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Hollywood, abusos sexuales y riesgos de un puritanismo hipócrita

Andrea D'Atri

Rose McGowan, Asia Argento y Rosanna Arquette dijeron que la gala de los Golden Globes fue
“una farsa” y que no fueron invitadas. En su cuenta de Twitter, Asia escribió sobre McGowan:
“Nadie debería olvidar que fuiste la primera en romper el silencio”, a lo que la actriz de Scream
respondió: “Y ninguna de esas estrellas que hoy visten de negro para honrar nuestras violaciones
habrían movido un dedo de no haber sido así (haber acabado con el tabú). No tengo tiempo para
la farsa de Hollywood”.

Pasados apenas unos días de la gala donde Oprah hizo un discurso que impactó en los medios y las
redes sociales del mundo entero, hoy se conoce que sus palabras también impactaron en su
bolsillo: las acciones de una empresa de dietas de la que es accionista (un rubro del que mucho
hay para decir si enfrentamos los mandatos patriarcales), se dispararon y le permitieron embolsar
40 millones de dólares más, para su ya abultada cuenta.

#MeToo fue la voz que denunció algo que “todos sabían” que sucedía, pero nadie se atrevía a
decir públicamente. La lucha de las mujeres contra la violencia y por sus derechos hizo que miles
de mujeres ya no callen más ante los abusos. Tampoco las famosas.

Simultáneamente, del otro lado del Atlántico se alzaron las voces de francesas famosas que
apoyaron las denuncias contra la violencia sexual de sus colegas, pero cuestionaron algunos
aspectos del movimiento hollywoodense: “Desde el caso Weinstein se ha producido una toma de
conciencia sobre la violencia sexual ejercida contra las mujeres, especialmente en el marco
profesional, donde ciertos hombres abusan de su poder. Eso era necesario. Pero esta liberación de
la palabra se transforma en lo contrario: se nos ordena hablar como es debido y callarnos lo que
moleste, y quienes se niegan a plegarse ante esas órdenes son vistas como traidoras y cómplices”,
sostuvieron en su manifiesto. “La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es
un delito, ni la galantería una agresión machista”, afirman las francesas, entre las que se encuentra
la legendaria estrella Catherine Deneuve.

Riesgos de puritanismo

#MeToo fue la voz que denunció algo que “todos sabían” que sucedía, pero nadie se atrevía a
decir públicamente. La lucha de las mujeres contra la violencia y por sus derechos hizo que miles
de mujeres ya no callen más ante los abusos. Tampoco las famosas.
Aunque las francesas reconocen la toma de conciencia sobre la violencia contra las mujeres y el
abuso de poder de ciertos hombres de la industria, su manifiesto fue presentado, maliciosamente,
por algunos medios, como un pronunciamiento “contra #MeToo” o como una “reacción a la
revolución feminista” de Hollywood. Y hoy, muchos lo están enarbolando, en las redes sociales,
para criticar al feminismo, para cuestionar la lucha de las mujeres contra la violencia y burlarse de
las víctimas.

Pero más allá de las diversas ideologías y adhesiones políticas de las francesas -que acertadamente
advierten a sus colegas norteamericanas del peligro de abonar a una “moral victoriana”-, las
europeas ponen sobre la mesa un debate necesario que está desarrollándose en los ámbitos del
activismo.

Pocos días antes de los Golden Globes, en LatFem, Mariana Marasch escribía: “La pregunta
incómoda: ¿estamos promoviendo más tabúes? (…). Los peligros que corremos son los de
confundir la siembra de agencia y derechos con construcción de miedos. (…). Nada de eso le da
derecho a un acosador, abusador o violador. Pero tampoco queremos que nuestra meta de
libertad sexual se vea minada de terrores expandidos. Una crisis de pánico colectiva -miles y miles
de botones de pánico sonando juntos y al mismo tiempo- puede llevarnos sin escalas a la era
victoriana o a sacar una petición vía change.org”.

La escalada a la que hacía referencia la periodista, ya tiene su expresión en el terreno del arte,
donde las insólitas consecuencias de la “corrección política” van desde el pedido de que retiren
una pintura de Balthus del Museo Metropolitano de Nueva York por resultar perturbadora, hasta
el estreno de una nueva versión de la clásica ópera Carmen de Bizet, donde la protagonista no
muere, porque en esta época “es inconcebible aplaudir el asesinato de una mujer”.

Certezas de hipocresía

Pero las denuncias seriales de las famosas, al tiempo que dan notoriedad al tema de la violencia
contra las mujeres, también corren el riesgo de banalizarla. Cuando un comportamiento machista
de un productor o director de cine famoso, frenado a tiempo por una actriz millonaria adquieren
mayor dimensión que un femicidio, una violación o un abuso sexual, las que pierden –una vez
más- son las mujeres anónimas, especialmente las víctimas de las formas más crueles en que se
manifiesta la violencia machista. Perdemos cuando eso permite, a instituciones como Hollywood,
lavarse la cara y posar escandalizados cuando toda su estructura se apoya en la discriminación de
las mujeres y los abusos de poder son moneda corriente.

En una sociedad como la que vivimos –donde 8 hombres poseen una riqueza equivalente a lo que
tienen para sobrevivir 3500 millones de personas-, hay algunas denuncias contra la violencia
patriarcal que permiten que suban tus acciones en la Bolsa y otras denuncias que nunca serán
escuchadas.

Perdemos cuando las luces apuntan a Hollywood y dejan en penumbras la batalla contra la
violencia, ésa de la que somos víctimas persistente y cotidianamente en el ámbito del hogar, en el
trabajo, en las calles, en manos de las relaciones más íntimas, de desconocidos, de las patronales
que viven a expensas de nuestra explotación, de las instituciones del régimen político, del Estado.

En una sociedad como la que vivimos –donde 8 hombres poseen una riqueza equivalente a lo que
tienen para sobrevivir 3500 millones de personas-, hay algunas denuncias contra la violencia
patriarcal que permiten que suban tus acciones en la Bolsa y otras denuncias que nunca serán
escuchadas.

No tendrán eco porque ni siquiera pueden ser pronunciadas por esas mujeres que tienen trabajo
precarizado, que cobran menos que sus pares varones, que son despedidas cuando señalan los
abusos del supervisor o el jefe, que mueren silenciosamente en abortos clandestinos o en partos
complicados sin la más mínima atención médica. Mujeres cuyas espaldas han sido dobladas por las
agresiones físicas de sus parejas, pero también por los ritmos de producción a destajo, por las
pesadas tareas domésticas impagas y por las condiciones insalubres en las que transcurren sus
vidas cotidianamente.

Ese padecimiento de millones de mujeres no es redituable para Hollywood, ni para la industria


francesa ni para los medios que hoy se hacen eco de estas denuncias, pero mañana volverán a
mercantilizar el cuerpo de las mujeres, a vender productos de limpieza con amas de casa
estereotipadas y a generar millones de dólares con fantasiosos romances. Nuestra batalla contra la
violencia hacia las mujeres, también los tiene en la vereda de enfrente.

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