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PROXIMO
LAS CLAVES DEL CONFLICTO
ORIENTE �
PROXIMO
LAS CLAVES DEL CONFLICTO
JUAN ALTABLE
ALTABLE. Juan
Oriente Próximo : Las claves del conflicto I Juan Altable. -
Madrid : Sílex. 2000
212 p. : il. ; 24 cm. - (Periodismo histórico)
Bibliografía: p. 207-210
D.L. M-38267-2000.- ISBN 84-7737-089-3
l. Conflicto árabe-israelí. 1. T ítulo. 11. Serie.
327.5 (569.4)
956.94""./19"
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I!cológico
Fotografías de las páginas 99, 127, 153 y l 59 han sido reproducidas del libro de
ESPASA, Arafat, un destino para un pueblo. (Biografías Espasa-Nuestro tiempo)
© Juan Altable
© Sílex ®, 2000
cl Alcalá 202 10 C 28028 Madrid. España
Tel: 913.566.909
www.silexediciones.com
silex@infornet.es
I.S.B.N.: 84-7737-089-3
Diseño de cubierta: Ramiro Domínguez
Fotografía de cubierta: © Reuter/Cordon Press. Foto: Zamir
Coordinación editorial: Ángela Gutiérrez y Ramiro Domínguez
Correctora: Marta Muñoz
Fotomecánica: Preyfot
Impreso en España por: Gráficas Andemi, S.L.
Depósito Legal: M-38267-2000
(Printed in Spain)
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CONTENIDO
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Cronología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
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A Juan Altable Fernández, Trinidad y Ana
Introducción
11
A lo largo de la historia, el Próximo Oriente ha sido sacudido
por los efectos de rivalidades ajenas a su propia evolución. La Pri
mera Guerra Mundial, originalmente un choque de fuerzas europe
as, derivó en el dibujo de los modernos estados árabes e inoculó el
virus de la confrontación en Palestina.
La Segunda Guerra Mundial, también de génesis europea, gene
ró una amplísima ola de descolonizaciones por todo el mundo, que
se tradujo en esta zona en la independencia de la mayoría de los es
tados árabes y la creación de Israel.
Pero a su vez, de las múltiples colisiones producidas en esta re
gión estratégica, se han derivado graves tensiones internacionales
capaces de conmocionar a la opinión pública mundial a lo largo de,
por lo menos, el último medio siglo.
Las diversas confrontaciones que asolan a estas tierras sobre
cargadas de historia obedecen a causas múltiples, entre las que fi
gura -sobre todo en opinión de los árabes- el viejo enfrentamiento
entre occidente y oriente o, dicho de otra forma, el choque entre el
mundo islámico -antaño opulento- y la llamada cultura occidental,
ahora pujante y en expansión por todo el orbe.
La carga emocional de los acontecimientos descritos en este li
bro es enorme para millones de personas de muy diversas latitudes,
dado que en esta región nacieron las tres grandes religiones mono
teístas: judaísmo, cristianismo e islamismo. En buena medida, el
mundo actual es heredero de esas formas de pensar y concebir la
vida.
Este trabajo está dirigido a todos aquellos que siguen con inte
rés los sucesos de Oriente Próximo y desean profundizar en su co
nocimiento. No se pretende con él aportar elementos inéditos, sino
suministrar un marco de referencias -evolución histórica, contexto
internacional, relaciones culturales...- que ayude a comprender
mejor las líneas maestras de un conflicto tan intrincado como tras
cendente.
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Primera Parte
Los ORÍGENES
Capítulo I
Los ACTORES
¿Quién esjudio?
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"falashas" de Etiopía, que forman una comunidad antiquísima,
desconocedora por ejemplo de celebraciones "recientes" como la
fiesta de la "Januká" (la fiesta de las luminarias) instituida hace
dos mil años. Hasta el siglo XVIII hubo una comunidad judía de
rasgos chinos y, por supuesto, abundan actualmente los de rasgos
mediterráneos.
Tampoco el ser judío está delimitado por el concepto religioso:
no son pocos los que en el propio Israel se consideran agnósticos
o ateos; si bien la religión tiene una importancia cultural, social y
psicológica de primera magnitud en la comunidad, y abarca innu
merables aspectos de la vida cotidiana, como por ejemplo, el pre
cepto sabático prohíbe cocinar, conducir un automóvil o llevar
dinero encima el sábado.
Se puede ser judío y agnóstico, por tanto; pero en cambio se pier
de esta condición en el caso de convertirse a otro credo religioso.
La mezcla entre los conceptos socio-políticos y los religiosos ha
originado vasos comunicantes entre ambos campos, que en otras
creencias o estructuras sociales se encuentran claramente diferen
ciados. Por ello se pasa a formar parte de esta comunidad judío
mediante la conversión a la religión judía.
Tampoco el judaísmo es un estado: aunque actualmente hay
unos seis millones de personas que viven en el Estado de Israel,
son más (unos ocho millones) los que se encuentran establecidos
en otros países y se sienten, por ejemplo, ciudadanos plenamente
americanos, franceses o españoles. La tensión patria-diáspora es
una de las características más específicas de esta comunidad tan
enigmática.
Desde el punto de vista legal, es judío el que ha nacido de ma
dre judía o bien se ha convertido a dicha religión.
En el actual estado de Israel se distinguen dos tipos de grupos
sociales, según el lugar desde el que se trasladaron al nuevo país,
nacido en 1948: los ashkenazíes, originarios del centro y el este de
Europa (el núcleo central es el valle del Rhin) y que formaron el
grueso de los pioneros que crearon tal estado.
El otro grupo, menos compacto, es el de los sefardíes. En él se
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agrupa a los descendientes de los judíos expulsados de España y
que conservan su propia tradición hispánica y, en general, a casi
todos los judíos no ashkenazíes. Los sefardíes, minoritarios en el
momento del nacimiento de Israel, son ahora aproximadamente las
dos terceras partes de la población.
¿Quién es árabe?
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lo que se refiere a occidente, y al Irán y ciertas partes de Asia
Central por oriente.
Aunque la mayor parte de los árabes profesan la religión mu
sulmana en una amplia variedad de creencias, y el Islam tiene una
influencia social y política relevante, no todos los árabes son islá
micos; los hay, por ejemplo, cristianos -de las más diversas
ramas-, que han desempeñado un papel determinante en el naci
miento de los modernos movimientos nacionalistas.
De la misma forma, muchos musulmanes no son árabes, puesto
que en el transcurso de los tiempos la fe en Alá se ha ido amplian
do hasta alcanzar a pueblos de los cinco continentes. La actual co
munidad musulmana está constituida por unos 900 millones de
personas que viven en casi todos los países del mundo, en 40 de
ellos son la mayoría de la población.
18
Capítulo JI
LA CUESTiÓN RELIGIOSA
19
A diferencia de otras religiones que tomarán cuerpo mucho más
tarde en los mismos confines, como la cristiana o la musulmana,
que consideran sus creencias un bien universal, el judaísmo es des
de el inicio una religión étnica, la religión de un pueblo concreto.
La creencia de que Yahvé, el Dios único de la humanidad, eli
gió para sí de manera especial, entre todas las naciones, al pueblo
de Israel, es uno de los elementos básicos de la religión judía. Otro
de ellos es que Dios prometió una tierra a ese pueblo.
Teólogos reputados como Hans Küng han puesto de manifiesto, no
obstante, la inconcreción acerca de los límites o fronteras específicas
de esa tierra en las revelaciones bíblicas antiguas. "Las narraciones de
la toma del país (la promesa de un territorio desde el Líbano al Eú
frates, Libro de Josué 1-4) fueron consignadas por escrito más de me
dio milenio después de haber ocurrido los hechos", afirma Küng. En
realidad, las fronteras del territorio de Israel cambiaron constante
mente en función de las fluctuantes circunstancias históricas.
Todavía tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se formó el pri
mer reino de Israel, hasta que se dio el paso de una sociedad tribal
a la primera organización nacional judía.
Hace unos tres mil años, las tribus israelitas sintieron una fuer
te amenaza externa proveniente de un pueblo, los filisteos, asenta
dos antes que ellos en la costa mediterránea, en su parte meridional
(aproximadamente en lo que hoy es la franja de Gaza). Como vol
verá a ocurrir otras veces en su historia, el peligro exterior galva
nizó la cohesión interna, ya suficientemente desarrollada.
No se trataba ahora de elegir a un caudillo provisional Uueces
como Otoniel, Débora, Sansón, Elí) sino de contar con un jefe que
dirigiera un ejército permanente contra un enemigo superior en re
cursos y armamentos.
Tras el trágico final de Saúl, un judío natural de Belén, David
(1004-965 a. de C.) consumó uno de los cambios más radicales de
la historia de Israel. El reino de David es para muchos judíos de la
actualidad el gran ideal de referencia. La estrella de seis puntas, la
estrella de David, forma parte de la bandera del Estado de Israel
desde 1948.
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El talento y carisma de David, cuya figura es desconocida en los
testimonios coetáneos no hebreos, le permitió imponerse a toda
oposición interna proveniente de las tribus -que pretendía mante
ner su independencia- y consolidar la hegemonía de la tribu de Ju
dá y de su familia. También logró sortear las resistencias a la
institución monárquica de quienes defendían la única soberanía de
Yahvé sobre el pueblo elegido.
Lo que comenzó como una guerra defensiva contra los filisteos
se transformó, al igual que en ocasiones históricas más recientes,
en una empresa expansiva: en pocas décadas, David incorporó a su
reino amplias regiones sirias; además de convertir a los filisteos en
un estado vasallo, hizo lo propio con los reinos moabita y edomi
ta, situados al este del Jordán; con los estados arameos (con su ca
pital Aram-Damasco) y el de los amonitas (cuya capital estaba
situada en el enclave de la actual Amán). Este territorio, que va
mucho más allá de las tradicionales tierras de las doce tribus, que
dó en la memoria judía como imagen ideal del Gran Israel, pese a
que en ellos menudearon los conflictos internos y se perdieron con
rapidez.
Las circunstancias internacionales facilitaron esta expansión: la
debilidad de los grandes imperios de la zona, el egipcio y el meso
potámico, había producido un vacío de poder en la zona interme
dia, que favoreció el asentamiento de la monarquía y su posterior
engrandecimiento.
Además de como político y militar, David es una figura de pri
mer orden desde el punto de vista religioso. Una de sus conquistas
más trascendentales fue la de la poderosa ciudad cananea de los je
buseos, protegida por fortificaciones sólidas y rodeada por tres va
lles profundos: Jerusalén.
David hizo de Jerusalén la nueva capital del reino y la convirtió
además en ciudad santa. La Sagrada Arca de la Alianza, símbolo de
la federación tribal y de la presencia de Yahvé, fue trasladada a la
ciudad en una solemne procesión y depositada en un santuario: Da
vid introdujo a Yahvé en Jerusalén, convirtiéndolo a una especie de
divinidad del Estado.
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Uno de los montes de la ciudad, el monte Sión, fue la sede de su
residencia y muchos siglos más tarde, Sión, que pasa a ser utiliza
do como denominación de toda la ciudad, será el nombre elegido
por un grupo de nacionalistas decididos a reconstruir el antiguo
reino mítico: los sionistas.
A lo largo de los siglos y hasta nuestros días, Jerusalén, la ciu
dad de David, es para los judíos el centro religioso y la ciudad de
sus anhelos. Sin embargo, durante mil quinientos años, la ciudad
estuvo bajo dominio cristiano o musulmán, religiones para las que
también es una urbe santa. La disputa de Jerusalén continúa sien
do, desde el punto de vista simbólico, uno de los más complejos y
difíciles problemas a resolver en el momento actual.
Curiosamente, este legendario rey, cuya idealización hizo nacer
la doctrina del Mesías que, como un nuevo David, realizaría la
promesa de una soberanía perdurable, no es sólo una referencia
fundamental en el judaísmo. Casi dos mil años después de su
muerte, la religión islámica también le considerará una figura pro
minente, un profeta auténtico, receptor directo de la revelación di
vina y predecesor de Mahoma. "Tu señor conoce perfectamente a
quienes están en los cielos y en la tierra. Hemos favorecido a unos
profetas más que a otros. Hemos dado los Salmos a David", dice el
Corán, Azora 17,55.
El final del reinado de David estuvo repleto de incidentes, y la
sucesión fue una penosa pelea entre sus descendientes. El triunfa
dor final fue Salomón, un rey con una gloriosa fama, llegada has
ta nosotros, pero con un gobierno repleto de elementos
contradictorios.
El peso de su leyenda es tan fuerte que en la actualidad resulta
imposible distinguir entre la figura histórica y las imágenes poste
riores, que le atribuyen obras como el Cantar de los Cantares y ac
titudes de refinada sabiduría como la del famoso juicio.
Lo cierto es que Salomón dio un giro a la historia israelita al
construir por primera vez un magnífico Templo para Yahvé. En pa
labras de Hans Küng: "A partir de ese momento, el Arca de la
Alianza comienza a perder importancia y el Templo, la casa de
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Dios, se convierte en el santuario central del Estado, al que se le
asigna un clero hereditario y funcionarial". La institución del Tem
plo será esencial en la trayectoria colectiva de los judíos durante
siglos.
Diversas circunstancias, entre ellas el matrimonio del Rey con
una princesa egipcia y su nutrido harén, con numerosas extranjeras
que adoraban a dioses lejanos, obligaron, no obstante, a la prácti
ca de cultos muy diversos en la Jerusalén santa. La fe en Yahvé tu
vo pues fisuras incluso en los momentos de esplendor.
El nuevo rey absoluto emprendió una intensa actividad de cons
trucción de grandes obras públicas, reforzó el ejército y fomentó
las artes.
El coste de todos estos proyectos recayó sobre el conjunto de la
población, empobreciendo a unas masas ajenas a la magnificencia
de la corte. A veces ni siquiera esto fue suficiente, y el monarca tu
vo que vender al rey de Tiro veinte ciudades de Galilea.
Las continuas levas de trabajadores causaron un enorme des
contento en las tribus del norte, ya de por sí insatisfechas por la
concentración de poder en el soberano, y la unidad del reino co
menzó a resquebrajarse en los últimos años de la vida de Salomón;
el cisma se consumó tras su muerte. Los reinos de David y Salo
món, la época dorada de generaciones de judíos actuales, en los
que todo el pueblo de Israel se mantuvo unido y fuerte, había du
rado apenas setenta años.
En el norte se formó el reino de Israel, más grande y poderoso,
con capital en Samaría. Dado que una buena parte de la población
era cananea, los sucesivos reyes trataron de practicar una política
de equilibrio, permitiendo dioses extranjeros y sus correspondien
te rituales religiosos.
En el sur nació el pequeño reino de Judá, con Jerusalén como
capital. También aquí se desarrolló al principio el eclecticismo re
ligioso, hasta que una ola de purismo encabezada por el rey Josías,
el gran reformador, concentró por primera vez en el Templo de Je
rusalén a todos los sacerdotes de Yahvé y renovó en profundidad el
culto. Los judíos del sur no ocultaron nunca su desprecio por sus
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hermanos del norte, a causa de la desviación de sus creencias. La
unidad espiritual se había quebrado junto a la política.
La suerte de ambos reinos fue diversa. El del norte anduvo
siempre enzarzado en guerras con los reinos cercanos, hasta que se
produjo un cambio radical en el equilibrio de poderes internacio
nal. En Mesopotamia surgió una gran potencia con grandes ambi
ciones territoriales: el nuevo imperio asirio. El uso revolucionario
de divisiones de carros, que será estudiado por los estrategas mo
dernos de la guerra relámpago, convirtió su avance en irresistible: en
el año 722 a. C. el Reino de Israel dejó de existir, y su clase dirigen
te, siguiendo la costumbre de la época, fue deportada a Mesopotamia.
Los exiliados no regresarán nunca a su tierra. Las diez tribus del nor
te habían desaparecido de la historia.
El nombre de Israel fue reivindicado entonces por el pequeño
reino del sur, por Judá, que, aunque más débil, consiguió durante
un tiempo mantenerse al margen de los grandes acontecimientos
exteriores. Finalmente, sin embargo, en el año 586 a. C., también
se desplomó, engullido por la fuerte rivalidad del poder egipcio
por el sur y el imperio neobabilonio por el norte.
Nabucodonosor II, rey de Babilonia, saqueó Jerusalén, a la que
redujo casi a cenizas: el legendario Templo de Salomón fue pasto
de las llamas, se perdió el Arca de la Alianza, y, como en otras oca
siones, la población fue deportada, esta vez a Babilonia.
Este fue el final de la última organización nacional judía. A ex
cepción del breve período de los Macabeos, los judíos no volverán
a contar con un estado hasta mediados del siglo veinte, 2.500 años
más tarde.
El exilio en Babilonia iba a durar casi cincuenta años, pero el fi
nal del reino no significó la desaparición de la comunidad israeli
ta. A diferencia de los asirios que diseminaron por todo su imperio
a los deportados, en Babilonia se permitió a los judíos convivir en
pequeños grupos. Los deportados evitaron fusionarse con la comu
nidad indígena y prácticas como la circuncisión (desconocida en
tre los babilonios), el precepto sabático, las prescripciones sobre
alimentos y limpieza, así como las fiestas conmemorativas adqui-
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rieron gran relevancia en estos momentos. En el exilio de Babilo
nia comenzó a desarrollarse la observancia de "la Ley" como ele
mento de cohesión interna. Fue entonces cuando se dio forma
escrita a muchas de las antiguas tradiciones aún vivas.
La estancia en Babilonia dejó una huella profunda en la espiri
tualidad judía. Del arameo toman los exiliados la letra cuadrada,
que se utiliza todavía hoy, para sustituir al alfabeto fenicio. Pero
además, el contacto con el mundo babilónico ejercerá su influen
cia en un momento de importante elaboración teórica. Según Ber
nard Lewis, "entre los libros de la Biblia que fueron escritos antes
de la cautividad de Babilonia y los que fueron escritos tras el re
greso del pueblo de Israel existen notables diferencias por lo que a
las creencias y nociones se refiere, algunas de las cuáles pueden
atribuirse con bastante verosimilitud a la influencia del mundo re
ligioso del Irán. Entre ellas cabe destacar la lucha cósmica entre
las fuerzas del bien y del mal, entre Dios y el demonio, lucha en la
que la humanidad también tiene un papel; el desarrollo explícito de
la noción de juicio después de la muerte, y de recompensa o castigo
en el cielo o en el infierno; y por último, la idea de un salvador un
gido, nacido de la simiente divina, que vendrá al final de los tiem
pos y garantizará el triunfo definitivo del bien sobre el mal".
El exilio fue relativamente suave: el antiguo rey y su corte pudie
ron llevar una vida bastante cómoda, otros prosperaron social y eco
nómicamente. Pero muchos exiliados conservaron la esperanza de
volver a su antigua patria, el lugar en el que se debía adorar a Yahvé.
En el año 538 a. e., el dueño del nuevo Imperio persa, eiro el
Grande, que se había asentado como potencia regional, publicó un
edicto para la reconstrucción del Templo de Jerusalén a costa del
Estado. Poco después permitió el regreso de los deportados.
La Biblia muestra hacia eiro un respeto que no depara hacia
ningún otro soberano no israelita: "Así dice Yahvé a su ungido, a
eiro, a quien ha tomado de la derecha, para derribar delante de él
naciones y desceñir la cintura de reyes", Isaías 45,1.
Las afinidades judeo-persas tuvieron repercusiones políticas.
eiro deparó su protección a los judíos y éstos, por su parte, le sir-
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vieron con lealtad. Muchos siglos más tarde, los judíos, tanto en su
región de origen como en otros países, resultaron sospechosos, a
veces con razón, de simpatizar e incluso de colaborar con los per
sas, enemigos irreconciliables de otra futura gran potencia: Roma.
En el año 515 a. C. se celebra la consagración del Segundo
Templo. Al parecer éste fue inicialmente mucho más modesto que
el Templo de Salomón. En lugar del Arca de la Alianza se custodia
ahora un candelabro de siete brazos -en hebreo Menorá-, que mu
cho tiempo más tarde se convertirá en símbolo del Estado de Is
rael.
Además de la reconstrucción de las murallas y un trasvase de
población campesina a la casi despoblada Jerusalén, se dictan le
yes contra los matrimonios mixtos, que amenazaban la existencia
de la comunidad judía, demográficamente débil.
Desaparecida la monarquía, el Templo es, pues, la institución
central. A la cabeza de la comunidad ya no hay un rey sino un su
mo sacerdote. La Teocracia, dependiente en lo político de Persia,
se abre paso.
Este proceso político-religioso encontró sus detractores en el nor
te. Los creyentes de Samaría, que nunca habían compartido la glori
ficación de Jerusalén y del Templo se distanciaron cada vez más de
la comunidad del sur. El "cisma samaritano" no tardaría en llegar.
Es en la época que va de finales del siglo V a mediados del si
glo IV a. C., cuando, según diferentes expertos, se concluye la re
dacción definitiva de los escritos iniciados en tiempos del exilio.
Sino ya durante el exilio, la Torá (Ley) los cinco libros de Moisés
o Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuterono
mio, habría estado lista en las postrimerías del siglo v. Poco des
pués, en el siglo IlI, quedarán redactados en su forma definitiva los
libros de los Profetas y también los llamados "Escritos".
Los judíos crearon un término para denominar el conjunto que
surgió entonces y tendría repercusiones universales. Se sirvieron
de la letra inicial de cada una de las tres partes (Torá-Nebiím-Ke
tubin) y acuñaron lo que podemos transcribir por "Tanak".
Para los judíos estos tres grupos de escritos se denominan Biblia
26
Dibujo de un candelabro hebreo de siete brazos
27
(originariamente en plural, los libros). Según su credo, se recoge en
ellos -de forma directa o indirecta- la palabra de Dios. Siglos más tar
de, el cristianismo asumirá como propio este legado, que, con algu
nos matices, pasará a denominarse Antiguo Testamento.
A partir de ese momento, perdida la posibilidad de restablecer
un gran reino, la religión judía queda constituida, por primera vez,
como la religión del libro, al que se suma el culto al Templo.
La autonomía religiosa disfrutada durante el dominio persa tu
vo un abrupto final. En el año 334 a. C. un joven caudillo mace
donio, Alejandro Magno, ocupa las ciudades fenicias y toda la
franja mediterránea, incluido Egipto. Una potencia europea acaba
de conquistar territorios de Asia, trasladando el eje de poder de un
continente a otro.
La helenización auspiciada por Alejandro Magno será profundi
zada por sus sucesores. El choque frontal con los judíos refracta
rios a la nueva cultura -otra parte de la población se helenizó con
cierta rapidez- se consuma después, en el año 164 a. C.
Los hermanos Macabeos dirigirán una lucha feroz contra los
nuevos amos, los soberanos seléucidas. Los casi ochenta años de
independencia judía bajo los macabeos, siempre inestables y con
innumerables luchas políticas y religiosas internas, no pasaron de
ser un interludio mientras persistiera el vaCÍo de poder en los equi
librios políticos del área.
Poco después, la nueva potencia mundial, Roma, se ha instala
do en la zona, y su dominio tendrá consecuencias desastrosas para
los judíos.
Como ocurrió en otras ocasiones, la relación de la población
con los nuevos señores no fue uniforme. Junto a una parte que se
adaptó a las nuevas circunstancias, obteniendo importantes venta
jas, hubo otra que se opuso de forma sistemática. El enfrentamien
to se consumará a lo largo de dos revueltas.
La primera se inicia en el año 66 d. C. y concluyó en el año 70
con la toma de Jerusalén y la quema del Templo. Las tropas ven
cedoras exhibirán en Roma como trofeo de guerra la Menorá, el
candelabro de siete brazos recogido del Templo, y del que se per-
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derá la pista tras la caída del imperio a manos de los pueblos del
norte.
La última resistencia se produce en el fuerte de Masada, cuyos
habitantes se autoinmolan antes que entregarse. Olvidado durante
siglos, Masada vuelve a ser en la actualidad un ejemplo para una
parte de la población israelí.
Hacia el año 130 comienza la segunda y definitiva insurrección,
sin ninguna posibilidad de éxito, de carácter mesiánico y capitane
ada por Bar-Kokbba (Barcokebas). El desastre fue absoluto y se
gún fuentes de la época habrían perecido 850.000 personas. Si
durante siglos se consideró este levantamiento como una catástro
fe costosísima y carente de sentido, dos mil años más tarde, tras la
reconquista de Jerusalén durante la llamada "Guerra de los seis
días", esta rebelión ha pasado a ser entendida por una parte de los
judíos como un acto heroico.
Los dignatarios romanos habían tomado ya para entonces una de
cisión de alcance histórico: Jerusalén fue completamente arrasada, y
en su lugar se reedificó una ciudad nueva totalmente helenizada y
rebautizada: Colonia Aelia Capitolina. El Templo fue reducido a ce
nizas y en su lugar se elevó uno nuevo dedicado a Júpiter.
Incluso el nombre de la región fue cambiado. En honor a los an
tiguos filisteos (Pelista' m, en arameo), Judea y Samaria pasaron a
denominarse con un apelativo que haría fortuna durante siglos: Pa
lestina.
Los judíos se dispersaron por los cuatro confines del Imperio; en
uno de sus extremos, Hispania, su presencia está completamente con
firmada -según el profesor Antonio Piñero Saenz- en el siglo 11.
29
LA DIASPORA JUDIA. (ASENTAMIENTOS JUDIOS EN EL
IMPERIO ROMANO ENTRE EL AÑO 100 Y EL 300 D.C.)
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forma que muchos deportados a Babilonia no regresaron a Judea
cuando pudieron hacerlo, otros muchos judíos viven en la actuali
dad en diferentes tierras a las que toman como su residencia per
manente. La tensión diáspora-tierra patria se mantiene plenamente
viva en la actualidad.
32
Pintura del siglo XIV, el arcángel Gabriel, en la Historia del Mundo
33
ñado al hombre lo que no sabía", el Corán, 96: 1-5. Ésta fue la pri
mera de las revelaciones que guiarán su vida como el Mensajero,
el Profeta de Alá.
La tierra de Mahoma, la península de Arabia, era un desierto in
menso, apenas salpicado por oasis aislados, en los que se cobija
ban las caravanas que cruzaban el territorio. La mayoría de los
habitantes eran beduinos nómadas que se ganaban la vida con la
cría de ovejas, cabras y camellos y el saqueo periódico de las tri
bus rivales.
La reanudación de la guerra entre Roma y Persia reabrió la ac
tividad de los mercaderes por las viejas rutas a través de Arabia y
unas cuantas ciudades situadas en las líneas de comunicación que
unían el Mediterráneo con Oriente, como La Meca, tuvieron un
importante florecimiento. En ellas prosperaron comerciantes que
ampliaron progresivamente su influencia económica y social. A
una de esas familias ligadas al comercio pertenecerá Mahoma.
La tradición cuenta que La Meca era también un importante lu
gar de adoración de ídolos paganos, con un centro ceremonial muy
respetado llamado la Kaaba, una estructura de forma cúbica a la
que se acudía en peregrinación. Pero además había comunidades
judías al norte y cristianas en las zonas más al sur. Todo este con
junto de creencias que formaban el habitat inmediato estará pre
sente en la futura religión islámica.
La base de la revelación, según Mahoma, era un libro guardado
en el cielo que sólo llegaban a conocer los puros. El propio Maho
ma no llegó a leerlo personalmente, pero se le recitó en bloque en
el momento de la primera revelación y lo olvidó. Posteriormente,
Dios, en la más pura lengua árabe, le fue recordando, a lo largo de
veinte años, los fragmentos que le eran necesarios en cada momento,
por medio de un espíritu o de los ángeles. Ese libro es el Corán (del
siríaco "qeryana", que significa predicación, lectura en voz alta).
Desde el principio, pues, aparecen diferencias notorias entre el
Corán y la Biblia hebrea: el Corán está compuesto por una serie de
aseveraciones de difícil ordenación -sus 114 capítulos o azoras se
disponen en general de acuerdo a su extensión-, que expresan la
34
sabiduría de Alá. La Biblia hebrea es un texto narrativo que com
pendia la historia del pueblo elegido por Dios.
La misión de Mahoma era restaurar la auténtica religión, que ha
bía sido distorsionada o descuidada por otros pueblos -judíos y cris
tianos-, a los que se había llevado el mensaje monoteísta de Alá.
La tradición islámica considera que los profetas de la Torá judía
y el Jesús de los evangelios forman parte de la misma cadena de la
actividad divina que garantiza la existencia de una guía a lo largo
del curso de la historia. Mahoma es presentado como el último
profeta de la cadena, enlazado con el primer gran patriarca anti
guo, Abraham (Ibrahim).
La vida de Mahoma en los primeros tiempos de su predicación
en La Meca estuvo repleta de dificultades. Sólo la protección de
sus parientes le puso a resguardo durante un tiempo de las intrigas
y amenazas de sus enemigos. Tras la muerte de su tío Abu Talib y
de su esposa Jadiya se intensificaron las amenazas contra él y sus
primeros seguidores.
En su vida no faltaron los hechos más extraordinarios, como
uno, recogido en el Corán, cuya trascendencia llega a la actuali
dad: el viaje nocturno del Profeta en compañía del arcángel Ga
briel desde La Meca hasta "la mezquita más remota", en donde
rezó con un grupo de profetas ya fallecidos, para desde allí ascen
der a los cielos a la presencia del señor y regresar posteriormente
a La Meca. La identificación de "la mezquita más remota" con la
ciudad de Jerusalén traerá profundas consecuencias políticas y re
ligiosas.
Al tiempo que la situación de Mahoma y sus primeros seguido
res se hacía insostenible, ocurrieron unos sucesos políticos com
pletamente imprevistos. Los habitantes de una ciudad cercana,
Yatrib, divididos por las querellas internas entre dos grandes tri
bus árabes, los "aws" y los "jazrach", se dirigieron a Mahoma
buscando un mediador. Éste, para asegurarse un mínimo respaldo
en las tribus en las que iba a residir, nombró doce consejeros. Co
mo señala Juan Vernet "es curioso ver cómo el número doce apa
rece como idóneo para las juntas consultivas o ejecutivas en las
35
Viena
•
El Imperio Musulmán
o 500 1.000 km
36
4
ti
Bujara
• •
Balj
Kabul
Mar
de
Arabia
37
más variadas ocasiones: las doce tribus de Israel, los doce após
toles... "
38
La Meca, que duró ocho años, Mahoma coronó su trayectoria
conquistando su ciudad natal e instaurando en ella la fe musul
mana.
En ese punto, la vida de Mahoma ya contiene diferencias signi
ficativas con las de sus predecesores, Moisés y Jesús, según nos
los presentan las obras escritas por sus seguidores. A Moisés no se
le permitió entrar en la tierra prometida, y Jesús fue crucificado y
sus seguidores peOrseguidos; Mahoma, por el contrario, conquistó
su propia tierra prometida y alcanzó en vida la victoria y el poder:
en su calidad de apóstol de Dios propagó y enseñó la revelación re
ligiosa que había recibido, pero en su calidad de jefe de la comu
nidad de creyentes musulmanes (Umma) promulgó leyes, declaró
la guerra y firmó la paz.
Esta segunda faceta política, le acerca no obstante más a la figura
de Moisés que a la de Jesucristo, líder exclusivamente espiritual.
También algunos aspectos de su existencia muestran paralelis
mos con el jefe judío: tanto Moisés como Mahoma recibieron la
revelación que, en ambos casos, se conserva en un libro. La huida
a Medina, a través del desierto, tiene semejanzas con el largo via
je de Moisés por el Sinaí. También su caudillaje victorioso y, fi
nalmente, la muerte feliz y la ascensión al cielo señalan
semejanzas entre ambas personalidades.
Las circunstancias políticas y sociales en las que se gestaron la
religión judía y la islámica fueron no obstante bien diferentes. Co
mo señala David Waines: "Los judíos habían recibido la Alianza de
Dios mucho antes de experimentar su realización en el reino terre
nal de Israel. Gran parte de las características esenciales de la tra
dición entraron a formar parte del pensamiento judío después de la
pérdida del poder terrenal, pérdida que entonces tuvo que ser ex
plicada y racionalizada por los rabinos. De igual forma, los cris
tianos formaron gran parte de su pensamiento durante el largo
período de impotencia política, previa al reconocimiento de Cons
tantino. El Islam, por el contrario, pasó rápidamente de ser una di
minuta comunidad en Arabia a convertirse en un gran imperio,
seguro de que su derecho a dominar procedía de la divinidad".
39
La religión islámica será la que genere la constitución del nue
vo estado. La Ley coránica precede a la organización política, y re
gulará todos los aspectos de la vida pública y privada, convirtiendo
al gobernante también en jefe espiritual. Estas peculiaridades per
manecen latentes de una u otra forma en los tiempos actuales.
A la muerte de Mahoma le sucedieron Abu Bakr, Umar, Utmán
y después Alí. Esta generación de jefes dirigió entre los años 632
y 661 la primera etapa de expansión musulmana por regiones muy
alejadas de la Península Arábiga.
En las principales obras históricas musulmanas a los primeros
líderes se les denomina "los califas rectamente guiados". Esta ge
neración de dirigentes, formada por amigos o parientes de Maho
ma, fue testigo de momentos de éxitos emocionantes, pero también
de los primeros traumas causados por las divisiones internas, una
circunstancia que ha marcado continuamente la trayectoria políti
ca del mundo árabe.
Abu Bakr fue uno de los primeros conversos y el consejero más
escuchado por Mahoma. Después de someter varias rebeliones po
lítico-religiosas, consiguió desplazar a las tribus hacia el norte, en
busca de las riquezas de los dominios bizantinos. Uno de sus ejér
citos saqueó Palestina, entonces en poder de Constantinopla.
Los bizantinos, a pesar de la presión popular representada por el
patriarca de Jerusalén, Sofronio, no se decidieron a un ataque ge
neral y permitieron que las fuerzas árabes reagrupadas bordearan
el Mar Muerto desde Transjordania y, pasando por la costa occi
dental, avanzaran hacia Jerusalén.
El ejército bizantino, mandado por el hermano del emperador
Heraclio, fue vencido en la batalla de Achnadayn en junio del año
634 entre Jerusalén y Gaza, y el general derrotado corrió a refu
giarse a Damasco. Como sucedería mil trescientos años más tarde,
la movilización árabe, que se había gestado en la profundidad de
los desiertos de Arabia, se consolidaba al conquistar las grandes
ciudades cercanas al Mediterráneo.
La mayoría de los habitantes de Palestina y Siria se convirtieron
progresivamente a la fe del Islam y comenzaron a utilizar el árabe
40
Una página del Corán, del siglo XI, escrito en cúfico
41
como su lengua propia, iniciando una nueva etapa histórica que
durará más de mil años.
Las tradiciones aseguran que antes de morir, Abu Bakr dictó un
testamento en el que nombró su sucesor a Umar b. al-Jattab. La
conquista de Palestina y Siria puede considerarse como el resulta
do indirecto de una iniciativa de Mahoma, pero no ocurre lo mis
mo con la siguiente fase de expansión, a Egipto y Persia, en la cual
las luchas internas, las dificultades para ejercer un control directo
de las operaciones cada vez más alejadas de La Meca, y la propia
iniciativa de los generales crearon situaciones que a menudo el go
bierno central se limitó a confirmar.
El disgusto del califa Umar por algunas de estas iniciativas fue
palpable. También resultó evidente su creencia de que los nuevos
conquistadores no estaban capacitados para administrar el imperio
que se estaba formando, razón por la cual mantuvo en sus puestos
a los funcionarios bizantinos y sasánidas que, durante un largo
tiempo, siguieron llevando sus cuentas en griego y arameo.
Desde el punto de vista político-religioso, Umar fue quien esta
bleció el Islam como religión y como estado sobre unas bases tan
sólidas que han llegado hasta nuestros días. Lo básico de esta tarea
estaba terminado cuando Umar fue asesinado, apuñalado por un
siervo en el mercado de Medina, en circunstancias nunca aclaradas.
En la etapa de su sucesor, Utmán, los ejércitos árabes se mo
vieron en todas las direcciones hacia las fronteras de la India,
Turquía, el Cáucaso y las fértiles llanuras del Valga, en una con
frontación general con Bizancio y Persia.
Desde el punto de vista religioso, Utmán fue, según al tradición,
el califa que ordenó la recapitulación completa de los textos del
Corán. Ese "Corán oficial", convivió no obstante durante bastante
tiempo con diversas interpretaciones no canónicas.
A Utmán se le presentaron problemas que no habían tenido nin
guno de sus predecesores. La inestabilidad interna fue grande, tan
to en la misma Medina, donde los partidarios de Alí, primo y yerno
de Mahoma, no dejaban de reclamar sus derechos, como en los
nuevos territorios conquistados.
42
Después de las impresionantes y rápidas conquistas llegó el mo
mento de hacer una pausa, y este paréntesis empujó a la superficie
las ambiciones y frustraciones de unas familias que en un espacio
de tiempo ínfimo habían pasado de dirigir unas tribus perdidas en
el recóndito desierto de Arabia a gobernar un imperio. El resulta
do fue una serie de devastadoras guerras civiles. En esos momen
tos de esplendor, como en otros posteriores no tan rutilantes, las
divergencias se impusieron a los lazos de unión.
A comienzos del año 656 un grupo de amotinados del ejército
de Egipto asesinó al califa Utmán en sus propios aposentos. Por
primera vez, y desde luego no sería la última, un califa musulmán
era asesinado por otros musulmanes.
Los rebeldes nombraron califa a AJí, primo y yerno del profeta,
ya que se había casado con su hija Fátima. Alí contaba con el apo
yo de muchos musulmanes decepcionados, que esperaban un nue
vo régimen más cercano al verdadero mensaje de Mahoma. Los
seguidores de Alí recibieron el nombre de "partido de AJí",
(shi' al' AJí), o simplemente shiíes. Hoy en día, los shiíes, o chiítas,
suponen aproximadamente el 10% de la comunidad musulmana,
constituyendo la mayoría de la población en Irán y en las regiones
meridionales del Líbano e Irak.
El principal rival de Alí era el gobernador de Siria y sobrino del
califa recién asesinado, Muawiya. Tras cinco años de reinado, ca
racterizados por luchas continuas, el propio AJí pereció asesinado,
esta vez no por un grupo de soldados rebeldes, sino por un único
asesino enviado por una secta religiosa radical. Se había sentado
un segundo precedente de suma importancia histórica.
Tras el asesinato de AJí, Muawiya se alzó con el poder. Con él,
se produjo un cambio político radical, al desplazar el centro polí
tico del imperio desde Arabia a Damasco. Su califato inició una
nueva dinastía, la de los Omeyas, que se mantendrá en el poder du
rante casi un siglo.
El establecimiento del nuevo Imperio puso fin al largo conflic
to existente entre Bizancio y Persia y, por primera vez desde los
tiempos de Alejandro Magno, se unificó toda la región.
43
La situación de otras comunidades, como los judíos, que había
empeorado bajo los señores sasánidas en Persia y los emperadores
cristianos en Bizancio, mejoró con la instauración del Estado mu
sulmán.
Los califas omeyas actuaron mediante una serie de compromi
sos que les permitieron mantener cierto grado de unidad, a fin de
continuar y ampliar las conquistas, establecer el núcleo de una ad
ministración y una cultura imperiales. y ello, hasta cierto punto, a
costa de una disolución del mensaje primitivo del Islam.
El prestigio de la autoridad religiosa y los vínculos de leal
tad impuestos por la religión se habían debilitado en las luchas
civiles y los califas encontraron un sucedáneo en la creación de
un "reino árabe", en el cual sólo los árabes podían disfrutar del
poder.
Uno de los sucesores de Muawiya, Abd al-Malik adoptó una de
cisión cuyas consecuencias llegan hasta hoy: escogió el Monte del
Templo, en Jerusalén, el lugar de alguno de los episodios más sa
grados de la religión judía -y de la cristiana-, donde se alzó el tem
plo de Salomón y donde según la tradición Abraham preparó el
sacrificio de Isaac, para construir un centro ceremonial musulmán.
La Cúpula de la Roca, edificada sobre la roca desde la que según
la creencia Mahoma fue llevado al cielo, es, junto a la mezquita al
Aqsa, anexa a ella, la primera gran construcción religiosa dedica
da a la nueva fe. La elección de Jerusalén no podía ser más signi
ficativa y el carácter polémico del santuario se ve reforzado por la
elección de los versículos coránicos y de otras inscripciones que
decoran el interior. Por ejemplo, uno que se repite una y otra vez:
"Dios es único, no tiene asociado ni amigo", en relación clara con
la doctrina cristiana de la Trinidad.
La nueva edificación simboliza el final de una etapa de titubeos
y préstamos de otras doctrinas. En ella se expresa la relación exis
tente entre el Islam y las religiones anteriores, judía y cristiana, y
se afirma la nueva revelación divina que ha venido a corregir sus
errores y a reemplazarlos.
Desde hace mil trescientos años, Jerusalén es una ciudad santa
44
para los musulmanes, la tercera tras La Meca y Medina, además de
para los judíos y también para los cristianos, que ven en la cruci
fixión de Jesús en el Gólgota y en su posterior resurrección, la re
dención de la humanidad. Semejante carga emotiva evidencia las
dificultades actuales para encontrar una solución al contencioso
sobre esta ciudad tan singular.
45
-------�
Segunda parte
EL MUNDO MODERNO
Capítulo III
49
Lenta e inexorablemente, el poderío de los pueblos cristianos se
afianzaba, arrinconando cada vez más a una civilización orgullosa
y hasta ese momento pletórica de poder.
A partir de entonces, la reflexión en el mundo musulmán se
plantea en unos términos completamente novedosos. Se trata de
analizar las razones de la superioridad, no sólo militar, del mundo
cristiano, y de realizar los cambios necesarios para recuperar la
fuerza perdida. Este debate se mantiene vivo hoy en día.
A lo largo del siglo XVIII, la evidente debilidad del Imperio Oto
mano, que agrupa a una parte del antiguo Imperio musulmán, agu
diza esta crisis general. Tanto las élites musulmanas más
perspicaces como las potencias europeas son conscientes de que su
civilización está aquejada de una profunda enfermedad.
De forma espontánea surgen entonces movimientos que pretenden
poner remedio a semejante situación, como el wahhabí, que, pese a sus
elementos puritanos y fanáticos, representa un ideal reformista basado,
como los intentos posteriores, en el retorno a los orígenes del Islam.
Occidente, por su parte, también ha puesto sus ojos en ese mun
do oriental que renquea y empieza a instalarse en sus tierras de la
mano de instituciones educativas cristianas, que sirven para pro
mocionar a las minorías cristiano-judías. Francia y Gran Bretaña
utilizarán estas instituciones como instrumentos de influencia, ya
que las minorías están llamadas a ser sus intermediarios en las re
laciones comerciales y políticas con una zona estratégica, por ser
vir de enlace con la gran expansión colonial en Asia.
La implantación no se realiza de forma aleatoria. Como indica
Carmen Ruíz Bravo, "es en el Líbano, en el que durante tanto tiem
po existiera un reino franco, donde el cristianismo occidental esta
blece sobre todo sus enclaves".
Finalmente, otra tendencia más se expande en Egipto, influida
por el pensamiento liberal europeo, en la que se formará la futura
élite nacionalista del país.
Este universo inestable y en proceso de transformación recibe a
finales del siglo XVIII una tremenda descarga que originará un ra
dical cambio de mentalidades: la llegada de Napoleón Bonaparte a
50
Primer asalto otomano del ejército de Solimán el Magnífico a la ciudad de
Viena, en 1529
51
Egipto y Siria; la primera expedición militar occidental al corazón
de Oriente Próximo desde los tiempos de las cruzadas.
La expedición napoleónica contribuyó de manera esencial a la
difusión de las ideas de la revolución francesa y evidenció ante
los pueblos islámicos que una potencia cristiana podía ocupar sin
apenas dificultad territorios del corazón mismo del Islam. Por
otra parte, la retirada de la fuerza expedicionaria -tras la inter
vención británica- puso de manifiesto que el restablecimiento del
orden anterior sólo podía deberse a la acción de otra potencia oc
cidental.
El choque brutal con el occidente equivale al reconocimiento de
la aplastante superioridad de Europa en el ámbito técnico, cultural,
militar y político. Los interrogantes a partir de entonces ya no pue
den soslayarse.
Los principios de la Revolución Francesa fueron recibidos de
forma desigual en Oriente Próximo. El liberalismo tenía a su favor
el hecho de que no se trataba de una formulación ideológica que se
expresara en términos cristianos -para muchos era por el contrario
anticristiano- lo cual facilitó una recepción menos susceptible por
parte de los eruditos musulmanes.
Los conceptos de Igualdad y Fraternidad pudieron ser asimila
dos con una cierta facilidad, ya que tenían sus equivalentes en las
creencias orientales. Sin embargo, el otro criterio básico, el de Li
bertad, planteó mayores problemas. En la tradición musulmana, lo
contrario de la tiranía no es la libertad, sino la justicia, una obli
gación del gobernante más que un derecho del gobernado.
Otro concepto también nuevo y que desencadenará consecuen
cias profundas es el de nación. En el Islam, la idea más cercana es
la de Umma, la comunidad universal de los creyentes musulmanes,
algo muy diferente de lo que contaban ahora los occidentales.
La suma de patriotismo y nacionalismo, como rasgos de perte
nencia territorial, que sustituían a la noción de religión como de
terminante de la autoridad, supuso un cambio drástico en el
horizonte colectivo de los pueblos de Oriente Próximo.
En aquellos momentos, las comunidades del Imperio Otomano
52
estaban integradas en lo que se denominaba "millet" (colectivo
religioso-político), definido por su adhesión a un determinado
credo.
Básicamente existían cuatro "millet": el musulmán (que inclu
ía a gentes de habla turca, árabe, kurda y otras minorías); el grie
go, el armenio y el judío, todos ellos con diferentes grupos en su
seno.
El impacto de las nuevas ideas europeas engendrará fórmulas
nacionalistas en cada una de las cuatro comunidades, incluso en la
judía, la más pequeña y más afecta al poder turco. El nacionalismo
árabe y el judío comenzaron pues a desarrollarse en paralelo como
hijos de un mismo tiempo y espíritu.
El impacto de lo que llamamos "mundo moderno" en la cultura
árabe y la judía abrirá una crisis aguda en ambas, y las respuestas
que desencadenen estos acontecimientos tendrán, curiosamente, no
pocos elementos semejantes.
Tanto para los pueblos islámicos como para el judío el gran reto
consiste en encontrar un punto de equilibrio entre los pilares esencia
les de sus respectivas culturas y el nuevo racionalismo que se impone
desde Europa. Dicho de otra forma, se trata de saber si es posible ser
al mismo tiempo musulmán y moderno o judío y moderno.
53
-------
54
cias". Y, años después, en 1904, un cristiano de origen sirio-palesti
no, Nayib Azuri, fundador de la Liga de la Patria árabe, siembra las
semillas de un planta que fuctificará con el paso del tiempo.
En vísperas de la 1 Guerra Mundial, no obstante, el nacionalis
mo árabe apenas se ha asentado en pequeños grupos en Líbano,
Siria e Irak. El único antecedente práctico es el protagonizado por
Mohammad Alí en Egipto que, pese a haber sido enviado inicial
mente por el sultán para defender Egipto de Napoleón, luchará por
un autogobierno casi total para Egipto, movilizando fuerzas ex
clusivamente locales. La actitud de Alí de buscar la emancipación
en un sólo país, frente a las corrientes que propugnan la creación
de una gran nación árabe unida, tendrá numerosos seguidores en el
futuro.
55
primero por propia iniciativa y después de forma impuesta, vivie
ron durante siglos.
La gran figura que aborda de frente la relación judaísmo-racio
nalidad es un hombre muy respetado por los suyos, Moisés Men
delssohn (1729-1786), un filósofo alemán de primera fila, abuelo
del célebre compositor y amigo de Lessing. Durante mucho tiem
po, Mendelssohn será considerado una especie de mesías moderno
por muchos judíos alemanes.
Mendelssohn quiso ser moderno y judío a la par, e impulsó una
renovación de la lengua y la literatura hebreas, además de un sis
tema educativo que incluyera los contenidos de la cultura profana.
Su traducción del Pentateuco al alemán, impresa en caracteres he
breos, se hizo pronto popular, sobre todo para aprender alemán.
Mendelssohn y los ilustrados judíos apenas sintieron interés por
un estado judío propio. Para este grupo, las normas sociales y po
líticas de la Torá están condicionadas por el tiempo y la restante
ley ceremonial judía no constituye un problema ni para el estado
ni para la iglesia contemporánea.
Las ideas de la nueva era acarrearán consigo novedades insos
pechadas. La declaración de los derechos del hombre en Francia
convierte por primera vez a los judíos en ciudadanos de primera
clase, aunque eso sí, individualmente, no como colectivo. El pro
pio Napoleón afirmará que le interesa hacer de los judíos "leales
ciudadanos franceses de confesión mosaica".
El reconocimiento de estos derechos se generaliza en las na
ciones emergentes, envueltas en un clima de fervor por las nuevas
ideas, como el Piamonte, e incluso Alemania, tras la revolución de
1848.
En Estados Unidos, otro país nacido al calor de las nuevas ideas
de la revolución, los judíos habían conocido desde el principio la
peculiaridad de vivir como ciudadanos libres. Por primera vez en
siglos, los judíos parecían entrar en una era que desterraba las mar
ginaciones y persecuciones.
Sin embargo, el panorama no era tan optimista en todos los lu
gares. En el Imperio zarista que, tras la anexión de Polonia, con-
56
Teodoro Herzl, a finales del siglo XIX
57
centraba a dos tercios de la población hebrea europea, los avances
fueron muy limitados. Como consecuencia de ello, la ilustración
judía fue en estos territorios la perdedora frente a las corrientes or
todoxas, temerosas de que las nuevas ideas condujeran a los ma
trimonios mixtos, la apostasía y la autodisolución.
La corriente reformista llega a un punto culminante en Estados
Unidos, donde sintetiza sus puntos de vista en 1885, en el congre
so de Pitsburgh. En él se define al judaísmo como una religión
"progresista", que tiende a estar de acuerdo con las exigencias de
la razón.
Semejante postura exige desprenderse de todas las leyes, sobre
todo las referentes a alimentación y pureza, que "no están en con
sonancia con la mentalidad y costumbres de la civilización moder
na". Desde el punto de vista político, la posición del Congreso es
concluyente: "Dejamos de considerarnos -afirma- como una na
ción, y nos vemos como una comunidad religiosa. Por consiguien
te, ni esperamos una vuelta a Palestina, ni un culto sacrificíal bajo
los hijos de Aarón, ni la restauración de alguna de aquellas leyes
que se refieren a un estado judío".
Este profundo y a menudo desgarrador debate se produce en el
interior de la comunidad judía de forma simultánea a una serie de
iniciativas de las grandes potencias que les afectarán profunda
mente.
En 1840, el ministro británico liberal Palmerston ha enviado
una nota al cónsul de Su Majestad en Jerusalén en la que le comu
nica su obligación de favorecer todo lo posible el asentamiento de
judíos en la zona.
Por entonces se está gestando la creación de un reino judío en
Palestina, sometido al sultán otomano, pero bajo protección britá
nica. Como señala Miguel Angel Bastenier, "la idea de revivir el
antiguo reino de Israel había nacido en medios anglicanos, porque
la religión reformada, con su estudio de la Biblia, su énfasis en una
comunicación directa del fiel con Dios, sin pasar por una iglesia
tan estructurada como la católica, retiene una conexión espiritual
con el mundo judío".
58
Para el imperialismo británico, entonces en pleno auge y con
necesidad de eslabones de enlace entre territorios repartidos por
todos los continentes, la creación de puertos de apoyo en el Medi
terráneo oriental era una necesidad esencial. Sobre todo cuando to
dos atisban el inminente reparto del Imperio Otomano.
Un movimiento en el seno del mundo judío sintonizará con los
planes imperiales británicos: el sionismo.
Sionismo es una palabra reciente, acuñada por Nathan Birnbaum
en su revista Selbsemanzipation (Autoemancipación). El sionismo no
es originariamente una reacción al antisemitismo radical, más bien
hay que contemplarlo en el contexto de la ilustración (haskalá) judía,
y en el de las ideas étnicas románticas y de emergencia del naciona
lismo de los pueblos europeos en el siglo XIX.
59
"propia". De hecho, inicialmente, Pinsker pensó que el hogar judío
debería instalarse en tierras despobladas de América.
La movilización de ideas del sionismo se tradujo no obstante en
la primera "aliya" o emigración a Israel. Veinticinco mil judíos que
no querían esperar más, llegaron a Palestina en este primer trasla
do, aunque los nuevos establecimientos sólo lograron resistir gra
cias a la ayuda económica de un magnate comprometido con el
movimiento, el barón Edmond James Rothschild. Por primera
vez, el choque entre la comunidad judía y la árabe dejaba de ser
una mera especulación para convertirse en una hipótesis sobre el
terreno.
La labor de Pinsker fue continuada por el hombre que se con
firmó como el padre efectivo del movimiento sionista: un judío
nacido en Budapest llamado Theodor Herzl (1860-1904). De su
pluma salió en 1896 un opúsculo que continúa considerándose el
germen del actual Estado de Israel: el Estado Judío.
En principio, tampoco Herzl consideró la vuelta a Palestina
por razones religiosas, la vuelta a la "Tierra de Israel". Su visión
era política, puesto que exigía la creación de un Estado, y porque
los medios propuestos eran fundamentalmente políticos y diplo
máticos.
En 1897 Herzl reúne en Basilea el primer congreso Mundial
Sionista. En el programa aprobado figura la "creación de un hogar
para el pueblo judío", concretamente -y aquí tuvo que transigir
Herzl- "en Palestina".
Desde el principio, el movimiento sionista estuvo sometido a
fuertes presiones internas: los judíos rusos llegaron a acusar a
Herzl de traición en el congreso de 1903, cuando defendió el esta
blecimiento del Estado de Israel en U ganda, entonces posesión bri
tánica, como una manera de encontrar una solución inmediata a la
persecución de los zares. En aquellos momentos, el Gobierno bri
tánico llegó a ofrecerle 15.000 kilómetros cuadrados para realizar
su plan y también se barajó la posibilidad de comprar la Patagonia
argentina.
Herzl sostuvo una actividad frenética ante los Gobiernos britá-
60
nico, ruso, turco, italiano y alemán, con el fin de obtener su apo
yo, que consideraba imprescindible, para la creación de un nuevo
estado.
El año de la muerte de Herzl (1904), tras los "programas" en
Rusia y Polonia, y cuando los partidarios de la colonización inme
diata habían ganado terreno, se desarrolló la segunda "aliya". En
1906 se crea la primera escuela superior, en Jaffa, y la Academia
de Bellas Artes, en Jerusalén. Poco después se forma el primer kib
butz -comunidad colectiva-, pero también la primera organización
judía de autodefensa: "Hashomer" (El Guardián).
Entre 1900 y
1914 el número de colonias sionistas en Palestina
creció de 22 a 44. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, Pa
lestina cuenta con unos 700.000 habitantes, de los cuáles 550.000
son árabes musulmanes; unos 50.000 árabes cristianos, además de
80.000 judíos, trece mil de ellos colonos.
En sólo treinta años se había más que triplicado la población he
brea, pero además de la magnitud de las cifras, lo importante es
que una parte de esos judíos son sionistas, es decir, activistas con
orientaciones políticas muy concretas.
Uno de ellos será David Ben Gurion, de origen polaco, que, co
mo tantos otros, no emigra desde el centro de Europa en busca de
mejoras económicas, sino, más bien al contaría, abandona su esta
tus de clase media para convertirse en agricultor, la máxima ex
presión del retorno a su tierra.
61
La Gran Guerra fue esencialmente una confrontación europea,
entre los países de la llamada Entente (Francia y Gran Bretaña) y
los Imperios Centrales (Alemania y Austria-Hungría), pero el
Oriente Próximo desempeñará un papel importante en el desarro
llo del conflicto.
Tras el asesinato de los archiduques Francisco Fernando y Sofía
en Sarajevo, en junio de 1914, los dos bandos en litigio inician un
trepidante juego de ofertas al Gobierno otomano para ganarse su
apoyo o bien su neutralidad.
La evidencia de que Berlín y Viena no tienen ningún interés es
pecial en desmembrar los dominios turcos, en los que Alemania es
tá haciendo fuertes inversiones, induce finalmente al Gobierno
turco a sumarse a la guerra. Desde ese momento, el nacionalismo
árabe y el judío se convierten en aliados objetivos de la política
francesa y, sobre todo, británica.
Gran Bretaña es la potencia más activa en el área, sobre todo
desde que en 1882 Londres se hace con el control del canal de
Suez y, de paso, ejerce el protectorado sobre Egipto, nominalmen
te sometido al Imperio Otomano.
El canal de Suez -un estrecho paso marítimo de ciento ochenta ki
lómetros de largo, excavado en el desierto egipcio para unir el mar
Rojo con el Mediterráneo- es una vía esencial para Londres, ya que
a través de él se realiza la conexión más rápida con La India.
Los británicos acometerán enormes esfuerzos para rodear esta vía
de comunicación de una amplia zona bajo su control: al oeste la lla
ve del canal la tiene Egipto; al este el territorio clave, Palestina.
Esa opción es, no obstante, sólo una parte del complicado rom
pecabezas en el que se han convertido las necesidades de un impe
rio que abarca territorios de todos los continentes. Antes debe
atornillar uno de sus ejes de comunicación, Gran Bretaña debe ga
nar la guerra y para ello necesita a los árabes.
En la segunda mitad de 1915, el representante británico en
Egipto, Henry Mac Mahon entra en contacto con el jefe de uno de
los reinos feudales de la península arábiga, que mantiene un alto
grado autonomía con respecto a los turcos: Hussein, señor del
62
Estambul, capital del Imperio Otomano
63
Hedjaz, Jerife de La Meca y los santos lugares y por tanto con un
importante prestigio moral y político.
En una carta del 24 de octubre, Mac Mahon promete a Hussein
un reino árabe independiente en casi toda la extensión asiática del
Imperio Otomano (las actuales Irak, Siria, Jordania y parte de la
Península Arábiga), si bien con algún tipo de conexión institucional
con Gran Bretaña. En apariencia, Palestina entra dentro de lo ofreci
do a Hussein, aunque en la carta, al mencionar a Jerusalén se habla
de "garantizar su inviolabilidad contra la agresión exterior", lo que
parece aludir a algún tipo de estatuto especial para la ciudad.
La diplomacia británica cuya habilidad causa admiración en
tiempos antiguos y actuales acaba de poner en marcha un lenguaje
calculadamente ambiguo por primera vez, pero no será la última.
En el transcurso de la Primera Guerra Mundial, la mayor parte
de la población árabe permanecerá fiel al Gobierno turco, si bien
los dos grupos nacionalistas árabes, el de ideología más tradicio
nal, casi feudal, encabezado por Hussein, y los dirigentes del mo
derno nacionalismo, situados sobre todo en Irak, Siria y El Líbano,
verán en la confrontación bélica una ocasión que no pueden desapro
vechar.
Paralelamente a estos acuerdos que son sobre todo una declara
ción de intenciones, los británicos se han apresurado a abrir tam
bién negociaciones, por supuesto secretas, con los dirigentes
sionistas. Uno de sus más relevantes dirigentes es Chaim Weiz
mann, un judío asimilado originario del este de Europa, perfecto
gentleman, que profesionalmente se dedica a investigaciones sobre
la aplicación de la síntesis de la acetona. Esta ocupación con usos
muy importantes en los materiales explosivos le permite colaborar
con el Gobierno británico en el esfuerzo de la guerra.
Weizmann, dotado de una fuerte personalidad y opuesto a Herzl
cuando éste propuso la colonización de Uganda, disponía de un
amplio abanico de relaciones entre los que serán personajes de pri
mera fila del gobierno de Su Majestad: Herbert Samuel, primer ju
dío no converso que llegará a ministro en Gran Bretaña y LLoyd
George, entonces ministro de Hacienda y futuro Primer Ministro.
64
RUSIA
Mar
R.Dallubio
'Tj
Bujara
•
• Samarcanda
EGIPTO
(Protectorado
Británico, 1882)
O�.,:..
Mar
de
Arabia
o 500 1.000 km
65
En su primer gobierno, formado tras su designación en diciem
bre de 1916, Lloyd George nombra titular de Relaciones Exterio
res a Arthur J. Balfour, cuyo nombre quedará unido para siempre
al desarrollo del conflicto árabe-israelí.
En aquellos momentos, en plena guerra, Londres tiene interés
en atraerse la alianza sionista, como medio de empujar a la pode
rosa comunidad judía norteamericana a la participación de su país
en al guerra, además de como un elemento de propaganda interna
en Alemania y Austria-Hungría, donde los judíos servían por miles
en los ejércitos de sus respectivos países.
Los británicos, sin embargo, no estaban dispuestos a dejar fue
ra de su sombrero ninguna posibilidad que les pudiera resultar in
teresante y, así, simultáneamente, inician la negociación de un
tratado, esta vez más importante, con Francia, su aliada principal,
ese mismo año. Los llamados "acuerdos Sykes-Picot", por el nom
bre de los dos diplomáticos que los firmaron, consagraban el futu
ro reparto del Imperio Otomano entre ambas potencias una vez
acabada la guerra.
Por ellos, Francia se reservaba lo que es actualmente Siria y Lí
bano, más las zonas petrolíferas de Mosul, en el norte de Irak. Pa
ra Gran Bretaña serían el sur de ese territorio, más Jordania.
Palestina debía ser una zona internacional, con los puertos de Hai
fa y Acre bajo control británico.
En ese punto del conflicto, los británicos habían negociado a
varias bandas con todos los aliados posibles, ofreciendo generosa
mente a unos y otros territorios que no eran de su propiedad.
En junio de 1916 se inicia la revuelta árabe contra los turcos, en
la que participarán directamente dos hijos de Hussein, Faisal y Ab
dullah, contando con la ayuda británica. Entre otros tomará parte
esencial en ella un hombre que se convierte enseguida en una le
yenda romántica, aún viva: Lawrence de Arabia.
Por medio de operaciones guerrilleras y avances a través del
desierto, la improvisada fuerza árabe consigue dominar el territo
rio comprendido entre el sur de Arabia y Damasco. En esta ciudad
entrará al frente de un grupo de seguidores Faisal en octubre de
66
Lawrence de Arabia en Versalles
67
1918. En las afueras acampa el grueso del ejército británico del ge
neral británico Allenby. Como ocurrió siglos atrás, la movilización
árabe surge de nuevo de la profundidad de los desiertos de Arabia
para avanzar hacia las ciudades del Mediterráneo.
La revuelta tendrá sobre todo un valor religioso, dado que el
sultán turco había lanzado la "yihad" (Guerra Santa) contra britá
nicos y franceses, mientras que era ahora ni más ni menos que
Hussein, el Jerife de La Meca, quien obraba en contra de esa or
den.
A finales de año, Hussein se proclama "Rey de los Árabes", pe
ro Londres sólo le reconoce como rey de una parte de la penínsu
la de Arabia, el territorio llamado "El Hedjaz".
Si Hussein había unido sus destinos a los de Gran Bretaña y
Francia, otro tanto había hecho, desde el lado sionista, Weizmann:
el nacionalismo árabe y el sionismo crecían en paralelo, al calor de
los mismos acontecimientos.
En octubre de 1917, Weizmann espera ansiosamente que se ha
ga efectiva las promesas del Gobierno británico acerca de un com
promiso formal sobre un futuro Estado judío.
La respuesta sin embargo no será una nota oficial, sino una car
ta enviada por Balfour al banquero judío Edmund Rothschild. La
misiva decía lo siguiente:
"El gobierno de Su Majestad, contempla favorablemente el es
tablecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo ju
dío, y hará lo que esté en su mano para facilitar la realización de
este objetivo, haciendo constar, sin embargo, que no se hará nada
que pueda causar perjuicio a los intereses civiles y religiosos de las
comunidades no judías que moran en Palestina, o a los derechos y
el estatuto político del que gocen los judíos en cualquier otro país".
Lo que en adelante se llamará la Declaración Balfour llevaba al ex
tremo la maleabilidad semántica.
La reacción de Weizman no es demasiado alegre en un primer
momento: en la declaración no se hablaba de "restablecer", un tér
mino tan querido por los sionistas que basaban su actual reclama
ción en derechos históricos, sino de establecer. Tampoco se trataba
68
DESMEMBRAMIENTO DEL IMPERIO OTOMANO
1000 km
� Francia
O. . .
Nacimiento de nuevos estados
Situación en que quedaron las fronteras en la zona del conflicto, una vez
69
de entregar explícitamente un territorio, sino de crear "un hogar
nacional" judío. Además de que se mencionaba a las comunidades
no judías; es decir, árabes, cuyos derechos debían tenerse en cuen
ta. Cuando más tarde, los árabes conozcan este compromiso secre
to tardarán mucho tiempo en salir de su asombro.
70
duda de que el programa máximo del sionismo debe sufrir modifica
ciones radicales. Un hogar nacional para el pueblo judío no ha de
significar la transformación de Palestina en un Estado judío; ni,
por otra parte, el establecimiento de dicho estado podría llevarse a
cabo sin infringir gravemente los derechos civiles y religiosos de
las citadas comunidades". En sus recomendaciones se establece el
reconocimiento de un nuevo estado, una Gran Siria, en el que es
taría incluida Palestina.
El informe técnico, meridianamente claro, pasa a manos políti
cas y ahí embarranca: los Estados Unidos no tienen ninguna inten
ción de enfrentarse con los británicos por un asunto como éste, que
apenas les concierne. Al fin y al cabo, Washington busca todavía
su sitio en la esfera internacional.
En este momento de la historia, la población judía de Palestina
ha descendido a unas 60.000 personas. Los judíos son apenas el
12% del total.
En medio de un tira y afloja, propicio para que aparezcan los
planes más extravagantes, tienen lugar una serie de contactos que
aún continúan siendo objeto de polémica. La parte sionista alude a
una entrevista entre Weizmann y Faisal en Jerusalén, en la que am
bos se habrían comprometido a trabajar conjuntamente por la con
solidación de sus respectivas reivindicaciones. Fuentes árabes
afimarán, diez años después, no recordar nada de aquella reunión.
Los intentos desesperados de Faisal por modificar las condicio
nes del reparto entre el Gobierno británico y el francés se saldan
finalmente con un rotundo fracaso. Faisal vuelve a Damasco en
enero de 1920 con las manos vacías.
La desmembración del Imperio Otomano debe iniciarse de in
mediato, pero ni los nacionalistas árabes asentados en Siria y Lí
bano, ni la familia hachemí se conforman con un plan que les deja
fuera de juego. Las peripecias que vendrán a continuación son uno
de los episodios más esperpénticos de la historia moderna, donde
aspirantes a reyes y territorios vacantes tratan de emparejarse en
un puzzle que continuamente se desbarata.
En marzo de 1920 un congreso nacional en Siria proclama la in-
71
dependencia del país y a Faisal como Rey. Su hermano Abdullah
recibe en la misma reunión el reino de Mesopotamia (Irak).
Pero en la propia familia se han disparado las ambiciones y los
celos. El padre, Hussein, continúa aspirando ser rey de todos los
árabes y no se conforma con un pedazo de la Península Arábiga.
Abdullah prefiere, por su parte, la Gran Siria al inhóspito Irak. Las
tropas francesas toman Damasco el 26 de julio. Faisal, humillado,
huye a la casa de su padre en El Hedjaz.
Las potencias van a operar en adelante de acuerdo a una figura
legal llamada "Mandato", que no es sino una fórmula semicolonial
que permite a las potencias un amplísimo margen de maniobra.
La gran transformación no se hace esperar: París tira líneas sobre
los mapas físicos de la región y establece el Mandato del Líbano, en
tidad que separa de Siria y que estará compuesto por la cadena mon
tañosa del interior, de población cristiana, mas la franja costera, de
mayoría musulmana, junto a Beirut. Francia acaba de crear un endia
blado laberinto que en las décadas posteriores se convertirá, según
las circunstancias, en un ejemplo de convivencia multirreligiosa y en
una de las mayores hogueras de Oriente Próximo.
Para organizar semejante batiburrillo se establece, por la cons
titución de 1926, una representación proporcional de las diferentes
comunidades: sunismo, shiísmo, cristianos maronitas, drusos y or
todoxos griegos entre otros. La práctica política distribuirá a par
tir de 1937 un equilibrado reparto de influencias por el cual la
presidencia será ocupada por un maronita, el puesto de jefe de go
bierno por un sunní y la presidencia del Parlamento por un shií. Esta
división estimulará el clientelismo y la identificación de cada comu
nidad religiosa con sus jefes políticos a través de lazos de tipo feudal.
Los diferentes avances hacia un reconocimiento de la indepen
dencia chocan a menudo con los vaivenes políticos franceses has
ta quedar en suspenso por el desencadenamiento de la II Guerra
Mundial.
Algo similar ocurrirá en el otro mandato francés, Siria, sólo que
aquí la situación de partida es mucho más complicada. La forma en
que el ejército ha depuesto a Faisal no es un comienzo precisa-
72
Abd al Aziz Ibn Saud (sentado a la izquierda) fundador del estado de
Arabia Saudí, con otros miembros de su familia, a mediados de 1911
73
mente conciliador, sobre todo teniendo en cuenta que las fuerzas
nacionalistas, muy arraigadas en Damasco, habían elaborado ya
una primera carta magna en la que se declaraba a Faisal monarca
constitucional.
La primera tentativa gala es dividir el territorio tradicional en
cinco unidades más pequeñas más dos territorios autónomos, con
el fin de manejar con mayor comodidad una zona que cuenta con
una fuerte cohesión cultural y política.
Sin embargo, la presión popular impedirá la operación quirúrgi
ca prevista, obligando a la potencia mandataria a establecer una
sola república tutelada. Los años posteriores hasta la Segunda
Guerra Mundial están marcados por continuos encontronazos entre
nacionalistas y franceses, en los que no faltarán momentos de fuer
tes turbulencias.
Si los franceses están organizando sus nuevos territorios en re
públicas, de acuerdos a su propio sistema de gobierno, otro tanto
hará la monarquía británica en los suyos: Londres busca reyes que
se adapten a sus necesidades en inmensas áreas de terreno que es
tán políticamente por definir.
Los cartógrafos de Su Majestad se enfrentan a un trabajo ingen
te a principio de los años veinte cuando crean, a imitación de Fran
cia, su propio laberinto en la cara este del Próximo Oriente, al que
denominan Irak. Como escriben B. López García y C. Fernández
Suzor: "Irak es uno de los países más artificialmente constituidos
y, como tal, de los que con más dificultad va a asumir el nuevo
concepto de estado-nación".
Este nuevo país de mayoría shií, minoría sunní, población kur
da y otros cuantos grupos menores más, será ofrecido por el mi
nistro británico de colonias, el inquieto Winston Churchill, a Faisal
como premio de consolación, tras su frustrado intento por ocupar
el trono de Damasco.
El nuevo rey es proclamado en 1921, unos años antes de que co
mience la explotación de los ricos yacimientos petrolíferos con ca
pitales euro-americanos. Desde el momento de su nacimiento al de
su indep endencia parcial en 1930, los antiguos oficiales del ejérci-
74
to otomano procedentes de la organización nacionalista Al Ahd,
casi todos sunníes, desempeñarán un papel esencial en la actividad
política de Bagdad.
El hermano menor de Faisal, Abdullah, no ha podido esperar
tanto tiempo, y se instala en noviembre de 1920 en el desierto, más
allá del Jordán, con 300 seguidores. El 2 de marzo establece su ca
pital en Ammán, un pequeño enclave de apenas 5 .000 habitantes, a
la espera de recibir el trono de Siria. Pero Churchill, que está ac
tuando como comadrona en este parto múltiple que se desarrolla
del Mediterráneo al Mar Rojo y el Golfo Pérsico, le propone el
nombramiento de emir de una nueva entidad llamada Transjorda
nia, separada de Palestina y bajo protección británica. La capaci
dad de invención británica ha llegado a su momento álgido.
Estos territorios cuentan con apenas 300.000 habitantes, la mi
tad de ellos nómadas, pero ocupan una situación estatégica de pri
mer orden: son un estado tapón ente Palestina y Arabia y un freno
a cualquier tentación expansionista francesa desde Siria.
Las piezas van encajando, algunas de acuerdo a dinámicas in
ternas que manifiestan cierta tendencia a la unidad. Es el caso de
la Península Arábiga, donde las conquistas de un guerrero de le
yenda, Abdelaziz Ibn Saud, jefe político-religioso de la secta wah
habita darán el último gran disgusto de su vida al padre de la
familia hachemita, Hussein, al invadir su reino del Hedjaz y unifi
car casi toda la península con el nombre de Arabia Saudí, en 1932.
Un año más tarde, Abdelaziz establece contratos con la compa
Í'lÍa Standard Oil de California para la explotación de yacimientos
petrolíferos en la costa del Golfo Pérsico. Por su parte, Hussein, el
hombre que quiso reinar sobre todos los árabes se retira amargado
a la corte de su hijo Abdullah, en Ammán, donde muere en 1931.
El nuevo mapa de Oriente Próximo está casi completo, dado que
el Primer Ministro británico, Lloyd George, ha decidido en 1922
renunciar al protectorado sobre Egipto y reconocerle como Estado
Soberano Independiente.
Esta renuncia contiene, no obstante, matices importantes, ya
que Gran Bretaña se reserva cuatro competencias, que serán otros
75
tantos acicates para el Wafd, el partido nacionalista, partidario de
la independencia total: la seguridad de las líneas de comunicación
entre el Imperio Británico y Egipto; la defensa de Egipto contra
agresiones extranjeras, la protección de las minorías y la adminis
tración del Sudán.
Los años siguientes, hasta la II Guerra Mundial, serán un conti
nuo tira y afloja entre el rey Fuad y su sucesor Faruk, cuyas ten
dencias autoritarias asoman siempre que la ocasión se presenta
propicia, y los dirigentes del Wafd, permanentemente molestos por
la reticencia británica, a cortar su cordón umbilical con El Cairo.
La descomposición del Imperio Otomano, que durante siglos
paseó sus estandartes por tres continentes, se ha consumado ape
nas unos años después de su derrota en la 1 Guerra Mundial, dan
do paso a una larga lista de países cuyas élites miran hacia Europa
cada vez que quieren tomar una decisión. Las grandes potencias
europeas han impuesto la partición del mundo árabe, establecien
do un pacto con sus clases dirigentes que pone fin a la posibilidad
de una entidad árabe única. El nuevo puzzle está casi compuesto...
pero falta una pieza.
76
colonos la compra de tierras. En 1937, cuando la insurección árabe
se transforma en guerrilla, un nuevo Libro Blanco considera por pri
mera vez la partición de Palestina en dos estados, uno judío y otro
árabe. Una posibilidad rechazada por ambas comunidades. Por fin,
en 1939, se elabora un nuevo Libro Blanco en el que se abandona
la idea de la partición y se anuncia que Palestina será indepen
diente diez años más tarde, bajo la forma de un estado unificado,
en el que los judíos y los árabes compartirán el gobierno.
A lo largo de estos años, los británicos tratan de tomar decisio
nes que no irriten a los súbditos islámicos de su imperio; pero al
mismo tiempo, y a medida que los vientos de guerra vuelvan a re
soplar en Europa, pondrán un enorme empeño en evitar la enemistad
de la comunidad judía. El resultado de todos estos vaivenes, que ter
minan por desquiciar a las grupos afectados, será desastroso.
En 1921, un congreso de nobles árabes pide la independencia
del territorio, cuando la composición demográfica es de cuatro a
uno favorable a los árabes. Poco después, se elige un embrión de
gobierno paralelo, en el que empiezan a rivalizar dos grandes fa
milias: los Husseini y los Nashashibi.
En estos momentos son los grandes clanes terratenientes los que
toman en sus manos la dirección de una población, en su mayoría
campesina, que apenas acaba de comprender el torbellino que se
cierne sobre sus cabezas. Desde su formación, ese protogobierno
no dejará de pedir a Londres la gestación de un gobierno nacional,
al igual que en el resto de los mandatos.
La falta de definición británica irrita por igual a judíos y árabes.
Los primeros porque sólo aceptan un estado propio. y los segun
dos, porque consideran un agravio que se les obligue a compartir
su tierra.
Weizmman, el líder histórico del sionismo anudado a la geopo
lítica británica, persuadirá a los delegados del duodécimo congre
so sionista de que su lucha es a largo plazo, y de que debe
sintonizarse con los intereses europeos, especialmente británicos.
La Agencia Judía, reconocida por Londres, se convierte de hecho
en un gobierno autónomo, al que se permite crear su propia red es-
77
colar, sindical, de protección social, etc. En definitiva, en estos
años comienza a cerase el germen de un futuro Estado.
En un juego de equilibrios más, los británicos ofrecen a los ára
bes un organismo semejante, algo que éstos rechazan por conside
rar que sería admitir su igualdad con los inmigrantes judíos.
La posición de Londres, tendente a un mayor control de la in
migración, que a partir de 1933 cobra grandes proporciones, pone
a prueba la política de Weizmman. Su estrategia es ampliamente
contestada por un sector del sionismo encabezado por Vladimir Ja
botinsky, nacionalista extremo que fundará la primera organiza
ción sionista militar, Betar, y que propugna la toma del poder por
las armas, en lucha contra el Imperio Británico y la población ára
be. La influencia de Jabotinsky y del llamado "revisionismo" sio
nista será muy profunda y duradera en la posterior historia judía.
La polarización entre ambas comunidades, que había llegado ya
a un punto culminante, estalla en 1936. Esta lucha armada será un
revulsivo para el fragmentado mundo árabe. Las consecuencias de
esta Gran Revuelta se repetirán después una y otra vez: el fracaso
llevará a pensar en la necesidad de una acción conjunta, pero tam
bién hará que algunos refuercen sus tendencias a llegar a acuerdos
por separado.
El 15 de abril de 1936, dos judíos son asesinados en una carre
tera cercana a Nablús; al día siguiente, dos árabes siguen la misma
suerte cerca de la ciudad judía de Petah Tikuah. El funeral de los
judíos, celebrado en Tel Aviv, es acompañado, como ocurre en es
tos casos, de fuerte violencia y dos días después, en la vecina Jaf
fa, decenas de judíos encuentran igualmente la muerte. La policía
británica, incapaz de detener una espiral de violencia que hace
tiempo se les ha escapado de las manos, abre fuego para contener
a una multitud de árabes frente a Tel Aviv. Los carros de combate
se deslizan ya por las carreteras palestinas.
La agitación de la población árabe es de tal magnitud que un co
mité nacional declara la huelga general, en buena medida para tra
tar de encauzar los disturbios. A la búsqueda de una salida
negociada se unen el monarca de A rabia Saudí, el emir de Trans-
78
jordania y el primer ministro iraquí, cada uno por su cuenta. Pa
lestina se convierte ya en un problema para el conjunto del mun
do árabe.
La operación de limpieza del ejército, que incluye la demolición
de barriadas enteras de Jaffa tranquiliza momentáneamente a la po
blación.
En el otoño del 37, sin embargo, la rebelión vuelve a reiniciar
se con actividades guerrilleras. Pero la violencia árabe encuentra
rápidamente su equivalente en el bando judío, donde los grupos ra
dicales se reproducen como una metástasis. Estas organizaciones,
sobre todo el Irgún y el grupo Stern, llenarán páginas enteras de los
sangrientos acontecimientos venideros, pero varios de sus líderes lle
garán años más tarde a las más altas magistraturas de Israel.
En palabras de Charles Towsend: "Ellos habían llegado a la
conclusión de que la violencia árabe había movido a los británicos
a desdecirse de la declaración Balfour, y que sólo la violencia po
día hacer posible la creación del Estado de Israel".
Ante esta situación, los británicos dudan entre mantener los pode
res políticos o entregar el control a los militares. En el invierno del
38-39 se dejan las manos libres a los militares, si bien no se recono
ce abiertamente su supremacía: al igual que en la Intifada de 1987, se
permite al ejército que intente encontrar un método duro pero eficaz
para presionar a una población que está contra ellos.
Los castigos colectivos y el uso de rehenes árabes, "dragami
nas", en el argot militar, empiezan a tener éxito. El Libro Blanco
de 1939 termina de apaciguar por el momento un polvorín que ha
bía destilado ya sus primeras descargas. Sus conclusiones repre
sentan un giro de la posición británica, ya que aseguran el
auto gobierno a la mayoría, es decir a los árabes en un plazo de cin
co años. Pero la Segunda Guerra Mundial ya está por entonces en
marcha, precipitando nuevos y formidables acontecimientos.
79
Capítulo IV
81
De manera similar, la sociedad alemana también venía deba
tiéndose en la misma encrucijada, entre la asimilación y el recha
zo, de manera que la presencia judía continuaba siendo un asunto
pendiente, un tema por resolver.
Sólo en tiempos recientes, cuando el nacional socialismo se alzó
con el poder, las fuerzas antisemitas consiguieron imponerse. El re
sultado fue una hecatombe para los judíos alemanes y, paradójica
mente, un empujón decisivo a la constitución del Estado de Israel.
El régimen nazi, que fulminó física o políticamente a todos los
disidentes, sintió una inquina especial hacia los judíos, a los que
persiguió con el objetivo declarado de la supresión total.
Adolf Hitler tuvo la habilidad de manejar los numerosos demo
nios sueltos por la geografía alemana desde la derrota en la Prime
ra Guerra Mundial, utilizándolos en provecho propio y de su
política: en medio del caos de los años treinta, los nazis parecían
tener explicaciones para todo y, especialmente, un recetario com
pleto de remedios.
La enfermedad germana era tan devastadora que muchos ciuda
danos se encontraban a la espera de un cirujano de hierro que in
terviniera drásticamente en un cuerpo a punto de sucumbir.
Desde el punto de vista económico, la época de la hiperinfla
ción, que llegó a dejar sin valor real a los billetes de banco, fue una
consecuencia directa del desastre de la guerra. El desempleo se
aceleró aritméticamente tras la gran depresión del 29, de manera
que el medio millón de parados de 1927 se convirtió en 6 millones
cinco años más tarde. Las compensaciones de guerra estipuladas
en el Tratado de Versalles, estimadas por algunos economistas en
132.000 millones de francos-oro, pagaderos en treinta años, supo
nían un lastre más a la recuperación económica de un país con mil
problemas por resolver.
Pero no se trataba sólo, con ser mucho, de un asunto económi
co. Alemania, un Estado cuy a unidad nacional era muy reciente,
perdió de un plumazo una séptima parte de su territorio tras la gran
contienda. Durante un período de tiempo, además, la cuenca del
Rhur estuvo ocupada por el ejército francés, que anhelaba la re-
82
Judíos polacos llevados a un campo de exterminio nazi
el partido nazi
83
vancha, y las tensiones separatistas se hicieron presentes un poco
por todas partes, alcanzando su máxima expresión en Renania y
Baviera.
Las soluciones adoptadas por los dirigentes de la República de
Weimar, atacada desde su nacimiento tanto desde la izquierda -re
belión espartaquista-, como por la derecha -con un sin fin de gol
pes o "putsch"-, apenas hicieron otra cosa que convencer a la
población de la inutilidad del régimen parlamentario.
Humillada, empobrecida y con el cuerpo nacional medio desco
yuntado, la sociedad alemana se vio abocada a lo que se llamó en
tonces "una crisis de todas las seguridades".
Semejante situación encerraba numerosos peligros, especialmente
al superponerse a un nacionalismo, el alemán, que no es hijo de la
ilustración, como el francés, sino del movimiento romántico posterior,
enemigo declarado del racionalismo del siglo de las luces.
El Estado, considerado en Francia como la unidad voluntaria de
diversos y diferentes individuos, se entendía en Alemania como
una "identidad nacional", con su correspondiente "espíritu y ca
rácter nacional unitario", propio del "pueblo alemán". La base de
todo ello es un conjunto de mitos y leyendas que se hacen remon
tar a tiempos ancestrales.
Un escritor como Thomas Mann, convertido por los nazis en
una de sus bestias negras, aludía a la autocomprensión de sus com
patriotas con palabras severas: "Ese dualismo típicamente alemán
-afirma el escritor-, tan dado a la especulación más osada como al
infantilismo político".
Cuando Hitler y sus acólitos culparon a los judíos -sospechosos
de mantener una doble nacionalidad- de todos los males de Ale
mania escarbaban en un terreno ya conocido. El propio término
"antisemitismo" había sido creado por un panfletista alemán, Wil
helm Marr, en 1879, para conferir al odio a los judíos un nombre
respetable y "científico".
Por esa época, partidos como el "Cristiano Socialista de los tra
bajadores" hacían del "antisemitismo" su principal argumento pa
ra atraerse a unas masas desmoralizadas y sin expectativas.
84
El maridaje entre nacionalismo y racismo generó desde finales del
siglo XIX una mezcla explosiva de fanatismo nacionalista (sustituto
frecuente de una religión nacional). Ya entonces el antijudaísmo no
tenía una cimentación religiosa, sino racista y biológica.
En 1932 se celebraron elecciones presidenciales en Alemania,
en las que Hitler obtuvo el segundo puesto, con el respaldo de tre
ce millones y medio de ciudadanos. Un año más tarde, su partido
fue votado por el 43% de la población. Ya no volverá a haber elec
ciones hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Una oleada de demagogia sin precedentes sirvió entonces para
concluir el trabajo anterior. En 1935 los nazis promulgan las lla
madas "Leyes de Nurenberg" en las que se establece que el dere
cho a ser considerado ciudadano pertenece exclusivamente a las
personas que poseen sangre -y por tanto, apellidos- alemanes.
También se prohíben los matrimonios mixtos.
Poco después de la elaboración intelectual se da paso a la ac
ción. En noviembre de 1938 se produce la denominada "noche de
los cristales rotos" en la que son quemadas cientos de sinagogas y
negocios judíos. Los ataques callejeros con el fin de amedrentar a
la población no "pura" se intensifican, con el objetivo de obligar a
aquellos ciudadanos de segunda a hacer las maletas. Quienes se
nieguen pasarán a ocupar los campos de concentración, en los que
pierden la vida millones de judíos.
Los fenómenos que desencadenan la Segunda Guerra Mundial
son prioritariamente europeos: es la supremacía en Europa la que se
juega en un choque brutal entre potencias; pero al arrastrar poste
riormente a casi todo el planeta, la conflagración pone en movi
miento fuerzas y conflictos diversos que tenían su propia dinámica.
A miles de kilómetros de Berlín, París, Londres o Roma, en el
Próximo Oriente, la nueva situación cobra unos perfiles diferentes.
Aquí el conflicto esencial no es entre las potencias del eje y los go
biernos liberales, o entre los nuevos sistemas autoritarios y las vie
jas democracias: el choque más evidente en este lado del mundo se
produce entre Gran Bretaña y Francia y por extensión el "mundo
occidental" por un lado, frente a las nuevas naciones árabes que as-
85
piran a la independencia completa, por otro. En un segundo plano
aparece cada vez con más claridad el antagonismo árabe-israelí.
Como había ocurrido unas décadas antes, en la Primera Guerra
Mundial, los juegos de alianzas se barajaron de todas las formas
posibles. Sin embargo, en esta ocasión, los territorios del Próximo
Oriente no se convierten en campo de batalla, sino que participa
rán sobre todo como base de aprovisionamiento de material.
Tanto Hitler como Mussolini desplegaron amplias operaciones
de propaganda en toda la zona. El atractivo de sus posiciones para
el mundo árabe residía tanto en la vieja máxima de "que el enemi
go de mis enemigo es... mi amigo", lo cual valía tanto para los bri
tánicos como para los judíos, como en la crítica feroz que ambos
practicaban contra la cultura occidental-liberal.
Por otra parte, sobre todo en los comienzos de la contienda, las
potencias autoritarias parecían tener las mejores bazas para impo
nerse en el terreno de batalla (en 1940 y 1941 entre la caída de
Francia y la invasión de Rusia, Gran Bretaña estuvo sola) lo cual
impulsó a casi todos los líderes políticos a mantener algún tipo de
relación con los gobiernos que podían convertirse en dueños del
mundo.
Alemania e Italia imitaron el papel de Francia y Gran Bretaña
en la gran guerra, fomentando la rebelión de los países árabes con
tra sus nuevos señores.
Las simpatías de líderes árabes por esta nueva opción se plas
maron con claridad en Irak, donde un golpe de Estado favorable al
eje protagonizado por Rachid al-Galiani fue sofocado posterior
mente por fuerzas británicas y árabes, en especial de la Legión
Árabe, de Tansjordania.
Durante el tiempo que duró el gobierno proalemán, Irak se con
virtió en el centro del nacionalismo árabe hostil a Gran Bretaña.
Entre los huéspedes que acuden a Bagdad se encuentra un dirigen
te que llevará lejos su intento de alianza con los nazis: Al Hussei
ni, designado previamente por los británicos como Gran Muftí de
Jerusalén.
Después de años de lucha contra los ingleses y judíos, Al Hus-
86
seini creyó ver llegado el momento de cambiar el orden de las co
sas y marchó a Berlín en 1941. Pese a entevistarse con Hitler no
logró nada más que veladas promesas.
La postura del Muftí era claramente contradictoria con otras po
siciones palestinas: unos ocho mil palestinos se enrolan en esos
momentos como auxiliares en el ejército británico. Unos treinta
mil judíos asentados en Palestina participarán igualmente en las
fuerzas aliadas. Durante un tiempo unos y otros lucharán codo con
codo, en lugar de frente a frente.
La principal ayuda con la que cuentan los proalemanes iraquíes
proviene del vuelco que se ha producido tras la conquista nazi de
Francia. La Francia de Vichy es, durante un tiempo, la dueña del
poder en Siria y Líbano.
La ayuda prestada desde Siria a los alemanes provocará una re
acción de los británicos que, en mayo de 1942, bombardean los ae
ródromos sirios, y, en junio, tras el fin de las operaciones en Irak,
invaden Siria y el Líbano. Con las fuerzas británicas entrarán las
tropas de la Francia Libre del general De Gaulle.
La presión británica termina por convencer a las nuevas autori
dades francesas de la necesidad de conceder la independencia a
ambos países, que será efectiva tras el final del conflicto mundial.
Una vez más, acontecimientos ajenos a la zona tienen un peso de
terminante en el futuro de las naciones árabes.
Con la Guerra Mundial en plena marcha, los británicos se es
fuerzan en atraerse las simpatías del mundo árabe, en ese perma
nente juego pendular que caracteriza la acción de las grandes
potencias europeas.
La política británica, además de alentar la independencia de los
mandatos franceses, adopta una postura realista con respecto a las
exigencias de su más fiel aliado durante toda la segunda guerra
mundial, el monarca transjordano Abdullah. De esta forma, Trans
jordania alcanzará la independencia al finalizar el conflicto.
Los cambios en el área, con la independencia inmediata o inmi
nente de un buen número de naciones árabes obligan a Gran Bre
taña a pensar en un tratamiento global acorde con las nuevas
87
circunstancias. Frente a un nuevo intento de la familia Hachemí de
aglutinar a toda la nación árabe, los británicos impulsan una nue
va institución que satisfaga nominalmente los anhelos de unidad.
El 7 de octubre de 1944 se firma en El Cairo el nacimiento de
la Liga Árabe, formada por países independientes y soberanos que
se comprometen a poco más que debatir determinadas políticas co
munes. La constitución de la Liga Árabe subraya el liderazgo egip
cio en detrimento del iraquí.
Los países fundadores de la Liga son: Egipto, Siria, Líbano,
Irak, A rabia Saudí, Yemen y por deferencia británica, aunque to
davía no es un país independiente, Transjordania. La delegación
palestina, que asiste a la reunión con estatuto de observador, se
abstendrá de firmar el documento final.
Para los británicos, no obstante, Palestina continúa siendo el
asunto más envenenado por resolver. En un intento de contempo
rizar con los árabes Londres somete a un fuerte control a la in
migración judía. Esta posición tardía apenas tiene eco en ciertas
clases dirigentes que, a esas alturas, desconfían profundamente del
gobierno de Su Majestad. Paradójicamente, la política alemana
que, con la persecución de los judíos está empujando a miles de
ellos a embarcarse hacia Palestina, recoge mas simpatías que la
británica, que pretende en estos momentos detener la creación de
nuevos asentamientos.
En realidad, la Segunda Guerra Mundial es una repetición del
papel secundario jugado por el Oriente Próximo en la gran con
tienda anterior. También en esta ocasión Hitler realiza vagas pro
mesas a las naciones árabes, que nunca llegará a concretar. Pero
tampoco los judíos ven cumplidos sus anhelos en muchos casos:
las organizaciones judías de Londres y Washington solicitarán una
y otra vez a sus gobiernos el bombardeo de las instalaciones mili
tares de los campos de exterminio. Mientras, el Gran Muftí pide al
ejecutivo alemán que bombardee la ciudad judia de Tel Aviv. Nin
guna de las dos peticiones es atendida, sencillamente porque, en
opinión de los respectivos gobiernos, no habrían contribuido a ga
nar la guerra.
88
Goodbye Londres, helio Washington.
89
cadenan una marea terrorista contra intereses británicos y árabes.
Ambos líderes llegarán a ser jefes de Gobierno de Israel.
En 1945 hay en Palestina alrededor de medio millón de hebre
os, 75 .0 0 0 de los cuáles han entrado clandestinamente durante la
contienda. El número de árabes es de algo más de un millón y me
dio. Pero los judíos que, en un principio se habían asentado prin
cipalmente en el litoral, están ahora dispersos por todo el
territorio, copando especialmente las zonas estratégicas. La com
pra de tierras a precios altos no ha cesado desde hace décadas.
Los británicos no tienen más remedio que archivar el Libro
Blanco de 1939 y apoyar una división de Palestina en provincias
autónomas, en las que se tratará de concentrar las mayorías más
claras posibles de cada comunidad, reservando los intereses comu
nes a la autoridad de la potencia mandataria.
En octubre de 1946, a un mes de las elecciones presidenciales,
Truman se declara favorable a la partición en dos estados -uno ju
dío y otro árabe- del territorio palestino. Gran Bretaña ya apenas
tiene voz.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mapa político del
Próximo Oriente habrá alcanzado prácticamente el dibujo que co
nocemos en la actualidad. Los antiguos mandatos, tanto británicos
como franceses serán básicamente países independientes. El gran
invento europeo fraguado unas décadas antes se ha consolidado,
pero continúa quedando una zona en blanco: Palestina.
90
Tercera parte
EL CONFLICTO
Capítulo V
EL PACTO IMPOSIBLE
93
sus hogares y se reinstalaron sin excesivas dificultades. Los que
procedían del centro y el este de Europa se encontraron con un pa
norama mucho más convulso, en territorios azotados por revolu
ciones y ocupaciones extranjeras.
El acomodo de todos ellos suponía un grave problema demográfi
co en unos tiempos en los que decenas de países se encontraban con
sus economías devastadas; las palabras comprensivas de los líderes
políticos se frenaban en seco cuando se trataba de acoger a esta enor
me masa en la casa propia. Entre 1945 y 1948, por ejemplo, sólo
25 .000 fueron autorizados a establecerse en Estados Unidos.
Occidente se sentía en deuda, pero no estaba dispuesto a pagar
la factura. La salida hacia Palestina apareció entonces como una
solución milagrosa para casi todos: a mediados de 1945 el presi
dente norteamericano Harry S. Truman pide a Gran Bretaña que
conceda de una sola tacada cien mil permisos de inmigración para
los hebreos desplazados de la guerra.
La posición de Gran Bretaña, la potencia mandataria, había
cambiado radicalmente tras la conflagración mundial: todo su im
ponente imperio se está viniendo abajo, de Suez a la India, sin que
primero Churchill y después los laboristas puedan hacer otra cosa
que ordenar el desastre.
Los nazis no consiguieron doblegar a la sociedad británica, pe
ro en cambio la habían obligado a empeñar todas sus energías en
los esfuerzos de guerra.
La avalancha de los judíos a Palestina será uno de los problemas
que se amontonen en la mesa de trabajo de Bevin, el nuevo minis
tro de exteriores laborista, que consume sus horas de trabajo ela
borando planes de retirada por todo el planeta.
Durante casi dos años, los británicos tratan de impedir, con es
caso éxito, la instalación masiva de emigrantes, mediante presio
nes diplomáticas en los países de origen, la fuerza de la Armada y
los medios policiales.
La población judía asciende ya a 600.000 personas, frente a más
de un millón de árabes palestinos, pero los primeros están mucho
mejor organizados que los segundos.
94
A estas alturas ya hay de hecho dos comunidades asentadas y
estructuradas en Palestina, lo cual constituye un claro triunfo sio
nista. En adelante se trata de estudiar cómo se da soporte legal a
esta realidad incuestionable.
En esta ocasión Churchill deja el poder, sin cumplir la promesa
realizada a su amigo Weizmann, de ayudarle a establecer un hogar
judío. Pero la irritación de los sionistas será todavía mayor con los
laboristas, que habían susurrado promesas sin fin en la época de la
oposición y adquieren una actitud de enorme cautela nada más pi
sar las mullidas alfombras del poder. Como en otras ocasiones,
Londres intentará contentar a unos y a otros, siempre y cuando con
ello no se debiliten sus intereses estratégicos.
A principios de 1946, el Gobierno británico crea una comisión
a medias con los norteamericanos para zafarse de las presiones de
Truman, impaciente por encontrar una ubicación a los judíos que
llaman a sus puertas. El dictamen resultante propone la división de
Palestina en dos provincias autónomas, una judía y otra árabe, pre
servando la dominación británica. Desde Londres se considera se
mejante propuesta una abominación, demasiado favorable a los
sionistas y los norteamericanos. Los árabes acogen los planes con
evidente hostilidad.
Mientras tanto, la tensión continúa aumentando en Palestina.
Las acciones de sabotaje por parte de grupos extremistas judíos se
suceden, enfrentándose cara a cara con los británicos, convertidos
ahora en el principal enemigo a batir.
El día 22 de julio de 1946, el Irgún hace saltar por los aires el
hotel King David de Jerusalén, causando la muerte a 102 personas.
La movilización británica llega su punto álgido.
Londres se está aferrando a su mandato como a uno de los últi
mos bastiones que le van a quedando de un pasado reciente podero
so y brillante. Los nuevos dueños del poder a orillas del Támesis no
dejan de lamentar la presión de Washington en un asunto que les es
tá costando no sólo jirones de su maltratado prestigio, sino mucho
dinero contante y sonante. En el año fiscal 45-46, los gastos de man
tenimiento del orden público se elevan a cinco millones de libras.
95
El 18 de febrero, Bevin, que no ha conseguido sacar adelante su
último intento por encontrar una salida ordenada, tira la toalla. Ese
día, en el Parlamento londinense pronuncia una declaración histó
rica. "El gobierno de Su Majestad se ha enfrentado a un conflicto
de principios irreconciliables... Hemos decidido pedir a Naciones
Unidas que proponga una solución".
El abandono es la certificación, tras el desmoronamiento del
imperio francés -que ya ha abandonado Siria y Líbano-, de que las
grandes potencias europeas no pueden sostener las riendas de un
mundo que ya no les pertenece. Europa es la gran perdedora de la
Segunda Guerra Mundial.
El vacío dejado no dura demasiado. De forma inmediata, dos can
didatos se ofrecen a ocuparlo: los Estados Unidos de América y la
Unión Soviética, ese enorme Estado que abarca dos continentes.
Apenas un mes después de la proclama de Bevin, el presidente Tu
rnan dirige al mundo un mensaje en el que ofrece su ayuda a cualquier
país que tema caer en la órbita soviética. La "doctrina Truman" im
plica la ruptura total entre los dos grandes aliados, y vencedores, de la
Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento, el planeta entero
comienza a dividirse en dos grandes zonas de influencia. Oriente Pró
ximo es una de las áreas en la que el reparto está por definir.
La entrega del contencioso a las Naciones Unidas, en cuyo seno se
encuentra más de cincuenta años después, tras cientos de debates y
votaciones, pareció contentar en un principio a todas las partes.
Los británicos sintieron un alivio indecible al quitarse de enci
ma un fardo tan pesado. Los estadounidenses, cuya influencia inter
nacional ascendía de forma meteórica, atisbaron la posibilidad de
reemplazar por completo a Gran Bretaña en el Mediterráneo Orien
tal y Próximo Oriente. Los soviéticos intuyeron la posibilidad de po
ner un pie en un territorio estratégico al que permanecían
completamente ajenos. Los sionistas pensaron por su parte que con
la ayuda de Estados Unidos y su propia fortaleza se abría la puerta
a la partición. y los árabes calcularon que el recurso a la ONU era
el más indicado para encauzar un proceso cada vez más peligroso.
Las actitudes de las dos superpotencias no dejaban de tener sus
96
contradicciones. La Casa Blanca y el Departamento de Estado es
tadounidenses mantuvieron desde antiguo posiciones divergentes
respecto al grado de implicación aconsejable en un conflicto cada
vez más enrevesado. La movilización de la opinión pública y el
Congreso desempeñaron un papel esencial en el énfasis y determi
nación del gobierno: los judíos norteamericanos se mostraron sin
gularmente activos.
Más complejo aún resulta el papel de la Unión Soviética. Du
rante años, la doctrina comunista no dedicó especiales simpatías a
los sionistas, considerados a menudo como un grupo de reacciona
rios. Junto a esta censura convivió, no obstante, el curioso experi
mento de Birobiyán, un territorio en los confines de Manchuria en
el que desde finales de los años veinte se pretendió crear una es
pecie de "Sión Soviético", una república donde se establecieran ju
díos de todo el mundo, que nunca llegó a cuajar.
El cambio de la política soviética se produjo en 1941, cuando
los nazis invadieron la URSS, y los dirigentes comunistas debieron
recurrir a todo tipo de ayuda para salir del atolladero. Fue enton
ces cuando se formó en Moscú un comité antifascista judío. Miem
bros de dicho comité viajaron a Londres y Estados Unidos, con la
bendición de Stalin, para pedir a los hebreos de ambos países su
apoyo activo al esfuerzo de militar soviético.
Al acabar la guerra, Moscú no disponía aún de ningún tipo de
vínculo directo con los palestinos, agrupados en clanes semifeuda
les, mientras que observaban con cierto interés el experimento de
los "kibutzim" de los colonos emigrados.
Finalmente, Stalin, que todavía consideraba a Gran Bretaña un
rival más poderoso que Estados Unidos, no quería dejar pasar una
posibilidad de crear problemas al Gobierno de Londres.
Cuando Naciones Unidas empiece a debatir el futuro de Palestina,
la correlacción de fuerzas será netamente favorable a los judíos, arro
pados por una amplia conjuncion de apoyos inernacinales. Los líderes
palestinos, que se han atrincherado en la política del "todo o nada" es
tán en manos de unos dirigentes árabes con intereses diversos y que no
han conseguido articular una alianza equivalente a la de los sionistas.
97
La comisión creada en la ONU para solucionar el contencioso
palestino, integrada por representantes de once países, publicó su
informe el 31 de agosto de 1947 sin haber conseguido la unanimi
dad. La mayoría, formada por Canadá, Checoslovaquia, Guatema
la, Holanda, Perú, Suecia y Uruguay propuso una partición del
territorio entre las dos comunidades, con unión económica entre
ambas y una zona bajo autoridad internacional en Jerusalén. India,
Irán y Yugoslavia se inclinaron por un estado federal con movi
mientos de población para intentar la mayor homogeneidad posi
ble'en cada una de las zonas. A ustralia se abstuvo.
El informe se vota el 29 de noviembre. La resolución 181, la
primera que hace referencia a Oriente Próximo, sella la partición.
Gran Bretaña se ha abstenido.
La resolución divide a Palestina en seis regiones principales.
Tres de ellas (56% de la superficie total) deberían formar el Esta
do judío y las otras tres, con el enclave de Jaffa (43,3%) el Estado
árabe; mientras Jerusalén y sus alrdedores se convierten en zona
internacional administrada por Naciones Unidas.
El Estado judío albergaría de 498.000 judíos y 497.000 árabes.
En el Estado árabe vivirían 725.000 árabes y 10.000 judíos. El res
to de los árabes (105.000) y de los judíos (100.000) estarían esta
blecidos en la zona internacional de Jerusalén.
El sueño sionista forjado en Basilea se hacía finalmente realidad. En
las calles de Tel Aviv se bailó toda la noche al conocer la resolución.
Los Estados árabes se niegan a aceptar al creación de un Estado
judío, y en numerosas capitales el estallido de cólera es de gran in
tensidad. En Damasco los manifestantes atacan las delegaciones
soviética y estadounidense. Los palestinos, que no han sido tenidos
en cuenta durante todo el proceso de discusión de Naciones Uni
das, convocan tres días de huelga. Su política del "todo o nada" ha
bía fracasado en la escena internacional. Para muchos musulmanes,
occidente perpetraba una vez más un atropello contra el mundo is
lámico. Naciones Unidas había alumbrado un polvorín cuyo esta
llido llenará el resto del siglo xx.
98
David Sen Gurión, una de las piezas claves del sionismo
99
taña y Francia, terminan de cortar sus últimas ligaduras en los años
siguientes, a través de tratados económicos y militares.
En adelante, el problema de Palestina aglutina las viejas aspira
ciones de solidaridad árabe, y también sus seculares querellas inter
nas y los intentos de los líderes para instrumentalizarlo en función de
sus intereses. A partir de entonces, el conflicto palestino-judío se
transforma en árabe-judío, primero, y árabe-israelí posteriormente.
En los seis meses que median entre la decisión de Naciones Unidos
y la salida de las fuerzas británicas y la proclamación del Estado de Is
rael se desencadena una violenta guerra civil entre palestinos y judíos,
que lucharán por controlar cada palmo de terreno antes de la retirada.
Como una prueba más de la arabización del conflicto, La Liga
Árabe se apresura a crear un comité de voluntarios en Damasco, si
bien la falta de coordinación y las diferencias internas merman
desde el principio su capacidad de acción.
Los sionistas se organizan mucho mejor. En enero de 1948, el
Consejo Nacional de los judíos de Palestina proclama su decisión
de proceder inmediatamente al establecimiento de un Estado judío.
Poco antes, la Hagana ha dado la orden de no evacuar bajo ningún
concepto los puntos de colonización. La población civil empezará a
sufrir inmediatamente las matanzas de extremistas de ambos bandos.
En el mes de febrero los sionistas han pasado a la ofensiva y
controlan ya la mayoría del territorio asignado. El 25 de marzo,
Ben Gurion anuncia oficialmente a las Naciones Unidas que ese
mismo día se va a crear un gobierno provisional en Tel Aviv.
En abril se produce un hecho importante para el desarrollo pos
terior: un grupo combinado de las organizaciones terroristas judí
as "Stern" e "Irgún" irrumpe en la aldea palestina de Deir Yassin y
asesina a sus 250 habitantes.
El efecto psicológico sobre la población palestina es demoledor:
a partir de se momento comienza una huida masiva de las aldeas.
Este éxodo palestino, que marcará durante medio siglo la historia
de un pueblo, permite a sus enemigos verse libres de la mayoría de
la población árabe que debía formar la mitad del futuro Estado de
Israel, según Naciones Unidas.
100
La polémica entre los historiadores sobre la huida masiva llega
hasta nuestros días. La explicación oficial israelí asegura que fue
ron los propios dirigentes árabes los que fomentaron la huida; pe
ro investigaciones recientes del historiador israelí Benny Morris
rechazan tal apreciación. Morris tampoco cree que hubiera un plan
premeditado para la expulsión a gran escala, si bien indica que a
partir de abril de 1948 "hay signos claros de una política de ex
pulsión a nivel nacional y local en lo que concierne a algunos dis
tritos y localidades estratégicas claves".
Lo cierto es que en cinco grandes oleadas sucesivas, entre no
viembre de 1947 y diciembre de 1951, cerca de 850.000 palesti
nos, aproximadamente las tres cuartas partes de la población total,
abandonan su tierra, en dirección sobre todo a los países árabes ve
cinos. Su drama no ha hecho más que comenzar, y se mantiene
hasta el día de hoy.
La violencia de los acontecimientos tiene como testigos pasivos
a las fuerzas británicas, que, pese a contar en la zona con una fuer
za de 100.000 soldados, incluidas unidades selectas como los pa
racaidistas, se convierten en convidados de piedra, cuya única
misión parece consistir en recibir los golpes.
Gran Bretaña, que se está retirando de la India y Pakistán ape
nas toma otra iniciativa que observar el derrumbe de su imperio. El
viernes 14 de mayo de 1948, Ben Gurion da lectura a la Declara
ción de Independencia, en el museo de A rte de Tel Aviv. A las ce
ro horas del 15 de mayo, las tropas británicas han abandonado para
siempre Palestina, tras 28 años de mandato. El Estado de Israel es
proclamado oficialmente. Once minutos después, los Estados Uni
dos reconocen al nuevo miembro de la comunidad internacional.
La respuesta de los dirigentes árabes vecinos, que tienen bajo su
responsabilidad una serie de estados que acaban de dar sus prime
ros pasos tras siglos de dominación extranjera, se concreta en la
declaración de una guerra total.
La forma que tomará esta contienda, decretada nada más pro
clamarse el nuevo Estado hebreo, pone de relieve los complejos
mecanismos políticos y psicológicos del mundo árabe: tres paises
101
fronterizos, Egipto, Transjordania y Siria, ven en la iniciativa bé
lica una forma de ensanchar sus fronteras a costa de territorios en
disputa. El riesgo de un renacimiento del viejo sueños de la gran
Siria, acariciado por el rey Abdullah de Transjordania, espolea a
Egipto y Siria a entrar en la contienda para contrarrestrar un hipo
tético engrandecimiento de Transjordania.
En estos momentos se juega a todas las bandas: sirios y egipcios
temen incluso algún tipo de acuerdo entre Transjordania e Israel.
Pero, ¿quién piensa en la población palestina?
Tal disparidad de objetivos debilita desde el principio el plantea
miento árabe; por otra parte el embargo de armas occidental deja en
manos de la Unión Soviética, el abastecimiento al ejército israelí.
La primera guerra árabe-israelí se desarrolla desde el 15 de ma
yo de 1948 al 6 de enero de 1949. La confrontación se libra si
multáneamente en varios frentes: en el norte, los israelíes luchan con
los ejércitos sirio, libanés y la fuerza armada de la Liga Árabe; en el
centro contra la Legión Árabe de Transjordania y fuerzas de Irak y de
la Liga; y en el sur frente a Egipto y otros contingentes.
La descoordinación y el deficiente equipamiento de los árabes
tiene un resultado sorprendente: los israelíes aguantan el asalto
combinado, mantienen sus posiciones e incluso desbloquean Jeru
salén, ciudad que queda dividida.
Cuando el once de junio las Naciones Unidas impongan una tre�
gua, el ejército judío tendrá la moral muy alta.
El 9 de julio se reanudan las hostilidades: ha llegado el mo
mento de la contraofensiva del ejército israelí, que fuerza una cier
ta retirada de sirios y libaneses en el norte, mientras se estabiliza
el frente de Jerusalén y consigue abrir un estrecho corredor entre
las tropas egipcias.
El 18 de julio empieza una nueva tregua. Apenas dos meses más
tarde, terroristas judíos asesinan al conde Bernadotte, enviado de
Naciones Unidas, causando una conmoción mundial. El atentado
ejemplifica hasta qué punto el conflicto se ha escapado de los ca
nales diplomáticos.
El 15 de octubre se reanudan los combates en el sur. Los israe-
102
PLAN DE PARTICION DE
NACIONES UNIDAS 1947 -
Mar Mediterráneo
Jericó
•
Jerusalén@
D Estado judío
D Estado árabe
@ Bajo control internacional
103
líes penetran en el Sinaí, amenazando con cercar al grueso de las
fuerzas egipcias, estacionadas en la zona de Gaza.
En esos momentos, los británicos reaparecen inesperadamente,
comunicando de manera oficial que están dispuestos a intervenir si
los israelíes no se retiran. El ultimátum consigue su objetivo.
Más adelante, cuando la guerra llega a su fin, las divisiones is
raelíes ocupan todo el desierto del Negueb hasta el golfo de Aqa
ba, territorio que les había correspondido por el plan de la ONU,
pero que no controlaban efectivamente.
Las operaciones armadas se completan con otra ofensiva en el
norte por la que los libaneses son desalojados de Galilea. La gue
rra ha terminado, pero su conclusión no supone el comienzo de la
paz. Los países árabes aceptan establecer negociaciones con el es
tado judío, pero considerando siempre los acuerdos como arreglos
provisionales, que no delimitan fronteras internacionales, sino só
lo las líneas de los frentes militares.
Los cambios en el plan de reparto de Naciones Unidas tienen
consecuencias muy duraderas, alguna de ellas llega hasta el mo
mento presente: la franja de Gaza queda bajo administración egip
cia, concentrándose en ella más de 100.000 refugiados palestinos.
El Neguev pasa a control israelí y la frontera entre esa región y el
Sinaí queda como línea de demarcación militar. En el norte, los is
raelíes se retiran de parte del territorio conquistado a los libaneses.
Jerusalén se divide en dos zonas: una judía y la otra jordana. Los
sirios se retiran de parte de Palestina, al igual que los iraquíes, que
se niegan incluso a participar en las negociaciones de paz.
La guerra no ha resuelto el problema político, pero a cambio ha
creado uno nuevo, el de los miles de desplazados palestinos. Es en
tonces cuando el conflicto se convierte en un problema de refugiados.
En Oriente Próximo se asiste al nacimiento de una nueva comu
nidad jurídica, la israelí, y a la ruptura de un pueblo, el palestino,
que vivirá a partir de ese momento su propia diáspora.
El nuevo Estado judío que nace será una amalgama de comuni
dades cuyo origen, modo de vida y costumbres tradicionales dife
rirá de modo radical.
104
ILA GUERRA ARABE-ISRAELl1948-1949 1 Marzo 1949. Tropas
israelíes se retiran del
territorio libanés que
habian capturado.
TROPAS SIRIAS
Mar Mediterráneo
TROPAS IRAQUIES
105
En los tres primeros años de existencia, el Estado de Israel du
plica su población, hasta alcanzar el millón trescientos mil habi
tantes, con personas procedentes de los campos de concentración
europeo y de los países árabes. Todo judío, donde quiera que se en
cuentre, tiene derecho a radicarse en Israel.
La comunidad mayoritaria al establecerse el nuevo estado es la
de los ashkenazíes Qudíos oriundos de centro Europa y América),
llegados en las sucesivas oleadas migratorias, que representan al
proclamarse la independencia el 80% de la población.
Esta supremacía demográfica irá disminuyendo progresivamen
te, hasta el punto de que ya en 1965 los ashkenazíes son menos de
la mitad de la población, si bien retendrán durante mucho tiempo
el poder político y económico.
Después de la proclamación del nuevo estado, los judíos prove
nientes de los países árabes se convirten en una especie de mezzo
giorno de Israel. El choque entre ambas comunidades, problema
que se arrastra hasta hoy, responde a causas objetivas: los ashke
nazíes proceden de sociedades en general democráticas, seculares
y tecnológicamente desarrolladas. Los provenientes de los países
árabes han conocido normas de vida tradicionales, autoritario-pa
triarcales y, al menos la mitad de los que se desplazan en los pri
meros años son analfabetos.
Esta diferencia causa de inmediato un complejo de superioridad por
parte de los ashkenazíes, que imponen las normas sociales e institucio
nales occidentales, las suyas, a una población formada en otras ideas.
Esta confrontación de comunidades, a la que se añade la perma
nente disputa entre los "viejos" inmigrantes y los recién llegados,
en la sucesivas y futuras oleadas, ha creado un fermento de inesta
bilidad profundo en la sociedad israelí. En palabras de Shlomo Ben
Ami y Zvi Medin: "Hay quienes no cesan de prevenir, hasta el día
de hoy, que acecha la amenaza del "levantismo" de la inmigración
de oriente, y por ello se empeñan en querer aplicar normas cultu
rales occidentales entre los oriundos de las comunidades orienta
les". La sociedad israelí tiene, pues, desde el principio, ambiciosos
retos internos a los que enfrentarse.
106
Capítulo VI
107
El llamado "socialismo árabe" tenderá a defender criterios de
protección social y de reparto de la riqueza, pero rechazando con
ceptos que difícilmente casan con su propia tradición. Como seña
la Gema Martín Muñoz: "La lucha de clases era de hecho un
elemento social bastante ajeno a la realidad árabe del momento,
muy diferente de la experiencia europea fruto de la revolución
burguesa, la industrialización y la consolidación del proletariado
como clase social. Por el contrario, en el mundo árabe la solidari
dad de clan en el marco de la familia extensa seguía siendo el
mecanismo principal frente a la pauperización. Además, el inter
nacionalismo de los oprimidos que implicaba el marxismo no ca
saba bien con el internacionalismo musulmán que basa su cohesión
en la condición de creyente".
El panarabismo, por el contrario, cobra de nuevo intensidad,
ahora que "la herida palestina" sangra más abundantemente que
nunca, y es retomado como elemento básico de movilización social
y argumentación política. Curiosamente, este repliegue psicológi
co y político irá acompañado de la introducción masiva de las cos
tumbres y hábitos occidentales.
De todos los cambios acaecidos, es en Egipto donde se produce
la sacudida más fuerte, cuando en julio de 1952, los Oficiales Li
bres se hacen con el poder y derrocan la monarquía del rey Faruq,
a quien mandan a un exilio dorado en la Riviera.
Tanto el cerebro del grupo, Gamal Abdel Nasser, hijo de un em
pleado de correos, como la mayoría de sus compañeros proceden
de la clase media y son ajenos a la casta militar tradicional, rela
cionada con los grandes terratenientes, que ha dirigido hasta en
tonces el ejército.
Nasser, que será el primer dirigente árabe con proyección inter
nacional, había combatido personalmente en la guerra de Palesti
na. Fue entonces, sobre el terreno, cuando llegó a sus propias
conclusiones acerca de la desorganización y la corrupción del ré
gimen monárquico, y a los lazos de dependencia con respecto a los
británicos.
Al igual que ocurrirá en la mayoría de los países árabes del
108
Oriente Próximo, el pseudoparlamentarismo egIpcIo, que nunca
terminó por desembocar en un verdadero sistema democrático se
rá orillado, al ser considerado un nuevo invento de occidente in
aplicable a una realidad tan distinta.
El líder egipcio se hace con las riendas del poder cuando los
acontecimientos internacionales vuelven a coger velocidad. A
principios de la década de los cincuenta, la Europa del este ha que
dado bajo control soviético; Mao ha tomado el poder en China y
los norteamericanos, con la OTAN bajo el brazo, se mueven a la
ofensiva en medio mundo, incluido por supuesto el Mediterráneo
oriental.
Nuevamente, el canal de Suez vuelve a evidenciar su valor es
tratégico, debido a su situación geográfica y a ser la vía de comu
nicación por la que se transportan las dos terceras partes del
petróleo que consume Europa. Todo ello revaloriza las tierras de
Egipto y Palestina.
El año anterior del asalto al poder en El Cairo, en 1951, el primer
ministro iraní Muhamed Mossadeq ha dado un primer aldabonazo en
las cancillerías occidentales, nacionalizando los yacimientos petro
líferos y ordenando la evacuación de los contingentes de tropas bri
tánicas.
La descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial ha
llenado el concierto internacional de nuevos países que buscan su
propio espacio, y en muchos casos se sienten incómodos con una
adscripción sin matices al campo comunista o al capitalista: se em
pieza a gestar la idea de un tercer bloque, el de los países no ali
neados.
Pero la situación es fluida. En el año 53 el experimento iraní ha
concluido, el Sha es repuesto en el poder de la mano de los nortea
mericanos, y Mossadeq se dedica a partir de entonces a confeccionar
medicinas homeopáticas, baja la mirada atenta de las fuerzas de se
guridad, que no le dejarán en libertad durante el resto de su vida.
Son muchos los estados que permanecen a la expectativa, pero
nadie se atreve a dar pasos mientras no se aclare el panorama.
Nasser no puede esperar demasiado, necesita empezar a desarro-
109
llar su programa, basado en la total independencia nacional y en un
desarrollo económico al que, en estos momentos, quiere asociar a
la burguesía egipcia.
Para conseguir el primer objetivo, emprende negociaciones con
los británicos, a fin de asegurar su abandono del canal de Suez. El
nuevo líder egipcio está dispuesto a hacer concesiones, como con
ceder a Londres la posibilidad del regreso en caso de agresión a
Egipto o a la otra llave del mediterráneo oriental, Turquía. En El
Cairo se necesitan los beneficios económicos del canal, que llenan
las arcas de los accionistas extranjeros, sobre todo del Gobierno
británico, para sus grandiosos planes económicos.
En mayo del 55 se produce en Bandung una reunión histórica:
los hombres fuertes de tres nuevos estados, la India, Indonesia y
Egipto, además del de la nueva China, crean el movimiento de pa
íses no alineados.
El líder egipcio no pierde el tiempo y mientras cobra estatura
internacional se dedica a comprar armas a Checoslovaquia, para
alarma de los israelíes.
Sin embargo, no paran ahí sus coqueteos con el bloque comu
nista; en vista del escaso interés de norteamericanos y británicos,
a los que ha pedido su colaboración previamente, consigue con
vencer a los soviéticos, dudosos durante semanas, de que le ayu
den a construir el gran proyecto económico que cambiará la faz de
la agricultura egipcia, la presa de Assuán.
Son pasos arriesgados. Nasser lleva camino de convertirse en el
líder regional, con ascendente en el conjunto del Tercer Mundo, y
está abriendo una ventana a la Unión Soviética en una zona, Orien
te Próximo, en la que apenas cuenta con influencia.
El líder egipcio parece querer ir todavía más lejos y en junio de
1956 anuncia por sorpresa, en un discurso incendiario, la naciona
lización del canal de Suez.
Tanto los israelíes como las potencias europeas piensan que ha
ido demasiado lejos y consideran que deben parar a un personaje
tan incómodo. En ese momento, desaparecen las dudas acerca de
la ubicación internacional del nuevo Estado judío.
110
60
• Millas
MAR MEDITERRANEO
Pequeño
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Lago Amargo
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Kuntilla 1l
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Thamed NakeDe
111
Desde el triunfo de la revolución, El Cairo se ha convertido en
un centro de difusión de las nuevas ideas. La emisora de radio cai
rota, "La Voz de los Árabes", se escucha con fervor por todo
Oriente Próximo. Y en la misma ciudad, un joven estudiante de in
geniería, ávido consumidor de té y miel, funda la Asociación de
Estudiantes Palestinos. Su nombre pasará a la historia: Yasir Ara
fat. Un año antes, en 1951, un médico cristiano llamado Georges
Habache ha creado en Beirut el Frente Popular para la Liberación
de Palestina. Estos dos hombres llenarán los siguientes cincuenta
años de la lucha palestina, con sus luces y sus sombras. Los líde
res semifeudales palestinos empiezan a quedar irremediablemente
atrás.
No es sólo Egipto el que se mueve. El régimen pseudo-liberal
de Siria, sustentado por los grupos políticos creados por los gran
des propietarios de Damasco, Alepo y Homs, se derrumba ante una
sucesión de golpes de estado militares que desembocan en gobier
nos autoritarios.
No obstante, la gran transformación se está llevando a cabo en
las academias militares, uno de los pocos lugares donde los jóve
nes de la clase media y el campesinado pueden encontrar una vía
para mejorar su status social. Las Academias se convierten en cen
tros de agitación política bajo el impacto de la humillación del pa
ís en la guerra Palestina.
Junto a ellos comienza a funcionar un partido cuyas dos ramas,
a menudo duramente enfrentadas, dejarán una profunda huella en
Siria y en Irak: el Baas, un grupo árabe socialista que sabrá atraer
se a los estudiantes, los campesinos y, un poco más adelante, a los
jóvenes oficiales del ejército. En Siria se están creando las condi
ciones para una giro político, en el que el nacionalismo árabe (el
panarabismo) será el factor determinante.
La revolución nasserista también deja una huella profunda en
Irak, otro de los países derrotados en Palestina. Por el momento el
rey Faisal II aguanta en el poder; pero ya se ha inoculado el virus
nasserista en las academias militares. La monarquía tiene sus días
contados.
112
La oleada de decepción alcanza a todos, incluso al único diri
gente árabe que ha obtenido beneficios de la guerra: el rey Abdu
llah de Transjordania.
El monarca, que modificará el nombre de su reino por el de
"Jordania" tras la anexión de Cisjordania -a la que somete a un es
trecho control militar- y media Jerusalén, necesita urgentemente
apuntalar la unidad nacional entre una población compuesta por
tribus beduinas.
El trono establece con ellos un sistema de mutuo apoyo, a la vez
que comienza a sedentarizarlos y a integrarlos, especialmente a
través de la Legión Árabe. No obstante, aparece un problema nue
vo: la masiva inmigración palestina posterior a la guerra, cuyas re
laciones con los transjordanos serán siempre difíciles.
Abdullah, que desde antiguo mantiene relaciones privilegiadas
con los israelíes, las va intensificando en época de paz, pero el 20
de julio de 1951 todo su proceso de acercamiento se paraliza de re
pente: cerca de la mezquita Al Aqsa, en Jerusalén, un palestino al
servicio de El Cairo acaba con su vida.
Su hijo, Talal, al que la leyenda nacionalista árabe asocia poste
riormente con una posición menos prooccidental, es depuesto po
co después, debido a su incapacidad mental. Entonces llega al
poder uno de los monarcas más longevos de la zona: el nieto de
Abdullah, Hussein de Jordania.
El año 1956 pasa a la historia por producirse dos acontecimien
tos que marcarán la política internacional en el futuro: la interven
ción soviética en Hungría y la "crisis de Suez". En esos momentos
críticos, el peligro de un enfrentamiento nuclear apareció por pri
mera vez como una consecuencia posible de la Guerra Fría.
La expropiación fulminante del canal de Suez no ha dejado indi
ferentes a Gran Bretaña y Francia. Para ambas naciones, el temor a
una interrupción del tráfico por el canal, especialmente del petróleo,
supone un riesgo demasiado serio para su aprovisionamiento.
La economía británica es en esos momentos demasiado preca
ria: ha pasado de ser el mayor prestamista mundial a convertirse en
el mayor deudor del planeta: sus participaciones en las explotacio-
113
nes petrolíferas del medio Oriente contribuyen de forma decisiva a
mantener una posición apurada.
Un segundo golpe de Nasser, tras el de Mossadegh en Irán, po
dría dañar de forma irreparable su prestigio y minar su posición en
los yacimientos de toda la zona. Por si esto fuera poco los británi
cos conservan aún ciertos tics sobre su gloria anterior, cada día
más mustia, que les impulsan a "actuar" ante cualquier deriva pe
ligrosa en este lado del mundo.
... Los franceses, por su parte, ven en Nasser una amenaza para sus
posesiones en el norte de África: el líder egipcio envía ayuda di
versa a los argelinos, que poco antes han comenzado su particular
guerra de independencia, por no hablar de sus querencia por un ca
nal que se ha construido bajo su dirección y al que no han renun
ciado sicológicamente.
Opera también una reacción subjetiva en los primeros ministros
de ambos países. Tanto Guy Mollet, como Anthony Eden conser
van experiencias personales muy profundas de la Segunda Guerra
Mundial: el premier galo estuvo recluido en el campo de concen
tración alemán de Buchenwald, mientras el jefe de Gobierno britá
nico dimitió como ministro de exteriores en 1938, como protesta
por la política de apaciguamiento hacia Hitler. Para ambos, Nasser
aparece ahora como un nuevo peligro internacional al que hay que
detener cuando aún es tiempo, para no repetir errores del pasado.
Los contactos secretos entre franceses e israelíes se han inicia
do poco antes. También Ben Gurion se siente alarmado por la com
pra de material bélico al bloque comunista y el bloqueo al puerto
de Eliat, su salida al Mar Rojo.
Las conversaciones avanzan rápidamente, pero falta por saber
lo que piensan los americanos. Eisenhower, por su parte, no guar
da mala conciencia alguna con respecto al ascenso del fascismo en
Europa. Y en relación a las pretensiones europeas sobre el canal,
que no constituye una vía vital de abastecimiento para su país, las
ve como una reliquia de un colonialismo pasado de moda, que no
hace sino entorpecer la nueva posición de dominio norteamericana.
Por si fuera poco, Eisenhower se encuentra en plena campaña
114
Soldado israelí ante el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén.
115
para la reelección y lo último a lo que quiere enfrentarse es a una
aventura bélica, ahora que el ejército estadounidense ha abandona
do Corea.
Las conversaciones entre británicos y norteamericanos se suce
den sin llegar a ningún acuerdo concreto. Pero mientras, los diplo
máticos británicos y franceses se reúnen en secreto en Sevres con
los dirigentes israelíes David Ben Gurion y Moshe Dayan, el 24 de
octubre, con un plan de acción mucho más concreto. Ese mismo
día, las tropas soviéticas entran en Hungría.
Los reunidos en Sevres piensan ya en actuar por su cuenta, al
margen de las advertencias de Eisenhower, para quien se corre el
riesgo de "convertir a Nasser en una figura mucho más importante
de lo que es".
Los planes acordados en Sévres se ponen en marcha sin el be
neplácito del Gobierno norteamericano: Israel se comprometió a
lanzar un ataque militar por la península del Sinaí, hacia el canal
de Suez. Gran Bretaña y Francia harían público a continuación un
ultimátum sobre la protección del canal y, si pese a todo continua
ba la lucha, como era de suponer, invadirían la zona del canal pa
ra proteger el tráfico internacional. El objetivo final es establecer
un acuerdo sobre el control del canal y, a ser posible, derrocar de
paso a Nasser.
Los acontecimientos echan a rodar cuando varios de los prota
gonistas se enfrentan a su vez a fuertes problemas de salud. An
thony Eden tuvo que ser hospitalizado a principios de octubre y
posteriormente se vio obligado a tomar severas dosis de medica
mentos, tanto calmantes como estimulantes. "Los colegas de Dow
ning Street me han dicho que nuestro vejete se siente mal y está
muy nervioso", se comentaba en medios del espionaje norteameri
cano.
Pero también el presidente Eisenhower sufría sus achaques: su
reciente ataque al corazón le volvía a producir complicaciones que
requerían una nueva operación.
El 29 de octubre, Israel lanza su ataque en el SinaÍ. Al día si
guiente, Londres y París hicieron público su ultimátum. El 31 los
116
británicos bombardearon los aeropuertos egipcios y el ejército de
Nasser comenzó su apresurada retirada por el Sinaí.
Toda la operación sorprende a los norteamericanos: el presiden
te se entera del ataque israelí en plena campaña, mientras está vi
sitando varios estados del sur.
Einsenhower se pone terriblemente furioso. Sus aliados han
desencadenado una crisis internacional sin su consentimiento, que
puede implicar directamente a la Unión Soviética.
Nasser reacciona en la forma en que puede hacer más daño:
hundiendo docenas de barcos llenos de piedras y cemento en el ca
nal, para bloquear el tráfico.
Para el 5 de noviembre, un día antes de las elecciones nortea
mericanas, los israelíes han consolidado el control sobre el Sinaí y
la franja de Gaza, además de asegurar el estrecho de Tirán, su paso
al Mar Rojo. Ese mismo día los británicos y franceses comienzan su
ataque aéreo a la zona del canal. El día anterior, las tropas soviéticas
entraban en Budapest aplastando la rebelión húngara.
Pese a estar enfrascados con graves problemas en el centro de
europa, el Kremlin amenaza con intervenir militarmente en Egip
to, dando a entender que no descarta incluso llegar a ataques nu
cleares sobre París y Londres. Einsenhower advirtió que una
acción de dichas características sería contestada de inmediato, con
un contraataque devastador sobre la Unión Soviética. La tensión
mundial llegaba a un punto culminante, en aquellos momentos
cualquier evolución era posible.
El 6 de noviembre Einsenhower ha obtenido una aplastante vic
toria en las elecciones presidenciales. Simultáneamente, británicos
y franceses, que sólo habían conseguido una cabeza de playa a lo
largo de canal, demostrando que su potencial bélico dejaba mucho
que desear, acceden a un alto el fuego. Washington deja muy claro
que eso no es suficiente: deben retirarse. y también tiene que ha
cerlo Israel, si no quiere enfrentarse a sanciones económicas. Para
Eisenhower resulta vital que los árabes no se pongan en su contra,
lo cual podría significar un embargo de todos los envíos de petró
leo de Oriente Medio.
117
Tres días más tarde, los norteamericanos advierten a Londres y
París de que no pondrán en marcha ningún programa de emergen
cia de suministro de petróleo mientras no se retiren del canal de
Suez.
Es el golpe de gracia, Washington se ha salido con la suya. De
rrotados y humillados, franceses y británicos inician la retirada, no
sólo del canal de Suez, sino, de forma definitiva, de las grandes de
cisiones internacionales.
Un conjunto de circunstancias había convertido a Nasser en el
gran triunfador de una crisis internacional de enormes proporcio
nes. En el inconsciente colectivo islámico quedó grabado para
siempre el fracaso del asalto armado de los dos ejércitos occiden
tales que les habían dominado durante cerca de un siglo.
En aquellos momentos era irrelevante que la victoria de Nasser
no se debiera a sus propias fuerzas. Por otra parte, los norteameri
canos, el nuevo poder emergente, eran prácticamente unos desco
nocidos; y los soviéticos, más ajenos todavía, despertaban
simpatías debido a su oposición al liberalismo occidental. Su for
ma de gobierno, centralizada y autoritaria, estaba para muchos más
en consonancia con las realidades árabes.
El enorme prestigio de Nasser, referente ahora de militares y
políticos de todos los países árabes, apenas permitió observar que
había otro vencedor de la guerra: Israel.
Pese a la retirada de las posiciones ocupadas, el estado judío ha
bía dado un paso gigantesco en la crisis de Suez: ya no era una na
ción recién nacida que debía batirse por su supervivencia, como
ocho años antes. En esta ocasión, el ejército judío tomaba la ini
ciativa, conseguía sus objetivos militares en poco tiempo y era ca
paz de mantener sus posiciones sin titubear. Además, la diplomacia
israelí también alcanzaba la mayoría de edad, firmando acuerdos
con grandes potencias occidentales en defensa de sus intereses: Is
rael comenzaba a estabilizarse como país. El gran conflicto árabe
israelí se polarizaba cada vez más.
La enorme relevancia de Nasser originó dos tipos de reacciones:
de un lado, contagió a dirigentes políticos y a oficiales militares,
118
además de enardecer a unas masa ávidas de líderes. De otro, in
crementó los recelos sobre un excesivo peso egipcio en toda la zo
na. La tendencia a la unidad árabe, al panarabismo, coincide con la
desconfianza de quienes se están acostumbrando y a a vivir en sus
respectivos países.
La oleada nasserista causará una reacción inmediata en Siria, un
país muy sensible a la llamada "causa árabe". En Damasco, Al
Kuatli, presidente de un gobierno civil débil, heredero de una su
cesión de golpes de estado, vive una inquietante sensación de
vértigo ante una doble amenaza: un golpe de estado de los comu
nistas y un golpe de estado de los partidarios de la unión con Irak,
su poderoso vecino del este.
La desesperación empuja al presidente sirio a sumarse a las ten
dencias unitarias que defiende el nasserismo y, en su propio país,
el Baas, el partido más sólido de la coalición de gobierno.
El primero de febrero de 1958 Nasser se reúne con Al-Kuatli
para anunciar algo sorprendente: la unificación de Egipto y Siria
en un solo país. Se trata de la primera decisión real, aunque bas
tante precipitada, de conseguir la tantas veces referida unidad
árabe. Un mes después, Yemen se une a la recién creada Repú
blica Árabe Unida. La propia evolución de las circunstancias es
tá llevando la política de Nasser más allá de los intereses
puramente egipcios.
La unión de Egipto y Siria crea un polo demasiado fuerte para
no despertar la alarma de los vecinos, empezando por la familia
hachemita, que resiste al mando de las dos creaciones más llama
tivas del colonialismo europeo: Jordania e Irak.
En esta ocasión, y como si se tratara de un consejo de familia en
el que se desea poner a salvo la dinastía, Ammán y Bagdad anun
cian el 14 de febrero el nacimiento de la federación jordano-iraquÍ.
El Oriente Próximo no ha agotado al parecer su capacidad de de
parar sorpresas.
Ya existen dos grandes bloques, que además mantienen relacio
nes más o menos próximas al mundo bipolar: más cercanos a la
Unión Soviética, aunque sin perder de vista a Estados Unidos, por
119
el lado egipcio-sirio; y claramente alineados a occidente en el ca
so del nuevo eje jordano-iraquí.
En esta fase de sumas y construcciones quedan aún países por
definir. Uno de ellos es el Líbano, donde los equilibrios entre cris
tianos y musulmanes se mantienen trabajosamente desde hace
años. Todo ese ejercicio de sabiduría política se rompe en la pri
mavera de 1958 cuando una rebelión suní-nasserista se topa con la
respuesta del presidente maronita (cristiano) Camille Chamoun,
dando lugar a una guerra civil entre las comunidades libanesas.
Todo el Oriente Próximo parece agitarse, para desazón de Esta
dos Unidos, que no tiene muy claro en estos momentos de qué la
do pueden caer las piezas en juego.
Para Washington, la situación empeora aún más unos pocos me
ses más tarde, concretamente el 14 de julio, cuando, a los sones de
La Marsellesa se produce en Irak un golpe militar que se transfor
ma en masacre, de la que son víctimas el propio rey Faisal JI y to
da su familia. El eterno hombre fuerte del régimen, Nuri Said, no
corre mejor suerte: la multitud le lincha en las calles de Bagdad
cuando pretendía huir disfrazado de mujer. El gobierno norteame
ricano ordena un inmediato desembarco de los marines en el Líba
no; en Wasghinton ya no se da nada por seguro.
Los nuevos hombres fuertes de Irak son, cómo no, dos corone
les, uno de ellos, Abdesalam Aref, nasserista convencido. El otro,
Abdul Kassem, cuenta con el apoyo de las minorías kurda y co
munista.
Kassem, que se hará en un primer momento con los mandos del
poder, es partidario del panarabismo, pero prefiere fortalecer su
propia posición en la región para, si llega el caso, negociar una fe
deración con Nasser en posición de igualdad. Al fin y al cabo, se
piensa ahora en Bagdad, como volverá a hacerse décadas más tar
de de la mano de Sadam Hussein, Irak es una potencia petrolera de
primera línea.
Sin embargo, los experimentos unitarios se están agotando tan
rápidamente como han sido urdidos. La unión jordano-iraquí ya no
tiene sentido tras el golpe de Bagdad, que deja a Hussein como el
120
único superviviente de la estirpe del Jerife de La Meca. Y en la fla
mante República Árabe Unida los entusiasmos iniciales se han
trasformado pronto en desilusiones.
Nasser no ha actuado precisamente con mano izquierda en Siria,
un país orgulloso, que fue el centro del Imperio en la época Ome
ya, como se recuerda a menudo en las escuelas de Damasco. Los
partidos han sido prohibidos y sustituidos por uno a imagen y se
mejanza del partido único nasserista. La mayoría de las decisiones
han quedado en manos de los egipcios, para desesperación del
Baas, que siempre se consideró mejor dotado ideológicamente que
sus hermanos de El Cairo para dirigir un proceso de unidad. Y, por
si esto fuera poco, los grandes propietarios sirios no encuentran en
el mercado egipcio los beneficios esperados.
En septiembre de 1961 se produce la separación, dando por con
cluida la breve experiencia unionista.
La escena internacional también inaugura una nueva etapa, tras
la revisión de Jruschov de la doctrina estalinista según la cual los
países sólo podían ser amigos o enemigos de la Unión Soviética.
Los coroneles iraquíes encontrarán en la nueva línea de Moscú un
aliado y protector.
La dinámica bipolar vuelve a entrecruzarse con los tradiciona
les contenciosos regionales. Los alineamientos este-oeste no son
en este caso, fruto, como en Europa, de la oposición entre regíme
nes comunistas y liberales; en realidad, en Oriente Próximo no
existen gobiernos propiamente comunistas.
En cambio, como señala Miguel Ángel Bastenier, "es la exis
tencia del Estado de Israel el elemento federador de los dos cam
pos. Los conservadores, por muy anticomunistas que sean, jamás
entienden que el enemigo principal sea Moscú, sino Jerusalén, pe
se a que Israel constituya el primer aliado de occidente en la zo
na". Como ha ocurrido tantas veces en el pasado y volverá a
suceder en el futuro, las querellas internas de árabes y judíos, y de
los árabes y judíos entre sí, se entremezclan con los choques entre
los grandes centros de poder del mundo.
121
Capítulo VII
123
guesía egipcia, que no se ha sumado a las directrices de su planifi
cación económica. Se ha abierto una segunda etapa en la revolu
ción egipcia, marcada por el dirigismo económico y las
nacionalizaciones en todos los sectores, lo cual no impide al "rais"
reprimir con dureza a los comunistas locales, la mejor manera, se
gún Nasser, de tener una relación fructífera y sin sobresaltos con
la Unión Soviética.
En Washington las percepciones cambian. El sucesor de Ken
nedy, Lindan Johnson, estrecha sus lazos con el Gobierno israelí,
cuyo primer ministro es recibido oficialmente, mientras cobra ca
da vez mayor aprensión por el presidente egipcio, peligrosamente
cercano a Moscú y que se atreve a celebrar en El Cairo una cum
bre de los Países No Alineados.
También se manifiestan nuevos conflictos -como el del agua del
lago Tiberiades, entre Israel, Siria y Jordania- que cobrarán mayor
relevancia en el futuro.
El fervor revolucionario y nacionalista que conmueve a todo el
mundo árabe, de El Cairo a Bagdad pasando por Damasco, vuelve
a colocar en un primer término el conflicto de Palestina. Se piensa
entonces que los palestinos deben contar con una representación
política propia, con relevancia diplomática, que aporte una dosis
nueva de legitimidad a las demandas árabes.
La idea sale de El Cairo, y desde la capital egipcia se empiezan
a barajar proyectos y personas. La época del gran Muftí y los se
ñores semifeudales ha quedado atrás, no queda más remedio que
crear una organización de nuevo cuño, en consonancia con los nue
vos tiempos. Nasser, que es el padre del invento, reúne en Jerusa
lén, a finales de mayo, el I Congreso Nacional de Palestina, con la
presencia de 422 delegados procedentes de los campos de refugia
dos de la ONU y de los territorios controlados por Jordania. Es en
tonces cuando se crea la Organización para la Liberación de
Palestina (OLP), completamente tutelada por Egipto.
La nueva institución contará con unas fuerzas armadas -que
pronto emprenden acciones guerrilleras contra Israel- dirigidas en
realidad por Egipto, y carece por completo de autoridad sobre la
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125
población palestina. Para colmo, Nasser sitúa al frente de ella a
Ahmed Chuqueiri, un palestino que ha tenido puestos de relevan
cia en diferentes países árabes y que no piensa despegarse un mi
límetro de las indicaciones de El Cairo.
La creación de la OLP está lejos de aglutinar a los elementos
más activos del mundo palestino. Uno de los grupos que se niega a
integrarse es Al Fatah, creado en 1956 en Kuwait por Yasir Arafat.
En aquellos momentos Al Fatah es sólo un grupúsculo más de
los formados tras la constitución del Estado de Israel. Otros seme
jantes han practicado la guerrilla y el sabotaje contra enclaves ju
díos. Sus acciones y los choques fronterizos con unidades
regulares árabes darán lugar en Israel a la doctrina de "las repre
salias", particularmente temerarias cuando Moshé Dayan ocupe la
jefatura del estado Mayor (1954 a 1956).
Las acciones de represalia, respaldadas por Ben Gurion, ahoga
rán las voces de intelectuales judíos como Moshé Sharet, partida
rias de tender puentes hacia los países vecinos.
Cuando se crea Al Fatah, Yasir Arafat es un ingeniero que tra
baja, al igual que otros muchos palestinos, en los innumerables
proyectos de Kuwait, un país con el vientre repleto de petróleo.
El verdadero nombre de la organización es "Harakat al Tahrir al
F ilastini", (Movimiento de Liberación de Palestina) cuyas siglas
son HATAF. Por razones de seguridad se invierten las iniciales y
HATAF se convierte en FATAH.
La primera célula secreta contiene ya el eterno cáncer del mo
vimiento palestino: el temor a la infiltración y una cierta intransi
gencia que hará difícil la convivencia. De hecho, uno de los cinco
miembros fundadores dimite al día siguiente de constituirse la or
ganzación.
Con el paso de los años, sólo dos miembros de la célula inicial,
el propio Arafat y Khalil al- Wazir continuarán en Al Fatah. Ambos
serán conocidos en adelante por su nombres clandestinos Abou li
had, el padre de lihad, y Abou Amar, el padre de Amar.
Los inicios no son muy prometedores. La mayoría de la pobla
ción palestina mira hacia el mundo árabe como el escenario en el
126
Moshé Dayan con el uniforme de los paracaidistas
127
que se debe resolver su conflicto. El propio George Habache abo
ga por sumar la causa palestina a la revolución panárabe.
Unos años después, no obstante, Al Fatah ha crecido. En 1963
el grupo no se puede manejar ya entre dos personas, lo cual soli
vianta los ánimos de un Arafat que piensa, a menudo en solitario,
en la acción armada como la única forma posible de que los pales
tinos se hagan sentir dentro y fuera del mundo árabe, de que de
muestren que están vivos y con ganas de pelear.
Cuando Nasser crea la OLP, los delegados de Al Fatah vuelven
horrorizados, pues consideran que la nueva organización no es más
que una farsa destinada a ratificar los planes del "rais" egipcio.
Sin embargo, nadie puede ignorar la importancia de la nueva
formación. Arafat duda si debe permanecer al margen o integrarse
para funcionar como una corriente organizada. Mientras tanto, al
Fatah se vacía desde dentro: responsables políticos y militares de
la organización se pasan en desbandada a la OLP. Nasser se frota
las manos y pide incluso a las autoridades kuwaitíes que cierren la
oficina de AI-Fatah. Los kuwaitíes acceden oficialmente, aunque
bajo cuerda permiten que continúe funcionando.
Arafat cree llegado el momento de la verdad para la lucha ar
mada. En el seno del Comité Central el debate dura más de un mes;
Arafat amenaza con dejar el grupo si no se aprueban sus propues
tas. Finalmente, por cinco votos contra cuatro, el comité central de
AI-Fatah reunido en Kuwait decide pasar a la acción militar. In
mediatamente se crea la rama armada, denominada "AI-Assifa"
(La Tempestad) de la que Arafat es nombrado comandante en jefe.
Una nueva etapa en la historia de P alestina se acaba de abrir.
Al acabar el año 1964, los dirigentes sirios llevan la iniciativa
árabe contra Israel, y en la frontera común empiezan a multipli
carse los incidentes.
Los Baasistas más radicales parecen haberse impuesto a los mo
derados, aunque todavía necesitarán de algún golpe de estado más
para controlar todos los resortes del poder. En Damasco, Nasser
continúa siendo una referencia y un competidor, sobre todo des
pués de la fracasada experiencia unitaria.
128
En plena carrera por demostrar quien es más nacionalista árabe
y más revolucionario, los sirios reciben la petición de Arafat para
desencadenar operaciones guerrilleras desde su territorio.
Después de tensas negociaciones entre el jefe palestino y res
ponsables de los servicios secretos, AI-Fatah recibe la autorización
para establecer una base. Si Nasser tiene "sus palestinos", en Da
masco no qUieren ser menos.
Pero los sirios quieren saberlo todo, controlarlo todo, y exigen
que las acciones no partan directamente de su territorio, sino de
Jordania y Líbano.
La última noche del año Arafat imprime en Beirut el primer co
municado de AI-Assifa y lo distribuye en su Volkswagen azul por
los principales periódicos árabes. Una semana más tarde el ala mi
litar ha pasado a la acción. El primer muerto caerá el ocho de ene
ro bajo el fuego de un soldado jordano.
La frontera entre Siria e Israel se calienta, mientras en el Esta
do judío se producen cambios importantes. David Ben Gurion, tras
una larga disputa con una nueva generación de líderes de su parti
do deja el puesto de primer ministro. Su sucesor, que asume tam
bién la cartera de defensa, es Levi Eshkol, un hombre prudente
pero muy alejado de los rasgos de fuerte liderazgo a los que se han
acostumbrado los israelíes.
En el año de 1966 la contracción económica alcanza un nivel
muy grave, las reducciones presupuestarias y el desempleo se
multiplican y son la causa de que muchas personas abandonen el
país: el ideal del Estado judío que pretende la fusión de las suce
sivas oleadas de inmigrantes está muy lejos de conseguirse. Sólo
faltan lo signos de hostilidad por parte de los países árabes para
que una sensación de histeria colectiva se adueñe de amplias ca
pas sociales.
Semejante estado de opinión lleva a la constitución de un go
bierno de Unidad Nacional, en el que la cartera de defensa se po
ne de nuevo en manos de Moshé Dayan y al que se incorpora el
partido de derecha Heirut, encabezado por Menahem Beguin. Por
primera vez Beguin, el hombre al que Ben Gurion nunca se dignó
129
citar por su nombre, forma parte de un gabinete judío, los halcones
han entrado en la dirección del Estado de Israel.
Como le ocurriría a Simon Peres varias décadas más tarde, el
problema de Eshkol estriba en no ser considerado un blando; pero
los acontecimientos en los países árabes y la propia presión de los
duros dentro de su país van a desencadenar una espiral imparable
de confrontación.
En los primeros meses de 1967 la aviación israelí realiza incur
siones en Jordania y Siria. A continuación, Moscú informa a Nas
ser de que los israelíes están concentrando tropas frente a las
colinas sirias del Golán. Eshkol lo desmiente, pero El Cairo co
mienza a concentrar de manera ostensible al grueso de su ejército
en el Sinaí, tras pedir a las Naciones Unidas que retire sus tropas
de interposición. A continuación, el líder egipcio prohíbe a los bu
ques con destino al puerto israelí de Eliath atravesar los estrechos
de Tirán.
El primero de junio, Egipto y Jordania firman un pacto de ayu
da mutua, a la que se une tres días más tarde Irak, completando la
previa alianza con Siria. Nasser parece dominar la situación en el
terreno diplomático y en el militar para todos salvo para los aseso
res soviéticos, que no dejan de remitirle informes acerca de la pre
cariedad del dispositivo de defensa egipcio.
El Gobierno norteamericano decide entonces mandar un en
viado especial a El Cairo para intentar reconducir una escalada
de tensión que está alcanzando cotas muy peligrosas.
En este punto, el ministro de Defensa israelí, Moshé Dayan,
afirma en una rueda de prensa que Israel no tiene una alternativa
militar, dadas las circunstancias, y que por tanto debe darse otra
oportunidad a la solución diplomática. Los líderes árabes no se
percatan de que es una trampa y se relajan ante la inminencia de lo
que consideran un compás de espera.
Todavía no han alumbrado las primeras luces del día 5 de ju
nio, cuando los aeropuertos militares israelíes se encuentran en
plena actividad. El jefe de la fuerza aérea, general Hod, tiene la
responsabilidad de elegir el momento oportuno para dar la orden
130
de despegue de sus aparatos. Con ellos debe comenzar una ope
ración relámpago, diseñada para destrozar las defensas de varios
países árabes y decantar del lado israelí una atmósfera ya irres
pirable.
El plan inicial es lanzar los aviones antes del alba, pero las pan
tallas de radar detectan vigilancia aérea sobre el Sinaí y Hod deci
de esperar. Sabe que el factor sorpresa es fundamental para el
resultado de la operación; sin él, la aviación de los países árabes,
el arma que más temen los generales israelíes, dispone de serias
opciones para adueñarse de los cielos y dificultar cualquier ma
niobra de las tropas terrestres.
Al amanecer, Moshé Dayan, el ministro de defensa, e Isaac Ra
bin, el jefe de Estado Mayor, apenas pueden reprimir su ansiedad.
Finalmente, Hod hace despegar a sus cazas: 25 grupos, con un to
tal de 300 aviones.
En lugar de seguir el camino recto hacia Egipto, a través del Si
naí, una parte de la fuerza da un rodeo por el Mar Rojo y la otra se
dirige al Mediterráneo, para girar a la altura de Libia.
A las 8.12 horas comienzan a caer las primeras bombas sobre
los aeropuertos militares de El Cairo. Apenas un par de horas más
tarde, los cazas israelíes regresan a repostar. En menos de tres ho
ras han destrozado a la aviación egipcia, que ni siquiera ha tenido
tiempo de despegar del suelo.
Veinte minutos después de comenzar el ataque aéreo se inicia el
movimiento de las tropas de tierra. A las nueve de la mañana han
roto ya las líneas egipcias, que apenas oponen resitencia, sorpren
didas en la rutina de la hora del desayuno.
A las diez de la mañana los carros de combate judíos atacan la
segunda línea egipcia, donde no se les espera, dado que las emiso
ras de El Cairo están proclamando en ese momento la victoria de
su ejército.
La misma información envía Nasser a sus aliados. El propio rey
Hussein de Jordania recibe una notificación oficial de El Cairo a
las nueve de la mañana en la que se le informa de que el 75% de
la aviación judía está fuera de combate. Semejante versión de los
1 31
hechos anula cualquier capacidad de reacción de la aviación jorda
na, sIrIa e iraquí.
A mediodía la guerra está decidida. La artillería jordana dispa
ra sobre las líneas israelíes y las tropas de Hussein lanzan tímidos
ataques que son rechazados. Siria apenas muestra actividad militar.
Una vez neutralizado el ejército egipcio, los israelíes se centran
en Jordania, país al que atacan por tres frentes, incluida Jerusalén.
El día 6 los árabes empiezan tomar conciencia de la magnitud del
desastre.
Además del frente militar, a Nasser le empiezan a fallar sus dos
grandes bazas diplomáticas: la actuación de las Naciones Unidas y
el boicot petrolífero.
La actividad soviética en el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas choca con los hechos consumados en el escenario bélico.
En la noche de 6 al 7 de junio, los judíos toman Belén y a las 10.15
los paracaidistas de Dayan alcanzan el Muro de las Lamentaciones
en el corazón de Jerusalén. Allí, Moshé Dayan toma la palabra pa
ra realizar una promesa que marcará el futuro del conflicto árabe
israelí. "El Ejército de Israel ha liberado Jerusalén -afirma-o
Hemos unido la desmembrada capital de Israel. Hemos retornado
a nuestros lugares sacrosantos para no separarnos de ellos jamás".
En el Sinaí, mientras tanto, prosigue la carrera entre egipcios e
Israelíes. En Naciones Unidas, los judíos se niegan a cualquier
concesión que no sea la capitulación incondicional árabe. Nasser
continua oponiéndose, y esa misma noche lanza sus últimas reser
vas para permitir la retirada ordenada de lo que queda de su ejér
cito en el Sinaí.
Quien no puede resistir ni un minuto más es Jordania. Al atar
decer del día ocho, Israel ha ocupado totalmente Cisjordania, la ri
bera occidental del Jordán.
Sorprendentemente, a estas alturas de la guerra, Siria decide en
trar con seriedad en combate. Tres brigadas blindadas israelíes son
enviadas entonces a Galilea con la orden expresa de romper las de
fensas sirias y tomar las alturas del Golán.
Pese a las dificultades geográficas, la embestida judía logra su
132
objetivo en la mañana del día 10, causando la desbandada del ejér
cito sirio. Los judíos se encuentran a unos pocos kilómetros de Da
masco. En el mundo árabe se vive un clima de estupor. ¿Serán
capaces los judíos de entrar en la capital siria?
El presidente Johnson contará años más tarde que en esas horas
funcionó el teléfono rojo con el Kremlin. Kosiguin habría adverti
do a Washington de que estaba decidido a intervenir en Oriente
Próximo si Israel continuaba hacia delante. Lo cierto es que el
ejército israelí se detuvo y los sirios pidieron un alto el fuego. A
medio día del 10 de junio la guerra había terminado.
Las consecuencias de este conflicto bélico, que los israelíes lla
marán Guerra de los Seis Días y los árabes Guerra de Junio, son
tan profundas que aún se perciben.
133
de entonces, el problema palestino dejará de ser un asunto a tratar
exclusivamente entre Israel y los gobiernos árabes para convertir
se en una reivindicación nacional. Los palestinos dejan, pues, de
ser un grupo de refugiados para comportarse políticamente como
una comunidad, que pide el reconocimiento de su existencia. Algo
que traerá no pocos problemas a los judíos y a los árabes.
La guerra del 67 completa también el giro iniciado once años
antes, en la crisis de Suez, cuando el conflicto de Oriente Próximo
deja de ser un eco de crisis foráneas para convertirse en el foco de
graves tensiones internacionales.
El alineamiento de los países con las dos grandes potencias se
hace más radical después del verano del 67: Israel es ya un aliado
fiel de Estados Unidos. Nasser, por su parte, estrecha sus vínculos
con Moscú, deseoso de aumentar su influencia en una zona cuyo
valor estratégico va aumentando cada día. La URSS proporciona al
líder egipcio cohetes "Sam", para calmar la angustia que ha inva
dido El Cairo tras la demostración de la aviación judía. Pero tam
bién Siria busca el auspicio del Kremlin, sumándose a un esquema
bipolar que se extiende por el planeta y parece dominarlo todo. La
bipolarización se instala en Oriente Próximo dificultando en la
práctica la resolución de un conflicto autóctono, cuya solución de
berá conciliar cada vez más intereses.
La batalla diplomática sigue a la militar, centrándose en Nacio
nes Unidas. Las primeras posiciones norteamericanas y soviéticas
parecen irreconciliables, y será, ironías del destino, una iniciativa
británica la que consiga el apoyo de las grandes potencias.
En noviembre de 1967 el Consejo de Seguridad aprueba una re
solución, que hace el número 242, y será el origen de un sinfín de
enredos posteriores. En ella se establece el respeto y reconoci
miento de la integridad territorial y de la independencia de cada
Estado de la región, y su derecho a vivir en paz dentro de fronte
ras seguras y reconocidas. También se establece una justa solución
al problema de los refugiados y la retirada de las fuerzas armadas
israelíes.
Este último punto para ser aprobado se redacta en dos versiones,
134
Miembros de Al-Fatah desfilando ante Yassir Arafat.
135
en el fondo dos interpretaciones, que causará un considerable en
redo durante mucho tiempo.
En la versión inglesa, y a petición de Estados Unidos, se elimi
na el artículo "los" (the) con lo cual el mandato se entiende como
la retirada de los israelíes "de territorios ocupados". En la versión
en francés, y debido a las presión de la Francia gaullista, sí apare
ce el artículo "los", "les territoires", con lo cual se refiere a la re
tirada israelí de (todos) los territorios ocupados.
Pero hay algo en lo que no existe ninguna duda: el problema pa
lestino es para la ONU sólo un asunto de refugiados, algo inacepta
ble para quienes se autoproclaman los representantes de un pueblo.
La Guerra de los Seis Días no sólo ha roto en pedazos el repar
to territorial efectuado por la ONU en 1947, también ha originado
un nuevo éxodo en los lugares conquistados por Israel.
El Galán sirio contaba antes de la guerra con unos 120.000 ha
bitantes, la mayoría drusos, que huyen casi en su totalidad. Pero es
sobre todo Cisjordania, que albergaba a casi un millón de habitan
tes, donde se produce la mayor emigración, más de 200.000 pales
tinos en busca de un hogar.
También habrá movimientos de población de la conquistada zo
na de Gaza. La cifra de refugiados palestinos llega ya a un total de
1.350.000. ¿Hacia dónde se dirigen los que acaban de abandonar
sus casas?
Los estados árabes limítrofes tienen sus propios problemas, pa
ra admitir una fuerte inmigración palestina. Serán los más débiles,
Jordania y El Líbano, los que reciban el grueso de la nueva riada.
Pronto conocerán los graves problemas que ello comporta.
Las resoluciones de la ONU no son recibidas con simpatías en
un mundo árabe nuevamente humillado y desangrado ante un rival
siempre dispuesto a dejarle tendido en el campo de batalla. En el
verano, los estados árabes se reúnen en Jartum para rechazar los
acuerdos preliminares elaborados por la ONU. Como conclusión
se establece una triple negativa: no al reconocimiento de Israel, no
a la reconciliación con Israel, no al fin de las reivindicaciones pa
lestinas.
136
Un far wes{ en Oriente
137
dónde atacar a Israel? Siria se opone a que AI-Fatah utilice libre
mente su territorio. Egipto no tiene ahora frontera directa con Pa
lestina y El Líbano parece demasiado frágil. Sólo queda una
opción: Jordania, donde más de la mitad de la población es ya de
origen palestino.
El rey Hussein permite que los grupos armados se instalen en
Ammán y en los territorios cercanos al Jordán porque siempre ha
considerado, como su abuelo, que todo el territorio a ambos lados
del Jordán forma parte de su reino. Desde ese punto de vista, los
palestinos no dejarían de ser sino súbditos suyos.
Las relaciones de los recién llegados con el estado jordano son,
no obstante, tensas desde el principio: los grupos armados palesti
nos funcionan a su aire, sin tener demasiado en cuenta la autoridad
de Hussein.
Un hecho bélico anudará momentáneamente los lazos en el in
terior de Jordania. En marzo de 1968, los fedayines aguantan el
asalto del ejército judío a Karameh, una población fundada quince
años antes por refugiados palestinos y donde Al-Fatah ha instala
do su cuartel general. El prestigio de Arafat sube como la espuma,
el propio Hussein se hace fotografiar junto a un blindado israelí
capturado, y Nasser le envía una felicitación explícita.
Pero es sólo un rayo de sol entre la bruma. A mediados de 1968, los
grupos palestinos crecen como hongos. Las tesis marxista-Ieninistas
de Georges Habache seducen a centenares de jóvenes palestinos sali
dos de las universidades en un ambiente de conmoción general.
El mundo entero vive una fiebre revolucionaria: mayo francés,
ofensiva del Tet en Saigón, primavera de Praga, revueltas estu
diantiles en Estados Unidos. Muchos de los jóvenes combatientes
tienen una visión global de una oleada de cambio rápido y radical
que se dispara por los cuatro costados del planeta. En ese momen
to el marco nacional o regional parece quedarse pequeño para la
lucha armada ¿Qué diferencia hay entre atacar una patrulla judía
en Cisjordania o los intereses israelíes en Europa? se preguntan en
los grupos armados.
El 22 de julio de 1968 un comando del grupo de Habache se-
138
El presidente Nasser media entre Arafat y Hussein. Foto: Keystone (arriba)
139
cuestra un boeing de El Al que acaba de despegar de Roma; será el
primero de una larga serie: acaba de comenzar la etapa de activi
dad terrorista.
Los palestinos consiguen su objetivo propagandístico: el mundo
entero conoce que existen y están en pie de guerra, pero será a cos
ta de identificarlos como terroristas.
A comienzos de 1969 el Consejo Nacional Palestino, al que ya
se ha unido el Frente Popular para la Liberación de Palestina de
George Habache, se reúne en El Cairo. Al-Fatah es para entonces
la fuerza más importante, y Arafat pasa a dirigir una organización
que cada vez tiene menos que ver con la fundada unos años antes
por Nasser.
Israel también vive sus propios cambios. La muerte del primer
ministro Levi Eshkol ha desatado una lucha por el poder que se
solventa con un personaje de compromiso: Golda Meir, una mujer
nacida en la Rusia zarista, que pronto dará pruebas de que no pien
sa ser marioneta de nadie.
La guerra ha terminado pero una vez más apenas se avanza en
la construcción de la paz. Las autoridades israelíes comienzan a
acostumbrarse a administrar Cisjordania, Gaza y El Galán. De he
cho los colonos judíos empiezan a asentarse en los territorios con
quistados a los árabes.
Las grandes potencias se ponen por fin de acuerdo en impulsar
un proceso de paz al que dará su nombre el nuevo secretario de es
tado norteamericano, abogado de nobles intenciones y amigo per
sonal del presidente Nixon: Willian Rogers.
El "Plan Rogers" pretende la desmilitarización casi total del Si
naí y Gaza a cambio de un reconocimiento mutuo entre Egipto e
Israel y un sistema de garantías de seguridad para ambos. Nada se
dice de Jerusalén o de una entidad palestina.
La OLP se opone al plan, al igual que Siria, que no obtendría
nada. Egipto y Jordania se lo piensan. Israel se opone, aunque pos
teriormente se sumará a la dinámica de la negociación.
Mientras se producen los tanteos, los incidentes fronterizos se
suceden día tras día; es lo que Nasser llama "la guerra de des-
140
gaste", que mantendrá a la región en un continuo duelo artillero
durante tres años.
También los comandos palestinos hacen de la suyas desde sus
bases en Jordania y en Líbano. Esta actividad, que requiere un
complejo dispositivo de aprovisionamiento, campos de adiestra
miento, redes de suministro, etc. está complicando la situación en
los dos países.
En el Líbano, donde el laberinto de etnias y confesiones ya tie
ne bastante con mantener los equilibrios internos, la actividad pa
lestina amenaza con hacer tambalear todo el frágil castillo de
naipes. Una vez más, Nasser, que acaba de dar su respaldo al "Plan
Rogers" debe utilizar todo su prestigio para que Arafat y la comu
nidad maronita lleguen a un acuerdo.
En Jordania, en cambio, las cosas van de mal en peor. Ammán
se ha convertido en un escenario del "far west", al que acuden ac
tivistas de los lugares más variopintos del planeta para enrolarse
en los grupos guerrilleros, buscar apoyo para otras causas o vender
todo tipo de armas.
Los hombres de Georges Habache establecen controles en al ca
rretera, chantajean a los comerciantes; cada grupo impone su ley
en el territorio en el que se ha asentado. Incluso se preparan aten
tados contra Hussein, cuyo coche es ametrallado en tres ocasiones.
El ocho de septiembre los hombres de Habache secuestran si
multáneamente tres aviones comerciales y los obligan a aterrizar
en una pista construida en pleno territorio jordano.
El vaso está colmado para Hussein. Poco después lanza a su Le
gión árabe contra los más de veinte mil fedayines palestinos, que
se han hecho fuertes en Ammán -la ciudad instalada entre valles,
aguas abajo de uno de los afluentes del Jordán-.
La preocupación en el mundo árabe es extrema ante unos acon
tecimientos sangrientos que para muchos tienen categoría de gue
rra civil y que pasarán a la historia con el nombre de Septiembre
Negro.
La crisis puede ampliarse: el ejército israelí es puesto en estado
de alerta y Nixon da orden a la VI flota de dirigirse a la zona. In-
141
cluso declara a un diario de Chicago que está "inclinado a interve
nir en Jordania en el caso de que los sirios y los iraquíes se unan a
la resistencia palestina".
Nasser está soliviantado y convoca una reunión entre Hussein y
Arafat en El Cairo. Pero el líder palestino está bloqueado en mitad
del tiroteo y no encuentra forma de salir de su ratonera para viajar
a la capital egipcia.
Diferentes líderes árabes comprueban de primera mano las difi
cultades de la salida del líder palestino: cuando el presidente sud
anés Numeiri llega en persona a Ammán para llevarse a Arafat, el
ejército jordano bombardea su residencia.
Finalmente, el príncipe heredero de Kuwait, el jeque Saad Ab
dullah al Sabbah, consigue trasladar a Arafat a El Cairo tras una
serie de rocambolescas peripecias.
Allí, en el hotel Hilton, al borde del Nilo, Nasser utiliza sus úl
timas energías para que Hussein y Arafat, que no se desprenden
durante el encuentro de sus respectivos revólveres, firmen el alto
el fuego. Al día siguiente, 28 de septiembre de 1970, Gamal Abdel
Nasser sufre una crisis cardiaca y muere.
142
Capítulo VIII
143
tegias extremistas que debilitarán su causa en los foros internacio
nales. Sólo después de comprobar ese aislamiento se producirá un
profundo cambio de orientación.
Una vez apagadas las manifestaciones masivas de dolor tras los
funerales del "rais", Egipto vuelve a enfrentarse a sus problemas
internos y externos. El nuevo hombre fuerte es Anuar el Sadat, un
hombre del delta del Nilo, de extracción campesina y piel oscura,
hasta entonces vicepresidente, y al que nadie toma demasiado en
serio tanto dentro como fuera de El Cairo.
Sadat tiene que estabilizarse en el poder frente a la pléyade de
herederos de Nasser que reclaman su legado; recuperar el Sinaí,
perdido en la reciente Guerra de los Seis Días; relanzar la econo
mía; y elaborar un nuevo planteamiento geopolítico para su país
que reemplace al anterior, tan dependiente de las características
personales de su predecesor.
El orden interno lo establece a fuerza de intrigas, como señala
José U. Martínez Carreras, "ordenando detenciones de antiguos di
rigentes que fueron juzgados y condenados, configurando lo que
por algunos ha sido definido como segunda revolución". Pero la
cuestión del Sinaí es un asunto más complejo.
Pocos meses después de instalarse en el poder, Sadat realiza una
sorprendente oferta a los israelíes: les pide que se retiren del canal
de Suez para que personal egipcio reabra a la navegación la vía
marítima. El presidente egipcio se compromete a que tal decisión
sea el inicio de un acuerdo de paz más amplio.
Contra lo que se supone en Israel, Sadat ha puesto encima de la
mesa un planteamiento de fondo, sumamente ambicioso, que pue
de cambiar los parámetros por los que se ha regido el conflicto de
Oriente Próximo en las últimas décadas.
Pero en el clima de euforia que vive el país, ni Golda Meir ni,
por supuesto, los halcones de Beguin, quieren saber nada de un re
pliegue de su ejército en el Sinaí.
El ámbito interno también suscita problemas al nuevo hombre
fuerte egipcio, cada vez más incómodo con sus "protectores" so
viéticos, que han situado a miles de asesores en los engranajes del
144
ejército, y se muestran de día en día más exigentes con un poder al
que consideran débil.
Mientras mantiene las formas, Sadat explora en secreto la única
opción alternativa: los Estados Unidos de América. Como les ocu
rrirá a otros dirigentes árabes, el líder egipcio no espera gran cosa
de una negociación directa con los israelíes; prefiere acercarse a
Estados Unidos para que éstos, ejerciendo el papel de intermedia
rios, fuercen a Israel a negociar.
En Washington, Sadat se topa con Henry Kissinger, un hombre
de origen judeoalemán, historiador y académico, que mueve en la
sombra los hilos de la política exterior norteamericana, pese a que
sólo es Consejero de Seguridad Nacional. Para Kissinger, la posi
bilidad de sacar al mayor país árabe del Mediterráneo oriental de
la órbita soviética es un asunto que merece todo su interés. A me
dio plazo, incluso puede ser un excelente cambio para Israel, por
ahora renuente a cualquier concesión.
Sadat y Kissinger comienzan a desbrozar conjuntamente un ca
mino muy delicado para el dirigente árabe. En julio de 1972 Sadat
da el primer paso que le pide Washington y ordena a los asesores
soviéticos que abandonen el país. Su posición es muy comprome
tida, porque el ejército egipcio depende por completo de los sumi
nistros soviéticos. Por el momento no puede ir más allá.
El Cairo no es el único centro que se mueve. El fracaso de la
guerra ha producido una convulsión en el grupo dirigente de Siria,
donde los reproches y las fisuras se agrandan sin cesar.
En noviembre de 1970 Hafez el-Assad dirige un golpe militar
más y se hace en solitario con las riendas del poder. Los tiempos
del radicalismo socialista también han pasado en Damasco, y As
sad enarbola la llamada "rectificación" como eje de su nueva polí
tica económica, que contará en lo sucesivo con el capital privado.
Pese a que se producen algunos signos de apertura política, la nue
va deriva económica no alterará el monopolio del Baas en los re
sortes del poder: mercado no es necesariamente sinónimo de
democracia.
El hombre fuerte sirio tiene razonablemente controlada la situa-
145
ción interna, pero en cambio se ha quedado fuera del "Plan Ro
gers", la iniciativa norteamericana para consolidar un cuadro de
paz y que considera como principal interlocutor a Egipto.
Damasco vuelve sus ojos a El Cairo, donde convergen todas las
miradas internacionales, para evitar ser excluido de los grandes
movimientos diplomáticos que se avecinan. El presidente sirio
también necesita rearmar a un ejército que ha sido doblegado una
vez más por las fuerzas israelíes.
En este caso, las armas sólo pueden proceder de Moscú, pero los
sirios no quieren una dependencia excesiva del Kremlin que les
reste margen de maniobra y en lo sucesivo se mostrarán remolones
a la hora de las contrapartidas políticas. Los soviéticos se fortale
cen como proveedores de armas en el Mediterráneo Oriental, pero
pierden complicidades en dos de los países clave.
Hafez el-Assad y Anuar El Sadat tienen algo más en común:
ambos han vivido la guerra de 1967 en puestos importantes de sus
respectivos gobiernos. Ambos han sufrido la derrota y han apren
dido de ella.
A mediados de 1972 los Estados Mayores de Egipto y Siria co
mienzan a trabajar conjuntamente en los preparativos de una nueva
guerra contra Israel. Es la primera vez en la historia moderna que se
produce una colaboración tan estrecha entre dos países árabes.
Ambos mandatarios no son, sin embargo, los únicos que se pre
ocupan por sus estados; otros dirigentes diseñan también proyec
tos, aunque por ahora su estado no es más que una quimera en un
trozo de papel.
Los palestinos se enfrentan a múltiples dificultades a mediados de
1972. Unos meses antes, el Rey Hussein de Jordania ha presentado el
proyecto de un futuro "Reino Árabe Unido" en el que estarían fede
rados, bajo la corona hachemita, dos provincias ampliamente autó
nomas: una con capital en Ammán, al este del Jordán (la Jordania
existente en esos momentos); y otra, en la ribera occidental, con
capital en Jerusalén (la Cisjordania palestina, bajo dominio israelí
desde la Guerra de los Seis Días).
El monarca pretende cerrar varios frentes de forma simultánea:
146
se acaban de anunciar elecciones municipales en Cisjordania y
Hussein no quiere que la reciente expulsión de los guerrilleros pa
lestinos se traduzca en una animadversión de la población palesti
na. Por otro lado, su plan sólo sería posible con una salida
negociada de los israelíes convirtiéndolo tal vez en un paso hacia
la superación del contencioso árabe-israelí.
La resistencia palestina está furiosa, y el 15 de marzo al-Fatah
denuncia la iniciativa de Hussein como "la más grave conspiración
a la que se enfrenta la causa palestina desde hace medio siglo". La
OLP no sólo lucha contra Israel para construir su Estado, también lo
hace, y muy duramente, contra las ambiciones de un monarca árabe.
Las principales dificultades se van a originar no obstante en el
interior mismo de la Organización para la Liberación de Palestina.
La expulsión de Jordania ha sido un duro golpe para la resis
tencia palestina, que se ve obligada a trasladar a la mayoría de sus
efectivos al Líbano, donde pronto surgirán nuevos problemas.
En estos momentos se buscan responsables y Arafat no se libra
precisamente de las críticas; incluso muchos le dan directamente
por acabado.
La matanza de Jordania está produciendo un efecto de radicali
zación del movimiento palestino. Se habla de regresar a la clan
destinidad, además de hacer pagar a Hussein las masacres de
septiembre. Una nueva etapa se está abriendo en el conflicto de
Oriente Próximo.
Al calor de estas discusiones ha comenzado ya a funcionar un
grupo terrorista que se hará pronto tristemente famoso: Septiembre
Negro.
El grupo perpetra su primer secuestro el 8 de mayo, obligando
a aterrizar en el aeropuerto israelí de Lod a un Boeing 707 de la
compañía belga "Sabena". Dos de los integrantes del comando mo
rirán a manos de la policía israelí.
"Septiembre Negro" acaba de empezar a competir con el Fren
te para la Liberación de Palestina (el grupo de George Habache),
auténtico especialista en el secuestro de aviones, que unos sema
nas más tarde, el 31 de mayo, protagonizará una auténtica carnice-
147
ría en el aeropuerto israelí, al asesinar a veintiseis personas. Los
miembros del comando, kamikazes del Ejército Rojo japonés, que
obran por cuenta del grupo palestino en una macabra alianza interna
cional del terror, se suicidan en el mismo escenario de la masacre.
En menos de un mes, el 21 de junio, el ejército de defensa de Is
rael bombardeará durante media hora la aldea drusa de Hasbaya en
el sur del Líbano, donde la situación vuelve a calentarse. El parte
de víctimas es estremecedor: 48 muertos.
La violencia tiñe el aire de sangre, mientras la vida en los terri
torios de Gaza y Cisjordania empieza a cambiar substancialmente.
Apenas cinco años después de la conquista de Cisjordania, casi
medio centenar de colonias judías se han instalado en este territo
rio. Los empresarios israelíes han descubierto ya las posibilidades
económicas de una zona con mano de obra barata, a la que hay que
sumar las ayudas que concede el Gobierno judío. La colonización de
Cisjordania empieza a ser un hecho. Un par de décadas más tarde se
rá uno de los factores que más dificulten la consecución de la paz.
También las fábricas y la construcción de Israel se benefician de
los trabajadores palestinos, dispuestos a trasladarse todos los días
para mejorar sus ingresos. En un primer momento son autorizados
a trabajar en Israel 30.000 palestinos, pronto serán 60.000 y la ci
fra irá en aumento.
Los trabajadores tienen permiso para pasar la frontera y traba
jar, pero no para quedarse a dormir: Cisjordania está demasiado
poblada como para integrarla de repente en el Estado judío.
En realidad no hay una postura oficial acerca del destino que
quiere dar Israel a este territorio. El ministro de defensa y gal
Allon se referirá pronto a los derechos de los palestinos, pero los
ultraortodoxos enarbolan la Biblia y reivindican esta zona como
Judea y Samaria, pertenecientes al Gran Israel.
La situación social es lamentable en Gaza. En esta estrecha
franja se amontonan medio millón de refugiados, con pocas ex
pectativas económicas. Los jóvenes, inactivos en su mayoría, cre
cen alimentando rencores muy profundos. Veinticinco años más
tarde nacerá aquí la Intifada.
148
Soldado israelí dando agua a un prisionero de guerra sirio.
149
En el verano de 1972 Arafat, que acaba de abrir canales de co
laboración con la Unión Soviética viaja a Moscú. El Kremlin, al
igual que el propio Arafat, desaprueba los actos terroristas de los
grupos palestinos -tras los cuales la prensa occidental ve siempre
la mano del KGB- y pide al líder palestino que renuncie a la des
trucción de Israel y abandere la idea de un pequeño estado inde
pendiente que viva en paz con su vecino. Varias décadas más tarde,
este será el plan que defienda la OLP como solución definitiva.
Mientras se producen los contactos diplomáticos, hay una ope
ración en marcha que será el último gran aldabonazo de Septiem
bre Negro. En el mes de septiembre de 1972 se celebran las
Olimpiadas en Munich: once atletas israelíes, cinco guerrilleros
palestinos y un policía acabarán acribillados a balazos en el aero
puerto militar de la capital bávara.
La opinión pública occidental está horrorizada, pero en Siria y
en Gaza se producen escenas de alegría. No les durará mucho, los
bombardeos de represalia israelíes se cobran trescientos muertos.
A principios del año 73 la línea política de Arafat vuelve a ser
mayoritaria en AI-Fatah y en la OLP. Es un momento difícil, por
que además del aislamiento internacional y las divisiones internas,
los problemas se agudizan en el Líbano, el lugar donde se concen
tran, además de numerosos campos de refugiados, la mayoría de
los fedayines palestinos, tras la expulsión de Jordania.
En esencia el problema tiene una base semejante al de Jordania:
las acciones de la resistencia palestina crean cada vez más zozobra
en el gobierno y el ejército libanés, que no tiene capacidad para
controlar a un movimiento muy nutrido y ampliamente armado. La
diferencia con Jordania es que el Líbano es en sí mismo un micro
cosmos sumamente inestable que sólo milagrosamente ha conse
guido mantenerse en equilibrio.
Cuando la situación comienza a calentarse, las viejas divisiones
históricas hacen de nuevo su aparición: la población musulmana se
siente cercana los palestinos, mientras los cristianos maronitas te
men una recreación de la tensión islámica-cristiana en la que ellos
sólo pueden perder. Sólo hay otro poder no islámico en la zona: Is-
150
rael. La alianza por bandos se empieza a realizar abiertamente, y
más tarde estallará de forma dramática.
En abril de 1973, se produce una decisión de largo alcance: los
presidentes Sadat y Assad ponen fecha al ataque militar contra Israel
en el que llevan tiempo trabajando. Será el 6 de octubre, día del Yom
Kipur (el Día del Perdón o de la Expiación), una relevante fiesta re
ligiosa judía. La que será conocida como Guerra del Yom Kippur es
la más extraña de todas las que han enfrentado a árabes y judíos.
Para Anuar el Sadat, la acción militar no es un fin en sí mismo,
sino un eslabón de un proceso más complejo, que combina con
frontación y negociación. No se trata pues, para el líder egipcio, de
iniciar una guerra total contra Israel, sino de agitar una situación
atascada, en la que los judíos se han instalado confortablemente
sin el más mínimo interés por negociar.
Resulta prácticamente imposible que Sadat no informara a
Henry Kissinger de sus propósitos, no sólo en función de la línea
de acercamiento que ambos están practicando, sino sobre todo por
que la mediación norteamericana habría de ser decisiva una vez
concluidas las hostilidades. La incógnita por despejar es si el Con
sejero de Seguridad Nacional norteamericano trasladó esas infor
maciones al Gobierno israelí. Lo hiciera o no, lo cierto es que los
israelíes no tomaron en serio tal posibilidad.
El clima de euforia reinante en el país, la seguridad que había
incorporado la fulgurante victoria militar de los "Seis Días" y las
propias circunstancias de Oriente Próximo, con los palestinos ex
pulsados de Jordania y Egipto en trance de aproximación a Was
hington, han creado una atmósfera de superioridad que contagia a
los sectores políticos. Incluso los servicios secretos militares que
por definición deben elaborar sus propios análisis, al margen de los
climas de opinión pública, se dejan llevar por el criterio general.
De esta forma, cuando los ejércitos egipcio y sirio inician su
ofensiva combinada, el 6 de octubre, cogen por sorpresa al Gobier
no judío presidido por Golda Meir, que tardará varios días en eva
luar lo que se le viene encima y tomar las decisiones adecuadas.
La ofensiva por tanto es un éxito en los dos frentes: los egip-
151
cios, tras bombardear los aeródromos israelíes del Sinaí, cruzan el
canal de Suez y colocan una cabeza de puente a unos diez kilóme
tros. Aquí Sadat se detiene, dispone de profundidad territorial su
ficiente para defender sus posiciones -a su espalda se levantan las
baterías de misiles soviéticos para disuadir a la aviación judía- y,
sobre todo, ya ha conseguido su objetivo político: calentar la zona.
Ir más allá sería desencadenar una guerra total, enajenándose el
apoyo norteamericano.
La simultánea ofensiva siria también comienza con buen pie.
Los ataques aéreos y terrestres permiten al ejército de Damasco re
cuperar la mayor parte del Galán. El problema para Hafez el Assad
es que, a diferencia de los egipcios, no dispone de profundidad te
rritorial; no puede avanzar y mantener las posiciones. En el frente
sirio la guerra sí debe ser general.
Dos días después de iniciarse el conflicto, el Gobierno israelí se
encuentra en condiciones de movilizar a todos sus reservistas y or
denar una contraofensiva en los dos frentes. Los egipcios, bien si
tuados, aguantan el embate, pero los sirios empiezan a ceder.
En vista de ello, y del peligro para el propio territorio israelí, el
Estado Mayor judío da prioridad al Galán, donde concentra el ma
yor número de fuerzas.
El día once, el avance general israelí pone a Assad contra las
cuerdas: sus líneas defensivas se hunden una a una, perdiendo rá
pidamente todo el territorio recuperado.
El presidente sirio pide a Sadat que le ayude, movilizándose en
el Sinaí, para aliviar la presión que está recibiendo su ejército re
forzado con algunas tropas iraquíes y jordanas. La misma Damas
co se siente amenazada.
Los egipcios lanzan una tímida ofensiva el día 14, que es des
baratada enseguida por el general Ariel Sharon. Poco después el
ejército israelí encuentra un hueco en la barrera antiaérea egipcia
y se introduce por él, cruzando de nuevo el canal. Los blindados
judíos llegan incluso a cercar la ciudad de Suez; la iniciativa está
ahora enteramente en sus manos. Sadat, que ha jugado con fuego
está a punto de arder.
152
Tropas egipcias cruzan el canal de Suez
153
Es el momento en el que los frentes diplomáticos se empiezan a
mover. El día 17, los estados árabes de la OPEP deciden la reduc
ción paulatina de la producción petrolífera hasta que Israel se re
pliegue.
La guerra árabe-israelí comienza a tener consecuencias directas
sobre los países occidentales: el alza de precios derivado de esta
medida cobrará su propia dinámica, causando una de las más gra
ves crisis económicas de la segunda mitad del siglo en occidente.
Por el momento sin embargo su influencia es limitada. Mucho
más determinante es la entrada en el juego de la Unión Soviética,
sorprendida y alarmada por el cariz que están tomando unos acon
tecimientos en los que el Kremlin no juega ningún papel.
Una vez más, los soviéticos amenazan con intervenir militar
mente, lo cual crea un problema muy serio a Kissinger,el auténti
co poder norteamericano en esos momentos, y a que el presidente
Nixon, en plena escalada del escándalo Watergate dedica todas sus
energías a evitar que el congreso le destituy a.
El 22 de octubre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
decreta un alto el fuego. Egipto y Siria aceptan de inmediato, Is
rael termina por hacerlo después de una fortísima presión interna
cional. La guerra del Yom Kippur ha concluido.
Tanto Egipto como Siria e Israel han perdido miles de hombres
en los campos de batalla. Paradójicamente, aunque es Israel quien
ha vencido desde el punto de vista militar, el éxito psicológico y
político se lo apuntan los árabes y, especialmente, Sadat.
Las comparaciones con anteriores conflictos, especialmente con
el del 67, arrojan una sensación de amargura en el campo judío: en
esta ocasión han sentido cercana la posibilidad de perder la guerra.
Como en un cuadro clínico, la población judía pasa de la euforia a
la depresión.
Los ejércitos árabes han combatido mejor que en anteriores oca
siones y, sobre todo, el mito de la invulnerabilidad de las Fuerza Ar
madas judías ha quedado en entredicho. En el momento en el que la
correlación de fuerzas militar entre árabes y judíos se encuentra más
pareja, los árabes se orientan por la lucha diplomática.
154
Cuarta parte
157
como máximo oficiante, cobra un papel preponderante, aunque ob
viamente no exclusivo, en el conflicto de Oriente Próximo.
El otro factor novedosos es la toma de conciencia por los países
árabes de la fuerza diplomática del petróleo tras el boicot petrolí
fero de ese mismo año.
En el mes de noviembre han comenzado las negociaciones para
la separación de fuerzas entre israelíes y egipcios, pero Sadat, Kis
singer y los israelíes saben que se está hablando de algo mucho
más ambicioso.
Hasta el momento, y pese a las endémicas discrepancias entre
los estados árabes, todos han respetado el principio de unidad con
tra Israel. En realidad ha sido la creación del Estado de Israel y el
consiguiente litigio por Palestina lo que ha aportado elementos de
cohesión a las diferentes entidades árabes, ya con un considerable
grado de madurez por separado.
Por primera vez, sin embargo, el Gobierno norteamericano y el
israelí vislumbran la posibilidad de romper ese frente unitario, pre
cisamente por su eslabón más fuerte: Egipto.
En febrero de 1974 judíos y egipcios llegan a un primer acuer
do de separación de fuerzas en el Sinaí: Israel se retira de la parte
africana, aunque su ejército mantiene el control sobre dos terceras
partes de la península. Entre ambas fuerzas armadas se estacionan
contingentes de cascos azules.
En estos momentos Kissinger es más que nunca el director de la
política norteamericana: el presidente Nixon se está despeñando
hacia la dimisión a causa del escándalo Watergate.
Cuatro meses después de este primer acuerdo, los israelíes lle
gan a otro semejante con Siria, por el que los soldados judíos re
troceden prácticamente a las líneas de 1967; lo suficiente para
aplacar a un Assad cada vez menos dispuesto a ser relegado a la in
significancia.
Nada más recuperar el terreno perdido, el presidente sirio inicia
una ofensiva para estrechar sus lazos con el resto de los países de
la zona, Jordania y El Líbano, además de la OLP, en un movi
miento defensivo que pretende evitar un cerco diplomático.
158
Beguin, Sadat y Carter tras la firma de los acuerdos de Camp David
159
Curiosamente, el Gobierno israelí maniobra con comodidad, da
do que en las elecciones posteriores a la guerra del Yom Kippur,
celebradas en diciembre de 1973, el Partido Laborista, encabezado
por Golda Meir, ha vuelto a conseguir la mayoría. Este respaldo en
realidad no es más que un espejismo, debido a las reticencias a una
alternativa del Likud, liderado por el halcón Menahem Beguin, al
que buena parte de la opinión pública considera demasiado procli
ve a una reanudación de las hostilidades.
Sin embargo, los días de Meir al frente del gobierno están con
tados y poco después debe ceder el puesto a su compañero de par
tido, Isaac Rabin. Él será quien negocie un segundo y más
ambicioso acuerdo con Egipto.
Los palestinos sacan sus propias conclusiones de este cúmulo
de acontecimientos. Perdida para su causa Jordania, tras la refrie
ga de Septiembre Negro, concluyen que tampoco pueden esperar
nada en adelante de este Egipto al que Sadat está transformando
interna y exteriormente a velocidad de vértigo. Pero hay un dato
todavía más relevante, si El Cairo se adentra definitivamente en el
camino de la paz con Israel, rompiendo el frente árabe, cualquier
posibilidad de un nuevo enfrentamiento militar con los judíos que
da eliminada de un plumazo. Puesto que los países árabes unidos
no han conseguido vencer por las armas a Israel, resulta impensa
ble un nuevo intento sin el más poderoso de todos ellos. Arafat sa
be que en adelante su lucha debe ser sobre todo política.
Arafat acude a partir de ese momento a todas las cumbres ára
bes y multiplica sus gestiones diplomáticas. El 26 de noviembre de
1973 se reúne una cumbre en Argel en la que, por primera vez, se
reconocerá la OLP como "el único representante del pueblo pales
tino" y se reclama "el restablecimiento de los plenos derechos na
cionales de los palestinos".
Hussein de Jordania, que ha votado en contra, debe renunciar fi
nalmente a sus reivindicaciones sobre la orilla oeste del Jordán. La
semana siguiente, el Consejo Supremo de Jerusalén Este, principal
autoridad de los territorios ocupados, se desliga del monarca jor
dano y toma partido por la OLP.
160
El triunfo de Arafat en su litigio con el rey de Jordania es total
en el mundo árabe. Pero las declaraciones no ocultan también una
segunda lectura: tras veinticinco años de conflicto, los jefes árabes
dejan en manos de los palestinos el peso principal de la lucha con
r srael por la tierra palestina.
La nueva dinámica obliga a la OLP a modificar sus pretensio
nes, retomando una idea de 1971: la posibilidad de que los pales
tinos establezcan "una autoridad nacional sobre todo territorio que
pueda ser recuperado al ocupante sionista". Esto quiere decir que
al menos por el momento la OLP está dispuesta a aceptar la sobe
ranía sobre una parte de su territorio nacional, a crear una especie
de miniestado, que conviva con el Estado hebreo.
La idea de un sólo país judío y árabe en Palestina se empieza a
desechar por el propio movimiento nacionalista. Arafat tardará va
rios años en convencer al Consejo Nacional Palestino de esta solu
ción. Ella será la base del futuro estado palestino, negociado con
los israelíes en el año 2000.
Semejante propuesta causa en esos momentos una profunda divi
sión en la OLP. En junio de 1974, Georges Habache y los dirigentes
del Frente para la Liberación de Palestina abandonan sus cargos en el
Consejo Nacional Palestino. Otros muchos piensan tomar una deci
sión similar, aunque no se atreven por ahora a llevarla a cabo.
Cuatro meses más tarde, octubre de 1974, la nueva línea políti
ca tiene su primer reconocimiento internacional: la Asamblea Ge
neral de la ONU invita a la OLP, como representante del pueblo
palestino, a sus deliberaciones sobre la cuestión de P alestina. El
anuncio causa un impacto enorme en todo el mundo.
El 13 de noviembre, la invitación se traduce en visita. En medio
de impresionantes medidas de seguridad, un helicóptero traslada a
Arafat en plena noche al techo del palacio de las Naciones Unidas.
Allí permanecerá ocho horas hasta que pronuncie su discurso.
Cuando se dirija a la tribuna, toda la sala estará llena a rebosar, con
la llamativa excepción de la representación israelí. Allí, con una rama
de olivo en una mano y la cartuchera vacía en el costado pronuncia una
frase histórica: "No dejéis que el ramo de olivo caiga de mi mano".
161
Arafat, al que los gobernantes israelíes y los de medio mundo
continúan considerando un terrorista, acaba de entrar en el mundo
de la diplomacia. Unos días después, una resolución de Naciones
Unidas atribuye a la OLP el estatuto de observador en la ONU.
Francia, la URSS y China han votado a favor. Para entonces Ara
fat ya ha abandonado Nueva York: las autoridades norteamericanas
le avisan de que existe un complot para asesinarle.
La OLP ha conseguido un gran éxito diplomático, pero su posi
ción continúa siendo sumamente débil, algo que pronto se pondrá
de nuevo de manifiesto.
Tras la expulsión de los fedayines de Jordania, el Líbano es el
único lugar en el que los palestinos disponen de libertad de movi
mientos. En este país, contando a los que acaban de llegar de Jor
dania, están instalados alrededor de medio millón de palestinos,
muchos de ellos en los campamentos de refugiados, donde ni el
ejército ni la policía libanesa se atreven a ejercer el control; pero
también se han establecido en las ciudades, rivalizando con los li
baneses en los más diversos negocios. En estos momentos tienen
el amparo del dinero que los enriquecidos países árabes producto
res de petróleo hacen fluir hacia la causa palestina tras el aumento
de precios del 73.
Cada tendencia de la OLP recluta a sus propios seguidores en
los campamentos: AI-Fatah en el de Chatila, el grupo de Habache
en Bourg el-Brajneh. En total más de veinte mil hombres armados.
Los demonios que se desataron en Jordania comienzan a rondar
también aquí: los palestinos son demasiado numerosos, demasiado
poderosos, están demasiado armados para un país que a duras pe
nas consigue mantener en equilibrio a sus diferentes etnias y reli
giOnes.
A principios de 1975 menudean los incidentes violentos entre
palestinos y soldados libaneses por un lado y las milicias cristia
nas por otro, mientras aumentan las escaramuzas de los fedayines
con el ejército israelí. Como siempre, el conflicto en ciernes tras
pasa los límites geográficos, implicando a los estados limítrofes y
a los grandes poderes internacionales.
162
fTTTTTll Enclave cotrolado por
Llilill el comandante haddad
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Zona de despliegue
D de los Cascos Azules
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O , 9-.
ISRAEL Safed ' �
La guerra civil del Líbano
163
Israel ve en los cristianos su aliado natural, porque le permite in
sertar una cuña de división en el mundo árabe. Los cristianos maro
nitas tienen su organización más poderosa en Las Falanges de Pierre
Gemayel, a éstos se suman los extremistas de Camille Chamoun y los
164
La evolución de los acontecimientos en Líbano y Egipto pone
cada vez más nervioso a Assad, a quien todas las circunstancias pa
recen ponérsele en contra. A finales de año, la coalición palestino
musulmana está a punto de imponerse a las milicias cristianas,
generando diversas complicaciones para Siria, que siempre ha as
pirado a controlar el movimiento palestino y a evitar la división
del Líbano, y que además teme un ataque directo contra su territo
rio por parte de Israel si se consuma la victoria palestina en un pa
Ís con frontera directa con el Estado judío.
La tensión sube rápidamente, cuando la mente maquiavélica de
Kissinger trama un nuevo plan: de improviso empieza a lanzar
mensajes a Assad, alentándole para que intervenga militarmente en
el Líbano y evite la derrota cristiana.
La razón de esta sorprendente actitud reside en que Washington,
donde Kissinger reina como mandarín de la política exterior con el
presidente Ford, está haciendo nuevas cuentas, partiendo del pre
cedente jordano de Septiembre Negro.
Como en Líbano no hay un Hussein que pueda liquidar a los pales
tinos, Kissinger piensa en el presidente sirio para desempeñar una ta
rea semejante. Assad no sólo podría frenar a unos palestinos que
paladean ya su victoria, sino que, además, su actuación le aislaría en el
seno del mundo árabe, tal y como le ocurrió al monarca jordano.
En mayo de 1976, las tropas sirias invaden el Líbano, enfren
tándose directamente a la coalición palestino-musulmana. La in
tervención será condenada por Irak y tolerada por Israel.
En unos meses, las tropas regulares sirias cambian por comple
to la dirección de los acontecimientos. En octubre, Assad se cubre
las espaldas en el mundo árabe al aprobar una conferencia cele
brada en Riad la constitución de una "fuerza de disuasión árabe"
para establecer el alto el fuego en el país, que en realidad no es
más que un rótulo de legitimidad para los soldados sirios.
Assad ha burlado de momento la tenaza de Kissinger, pero serán
unos inminentes acontecimientos que sorprenden al Oriente Próximo
y al mundo entero los que le liberen definitivamente de la trampa.
En El Cairo, Sadat prosigue su camino de lo que Roberto Mesa
165
ha llamado la "desnasserización" del régimen. Tras el pseudo libe
ralismo de los primeros años de la monarquía y del "socialismo
árabe" de Nasser, Sadat prueba una nueva opción para su país: la
"infitiah" (apertura).
Se trata en este caso de abrir Egipto a los capitales norteameri
canos y a los petrodólares árabes para modernizar la economía y
la sociedad: Egipto ensaya, otra vez, un nuevo modelo tomado de
occidente para ponerse a la altura de los tiempos. Las reformas
económicas van a ir acompañadas de cambios políticos, que, no
obstante, no alterarán los ejes del poder.
Sadat se encuentra en pleno cambio interno cuando se producen
dos acontecimientos importantes: las elecciones norteamericanas
dan el poder al demócrata James Carter, lo cual supone el pase a la
reserva de Kissinger; y, meses más tarde, en mayo de 1977, los la
boristas entregan el Gobierno israelí a los derechistas del Likud,
capitaneados por Menahem Beguin. El castigo ciudadano a los
"responsables" del susto de 1973 llega con cuatro años de retraso.
Pese a que la novedad más importantes de las elecciones israe
líes es el surgimiento del llamado Movimiento Democrático, diri
gido por por los profesores Rubinshtein e Igal Iadin, que obtiene
quince escaños con su programa de cambio del "putrefacto régi
men político", lo cierto es que serán la derecha y los partidos reli
giosos los que tomen por primera vez las riendas del estado
hebreo.
Sin su "amigo" Kissinger en Washington y con la derecha man
dando en Israel, Sadat tiene serias dificultades para que su cambio
de rumbo le depare beneficios tangibles.
La actitud de Beguin se pone en seguida de manifiesto, al des
baratar, a través del lobby judío americano, una declaración sovié
tico-norteamericana que plasmaba la nueva orientación impulsada
por Carter, en la que se afirma que la paz debe basarse "en la eva
cuación de los territorios ocupados en 1967 y la solución del pro
blema palestino, comprendiendo el ejercicio legítimo de los
derechos del pueblo palestino".
Ante este bloqueo, el líder egipcio reacciona de una forma sor-
166
prendente para todo el mundo. El 9 de noviembre de 1977 Sadat se
dirige al Parlamento egipcio. En la tribuna de invitados figura el
rostro inconfundible de Yasir Arafat, a quien los egipcios han pe
dido insistentemente que asista. Tras un largo discurso, Sadat hace
una declaración histórica: "Estoy tan decidido a obtener la paz -
afirma- que estoy dispuesto a ir a Israel por esta razón". Arafat sal
ta de su asiento furioso. Todo el mundo árabe se une para condenar
a Sadat. La sorpresa es mayúscula en las cancillerías occidentales.
Diez días después, Sadat aterriza en Jerusalén y pronuncia un
discurso en el Parlamento. El líder egipcio acababa de asumir de
un golpe los dos principios básicos de la política israelí: negocia
ción directa y reconocimiento del Estado judío.
En su discurso ante el Parlamento explica que no desea una paz
por separado, sino una paz general que incluya a todos los países
árabes, incluida la "restitución de los derechos legítimos de los pa
lestinos".
Cuando regrese a El Cairo, tres días más tarde, Sadat habrá
abierto el camino de la paz para su país y firmado su sentencia de
muerte.
Nada va ser igual en adelante en el mundo árabe. Arafat es una
vez más cuestionado, en esta ocasión por sus lugartenientes de
Beirut. Assad se siente aislado y se muestra proclive a acudir ba
jos ciertas condiciones a la conferencia de Ginebra. Los israelíes
aprovechan el desconcierto y propinan un golpe fatal a la resistencia
palestina, cada vez más activa en Cisjordania, invadiendo el Líbano
hasta el río Litani. Las repercusiones se hacen visibles de forma in
mediata, pero las más profundas tardarán un poco más en llegar.
La línea de negociación abierta por el viaje de Sadat a Jerusalén
se atasca enseguida. Una vez más el "rais" debe recurrir a los nor
teamericanos para que fuercen a los israelíes a negociar en serio.
Carter consigue reunir a Sadat y Beguin en su retiro presiden
cial de Camp David en el mes de septiembre, decidido a no dejar
les partir en tanto no lleguen a un acuerdo.
Tras trece días de negociaciones febriles se llega a la firma de
dos documentos. En el primero, Egipto e Israel se comprometen a
167
formalizar en el plazo de tres meses un tratado por el que el Esta
do judío devolverá lo que resta del Sinaí en un plazo no superior a
los tres años. Al término de la primera fase de la retirada, en no
viembre de 1979, se deben establecer relaciones plenas entre los
dos países. El segundo documento afecta directamente a los pales
tinos y prevé un período transitorio no superior a cinco años du
rante el cual se discutirá el destino final de los territorios
ocupados.
Sadat ha conseguido la devolución del Sinaí y una alianza con
los Estados Unidos. A cambio, no puede ofrecer nada concreto a
Siria y sólo vagas promesas a los palestinos. El gran vencedor de
todo este cúmulo de acontecimientos es Israel, que ha roto el fren
te árabe.
168
Capítulo X
P IEDRAS EN PALESTINA
169
Turquía e Israel, ya sólo quedan dos. Eso quiere decir que éstos co
bran más valor aún a los ojos de Estados Unidos.
La sacudida islámica de Irán no es un caso aislado. La irrupción
del integrismo islámico se percibirá de forma explícita también en
Egipto y en Siria, países en los que serán reprimidos sin contem
placiones. y también en los territorios ocupados, donde organiza
ciones como Hamas y Yihad Islámica toman el relevo de los
grupos marxista-leninista en la representación de las tendencias
más radicales.
En palabras de Gema Martín Muñoz: "La movilización islámi
ca volverá a alcanzar una gran expansión en la década de los
ochenta, debido no sólo a la influencia del triunfo de la revolución
iraní, al declive progresivo del modelo socialista-panarabista o a
las facilidades que ciertos gobiernos les han ofrecido para debili
tar a la oposición de izquierdas, sino fundamentalmente a que son
sentidos como una nueva élite capaz de llevar a cabo el programa
que los regímenes poscoloniales prometieron cumplir".
La situación política es en estos momentos muy favorable para
Israel, revalorizada a los ojos de occidente, con los países árabes
divididos y ocupados en problemas internos. En Jerusalén se pien
sa que está llegando la hora de abordar el dossier del Líbano.
El país multiconfesional despierta intereses variados en Israel.
En primer lugar es el único frente desde el cual los grupos guerri
lleros de la OLP pueden plantear acciones militares directas contra
su territorio. Pero además, El Líbano, cuya compleja fórmula política
permite la convivencia de variadas comunidades, es una referencia vi
va a favor de otros tipos de construcciones semejantes, como podría
ser un estado binacional -de árabes y judíos- en Palestina.
Mientras se hacen y rehacen reflexiones en Jerusalén, un acon
tecimiento vuelve a llevar a Oriente Próximo a las portadas de los
grandes periódicos internacionales: el 6 de octubre de 1981 el lí
der egipcio, Anuar El Sadat cae muerto a tiros mientras pasa re
vista a un desfile militar, en conmemoración por la guerra del Yom
Kippur. El asesino es un oficial del ejército que pertenece a un gru
po integrista musulmán, La Yihad Islámica.
170
Naplouse, Cisjordania, marzo 1988. Los Shebabs palestinos atacan al
171
Naturalmente se trata de un complot en el que ha tomado parte
un número no determinado de oficiales adheridos a las enseñanzas
teóricas de los Hermanos Musulmanes. Ningún líder árabe acude
al sepelio de Sadat, pero en Europa y Estados Unidos se disparan
las alarmas ante la envergadura que puede estar tomando el inte
grismo islámico.
El traspaso de poderes en El Cairo se vuelve a producir en esta
ocasión de forma ordenada, y es el vicepresidente Hosni Mubarak,
quien se hace cargo del país.
Mubarak tendrá que practicar una política de equilibrios inter
nos -más discreta que la de su predecesor- para asentarse en el po
der, una vez comprobado que las espectativas económicas de Sadat
basadas en la apertura del país a los capitales extranjeros no han
dado los resultados esperados.
Egipto, por otro lado, tantea ya su reconciliación con el mundo ára
be a través de un aliado inesperado: Irak se apresta a servir de freno a
la agitación iraní y lleva algún tiempo reclamando armas a Egipto.
En el año 1981 se produce el relevo en la presidencia de Esta
dos Unidos, y Carter, un personaje algo insólito en la política in
ternacional, cede su puesto a Ronald Regan, un anticomunista
visceral que se rodea de una camarilla que sueña todas las noches
con desestabilizaciones del KGB a lo largo de todo el mundo. La
intimidad entre el Gobierno norteamericano y el israelí, encabeza
do por el derechista Menahem Beguin, llega a su grado más alto.
Israel controla una franja en el sur del Líbano, encomendada al
cuidado del coronel Haddad, un oficial cristiano que ha tomado su
propio camino de la mano de los israelíes, pero en Jerusalén se
piensa que esto no es suficiente. Lo que muchos ven como una
avanzadilla del estado hebreo en un país extranjero, es considera
do en el Estado Mayor judío como una base desde la que lanzar
una ofensiva mucho más ambiciosa que, de un plumazo, acabe con
la guerrilla palestina e imponga el dominio cristiano aliado en to
do el Líbano; o bien, en su defecto, rompa el país en dos mitades.
En junio de 1982 el general Ariel Sharon pone en marcha la
operación Paz en Galilea: más de 60.000 hombres, un millar de ca-
172
rros de combate y 600 cazabombarderos cruzan la línea divisoria
en dirección a Beirut. La ofensiva implica el abandono de la estra
tegia de Kissinger, y la asunción directa por parte de Israel del
control del pequeño microcosmos libanés. Lo que muchos obser
vadores llamarán "quinta guerra árabe-israelí" ha comenzado.
Dieciocho años después, en mayo del año 2000, las tropas judías
regresarán en desorden, sin apenas disponer de tiempo para arriar
su bandera. Será su primera derrota desde 1948.
El primer tramo de la invasión es un éxito militar absoluto, los
25.000 fedayines palestinos son barridos en pocos días. A continua
ción se suceden choques directos entre las fuerzas armadas israelíes
y las sirias, que, no obstante, ambos gobiernos circunscriben al terri
torio libanés. Poco después, las tropas de Sharon enlazan con los ma
ronitas y cercan Beirut: dentro de la ciudad se encuentran miles de
guerrilleros palestinos y el propio Yasir Arafat.
Hasta ese momento, una iniciativa militar relámpago se ha im
puesto a las consideraciones internacionales e internas. Pero de lo
que se trata ahora es de aniquilar a la OLP, con su jefe a la cabeza,
y de suprimir de hecho un estado que durante varias décadas ha si
do el colchón entre potencias regionales hostiles.
La ofensiva isarelí ha cobrado ya una dimensión regional e in
ternacional, ya son otros los factores que deben tomarse en consi
deración. El revuelo internacional es los suficientemente ruidoso
como para impedir a Sharon que culmine sus planes. Además de
que hay importantes fuerzas que no desean una carnicería de los
palestinos, la propia administración norteamericana se muestra fa
vorable a la existencia de un estado tampón entre Israel y Siria.
Tras negociaciones a todas las bandas se llega a un arreglo me
diante el cual Arafat y sus fedayines podrán abandonar Beirut con
su armamento ligero.
Los palestinos empiezan a buscar acogida en algún país árabe
que, ya, obligatoriamente, debe estar lejos de las fronteras israelí
es. Finalmente los tanteos obtienen resultado, en Túnez se hacen
preparativos para dar la bienvenida al ejército guerrillero que, una
vez más, debe abandonar sus bases.
173
La OLP se ha salvado de milagro en el Líbano, pero en este te
rritorio continúan aún unos cuantos grupos de fedayines que se han
guarnecido en la zona controlada por Siria, además de los campa
mentos de refugiados donde se hacinan miles de civiles llegados
en diferentes oleadas, desde la proclamación del estado de Israel
en 1948.
Ellos son una presencia que amarga las noches a los halcones
judíos, deseosos de limpiar de palestinos todo el país. En septiem
bre de 1982 se produce un acontecimiento que permitirá al general
Sharon cumplir sus más íntimos deseos. El día 14, el recién nom
brado presidente libanés, el cristiano Béchir Gemayel, acude a una
reunión de su partido. No lejos del lugar, un hombre joven abre
lentamente un maletín y pulsa con decisión una serie de teclas: la
explosión convierte el inmueble en el que se encuentra el presi
dente libanés en una inmensa tumba.
Sharon no pierde el tiempo, e inicia inmediatamente una inva
sión en toda regla de Beirut oeste, por primera vez, Israel ocupa
una capital árabe.
Es, sin embargo, tan sólo el primer acto de la función. Poco
después, las milicias cristianas penetran en los campamentos pa
lestinos de Sabra y Chatila y, durante dos días, masacran a dos
mil quinientos civiles, ante la mirada impasible de las tropas is
raelíes.
La consternación es general, incluida la propia Israel, donde
medio millón de ciudadanos se manifiestan para pedir la dimisión
del gobierno. La imagen internacional de Israel acaba de sufrir un
serio deterioro; pero, más importante aún, la guerra del Líbano
acaba de producir una gran brecha en la sociedad judía. En ade
lante, esta división no hará más que agrandarse.
La desestabilización del Líbano funciona como una explosión
en cadena que genera sucesivos y sorprendentes conflictos. La lí
nea de negociación política de Arafat siempre ha encontrado serias
resistencias en el interior del movimiento palestino, pero ahora,
tras la derrota de Beirut y los desastres de Sabra y Chatila no son
pocos los jefes guerrilleros que claman venganza y consideran los
174
conciliábulos políticos poco menos que una traición. En esta oca
sión Arafat se enfrenta a una sublevación armada en toda regla.
Las posiciones más radicales encuentran eco en los campamen
tos palestinos y los núcleos guerrilleros del Líbano, ellos son quie
nes han sufrido más directamente la escalada israelí, pero además
es alentada y apoyada por Siria, que ve en ella la posibilidad tan
tas veces soñada de controlar el movimiento palestino.
El jefe de los rebeldes es un curtido comandante guerrillero,
Abou Moussa, y pronto se le unirán los grupos más radicales de la
OLP. La lucha armada intrapalestina comienza de inmediato en
Líbano y cobra especial virulencia en la cuidad de Trípoli, donde
las fuerzas leales a Arafat se han hecho fuertes, ante el gesto deso
lado de los libaneses, que ven cómo los conflictos armados se mul
tiplican en su país.
Arafat sabe que si los rebeldes de Abou Mousa toman Trípoli -
la antigua ciudad fenicia conquistada por los cruzados- y se hacen
con el Líbano, su posición al frente del nacionalismo palestino es
tá perdida. Por tanto, decide regresar de forma clandestina; la ma
yoría de las cancillerías occidentales le consideran ya a esas
alturas un dirigente acabado.
El dos de noviembre de 1983 la batalla se desata: centenares de
toneladas de obuses obscurecen el cielo Trípoli durante todo el día.
Las tropas leales a Arafat saben que no pueden esperar una victo
ria militar, en esta ocasión ni siquiera disponen de una escapatoria
mar, ya que la marina israelí bloquea esta dirección; para ellos se
trata de resistir y de ganar la batalla política.
En poco tiempo la confrontación se convierte en un nuevo pro
blema internacional. Algunos grupos islamistas libaneses se unen
a Arafat; pero, sobre todo son los egipcios, los saudíes y los ku
waitíes los que se movilizan para impedir que el movimiento pa
lestino caiga en manos de Hafez el-Assad, algo que no interesa al
resto de los países árabes.
La burbuja no ha hecho más que agrandarse; poco después
Francia y la Unión Soviética toman la iniciativa e inician negocia
ciones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al presi-
175
dente Reagan no le gustan las situaciones fuera de su control y fi
nalmente deja abierta la posibilidad de que sus aliados europeos
propongan una salida.
El 20 de diciembre se produce la evacuación de las tropas de
Trípoli en navíos europeos; otra vez se repite la historia de Beirut.
Ese día hay alguien casi tan satisfecho como Arafat, Hosni Muba
rak. Las presiones egipcias están teniendo su premio, de la mano
de Arafat Egipto retorna al campo árabe.
Nuevamente, Yasir Arafat ha sobrevivido física y políticamente
a una situación extrema, pero eso no significa ni mucho menos que
haya zanjado su crisis de autoridad al frente de la OLP. Además de
organizar una ofensiva para asegurar sus apoyos internos, el líder
palestino teje una nueva maraña de alianzas con los países mode
rados del mundo árabe. El último objetivo es tender puentes a Es
tados Unidos.
La política de Oriente Próximo es un permanente ritornello en
el que los enemigos de ayer pueden ser los colaboradores más cer
cano de hoy. Y eso es exactamente lo que vuelve a ocurrir en el
año 1984, cuando el líder Arafat abraza al rey Hussein de Jorda
nia, el mismo que diezmó su ejército de fedayines en el Septiem
bre Negro, y realiza un gesto similar con el presidente de Egipto,
el país que ha roto la unidad árabe reconociendo por su cuenta a
Israel.
Para que no quede nada en el tintero, el acercamiento incluye
también al jefe iraquí, Sadam Hussein. En Damasco, Hafez el
Asad no puede estar más irritado, la pieza palestina se le escapa
entre los dedos, y además construye un frente árabe cuya orienta
ción antisiria es evidente.
La reacción de Damasco no se hará esperar: guerrilleros shiíes
de la organización Amal, bajo protección siria, se convierten a par
tir de ese momento en los perseguidores de los palestinos en el Lí
bano. La máquina de la violencia vuela enloquecida dentro y fuera
de Beirut.
Una nueva oleada de terrorismo se desata como réplica en di
versas partes del mundo. El nombre del navío Achille Lauro, de
176
bandera italiana y secuestrado por activistas palestinos en el Me
diterráneo es el mojón más conocido de una loca carrera de acción
reacción: unos días después del asalto, elIde octubre de 1985,
bombarderos F -16 israelíes atacan el cuartel general de la OLP en
Túnez. Arafat se salva otra vez milagrosamente, pero sesenta per
sonas dejan la vida bajo los escombros.
La campaña terrorista de 1985 está poniendo en serios apuros la
vía política tomada por Arafat. Las cancillerías occidentales, in
cluidas las más cercanas a la OLP, exigen un gesto que desautori
ce los actos de violencia y el 7 de noviembre Arafat hace pública
una solemne declaración, en la que afirma que delimita los actos
de "resistencia" al "interior de los territorios árabes ocupados" y
denuncia los actos terroristas.
Algo nuevo está ocurriendo a miles de kilómetros de Oriente
Próximo que tendrá una repercusión general, incluida esta parte
del mundo. En Moscú, Mijail Gorbachov, el nuevo jefe del Krem
lin, propone que se prepare una conferencia internacional para
Oriente P róximo. Gorbachov no es sólo el segundo hombre más
poderoso del planeta, también tiene en sus manos los visados de
salida de cientos de miles de judíos rusos dispuestos a marchar a Is
rael.
Las iniciativas de paz se estancan sin embargo, mientras la ba
talla entre los guerrilleros shiíes de Amal, protegidos por Siria y
los palestinos se empantana en el Líbano. La situación es realmen
te delicada para la OLP que apenas consigue avances diplomáticos,
mientras corre el riesgo de ser eliminada físicamente del Líbano.
Todo parece ir cuesta abajo ara los palestinos cuando, en un gi
ro inesperado de los acontecimientos, se abre un frente que hasta
ese momento había permanecido mudo: el 9 de diciembre de 1987
cientos de jóvenes se lanzan a las calles de Gaza y Cisjordania ar
mados con piedras en contra del ejército israelí. Acaba de comen
zar la "Intifada" (sublevación).
De forma inmediata, de las protestas callejeras y las manifesta
ciones se pasa a las huelgas generales y a la desobediencia civil.
No son sólo Hamas y Yihad Islámica las que se movilizan; en esta
177
ocasión, el movimiento goza de un alto grado de organización, con
un sinfin de comités funcionando en cada distrito.
EllO de enero de 1988 se forma una Dirección Nacional Unifi
cada contra la ocupación israelí. La revuelta de estos j óvenes na
cidos después de 1967 -que sólo han conocido por tanto la
ocupación israelí- y se enfrentan a las armas automáticas con la
temeridad de quien no tiene nada que perder, sorprende tanto a la
OLP como a Israel.
Si el impacto publicitario de las imágenes de televisión es enor
me en todo el mundo, no lo es menos la certeza de que esos terri
torios a los que buena parte de la opinión pública israelí
consideraba cada vez más como propios, son en realidad un hervi
dero de odio y desesperación.
El problema palestino no sólo se ha hecho visible, además esta
lla en el interior de los territorios administrados por Israel. La In
tifada lleva la lucha nacional a suelo palestino, tras décadas en las
que lo esencial de la acción se realizó en el exterior. Todos éstos
éxitos tienen, cómo no, su precio: entre 1987 y 1990 casi mil pa
lestinos y medio centenar de israelíes pierden la vida.
178
Capítulo XI
179
su contrapunto: los jordanos dejan de financiar la administración
que tenían dispuesta en Cisjordania. Arafat se queda solo con su
reivindicación, pero también con la carga económica.
Unos meses después, en noviembre, se celebran elecciones ge
nerales en Israel y una importante reunión del Consejo Nacional
Palestino en Argel. Las urnas judías dan una victoria mínima al Li
kud, y Shamir encabeza un gobierno de unidad nacional con los la
boristas.
Lo de Argel es más trascendental. Arafat piensa que ha llegado
el momento de rentabilizar las simpatías internacionales creadas
por la Intifada, y se decide a dar dos pasos históricos y comple
mentarios entre sí: respalda la existencia de dos estados en Pales
tina, lo que equivale indirectamente al reconocimiento de Israel y,
poco después, el doce de noviembre, anuncia la fundación del Es
tado Palestino, del que se convierte en primer presidente.
La renuncia expresa a un estado binacional, y la adhesión a la
teoría de la partición, cincuenta años después de que fuera aproba
da por Naciones Unidas y tras cuatro terribles guerras cuyo origen
es la negativa de los estados árabes a reconocer la existencia de un
estado judío, supone un giro copernicano en el conflicto. Arafat ha
rebajado al mínimo sus exigencias históricas, algo que sin embar
go no impresiona gran cosa en Israel y Estados Unidos. Semanas
más tarde, medio centenar de países han reconocido oficialmente
al nuevo estado fantasma, pero la inmensa mayoría pertenecen al
Tercer Mundo.
Este mismo año 88 marca el final de otra guerra en el Oriente
Próximo, esta vez en la zona del Golfo Pérsico (la que enfrenta a
Irak e Irán desde 1980), y señala el comienzo de próximos aconte
cimientos que harán temblar a toda la zona.
En febrero del año 79, la revolución iraní dirigida por Jomeini
conmovió a todo el mundo musulmán; los nuevos amos de Teherán
no tardaron en intentar exportar su revolución entre los fieles shi
íes de todo el mundo islámico, comenzando por El Líbano e Irak,
países donde forman la mayoría de la población. El vuelco de Irán
ha causado un profundo malestar en Estados Unidos y además crea
180
una profunda alarma en los estados petrolíferos del Golfo, denun
ciados por Jomeini como lacayos del imperialismo ateo norteame
ricano a los que sus respectivos pueblos deben derrocar.
El asentamiento de los ayatollahs precipita un clima general de
inseguridad, además de reavivar viejas brasas de rivalidad entre
árabes y persas. El escenario se calienta de tal forma que de Was
hington a Kuwait se buscan fórmulas para neutralizar al nuevo ré
gimen iraní o al menos debilitarle.
En julio de 1979 se produce el relevo en la presidencia de Irak
-que desde el año anterior está distanciándose de Moscú- y accede
a ella el que ha sido número dos del régimen durante mucho tiem
po: Sadam Hussein. El nuevo hombre fuerte, procedente de una
familia campesina, tiene una larga trayectoria en el partido Baas,
en el que acabó organizando su aparato de seguridad, y pertenece
al "clan de los takriti" , el grupo de dirigentes originarios de la re
gión de Takrit que domina la escena política iraquí desde finales de
los sesenta.
El nuevo líder iraquí abre su etapa de gobierno con nuevos y
ambiciosos planes que tendrán profundas consecuencias no sólo en
Oriente Próximo. El Gobierno iraquí es uno de los directamente
amenazados por los clérigos shiíes: poco después del triunfo revo
lucionario los líderes iraníes hacen un llamamiento público a la
mayoritaria población shií de Irak "a sublevarse contra el régimen
baasista, ateo, enemigo del Islam y del pueblo iraquí". Semejante
declaración ocurre además cuando la oposición política está en
contrando un cierto eco en el interior del país.
Sadam Hussein sabe que en Estados Unidos y en el Golfo Pér
sico se buscan paladines con capacidad de meter en cintura a las
huestes de Teherán y no deja pasar la ocasión. Al año siguiente
embarca a su país en una guerra con los iraníes.
En principio el enfrentamiento está pensado como una opera
ción rápida que derribe a un poder recién creado y sin experiencia
en la conducción de una campaña militar. Sin embargo, la lucha
pronto se estabiliza, convirtiéndose en una larga y encarnizada
guerra de desgaste.
181
Las nuevas circunstancias no dejan de tener pese a todo sus ven
tajas para el jefe iraquí: los estados del Golfo financian un esfuer
zo bélico que, cuando menos, mantiene ocupados en sus propias
fronteras a los revolucionarios iraníes. y los países occidentales se
afanan en la venta masiva de un material bélico que les proporcio
na pingües beneficios. De forma súbita, Sadam Hussein se ha con
vertido en el mejor amigo de los intereses occidentales, además de
socio en gigantescos negocios de compraventa de armas.
, Esta nueva alianza sería del todo beneficiosa para los iraquíes,
que siempre aspiraron al liderazgo regional, si no fuera porque el
desenlace bélico dista de series favorables.
Cuando se decreta el cese de hostilidades en 1988, los dos paí
ses están exhaustos -Irak ha perdido medio millón de hombres- y
las líneas de delimitación son prácticamente las mismas que ocho
años antes. En el Golfo Pérsico se considera que el peligro más
apremiante ha pasado.
La propaganda oficial iraquí, no obstante, apenas puede disimu
lar el fracaso de una intervención que se profetizó rápida y victo
riosa a una población altamente militarizada: un millón de
efectivos en un país de 18 millones de habitantes.
Las aspiraciones al liderazgo regional han crecido en Bagdad -
que fue la capital del Imperio musulmán tras la caída de los ome
yas- conforme se estrechaban los lazos políticos y económicos con
las potencias petrolíferas del Golfo y las capitales occidentales. La
maquinaria militar, ahora ociosa, se ha ido agrandando formida
blemente en el transcurso del tiempo, hasta consumir un tercio del
presupuesto nacional, y Sadam Hussein busca algún tipo de éxito
que cierre filas en el interior.
La situación se encuentra en un impasse en Bagdad cuando, el
mundo entero se trastorna con un vuelco que pasará a los libros de
textos entre los calificados como históricos.
La secuencia es vertiginosa, como relata Miguel Ángel Baste
nier: El 15 de febrero de 1989 se completa la retirada soviética de
Afganistán, abandonando a su suerte al gobierno aliado. A finales
de septiembre, las tropas vietnamitas concluyen la retirada de
182
El lider palestino Yassir Arafat. Foto: EFE
183
Camboya. Durante todo el año se produce la repatriación de las
tropas cubanas de Angola y Namibia. Por fin, el 9 de noviembre se
derrumba de un golpe el muro de Berlín y comienza una rápida
marcha hacia la absorción de la Alemania Oriental por la Repúbli
ca Federal de Bonn, mientras el bloque soviético se desintegra y
Polonia y Checoslovaquia basculan hacia occidente.
El bloque soviético se desmorona ante la mirada atónita del pre
sidente norteamericano George Bush, que apenas puede dar crédi
to a la velocidad con que se suceden los acontecimientos.
Lo que se produce en esos momentos es un enorme vacío geo
político internacional. Las visiones, los instrumentos, las fuerzas
desplegadas, los planes estratégicos de Washington están pensados
para un mundo bipolar en el que dos grandes potencias se reparten
las zonas de influencia o bien se las disputan. La retirada por sor
presa de uno de los grandes polos de poder siembra un gran núme
ro de incógnitas por todo el planeta.
Esa es la situación con la que se encuentra de repente Sadam
Hussein, y decide aprovecharla. Muchos iraquíes han pensado his
tóricamente que Kuwait forma parte del territorio nacional. Ade
más este país ofrece numerosas facilidades para una acción rápida
y contundente: su ejército no tiene ninguna posibilidad frente al
iraquí y las reservas petrolíferas conjuntas suman al 20 por ciento
de la producción de la OPEP, una baza de primer orden para la
consecución del ansiado liderazgo en Oriente Próximo.
En el plano diplomático, Moscú, con quien todavía Irak mantie
ne estrechos vínculos, no está en disposición de oponerse a ningún
movimiento por sorpresa. Queda Washington. La acumulación de
fuerzas junto a la frontera kuwaití no es ningún secreto para los sa
télites norteamericanos y el 25 de julio de 1990 Sadam Hussein
mantiene una entrevista con la embajadora norteamericana en Bag
dad, April Gillespie, para tantear el terreno. En ella el líder iraquí
cree entender que puede actuar sin obstáculos.
Una semana más tarde, a las dos de la madrugada del día 2 de
agosto, cien mil soldados iraquíes se internan en el desierto ku
waití y, sin apenas oposición, enfilan la autopista de seis carriles
184
hacia Kuwait city. Sadam se acaba de tragar de un bocado a uno de
los aliados estratégicos de Washington.
La conmoción internacional es enorme. En el Golfo Pérsico, los
grandes países productores de petróleo viven momentos de pánico,
empezando por Arabia Saudí, cuyos campos petrolíferos se en
cuentran demasiado cerca y demasiado poco protegidos. Pero tam
bién Israel -que lleva tiempo observando con preocupación el
rearme iraquí- se pone en estado de alarma. Sobre la mesa del des
pacho oval de la Casa Blanca está ya el "dossier Kuwait", el pri
mer chispazo internacional de la era posbipolar.
El problema para Bush no es sólo que un aliado se le desman
de, sino, sobre todo, el peligro de que esta acción aventurera alien
te a otros a reeditarla por los cuatro costados del planeta. Sadam
Hussein ha ido demasiado lejos actuando por su cuenta en una zo
na estratégica y además ha creado un precedente nefasto para la
única superpotencia activa que, de forma apresurada, debe ordenar
todos los ejes de poder.
A partir de ese momento, el líder iraquí se convierte en el blan
co de una basta campaña de propaganda que, recogida por la pren
sa internacional, le convertirá en un especímen sumamente
peligroso, identificado con los demonios colectivos occidentales
como Hitler y Stalin.
El consumado diplomático que es Bush diseña una amplia ac
ción internacional para construir una alianza planetaria contra
Irak. Su secretario de Estado, James Baker, se convierte en un pe
regrino permanente que trenza adhesiones por todo el mundo, alo
jando bajo el paraguas norteamericano a enemigos locales
irreconciliables.
El espacio prioritario es lógicamente Oriente Próximo, dado que
Bush pretende evitar a toda costa que un ataque militar directo sea
interpretado como una actuación de Estados Unidos contra el mun
do islámico, reeditando una vez más la vieja tensión oriente-occi
dente.
La volatilización de la Unión Soviética está teniendo -por otro
lado- sus propias consecuencias en el área, donde los viejos alia-
185
dos de Moscú, como Siria, deben buscar su lugar en el nuevo or
den internacional.
La necesidad de una nueva ubicación le llega a Damasco cuan
do El Líbano vuelve a agitarse en una doble guerra civil. De una
parte, el general Michel Aun ha iniciado una ofensiva para erigir
se en el líder absoluto del bando cristiano, mientras en el sur dos
facciones shiís, Hezbolá -apoyada por Irán- y Amal -cercana a Si
ria- libran su propia contienda no lejos de la zona de seguridad
controlada por 1 srael.
Aun, que ha venido recibiendo apoyo de Irak, se opone con las
armas en la mano a un nuevo reparto del poder en El Líbano, aus
piciado por Siria, más favorable a los musulmanes, que desde ha
ce tiempo tienen una población más numerosa que la
cristiano-maronita.
Las giras de Baker dan sus frutos y Damasco aprovecha la ma
no tendida por Estados Unidos para reintegrarse en el mundo occi
dental a través de una alianza en la que se coloca frente a su
tradicional competidor árabe, Irak, y alIado de su enemigo mortal,
Israel. De paso, Hafez el Asad obtiene el beneplácito de norteame
ricanos e israelíes para utilizar su aviación de combate en contra
de Aun, al que derrota en el mes de octubre. El Líbano continúa
siendo un microcosmos en el que se reproducen a escala reducida
todas las tensiones de Oriente Próximo.
En enero de 1991 y en medio de una febril actividad diplomáti
ca se produce una entrevista en Viena entre James Baker y el mi
nistro de exteriores iraquí, Tarez Aziz, que constituye todo un
ultimátum. Washington tiene ya decidido el ataque masivo, si bien
la información que despacha a sus aliados no es totalmente com
pleta (algo que pude comprobar personalmente al seguir los avan
ces de la entrevista desde el despacho principal del Ministerio de
Asuntos Exteriores español).
En un último gesto, Sadam Hussein ofrece la retirada a cambio
de concesiones en el conflicto israelí-palestino, algo que es recha
zado de plano por Estados Unidos.
Ante la perspectiva de una rendición incondicional, que hubie-
186
ra supuesto su derrocamiento, el líder iraquí decide aguantar como
puede, intentando poner a salvo lo mejor de su ejército.
La dinámica diplomática está obligando a tomar partido sin ma
tices a todos y cada uno de los actores del mundo árabe, incluidos
los palestinos.
Arafat es uno de los que se encuentra atrapado. La retórica de
Sadam Hussein ha llenado sus discursos de referencias a Palestina
y a los santos lugares de Jerusalén, en un intento por recubrir su
aventura en Kuwait con la pátina del nacionalismo árabe y la gue
rra santa islámica.
Cuando la gran coalición se pone en pie, el conflicto cobra su
propia dinámica en Oriente Próximo. Los palestinos se desesperan
al ver la celeridad con que occidente toma medidas contra un diri
gente árabe que ha invadido otro país árabe, eso sí repleto de pe
tróleo, frente a la diferente vara de medir en Palestina. Por otro
lado, Sadam Hussein aparece a los ojos de muchos árabes, no sólo
palestinos, como el único líder capaz de enfrentarse al odiado y te
mido imperialismo occidental.
Arafat se encuentra entre la espada y la pared: si se alinea con
Sadam Hussein se ganará el rechazo de los países del golfo, sus fi
nanciadores, y romperá los lazos con Estados Unidos y Europa. Si
entra a formar parte de la gran coalición corre el riesgo de ser de
fenestrado por su propio pueblo. Elige lo primero. Junto a él com
parte soledad otro hombre prisionero de su situación interna:
Hussein, rey de Jordania.
Los tiempos se agotan. El 15 de enero de 1991 es la fecha lími
te. El 16, George Bush tiene una conversación con dos clérigos. A
primeras horas de la mañana, hora del Golfo, del día 17, 700 avio
nes de la coalición, en su inmensa mayoría norteamericanos, lan
zan un ataque masivo contra Irak.
La única posibilidad ante lo que se le viene encima al Gobierno
iraquí es una victoria política, no militar, y por esa razón la res
puesta es lanzar misiles Scud contra Israel, con la intención de que
los judíos entren directamente en la confrontación, lo cual hubiera
ocasionado la salida inmediata de los países árabes.
187
Desde territorio israelí responden, sin embargo, los misiles "pa
triot" montados a toda prisa por las fuerzas armadas estadouniden
ses. Para sorpresa de muchos, los Scud de Irak no están cargados
con ojivas químicas, y los destrozos materiales son limitados. El
factor israelí no ha entrado en juego.
Cinco semanas después de iniciarse la batalla aérea comienza
un gigantesco desembarco terrestre que no dura más de cien horas
y termina con las fuerzas de Irak huyendo en desbandada.
Sin embargo, esta guerra tan inusual -publicitada como la pri
mera televisada, aunque en realidad resultó ser una de las más opa
cas de la historia contemporánea- no ha deparado aún todas sus
sorpresas: una vez que las fuerzas internacionales liberan Kuwait,
se detienen en seco, sin continuar el camino hacia Bagdad para de
rrocar a Sadam Hussein.
Dueño de la situación, el mando estadounidense explora las
consecuencias de una acción semejante. Desde el punto de vista
geoestratégico, no se detecta ninguna alternativa al régimen de Sa
dam, de manera que lo más probable es que tras su caída se pro
duzca la fractura de un país creado menos de cien años antes,
sumando de manera artificial colectivos dispares.
Irak corre el riesgo de dividirse en tres territorios, uno shií al
sur, lo cual habría sido un regalo excepcional para Irán, a la postre
fortalecido tras todo este esfuerzo; otro kurdo al norte, que anun
cia la desestabilización de Turquía, el gran aliado norteamericano,
y tal vez un tercero sunní. En definitiva, la desintegración de Irak
conlleva la creación de una multitud de nuevos focos de tensión,
que se añadirían a los ya existentes. Un panorama nada deseable
para la únca superpotencia.
Washington prefiere dejar maniatado y contra las cuerdas a Sa
dam Hussein, como una forma de evitar males mayores. Esta cir
cunstancia es además susceptible de ser aprovechada por razones
de política interna en Estados Unidos. y así lo harán el propio
Bush y su sucesor, el primer presidente demócrata en muchos años,
Bill Clinton.
La Guerra del Golfo ha operado un cambio cualitativo en todo
188
Oriente Próximo: por primera vez en mucho tiempo una sola super
potencia controla los resortes de toda la zona. Esta influencia no es
sólo política y económica; también se concreta en el ámbito militar.
Los Estados Unidos han establecido bases en Arabia Saudí y tute
lan militarmente Kuwait. (Pude constatar en Kuwait city la satisfacción
de altos mandos militares kuawitíes al desgranar los tiempos tan redu
cidos en los que una fuerza aerotransportada puede llegar al golfo des
de su base en Estados Unidos).
Desaparecida la URSS, países como Siria se implican cada vez
más estrechamente en los parámetros de los nuevos tiempos, y só
lo el integrismo islámico aparece como una amenaza en el hori
zonte.
Washington ejerce como único referente internacional y sus in
tereses estratégicos y económicos se ven cada día más reforzados
en el área. Sin embargo, las grandes tensiones internas, entre paí
ses árabes, y entre los árabes e Israel prevalecen, pues son muy an
teriores a la guerra fría y al mundo posbipolar. Sucede que el
nuevo orden internacional no favorece ahora la confrontación, si
no por el contrario, la búsqueda de acuerdos bajo un solo padri
nazgo.
Es en este marco en el que se inscriben iniciativas de amplio al
cance que impulsan una nueva dinámica en el conflicto árabe is
raelí (cada vez más palestino-israelí) que llegan hasta el día de
hoy.
Pese a todo el juego diplomático y propagandístico, la Guerra
del Golfo ha supuesto un trauma para el mundo árabe. La vieja
contradicción con occidente se ha abierto una vez más de forma no
muy edificante, al participar países árabes contra otro país árabe,
bajo la dirección de una potencia extranjera y, por si fuera poco,
teniendo como compañeros de viaje a los sionistas.
El establecimiento de bases norteamericanas -con mujeres sol
dados incluidas- en Arabia Saudí, cerca de los santos lugares, es
repudiada también por un número considerable de musulmanes. La
experiencia deja un sabor amargo en los labios árabes.
Para el presidente Bush ha llegado el momento de estabilizar la
189
zona. Ese objetivo pasa por buscar algún tipo de salida al conflic
to de Palestina que rebaje la intensidad de ese permanente foco de
tensión, otorgue algún tipo de compensación moral a los árabes y,
además, ayude a Israel a iniciar una senda hacia la normalización
con su entorno geográfico.
La iniciativa diplomática se concreta en una Conferencia Interna
cional de Paz, que se inaugura en Madrid el 30 de octubre de 1991.
Paradójicamente, los dos grandes protagonistas del conflicto,
palestinos e israelíes, han debido plegarse a las presiones de Was
hington para asistir a una conferencia que no ha partido de ellos.
En el caso de los palestinos, no disponen de otra alternativa: su
alineamiento con Sadam Hussein les ha dejado aislados en el mun
do árabe, además de privarles de la financiación proveniente de los
países productores de petróleo. Las simpatías occidentales hacia su
causa han disminuido notablemente y ni siquiera la Intifada, que
ha perdido fuerza hasta prácticamente extinguirse, puede utilizar
se como arma política. Arafat se suma a esta iniciativa, aunque su
margen de maniobra sea mínimo en adelante, sencillamente porque
no dispone de otra alternativa.
Un caso distinto es el de Israel. El primer ministro judío Shamir
no ve ninguna ventaja en una iniciativa diplomática que sólo le pue
de obligar a hacer concesiones, ahora que todo parece sonreirle.
En este caso, los intereses israelíes y norteamericanos encuen
tran un punto de fricción, dentro de su sintonía general, que será
resuelto mediante el acuerdo: Bush arrastra a Shamir a Madrid, pe
ro atiende sus condiciones. La Conferencia de Paz no tendrá ca
rácter vinculante y los palestinos acudirán englobados en la
delegación jordana. Como líder único de la zona, Estados Unidos
debe tener en cuenta las aspiraciones de todos los actores, aunque
no, por supuesto, con el mismo grado de jerarquía.
Los tres días de la Conferencia de Madrid son sobre todo la vi
sualización de que los viejos enemigos irreconciliables pueden
sentarse a la misma mesa a dialogar.
Es el inicio de un camino que ya desde el primer momento con
tiene los ingredientes esenciales: la conferencia de paz no se con-
190
voca por Naciones Unidas, sino por las grandes potencias -la pre
sencia de Gorbachov es un último reconocimiento a una URSS que
se disolverá dos meses más tarde-; es decir, por Estados Unidos.
El principio de paz por territorios será el eje de las innumera
bles rondas de negociación bilateral que después de Madrid se ce
lebran en gran número de ciudades europeas.
En el lado israelí, desde el comienzo de esa rueda -que dura ya
nueve años- se expresan dos posiciones dispares: la del Likud, tan
to en la etapa de Shamir como en la posterior de Netanyahu, que
simplemente se opone al proceso de paz y va a ir continuamente a
remolque de las presiones norteamericanas; y la de los laboristas,
Rabin, Peres o Barak que, más sutiles, comprenden que, dado que
Estados Unidos quiere un acuerdo, lo mejor es liderar el proceso
para conseguir el resultado más beneficioso posible.
La dinámica abierta en Madrid tiene su primer fruto concreto en
septiembre de 1993, cuando el antiguo general y ahora primer mi
nistro laborista, Isaac Rabin y el líder palestino Yasir Arafat firman
en los jardines de la Casa Blanca, en presencia de Bill Clinton, un
acuerdo que supone el reconocimiento mutuo oficial entre la OLP e
Israel, de acuerdo a las resoluciones 242 y 338 de Naciones Unidas
y el inicio de nuevas conversaciones que versarán sobre la retirada
militar israelí de una parte significativa -aunque sin especificar- de
Cisjordania y Gaza, y el destino de Jerusalén.
Este pacto, fraguado en reuniones secretas en la capital norue
ga, Oslo, abre un camino sin un final claro y que además está
acompañado por la otra cara de la moneda: el aumento de la colo
nización en esos mismos territorios de los que teóricamente Israel
se va a retirar. Al término del mandato laborista, en 1996, el nú
mero de colonos judíos en Cisjordania asciende ya 150.000.
El incumplimiento de los plazos establecidos en este y poste
riOl"es acuerdos será un rasgo fijo, que embrolla hasta la saciedad
una negociación que se convierte en una carrera de obstáculos y un
prueba suprema para la paciencia.
En 1994 el ejército judío se retira por primera vez de una ciu
dad cisjordana, Jericó, y de la mayor parte de los 400 kilómetros
191
cuadrados de la franja de Gaza, donde se instala la Autoridad Pa
lestina.
En el año siguiente se acuerda la evacuación de nuevas ciuda
des como Nablús, Ramallah y Jenín además de Hebrón, la ciudad
que cobija la tumba de Abraham (el patriarca tanto de los judíos
como de los musulmanes) y donde surgen graves dificultades para
desalojar a los 450 colonos que viven en medio de una aglomera
ción de 150.000 palestinos.
El problema de los colonos se convierte en uno de los obstáculos
esenciales en el camino de la paz. (Pierre Hammel, un colono instalado
a un par del kilómetros del río Jordán me resumió en el transcurso de
un reportaje su punto de vista: "Escucho que Israel debe devolver estos
territorios. Decidle a Francia que devuelva el 60% de su país, a ver qué
piensa").
Todo este proceso de repliegue del ejército israelí, que va sem
brando de manchas bajo control palestino la orilla oeste del río
Jordán, debe concluir en un acuerdo de paz, donde se delimite el
estatuto final de los territorios y el de Jerusalén este, donde los pa
lestinos pretenden instalar la capital de su nuevo estado.
Pero en realidad el orden por fases no se respeta nunca y, a me
dida que pasa el tiempo, se confunden las operaciones de repliegue
con la negociación política definitiva.
Las negociaciones que bilateralmente sostienen los israelíes so
bre los contenciosos abiertos llegan a una fase contradictoria en el
tránsito del año 1994 a 1995. En octubre de 1994 israelíes y jorda
nos firman un tratado de paz que, cómo no, se firma en Washing
ton en presencia de Bill Clinton.
Como volverá a ocurrir más adelante, uno de los temas que re
quieren mayor negociación es el reparto del agua, pero será otro
artículo en el que Israel reconoce un papel histórico particular a
Jordania en los "lugares musulmanes de Jerusalén" el que suscite
una oleada de protestas por parte palestina. Hacen falta varias se
manas para que Jordania convenza a sus "hermanos" de la Autoridad
Nacional Palestina de que el reino hachemita no alberga reivindica
ciones que compitan con los palestinos sobre la ciudad santa.
192
Cisjordania
Abu-Dis
•
erusalén
Este
193
El tratado con Israel es una de las últimos actos relevantes in
ternacionales en los que el rey Hussein habla en nombre de su pue
blo. El 7 de febrero de 1999 el monarca que dedicó todo su vida a
continuar inventándose el país que fundara su abuelo muere, de
jando como heredero a su hijo Abdullah.
El avance también es limitado en el contencioso del Galán, don
de sirios e israelíes discuten acerca de cuestiones de seguridad y de
las aguas del lago Tiberiades, por cuya ribera se traza o no la fron
tera siria, dependiendo del precedente histórico. Cuando en el año
2000 fallezca Hafez el Assad, el dossier del Galán continuará pen
diente para su hijo y sucesor Bachar.
Las buenas perspectivas del otoño del 94 se van a ver truncadas
súbitamente doce meses después. El 4 de noviembre de 1995, el
primer ministro israelí Isaac Rabin se dirige a un multitud en Tel
Aviv en el que será su último discurso. Instantes después es asesi
nado por un estudiante judio ultra. La desaparición de Rabin es
considerada como un golpe tremendo al proceso de paz.
Esta impresión será confirmada por el mandato de su sucesor el
líder del Likud, Benjamín Netanyahu, que conseguirá exasperar no
sólo a los palestinos, sino también a los dirigentes árabes modera
dos como Mubarak y al propio Gobierno norteamericano.
El 17 de mayo de 1999 el nuevo líder laborista, Ehud Barak, un
héroe militar, se hace cargo de un país en el que el consenso inter
no se encuentra cada vez más amenazado.
La guerra del Líbano, en la que el ejército judío ha quedado em
pantanado -una vez comprobada la inutilidad de nuevas interven
ciones como la denominada "Uvas de la ira", de abril de 1996- y a
merced de las acciones guerrilleras de Hezbolá, patrocinado por
Irán y con el visto bueno de Siria, ha generado por primera vez en
la historia de Israel un amplio movimiento de masas que pide ta
xativamente el regreso a casa de los soldados.
Barak vuelve a retomar la línea laborista y comienza a desblo
quear la situación. Así a mediados del año 2000 Israel abandona de
forma bastante desordenada El Líbano, en la que es considerada la
primera derrota del ejército judío frente a los árabes y, poco des-
194
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195
pués, reinicia los contactos con Arafat, que ya se ha comprometi
do públicamente a proclamar un Estado palestino en Gaza y Cis
jordania antes del 13 de septiembre si para entonces no se ha
llegado a un acuerdo satisfactorio.
Nuevamente se pone en marcha la renegociación permanente,
ese tejer y destejer que cada vez adquiere connotaciones más dra
máticas, porque las concesiones más sencillas ya se han realizado
y llega el momento de dar los pasos definitivos.
El presidente Clinton apremia a unos y a otros, quiere despedir
se de la presidencia en el centro de un nuevo acuerdo histórico en
tre israelíes y palestinos y los cita en un lugar con grandes
connotaciones para la zona, Camp David, en julio de 2000.
Las dificultades sin embargo son las mismas desde que Was
hington forzó a todas las partes a negociar sin descanso: Arafat -
cada vez más presionado por los grupos islamistas y una población
sin esperanzas- quiere un estado digno de tal nombre, con capital
en Jerusalén este, además de la libertad de los prisioneros y una
compensación a los palestinos que abandonaron sus hogares tras la
proclamación del Estado judío; a cambio, está dispuesto a dar to
das las garantías de seguridad que le demanden los israelíes.
Barak -que tiene en su contra a la derecha, los ultraortodoxos y
los colonos- sólo está dispuesto a conceder un estado a medias, ya
que desea reservarse el control sobre Jerusalén los grandes asenta
mientos de colonos y los acuíferos cisjordanos -el agua es, en opi
nión israelí, el gran arma estratégica del futuro- además de una
serie de resortes de soberanía. La cumbre concluye en un apaente
fracaso, pero en realidad abre un nuevo proceso negociador en el
que se discuten por primera vez los asuntos clave del conflicto.
No se trata ya de un problema de declaraciones o incluso de
grandilocuentes anuncios. Los pactos después hay que cumplirlos,
algo bastante inusual en esta parte del mundo. En ese tira y afloja
se mantiene tensa la cuerda de la paz.
196
Epílogo
197
Por esta razón una buena parte de la población judía se siente
abrumada tras tantos años de violencia, y a la vez suficientemente
fuerte como para abordar una nueva fase de su historia, donde la
prioridad sea la estabilidad y la normalización en un entorno hos
til. En las circunstancias actuales, este proceso pasa obligatoria
mente por realizar concesiones, ya que sus oponentes, en especial
los palestinos, realizaron hace tiempo las cesiones esenciales.
Naturalmente, con esta forma de pensar coexisten otras sensibi
lidades que ponen el acento en la desconfianza con respecto a las
intenciones de los vecinos o bien se oponen directamente a cual
quier actitud flexible.
Por mucho que la superioridad militar y diplomática sea mani
fiesta, no deja de ser evidente que Israel continúa viviendo una
situación excepcional con respecto a su entorno más próximo y
también en relación a sus comportamientos internacionales; nin
guna de estas dos características puede mantenerse indefinida
mente.
Pese a que en los últimos años se han producido pasos esperan
zadores desde el punto de vista de la resolución de contenciosos
concretos, lo cierto es que muy poco se ha hecho en el ámbito de
mayor alcance: la construcción de la convivencia.
En Oriente Próximo se está produciendo un relevo generacional
en sus élites políticas -algo evidente ya en Jordania y Siria- en el
que toman el timón personajes jóvenes que no arrastran sobre sus
espaldas las grandes frustraciones de las décadas pasadas; éste es
un síntoma esperanzador. Pero el gran salto hacia la estabilidad re
gional sólo se dará cuando se produzca un profundo cambio en las
mentalidades, basado en el respeto mutuo.
Por esta razón, tan importante como llegar a un tratado sobre la
constitución de un Estado palestino en Gaza, Cisjordania y una
parte de Jerusalén, es que las condiciones acordadas sean percibi
das como una vía de aceptación profunda de la nueva situación. De
lo contrario, tarde o temprano volverán a reproducirse tensiones y
enfrentamientos.
198
Cronología
199
Weizmann es elegido presidente de la Organización Sionista
Mundial.
Elección del Consejo Nacional Judío con funciones de gobierno.
Fundación de la Confederación general del trabajo judío.
Se institucionaliza el Mandato británico sobre Palestina.
Primeros disturbios antijudíos en Palestina.
1921 Abdullah, rey de Irak, entra en Ammán.
Creación de Transjordania como emirato regido por Abdullah, ex
rey de lrak.
Faisal es proclamado por Gran Bretaña rey de Irak.
1922 Elecciones en Líbano y reparto electoral por comunidades.
Libro blanco británico sobre Palestina.
Gran Bretaña renuncia al Protectorado y reconoce la independen
cia de Egipto.
El su Itán Fuad toma el título de rey.
Tratado entre Gran Bretaña e Irak.
1923 Siria, estado unitario, con capital en Damasco.
Creación de la Legión Árabe en Transjordania.
1924 Ibn Saud es proclamado rey del Hedjaz.
1927 Ibn Saud se proclama rey del Nejd y lo une al Hedjaz.
1928 Elecciones en Siria con victoria de los nacionalistas árabe-sirios
del Bloque Nacional.
Elaboración de una Constitución nacionalista en Siria, rechazada
por Francia.
Violentas rebeliones antijudías en Jerusalén.
Formación de la Irak Petroleum Company.
1930 Nuevo tratado entre Gran Bretaña e Irak, acordando el final del
Mandato.
1932 Irak ingresa en la sociedad de Naciones y su independencia es re
conocida internacionalmente.
Constitución del Reino unificado de Arabia Saudí.
1933 Muerte del rey Faisal, sucedido por su hijo Ghazi.
Firma de los contratos entre Arabia Saudí y la Standar Oil Co. pa
ra la explotación petrolífera.
1936 Tratado entre Francia y Siria previendo el final del Mandato.
Creación del alto Comité Árabe en Palestina.
Levantamiento general antijudío.
Muerte del rey Fuad de Egipto, sucedido por su hijo Faruk, menor
de edad, con un Consejo de Regencia.
Nuevas elecciones en Egipto y victoria del Wafd, que forma un go
bierno de coalición.
1937 Comisión Peel y Libro blanco que propone por primera vez la par
tición de Palestina. Insurrección árabe como guerrilla antijudía.
200
Egipto ingresa en la Sociedad de Naciones.
1941 Reconocimiento por Francia de la independencia de Siria.
Reconocimiento por Francia de la independencia del Líbano y el
final del Mandato.
1942 Proyecto de Abdullah para constituir la Gran Siria.
Gobierno del partido Wafd en Egipto.
Conferencia judía en el Hotel Biltmore de Nueva York que elabo
ra un programa para la creación del Estado de Israel.
1943 Declaración por Francia del fin del Mandato en Siria.
Campaña de hostigamiento de Haganah y Palmach contra la admi
nistración británica en Palestina.
1945 Conferencia de El Cairo y constitución de la Liga de E s t a d o s
Árabes.
Los dirigentes sionistas piden a Gran Bretaña la creación del Esta
do de Israel.
1946 Gran Bretaña pone fin a su Mandato y concede la independencia a
Transjordania.
Evacuación francesa y plena independencia de Siria.
Evacuación francesa y plena independencia del Líbano.
Constitución de Transjordania: el emir Abdullah toma el título
de rey.
La Organización Sionista Mundial acepta la partición de Palestina.
1947 Fundación en Siria del Partido Socialista del Renacimiento Ára
be (Baas).
Los británicos proclaman el estado de sitio en Jerusalén.
Conferencia de Londres entre británicos, palestinos y judíos, sin
acuerdo. Plan Bevin para trasladar la cuestión de Palestina a Na
ciones Unidas.
La Asamblea General de Naciones Unidas aprueba la partición
de Palestina en dos Estados: judío y árabe.
Comienza la guerra civil en Palestina entre árabes y judíos.
Creación de un Comité militar árabe en Damasco por la Liga Árabe.
1948 Batalla entre árabes y judíos por el control de Jerusalén.
Gran Bretaña pone fin al Mandato y evacúa Palestina.
D. Ben Gurion proclama en Tel Aviv la constitución del Estado de
Israel.
Los ejércitos árabes invaden Palestina: comienza la "guerra de in
dependencia" israelí.
1949 Armisticio entre Líbano e Israel.
Armisticio entre Israel y Transjordania.
Armisticio entre Siria e Israel.
Weizmann es elegido primer presidente del Estado de Israel: D.
Ben Gurion jefe de Gobierno.
201
Transjordania adopta el nombre oficial de Jordania.
Formación en la clandestinidad del Comité de Oficiales Libres,
presidido por Nasser.
1950 Decreto de unión de las dos zonas del Jordán en Jordania.
1951 Asesinato del rey Abdullah de Jordania, sucedido por su hijo Tala!'
1952 Golpe de Estado militar en El Cairo por el Comité de O.L. y co
mienzo de la revolución egipcia.
Abdicación del rey Faruk de Egipto, sucedido por su hijo Fuad "
con un Consejo de Regencia.
Abdicación del rey Talal de Jordania, sucedido por su hijo Hus
sein, con un Consejo de Regencia.
1954 G. A. Nasser jefe del Gobierno egipcio.
Acuerdo entre Egipto y Gran Bretaña para la evacuación británica
del Canal de Suez.
1956 Aprobación de una nueva Constitución en Egipto: Nasser presi
dente.
Declaración de EE.UU. y Gran Bretaña negándose a conceder la
ayuda financiera solicitada por Egipto para construir la presa de
Assuán.
Nasser nacionaliza la Companía del Canal de Suez.
Israel lanza una ofensiva contra el Sinaí y Suez.
Gran Bretaña y Francia intervienen militarmente en Suez.
Naciones Unidas acuerda el cese del fuego.
1958 Unión de Egipto y Siria con la constitución de la R.A.U.
Golpe de Estado militar en Bagdad: abolición de la monarquía y
proclamación de la República.
Los "marines" desembarcan en Beirut.
P resencia de paracaidistas británicos en Jordania.
Retirada de las tropas norteamericanas de Líbano.
1961 Golpe de Estado militar en Damasco y escisión de Siria de la
R.A.U.
Independencia de Kuwait.
1962 Carta Nacional egipcia por Nasser: la Unión Socialista Árabe, par
tido único.
1964 Faisal sucede a su hermano Saud como rey de Arabia Saudí.
Creación de la O.L.P.
1967 Ofensiva israelí y comienzo de la tercera guerra árabe-israelí.
Israel proclama la unificación de Jerusalén.
"Guerra de desgaste" entre los árabes e Israel en las fronteras.
Naciones Unidas aprueba la Resolución 242 para la pacificación
del P róximo Oriente.
1968 Golpe de Estado militar en 1rak y presidencia de AI-Bakr.
1969 Yaser Arafat presidente de la O.L.P.
202
G. Meir jefe del Gobierno israelí.
1970 Septiembre Negro: expulsión de los palestinos de Jordania.
Muerte de Nasser, sucedido por A. Sadat en la presidencia de
Egipto.
1971 El-Asad presidente de Siria.
Independencia de los Emiratos Árabes Unidos.
1972 Nacionalización de la Irak P etroleum Co.
Sadat ordena la salida de los soviéticos de Egipto.
1973 La O.P.E.P. acuerda el alza de los precios del petróleo.
Ofensiva egipcio-siria contra Israel y comienzo de la cuarta gue
rra árabe-israelí.
Conferencia de Ginebra sobre pacificación del P róximo Oriente.
1974 Elecciones en Israel: Y. Rabin jefe del Gobierno.
Reconocimiento por Naciones Unidas de la O.L.P. como represen
tante legítimo del pueblo palestino.
Reconocimiento por Naciones Unidas de la O.L.P. como obser
vador.
1975 Combates entre cristianos y palestinos en Beirut y comienzo de la
guerra civil libanesa.
1976 Intervención de Siria con la invasión por sus tropas de Líbano.
1977 Elecciones en Israel y M. Begin jefe del Gobierno.
Sadat visita oficialmente Jerusalén: discurso ante el P arlamento is
raelí.
1978 Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel por iniciativa de
EE.UU.
Reunión de la Liga Árabe en Bagdad y exclusión de Egipto.
Israel invade el sur de Líbano.
Manifestaciones en Teherán contra el sha y a favor de Jomeini.
1979 Firma en Washington del tratado de paz entre Egipto e Israel.
Dimisión del presidente AI-Bakr en Irak, sucedido por Sadam
Hussein.
La Liga Árabe reunida en Bagdad rompe con Egipto y expulsa a
este país.
Hadad proclama el "Estado del Líbano libre" en el sur del país,
con apoyo de Israel.
Triunfo del gobierno revolucionario islámico en Irán.
1980 Establecimiento de relaciones diplomáticas entre Egipto e Israel.
1980-82 Los israelíes evacúan el Sinaí, devolviéndolo a Egipto.
1980 Irak ataca Irán: comienza la guerra irano-iraquí.
1981 Asesinato en Egipto del presidente Sadat, sucedido por H. Mu
barak.
1982 Israel invade El Líbano y cerca Beirut.
Los palestinos evacúan Beirut.
203
Asesinato de B. Gemayel, sucedido en la presidencia del Líbano
por su hermano A. Gemayel.
Muerte del rey Jaled de Arabia Saudí, sucedido por su hermano
Fahd.
Plan Reagan para la pacificación de Palestina.
Plan Fahd para pacificar Líbano y Palestina en la cumbre ára
be de Fez.
1983 Definitiva evacuación de los palestinos de Beirut; la O.L.P. se es
tablece en Túnez.
1985 Ataque de la aviación israelí contra el cuartel general de la O.L.P.
en Túnez.
Las tropas israelíes abandonan Líbano, excepto del sur del país.
1986 1. Shamir jefe del Gobierno israelí.
1987 Comienzo de la "Intifada" en Gaza y Cisjordania.
1988 Elecciones en Israel con victoria del Likud: 1. Shamir continúa co
mo jefe del Gobierno de coalición.
El Consejo Nacional Palestino reunido en Argel proclama la cons
titución del Estado Palestino.
Iniciación de conversaciones directas entre EE.UU. y la O.L.P. en
Túnez.
1989 Muerte de Jomeini.
y. Arafat es nombrado presidente del Estado Palestino.
Acuerdo de paz de Taif entre cristianos y musulmanes en El
Líbano.
Cumbre de la Liga Árabe en Casablanca con asistencia de Muba
rak: reincorporación de Egipto al mundo árabe.
1990 Rendición del general M. Aoun en El Líbano.
Irak invade Kuwait. El emir de Kuwait se refugia en Arabia Saudí.
Irak decreta la abolición de la monarquía y forma un gobierno pro
visional en Kuwait.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acuerda imponer un
bloqueo por tierra y mar a Irak.
EE.UU. inicia un gran despliegue militar en Arabia Saudí y el
Golfo.
Irak se anexiona Kuwait.
1991 Reunión en Ginebra de los mll1lstros de Asuntos Exteriores de
EE.UU e Irak, sin llegar a un acuerdo. Se reúne en Bagdad la Con
ferencia Popular Islámica.
Guerra dirigida por EE.UU. contra Irak.
Conferencia de Paz en Madrid.
1993 Negociaciones secretas entre israelíes y palestinos en Oslo.
Acuerdo Israel-OLP firmado en Washington.
1994 Tratado entre Israel y Jordania.
204
1995 Asesinato de Rabin, primer ministro israelí.
1996 Expedición militar israelí en El Líbano (Uvas de la ira).
Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel.
1998 Acuerdos de Wye Plantation.
1999 Muere Hussein de Jordania, que es sucedido por su hijo Abdullah.
Ehud Barak, primer ministro de Israel.
2000 Retirada del ejército israelí del Líbano.
Muere Hafez el Asad, presidente de Siria, que es sucedido por su
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