorar. (Se acerca y la quiere tocar.) Mirá cómo te
ponés. Es por la corrida, por los gendarmes. No vayas más. Vos no servís para estar en
la protesta.

Nancy se va a adentro y trae un bizcochuelo pequeño de algarroba.

Nancy– (Mirando el bizcochuelo.) Me gustaría tener esa crema de colores para


escribirle “Para mi sobrino Juan”. (A Eliana.) Andá a peinarte. Arreglate. No le digas lo
de la gendarmería, ni los detenidos.

Eliana asiente con la cabeza y se peina.


Nancy mira la torta, se mete a la casa y trae tres vasitos de distinto color con una jarra
de agua con limón y tres servilletas. Las acomoda. Eliana mira la mesa servida y
sonríe.

Nancy– Cuando llega le cantamos.


Eliana– (Sonriendo.) ¡Sí! (Se le borra la sonrisa, meditabunda.) Marga gritaba. No me
animo a ir a la comisaría.

Apagón
Susana Russomanno

Nació en el barrio porteño de Floresta. Es cantante y actriz. Estudió canto con Liliana
Gadiek y, en la actualidad, con Alejandra Ramos. Fue la voz de grupos de rock y jazz.
Como solista, prefiere el jazz y el folklore fusión.
Alejandro Magnone, Gabriela Villalonga, Gonzalo Villanueva, Carlos Ianni, Lorenzo
Quinteros y Liliana Pécora fueron sus maestros de teatro y actuación.
Cursó pedagogía teatral en la Escuela de Teatro de Buenos Aires, dirigida por Raúl
Serrano, fueron sus docentes Raúl Serrano, Mariel Bignasco y Piero Anselmi.
Se inició en el estudio de dramaturgia con Mariana Mazover en el año 2012 y los
continuó con Mauricio Kartun. Desde el año 2014 continúa su formación con Ariel
Barchilón.

surussomanno@hotmail.com
Tomasa
de Susana Russomanno

Merceditas
Tomasa

La casa de Consuelo y Merceditas López Álzaga. Buenos Aires, época de Rosas. La


escena transcurre en el dormitorio de Merceditas, que está en la cama.
Entra Tomasa, la criada.

Merceditas– ¿Entras sin golpear?


Tomasa– ¡Ay patroncita! Por Dios, le pido, levántese y vaya pa´ la sala.
Merceditas– Creo que está por darme un resfriado. ¿No me notas pálida?
Tomasa– Es que… Perdóneme, niña Merceditas, pero su madre exige que vaya usted
para allá inmediatamente, que ya se tomaron no sé cuántos tés con su futuro novio, el
Manuel y la madre de éste ¡Ahorita nomás, Doña Consuelo la a va a venir a buscar!
Merceditas– ¡Ni sueñes que voy a ir! ¿Estás sorda, Tomasa? Acabo de decirte que no
me siento bien.

Tomasa va hacia la ventana y espía.

Merceditas– ¿Qué espías?


Tomasa– Si con el invitado vino el Ramón… Ahí está parado, derechito, en la puerta.
Merceditas– Ese imbécil.
Tomasa– No diga eso, el Ramón es bue…
Merceditas– …Él no. Manuel Ibarlucea. Sólo mi madre puede imaginarme a mí siendo
su novia.
Tomasa– ¡Por la Virgen Santísima, se lo ruego, no hable así! ¡Mire si la escuchan!
Merceditas– Que me escuchen, así dejan de insistir. ¡Prefiero hacerme monja!
Tomasa– (Haciendo la señal de la cruz.) ¡Jesús, María y José! ¿Se ha vuelto loca?
Merceditas– Loca… Excelente idea. Ibarlucea no permitiría que su hijito predilecto se
case con una desquiciada. (Se ríe a carcajadas.)
Tomasa– Doña Consuelo la va a reprender y a mí también. Mejor voy a ver si necesita
algo.
Merceditas– Te quedas aquí haciendo lo que te ordene, para eso tengo tu tutela
¿Prefieres volver a ser su sirvientita? Por mí no hay problema. Paulina estaría feliz
sirviéndome.
Tomasa– Doña Consuelo me crió.
Merceditas– Solo eras la negrita que le cebaba el mate de rodillas.
Tomasa– No se me enoje, patroncita.
Merceditas– Conmigo dejaste de ser una ignorante.
Tomasa– Pero doña Consuelo…
Merceditas– …¡Cállate! Si con eso calmas tus nervios, ve a la sala y le dices a mi
madre que estoy indispuesta.
Tomasa– Se pondrá furiosa.
Merceditas– Quizás le dé un patatuz y…
Tomasa– ¡No diga eso! Dios la puede castigar.
Merceditas– Yo te castigaré si continúas faltándome el respeto. Vamos, ¿qué estás
esperando?
Tomasa sale.
Merceditas se levanta y camina por la habitación, mira por la ventana, abre un cajón.
Entra Tomasa corriendo.

Tomasa– ¡Doña Consuelo está furiosa! ¡Roja tiene la cara! Me dijo al oído que vaya,
aunque se sienta mal. Me parece que su suegra se quiere ir. Varias veces le preguntó a su
madre por usted y el Manuel le dijo que esperen un rato y…
Merceditas– Me aburres. Cébame unos mates.
Tomasa– ¡Ay mi Dios! (Le da un mate a Merceditas.) Por lo que más quiera, mi niña,
tome el mate y vaya.
Merceditas– (Toma un sorbo.) ¡Está amargo! ¿Qué te pasa hoy?
Tomasa– Perdóneme, es que estoy asustada.
Merceditas– ¡Cébame como Dios manda! Luego, vuelves y le dices a mi madre que
duermo.
Tomasa– Lo vi al Ramón.
Merceditas– Con lo que me ha costado educarte y ahora quieres salir corriendo a los
brazos de un vulgar criadito.
Tomasa– ¡Ay,´ña Merceditas, es que el Ramón es tan lindo! (Vuelve a espiar por la
ventana.)
Merceditas– (Se acerca a la ventana.) ¡Córrete que quiero ver! Es como todos, rústico
y poco agraciado.
Tomasa– ¡Ay, mi niña, por Dios se lo ruego! Que se van a dar cuenta que espiamos;
mejor alejémonos de la ventana.
Merceditas– Parece que anda buscando algo. ¿Será a ti? (La mira a Tomasa.) Y por lo
que veo, despierta todos tus instintos. No creo que te convenga, tengo entendido que es
de pocas luces.
Tomasa– No diga eso; él no es como todos.
Merceditas– ¡Ah! Lo has estado viendo y sin mi permiso.
Tomasa– Sólo hablamos cuando vino a...
Merceditas– Debería azotarte.
Tomasa– No lo hago más, se lo prometo
Merceditas– (Le devuelve el mate.) Está frío. Vamos Tomasa, ve corriendo y diles que
estoy en cama y que… no me has visto nada bien.
Tomasa– Como ordene mi niña.

Sale corriendo.
Merceditas saca unas máscaras y se las prueba. También se prueba unos sombreros, se
mira en el espejo, camina por su habitación, saca dinero de una cajita.
Entra Tomasa.

Tomasa– Su madre tomó la fusta de su padre y me dijo que va a venir ella a buscarla.
¡Tengo mucho miedo!
Merceditas– Y yo que pensaba que tu deseo era que huyéramos. Con tu ayuda lograría
alejarme de mi madre. Tengo mis ahorros. ¿Qué piensas?
Tomasa– No se me enoje, patroncita, pero, ¿qué haría yo fuera de esta casa?
Merceditas– Y… nada. Porque eres una miedosa. Es una pena. Don Juan Manuel lucha
por una vida mejor para ustedes, y yo… quizás podría ir pensando en darte una… cierta
libertad. Continuarías sirviéndome, pero cobrando un pequeño jornal. ¿No te parece una
excelente idea?
Tomasa– (Espía por la ventana y se santigua.) ¡Ay! ¡Dios me ampare! Me pareció
escuchar pasos.
Merceditas– Pruébate éstos sombreros.
Tomasa– ¿Ahora? ¡Ay, mi niña! ¿Qué será de nosotras?
Merceditas– Arréglate que nos vamos.
Tomasa– ¿Adónde? Vaya a la sala. ¡Sea buenita!
Merceditas– ¡Al diablo con eso! Vamos Tomasa, iremos al candombe. Me he enterado
que hoy quizás vaya Rosas. (Saca algo de una cajita.) ponte esto.
Tomasa– ¡La insignia punzó! (La besa.)
Merceditas– Yo también me la pondré. Quién te dice que hoy tu Señor invite a su casa
a toda la morenada. (Se ríe a carcajadas.)
Tomasa– ¡Su madre nos va a achurar a las dos!
Merceditas– ¿Qué son esos términos, Tomasa? ¡Habla como Dios manda!
Tomasa– (Vuelve a mirar por la ventana.) Se están yendo ¡Ay, Jesucito! Viene doña
Consuelo moviendo la fusta.
Merceditas– Nos pondremos éstas máscaras, tú podrías ir sin ella pero yo...

Ambas se ponen rápidamente máscaras y sombreros

Merceditas– ¡Vamos! Y al salir traba la puerta ¡Corre Tomasa que empieza el


candombe!
Tomasa– (Corre.) ¡Viva el Restaurador!
Merceditas– ¡Tomasa, ven acá! Terminada la fiestucha, todo sigue igual, cada una en lo
suyo.

Apagón
Juan Scoufalos

Nació en la ciudad de Buenos Aires. Ejerció la arquitectura hasta que atraído por el
mundo del cine fundó primero la empresa Casting SRL, y luego Elencos y Elenquitos,
dedicadas a la caza de talentos para el espectáculo. Representó a la Argentina con sus
cortos Cumpleaños , La decisión del señor Lauria y El sepulturero hace horas que
espera en los INPUT (International Public Televison) de Dublin, Baltimore y Montreal.
Estudió dramaturgia en los talleres de Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. En Dos veces
bueno I se editó y se puso en escena “Dos a solas”. En Dos veces bueno II, “Estas son
horas de llegar”.

juans@elencosyelenquitos.com.ar
El que puso dólares recibirá dólares
de Juan Scoufalos

Espinosa
Pandolfelli

Mayo 2002. Escuela EGB Nª 10 “José Manuel Estrada” de Ramos Mejía. Aula de 3er
grado. Fernando Espinosa, de saco y camisa, y Coco Pandolfelli remera cuello
redondo y jeans, están probándose unas levitas con escarapelas. Hay alguna ropa
tirada sobre los pupitres.

Espinosa– (Poniéndose la levita.) Esta me queda grande, también.


Pandolfelli– Y claro, si era para Manuel. ¿En serio no va a venir?
Espinosa– ¿Otra vez? Ninguna posibilidad; está desesperado en el banco.
Pandolfelli– ¡Pero hay que ser boludo! ¿En el banco?
Espinosa– ¿Y dónde querés que esté? Si ya sabés que es gerente. Todo el mundo quiere
recuperar sus dólares.
Pandolfelli– ¿Qué todo el mundo? ¡Dejame! ¿No es más importante actuar para el acto
del 25 de Mayo del hijo? Digo yo…
Espinosa– Será que vos no tenés dólares. Además ¿qué hay? Sale el padre, entra el
abuelo; creo que mi nieto me va a reconocer.
Pandolfelli– Pero si veníamos ensayando lo más bien con Manuel y aparecés vos…

Suena el timbre del recreo.

Pandolfelli– ¡Estamos en el horno! Nos quedan 5 minutos y estamos en bolas.


Espinosa– Pero sigamos con French y Beruti.
Pandolfelli– ¡Pero si no te sabés ni la letra! Además ¿quién se va a creer que vos sos
French?
Espinosa– Si querés te hago a Beruti
Pandolfelli– ¡Dejame!
Espinosa– (Nervioso.) Dejá de decir “dejame”, y hagamos algo.
Pandolfelli– ¡Basta! Tenemos que hacer otra cosa… Pero no se me ocurre qué podemos
hacer un, un...vos y yo. ¡Rápido, una idea, algo, vos que te las sabés todas!
Espinosa– Si querés te lo hago a Sarmiento.
Pandolfelli– ¿Qué tiene que ver con el 25 de Mayo? Y además no me lo banco a
Sarmiento.
Espinosa– Ah, ¿no te lo bancás? Entonces tiene que ser algo sencillo, edificante, que
podamos improvisar ya; algo que una a los argentinos. Sobre todo en momentos como
este, que sea un ejemplo para los chicos. (Mirando lejos como si hubiera dicho algo
brillante.)
Pandolfelli– Eso puede andar; ahí la pegaste. ¿Como qué?
Espinosa– ¿Qué te parece dos barras de distintos equipos que se juntan para ver un
partido, un clásico, Banfield-Lanús, y hacemos comentarios como que lo importante no
es ganar, sino competir?
Pandolfelli– Esa no se la cree ni Chupete De la Rúa, chabón. Además, ¿vos, barra?
Espinosa– (Con entusiasmo.) ¿Y si hacemos un alegato contra el racismo?
Pandolfelli– ¿Qué es alegato?
Espinosa– Hacemos que un blanco y un negro discuten sobre el país, se ponen de
acuerdo y se abrazan como amigos.
Pandolfelli– Si en la Argentina ya no quedan negros. No va a andar.
Espinosa– ¿Quién te dijo? Está lleno de negros.
Pandolfelli– (Lo mira fiero.) ¡No! ¡Otra cosa! Va a tocar el timbre en cualquier
momento.
Espinosa– ¡Ah, ya sé! El Balbín de: “un adversario despide hoy un amigo"
Pandolfelli– Pero, pero, si los chicos... ¡Ni yo sé quién es Balbín! ¿Y quién hace de
muerto? Yo no puedo, parpadeo.
Espinosa–Y claro, vos no podes hacer de Balbín. Si ni sabes quién es.
Pandolfelli– (Encendido.) ¡Y hagamos lo que está pasando ahora! Un cliente va a
buscar dólares al banco y el gerente se los da.
Espinosa– Eso es ciencia ficción, pero qué importa. Hagamos eso. Y cuando los recibe,
el cliente se quiebra, el gerente orgulloso, y hasta se dan un abrazo.
Pandolfelli– El abrazo es mucho.
Espinosa– ¡Dale! Hagamos un ensayo volando.
Pandolfelli– ¿Te gusta?
Espinosa– ¿Si me gusta? ¡Cuando está por tocar el timbre, me parece García Lorca!
¿Querés que haga de gerente?
Pandolfelli– ¿Y quién si no? Con la cara de garca que tenés.
Espinosa– Pará un poco, que no te di confianza. Sácate la levita, que me hacés sentir un
banquero de la Baring, ¡je!
Pandolfelli– (Ni media sonrisa. Se saca la levita.) Vos ponete ese saco elegante que
tenés, emprolijá la corbata…
Espinosa– ¿Está bien así? (Ajustando el nudo.)
Pandolfelli– (En voz baja de director.) “Arranco” (Pausa.) Buenas tardes señor gerente
Espinosa. (Le extiende la mano. Pausa. En voz baja de director.) “Mejor decir los
apellidos”.
Espinosa– Buenas tardes. ¿Cómo está usted, señor Pandolfelli? Tome asiento, por
favor, (Indicando.) aquí. Ante todo, le agradezco por haber depositado su confianza en
nuestro prestigioso Banco de la Familia Argentina, a la que esperamos retribuir.
Pandolfelli– (En voz baja de director.) “Bajá un cambio”. No solo deposité confianza,
también deposité dólares.
Espinosa– ¡Pero qué ocurrente! (Fingiendo una risotada.) ¿A qué debo su visita?
Pandolfelli– Me gustaría retirar todos mis depósitos. Y cerrar la cuenta.
Espinosa– ¡Caramba, señor Pandolfelli! ¿A qué se debe esta, su imprevista decisión?
Pandolfelli– Usted deme los dólares y después le explico.
Espinosa– Usted es el cliente y es su dinero. Usted dispone. (Sonriendo.) En este país
existe la propiedad privada.
Pandolfelli– ¡Aún!
Espinosa– ¡Aún! Usted lo ha dicho. (Pandolfelli le guiña el ojo y le levanta los dos
pulgares.) Aguárdeme aquí, que inmediatamente vuelvo con sus dólares, que tan
esforzadamente habrá ahorrado a lo largo de su fructífera vida.

Abre la puerta del aula y sale. Tiempo.

Pandolfelli– (Mira hacia la puerta abierta.) ¿Adónde fue? (Camina, mira su reloj, se
dirige hacia la puerta y grita.) ¡Espinosaaaaa!

Suena el timbre del final del recreo.


Pandolfelli - ¡Uh, este hijo de puta me dejó de garpe!

Apagón
Néstor Straimel

Nació en el barrio de Almagro, Buenos Aires, en el siglo pasado. Trabajó más de 35


años de periodista. Lo matizó con otras actividades como profesor de educación física,
corredor de autos, dirigente de fútbol, docente de periodismo, crítico teatral, guionista
de radioteatro, actor y director. Sus maestros, entre otros, fueron: Eduardo Rafael
(periodismo); José María Gutiérrez, Ricardo Bargach Mitre, Mario Luciani y Susana
Torres Molina (actuación); Mauricio Kartun y Ariel Barchilón (dramaturgia). Ya estrenó
sus obras cortas Princesa (Estudio de Kartun), Carlet (Manzana de las Luces) y La
máscara (Teatro Payró).

straimel@hotmal.com
Lopecito
de Néstor Straimel

Lopecito
Evita

Habitación poco iluminada, una silla y un ataúd. Algunas flores marchitas en el piso.
Entra Lopecito. Es pelado, de 60 años, vestido de negro.

Lopecito– (Enciende una vela. Con una argollita, comienza a hacer burbujas de jabón
y empieza un rezo monótono.) Levántate y anda. El espíritu es todo. Es la vibración, el
magnetismo, la luz. El espíritu es la energía absoluta, la fuerza universal, la vida del éter
en constante movimiento. Todo su cuerpo vive en el éter, irá hacia y volverá del éter
siempre. Levántate y anda. Yo ya no sé si usted es de carne y hueso o es una
manifestación astral. La miro a usted y veo millones de átomos y de partículas que la
envuelven como una nube. Su espíritu debe llegar a ella, guiarla, hacerla fuerte para
cuando el Faraón no esté. Compañera: queremos con toda la fuerza de nuestras almas,
que su espíritu realice ese viaje patriótico. Levántate y anda…

Se escuchan un carraspeo y toses desde el ataúd. La habitación se ilumina. Lopecito se


sorprende. Toma la vela y se aproxima. Lanza otra burbuja. Evita se incorpora.

Evita– (Habla lentamente, con voz castiza como la de Isabelita.) ¿Qué dices? ¿Que me
levante? No me atosiguéis, no me atosiguéis...
Lopecito– La luz ha producido el milagro… (Eleva la vela.) La luz está cambiando la
historia…
Evita– Tranquilo, Lopecito… No deliréis… Tanto rompisteis las pelotas con tus
brujerías que me has despertado. ¿Qué has hecho con mi voz? ¡Devuélveme mi voz!
Lopecito– No puede ser… No puede ser… Señora, yo solo necesito su alma para
dársela a Estelita… Ahí trato de devolverle su voz. (Hace unos pases mágicos. Tira
burbujas y dice cosas incoherentes.)
Evita– (Sale del ataúd, eleva sus brazos.) ¡Compañeros! (Recupera su voz, sonríe feliz.)
Bueno, Lopecito, empezamos bien. Pero primero ayudame, dame un espejito que me
voy a pintar los labios…
Lopecito– (Le da el espejo.) Señora… No sabe lo que trabajé para que se concrete este
milagro…Yo le decía al Faraón que un día usted iba a volver a estar cerca de él a través
de otra mujer.
Evita– ¿De la prostituta? ¿Para eso necesitás mi alma? Jamás se la prestaría a un brujo
de cuarta como vos.
Lopecito– Le voy a confesar algo: el Faraón está muy mal de salud. Se olvida de las
cosas, está demasiado medicado. Yo tengo que salvarlo para que pueda volver a
pacificar el país…
Evita– No me jodás… Vos sos el que le levanta la mano derecha al General para que se
olvide de los humildes, de los trabajadores, de mis descamisados…
Lopecito– El mundo cambió, Señora. Los zurdos manejan ahora a todos esos que usted
nombró y quieren envolvernos con el trapo rojo… No lo podemos permitir.
Evita– Pará. Te conozco demasiado. Sos un delirante místico que envenena al General
con píldoras y con palabras. Por suerte me despertaste para poder decírtelo en la cara,
para estrangularte con mi alma, ésa que nunca me podrás arrancar…
Lopecito– (Tartamudea.) Pe… pe… pe… pero, Señora… Me… me… me… me hace
mal lo que dice… Ahora… (Comienza a hacer pases y tirar burbujas, para que Evita
vuelva a su ataúd.)
Evita– No te apurés… Antes necesito volar un ratito. Sacarme de encima estos años de
angustia… Y acomodar este cuerpo embalsamado que inventaron ustedes. (Comienza a
girar sobre sí misma.) En cada giro veo una de tus traiciones.
Lopecito– (Tartamudea.) Pa… pa… pa… pare Señora, po… po… po… por favor.
(Intenta detenerla pero no lo logra.) Se va a ma… ma… marear.
Evita– (En cada giro lanza una frase.)
–Quienes quieran oír, que oigan; quienes quieran seguir, que sigan.
–Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra el General.
–No nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los
vendepatrias.
–Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como
mañana.

Se detiene y camina amenazante hacia Lopecito.

Evita– Así que querías pasarle mi espíritu y mis convicciones a esa mina que metiste de
prepo en la vida del General.
Lopecito– ¿Estoy soñando?
Evita– Tal vez sea un sueño… Pero te aseguro que nunca te lo vas a olvidar. ¿Te la
imaginás a tu amiguita hablando de la bota oligárquica?
Lopecito– Voy a apagar las luces…
Evita– Ni se te ocurra moverte. Te quedás acá, quietito, y me escuchás. A ver, primero,
alcanzame esos zapatos plateados. (Evita comienza a rodear la silla mientras la huele
profundamente.) Parece que el General hasta cambió de colonia. Ya no usa aquella que
me seducía… ¿Habrá sido por esta puta amiga tuya?
Lopecito– ¿Quiere que le ayude a ponerse los zapatos?
Evita– Dejalos ahí. ¿Pensás que reviviste a Cenicienta? ¡Ay, ay, ay…! Estoy agotada.
Lopecito– Señora…, con el mayor de los respetos… Usted está muerta…
Evita– Ya lo sé, Lopecito… Dejame delirar un poco. Lo estás volviendo loco al General
con tus fechorías… Y cuando vuelvan al país, te lo digo también con el mayor de los
respetos, van a hacer un desastre…Vos sabés muy bien que los muertos vemos con más
claridad el futuro…
Lopecito– Señora…
Evita– (Se detiene frente a él, lo mira fijo un rato largo.) ¡Callate! Creo que es
suficiente por hoy… Pero ya sabés: gobierne quien gobierne, volveré y seré millones.
(Evita vuelve lentamente a su ataúd.)

Apagón
Carolina Sturla

Nació en Buenos Aires en 1984. Vivió en Tandil hasta los 18 años. Es actriz y licenciada
en Psicología recibida de la Universidad de Buenos Aires. Estudió dramaturgia con
Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. Actualmente cursa la Maestría en Dramaturgia de la
Universidad Nacional de las Artes. En el marco del espectáculo Monólogos en el
limbo escribió y dirigió “Buenos Hábitos” (2013), para distintas ediciones del festival
de obras cortas Dos veces bueno escribió “Eso de querer continuarse” (2014) y “Hablar
del clima” (2015).

carolinasturla@gmail.com
Telegrama

de Carolina Sturla

Burstein
Empleado de Correo

Oficina en penumbras. Un escritorio sobre el que hay pilas de papeles y un teléfono.


Burstein, 50 años, viste traje sin corbata, está sentado sobre el escritorio en posición de
meditación con los ojos cerrados. Se escuchan golpes en la puerta. Burstein no
contesta. Los golpes persisten. Se abre la puerta, entra el Empleado de Correo, 25
años, lleva morral y uniforme azul con gorra.

Empleado– Permiso, ¿esta es la oficina de Burstein?

Burstein asiente.

Empleado– ¿Usted es Burstein?

Burstein asiente.

Empleado– Vengo a…
Burstein– No estoy.
Empleado– Lo estoy viendo.
Burstein– Hacé de cuenta que no estoy.
Empleado– Nunca fui de los que pueden imaginar.
Burstein– Me quedan diez segundos.

El Empleado lo mira en silencio. Transcurren diez segundos. Burstein termina la


meditación, desarma la posición, abre los ojos y se sienta en la silla, detrás del
escritorio.

Burstein– (Sin mirarlo, revisa papeles.) Ahora, sí.


Empleado– Vengo a entregar…
Burstein– Lo que sea, dejalo y andate.
Empleado– Necesito que firme la planilla.
Burstein– No puedo, estoy muy ocupado.
Empleado– Sin la notificación de recepción firmada no me puedo ir.
Burstein– Te podés quedar todo lo que quieras. Hay torta de cumpleaños.
Empleado– Qué pena venir justo en su cumpleaños.
Burstein– (Distraído.) Sí. ¿No puede venir mañana?
Empleado– Mañana ya no trabajo, me llegó el telegrama. ¿Le corto torta?
Burstein– No, gracias. Dejé las harinas hace años.
Empleado– ¡Qué difícil!
Burstein– ¿No me traerías un café?
Empleado– Yo no hago eso.
Burstein– (Levanta el teléfono, marca.) ¿Lorena? ¿Lorena? (Corta, va hacia la puerta,
asoma la cabeza.) Lorena, ¡un café!
Empleado carraspea.

Burstein– Ah, sí, disculpame, ¿vos también querés? (Vuelva a asomar la cabeza.) ¡Dos
cafés, Lorena! ¡Lorena! ¿Lorena? Esta chica se la pasa en el baño. ¿Cuántas veces al día
puede ir una mujer al baño?
Empleado– Disculpe la intromisión, ¿está llamando a Lorena Amado?

Burstein asiente.
Empleado saca de su morral una planilla y se la muestra.

Empleado– Recibió su telegrama a las quince cuarenta. Yo mismo se lo entregué,


firmó, lo tomó muy mal, abandonó su puesto de trabajo de inmediato, subió hasta el
décimo y saltó.
Burstein– ¿Saltó? No puede ser.
Empleado– Mucha gente salta. Lo importante es elegir un piso alto; los hospitales están
caros.
Burstein– ¿Lorena? No lo puedo creer. Años trayéndome el café; nunca estuvo frío,
siempre se acordaba: “cortado con dos sobrecitos de azúcar”, hasta que también dejé el
azúcar y ella rápidamente se acostumbró al cambio. Yo no autoricé ese telegrama, debe
ser un error del correo.
Empleado– Nosotros nunca nos equivocamos. Quizás lo autorizó otra persona.
Burstein– Soy el único que decide.

Empleado revisa los papeles sobre el escritorio.

Burstein– No toques eso; es confidencial.


Empleado– (Continúa.) ¡Acá está! Amado, Lorena Alicia.

Empleado le pone el papel frente a los ojos a Burstein, que lo toma, hace un bollo y se
lo mete en la boca.

Empleado– No es bueno comer papel. Es mejor dejar el papel y no las harinas.

Empleado saca el papel de la boca de Burstein y le mete un pedazo de torta a la fuerza.


Burstein come, se recompone un poco, vuelve a su escritorio.

Burstein– Y bue…Toda felicidad exige renuncias.


Empleado– Acá nadie renuncia; todos reciben telegramas. Hoy ya entregamos mil.
Burstein– ¡Qué exagerado, hombre! Otro tipo de renuncias digo.
Empleado– No sé.
Burstein– Ejercitá tu facultad de pensar.
Empleado– No puedo; está muy oscuro. (Señala la tecla de luz.) ¿Me permite?
Burstein– Si no queda otra.

Empleado toca la tecla de la luz, que titila un par de veces hasta encenderse.

Empleado– ¡Ah, ya sé…! Lo dice por las harinas.


Burstein– Por ejemplo.
Empleado– Es demasiado; prefiero andar infeliz.
Burstein– Es que primero hace falta un sacrificio. Uno piensa que por dejar de
comerlas va a pasar todo tipo de carencias; los días se hacen largos y llegar a fin de mes
parece imposible. Pero si uno pasa esa etapa difícil, pueden ser días, meses o hasta años;
no puedo estimar tiempos exactos. Después sale el sol y la vida es mucho mejor.
Empleado– ¿Sin harinas?
Burstein– Exacto. Confiá en mí.
Empleado– ¡Mmm! Si fuera una orden, quizás podría cumplirla.
Burstein– No me gusta dar órdenes; es muy de la vieja escuela.
Empleado– Ya que usted no la va a comer, ¿me la puedo llevar?
Burstein– ¿Qué cosa?
Empleado– La torta de cumpleaños.
Burstein– Me rindo, honestamente me rindo.
Empleado– Es que en casa a todos les encanta.
Burstein– Ése es el problema; nadie quiere renunciar a nada.
Empleado– Cuando no queda otra, uno renuncia. Ahora si me disculpa, tendría que
seguir. (Extendiéndole un papel.) Aquí está su telegrama.
Burstein– ¿Mi qué?
Empleado– Telegrama. Firma y aclaración aquí, y estamos.

Empleado guía la mano de Burstein para firmar la planilla.

Burstein– Esto es un error.


Empleado– Eso dicen todos.
Burstein– ¿Quién manda el telegrama?
Empleado– (Lee.) Un tal… (Duda, vuelve a leer.) Burstein.
Burstein– Pero si yo soy Burstein.

Empleado se encoge de hombros y agarra la torta.

Empleado– (Saliendo.) Usted lo dijo: toda felicidad exige una renuncia, o algo así.
Burstein toma una pila de papeles que está sobre su escritorio y revisa, una a una, las
hojas con desesperación. Se detiene en una, la mira fijamente, la hace un bollo y se la
mete en la boca. Toma sus cosas y sale. La luz titila y se apaga.
Virginia Torres

Asidua tallerista. Primero con Osvaldo Rossler, en un taller de poesía en la SADE,


alrededor de 1984. Luego, con Elizabeth Azcona Cranwell, por 1985. Taller de narrativa
con Hugo Correa Luna en distintas épocas. En los '90 y luego, por el 2006, taller de
dramaturgia en 2013 y 2015 con Ariel Barchilón.
He participado del ciclo de obras cortas Dos veces Bueno, en el Teatro Payró con su
obra: “Buena noticia”, a fines del 2015.

Historias de amor que van y vienen con la escritura. Me considero siempre una
aprendiz.

vitorres62@yahoo.com.ar
Algo contigo
de Virginia Torres

Ramón
Beto

Habitación semioscura en la ESMA. Dos hombres con pantalón y camisa militar.


Ambos están con la ropa salpicada de sangre. Ramón tararea un bolero, fuma dos
pitadas y tira el cigarro al piso. Beto juguetea con un trapo.

Beto– ¿Vos no tenés nada para decirme?


Ramón– No entiendo; vos estás raro. No me digas que te enojaste por algo.
Beto– Escuchame, vos me tenés que contar lo que pasó. Sé que el Tigre anda
hablando…
Ramón– ¿Qué estás pensando, Betito? ¿Qué te voy a botonear? Lo que pasa es que no
tenés conciencia de que fuiste un hombre de la Patria y que ahora te sacaron de la villa
para volver a serlo. ¿Qué hacías pasándole comida al uruguayo? Todas estas minas y
chiquilines son nuestros. No son nada y lo sabés. Desde que entran acá no son nada. Y
vos diciéndole un nombre. Un puto nombre que ya no tenía.
Beto– Vos me trajiste acá engañado. Me hiciste lo mismo que cuando éramos cadetes:
“Vos te tenés que coger minas”, me decías, “si no, te van a coger a vos. ¿Te creés que no
se dan cuenta? Vos con tu metro noventa no podés portarte como un gatito”, me decías.
Ramón– Betito, pero no lo tomes así. No pienso que vos hiciste algo malo. Siempre
estamos en todo los dos juntos. Lo que pasa es que el Tigre no juega. Si viene y te pesca
él y no yo, ni contás el cuento. Dale, Beto, tenemos que laburar. La-bu-rar. No te dejés
llevar tan fácil.
Beto– (Se abrocha hasta el último botón de su camisa militar.) ¿Qué estás haciendo?
Ramón– (Enciende una vela.) Nada que no se pueda hacer. Acá la electricidad anda
como el culo. Todo, porque no traen los adaptadores. (Pone sus manos sobre el fuego y
quema sus dedos.) Mirá el fuego a los ojos. Miralo antes de que el grupo de tareas traiga
a los nuevos. Están en el otro edificio. Con el reflejo de la tarde, por esa puta ventana, el
fuego de la vela a esta hora parece un rayo del cielo, una estrella fugaz. (Beto le
acaricia la cabeza con ambas manos.) No, no te me acerqués ahora. Mirá. (Sigue
tocando la llama con el dedo índice y el pulgar.) Y no busques más al uruguayo. Ese
trabajito te lo ahorré.
Beto– (Se aleja de Ramón.) Dejá de quemarte. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué tuviste que
agarrártelo? Todo el tiempo decís que cada uno se lleva una parte. ¡El uruguayo era
mío!
Ramón– Quiero sentir dolor. ¿Vos te fijaste? El dolor pone la piel de gallina, se respira
distinto, como si lo hiciera de acá para arriba (Se señala el cuello.) El cuerpo se reduce a
insecto y ¡zas! Si hay más dolor, el cuerpo es una hoja que se parte y suena como las
ramas de los árboles contra el viento. Y la rama cae deshecha como por un rayo y ya no
es más árbol, Beto. Lo hubieras visto a tu “amor” retorcerse. Suplicaba y te nombraba.
Yo no podía tolerar tu nombre en sus labios. Se parecía a esta llama. ¿Cuándo se lo
dijiste? ¿Cómo sabía tu verdadero nombre?
Beto– ¿Qué decís? Sos un infeliz. Yo no me meto en cómo procedés con los prisioneros.
Y si yo con algunos me tomo mi tiempo, es cosa mía. Y si el pibe me gustaba también
es cosa mía. Mirá si yo me iba a enamorar, (Finge una risa.) pero ¡por favor! ¿Creíste
eso?
Ramón– Beto, el pibe me lo dijo. Vos conocés mi modo de hacerlos hablar. Lo dejé
hecho un trapo. No correspondía porque nos debía información, pero me fui cebando, y
ahí quedó hecho flecos. Fui yo. Era uruguayo y me correspondía. Yo sé que vos eras el
encargado de esas cosas. Me saqué el gusto. Y si no te importaba tanto… (Pausa.) ¿Me
disculpás, Beto? ¿Me disculpás, Betito?
Beto– (Escupe el trapo y con la saliva se limpia la cara.) Te quedaste caliente. Pero
como te hacés el macho, te desquitaste. Buscás cualquier excusa, pero en el laburo
manda el Tigre y él me deja decidir. Ese chiquilín, como le decís vos, nos estaba por
entregar lo que queríamos.
Ramón– Me tenés que castigar, Beto. ¿Te acordás cuando me castigabas? Lo merezco,
lo merezco. Vos querías que te mirara con sus ojitos dulces. Es mentira que buscabas
información. Estaba por entregarte lo que vos querías. Te meabas porque te dedicara una
sonrisa. El turro sonreía. Tenía toda la cara hinchada. Pero sólo lo hacía con vos. Y vos
caíste. No me ignores ahora. En un rato nomás vienen los nuevos y yo tengo que tener
mis puños fuertes ¿ves? Tocame. No soy nada si no lo hacés. Vos me tocás así (Se toca
a sí mismo y luego lo señala.) y yo la hago hablar a una maceta, Beto. Y vos te llevás
los elogios de los de arriba. Y te olvidás del uruguayo. Vas a ver. Si te pone contento, el
día que me ocupé de él, traje el radiograbador y puse el bolero que te gusta.
Beto: ¡Abrí la puerta y callate! Y dame su ropa; sé que la tenés ahí al lado. (Ramón se
la tira y Beto la abraza fuerte contra su pecho.) Cuando vengan los próximos, hacelos
sufrir. Matalos lentamente, Ramón, por lo que creyeron. Porque no tienen derecho a ser
así, a sonreír así. Todo será como antes, Ramón, si a cada uno de los que lleguen los
desfigurás. No quiero ver la cara de nadie más. Esforzate y después salimos a fumar.
Esto apesta.

Apagón
Susana Toscano

Directora, actriz, nació en la ciudad de Buenos Aires. Se formó en la Escuela


Metropolitana de Arte Dramático y con maestros como Lorenzo Quinteros, Roberto
Villanueva, Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. Residió en España durante 24 años. En
2013 vuelve a Argentina con su espectáculo Anda jaleo, por el que, en 2015, recibió dos
nominaciones a los premios ACE (Mejor dirección, Mejor comedia.). Su último trabajo
como directora es Gigoló, de Enrique García Velloso, en el Teatro Regio del Complejo
Teatral de Buenos Aires (temporadas 2015/2016).

info@susanatoscano.com
Una pequeña ayuda de mis amigos
de Susana Toscano

General
Cabo

La acción ocurre el día 30 de Marzo de 1982.


Un escritorio, dos sillas, un conmutador y un teléfono.

Comienza la escena y vemos a un general con un vaso de whisky en la mano, mirando


por la ventana. Se desplaza de un lado a otro, pisando cada vez más fuerte. Alguien
llama a la puerta.

General– ¡Adelante!
Cabo– Permiso, mi general. Cabo García, para servirlo.
General– ¡¿Qué manera es ésa de presentarse?!
Cabo– ¿Mi general?
General– Graduación y nombre completo.
Cabo– Cabo Juan (Pausa.) Domingo García
General– ¿Qué?

El general lo mira con desconfianza, se acerca a su escritorio, y abre un cajón.

Cabo– Mi general, yo no elegí ese nombre. Se lo juro. Me lo pusieron al nacer. Yo era


un bebé. Mi abuelo se llamaba así, mi papá también…
General– (Saca un expediente.) Aquí dice: Juan García.
Cabo– Mi general, el segundo nombre no lo uso nunca.
General– Lo bien que hace, cabo. ¡Lo bien que hace! Tengo muy buenas referencias
suyas, de gente de mi absoluta confianza. Me dijeron que habla usted muy bien inglés.
Cabo– Sí, mi general.
General– ¿Dónde estudió?
Cabo– Por correspondencia, mi general.
General– Bien, muy bien. ¿Usted sabe por qué está aquí?
Cabo– No, mi general.
General– (Saca de su cajón un revólver y lo apoya sobre el escritorio.) Esta es una
misión especial, de alta responsabilidad y ¡absolutamente secreta! Venga, cabo. (Lo
lleva a la ventana.) ¿Qué ve?
Cabo– Mucha gente, mi general.
General– ¿Qué hacen? Dígalo sin miedo.
Cabo– Gritan, mi general.
General– ¿Se los ve contentos?
Cabo– No, mi general. Parecen enojados.
General– Sí, justamente; están enojados y están gritando improperios en contra de las
Fuerzas Armadas, en contra del Proceso de Reorganización Nacional. ¡En contra mía!

Abre la ventana y se escucha la marcha peronista. La cierra enérgicamente.


General– Ese hijo de mil putas murió hace más de 7 años y siguen cantándole la
marcha. Esto se va a acabar. He tenido una idea brillante. (Se ríe.) Y usted, está acá para
ayudarme. Venga.
Cabo– Sí, mi general.
General– Voy a hablar con la Dama de Hierro. Y usted va a ser mi traductor. ¿Tiene
experiencia?
Cabo– Poca, mi general
General– ¿Se anima?
Cabo– Sí, mi general.
General– Aquí tengo las instrucciones pertinentes. (Lee en voz alta.) “Traducción
telefónica simultánea”. Léalas. (Hablando por el conmutador.) Cabo Freire,
comuníqueme ya con Inglaterra. (Al cabo.) ¿Le quedó claro? Yo hablo, usted traduce.
Cabo– No, mi general.
General– ¿Cómo?
Cabo– Mi general, aquí dice que yo traduzco lo que ella dice. Escucho con el auricular
(Señalándolo.) y lo que usted habla se lo traducen a ella allá.
General– Ah… Eso mismo

Suena el teléfono. Le entrega el auricular al cabo.

General– Buenos días, estimada y querida Margarita.


Cabo– (Traduciendo con los pausas que eso exige.) Estimado Leopoldo Fortunato (…)
¿A qué se debe el motivo de su llamada? (...) Estoy muy ocupada.
General– No la voy a entretener mucho. Un momentito nomás. Tengo al pueblo
convulsionado. Y voy a necesitar su ayuda.
Cabo– Yo también tengo muchos problemas. (…) Corren tiempos difíciles. (…) Y no
entiendo cómo puedo yo ayudarlo a usted.
General– He decidido invadir las Islas Malvinas.
Cabo– (Sorprendido.) What?
General– ¡Traduzca!
Cabo– ¿Qué? (Traduciendo.) ¿Se ha vuelto loco?
General– No, no, señora. No se altere. Es de mentira.
Cabo– ¿Qué?
General– Necesito darle una alegría al pueblo. Es por unos días. Yo mando unos
soldaditos, pongo la bandera. Y todos contentos. Es un favor que le estoy pidiendo,
estimada amiga.
Cabo– ¿Y si sus soldados atacan a los míos? (...) Ellos van a contraatacar.
General– Nadie va a atacar a nadie. Voy a mandar a unos cuantos pendejos sin
experiencia. Esto es un simulacro.
Cabo– Mi general, el traductor no sabe cómo traducir “pendejos”.
General– Unos jovencitos de 18, 19 añitos. No saben ni portar un arma. Usted me
entiende, ¿no? Esto es un simulacro.
Cabo– Se está riendo.
General– ¿Qué le parece?
Cabo– Se sigue riendo.
General– ¿Y? ¿Qué me contesta?
Cabo– Me gusta la idea. ¿Cuándo empezamos?
General– El 2 de abril.
Cabo– Perfecto. Seguimos en contacto. (Pausa.) Cortó.
General– Bien, bien. Le gustó la idea. Yo sabía que ella me iba a entender. (Pausa.)
Cabo, estamos haciendo historia. Voy a ordenar que preparen el balcón de la Rosada. Y
usted estará a mi lado. (Lo toma del hombro y camina con él lentamente.) Un antes y un
después del 2 de abril. No se extrañe que dentro de muy poco, yo tenga mi propia
marcha… “Los muchachos de Galtieri, todos unidos triunfaremos y como siempre
daremos un grito de corazón…”.

Apagón lento
Sergio Tosunian

Nació en Buenos Aires en junio de 1944. Estudios cursados: Actuación: O.Guidi,


Norman Briski, Raúl Serrano. Dirección: Jaime Kogan, Augusto Fernandes. Curso de
cine: Escuela Superior de Cinematografía. Fundador de “Poramor Alarte”, grupo de
teatro (1990-2003) Seminario de dramaturgia: Mauricio Kartun (2013). Taller de
Escritura Dramática: Ariel Barchilón (desde el 2013 a la actualidad).

stosunian@hotmail.com
Orsai
de Sergio Tosunian

Carlos
Chucho

Departamento de un ambiente, en un edificio al sur de la Capital (1978)

Carlos– ¡Pase! ¡Pase! Está por terminar el partido.


Chucho– ¿Sofía?
Carlos– Ella ahora viene. ¡Hola! (Le da la mano.) Soy el novio de Sofía. (Lo invita a
sentarse frente al televisor sin sonido, mientras baja el volumen de la radio.) Me gusta
el relato del gordo Muñoz.
Chucho– Sofía no me hablo de usted
Carlos– Hoy se lo íbamos a decir… Se nos adelanto… Hoy tenemos que ganar por 4 a
0 para clasificar…
Chucho– ¿Hace mucho que la conoce?
Carlos– …si no, va Brasil a la final.
Chucho– Digo si hace mucho que la conoce a Sofía.
Carlos– Sí. Pero me gustaría que Sofía le cuente todo… Sabe cómo son las mujeres.
(Silencio. Abre la heladera y saca un trozo de queso.) ¿Qué le parece si picamos algo
hasta que llegue Sofía?
Chucho– No, gracias.
Carlos– Se va a enojar conmigo Sofía…
Chucho– Me tengo que ir. Vengo en otro momento. Tengo a mi mujer enferma.
Carlos– No me dijo nada Sofía. Miremos el partido y después se va.

Chucho se levanta para irse.

Carlos– (Le apoya la mano en el hombro.) Por favor… ¿Qué va a decir Sofía? (Chucho
se sienta.) Su hija le preparó una sorpresa… Milanesas a la fugazzeta… Son las que le
gustan a usted
Chucho– Sí, pero será para otra vez… Así comemos todos juntos.
Carlos– Un golpe de horno y ya está. Es una oportunidad única… Acompáñeme. (Saca
de la cocina dos vasos y una botella de vino. Casi hay un gol de Argentina.) ¡Vamos
Argentina! ¿No se alegra?
Chucho– No entiendo mucho el fútbol.
Carlos– Esto no es solo fútbol. Es la alegría de veinticinco millones de argentinos.
Chucho– Eso dicen…
Carlos– La radio, los diarios, la televisión no nos van a mentir. El mundo nos mira.
(Chucho toma un poco de vino.) No sé qué amiga fue a ver. Me gustaría avisarle que
usted esta aquí. ¿Cómo se llama la amiga? ¿Usted no se acuerda?
Chucho– No me dijo nada.
Carlos– Esa con la que andaba últimamente. La tengo en la punta de la lengua.
Chucho– ¿Cuál?
Carlos– Ya me voy acordar. Bueno, vamos bien; domina argentina. Ya falta poco y nos
clasificamos. (Saca del cajón de la cocina un cuchillo.) Vamos acompañar con un
quesito este vinito.
Chucho– Se ve que le gusta mucho el fútbol.
Carlos– Imagínese lo que me gusta… que no dudé en quedarme a ver el partido.
Chucho– Bueno lo dejo disfrutando…
Carlos– (Con el cuchillo en la mano.) No me va dejar solo festejando.
Chucho– En casa me esperan.
Carlos– Hoy no hay ni un alma por la calle. Quédese un rato más.
Chucho– Me tengo que ir. Me gustaría acompañarlo… Pero la familia me espera.
Carlos– ¿Se cree que a mí no? ¡Dele! Un vinito más… que lo va a necesitar… Estos
últimos minutos son los más tensos. (Chucho toma un poco.) ¿Cómo anda el trabajo?
Imprentero, ¿no?
Chucho– Nada que ver. Soy armador de zapatos.
Carlos– ¡Ah, claro! Voy a ver las milanesas.

Chucho se levanta. Camina hasta el televisor. Se para. Se da vuelta.

Chucho– ¿Quién es usted?


Carlos– ¿Por qué está tan apurado? ¿No podemos esperar a que termine el partido?
Chucho– ¿Qué tiene que ver?
Carlos– No se ponga mal. ¿Qué tiene de malo el fútbol? Si está incómodo salgamos a
despejarnos un rato, cuando termine el partido. (Silencio.) Creí que nos entendíamos.
Chucho– ¿Qué hay que entender?
Carlos– Primero vemos el partido… que es importante para mí. Le pido poco.

Chucho va hacia la puerta.

Carlos– (Parándolo.) Ya termina. Trato de ser amable. ¿Escucha el gol? ¡Le dije que al
final ganamos nosotros!
Chucho– ¿Qué quiere de mí?
Carlos– Que veamos juntos el partido… A mí me gusta. Y quería verlo en mi casa…
Pero el trabajo esta primero.

Chucho trata de pararse.

Carlos– Quería ver el partido civilizadamente. Tomando un vinito…un quesito…bué,


lo único que había en la heladera. ¿Usted tiene idea de lo que sufrí yo hoy? ¡Brasil ganó
y nos obliga a ganar por cuatro goles!
Chucho– Pero ya ve; todo está saliendo bien.
Carlos– Quiero a mi patria. Tenía la esperanza que no viniera nadie hasta que
terminara el partido, pero el trabajo está primero. Y aquí me ve, tratando de mezclar
placer con trabajo…Colabore.

Gol de Luque. Argentina 6 Perú 0

Carlos– ¡Gol! ¡Hoy es el día de la patria! Y usted apurado para ir con su hija. Mire que
allá no hay tele, eh. (Se ríe.) ¿No grita el gol? Vamos, gritemos.

Carlos y Chucho– (Gritan.) ¡Gooooooooooool!

Apagón.
Mariano Turek

Nace en Buenos Aires en junio de 1976. Cursa en la Universidad del Cine la licenciatura
de cine con orientación en dirección. Desde el año 1996 al 2014 se desempeña como
técnico de cine, publicidad y televisión. Actualmente se dedica a la formación y
capacitación profesional en la industria audiovisual. Durante el año 2008 y 2009
escribe, dirige y produce el espectáculo Cita del cinematógrafo. Ha dirigido dos series
de televisión de contenidos científicos para público infantil: Diario de viaje (2011) y
Misión aventura (2013). Ha escrito los guiones de los cortometrajes ¿Yo, Celoso?
(1997), Gentileti (2014) y Olor a ratas (2015), y de los largometrajes Aria (2001) y
Algo con una mujer (2016). La tos es su segunda obra de teatro breve.

marianoturek@yahoo.com.ar
La Tos
de Mariano Turek.

Frías
Lavalle

Potrero de La Tablada, en los suburbios de la ciudad de Jujuy, 8 de octubre de 1841. Es


una toldería de campaña improvisada en un campo de alfalfa. La silueta de Juan
Lavalle mira el paisaje. Lleva puesto su uniforme de general, sucio y descosido, y una
bufanda de vicuña cubriéndole la garganta. Tose y se tapa la boca. La cálida luz de la
tarde baña su rostro. Se escucha el galope de un caballo que se acerca. Entra Frías a
escena.

Frías– General Lavalle.


Lavalle– (Aún de espaldas.) Acérquese Frías, venga.
Frías– Señor.
Lavalle– ¿Lo siguieron?
Frías– Hice todo el camino tal cual me indicó.
Lavalle– Bien, lo escucho.
Frías– Señor…
Lavalle– Sí, Frías. ¿Qué pasa?
Frías– Agarraron al doctor Avellaneda en Raco. Estaba con el coronel Vilela, el
comandante Casas y una escolta de tres hombres más.
Lavalle– (Se da vuelta lentamente para mirarlo de frente.) ¿Está vivo?
Frías– Los llevaron a Metán. Se cree que Oribe los recibió gozoso y se los mandó a
Maza para que se encargue de ellos. (Pausa larga.)
Lavalle– Vamos hombre, ¿qué es lo qué le pasa? Cuente.
Frías– Dicen que una vez que le cortaron la cabeza, el cuerpo de Avellaneda seguía
moviéndose a tientas durante un buen rato… Y que su cabeza, desprendida del cuerpo,
en manos de los perros de Oribe, hacía gestos moviendo los ojos hacia un lado y hacia
el otro. Y abría y cerraba la boca, como si fuesen los últimos estertores de su furia
contenida. (Pausa.) Y que uno de los sanguinarios hincó el cuchillo y sacó una lonja de
la cara de Avellaneda para hacer una manea y regalársela al coronel…
Lavalle– (Interrumpe.) Está bien, Frías, no hace falta más. (Se acerca a la pequeña
mesa de campaña. Saca un sobre del interior de su saco.) Venga, vamos a lo nuestro.
Ayúdeme a terminar con esto así mandamos el correo hoy mismo. (Le pasa la carta a
Frías.)
Frías– (Lee.) “Estimado y querido amigo: me toca escribir en horas difíciles; los
sucesos posteriores a Famaillá han sido intensos, resultando extenuantes, y encima
Oribe nos come los talones. Sus perros hambrientos nos persiguen a sol y a sombra, y
están mejor preparados que nosotros… (Pausa.) ¿Qué destino le espera a la Patria en
manos de esta gente?”

Lavalle parece ido. Frías lo observa. Lavalle tose.

Frías– ¿Pasa algo, General?


Lavalle– ¿Qué haría usted en mi lugar?
Frías– Es que yo no sé nada señor.
Lavalle– ¿No sabe nada de qué?
Frías– De las cosas que hay que saber para tomar decisiones de ese tipo.
Lavalle– No entiendo Frías ¿A decisiones de qué tipo se refiere?
Frías– De las que involucran la vida y la muerte de las personas. Yo solo quiero que a
mi familia le vaya bien y que esté tranquila.
Lavalle– Escriba.

Frías se acomoda en la mesa de campaña y toma la pluma que hay sobre ella.

Lavalle– (Dicta.) “Esta excursión libertadora me ha hecho ver cosas de no creer.


Aquellos a quienes venimos a liberar son quienes nos apedrean, nos sacan los víveres,
no dan la espalda. . . Que el demonio explique estos misterios si puede”. (Se lleva la
mano a la boca y reprime la tos.) “Me pregunto qué camino tomar… A veces me tiento
a creer que lo mejor es olvidarse de todo, pero sé que a un fantasma no se lo evita
huyendo, sino enfrentándolo hasta el final…”.

Lavalle tose fuertemente, doblándose del dolor. Frías lo ayuda a sentarse.

Lavalle– Ya está, Frías, se acabó. Rompa la carta; ya no hay nada más que hacer.
Frías– Me pregunto si no estaremos cometiendo un grave error, quizá haya otra
alternativa que no se está evaluando.
Lavalle– ¿Usted no se da cuenta de lo que sucede? (Pausa.) Todos aquellos que
empujaron mis decisiones con halagos, cuando vino la hora oscura se encogieron de
hombros y se apartaron.
Frías– Pero usted ha salido de situaciones mucho mas difíciles que esta: Ituzaingó,
Bacacay, Camacuá . . . Usted es el León de Riobamba.
Lavalle– Yo ya no soy aquel que usted dice mi amigo... (Pausa larga.) Una leyenda de
estos pagos cuenta que un indio rubio de la quebrada se convirtió en cóndor cuando sus
compañeros le quitaron los ojos. El cóndor remontó vuelo más allá de los montes y de
las nubes, hasta que la desesperación, al comprender que le habían quitado la luz para
siempre, le hizo precipitarse desde la inmensa altura para caer muy cerca del sitio de
donde partió. (Pausa.) Prométame algo, Frías.
Frías– Diga, Señor.
Lavalle– Pase lo que pase, no deje que Oribe y sus perros se hagan con mi cuerpo.
(Tose.)
Frías– Así será, pierda cuidado. Todos nosotros daremos la vida por ello.

Apagón suave.
Jana Vidal

Nació en Buenos Aires en 1967. Actriz formada con Miguel Pittier, Cristina Banegas,
Vivi Tellas, Daniel Casablanca, entre otros. Su formación en dramaturgia reconoce
como maestros a Mauricio Kartun y Ariel Barchilón.
Actualmente se dedica a la dramaturgia y a la dirección teatral, realizando también
algunos trabajos actorales. Integra el Grupo Tecla (grupo de experimentación teatral).
Ha hecho la dirección y puesta en escena de distintas obras teatrales tales como Santos,
La Reina, Junín y El parpadeo, todas de su autoría. Ha dirigido obras de otros
dramaturgos tales como Casablanca, dos recuperando la pareja, Breve informe sobre la
cubana, Seis y Colonia, todas de Eduardo Fortunato, Abismos, de Mónica Alonso y
Fresias de invierno, de Juan Folino.

janavidal67@gmail.com
Escuela Rueditas Mágicas
de Jana Vidal

Cori
Lucía

2016. Barrio de Barracas. Pequeña escuela de patín. Lucía, adolescente, con patines,
traje de patinadora, saco polar, medias can-can, peinada con un rodete mal hecho.
Patina lentamente. Entra Cori, 60 años, con ropa deportiva pasada de moda. Al
costado de la pista de patín hay sillas y algunas cajas de cartón repletas de objetos y
varios trofeos viejos.

Cori– (Fuerte.) ¡Lucía! ¿Qué haces acá?


Lucía– (Se acerca.) Hola, Doña Cori. Hace frío hoy.
Cori– No hay más clases.
Lucía– Otra vez con lo mismo. ¿Por qué no para con eso?
Cori– Dale, Lucía, que tengo que guardar todo.
Lucía– Al final no me escuchó todo lo que le dije. No entiendo por qué hay que hacer
todo rápido.
Cori– Porque es así.
Lucía– ¿Y? ¿No va a hacer más nada?
Cori– Ya te dije que hice todo lo que pude y no hay manera.
Lucía– Mentira. Lo que pasa que usted no quiere.
Cori– (Con sonrisa forzada.) Decís cada cosa… ¿Querés ver cuánto me vino de luz?
Debo dos de agua, y en cualquier momento me sacan el medidor de gas. Ya me vino el
aviso de corte. Ya está.
Lucía– Yo no sé. (Pausa.) Pero alguien nos tiene que ayudar.
Cori– No hay ayuda, nena. Sos muy chica para darte cuenta.
Lucía– Para mí usted tiene que dar clases de gimnasia en el barrio. A la gente le
gustaría. Mi primo, de Valentín Alsina, puede venirse hasta acá para enseñar fútbol a los
nenes, si le pagan el colectivo. Se le va a llenar la escuela.
Cori– No hay más plata. Ni para clases de patín ni para nada. Ni aunque les ponga la
cuota al doble. Y ni hablar de esos trajes que usan ustedes.
Lucía– ¿Qué tienen? Están lindos y todas tenemos uno.
Cori– Ya están viejos, Lucía. ¿Cuántas veces lo cosiste a éste? No se los puedo reponer.
Ya me da vergüenza verlas así… Ya está. Terminemos rápido esto y a empezar de
nuevo.
Lucía– ¿Y yo qué voy a empezar? (Tiempo.) Mire, Doña Cori, no se enoje pero yo le
quiero pedir que nos quedemos, usted y yo, acá. (Saca del bolsillo del saco un talonario
de números.) Yo pensé que podríamos hacer una rifa con estos números. Los encontré
una vez en la calle, le faltan algunos porque es usado pero nos puede servir.
Conseguimos algo para rifar y listo. Hacemos una fiesta un sábado con la rifa y una
competencia de patín. Nosotras contra las de Pompeya, por ejemplo.
Cori– (Se le quiebra la voz.) Lucía... Ustedes son nada más que seis y algunas ya son
más altas que yo. (Para sí.) Ni la cuota pueden pagar.
Lucía– Pero es para la luz o el gas de este mes, aunque sea.
Cori– (Busca en una de las cajas y saca una caja de alfajores.) La caja de alfajores que
compré el mes pasado para el buffet sigue con la misma cantidad de alfajores. Ni uno
solo vendí. Nada. Ni me dejaron pagar la luz en cuotas. Nada de nada. (Acaricia el
talonario.) Una rifa…
Lucía– (Toma un alfajor de la caja, lo abre y lo come. Saca un billete de diez pesos del
bolsillo y se lo da a Cori.) Ya está. Ya vendió un alfajor. (Pausa. Da una pequeña vuelta
sobre sus patines.) Mire que es lindo este lugar, eh. Yo quiero ser patinadora, Doña
Cori. No quiero ir a limpiar casas.
Cori– Basta, Lucía…
Lucía– ¡No! Usted me dijo que este año seguro subía al podio y ganaba el trofeo porque
estaba mejorando. Ya casi no me freno cuando pego la vuelta. Me lo prometió. (Pausa
larga.) Ésta es mi casa. Usted me da todo.
Cori– (Elevando el tono.) Yo no te doy nada, nena. Lo único que hago es enseñarles a
andar sobre unos zapatos con ruedas. No hay premios, no hay trofeos, no hay
campeonas de nada. Un par de horas dando vueltas en una cancha que tiene cada día
más pozos, cada día más hundida. Se terminó. Ésta no es tu casa, es solo una escuela de
barrio.
Lucía– No me hable así; yo no le hice nada.
Cori– ¿No ves que ni la luz les puedo prender? Al final de la clase casi en la oscuridad
andan con los patines. Un día se van a romper la cabeza de un golpe. ¿Qué? ¿No les voy
a prender la luz? No tengo más plata, me tengo que ir. Se cerró, se terminó. Andate a tu
casa, nena. Y si tenés que limpiar casas, andá. No es una vergüenza.
Lucía– Pero yo soy feliz acá.
Cori– Y yo estoy cansada. (Lucía amaga con abrazarla pero se detiene.) ¿Qué voy a
hacer sin ustedes?
Lucía– Que voy a hacer yo sin usted (Pausa.) Usted es la única mamá que tuve, Doña
Cori. Y ésta es mi casa. Sueño todas las noches que gano un premio y que levanto una
de esas copas. Que me aplauden porque soy la campeona. No me deje sola, por favor.

Silencio. Cori le desarma el rodete y se lo vuelve a armar en forma prolija. Le saca el


saco con delicadeza. Busca una silla y la acomoda en el centro de la pista. La hace dar
una pirueta a Lucía y la hace subir a la tarima más alta. Busca un trofeo de una de las
cajas.

Cori– (Impostando la voz.) Señoras y Señores: la campeona es… ¡Lucía Bianco, de


Escuela Rueditas Mágicas! (Le entrega el trofeo a Lucía y aplaude) ¡Vamos campeona,
levántelo bien alto para que lo miren! Eso mismo. ¡Más alto!

Lucía levanta el trofeo con sus dos manos, estirándose en la tarima. Se ríe.

Apagón.
Horacio Vogelfang

Nací en Buenos Aires, en La Paternal, en octubre de 1951.


Médico Cirujano Cardiovascular Infantil.
Realicé los cursos de guion "Escribir cine" con Juan José Campanella y Aída Bortnik.
También el Curso Teórico de Dramaturgia de Mauricio Kartun, y el Taller de
Dramaturgia "Hijos del Rigor", de Ariel Barchilón.

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Piedra de Tropiezo
de Horacio Vogelfang

Nem
Rip

Buenos Aires, 2054. Nem (33), con soplete y piedras. Largo atuendo negro hasta los
tobillos, sombrero tipo Tupac Amaru.

Nem– (Rezando, suelda una piedra al suelo.) ISAIAS capítulo 8, Versículo 16: “Dios
de los ejércitos, Él es vuestro temor”. (Se corre unos metros, suelda otra.) “Pondrá por
santuario piedra para tropezar, por tropezadero para caer y red al morador de Jerusalén.”
(Se corre, suelda otra.) “OH, DESAPARECIDO, CONDENADO AL OLVIDO, vuestro
nombre labrado en la piedra, plantada aquí, de donde te llevaron”.

Entra Rip (45), sigiloso. Un pasamontaña cubre su rostro, pantalón y chaqueta militar;
pistola y handy, bolsa con objetos. Tropieza con una piedra.

Rip– ¡Ay! (Se esconde.)


Nem- (Nem se da vuelta, no lo ve, sigue soldando.) Plantaremos para no olvidarte...
Rip– (Lee una piedra, intenta sacarla.) ¡FFG! ¡La concha de la lora! ¿Con qué la pegó?

Nem mira, no lo ve, sigue.

Rip– (Trata de sacarla.) ¡No puedo, mierda!


Nem– ¡Eh! ¿Quién es usted?
Rip– ¡Atención! ¡Quieto! (Apunta con la pistola.) Teniente Rip Master, Batallón
Amnesis. ¡Queda detenido por el ORTO!
Nem– (Se mira el culo.) Teniente, ¿podría ser por otro lado?
Rip– ORTO: Organización Revolucionaria Todo Olvidado. Reo, ¡obedezca, carajo!
¡Nombre y ocupación!
Nem– Nem Stropelsteiner. (Rip se sorprende.) Químico.
Rip– (Habla por handy.) Sospechoso detenido. Comienzo con secuestro de objeto
contundente y aplicación de Terapia de la Alegría. ¡Deme eso! (Forcejean por la
piedra.)

Nem cae pero no suelta la piedra. En la caída, le quita el pasamontaña a Rip.

Nem– ¿Rip? ¡Soy yo, tu hermano!


Rip– ¡Nada de hermano!
Nem– Mamá me dijo que habías desaparecido.
Rip– Yo no soy su hermano. Soy la ley. ¡Queda detenido por actividades subversivas!
Nem– Te lavaron el cerebro. A vos también.
Rip– Se lo acusa de infringir el Decreto 31 de 2054 del Comando Universal: “A partir
de la fecha queda prohibida la memoria; solo el futuro se puede recordar”.

Nem, caído. Rip lo ata. Saca una olla de la bolsa y un martillo grotesco. Coloca la olla
sobre la cabeza de Nem.
Rip– (Lee un papel.) “Instructivo para implantar Terapia de la Alegría. Olvido de
desaparecidos y masacres latinoamericanas: 1 golpe.” (Le da.)
Nem– ¡No podrás borrar mi memoria!
Rip– “Holocausto y guerras mundiales: 2 golpes.” (Le da.)
Nem– ¡Ni vos ni tu ORTO podrán lavar mis neuronas!
Rip– “Todos los crímenes de lesa humanidad: 3 golpes.” (Le da.)
Nem– ¡Ah! (Se desvanece.)
Rip– Listo. (Espera, le da a oler algo. Nem reacciona. Rip lo desata.)
Nem– ¿Qué me hiciste?
Rip– (Ata a la olla cables de color unidos a un téster.) Bien. Terapia de la Alegría
implantada. Cambié tu memoria por la IRA: “Inteligencia Robótica Autoevolutiva”. El
Comando creó su base algorítmica eliminando todo vestigio de memoria de los
crímenes a la Humanidad. Ya pertenecés, y pertenecer tiene sus privilegios. Vivir sin
recuerdos es vivir feliz. Cuando yo diga la palabra clave deberás ver en tu memoria una
laguna con cigüeñas. ¿Preparado? (Nem asiente.) ¡"Auschwitz"! ¿Qué aparece?
Nem– Un campo de concentración. ¡Una cámara de gas!
Rip– ¡Caramba! Otra prueba: palabra clave y verás un parque, globos amarillos que van
al cielo y tienen escrito: “Argentinos, derechos y humanos”. ¿Preparado? “Escuela de
Mecánica de la Armada”. ¿Qué ves?
Nem– Personas torturadas, asesinadas.
Rip– ¡Epa, epa! Ya va a hacer efecto.
Nem– ¡Nunca podrán! Somos hermanos, pero somos distintos. ¡En mi ADN llevo la
resistencia al olvido!
Rip– Entonces, no queda otra. (Lo apunta.) Deberé informar.
Nem– No importa lo que hagas. Otro inmediatamente me reemplazará. Somos 36. Los
36 de Funes; llevamos moléculas de anagnorisina en nuestros aminoácidos
Rip– (Rip, por handy.) No prendió la vacuna, mi general (…) No sé; dice algo de 36
tipos, de un aminoácido
Nem– La fuerza del verdadero ser está en nuestro ADN. Cae uno; otro renacerá. En
cada generación seremos 36, poniendo piedras para que tropiecen con la verdad
Rip– ¡Qué sé yo! Una anagnorimierda que está en las moléculas. (…) Sí mi general,
¡procedo! ¡Lo paralizo con el rayo MIERDA, Memorioso Inteligente Empecinado
Recalcitrante Desaparecerá Absolutamente. (Dispara un láser.)

Nem se sacude.

Rip– (Golpea las piedras.) ¡Las haremos polvo! (Queda exhausto.)


Nem– (Paralizado.) ¡No podrás! Su aleación de cobre, cobalto y zinc tomada de los
elementos del Sistema Periódico de Primo Levi las hace indestructibles.
Rip– ¡Las arrancaremos, las arrojaremos al mar!
Nem– (Temblando.) Me suena conocido; ya lo intentaron una vez.

Rip trata de arrancar una piedra.

Nem– Están soldadas con nitrógeno líquido. Criofusión, por congelamiento. Imposible
derretir la unión piedra-suelo, a menos que explote la Vía Láctea, pero ya no habría
humanos sobre la Tierra.

Rip dispara el rayo.


Nem– ¡Ay!
Rip– (Toma la cabeza de Nem.) Estás muriendo por unas piedras de mierda.
¡Arrepentite! ¡Olvidá y te salvás!
Nem– (Se saca la olla.) ¿No ves que el muerto sos vos? El olvido es traición; la
memoria redime. Las piedras serán altares eternos de la Memoria. (Cae.)
Rip– (Al handy, se cuadra.) General; misión cumplida. ¡Subversivo eliminado! ¿Piedras
de Tropiezo para siempre? ¿Quién quiere recordar?

Apagón

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