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Para citar este artículo: Tajer, D.

“Construyendo una agenda de género en las políticas públi-


cas en salud”. En Tajer D. Género y Salud. Las Políticas en acción. Buenos Aires, Lugar Editorial
(en prensa)

Capítulo 1

Construyendo una agenda de género en las políticas publicas en salud1


Débora Tajer

Podemos señalar como principales objetivos en la construcción de una agenda de género pa-
ra las políticas públicas en salud a:
 Identificar los modos en los cuales la diferencia entre los géneros se transforma
en inequidad en salud.
 Promover en el diseño, ejecución y monitoreo de las políticas públicas en salud
orientadas hacia la generación de equidad y autonomía se incorpore la perspectiva
de género como una de las herramientas para su logro.

I. ¿De qué estamos hablando?

Para comenzar, es importante que manejemos una base común acerca del significado de in-
troducir esta perspectiva para el logro de políticas públicas en salud con la equidad como norte.
En la construcción de esta base común nos van a orientar cuatro preguntas, que según mi
experiencia, son las que más recibimos en lo cotidiano los y las especialistas en género y salud,
en el día a día del trabajo con los y las profesionales de la salud. Estos desde sus diferentes nive-
les de decisión en el campo perciben que esta perspectiva puede colaborarles en sus tareas y
toma de decisiones: formadores/as de recursos humanos, epidemiólogos/as, clínicos/as de todas
las especialidades y disciplinas, responsables de sistemas y servicios, gestores/as locales, pro-
vinciales y nacionales, parlamentarios/as, miembros/as de consejos de salud, miembros/as de
defensorías del pueblo, entre otros/as.
Estas preguntas son:

1. ¿Qué significa adoptar una mirada de género en salud?


2. ¿A qué se debe su actual auge y visibilidad?
3. ¿Es solo aplicable a la salud de las mujeres?
4. ¿Se puede utilizar esta perspectiva para los problemas de salud de los varones?

Vamos entonces a tratar de responder cada una de estas preguntas como una guía que nos
permitirá entender el valor de esta propuesta.

1. ¿Qué significa incluir una mirada de género en salud?


Implica incorporar el modo en que las asimetrías sociales entre varones y mujeres determi-
nan diferencialmente el proceso salud-enfermedad-atención de ambos grupos genéricos. Asi-

1
Una primera versión de este texto fue elaborada para presentar en el Seminario “Políticas
Públicas, Equidad en Salud y Género: Desafíos para Centroamérica y el Caribe” organizado por la
Escuela de Salud Pública de la Universidad de Costa Rica y la Asociación Latinoamericana de Medicina
Social (ALAMES) con el apoyo de la OPS, los días 18 y 19 de marzo de 2002 en San José de Costa Rica.
Una segunda versión fue publicada en Memorias de la Universidad Intinerante Políticas Públicas, Mujer
y Salud (Edic. Universidad Nacional del Cauca y RSMLAC, Popayán, Colombia, 2004, p. 27-39).

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metrías jerárquicas entre los géneros que, articuladas con otras diferencias entre las personas
que también son fuentes de inequidad en nuestras sociedades: edad, etnia y clase social, estable-
cerán perfiles de morbimortalidad específicos así como modelos de gestión de la enfermedad
diferencial.
¿Cómo operan entonces estas asimetrías sociales entre varones y mujeres en el proceso sa-
lud-enfermedad-atención de cada género en tanto colectivo? Estableciendo vulnerabilidades
diferenciales relativas a los roles sociales que mujeres y varones pueden y deben cumplir en el
marco del patriarcado, lo cual determina modos diferentes de vivir, enfermar, consultar, ser
atendidos/as y morir.
Podemos identificar que en la división sexual del trabajo característica de este período del
patriarcado, encontramos una gran diversidad entre regiones geográficas que alcanzan un gran
abanico con mayores y menores grados de equidad entre los géneros.
Para nuestra región latinoamericana, aun cuando las mujeres han avanzado mucho en su
presencia en el espacio público, se espera que continúen siendo las principales cuidadoras de la
familia y las agentes del sistema de salud en los hogares, basándose en su capacidad empática,
receptiva y comprensiva. Por lo tanto existe, en simultáneo y casi sin entrar en crisis, una mayor
aceptación de la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo asalariado, pero sin una
legitimación de la redistribución de las tareas domésticas. Lo cual implica que las mujeres traba-
jadoras, tienen como mínimo, dos jornadas de trabajo, que se incrementan a tres jornadas si hay
algún familiar enfermo o que necesita cuidados que siempre son realizados por las mujeres de la
familia.
Esta triple jornada es promovida en varios países por el propio sistema de salud. Ejemplo de
esto es la incorporación de los planes de apoyo con dinero a las madres de familia para que
compren servicios mínimos de salud para su familia relativos a programas de focalización. Es-
tos planes bastamente conocidos en la región y en otras regiones del Tercer Mundo, son imple-
mentados bajo dos argumentos principales: el primero basado en la idea de que las mujeres son
más honestas y eficaces que los varones para utilizar esos escasos fondos. El segundo, que abo-
na estos planes que incluyen un elemento de capacitación de estas mujeres, es que la morbimor-
talidad infantil está asociada con el indicador instrucción de la madre. Un componente adicional
es que se espera educar a las niñas para que puedan, en las próximas generaciones, seguir repro-
duciendo eficazmente este rol de amortiguadoras de la pobreza extrema.
Vale la pena detenernos en la contraargumentación de estos supuestos. En primer lugar pondre-
mos en duda que las mujeres sean más honestas que los varones. Posiblemente esta valoración
esté basada en que el menor grado de ciudadanización las hace más dóciles, mejores adminis-
tradoras de fondos escasos y más fácilmente cooptables por planes discrecionales, pues al tener
muy poco poder en los hogares, cualquier dinero que se les otorgue es visto como fuente de mi-
cropoder al interior de la unidad familiar. En segundo lugar, la educación de la madre es un in-
dicador secundario de situación socioeconómica (actual o acumulada), por lo tanto está asociada
a mejores índices de morbimortalidad infantil. Pero no es aconsejable asimiliar grado de escola-
ridad alcanzada con estar capacitada para la implementación de una acción específica en salud.
En tercer lugar, pensar que las niñas deben ser educadas para establecer un reemplazo genera-
cional de este rol, es condenarlas a una brecha irrecuperable con las niñas de los otros sectores
sociales más beneficiados y con los niños de su propio sector social.

Y por último, un argumento transversal a los anteriores está representado por el hecho de
que no se ha considerado que la supuesta mayor eficiencia de estas mujeres para el sistema está
basada en la sobrecarga de las mismas, con su consiguiente aumento del desgaste. Por lo tanto,
con una mayor carga de malestar y morbilidad para aquellas elegidas para mejorar los indicado-
res de salud de la familia.
En lo relativo a las mujeres como usuarias directas del sistema de salud, podemos decir que
las mismas son las que realizan la mayoría de las consultas puesto que es habilitado socio- sub-
jetivamente para el género femenino el expresar y consultar por su malestar en salud, con lo
cual suelen hacer consultas más precoces que los varones.

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Por otra parte, los varones deben cumplir con un rol de proveedor económico y social, sien-
do sancionado cuando no pueden o quieren cumplir con dicho rol. Esto genera perfiles epide-
miológicos específicos por sobrecarga laboral y por empeoramiento de las condiciones de su
concreción. Para que los varones puedan cumplir las expectativas relativas a su rol social, su
socialización primaria les inhibe la capacidad de registro de sus propios malestares, lo cual tiene
efectos nefastos en la detección primaria de enfermedad. Los varones llegan a los servicios de
salud cuando ya no dan más, con cuadros más avanzados, lo cual complejiza su pronóstico (Ta-
jer, 2009).
Si queremos abordar la salud de mujeres y varones desde una perspectiva de equidad, nos
percataremos que los problemas femeninos están basados en su mayoría en cuestiones relativas
al empoderamiento y carencia de recursos. Por su parte las problemáticas de los varones son del
orden de los costos de poder sostener o no la hegemonía, por lo tanto son cuestiones más ligadas
a los excesos y a la exposición a riesgos (Tajer, 2009).

2. ¿A qué se debe su actual auge y visibilidad?


En principio, hay que considerar que gran parte del actual auge y visibilidad de la mirada de
género en salud se debe al cambio que se ha producido en el rol social de las mujeres, lo cual ha
generado un aumento de su autonomía que tiene como efecto una mayor visibilización y desle-
gitimación de las diferencias jerárquicas aún existentes entre los géneros.
Esto nos permite evidenciar que la perspectiva de género es una mirada en salud que no se
caracteriza por incorporar un nuevo objeto al campo de trabajo, sino por incorporar una nueva
mirada acerca de las diferencias y especificidades en salud de mujeres y varones desde una
perspectiva de ciudadanía y de derechos.
Por otra parte, representa el éxito del movimiento de mujeres como actor político interna-
cional en la incorporación de sus puntos de agenda en la agenda política internacional. En ese
sentido cabe destacar el muy buen trabajo de advocacy de este movimiento, que permitió colo-
car la equidad entre los géneros como un bien público global.
Este logro tiene por lo menos dos consecuencias altamente destacables:

 Que los gobiernos de todos los países estén comprometidos internacionalmente a incor-
porar la equidad entre los géneros como una necesidad humana (Conferencia Internacional de
Población, El Cairo, 1994, y Conferencia Internacional de la Mujer, Beijing, 1995)
 Que aun países con injusticias entre géneros muy graves y con débil capacidad local pa-
ra revertirlas, deban responder públicamente por estas injusticias debido a las presiones interna-
cionales.

Otro aspecto que se desprende de lo señalado, es el hecho de que la perspectiva de género


está incluida en los programas de los organismos internacionales de cooperación, lo cual incen-
tiva a que los proyectos que aspiran y/o incluyan estas ayudas deban incorporarla con un eje en
su desarrollo.
Para lo que refiere a América Latina se agregan otras dos razones locales que tienen una
misma raíz relativa a la característica militante de esta hermosa región del planeta. Y estas dos
razones son, por una parte, la historia de movilización en torno a la salud como derecho, que ha
dado entre sus frutos una corriente teórico-política como es la medicina social latinoamericana
(o salud colectiva) y, por otra parte, el gran desarrollo y complejidad que presenta el movimien-
to latinoamericano de defensa de los derechos de las mujeres.

3. ¿La perspectiva de género es solo aplicable a la salud de las mujeres?


No solamente a las mujeres, también puede ser aplicada para entender, prevenir y resolver
problemáticas de salud de los varones en tanto colectivo, pero existe aún la creencia de que
cuando hablamos de género, esta es solo una nueva nomenclatura para referirnos a salud de las
mujeres.
Esta creencia está basada en que la introducción de la perspectiva de género en el campo de
la salud ha tenido como objetivo identificar y resolver las problemáticas de salud de las mujeres

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no solo atribuibles a las diferencias biológicas entre ambos sexos, sino relativas a su lugar social
subordinado.
Debido a esta raíz histórica es que actualmente existen más desarrollos con perspectiva de
género relativos a la salud de las mujeres que a las problemáticas masculinas, lo cual contribuye
a sostener la idea de que cuando hablamos de género en salud, nos estamos refiriendo a salud de
las mujeres y fundamentalmente a su salud sexual y reproductiva.

4. ¿Se puede utilizar esta perspectiva para los problemas de salud de los varones?

Sí y es deseable que así sea, puesto que para avanzar en una agenda de la salud como dere-
cho con perspectiva de género es importante incorporar a los varones como colectivo tanto para
pensar sus problemas específicos como género en el proceso salud-enfermedad-atención, así
como para valorar el modo en que sus conductas y/o acciones pueden ocasionar daños en la sa-
lud de las mujeres y niños/as. Para lo cual es necesario trabajar en una línea que visibilice, para
el equipo de salud y para los propios varones, que las conductas ligadas a la masculinidad
hegemónica – el ejercicio del poder, la exposición a situaciones de riesgo para sí y los demás, la
resolución violenta de los conflictos, la falta de registro del cansancio y los primeros síntomas
de enfermedad, etc.– los enferma como colectivo y genera daño en la salud de las mujeres (Ta-
jer, 2009).
Podemos concluir que para poder utilizar en toda su potencia la categoría de género en
los problemas de inequidad en salud de mujeres y varones debemos partir de una modalidad
más dinámica y flexible en el uso de esta categoría. Esto implica abordar la equidad desde una
perspectiva de justicia, la cual no solo se corresponde con problemáticas ligadas a la carencia,
sino también a los excesos e invisibilización.
Como ejemplo de esta dinamización en su uso, podemos valorar lo que acontece con las
cardiopatías isquémicas. Los varones tienen más riesgos de padecerlas, por razones de género,
pero las mujeres son peor atendidas y presentan mayor mortalidad para todas las edades, tam-
bién por razones de género. Entonces tenemos que en una misma patología hay inequidad en el
riesgo para los varones e inequidad en la calidad de atención para las mujeres (Tajer, 2009).

II. ¿Qué necesitamos saber entonces para aplicar la perspectiva de género en las polí-
ticas públicas en salud?

 Cómo se aplica esta perspectiva en lo relativo a los problemas de salud de las mujeres y
sus inequidades.
 Cómo se aplica esta perspectiva en lo relativo a los problemas de salud de los varones y
sus inequidades.
 Cómo incorporar una mirada de género en todas las áreas del relevamiento de inequi-
dad en salud

Habiendo sentado las bases para una aproximación general de cómo enfocar los problemas
de inequidad de género en mujeres y en varones, vamos a ahondar ahora en el tercer eje de la
propuesta, para lo cual debemos preguntarnos:

III. ¿Cuáles son los niveles en los que la diferencia entre los géneros se transforma en
inequidad en salud?

Estos son:

1. Distribución de los riesgos y relevamiento de necesidades en salud


2. Mecanismos y modelos de atención.
3. Tipo de cobertura y financiamiento.
4. Los costes de género de los cuidados de la salud.

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5. La evolución de los tipos de familia y de la relación con el sistema sanitario.
6. Gestión y toma de decisiones.

1a. Distribución de los riesgos


En lo relativo a la morbimortalidad general, en la mayoría de los países de la región los va-
rones viven aproximadamente siete años menos que las mujeres. Esta “sobremortalidad mascu-
lina” por razones de género, se da fundamentalmente en dos segmentos etarios: el primero de
los 15 a 24 años y sus causas son los accidentes, suicidios y violencia. El segundo segmento
etario es de los 35 a los 54 años y la causa esta constituida fundamentalmente por las enferme-
dades cardiovasculares. Ambas causas son efectos de los modelos de la masculinidad hegemó-
nica en la vida y en la salud de los varones; modelos que atentan contra sus propias capacidades
para la autoconservación.
Por otra parte la sobrevida de las mujeres se da con gran carga de discapacidad y en peores
condiciones socioeconómicas por el aumento de la pobreza femenina.
En lo referente a la salud sexual y reproductiva presenciamos un aumento en el costo de in-
capacidad en las mujeres por carencia de acceso a programas específicos y por el hecho de que
el aborto es ilegal en casi todo el continente.
En términos de salud mental asistimos a lo que en otro trabajo (Tajer, 2004) consideramos
como una epidemia de tristeza, como resultado del impacto psíquico de vivir cotidianamente
situaciones de malestar ligadas a las injusticias por su lugar social subordinado, así como los
costos subjetivos de los procesos de transición y reajuste en mujeres que viven mayores grados
de equidad en su pasaje de modelos de feminidad tradicionales a modelos más innovadores.
Cabe mencionar el efecto que la violencia de género tiene sobre la vida y la salud de las mu-
jeres de la región, aumentando el riesgo de adquirir múltiples patologías y presentando su cara
más fatal en los femicidios (Fernández, Tajer y cols., 2010).

1b. Relevamiento de necesidades en salud


Caracterizamos a las necesidades en salud como un fruto de la interacción entre lo biológi-
co, lo subjetivo y lo social, destacando la importancia de tomar en cuenta esta triple determina-
ción para responder de manera equitativa a necesidades diferenciales, como es el caso de las
cuestiones de género (OPS/OMS, 1995).
En el plano de lo biológico debemos valorar si estamos identificando y respondiendo ade-
cuadamente a: los requerimientos fisiológicos diferentes, a las susceptibilidades fisiológicas di-
ferentes y a las resistencias o inmunidades fisiológicas diferentes
En el plano subjetivo y de los roles sociales es necesario identificar y responder adecuada-
mente a las condiciones de riesgo diferentes asociadas a conductas relativas a cada género e
identificar el acceso y control diferencial con respecto a los recursos intrafamiliares y públicos
relacionados con la salud.
En el plano de las condiciones o problemas de salud, que serían el aspecto más macro o so-
cial del abordaje, es preciso identificar cuando estos son:

 Exclusivos de uno de los dos sexos.


 Más prevalentes entre las mujeres o entre los hombres.
 Que tienen consecuencias (físicas, psicológicas o sociales) diferentes para los hombres
y para las mujeres.
 Con factores de riesgo diferentes para varones y para mujeres.
 Aquellos ante los cuales mujeres y varones responden de manera diferente.
 Aquellos ante los cuales el sistema (institucional, familiar, comunitario) responde de
manera diferente según se trate de hombres o de mujeres.

2. Mecanismos y modelos de atención

1
1
En lo relativo a los mecanismos y modelos de atención, los mismos pueden ser clasificados
en: insensibles o neutrales al género2, conscientes de la dimensión de género3 o género-
transformadores4 (OPS, 2010).
En el límite entre el primero y segundo tipo podemos ubicar una propuesta actualmente en
boga en la región: las internaciones domiciliarias para reducir los días de internación institucio-
nal. Un aspecto de la aplicación de este modelo, que lo ubicaría como neutral al género, es que
generalmente se lo valora en su aspecto humanitario con respecto a la persona a cuidar, tendien-
te a no institucionalizar el padecer. Pero las razones de estas decisiones no suelen ser solo
humanitarias, dado que una de sus motivaciones es traspasar a las familias la retirada de las
obligaciones de los Estados en garantizar la salud como un bien público (Sarduy & Alfonso,
2000; Tajer, 2000). Lo cual, dada la división sexual del trabajo preponderante en nuestras socie-
dades, implica que dichas obligaciones han sido traspasadas a las mujeres de las familias, au-
mentando la carga de trabajo de las mismas, simultáneo al incremento de las cargas relativas a
la reproducción social concomitantes a los fenómenos de crisis económico-social (Tajer, 2009).
Este último aspecto ubica esta intervención en el segundo tipo, ya que de algún modo, aun-
que no se lo señala, los/las planificadores/as asumen que en nuestras sociedades varones y muje-
res presentan realidades y conductas asociadas a los cuidados en salud diferenciales y no solo no
hacen nada para cambiarlo, sino que lo toman como un recurso de la comunidad para incorporar
en la planificación de los proyectos, aún cuando repercutan en el fomento de la estereotipia de
los roles tradicionales de género y su consecuente sobrecarga en las mujeres.
Ejemplos del tercer tipo suelen ser los modelos integrales de atención que incorporan la au-
tonomía de los pacientes como valor y que recuperan la historia y saberes del sujeto consultante
acerca de su malestar. Y fundamentalmente los que, reconociendo los roles diferenciales y su
jerarquización y su impacto en el acceso a los recursos, promueven acciones para cambiar esas
diferencias y lograr mayores grados de equidad de género.

3. Tipo de cobertura y financiamiento


Los procesos de reforma sectorial en salud implementados en América Latina han cambiado
el mapa de las prestaciones en salud y han generado la entrada de nuevos actores y procesos.
Dos de los cambios principales han sido: a) la separación entre financiamiento y provisión de
servicios, y b) la desregulación de los sistemas de seguridad social con la entrada de las asegu-
radoras de riesgo (o prepagas) en la captación de los fondos en salud de los/las trabajadores/as
del sistema formal.
Estas medidas cambiaron el panorama del escenario en el cual se puede planificar las políti-
cas públicas en salud en la región, y además han tenido un impacto específico en la equidad de
género y en la calidad de la atención. Impacto que es necesario evidenciar, pues más allá de que
en la actualidad estamos en una etapa posterior a la implementación de las reformas, los cam-
bios que las mismas han dejado todavía siguen en vigencia, determinando de múltiples maneras
la implementación de las políticas.
En lo que respecta a la agenda de género, cabe destacar que existe suficiente evidencia para
afirmar la existencia de un impacto diferencial en la accesibilidad por género según cuál sea el
sistema de financiamiento de la atención de la salud (Standing, 2000). Por ejemplo, está demos-
trado que el reintegro posterior al pago directo por costos asociados a la prestación de servicios
ha sido asociado con la baja en el uso de servicios de maternidad (Kutzin, 1995). Por lo tanto,
identificar la composición por sexo del modo en que cada país combina su financiamiento en
salud resulta un área importante de relevar en términos de su impacto en la equidad de género.
Por ende, identificar el impacto de género de los diversos modelos de financiamiento vigentes
adquiere una gran importancia en términos de calibrar la toma de decisión, pues es parte de la

2
No se basan en indicadores desagregados por sexo ni toman las diferencias e injusticias en las
relaciones de poder y roles entre los géneros en la determinación del proceso salud-enfermedad-atención.
3
Los consideran, pero no hacen nada para cambiarlos. Los toman como dato y a veces como in-
sumo de las intervenciones.
4
Los reconocen y tratan activamente de cambiar estas injusticias. Suelen incluir componentes de
renegociación de las relaciones de poder y distribuciones de roles entre los géneros.

1
2
capacidad de los efectores llevar a cabo en la realidad los programas que se intentan implemen-
tar.
Podemos identificar que existen tres principales modos de financiamiento de las necesida-
des de salud, con diferente combinación según el país, al interior de los cuales trataremos de
registrar algunos aspectos específicos de inequidad de género:

a) Sistemas públicos o esquemas de aseguramiento públicos con fondos fiscales.


b) Aseguramiento para trabajadores/as del sector formal u obras sociales.
c) Seguros básicos, microcréditos o fondos para enfermedades catastróficas para po-
bres.

a. Sistemas públicos o esquemas de aseguramiento públicos con fondos fiscales.

Los sistemas públicos estatales de varios países de la región han sido modificados a partir
de los procesos de reforma mediante los mecanismos de descentralización de los sistemas y ser-
vicios de salud de la órbita nacional a la provincial y municipal y la transformación de los hos-
pitales públicos en organismos autogestionados que entran en competencia con las instituciones
privadas en la captación de fondos públicos y privados de los seguros. Esta descentralización ha
tenido como efecto en varios países que los municipios queden con la responsabilidad de la
atención básica o primaria en salud y los efectores de mayor complejidad a cargo de los estados
provinciales y nacionales afectando los sistemas de referencia y contrarreferencia. Otro aspecto
es que la municipalización ha determinado en otros casos, por ejemplo en la Ciudad de Buenos
Aires, que queden bajo la órbita de la ciudad una red de atención hospitalaria con centros de
gran especialización pensada para la capital de un país. La contradicción es que de hecho a estas
instituciones concurren personas de todo el país e incluso de países limítrofes, pero reforma me-
diante, no hay coparticipación de su financiamiento, quedando solo a cargo de la arcas de la
ciudad, lo cual las expone a un proceso de continua fragilización y desfinanciamiento.
Históricamente, estos sistemas suelen ser los más equitativos en términos de accesibilidad y
cobertura, no presentando inequidades específicas de acceso por género por capacidad de pago.
La mayoría de las inequidades de género que presentan responden a factores de origen cultural
ligados a las estereotipias de género, dificultades en la implementación de acciones integrales y
prácticas paternalistas, sensibles de registrar con indicadores relativos a nivel y distribución de
la capacidad de respuesta. Desde una agenda de género representan un punto crítico los indica-
dores que se utilicen para medir los mismos, puesto que los construidos desde una perspectiva
neoliberal (OMS, 2000) pueden introducir una visión de género acorde con esta, basada sobre
valores individualistas en los cuales los servicios públicos pueden resultar muy mal “rankea-
dos”5.
De hecho es en este campo en el cual se han implementado la mayor parte de los programas
con componentes de género en políticas públicas en salud, relativo al hecho de que la mayoría
de las instituciones efectoras de servicios con fondos públicos aún son centros de salud u hospi-
tales públicos municipales, estaduales/provinciales o nacionales. Lo que ha cambiado un poco el
panorama es una variedad de procesos de descentralización que se han visto acompañados por la
incorporación de seguros públicos de salud con financiamiento fiscal, pero mediante la aplica-
ción de la división entre financiamiento y provisión. Estos planes establecen prácticas hasta un
tope garantizado por el paquete al cual accede cada usuario/a de acuerdo a su seguro, aun cuan-
do esté financiado por fondos públicos, lo cual implica entre otras cuestiones la no garantía de
una atención adecuada a la necesidad en salud sino a la capacidad del seguro al cual se perte-
nezca.
Es de destacar que hasta el momento no existen políticas públicas de regulación de equidad
de género de las prácticas del sector privado y de la seguridad social en salud, aun cuando gran
parte de los cambios en las políticas públicas en salud en los últimos años ha sido un pasaje a

5
Punto que amerita una discusión de mayor profundidad dificultosa de sintetizar
para este escrito pero que puede consultarse en Costa y otros (2000).

1
3
los privados de acciones y financiamientos públicos. El único caso pionero de contralor e inten-
to regulador por parte de un Ministerio de Salud es el caso de Chile (OPS/OMS, 2002). En ese
sentido se puede señalar que las políticas “género-sensibles” por el cambio en el ámbito de ac-
tuación del Estado queda solo ligado a la atención primaria de la salud, complicándose en el
pasaje a la mayor complejidad con serios costos en términos de integralidad de las prestaciones
(Fernández, 2001).
Otro punto importante para la medición de inequidad de género de los sistemas de fondos
públicos es evidenciar qué es lo que no cubren. Lo cual se realiza mediante la medición de la
contribución financiera de los hogares (o pago de bolsillo) a los sistemas de salud (OMS, 2002).
En la mayor parte de los países que llegan a medir esta contribución, una de las dificultades de
género está constituida por el hecho de que al ser la contribución de un hogar al sistema de salud
la unidad de análisis escogida, los hogares aparecen como homogéneos y “cajas negras”, invisi-
bilizando fenómenos como los de negociación al interior de los mismos acerca de cómo se esta-
blecen las prioridades y cómo se distribuyen los dineros del gasto de bolsillo (Standing, 2000).
Esto invisibiliza fenómenos de inequidad de género comprobados en otras regiones (Standing,
2000) y que en Argentina se han estudiado mediante un trabajo de seguimiento de atención de
mujeres pacientes coronarias en el sector público. Ese estudio concluye que mientras las muje-
res están internadas, es posible garantizar la equidad de género en cuanto a la administración de
la medicación, pero al externarse, siendo que la cobertura de medicamentos ambulatoria ma-
yormente sale del pago de bolsillo, las mujeres salen perdidosas en la negociación intrafamiliar
de definición de prioridades en salud, resultando las últimas en la lista, no pudiendo garantizarse
de esta manera la equidad en los tratamientos ambulatorios en cuanto a la administración de
medicación adecuada (Tajer, 2009; Tajer y cols., 2010).

b. Aseguramiento para trabajadores/as del sector formal u obras sociales


Los esquemas de aseguramiento para trabajadores/as del sector formal, a partir de la refor-
ma, se dividen en la mayoría de los países de la región entre dos modalidades: a) las estatales de
fondos solidarios, y b) de aseguradoras de riesgo. Desde los años 90 en adelante, la tendencia
fue traspasar los fondos solidarios (fundamentalmente los de mayores ingresos) a esquemas de
aseguramiento de riesgo regulados por compañías de seguros privadas6. En lo que a costes de
género concierne, esta tendencia ha presentado ciertas particularidades importantes de destacar.
Desde una lectura de género, cabe identificar que dado que las aseguradoras de riesgo –incluso
aquellas mejor reguladas– funcionan sobre las bases clásicas del riesgo comercial, el precio de
la cobertura suele aumentar en función del sexo y la edad, dado que ambos datos son apreciados
como aumentando las necesidades en salud y por lo tanto la necesidad de su uso, y por consi-
guiente, según la lógica de mercado, el precio.
Para el caso de Latinoamérica, el efecto de inequidad de género del modelo de aseguramien-
to por riesgo ha sido muy bien estudiado en Chile (OPS/OMS,2002), que es la experiencia más
madura en cuanto a reforma neoliberal en la región. En ese estudio de caso se observó que en
ciertos planes las mujeres en edad reproductiva deben pagar una prima extra para tener cubierto
los costos reproductivos, o en caso contrario aceptar una menor cobertura, costeando los mis-
mos mediante pago de bolsillo. Estos planes son popularmente conocidos en Chile como planes
“con y sin útero”, siendo que los planes con útero implican un costo hasta tres veces mayor que
los correspondientes para mujeres de la misma edad “sin útero” y/o para los varones de la mis-
ma edad. Paradójicamente, según lo revelan los mismos estudios, la incapacidad de una mujer
frente a la maternidad –por ejemplo por una histerectomía–, no se traduce automáticamente en
una disminución del precio del plan, a pesar que ha desaparecido el riesgo para la ISAPRE (si-
gla utilizada para referirse a las instituciones de salud provisional privadas) de concurrir al fi-
nanciamiento de prestaciones relacionadas con el embarazo y el parto.
Por otra parte, los mismos trabajos (OPS/OMS, 2002) señalan que estos esquemas de segu-
ro no son adecuados para compensar el impacto de las diferencias que las mujeres y los varones
tienen en el mercado laboral. Estas diferencias están basadas en el hecho que los patrones e his-

6
En el caso de los países en los cuales hay una coexistencia de ambos esquemas, es importante
identificar el porcentaje de mujeres y varones cubiertos por cada uno de estos tipos de modalidades.

1
4
torias laborales femeninas son más diversificados y fragmentados que las de los varones, por lo
tanto presentan mayores períodos de quiebre de cobertura, lo cual puede implicar tiempo de ca-
rencia de cobertura de algunas prácticas a veces por períodos de hasta 18 meses, además de que
las mujeres suelen concentrarse mayoritariamente en los segmentos de menos paga y de contra-
tos más flexibles, lo cual tiene como efecto una discriminación de acceso por género femenino y
un acceso a planes más restringidos en las prestaciones.
De hecho para el caso de las ISAPRE, para el año 2001 los varones representaban el 66,4%
de los cotizantes (846.430) mientras que las mujeres solo el 31,8% (448.033) (OPS/OMS,
2002).

c. Seguros básicos, microcréditos o fondos para enfermedades catastróficas para


pobres
Estos programas han sido promovidos por diversos organismos internacionales en las regio-
nes del Tercer Mundo (Standing, 2000) y están siendo promovidos en algunos países de Améri-
ca Latina, motivo por el cual amerita su evaluación de género en este trabajo. Esta última cate-
goría, está muy sobrerrepresentada por las mujeres, dada la prevalente distribución de la pobre-
za que ha generado el conocido fenómeno de feminización de la pobreza, lo cual ya es en sí un
efecto de inequidad de género de gran envergadura. Con respecto a los seguros básicos en parti-
cular, la cuestión fundamental desde esta perspectiva es identificar si cubren y responden a las
necesidades diferenciales. También es importante abrir un análisis crítico sobre qué efectos de
equidad presentan los créditos para pobres o los planes de ahorro entre pobres para resolver los
problemas de salud que proponen los financiadores internacionales (RHM, 2002), ya que más
allá de los temas de género, se puede identificar que los microcréditos son una forma de intro-
ducir la lógica mercantil a los servicios de salud, aun aquellos ofrecidos a los más pobres.

Por último, cabe una reflexión acerca del “pago de bolsillo”7, que puede acompañar y/o
complementar cualquiera de estos modelos de financiamiento. Para medir el impacto de género
en este tipo de contribución financiera, es necesario poder identificar los fenómenos de negocia-
ción al interior de los hogares acerca de cómo se establecen las prioridades y cómo se distribu-
yen los dineros del gasto de bolsillo. Por ejemplo, hemos relevado un follow up de atención de
pacientes mujeres cardiópatas en el sector público en Argentina que concluye que mientras las
mujeres están internadas, es posible garantizar la equidad de género en la atención, pero al ex-
ternarse, siendo que la cobertura de medicamentos sale del pago de bolsillo, las mujeres salen
perdidosas en la negociación intrafamiliar de definición de prioridades en salud, resultando las
últimas en la lista, y no pudiendo garantizarse de esta manera la equidad en los tratamientos
ambulatorios (Tajer, 2009).

4. Los costes de género de los cuidados de la salud

Los cuidados de la salud presentan dos componentes principales, cada uno de los cuales
puede ser analizado desde una perspectiva de género del siguiente modo:

a) La producción institucional de los cuidados de salud, dentro de la cual se


puede valorar la distribución y composición por género de los/las trabajadores/as
del sector salud y su impacto en las condiciones de trabajo y en las prácticas en el
sector.
b) La producción doméstica de los cuidados de salud, en la cual podemos iden-
tificar la distribución por género de los cuidados en el hogar de los/las enfermos/as,
niños/as y adultos mayores y destacar la importancia de su visibilización.

a) La producción institucional de los cuidados de salud

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Estipendio que paga un/a usuario/a en cualquiera de estos modelos para las prácticas y/o servi-
cios que no están cubiertos por el plan del beneficiario.

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En lo referente a los recursos humanos en salud, podemos señalar que esta perspectiva (sal-
vo algunas excepciones) recién está comenzando a ser incorporada en las currículas de forma-
ción de grado y posgrado en el campo. Por lo tanto la mayor inequidad al respecto está dada por
la invisibilización que existe al interior de cada una de las disciplinas y prácticas de los sesgos
de género en la mirada y resolución de problemas.
En lo relativo al trabajo cotidiano de las disciplinas y especialidades del equipo de salud,
nos encontramos con lo que podemos caracterizar como las inequidades en la distribución del
saber y el poder en salud, las cuales aparecen transversalizadas por el género. Ejemplo de esto
es la distribución desigual de la composición por género de las distintas profesiones de la salud
y al interior de las especialidades médicas, siendo que las profesiones con “menos poder” en el
equipo de salud suelen ser las más feminizadas: enfermería, trabajo social y psicología, entre
otras. Y al interior de las especialidades médicas vemos cómo las clínicas –que son más mano
de obra intensiva y facturan menos– están más feminizadas, mientras que las quirúrgicas o
aquellas especialidades con gran utilización de tecnología suelen estar aún proporcionalmente
más a cargo de los varones.
En la relación entre sectores público y privado en salud, estamos asistiendo concomitante-
mente a un deterioro y desfinanciamiento de lo público y a una feminización de este mismo sec-
tor. Como contracara de este aumento existe una selección negativa de mujeres en el sector pri-
vado. A modo de ejemplo podemos destacar que en lo que refiere al proceso de feminización
del sector salud, según datos que han sido elaborados para Chile (OPS/OMS, 2002), mientras
que en el mercado laboral en general hay una mujer cada dos hombres, en el sistema de salud
hay una mujer cada 0,5 hombre.
Es importante desagregar estos datos para observar cómo se produce la distribución por
sexo según grado de calificación, remuneración y profesión. Según un trabajo pionero en la re-
gión (Geldstein & Wainerman, 1989), cuya tendencia se convalida en un trabajo más reciente
(Pautassi, 2001), se observó que la presencia de mujeres en los sectores de más alta calificación
en salud es mayoritaria en tareas de apoyo e investigación, mientras que en otros grados de cali-
ficación como la enfermería alcanzan su más alta gravitación (90%). Según este trabajo, los
hombres se concentran en unos pocos títulos tradicionales: 83% son médicos, 8% odontólogos y
5% licenciados en química y/o bioquímica. El 44% de las mujeres son médicas, y este es el úni-
co título, entre los cuantitativamente relevantes, en que las mujeres son notablemente minoría
(solo el 20% del total). La enfermería aparece como una profesión altamente femenina, así co-
mo la asistencia social, mientras que los hombres se ubican preferentemente como técnicos ra-
diólogos y de laboratorio. La mayoría de auxiliares y ayudantes del sector salud (84,6%) son
mujeres, motivo por el cual sería conveniente empezar a pensar, en términos de planificación de
políticas públicas para el sector, que una de las características actuales del mismo es que predo-
minan personas (mujeres), que por razones de la distribución de cargas actuales entre los géne-
ros (cargas domésticas a predominio femenino), en sus hogares realizan una segunda jornada de
trabajo y son las que tendrán probablemente que ausentarse para hacerse cargo de sus familiares
en caso de problemas de salud.

b) La producción doméstica de los cuidados de salud


Entre las funciones asignadas a la familia, el cuidado doméstico de la salud de sus miem-
bros es una de las funciones principales, incluyendo su contrapartida negativa que es la enfer-
medad, el dolor y la muerte (Durán, 2002). Esta autora señala la importancia de analizar críti-
camente desde una perspectiva que incluya el análisis de género las propuestas de recepción de
ayuda a domicilio, en el caso de España, para adultos mayores de 65 años en vistas a propuestas
sanitarias que se apoyan implícitamente en un modelo de familia que cada vez es menos abun-
dante. Más allá de las diferencias que existen entre las condiciones familiares y económicas en-
tre España y América Latina, es importante utilizar esta información para nuestra región por sus
semejanzas culturales y por el hecho de que buena parte de los cuidados domésticos remunera-
dos en ese país (incluyendo el cuidado de niños/as, enfermos/as y adultos mayores) está en la
actualidad a cargo de mujeres latinoamericanas migrantes.

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Durán llama la atención sobre la contradicción en afirmar la existencia de derechos cuando–
no hay consenso sobre a quién corresponde satisfacerlos o si quien ha de hacerlo no dispone de
la voluntad o recursos para ello–, planteando el tema de que ciertas medidas de bien público8
están siendo elaboradas sin tomar en cuenta si a quienes serán transferidas estas responsabilida-
des, en su mayoría mujeres, están dispuestas a aceptarlas y realizarlas. Esto se refuerza debido a
que si bien la población española responsabiliza fuertemente al Estado en lo que se refiere a
ayuda en la vejez (82% de los/las entrevistados/as) y en caso de necesidad (63%), respecto de
los cuidados cuando se está enfermo/a, se citan por igual al Estado (42%) y a la familia (41%),
es decir que se comparte la responsabilidad entre ambos.
La autora realiza un desglose para visibilizar cuáles son los servicios que los hogares pre-
stan a sus miembros/as en relación con la salud-enfermedad:

 Servicios de infraestructura básica: alojamiento, alimentación, limpieza, seguri-


dad, compañía, relaciones sociales, etc.
 Los servicios no remunerados relacionados directamente con la enfermedad:
prediagnóstico, compañía, aplicación y vigilancia de tratamientos.
 La gestión del consumo de servicios sanitarios: elección, tramitaciones, pagos,
información, compra de medicamentos, etc.

Con respecto al cuidado de los discapacitados y la valoración de la ayuda recibida de varios


actores (familia, amigos/as, compañeros/as de estudio y trabajo, asociaciones e instituciones
privadas e instituciones públicas), la institución más valorada y citada fue la familia.
Este campo de los cuidados domésticos en salud es especialmente importante, pues a dife-
rencia de las enfermedades en las que la aspiración a la mejoría o la cura hace aumentar la rele-
vancia del papel de los/las médicos/as y las instituciones sanitarias, en las discapacidades la as-
piración fundamental es el alivio del impacto de la discapacidad en la vida cotidiana, tarea en la
cual la familia tiene un papel fundamental.
Por otra parte, según un informe9, la mayor parte del cuidado de las personas mayores recae
sobre mujeres, especialmente cónyuges o hijas, siendo que el 12% de los/las cuidadores/as lle-
van ejerciendo ese papel durante más de 15 años. El informe señala no solo la mayor dedicación
de las hijas al cuidado de los padres, sino el tipo diferente de relación emocional que establecen:
los varones tienen más facilidad para marcar los límites de la situación que están dispuestos a
soportar, aceptan menos cuidar padres con fuerte pérdida de autonomía y les cuesta menos to-
mar la decisión de que sus padres deban ingresar en una residencia para ancianos; las mujeres,
por su parte, en el cuidado de sus padres mayores, manejan menos su tiempo libre, cortan más
las redes externas a la familia, la vida profesional y las aficiones, por lo cual tienen más conse-
cuencias psicosomáticas en relación al cuidado de los padres ancianos.
Así como las mujeres más jóvenes de la familia suelen hacerse cargo del cuidado de los
adultos mayores, las mujeres adultas mayores suelen ser más autónomas y en promedio resultan
menos afectadas por la vejez para el desempeño de las labores del hogar, mientras que los varo-
nes mayores buscan con más frecuencia soluciones alternativas al autocuidado. Por lo tanto, en
los diferentes ciclos de la vida las mujeres cuidan más y son menos cuidadas.

5. La evolución de los tipos de familia y la relación con el sistema sanitario

Las formas tradicionales de la familia se han debilitado mucho en la actualidad. En los


hogares de edad intermedia y joven se ha generalizado el acceso de la mujer al empleo, lo que
cambia radicalmente su disponibilidad de cuidadora de enfermos o prestadora doméstica de ser-
vicios de salud. Paradójica y concomitantemente, son las que aún actúan como cuidadoras de la

8
Derecho a internaciones domiciliarias y al cuidado de los adultos/as mayores en el hogar, entre
otras.
9
IV Programa Cuatrienal de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y
de Trabajo “Cuidado familiar de las personas de edad avanzada en la Comunidad Europea” (1993).

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salud familiar quienes menos tiempo dedican a cuidarse a sí mismas, especialmente cuando
combinan el papel de amas de casa y de mujeres activas en el empleo.
Los hogares compuestos por parejas con uniones de hecho han aumentado, con claras con-
secuencias en su cobertura sanitaria por la inexistencia de unión legal en varios países y regio-
nes, lo cual tiene como consecuencia que cada uno/a pertenezca a un distinto sistema de cober-
tura sanitaria y consecuentemente no puedan, entre otros ejemplos, compartir un médico de fa-
milia. Por otra parte han aumentado los hogares basados en relaciones homosexuales o hetero-
sexuales que no pretenden la procreación.
La frecuencia de los hogares compuestos solo por una pareja tiende a aumentar. Muchos de
los cuales son insuficientes para el cuidado en caso de enfermedad o para relacionarse con el
sistema sanitario, siendo que los/las más jóvenes dependen de la ayuda del hogar de los padres y
los muy mayores, de los/las hijos/as de cada quien.
Por otra parte han aumentado los hogares unipersonales debido al aumento de la esperanza
de vida, en los cuales viven fundamentalmente mujeres de edad avanzada que, a causa de su
edad, mantienen una relación con los servicios de salud que no es espontánea ni directa, necesi-
tando la mediación de familiares para acompañarlas, gestionar la relación con el sistema sanita-
rio y seguir la aplicación de un tratamiento.
También han aumentado las familias monoparentales en las cuales predominan mujeres con
hijos, incorporadas al mercado de trabajo y en precaria situación económica, a las cuales la so-
brecarga de papeles hace difícil su supervivencia si no cuentan con la ayuda de la familia exten-
sa para los cuidados sanitarios (Durán, 2002).
En síntesis, las familias han descendido en su tamaño promedio, simultáneo al aumento de
la esperanza de vida y al descenso de personas disponibles en los hogares para hacerse cargo de
los/las enfermos/as y adultos mayores. Este conjunto de situaciones permiten prever dificultades
crecientes en la satisfacción de la necesidad de cuidados por enfermedad en el modo en que tra-
dicionalmente se han venido haciendo en el interior de los hogares, en especial las crónicas y de
larga duración, lo cual amerita la necesidad de realizar un fuerte cambio de valores y actitudes
para resolver estos problemas sanitarios en situación creciente.

6. Gestión y toma de decisiones

Este ítem lo hemos dejado para el final porque entendemos que para una adecuada toma de
decisión en todos lo niveles de la gestión en salud, incorporando una sensibilidad de género,
debemos poder tomar en consideración previa toda la información y reflexión que hemos pre-
sentado en este artículo.
Pero además de lo ya expuesto existen otros aspectos específicos a valorar en términos de
viabilidad de los procesos y esto es, por una parte, la presencia de componentes y/o transversa-
lidad de género de los planes, programas y acciones; y por el otro, la existencia de “áreas mujer
gubernamentales” que puedan realizar monitoreo y/o ejecución con el máximo rango posible
para poder negociar al interior de los gabinetes al más alto nivel de decisión.
Otro aspecto importante es la existencia de mecanismos establecidos de control social de
gestión en los cuales los grupos de defensa de derechos tengan voz y voto, como los Consejos
de Salud que existen en varios países.
Y un punto de consideración final de marcada relevancia es poder tener una lectura política
global de los procesos en los cuales se quiere incorporar estos elementos específicos, para los
cuales hace falta identificar aliados. En este sentido, es muy necesario tener una clara identifica-
ción de los liderazgos, los mecanismos de decisión de prioridades y cuáles son los efectos que
se desean lograr.
A modo de síntesis, podemos señalar que los desafíos actuales en la construcción de una
agenda de género en las políticas públicas en salud radican en la posibilidad de incorporación de
este acumulado en su programación, ejecución y monitoreo para que puedan ser reales promoto-
ras de equidad y aumento de la calidad de la ciudadanía de todos y todas.

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