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Cuando digo que me gusta oír a alguien, me refiero, por supuesto, a oírlo con
profundidad. Me refiero a oír las palabras, los pensamientos, los tonos
sensoriales, el significado personal, incluso el significado oculto tras la
intención consciente del comunicante…
Escuchar es algo tan humano que parece muy sencillo de realizar y, sin
embargo, no lo es. No se trata de permitir que nuestra capacidad de oír se abra
a los sonidos y palabras que alguien expresa; hablamos de una escucha que
se realiza con todo el ser, no solo con el oído. Me animaría a decir que se trata
de un acto que consiste en detenerse y vaciarse para que otro sea cada vez
más persona.
Es necesaria una escucha receptiva, disponible para entrar en el mundo del
otro, comprender su realidad y comunicarle de algún modo esta comprensión.
Escuchar implica salir de nosotros mismos sin dejar de ser y sin dejar de estar.
Jean-Marc Randin explica que “escuchar pide esa rara mezcla donde es
necesario poder ponerse suficientemente de lado uno mismo, aun estando
decididamente presente. Estar libre de una voluntad de resultado
manteniéndonos despiertos y en ‘atención’, en tensión hacia [el otro]”.
El peligro para una verdadera escucha es no darle el valor que realmente tiene,
como también aferrarse a la expectativa de querer ayudar como única meta y
preocupación.
Podemos decir que supone conquistar nuevos hábitos, salir de pretender que la
escucha dé resultados rápidos, actitud promovida por nuestra cultura que
tiende a la eficiencia de todas nuestras acciones. Es como buscar desaprender
lo aprendido de la escucha, para poder escuchar de un modo nuevo.
Estar en contacto con uno mismo, con nuestra fuente de vida y con los demás
abre la posibilidad a experimentarnos amados, valorados y a sentirnos sanos
con capacidad de resolución de dificultades.
SER INSTRUMENTOS
Contamos con nosotros, con el presente, como nuestros únicos tesoros para la
escucha. Este es el camino de una escucha que ama, que está disponible para
que el otro sea.
Buenos Aires