Se habla mucho de la sanidad pública, de la educación pública, de las
desventajas de la privatización, de la gestión de servicios públicos por parte de entidades privadas… Yo no soy un experto en la materia y seguro que cada cual lleva su parte de razón. Pero soy maestro de un colegio público y, desde dentro, puedo ofrecer mi modesta opinión, que es en lo que consiste esta humilde columna sabática.
En una empresa gestionada por la Comunidad, de carácter público y gratuito,
habrá muchos defectos y siempre habrá aspectos que deben revisarse, mejorarse, renovarse e incluso descartarse. Por esa razón muchos centros públicos, incluido el CEIP Ricardo Codorníu en el que tengo el gusto de trabajar, comenzaron un proyecto de gestión de calidad, con el único fin de poder implementar líneas de trabajo más eficientes y mejoras en la labor docente.
Los maestros, a través del Centro de Profesores y Recursos y otras entidades,
continuamente se inscriben en cursos para aprender a manejarse con las pizarras digitales y las Nuevas Tecnologías. Muchos docentes que no son de inglés invierten gran parte de su tiempo libre (en detrimento de su vida privada) en el estudio y la asistencia a escuelas de idiomas con la única intención de poder ser más competentes en su trabajo. Son, en la mayoría, funcionarios con la plaza fija y que no tienen ninguna obligación legal o laboral de hacerlo. Pero son profesionales y les gusta su trabajo y lo quieren hacer mejor. Y no reciben un extra, como ocurre en otros países de Europa, por rellenar su currículum con formación adicional. Pero igualmente lo hacen. Incluso, muchos docentes optan por viajar al extranjero para completar su formación y ampliar sus conocimientos en proyectos, intercambios o cursos.
En la escuela pública, a diferencia de una entidad privada (no me estoy
refiriendo exclusivamente al ámbito educativo o escolar), se dispone de filtros que garantizan la valía de sus docentes. Oposiciones, listas en las que los méritos y la experiencia conforman una disponibilidad de los profesores más adecuados a sus puestos de trabajo específicos. Con todos los defectos que este sistema pueda tener -y a diferencia de otros ámbitos laborales o políticos en los que se puede entrar a trabajar a dedo- en nuestro caso la neutralidad y la profesionalidad están garantizadas. Aquí no entra el primo de fulanito, hablando claro.
Como decía al comienzo de estas líneas, no sé si la educación pública es la
mejor opción. Tendrá sus defectos. Pero se observan muchas virtudes. Hay un profesorado de calidad, que ha superado, en la mayoría de los casos, además de su formación universitaria, unas extenuantes y duras pruebas de oposición. Que se forma de un modo continuo y que se implica en su trabajo.
También adjetivé al comienzo de este artículo la educación como gratuita. Sí,
en cierto modo es gratuita, pero que nadie olvide que se financia con el dinero de todos nosotros, con los impuestos de los ciudadanos. Y como parece que lo gratis no suele tener valor (ya decía Machado que era necio el que confundía valor y precio) pues pensamos que la educación pública no es tan importante, que nos la regalan porque carece de valor. Usted la está pagando, así que debería valorarla, se mantiene con su dinero, así que defiéndala.
La educación es gratuita, pero no confundamos valor y precio.