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Estaba Abendaráiz
en una fresca mañana,
gozando del viento fresco,
mirando correr el agua,
mirando a moros y moras
tañer y bailar la zambra,
y vio a un morito a caballo,
armando grande algazara;
heridas trae de muerte,
que de vida no son dadas,
fuese al mirador derecho
donde el rey Chiquito estaba.
El buen rey leyó el billete,
de suspiros no cesaba:
—¿Dónde estás, alhaja mía,
donde estás, mi linda alhaja?
¿si estás muerta o estás viva
o te tienen cautivada?
Si te cautivaron moros,
te robarán honra y fama;
si te cautivó el cristiano,
te me volverá cristiana;
y si fueron los judíos,
te me tendrán por esclava.
¡Dichoso será tu amo
de que tú le hagas la cama
y que te eche la cadena
a tal pierna y tal garganta!
Por tu vida, mi alcaide,
levantadvos de mañana,
partiréis para Antequera
en rescate de mi dama,
con doscientos mil moritos,
todos cargados con armas.
El que me la traiga viva,
muchas doblas yo le daba,
le regaré sus caminos
de aljófar y de esmeraldas;
la calle por donde pase
Xarifa, ni enamorada,
la calle por donde pase
¡corran toros, quiebren cañas!,
y yo saldré a recibiros
legua y media de Granada,
con toda mi gente noble
vestida de oro y plata.
El romancero oral siguió recibiendo temas a lo largo del siglo XVI. A finales del siglo, una
nueva generación de poetas decidió echar mano del octosílabo y componer libremente, en
metro romancístico, escenas dramáticas de ambientación histórica atentos a los gustos y
recursos poéticos propios del momento, en vez de limitarse a narrar historias (como habían
hecho los rimadores de crónicas y leyendas de mediados de siglo); imitaron de este modo en
su estructura a los romances viejos, rodados en la tradición, aunque utilizaran un lenguaje
poético muy diverso. Como había ocurrido con romances de otro tiempo y estilo, algunos no
sólo gozaron de gran fama en medios letrados sino que llegaron a perpetuarse por tradición
oral. Cuando ello ocurrió, estos “romances nuevos” fueron adaptándose al lenguaje poético
propio del romancero tradicional, aunque aún puedan observarse en sus derivados orales del
siglo XX algunos rasgos estilísticos heredados del texto letrado original. En nuestro romance, a
pesar de la notoria fidelidad con que los cantores sefardíes de Tánger, Tetuán y Alcazarquivir
reproducen el escenario (en la Granada mora de Boabdil) y la intempestiva llegada de la
noticia del cautiverio de su amiga, tal como los concibió Lucas Rodríguez en el romance que
comienza “Con los francos Vencerrajes / el rey Chico de Granada” (publicado en 1581), apenas
podemos detectar en el romance del siglo XX restos del lenguaje poético que caracterizaba a
ese “romance nuevo”.
Los amores del Rey Chico de Granada y la cautiva en Antequera se habían convertido en un
tema literario, como adaptación a los tiempos de la conquista de Granada de una tradición
más vieja surgida en el siglo XV. Su punto de partida había sido una canción glosada
“fronteriza”, cuya difusión oral fue extraordinaria, dando incluso lugar a que el “suceso” en ella
narrado se incorporara como hecho verídico a la historia de la conquista de Antequera por el
infante don Fernando. El cantar o estribillo glosado en estrofas de rima consonante, decía
Si ganada es Antequera,
¡oxalá Granada fuera!,
Nos lo confirma otro romance, también muy repetido en textos con notables variantes a fines
del siglo XVI, que comienza “Por Antequera suspira / el Rey Chico de Granada // porque tiene
dentro de ella / las cosas que más amava” (que asimismo adaptó Timoneda, trocando el
comienzo, por razones eruditas, en “Suspira por Antequera / el rey moro de Granada”), donde
el motivo de la desesperación del rey por el posible cautiverio de su amada pasa a un primer
término y la oferta de trocar Granada por Antequera, a causa de ella y no por considerarla
mejor villa que Granada, a la conclusión. Es en este romance donde se produce ya claramente
el anacronismo de confundir los tiempos del Fernando que arrebata Antequera al rey de
Granada con los de su nieto el Católico, contemporáneo del Rey Chico.
caballeros de valía.
De día le dan combate,
de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro