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Las éticas dialógicas inciden en el estudio de las estrategias de diálogo entre los
individuos porque han llegado a la conclusión que sólo de este modo se puede construir
un mundo moral. Es en una búsqueda conjunta de todos los miembros de una sociedad
como se puede llegar a valores morales positivos y no indagando en una naturaleza
humana en abstracto, desde la mera investigación en un gabinete de filosofía. En este
sentido las éticas dialógicas se ven como superadoras de un excesivo teoreticismo que
estaría presente en gran parte de las éticas anteriores (incluyendo a Kant y a los
utilitaristas), y que, desde una óptica personal, ya había denunciado Nietzsche.
Para ayudar a imaginar esto Rawls propone que pongamos un cierto "velo de
ignorancia" sobre la situación real y actual que cada uno tiene en las negociaciones tal
como efectivamente se dan. Para establecer por tanto estos mínimos morales básicos
equiparables a todos los hombres y mujeres (los fundamentos morales de los derechos
humanos) toda persona, en la convivencia con los demás, ha de poner un paréntesis en
la tendencia egoísta de aprovecharse de situaciones de ventaja ya sean naturales (mayor
fuerza, ingenio, etc.) o sociales (extracción social, éxito económico, etc.).
Hay que recalcar que esta "posición originaria" (y el consiguiente "velo de ignorancia")
es un artificio "mental" que deberíamos aplicar a modo de compromiso moral. A partir
de ahí, todos actuaríamos, en un diálogo constructivo, asegurándonos mutuamente la
libertad básica y la igualdad fundamental de oportunidades para desarrollar, en nuestras
vidas personales, todas las singularidades naturales y sociales conciliables con unas
libertades y unas igualdades básicas generalizadas.
No se debe excluir del diálogo a ninguna persona que manifieste tener intereses en el
problema sobre el que se dialogue. Una vez en el diálogo todos los interesados tienen
igual derecho a la palabra, sin ser coaccionados cuando hablen.
Reflexionando sobre estas condiciones del discurso podemos comprobar que los valores
de la imparcialidad, la libertad y la igualdad, ligados al artificio mental de la posición
originaria en la ética de Rawls, también alientan en la comunicación o diálogo ideal de
la ética habermasiana del discurso.
Las éticas dialógicas consideran que son los sujetos humanos quienes tienen que
configurar la objetividad moral. La objetividad de una decisión moral no consiste en la
decisión objetivista por parte de un grupo de expertos sino en la decisión intersubjetiva
de cuantos se encuentran afectados por ella. Son pues los afectados quienes tienen que
decidir qué intereses deben ser primariamente satisfechos pero para que tal decisión
pueda ser racional, argumentable, no dogmática, el único procedimiento moralmente
correcto para alcanzarla será el diálogo que culmine en un consenso entre los afectados.
Las éticas dialógicas tienen que suponer como criterio de la verdad moral una situación
ideal de diálogo, expresiva de una forma ideal de vida, en la que se excluya la
desfiguración sistemática de la comunicación, se distribuyan simétricamente las
oportunidades de elegir y realizar actos de habla y se garantice que los roles de diálogo
sean intercambiables.
La ética dialógica incluye los siguientes supuestos: 1) que quienes argumentan hacen
una opción por la verdad, lo cual significa que la argumentación es imposible sin una
opción moral; 2) que esta opción sólo resulta coherente si quienes optan postulan una
comunidad ideal de argumentación, en la que la comprensión entre los interlocutores
será total; c) que de este postulado se deriva un imperativo: promocionar la realización
de la comunidad ideal de argumentación en la comunidad real. Apel entiende que
“todas las necesidades de los hombres, como pretensiones virtuales, han de hacerse
peticiones de la comunidad de comunicación, peticiones que se armonicen con las
necesidades de los restantes por medio de la argumentación”.
Podemos concluir que tanto el principio ético kantiano por el cual se prescribe en forma
definitiva le respeto y promoción de toda persona y el principio dialógico por el cual se
excluye como ilegítima cualquier norma no acordada por los afectados por ella en pie
de igualdad, constituyen la base de la vida democrática.
La ética del discurso o dialógica propuesta por Habermas propone en primer lugar que
terminemos con el paradigma de la conciencia, y que hagamos depender la racionalidad
ya no directamente del sujeto sino de la intersubjetividad y examinemos de este modo
el pensamiento hacia una lógica de descentramiento del ego. La ética del discurso
ambiciona esclarecer no sólo las condiciones de la comprensión intersubjetiva, sino que
pretende identidicar, también a través del descubrimiento de los presupuestos
pragmáticos del lenguaje, los términos de una fundamentación intersubjetiva y racional
de las normas.
Un concepto clave que destaca la ética del discurso está vinculado a la noción de libertad
y autonomía. Dice Habermas que, en relación a la la libertad subjetiva la voluntad se ve
limitada por máximas de prudencia, digamos que por cualesquiera preferencias o
motivaciones racionales que pueda tener circunstancialmente una persona concreta. En
este caso, el acto de libertad aparece como parte de la conciencia de un sujeto singular.
En el caso de la autonomía, en cambio, la voluntades encuentra limitada por máximas
que superan el test de universalización. La voluntad de una persona se ve afectada por
razones que deben contar igualmente para todas las demás personas (en la medida en
que sean vistas como miembros de una comunidad moral).