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Catulo, Carmen 64

v. 1 Dicen que alguna vez los barcos nacidos de la cumbre del Pelión navegaron por las
límpidas ondas de Neptuno hacia las corrientes del Fasis y los confines eteos, cuando los
selectos jóvenes, los más fuertes de la juventud argiva, deseosos de arrebatar la piel dorada a
los colcos, osaron atravesar el mar salobre con rápida nave, barriendo las aguas azules con los
remos de abeto. La misma diosa que protege las fortalezas en las cimas de las ciudades hizo
para estos un carro que volaba con un suave soplo, reuniendo corteza de pino con la curvada
quilla. Aquella inauguró con su curso la primera vez al rudo Anfitrite, tan pronto como esta
cortó con el espolón el mar ventoso, y la ola vuelta por el remo la blanqueó con espumas,
emergieron del brillante torbellino del mar los rostros de las marinas Nereidas admirando los
prodigios. Ese día y algún otro, los mortales vieron con sus ojos a las ninfas marinas de
cuerpo desnudo saliendo hasta el pecho del torbellino blanco.
v. 19 Entonces, se dice que ese día Peleo ardió de amor por Thetis, entonces, Thetis no
despreció los humanos himeneos, entonces, el propio padre de los dioses juzgó que Peleo
debía casarse. ¡Oh, héroes hijos de los siglos, deseados por tanto tiempo, los saludo, progenie
de los dioses! Oh, descendencia de buenas madres, los saludo de nuevo… (laguna).
v. 25 Yo, a menudo, a ustedes los ensalzaré con mi poesía. Y a ti, Peleo, gloria de Thesalia,
honrado por las felices bodas, a quien el mismo Júpiter, el propio padre de los dioses, le
concedió sus amores. ¿Acaso no te tuvo Thetis, la más bella hija de Nereo? ¿Acaso no te
concedieron Tethys y Océano, el que abraza todo el mundo con su mar, que te casaras con su
nieta?
v. 32 En cuanto aquellos deseados días llegaron, cumplido el tiempo, toda Thesalia asiste a la
casa en tropel, el palacio se llena con una alegre reunión: llevan las ofrendas delante de sí,
muestra alegría en el rostro. Ciero es abandonada, el Tempe de Ptía abandonan, y las casas de
Cranión y las murallas de Larisa, van juntos al Farsal, ocupan las casas farsalias. Nadie
cultiva los campos, se relajan los cuellos de los novillos, la baja viña no es limpiada con los
curvos azadones, el buey no arranca la gleba con el arado hendido, la hoz de los podadores no
recorta la sombra de los árboles, la áspera herrumbre aparece en los arados abandonados.
v. 44 Las moradas de estos, por donde quiera que se haya extendido el palacio opulento
resplandecen con refulgente oro y plata. El marfil brilla en los tronos, brillan las copas en la
mesa, toda la casa se regocija con una riqueza espléndida, digan de reyes. Se ubica en el
medio del lugar el lecho nupcial de la diosa, el cual, elaborado con diente indio, cubre las
teñidas telas púrpuras con fuco rosa del múrice. Esta manta, bordada con las figuras de
antiguos hombres, muestra las virtudes de los héroes con asombroso arte. Y pues, observando
desde la orilla fluentísona (resonante) de Día, Ariadna mira a Theseo alejándose con la flota
veloz, alimentando en el corazón indomables furores, y todavía no se cree mirar lo que está
viendo, porque ella apenas despierta de un sueño engañoso, se contempla desgraciada y
abandonada en la playa solitaria. Pero el joven desmemoriado, huyendo, empuja las aguas con
los remos, abandonando promesas vanas a la tormenta ventosa. A este, lejos, desde la playa, la
hija de Minos lo mira petrificada como la esfigie de una bacante.

v.116 Pero por qué yo recordaré más cosas, alejándome del principio del poema. ¿Cómo la
hija, evitando el rostro de su padre, el abrazo de su hermana e incluso el de su madre, que
desgraciada se alegraba por su hija perdidamente, prefirió a todos estos el dulce amor de
Teseo? ¿ o cómo traída en el barco en el barco a las costas espumosas de Día? ¿o cómo, con
los ojos vencidos por el sueño, el esposo la abandonó, desmemoriado, alejándose con la mente
olvidadiza? A menudo dicen que ella, enfureciéndose en su ardiente corazón, profirió
resonantes gritos desde el fondo de su pecho y entonces, triste, subía las escarpadas montañas
desde donde tendía la mirada hacia los vastos oleajes del piélago, entonces corría a las aguas
opuestas del tembloroso mar, levantando los delicados vestidos de su desnuda pantorrilla, y
que ella afligida había dicho estas cosas con graves quejas profiriendo fríos sollozos de la
húmeda garganta: “Así, pérfido, alejada de los hogares paternos, me abandonaste, pérfido
Teseo, en la costa desierta? ¿Así, alejándote, tras descuidar el numen de los dioses, ay
desmemoriado, llevas a tu patria funestos perjurios? ¿Acaso ninguna cosa pudo cambiar el
parecer de tu cruel mente?¿No tuviste presente ninguna clemencia? De tal manera que tu cruel
corazón quisiera compadecerse de mi pero, en otro tiempo, no me diste estas promesas con
suave voz y no me ordenabas, a mi desgraciada, esperar cosas, sino felices matrimonios, sino
deseados himeneos a las que todas juntas y vanas disipan los vientos aéreos. Ahora ya que
ninguna mujer crea a un hombre que jura y que ninguna espere que las palabras del hombre
sean confiables. Mientras su ánimo, deseando algo, busca con fuerza conseguirlo, nada tienen
que jurar, nada se abstienen de prometer pero tan pronto como su impulso de la mente deseosa
ha sido saciado, nada temen decir, no se preocupan de perjurios. Ciertamente yo te arrastré a ti
que dabas vueltas en medio de un torbellino de muerte y decidí perder a mi hermano antes que
faltarte mentiroso en el momento decisivo. A cambio de esto, seré dada para ser desgarrada
por fieras como presa para las aves y no seré enterrada, muerta, ni con un puñado de tierra.
¿Qué leona te engendró bajo la roca solitaria? ¿Qué mar te concibió y te escupió en sus
espumosas aguas? ¿Qué Sirte, qué voraz Escila, qué enorme Caribdis (te engendraron) que
vuelves tales premios a cambio de tu dulce vida? Si no te agradaban nuestras matrimonios,
¿por qué te asustabas de los salvajes preceptos del anciano padre? Por lo menos pudiste
llevarme a tu palacio para que yo te sirviera como esclava, a ti con un trabajo alegre,
acariciando las blancas plantas de los pies o limpias aguas o cubriendo tu cama con una manta
purpura. Pero por qué me lamentaré en vano ante aires insensibles, abatida por la desgracia,
que privados de todos los sentidos ni pueden oir mis quejas ni responder mis palabras? En
cambio él se encuentra ya casi en medio del mar, ningún mortal aparece en la costa vacia.
Así, una cruel fortuna, ensañándose enormemente en el momento final, incluso quita oídos a
nuestras quejas. Jupiter omnipotente, ojala que no hubieran tocado las naves cecropias los
litorales gnosios en primer momento, que el pérfido navegante no hubiera atado amarras en
creta llevando crueles regalos al indómito toro, ni que este malvado, ocultando crueles
proyectos con una dulce apariencia, hubiera descansado como huésped en nuestras moradas.
¿Pero donde me iré? ¿A qué esperanza me aferraré, perdida? ¿Acaso buscaré los montes Idas?
Pero la superficie horrible del mar divide, separando con hondo torbellino. ¿Acaso esperaré la
ayuda de mi padre? ¿Acaso yo misma no lo abandoné siguiendo al joven mancillado conla
sangre fraterna? ¿Acaso seré consolada por el amor fiel de un esposo? ¿El que huye curvando
en el torbellino flexibles remos? Además, esta isla desierta no está habitada por ningún techo
ni se abre ninguna salida a través de las hondas del mar que están alrededor. Ninguna
posibilidad de fuga, ninguna esperanza: todo en silencio, todo está desierto, todo muestra la
muerte. Sin embargo, no me languidecerán los ojos ante la muerte, ni se marcharan los
sentidos de mi cuerpo agotado, antes de que, traicionada, pida con insistencia de los dioses un
justo castigo y que suplique la lealtad de los dioses en la ultima hora. Por eso, las Eumenides,
que castigan los hechos de los hombres con penas vengativas, cuya frente adornada con
cabello de serpiente, muestra las iras que salen de los pechos, vengan aquí, aquí, escuchen mis
quejas, a las cuales yo, ay desdichada, soy forzada a decir desde mis profundas entrañas sin
recursos, ardiendo, ciega, a causa de un furor enloquecedor. Dado que estas verdades nacen
del profundo pecho, ustedes no permitan que mi pena se desvanezca, sino que con la misma
idea, con la que Teseo me abandonó sola, con esa intención, diosas, sean funestas, para los
suyos y para él.

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