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Libertad o Simulación

Por Delton Santamaría

Nacimos para la libertad. Después, lentamente, la historia nos enseña a descubrir que los
verdugos y tiranos se creen inmortales desde sus pedestales de engaños, porque el egoísmo
les inunda en todo. Se les ha inculcado una inflada soberbia a lo largo de todas sus pasiones,
primitivo engreimiento, salvaje mendicidad de una rabia cruel que inunda todo su dolor. Dolor
cuyas fisuras son grietas de violencia, grietas de odio que van carcomiendo una nación de la
muerte y, no de la vida. El aprendizaje y la experiencia del dolor permanece en esa herencia
de sufrimientos, siempre ahí a la mano, disponible en lo inmediato de la historia, como el
deber amaestrado, anestesiado y domesticado de la costumbre donde lo “normal” es abrir más
la herida, hacer sangrar al enfermo y lamentarse del difunto.

La libertad es naturaleza. No lenguaje ni filosofía de una política de la simulación. La libertad


no vive gracias al verdugo. Su opresión, su censura vienen de lo que ya estaba podrido por
dentro. La libertad se puede concebir dentro de una felicidad que no necesita justificarse en la
felicidad. Nacemos gracias a la felicidad de la libertad. A su vez, la libertad nace en el interior
de la rebeldía, porque vivir de la opresión es sólo servidumbre voluntaria al servicio de lo inútil.
La libertad es algo que persiste y permite el acceso a la naturaleza real de lo humano. Las
leyes y decretos, en aras de la libertad, muchas veces la mutilan, la encierran, la liquidan. La
jurisdicción de sus normas borran la historicidad de su legado: la felicidad.

Cuando las leyes se imponen por la tiranía del miedo y la cobardía, se utiliza la violencia como
medio para secuestrar la libertad, para abusar únicamente por miedo a perder o fracasar.

La libertad no puede suplantarse de un modo abusivo a través de legislaciones, leyes y


decretos de ombligo. Eso sólo confirma una realidad enferma e enfermiza. Enferma de esa
peculiar violación a todo derecho humano de vivir. Esa cruda sordera no es más que la fría
indiferencia de un odio desmesurado como imagen y bandera de un lenguaje de la mentira.

Para que la libertad se haga evidente, es necesario el diálogo, el consenso que desencadena
una apertura hacia el plural nuestro, y no al nosotros corporativo e institucional separado del
territorio de quienes lo habitan. El ciego prejuicio del egoísmo cree tener la razón, por eso se
defiende con mentiras y medias verdades para mostrar una árida historicidad en función de su
propio beneficio.
Esa pared compacta, dura, ciega, sorda y enceguecida por falsas sombras que rebotan en el
espejo distorsionado de su propia naturaleza narcisista habla de lo que ha sido la promesa de
democracia en América Latina, en especial de México. La mentira siempre rebota contra sí
misma. Para ser verdadera la libertad, las palabras y los actos deberían revelar y enfrentarse
con propia naturaleza. No con justificadas simulaciones en honor a la mentira. La libertad se
apoya en sí misa, no esclaviza a nadie a base de amenazas y viles cobardías a través de la
violencia. No hay peor pusilanimidad tan vulgar que vacilar hacia el odio, la violencia, el terror,
el miedo y las armas. Es el acto supremo de cualquier cobarde. Las cenizas de la historia no
pueden incendiarse más cuando la evidencia de ha hecho un pacto-ciego. La libertad no
invierte la imagen de sí misma ni hace del exterminio su crudo reino de justificaciones.

La libertad no se anda con el dolor y el sufrimiento ajeno como bandera de conquistas. Ni


anda promoviendo verdugos y tiranos al servicio de la muerte. La libertad no elige el dolor
como búsqueda ni disimula su responsabilidad cuando de errores se trata. La libertad nos
rescata de la única y más alta historicidad en el mundo: el abismo de la mentira. En rigor, si la
libertad es el hacha que ha de cortar la lengua de la mentira (lengua endosada de promesas),
más vale apostar a la libertad que ser esclavo del dolor y el sufrimiento perenne. En todos
nosotros está la decisión de elegir la libertad o su simulación.

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