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Cuestiones de sociología
Traducción
Enrique M artín Criado
M aqueta de portada: Sergio Ramírez
D iseño interior y cubierta: RAG
T ítulo original
Questions de Sociologie
Sector Foresta, 1
28760 Tres C antos
M adrid - España
w w w .akal.com
ISBN: 978-84-460-2987-8
D epósito legal: M . 35.251-2008
P rólogo ..................................................................................................................................... 7
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9. Algunas propiedades de los campos33
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los dominantes tomen formas diferentes. Pero sabemos que en.
todo campo encontraremos una lucha, cuyas formas específi
cas hay que investigar en cada caso, entre el nuevo ingresado,
que trata dé hacer saltar los cerrojos de la cuota de ingreso, y
el dominante, que trata de defender el monopolio y de excluir
la competencia.
Un campo, así sea el campo científico, se define entre otras
cosas definiendo objetos en juego [enjeux:] e intereses espe
cíficos, que son irreductibles a los objetos en juego [enjeuxj
y a los intereses propios de otros campos (no se puede hacer
correr a un filósofo tras los objetos enjuego [enjeux] d élos
geógrafos), y que no son percibidos por nadie que no haya sido
construido para entrar en el campo (cada categoría de intere
ses implica la indiferencia a otros intereses, a otras inversio
nes, abocados así a ser percibidos como absurdos, insensatos,
o sublimes, desinteresados). Para que un campo funcione es
preciso que haya objetos enjuego [enjeux] y personas dis
puestas a jugar el juego, dotadas con los habitus que implican
el conocimiento y el reconocimiento de las leyes inmanentes
del juego, de los objetos enjuego [enjeux], etc.
Un habitus de filólogo es, al mismo tiempo, un «oficio»,
un capital de técnicas, de referencias, un conjunto de «creen
cias» -com o la propensión a concederle tanta importancia a
las notas como al texto-, propiedades que se deben a la his
toria (nacional e internacional) de la disciplina, a su posición
(intermedia) en la jerarquía de las disciplinas, y que son a la
vez la condición del funcionamiento del campo y el producto
de este funcionamiento (pero no integralmente: un campo pue
de contentarse con acoger y consagrar un tipo determinado de
habitus que ya está más o menos completamente constituido).
La estructura del campo es un estado de la relación de fuer
zas entre los agentes o las instituciones implicados en la lucha
o, si se prefiere así, de la distribución del capital específico
que, acumulado en el curso de las luchas anteriores, orienta
las estrategias ulteriores. Esta estructura, que constituye el prin
cipio de las estrategias destinadas a transformarla, está ella
misma siempre enjuego: las luchas que tienen lugar en el cam
po tienen por objetivo [enjeu] el monopolio de la violencia
legítima (autoridad específica) que es característica del cam
po considerado, es decir, en definitiva, la conservación o la sub
versión de la estructura de la distribución del capital específi
co. (Hablar de capital específico significa decir que el capital
vale en relación con un campo determinado -p o r tanto, en los
límites de ese cam po- y que sólo es convertible en otra espe
cie de capital en determinadas condiciones. Basta con pensar,
por ejemplo, en el fracaso de Cardin cuando quiso transferir a
la alta cultura un capital acumulado en la alta costura: el últi
mo de los críticos de arte debía afirmar su superioridad es
tructural como miembro de un campo estructuralmente más le
gítimo diciendo que todo lo que hacía Cardin en materia de
arte legítimo era deleznable e imponiéndole así a su capital la
tasa de conversión más desfavorable.)
Los que, en un estado determinado de las relaciones de fuer
za, monopolizan (más o menos completamente) el capital es
pecífico,, fundamento del poder o de la autoridad específica ca
racterística de un cam po, se inclinan por las estrategias de
conservación -la s que, en los campos de producción de bienes
culturales, tienden a la defensa de la ortodoxia-, mientras que
los menos provistos de capital (que son también frecuentemente
los recién llegados y, por tanto, generalmente, los más jóve
nes) se inclinan por las estrategias de subversión -las de la
herejía-. Es la herejía, la heterodoxia, como ruptura crítica
-q u e frecuentemente va unida a la crisis- con la doxa, la que
saca a los dominantes de su silencio y les impone producir el
discurso defensivo de la ortodoxia, pensamiento derecho y de
derechas cuyo objetivo es restaurar el equivalente a la adhe
sión silenciosa de la doxa.
O tra.propiedad, ésta menos visible, de un campo: todas
las personas implicadas en un campo tienen en común una se
rie de intereses fundamentales, a saber, todo lo que va unido a
la existencia misma-del campo: de aquí deriva una complici
dad objetiva que subyace a todos los antagonismos. Se olvida
que la lucha presupone un acuerdo entre los antagonistas so
bre aquello por lo que vale la pena luchar -y que es reprimido
al estado dé evidencia, mantenido en el estado de doxa-, es de
cir, sobre todo lo que conforma el propio campo, el juego, los
objetos en ju eg o [enjeux], sobre-todos los presupuestos que
se aceptan tácitamente, incluso sin saberlo, por el mero hecho
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de jugar, de entrar en el juego. Los que participan en la lucha
contribuyen a la reproducción del juego contribuyendo, más
o menos completamente según los campos, a producir la creen
cia en el valor de los objetos en juego [enjeux]. Los nuevos
ingresados deben pagar una cuota de ingreso que consiste en
el reconocimiento del valor del juego (la selección y la coop
tación le conceden siempre mucha atención a los índices de
adhesión al juego, de inversión en el juego) y en el conoci
miento (práctico) de los principios de funcionamiento del jue
go. Están abocados a las estrategias de subversión, pero és
tas, bajo pena de exclusión, permanecen confinadas en unos
límites determinados. Y, de hecho, las revoluciones parciales
que tienen lugar continuamente en los campos no ponen en
cuestión los fundamentos mismos del juego, su axiomática
fundamental, el basamento de creencias últimas en que repo
sa todo el juego. Por el contrario, en los campos de produc
ción de bienes culturales, religión, literatura, arte, la subver
sión herética sé proclama como retorno a las fuentes, al origen,
al espíritu, a la verdad del juego, contra la banalización y de
gradación de que ha sido objeto. (Uno de los factores que pro
tege a los diferentes juegos de las revoluciones totales -las que
no destruyen únicamente a los dominantes y a la dominación,
sino al propio juego- es precisamente la importancia de la in
versión en tiempo, en esfuerzos, etc., que supone la entrada en
el juego y. que, como las pruebas de los ritos de paso, contri
buye de forma práctica a hacer impensable la destrucción pura
y simple del juego. Es así como sectores enteros de la cultu
ra -ante filólogos, no puedo dejar de pensar en la filología;..-
se salvan por el coste que supone la adquisición de los cono
cimientos necesarios incluso para destruirlos en las formas.)
A través del conocimiento práctico de los principios del
juego que se exige tácitamente a los nuevos miembros es toda
la historia del juego, todo el pasado del juego, los que están
presentes en cada acto del juego. No es casualidad que uno
de los índices más seguros de la constitución de un campo sea,
además de la presencia de huellas de la relación objetiva (a ve
ces, incluso consciente) con las otras obras, pasadas o con
temporáneas, la aparición vde un cuerpo de conservadores de
las vidas -lo s biógrafos- y de las obras -lo s filólogos, los
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historiadores del arte y de la literatura, que comienzan a ar
chivar los esbozos, los bocetos, los manuscritos, a «corregir
los» (el derecho de «corrección» es la violencia legítima del
filólogo), a descifrarlos, e tc - , otras tantas personas que están
aliadas con la conservación de lo que se produce en el campo,
que tienen interés en conservar y en conservarse conservan
do. Y otro índice del funcionamiento como campo es la hue
lla de la historia del campo en la obra (e incluso en la vida del
productor). Habría que analizar, en calidad de prueba a con
trario, la historia de las relaciones entre un pintor al que se dice
«nai'f»34 (es decir, que ha entrado en el campo un poco por des
cuido, sin pagar el derecho de entrada, la cuota de ingreso...)
como el aduanero Rousseau, y los artistas contemporáneos, los
Jarry, Apollinaire o Picasso, que juegan (en sentido literal, me
diante toda clase de supercherías más o menos bondadosas)
con el que no sabe jugar el juego, con el que sueña ser un Bou-
guereau o un Bonnat en la época del futurismo y del cubismo,
y que rompe el juego, aunque sea sin querer, y en todo caso sin
saberlo, como los perros en misa, de forma completamente in
consciente, al contrario de personas como Duchamp, o inclu
so Satie, que conocen lo suficientemente bien la lógica del cam
po como para desafiarla y explotarla al mismo tiempo. Habría
que analizar también la historia de la interpretación ulterior
de la obra que, gracias a la sobreinterpretación, la hace entrar
en el rango, es decir, en la historia, y se esfuerza en hacer de
este pintor dominguero (los principios estéticos de su pintura,
como la frontalidad brutal de los retratos, son los mismos que
se encuentran en las fotografías de los miembros de clases
populares) un revolucionario consciente e inspirado.
„Hay efecto de campo cuando ya no se puede comprender
una obra (y el valor, es decir, la creencia, que se le otorga) sin
conocer la historia del campo de producción de la obra -e s por
lo que los exegetas, comentaristas, intérpretes, historiadores,
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semiólogos y otros filólogos se ven justificados de existir e n .
tanto que únicos capaces de explicar la obra y el reconoci
miento de valor de que es objeto-. La sociología del arte o de
la literatura que relaciona directamente las obras con la posi
ción en el espacio social (la clase social) de los productores o
de sus clientes, sin considerar su posición en el campo de pro
ducción («reducción» que sólo se justifica, en rigor, con los
«na'ífs»), escamotea todo lo que la obra le debe al campo y a
su historia, es decir, precisamente lo que hace de ella una obra
de arte, de ciencia o de filosofía. Un problema filosófico (o
científico, etc.) legítimo es un problema que los filósofos
(o los científicos, etc.) reconocen (en el doble sentido del tér
mino) como tal (porque está inscrito en la lógica de la historia
del campo y en sus disposiciones históricamente constituidas
para y por la pertenencia al campo) y que, por el hecho de la
autoridad específica que se les reconoce, tiene todas las posi
bilidades de ser ampliamente reconocido como legítimo. Aquí
también es muy esclarecedor el ejemplo de los «naifs». Son
personas que se han visto proyectadas, en nombre de una pro
blemática que ignoraban por completo, al estatuto de pintores
o escritores (y revolucionarios, por añadidura): las asociacio
nes verbales de Jean-Pierre Brissat, sus largas series de ecua
ciones de palabras, de aliteraciones y despropósitos, que des
tinaba a las sociedades científicas y a las conferencias
académicas -p o r un error de campo que pone de manifiesto
su inocencia- habrían quedado como elucubraciones de alie
nado, como se las consideró al principio, si la «patafísica» de
Jarry, los retruécanos de Apollinaire o de Duchamp, o la es
critura automática de los surrealistas no hubieran creado la
problemática en referencia a la cual podían tomar sentido. Es
tos poetas-objetos, estos pintores-objetos, estos revoluciona
rios objetivos, permiten observar, en estado aislado, el poder
de transmutación del campo. Este poder no se ejerce en me
nor medida, aunque de manera menos llamativa y más funda
mentada, sobre las obras de los profesionales que, conocien
do el juego, es decir, la historia del juego y su problemática,
saben lo que hacen (lo que no quiere decir en absoluto que
sean cínicos), de tal manera que la necesidad que la lectura sa-
cralizadora descubre en ellas no aparece de manera tan evi
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dente como el producto de un azar objetivo (cosa que también
es, en la medida en que supone una armonía milagrosa entre
una disposición filosófica y un estado de las posibilidades
inscritas en el campo). Heidegger es a menudo Spengler o Jiin-
ger pasados por la cocina del campo filosófico. Tiene cosas
muy simples que decir: la técnica es la decadencia de Occi
dente; desde Descartes todo va de mal en peor, etc. El campo
o, más exactamente, el habitus de profesional ajustado de an
temano a las exigencias del campo (por ejemplo, a la defini
ción en vigor de la problemática legítima) va a funcionar como
un instrumento de traducción: ser «revolucionario conserva
dor» en filosofía es revolucionar la imagen de la filosofía kan
tiana mostrando que en la raíz de esta filosofía, que se presenta
como la crítica de la metafísica, hay metafísica. Esta transfor
mación sistemática de los problemas y los temas no es el pro
ducto de una búsqueda consciente (y calculada, cínica), sino
un efecto automático de la pertenencia al campo y del domi
nio de la historia específica del campo que esa pertenencia im
plica. Ser filósofo es dominar lo que hay que dominar de la his
toria de la filosqfía. para saber comportarse como filósofo en
un campo filosófico.
Debo insistir una vez más en el hecho de que el principio
de las estrategias filosóficas (o literarias, etc.) no es el cálculo
cínico, la búsqueda consciente de la maximización del benefi
cio específico, sino una relación inconsciente entre un habitus
y un campo. Las estrategias de que hablo son acciones objeti
vamente orientadas hacia fines que pueden no coincidir con los
fines que se persigan subjetivamente. Y la teoría del habitus
se propone fundamentar la posibilidad de una ciencia de las
prácticas que escape a la alternativa del finalismo y el meca
nicismo. (La palabra interés, que he utilizado varias veces, es
también muy peligrosa porque corre el riesgo de evocar un uti
litarismo.que es el grado cero de la sociología. Dicho esto, la
sociología no puedé prescindir del axioma del interés, enten
dido como la inversión específica en los objetos en juego [eli
je ux], que és a la vez la condición y el producto de la perte
nencia a un cam po.) El habitus, sistema de disposiciones
adquiridas por aprendizaje implícito o explícito que funciona
como un sisterná dé'esquemas [schémés] generativos, es ge
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nerador de estrategias que pueden ser objetivamente confor
mes con los intereses objetivos de sus autores sin haber sido
expresamente concebidas con este fin. Hay que emprender
toda una reeducación para escapar a la alternativa del finalis-
mo ingenuo (que haría escribir, por ejemplo, que la «revolu
ción» que conduce a Apollinaire a las audacias de Lundi m e
Christine y demás poéticas ready made le fue inspirada por
la pretensión de situarse a la cabeza del movimiento indicado
por Cendrars, los futuristas o Delaunay) y de la explicación
de tipo mecanicista (que consideraría esta transformación un
efecto simple y directo de determinaciones sociales). Cuando
las personas no tienen más que dejar actuar a su habitus para
obedecer a la necesidad inmanente del campo y satisfacer las
exigencias en él inscritas (lo que constituye en todo campo la
definición misma de la excelencia), no tienen, en absoluto,
consciencia de sacrificarse a un deber y mucho menos de bus
car la maximización del beneficio (específico). Disfrutan así
del beneficio suplementario de verse y ser vistos como per
fectamente desinteresados35.
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