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TERCERA CLASE
EL MISTERIO DE LA ENTRADA
Prólogo
En la clase actual vamos a presentar un bosquejo aproximado de lo que los estudios de la historia
litúrgica han estimado sobre la forma de la celebración de la primera parte de la liturgia durante los
tiempos del imperio romano cristiano, alrededor de lo que el día de hoy llamamos Entrada Menor o
Entrada con el Evangelio. Lo haremos no necesariamente con el afán de regresar a la práctica
antigua, que podría ser algo absurdo por las circunstancias distintas, sino para comprender de un
modo auténtico el sentido del misterio de Entrada.
Considero que los estudiantes conocen la forma actual de la Liturgia y tienen acceso al texto de la
Divina Liturgia usado en sus parroquias. Sin embargo adjuntamos en esta clase el texto de la Divina
Liturgia (libro del Sacerdote) con el texto y el formato usado en la Arquidiócesis de México y sus
dependientes, para que lo tengan durante el curso, lo que nos facilita citarles los textos.
1. Las antífonas
Las antífonas constituyen una forma de canto coral en la que el pueblo repite una estrofa intercalada
con versos de salmos en dos coros; es una forma muy común en el rito bizantino que podemos
observar también en los diversos oficios como Maitines, Vísperas, Completas ... generalmente se
aplican en las fiestas y memorias de un modo que la estrofa y los versos tienen que ver con la vida
del santo venerado o de la fiesta a conmemorar.
La definición más atenida de lo que se califica erróneamente como "bizantino"
El contenido común de las antífonas es la petición de salvación: "Sálvanos", acompañada con una
confesión dogmática sobre la intercesión de la Theotokos (Madre de Dios) y la divinidad de Cristo. Es
probable que este esquema se atribuye en su definición al himno que se cantaba desde el siglo VI en
la Divina Liturgia "Oh Verbo de Dios", himno que en su totalidad es invocación al "Hijo unigénito" con
varias frases calificativas dogmáticas que se cumplan con la petición : "Sálvanos".
2. La entrada menor
El sentido cultual de la entrada menor lo podemos asimilar mejor si observamos su triple acción:
Ya no vivimos más en una cultura cristianizada ni en un mundo cristiano para que pudiéramos con
gestos litúrgicos como lo es la procesión expresar su direccionamiento hacia la Iglesia. Sin
embargo, "La Entrada menor" con todo lo que ha padecido de cambios, ha conservado siempre
su peculiaridad como "entrada", inicio y acercamiento. Da testimonio de ello el oficio pontifical.
Cuando el obispo está celebrando, él se sienta en el trono afuera del santuario y no se ingresa
ante el altar hasta la entrada menor. Así que durante el canto del Tropario (3a. antífona), recita la
oración arriba mencionada, bendice el acceso: "¡Bendita sea la entrada de tus santos!", luego
entona con el pueblo el canto de la entrada "Venid, adoremos y postrémonos delante de Cristo,
nuestro Rey y Dios". subimos fija la vista en nuestro Rey ante quien nos postramos. En la acción
de la Entrada, nos separamos del mundo para elevarlo y introducirlo al Reino, y para devolverlo
como el ambiente divino, una porción del Reino eterno.
La entrada es también ascensión porque nos acerca al Altar; el sacerdote comparece ante el Altar
y lo venera y coloca el Evangelio sobre Él. Si es la Liturgia pontifical, el obispo como hemos visto
es hasta este momento que entra al santuario, inciensa el Altar y todo el templo.
Quizás lo que mejor expresa el sentido escatológico de la Entrada como acercamiento y ascensión
hacia el Altar es el Trisagio que se canta solemnemente al realizar la Entrada.
3. Trisagio
La palabra viene del griego "Τρις Άγιος" y significa "tres veces Santo". Es el himno que, según la
visión del Profeta Isaías, los ángeles cantan constantemente alabando a Dios "Santo, Santo, Santo:
Señor del Sabaoth" (Is 6:3).
San Juan Crisóstomo observa que cuando en la Divina Liturgia cantamos el himno Trisagio,
"formamos con los ángeles un solo coro, participamos con los arcángeles, y alabamos junto con los
serafines [...] Piensa con quién estás formando un solo coro y eso será suficiente para guiarte a la
abstinencia, ya que recordarás que, mientras te revistes con cuerpo (con carne), te haces digno de
alabar junto con los poderes celestiales al único Señor de todos."
"Santo" es el contenido eterno de la alabanza de los ángeles, según el Profeta Isaías. Ninguna
definición racional es capaz de explicar esta palabra (de hecho, es de las pocas palabras del idioma
hebreo con sentido abstracto); sin embargo, la percepción de la santidad de Dios es la base y el
origen de toda religión. De esta manera, la Divina Liturgia nos descubre el sentido de la santidad de
Entramos, pues, y aquí que comparecemos ante el "Santo", santificados con su presencia y inmersos
en su Luz: Viene el himno Trisagio "tres veces santo" para expresar estas éxtasis y dulzura, estas
alegría y paz: un sentimiento inigualable en la tierra.
4. Letanía de paz
Hasta el Siglo XII la letanía de paz –realmente de origen antioqueno– se entonaba después del
Trisagio (de hecho en algunos manuscritos es llamada "Letanía del Trisagio"), dado que el proceso de
la Liturgia iniciaba a partir de la entrada fluía naturalmente hasta el cante del Himno Trisagio. Más
tarde cuando las antífonas formaron ya una parte inicial, la letanía de paz se adelantó para ocupar el
lugar actual en la Divina Liturgia, es decir, directamente después de la exclamación inicial "Bendito
sea el Reino".
Las letanías son muy antiguas en la Iglesia y corresponden a la recomendación de san Pablo en su
carta a Timoteo: "Que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los
hombres" (1Tim 2: 1). Cuando entramos la Casa del Señor para participar de la Liturgia, aprendemos
a vivir siempre la forma de la oración eclesiástica y ampliar nuestra mente a que alcance la estatura
de la Iglesia. El diácono entona la letanía en medio de la Iglesia y los fieles responden: ¡Señor, ten
piedad!
El camino que nos ha de llevar a la participación en la Divina Liturgia es la paz del alma. "Procura la
paz –dice san Basilio–, obtén una mente pura y un alma liberada de la confusión y del desconcierto y
de olas de pasiones que andan zarandeándola [...], obtén la paz de Dios que supera toda mente y
que protege tu corazón." La Divina Liturgia es el misterio de la paz, ya que no es sino nuestro
encuentro con Cristo, "la Paz del hombre."
Siendo la primera, esta petición manifiesta la prioridad de la paz "que de lo alto viene" a
comparación de todo lo demás en la vida del cristiano: "Buscad primero el Reino de Dios y su
justicia." Entonces la paz por la que roguemos no es la ausencia de ruido, escenas, preocupaciones y
pruebas, sino la presencia del Reino de Dios, presencia que transforma todo lo demás en paz que de
lo alto viene.
Por la paz del mundo entero, por la estabilidad de las santas iglesias de Dios.
Rogamos para que la levadura de este mundo fermente toda la masa. Dijo el Señor a sus discípulos:
"Ustedes son la sal de la tierra [...], la luz del mundo" (Mt 5: 13-14). La Iglesia ha sido establecida en
este mundo para dar testimonio de Cristo y del Reino. Si nosotros los cristianos descuidamos esta
tarea, ¿quién anunciará al mundo la Buena Nueva del Reino?, y ¿quién conducirá al mundo hacia la
nueva Vida? Por eso, al pedir por la "estabilidad de las iglesias", oramos por la firmeza de los fieles
en su testimonio y para que la Iglesia, extendida en todo el mundo, sea fiel a su identidad y misión
auténticas: sal de la tierra y luz del mundo.
Cristo ha venido para "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11:52). Ante las
rupturas y diferencias, ante las desviaciones de fe, la Iglesia eleva las súplicas para que la Gracia de
Dios socorra nuestra debilidad humana a fin de discernir lo que "viene de Dios" y así, cumplir la
oración de Cristo: "para que sean perfeccionados en uno" (Jn 17:23).
Por esta santa morada y por los que en ella entran con fe, devoción y temor de Dios.
Con esta petición el fiel, cada vez que entra en el templo, examina su conciencia: ¿Acaso hay en su
corazón fe y devoción encendidas en la Presencia de Dios? ¿Se encuentra en su alma el temor de
Dios que a menudo se pierde al entrar en una rutina que trata con los ritos y oraciones como unas
obligaciones y no como un espacio donde el hombre comparece ante el Señor?
A finales del Siglo IV, un gran sismo sacudió la ciudad de Antioquía, y los fieles levantaron vigilias con
oraciones y ayunos, por la salvación de su ciudad. Cuando Dios respondió sus ruegos, san Juan
Crisóstomo, como el pastor de la grey, les dirigió estas palabras: "Sus alabanzas se han vuelto bases
de nuestra ciudad. La ira explotada en el cielo fue retenida por la voz vigorosa que ha surgido de la
tierra. No equivocaría el que dijera que ustedes son quienes salvaron la ciudad y la auxiliaron.
¿Dónde están los ilustres? ¿Dónde están los grandes liberadores? Son ustedes las torres de la ciudad,
su muralla y garantía. Aquellos llevaron la ciudad hacia la corrupción y la perdición, y ustedes la
confirmaron con la virtud." Con tal fervor el cristiano ama a su ciudad y país, y ora para que Dios los
provea en su ternura paternal.
Por la templanza de los aires, la abundancia de los frutos de la tierra y por climas benévolos.
Por los que viajan por tierra, mar o aire, por los enfermos, los afligidos y los cautivos...
5. Conclusión
Reunión, procesión con antífonas, acceso al Reino con el Evangelio (icono del Resucitado),
acercamiento al Altar, canto del Trisagio y letanía de súplicas y peticiones. La exposición del orden de
esta manera poco conocida y nada practicada, lejos de especulaciones insignificantes, procura
colocarnos en el sentido dinámico del misterio de la Entrada. Un movimiento siempre ascendente
que nos introduce con nuestro mundo en la nube de la presencia de Dios junto con todos los ángeles
y los santos, los vivos y los difuntos, donde comulgamos la Palabra divina y la asimilamos como luz.