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La identidad de los individuos es un requisito necesario para la vida social, y de manera reversible,
la vida social lo es para la identidad individual. La dialéctica interno-externo de la identificación es
el proceso por medio del cual todas las identidades (individuales y colectivas) se constituyen.
La identidad es una construcción social elaborada en relación con los límites o fronteras entre los
grupos que entran en contacto. Es por esto, una manifestación de relaciones e interacciones que
no puede considerarse monolítica. (Molina Luque, 2003)
Entre las ideas previas de los chicos y las chicas sobre la identidad personal y social, también
están presentes nociones sobre la incidencia de las interrelaciones personales y sociales en el
proceso de construcción de esas identidades.
“La identidad personal se va modificando cuando se va relacionando con otras identidades
personales. “Todo cambia, la identidad también.”
“Cada uno de nosotros es dueño de la palabra. Y es muy bueno que cada uno cuente sus cosas;
así vamos conociendo cómo es cada uno y, también, que somos distintos unos de otros.”
“La identidad personal y la identidad social se van construyendo mutuamente. Entre ellas hay una
estrecha relación.”
“La identidad personal se va construyendo a lo largo de la vida, interactuando con otras personas e
instituciones.”
“Uno moldea su identidad de acuerdo a los contactos y a las cosas que comparte con otras
personas de la comunidad.”
La identidad comunitaria podría ser entendida como la identidad cultural característica de un núcleo
más cohesionado, más denso de interrelaciones, que constituiría una comunidad.
Por esto, los individuos que se consideran integrantes de una comunidad se sienten
subjetivamente como individuos con características comunes. De allí que, a partir de esa situación
se puede derivar una acción comunitaria positiva o negativa en relación con otras comunidades
(identidades) que se ven y se viven como diferentes.
Se trata de articular valores comunitarios sin perder de vista la sociedad global, o mejor aún,
desarrollarlos en ella. (Molina Luque, 2003)
El trabajo con historia oral puede resultar muy adecuado si se concibe que la identidad también
puede ser entendida como una “construcción que se relata” (García Canclini, 1995).
Una construcción en la que hay ciertos acontecimientos que son fundantes, casi siempre referidos
a la pertenencia y a la apropiación de un territorio por parte de un pueblo, a la que se suman las
“hazañas en las que los habitantes defienden ese territorio”.
¿Qué se nombra hoy cuando [los ciudadanos habitantes de una ciudad] decimos “nosotros”?
¿Qué “nosotros” quedan y cuáles están desapareciendo como sentimiento ciudadano, como
identidad colectiva local y materializada en los componentes vivos del territorio?
La respuesta a esta pregunta por el “nosotros” puede hallarse, en cada ciudad, en cada localidad,
en cada pueblo, en el desarrollo del proceso de afirmación de los “lugares propios” (Auge, 1993).
“Lugares propios” entendidos como deseos de arraigo, pertenencia, identidad y memoria colectiva
a través del fortalecimiento del espacio público.
Las fronteras como puntos de referencia para las personas son construcciones culturales y no
productos de la naturaleza. Por lo tanto, forman parte de los imaginarios colectivos y constituyen
categorías de construcción identitaria que se especifican y cobran sentido en el plano de las
negociaciones socioculturales. Las fronteras se marcan porque las distintas comunidades
interaccionan de diversas maneras con otras entidades de las que son, o desean ser, distintas. La
conciencia de una comunidad incluye la percepción de cuáles son “sus fronteras”. Estos límites
pueden o no estar marcados sobre el terreno o en lo mapas, pero siempre están en las mentes. La
frontera nos separa a “nosotros” de “ellos”, y al definir al “otro” definimos simultáneamente el
“nosotros”. (Kavanagh, 1994)