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Políticas editoriales e impacto cultural en Argentina (1940-2000)

José Luis de Diego


Universidad Nacional de La Plata
(Argentina)

El estudio de los editores y de las políticas editoriales en Argentina ha estado limitado a una
escasa bibliografía. La misma suele focalizarse, por un lado, en la industria editorial, con un
perfil más económico que cultural; por otro, en referencias más o menos asistemáticas
sobre la labor de ciertos editores o casas editoriales. La industria editorial y las políticas
editoriales, en lo relativo a nuestro país, no han merecido un análisis global con
posterioridad a una serie de publicaciones que alcanzan, en su objeto de estudio, hasta la
década del 60 (Buonocuore, 1944 —ampliado y reeditado en el 74—; Bottaro, 1964;
García, 1965). Con posterioridad a esas fechas, sólo pueden encontrarse trabajos aislados y
fragmentarios; de este corpus sobresalen visiblemente las investigaciones de Jorge Rivera
(1980-1986), el documentado libro de Leandro de Sagastizábal (1995) y el informe sobre
industrias culturales editado por el grupo que dirigió Octavio Getino (1995). Este último, de
entre la bibliografía mencionada, es el único que avanza más allá de 1970.

El problema, para quienes nos interesa el estudio del impacto cultural de las políticas
editoriales, es, precisamente, cómo articular los indicadores económicos de la industria
editorial con las políticas culturales y su incidencia en la difusión de ciertos libros, la
consolidación de tendencias de lectura, la canonización de autores. Dicha articulación
plantea numerosos inconvenientes de índole metodológico; el primero es el de una posible
periodización en ciclos, ya que el estudio de un objeto tan complejo pone en evidencia algo
que a primera vista no parece tan evidente: que los ciclos de expansión y declinación de la
industria editorial no coinciden necesariamente con posibles ciclos que pudieran trazarse
teniendo en cuenta el impacto cultural de las políticas editoriales. Voy a proponer un
somero itinerario de los últimos sesenta años con especial énfasis en el libro de literatura
argentina.

De acuerdo con la bibliografía que acabamos de citar, la «época de oro» abarca, años más
o años menos, de 1938 a 1953. La guerra civil española produce un éxodo de casas
editoriales hacia América. En el 38 se instala Espasa-Calpe Argentina, bajo la dirección de
Manuel Olarra; la filial española tenía en un cargo gerencial en Argentina a Gonzalo Losada,
y fueron probablemente razones políticas las que producen la escisión. Rápidamente, la
competencia entre ambas editoriales cobró visibilidad a través de dos colecciones a las que
mi generación les debe buena parte de su formación. La «Colección Austral», de Espasa-
Calpe, se inicia conLa rebelión de las masas, de Ortega, y para el año 1967 había publicado
1600 títulos; llegó a publicar a un ritmo de entre 10 y 20 títulos nuevos por mes en
primeras ediciones de 12 000 ejemplares cada una y reimpresiones mensuales de 6000
ejemplares; de la producción total, más del 30 % se exportaba. La «Biblioteca
Contemporánea», de Losada, tuvo un desarrollo más modesto, ya que en un período
similar había editado algo menos que 400 títulos y, años después, se transformó en la
«Biblioteca Clásica y Contemporánea». Sería arduo, y excede el objetivo de estas notas,
contrastar los catálogos de ambas colecciones, pero llama la atención la abundancia de
escritores españoles en ambas. En «Austral» se privilegian los escritores del 98, Azorín,
Baroja, Unamuno, Valle Inclán; mientras que Losada dará lugar, por afinidades estéticas e
ideológicas, a los poetas españoles contemporáneos: León Felipe, García Lorca, Alberti,
Salinas, Aleixandre. No sólo movían a los editores razones afectivas o políticas, sino
también económicas; no parece un dato menor que Argentina proveía, en la década del 40,
el 80 % de los libros que importaba España.

En diciembre del 38 se funda la Editorial Sudamericana, con la conducción de Julián Urgoiti,


aunque la figura más visible y emprendedora fue el entonces gerente ejecutivo, Antonio
López Llausás, un editor que fundó, además, las editoriales Edhasa de Barcelona y Hermes
de México. En el 39, llega a Buenos Aires Medina del Río y funda Emecé, cuyo conductor
más conocido, ocho años después, fue Bonifacio del Carril. Los Braum Menéndez, una
familia económicamente poderosa y de inquietudes por la cultura, fueron los principales
socios capitalistas. A estas cuatro menciones, se puede agregar la de Santiago Rueda, un
importante editor que también estuvo ligado, en sus inicios en la actividad, a Olarra y
Losada, y que comienza por entonces su carrera de editor independiente; en su catálogo
aparecerán, como es sabido, traducciones originales de Proust, Joyce, Hesse y otros. Ahora
bien, para quienes conocen la historia de la industria editorial argentina, estos datos no
resultan para nada novedosos; sí pueden serlo algunos comentarios que reseñaré a
continuación.

Los editores españoles que acabo de mencionar no fueron, en sentido estricto, «pioneros»
tal como suele considerarse a Pedro García, fundador de El Ateneo, o a Jesús Menéndez.
Todos contaron con importantes niveles de inversión, fruto de una coyuntura económica
muy favorable. Los números de la evolución de la industria y de algunas empresas, como
Emecé y Sudamericana, son testimonio visible de esas condiciones. Para no agobiarlos con
datos económicos, brindaré sólo algunos muy significativos. El total de obras registradas en
el periodo 1900-1935, esto es, 35 años, fue de 2350; en los tres años siguientes, del 36 al
39, fue de casi el doble: 5536. El total de ejemplares impresos en el inicio del periodo en
análisis, del 36 al 40 fue de 34 millones; en el fin del período —del 51 al 55— ese número
se había multiplicado por cinco y el total de ejemplares impresos ascendió a 169 millones.
Más del 40% de la producción se exportaba. Resultan llamativos, además, los promedios de
tiraje por libro: en los últimos años del periodo, alcanzó los 10 000 ejemplares, con un
promedio para el total del periodo cercano a los 7000 ejemplares. Como se ve, estas cifras
hoy nos resultan inverosímiles. Sin embargo, como queda dicho, nuestro objeto de estudio
no es la industria editorial, sino el impacto cultural de las políticas editoriales y esta
variable, también lo dijimos, es mucho más difícil de cuantificar y de evaluar, sobre todo si
el objeto en análisis es el libro de autor argentino.
Jorge Rivera se encargó de preparar los fascículos de la Colección Capítulo referidos a la
industria cultural. Cuando se ocupa del período 1930-1955 (que coincide, en buena parte,
con el que estamos comentando), le dedica un solo fascículo, lo titula «El auge de la
industria cultural», y al menos en la mitad del mismo se refiere al cine, la radio y el
periodismo. No sólo no menciona textos muy vendidos durante el periodo, sino que se
refiere al caso, muy transitado, de las recepciones «diferidas», y cita, a manera de
ejemplo, al Adán Buenosayres,de Marechal, del 48, y a Bestiario, de Cortázar, del 51, de
muy débil recepción en esos años y de notable repercusión en los sesenta. En el nuevo
volumen de la Historia crítica de la literatura argentina que acaba de aparecer, El oficio se
afirma, dirigido por Sylvia Saítta (2004), al final de cada colaboración se citan las
principales obras de los autores considerados. Saítta afirma en la «Introducción» que el
volumen abarca aproximadamente las décadas del 40 y del 50, y hace referencia,
precisamente, a la «época de oro» de la industria editorial. Sin embargo, los libros editados
en ese periodo no parecen haber recibido demasiada atención de un público que ya para
entonces se había ampliado significativamente; la lectura de las bibliografías mencionadas
pone de manifiesto que los éxitos de venta más reconocidos, como Sobre héroes y
tumbas y Rayuela lo fueron ya entrada la década del 60, es decir fuera del alcance de la
«época de oro». La investigación sobre el impacto cultural de las políticas editoriales en el
periodo en análisis parece confirmar algo que ya sabíamos, pero que, a la luz de los datos
que estamos reseñando, no deja de resultar paradójico: sabíamos que en la década del 60
se asiste —según un conocido título del semanario Primera Plana— al boom del libro
argentino, alboom de la novela latinoamericana, a las fabulosas ventas de Editorial
Sudamericana, al exitoso lanzamiento de Eudeba en el 58 y del Centro Editor de América
Latina en el 67 —ligado el primero a un verdadero prócer de la edición en América, Arnaldo
Orfila Reynal, y ambos a uno de los más importantes editores que dio la Argentina, Boris
Spivacow—; sabíamos esto, decíamos, lo que no sabíamos —al menos, yo no sabía— es
que ese proceso coincide con una curva de decadencia de la industria editorial argentina.
Sintetizando brutalmente lo que acabo de referir, diría que la «época de oro» de la
industria editorial coincide con un desarrollo significativo de la literatura argentina, pero de
una literatura de minorías; y el comienzo de la decadencia de la industria editorial coincide
con un desarrollo notable de la literatura argentina y latinoamericana en el interés del
público.

Es casi un lugar común afirmar que los fulgores de la industria editorial de aquella época no
volvieron a repetirse y que, desde entonces, con algunos vaivenes menores, sólo se percibe
una línea descendente. Por ejemplo, en 1977, Rodolfo Borello alertaba sobre una crisis en
el mercado editorial: «Económicamente, el negocio editorial argentino se encuentra en
crisis desde 1954 y la situación no parece haber mejorado hasta hoy. Es más, entre 1975 y
1976 se ha vuelto tan crítica que los últimos informes sobre las editoriales y el libro no
auguran un futuro brillante para la misma» (Borello, 1977: 38). No sabemos las razones
que movían a Borello a afirmar esto, pero sí sabemos que estaba equivocado. El informe de
Getino pone en evidencia que existió un crecimiento notable de la producción de libros
posterior a la «época de oro» que reconoce en 1974 su pico más alto. Ese pico alcanza los
niveles de los años más prósperos, como 1947, pero con una diferencia que es necesario
destacar: en los llamadosprimeros setenta, ya no se exportaba en la dimensión que se lo
hacía en la «época de oro», de manera que hay que suponer un mercado propio para el
libro argentino y latinoamericano que se había ampliado significativamente. Si tenemos en
cuenta que la primera edición de El otoño del patriarca, que Sudamericana lanza en mayo
del 75, constaba de 200 000 ejemplares, habremos encontrado una de las causas de las
transformaciones que hemos venido reseñando: a medida que la industria editorial
argentina iniciaba su decadencia por la pérdida de mercados externos, encontraba en el
mercado interno y, en especial, en autores argentinos y latinoamericanos, las vías de
supervivencia y de su momentánea recuperación. De las causas de esa ampliación del
mercado se ha hablado mucho: la expansión de la clase media, la explosión matricular en
las universidades, la aparición de semanarios de proyección modernizadora, el surgimiento
de una generación de autores latinoamericanos de inusual calidad que supieron aunar en
un único proyecto modernización estética y radicalización política. La Editorial
Sudamericana marcó el ritmo del acercamiento de autores y público; los escritores «faro»
argentinos de aquellos años, Cortázar, Sábato, Marechal, Puig, formaban parte de su
catálogo. Sin embargo, en algo Borello tiene razón: en el 75 todo parece desmoronarse. La
brusca devaluación de la moneda y la inestable y violenta situación política desemboca en
el golpe militar de marzo de 1976. Es interesante consultar, al respecto, el suplemento
cultural de La Opinión del 4 de abril de ese año; allí, en testimonios recogidos antes del
golpe, los editores trazan un panorama sombrío en relación con la segunda edición de la
Feria del Libro. Años después, muchos considerarán aquella edición de la Feria como la
peor de la historia.

La historia posterior es tristemente célebre: la clausura de Siglo XXI el 2 de abril del 76, las
presiones y clausuras que soportó el Centro Editor desde que en Bahía Blanca el general
Acdel Vilas afirmó que era «claramente subversivo», la irrupción de un destacamento al
mando del teniente primero Xifra en las oficinas de Eudeba el 26 de febrero de 1977, la
detención de Daniel Divinsky, director de Ediciones de la Flor, en el mismo año. Quemas de
libros, secuestros de ediciones, censura y autocensura, persecución, detención y
desaparición de autores y editores. Mucho tiempo y conflictos varios llevará recomponer el
campo intelectual fracturado entre los autores que se quedaron en el país y los que
sufrieron exilio. Las editoriales, en tanto, sólo procuraban sobrevivir; suele mencionarse
alguna excepción, como la sorpresiva venta de la novela de Asís, Flores robadas en los
jardines de Quilmes, publicada en el 80 por Losada, que a un año de su publicación había
agotado siete ediciones y para 1984 alcanzó los 100 000 ejemplares vendidos. Si la
recuperación de la democracia en 1983 representó un auspicioso encuentro entre los
autores dispersos y silenciados con su público, ese encuentro no significó, sin embargo, una
recuperación del mercado ni de la industria editorial. En este sentido, habría que mencionar
dos editoras con sede en España y filial argentina: Bruguera, y su colección «Narradores
argentinos de hoy» (que incluyó ediciones de Soriano, Martini, Di Benedetto y Orgambide)
y Legasa, que en «Narradores americanos» incorporó a Manzur, Rabanal, Moyano y Asís. A
estos proyectos hay que agregar al Centro Editor y su colección «Las nuevas propuestas»,
dirigida por Susana Zanetti (con textos de Saer, Rivera y Costantini) y a la Editorial de
Belgrano y su «Narradores argentinos contemporáneos», dirigida por Osvaldo Pelletieri
(que publicó a Aira, Heker, Castillo y Blaisten). De los autores mencionados, sólo Osvaldo
Soriano se transformó en un best seller de «ciclo largo» a partir del éxito logrado por su
segunda novela, No habrá más pena ni olvido, publicada en el 80 en Barcelona y dos años
después en Buenos Aires. Pero, como queda dicho, la «primavera» editorial duró tan poco
como la «primavera» alfonsinista, y los testimonios de editores que se publican en esos
años multiplican las quejas: la inflación, el costo del papel, la ausencia de crédito, un
parque gráfico obsoleto, la falta de reglamentación de la Ley del Libro sancionada en 1973.
Por otra parte, ya se percibe el comienzo de la inversión de la relación Argentina-España de
acuerdo con lo dicho sobre la «época de oro»; entonces, los libros iban de aquí para allá,
ahora el «desembarco» es en estas playas.

Unas palabras finales sobre los noventa. Como es sabido, la gestión Menem pone en
marcha una serie de transformaciones que suelen resumirse en la fórmula Reforma del
Estado; de entre ellas, resultan pertinentes el proceso de privatizaciones, la paridad
cambiaria y, como consecuencia, la fuerte concentración de capital monopólico. Matilde
Sánchez resumió así el impacto sobre la industria editorial argentina: «... pasó de la
hegemonía a la sucursal y del imperio a la colonia» (2000: 3). Como en todo proceso,
rápidamente se conjeturan las fechas simbólicas de inicio: el caso de Sudamericana resulta
uno de los más ilustrativos. Gloria Rodrigué, responsable del sello, ha declarado que desde
fines de los 70 estuvieron resistiendo intenciones de compra de la empresa familiar;
primero, en 1984, se asociaron con Planeta; luego Planeta ingresa al país; por último, el
Grupo Bertelsman, de origen alemán y uno de los consorcios más importantes del mundo, a
través del brazo editorial Plaza & Janés, compra en el 98 el 60 % de la empresa. El grupo
colombiano Carvajal desembarca a través de la editorial Norma en el 92 y dos años
después compra Kapelusz; edita, por ejemplo, la exitosa y última novela de Soriano, La
hora sin sombra, de 1995. El grupo Santillana de España adquiere y administra los sellos
Alfaguara, Taurus, Aguilar, y otros, y compró el 100 % del paquete accionario de la cadena
de «Librerías Fausto» (Rama, 2003). Todos ellos suelen afirmar que la adquisición de
empresas antes independientes no obsta para el sostén y mantenimiento de las líneas
editoriales que tenían; sin embargo, algunas declaraciones no parecen coincidir. Rodrigué
afirma: «Nuestros socios alemanes preguntan quiénes son nuestros grandes escritores, y la
verdad es que no los hay. El último fue Osvaldo Soriano. Si en tu propio país los autores
son poco leídos, las chances de convencer a los editores de su valor son casi nulas»
(Sánchez, 2000: 4). Una vez más, algunas colecciones prestan especial atención a la
narrativa argentina: «Alfaguara literaturas» edita a Martini, Rivera y Tizón; «Narrativas
argentinas», de Sudamericana, a Piglia, Soriano, Valenzuela y Manzur. El proyecto de
mayor envergadura fue, en este sentido, la «Biblioteca del Sur», de Planeta, que editó
cerca de cien títulos; en su catálogo convivieron autores ya consagrados, como Tomás E.
Martínez, Dal Masetto o Rabanal, y escritores jóvenes, como Matilde Sánchez, Juan Forn,
Rodrigo Fresán y Martín Rejman. El objetivo expreso de la empresa fue el de enfatizar la
presencia de autores que combatan la tendencia experimental y autorreferencial de cierta
literatura argentina y se dediquen a «contar historias», de modo de recuperar el vínculo
con el público.

Hasta aquí, la reseña histórica. Ahora bien, si volvemos por un momento a las
formulaciones iniciales, hemos pretendido demostrar que los ciclos económicos que
permiten periodizar de cierta manera la evolución de la industria editorial, no coinciden
necesariamente con los movimientos de expansión y retracción de nuestra literatura; si lo
que vamos a medir es el impacto cultural de las políticas editoriales, la periodización y, en
consecuencia, los ciclos, serán sensiblemente diferentes a los que suelen postular las
bibliografías sobre el tema.

Bibliografía:

 Borello, Rodolfo A. (1977) «Autores, situación del libro y entorno material de la


literatura en la Argentina del siglo XX», en: Cuadernos Hispanoamericanos n.º 322-
323, abril-mayo, pp. 32-52.
 Bottaro, Raúl H. (1964) La edición de libros en Argentina. Buenos Aires, Troquel.
 Buonocore, D. (1944) Libreros, editores e impresores de Buenos Aires. Buenos Aires,
El Ateneo.
 García, Eustasio Antonio (1965) Desarrollo de la industria editorial argentina. Buenos
Aires, Fundación Interamericana de Bibliotecología Franklin.
 Getino, Octavio (1995) Las industrias culturales en la Argentina. Buenos Aires,
Colihue.
 Rama, Claudio (2003) Economía de las industrias culturales en la globalización
digital. Buenos Aires, Eudeba.
 Rivera, Jorge B. (1980/1986) «Apogeo y crisis de la industria del libro: 1955-1970»,
en: Capítulo. Historia de la literatura argentina. Vol. 4: «Los proyectos de
vanguardia». Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
 Sagastizábal, Leandro de (1995) La edición de libros en la Argentina: una empresa de
cultura.Buenos Aires, Eudeba.
 Saítta, Sylvia (dir.) (2004) El oficio se afirma. Tomo 9 de: Jitrik, Noé (dir.) Historia
crítica de la literatura argentina. Buenos Aires, Emecé.
 Sánchez, Matilde (2000) «La novela del libro argentino», en: Clarín. Zona. Buenos
Aires, 23 de abril, pp. 3-5.

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