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Dr. TH. H.

VAN DE YELDE
EL
MATRIMONIO
PERFECTO
BIBLIOTECA BASICA CLARIDAD

ENCICLOPEDIA GRAMATICAL DEL IDIO­


MA CASTELLANO
Prof. T. GRACIÁN

COMO LEER UN LIBRO


MOATIMER AOLER

QUÉ ES LA BIBLIA

1. V. CE LIA

MANUAL DE REGLAS ORTOGRÁFICAS


INSTRUCCIÓN Y EJERCICIOS

HORACIO CAIRO

ORFEO
SALOMÓN REINACH

EL MATRIMONIO PERFECTO
TH.H.VAN DE VELDE
Dr. TH. H. VAN DE YELDE
Título de la obra en alemán;
DIE VOLLKOMMEblE EHE

TRADUCCIÓN DE LA 42
* EDICIÓN ALEMANA
POR EL DR. GREGORY WARREN

Ia edición, noviembre de 1939


33a edición, setiembre de 1965

Título de la obra en inglés:


IDEAL MARRIAGE

* EDICIÓN INGLESA, ACTUALIZADA,


TRADUCCIÓN DE LA 2
POR SELMA ZAMORA

Ia edición, setiembre de 1968


10a edición, junio de 1988

I, S. B. N,: 950 • 620 <013-0

LIBRO DE EDICION ARGENTINA

01988, EDITORIAL CLARIDAD S. A.

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

PRINTED IN ARGENTINE
IMPRESO EN LA ARGENTINA

Distribuidores Exclushc
*: EDITORIAL HELIASTA S. R. L.
Viamonte 1730 • 1er. P. - C. F. -1055 - Bs. As. • Argentina

Queda rewrvado el dereebo de propiedad de eata obra,


con la facultad de dlepoaer de alia, publicitaria, traducirla o
autortear au tradúcelas, raí como reproducirla total o patela),
monta, por-cualquier alaterna o medio.
La violación de cae dereebo hará paaible a loe infractor
»
*
de pemecuclOn criminal por incurro» ea loe delito» reprimido
*
en el artículo 172 del Código Penal argantino T diapoaicioae»
de la Ley de Propiedad Intelectual.
INDICE GENERAL
indica ................................................................................................................ #
Prólogo para la nutra edición actualizada por la Din. Margaret Smyth .... 17
Alguna» observaciones personales a modo de introducción ............................. 19

PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN T FISIOLOGIA SEXUAL GENERAL
Caf. I. — imBoouocióN
EL MATRIMONIO Y EL MATRIMONIO PERFECTO
Razonas en pro de la conservación del matrimonio. — Lo» cuatro pilare»
del edificio matrimonial. — Correcta elección del cónyuge — Buena
disposición fisiológica. — Solución del problema de lo» hijos, en con­
cordaneta con loe deseo». — Vida sexual armónica y floreciente. — El
médico como consejero. — El marido como guia. — Insuficiencia y
egoísmo de la mayoría de los marido» y aparente frialdad sexual de
la esposa. — El marido debe seducir continuamente a su esposa. — El
matrimonio perfecto requiere conocimientos y estudios especiales, —
La presente obra ea un manual de enseñanza ................................ 93

Cas. II. — Elementos m weicmoGlA S8XVAL OEMnuu, ox la


mpEcte sumana. — Parssnu Paxtx

EVOLUCIÓN DEL IMPULSO SEXUAL. SENSACIONES


SEXUALES Y EXCITACIONES INTERNAS
Impulso de procreación. — Impulso de ia actividad sexual. — impulso de
procreación (primer componente). — Impulso de reiajación y de sa­
tisfacción (segundo componente), — Amor no diferenciado. — Amor. —
Matrimonio. -- Matrimonio perfecto. — Sensaciones sexuales y esti­
mulo» Internos. — Influencia de la secreción interna. — Importancia
de los productos de secreción interna y externa para el Impulso de la
aproximación y el de satisfacción. — Excitaciones psíquicas internas .. S3

Cía. ni. — Elxmzntob de fisiología secual undu na la


BGpBCIg HTTMAWA. — SXffUHDA PAXTX

SENSACIONES SEXUALES Y EXCITACIONES EXTERNAS


Impresiones anímicas. — a) De clase general; b) De clase personal. — Im­
presione» sensoriales. — Guato. — Oido. — Música, — Ritmo. — Voz.
— Oifato. — Predisposición individual para loa olores. — Producción de
odorantes perfórales. — Por la respiración. — Por el sudor, — Por las
emanaciones generales del cuerpo. — Substancias olorosas serual-erps-
cf/fcos (de cierto carácter personal). — Otar de la menstruación. —
Olor genital en el hombre y en le mujer. — El olor del esperma. — Sus
diversos maticen. — Olor del aliento de la * mujeres después del coito.
Olor genital especifico de Ja mujer después del coito. — Electo de
los olores de! cuerpo sobre Jas sensaciones sexuales (excitante o repul­
sivo). - - Generalidades y resumen. — Olor genital. — Esperma. —
Olores secundarlos y olores anormales. — La perfumería y la * eme-
ílarrm seruater. — Perfumes de carácter general y su Importancia. —
Perfume» con sello característico sexual. — Masculino. — Femenino. —
El arte de le mezcla y la fijación.. — Inteligente nao de los perfu­
mes. — Para disimular o acentuar olores personales. — Para estimular
la emoción y para autosugestión. — Sustancias olorosa * de origen
animal, — n mentido de la visión, — Caracteres sexuales secundarlos.
— Realce de estos caracteres por lo * vestidos (modas). — Vista de loe
movimientos del cuerpo y su ritmo. — El lenguaje de loa ojos. —
Efecto erótico, procedente de objeto * personales (de colores, por ejem­
plo) , — El sentido del tacto. — Sensaciones de tacto, pasivas. —- Zonas
erógena». — Excitación de las mamas y loe pezones. — Sensaciones
del tacto activa
*. — Otros detalles, en el capitulo VIH ....................... '.
Intermedio Primero .................................................................................................

Segunda Paute
ANATOMÍA Y FISIOLOGÍA SEXUAL ESPECÍFICAS

Caf. TV. — Di la nsiouoclA sexual dx la mojes adulta. —


PUMEBA PaSTX

INTRODUCCIÓN T LIMITACION DEL OBJETO. — LOS


ÓRGANOS SEXUALES EXTERNOS (Figura 1)
Vulva, — Labios mayores y menores. — Clltoris. — Frenillo del clitoris. —
Su especial sensibilidad para las excitaciones. — Erección del clltoris.
— Secreción sebácea de sus proximidades. — Propiedades « importancia
de esta secreción sebácea. — Importancia de su eliminación. — Vestí­
bulo vaginal (vertíbulum eagina). — Glándulas vestibulares mayores
glándulas de Bartollno). — Orificio de la uretra. — Hlmen. — Sus
variaciones a Importancia causal. — Introito vaginal (infroitu
* copi­
na) . — Perineo (pertueum). — importancia do hallarse absolutamente
intacto. Vulto» vestibulares (vulbi verfíbuli) ................................

Car, V. — DE LA TISIOLOCtA SEXUAL. DX LA MUJES ADULTA. —


Secunda Paite

LOS ÓRGANOS SEXUALES INTERNOS (Figura 2)


*.
Descripción general da su emplazamiento. — Pelvis. — órgano» próximo
— Recto. — Vejiga- — Uretra, — Vagina. — Músculos que la rodean. —
Elevador vaginal (Levator vagina), como porción muscular de función
autónoma. — Ejercicios de los músculo
* del suelo pelviano. — Promi­
*
nencias (vulvo vestibulares, etc.), corno dispositivo para aprisionar y
frotar *1 pene. — Cierre en *u extremo superior. — Relación oon la
cavia id abdominal. — Secreciones. Contenido del Acido láctico- —
Cnpacided de absorción — Alteraciones producidos por el embarazo. -
Al te rucio oes producidas por la vejez. — Útero, — Parte vaginal del
mismo (ver tlg. 4], (Porfío Vagino-uterina), — Tapón mucoso de Krls-
telJer. — Posición y comportamiento del útero y de la vagina. — En
estado vacío. — En posición de coito. — Movilización del órgano. —
Aparato lígamentarlo y adhesivo. — La cavidad uterina. - Pared mus­
cular. — Particularidad de su contracción. — Revestimiento perlneal.
— Relaciones de loa órganos sexuales Internos con la cavidad abdomi­
nal, — Trompas (trompas de Faloplo). — Corriente de líquidos. —
Ovarlos (ovarium). — Secreción externa (expulsión de óvulos). — Se­
creción interna. — (Consúltese además el siguiente capitulo) ............. 43

CAF, VI. - - DE LA FISIOLOGÍA 3KXTTAL DE LA MOJES ADULTA. —


Tzbceba Paste
FUNCION OVARICA, MOVIMIENTO ONDULATORIO DE LAS
(fi MANIFESTACIONES VITALES EN EL ORGANISMO FEMENINO
?! T LA MENSTRUACION
Importancia de la función o vari al para la mujer. — La labor da los ovarlos
y su Influencia sobre los restantes órganos sexuales. — Ovulación. —
Epoca de la ovulación. — La ovulación y la menstruación. — Altera­
ción del proceso. — Protección del óvulo luego de la expulsión del
folículo. — El cuerpo lúteo. —- Formación, desarrollo. Involución y des­
aparición. — Proliferación e Involución de la mucosa uterina, — Su
dependencia del efecto de las cuerpos lúteos y paralelismo de las co­
rrespondientes lineas ondulatorias, — Similares relaciones para las mo­
mas. — influencia de la función ovárlca sobra el organismo entero. —
Movimiento ondulatorio de las fundones vitales. — La temperatura
del cuerpo como síntoma. — Los exigencias que ee precisan para ello.
La onda de la temperatura sigue a la de los cuerpos lúteos. — La se­
creción da los cuerpos lúteas impulsa a las fundones vitales. — Dia­
grama de la curva de temperatura. Instrucciones prácticas. — Curva
de la temperatura durante el embarazo. — Influencia en el bienestar
corporal y psíquico, de las fases ondulatorias. — Menstruación. — Una
manifestación parcial del descanso ondulatorio. — Dependencia de efec­
to de los cuerpos lúteos. - - Influencia de otros factores. — Duración y
cantidad. — Manifestaciones locales, dolores. — Síntomas generales. —
Teoria de la "autointoxicación". — La madurez sexual; cu duración. —
70 Diferencias entre Individuos y razas. — Cambio de vida y climaterio.
— Diferencias Individuales. — Duración. — Fenómenos especiales. —■
La menopausia. — Protla cervical. — Firme nivel de talud corporal,
capacidad y necesidades sexuales. — Cambios genitales. — Supresión
farmacéutica de la ovulación. — Importancia crucial en la vida ma­
trimonial. — Duración de la maduración sexual. — Influencia de
diversos factores. — Sensaciones sexuales. — Recapitulación de la *
materias expuestas en este capitulo. — Complementos y ampliación
científica del problema. — Importancia de este capitulo pora la * prác­
ticas matrimoniales ........................................................................................ 11>
Cap. vn. — anatomía t ratODOOiA ot tos ómanos sexuales
DEL HOUBRX (FlgUTá 3)

Observaciones generales. ti pene, — Cuerpos cavémosos. — Erección. —


El glande. — Prepucio. — Frenillo prepucial. — Esmegma prepucial. —
Importancia de la máxima limpieza. — Circuncisión. — El aparato ner­
vioso. — Voluptuosidad. — Especial sensibilidad en el frenillo prepu­
cial. — El pene como órgano de la copulación. — Su forma. — Su
tamafio. — Uretra. — Sus diversas portea. — Glándulas mucosas. - -
Importancia de sus secreciones (destilación). — Escroto. — Tejtlcuíos.
— Formación del semen. — Epldídlmos, — Masa seminal. — Su trans­
porte, — Alteraciones en su composición. — E&permla (consúltese tam­
bién el párrafo sobre Próstata). — Formas no maduras. — Bu existen­
cia vital. — Sus condiciones vitales. — Fusión de un espermatozoide
con el óvulo (fecundación). — Qué sucede con los demás. — Próstata.
— sus secreciones. — Influencia sobre el movimiento de los esperma­
tozoides. — Eepermla. — Su olor, — Erecto vivificante. — Conducto
seminal, ampollas seminales (Conductu
* de/ereml). — Contracción. —
Porción terminal y desembocadura. — Folículo seminal. — vesículas
seminales. — Producto de eliminación, — Evacuación completa e In­
completa. — Eyeculación. — Repetición, — Poluciones (evacuaciones
seminales involuntarias). — impulso de satisfacción sexual. — Excita­
ción e Inhibición. — Secreción interna de los testículos. — Su influen­
cia sobre el cuerpo y la psique, — No hay movimiento ondulatorio como
en la mujer. — Disminución durante la vejez. — Importancia de esta
disminución. — Intentos de recuperación. — Por ligadura de loe con­
ductos seminales (teoría de Stelnacb). — Por trasplantación de tes­
tículos de mono (método Voronoff). — La actividad funcional regular
y moderada y sus buenos efectos ......................................................... 143
Intermedio Segundo ................................................................................................ 171

Tercera parte

LAS RELACIONES SEXUALES. — SU FISIOLOGIA Y TECNICA

Car, VIH. — DrrwtctONM, preludio t juzgo px auoi

Definición de las relaciones sexuales normales. — División sn preludio,


juego de amor, unión sexual (cópula) y final. — Le unión sexual
(cópula, coito), como punto culminante de los contactos sexuales. —
Su objeto y su finalidad. — Delimitación de las diversas fases. — 8u
preludio (impulso de aproximación), — Generalidades respectó a su
técnica. — La mirada y la palabra. — El baile. — Coquetería, — Flirteo.
— Autosugestión y sugestión. — La Importancia del preludio. — “Des-
tIlición" (secreción mucosa preparatoria), — Les juegos de amor (de
satisfacción sexual). — El beso amoroso. — Diferenciación de los be­
sos. — Característica del beso amoroso. — Variaciones del beso amo­
roso. — "S/fleurape" (beso ligero). — "Xtmttíitnage". — Beso lin­
gual. — Percepción del beso. — El sentido del olfato. — La teoría del
olfato durante el beso. — El sabor. — Eg tacto. — El besó corporal. —
Graduaciones. — Anilláis. — El mordisco amoroso. — Delimitación del
estado morfológico. — Inclinación más pronunciada par» el mordisco
amoroso en el sexo femenino. — Su explicación (teoría del beso), —
Análisis de la sensación voluptuosa de la persona que ha sido mor­
dida. — Otras dos teorías del mordisco amoroso, a) Asociación de los
dos instintos vitales primitivos, o) n odio sexual como componente.
— El mordisco amoroso del hombre. — El empleo de la fuerza por parte
del hombre como equivalente del mordisco amoroso. — Posición de la
mujer con relación al párrafo anterior. — El componente odio sexual
de esta aplicación por la fuerza. — La palpación del cuerpo. — Matices.
— Importancia de las zonas erógenw. — Sensibilización de los pezo­
nes. — Palpación de las mamas. — Juegos de excitación. — En la mu­
jer. — su técnica, — Substancias lubricantes. — Su necesidad en cier­
tos casos. — En el hombre. — Técnica. — Necesidad de su limitación.
— El beso excitador.......................................................................................... 177

Cap. IX. — E. corro. — Paiuna Paste.

FISIOLOGIA Y TÉCNICA

Descripción del proceso. — Modo de excitación del órgano masculino. —


Matices de las excitaciones. — Importancia de la participación acti­
va por parte de la mujer. — Importancia del factor anímico (amor)
en ambos copartícipes. — Excitación desigual en el hombre T en la
mujer. — Mutua adaptación. — Modo de estimulación de los órganos
femeninos. — Excitación clltorlana. — Importancia de un deficiente
desarrollo de este órgano. — Excitación vaginal. — Diversidad de libi­
do en ambas clases de excitación. — El coito ideal (curva). — Concor­
dancia 7 diferencias de su evolución en el hombre y en la mujer. —
Anilléis ds la formación del orgasmo en el hombre. — Análisis de este
proceso en la mujer. — Coito de la mujer experta, sin preparación
(curva). — Coito de una mujer inexperta después de previo juego de
excitación (curva). — Falta de libido en la mujer. — sus perniciosos
efectos. — Coito de una mujer inexperta y sin la debida preparación
previa (curva). — Coito interrumpido (ooit-us interruptus) (curva). —
Daños causados por tal proceder. — Profilaxis para las consecuencias
perniciosas de un coito de evolución no satisfactoria para la mujer. —
Por parte del marido. — Por parte dé la mujer misma ................ 207

Car. X. — El coito, — Ssocnda Partí.

FISIOLOGIA Y TECNICA (continuación)


Coparticipación de los diversos órganos femeninos en el orgasmo. — Pro­
cesos de eliminación. — Eyactuación ("seminación" de la mujer), —
De las glándulas de Bartoilno. — Del Utero. — Procesos en el aparato
muscular. — Contracción del Utero. — Conducta del tapón mucoso. —
Relajación subsiguiente. — Importancia de la aspiración para la re­
cepción del semen. — influencias de los procesos en los órganos mas­
culinos. — Prolongación de la credibilidad contrayendo la mujer loa
músculos. — influencia de la circuncisión, — Importancia para la
mujer. — Retardo intencionado en la eyeculación. — Renuncia com­
pleta a la eyaculaclón (karezza). — Rechazo de este método. — Avalo-
radón de las relaciones volumétricas de los órganos sexuales durante
*1 coito. — Diferencia nonnal. — Nivelación de la rotuna. — Daños
producidas por desproporcione». — Infantilismo en Ja mujer. — Su
importancia. — Infantilismo en el hombre. — Tamaño excesivo del
pene. — Recomendación de efectuar un reconocimiento médico opor­
tuno. en lo que a I* aptitud matrimonial se refiere. —■ Distensión de
la vagina luego de partee frecuentes; técnica compensatoria.............. 231

Ote. XI. — El coito, — Tncsu Puir


COLOCACION Y POSTURAS DURANTE EL COITO

Su importancia. — Para las probabilidades de la fecundación. — Para la


libido. — Para evitar daños. — Primera posición (connerja). — I: Pos­
tura habitual. — Ventajas e inconvenientes. — H: Postura tendida.
— Modos de excitación. — Variaciones. — Indicaciones — ni: Pos­
tura flexlonada. — Modos de excitación. — Posición uto Cómica. —
IV: Postura de jinete (en la mujer). — Técnica especial y diver­
sidad de modos da excitación — MaUzadón de las sensaciones vo­
luptuosas (libido). — Inconvenientes del método. — Indicación y con­
traindicación. — V; Posición sentada anterior (frente a frente, vte-
d vis}. — Modos de excitación, — Variaciones. — Introducción menos
profunda. — Indicación en caso de embarazo. — VI: Posición lateral
anterior, frente a frente, vis-d-irt»}. — Ventajas especiales, por ser pro­
cedimiento poco excitador pora ambos cónyuges. — Segunda posición
(positio aoerw, "coito a tergo"). — I: Posición abdominal. — In­
convenientes. — II: Posición lateral posterior, — Ventajas especiales
en caso de necesidad de evitar la btperexcltaclón. — Indicación de cu
empleo en ves de prohibición absoluta dd coito. — III: Posición ge-
nuflexlonada. — Diferencia en la dirección de los órganos del hombre
y de la mujer. — Favoreciendo La fecundación. — Su empleo durante el
embaraño. — IV: Posición sentada posterior. — Necesidad de una téc­
nica especial. — Tabla de variaciones en el coito y sus particularidades.
— Observaciones finales: Importancia de la sinuslología en la medi­
cina y en el matrimonio.......................................................................... 2V>

Cao. vn — Mam insractoMan ommaus cuxantb cl coito

EL "FINAL"
Manifestaciones generales. — Durante la tensión. — Las glándulas. — Se­
creción salival. — Secreción de orina. — Secreción de sudor. — La
circulación sanguínea. — Loe pequeños vasos sanguíneos. — La presión
sanguínea. — Musculatura. — Corazón. — Músculos estriados. — Mus­
culatura lisa (involuntaria). — El sistema nervioso. — Transmisión
do la excitación a loe sectores próximos. — Transición local: vejiga e
Intestino, — Centrales. — Organos sensoriales. — Concentración de todo
el ser sobre la esfera genital. — Subsiguiente distensión. — Agota­
miento por exceso de esfuerzos. — Efecto beneficioso sobre el estado
general. — Necesidad del sueño. — Final. — Su carácter, puramente
psíquico, — ¡311 animación del estado de excitación. — Sensaciones
subsiguientes .............................................................................................. 38?
Intermedio Tercero.................................................................................................... 306
Cuarta Parte

HIGIENE DEL MATRIMONIO PERFECTO


801
Introducción ......................... -..................................-.............................................

Cap. XM. — Hioocnr oki. cvnro. — Pximua Partí

DESFLORACIÓN. — LUNA DE MIEL


Dos resistencias. — Anímica. — Vergüenza — Corporal. — Miedo. — Téc­
nica de la defloración. — Desgarro del taimen por tensión, no por per­
foración. — Hemorragia. Dificultades. — Substancias lubricantes. —
Falta del orgasmo en la mujer durante el primer coito. — Necesidad
de reserva y ternura masculinas. — Luna de miel. — Época de apren­
díanle. — La mujer debe aprender a gozar. — Frialdad sexual tem­
poral. — Ejercicio y cuidados. — Procedimiento gradualmente progre­
sivo ............................................................................................................... SOS

Cap. XIV. — HiomtR oc. erare. — Sicnutu Parts

INFLUENCIAS DE LA ACTIVIDAD SEXUAL SOBRE EL


CUERPO T LA PSIQUE
Capacidad iccttal. — En la mujer. — Influencia de loa conMcuenctaa de laa
retadonea aexuales (embarazo). — Influencia da las relaciones sexuales
por al. — Electo favorable. — Sobre ios órganos sexuales, — Sobre todo
el cuerpo. — Sobre la polque. — Electo desfavorable, — En caso de
hlperexcltación. — Variabilidad del limita. — En el hombre. — Electo
favorable. — Capacidad anual del hombre. — Diferencias pereonale».
— Incapacidad temporal. — Rotativa y absoluta. — Eficiencia y tole­
rancia de la mujer. — Complejidad de tactores. — Advertencia a los
esposos. Diferencia de edad entre loe cónyuges .... .......................... 813

Cap. XV. — Hramrs m. ctrasro. -- Tmcxas pasta

INFLUENCIA DE LOE FACTORES INTERNOS T


EXTERNOS SOBRE LA RELACIÓN SEXUAL

Influencia de manjares y bebidas. —- Efecto de loo excitantes, — Por man­


jares. — Por bebidas. — Por medicamentos. — El "filtro de amor". —
Substancias de efecto calmante. — Eliminación de subeicltabllided por
medio de simples recursos. — Batios ds Acido carbónico. — Influencia
de movimientos pasivos. — Viajes en coche. — Oscilaciones periódicas
del Impulso. — En el hombre y en la mujer. — Orado máximo primave­
ral. — En el bombrs, — Indicaciones sJalada
* respecto a aumentos aeml-
mensuales o mensuales. — En la mujer. — Enorme diversidad en las
Indicaciones. — Aumento de dos y da cuatro semana
*. — La teoría da
Stop»», — El máximo premenstrual coincide eon la * reetantte altura
*
ondulatoria» (víaae Oap. VI). — Posible influencie de loe cuerpos lú­
teo», — ¿Existe un tnAximo después de desprendido el óvulo? — Otro»
*
grado máximo». — La opinión del autor. — Importancia práctica de
lo» período» maxlmaies. — Denegación de la posibilidad de adaptar
correspondientemente lea relaciones sexuales. — Iguales "derechos" pa.
ra la satisfacción sexual a iguales "obligaciones
* ’ matrimoniales, tan­
to para el hombre como para la mujer .................................................... 335

Csr. XVI. — Hiciknx pa cuerpo. — Cusan Paan

LAS RELACIONES SEXUALES RAJO CIRCUNSTANCIAS


CORPORALES ESPECIALES
*Relacione «eruole» durante ¡a menstruación, — Oscitación e inhibición
de lea aensaclones sexuales. — Supuesto peligro de uretrttis sn el hom­
bre. — Inconveniente
* para la mujer. — Bajo dstsnnlnadaa condicio­
nes, cotón permitida» las relacione» sexuales — Relaciones sexuales
durante el embaraño — Rosones en contra de i as relaciones »exua)e».
— Aborto. — Rotura preces de la bolas amniótlca. — Infección puer­
peral. — Vulnerabilidad de loa tejidos femenino
*. — Saturación del
cuerpo con substancia eepermAtlca. — Ratones a favor de lo» contacto»
sexuales. — Inconsciente». — Consciente». — A excepción de determi­
nada» limitaciones, está consentido el contacto sexual hasta cuatro
•amana» antes del parto, — Relacione» rezuale» durante el parto. —
Verdadero puerperio (dos semanas). — Prohibición de coito durante
dlchM semanas, — Epoca de la involución (otras cuatro semanas). —
Permiso para un contacto cuidadoso. — Resumen. — Relaciones se­
xuales durante laa enfermedades. — prohibición del coito en caso de
peligro de infección. — En caso de enfermedades agudas de loa órga­
nos actuales, — La prohibición o la moderación. — A veo»» resulta
preferible la intervención quirúrgica. — La capacidad funcional sexual
metsce mayor consideración en las decisiones facultativas. — Enfer-
msdades generales. — Influencias mutuas en caso de enfermedad y
relaciones sexuales. — Peligros del coito en determinadas enferme­
dades. — Favorable Influencie de les relaciones sexuala» en determi­
nadas enfermedades ......................... 3*1

APENDICE DEL CAPÍTULO XVI. — CUIDADOS T LIMPIEZA


DX LOS ORGANOS DE COPULACIÓN

Su necesidad. — Prescripciones. — Para el hombre. — Pare la mujer. —


P>n ambos cónyuges ............................................. 3®

Cap. avu, — HiarzNi Mlquica, emocional t mxntu,

El matrimonio como organismo viro. — Necesita ejercicio sin exceso. —


Peligros del exceso y la saciedad. — Reserva. — Se deben evitar loa
conflicto» mentales. — Ia relación entre el matrimonio perfecta y la
religión, — Fuente» literarias (al pte). — Legislación mosaica. — De­
clinando el impedimento del embaraao. — Loe judíos y lo» de la iglesia
reformada. — Los católico». — E) matrimonio perfecto no se baila en
contradicción con dicb
* negativa, — Concordancia entre fisiología y
teología moral católica, — Posición del protestantismo. — Loe lute.
ranos. — Los protestantes modernos, Lo» miembros de la Iglesia refor­
mada. — La Iglesia Inglesa, — Loa americano». — Recopilación. — Para
loe serta humanos con tendencia a ascetas no entra en cuestión el
Matrimonio Perfecto. — En todos loe demás el Matrimonio Perfecto no
provocará conflictos en lo que a religión m refiere. — Unificación de
loe componentes morales y anímicos del amor sexual, — Las relaciones
sexuales no son un fin, sino un modo de expresión. — El Matrimonio
Perfecto ofrece la máxima posibilidad de expresión ................................ 367

APENDICE. — ANTICONCEPCION

La en ti concepción y el Matrimonio perfecto. — Los métodos menos eficien­


tes. — Orales. — El condón o funda masculina, — El capuchón feme­
nino, — Dispositivos mira uterino», — £! periodo de seguridad. — Mi-
todos del futuro ........................................................................................ 341
El matrimonio es una ciencia.
H. DE Balzac.

Dedicatoria
A
Martha van de Velde-Hooglandt

Et comme chaqué jour je t’aime devantage.


aujourd’hui plus qu’hier, et bien moins que demain,
qu’importeront alors ...
Rosemondje Gérard.
PRÓLOGO PARA LA NUEVA EDICIÓN
El Matrimonio Perfecto es una obra clásica en su tipo.
Fue escrita hace más de 30 años por el Dr. Van de Veide, un
ginecólogo que supo combinar su interés por los aspectos
prácticos de su labor junto con un profundo y comprensivo
conocimiento de sus pacientes.
Su tema principal se concentró en la divulgación de la
técnica del erotismo como un arte en el matrimonio, aunque
acentuando que ello solo es insuficiente para sostener la rela­
ción conyugal, que debe estar apoyada por otros pilares del
amor: la tolerancia, la compatibilidad de intereses y la com­
prensión mutua.
Los cuerpos, las emociones y las mentes deben estar
igualmente en armonía.
Al tratar de hacer una revisión de semejante obra sería
un error interferir algunas de las ideas propias del autor, a
menos que sea para confirmar las que han llegado a ser reali­
dad o para reemplazar las que ya no son aceptables.
La mayoría de las alteraciones están limitadas a las
primeras cien páginas, en las que algunos detalles fisiológicos,
anatómicos y obstétricos necesitaron cierta revisión. En este
aspecto debo agradecer la amplia colaboración del Dr. Bryan
Hibbard, sin cuya contribución no hubiera podido completar
esa parte de la obra. Me siento asimismo profundamente
agradecida al profesor T. N. A. Jeffcoate, de Liverpool, autor
de Principios de Ginecología y a sus editores, Butterworth
& Co., por haberme permitido reproducir la carta de tempe­
ratura basal incluida en la pág. 120.
Considero que en los tiempos modernos un libro sobre el
matrimonio perfecto sería incompleto si no se hiciera en
él mención de los anticonceptivos. Por tal razón ha sido
insertado al final de la obra un breve Apéndice sobre el tema.
El Dr. Van de Velde fue un escritor elevado cuya colorida
prosa acentuaba siempre el hecho de que la edad de la caba­
llería no debía morir. Puede parecer a la mujer moderna
que él puso sobre el marido una casi injusta carga de respon­
sabilidad ante el fracaso de la relación sexual, aun cuando
fundamentalmente es aún cierto que el hombre es el inicia­
dor y la mujer la gustosa alumna.
Sus lecturas fueron abundantísimas y sus fuentes de
información recorrieron desde los antiguos volúmenes orien­
tales sobre las artes eróticas hasta los más modernos escri­
tores de avanzada sobre temas de relación sexual, tales como
Havelock Ellis y Marte Stopes. Asimismo la cadena de
discursos y escritos profesionales del autor debió ser muy
amplia y su conocimiento de la teología moral de la iglesia
cristiana y hebrea de su tiempo, aunque ahora en parte mo­
dificada, es lo suficientemente interesante como para dejarla
intacta, sin revisar.
Mucha de la bibliografía citada se halla agotada pero su
inclusión da una idea de la amplitud de conocimientos del
autor.
Para mí, algunas de las partes más deliciosas de la obra
la constituyen los aforismos y el placer que este brillante
escritor sabe extraer de las sencillas palabras de su compa­
triota el poeta Jacobo Cats.
El Matrimonio Perfecto, un tesoro de hechos históricos
del pasado y de detalles prácticos para el presente, trata las
relaciones sexuales con la prosa nostálgica de una era de más
holganza, recientemente desaparecida. Pero para la mujer
y el hombre que aprecian le doiut parfum d'un cdbinet de
toilette su sabiduría es tan vieja como el Kama Sutra y sus
aplicaciones prácticas tan útiles como cuando la obra fue
publicada por primera vez.
MARGARET SMYTH

Julio de 1965.
ALGUNAS OBSERVACIONES PERSONALES,
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Mucho dirá este libro de lo que hasta ahora había que­
dado en silencio.
Ello me proporcionará alguno que otro disgusto. Lo tengo
por descontado, ya que, paulatinamente, he ido conociendo a
los hombres, tan acostumbrados a condenar lo que ignoran.
Precisamente ha sido éste el motivo de no poder escribirlo
antes; mientras el médico esté obligado a tener en cuenta las
exigencias de su profesión, no podrá permitirse desviación
alguna del camino trazado de antemano.
Sin embargo, todo aquel que haya logrado hacerse inde-
gendiente y pueda decir can entera libertad lo que considere
ueno y correcto, tiene el deber ineludible de hacerlo.
Por eso me veo obligado a confiar a estas páginas lo que
yo he apreciado como correcto. No podría esperar con tran­
quilidad los últimos días de mi vida si dejase de cumplir con
este deber; es tanta la pena que se sufre sin necesidad, y es
tanta la alegría que se menosprecia, y que serviría para
aumentar la dicha de vivir, que buena falta hace señalar el
verdadero camino que debe seguirse en la vida.
Tengo para esta labor la edad indispensable, así como la
suficiente preparación. El científico, que durante más de un
cuarto de siglo se ha dedicado a los problemas teóricos y
prácticos; el literato, que a muchos y a tan diversos pen­
samientos ha dado forma; el ginecólogo, de rica experiencia;
él confidente de tantos hombres y mujeres; el ser humano,
que conoce la humanidad, y el hombre, que no ignora la
masculinidad; el marido, que ha sentido dicha y pesar en su
matrimonio, y, finalmente, el quincuagenario, que aprendió a
contemplar la vida con alegre tranquilidad, y que ya es dema­
siado viejo para cometer las tonterías de la juventud, pero
que se siente suficientemente joven para seguir “los anhelos
y los deseos”, es, indudablemente, el llamado a coger la pluma
y escribir esta obra.
Podría ahorrarme los disgustos a que antes he hecho
referencia, usando un seudónimo; pero no debo hacerlo, ya
que estoy obligado a defender con mi nombre de científico
mis concepciones de la ciencia Mis consejos que, en su esen­
cia, tienen una importancia moral, perderían mucho de su
efecto al darlos anónimamente.
“Aequo animó”, acepto pues, todos estos disgustos, en la
confiama y con el pleno convencimiento de que muchos, en
lo más recóndito de su alcoba matrimonial, sentirán agrade­
cimiento awn cuando no puedan expresarlo con palabras.
Th. H. Van de Veldh
Val Fontile.
Minusio-Locamo,
Suiza.
Desde que el Dr. Van de Velde escribió esta introducción per­
sonal ha habido una completa revolución de idees, en gran parte
debida a su labor de pionero, y lo que antes era apenas murmurado
hoy se discute abiertamente.
PRIMERA PARTE

INTRODUCCION Y FISIOLOGIA
SEXUAL GENERAL
Capítulo Primero

INTRODUCCIÓN
El matrimonio y el matrimonio perfecto

Quisiera indicaros el camino que conduce al Matrimonio


Perfecto.
Este matrimonio lo conocéis todos bajo la denominación
de "luna de miel”. Desgraciadamente, pronto se transforma
en “luna de hiel” y es, entonces, nada más que matrimonio.
Y, sin embargo, la luna de miel debe ser eterna en el
super-matrimonio.
¡Ojalá os ayude este libro a conseguirlo!

El matrimonio, al menos en los países cristianos, fracasa


a menudo. Es ésta, por desdicha, la pura verdad. Pudiendo
ser un paraíso terrenal es, las más de las veces, un verdadero
infierno. Debería ser, en el verdadero sentido de la palabra,
un Purgatorio, o sea un estado de purificación; pero ¡cuán
raramente ello se logra!
¿Debe por eso reprobarse el matrimonio?
Muchas son las voces que se han lanzado en este sentido;
pero no han sabido reemplazarlo por algo mejor, por algo
más perfecto.
Es, sin embargo, infinitamente mayor el número de
aquellos que quieren conservar dicha antigua institución, y
entre éstos se encuentran los espíritus más elevados.
Para los creyentes, es sagrado.
Es indispensable al Estado y a la Sociedad.
Es de una necesidad absoluta para la progenitura.
Para dar libre curso a su necesidad de amar, con una
seguridad por lo menos relativa, la mujer no cuenta más que
con el matrimonio.
En cuanto a los hombres, en general, hallan en este
estado de vida ordenado, que de ordinario les brinda el matri­
monio, las halagadoras condiciones indispensables para el
desarrollo de sus trabajos.
Por todas estas razones y, sobre todo, porque la unión
amorosa monógama es el resultado evolutivo del impulso
sexual, egoísta, hacia el altruismo, yo me declaro partidario
del matrimonio.
Mucho se sufre en el matrimonio, pero sin él, aún habría
que soportar sufrimientos más considerables.

Ya que estamos dispuestos a conservar el matrimonio,


se presenta para nosotros el problema de si debemos aceptar
resignadamente la falta de felicidad y la enorme desdicha
que, en sí, en muchos casos encierra, o intentar, por el con­
trario, buscar el remedio.
Ningún hombre que, como el médico —y especialmente
el sexólogo y el ginecólogo—, se encuentra en condiciones de
ver, con frecuencia, el reverso de la vida matrimonial, dejará
de responder al instante,
Debe hacerse todo cuanto sea posible, a fin de mejorar la
perspectiva de una dicha duradera en el matrimonio.

Los cuatro pilares que sostienen el edificio del amor y de


la dicha matrimonial, son:
1> Una correcta elección de cónyuge.
2) Buena disposición psicológica de los cónyuges, en
general y, especialmente, entre sí.
3) Solución correspondiente del problema de la pro­
creación, de acuerdo con los deseos de ambos cónyuges.
4) Una vida sexual armónica y siempre floreciente.

Respecto al capítulo de elección de cónyuge, puede


recurriese a cualquier autor serio que haya descrito la vida
sexual de la raza humana, que se haya dedicado al proble­
ma sexual o haya tratado del matrimonio, ya sea médico,
teólogo o filósofo; lo mismo si sus consejos han sido dados
hace siglos o son muy recientes.
No hay, pues, necesidad de repetir lo que tantas veces se
ha dicho, máxime por no encajar en el marco de este trabajo,
y sólo lamento que en tan contadas ocasiones se hayan se­
guido estos buenos consejos. La mayoría de las personas
entra en el matrimonio sin ejercer una discriminación y
selección del cónyuge; se entrega a él con los ojos vendados.
Una vez más, debo reforzar con mi voto el coro de todos
aquellos que exigen, en primer lugar, como tesoro imprescin­
dible, un perfecto estado de salud de ambos cónyuges. Porque
ninguna o pocas cosas puede haber, que graviten con tan
enorme peso, igual desde un principio que después, sobre el
matrimonio, como la mala salud de cualquiera de ambas
partes.

La psicología del matrimonio no constituye un tema


esencial de este tratado. A los interesados, es decir, a todo
casado, aconsejo, pues, leer, o mejor dicho, estudiar, las mag­
níficas obras de Lowenfeld: über dar eheliehe Gtück (De la
felicidad matrimonial) y de Th. von Scheífer: Philosophie
der Ehe (Filosofía del matrimonio). También en el capitulo
cuarto de la obra de Gina Lombroso: El alma de la mujer i1!,
pueden hallarse muchos pasajes que inducen al lector a
profundizar con provecho en esta materia.
“El matrimonio es una combinación de exigencias y
renunciaciones; pero cuando se quiere que florezca, debemos
sentimos altamente desinteresados” <1 2)3. “Es, quizá, el mayor
factor educativo en la escuela de la vida; y, como cualquier
escuela, la de la vida tampoco es cosa fácil” (*>.
Bu mayor peligro es el aburrimiento, y, de la consiguiente
desunión, sufre mucho más la mujer que el hombre, puesto
que éste, como interés principal, tiene sus trabajos, sus nego­
cios, etcétera, mientras que la naturaleza de ella, más pro­
funda y exclusivamente emocional, depende más de las rela­
ciones personales.
“El abandono, tanto intelectual como moral, en el cual
deja el marido a su mujer, es infinitamente más doloroso y
(1) Dit Seele TPeibe», por Oída Lombroeo. El almo de la -mujer, «li­
tado en alan>án por la caa* Stabensr-Verlag, O m. b. H . de Brrlln.
(3) Th. v. Bcheffer, FWoaopMa dar EA« (Roel y Co., München) 1. c. La
Jüoso/ta del matrimonio.
(3) Th. v. Scheffer. Loe. dt.
penoso que el despotismo, la violencia y la brutalidad, contra
los cuales con tanto vigor se rebela la opinión pública. En
efecto, éstos son males visibles y burdos que, con frecuencia,
sólo existen temporalmente, y a los cuales esa misma reacción
de la opinión pública trae cierto consuelo; mientras que el
abandono de la mujer constituye una miseria invisible, intan­
gible, que imposibilita toda defensa, envenenando cada hora
del día y todos los días de la existencia, haciendo un vacio
superior al vacío real, porque es un vacío sin esperanza; y el
desaliento, el desmayo, que son su producto, se hacen cada
vez mayores con el transcurso de los años, siendo, finalmente,
imposibles de soportar, y reputándose preferible cualquier
dolor pasajero, por agudo que sea.
“Él marido debe inducir a su mujer a que comparta sus
trabajos, para que se interese en sus preocupaciones y pe­
sares, encauzando su actividad y disminuyendo su incerti­
dumbre”
Todo esto lo puede él, “ya que no hay trabajo del hombre
en el cual no pueda participar la mujer, de modo material
o intelectual; no existe incertidumbre angustiosa que el ma­
rido, con una sola palabra, no pueda vencer. £3 marido debe
hacer a su esposa partícipe de sus trabajos, debe esforzarse
en ser el guía de su vida, y ella se creerá amada y se preciará
de dichosa, sea cualquiera el sacrificio que su marido pueda
exigirle”. Así habla la señora Ferrero<2>, cuyos profundos
conocimientos no he querido escatimar a mis lectores.
Así, o de modo similar, han hablado muchos autores,
entre ellos Albert Molí, que decía ya en la primera edición
(1912), de su Manual de sexologia (Handbuck der Sexual-
vissenschaften): “Siempre que se consiga que la esposa
llegue a ser una inteligente auxiliar, aunque sea dedicándose
a pequeñeces, con tal que en algo ayude a su marido, se robus­
tecerá la unión interior entre ambos cónyuges. Quizá sea,
precisamente, debido a esto el que hallemos el mayor número
de matrimonios dichosos entre los comerciantes de venta al
por menor, cuya esposa ayuda, ocasionalmente, en tal o cual
insignificante quehacer”.
(I) Olna Lotnbroeo. Loe. clt.
(2) Olaa Lombroao. Dr. til. y Dr. med.. bija y secretarle del eran antro­
pólogo Ornara Lombroeo, casóee con al htetorlador Gugltelmo Perrero. Et madre
de doe hljoa.
Estoy plenamente de acuerdo con tales convicciones, y
tan sólo quisiera añadir que la mujer, por su parte, puede
hacer mucho para evitar el aburrimiento matrimonial, si
demuestra cierto interés por los asuntos que afectan a su
marido. Cuando la mujer que, por ejemplo, haya leído un
buen libro, después de haber estudiado una relación de viajes,
luego de haber asistido a una disertación, sepa contarlo de
un modo ameno a su esposo, podrá, muchas veces, desviar
de un modo bienhechor los pensamientos del marido de sus
trabajos, negocios, disgustos y pesares. Pero es preciso, para
ello, que el marido sea capaz de prestarle atención y de com­
prender sus charlas.
Precisamente en tales pequeneces, muy relativas, pero
que son tan importantes en la vida, ya que despiertan o echan
a perder el buen humor, es el tacto el que debe señalar a
ambos esposos el camino a seguir, para que su intimidad
tenga cierta nobleza.
Sólo sirviendo de guía la mano de un esposo que sepa lo
que es tacto, puede alcanzarse la cima de esta montaña ma­
trimonial que llamamos purificación.
Aunque resulte factible impedir el amenazador aleja­
miento intelectual entre los cónyuges, siguiendo los consejos
que antes he indicado, el medio más eficaz, sin embargo, será
un interés común entre ambos, por cualquier cosa que cautive
a los dos con igual fuerza. No importa que dicho interés
común sea el cultivo de unas flores, o la colección de sellos
de correos, la música o el deporte, el juego de ajedrez o el
estudio de motores de automóviles: un capricho común siem­
pre mantiene viva la compenetración entre los dos seres.

¿Pero qué interés podría sujetar con más fuerza y poder


a ambos cónyuges, que el amor y los cuidados por los hijos
engendrados por ambos?
Los hijos son el Lazo de unión espiritual más poderoso
en el matrimonio normal, y Los esposos que menosprecien
esta antiquísima verdad, tendrán múltiples ocasiones de
arrepentirse de ello.
Es el ginecólogo quien mejor que nadie puede darse
cuenta de que el problema de los hijos es bastante más com­
pilcado de lo que parece para aquellos felices mortales que
dejan a potencias superiores el cuidado de resolverlo. Se
encuentra a cada paso con desgraciados, en cuya vida las
desilusiones se suceden unas a otras, y para los cuales la
ausencia de hijos representa la ruina de la felicidad conyugal.
Observa a diario al marido que huye del tálamo por temor
a sus consecuencias; conoce infinitos lechos en los que la
mujer recibe temblando a su esposo, al que ama, no obstante;
y sabe cuántos matrimonios se desunen exclusivamente por
temor al embarazo.
La discusión de estos problemas, tan enormemente im­
portantes para la felicidad matrimonial, forma parte de la
tarea que me he propuesto; pero su estudio presupone el
conocimiento de las funciones normales de los órganos sexua­
les. Por tal razón consideramos primero en esta obra la
fisiología del matrimonio.

Llego, pues, al verdadero objeto del presente trabajo.


Es el cuarto pilar del magno edificio de la dicha matri­
monial, la vida sexual armónica y siempre floreciente.
Este pilar debe, pues, ser muy resistente y estar bien
cimentado, ya que ha de soportar la mayor parte de la
carga total.
En la mayoría de los casos, sin embargo, tiene una base
deficiente y se compone con material corrompido. Así, no
debe sorprendernos que, en tales condiciones, al cabo de
poquísimo tiempo, se derrumbe aquel magno edificio.
La vida sexual es la base del matrimonio, y, sin embargo,
la mayoría de la gente casada, ignora por completo hasta los
elementos que la componen.
El fin que me he propuesto es, pues, remediar esa falta,
señalando a la vez medios y caminos para formar una vida
sexual de matrimonio armónico y siempre floreciente.
Para conseguirlo, me dirijo a los médicos y a los maridos.
A los médicos, ya que, en este caso, deben ser los conse­
jeros de los casados.
He dicho deben ser; pero, para comprender cuán poco lo
son y cómo casi no lo son, basta leer el siguiente párrafo de
la Fisiología sexual, normal y patológica de la mujer, de
Ludwig Fiaenkel (Nórmale und Pathlogische Sexualphysio-
logie des Weibes) U>; "He dejado hablar aquí al sexólogo con
toda amplitud, ya que quizá sea el especialista más compe­
tente en la materia, y también porque la mayoría de los
ginecólogos saben, efectivamente, muy poco de todas estas
(2)3 debido a cierto recato respetable, que, por
cosas, quizá(I)
cierto, considero inadecuado" W.
Y a los maridos, que deben ser, sobre todo en esto, guías
de sus esposas, pues con harta frecuencia no sólo les faltan
las propiedades indispensables para un buen guía, sino que
hasta carecen' de las cualidades de un buen compañero. Y,
a lo mejor, ni siquiera sospechan que están plagados de
imperfecciones. El marido dotado de una potencia normal
y que cumple con regularidad sus "deberes matrimoniales"
de un modo fisiológico (al menos para él), cree haber hecho
ya cuanto su mujer puede exigirle. Pero cuando esto no la
satisface y la ve de continuo descontenta, entonces, con pena
o indignación, de acuerdo a su propio tipo de temperamento,
la considera simplemente una de esas mujeres “sexualmente
frígidas” (aunque todas las mujeres nacen con plena poten­
cialidad a la respuesta sexual completa y el fracaso en obte­
nerla recae en gran parte en el esposo). Lamenta, pues, su
mala suerte y se aleja más y más de ella.
Si, por el contrario, ha tenido la suerte de unirse a una
mujer de "temperamento" y que no se muestra fría en ü
cumplimiento de "sus deberes”, no impedirá esto el que al
cabo de algunos años de placeres siempre idénticos, llegue a
sentirse, el aburrimiento en las relaciones entre los esposos,
que amenace también gravemente la felicidad conyugal, y es
el caso que ese aburrimiento puede ser evitado por la varie­
dad, lo que, para el hombre, significa, casi siempre, cambio
(I) Su el tamo ni de 1* Obra de Llepmann: Kurxgefasstae Handtruch der
peramten Frauenheükunde [Breve manual de Ginecología). F. C. W. Vogel,
Leipxlg (161*). pig. 11.
(J) No estoy conforme con la expresión “qulal". — (.V. del A.).
(3) En esto* últimos afioe va abandonándose, por fortuna, dicho recato por
parte de loa ginecólogos, como, por ejemplo, puede verse en la monografía de E
Kehrer: Ca-osas y terapéutica de la esterilidad a base de loe puntos de vista mar
demos, junto con un estudio de los trastornos de la vida sexual, especialmente
de la dispareunta (1922). Verlag Stelnkopff, Dreaden. Sin embargo, para La ab­
soluta mayoría de loa médicos y hasta para loa ginecólogos, conserva plena va­
lides cuanto acabo de decir.
de objeto, y tiene por fin, indefectiblemente, la desunión. Ni
por asomo se le ocurre pensar que es suya la falta, y que en
su mano estaba remediar tal desunión, por la que igualmente
sufre.
Ocurre esto porque ignora que existen innumerables
variantes del goce sexual que, siempre dentro del límite de
lo normal, apartan del lecho conyugal el aburrimiento de las
costumbres, prestando a las mutuas relaciones entre los
esposos, encantos siempre renovados. Y aunque, a lo mejor,
sospeche algo, lo considera como un libertinaje, y no' puede
comprender que, desde el punto de vista normal, todo lo
que es fisiológico debe considerarse como moralmente permi­
tido (*>. Por regla general, considera a su mujer como “dema­
siado pura para tales cosas”; la deja cada vez más sola, busca
la anhelada variación fuera de su hogar, y, con excesiva
frecuencia, acaba en el verdadero libertinaje.
El marido medio ignora que la satisfacción sexual de la
mujer no tiene la misma evolución que la del hombre; no
concibe, ni remotamente, que la sensibilidad de la mujer debe
despertarse paulatinamente y de un modo afectivo; no puede
comprender por qué las esposas de los hindúes, tan acos­
tumbradas a las consideraciones que sus maridos tienen
para ellas, llaman, burlonamente, a los europeos “gallos de
aldea” (3>; no comprende la mentalidad de los habitantes de
Java, que aprecian más el goce que proporcionan que el que
ellos experimentan (»>,
Es para él un enigma completo la verdad sobre el ca­
rácter de Don Juan; más aún: lo entiende totalmente al
revés (4>, Si lee la obra de Marcel Barriére, Essaí sur le Don-
(1) Hasta i» iglesia admite tal consideración. Más adelante volveré sobre
*ste asunto. (Ver capitulo XVII}.
(3) Benito al lector a la obra de Havelock EHls: Las sensaciones sexuales.
(3} Comunicación de Breltenstetn en su obra: 21 Jahre in indien (21 años
en )ii India). parte I, Borneo. (Citada en la obra de Picas-Bartela: Das Weib,
uit. (La mujer, etc.), (Neníela y Henlus, Berlín).
(4) En el texto alemán ae encuentran los siguientes versos de la obra de
Weiner von der Schulenburg, titulada ron Juan» lítete» aben te uer (La última
aventura de Don Juan) :
¥ es asi, en su regato, en donde muere a vece»
ese fruto bendito ignorado del hombre,
Cuya mente vulgar g mediocre no Quiere
reconocer la fuersa que en su persona esconde,
Juanlsme contemporain (Ensayo sobre el donjuanismo con­
temporáneo), comprenderá que el alma del seductor no busca
la posesión y el abandono bajo y egoísta, sino que halla el
mayor de los goces en el que él mismo proporciona a la mujer.
En este sentido, el papel del marido debe ser siempre el
de seductor de su esposa.
Y así, dando la felicidad perpetua, la sentirá siempre en
sí: su matrimonio será siempre un super-matrimonio.
Para desempeñar esta tarea debe obtener el hombre
ciertos conocimientos, a menos de que sea un genio en cosas
de amor. Debe saber hacer el amor. Los capítulos siguientes
podrán ayudarle. Algunos pasajes podrán ser leídos sin difi­
cultad por los profanos; otros, necesitarán ser “estudiados”,
en el crudo sentido de la palabra, pues mis explicaciones, aún
evitando la pedantería, tienen un carácter esencialmente
científico. Esto, y la misma materia, hacen que sea imposi­
ble prescindir de palabras extranjeras y de términos técnicos.
El lector que, de vez en cuando, no entienda ciertos
pasajes, podrá dirigirse a un médico en demanda de las expli­
caciones complementarias. Teniendo en cuenta el elevado
fin, bien vale la pena el estudio.

V asalta la aureola de la mujer que es santa,


en ve» de luchar por sus abrazos amorosos.
Busca sdlo el halado de la ardorosa llama
que se lleva, pirata de un bajel que se abate
al huracán de pasiones que su misma sed apaga,
en vez de la sed de ella, de la divina amante.
V es en este servicio divino, por iu mal,
bestia ferot, mds animal que los animales.
Capítulo II
ELEMENTOS DE FISIOLOGÍA SEXUAL GENERAL DE LA
ESPECIE HUMANA
PRIMERA PARTE

Evolución del impulso sexual — Sensacjones sexuales y


EXCITACIONES INTERNAS

El impulso sexual y el impulso de la autoconservación,


son los que rigen la vida. El primero tiende a la conservación
de la especie; el segundo, a la perpetuación del individuo.
Por consiguiente, el impulso sexual resulta mucho más impor­
tante para la naturaleza que el impulso de la autoconserva­
ción, siendo por esto mismo el más fuerte. Esto se demuestra
en el reino animal, en donde los machos más aptos exponen
alegremente su vida en la lucha por la hembra; lo mismo
puede apreciarse en los hombres primitivos, y también hoy
podemos comprobarle diariamente entre la gente de los países
civilizados, que, para satisfacer su impulso sexual, se expone
a un sinnúmero de peligros, y muchas veces sacrifica su exis­
tencia en aras del amor.

No me parece dudoso que el impulso sexual, en su


esencia, sea idéntico al impulso de la reproducción; pero me
parece igualmente cierto que esos dos impulsos han venido
diferenciándose cada vez más. Hasta en los círculos teoló­
gicos lo confiesan ya con más frecuencia y mayor libertad.
Así un clérigo, el pastor Ernest Baars, en Problemas Sexuales
(pág. 753) admite “que el deseo de procreación ha cedido en
comparación con el deseo de las relaciones sexuales.”
A medida que ha progresado la civilización, ha ido per­
diendo el impulso de procreación su intensidad primitiva.
Sigue conservándose de modo más perfecto en la mujer.
Aunque hoy día, ya no suele manifestarse como “voluntad
procreadora”; sin embargo, en la absoluta mayoría de las
mujeres, puede percibirse como anhelo por la maternidad,
como “grito por el lujo”.
En el hombre, por el contrario, lo único que persiste del
impulso de la procreación es el deseo, por cierto no muy raro
y a veces hasta ardiente, de tener un hijo de la mujer querida,
es decir, de hacer así más duradera la unión amorosa. Un
deseo que es el equivalente al que una mujer normal profun­
damente enamorada tiene de tener un hijo del hombre
amado(1). Pero este deseo que se ve reforzado por una ten­
dencia algo mística en los que aspiran a alcanzar la inmor­
talidad, por la continuación de su plasma germinal y la
transmisión de sus propiedades personales, ya tiene poco de
impulsivo y no tiene nada de irresistible <2>. A lo sumo, puede
convertirse en anhelo. Y, a fortiori, reza esto para los restan­
tes móviles que inducen al hombre hacia la procreación. Si
estos móviles son cuestión de familia, de apellido, de bienes,
de razones sociales, de costumbre y hasta de vanidad, son
siempre de naturaleza razonables, y no quiero decir con esto
que no puedan adquirir el carácter de un impulso extraordi­
nariamente fuerte.
De esta suerte, queda excluido casi por completo el im­
pulso de la procreación como componente del impulso sexual.
En los pueblos civilizados, el impulso de la procreación se
distingue netamente del impulso sexual, que es en sí mismo,
el resultado evolutivo del primero.

Muchos y muy significativos autores (entre ellos, por


ejemplo, Hegar y Eulenburg), consideran al impulso sexual
(1) Compárenle la» últimas palabras del poema de Adalbert von Ghamlso:
Dulce «migo, me miras eon tal sorpresa, que te hall» en l* colección de Roberto
Schumann: Amor y vida de mu/eres (Frauenliebe isnd Leben) y cuyo pleno
valor no se lo da la música bella y emotiva, sino ¡a repetición:
Llegará la ntaAana, cuando ya el ruedo acabe,
y aún me dará tu imagen su sonrisa mds suave. ..
Tu Imagen...
(2) Corno puede verse, uso de la palabra "Impulso’' en su más estricto sen­
tido. según Kralít-Eblng, lo que resulta muy adecuado para el uso de "impulso
Eexual", en vez de hacerlo en sentido más débil, má» generalizado por Wundt,
que con dicha palabra tan sólo Indica inclinación, ansias, deseo, anhelo.
como impulso de copulación, deducido el Impulso de pro­
creación.
No puedo estar de acuerdo con ellos. Aunque la cópula
es el objeto final de los deseos sexuales, la actividad sexual
no es Idéntica a la copulación. El impulso hacia dicha fun­
ción, generalmente, aunque no siempre, existe ya entre los
niños; es decir, mucho antes de que tengan ni aun idea de
la posibilidad de la cópula.
Considero, además, improcedente buscar para el concepto
“impulso sexual" denominaciones tan gráficas, máxime cuan­
do se le interpreta en relación con el impulso de procreación,
tal como lo he hecho más arriba.
El impulso sexual empuja hacia la actividad sexual, y
tiene su asiento, sus raíces y sus irradiaciones, no sólo en la
esfera genital, sino en el cuerpo entero y en el dominio psí­
quico. Es todopoderoso, y ejerce su influencia mucho más
allá de la esfera sexual propiamente dicha. Recordemos, tan
sólo, su fundamental influencia sobre el arte ("erótica").

El impulso sexual, con todas sus manifestaciones, depen­


de, en gran parte, de la función de las glándulas sexuales, y
de sus secreciones internas (células de la procreación), y muy
particularmente, de la llamada secreción interna de estos
órganos.
Está comprobado que estas glándulas u hormonas (como
muchas otras, aunque no todas, así como algunos tejidos no
glandulares) producen sustancias químicas que no llegan
hasta el exterior, sino que son absorbidas, directamente, por
la corriente sanguínea. Semejantes sustancias, por reducida
que sea su cantidad, pueden ejercer un efecto enormemente
grande sobre todo el cuerpo o sobre algunas de sus partes.
Las sustancias que segregan las glándulas sexuales (aun
antes de su maduración), tienen una importancia decisiva
para el desarrollo de los órganos genitales, de los caracteres
secundarios y del cuerpo entero. Cuando las glándulas ger­
minales quedan muy atrasadas en su desarrollo, o cuando
faltan por completo, como, por ejemplo, después de una elimi­
nación artificial (extirpación) durante la juventud, y cuando,
por consiguiente, no puede manifestarse el efecto de los
mencionados productos de secreción en medida suficiente en
el individuo que está en pleno desarrollo, entonces, en vez
del ser humano normal se forma el tipo del castrado, que se
distingue del primero en su desarrollo corporal, en su meta­
bolismo y en sus propiedades psíquicas, y tanto más cuanto
más pronto y más radicalmente se haya iniciado la falta de
dichas glándulas sexuales.
La “secreción interna” de las glándulas genitales de la
mujer empuja al organismo, tanto al que está desarrollán­
dose como al completamente desarrollado, corporal y aními­
camente, hacia una dirección específicamente femenina,
mientras que la secreción interna de las glándulas del
hombre ejerce una acción correspondiente en el sentido
masculino. Esto se observa, entre otras cosas, cuando se le
extirpan a un animal (preferentemente joven) las glándulas
germinales, inoculándole las glándulas del sexo contrario
(por ejemplo, por medio de la transplantación; debiendo
observarse, en este caso, determinadas precauciones). Sus
caracteres, y también sus inclinaciones sexuales, sus intentos
de aproximación, se mueven entonces en la dirección que
corresponde a las glándulas sexuales recientemente trans­
plantadas; su cuerpo, así como sus funciones, se transforman
de modo correspondiente, siempre y hasta el límite que con­
sientan las relaciones anatómicas ya existentes. No obstarte
debe entenderse que todo hombre y mujer tiene algunas de
las características del sexo opuesto. La proporción varia y no
está en absoluto bajo el control de las glándulas sexuales,
pero es esta mezcla de atributos masculinos y femeninos lo
que contribuye a formar un tipo de personalidad más fácil­
mente capaz de comprender las complejidades del otro miem­
bro del matrimonio.
Es un hecho indiscutible, por otra parte, que las propie­
dades sexuales, los sentimientos, las inclinaciones y, en parte,
también las funciones sexuales, especialmente en los adultos,
no están exclusivamente ligadas a la actividad de las glán­
dulas germinales, pues, si así sucediese, no podrían dar testi­
monio de su existencia una vez que hubiese cesado su efecto.
En realidad, estos sentimientos y manifestaciones persisten
en algunos individuos que ya no disponen de glándulas se­
xuales aptas para la función, sea que hayan sido extirpadas
a consecuencia de una operación quirúrgica o de enferme­
dades destructivas, o bien que su función haya cesado a
consecuencia de transformaciones regresivas normales, tal
como sucede en toda mujer de cierta edad (generalmente, de
los cuarenta y tres a los cincuenta años).
Probablemente desempeñan entonces su papel corres­
pondiente, las secreciones internas de las demás glándulas,
y, naturalmente, también cuando las glándulas sexuales se
hallan en pleno periodo de funcionamiento. Tanto en uno
como en otro caso, resulta, no obstante, un factor de impor­
tancia suma la adaptación adquirida sobre las funciones
sexuales; es decir, la adaptación adquirida por la experiencia.
Y más importante aún que esta propiedad psíquica adquirida,
es la heredada. También ésta se basa, a su vez, sobre la poten­
cialidad de las glándulas sexuales, considerándola desde el
punto de vista de la evolución del hombre y sus antepasados,
Por lo tanto, puede decirse que el impulso sexual, en las
épocas primitivas, radicaba exclusivamente en las glándulas
germinales, mientras que en los hombres adultos contempo­
ráneos depende, por una parte, de las concepciones anímicas
heredadas o adquiridas, y por otra parte, de la función de
estas glándulas, es decir, de su secreción, tanto interna como
externa.

Albert Molí ha dividido el concepto del impulso sexual,


en sus Untersuchungen über die Libido sexualis (Investiga­
ciones sobre la libido sexual), en dos partes: impulso de con-
trectación (*> e impulso de detumescencia.
Aunque estoy, en principio, identificado con dicho autor,
prefiero vulgarizar estas expresiones, no muy sonoras, am­
pliando algo su significado; debo hacer resaltar, no obstante,
(1) Para mejor comprensión del sentida en que aquí se emplean las pa­
labras "contrectar" e "Impulso de contrectaclán”, estimo conveniente consignar
aquí que, según el Diccionario de D, Manuel de Balbuena y D. Ramiro de Mi­
guel, "contrectare” es un equivalente a manosear, palpar, tocar, "ccntrectarlo"
A tocamiento, manoseo. Y según mis informes particulares, los RR. PP. Reden­
tor latas Interpretan impulso de con trectación, como tendenaia al manoseo. Aun­
que todo ello no expresa, quizá, el verdadero sentido que el autor desea dar a
sus palabras, be entendido pertinente ofrecer al lector hispan o ame rica no estas
aclaraciones, sin Animo de aparecer como definidor, sino con deseo da serle útil.
— ¡Nota de) traductor).
que no conviene interpretar semejantes distinciones de un
modo absolutamente concreto, ya que los conceptos, bajo
muchos respectos, coinciden el uno con el otro, siendo éste
el motivo de no diferenciarlos tan señaladamente.
La palabra “contrectare" significa palpar. Mol! la usa
en el sentido de tocar (tocar a una persona del sexo opuesto).
Por mi parte, considero este impulso como un deseo irresis­
tible de acercarse cuanto más se pueda al otro sexo, por lo
que le llamo “impulso de aproximación" (sexual).
El impulso de detumescencia i1), de Molí, lo traduzco por
impulso de relajación (sexual), teniendo en cuenta tanto la
relajación local como la general, y, de un modo preferente,
la psíquica <1>. Mejor aún sería usar el concepto “impulso
23
de satisfacción sexual”, que expresa de modo más adecuado
y más conciso la sensación causada por la relajación local y
general, la que satisface y está en más inmediata e íntima
unión con el momento culminante de la unión sexual. Pero
como quiera que la palabra relajamiento concuerda bastan­
te bien con la expresión “detumescencia”, de Molí, usaré
Indistintamente ambas palabras, concediéndoles el mismo
significado.
Lo que sí debo rechazar es el concepto de Hermán Roh
leder, usado en su obra Das gesamte Geschlechtsleben des
Menseben (La Completa Vida Sexual de la Especie Humana),
y de otros autores, que admiten aún un tercer componente
(mejor dicho, primero o segundo); es decir, el impulso de la
tumescencia, ya que no puedo considerarlo como autónomo.
La tensión, siempre progresiva hasta el principio del coito, es
fenómenú concomitante y consecuencia del impulso de apro­
ximación. Desde allí hasta el orgasmo (que, simultánea­
mente, representa el punto culminante del acto y e! principio
del relajamiento, y, por consiguiente, la satisfacción en su
doble significado), la tensión, en sí misma, no representa
impulso alguno propiamente dicho, aunque vaya en aumento
(1) Tumeioere (lulto), hinchar; ¿«tumescencia (del francés: d¿tune*eer-
ce), reducción de la htnchaxón. Ua palabras "detwnescere" y "¿«tumescencia"
son formaciones d«I latín moderno.
(3) Quien desee ver una descripción perfecta de lo» síntomas caracterís­
tico» del impulso de aproximación en un* muchacha normal e Ignorante, hecha
de un modo sencillísimo, decente y artísticamente acabado, debe teer el primer
cuento: MsdemoiseUe Bourral, de 1* obra de Claude Ajiet: Feffte VtUe.
progresivamente, llegando, por último, a su grado máximo,
sino un medio para lograr el fin; es decir, un medio para
llegar a la satisfacción iniciada, o, dicho en otras palabras:
pertenece (desde el mismo principio del coito) al impulso de
satisfacción sexual.

Aunque el impulso de relajación depende, en gran ma­


nera, de los estímulos externos y de impulsos psíquicos, ae
trailla, sin embargo, muy particularmente en el hombre, bajo
la influencia inmediata del estado de los órganos sexuales,
especialmente en lo que a la acumulación de semen se refiere,
de modo que, a veces, puede representar simplemente un
impulso de eyaculación.
En el reino animal existe también, entre las hembras,
una amplia correlación entre la evacuación de los ovarios y
él impulso de relajación. Resulta mucho más acusada en los
peces. En los animales superiores puede reconocerse la corre­
lación entre esta parte del impulso sexual y la ovulación, bajo
la forma de manifestaciones del celo. Pero, en el transcurso
de la evolución del “homo sapiens”, han ido separándose cada
vez más el impulso de satisfacción sexual de la mujer y la
expulsión de las células ovillares. Sin embargo, esta separa­
ción, en la mujer de nuestros tiempos, no es tan completa
como generalmente puede suponerse. Existen indicios (como
podremos ver en el capítulo V) que nos permiten observar
conexión.
Para repetir brevemente, y de un modo esquematizado,
todo cuanto hemos dicho: el impulso sexual (el impulso de
la actividad sexual) depende, esencialmente, de la función
excretora de las glándulas germinales, cuya secreción interna
domina a su primer componente, al impulso de la aproxima­
ción, mientras que sobre el segundo, el impulso de relajación
(impulso de satisfacción sexual), influyen las secreciones
externas. Tesis ésta que, naturalmente, y por su misma
concisión, debe aceptarse siempre con cierta reserva (“cum
grano salís").

Alrededor del impulso sexual, convertido poéticamente


en impulso de aproximación, van cristalizando multitud de
conocimientos y pensamientos, formándose asi el compleja
anímico del amor no diferenciado.
No es esto más que un eslabón en la evolución de la vida
sexual del individuo. En plano más o menos breve, van siste­
matizándose los sentimientos amorosos, mientras que el
complejo anímico se esparce cada vez más, atrayendo a su
esfera grupos imaginativos, hasta dominar la mayor parte
de las imágenes psíquicas; se encuentran las asociaciones,
cada vez más duraderas, y su corriente sigue una dirección
determinada. El objeto del amor, en principio nebuloso,
adquiere una forma más fija, una forma personal: la mente
va modelando la forma ideal del amado (o de la amada), y
pronto se encuentran uno y otro, personificando el sueño.
Lo que les puede faltar de semejanza con el ideal soñado lo
suple la imaginación.
Una primera solicitud, tímida y furtiva; una palabra,
una mirada cariñosa, y brota la llama y nace el amor en un
mar de alegría.
El impulso de aproximación, convertido en amor, tiene
ahora ocasión de desplazarse. Surge, crece, hasta que, final­
mente, se logra la unión completa con el ser querido.
En el momento, pues, en que el amado y la amada alcan­
zan, dentro de si, su complemento, se encuentra de nuevo el
impulso de aproximación y el deseo de verlo satisfecho, y, de
nuevo también, se funden en un sentimiento más elevado.
El amor ha llegado a su cúspide: sólo ahora puede florecer.

Aunque confieso que estos sentimientos tan complejos,


por su plenitud, por su profundidad, su tenacidad y perseve­
rancia, y a los que debe llamarse, justamente, amor, pueden,
en casos excepcionales, dirigirse simultáneamente a varios
objetos en vez de a uno solo, considero, sin embargo, que lo
que caracteriza al amor, plenamente desarrollado, es el ser
esencialmente monógamo (»), aun cuando las costumbres de
(1) Ei precito, para mayor claridad, ponerse de acuerdo sobre loe vocablos
usados. En la etnología, te comprende bajo la palabra monógamo a aquella
persona que, durante toda su vida, tan sólo se casa una vez, y que, después
de la muerte de su esposo (O esposa) no contrae segundas nupcias. La palabra
se aplica tanto a loe hombres como a las mujeres. ''Polígamo" slgntltca, por el
religión o de raza, las situaciones forzadas u obligatorias,
le conduzcan, ocasionalmente, hacia el acto sexual con per­
sona diferente de aquella que es objeto de su amor.
Cosa distinta sucede, sin embargo, cuando el impulso
sexual no tiende plenamente hacia el amor, o cuando des­
aparece esa tendencia. Entonces, el ser humano, y muy
especialmente el hombre, vuelve a su carácter primitivo,
esencialmente polígamo.

El matrimonio es la forma duradera de la unión amorosa


monógama.
Significa, como tal, una etapa superior, favoreciendo la
transformación de los impulsos egoístas en un altruismo
amplio y consciente.
Considerándolo desde este aspecto, efectúan los amantes,
con su enlace matrimonial, un acto santo, no sólo en el sen­
tido religioso. Los cónyuges se comprometen a lo más subli­
me, a lo más bello y, a la vez, a lo más difícil en las relaciones
entre hombre y mujer: condensar durante toda su existencia
las corrientes de sus sentimientos amorosos, guiándolos
siempre hacia la misma dirección; reservando durante largos
años, siempre e incansable y mutuamente, el uno para el otro,
cuanto el esposo y la esposa, cuanto el ser humano puede
brindar a su semejante.

contrario, *1 que contrae vario


* *
matrimonio sucesivo», después de disuelto el
anterior, asi como el hombre que. simultáneamente, tiene verlas mujer» *. La
mujer que vive en comunidad matrimonial con vario* *,
hombre suele también
denominarte polígama; pero *e designa, generalmente, con el nombre de po.
liendra (el equivalente masculino “pollgLno" e* menos usado). Existe, por con­
siguiente, cierta Irregularidad en el modo de designar los estado» mencionados,
La inexactitud se hace aún mucho mis manifiesta, ya que on lenguaje co­
rriente dichas denominaciones ''monógamo" y "pollgatno", no se aplican exclu­
sivamente al matrimonio. sino indistintamente a toda unión sexual. Por eso
quiero ponerme de acuerdo con mis lectores, haciendo constar que la * palabras
"monógamo" o "polígamo", se emplean indistintamente, unto para hombre *
como para mujeres, Interponiéndose sólo en el sentido de una o varias uniones
sexuales en un plexo temporal más o menos breve.
El amor, que con la consumación matrimonial ha
llegado a su completo desarrollo y a su máxima evolución,
puede brindar, bajo esta forma, a ambos cónyuges, una dicha
duradera.
¡Pero cuán pronto pueden marchitarse los más bellos
sentimientos! ¡Cuán a menudo pueden fallar los más santos
propósitos!
¡La voluntad es fuerte, pero es débil la carnet Y ¡cuántas
veces hasta la misma voluntad pierde su poderlo!
Uega un día en que aparecen la incompatibilidad de
caracteres, la incongruencia y la diferente evolución de los
instintos; puede representar, en teoría, un número ilimitado
y calcularse las consecuencias; pero aún se está muy lejos de
la triste realidad.
Y es que, en efecto, cuando cesa la atracción empieza
la repulsión sexual.
No cabe duda de que todo cuanto hemos dicho existe,
efectivamente, al menos entre la especie humana. Se mani­
fiesta siempre cuando el impulso de aproximación va per­
diendo su efecto, y con tanta más fuerza y potencia cuanto
mayor, cuanto más manifiesta ha sido antes dicha fuerz»
atractiva. Puede desarrollarse tanto que llegue a provocar la
enemistad y hasta el odio... ¡Cuántos dramas matrimoniales,
tanto reales como imaginarios (ejemplo, Strindberg), nos lo
prueban y nos lo confirman! Para el matrimonio resulta
tanto más peligroso, cuanto que el ser humano, generalmente
—o al menos en su principio—, no se da cuenta de dicha
transformación.
En la lucha entre los instintos de repulsión y los de
atracción sexual existe un medio muy eficaz para salvar el
matrimonio, sin tomar en consideración la máxima potencia
evolutiva de los puros sentimientos del alma, que entran en
juego en primer término. Este medio es el aumento, a
tiempo, de las fuerzas sexuales atrayentes, de modo y manera
(1) La consumación del matrimonio (Muirtmonixin cofutimare) debe dis­
tinguirse claramente del oonoepto “contraer matrimonio'
* (matrimoniM» con­
traere), Tal diferenciación la permiten Rellffionee y Estados que no conocen
el divorcio: la posibilidad de deshacer la unión matrimonial, declarándola nula,
en aquello casos en que puede comprobarse que el casamiento te ha realizado de
acuerdo con los l«yes de la Iglesia y del Estado, sin que haya tornado parte el
cuerpo (esto es, sin que haya tenido efecto el primer coito); es lo que m llama,
canónicamente, matrimonio rato..,
que Las opuestas ni siquiera tengan ocasión propicia para
manifestarse.
Hay que prevenir o remediar la incongruencia de los
deseos e inclinaciones sexuales; La evolución de Los instintos
debe llevarse a cabo, y en el mismo grado, por ambos cón­
yuges, y, de un modo especial, deben impedirse a todo trance
los retrocesos.
¡Y todo esto puede conseguirse.,aun cuando cierta­
mente, no es fácil lograrlo’
Se logra cuando la solicitud amorosa va tomando de
continuo nuevas formas.
Se alcanza cuando los esposos amantes se muestran mu­
tuamente dispuestos al halago sexual continuo. Se consigue
por mutua adaptación y educación sexuales, por medio de
la seducción alternativa en el sentido altruista, desarrollando
la técnica de la mutua satisfacción sexual mucho más allá
de lo que es costumbre hoy día en los matrimonios.
En breves palabras: se logran en y por medio del
MATRIMONIO PERFECTO
Capítulo III
ELEMENTOS DE FISIOLOGIA SEXUAL GENERAL DE
LA ESPECIE HUMANA
SEGUNDA PARTE

Sensaciones sexuales y excitaciones externas


Hemos visto, en el capítulo anterior, cómo se desarrolla
el impulso sexual procedente del impulso procreador, pasando
por diversas fases, hasta que alcanza su grado máximo en la
forma del matrimonio perfecto. Al mismo tiempo, hemos ex­
plicado hasta qué punto quedan influenciados por factores
internos los componentes del impulso de actividad sexual.
En el presente capítulo trataremos de demostrar cuáles
son las influencias externas que producen, sea una excitación,
sea una inhibición del impulso sexual.
De igual modo que las excitaciones internas pueden
dividirse en excitaciones somáticas (efectos de las secreciones,
repleción de ciertos vasos, conductas excretores y cavidades)
y en excitaciones psíquicas (imágenes, recuerdos, sueños), las
influencias externas se subdividen en excitaciones en las
cuales predomina el factor corporal, y en otras que, sobre
todo, pertenecen al dominio psíquico. Las diversas excita­
ciones de origen interno y aquellas de orden externo se
penetran recíprocamente. Unas y otras llegan a nuestro
conocimiento por los órganos del sentido. Es, por tanto, útil
en cuanto sea posible, considerarlas separadamente.

Empecemos, pues, con las impresiones psíquicas, y preci­


samente con aquellas que son capaces de producir efectos en
la esfera sexual; veremos entonces que todos los sentimientos
naturales, capaces de provocar el miedo o la ansiedad, pueden
producir un efecto excitante sobre las sensaciones sexuales.
Este fenómeno puede explicarse, en parte, por el deseo de
unirse, en el momento de peligro, con el compañero expuesto
al mismo— tal vez por ser más fuerte—, el deseo que obliga
a buscar protección cerca del hombre; mientras que éste, por
su parte, trata de proteger a la persona más débil: la mujer;
resultando luego de la mezcla de estos dos sentimientos, un
estímulo para la aproximación sexual.
No basta, sin embargo, esta explicación; pues también,
sin intervención alguna del factor protección, pueden los
acontecimientos naturales, capaces de provocar el miedo,
producir excitaciones sexuales, como lo observamos a veces
claramente en los sujetos entregados a la masturbación.
Es difícil afirmar lo mismo de otras influencias ocultas
de naturaleza puramente física, como, por ejemplo, las que
provienen de perturbaciones atmosféricas, que obran sobre
la actividad cerebral. Como ya ha observado Virgilio, es cierto
que una fuerte excitación sexual puede ser provocada por la
tempestad, y aun la que está cerniéndose, es decir, antes de
que entre en juego el miedo a los relámpagos y al trueno.
No es solamente el miedo, sino también el pesar, el que
puede producir excitaciones sexuales. Naturalmente, en este
caso, hay muy diversos momentos: por una parte, el anhelo
de hallar o de dar consuelo, el pesar dividido entre dos seres,
que les une con más fuerza, y el intento inconsciente de
desviar los pensamientos, apartándolos de dichos pesares. Por
otra parte, hay un componente esencial en esta relación de
pesar y de excitación sexual, lo que todo aquel, atento a estos
problemas, puede observar ocasionalmente en sí mismo o en
otras personas. La explicación de este hecho se relaciona,
indudablemente, con el de que los trastornos del equilibrio
anímico son capaces de atenuar las inhibiciones corrientes,
brindando de esta suerte ocasión para que los impulsos primi­
tivos se manifiesten en una medida más pronunciada que de
ordinario.
Por otra parte, todas aquellas impresiones que provocan
miedo, temor o pesar, cuando estos sentires son suficiente­
mente intensos, producen un efecto amortiguante sobre toda
excitación sexual ya existente, y hasta imposibilitan que se
forme, por muy agudos que sean los estímulos locales. Así
puede suceder que, bajo la influencia de impresiones inhibi­
doras —por ejemplo, por miedo al embarazo—, no logre la
mujer, a pesar de una sensibilidad completamente normal, sa­
tisfacción alguna durante el coito, al igual que, por el mismo
motivo, puede el hombre perder la erección ya existente.
Todas las emociones de esta índole, así como los pensa­
mientos y sensaciones suficientemente intensas, son capaces
de desviar la mente del impulso de la función sexual, pues
no puede negarse que los complejos de pensamientos o de
sentimientos aumentan o disminuyen de un modo especial
la excitabilidad sexual.
Como ya he indicado antes, esto puede arrastrar a ciertos
accidentes desagradables. Pero la persona sensata e indul­
gente aprovecha estos momentos en su propio beneficio, ya
tendiendo al bien y a la dicha de su compañero de amor, o
bien acelerando o retardando el desarrollo de las reacciones
sexuales.

Hemos tratado algo detalladamente estos problemas, que


surgen de lo que precede, para demostrar cómo se encadenan
y se cruzan las explicaciones y las inhibiciones, las sensa­
ciones corporales y las anímicas, los estímulos psíquicos
exteriores y los internos; cuán difícil es, a menudo, poder
diferenciarlos; cómo se refuerzan o aniquilan mutuamente
o, en otras palabras, demostrar lo complicadas que resultan
estas cuestiones. Me llevarla demasiado lejos el analizar tales
relaciones detalladamente cada vez que surgieran en este
estudio. Por lo tanto, intentaré evitarlo en lo posible, expo­
niendo estas cuestiones del modo más sencillo que pueda;
pero el lector debe tener siempre en cuenta este estado de
complicación, y más aún en la vida práctica. No hay que
olvidar jamás que, en el laberinto del alma, los caminos de
la vida sexual son los más tortuosos, y quien lo olvida .se
expone a muchas decepciones y desengaños.

Las impresiones que proceden de la intelectualidad de


una persona pueden actuar sobre la esfera sexual del otro
sexo de una manera favorecedora o inhibidora, y ocurre espe­
cialmente así cuando se trata de rasgos específicamente
sexuales. Producen, por ejemplo, un efecto favorable para
el impulso de aproximación de la mujer, la gallardía y el
valor en el hombre, y un efecto inhibidor, la cobardía. El
pudor y la castidad, de la mujer atraen al hombre, mientras
que una conducta opuesta produce, generalmente, el efecto
contrario. También las propiedades intelectuales, así como
los modales, pueden, hasta cierto punto, constituir un medio
atractivo de índole sexual. La estimación que se siente por
determinada persona del otro sexo se convierte, muchas veces,
en base firme del amor. La admiración obra aún con más
fuerza, y, hasta cierto punto, en doble sentido: el admirado
es atraído y, recíprocamente, la persona que admira; lo que
sirve para demostrar el papel que juega la vanidad en la
vida erótica.

Aparte de las impresiones psíquicas, son, sobre todo, las


excitaciones sensoriales las que atraen mutuamente a los dos
sexos. La evolución del impulso de aproximación hacia el
amor se verifica por la elección de aquella persona del otro
sexo de la cual proceden las impresiones y las excitaciones
más apropiadas (“selección sexual'
*, como suelen denominarla
algunos autores).
Los estímulos a que hemos hecho referencia tampoco
pierden su importancia en esta evolución. Son indispensables
a la conservación del amor, ya que la solicitud amorosa, tan
continuamente repetida, y que jamás debemos dejar de re­
petir, sólo puede efectuarse por su mediación.
“Amar significa tener el placer de ver, tocar, gozar con
todos los sentidos, y todo lo cerca que sea posible, un objeto
amado y que nos ama * ’ <0, Estudiemos, pues, los diversos
medios de su influencia sobre los sentimientos amorosos.

Es dudoso atribuir al gusto efectos sexuales. Confieso


que su influencia debe ser escasa. Generalmente, es difícil,
por no decir imposible, distinguir claramente las impresiones
gustativas de las del olfato, que las acompañan. (Especial­
mente de aquellas que llegan, a través de la boca, a la región
posterior de la cavidad nasal). Admito también que, en cier-
(1) "Altner. c’est avolr du ptaHlr A »olr. touCher. sentir par ton» les sena,
et d'auasl prés que posslble. un objet aimable et qul nous atine**
. Stendhal.
De PAmour, libro 1, capitulo II.
tas circunstancias, y en relación con las de que me ocupo,
dichas dificultades son especialmente grandes.
No obstante, no debe considerarse como absolutamente
desprovisto de trascendencia, en cuanto al amor, el sentido
del gusto. No me refiero, como es natural, al conocido pro­
verbio: “El amor de los hombres pasa por el estómago”, ni
mucho menos al hecho de que una buena comida, ingerida
entre dos, aunque sea “seca” (sin tomar bebidas alcohólicas),
influya de un modo muy marcado en el impulso de aproxi­
mación de ambos copartícipes, pues el sentido del gusto no
tiene relación alguna directa con las sensaciones sexuales, al
menos desde este punto de vísta.
Pienso, más bien, en observaciones que muestran que
ciertas secreciones de un ser deseado ardientemente —por
ejemplo, la saliva—, pueden, por su sabor, obrar sobre el
compañero a modo de excitante. Esta excitación es, a veces,
poderosísima. A este respecto, el grado de excitación, depende
de la sensibilidad individual, muy variable en los distintos
individuos; más aún que de las cualidades especiales de la
sustancia gustativa, y en un mismo individuo aquél varía
según las épocas y las circunstancias de La vida.

El sentido del oído no ha sido, a mi parecer, suficiente­


mente apreciado por muchos autores, en lo que a sus relacio­
nes con los sentimientos sexuales se refiere.
Al oír resonar la melodía
que cantó antaño la mujer amada,
al pobre corazón le falta vida
y es del duelo y las penas la morada,.,
Así gimió una vez el imponderable poeta del amor.
Cuando vuelven a oírse los sonidos que en nuestro recuerdo
van unidos a los pensamientos de tiempos pasados, de gran
dicha amorosa, sólo nos queda el suspiro, aun cuando se trate
de “canciones sin palabras” que antaño produjeran nuestra
alegría. Se despierta el recuerdo, con la melodía, tanto o más
(1) Heme, filucfc der LUStr.
que por la letra de la canción. Es la melodía la que aparece
asociada con los pensamientos amorosos, y fue el sentido del
oido el que transmitió a la esfera sexual aquella impresión
profunda y perdurable.
El dominio del sonido brinda a los seres humanos, espe­
cialmente sensibles para la música como para los sentimien­
tos amorosos, estímulos sexuales de primer orden. Ningún
ser humano puede oir la imponente composición orquestal
del segundo acto de Tristón e Isolda, de Wagner, sin experi­
mentar un profundo sentimiento sexual Nadie oirá los
Cuentos del bosque de Viena, de Johann Strauss, interpretado
por una buena orquesta, sin que el deleite haga vibrar el
fondo sonoro de su propia sexualidad.
Shakespeare llamó a la música “manjar de los aman­
tes" (’>. Difícilmente podrá expresarse su influencia erótica
de un modo más perfecto. El ritmo representa un factor
esencial, el mayor de todos, ya que le corresponde, bajo cual­
quier forma, una importancia preponderante para la vida
sexual (lo que hace resaltar especialmente la escuela psico-
analítica).
Pero no sólo la música es capaz de producir los efectos
mencionados. El impulso de aproximación se estimula de un
modo mucho más fuerte, mucho más pronunciado, por las
impresiones del oído que poseen un carácter puramente per­
sonal, y muy particularmente por la voz humana.
El timbre de voz, la entonación de una palabra (la cual
ni siquiera debe tener una entonación especial), puede, en
medida casi increíble, servir de estímulo amoroso. El modo
particular de decir “tú” la mujer, basta a veces para llevar
al hombre a las máximas manifestaciones amorosas, hasta el
punto de hacer irreprimible su deseo.
Debe tenerse en cuenta que no sólo entran en juego las
sensaciones auditivas: la postura de la amada, la expresión
de su rostro, una mirada, tienen del mismo modo su impor-
(1) Un hombre strusto no pensar
* un solo instante que tales emocione
*
puedan consideraras como Impresiones visuales o auditivas, es decir, como aso­
ciaciones intercurrentes. La» decoraciones y las palabras molestan, mis bien.
Creo superfina, para probarlo, un
* consideración critica de las representaciones
de Tristón.
(3) W. Shakespeare, Twelfth. Night, or wftor you tolU, acto I, escena I.: "ir
muele be the food oí love, plsy on, glve me exceso of it. . .“. (Si la música es el
manjar de los amores, tocad, pues quiero gozarla con exceso, ..).
tanda; pero es la sensadón auditiva la que, de un modo
exclusivo, produce tal efecto. Y, en pruebo de ello, diré que
una palabra como la citada antes ("tú”) puede ser la deter­
minante de aquél, aun dicha por teléfono. Hagamos resaltar
aún que la memoria almacena, con preferencia, las impresio­
nes auditivas, prueba de su efecto enérgico y duradero. Co­
nozco varios casos en los que el recuerdo de la voz de una
persona amada, transmitida por teléfono, ha dejado una
huella imperecedera.
Olores naturales y personales
Las cualidades personales son de grandísima importancia
en lo que a las correlaciones entre el sentido del olfato y las
sensaciones sexuales hace referencia. Debe hacerse notar
que, tanto en lo referente a la sensibilidad para percibir los
olores, como también respecto a la producción de sustancias
olorosas, tiene la mujer, indudablemente, ambas facultades
mucho más pronunciadas que el hombre, existiendo, además,
enormes diferencias raciales.
La susceptibilidad individual para olores oscila entre
grandes límites. Hay personas que tienen escasa susceptibi­
lidad olfativa. Las hay también que ni aún conciben la im­
portancia que puede tener el olfato para la vida sexual, y
que, conscientemente, no pueden percibir semejantes impre­
siones olfativas. Estas personas se ven, por ello, privadas de
un estimulante que tanto deleite proporciona al amor. Es
por esto por lo que les aconsejo dirigir su atención hacia este
punto, para que se den cuenta del deleite que pueden propor­
cionarles los perfumes suaves que se desprenden del cuerpo
amado.
No es raro hallar personas que tienen el olfato muy des­
arrollado. Los labios, que todo pretenden esquematizarlo,
han creado para ellos una categoría especial de "tipos olfa­
tivos”. Estos individuos se acercan mucho a los seres pri­
mitivos y ancestrales, en los cuales poseía el olfato una
importancia preponderante, superior, por cierto, al sentido de
la vista, en cuanto a las relaciones sexuales.

La misma diversidad existente para la percepción de los


olores la hallamos en cuanto a la producción de sustancias
olorosas propias.
Como es natural, no deben comprenderse bajo esta deno­
minación los oleres secundarios que se producen por falta da
aseo en el cuerpo y vestido, por la eliminación de gases intes­
tinales, por el aire viciado, debido a la ingestión de ciertos
manjares (ajo, por ejemplo), pues todos tienen el efecto pro­
nunciado de producir asco, y, por consiguiente, una sensación
negativa para el impulso de aproximación sexual, lo que, dada
su importancia, no debe dejar de tenerse en cuenta.
Son aún más repugnantes los malos olores producidos
por ciertos estados patológicos; pero lo es, indudablemente,
en grado superlativo, la fetidez del aliento, porque ésta no
puede disimularse. La fetidez del estómago, las caries den­
tarias y ciertas enfermedades de la nariz, pueden producir,
y producen, resultados fatales.
De esto nos da una prueba fehaciente el aislamiento, al
poner de manifiesto el grado de aversión sexual que puede
producir. Una de las cuatro causas por las que se concede
a la mujer mahometana el derecho a divorciarse, se con­
creta en la siguiente disposición: "Cuando el esposo sea un
"Akhbar”, es decir, cuando padezca de aliento fétido <l> o de
“ozaena” (2), la mujer mahometana tiene derecho de pedir
el divorcio”.

La conducta que observa cualquier buen perro nos indica


que cada individuo tiene un olor característico. El perro sabe
hallar a su amo entre una muchedumbre de personas, gracias
a su olor personal, y sigue sus huellas sin titubear, sin equi­
vocarse, aun cuando aquéllas no sean visibles.
Hay también personas que poseen esta actitud de sentir
los olores propios, aun cuando en lo que a nosotros, los occi­
dentales, se refiere, brilla en mucho menor grado que entre
los orientales y habitantes del sur. Y, no obstante, ¿no nos
brinda el perfume propio que se desprende de la piel, del
cabello de la adorada, toda una fuente de deleite? ¿No inten­
ta el enamorado aspirar de continuo, beber, por así decirlo,
el aroma de su aliento? Un gran experto en lides amorosas,
(1) De le obre del Dr. en med. Hueseln Hlmmet, OescMechtrkrankhelten
und <m ítlam (Enfermedadea venérea/ p matrimonio en el Idamismo).
Müller y Bteinicke. München, W17,
13) Oímui (nombre griego) lignítica: fiinítü atrí/lca fétida.
pregunta o: “¿Qué es el beso? ¿No es, acaso, el ardiente
anhelo de aspirar una parte del ser a quien se ama?”

Los olores mencionados adquieren tan sólo su valor com­


pleto cuando ya existe un grado bastante considerable de
aproximación, puesto que, en sí, son muy débiles y frágiles.
Corresponde, indudablemente, un valor positivo, por lo que
hace referencia a tales situaciones, el olor del sudor, que es
fácilmente perceptible durante los primeros intentos de apro­
ximación. Tiene, además, un sello fuertemente personal,
siendo mucho más agudo que los otros olores citados. Y como
quiera que se produce de un modo preferente en las axilas,
teniendo las mujeres de un modo especial, a causa de sus
vestidos ligeros, y más aún durante los movimientos del
baile, ocasión tan propicia para esparcirlo, se comprenderá
fácilmente que tiene una importancia indiscutible, tanto más
cuanto que se trata de sensaciones que, en caso dado, pueden
provocar hasta una antipatía sexual. Porque en muchas mu­
jeres y jovencitas el olor de sus axilas es distintiva y desagra­
dablemente “animal" y lo peor es que, con frecuencia, no se
dan cuenta, lo que resulta doblemente desafortunado para
ellas y para los demás. Las propagandas de desodorantes en
las revistas inglesas y americanas producen grandes ganan­
cias resaltando esa característica.
Casos en que el olor a transpiración sea atractivo desde
el primer momento son relativamente raros, aunque existen.
Por lo genera], sin embargo, este olor personal particular
resulta al principio indiferente o ligeramente repulsivo, pero
Ímede llegar a ser intensamente estimulante cuando se ha
ogrado alcanzar un cierto grado de excitación erótica.

De que esto depende tanto de la individualidad del que


*produce el olor como del que lo b"ele, tuve la prueba con oca­
sión de una jovencita conocida nuestra. Uno de los jóvenes,
de sólo veintidós años de edad, dijo, sin intención alguna y
(1) Olacomo Caumova, Ia FUmo/U "Cho eos'e un baclo? Nos
é forsl t¡ desiderlo *
ardeat di «pirare un» porslone aeU'essere che >1 mi?",
sin darse cuenta de la importancia de sus sensaciones, aun­
que de una manera precisa: “No me gusta bailar con ella...
No cabe duda de que es simpática... ¡Pero huele tan mal!..
A lo que replicó el otro amigo, tan cándido como aquél: “¿De
veras? ¡Pues no te entiendo! Precisamente encuentro ver­
daderamente agradable el olor que esparce en tomo suyo...”
Quiso la casualidad que unos ocho días después escu­
chase la conversación inocente de dos muchachas de dieci­
ocho años, que hablaban de uno de sus compañeros de baile,
exponiendo un criterio idéntico al antes citado.
Como ejemplo de la agudeza del olfato de muchas per­
sonas, así como también respecto a la alterabilidad de las
sustancias olorosas que se desprenden de un individuo, citaré
los siguientes datos: He tenido en tratamiento a una joven
de diecisiete años, que padecía, con frecuencia, ligeros au­
mentos de temperatura. La madre de la paciente reconocía,
esos periodos de "fiebre" por el olor que se percibía a alguna
distancia de su hija, y, aunque nadie más podía notar dicho
olor, el termómetro certificaba siempre su diagnóstico.
Es igualmente curioso otro ejemplo del que no quiero
privar a mis lectores: Una joven conocida mía sabe apreciar,
por las transpiraciones cutáneas de su marido (cuyo aliento
está bastante velado por ser fuerte fumador), su. estado psí­
quico. llama a su olor “dulce y fresco”, cuando está de buen
humor; “fuerte”, cuando está cansado, y “excesivamente
fuerte", si ha tenido disgustos o grandes excitaciones, es
decir, que el olor sufre un aumento a medida que son pro­
fundos los trastornos experimentados en el equilibrio anímico.
Otro olor importante, que en comparación con cuanto
llevo dicho resulta ser netamente sexual específico, existe
tan sólo en el sexo femenino, y por cierto en determinadas
épocas. Me refiero al olor típico de la menstruación. Como
se sabe, es debido a las eliminaciones genitales menstruales
y haciendo caso omiso de ocasionales olores secundarios,
sumamente repugnantes, debidos a descomposición y falta de
aseo, tiene el mismo propiedades características, comunes a
todas las mujeres, pero que pueden cambiar, tanto ejq matiz
como en intensidad y caracteres individuales, por lo que
resulta un verdadero sello personal. Pero debe ser cuidadosa­
mente distinguido de los olores adventicios, consecuencia de
la falta de aseo personal, que con demasiada demasiada fre­
cuencia lo acompañan y que son en extremo nocivos y repul­
sivos.
Es cierto que este olor queda fuertemente velado por los
vestidos, y más aún por el cambio frecuente de ropa interior.
No obstante, para el observador de tipo olfativo es fácilmente
perceptible, y, no solamente como olor en la eliminación
genital, sino, en muchos casos, también en las eliminaciones
ya mencionadas, como el sudor y el aliento, teniendo en este
segundo caso, un matiz personal mucho más declarado.
El olor menstrual, al igual que el sudor, puede dividirse,
el su vez, en lo que al efecto del impulso de aproximación se
refiere, en repulsivo, atrayente y fuertemente atrayente (es
decir, ligeramente repulsivo al principio, pero atrayente o
fuertemente atrayente cuando existe un cierto grado de
excitación que, como es natural, debe hallarse bastante
avanzado). El segundo grupo es muy reducido; el tercero,
mayor, mientras que el primero es enormemente considerable.
Muy atinadamente dice el proverbio; “Hombre prevenido vale
por dos”, y podría añadirse: “¡Mujer prevenida vale... por
tres!”

El olor de los genitales es sexual específico, tanto en el


hombre como en la mujer. Tiene un sello personal en sus
matices y en su intensidad. Generalmente, el olor genital
ejerce una influencia sexualmente excitadora sobre las per­
sonas del otro sexo, de una percepción normal, siempre y
cuando no sea demasiado pronunciado, lo que por lo general
no suele suceder. Sin embargo, dados nuestros hábitos y
costumbres, esta influencia sólo puede llegar a demostrarse
cuando la intimidad entre los dos enamorados ha progresado
bastante.
Ahora bien; basta que el olor natural esté un poco alte­
rado para que ejerza un efecto contrario, produciendo una
marcada aversión sexual.
El olor genital es más acentuado en la mujer que en el
hombre. Aumenta, de un modo especial, bajo la influencia
del deseo, que se manifiesta por una secreción más abundante
de las glándulas que desembocan en los órganos genitales
externos. Lo mismo sucede, en un tanto por ciento, respecto
a todos los olores de secreción, y este olor propio individuo!
puede adoptar un carácter determinado, como medio especí­
fico de excitación y atracción.

Debe clasificarse, igualmente, entre los olores sexuales


genéricos, el del semen del hombre.
También el semen tiene sus matices determinados. Tro­
pezamos de nuevo, en primer lugar, con diferencias debidas
a la variedad de las razas: huele más fuerte el esperma de los
orientales; es más agudo, más penetrante que el de las perso­
nas de epidermis blanca. El esperma del adolescente sano de
la Europa occidental tiene un olor fresco, siendo más pene­
trante el del adulto. La clase y grados del olor del esperma,
tan característico, muestra cierta analogía con el perfume
de las flores de castaño y acacia, que, según la clase del árbol
y el estado atmosférico, tienen grados distintos, produciendo
unas veces un olor fresco y agradable, como el de las flores
en general, y oteas, sumamente penetrante, casi repugnante.
En un mismo individuo varía el olor del esperma, según
las circunstancias, como he podido deducir de varías comu­
nicaciones, dignas de crédito. Tras las excitaciones psíquicas,
huele muy fuerte; después de los esfuerzos corporales, es más
bien aromático, y, luego de coitos repetidos en breves inter­
valos, se hace más débil y aún huele mal. Muchas mujeres
manifiestan que ese olor corre paralelamente con las demás
emanaciones del cuerpo.
Después de cuanto llevamos dicho, es muy probable que
el olor del semen esté sujeto a oscilaciones individuales im­
portantes. No deja de ser curioso el observar que el médico,
que en su laboratorio se dedica a practicar análisis de esper­
ma, confirma, generalmente, dicha suposición, en modo muy
limitado, y sólo en lo que respecta a la intensidad. Segura­
mente se debe a que, en tales investigaciones, procura excluir
en lo posible las facultades de su olfato, ya que tales olores
le proporcionan, más bien, asco. Debe buscarse también dicha
diferencia, en el hecho de que el olor de esperma, tan carac­
terístico, aumenta a causa de la influencia del aire atmosfé­
rico y de la estancia fuera de los órganos masculinos. El
esperma, mientras está dentro de dichos órganos, no huele
o huele escasamente, perdiendo, por consiguiente, las dife­
rencias individuales.
A pesar de esto, Jas mujeres experimentadas no dudan
un solo instante de la existencia de tales diferencias, ni tam­
poco de su importancia; conozco una señora muy inteligente
y de delicada sensibilidad, que interrumpió de pronto sus
relaciones amorosas, cuando, después del primer coito, com­
probó que le era imposible resistir el olor del esperma de su
amante.
En lo que se refiere a la influencia general del olor del
semen sobre las sensaciones sexuales, puede decirse que ejerce
un efecto estimulante en la mujer y repulsivo en el hombre
pero entonces resultan de enorme importancia las asociacio­
nes del pensamiento, de tal modo, que a veces cubren por
completo el efecto primario. El olor de su propio esperma no
produce, a la mayoría de los hombres, repugnancia alguna,
mientras que el del semen extraño da lugar, indefectiblemen­
te, a la sensación de asco.
El olor del semen del hombre amado produce placer a la
mujer y hasta, tal vez, excitación y voluptuosidad, mientras
que, por el contrario, el semen del marido al que ha dejado
de querer, le causa una repugnancia invencible.

La mayor parte del esperma depositado en la vagina


suele salir de la misma. El resto, el que queda en su interior,
pierde, en breves instantes, su olor primitivo, en tanto que la
mezcla de secreciones masculinas y femeninas dentro de la
vagina, adquiere un olor peculiar (muy débil), fácilmente
perceptible por el experto como por el observador de tipo
olfativo, a través de los vestidos y de la ropa interior.
Este aroma ejerce un efecto especialmente excitante
sobre ambos sexos, teniéndose, por otra parte, en cuenta que
las asociaciones del pensamiento, unidas a dichas observacio­
nes —sobre todo cuando se relacionan con la procedencia de
los respectivos componentes—, llegan a influir de un modo
decisivo la impresión primitiva.
Al resumir cuanto llevamos dicho en este capítulo, vemos
que el olfato se halla en estrecha relación con las sensaciones
sexuales aun en los seres del mundo civilizado. Los olores
sexuales y los personales muy acentuados, producen, gene­
ralmente, en las personas cultas, un efecto negativo en cuanto
a los intentos de aproximación, y sirven, a veces, para aumen­
tar la aversión sexual; pero, en cambio, cuando ya se han
franqueado algunos grados de la aproximación, pueden
ejercer un influjo favorable, y, en caso de excitación sexual
ya existente, pueden servir para intensificarla. Por otra parte,
una aproximación sexual que haya casi logrado la excitación
completa puede ser detenida o completamente frustrada por
olores locales, en especial los que sugieren suciedad o enfer­
medad.
Teniendo en cuenta estos hechos, se comprenderá perfec­
tamente por qué, desde los tiempos más remotos, se emplean
sustancias olorosas, naturales o compuestas artificialmente,
para velar las propias o para hacerlas resaltar.
Perfumes y sensaciones sexuales

Es tema éste muy extenso y exige un tratado especial.


A veces estoy tentado de escribirlo, pero el problema no ha
madurado aún, y tal vez no lograse más que reunir genera­
lidades; acaso resultase un libro como tantos otros, por cierto
innumerables, que tratan sin cesar del amor y de sus rela­
ciones, en un sentido en el que yo no quisiera tratarlo.
Aun cuando ya desde ahora me es posible, como veremos
a continuación, llamar la atención sobre algunos hechos y
observaciones que son de fundamental importancia para la
creación de una doctrina de la “perfumación” sexual racional,
debo confesar que dicho sistema carece hoy de bases seguras.
Incumbe al sexólogo y al fabricante de perfumes, en estrecha
colaboración, cimentar esas fases, y no cabe duda de que dicho
estudio será de gran valor, desde todos los puntos de vista.
Encierra esto un gran campo de estudios para sucesivos
trabajos.
Considero, sin embargo, conveniente tratar el asunto
más de cerca en el presente capítulo, dada su importancia en
cuanto al origen y conservación de las relaciones amorosas,
debiendo considerarlo como especial para la técnica del ma-
trlmonio. De todo cuanto expongo puede deducirse ya alguna
que otra conclusión práctica, siendo ésta una razón que me
permite divagar algo sobre el tema señalado.
El uso de preparados olorosos tiene, desde el punto de
vista fisiológico, diversas finalidades, que pueden dividirse en
cinco grupos. Dos de ellos (que a la vez forman un primer
grupo principal), son de orden general; los otros tres (que
constituyen el segundo grupo principal) tienen un carácter
sexual.
El primer grupo principal, que sirve para fines generales,
intenta, por una parte, velar los olores desagradables que
hay en el ambiente, por ser de aroma más marcado (lo
que equivale a la supresión de una influencia depresiva), y
por otra, ejercer un efecto estimulante sobre todo el sistema
nervioso, ya que los perfumes, con tal de que no sean dema­
siado concentrados, no sólo producen una sensación agradable
para el olfato, sino que ejercen, también, un estímulo sobre
el sistema nervioso central, que a su vez, favorece la recepción
de toda clase de impresiones, aumentando de esta suerte la
capacidad reactiva. Y en este sentido, ya resulta de cierta
importancia respecto a la sexualidad.
La finalidad del segundo grupo es más bien sexual:
supresión de olores personales repulsivos, aumento de los
atractivos o fingimientos de tales. Junto a estos dos grupos,
que sirven, principalmente, para estimular el impulso de
aproximación en el otro sexo, hay otro destinado a exaltar
la propia emoción amorosa. Me parece que son sobre todo
las mujeres las que, sin darse cuenta, tienden a este último
fin, sirviéndose de ciertos perfumes.
La perfumación sexual racional (la que debe servir a las
finalidades de los grupos anteriormente citados), debe dispo­
ner de olores masculinos y femeninos, es decir, de aquellos
que se aproximan a los olores propios del hombre, haciéndolos
resaltar, fijándolos y completándolos, para estimular de este
modo la esfera sexual femenina; pero debe disponer también
de otros que, armonizando con los olores puramente feme­
ninos, tengan la propiedad de excitar los sentimientos del
hombre. Además de estos perfumes, habrá que emplear
aquellos que, con carácter “negativamente masculinos” y
“negativamente femeninos”, sean capaces de neutralizar los
olores propios desagradables, tanto de origen masculino como
femenino u>.
Antes de entrar en detalles especiales, debo observar,
respecto a los llamados conceptos de la fijación y neutraliza­
ción de los olores, que existen sustancias olorosas que, usadas
en cantidades muy reducidas, tienen la facultad de retener,
mediante su presencia, otros olores muy fugaces, haciéndolos
resaltar, ya que sin la presencia de los primeros se evapo­
rizarían. Frente a dichas sustancias, existen otras que poseen
la propiedad de anular, de un modo específico, determinados
olores, como también se conocen ciertos agentes químicos y
físicos que anulan o hacen resaltar a los mismos. Para citar
un simple ejemplo, diremos que hay sustancias olorosas que
pierden su olor cuando se secan, pero que al humedecerse de
nuevo esparcen otra vez su perfume.
En lo que hace referencia al concepto de armonía de los
olores, hay que llamar la atención sobre el hecho de que las
perfumerías dan gran importancia a la concordancia de olores
adecuados. Un perfumista francés, un tal Piesse, llegó a
formular una escala de matices de los perfumes, que corres­
pondían al teclado de un piano. Con dicha escala pueden
componerse los acordes olfatorios y las armonías olorosas, de
igual modo que pueden producirse disonancias de olfato.
Aunque el invento de Piesse tenía más fundamento ingenioso
que científico, denota, no obstante, una importancia carac­
terística e innegable de la justa combinación de olores.
Volviendo al problema de la creación del arte de la perfu­
mería sexual, debo confesar que la absoluta mayoría de las
cuestiones relacionadas con este problema, carecen aún, hoy
día, de todo desarrollo.
El ejemplo más típico de una sustancia olorosa masculina
nos lo da la naturaleza en el almizclero, que se produce,
(1) Existen, pues. cuatro cl«m de perfumes eexuales (Incluyendo los ar­
tículos de tocador perfumados}, que han de Intervenir, si se quieren alcanzar
las finalidades enumeradas en loe grupos teroerv y cuarto. Para la quinta ca­
tegoría Citada (que tiene por objeto la estimulaclta de los sentimientos sexuales
propios!, no ee precisan medios especiales, pues puede servirse la mujer del
olor "masculino
*', y el hombre, viceversa. Por consiguiente, este grupo no entro
en consideración para la elaboración de perfumes sexuales. La disquisición que
ee ha hecho en el texto tenia por fin exclusivo, diferenciar oon toda claridad las
diversas /inalídadet de la perfumaclón: no se refería, por tanto, o los preparados
perfumados de uso corriente.
exclusivamente, en unas glándulas especiales que se encuen­
tran en el macho adulto, en la proximidad de sus órganos
genitales, siendo más abundante y de mejor calidad en la
primavera, es decir, durante la época del celo.
Quiero aún citar como ejemplo otra sustancia, por cierto
una que pertenece al grupo de las “negativas femeninas”.
Me refiero al espliego. Los árabes del s. XVI usaron ya este
perfume como remedio contra el “desagradable olor de la
vulva”. El abundante uso que hacían nuestras abuelas de
aquellas encantadoras floréenlas secas, azules, que colocaban
en sus armarios, en el interior de pequeños saquitos, entre
la ropa blanca, nos da mucho que pensar (máxime cuando
se considera el escaso número de cuartos de baño y de bidets
en aquellas épocas). En efecto, el olor del espliego tiene esa
propiedad desodorante, suponiendo siempre que el “olor des­
agradable” no sea demasiado intenso y que no proceda
de faltas manifiestas de aseo personal o de secreciones pato­
lógicas. En otras palabras: el espliego tiene un efecto neutra­
lizante sobre el olor propio marcado de los órganos genitales
femeninos, lo que explica la preferencia que muchas mujeres
dan a las sales de espliego para baños y aguas de tocador.
Los artículos de tocador, para que tengan éxito en todos y
cada uno de sus objetivos, deben ser compuestos por expertos
y usados con conocimiento. En la actualidad existe una infi­
nita variedad de tales preparados para uso de hombres y mu­
jeres. Diariamente hace su debut comercial un nuevo perfume
o un nuevo "aliado de belleza”. La elección es tarea difícil.
Resulta de suma importancia que al emplear nuevos perfu­
mes se tenga gran cuidado en asegurarse que han de armo­
nizar no sólo con los propios ingredientes entre sí sino con
los olores personales del individuo que los emplee. Debe te­
nerse cuidado de que no contengan sustancias cuyo efecto
acentúe las cualidades que el que los usa desea modificar o
disimular.
Visión

No he de tratar el sentido de la vista con todo detalle


como acabo de hacerlo con el del olfato, en lo que respecta
a influencias sexuales. Mientras que en lo que se refiere a
la importancia de los olores he podido decir bastantes cosas
hasta ahora ignoradas o, al menos, poco tenidas en consi­
deración, sólo podría repetir aquí conceptos sabidos, en cuan­
to a la vista y a la transmisión de estímulos sexuales por
medio de los ojos.
Huelga detallar la importancia del sentido de la vista,
en lo que se refiere al impulso de aproximación. Produce las
primeras impresiones entre ambos sexos (salvo raras excep­
ciones), pudíendo éstas ser decisivas. Por fortuna, no todo
depende de las impresiones que por la vista se reciben, pues
si asi fuera, no serían muy ventajosas las probabilidades de
suscitar un amor y menos aún de conservarlo.
En comparación con el sentido del olfato y el del tacto,
que aumentan en importancia cuando tiene lugar una apro­
ximación progresiva, el de la vista pierde aquélla cada vez
más. Es decir: aunque más tarde pueda ir transmitiendo
impresiones favorables, siempre representará el papel trans­
misor de los grandes encantos; pero, al no existir éstos, que
pueden percibirse por la visión, entonces es precisamente este
sentido el que se deja subyugar de modo sorprendente por el
hábito, por la voluntad, excluyendo pensamientos, dejándose
dominar por las impresiones de los demás sentidos y, especial­
mente, por las influencias anímicas.
Te diré, en pocas palabras, la verdad de tu creencia:
es la vista del que ama, la que crea la belleza u>.
Los caracteres sexuales primarios, es decir, los mismos
órganos sexuales, tan sólo excitan al hombre adulto al verlos,
de un modo relativo. Pero cuando ya existe un considerable
grado de excitación sexual, producirá su vista un nuevo y
notable aumento de aquélla.
Los caracteres sexuales secundarios son los que excitan
el impulso de aproximación de modo muy marcado.
Desempeñan un papel importantísimo aquellas propie­
dades corporales que hacen reconocer, o al menos sospechar,
una gran aptitud para la unión sexual y, más aún, para sus
correspondientes consecuencias.
Por tal razón, se siente el hombre atraído por ¡os senos
(1) Pomí* d» CW:
Hoort, V rinden, meet een vxxnt den pront von uite saken.
Des Vrijers puntttfti oog, dat get de schoonhei/t malte n.
bien formados de la mujer (1>, y ella, a su vez, por la fuerte
contextura del hombre.
Nadie podrá negar que es entonces el sentido de la vista
el que, en gran manera, contribuye a la valoración de estas
*
cualidades 12’. Resultan, sin embargo, decisivas las otras
exigencias vitales que influyen sobre las sensaciones, sea que
lleguen a la conciencia, o sea que queden en estado incons­
ciente o subconsciente.
No menor influencia produce la vista de los movimiento;.
No importa que éstos se ejecuten con intenciones más o menos
eróticas, como suele suceder a veces durante el baile, o que
tan sólo se dejen percibir por un juego de líneas no inten­
cionado, como sucede con el andar de la mujer, especialmente
encantador y ligeramente ondulado. No puede negarse su
gran importancia para el impulso de aproximación.
Si queremos representar los sentimientos - quizás in­
conscientes— de la mujer, bastará recordar las palabras de
Margarita, en Fausto: *‘Su paso marcial, su noble figura".
Habrá que mencionar, finalmente, el estímulo especial
(1) Por tal rutón (Mí como instintivamente Siente el hombre cierta, oree-
alón cuando m d» cuenta da propiedades que 1c lumen ver una feminidad in­
completa y le dejan sospechar las fatales consocuenctM de una unión sexual
con tal mujer), cuán exactamente le guía entonces la vos de le naturaleza, nos
lo dicen Jas siguientes lineas; entresacadas de un artículo de M. Hlrsch. publi­
cado en el Zentralblatt für GyWticolagte. 1933, número 39:
“Quiero denominar mujeres Intersexualea a aquéllas que tengan uno o va­
rios caracteres sexuales masculinos o caracteres sexuales femeninos deficiente­
mente desarrollados, en su forma corporal externa, como, por ejemplo: hlrautls-
mo, laringe, voz, rasgo» de I* cara, genitales, mamas, extremidades y cierre de
loa muelos. Deben considerarse también Intcxsexuates todas aquellas mujeres
que, careciendo de los síntomas antee mencionados, tienen su impulso desarro­
llado de un modo deficiente o manifiestan factores del sexo opuesto. Se re­
fiere esto, en primer lugar, al impulso sexual, cuando no esta unllateralmente
diferenciado, o demostrando una disposición Infantil, enorme dependencia de La
madre, o cuando, al no existir tales manifestaciones, se ponen de manifiesto
más tarde y conducen a las máa distintas perversiones, basta la inclinación ho­
mosexual. Por regla general, dichas mujeres son poco seguras en su impulso, y,
además, tímidas. Bu vida sexual, desde la menstruación hasta la desfloroclón.
durante esta misma (vaginlamn), en él coito (dispareunía, esterilidad), en a
concepción (toxicosis) y durante el parto (distocia), las lleva a una serle de
conflictos y catástrofes anímica». Estoy completamente de acuerdo con cuanto
hn dicho Mathea respecto al particular.”
(2) En la reunión que celebró la Sociedad Alemana de Ginecología en Hel-
delberg (1923), maneioaó Ascimer. previo consentimiento de Stratz, la opinión
de este último autor, de que tan sólo cinco mujeres, entre mil, pueden consi­
derarse bella».
de los sentimientos sexuales, causado por el ritmo, tanto al
contemplar los movimientos del cuerpo como al sentir las
impresiones que produce en el oído.

Unicamente en las regiones frías tiene el vestido la fina­


lidad de conservar el calor propio; en los países cálidos, no
tenía primitivamente otro objeto que adornar el cuerpo para
hacerlo más atrayente y llamar la atención sobre determi­
nadas partes del mismo. Existen investigaciones de autores
diversos que nos suministran pruebas concluyentes de esta
afirmación.
El traje de los hombres entre las razas civilizadas, ha
correspondido siempre a las intenciones de los pueblos del
norte, sirviendo a su verdadero principio de vestirse para
protegerse contra el frío. Acaso se halle en la historia, aisla­
damente, una moda cuyo fin exclusivo sea el de hacer resaltar
los caracteres específicos masculinos, y de un modo más
marcado en la época en que los órganos sexuales se llevaban
dentro de un saquito, dispuesto al efecto en la parte exterior
de los pantalones de géneros de punto, en tal forma que era
forzoso que llamasen la atención i1*.
El traje de los hombres, en la era moderna, no produce
de ordinario ningún efecto sexual.
Algo distinto ocurre con los vestidos de la mujer, que,
sobre todo durante ios últimos años, ha admitido la tesis de
las razas meridionales, que no intentan cubrir sus cuerpos,
sino, de un modo exclusivo, aumentar sus encantos. Pero,
aun allí donde se les destinaba a preservar del frío, dio a
conocer claramente su intención de servirse de los paños que
cubrían su cuerpo para hacer resaltar, en primer lugar, los
caracteres sexuales secundarios; así los “décolletés” (escotes)
y el corsé, que durante una época bastante larga sólo tenían
(1) Las "braguttaa', m> llamaban oficialmente “capsula del pudor”, nom­
bre que deberle traducirse por el de “pantalón eltos”; m inventirón a media­
do* del siglo XV, como puede verse por los tapices decorativos de Nancy, en la
época de Carlos el Valiente. A principios del siglo XVI m exageró la moda enor­
memente. Durero y sus contemporáneos le reproducen en sus cuadros al repre­
sentar la soldadesca da su época.
Mée tarde se bailan ligeros matices do dicha moda. (Véase Vfoliet-le-Duc,
Diccionario del Mobiliario, tomo m. pég, BO).
por objeto realzar el busto. En realidad, todos aquellos arti­
ficios cumplieron al pie de la letra su propósito. Merece,
asimismo, mención especial, la llamada “cintura de avispa",
que mostraba los pechos y las caderas más abultados de lo
que en realidad podían ser. No hay que olvidar tampoco la
moda de la "tournure”, en 1880, que al principio sólo tenia
por finalidad llamar la atención sobre las redondeces de la
parte glútea que, aunque pertenece a los caracteres sexuales
secundarios típicos y constituye un estímulo no desprecia­
ble u), a causa de las dimensiones exageradas, dio a las damas
de la buena sociedad europea una desesperante semejanza con
las mujeres de la tribu de los hotentotes (negros del Africa
central) í3>.
Desde el punto de vista sexual resultó especialmente in­
tencionada la moda femenina cuando, como en la época del
Directorio, el vestido dejaba sólo descubiertas aquellas partes
del cuerpo que deberían cubrirse. Suelen utilizarse hoy teji­
dos muy livianos que se adaptan completamnte al cuerpo
para dejar ver, y aún adivinar, por sus formas y movimientos,
los encantos que pueden poseer. De esta manera, las mujeres
producen un efecto mucho más erotizante que si fuesen des­
nudas, apreciación de la cual ha hecho frecuentemente uso
la mujer, en beneficio suyo, desde los tiempos más remotos,
al cubrir de velos su cuerpo en la ejecución de bailes célebres
como el del velo, etcétera.
' Pero las más importantes impresiones sexuales que puede
recibir la vista son aquellas que trasmiten otros ojos.
En las novelas de amor se ha abusado ya tanto de la
mirada, que se ha concluido por no tenerla en cuenta. Hoy
día, casi no nos atrevemos a decir que dos seres se amaron
al verse por vez primera, y no obstante, sólo así, y exclusiva­
mente así, se nos acerca el amor. Nada es más cierto, más
real, que la prístina confusión magnética que dos almas pue>
(]} Víase la estatua antigua da La “Aphrodite Kalllpygos" (La Venus dsi
hermoso trasero), en el Museo Nacional de Ñapóles.
(2) Su sello característico es la ‘'stsatcpygfa" (parte glútta con grandes
prominencias adiposas), que es considerada por los hombrea di dicha tribu co­
mo ejemplo *d extraordinaria belleza,
(3) *Qu en esta materia no hay nada nuevo en esta tierra, nos ¡o de­
muestran loa hermosos frescos naturales de Knossos, en donde hallarnos ya re­
presentados los coráis, volantes, etcétera. (Viesa Ahrem: La mufer en el arte *an
tiguo. Dlederlchs. Jane).
den comunicarse una a la otra a través de la leve chispa de la
mirada de un momento u).
De qué modo (es decir, por medio de cuál combinación
de efectos musculares anímicos) se cambian las miradas,
cómo se juega con los ojos, cómo se habla con la vista, es
difícil analizarlo; quizá tan difícil como resulta fácil apreciar
la importancia de esta combinación de movimientos y de su
finalidad.
En todos los negocios de amor cabe aplicar, generalmente,
el antiguo proverbio: “En los ojos está el corazón; es, pues,
en los ojos donde debes leer” W. Las impresiones que reciben
los ojos no decrecen, no dejan de desempeñar su papel, desde
la primera y tímida mirada hasta el momento en que, recí­
procamente impresionados los amantes, cambian entre sí
efluvios de dicha y reconocimiento.

Mucha menos importancia que las impresiones de origen


personal tienen, para los sentimientos sexuales, aquellas que
recibe la vista del ambiente impersonal que la rodea.
Ño debe tenerse en cuenta todo cuanto se ha escrito,
impreso, dibujado, pintado y modelado, que encierra en sí
impresiones de carácter personal, pues tan sólo produce su
efecto al entrar en juego la imaginación de la personalidad
productora de aquellas impresiones.
También cuanto hay de impersonal puede, en deter­
minado grado, producir un efecto sexual. No es ciertamente
reducido el número de aquellas personas de sentimientos nor­
males, que se sienten excitadas sexualmente al contemplar un
paisaje hermoso. Es menor el número de individuos normales
que sienten ciertos estímulos procedentes de olores y de
líneas; pero, indudablemente, existen, y todo aquel que estu­
die con más detenimiento esta cuestión, hallará hombres y
mujeres pertenecientes a esta categoría.

El más importante de todos los sentidos es, sin duda


alguna, el del tacto.
(1) Margarita, od Fatrrto: "La aoorlsa de au boca, la fuerza da «ui ojo
*".
(3) Víctor Hugo, altado por Rudolí KraUM: Día frar (la Mujtr}, (Hott-
mana-8tutgprt).
Tiene su sede en toda la epidermis y en las partes limí­
trofes de las mucosas, próximas a las regiones cutáneas.
Ahora bien: no todas las partes cutáneas ofrecen, en este
sentido, igual importancia.
Conviene, para nuestro estudio, separar los estímulos
recibidos por las terminaciones nerviosas de los órganos de
copulación que transmiten el verdadero sentido del tacto, a
fin de tratarlos más detalladamente en los capítulos poste­
riores, distinguiendo, además, una sensación de tacto activo
y otra de tacto pasivo.
Considero activa aquella sensación que percibe las im­
presiones que se producen a la palpación de un objeto, en
aquellas partes del cuerpo que ejecutan la misma. Entran,
exclusivamente como tales, en consideración, las manos, y
particularmente los dedos; y de éstos, de un modo especial,
sus puntas, igual que el extremo de la lengua, mientras que
las plantas del pie y sus dedos, aun en las personas que cami­
nan descalzas, sólo pueden tener una importancia muy rela­
tiva y verdaderamente secundaria.
Debe concederse a los labios un puesto intermedio, ya
que en los mismos puede observarse una sensación de tacto
activo y pasivo de igual importancia, y, cuando ésta llega a
manifestarse, su función sexual resulta importantísima (sin
tener para nada en cuenta su participación en el habla);
ambas maneras de sentir pueden manifestarse de un modo
simultáneo; pero de esta función, es decir, del beso, hablaré
en capítulos siguientes.
El tacto pasivo, la sensación que transmiten los sitios del
cuerpo sujetos a la palpación, tienen su sede en todas las
partes restantes de éste y en las colindantes con las mucosas.
Además, en las capas y órganos situados debajo de la piel,
pueden formarse, cuando existe una determinada intensidad
de palpación, impresiones sensitivas, que resultan íntima­
mente afines y ligadas a las sensaciones de que trato en el
presente capítulo.

Respecto a las relaciones del tacto pasivo con la esfera


sexual, podemos decir que (suponiendo una disposición psí­
quica favorable) los estímulos que reciben las partes palpadas
pueden producir un efecto de excitación sexual, y es tanto
mayor cuando se aplica dicho estímulo en el lugar corres­
pondiente de un modo hábil, con suficiente variación, y
cuando, simultáneamente, existe un estado de susceptibilidad
corporal y anímica considerable (el cual puede aumentarse
mediante ejercicios y experiencias).
He de volver también sobre dichos estímulos en otro
capítulo, cuando trate del Juego amoroso (capítulo VIH).
Aquí me limitaré tan sólo a manifestar que, ciertamente, es
sensible a los estímulos palpatorios sexuales toda la super­
ficie del cuerpo, aun cuando, sin embargo, existen determi­
nados lugares predilectos, a los que podemos llamar zonas
erógenas.
Cómo particularidad de estas zonas diremos que se
hallan, principalmente, en las proximidades de los orificios
externos del cuerpo humano. Aunque no puedo declararme
de acuerdo con aquellos autores que, como Havelock Ellis,
opinan que estas partes están ligadas a los sitios de transi­
ción de la piel a la mucosa (tan sólo el borde de los labios
tiene una importancia especial), resulta sorprendente, no
obstante, que no sólo las proximidades de los genitales, sino
también las del ano, así como las de la boca <’► y nariz,
ofrezcan tales sitios predilectos. Lo mismo puede decirse,
aunque en menor grado, de los contornos laterales de las
cavidades orbitarias y de las partes próximas a las aberturas
del oído. En efecto: las prominencias internas de las au­
rículas y el borde del pabellón del oído, constituyen, en mu­
chos individuos, una zona erógena, a la cual pertenece tam­
bién el lóbulo de la oreja. Para dichas partes se precisan,
generalmente, estímulos más fuertes, con preferencia una
succión ligera, a fin de lograr un efecto de excitación sexual,
que puede alcanzar grados elevadísímos.
Existen, aparte de estas zonas, otros sitios predilectos
para la sensación del tacto pasivo, que nada tienen que ver
con los orificios del cuerpo.
Respecto al pliegue que delimita a ambos lados la parte
glútea y el plano posterior del muslo (la piel, en dicho sitio,
es hipersensible sexualmente, sobre todo a tactos muy sua­
ves), y la parte inferior de éste, aún cabe considerarlos reía-
*
(i) Me refiero en rete caen * loe contorno *
apartado de 1* boee, en
oontrapoetclóu a loe bordea labiales!
clonados con las zonas genital y anal; pero, en Lo que hace
referencia a las zonas erógenas de ambos lados y en la pro­
ximidad de la falsa costilla, por detrás de la rama ascendente
del maxilar inferior y de la zona situada en el límite posterior
del cuero cabelludo, no puede sostenerse la misma teoría.
Aparte de estas regiones, existen otras cutáneas que
poseen una excitabilidad especial; observándose, no obstante,
diferencias individuales muy considerables.

Ocupa una posición verdaderamente particular la sensibi­


lidad de las mamas, y, de un modo especial, la de los pezones.
Un ligero pellizqueo y el amasamiento de la mama, con
toda la mano, producen en la mujer una excitación sexual
incipiente.
La excitación del pezón, sea con el dedo o, mejor aún,
con la lengua y los labios, no sólo puede producir sobre la
mama una reacción determinada (aumentando el aflujo
sanguíneo a la vez que la turgencia y, eventualmente, tam­
bién, la secreción), sino que produce una contracción y un
endurecimiento del pezón, incluso hasta en una parte de la
aureola, ejerciendo un verdadero efecto de reflejo sobre los
órganos sexuales, que se manifiesta por la contracción del
útero <*>.
La influencia de esta excitación del pezón es especial­
mente fuerte en lo que respecta a las sensaciones sexuales.
También la succión ejercida por el niño de pecho suele pro­
ducir, con bastante frecuencia, por cierto, sensaciones de goce
sexual. No me permito emitir opinión alguna sobre el parti­
cular, máxime cuando se trata de mujeres sanas. Hablan
desde un principio a favor de este efecto las consideraciones
(1) Actuando a la Inversa —«obre loa genitales se produce un estímulo
tundentemente fuerte, por vía de reflejo, que provoca la contracción de loe
pesónos. A bate de esta relación que, como es natural, ha llamado la atención
en todas las ópocas. supusieron los anatómicos de la Edad meóla la existencia
do vías directa» de comunicación (sin intervención de la medula dorsal) entra
loa pezones y loo órganos sexuales. El primero que emitió tal hipótesis fue
Leonardo da Vinel, el cual (según nos cuenta la leyenda) dio suma importancia
a la misma. Su conocido dibujo a pluma, que representa en corte sagital una
pareja de enamorado
* efectuando el coito, reproduce, con toda exactitud, la co­
municación antes mencionada en el cuerpo de la mujer.
fisiológicas, mientras que las psicológicas se oponen al mismo
de una manera resuelta. Sólo la experiencia puede decidir
la cuestión, aun cuando no resulta cosa fácil obtener los
datos pertinentes. En lo que a mí experiencia personal se
refiere, puedo decir que las mujeres, relativamente pocas, a
las cuales me he atrevido a dirigir esta pregunta, me han
contestado, sin excepción alguna, que jamás sintieron tales
sensaciones de goce al amamantar a sus hijos, aunque, en
realidad, no ignoraban la excitación sexual producida por
estímulos del pezón en el juego amoroso.
Más tarde veremos que tal manipulación puede desem-
penar, y desempeña, en el juego amoroso, un papel impor­
tantísimo.

La sensación del tacto activo produce, a veces, muy


marcadas excitaciones sexuales, que pueden ser muy fuertes
cuando la palpación del cuerpo humano se hace con inten­
ciones eróticas o, al menos, cuando existe una disposición de
la subconsciencia, favorable a dicha manipulación.
Como la psique, el alma está predispuesta, y el más leve
roce, el contacto casual, pueden causar un éxtasis amoroso.
Ahora bien: si existe una indiferencia hacia el objeto,
o si las asociaciones de Indole erótica son inhibidas o refre­
nadas, sea intencionalmente, por la firme voluntad o por
pensamientos que las desvían, entonces, a pesar de una
palpación prolongada de los óiganos sexuales, el tacto activo
no provocará tales sensaciones eróticas.
En disposición psíquica mediana se dan las condiciones
previas indispensables para que el sentimiento del tacto
activo transmita con tanta mayor intensidad las Impresiones
sexuales productoras, cuanto más marcado sea el carácter
sexual de las partes del cuerpo palpadas.
De todo cuanto hemos dicho vemos, pues, que el tacto
es el más importante de los sentidos para las sensaciones
sexuales (tal como lo manifesté al principio): precisando,
sin embargo, como base, de una predisposición psíquica ade­
cuada, y pudiendo producir efectos cuando haya precedido
cierta aproximación.
INTERMEDIO PRIMERO
I
Sólo en el matrimonio halla el amor su verdadera dicha.
Mme. de StaSl.
II
¿Qué es el matrimonio? La estrecha unión de la voluntad, del
trabajo y del sufrimiento entre ambos cónyuges. Lo peor que puede
suceder en el matrimonio, para la mujer, no es que sufra, sino que
muera de anhelos, que se aburra, que viva solitaria como una viuda.
En tales casos, no debe extrañar a nadie el ver que la esposa se aleja
del marido. Pero si desde el primer día, a partir de las primeras
dificultades, se ha hecho suya, muy suya, participando de sus inten­
ciones y pensamientos, de sus disgustos y sus sinsabores; cuando
ambos hayan velado juntos, martirizados por Idénticos pensamientos,
sólo entonces se habrá logrado conquistar el corazón de la amada.
El pesar y el dolor son unos maravillosos soldadores para los que
se aman. Sufrir en común, significa una cosa: i amar 1
Jales Míchrtef.

m
El matrimonio está en lucha continua con un monstruo que pa­
rece devorarle: la costumbre.. ^ el hábito.
Honoré de Balzac.

Feliz mujer la que casa


con marido bondadoso,
que es preferible morir
a no ser así dichoso (*).
Cita de Jacob Cats W.
(1) In traducción da «ata poesda se ha hacho a baa» de la versión francesa,
dada por Wernur von Schulenburg.
(2) Jacob Cata (1617-1600). llamado aún en nuestros <Uu "Vadee Cate"
(Papá Cats), no sólo era un político muy estimado y un poliglota de tama, sino
qua entre los holandeses era un poeta muy querido, dedicado especialmente a
cantar la moral popular. Bacogia Con preferencia cualquier dicho de alguna len­
gua moderna o clásica, o un modismo cualquiera, y ellos le Inducían a escribir
sus paráfrasis poéticas, con fines do moral sexual; ilustró eu obra con grabados
en madera. T añadió, por último, a su trabajo, algunos refranes, proverbios o
poesías procedente» de toda clase de Idiomas, a veces en número verdaderamente
asombroso.
V
Todo animal de más o menos peso,
del mar los peces todos,
de los bosques el pájaro ligero,
cada uno a su modo,
buscan la compañera dulce y pía,..
¿Y por qué no he de hallar también la mía..,?
Cats; Liefies Kort-sprake
VI
¿por qué el penar de amor quieres saber, amigo,
nos lleva a hacer del yugo puerto ideal de abrigo?
Escucha la razón: todo hombre lesionado
quiere unirse a aquel cuerpo de que fue desmembrado.(D.
Cats.
de Sinne-en Minne er bedlden.
(Amsterdam, 1658),
VII
Si Dios hubiese destinado a la mujer para ser dueña de su ma­
rido, la hubiese formado de la cabeza de Adán; si entrara en sus
cálculos hacerla esclava, la moldeara de sus pies; pero la formó de
su costado, porque era su destino ser una compañera digna y fiel.
San Agustin.
VIII

Cuanto más grande es el hombre, más profundo es su amor.


Leonardo da Vinct.
IX
La mujer es un ser débil que, una vez casada, debe sacrificar
al marido su voluntad. En justa correspondencia, el marido debe sa­
crificarle su egoísmo.
Balzac: “Recuerdos de unos recién casados".
X
El esposo arrastra a su mujer, con fuerza irresistible, hacia el
circulo trazado por él.
Goethe: Die natürliche Tochter (La hija natural).
(X) Esta poesía, en unión de otras escritas en idiomas extranjeros, se halla
en un cuadro que representa la creación de Eva, formada de la costilla de Adin,
teniendo por lema: Quod perditií oprat (Desea lo que ha perdido).
XI
La esposa es pata su marido lo que éste ha querido hacer de ella.
Bdlzac.
XII
Lo que martiriza a la mujer no es la tiranía de su esposo, sino
su indiferencia.
Michelef.
XIII
En cosas de Amor, no hay medias tintas ni medíanlas. El que
no abraza fuerte y con fuerza irresistible a su mujer, ni es estimado
ni es querido par ella. La esposa se aburre, y el aburrimiento, en la
mujer, se halla muy cerca del odio.
Micfielet.
XIV
Una mujer fría es una criatura que no ha hallado aquel a quien
debe amar.
Henry Beyle (Stendhal).
XV
¡Eh, tú, el que estás sentado y te quejas tan triste...
Si tu mujer es fría, lo es porque elegiste
una pobre chiquilla repleta de m amias,
que causa tus pesares y que amarga tus días.
Mas si tu corazón lleva hasta ti el clamor
de que tan sólo ella te sirve con amor,
recobra la energía y soporta las penas,
y aún gozarás los días de ilusiones serenas...
Con paciencia y argucia yo he logrado en un día
encender con dos piedras mi hoguera de alegría ... <D.
Cata.
XVI
Vuestro blasón debe ser; amar mucho más de lo que sois amados
y no quedar jamás en segundo lugar. '
Ntetzsche: Asi habló Zaratustra.

(1) El cuadro, que llava. el titulo Met arbeydt Mgt men vyer uljit den
Meen (Con trabajo se saca fuego de una piedra), representa un hombre se»ta­
co ante la lumbre de una chimenea, haciendo la corte a una dama, mientras que
en el fondo, te ve a un muchacho sanando chispas al frotar una piedra con otra.
XVII
No hay nada tan sublime, cuando se ama de veras, como dar
siempre cuanto se posee: la vida, los pensamientos, el cuerpo, todo
lo que se tiene; teniendo conciencia de que se da, aun arriesgándolo
todo, a íln de poder dar cada vez más.
Guy de Moupassant,

XVIII
Los perfumes son casi tan importantes para los hombres como
la plegaria, el aseo personal, el agua y el ejercicio del cuerpo,
Ornar Haleby: El Ktab.
XIX
El dulce perfume del tocador es un lazo de) cual es muy difícil
escapar; más de lo que parece. No sé si el hombre juicioso, a quien
hace estremecer el perfume de la flor que su amada ha llevado sobre
el seno, debe ser envidiado o compadecido.
J. J. Rousseau.
XX
Al contemplar lo que la Naturaleza y el Arte encierran de bello
y sublime, se despierta, rápido como el rayo, el recuerdo, volando ha­
cia la persona adorada.
Stendhal: Del Amor.
figura i

i . Pliegue inguinal. 13. Orificio do las glándulas vestibu­


3. Pliegue de los muslos. lares dobles
3. Pubis (Monte de Venus). 13. Entrada vaginal.
4, Prepucio clltorlsno. 14, Nalgas.
3. Cuerpo 7 glande del elítorla. 13. Pared vaginal posterior.
3. Frenillo del clltorls. 18. Frenillo do los labios.
7, Labios mayorea (dobles), 17. Coxis.
3. Oríllelo de la uretra. 18. Perineo posterior.
9. *Labio menores (dobles). 19. Ano.
10. Vestíbulo vaginal. * labios externos y
29. Perineo entre lo
11. Pared anterior vaginal (general­ el ano.
mente no se re). 31. Mimen.
SEGUNDA PARTE

ANATOMIA Y FISIOLOGIA
SEXUAL ESPECIFICAS
Capítulo IV
DE LA FISIOLOGÍA SEXUAL DE LA MUJER ADULTA
PRIMERA PARTE

Introducción y limitación del objeto. — Los órganos


SEXUALES EXTERNOS

El lector que preste suficiente atención al título, se dará


en seguida cuenta perfecta de que el autor no se propone
dar un tratado completo de la fisiología sexual de la mujer,
sino, por el contrario, definir estrictamente y limitar el tema
a nuestras observaciones.
Ateniéndonos al marco trazado para este trabajo, tan
sólo hemos de ocuparnos en este libro de la mujer casada;
quedan así fuera de toda consideración el cuerpo femenino
no desarrollado, al igual que la época de la pubertad. Tam­
poco pertenecen a este capítulo ni el embarazo ni el puerperio.
Sólo ocasionalmente tendremos que referimos a ellos.
Tampoco daré aquí un tratado completo de la fisiología
sexual de la mujer adulta. Ocuparía demasiado espacio,
resultando para el profano, en su mayor parte, esta materia,
incomprensible, y para el médico, superfina, ya que éste
puede hallar en los manuales y textos de enseñanza, especial­
mente en la monografía de Ludwig Fraenkel (Breslau) tu,
publicada en 1925, todo cuanto necesita, incluso un índice
detallado de literatura, en el cual el autor ha tenido en cuenta
los trabajos más modernos.
Así, pues, me limitaré a procurar a mis lectores un rápido
examen de todos aquellos capítulos de la doctrina de las
funciones vitales normales sexual-específicas de la mujer
adulta, que son condición indispensable para la comprensión
de la fisiología y técnicas matrimoniales. Bajo ciertos aspec­
tos, por lo tanto, tengo que añadir muchas cosas, que no
pueden hallarse en los manuales de Fisiología, ni en los de
Ginecología.
(1) En Halban-Beliz: Biología Jí Patología de la mujer (Biologle und Pa-
thologie des Wetbes). (Urban y SctiwBrzenberg, Vlena).
Quiero hacer resaltar, desde un principio, que, tanto en
estas cuestiones como en la ciencia en general, hay muchos
puntos discutibles, existiendo aún muchos problemas por
resolver. Entrar, pues, en controversia sólo nos conduciría
a complicar el asunto. Por eso me limito a exponer las rela­
ciones de las manifestaciones que entran en juego, tal como
las veo, en concordancia con el estado actual de nuestros
conocimientos, y basándome en estudios y experiencias
propias. No cabe duda de que, con el transcurso del tiempo,
muchas de nuestras concepciones sufrirán rectificaciones más
o menos importantes. Dudo, no obstante que por ello desme­
rezcan los resultados prácticos de mis concepciones actuales.

Toda persona que quiera entender algo de la fisiología


de diversos órganos, debe tener alguna idea de las relaciones
anatómicas de los mismos. Creo facilitar a mis lectores no
profesionales dicho estudio, intentando explicarles tales rela­
ciones a base de dibujos esquematizados, entrando de una
manera inmediata en la función que los mismos desempeñan,
y haciendo resaltar la importancia que algunos de ellos tienen
para la práctica de la vida.
En estos dibujos hallará el lector los nombres en español
y en latín. La nomenclatura técnica semilatina, tan usual,
se ha tenido también en cuenta. Usaré en él texto las diver­
sas denominaciones, dando preferencia a las latinas, ya que
son más familiares en él lenguaje médico, y más aún porque,
al tratar ciertos extremos delicados, no dañan él sentimiento
personal del lector.

Los órganos sexuales femeninos se dividen en dos grupos:


internos y externos.
Los órganos sexuales externos son aquellos que están
visibles cuando la mujer se halla echada, teniendo separadas
las piernas y los labios mayores.
Están representados en la Figura 1. Quiero hacer, ante
todo, una salvedad: no sólo se han esquematizado para faci­
litar su comprensión, sino, sobre todo, por el hecho de que
los órganos genitales varían mucho individualmente en forma
y tamaño. Así, por ejemplo, existen grandes diferencias en el
volumen y extensión de las ninfas (labios menores), en la
forma del himen, etcétera.
Cuando se separan con los dedos los labios mayores
ftabia majara), más o menos abultados y recubiertos en su
parte externa con vello, y que en las mujeres que no han
dado a luz se hallan unidos, generalmente queda abierta la
vulva, pudiendo verse entonces las diversas partes restantes
de los órganos sexuales externos.
Nuestra vista se dirige, en primer lugar, sobre las ninfas,
o labios menores (labia minora), que, generalmente, son de
tamaño reducido. En la figura están indicados con el núme­
ro 9, a fin de diferenciarlos con toda claridad de la superficie
interna de los labios mayores (número 7). Las dimensiones
de las ninfas son, sobre poco más o menos, las siguientes: de
25 a 35 milímetros de longitud, de 8 a 15 de altura y de 3 a 5
de espesor <1’. Van perdiéndose hacia la parte posterior,
formando un borde más o menos estrecho, hasta que quedan
unidos detrás del introitos vagina (entrada de la vagina).
Este borde, llamado el frenillo de los labios (frenulum Labio-
rum, número 16), suele desaparecer con el coito frecuente.
Las ninfas van estrechándose en la parte anterior, uniéndose
sobre la base del clitoris, constituyendo así el frenillo (frena-
lum clitoridis, número 6).
El clitoris (número 5), que de todos los órganos de la
vulva es el situado más hacia adelante, posee, en su extremo
superior, un glande (glans clitoridis), que generalmente se
encuentra libre entre las partes superiores de los labios ma­
yores. El cuerpo del órgano, situado aún más hacia adelante,
está cubierto por un pliegue de tejido cutáneo, el prepucio
del clitoris fprceputium clitoridis, número 4), de modo que
tan sólo se ofrece a nuestra vista en forma de ligera protube­
rancia. Al palparlo, puede notársele fácilmente por encima
de la sínfisis, sobre la cual descansa. El prepucio, que algunas
veces, y especialmente en las personas no completamente
desarrolladas, recubre también el glande del clitoris, puede
retraerse fácilmente, descubriendo entonces el glande. El
(1) Según Walderer: Topoffraphhch-chtrurgitchc Xnotomte (Coben, Bonn).
Anatomía Topográfico-quirúrglca.
prepucio puede desviarse por encima del cuerpo, pero no
puede retraerse.
El clítoris, que, como se podrá ver en la Figura 2 (nú­
mero 31), representa una formación curvada hacia abajo, y
que tiene su asiento sobre la sinfisis, es un órgano que sirve
exclusivamente para producir voluptuosidad (l>, por consi­
guiente, está dotado de abundancia de nervios, que tienen
sus extremos, enormemente numerosos, debajo de la misma
superficie del glande, y los cuales resultan especialmente
aptos para recibir toda clase de estímulos. La parte inferior,
es decir, el sitio donde el frenillo del clítoris esta adherido, así
como la correspondiente parte de este frenillo, es la más
sensible. Ya el más ligero contacto —y especialmente cuanto
más suave sea— provoca sensaciones de voluptuosidad.
La estructura del clítoris está en concordancia con la
finalidad a que dicho órgano ha sido destinado, ya que, de
igual manera que el pene del hombre (representa su homó­
logo), se compone de un tejido de vasos sanguíneos, teniendo
la propiedad de aumentar de volumen y de entrar en erección
cuando se verifica un aflujo aumentado de sangre, junto
con un reducido reflejo sanguíneo. Este proceso se llama
erección, producida por excitación sexual, tanto corporal
como psíquica, aumentando el volumen del clítoris (aproxi­
madamente, una vez y media mayor que en estado normal).
Se retrae entonces el prepucio, quedando algo más al
descubierto el glande y hallándose éste más expuesto a los
estímulos mecánicos. Aumenta, simultáneamente, el ángulo,
que puede verse en la Figura 2, teniendo lugar una pequeña
elevación y avance del órgano, viéndose reforzada de esta
manera la posibilidad de excitación. En el clítoris no tiene
lugar una verdadera erección, como la del pene. El órgano
del hombre posee, además, una propiedad eréctil relativa­
mente mayor; pero, en cambio, el clítoris está más ricamente
provisto de terminales nerviosos, siendo, por consiguiente, más
fácilmente irritable que el pene.
Es de importancia saber que el clítoris (así como los
restantes órganos sexuales de la mujer) tan sólo llega a su
completo desarrollo y tamaño definitivo después de practicar
relaciones sexuales, realizadas con regularidad, durante un
(1) Término técnico qué IñdlCA sensación de placer sexual (Voluptas).
plazo más o menos largo. Sin embargo, también en la mujer
adulta puede alcanzar el clítoris su completo desarrollo,
cuando ella misma excita dicho órgano con frecuencia, some­
tiéndolo a frotaciones, etcétera, o dicho en otra forma más
precisa, cuando tiene el hábito de masturbarse (onanismo-
au tosa tisfacción).

Entre el glande del clítoris y su prepucio se halla, a


ambos lados del frenillo (es decir, en la parte inferior del
sector blanco de la Figura 2), el saco prepucial (sacus prce-
puiialis). En este saquito y entre los pliegues prepuciales, se
acumula el esmegma del clítoris (smegma clitoridis), que
es una mucosidad segregada por las glándulas sebáceas,
que se encuentran en dicho punto, la cual, si no se quita, se
densifica, haciéndose fácilmente grumosa. El esmegma del
clítoris es principalmente responsable del específico olor geni­
tal femenino, con todos sus matices personales (1)- Hay una
cierta, aunque limitada, función de atracción y selección en
este humilde producto, pues sí es segregado en cantidad mo­
derada y exhala un olor leve y fresco, puede despertar una
atracción distintiva en el sexo opuesto.
Pero si el esmegma se acumula en cantidades excesivas
—y es excesiva si se aprecia a simple vista— el olor normal
se hace Importuno o, lo que es peor, se convierte, a través de
un proceso de fermentación, en un olor pútrido repulsivo que
resulta en extremo ofensivo y que tiene inevitablemente un
efecto fatal, aun en el caso en que el deseo haya sido desper­
tado.
Esta descomposición adquiere un carácter aun más des­
favorable cuando, a causa de la falta de aseo, se mezclan los
restos de orina, de sangre, de esperma y hasta de heces con
dicha sustancia sebácea, pues entonces participan las bacte­
rias de la putrefacción, que se desarrollan de un modo abun­
dante en esta amalgama, tan propicia a albergarlas.
Esta sustancia sebácea en plena descomposición, no
solamente produce efectos desfavorables por su olor repulsivo,
sino que es origen de otros males. Los productos de dichas
(1) También el olor propio del eudor, grasa epidérmica y dem
*» truuplra-
don
*
« , desempeñan un papel importante en la **
* combinación de lo
* ácido
*
(raao
* del grupo caprlllco.
desintegraciones químicas son rancios y muy fuertes, y
producen sobre los tejidos con que están en contacto una
irritación inflamatoria, pudiendo presentarse rubicundeces,
hinchazones y secreciones acuosas. Cuando esta última ma­
nifestación conduce a una nueva descomposición, es cuando
se produce la inflamación de dichos tejidos, picazones y dolo­
res, con todas sus desagradables consecuencias para los con­
tactos carnales.
Resulta, por consiguiente, imprescindible eliminar rápi­
damente y con regularidad esta sustancia sebácea del clítoris;
pero, por desgracia, se tiene muy olvidada esta indicación, no
sólo por las mujeres abandonadas, sino por aquéllas que
cuidan mucho del aseo personal. Nadie podrá imaginarse lo
que respecto al particular puede observar el ginecólogo. Cabe
atribuir tales descuidos a la ignorancia, o tal vez a una especie
de castidad mal entendida, ya que, generalmente, la mujer
no quiere tocar los genitales, y especialmente el clítoris, más
que de un modo muy superficial.
Dicha sustancia pastosa se halla en la superficie interna
del prepucio. También en la superficie externa, en las
ranuras de ambos lados que existen entre los labios mayores
y el prepucio, segregan esmegma las glándulas sebáceas.
Puede hallarse asimismo, en la profundidad de los pliegues
de los labios mayores y en las ninfas. Por cierto que este
esmegma no tiene un carácter tan específico como el descrito
antes, aun cuando su importancia es igual bajo todo punto
de vista. Afortunadamente, puede eliminarse con más faci­
lidad, y es señal de enorme descuido en el aseo personal el
hallar restos de esmegma en dichas partes. Y, a pesar de
todo, ¡nada puede sorprenderle ya al médico respecto a estos
hallazgos!

Al proseguir el examen de la vulva, hay que mencionar


aquella parte que se ofrece a la vista al separar las ninfas:
se halla situada entre las bases de éstas, limitada en su parte
posterior por el frenillo de los labios (16) y se llama vestíbulo
vaginal (vestibulum vagina, señalado en el dibujo con el
número 10). Dentro del mismo se encuentra la verdadera
entrada vaginal (introitus vagina, señalado con el número
13), la cual se halla ocluida parcialmente en las vírgenes por
el himen (número 21); algo más hacia adelante se ve una
abertura mucho más pequeña, que constituye la desemboca­
dura de la uretra (llamada ostium urethrce, señalado con el
número 8, así como, a ambos lados, los conductores excretores
de las glándulas mucosas vestibulares menores y mayores.
Abriéndose en la uretra inferior están las dos pequeñísimas
bocas de los tubítos de Skene (glándulas para-uretrales).
Estas estructuras rudimentarias (equivalentes a la próstata
masculina) tienen escasa función. Más importantes son las
glándulas de Bartholin, que están a ambos lados de las pare­
des laterales de la entrada de la vagina y que elaboran una
secreción mucosa transparente, flúida y muy lubricante que,
por regla general, segregan bajo el influjo de estímulos sexua­
les, particularmente como resultado de la excitación psíquica
inicial.
En los casos normales, al iniciarse la disposición para la
cópula, dicha secreción es suficiente para que se obtenga con
dicha mucosidad, junto con la que, en iguales circunstancias,
se desprénde de la uretra (canal del pene) del hombre, una
lubricidad suficiente del introitos vaginal, facilitando de ésta
manera el coito.
Es natural que, en caso de insuficiente función de estas
glándulas, puedan presentarse ciertas dificultades para la
unión camal, las cuales deben remediarse artificialmente.
Menos frecuentes son aquellos casos en que tiene lugar un
exceso de secreción, no pudiendo, por lo tanto, producirse
estímulo suficiente por frotación para realizarse el coito. Sin
embargo, algunos especialistas han observado varias de
estos casas.
Respecto al orificio uretral (ostium urethrce), hay que
decir tan sólo que, generalmente, se halla situado sobre una
ligera prominencia, y tiene diferencias individuales bastante
grandes en lo que a su forma y anchura se refiere, mientras
que la entrada vaginal (introitos vagina) merece una aten­
ción especial.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, la oclusión
parcial: el himen, una formación que, normalmente, ha deja­
do de existir en el estado matrimonial, desempeña, sin em­
bargo, o puede desempeñar en la realización corporal de la
unión, es decir, durante el primer coito, un papel de mucha
importancia, que no debe descuidarse.
El himen ofrece diferencias individuales múltiples, tanto
en lo que se refiere a su forma como a su extensión. Por regla
general, representa una prolongación tenue, en forma de
media luna y en pliegues, de la pared vaginal posterior, con
dirección hacia adelante; dicha membrana obstruye, en gran
parte, la entrada de la vagina, desde su parte posterior. Es,
sin embargo, frecuente que se presenten otras formas: hay
hímenes en forma anular, otros con doble abertura y otros
cribiformes.
Al verificarse el primer coito, bajo circunstancias nor­
males, se desgarra el himen o, al menos, resulta lacerado, por
lo menos en dos sitios, en su parte posterior, hacia la izquier­
da y hacía la derecha; suele tener entonces lugar una ligera
hemorragia (que a veces es bastante considerable). Tal des­
garro, que casi siempre va acompañado de dolores más o
menos fuertes, se realiza, según los casos, con más o menos
facilidad, dependiendo, naturalmente, de la extensión, espesor
y rigidez de la membrana himenal (sin tener en considera­
ción las faltas técnicas cometidas por el marido, y el miedo
excesivo de la esposa). En lo que respecta a la rigidez del
himen, hay que tener en cuenta que el desgarro himenal en
las vírgenes de cierta edad puede presentar dificultades, dada
la rigidez general de los tejidos en esa época de la vida.
Respecto al espesor, quiero mencionar tan sólo que existen
también ciertas oscilaciones individuales. Resulta, por regia
general, que en su base (es decir, en el sitio en donde el himen
está unido con la pared vaginal posterior), tiene unos milí­
metros de espesor, mientras que hacia el borde libre suele
reducirse; pero jamás tiene el himen el fino espesor de un
papel, como la creencia vulgar le atribuye.
¡Y qué diremos de las creencias populares y de las supers­
ticiones con relación al himen!
Causa risa oír las tonterías que se han dicho, no sólo
entre ios pueblos primitivos, sino también en nuestra culta
esfera social. Y lo peor es que dicha ignorancia puede ser
muy peligrosa. Puede conducir a conclusiones completa­
mente erróneas en cuanto a la virginidad existente o la falta
de la misma. Por tal motivo, quiero mencionar en este capi­
tulo el himen llamado fimbriatus, cuyos bordes tienen unas
muescas, que sólo pueden ser diferenciadas por un ginecó­
logo experto, de los desgarros que se producen durante la
desfloración.
Por el contrario, cuando el túrnen está escasamente
desarrollado, puede llegarse a conclusiones erróneas respecto
a supuestos contactos camales; Igual sucederá cuando tenga
una forma casi normal, mostrándose fláccido y flexible, sin
que puedan causarle el menor daño las relaciones sexuales
(lo que es bastante frecuente), y hasta se puede dar a luz
sin que por ello haya desgarro himenal. Como es natural,
trátase ya de "casos raros".
Más frecuentes son los opuestos, es decir, aquéllos en
que la membrana himenal posee abertura muy reducida, o
tan gruesa y carnosa que es de todo punto imposible realizar
la perforación por vía natural, y se tiene que recurrir al
médico, lo mismo que en los hímenes especialmente rígidos,
ya citados en el párrafo anterior.
Aun después de la desfloración, puede apreciarse el himen
como tal, a pesar de sus rasgaduras; pero, en general, verifica­
do el parto desaparece por completo, y sólo quedan pequeños
restos planos o en forma de verrugas, en el introitos vaginal.

Se ha indicado en el dibujo la entrada vaginal (introitos


vagina) en forma de agujero para mayor claridad. En reali­
dad no se ve como tal, salvo que se coloque a la mujer en
una posición adecuada; por ejemplo, en la genupectoral (de
plegaria mahometana), reteniendo la pared posterior de la
vagina (entonces, los intestinos, por su propio impulso, des­
cienden, produciéndose en la parte Inferior de la cavidad
abdominal una presión negativa). Penetra asi el aire en la
vagina, se despliega ésta y, a través del introtÉus vagina, que
a veces forma un verdadero agujero, puede reconocerse el
interior de la cavidad.
Ordinariamente, el introitos sólo se abre cuando penetra
en él cualquier objeto, que separa a la vez las paredes que
están unidas, sea que este objeto, en forma de dedo o de pene
u otra cualquier modalidad, penetre de fuera adentro, o ya sea
él feto o un contenido vaginal los que se abran camino en
dirección inversa.
Dicha abertura se halla cerrada generalmente, tanto por
la elasticidad de sus bordes como por efecto de los haces
musculares que allí se encuentran, y por la presión que ejerce
la parte inferior de las paredes vaginales.
En las vírgenes y en las mujeres que han tenido escasas
relaciones sexuales, bastan de ordinario los dos factores antes
mencionados, Junto con el himen o sus restos, para ocluir por
completo dicha abertura, podiendo verse tan sólo una parte
reducida de la pared vaginal anterior (que en el dibujo se
ha señalado con el número 11). En las mujeres ya casadas
hace tiempo, se mostrará, generalmente, la mayor parte de
la pared vaginal anterior, que se acentúa más después del
primer parto; en las multíparas, participa también en dicha
oclusión la parte inferior de la pared vaginal posterior, lo que
está relacionado, por un lado, con la pérdida de elasticidad
del anillo vulvo-vaglnal y el haz muscular, y de otro lado,
con la propensión a descender, de las paredes vaginales.
Son causas de estas alteraciones los numerosos desgarros,
a veces pequeños y otros mayores, que se presentan durante
el parto, y aun en casos anormales; desgarros invisibles, unos,
de los tejidos que rodean las paredes vaginales, y otros visi­
bles, aun cuando en realidad sólo lo son durante los primeros
días después del parto, que corren en todas direcciones, de
un modo preferente hacia atrás, perforando el anillo vulvo-
vaglnal. Los cuidados modernos de la parturienta dan por
resultado una reducción al mínimo de los daños producidos
en la piel y tejidos de la vagina y el perineo. Para evitar un
desgarramiento durante el parto a menudo se procede a una
incisión luego de inyectar anestesia local. En todos los casos
los tejidos son cosidos cuidadosamente para restaurar su
estructura y función normal.

Antes de entrar en detalles concernientes a los genitales


internos, habrá que mencionar un órgano que se halla a pares,
a una profundidad de 1 a 1 $4 centímetro a ambos lados de
la vulva y del introitus vaginal. Me refiero a los bulbos vesti­
bulares. Se componen éstos de anchas cavidades de vasos
sanguíneas, de pared delgada, esponjosos, que, al igual que
los tejidos del clítoris, se llenan pictóricamente cuando
existen estímulos de naturaleza sexual (causados por impre-
alones psíquicas o por tacto local). Los extremos delanteros
de los bulbos se estrechan de un modo marcado, formando
una convergencia a la altura del ángulo clitorideo. Su diá­
metro aumenta hacia la parte posterior, de modo tal, que
el bulbo (en estado fláccido) tiene de 0,5 a 1 centímetro de
espesor y de 1 a 1 14 centímetro de ancho, siendo su longitud
de unos 3 a 5 centímetros. Su extremo posterior se redondea
y cubre lateralmente, y desde arriba, la glándula de Barto-
lino, es decir, que llega hasta la pared vaginal posterior. El
borde inferior se encuentra en la base del labio mayor, y
el inferior limita en la ninfa y detrás, en la pared vaginal
lateral. Ambos cuerpos cavernosos, junto con el vestíbulo
? el introitus, tienen la forma de una herradura, cuya aber-
ura está dirigida hacia atrás.
Al hincharse los bulbos vestibulares se rellenan los labios
mayores, aumentando en espesor, colocándose su superficie
Interna algo hacia afuera, y simultáneamente se separan de
modo que la vulva queda algo abierta; se ve que dichos
órganos están verdaderamente repletos de sangre, y, a conse­
cuencia de esta manifestación, se puede percibir, localmente,
su disposición para el coito. Dicha forma de herradura
adquiere un estrechamiento más sensible que visible, una
especie de relleno del introitus vaginal que refuerza, durante
el coito, el roce, aumentando así enormemente los estímulos
para ambos cónyuges.
FIGURA 2

1- Cavidad abdominal. 7. Canal vertebral.


2. Piel del abdomen. 8. Columna vertebre!.
2. Pared abdominal anterior. 9. Promontorio,
4. Peritoneo. 10. Tubo de Faloplo.
5. Ligamento suspensor del ovario. 11. Ovarlo,
B. Piel del dorso. 13. Sacro.
19.Caridad pelviana. 35. Superficie Interna del muelo dere­
14.Caridad de Douglase. cho.
IB. Bóveda vaginal posterior, 28. Himen.
18. Cerviz (cuello uterino), 27. Entrada vaginal (introitos).
17. Hocico de tenca. 38. Superficie Interna del labio menor
18. Pared posterior de la vejiga, derecho.
19. Extremidad del coxis, 29. Orificio de la uretra.
20. intestino recto. 30. Superficie Interna del labio mayor
21. Cuello vesical. derecho.
22. Superficie interna de la nalga de­ 31. Clitoris.
recha. 32. Slnflsle.
23. Ano. 33. Vejiga.
24. Vagina. 34. Utero.
Capítulo V

DE LA FISIOLOGIA SEXUAL DE LA MUJER ADULTA


SEGUNDA PARTE

LOS ÓRGANOS SEXUALES INTERNOS

Al tratarse de los órganos sexuales internos de la mujer,


debemos basarnos en el dibujo representado en la Figura 2.
Reproduce, esquematizada, la parte de un corte sagital en
la línea media del cuerpo, es decir, un corte hecho de adelante
hacia atrás y cuya parte anterior se ha colocado en el centro
del dorso. Dicho corte pasa, en la parte inferior, a través de
la vulva, entre los labios mayores (número 30), y las dos
ninfas (números 28), terminando en la parte posterior, den­
tro de la fisura que separa las dos nalgas (número 22),
Divide en dos mitades laterales iguales al clítoris (número
31), la desembocadura uretral exterior (ostium urethrce,
número 29), la entrada de la vagina (tntroitus vagina, nú­
mero 27), la membrana himenal (himen, número 2G, cruzado
por líneas) y, finalmente, el ano (anus, número 23), así como
la pelvis ósea, que está representada, en la parte anterior,
por la sínfisis (número 32), y en la posterior, por el sacro
(número 12) y el coxis (número 19), cortados en sentido
longitudinal. En la parte superior se encuentra la columna
vertebral (número 8). Las partes óseas, así como las cartila­
ginosas, se han indicado sin sombreado. El corte longitu­
dinal del canal dibujado dentro de la columna vertebral
(número 7), indica el canal de dicha columna vertebral, que
se llama, en la parte correspondiente al sacro, canal sacral.
En nuestro estudio no hace falta volver sobre él.
Lo que en la pelvis aún puede tener interés son las
prominencias que sobresalen, llamándose promontorio sacro-
vertebral (promoniorium, número 9), el sitio donde se unen
la columna lumbar y el sacro. Al unirse este punto con el
centro del borde súpero-interior de la sínfisis (número 32),
forma esta unión la línea mediana de un plano, ligeramente
inclinado hacia adelante, colocado (en la imaginación) a
través del cuerpo. El borde de este plano, que en la pelvis
del esqueleto se aprecia sin dificultad alguna, constituye el
límite de la entrada pelviana, que tiene una importancia
indiscutible, desde el punto de vista tocológico. La cavidad,
que está limitada por el plano interior de los huesos pelvia­
nos, y que se encuentra en la parte inferior de la entrada
pelviana, se denomina la pelvis menor. Dentro de la misma
se hallan alojados los genitales internos (genitalia interna),
bien protegidos contra peligros del exterior, como podrá
apreciarse a simple vista. De igual modo que la vulva, tam­
bién la vejiga y la uretra (números 18, 21, 29 y 33) y la
parte inferior del recto (número 20), han quedado divididos
en dos mitades, por medio del mencionado corte mediano.
En lo que a la vagina (número 24) y al útero (números 17
y 34) se refiere, están artificialmente divididos en dos mitades
simétricas.
No ocurre lo mismo con los órganos “más internos”: las
trompas (número 10) y los ovarios (número 11). Estos ór­
ganos existen a pares, hadándose colocados casi simétrica­
mente a ambos lados del útero. Al mirar, en base a este
dibujo, sobre la superficie del corte de la parte derecha
del cuerpo y dentro de la parte derecha de sus cavidades,
hallamos reproducido el ovario derecho, con su trompa corres­
pondiente, la cual, como es natural, no se halla dentro, sino
detrás de los cortes representados y dentro de dicha cavidad
derecha de la pelvis, no participando, por tanto, del corte
proyectado.
En el dibujo no se indican las capas musculares y las de
tejido conjuntivo seccionadas, que están repartidas en los
huecos dejados en blanco; de momento no nos interesan am­
bas capas, y sí puede verse con más claridad la posición de los
órganos, así como sus recíprocas relaciones, lo que se ha
tenido en cuenta también para simplificar su representación.

En la Figura 2 llaman nuestra atención las cuatro cavi­


dades siguientes: la cavidad abdominal (señalada en el dibujo
con el número 1); la vagina (número 24), con su prolonga­
ción hacia la cavidad uterina (número 34), y el oviducto
(número 10); la vejiga (número 33), con su conducto efe­
rente (número 29), y el recto (número 20), con el ano (nú­
mero 23).
Habrá que examinar, en primer lugar, los órganos pró­
ximos a los genitales internos, situados delante y detrás de
los mismos, ya que resultan de gran importancia por su
proximidad.
El recto (rectum) es el extremo inferior del intestino
grueso que, viniendo desde arriba y por el lado izquierdo,
alcanza la línea mediana del cuerpo, acodándose ligeramente
hacia adelante, formando en el punto más hondo de este
acodamiento una ampolla dirigida hacia adelante, llamada
la ampolla del recto (ampulla recti). Se halla unido con el
exterior por medio de una pieza terminal, mucho más estre­
cha, rodeada por un potente músculo oclusor: el corto canal
anal. El recto tiene una anchura considerable y dispone de
paredes muy elásticas, de modo que puede contener grandes
cantidades de heces, que suelen acumularse, con frecuencia,
en la antes citada ampolla. Al no expulsarla, esta masa se
densifica cada vez más; la ampolla del recto, rellena de heces
endurecidas, ejerce una presión sobre la pared vaginal poste­
rior, produciendo, como es natural, dolores y dificultades en
el coito.
Bajo un aspecto diferente, la proximidad del recto y el
ano tiene gran importancia para los órganos sexuales: existe
el peligro constante de que, a causa del exceso de contenido
del recto, puedan ensuciarse dichos órganos con sustancias
en putrefacción y agentes productores de infecciones.
Huelga insistir en que es imprescindible el máximo aseo
posible. Ha habido tanto énfasis comercial sobre los hábitos
regulares de evacuación de intestino o vejiga que aparecería
como un crimen esperar cinco minutos para una micción o
dejar pasar un día sin evacuar el intestino. Cada mujer co­
noce sus propias limitaciones al respecto y comprende que
es mejor y más conveniente efectuar funciones normales a
períodos regulares que posponer para después lo que puede
hacerse más fácilmente ahora. No se cree que Irregularidades
ocasionales en la función del intestino o vejiga tengan efecto
alguno en los órganos vitales adyacentes o distantes en una
mujer sana. Es cuando los hábitos de una mujer en particular
se alteran en forma drástica que debe buscarse el consejo
médico.

Conviene mencionar, por último, que la vejiga no se halla


en unión directa con el ambiente exterior, sino que se comu­
nica con éste por medio de un canal, la uretra, de 4 a 5 cen­
tímetros de longitud, y ligeramente curvado hacia adelante.
La oclusión de dicho canal está situada en su parte superior,
es decir, que el contenido de la vejiga sólo penetra en la
uretra cuando se afloja el músculo ociusor (esfínter), que se
encuentra en el cuello vesical. El Orificio de dicho canal,
que se halla situado en la vulva y que, como ya hemos visto
antes, se denomina orificio de salida uretral (ostium ure-
thrce), no tiene ningún dispositivo de cierre.
La posición de la abertura sexual (introitus vaginas) y
la desembocadura de los órganos urinarios, situadas tan cerca
una de la otra, en el vestíbulo vaginal, puede tener, para
todo el sistema de órganos que entran en relación, conse­
cuencias muy funestas, ya que, por ejemplo, en caso de existir
infección de una de dichas partes, la otra está, en gran ma­
nera, expuesta a su contagio. Por el mismo motivo, se impone
también un aseo cuidadosísimo.

Trataremos en este párrafo de la cavidad central, deno­


minada vagina (número 24 de la Figura 2).
Es el órgano de copulación de la mujer, y sirve, además,
como canal que facilita la salida del contenido del útero, ya
en la menstruación, en el parto o durante el puerperio.
La vagina es un conducto o tubo de alrededor de 7,5 a
10 cms. y su dirección sigue el eje de la pelvis, es decir, está
ligeramente inclinada hacia adelante. En el órgano intacto
hay una ligera curva hacia atrás, en el extremo inferior, in­
mediatamente por encima del introito. Los músculos de la
vagina son de enorme importancia durante toda la vida re­
productiva. Resulta especialmente importante que su tono,
elasticidad y poder de relajación voluntaria sean estimulados,
no sólo para obtener un coito satisfactorio sino porque el
buen control de la musculatura vaginal es de gran ayuda para
lograr un parto fácil.
El dominio voluntario de los músculos del suelo pelviano
es tán importante como el del resto de la musculatura del
cuerpo; sólo por medio de este dominio resulta factible la
completa reposición del suelo pelviano, después de las enor­
mes distensiones y relajamiento de estas partes a conse­
cuencia del parto; pueden de este modo prevenirse daños
duraderos y progresivos. No obstante esto, tal movimiento
gimnástico del suelo pelviano es completamente descuidado
por parte de las mujeres, casi sin excepción. De que surte su
efecto no cabe duda alguna, pues precisamente aquellas mu­
jeres a las que aconsejé ejercitar con regularidad dichos
músculos dos veces al día, sobre todo durante el embarazo y
tí puerperio, han obtenido un éxito completo. Para lograr el
dominio total de estos músculos, no resulta suficiente un
trabajo común de la musculatura completa del suelo pelviano,
tal como suele ordenárseles a las puérperas Es indispen­
sable que la mujer aprenda a poner en acción los diversos
músculos aisladamente, ejercitándolos tanto en combinación
como separados de los demás. Para ello se precisa, en general,
la debida enseñanza. Esta puede obtenerse de parte de gine­
cólogos, médicos de familia o en departamentos prenatales
de muchas clínicas y hospitales.
A diferencia de los músculos antes mencionados que se
encuentran bajo el dominio de la voluntad (o al menos
pueden someterse a ella), y que se componen de fibras, que
en la ciencia se conocen bajo el nombre de “fibras musculares
estriadas”, encontrará el lector, durante el estudio de los
órganos sexuales de la mujer, un tejido muscular que se com­
pone de fibras “lisas'’, las cuales suelen denominarse “múscu­
los involuntarios”, ya que su función no está sujeta a la
influencia de la voluntad. Tal tejido muscular se contrae
bajo el influjo de los estímulos más diversos, tanto mecánicos
(1) Piri una descripción completa y autorizada de los ejercicios Indicados
para restaurar la figura a su anterior elegancia el mejor libro sobre el tema m
introducción a la Maternidad par *1 Dr. O, Dlck-Read (Haelnemann, Londres).
En él se encontrarán detalles sobre la técnica para sostener el Utero, el cuidado
de loe senos antes y después del parto, y ejercicios pie y post natales indicados
para fortalecer loe músculos de la pelvis antes y particularmente después del
nacimiento de la criatura. La cuarta edición de su libro Parto sin Temor
contiene también una detallada exposición sobre el mismo tema.
y químicos como directos e indirectos, transmitidos por tejidos
nerviosos. Su contracción puede hallarse subordinada al
influjo de efectos psíquicos, pero sólo por vía secundaria.
Resulta de todo punto de vista imposible un verdadero influjo
por centros psíquicos superiores, es decir, una acción de la
voluntad. Pero no queremos decir con esto que la función
de este tejido muscular deba considerarse de menor impor­
tancia; quien tuviese tal opinión, interpretará de modo erró­
neo la cuestión, pues precisamente desempeña un papel
importantísimo en los órganos genitales internos de la mujer.
Hallamos provistas todas las paredes del canal genital de un
tejido muscular liso, existente también en la vagina, tejido
que tiene mucha semejanza con las fibras elásticas del tejido
conjuntivo.
Después de esta digresión, indispensable para la mejor
comprensión de cuanto queda por decir, volveremos a la des­
cripción de la vagina. Hay que mencionar que dicho tubo
vaginal, musculoso, recubierto en su interior por una mucosa
rosácea bastante dura y resistente, tiene un espesor parietal
de sólo 4 milímetros. De modo que su pared es enormemente
delgada, aunque, por otra parte, y afortunadamente, sea
sumamente elástica. Y es esto indispensable, a causa de las
grandes exigencias a que está sometida, de un modo especial
en lo que a su capacidad de distensión se refiere. Sin embar­
go, ocurre que, después de una hiperdistensión, tal como
tiene lugar durante el parto, las paredes vaginales pierden,
generalmente, su elasticidad, quedando dicho tubo más ancho
de lo que era anteriormente. Esto es inevitable.
Los dos tercios inferiores de las paredes vaginales
anterior y posterior llevan cada uno una prominencia longi­
tudinal, que se compone de pliegues transversales. La
prominencia anterior está desarrollada más marcadamente
que la otra; además, aumenta hacia su extremo inferior y
forma, precisamente en la parte superior del introitus vagi­
nal, un abultamiento que entra, en parte, en dicha abertura
(Figura 1 número 11). Este abultamiento en forma de pro­
minencia nos hace ver la vagina, en su sector inferior, algo
encorvada hacia atrás. Un hiperdesarrollo (un exceso de
desarrollo) de esta prominencia, tal como suele presentarse
durante el embarazo, puede, a veces, interpretarse errónea­
mente como prolapso de la pared vaginal anterior. Todo este
aparato de prominencias y pliegues transversales (a los cuales
pertenecen también los restos himenales), reforzado, además,
por los músculos elevados ycontrictos y por la angostura del
introitos vaginal (por los'bulbos vestibulares hinchados),
debe conceptuarse como dispositivo de aprisionamiento y
frotación, que tiene por fin estimular el miembro del hombre
(pene) durante y después de su introducción en la vagina,
a fin de producir la evacuación del semen; por otra parte, y
simultáneamente, dicho organismo, debido a los roces, queda
tan excitado, que le produce, también a la mujer, el orgas­
mo (punto culminante de la voluptuosidad y satisfacción).
La vagina no es, en modo alguno, una cavidad abierta,
tal como ha sido representada, para mayor comprensión, en
la Figura 2. Sólo se abre cuando en su interior penetra
cualquier objeto, y, en casos dados, el aire, como ya he expli­
cado detalladamente en párrafos anteriores, al hablar del
tntroitus vaginal. Salvo en estas excepciones, las paredes
vaginales, anterior y posterior, están adheridas entre sí o,
mejor dicho, la anterior se halla colocada sobre la pared
vaginal posterior, como se indica en el corte transversal en
forma de )—(.
Dentro de la parte superior de la vagina se halla inva­
ginada la parte inferior del útero, que sobresale en forma de
pina. Esta parte del útero, llamada partió vaginalis uteri,
forma, por consiguiente, el cierre de la vagina. La parte
superior de la misma, dilatada, rodea la partió vaginalis,
fundiéndose con ella, y constituye la cavidad vaginal, en
forma de anillo, llamado fornix vagina. Como quiera que el
eje del útero se halla en dirección oblicua respecto del de la
vagina y, por consiguiente, está dirigida la portio vaginalis
contra la pared posterior vaginal, siendo ésta considerable­
mente más larga que la anterior, puede diferenciarse con
claridad en la bóveda vaginal una parte plana, situada de­
lante de la porción vaginal, o sea la bóveda vaginal (llamada,
indistintamente, fornix anterior o laquear anterius), y otra
más profunda que se encuentra detrás de la portio (fornix
posterior o laquear posterius, señalada en la Figura 2 con
el número 15). La bóveda vaginal posterior forma la parte
más profunda de la vagina, cuando la mujer se halla echada,
descansando de espaldas; dentro de la misma se deposita el
semen del hombre, o, al menos, se acumula en dicho sitio.
Por tal razón, se denomina reeeptaculum seminis.
Como podrá verse en la Figura 2, limita esta bóveda
vaginal en su parte posterior y arriba, con la bóveda de la
cavidad abdominal, cuya última bóveda es muy profunda y
tiene la forma de una bolsa (señalada en la Figura 2 con
el número 5). Esta bolsa se denomina, según el autor que
la describió por primera vez, cavidad de Douglas (Cavum
Douglasii, número 14). Desciende, más o menos profunda­
mente, entre la pared anterior del recto y la bóveda vaginal
posterior (dependiendo dicho descenso de variaciones indi­
viduales). El hecho de que tan sólo una capa tisural muy
delgada separe ambas cavidades y de que el peritoneo sola­
mente se halla compuesto de una membrana delgadísima,
siendo también la pared vaginal, en este sitio, más delgada
que en ninguna otra de sus partes, no carece de importancia
práctica.

Aunque la vagina misma no dispone de glándulas, se­


grega en poca cantidad un líquido que posee cierto.grado de
ácido láctico. Este contenido muestra oscilaciones regulares
que, a su vez, están relacionadas con los procesos de madu­
ración del óvulo y de la menstruación, que se repiten en inter­
valos regulares y de las cuales me ocuparé en capítulos
sucesivos con más detalle. Aproximadamente entre dos mens­
truaciones, es decir, en la época que concuerda con la ovula­
ción (desprendimiento de un óvulo de su ovario), se halla el
contenido de ácido láctico de la secreción vaginal en su punto
mínimo, siendo, aproximadamente, de un 0,05 por 100, lo que
tiene especial Importancia, pues sabido es que los esperma­
tozoos, los hilos espermáticos del hombre, se conservan mejor
y completamente aptos para la vida en una solución débil de
ácido láctico (de 0,05 a 0,1 por 100), mientras que en solución
más fuerte, sucumben con relativa facilidad i1*.
La presencia de ácido láctico en la secreción vaginal
tiene, además, otra importancia protectora: la de crear
(1} Invertlgaclonee realteMlM por K. Gr&fenberg. Berlín: Dio eykiúchen
Sehwankungm des 3auretíters ím ScftMdenrefcret (Onnlóeíoner cíclica» del título
de ácidos en la secreción vaginal), en el Archivo de O inecología (Arcbtv für
Gyn&kologle}, tomo 108, cuadernos 3 y 3.
buenas condiciones vitales para ciertas bacterias, inofensivas
o tal vez útiles, que residen en la vagina y constituyen un
ambiente muy favorable para la existencia y propagación de
gérmenes dañosos que pudieran introducirse. Según la
doctrina de Zweifel, es este modo de auto-protección, espe­
cialmente importante para la profilaxis, de infecciones
puerperales.
Al líquido segregado por las paredes vaginales se mez­
clan células epiteliales desprendidas y algunos leucocitos
(corpúsculos sanguíneos blancos), de suerte que, en órganos
sexuales completamente sanos, suele hallarse una reducida
cantidad de un líquido flúldo lechoso en la vagina. Todo
cuanto excede en cantidad o calidad (haciendo caso omiso de
la alteración debida a la menstruación), todo lo fuertemente
mucoso y, especialmente, todo lo purulento, no debe conside­
rarse como norma), y ha de tenerse en cuenta que el flujo
abundante, amarillo, es indudablemente patológico. Las pa­
redes vaginales absorben en cierto grado, aunque no hay
evidencia científica que demuestre que ello tiene efecto alguno
sobre cualquier otra secreción del cuerpo.
Durante el embarazo hay una irrigación sanguínea muy
aumentada en los órganos genitales, de manera que si se
rasgan o golpean sangran más fácilmente.
Debo ocuparme, por último, de las alteraciones que se
presentan en la vagina y en la vulva cuando la mujer empieza
a envejecer. Dichas alteraciones se manifiestan, por lo gene­
ral, muy tardías (especialmente en las mujeres de vida sexual
activa); sin embargo, pueden mostrarse ciertas manifesta­
ciones de desgaste, a causa de partos repetidos. Consisten
estas alteraciones en que las prominencias vaginales se hacen
más planas, él tubo se dilata y queda relajado, y contra ellas
resultan convenientes todos los cuidados citados en capítulos
anteriores (cuidadosa y oportuna sutura de eventuales des­
garros, por insignificantes que sean, y robustecimiento eficaz
de la musculatura pelviana).
Las manifestaciones seniles típicas consisten en la dis­
minución de la elasticidad, aplanamiento de la bóveda pel­
viana y, por último, involución y atrofia de las paredes
vaginales, que pueden quedar completamente lisas y muy
delgadas y, a veces, hasta resquebrajadas, mientras que la
vagina se estrecha nuevamente de un modo muy marcado.
Huelga decir que tales alteraciones, producidas por el
embarazo, igual que las seniles, deben tenerse debidamente
en cuenta, en lo que respecta a las relaciones sexuales.
El útero, la matriz, en su calidad de órgano, tiene que
desempeñar una función mucho más importante que los
órganos sexuales externos y la vagina. Sin embargo, en lo
que a este órgano se refiere, no es necesario tratarlo con
tantos detalles como lo he hecho en otros capítulos, pues su
función principal es la de recoger y dar albergue al óvulo
fecundo procedente de la trompa, envolviéndolo entre sus
mucosas, alimentándolo y protegiéndolo, a fin de conducir a
la luz del día el producto del embarazo. Trátase, pues, de
un órgano de incubación y de parto; la descripción del mismo
y de sus funciones no entra en el marco de esta obra, sino
que pertenece a la Tocología.
El útero representa un músculo hueco, aplanado, en
forma de pera, de tejido muscular liso (Involuntario) cruzado
por numerosas fibras elásticas y revestido en su interior de
una mucosa, mientras que su superficie externa está recu­
bierta, en su mayor parte, por el peritoneo. Su parte superior
algo más ancha, se llama cuerpo uterino (Corpus uteri, seña­
lado en la Figura 2 con él número 34), mientras que el sector
inferior, más estrecho, recibe el nombre de cuello uterino
(cervix uteri, 16).
Hemos aprendido a conocer la mitad inferior de la cervix
como cervix o portio vaginal. Esta estructura penetra en la
vagina alrededor de 1,5 a 3 cms. como una chimenea inverti­
da. Las paredes vaginales están adheridas a esta porción de
la cervix y forman el profundo final del pasaje vaginal cono­
cido como fomix o bóveda anterior, posterior y lateral. La
portio o cuello del útero difiere antes y después del parto. En
la nulípara, o mujer que no ha dado jamás a luz, la cervix
es relativamente angosta y el ostium o boca es un agujero
extremadamente pequeño. La madre de varios niños, o mul­
típara, tiene un ostium que esá ligeramente abierto en forma
de fisura horizontal. A veces hay cicatrices o desgarraduras
que se perciben a uno o ambos lados. Por consiguiente, sólo
en la multípara el ostium semeja una boca y los términos
médicos para designar las porciones superior e inferior de
esta fisura son: labios cervicales anteriores y posteriores.
Dentro del ostium puede verse, generalmente, un tapón
mucoso, claro como el cristal, que está compuesto de una
mucosidad viscosa, de reacción alcalina y la cual es segre­
gada por la mucosa de la cervix. Se denomina tapón mucoso
de Kristeller, que fue quien primero lo describió detallada­
mente, y, en el lenguaje profesional, se le llama simplemente
el "Kristeller”. Sirve, en cierto modo, de cierre para la cavi­
dad uterina. Por otra parte, durante o inmediatamente des­
pués del coito, tiene la misión de facilitar a los hilos espermá-
ticos su ascenso hacia el útero; más adelante veremos en qué
forma se desarrolla dicha función. Este tapón mucoso está,
por lo común, tan firmemente adherido a los bordes del hocico
de tenca y al canal del cuello, que resulta sumamente difícil
y, a veces, imposible, quitarlo por frotación.
Finalmente, refiriéndonos a la Figura 2, podemos obser­
var la bóveda vaginal posterior y la anterior, menos profunda,
descritas en las breves notas precedentes. .

He de manifestar, ante todo, que la sección reproducida


de dicho órgano en la Figura 2, no corresponde exactamente
a las relaciones que existen en general. En el dibujo se en­
cuentra el útero colocado a demasiada altura dentro del
cuerpo, y su parte superior sobrepasa a la entrada pelviana,
mientras que "in natura”, está, generalmente, alojado dentro
de la pelvis menor, es decir, por debajo del plano de la entrada
pelviana. Esta inexactitud del dibujo depende, en parte, de
la representación esquematizada de dichas relaciones. Es
debida, principalmente, al hecho de que se han reproducido
el útero y la vagina conjunta y aproximadamente en posición
y en estado de dilatación, tal como se produce con la intro­
ducción del pene erecto: la vagina está distendida en sentido
longitudinal, y las paredes separadas; la porfío, y con ella
todo el útero, resultan empujados hacia arriba.
En realidad, teniendo en cuenta el grado indicado de
repleción de la vejiga, y en caso de vagina desocupada, el
cuerpo uterino estará más fuertemente acodado hacia ade­
lante, colocado sobre la vejiga; por consiguiente, resultará
más pronunciado el ángulo entre el cuerpo uterino y su cue­
llo, y la anteflexión (o sea el emplazamiento normal del
útero) será más acentuada. Finalmente, la partió, cuando
ya no esté comprimida hacia arriba ni reciba tracción alguna
hacia adelante por la pared vaginal anterior (o sea, tan
pronto como el pene haya abandonado la vagina), ocupará
de nuevo su emplazamiento, dirigiéndose más bien hacia
atrás; el hocico de tenca mirará en esta misma dirección,
aproximándose, por lo tanto, a la bóveda vaginal posterior
(hacia el receptaculum seminis). La vagina misma, ya en
posición normal, es decir, sin estar distendida, se inclina nue­
vamente algo hacia atrás, colocándose otra vez su pared
delantera sobre la pared posterior.
Tales son las diferencias entre el emplazamiento y pos­
tura del útero y de la vagina en estado normal (vacío) y en
posición de coito. En las figuras esquematizadas he repro­
ducido los órganos en esta posición, porque es la que más
interés ofrece en lo que se refiere a “fisiología matrimonial",
y también para hacer de esta manera más clara y, por consi­
guiente, más comprensible su reproducción.
De todo cuanto llevo dicho vemos, pues, que corresponde
al útero (y junto con él a los otros órganos sexuales internos),
una movilidad considerable. Sin embargo, bajo los influjos
más diversos, puede perder su posición de equilibrio. En
párrafos anteriores hemos visto la influencia que empuja a
dicho órgano hacia arriba. Por otra parte, hay otras influen­
cias que le hacen descender (la prensa abdominal, que hace
accionar toda persona al efectuar la “presión” corriente);
otra que le empuja hacia adelante (por ejemplo, en caso de
intestino demasiado repleto), y, finalmente, otras que causan
su desviación hacia atrás (sobre todo la hiper-repleción de la
vejiga). Se halla también expuesto el útero al efecto de la
gravitación, de modo muy variable, según las diferentes
posiciones de la mujer, No solamente trátase de una movi­
lidad del órgano, como totalidad, sino que puede existir tam­
bién rotación alrededor de sus diferentes ejes, y alteraciones
de las relaciones entre el cuerpo y la cervix. Esta amplia y
relativamente normal esfera de movilidad en tal compleja
disposición de órganos vitales nos hace comprender cuán de­
licadamente balanceado, cuán inestable, es la relación mutua
de los genitales internos entre sí y con respecto a las partes
adyacentes.
Y no obstante, este equilibrio se preserva. ¿Cómo? Por
medio de los efectos elásticos de los músculos de la pelvis y
de los ligamentos inelásticos que soportan y sostienen los
órganos pelvianos. Estos comprenden los dos ligamentos an­
chos, cuya función es especialmente de suspensión; contienen
poco tejido muscular y consisten en un pliegue de tejido peri-
toneal fibro-muscular que se extiende a través del útero hasta
la pared lateral de la cavidad pelviana, rodeando el ovario y
el tubo de Falopio en cada lado. El sostén está dado por los
ligamentos transverso cervicales (cardinales), los ligamentos
útero-sacrales y la aponeurosls pubo-cervical. Estos últimos
ligamentos forman parte de un armazón de tejido conjuntivo
continuo que se extiende a través de la pelvis y sostiene los
órganos vitales. El propio útero es asimismo mantenido en
posición por su peso y por los ligamentos redondos que lle­
van el cuerpo uterino hacia adelante.
Podría resultar dicha elasticidad ligeramente dañada
cuando se hiperdistendiese dicho aparato de suspensión o
pasase de sus límites de elasticidad, Por consiguiente, es de
especial importancia oponerse a las extralimitaciones. Esto
se consigue por medio del resorte del suelo pelviano, contra
el cual suelen comprimirse los intestinos pelvianos, al au­
mentarse la presión. Por este motivo, son indispensables dos
factores para conservar los Órganos pelvianos en posición
normal: un aparato de fijación no debilitado en su elastici­
dad, y un aparato de sostén, resistente e intacto (es decir,
una fuerte musculatura del suelo pelviano, absolutamente
intacta). Ambos aparatos deben realizar un trabajo man­
comunado, a fin de que no sufran daño alguno en su fijación
los órganos pelvianos
La cavidad uterina, o cavum uteri (tal como lo muestra
la Figura 2) tiene aproximadamente 7 cm. de longitud en
las nulíparas y más de 8 cms. en las mujeres que han dado
a luz. Verticalmente ocupa muy poco espacio pero diagonal­
mente puede ser descrita como un triángulo cuya base es el
fundus uteri.
El vértice de este triángulo se halla dirigido hacia abajo
(I) Las últimas frases, citadas según Q. Hoenne, Tratado de Obstetricia de
W. Stocks! (W, Stockel’s Lehrbuch der Oeturisllfe), (Flíeher, Jena), 1920, cons­
tituyen una nueva prueba de las diversas medidas de conducta que en uipliulo
*
anteriores he hecho reuitar.
y situado en la cavidad del ángulo de acodamiento, entre el
cuerpo y la cervix, formando allí un canal muy estrecho, de
unos 8 milímetros de ancho, y cuya prolongación, que es el
canal cervical, comunica con el hocico de tenca exterior de la
vagina (ostium uteri extemum, o simplemente llamado os­
tium). En contraposición al último, se llama aquél paso
estrecho, hocico de tenca interior (ostium uteri internum).
Por los lados de la base triangular, que se denominan los
ángulos de la trompa, comunica la cavidad uterina, mediante
aberturas estrechísimas, con los huecos de las trompas.
La cavidad uterina está revestida de una mucosa rica en
glándulas. Esta mucosa tiene que desempeñar, precisamente,
un papel importantísimo, albergando y alimentando al óvulo
fecundado, cumpliendo con tan alta misión mediante la co­
rrespondiente transformación de su estructura.
Cada mes lunar (o, mejor dicho, cada cuatro semana?),
se prepara esta misión, alcanzando ya entonces las altera­
ciones estructurales, un grado muy considerable. Cuando
esta preparación resulta inútil, cuando no existe óvulo fecun­
dado alguno para anidarse, sobreviene en breve plazo su
involución; la mucosa proliferada sucumbe en su mayor parte
y es expulsada, manifestándose el proceso hacia afuera por la
salida de sangre y de productos de secreción sanguínea, esto
es, se presenta la hemorragia menstrual.
De la mucosa en cuestión sólo queda su capa inferior.
Permanece durante algún tiempo en estado de reposo, hasta
que un nuevo motivo la obliga a prollferarse, a fin de prepa­
rarse otra vez para recibir el óvulo. Al resultar nuevamente
útil (ya que no ha tenido lugar fecundación alguna), se eli­
mina nuevamente y se presenta la menstruación siguiente.
Y de esta manera se repiten los procesos, mientras que su
continuidad no sea interrumpida por un embarazo, es decir,
durante toda la época de madurez sexual, formando el ciclo
menstrual, que se repite con regularidad en intervalos de
cuatro semanas.
En el capítulo siguiente me ocuparé con todo detalle de
la menstruación, al tratar la misma en relación con las res­
tantes oscilaciones que se presentan con regularidad en los
procesos vitales de la mujer, así como al referirme a su inde­
pendencia en lo que respecta a la función del ovario.
La pared muscular del útero tiene, aproximadamente,
un espesor de 1 a 1,5 centímetro, y alcanza su máximo desa­
rrollo en la parte llamada cuerpo uterino.
El músculo del útero posee una fuerza enorme, que se
manifiesta de modo especial cuando tiene que realizar la
gigantesca labor Inherente al parto.
Es que se ha preparado previamente de la debida manera,
ya que los elementos musculares se han multiplicado y au­
mentado durante el embarazo en medida tal, que el peso del
útero, de unos 50 a 70 gramas (50 gramos en las nulíparas
y de 60 a 70 en las multíparas), ha aumentado hasta el 900
a 1,200 gramos (calculado inmediatamente después de haber
tenido lugar el parto).
La idiosincrasia o peculiaridad especial de los espasmos
o contracciones uterinas es que empiezan levemente, aumen­
tan en fuerza, permanecen por breve tiempo en él máximo
de intensidad y luego desaparecen. Después de un intervalo
de reposo comienzan nuevamente. Esta cualidad específica
es particularmente marcada durante el alumbramiento (do­
lores de parto) pero puede verificarse fuera y aparte del em­
barazo.
Además, las fuertes contracciones uterinas pueden estar
acompañadas por un dolor peculiar y único <*).
Unicamente las contracciones de escasa intensidad, espe­
cialmente aquellas que no tienen que veneer obstáculo al­
guno, pueden desarrollarse sin producir dolor, y, a veces, sin
que la mujer se dé cuenta de ellas. Resulta así, por fortuna,
en la contracción uterina que se verifica cuando la unión
sexual ha llegado a su punto culminante.
En su superficie externa está revestido el útero por el
peritoneo. Carecen de tal revestimiento las estrechas tiras
laterales de donde salen los ligamentos anchos del órgano, y
también la parte inferior del útero.
En la Figura 2 puede apreciarse con toda claridad que el
peritoneo, en su plano anterior, liega menos profundamente
sobre la pared muscular que en el plano posterior; se indica,
* no se considera nornvil. El Parto jf»
(1) La necesidad de «ate dolor y
Temor del Dr, Dlck-Read demuestra que este dolor es producido psicológica­
mente por «1 espasmo a través del miedo, y que si ee elimina el temor el dolor
desaparece.
asimismo, que por delante no llega hasta la pared vaginal,
como sucede en la parte posterior.
El peritoneo se halla firmemente unido con la muscula­
tura subyacente de la matriz, pero esta unión resulta algo
más floja en el punto de su doblez, es decir, en el sitio en
donde pasa del útero a la vejiga. En dicho sitio puede des­
viarse fácilmente el peritoneo de su substráete. Es aquí donde
se forma el pliegue vésico-uterino. Desde allí, y hacia ade­
lante, recubre gran parte de la pared superior y posterior de
la vejiga, continuándose un poco más hacia la sínfisis, sobre
la pared abdominal anterior. Ya hemos mencionado el plie­
gue de doblez posterior, en la parte más profunda de la cavi­
dad de Douglas. Desde este punto, recubre el peritoneo la
superficie anterior de la columna vertebral, así como las
partes laterales de la pared abdominal interior.
Resumiendo en breves palabras todo cuanto hemos dicho,
resulta que el peritoneo es una piel fina, reluciente, que
recubre toda la cavidad abdominal, revistiendo asimismo los
intestinos pelvianos. A excepción de la vagina, los órganos
sexuales internos se encuentran casi completamente dentro
de la cavidad peritoneal, y están sujetos y recubiertos en su
mayor parte por el pliegue peritoneal, que atraviesa transver­
salmente la pelvis. En la Figura 2 he intentado reproducir
la situación lo más claramente posible, a pesar de que no es
fácil hacerlo, dadas las relaciones existentes, que podrían
interpretarse de modo erróneo. Debe entenderse que la parte
sombreada (cavidad peritoneal) está llenada por los intesti­
nos, que colindan en todas partes con los órganos sexuales.

Las estrechas relaciones existentes entre los órganos


sexuales y el peritoneo son de especial importancia, ya que
los genitales, a causa de su frecuente unión con el mundo
exterior y su marcada labor, pueden mediar fácilmente para
que penetren en la cavidad abdominal agentes productores
de infecciones.
Las trompas (tuba uterina, Figura 2, número 10) adhie­
ren a cada lado de los bordes del útero. Representan unos
tubos serpenteados, de unos 10 a 15 centímetros de longitud,
que van en direcci 5n de las paredes pelvianas laterales. Las
trompas, que son muy estrechas en sus sectores de nacimien­
to, salen de los ángulos tubulares de la cavidad y pasan a
través de las paredes uterinas; a poca distancia de aquel
punto, van ensanchándose paulatinamente <*>. Sin embargo,
la trompa sigue siendo un tubo flexible, tenue, delgado y
bastante estrecho.
Este órgano se halla encerrado en el borde libre del liga­
mento ancho. Su parte lateral, acodada hacia atrás, ensan­
chada en forma de pabellón, se encuentra libremente en la
cavidad abdominal. Existe una comunicación directa de la
cavidad abdominal con el orificio externo de los órganos se­
xuales. Y este hecho tiene una importancia indiscutible.
Sin embargo, no conviene imaginarse la cuestión como si se
tratase de un paso completamente abierto, pues se produce
cierta oclusión, por unirse las paredes entre sí; existen, ade­
más, el tapón de Kristeller y las pequeñas cavidades de líqui­
dos que circulan por los sectores estrechos de las trompas.
Ahora bien: al Inyectar algún líquido dentro de la cavidad
uterina, puede penetrar éste hasta dentro de las trompas y
llegar a su vea a la libre cavidad abdominal, lo que puede dar
lugar a intoxicaciones y peritonitis locales y hasta generales
(dada la enorme capacidad de absorción del peritoneo).
La superficie Interna de la trompa presenta numerosos
pliegues longitudinales y crestas provistas de una capa celu­
lar, que lleva finísimas pestañas diminutas, sólo apreciables
por medio del microscopio, y que se hallan en continuo mo­
vimiento, vibrando siempre en dirección al útero. Y como
quiera que el epitelio vibrátil trabaja sn cesar durante toda
la vida, es por eso por lo que se produce una corriente conti­
nua de líquido capilar, que va desde la cavidad abdominal
hacia el útero. Precisamente esta corriente es la que ayuda
a las trompas a cumplir con la finalidad a que están desti­
nadas. Dicha finalidad consiste en la reunión de las células
germinales masculinas y femeninas, y en el transporte del
óvulo fecundo hacia el útero. Y la corriente capilar es de
ayuda para la fecundación en dos sentidos; su acción sobre
los óvulos y los espermatozoos es complementaria, pero exac­
tamente opuesta.
La corriente capilar y el epitelio vibrátil conducen el
(1) De ahí «9 nombre de Salplngeo (palabra griega que «Ignirica "trema-
peta-).
óvulo, al salir del ovario, hacia la abertura abdominal cónica
de las trompas, donde recibe la fertilización, y luego lo con­
ducen hasta el útero, donde es anidado y nutrido. Por otra
parte, el movimiento hacia afuera y la succión de las trompas
excita las células espermatozoicas o espermatozoos, producien­
do vigorosos contra-efectos, pues es una peculiaridad especial
de estas pequeñas células que tienen una capacidad de movi­
mientos independientes, que navegan preferentemente contra
la corriente, y que deben moverse hacia arriba y hacia aden­
tro, en la dirección del ovario.
De tal manera la corriente capilar en los oviductos une
las dos células contrastantes y complementarias que se bus­
can una a la otra. El encuentro de dos células tales, o ferti­
lización, o concepción, generalmente ocurre en la porción
lateral curva del oviducto: el óvulo fertilizado comienza a
desarrollar a medida que es transportado a través de la trompa
hasta el útero, donde es anidado alrededor de una semana
después de fertilizado. Los músculos peristálticos de los ovi­
ductos, que están en continuo movimiento leve, principal­
mente en dirección al útero, contribuyen, por supuesto, al
transporte y a la succión del óvulo fecundado. (Ver especial­
mente Sobotta y Mikullcz-Radecki: el último en Centralblatt
für Gynakologie, Nos. 30 y 42).
El ovario (ovarium), que, como las trompas, es un órgano
par, tiene la forma de un cuerpo redondo y algo alargado,
uno de cuyos bordes longitudinales ofrece un curso rectilíneo.
Tiene, aproximadamente, de 3 a 5 centímetros de longitud,
1,5 a 2 centímetros de anchura, y un espesor de 0,5 a 1,5 cen­
tímetro. Su consistencia es sólida y, a la vez, elástica, mien­
tras que su superficie es irregular, a causa de las vesículas
ovulares pequeñas que se forman y estallan.
El borde incurvado del ovario y ambas superficies se
hallan libremente dentro de la cavidad abdominal, mientras
que se fija por su borde recto longitudinal en la pared poste­
rior del ligamento ancho. Se halla adherido por un ligamento
propio al borde lateral del útero, y por otro (el ligamento de
suspensión del ovario, que se halla indicado en la Figura 2,
con el número 5), a la pared pelviana; de esta manera queda
determinado su emplazamiento (aunque puede ser variable).
El embudo de la trompa se halla situado en inmediata proxi­
midad del libre borde posterior y de la cara interna del ovario.
Dentro de éste se hallan los gérmenes de óvulos, en nú­
mero incontable, y se verifica continuamente una formación
y una involución. Durante la formación se producen vesículas
llenas de líquido, que albergan en una parte de su pared al
ovulito. Dichas vesículas suelen llamarse folículos, y, en
intervalos de cuatro semanas, llegan a su completa madu­
ración, unas veces dentro de un ovario y otras de otro (sin
que pueda comprobarse un turno riguroso). El folículo llega
a su grado completo de desarrollo, pronto a estallar, y recibe
entonces el nombre de vesículas de Graaf o folículo de Graaf,
según el autor Reinier de Graaf, que fue quien lo descubrió
(Graaf murió en Relft en 1673). El folículo, que ha alcan­
zado entonces el tamaño de una cereza pequeña, llega durante
su nacimiento hasta la superficie del ovario, de modo que ésta
se halla abombada, adelgazándose entonces su pared en el
vértice de tal modo, que acaba por estallar. El líquido que
sale arrastra entonces consigo al óvulo (que tan sólo tiene
un diámetro de 0,2 milímetro). De esta suerte llega a la
libre cavidad abdominal, en la proximidad del embudo de la
trompa, siendo impulsado hacia ésta del modo antes descrípto.
Después de estallado, el folículo aún no ha cumplido del
todo su misión. Se presentan en su pared manifestaciones
de intensa proliferación, y se transforma rápidamente en
cuerpo glandular que, a causa de su color, se denomina
cuerpo amarillo o cuerpo lúteo (corpas luteum).
El cuerpo lúteo segrega sustancias, las cuales, una vez
que llegan a la corriente sanguínea, ejercen gran influencia
sobre todo el organismo, y también sobre la mucosa uterina.
En caso de existir embarazo prosigue el crecimiento del cuer­
po lúteo. Durante algunos meses, conserva su función pero,
en el caso de que no haya tenido lugar fecundación alguna,
entonces, después de breve tiempo de florecimiento, entra el
cuerpo lúteo en regresión, quedando tan sólo una pequeña
cicatriz en la superficie del ovario.
Como cada folículo necesita dos semanas para madurar,
la mayoría de estas muy numerosas estructuras no logran la
madurez total. Pasan al estado-de involución o destrucción
y sus células componentes se hacen fibrosas y no tienen fun­
ción alguna.
Los ovarios representan, por consiguiente, órganos de
secreción externa e interna.
La secreción externa es periódica y recurrente. La inter­
na, también lo es, en parte; pero en cierto grado debe consi­
derarse como continua. '
La importancia de la función oválica ha sido tratada ya
en el capítulo n, en lo que respecta a las sensaciones sexuales.
En el capítulo siguiente estudiaremos sus relaciones con res­
pecto a la menstruación y a su influjo sobre el organismo
total de la mujer que ha llegado a la madurez sexual.
Capítulo VI

DE LA FISIOLOGÍA SEXUAL DE LA MUJER ADULTA


TERCERA PARTE
Función ovárica, movimiento ondulatorio de las manifesta­
ciones VITALES EN EL ORGANISMO FEMENINO Y LA MENSTRUACIÓN

Los problemas que me dispongo a tratar en este capitulo


son enormemente difíciles, no tan sólo por el hecho de ser en
alto grado complicados, sino, y sobre todo, porque contienen
muchas cosas extraordinariamente difíciles de comprender y
también algunas cuestiones que aun no han sido aclaradas.
A pesar de todo, debo intentar ver claro en ellas, en
cuanto esté en lo posible, pues la esencia de la vida de la
mujer, tanto la corporal como, en gran parte, su vida aní­
mica, no sólo están relacionadas, sino dominadas por tales
cuestiones.
Propter solum ovarium mulier est quod est; lo que signi­
fica: “Tan sólo por sus ovarios es la mujer lo que es”.
Ya veremos cuánta verdad encierra este aforismo latino.
¿Cuál es, pues, la función de estos órganos tan impor­
tantes? (Y digo “órganos” ya que, en su función, forman
una totalidad, y aunque de antiguo se habla sólo del “ovario”,
normalmente, existen dos).
Su misión es doble: debe producir el óvulo, la célula ger­
minal de la mujer, y protegerla durante su ulterior desarrollo.
Respecto al modo y manera cómo cumple el ovario con
su primera misión, se sabe ya bastante, habiéndonos ayudado
de un modo especial para alcanzar tales conocimientos los
métodos de investigación microscópica.
Y a pesar de todo, es aquí donde precisamente empieza
la dificultad. ¿Cuándo resulta expulsado el óvulo? ¿Es que
tal operación se verifica en intervalos regulares? ¿Y cómo se
relaciona el momento de la expulsión del óvulo (la ovulación),
con la salida de sangre del útero, que se efectúa, como sabe­
mos, cada cuatro semanas?
El hecho de incluir esta hemorragia, esta pérdida de san­
gre, preferente y expresamente, en las siguientes considera-
clones, es a consecuencia de su evidencia, de su manifestación
periódica y de su importancia como sintoma de falta de
embarazo.
En todas partes y en todas las épocas ha desempeñado
la menstruación, para las mujeres, así como para los médicos,
el importante papel de un aparato de vigilancia, que nos
señala los procesos más significativos de los órganos sexuales.
También, pues, queremos nosotros servirnos de este aparato
como cronómetro, a fin de poder interpretar la consecuencia
temporal de las fases de las diversas funciones de los órganos
sexuales y de otros muchos procesos del resto del cuerpo.
Dividiremos en cuatro semanas los períodos durante los cuales
se desarrolla la vida de la mujer normal no fecundada, de
modo que los calculemos desde el primer día de la menstrua­
ción hasta el vigésimo octavo día que sigue al principio de
la hemorragia.
¿En qué día, pues, de las cuatro semanas, tiene lugar la
ovulación? La respuesta a esta pregunta tiene importancia
en la práctica, así como en la teoría. Pues dado que el día
inmediato siguiente al de la ovulación es el más favorable
para la fecundación, es de gran importancia determinarlo
exactamente. A través de estudios realizados en los ovarios
durante intervenciones quirúrgicas pelvianas y abdominales
hemos obtenido conocimientos adicionales sobre los aconteci­
mientos que tienen lugar durante el ciclo menstrual y hemos
complementado dichos estudios con observaciones precisas
efectuadas en mujeres en quienes la madurez del folículo de
Graaf era demostrable de una u otra manera, AI comienzo
de cada ciclo varios óvulos de ambos ovarios comienzan a
madurar pero uno de ellos aventaja al resto y los demás son
inhibidos por secreciones glandulares especiales, de manera
que generalmente sólo un óvulo logra madurar cada mes.
Esta maduración continúa firmemente hasta que en un mo­
mento dado, en la mitad del tiempo que transcurre entre dos
períodos menstruales, el folículo de Graaf estalla y libera el
óvulo, que es arrojado al oviducto donde, a menos que se le
fertilice, vive sólo alrededor de veinticuatro horas y luego se
desintegra y desaparece.
R) tiempo exacto de ovulación difiere de mujer a mujer
y de ciclo en ciclo. Lo único constante es que ocurre catorce
días antes del comienzo del período siguiente. Podría decirse
que por lo general se produce entre el 11° y 15Q del ciclo pero
puede ser afectado por circunstancias externas, enfermedades,
factores emocionales y quizás hasta el estímulo del coito mis­
mo puede provocar una ovulación más temprana. Aunque el
Ciclo menstrual promedio es de veintiocho días, muchas mu­
jeres tienen intervalos más breves o extensos entre dos perío­
dos. Aquellas que tienen ciclos menores que el mes lunar
ovulan proporcionalmente antes en el ciclo y viceversa. Todo
esto ha sido confirmado no sólo por observaciones de los fo­
lículos de Graaf realizadas durante el transcurso de interven­
ciones quirúrgicas sino también por las constantes variacio­
nes de las temperaturas halladas a través de cada ciclo. Esto
será discutido con mayor amplitud más adelante. No obs­
tante, para poder apreciar el complejo mecanismo con que la
Naturaleza logra la reproducción y preservación de la especie
debemos tener en cuenta estos factores separados pero entre­
lazados.
1> La posibilidad de que la relación sexual en los días que
preceden al estallido del folículo maduro puede dar un ímpetu
a la ovulación, tanto por la congestión como por el aumento
de tensión y posiblemente por vibración directa.
2) El hecho de que en esa época las secreciones vaginales
tienen justamente la menor cantidad de acidez, lo que favo­
rece la preservación de los espermatozoos.
3) El hecho adicional de que inmediatamente después de
la ovulación tanto los órganos genitales internos como todo
el cuerpo están en las condiciones más adecuadas para ofrecer
al óvulo liberado las mejores condiciones para sobrevivir.
Así comprendemos en resumen los procesos por medio de
los cuales el ovario cumple su primer función, en cooperación
con los otros órganos genitales.

Dos tipos de hormonas están involucradas en el ciclo


ovar ico: Estrógena y Progesterona. Bajo los estímulos de la
pituitaria el ovario produce una hormona estrógena: estra-
diol, que hace que el óvulo se desarrolle, se agrande, estalle
a través de la superficie del ovario y encuentre su camino en
un tubo de Falopio, listo para ser fertilizado. Ui progesterona
ayuda al útero a recibir y retener el óvulo fertilizado. Como
ya se ha establecido, estos fenómenos ocurren más o menos
en mitad de camino entre dos períodos menstruales y consti­
tuyen lo que se conoce como tiempo de ovulación. Dos días
antes y dos días después de la anticipada ovulación es el mo­
mento más fértil del período intermenstrual. Una semana
antes y una semana después de la menstruación es lo que se
llama “período seguro". Pero es ésta una denominación erró­
nea, en vista de que la ovulación puede, a veces, producirse en
cualquier momento del mes. Tan pronto como ocurre la ovu­
lación la hormona adicional, la progesterona, entra en acción.
Es producida por un cuerpo amarillo, el corpus lutcum, ya
mencionado en el capitulo V, que se desarrolla en el Graafian
Jolltcle, que es la cavidad dejada por el óvulo cuando éste
irrumpe fuera del ovario. Si el óvulo es fertilizado el cuerpo
lúteo crece en tamaño y permanece activo durante los tres
primeros meses del embarazo, protegiendo y desarrollando el
embrión y contribuyendo a evitar el aborto. Cuando el cuerpo
lúteo comienza a decrecer la producción de la todavía esencial
progesterona queda a cargo, en cantidad siempre en aumento
durante el resto del embarazo, de la placenta. Si el óvulo no
es fertilizado el cuerpo lúteo degenera rápidamente, se hace
más y más pequeño, y su acción inhibidora cesa. Inmediata­
mente después de iniciada la menstruación el ciclo completo
de maduración, ovulación, fertilización o no fertilización, del
óvulo recomienza y conduce al embarazo o se produce otro
“período’’.
Se dice que los ovarios contienen aproximadamente
100.000 óvulos. Cada óvulo en su madurez es una diminuta
mácula de % centímetro de diámetro y todos los meses, du­
rante aproximadamente treinta años en la vida de una mujer,
un óvulo maduro pasa por el oviducto hasta el útero. Si el
óvulo maduro es fertilizado se produce el embarazo, como he
mencionado en el capítulo V. Si no es fertilizado se desinte­
gra antes de la siguiente menstruación. La Naturaleza re­
sulta así extraordinariamente pródiga, ya que más de 98.000
óvulos jamás maduran y de los 1.500 aproximadamente que
si lo hacen, por lo general son menos de 6 los fertilizados. No
obstante, en el hombre se produce una desproporción mayor
aún. Una emisión seminal fértil puede contener de doscientos
a trescientos millones de espermas, de los cuales se requiere
uno solo para la fertilización. Sin embargo el hombre no es
peculiar en esto. Es la proporción común en la Naturaleza.
El mecanismo que controla la madurez del óvulo, su cur­
so a través del oviducto, las perspectivas de fertilización y las
posibilidades de que pueda sobrevivir para producir una cria­
tura de término cumplido están gobernados por las hormonas
que controlan a los ovarios. Si un óvulo no es fertilizado las
hormonas que controlan el mecanismo que produce la mens­
truación entran en acción y así se completa el ciclo.
Se ha investigado mucho para dilucidar todos estos com­
plejos procesos y podemos presentar las conclusiones a que se
ha llegado en la siguiente forma simplificada. Las series de
cambios que se verifican son originados primariamente por
impulsos bioquímicos emitidos por una parte del cerebro lla­
mada hypothalamus. Este activa un Organo endócrino, la
glándula, pituitaria, situada en la base del cráneo; y la pitui­
taria a su vez estimula o inhibe, según sea necesario, las hor­
monas del ovario.

Un despliegue de acción igualmente vigoroso, si no más,


que el de las hormonas del ovario, hace que el revestimiento
membranoso del útero prolifere y desarrolle a fin de ofrecer
al óvulo su anidamiento y nutrición. Bajo la influencia de
estas hormonas las membranas del útero, hasta ahora peque­
ñas en extensión y relativamente pasivas, comienzan a crecer
y forman la estructura típica del embarazo. Este aumento
llega a una positiva proliferación de tejido. Hitschmann y
Adler (Viena) describieron en 1907 por primera vez las fases
de esta proliferación y su significado. Posteriormente F. Drie-
ssen, de Amsterdam, las dilucidó a través de observaciones
microscópicas exhaustivas y exactas. Antes de la prolifera­
ción viene la fase regenerativa; ésta comienza aun antes de
que la menstruación haya cesado y continúa durante la pri­
mera mitad del ciclo, luego entra en la fase proliferativa y
secretoria, que se mantiene en acción durante la segunda
mitad del ciclo y termina cuando la menstruación comienza
nuevamente.
Esta se caracteriza localmente por la disolución y expul­
sión de la mayor parte de la membrana mucosa proliíerada,
acompañada por la secreción de un fluido aguado levemente
teñido de sangre hasta la cesación de la regla. Su significa­
ción es importante para el organismo en general, ya que
puede ser considerada como la manifestación de una reacción
y relajamiento general del cuerpo. Más adelante trataremos
de este asunto con mayor amplitud.
El glucógeno es uno de los constituyentes segregados por
las membranas mucosas y como Intermedio en el metabolismo
de los carbohidratos constituye una importante reserva de
alimento para el óvulo fertilizado y puede, por lo tanto, ser
considerado como parte de la preparación para el embarazo.
Esta curva, en conjunto, corre paralela a la de las membranas
uterinas, sube dos días después de haber empezado la forma­
ción del cuerpo lúteo, sigue luego la actividad funcional de
éste y desciende bruscamente tan pronto como el cuerpo ama­
rillo del ovario comienza a disminuir y dispersarse.
Los órganos sexuales alejados de las estructuras centra­
les, las mamas, participan de un modo indudable en la curva
cíclica ellas también siguen las tres fases iniciadas por el
cuerpo lúteo: ascenso, culminación y declinación. Rosenburg
ha demostrado esto por medio de investigaciones anatómicas
microscópicas de las mamas en diferentes etapas del ciclo
menstrual.
Como ios cambios que se efectúan en las membranas ute­
rinas, iniciados por las hormonas de los ovarios, el aumento
de volumen y tensión de las glándulas mamarias, descrito por
Rosenburg, debe ser considerado como fase inicial de las alte­
raciones típicas del embarazo. Así la Naturaleza espera la
fertilización de cada óvulo cuando éste abandona el ovario.
En cada ocasión se prepara para los cambios que habrán de
seguir a esa fertilización. Y en cada ocasión, cuando la fer­
tilización no se produce, y los propósitos de la Naturaleza se
ven frustrados, los preparativos son demolidos y dispersados.
Es universalmente sabido que los pechos se hinchan antes
de que comience la menstruación. Se ponen más tensos y du­
ros y hasta algunas veces provocan cierto dolor. Pero este
fenómeno no es idéntico al cambio gradual que se produce
en ellos entre dos períodos, tal como lo describe Rosenburg.
(1) a. RoBenburg: "Cambio» MmutruaiM da la» Olinduiaa Mamarla»". Zm-
tratbMtt fOr GpUttolOffte. N
* 1.
Ante todo, los dos procesos no coinciden en él tiempo, Y en
segundo lugar, el perceptible aumento que se presenta antes
de la menstruación es demasiado rápido para que pueda ser
parte del ciclo de veintiocho días.
No puede decirse con certeza si los cambios cíclicos des­
critos por Rosenburg pueden ser conscientemente percibidos;
tal vez lo sea por algunas mujeres y por otras no. Pero el
pequeño aumento normal de antes de la menstruación, que
sí es distintivamente perceptible, se debe probablemente a
un mayor aflujo de sangre y a una dilatación de los peque­
ños vasos sanguíneos. Esto puede ocurrir, no sólo en el curso
de procesos endócrinos (químicos) sino como acción refleja
a través de los nervios.
Un buen ejemplo de tai causa y al mismo tiempo una
verificación Interesante de la probable respuesta a los proble­
mas que estamos discutiendo aquí se halla en el aumento y
posterior normalización de los pechos que muchas mujeres
experimentan justamente en mitad de dos períodos, o sea
inmediatamente antes de la ruptura del folículo de Graaf.
En este caso podemos con certeza descartar un aumento
real del tejido glandular. No obstante los pechas se hinchan.
Se hinchan a causa de la congestión de la sangre y de la re­
tención de líquido.
Hemos visto que la función ovárica tiene una marcada
y poderosa influencia en la esfera genital. Igualmente impor­
tante es su influencia sobre él organismo total de la mujer.
Consideraremos esto en detalle.
Desde las observaciones realizadas y registradas por Mary
Putnam Jacob! en 1875, seguidas por el Ensayo de Good­
man <’) y confirmadas y ampliadas por gran número de in­
vestigadores, se sabe que los procesos vitales más Importantes
de la mujer sexualmente adulta muestran oscilaciones de in­
tensidad dentro de un período definido.
A una fase de actividad intensa y activa que precede al
flujo menstrual sigue una débil fase de relajación que corres­
ponde a la menstruación. Luego se produce nuevamente un
aumento gradual, una culminación y un descenso. Y si no
se presenta el embarazo el mismo proceso se repite con asom-
(1) American journtl oí OtoiUtrle», L67«.
120 T H. H. V A N D E V E L D I

brosa regularidad y puntualidad a intervalos de cuatro se­


manas durante toda la madurez sexual.
Ha quedado demostrado que este ciclo mensual de au­
mento, culminación y disminución afecta la temperatura del
cuerpo, la función cardíaca, la presión sanguínea, la fuerza
muscular, la eliminación de orina, los procesos de asimilación
y, como se ha comprobado en los últimos años, los órganos
sexuales en sí mismos. Hay señales, y habrá más, de que en
muchas otras manifestaciones vitales de la mujer se podrá
probar la misma regia de tensión y relajación periódicas.
Es, en realidad, como el flujo y reflujo del mar bajo la luna
creciente y menguante.
TEMPERATURA BASAL
o
* corroa
as 30 «k'j Ó, .8. y. tt ’ 1». jeL ¿o
<v rc) • ^P/Wuata ovulación

WF.
(W-FQ

Menstruación Menstruación
14 2t 2) 3»
;Abrif ig 17,10 81. H *7 jP t'47,S. .5. ,7, ,0, jl_ ,13, 13 17. Ift
FPFi I Presunta ovulación.
(PTC) '
c CcC C C ce

8FF
OíFC) ' A / prueba biológica
*
A
V / positiva de embarazo
(Menstruación ’
{MFCi 1 r 14 11 ai 5T
De Prlneipto» de Ginecología, de T. N. A. Jeffcoate. Buttcrworths

En una monografía publicada en 1904 í1' “Sobre la Rela­


ción Existente entre la Función Ovárica, la Periodicidad Cí­
clica y la Hemorragia Menstrual” señalé que la periodicidad
(1) Por eucaaoré» da Erren Bobo, en Hurtan.
que me ocupa puede verificarse del modo más sencillo en los
cambios que se producen en la temperatura del cuerpo, la
cual sigue una curva paralela a la de otras funciones vitales,
de modo que puede tomarse como representativa de las de­
más. Demostré también posteriormente que esto se comprue­
ba mejor con la temperatura de la mañana. Si se la toma
inmediatamente después de despertarse, siempre a la misma
hora, es menos probable que esté influenciada por factores
externos tales como movimiento muscular, procesos digesti­
vos, etc. En la monografía a que me referí publiqué curvas
de ejemplo y desde entonces he recibido numerosos otros datos
sobre las temperaturas de la mañana en jovencitas y muje­
res adultas.
El procedimiento práctico es el siguiente: Todas las ma­
ñanas, antes de levantarse y antes de haber tomado alimento
o líquido alguno, la mujer se coloca un termómetro clínico
bajo la lengua y lo deja allí durante cinco minutos. Lo lee y
asienta la temperatura en una carta especial. Este calenda­
rio mensual de la temperatura del cuerpo se inicia el primer
día de cada periodo y al completarse se verá que muestra dos
fases. Desde el día que comenzó la menstruación hasta la
mitad del ciclo permanece a un nivel; luego, después de un
descenso transitorio, el nivel se eleva y permanece así, más
alto, hasta el primer día de la menstruación siguiente, en que
desciende nuevamente al nivel más bajo. Se cree que el des­
censo de la temperatura que se produce en la mitad del ciclo
denota el día de ovulación y que el rápido ascenso que le sigue
es causado por la actividad funcional del cuerpo lúteo. Si
durante un determinado ciclo se produce la fertilización y
por lo tanto no hay posterior menstruación, la temperatura
permanece en su nivel superior hasta el final del cuarto mes
de embarazo y luego baja gradualmente. De esta forma es
posible no sólo descubrir cuando tiene lugar la ovulación en
una mujer en particular sino también sí en realidad se pro­
duce dicha ovulación, pues de no ser asi no se presentarán
los significativos cambios de temperatura en mitad de su ci­
clo. Además de la ovulación el ovario, dadas sus secreciones
especificas, estimula procesos generales vitales y provoca el
aumento y proliferación de la membrana del útero. Por el
contrario, la disminución y cese de su actividad pone un freno
en todos los procesos del organismo y dispersa las membranas
uterinas extras, que son expelidas en la descarga llamada
menstruación.
Puede demostrarse en forma concluyente que la determi­
nante aquí es la secreción glandular y noel estímulo nervioso.
Lo prueban los resultados de castraciones, transplantes orgá­
nicos, etc., que figuran en la literatura ginecológica. Pero el
citar ejemplos nos llevaría mucho tiempo y espacio.
Sólo presentaré dos testimonios de que los procesos vita­
les generales, representados y expresados por la temperatura
del cuerpo, están determinados por la actividad del ovario.
La primera prueba es ésta: Si en el curso de una Inter­
vención quirúrgica se extirpa el cuerpo lúteo, la menstrua­
ción se presenta (como ya demostró Fraenkel) y la tempera­
tura desciende inmediatamente en forma abrupta, con lo que
la onda vital periódica se quiebra antes de tiempo. (Aquí
puede haber dificultades en la apreciación debido a los ascen­
sos de temperatura ocasionados por la operación.)
La segunda prueba lleva precisamente la dirección con­
traría: Si el cuerpo lúteo persiste en lugar de sucumbir cuan­
do el óvulo muere, la temperatura continúa él nivel y no cae.
Este es el caso al principio del embarazo. Sabemos desde hace
tiempo que el cuerpo lúteo persiste y hasta aumenta durante
los primeros meses de embarazo. Sabemos también que la
menstruación cesa. Hemos aprendido más y más sobre la pro­
liferación progresiva de las membranas uterinas. Driessen
nos hizo conocer la profusa secreción glucógena del útero
durante los primeros meses. Sabemos que los pechos se dila­
tan firmemente; y esto se debe a la proliferación del tejido
glandular, según nos lo enseñan los experimentos anatómicos.
Así, si se produce la fecundación o concepción el cres­
cendo premenstrual de ovarios, senos y útero, continúa.

He empleado tanto espacio y trabajo en la explicación


de estos procesos, porque creo son de máxima importancia
para la vida cotidiana de la mujer y, por tanto, para las per­
sonas que la rodean: en primer lugar, su propio marido.
La variación de Intensidad y la ciase de los diversos
procesos se desarrolla siempre provocando ciertas reacciones
en la mujer. Se influyen su fuerza corporal y su bienestar
anímico, así como su resistencia a las enfermedades y a las
dificultades en general. Días de buen humor, llenos de ini­
ciativa y de fuerza, alternan con otros en los que se manifiesta
claramente lo contrario.
Dichos primeros momentos se observan durante la subida
y mientras la onda se encuentra en su punto culminante (*>;
los últimos, de un modo preferente, cuando la onda desciende
con precipitación, como por ejemplo, uno o dos días antes y
durante los primeros días de menstruar; tampoco son raros
estos últimos, cuando el valle de ondas es especialmente
profundo.
En cuanto al cuerpo se refiere, existe en dichas épocas
una capacidad para el trabajo bastante reducida, un ligero
cansancio y malestar general; se comprueba una cierta incli­
nación a la manifestación de enfermedades existentes, pero
que en otras épocas actúan con menos intensidad, y hasta
pueden agravarse dichas dolencias; por último, se manifiesta
una gran susceptibilidad para las influencias dañinas, como,
por ejemplo, para las infecciones. Pero en lo que a su psique
se refiere, es en estos días cuando se percibe, más acentuada
que nunca, cierta depresión muy peculiar en algunas mujeres.
Muchas, que en otras épocas gozan de buena salud corporal
y espiritual, se muestran ahora oprimidas y malhumoradas,
otras nerviosas y excitadas. La excitabilidad, la sensibilidad,
las manías, malhumor y repentino cambio de ánimo, incli­
nación hacia las discusiones e intolerancias, son manifesta­
ciones que suden presentarse en muchas mujeres que en
otras épocas no sufren de tales trastornos anímicos. En
general, dichas manifestaciones pueden considerarse como
dentro del límite normal, aunque muchas veces se acercan
de un modo alarmante al estado patológico y hasta pueden
traspasar dicho límite.
Huelga decir que la mujer, el marido y el médico, deben
tener en cuenta estas fluctuaciones corporales y anímicas,
(1) En relación con lo que acabo de manifeetar, resulta Interesante que
la mAyorla da las mujere» lienta eepecial bienestar al principio del eunbnxABO. Al
cabe do mAe o metun tiempo, puede enturbiarse conilderablemente aqutl, por
loe trastorno» que llera oonalgo la geotaclón y por influencias de otra Indole.
<□) Según Tobler, eltAdo por Singar en M&natMshri/t für <MburtihU/« und
at/nücoioffte, tomo I, pdg. 70, en el 01 % de las mujer»».
debiendo hacer todos un llamamiento a su tacto, su tino y
su auto-dominio, y los esposos a su mutuo afecto, respec­
tivamente.
Es especialmente la mujer la que forzosamente debe
sostener, durante aquéllos días, una lucha consigo misma,
teniendo siempre presente que debe cuidarse corporalmente
hasta cierto grado, y no exponerse a esfuerzos innecesarios,
convaliéndole luchar con toda su voluntad contra la perni­
ciosa inclinación de abandonarse, ya que grandes dificultades
pueden amenazar su bienestar, su vida toda.
Procederá, además, correctamente, dándose cuenta de las
causas de su desentonación anímica, especialmente en los
momentos difíciles que pueden presentarse durante aquellos
días. Cuando sea capaz de representar en su imaginación en
qué fase se halla de su curva ondulatoria, en los momentos
en que el mundo le parezca despreciable, insoportable la vida,
o cuando se considere menospreciada o abandonada y esté a
punto de entablar disputas y contiendas con los seres más
queridos, bastará una ligera sonrisa interior, para rechazar
vigorosamente tan tristes y excitados pensamientos y se dirá
a sí misma: “Pronto veré las cosas bajo otro aspecto, de dife­
rentes colores”.
Esos días no son fáciles para la mujer, ya que por “nada”
se disgusta; pero precisamente en esos días, con su auto­
dominio, es cuando puede dar prueba de su dignidad, su inte­
ligencia y su amor.
¿Y respecto al hombre? Para él (excepto el embarazo y
circunstancias anormales) existen dos épocas en las cuales
debe mostrarse con tacto y autodominio, como esposo sen­
sato y buen guía: durante los primeros días del matrimonio
y en los primeros días del descenso ondulatorio. La segunda
es, indudablemente, la más difícil —¡se repite tantas veces!—,
pero no es menos importante que la primera.

La menstruación se manifiesta, en la mujer sexualmente


madura y sana, a intervalos regulares, en forma de secreción
sanguínea por la vagina. Cesa durante el embarazo. Aproxi­
madamente la mitad de las mujeres carecen de período
menstrual durante la lactancia.
El intervalo corriente entre dos menstruaciones es el de
cuatro semanas, contando desde el principio hasta su nueva
aparición. Sin embargo, hay también mujeres que tienen
sus reglas con regularidad cada veintiséis o veintisiete días
(existiendo hasta el tumo de tres semanas), y otras en las
cuales se presentan cada veintinueve o treinta dias. Además
los intervalos pueden variar en la misma mujer en diferentes
épocas. Existen, respecto al particular, importantes diferen­
cias individuales; hay mujeres que están siempre “al día” con
sus reglas, hay otras que pueden calcular con menos segu­
ridad la presentación de su período. También ejercen su in­
fluencia, aparte de particularidades constitucionales y predis­
posición hereditaria, el modo de vida, el clima, etcétera.
Aunque la menstruación está dominada por la función
ovárica, puede, sin embargo, adelantarse la presentación o
retrasarse la pérdida menstrual, por diversas causas, y aun
llegar a quedar suprimida por completo. Como motivos de
tales influencias mencionaré el cambio de clima y la influen­
cia ejercida por la psique, que se halla especialmente predis­
puesta a interrumpir la marcha regular de las hemorragias
menstruales. De la misma manera, un susto o cualquier
acontecimiento alegre, inesperado, puede ser causa de que la
menstruación se presente más pronto, o, lo que es más
frecuente, se retarde, y puede ocurrir también que una
menstruacclón en plena evolución quede interrumpida repen­
tinamente. El modo y manera de la producción de tales
alteraciones es poco conocido; tal vez se trate, en general,
de procesos complicados. Cualquier excitación simple, proce­
dente directamente de los nervios y que provoca en los peque­
ñísimos vasos sanguíneos de la región genital una máxima
contracción, o viceversa, una paralización, puede tener iguales
consecuencias. Tales influenciaciones de estímulos psíquicos
sobre regiones vasculares, son muy frecuentes y bien cono­
cidas por los médicos; llamaré sólo la atención sobre el rubor,
por una parte, y por otra, sobre la acentuada palidez que,
debidas a un susto, producen repentinamente una contrac­
ción vascular. También las influencias psíquicas de larga
duración pueden producir trastornos en el sentido Inhibitorio,
y con frecuencia ocurre esto por el miedo, o a veces la espe­
ranza, en la mujer, de quedar embarazada. Quiero mencio­
nar, en último término, la presentación precoz de la mens­
truación el mismo día de la boda, hecho tan conocido, por lo
que las personas sensatas, a fin de prevenir en lo posible
acontecimiento tan desagradable, fijan el día del enlace ma­
trimonial de sus hijas en una fecha que no esté demasiado
distante de la última menstruación.
La duración normal de la hemorragia menstrual es de
tres a cinco dias. Hay, naturalmente, importantes oscilacio­
nes fisiológicas, que no sólo pueden observarse en mujeres
distintas, sino hasta en una misma persona. A veces depende
de la conducta de la mujer la duración y la cantidad de se­
creción, en el sentido de que los esfuerzos corporales prolon­
gan, generalmente, la duración, aumentando, simultánea­
mente, la cantidad. Hay, sin embargo, mujeres, y entre ellas
médicas, que han manifestado que su hemorragia menstrual
fue en menor cantidad cuando se dedicaron a trabajos profe­
sionales pesados y cuando realizaron esfuerzos deportivos,
que observando un reposo absoluto. En general, puede de­
cirse que toda menstruación que dure sólo de uno a dos días,
debe ser considerada como demasiado corta, y las de siete y
más días de duración, como patológicamente prolongadas;
estas últimas, sobre todo cuando se manifiestan repetidas
veces, deben inducir a toda mujer a buscar el consejo del
médico.
La menstruación empieza, por lo general, con una secre­
ción mucosa aumentada, que pronto adquiere un carácter
bien acuoso, de tinte, al principio, ligeramente sanguinolento,
y que luego aumenta de color, hasta llegar al de la sangre.
Dicha pérdida sanguínea resulta, generalmente, más acen­
tuada durante los primeros días; va reduciéndose con lenti­
tud, y se transforma de un modo paulatino en una secreción
cada vez más acuosa, que acaba, al fin, por agotarse. Es
frecuente que la menstruación se interrumpa durante doce
o veinticuatro horas, hacia el final de la misma, es decir, al
cabo de tres días, aproximadamente, y luego continúe por el
mismo espacio de tiempo.
En lo que a cantidad de sangre eliminada se refiere,
debemos confesar que, generalmente, se calcula con exceso.
Antiguamente cayeron también en igual error los médicos,
que admitieron una cantidad total de 90 a 250, ¡y algunos
hasta 600 gramos! Pero, por las exactas investigaciones
realizadas por Hoppe-Seyler y otros autores, sabemos que,
normalmente, no excede en su totalidad de 30 a 50 gramos,
correspondiendo a cada día, como máximo, unos 12 a 20 gra­
mos. La mayoría de las mujeres, a excepción de aquellas que
tienen una menstruación reducida, están inclinadas a consi'
derar mucho mayor la cantidad de sangre perdida de lo que
en realidad es; esto es debido, en general, a que una cantidad
de sangre muy escasa tiñe otros líquidos, como, por ejemplo,
el agua de aseo y, especialmente, la orina; y, al esparcirse de
esta manera por la ropa blanca y los paños higiénicos, explica
fácilmente las erróneas conclusiones de pérdidas menstruales,
llegando a decir algunas mujeres que han “perdido más de
media olla de sangre’’.
Uno de los síntomas de que la pérdida de sangre es abun­
dante en exceso la ofrece la presencia de “pedazos”, es decir,
de coágulos, sobre todo cuando éstos son de gran tamaño.
Otra de las características de la sangre menstrual consiste
en que, debido a su mezcla con moco y sustancias de la secre­
ción vaginal, que impiden toda coagulación, permanece líqui­
da. Pero cuando la hemorragia es demasiado abundante, no
basta la presencia de tales sustancias para conservar la san­
gre en estado líquido, y pronto aparecen en ella coágulos y
grumos.
La secreción menstrual tiene un olor característico, que
aún resulta reforzado por los productos más diversos que
segregan las glándulas que desembocan en la vulva, y que
aumentan en cantidad en esta época precisa. Es fácilmente
comprensible que cualquier abandono en el aseo personal
pueda dar lugar a la producción de un olor en verdad repug­
nante, debido al enorme contenido de bacterias de dicha
secreción menstrual. Se da también lugar, con esto, a la
formación de manifestaciones inflamatorias en la vulva y sus
proximidades, lo que es tanto más peligroso cuanto que el
humedecimiento continuo de dichas partes por las secreciones
que salen, asi como el roce de los paños higiénicos humede­
cidos, tienen por consecuencia irritaciones locales, estando
especialmente predispuestos los órganos genitales externos a
sufrir inflamaciones, por existir en dicho período acentuado
aumento de sangre en sus tejidos.
Durante el período puede comprobarse a simple vísta una
hiperemia de dichos órganos. La vulva está más enrojecida,
los labios mayores se caracterizan por una ligera tumefacción
y se vuelven, en cierto modo, hacia afuera, como sucede en
determinadas grados de excitación sexual. La vagina tiene
muchas veces un ligero matiz azulado. Al tacto, se nota la
matriz algo aumentada de volumen y más blanda. Tanto los
genitales externos como los internos, están especialmente
sensibles y vulnerables.
Al igual, están expuestos a dicha plétora los anejos del
útero, los ligamentos y los tejidos próximos, produciéndose
una cierta sensación de pesadez y repleción en el bajo vientre,
así como cierto peso sobre la vejiga y el intestino, además
de la tracción de los muslos. Tales son manifestaciones más
o menos normales y que deben esperarse.
Otro tanto puede decirse de los ligeros dolores que están
relacionados con las contracciones uterinas. Con frecuencia
aparecen en forma de ataque en la fase inicial, y cesan
cuando la sangre fluye con abundancia, y más aún cuando
han sido expulsadas los pequeños trocitos de mucosa y de
grumos sanguíneos que obstruían el orificio interno del cuello
uterino. Las mujeres que conocen ya las contracciones ute­
rinas del parto, describen dichos dolores diciendo que son
similares aunque infinitamente menores a los lumbares y del
vientre que se manifiestan en dicho trance. La intensidad
de dichos dolores oscila individualmente, y hasta con fre­
cuencia en la misma mujer de manera muy marcada. Puede
llegar a tal grado que deben ser considerados como pato­
lógicos.
Ahora bien: todas estas manifestaciones, en conjunto,
aunque sean completamente normales, resultan bastante
desagradables, y es fácilmente comprensible que las mujeres,
por regla general, consideren la menstruación como un “ma­
lestar”. Sin embargo, hay mujeres que no conocen tal inco­
modidad, puesto que no sienten la menor molestia durante
las reglas, y sólo se dan cuenta de su presencia por la pérdida
de sangre.
Este “malestar” no es, ciertamente, una sensación pura­
mente local, sino general, aunque pueden interpretarse algu­
nas de las sensaciones generales como simples irradiaciones
y reacciones a los trastornos locales.
Ya he mencionado en capítulos anteriores las manifes­
taciones psíquicas antes y durante la menstruación. La
sensación de malestar y de cansancio es muy frecuente. La
jaqueca se manifiesta con preferencia en dicha época en las
personas predispuestas para tal dolencia. Se acentúa muchas
* secreción salivar, el hígado aumenta de volumen y
veces la
muestra ciertos síntomas de plétora (¡cólicos biliares!), sue­
len aparecer la polifagia, pérdida de apetito y trastornos gas-
trálgicos; existe cierta predisposición para los vómitos, aliento
fétido, producción aumentada de gases intestinales, propen­
sión a frecuentes y abundantes evacuaciones del intestino y
diarrea, que, al final del período, cambian, generalmente, en
sentido contrario. En el aparato circulatorio se manifiestan
trastornos con frecuencia: pulso irregular, palpitaciones,
aumentada secreción del sudor, hinchazón de várices, pies
fríos, hipertrofia de las articulaciones, congestión de la mu­
cosa nasal, etcétera. Tanto la tiroides como las cuerdas vo­
cales se hinchan de tal modo, en ocasiones, que puede com­
probarse dicho síntoma a simple vista. A veces se reduce la
función de cerrarse de la glotis, a causa de hipertrofia de la
pared posterior de la laringe, tan rica en vasos y ganglios, y
en aquellas mujeres que usan mucho dicho órgano, como
maestras, etcétera, se cansa pronto el músculo constrictor de
la glotis, de manera que es fácil apreciar por el oído que la
voz, especialmente cuando se canta, ha cambiado; de ahí
proviene la desentonación durante el canto, la menor sono­
ridad y la limitación de amplitud de la voz de pecho. Los
ojos ofrecen a veces ligeras manifestaciones inflamatorias,
así como trastornos funcionales: parpadeo, ligera limitación
del campo visual, existiendo también dichos trastornas res­
pecto a los colores. Son bastante frecuentes los trastornos
del oído <l>.
En los tejidos del cuerpo se muestra, si no se halla velado
por la tensión producida por la plétora, cierto relajamiento
general. Completan dicho cuadro una palidez muy pronun­
ciada de la cara (existiendo, simultáneamente, gran propen­
sión al rubor) y sombras azuladas por debajo de los ojos. He
enumerado estos síntomas en detalle pero debo ahora acen­
tuar el hecho de que en la vida moderna rara vez asumen
proporciones patológicas. Ninguna mujer debe sentir, duran­
te la menstruación, que está “parada con un pie en la enfer-
(I) Al enumerar estas manifestaciones generales he seguido, principalmen­
te. a H, Schroder: Manual <fe Ginecología de Menga Opltz (HenctóucA der Frau-
enlietffcunde). (J. P. Bergmann, Müncben).
medad” o que en cierta manera está impedida. Afortunada­
mente ninguna mujer debe padecer todos los sufrimientos y
molestias descritos. En unas aparecen estas manifestaciones,
en otras aquéllas. Y repito, por fortuna hay muchas muje­
res que no sufren ninguno de estos inconvenientes.
Se ha demostrado que los trastornos generales (al con
*
trario de los trastornos locales que se relacionan con los
órganos pelvianos) no dependen de la menstruación, aun
cuando, conjuntamente, tienen el mismo origen. La cuestión
estriba tan sólo en saber si todos los grupos de trastornos en
el bienestar —es decir, en el estado de equilibrio normal—
pueden explicarse por la disminución de los procesos vitales,
que empiezan a manifestarse de modo tan acentuado y tan
rápidamente progresivo, tal como lo vemos claramente en la
calda de la curva ondulatoria. Es indudable que una parte
depende de ellos directamente, y otra, quizás, esté influen­
ciada de una manera indirecta. Un grupo de manifestacio­
nes bastante considerable es causado por el relajamiento de
los pequeños vasos (que pertenece al descenso ondulatorio),
y no sólo se manifiesta en los órganos pelvianos, sino también
en todo el cuerpo, asi como por su evidente alterabilidad,
o, dicho en otra forma, procede de estados de congestión en
los diferentes órganos, y de la alternativa de congestión y de
aflujo sanguíneo reducido, o sea anemia local.
No obstante, hay un número de características menstrua­
les que no pueden, natural o lógicamente, ser clasificados
como trastornos de circulación y atribuidos a flujo sanguíneo
Irregular. Por el contrario, dan la impresión de síntomas
tóxicos y son por lo tanto considerados por algunos autores
como especie de autointoxlcacíón temporaria (normal y fisio­
lógica) cuyo mecanismo y alcance exactos son así muy du­
dosos.
Ya me doy perfecta cuenta de que, al ocuparme de esta
cuestión, entrarla en otra muy poco deslindada, y no quiero
intentarlo, aunque, por otra parte, no puedo dejar, al menos,
de mencionarla.
No puede ni debe negarse el hecho concreto de que serios
investigadores de nuestra era, como Aschner, por ejemplo
(1) a. Asclmer. "Sobra la Importanola axcretara-purillcadai^ da la «an­
gra dal Útaro y da la manstruadán, asi corno sus oonsaeuenclaa prictlcas".
{Vsrhanálwigm Ocr WuNrtun GMeUMhA/t für Gjm&kotogte, Irmsbruck, 19Í2).
vean en la menstruación un proceso purificador, desintoxi­
cante, de la sangre, tributando nuevos honores a la antigua
concepción de la "limpieza menstrual" (que ninguna mujer
ha querido abandonar). No cabe ya duda alguna, en efecto,
de que el líquido menstrual es un verdadero producto de
eliminación de la mucosa uterina, que, mezclado con sangre,
abandona el útero.

¿Será el examen científico capaz de confirmar la anti­


gua concepción de la "limpieza" de las mujeres que están
menstruando? Al menos, mucho da que pensar que exista
ese dogma en tantos pueblos, en tantas religiones, desde los
tiempos más primitivos hasta nuestros días. ¿Quién ignora
que las mujeres no han abandonado la tradición de que la
masa del pan hecha por una mujer que menstrua no puede
subir, que la compota preparada por sus manos se echa a
perder, lo mismo que las conservas? Conviene siempre tener
gran cautela en tales afirmaciones, y más aun en emitir un
juicio absoluta en contra de tales creencias. Pero nosotros,
los médicos, que debemos ser escépticos y que, por tales ra­
zones, estamos muy inclinados a considerar todo cuanto no
nos podemos explicar, como no existente, hemos remitido
esas opiniones al dominio de la fábula.
Sin embargo, en tiempos muy recientes, se manifiestan
opiniones que sostienen, basándose sobre investigaciones
sistemáticas, que esta concepción popular no carece del todo
de fundamento, ya que las toxinas que se eliminan con la
sangre menstrual, no solamente abandonan el cuerpo por
dicha vía, sino por diversos otros conductos, por ejemplo,
por las glándulas sudoríparas. La cuestión está aún envuelta
en tinieblas y, por tanto, es sumamente difícil deslindar la
verdad absoluta que pudiese existir, de tantas creencias
populares y supersticiones fantásticas, ya que, siendo múl-
* siguiente» regla
(1) Guarlnotútis dio, «n *1 alio 1610, la * de conducta par­
ra La época de la naenatrnaclán.
Na *conalenta a tus hijo
* que frecuenten a la *
* (ente
,
ni que vayan, eon la regle, a loe balice y las boda
*.
Lm casadas eoa, da todas,
* que en tale
la * circunstancia» ban de ser má* *
.
diligente
tiples los errores cometidos en los ensayos respectivas, no
pueden conceptuarse en modo alguno como irreprochables
los resultados obtenidos hasta ahora <0. sólo podrán des­
lindar la verdad ensayos continuos muy variados, y que vayan
dirigidos sistemáticamente contra los errores que se come­
tieron en otras pruebas anteriores.

La madurez sexual dura en unas mujeres más que en


otras, y, como tipo promedio, podemos admitir unos treinta
a treinta y cinco años. Su final comprende, en un 40 por
ciento de las mujeres, la edad de cuarenta y seis a cincuenta
años; en el 26 por ciento, aproximadamente, la edad oscila
entre los cuarenta y uno y los cuarenta y cinco, y en un 15
por ciento, entre los cincuenta y uno y los cincuenta y cinco.
En los restantes casos cesan las reglas más tarde, o, a veces,
más temprano; es decir, antes de haber cumplido los cua­
renta años. Pero a medida que avanza el siglo veinte la dura­
ción de la madurez sexual se ha ampliado y la menstruación
comienza antes y termina después de lo aquí establecido.
Las mujeres que nunca han dado a luz terminan, gene­
ralmente, su madurez sexual más pronto; por otra parte, un
parto en edad relativamente avanzada, por ejemplo, a los
cuarenta años, suele aplazar también el final de la madurez
sexual. Lo corriente es que la menopausia se presente tanto
más pronto cuanto más tarde haya tenido lugar el principio
de la madurez sexual. Una mujer que, siendo niña, empezó
tarde a menstrual, suele cesar más pronto que las otras. Lo
contrario sólo es valedero para las mujeres de latitudes me­
dianas y las de los países del norte; en estos casos, un pronto
principio de las reglas permite pronosticar con mucha pro­
babilidad un cese tardío. En las mujeres de los países del
sur, tanto el prematuro cese de la madurez sexual como el
principio precoz de tan importante época vital, es muy
corriente.
<1) B. Bchlck describe detalladamente en MI trabajo Über Mentaxtn (ea
decir, ia tozina menstrual), publicado en Wiener Klintscbe WochenseMft, 1920,
N» 19, bus ensayo» y observaciones, que dieron un manifiesto resultado positivo.
Sin embargo, H. Saenger, al hacer loe ensayos de comprobación pone en duda
cbob resultados, atribuyéndolos a errores de investigación, según se desprende
de eu trabajo, publicado en Zentralblatt für Gpndkolopte, 1921, pig. B19.
No puede negarse, por tanto, la gran Influencia que
ejercen el clima y la raza. También suele manifestarse cla­
ramente la herencia: a la hija le sucede, generalmente, como
a su madre, tanto respecto a la cuestión que me ocupa como
a las otras funciones sexuales (por ejemplo: fecundidad,
aptitud para el parto, propensión a hemorragias después de
éste, etcétera).
Las condiciones y maneras de vivir son también muy im­
portantes. Las mujeres de posición acomodada retienen más
tiempo su juventud que las que viven en situación pobre y
adversa. Además debemos tener aquí en cuenta los esfuerzos
biológicos relacionados con una gran descendencia y una
crianza cuidadosa.
Cuando empiezan a cesar los procesos que se desarrollan
con regularidad en los órganos sexuales internos, entra la
mujer en los llamados años del cambio, el climaterio (llama­
do también edad crítica). En unas suele durar más tiempo
que en otras, pudiendo hasta prolongarse durante años (a
veces hasta tres), y finalmente alcanza la época de la meno­
pausia, es decir, la falta completa de las reglas, habiéndose
convertido la mujer en matrona.
En esta época, de igual manera que en los procesos rela­
cionados con la menstruación, se da verdadera y única im­
portancia a la presentación y cese de la secreción sanguínea
de los órganos sexuales. Por cuanto llevamos dicho, y de­
bemos tenerlo siempre presente, la menstruación no es
cuestión primaria de dichos procesos, sino secundaria, ya que
depende de la función de los ovarios. Así también, la cesa­
ción de la menstruación durante el climaterio es consecuen­
cia de la paralización de la función ovárica, siguiendo la regla
fundamental que ha estipulado la naturaleza para todas estas
relaciones: sin 'función ovárica no hay menstruaciónU).
El modo de la cesación menstrual no es siempre el mismo.
A veces precede una pérdida sanguínea más abundante y de
mayor duración. También puede suceder que las hemorra­
gias cesen paulatinamente, hasta hacerlo por completo, y
vuelvan a presentarse al cabo de algún tiempo. En muchas
mujeres, se presenta la menopausia repentinamente. Otras
(1) Es, sin embargo. factlbl» la función ovarla) sin menstruación, aunque a
la larga tiene que sufrir ciertas consecuencias.
se ven sorprendidas al cabo de bastante tiempo por una
nueva pérdida sanguínea. Pero en estos casos cabe acentuar
que es necesaria gran cautela. Lo que se considera un retomo
a la menstruación puede ser una pérdida de sangre debida a
una condición patológica del útero y en tal caso debe recu­
rriese Inmediatamente a un examen ginecológico. Ultima­
mente se ha ideado una simple prueba llamada el Papanico-
lou o frotls cervical. Por medio de esta prueba es posible
pronosticar y prevenir casos de carcinoma del cuello del útero.
El frotís cervical es de tal valor e importancia que la realiza­
ción de tan simple procedimiento no debería estar restringida
a mujeres en edad, menopáusica sino que debería ser una
prueba de rutina repetida cada tres o cinco años por todas las
mujeres de más de treinta años.
Como sabemos ya en qué alto grado puede influir la
función ovárica en el estado de la mujer, en su metabolismo
y en su psique, no nos sorprenderá ver que la cesación de
dicha función no se presente sin manifestarse en todos los
terrenos. Cesa el movimiento ondulatorio de los procesos
vitales y se mantiene aproximadamente, a la misma altura,
inferior al valor promedio de antes.
Como síntoma del metabolismo reducido vemos, a veces,
cierta tendencia a la formación de rellenos adiposos. Esto
se debe a la disminución de la actividad física y a la sobre­
alimentación (compensación psicológica por la pérdida de la
función reproductora). Las manifestaciones generales, cono­
cidas en los días del descenso ondulatorio y principio de la
menstruación, se presentan en forma más crónica, pudiendo
explicarse de igual modo a lo visto en los capítulos anteriores.
Los trastornos circulatorios son, generalmente, muy
molestos, debido a la alteración de los pequeños vasos; se
manifiestan con repentinos hervores, en forma de accesos de
calor, pudiendo verse con claridad cómo se pone, de pronto,
encarnado el rostro; se sufren sudores abundantes y muy
repentinos, palpitaciones, vértigos, zumbido de oídos, cente­
lleo en la vista, etcétera.
También las manifestaciones psíquicas pueden resultar
muy molestas para el bienestar, ya que sus efectos suelen ser
más duraderos y más intensos que los trastornos de igual
clase, pero de menor duración, que se producen antes y des­
pués de la menstruación. Manías, irritabilidad, Impulsabili-
dad aumentada con raciocinio disminuido, abatimiento con
propensión a la melancolía, son éstas todas manifestaciones
que suelen presentarse con bastante frecuencia, aunque, en
general, no salen de los límites de lo soportable. En cambio,
en las mujeres que ya carecían antes de un equilibrio mental
o estabilidad de carácter el “cambio” provoca un sufrimiento
psíquico que es positivamente peligroso para ellas y para los
demás.
Son especialmente acentuadas los trastornos climatéricos
cuando la cesación de la función ováríca y la de la menstrua­
ción se producen simultáneamente. Cuando el climaterio
evoluciona de modo que las menstruaciones se hagan paula­
tinamente más débiles y sus intervalos cada vez más largos
(lo que significa una lenta declinación de'la función ová-
rica), resultan menos marcadas y fácilmente soportables las
manifestaciones de cesación, especialmente por parte de la
psique. A esta categoría de casos pertenecen también aque­
llas mujeres que, durante la época climatérica, muestran un
equilibrio anímico perfecto y un ánimo tranquilo, hallándose
serenas y animadas.

En cuanto, felizmente, ha cesado la época del “cambio”


se alcanza definitivamente la menopausia, y entonces em­
pieza también para aquellas mujeres que en dicha época no
han quedado libres de ciertas manifestaciones, una era de
bienestar psíquico. Simultáneamente, gozan de un estado
estacionario de salud corporal, tan característico en la ma­
trona, indemnizándolas de esta manera la naturaleza de las
enormes exigencias a que han estado sometidas durante la
madurez sexual. Este bienestar anímico y corporal permite
a la mujer, a la esposa y a la madre, ser, más que antes, el
tranquilo refugio para todos; resulta ser la mujer sabia, cari­
ñosa, buena e inteligente, la que conoce la vida, ya que ha
sentido su peso; se convierte en la matrona, en el más bello
significado de la palabra. Sabe lo que les corresponde y lo
que les espera a sus hijos, puede comprenderlos y aconse­
jarlos, ya que posee el recuerdo de su juventud y la expe­
riencia de la madurez. Y también conoce ya perfectamente
al hombre, comprende por completo al marido, le presta sus
fuerzas en momentos difíciles para él, le perdona sus debili­
dades y sale al encuentro de sus deseos. Así le recompensa
en abundancia la indulgencia que tantas veces le prestó en
los días de climaterio, difíciles de soportar para ambos
cónyuges.
Y no será difícil a la esposa corresponder a los deseos
sexuales de su marido, tanto durante la época climatérica
como después de haber cesado completamente la menstrua­
ción. Bien ál contrario, ambos deseos coneuerdan, pues la
mujer de cincuenta años de edad acostumbrada a relaciones
sexuales regulares, y que ama a su marido, a despecho de la
cesación de la función ovárica <l>, no tiene, es indudable,
menor inclinación a los contactos camales que su marido,
de edad correspondiente; inclinación que resulta con fre­
cuencia aumentada, ya que no tiene que preocuparse por un
posible embarazo <3>.
(1) Aunque el impulso sexual esté dominado sus dos componentes por
le función de la * glándulas sexuelae (como be explicado ya en «1 primer capi­
tulo), sin embargo, especialmente en la mujer, * n le cual la capacidad par
* las
relaciones sexuales no está ligad
* de Igual modo que en el hombre, a la expulsión
(eyeculación) <1*1 producto de talen glándula
,
* puede subsistir, sin disminución
alguna, aunque este paralizad
* 1* función glandular, cuando su psique está
suficientemente habituada a loe estímulo
* de esta Índole y cuándo lae eenaa-
cionee de voluptuosidad (orgasmo), que están unidas a loa contacto
* carnales,
han ocupado lugar preponderante, de suerte que T» no puede prescindiese de
ellos.
(i) Precisamente en la época del climaterio, *1 temor a un embarazo es es­
pecialmente grande en lo * mujer» que ante* dieran a luz con verdadera ale­
gría y satisfacción. Dicho temor se produce, principalmente, por la preocupación
que siente le madre al pensar que sus hijos, casi adultos, pudiesen notar que
sus padres se entregan a relaciones sexuales. T este temor es comprensible, y *
que concuerda con la sensación desagradable que embarga a los hijos cuando to­
men en consideración la posibilidad de tales rotaciones en «US progenitores. Fi­
siológicamente resulta muy peculiar, aunque es un fenómeno de fácil explica­
ción. el que la gente Joven, aunque está en vida sexual activa y cuando empieza
a comprender su alcance, no pueda concebir que sus padree stgan aún alendo do
Igual modo que etica. Sólo más tarde, mucho más tarde, cuando ha alcanzado y *
cierto número de anos, es capaz de comprenderlo todo.
13 temor de quedar embarazada es expjlcatfle. especialmente en esta ¿poca
* equilibrio anímico tan débil en qua, a causa de repetidas faltas en las re­
d
glas, puede llevar consigo consecuencias por desgracia harto conocidas por todo
ginecólogo y todo psicópata.
El reverso de este cuadro lo forman aquellas mujeres que, casándose a cier­
ta edad avanzada, no han visto satisfecho su anhelo de maternidad y, ahora,
cuando cesa la menstruación, esperan ansiosamente, temiendo, al propio tiem­
po, la fatal sentencia: "ee demasiado tarde". Cuando el alma recibe repetidas
veces heridas de este carácter, el drama ee Inevitable.
En la época pre-climática (es decir, la época que precede
al climaterio) resultan, generalmente, aumentados el deseo
hacia contactos camales y el deleite durante dichos actos. A
menudo se conserva ese ardor durante el climaterio y en raras
ocasiones durante un período mayor. Pero en general ese
aumento es pasajero, volviendo tales sentimientos a su norma.
Si se cuidan, podrán conservarse mucho tiempo; los órganos
que intervienen en el coito siguen siendo aptos para tal fun­
ción, aunque los años no han podido transcurrir sin dejar
alguna que otra huella (desaparición de los pliegues vagi­
nales, relajamiento de los labios mayores, etcétera). Pero si
no hay estímulo sexual o compensación, las emociones dismi­
nuyen durante la menopausia y pronto desaparecen por com­
pleto. Es entonces cuando los genitales empiezan a atrofiarse.
Voy a resumir brevemente lo que he tratado en este capí­
tulo respecto a la relación existente entre la madurez sexual
y la periodicidad.
La esencia de la mujer sexualmente madura está, prin­
cipalmente, caracterizada por el movimiento ondulatorio de
sus procesos vitales.
El movimiento ondulatorio, tanto el del cuerpo en ge­
neral como el local, que se desarrolla en los órganos sexuales,
está regido por la función alternativa de los cuerpos lúteos
del ovario.
El crecimiento, el florecimiento y el decaimiento del
cuerpo lúteo dependen, a su vez, del nacimiento (expulsión
del folículo de Graaf), de la vida y de la muerte del óvulo.
Basándose en estos hechos, y con referencia a la frase,
citada al principio, Propter solum ovarium mulier est, q'iod
est (Tan sólo por los ovarlos es la mujer lo que es), resulta
más apropiado cambiar dicha frase de la siguiente manera:
Pr&pter solum ovulum mulier est, quod est (Tan sólo por el
óvulo es la mujer lo que es).
Creo que esta restricción, ya que reproduce las relacio­
nes en un cuadro lo más sencillo posible, tiene mucha ventaja
para el profano que desea tener alguna que otra idea, y la
sentencia misma constituye, en el sentido de este estudio,
una buena “hipótesis de trabajo” para las necesidades prác­
ticas de la vida, tanto para la mujer misma como para el
marido que tiene que convivir con ella su vida.
Pero los médicos no debemos olvidar que los procesos y
reacciones son mucho más complicados de lo que se ha indi­
cado. Han sido enumerados los más fundamentales e impor­
tantes. Por ejemplo, he mencionado que los ovarlos no sólo
segregan y producen progesterona con el óvulo sino también
estrógenas de tipo similar que actúan continuamente y no
periódicamente como el cuerpo lúteo. Existen hoy numerosos
compuestos de estrógena-progesterona que pueden prolongar
o abreviar el ciclo menstrual. Estas hormonas sintéticas crea­
das en laboratorio están al alcance del profesional y son muy
útiles en el tratamiento de ciertos desordenes e irregularida­
des de la menstruación. Se ha descubierto, además que du­
rante el curso de tal medicación, ningún óvulo alcanza la
madurez o es liberado del ovario, de manera que no puede
producirse la fertilización, a pesar de lo cual la capacidad
conceptiva vuelve apenas se abandona el tratamiento y, en
algunos casos, hasta se intensifica por algún tiempo. Así,
pues, la ovulación está ahora bajo control externo. La medi­
cación regular intermitente con estrógena-progesterona sin­
tética produce hemorragias cíclicas casi Idénticas a la mens­
truación normal, mientras que al mismo tiempo se suprime
la ovulación y se evita el embarazo durante la duración del
tratamiento. Asi el ritmo cíclico de flujo y reflujo puede pro­
ducirse artificialmente o presentarse naturalmente bajo la
acción local de las hormonas ovárlcas estrogénlcas o proges-
terónicas.
Pero aún no ha llegado a su término esta cuestión, pues
hasta ahora hemos considerado al ovario como órgano autó­
nomo. Ningún órgano del cuerpo puede llevar una existencia
absolutamente autónoma. De esta suerte, se halla Influida
la función ovárica por la función de otros órganos: la tiroides
y la hipófisis i1’.
Y, finalmente, debemos fijamos en los problemas si­
guientes: ¿Por qué dura el ciclo precisamente veintiocho
días? ¿Por qué motivo cesa el ovario, al cabo de determinado
tiempo, en su función? Y siguen así los problemas y las cues­
tiones, Jamás podrá la ciencia contestar concretamente a
todas estas preguntas.
(1) La hipófisis (apófisis cerebral) es una. sIAndula qu» se encuentra en
la basa del cerebelo, dotada de secreción interna y cuyos productos ejercen
gran Influencia, especialmente sobre los órganos sexuales internos de la mujer
No sabemos todo. No sabremos iodo, como dice Dubois
Reymond.
Es una razón para que saquemos provecho de todo cuanto
sabemos bien. Y los esposos podrán beneficiarse con lo que
he tratado de dilucidar aquí.
Por lo tanto, deben tomarse ambos la molestia de querer
penetrar y comprender estos problemas. Por lo menos, debe
hacerlo el marido, como guía de la unión matrimonial.
1. Hueso pubiano. 15. Conducto espermátlco (bilateral).
2. Pared abdominal. 16. Cabeza del epldídimo (bilateral).
3. Peritoneo. 17. Testículo (bilateral).
4. Pared de la vejiga. 18. Cola del optdídlmo donde se une
3. Cavidad vesical. al conducto deferente.
6. Cuello vesical. 18. Escroto.
7. Ampolla seminal (bilateral). 20, Frenillo prepucial.
B. Vesícula seminal (bilateral). 21. Glande.
B. Próstata. 22, Orificio de la uretra.
10. Folículo seminal (lugar donde des­
embocan loe dos conductos semi­ 23. Saco prepucial.
nales). 24. Prepucio.
11. Uretra. 20. Dilatación de la uretra detrás de
12. Glándula de Cowper con conducto su orificio,
excretor (bilateral). 26. Cuerpo cavernoso del pene.
13. Bulbo uretral. 27. Piel del pene.
14. Músculo bulbo-cavernoso. 28. Corpus cavernosum urethrae.
Capítulo VII
ANATOMÍA Y FISIOLOGÍA DE LOS ÓRGANOS SEXUALES
DEL HOMBRE
De manera análoga a como lo he hecho al tratar de la
fisiología de los genitales de la mujer, procederé con los órga­
nos sexuales del hombre, tratando, a la vez, su fisiología y
su anatomía.
El estudio del hombre ocupará mucho menos sitio que
el de la mujer, ya que en la vida de aquél no desempeñan las
funciones sexuales el papel predominante que, en modo tan
peculiar, tienen en su vida los órganos genitales de la mujer.
“El amor, en el hombre, es cosa diferente de su vida,
mientras que en la mujer es su esencia” (Byron).
La Naturaleza ha entrelazado la vida y organismo de la
mujer con el sexo y la maternidad potencial. Pero el hombre
es esencialmente responsable de la preservación y sostenimien­
to de la mujer y los hijos a su cargo. Racial y reproductiva­
mente él sólo tiene que proporcionar a la mujer el elemento
fertilizante. El sexo es un elemento esencial en la mujer; en
el hombre es sólo accesorio.
Este contraste se ve en la posición y encadenamiento del
aparato sexual. En la mujer los órganos están en el más re­
cóndito y profundo lugar de su cuerpo, mientras que en el
hombre son sólo un miembro exterior. Y este membrum virile
está lejos de ser un atractivo estético; resulta, en realidad,
tan poco hermoso que los pintores y escultores generalmente
lo representan más pequeño e insignificante de lo que en
realidad es.
No podemos subdividir los genitales masculinos en inter­
nos y externos, pues las pequeñas aunque en realidad impor­
tantes estructuras que encierra la cavidad abdominal mejor
pueden asociarse con las glándulas externas, de las cuales son
accesorias. Por lo tanto no habrá aquí un capítulo corres­
pondiente al capítulo V ni otro análogo al capítulo VI, puesto
que el hombre tampoco tiene procesos similares a la mens­
truación ni ciclo alguno de actividad vital creciente y decre­
ciente.
Pero habremos de describir sus células espermáticas espe­
cíficas con más detalles que el óvulo.
En la Figura 3 se han reproducido esquemáticamente y
en corte sagital, los genitales, con los órganos próximos. Los
órganos pares han sido señalados con rayas transversales, y
no están representados en corte <l>. Los restantes órganos
y tejidos están indicados en corte longitudinal a través de su
centro correspondiente y sombreados de diversas maneras o
simplemente en blanco y negro.
Son órganos pares: los testículos (testes, número 17),
con los epidídimos, en los cuales se distingue su cabeza (nú­
mero 16) y su cola (número 18); los conductos deferentes
(número 15) (volveré a ocuparme más adelante de estos
diversos órganos); las vesículas seminales (número 8) y las
glándulas de Cowper (número 12), con sus conductos excre­
tores. Existen como unidad, el pene (miembro masculino
llamado penis), él escroto (o saco testicular, scrotum, nú­
mero 19) y la próstata (número 9). Respecto a las forma­
ciones de tamaño reducido, y que no tienen valor práctico
para este tratado, hago de ellas caso omiso, igual que lo hice
al hablar de los órganos de la mujer.
De las partes no sexuales se han Incluido en el dibujo
antes mencionado la síníisis y la vejiga, ambas en corte.
El último de dichos órganos, la vejiga (número 4), pasa
por el cuello vesical (número 6) a la uretra (urethra, nú­
mero 11), en cuyo punto encontramos, como en la vejiga de
la mujer, un fuerte músculo oclusor (el cual no está Indicado
en el dibujo). La cavidad vesical (número 5), junto con su
conducto excretor, única cavidad que entra aquí en conside­
ración, ha sido punteada en gris. Haremos observar en se­
guida que dicho canal, o sea la uretra, resulta mucho más
largo que en la mujer, siendo, al propio tiempo, conducto de
salida para la orina y para el semen.

El pene, cuya parte anterior, de 9 a 10 centímetros de


longitud, sobresale libremente, o, mejor dicho, está colgando,
(i) Tratase de •<* órganos situadas en 1* parte derecha del cuerpo, que
debemos imaginarnos en este dibujo como situados delante de le superficie
de corte.
posee, además de esta parte visible, una parte posterior, la
raíz, que no está a la vista y se halla escondida debajo de la
piel del perineo y del nacimiento del escroto, pero puede
apreciarse fácilmente su existencia por medio de la palpación.
La superficie de esta parte del cuerpo del pene, vuelta hacia
arriba, se encuentra por debajo de la sínfisis, en el arco pu-
biano, y está fuertemente unida con el hueso pelviano, por
lo cual dispone dicho órgano del correspondiente sostén.
La masa corporal del pene se compone casi exclusiva­
mente de tejido cavernoso, es decir, de formaciones de vasos
sanguíneos, esponjosos, que se dilatan y se rellenan por com­
pleto cuando hay fuerte aflujo de sangre. Hay dos corpara
cavernosa aquí
Al estudiar el aparato femenino ya hemos visto un tipo
similar de estructura aunque en escala mucho menor: el
clítoris.
El miembro viril se compone de un cuerpo cavernoso
uretral y dos cuerpos cavernosos del pene. Estos últimos son
pares, pero íntimamente unidos entre si, de modo que pueden
considerarse como uno solo, que forma la mayor parte del
miembro, es decir, su parte dorsal (la parte dorsal, en este
caso, es la parte del pene en posición colgada, que se encuen­
tra hacia adelante, es decir, que no está girada hacia el escro­
to). La parte posterior, de sombreado similar, sirve para su
fijación en la sínfisis.
El cuerpo uretral resulta ser en su porción central, la
más larga, un vástago relativamente delgado. Constituye
aquella parte que, al estar el pene en posición colgada, está
dirigida hacia el escroto (indicado con el número 28). Hacia
atrás aumenta en volumen, formando en la parte inferior de
la base escrotal aquella parte del pene que puede apreciarse
al tacto, como bulbo uretral (bulbos urethroe). Hacia la
punta del pene se ensancha repentinamente el cuerpo caver­
noso uretral, formando el glande (glans penis, indicado con
el número 21), que sobresale de los cuerpos cavernosos del
pene, ocupando, por consiguiente, toda la punta del órgano.
El cuerpo del glande tiene su denominación propia: “cuerpo
cavernoso del glande” (corpas cavemosum glandis). Todos
los cuerpos cavernosos, es decir, los de la uretra, el glande y
el pene, están firmemente unidos entre sí, de manera que,
prácticamente, representan una unidad que responde también
como tal a las excitaciones y estímulos.

Que dichos estímulos proceden directamente del sistema


nervioso central o tengan una fuente puramente local, el
resultado es, invariablemente, el mismo: la erección, el au­
mento de volumen, la rigidez y la elevación del pene, a causa
de un aflujo aumentado de sangre en las venas de los cuerpos
cavernosos hasta que éstos se congestionan al limite.
Los cuerpos cavernosos se hallan recubiertos de capas
fibrosas resistentes, que poseen tanta elasticidad y dilatabi­
lidad que permiten un considerable aumento de volumen y
tensión, dando a la masa tisural sostén y solidez, y previ­
niéndole al mismo tiempo contra una hiperdistension.
La piel del pene carece de pilificación, es delgada, tenue,
elástica y distensible.
Está adherida inmediatamente a las partes que cubre,
sin pronunciada capa adiposa, de modo que dicha piel puede
moverse ligeramente por encima del órgano. En su extremo
y alrededor del mismo, forma un pliegue doble, no estando
tampoco fijamente adherida en la punta del glande, sino algo
atrás, a unos 2 ó 3 milímetros del borde, es decir, en el borde
súpero-anterior del cuerpo peniano propiamente dicho. El
pliegue cutáneo así formado se llama prepucio (prceputium,
número 24). En la época de la niñez, dicha piel cubre al
glande en forma de trompa. En los adultos, sin embargo,
sobresale el glande ligeramente, siendo visible en parte. La
abertura prepucial es, en general, suficientemente ancha, y
el prepucio, tan elástico y movible, que resulta fácil desviar
dicha cubierta cutánea hacia atrás. Sólo entonces se mani­
fiesta claramente la forma del glande, que antes sólo se dibu­
jaba a través de su cubierta; tiene la forma de un cono trun­
cado, siendo más voluminoso y más largo en la parte dorsal
del pene que en la parte escrotal de dicho órgano. Por eso,
el borde posterior del glande, la corona del glande (corona
glandis), no resulta anular, sino que tiene forma ovalada,
cuyo plano forma ángulo con el eje peniano.
El saco prepucial (es decir, la cavidad que se encuentra
entre el glande y la hoja prepucial interna, y que se ha indi­
cado en el dibujo con el número 23), es, en la parte posterior
del pene, bastante más profundo y más amplio que en el lado
opuesto. En este sitio, es decir, entre el glande y el prepucio,
y en la linea central, existe una unión en forma de cinta,
que se distiende al llevar hacia atrás el prepucio, impidiendo,
no obstante, un despliegue demasiado pronunciado. Esta
cinta se llama el frenillo prepucial. Corresponde, en los ór *
ganos de la mujer, al frenillo clitoriano, siendo, por lo demás,
las otras formaciones que corresponden al clítoris (glande,
cuerpo cavernoso, prepucio, saco prepucial) los mismos que
en el pene. Por consiguiente debe considerarse al clítoris,
tanto desde el punto de vista embriológico como en lo que
a su estructura se refiere, como un pene en miniatura, no
perforado por la uretra.
No hace falta insistir de nuevo en lo que he expuesto ya
con todo detalle al hablar del saco prepucial del clítoris, res
*
pecto a los productos de secreción de las glándulas sebáceas
y, por consiguiente, a la necesidad de quitar dicha sustancia,
condición indispensable, tanto respecto al órgano de la mujer,
como al del hombre. Ciertamente, no resultan la producción
y la acumulación de sebo en la ranura situada detrás de la
corona del glande tan abundantes como en algunas mujeres;
tampoco es tan manifiesta la secreción de productos olorosos
como en la mujer o como en muchas especies del reino animal
(sobre todo durante la época del celo y respecto al macho);
pero, en general, sirven las mismas reglas de aseo para el
hombre que para la mujer, en cuanto a este particular. Re­
comiendo, por lo tanto, una vez más, un continuo y meticu­
loso aseo del saco prepucial, especialmente en la ranura antes
mencionada, sobre todo para evitar inflamaciones molestas.
La prescripción religiosa de la circuncisión, en los pue­
blos orientales (judíos, mahometanos, etcétera), es debida,
según el parecer general, a las exigencias de la higiene, pues
la escisión del prepucio, que suelen efectuar muchas veces
nuestros modernos cirujanos cuando existe una estrechez
muy acentuada en dicha abertura, impide, en efecto la aglo­
meración del esmegma prepucial, haciendo imposible, al
propio tiempo, la aglomeración de sustancias que pueden
penetrar durante el coito en dicho sitio, facilitando, como
es natural, su limpieza.
El glande del pene está recubierto por la continuación
de la hoja interna del prepucio, es decir, tiene una cubierta
similar a la piel, pero que no tiene el mismo aspecto. En el
borde del orificio uretral pasa dicha cubierta epidérmica a la
mucosa de la uretra. La piel del glande posee numerosas
terminaciones nerviosas de la más distinta clase, que se hallan
unidas entre si por múltiples hilos de nervio, formando en
dicho sitio una densa red de finísimos aparatos nerviosos.
Esta red resulta especialmente apta para sentir todos los estí­
mulos mecánicos, hasta los más insignificantes, transmitién­
dolos por otras vías nerviosas al cerebro, manifestándose
entonces como sensaciones de voluptuosidad, salvo en el caso
de que dichos estímulos o excitaciones sean demasiado mar­
cados y lleguen a producir dolor.
El sitio hipersensible por excelencia a la provocación de
tales sensaciones (es decir, mucho más marcado aún que el
borde del glande que, bajo este aspecto, ocupa un sitio prefe­
rente) es la parte inferior del glande, especialmente la región
del frenillo prepucial. También aquí surge de nuevo la ana­
logía con el clítoris, pues ya hemos visto en los órganos geni­
tales de la mujer que, tanto el frenillo del clítoris, como la
parte inferior del mismo, es decir, su base, son los sitios más
sensibles para la provocación de sensaciones de voluptuo­
sidad.
También el prepucio está dotado de muchas terminacio­
nes nerviosas, que sirven al mismo fin, así como la piel res­
tante del pene, aunque las sensaciones obtenidas aquí son
menos pronunciadas que las de la extremidad.
El estímulo mecánico de estos terminales nerviosos pro­
voca, como ya hemos visto, y por vía refleja, un aflujo de san­
gre hacia los cuerpos cavernosos y, consecutivamente, la erec­
ción del pene que, a su vez, puede producirse también
directamente por el cerebro, por efecto de influencias psíqui­
cas. Esta clase de formación de erección, debida a imagina­
ciones que proceden de la esfera sexual, es la más corriente,
pues los estímulos entran tan sólo más tarde en acción.
Además de dichos estímulos, pueden producir erección
aquellos que proceden de los órganos pelvianos; recordaré
aquí la erección matutina del miembro que suele observarse
con tanta frecuencia al despertarse, y que se produce por
vía refleja, a causa de fuerte repleción de la vejiga durante
el sueño. Pueden también existir casos patológicos que sue­
len producir erección, procedente directamente de la medula
dorsal y que, a veces, alcanza grados dolorosos de larga du­
ración.
A pesar de todo, no puede mantenerse en modo alguno
la opinión tan corriente entre el vulgo, de que el centro de
erección esté situado en la medula dorsal, pues las investiga­
ciones recientes demuestran todo lo contrario. Más bien
debe buscarse el centro reflejo para la erección en el “sistema
nervioso simpático” de la pelvis, aunque la vía refleja debe
pasar, forzosamente, por el extremo inferior de la medula
dorsal.
Debido a la erección se transforma el pene, antes fláccido
y completamente inapto para realizar actos camales, en un
órgano rígido pero elástico, especialmente apropiado para
depositar el semen que, a través de él, se vierte en lo más
profundo de la vagina, ya que, elevándose hacia el abdomen
del hombre, adopta una dirección y una ligera incurvación
hacia atrás, que corresponde exactamente a la dirección e
incurvación de la vagina. Suponiendo relaciones normales,
el tamaño del órgano, en plena erección, corresponde exacta­
mente al tamaño de aquélla <ya que generalmente no pene­
tra por completo, hasta su raíz, en la misma, y porque la
vagina dispone de considerable poder de dilatación, también
en el sentido longitudinal). Existen, sin embargo considera­
bles diferencias individuales, de las cuales me ocuparé en
capítulos sucesivos, al tratar detalladamente de los contac­
tos sexuales. La longitud de la parte libre del pene, en com­
pleta erección es, según Waldeyer, de 14 a 16 centímetros,
siendo de 12 su circunferencia, medida en su parte media.
La erección termina una vez que hayan logrado su fin los
estímulos que la han provocado, deshinchándose los cuerpos
cavernosos, debido al escaso aflujo de sangre.

La uretra o conducto o pasaje urinario es el canal largo,


curvado, que sale de la vejiga y surca el pene. Su parte su­
perior, es decir, la que se halla más próxima a la vejiga, sirve
exclusivamente para la salida de la orina. Pero desde el sitio
en donde desembocan en la misma los vasos deferentes o con-
ductos seminales (indicados en la figura 3 con el número 10),
sirve además de conducto de salida para el líquido seminal.
La uretra puede dividirse en tres sectores, según las re­
giones del cuerpo que atraviesa. La primera parte, situada
dentro de la pelvis, va casi en dirección vertical, hacia abajo
(hallándose el individuo de pie, tal como puede observarse
en la figura tantas veces citada). En su casi totalidad está
rodeada por la próstata (señalada en el dibujo con el número
9 y en forma cuadriculada) y se halla separada de la vejiga
por un poderoso músculo esfínter.
En la parte inferior del arco pubiano (la parte que se ha
dejado en bianco en la figura), entre la próstata y el cuerpo
cavernoso atraviesa la uretra, alterando su dirección, el suelo
pelviano musculoso, y pasa a su región perineai. Esta parte,
que se halla situada debajo del perineo, se dirige hacia la
raíz del pene, adoptando una dirección casi horizontal con la
misma y un poco ascendente. En la segunda curvatura, que
esta vez se halla dirigida hacia abajo, es decir, en el sitio en
donde empieza el pene colgando libremente, empieza tam­
bién la parte penial de la uretra, en el significado más estric­
to de la palabra.
La segunda y tercera porciones atraviesan juntas los
cuerpos cavernosos, como puede verse en la figura con abso­
luta claridad. En la medicina práctica, suele denominarse
“uretra anterior”, mientras que la porción más reducida, de
dirección vertical, antes denominada pelviana, se llama “ure­
tra posterior”. La uretra anterior tiene aproximadamente 15
centímetros de longitud, hallándose el pene en estado de
flaccidez. Cuando él pene se levanta en erección eleva la
uretra, cuya leve curva descendente puede ser obviada en
otras ocasiones levantándolo con la mano, como al orinar.
La uretra se extiende elásticamente cuando el pene se pone
erecto y su dirección se hace vertical, aunque con una leve
curva.
La uretra se dilata dentro del glande, estrechándo­
se nuevamente al llegar al orificio de salida en la punta
de éste, formando la parte más estrecha de todo su recorrido,
y adoptando además en dicho sitio la forma de una fisura
vertical.
En el interior de la uretra anterior se encuentran peque­
ñas glándulas mucosas en gran cantidad, que conjuntamente
con las dos glándulas de Cowper, del tamaño de guisantes
(cuyo emplazamiento y conductos excretores pueden verse
con toda claridad en la figura, en donde están señaladas con
el número 12), segregan, cuando existe una excitación se­
xual, reducida cantidad de mucosidad, muy lubricante, flúida,
transparente y alcalina. Esta secreción, comparable con la
mucosidad de las glándulas vestibulares de la mujer, no ca­
rece de importancia práctica. Sirve para lubricar el glande,
facilitando de esta manera la introducción del pene dentro
de la vagina. Llena además otro cometido, no menos impor­
tante. La uretra, humedecida por el paso de la orina, de re­
acción fuertemente áclda, que resulta desfavorable para las
células seminales, prepara el paso del germen, transforman­
do el ambiente por medio de su propia reacción alcalina. Sin
embargo, por mi parte, considero el efecto de esta secreción
citada en primer lugar, mucho más importante, ya que la
escasa cantidad de orina que puede haber permanecido den­
tro de la uretra, es de poca importancia en comparación con
la cantidad de semen, mucho más considerable, que atraviesa
más tarde y con suma velocidad dicho conducto.
La secreción de mucosidad, objeto de este estudio, puede
seguir a la erección del pene y a su excitación local, es decir,
puede representar una segunda fase local de la excitación
sexual; no obstante, con más frecuencia, suele consistir la
primera fase local de esta excitación, manifestándose ya cuan­
do el órgano se halla aún en estado fláccido, cuando se pro­
duce la excitación. .
Esto sucede, principalmente, cuando se produce la exci­
tación sexual por representaciones puramente psíquicas, sea
que dichas representaciones hayan sido despertadas por pen­
samientos, lecturas, cuadros, es decir, sin participación di­
recta de la mujer, o sea también que se haya producido por
el contacto psíquico con la mujer anhelada, es decir, durante
el preludio de la unión sexual.
Los adolescentes, por su salud mental y física y su poten­
cia viril, a menudo confunden esta secreción con una evacua­
ción de semen. No tiene nada que ver con dicha evacuación,
sino que sólo representa una preparación para la misma, y
un estado de anhelo de la psique, encaminado en dicha direc­
ción.
Los antiguos teólogos-moralistas (por ejemplo, B. Sán­
chez y San Alfonso de Ligorio), conocieron perfectamente
dicho fenómeno, avalorando con exactitud su clase e impor­
tancia con relación a los procesos psíquicos, y llamaron “des­
tilación”, a dicha secreción, distinguiéndola de la evacuación
del semen, llamada “polución”.
Respecto a la secreción de mucosidad, hay que mencio­
nar, por último, que suele faltar en aquellos casos en los cua­
les la erección es debida, principalmente, a estímulos mecáni­
cos, siendo la participación psíquica tan solo condicional.
Cuando en semejante caso faltase también la secreción de mu­
cosidad de las glándulas vestibulares de la mujer, debido a una
deficiente preparación psíquica para realizar contactos car­
nales, no solamente pueden resultar éstos difíciles de realizar,
sino que pueden ser dolorosos para ambos copartícipes.

Los testículos (testes) se hallan dentro del saco escrotal,


y tienen forma ovoide. El testículo del lado izquierdo suele
colgar algo más hacia abajo, teniendo, por tal motivo, el es­
croto, un aspecto ligeramente asimétrico. Regularmente, el
centro del escroto llega un poco más hada abajo que el extre­
mo del pene, en posición colgada. La piel del escroto tiene
un matiz obscuro y está profusamente cubierta de vello; ca­
rece por completo de capa adiposa. Debajo de la piel se en­
cuentran densos haces de fibras musculares (involuntarias);
a causa de fenómenos de muy variada clase, por ejemplo el
frío, pueden contraerse, convirtiéndose entonces dicho saco
fláccido, en una bolsa rugosa, que abraza rígidamente su con­
tenido. Como quiera que dicha forma ha sido conceptuada
por los artistas como la más hermosa (la menos fea, diría
yo), especialmente en la antigüedad, la reprodujeron asi en
sus esculturas de mármol, exponiendo al hombre, hecho de
carne y hueso, a una comparación muy poco favorable para él.
El escroto se halla dividido por un tabique de separación,
sobre el cual se insertan las fibras musculares, en dos depar­
tamentos, conteniendo cada cual un testículo y un epidídlmo.
En la parte exterior, este tabique corresponde a una sutura
que, pasando por la superficie del saco, se continúa en la parte
posterior hasta el perineo, y en la anterior hasta alcanzar el
lado inferior del pene.
Los testículos y el pene están emplazados unos próximos
al otro. En los primeros se forman las células seminales, y por
medio del último abandonan el cuerpo. A fin de llegar de
un sitio a otro, deben hacer un gran recorrido a través del
interior del cuerpo. Esto se explica embriológicamente por el
hecho de que los testículos tenían, primitivamente, su sede
en la cavidad abdominal, habiendo descendido tan sólo en
una etapa relativamente reciente al escroto. En muchas espe­
cies animales, se repite de continuo este proceso, quedando
los testículos dentro de la cavidad abdominal, y llegando al
escroto tan sólo en la época del celo. También ciertos estados
patológicos del hombre, por ejemplo en caso de hernia, re­
cuerdan este desarrollo.
Se ve también claramente el camino que han emprendido
los testículos en su descenso de la cavidad abdominal al es­
croto, por la evolución del cordón seminal. Se compone éste
del vaso deferente, así como de vasos y nervios y va a través
del canal inguinal, por encima del pubis, descendiendo hasta
el borde posterior del testículo.
Los testículos, epidídimos y el cordón espermático (cada
cual en su lado correspondiente), están rodeados por cubier­
tas que corresponden a las diferentes capas de la pared abdo­
minal. Los acompañan, conjuntamente, haces musculares,
que pueden hacer cierta tracción en el sentido ascendente
sobre los testículos. Esta tracción se efectúa de un modo si­
multáneo con la contracción de los músculos cutáneos del
escroto. Igual proceso se verifica en forma del típico efecto de
reflejo, cuando el lado interno del muslo correspondiente a
dicho testículo es estimulado por fuertes y breves frotacio­
nes; en este caso, el testículo sube, de manera muy marcada
y visible.

El testículo completamente desarrollado tiene una longi­


tud de 4 a 4,6 centímetros, con un máximo de S, y un ancho
y espesor de 2 a 2,8. Su peso oscila entre 15 y 26 gramos. El
testículo izquierdo es algo mayor en volumen que el derecho.
Los vasos y los nervios penetran en dicho órgano por su parte
posterior. Aparte de los vasos, se apoya sobre el testículo el
correspondiente epidídimo, rodeándole desde atrás en forma
de protuberancia alargada.
La cabeza del epidídimo (número 16), se asienta sobre el
polo superior del testículo (número 17). Ambos se hallan en
dicho sitio en íntima unión, continuándose los canales del
testículo hasta el epidídimo, cuya base o extremidad inferior,
en el polo inferior del testículo, se convierte en el vas deferens,
o conducto seminal, y se acoda ligeramente hacia atrás.
El testículo se divide interiormente en lóbulos en forma
de pirámide, por medio de diversos tabiques divisores, de dis­
posición uniforme. En cada lóbulo se encuentra un conglome­
rado de canalículos finos, fuertemente sinuosos, entrelazados
entre sí, dentro de los cuales se efectúa la formación de los
espermatozoos (hilos espermáticos).
Estos canales son tan estrechos que sólo podría atrave­
sarlos un cabello de mediano diámetro. Hacia el sitio en don­
de se reúnen las cúpulas de los lóbulos se enderezan dichos
canalículos sinuosos, se fusionan entre y salen finalmente
de cada lóbulo testicular como un único canalículo. Des­
embocan entonces en una formación recticular de finos tubl-
tos, que se encuentra dentro del testículo, continuándose,
como antes he observado ya, en el sistema tubular de la cabe­
za del epidídimo. Dichas formaciones tubulares tienen de
nuevo marcadas sinuosidades. Se juntan en la parte supe­
rior, formando un solo canal, que, a su vez, Igualmente en
marcadas sinuosidades y formando así el cuerpo del epidídi­
mo, desciende hasta su cola, fusionándose con el vaso defe­
rente, que también dispone, sobre todo en su primera parte,
de sinuosidades (aunque ya no tan marcadas).
Investigaciones hechas con microscopio nos han permi­
tido hallar en los sinuosos canales testiculares células esper-
mátlcas en el más diverso estado de desarrollo, proceso que
parece lleva un tiempo relativamente largo. Fiel a mi pro­
pósito de no descubrir en esta obra las relaciones microscó­
picas, no quiero detallar el modo y manera cómo se forman
las células seminales de las células de dichos canalillos. Es,
sin embargo, importante dar algunos detalles de las células
de procreación, bien desarrolladas, del hombre, aunque sean
tan sólo formaciones de tamaño microscópico.
Dichas células, denominadas hilos espermáticos o esper­
matozoos, son el ingrediente vivo y activo de la descarga se­
xual masculina. Figuran entre los más pequeños tipos de
esperma, es decir, que los espermatozoos de muchos animales
de reducido tamaño son generalmente mayores que los del
hombre, que tienen una longitud de 50 a 60 milésimos de
milímetro. Se compone de cabeza, parte cervical y cola. La
cabeza tiene forma de pera aplastada, siendo mas delgada
hacia su borde libre, formando un canto. Constituye la parte
principal de la célula, es decir, el elemento fecundizador
esencial, a la cual van ligadas las particularidades de la espe­
cie y del individuo. Sus dimensiones son: longitud, 4,2 milé­
simas partes de un milímetro; ancho, 3,1, y espesor, 2 (hacia
el borde sólo tiene un espesar de 0,2), La parte cervical
constituye la unión entre la cabeza y la cola. Esta es relati­
vamente más larga y sirve de aparato de locomoción. Con
ella efectúan movimientos de vivísimo serpenteo, que recuer­
dan mucho los movimientos de la anguila en el agua, así
como a veces los golpes de un látigo. Dicho movimiento
característico sólo se inicia cuando los espermatozoos entran
en contacto con los productos de secreción de las vesículas
seminales y de la próstata. Mientras se encuentran dentro
del testículo o en la cabeza del epidídimo, dichos esperma­
tozoos permanecen completamente inmóviles, hallándose aún
en su mayoría en estado de desarrollo deficiente, es decir, que
aún no han llegado a la madurez completa. Sólo cuando
avanzan por los conductos excretores del testículo y del epidí­
dimo, acaban su madurez. En las numerosas sinuosidades del
conducto del epidídimo, que debe considerarse como amplio
depósito de dichos espermatozoides, se les mezcla, probable­
mente, un producto de secreción de sus paredes, formándose
de esta manera un líquido de la consistencia del de la eyacu-
lación. (Cabe tal hipótesis, ya que los espermatozoides no se
encuentran en la secreción que se saca de la cola del epidí­
dimo, reunidos en densos grupos, sino flotando libremente).
Como el movimiento propio de los espermatozoos dentro
de los órganos sexuales del hombre no entra en cuestión en
lo que a su locomoción se refiere, ha de suponerse que el tras­
lado se efectúa simplemente por paulatino avance de la se­
creción, siendo indudablemente un auxiliar de tal locomoción
la presión alternativa que ejercen los aparatos musculares
secundarios. En el interior de los epídídimos sigue aún ejer­
ciendo su influjo esta impulsión, El ulterior movimiento
encuentra gran apoyo en la continua función de las pestañas
vibrátiles que recubren las paredes de los canalillos epididí-
micos, que sostienen una corriente capilar en dirección hacia
el conducto espermático.
La musculatura propia del vaso deferente, especialmente
su recia capa de musculatura anular, se encarga del trans­
porte, empujando, o mejor dicho, prensando el contenido del
canal en sentido ascendente, por medio de contracciones de
su pared, cada vez más progresivas, Es probable, entonces,
que la nueva dilatación del conducto espermático que sigue
a su onda de contracción, ejerza un efecto aspirador sobre su
sector posterior, que se propaga en sus efectos hasta el inte­
rior de los canalículos del epidídimo.
El último recorrido, es decir, el correspondiente al paso
por la uretra, lo efectúa el esperma con máxima velocidad e
ímpetu en el momento de la eyaculación.
Las cuestiones que he tocado en el presente capítulo, no
solamente tienen importancia científica, sino que son de
enorme interés práctico, ya que su exacto conocimiento nos
preserva de erróneas concepciones. Por todo cuanto he dicho
antes queda explicado, por ejemplo, por qué razón no sola­
mente se reduce la cantidad de esperma en caso de eyacula-
clones seguidas unas tras otras rápidamente (es decir, en
coitos repetidos a breve intervalo), sino también por qué
contiene cada vez menor cantidad de espermatozoos de mo­
vimiento normal, mientras que se muestran en más abundan­
cia hilos espermáticos extintos o inmaduros ri).

(1} Recito empezada mi carrera, tuve une gran sorpresa al examinar el


esperma de un señor que •'gozaba la vida", y cuyos resultado
* nos sorpren­
dieron tanto a mi como a él. El liquido seminal que me envió para mi exa­
men era anormalmente fluido y acuoso, demasiado escaso en cantidad y no
contenía espermatozoos movibles, sino tan sólo forma
* no doadurae que erró­
neamente, conceptué como célula
* muerta
* y deformada». Le dlagnoetlqué
que tal eeperma tenía muy poca probabilidad da producir fecundización; in­
terpretó dicho diegoóatlco en sentido absoluto, ya que le era cómodo creer
que era apto para tai relaciones sexuales, pero Incapaz para un coito fecun-
dlzador, y, sin embargo, en la primera oportunidad, dejó embarazada a su com­
pañera.
El movimiento de los espermatozoos se efectúa dentro
del líquido espermático y en las secreciones normales de los
órganos sexuales femeninos, de modo automático. Hasta
ahora no ha quedado comprobada la cuestión de si durante
su existencia siguen moviéndose continuamente dentro de los
órganos de la mujer o se entregan temporalmente al reposo,
o si son aptos para recoger de los productos de secreción
femenina, dentro de los cuales se encuentran existiendo, o del
líquido espermático mismo, sustancias que pueden servir para
sustituir las fuerzas de tensión que han ido perdiéndose en
los esfuerzos de movilidad relativamente muy grandes que
han efectuado. No puede negarse rotundamente la posibili­
dad de tal alimentación por medio de su ambiente. Tampoco
puede negarse en absoluto una cesación temporal del movi­
miento, es decir, una época de reposo, pues hemos visto que
tan sólo se inicia el movimiento cuando se mezclan a los
mismos determinadas sustancias, aunque su capacidad para
el movimiento ya había existido antes. Sabemos que en cier­
tos animales, los murciélagos, por ejemplo, en los cuales se
efectúa la cópula en otoño, los espermatozoos pueden estar
depositados tranquilamente y sin movimiento alguno durante
todo el invierno dentro del útero, fecundando tan sólo en la
primavera los óvulos que han ido madurando entretanto.
Pero cuando observamos que los espermatozoos que se hallan
en el esperma, conservados como en estufa a la temperatura
del cuerpo (y evitando que se seque dicho esperma), se man­
tienen en vida unos ocho días o más, moviéndose durante
dicho tiempo continuamente, sea el que fuere el plazo de la
observación, no resulta imposible sostener que desde el prin­
cipio hasta el final conservan su movimiento en el ambiente
femenino.
Muy diversas son las manifestaciones que se hacen res­
pecto a la vitalidad de los espermatozoides dentro de los
órganos de la mujer. Unos autores la admiten de veinticuatro
a treinta y seis horas, otros de ocho hasta catorce días. Por
mi parte, tomando en consideración la analogía que existe
en muchos anímales y basándome en mis experiencias prác­
ticas, me declaro más bien partidario de una vitalidad bas­
tante prolongada, aunque investigadores modernos están en
favor de la idea de períodos breves y creen que probablemente
sólo son capaces de fertilizar durante pocas horas.
La velocidad del movimiento observada al microscopio,
resulta ser aproximadamente de tres milímetros por minuto,
lo que da por resultado que un espermatozoo recorre en un
segundo la distancia que aproximadamente corresponde a su
propia longitud. El movimiento se hace con una fuerza rela­
tivamente grande, venciendo los obstáculos y en dirección
contraria a la corriente. Ya he indicado en capítulos ante­
riores que en los órganos genitales de la mujer se produce a
causa de las pestañas vibrátiles, una corriente que se dirige
hacia afuera, y, por consiguiente, deben flotar los esperma­
tozoides siempre en dirección ascendente, es decir, en direc­
ción a los ovados. Es muy probable que resulte influida la
corriente capilar por la velocidad del movimiento de avance.
De todas maneras, se supone que dentro del útero tan sólo
pueden avanzar los espermatozoos, cada tres minutos, de 1 a
1,5 milímetro, de modo que, al penetrar, desprendiéndose del
conglomerado espermátlco dentro del hocico de tenca exterior,
pueden llegar a la cavidad del cuerpo uterino en el plazo de
dos a tres horas. Luego, pueden permanecer algunas horas
dentro de los oviductos, en donde se encuentran, en la mitad
lateral de dicho órgano, con el óvulo. Uno de los esperma­
tozoos penetra en éste (perforación), fundiéndose su cabeza
con el núcleo mismo, teniendo entonces lugar la verdadera
fecundación. Esta puede verificarse, según los cálculos cita­
dos, lo más pronto, ocho horas después de realizado el coito.
¿Y cuál es el mayor término posible? (Por supuesto suponien­
do que no haya habido otro coito). Es difícil de determinar y
aunque resulta de gran importancia no ha podido ser esta­
blecido con exactitud aún; puede ser un día o dos. Se ha
dicho que el esperma que permanece en la vagina no sobre­
vive más de una hora pero que si tiene movilidad suficiente
para llegar al útero puede permanecer activo durante veinti­
cinco a cuarenta horas.

Queda por aclarar lo que sucede con los espermatozoos


que no llegan a fusionarse con el óvulo. Y esto sucede con
todos, a excepción de uno, el que realizó la fecundación,
puesto que el óvulo tan sólo admite un espermatozoo para
ser fecundado, quedando en seguida cerrado para los demás.
Y como quiera que en todo coito (siempre y cuando no se
sigan con demasiada rapidez) se introducen aproximada­
mente de 200 a 500 millones de espermatozoos en la vagina,
deben indiscutiblemente sucumbir en cada coito grandes
cantidades de los mismos.
¿Qué pasa con ellos?
Una gran parte abandona la vagina junto con el esperma
de reflujo. Una segunda parte, por cierto muy importante,
sucumbe rápidamente dentro de aquélla, ya que los esper­
matozoos no pueden resistir a la reacción demasiado ácida
del contenido de la vagina (1). Sólo resulta adecuada para
ellos una reacción ligeramente ácida, que posee la secreción
vaginal durante determinada época, así como el ambiente
ligeramente alcalino del mismo líquido espermático, el de la
mucosidad uterina de idéntica reacción, y finalmente, el del
líquido de las trompas.
Los hilos espermáticos muertos se descomponen y desin­
tegran, Sus restos respectivos se eliminan en parte por un
flujo o por medio de lavadas. Un pequeño número llega al
útero. La mayor parte de ellos mueren en el camino al ovi­
ducto o tubo de Falopio.
Muy escasos espermatozoos llegan a las trompas. Allí
les espera (a excepción del único que está destinado a trans­
mitir la vida) la misma suerte que cupo a sus compañeros.
Lo que ocurre es que su presencia en la mucosa no ha sido
observada hasta ahora con tanta frecuencia como en el útero.
Es probable que los restos de los espermatozoos muertos sean
arrastrados nuevamente hacia el útero, debido al movimiento
vibrátil.
Tan sólo un número verdaderamente escaso de los que
más han resistido y de los que se han movido con más fuerza,
alcanzan finalmente la libre cavidad abdominal. En dicha
cavidad (y según los experimentos de Hoehne, quien inyectó
esperma en la cavidad peritoneal) i2), son atacados por los
fagocitos (corpúsculos blancos de la sangre), que están des­
tinados a desempeñar el servicio de limpieza dentro del orga-1
2
(1) La aecreclón, vaginal de las embarazadas, especialmente icldí, resulta
muy perjudicial para loa miemos.
(2) Zentralblatt für GjíndioJcjrts, 1814, N' 1.
nismo, y en un plazo de veinte horas suelen consumirlos,
eliminándolos por completo.

La prósiaia es un órgano en forma de castaña, que abra­


za la uretra posterior, de tal modo que su mayor parte se
halla situada detrás del canal y tan sólo una parte muy pe­
queña delante del mismo, La parte delantera de la glándula
se acerca al borde inferior de la sínfisis; en su superficie
superior se halla emplazado el cuello vesical. La parte pos­
terior, que como podrá verse por la Figura 3 (número 9),
mira a su vez hacia abajo, se halla situada en el abomba­
miento anterior del intestino recto, siendo fácilmente palpa­
ble desde dicho sitio con el dedo introducido en el recto. (Al
hablar de la anatomía de los genitales de la mujer he des­
crito ya y reproducido detalladamente dicho abombamiento).
El polo inferior de la próstata se apoya finalmente sobre el
fondo pelviano musculoso, precisamente por encima de, la
entrada de la uretra en los cuerpos cavernosos del pene.
La próstata es un racimo de células glandulares que
están separadas entre si por el tejido conjuntivo, el que a su
vez contiene muchos elementos de músculos lisos, mientras
que todo el complejo glandular está rodeado por una pared
de igual composición. Mediante este dispositivo y al contraer­
se las fibras musculares, cuya contracción se efectúa por vía
refleja (y por consiguiente, involuntariamente), cuando el
acto camal llega a su punto culminante, resulta la secreción
glandular empujada a través de los conductos excretores.
Estos, aproximadamente unos treinta, desembocan muy cerca
unos de otros, en aquel sitio de la pared uretral posterior en
que lo hacen también ambos conductos deferentes, es decir,
que dicha desembocadura se halla encima de la cresta uretral,
el folículo seminal (número 10).
La citada cresta uretral sobresale en forma de abomba­
miento alargado y redondeado, siendo una prominencia de
unos tres milímetros de altura y de tres de ancho, en el centro
de la parte prostética de la uretra, procedente de su pared
posterior y penetrando en la luz del citado conducto. Difícil
es indicar con exactitud su longitud, ya que termina sobre la
mucosa uretral, formando una especie de prominencia; cabe
suponer, sin embargo, que tiene de unos siete a ocho milí­
metros. Se compone principalmente de tejido cavernoso, tal
como ya lo hemos visto en los demás cuerpos de igual natu­
raleza, hallándose además ricamente dotada de tejido mus­
cular elástico y liso.
Los productos de secreción de las glándulas prostéticas
forman un líquido flúido, lechoso, turbio y alcalino, que con­
tiene el producto químico denominado que da a la secreción
prostática su olor característico. Dicha secreción es lanzada
durante el coito, juntamente con el líquido seminal, dentro
de la uretra, mezclándose dichos productos íntimamente en
la misma. Constituyen, pues, una gran parte de las masas
espermáticas expulsadas, y, como hemos visto en párrafos
anteriores, excita a los espermatozoos a un movimiento activo.
Ya he mencionado algunos datos, por cierto muy impor­
tantes, en lo que hace referencia a los conductos espermár
ticos. Tengo, no obstante, que tratarlos aún más detallada­
mente en lo que respecta a su unión con las ampollas y
vesículas seminales.
Los conductos espermáticos tienen una longitud bastan­
te considerable (unos cuarenta y cinco centímetros, aproxi­
madamente), lo que es debido al descenso de los testículos,
procedentes de la cavidad abdominal, hacia el escroto. En
marcha ascendente y uniéndose a ambos lados con vasos y
nervios, formando el cordón espermático, salen de debajo de
la piel en dirección hacia el anillo inguinal externo. En esta
parte puede palparse fácilmente el conducto espermático.
Haciendo resbalar ligeramente entre los dedos el contenido
escrotal (sea la parte derecha o la izquierda, entre los tes­
tículos y el anillo inguinal) puede palparse dicho conducto,
que se manifiesta como un duro cordón redondo, del grueso
de un lápiz. Una vez que ha recorrido el canal inguinal,
camina, recubierto por el peritoneo <*>, hacia la pelvis menor,
y desciende hasta el fondo vesical, tal como podrá verse en
la Figura 3, (número 7). Se confunde allí con una dilatación
en forma dé espiral que se llama ampolla seminal.
Tanto desde el punto de vista práctico como embrioló­
gico, la longitud del conducto espermático resulta impor­
tantísima. Siendo como es un tubo largo, se convierte en una
(1) No panatra, por tanto, en la caridad abdominal.
bomba aspirante-impelente, que sirve para el transporte de
los productos testiculares. Su longitud la capacita también
para contener gran cantidad de tales secreciones, de manera
que en todo su trayecto sirve como un buen conducto.

Pero sirven ante todo de depósito las dos ampollas se *


mínales, que se hallan colocadas sobre el fondo vesical. Tie­
nen un aspecto tuberoso y una estructura lobular (de modo
que su cavidad interior está provista de abombamientos irre*
guiares, debido a las prominencias recticulares de la mucosa,
entre las cuales se encuentran excavaciones bastante pro­
fundas) , Estas cavidades tienen una longitud de tres a cuatro
centímetros y un ancho de casi uno, y es aquí donde se
acumula el líquido seminal procedente de los epidídimos.
Mediante la contracción (que tiene lugar por vía refleja) de
la pared muscular de estos depósitos, se lanza el contenido
dentro de la uretra, a través de los finos conductos excretores,
que representan la última parte del conducto deferente, A
través de dichos conductos llega a la uretra al mismo tiempo
el contenido de ambas vesículas, que se contraen Juntamente
con dichas ampollas.

Las vesículas seminales (señaladas en la Figura 3, con el


número 8) representan dos cuerpos longitudinales aplanados
de cuatro a cinco centímetros de longitud por dos de ancho
y uno de espesor, que se encuentran situados entre la vejiga
y el recto. Respecto a la descripción de su arquitectura in­
tema puede emplearse la misma de las ampollas, añadiendo
tan sólo que cada vesícula seminal se compone de un canal
principal, y éste a su vez en el extremo inferior, algo más
estrecho, de la ampolla, de modo que debe conceptuarse a la
vesícula seminal como un divertículo de la ampolla del mismo
nombre, más o menos independiente (divertículo que resulta
ser un abombamiento estirado en sentido longitudinal). Du­
rante mucho tiempo se ha atribuido a las vesículas seminales
el mismo papel que a las ampollas en lo que se refiere a su
carácter como depósitos del líquido seminal. Es un hecho
innegable que en los hombres sexualmente maduros se en­
cuentran siempre o casi siempre espermatozoos en el interior
de las vesículas seminales, y que un liquido que se inyecta
dentro de los conductos seminales no sólo llega a la ampolla
sino que penetra simultáneamente en la vesícula antes de
nacerlo en la uretra a través del estrecho conducto excretor.
Sin embargo, trátase en todas las observaciones de hallazgos
realizados en cadáveres, de modo que no existe una absoluta
seguridad que permita hacer deducciones y conclusiones en
Jo que respecta al material in viiam.
En mi opinión lo más probable es que las ampollas semi­
nales constituyan los depósitos corrientes para la secreción
inducida a través de los conductos secretores seminales, y que,
en caso de fuerte repleción, una parte de su contenido puede
pasar paulatinamente a las vesículas, de modo que éstas se
convierten de tal manera en válvulas de seguridad y depósitos
auxiliares para guardar el líquido seminal.
Debemos, sin embargo, ver el papel principal e impor­
tante de las vesículas seminales en la secreción de sustancias
adicionales para el esperma. Su secreción es una espesa masa
viscosa de color amarillento, que puede comprobarse en el
esperma completamente fresco, bajo la forma de granitos
(semejantes a los huevos de la rana pero sin núcleo), dotando
a la eyaculación de su primitiva viscosidad. Pero como quiera
que estos grumos se disuelven pronto, adquiere el esperma su
carácter posterior, más bien flúido.
En párrafos anteriores he mencionado ya las propiedades
ventajosas de la secreción de las vesículas seminales en lo
que respecta a la actividad de los espermatozoos. Ejerce,
además, otro efecto favorecedor, aumentando volumétrica­
mente la masa del líquido espermático, repartiendo de esta
suerte los espermatozoos. Sin embargo, nada se sabe de si
las propiedades peculiares de consistencia de este producto
de secreción tienen una importancia especial para la preser­
vación de los espermatozoides.
Los terminales de los conductos seminales que transpor­
tan el contenido de las dos ampollas y de las vesículas a la
uretra, sólo disponen de una longitud de 2 a 2,5 centímetros;
atraviesan la próstata en dirección oblicua, convergente, y
desembocan muy juntos en la cúpula de la cresta seminal,
Al principio su diámetro es aún de 2 milímetros, estre­
chándose paulatinamente hasta alcanzar tan sólo 0,5 mili-
metro i1*, de modo que la masa seminal comprimida resulta
inyectada en la uretra en chorros finísimos, pero muy po­
tentes, lo que es de especial importancia para el proceso
ulterior.
El semen del hombre llega al exterior por eyeculación.
Constituye ésta la finalidad, el punto culminante y el verda­
dero final de la unión camal. Como tal la trataré aún con
más detalle en el próximo capitulo, especialmente en lo que
se refiere a las sensaciones que se experimentan entonces.
Pero debemos estudiar este mecanismo en este capítulo,
ya que el semen acumulado en el hombre puede evacuarse
independientemente de las relaciones sexuales y de toda exci­
tación erótica, incluso hasta con completa ausencia de pen­
samientos sexuales, de modo completamente fisiológico, sien­
do dicha evacuación Involuntaria,
Cuando por la suma de excitaciones (sean éstas sola­
mente de origen mecánico o procedentes de la periferia, o
tengan exclusivamente carácter psíquico, o se formen, como
antes he mencionado ya, por la sola distensión de las ampo­
llas y las vesículas seminales), se ha pasado ya un determi­
nado limite, se contrae entonces la musculatura Usa de estos
cuatro depósitos por vía refleja, lanzando el contenido en
chorros finísimos y muy fuertes contra la pared exterior de
la uretra. Simultáneamente se contraen las fibras muscula­
res de la próstata y expulsan el producto de secreción de estos
grupos de glándulas a la uretra. Entonces se reúnen las di­
versas secreciones, cuya perfecta mezcla resulta garantizada
por la delgadez y potencia de los chorros y su rebote en la
pared anterior de la uretra, encontrándose de esta suerte
mezclado el líquido con la secreción prostática expulsada por
las múltiples aberturas.
De modo tan sumamente complicado se forma en este
sitio la mezcla de secreciones glandulares que se denomina
esperma.
Y el proceso total se completa (al menos en los indivi­
duos normales) con la erección que precede a estos reflejos
(1) En comparación, la abertura del bruteen dentro del carburador de un
motor de automóvil de medianas dimensiones, tiene doble luz.
(2) Sólo para recordar: Reflejo es la reacción involuntaria de estímulos
que ee ejercen por un nervio determinado sobre otros nervio», y, por consiguien­
te, la realización de un efecto sin intervención mediadora de ¡oa centro» cerebra­
les. Esto m Importante.
y que hace que la cresta seminal se ensanche y alargue. Así
se logra que la dirección delantera oblicua de las dos seccio­
nes terminales de los conductos seminales sea más pronun­
ciada y más convergente, de manera que los diversos líquidos
se mezclan más completamente y son llevados, de modo más
perfecto, hacia la porción penil de la uretra. Al mismo tiem­
po este ensanchamiento actúa como cierre de oclusión de la
uretra posterior que está también cerrada por ciertos múscu­
los prostáticos que forman un anillo alrededor de la uretra
y que se contraen espasmódicamente.
De esta suerte se ha hecho casi completamente imposible
que el esperma que llegue a la uretra fluya hacia la vejiga.
La única dirección que queda abierta, por lo tanto, es la de
la salida. Se ha imposibilitado, además, el paso simultáneo
de la orina con el esperma. Mientras el pene está en erección
resulta de todo punto imposible la micción, ya que la cresta
seminal también se halla en estado de hinchazón.

Los líquidos que se mezclan definitivamente en el sector


prostático de la uretra, formando el esperma, son lanzados
inmediatamente hacia afuera mediante puro efecto de reflejo.
Por consiguiente, resulta de todo punto imposible retener
mediante influencias psíquicas la eyaculación una vez que
ésta se haya iniciado. Evoluciona de modo completamente
automático, aunque son los músculos del tipo estriado, los
voluntarios (que en todos los demás casos están sujetos a la
voluntad), los que se encargan de dicha acción. El reflejo
resulta provocado por la proyección del líquido espermático
contra la pared uretral (lo que da simultáneamente el máxi­
mo grado de voluptuosidad, el orgasmo, incluso cuando la
pérdida de semen se realiza durante el suefio). Se produce
una serie de fuertes contracciones rítmicas del grupo de
músculos que rodean la raíz del pene, y de la musculatura
del fondo pelviano. Entra entonces en función especial un
músculo que rodea al bulbo uretral y que se halla situado
debajo de la piel del perineo, cuya contracción puede sentirse
marcadamente al colocar encima de dicho sitio un dedo.
Dicho músculo ha sido indicado en la Figura 3 con el nú­
mero 14, (músculo bulbo cavernoso).
Por medio de esta contracción rítmica el esperma re­
sulta expulsado por la abertura uretral exterior con tal fuer­
za, que puede apreciarse por la distancia que alcanza al de­
jarlo salir libremente. Aunque dicha distancia jamás excede
de 15 a 20 centímetros, existen casos, sin embargo, en que
llega a ser lanzado hasta a un metro.
Es probable que mientras que el primer golpe de eyacu­
lación lanza hacia afuera la primera porción de liquido que
ha llegado hasta la puerta, tenga lugar un segundo aflujo
hacia la uretra posterior. Aún resulta más probable que este
segundo aflujo, ayudado por el cese de la contracción de la
eyeculación, efectúe un juego alternativo de constricción y
de relajación del músculo, que accione como bomba impe-
lente en la parte delantera y como bomba de aspiración en
la trasera.
De esta suerte resulta expulsado por varias contracciones
el esperma que se halla disponible; siguen entonces otras
contracciones de menor intensidad, que cada vez van per­
diendo en fuerza, expulsando los restos que han quedado en
el conducto uretral, y terminando al fin dicho reflejo. Pronto
cesa también la erección, el pene retoma su posición normal
—a menos que persista un posterior estímulo que provoque
una reanudación del proceso— y la erección y eyaculación
terminan.
Es difícil afirmar si, en determinadas ocasiones, se eva­
cúan por completo las ampollas y las vesículas seminales.
Sin embargo, existe la posibilidad de poder repetir inmediata­
mente el contacto sexual, y, por lo tanto, resulta factible
admitir una evacuación incompleta; aunque cabe pensar que
es la contracción de los conductos espermáticos la que, du­
rante la eyaculación, y también durante la estimulación si­
guiente, empieza de nuevo y progresa en forma de onda,
pudiendo en breve plazo de tiempo cuidarse de la segunda
salida de espermatozoides. Quizá también resulte ligada la
expulsión completa o incompleta (hay también autores que
admiten la posibilidad de una evacuación unilateral) a par­
ticularidades individuales. Puede explicarse así por qué un
hombre sólo puede realizar un coito, mientras que otro hom­
bre puede repetirlo varias veces en breves intervalos de tiem­
po. Indudablemente, no depende entonces de un aflujo tem­
poral del producto testicular, sino de una acción redoblada
de las glándulas que segregan los líquidos adicionales. En las
eyaculaciones de rápida sucesión sólo se expulsa un liquido
fluido, que principalmente procede de la próstata y que con­
tiene escasa cantidad de espermatozoides, y aun a veces carece
de ellos por completo.

Las poluciones, eyaculaciones de semen involuntarias, a


las que se hallan expuestos especialmente aquellos jóvenes
que, debido a la abstinencia sexual, sufren de acumulación
de semen, tienen lugar cada dos o tres semanas, a veces tam­
bién cada ocho días, mientras que en edades avanzadas resul­
tan más escasas. En general, se presentan sólo durante el
sueño, acompañadas muchas veces de visiones eróticas, pro­
vocando la eyaculación sensaciones de voluptuosidad y de
satisfacción. La relación de los procesos que entonces se rea­
lizan en los órganos sexuales con los procesos psíquicos, pue­
de ser, en tales casos, debida a la tensión de las ampollas
seminales (¿y de las vesículas seminales?), que provoca los
reflejos de erección y de eyaculación, originándose así el sue­
ño, o que sea esta tensión la que precisamente provoque di­
chos procesos psíquicos (sueños), que producen de tal modo
la eyaculación.
De todos modos la erección y eyaculación durante el sue­
ño nos proporciona el ejemplo mas sorprendente, simple y
puramente físico, del impulso por aliviar la tensión o "im­
pulso de relajación”, de manera que en tales casos podemos
con exactitud aplicar el término de impulso de evacuación,
sexual.

Sin embargo, jde qué modo tan complicado reacciona la


psique, estando despierto, sobre la tensión de las ampollas
seminales! Aun cuando la tensión psíquica resulte una con­
secuencia de la tensión local, el impulso de relajación más
bien se dirige a la relajación de la tensión psíquica que a la
anulación de la segunda. Con toda seguridad, no existe ya
aquí un puro “impulso de evacuación” <».
(1) El Impulso da relajación (Impulso de satisfacción sexual) no tiene, por
cierto, nada que ver con el Impuleo de evacuación en aquellos casos frecuentes
en loe que ni siquiera existe tensión local alguna (debida a la cantidad de se­
men acumulado), sino Unicamente un * tensión psíquica.
¡Y cuánto juego alternativo de estímulo y de inhibición!
¡De inhibición, sobre todo! Pues el reflejo de eyaculación,
que procede de la tensión de las ampollas seminales y que
causa, a su vez, una pérdida de esperma involuntaria, sólo
puede producirse durante el sueño, lo que prueba que estando
despierto, en vigilia, resulta frenado por la corteza gris del
cerebro, es decir, que la inhibición se efectúa por la influen­
cia procedente de la psique.
Inhibiciones similares de los reflejos de erección y de
eyaculación por los centros superiores, pueden mostrarse
bajo otras circunstancias. Muchos hombres conocen tales be­
neficios y no son, por otra parte, pocos los que por tal razón
sufren daño y vergüenza <1!.

El semen del hombre se evacúa en cada ocasión en una


cantidad de 5 a 10 mi., conteniendo cada mililitro alrede­
dor de sesenta millones de espermatozoos. Cuando las emi­
siones se producen en rápida sucesión disminuyen tanto la
cantidad como la calidad del semen. Recién eyaculado es
líquido pero pronto se coagula y luego de transcuridos quin­
ce minutos aproximadamente sufre una segunda licuefacción.
AI secarse se hace muy viscoso y deja en los tejidos (ropas,
sábanas, etc.) manchas blancas duras que pueden sacarse
fácilmente con agua fría pero que son muy difíciles de qui­
tar con agua caliente. Es de gran importancia en la medicina
forense el hecho de que los espermas son fácilmente distin­
guidos en el agua de lavado.
Bajo el microscopio puede distinguirse en el semen nor­
ma) no sólo una incalculable cantidad de espermatozoos vivos
activos y unas pocas formas anormales (no maduras) sino
también varios tipos de células y microorganismos que no
tienen importancia práctica para, este tratado.
En un tiempo se creyó que la absorción de fluido seminal
a través de las paredes de la vagina ejercía un efecto tónico
directo en la constitución general de la mujer. El pensa­
miento moderno, no obstante, tiende a refutar esta teoría.
Los efectos fortificantes y vivificantes de las relaciones se-
(1) Hago referencia al cuarto cuadro de 'La danza en rueda" de Sctmltzler.
xuales se deberían a factores psíquicos y a los efectos fisioló­
gicos de un aumento de las secreciones normales propias de
la mujer.

La secreción interna de las glándulas del hombre (andró-


ge ñas) desempeña indudablemente un papel importante, y
en la primera parte de este libro se ha hablado ya de este
asunto. En el hombre adulto ejerce una influencia favorable
sobre las fuerzas corporales, sobre su iniciativa y capacidad
mental y sobre las emociones sexuales, especialmente en sus
preliminares.
Contrariamente a cuanto hemos visto en la mujer, la
secreción interna de los correspondientes órganos, en el hom­
bre, se desarrolla de un modo uniforme en la madurez. Tam­
poco le da al hombre el sello tan característico que presta a
la mujer. El hombre no está sujeto a las subidas y descensos
de las manfiestaciones vitales, como las hemos visto en la
mujer. ’
Pero a cierta edad se reduce paulatina y simultánea­
mente con la secreción externa, la interna de los testículos.
Se trata de una manifestación parcial de la senectud. El
envejecimiento de dichas glándulas es, sin embargo, mucho
más importante para la totalidad que el de muchos otros
órganos, pues al reducirse la secreción interna de los tes­
tículos va suprimiéndose su influencia favorable, su efecto
vivificador sobre el organismo total y sobre la función de los
otros órganos. De esta manera, el envejecimiento de las glán­
dulas sexuales ejerce un efecto fuertemente desfavorable so­
bre todo el cuerpo incluso, a veces, hasta sobre la inteligencia.
Existe, como se ve, una especie de círculo vicioso, una cadena
cerrada de efectos desfavorables, cuyo eslabón más importan­
te debemos buscarlo en la reducción de la secreción interna
de los testículos.
Basándose sobre estas antiguas experiencias, la investi­
gación científica moderna ha aportado, de doble modo, prue­
bas en apoyo de esta teoría. Los experimentos de Steinach
han demostrado que la ligadura de los conductos espermáti-
cos, y, por consígnente, el aumento de la secreción interna
de los testículos, no sólo paraliza el envejecimiento, sino que
hace desaparecer, en cierto grado, las manifestaciones seni­
les ya existentes <0. También los experimentos de Voronoff,
que subviene a la falta de secreción interna de los testículos
envejecidos del hombre por la secreción interna del tejido tes-
ticular trasplantado de monos, han dado igual resultado.
Se intentaba, por supuesto, con tales experiencias, ayu­
dar a hombres afectados por agotamiento o senilidad pre­
maturos. Pero esto ya no resulta aceptable. Con compuestos
hormonales la senectud puede detenerse en cierto grado, pero
no completamente.
En el actual estado de incertidumbre parece aconsejable
al hombre sano de cincuenta y sesenta años evitar la atrofia
de sus órganos haciéndolos trabajar, en cuanto sea posible,
en forma regular y apropiada, o sea, no con excesiva fre­
cuencia, pero tampoco demasiado espaciadamente. Suponien­
do, naturalmente, que habrá evitado siempre las infecciones
contagiosas.
Todo órgano se atrofia cuando su función resulta dema­
siado escasa o cuando falta por completo. A cada momento,
a cada paso, tropezamos los médicos con esta “atrofia por
inactividad'" y no nos cansamos de elevar nuestra voz de aler­
ta. Es obligación nuestra llamar la atención sobre el hecho
de que la inactividad de los testículos conduce a un envejeci­
miento prematuro y provoca depresión y debilitamiento en el
individuo, mientras que un trabajo adecuado de dichos órga­
nos (siendo, como sabemos, capaces para ello hasta eda­
des muy avanzadas), conserva todo el organismo relativa­
mente vigoroso y eficiente. Es indudable que puede haber
ciertos peligros (de la más diversa clase) en aconsejar a an­
cianos que realicen actos camales, ¡pero nadie debe compren­
der en este sentido la exposición que acabo de hacer!
No obstante, doy, como mío, el consejo de prolongar las
relaciones matrimoniales con toda regularidad, aun en la
época del envejecimiento (mientras no existan síntomas pato­
lógicos que obliguen al médico a prohibir tales prácticas).
También, bajo este aspecto, la vida doméstica, vista y prac­
ticada bajo la luz de El Matrimonio Perfecto, puede proporcio­
nar salud y felicidad al cuerpo, la mente y el alma.

(1) Me conduciría fuer


* del merco de mi trebeje #1 entrare en deüdlee.
INTERMEDIO SEGUNDO
I
Para poder realizar el contacto carnal, de acuerdo con las leyes
divinas, es indispensable un profundo y perfecto conocimiento de
todo cuanto al hombre y a la mujer se refiere.
Omar Hateó?.
II
De entre todas las cuestiones vitales, no hay ninguna que sea
tan importante como la de la Investigación de aquellos hechos me­
diante los cuales queda asegurada la continuidad de la vida.
Camine Mauclair.

III
No hay para el hombre, mejor dicho, para todos los seres hu­
manos, ningún asunto más interesante; tampoco hay otro que pueda
precisar tantos consejos, especialmente cuando se tienen en cuenta
las enormes tonterías que se cometen en todo momento y en cual­
quier lugar, hallándose bajo el cruel dominio del pequeño dios Amor,
tan ciego y tan malicioso.
L. de Lanple.
IV
La mayoría de los matrimonios serian felices si'los hombres de­
dicasen al mismo aunque no fuese más que la décima parte de los
cuidados y de los pensamientos que suelen dedicar a sus negocios.
Roberto Haas.
V
Quien pretende amar sin anhelar, es incapaz de sentir deseo.
W. r.
VI
La sensualidad no es pecado, sino todo lo contrario; es un ador­
no de la vida, es un don de Dios, es como el agradable alrecillo de
la primavera y del estío; consciente y alegremente debemos gozar
de ella y anhelarla de todo corazón para los seres adultos y sanos.
G. Frenasen.
Vil
Más vale casarse que abrasarse,
I. Cor. 7-/9.

VIII
Cuando en el matrimonio existe el amor puro y verdadero, y
cuando la esposa, en dias de plena salud, sin capricho y sin egoísmo,
ha cumplido con los deseos del marido, no cabe dudar que el hombre,
sin quejarse, hará frente a aquellas dificultades que llevan consigo
la debida consideración para el bienestar de su mujer,
S, Rfbbtng.
IX
Quien tenga el corazón en donde debe,
estimará a su mujer, profesándole cariño.

Aquilas, en litada IX, 341 de Homero.


X
Todo hombre bueno y leal respeta a su esposa y la cuida tier­
namente,
Z,útero.
XI
Se sabe cuán poco dura en la mujer la ardiente llama del amor,
cuando la mirada y la mano no son capaces de avivarla de continuo.
Danto.
XII
una mujer alegre y rozagante,
es que tiene un marido que es amante.'
Goethe.
XIII
Todo en la mujer es enigma, y en ella todo tiene una solución:
el embarazo.
Nietzsche.
XIV
En el marido, prudencia;
En la mujer, paciencia.
Antiguo proverbio italiano.
XV
Son rarísimas aquellas mujeres que. Inteligentes, equilibradas,
saben ser, en todo momento, verdaderas mujeres, es decir, que con­
cíenles de su naturaleza, se dan cuenta de su verdadera fuerza y de
sus Inferioridades,
JuHoHurut
XVI
El amor encubre muchos pecados,,. I, Petrt 4/8-
Ved lo que puede el amor:
no deja ver el dolor
y nos brinda paz y holgura...
El amor es bendición,
del palacio y del mesón
y hay siempre, donde él está,
paciencia y tranquilidad.
J.Cats.
XVII
Di: juventud, ¿cuánto duras?
Mientras el amor perdura...
Del Libro te Oto, de la Condesa Diana UL

XVIII
El amor no envejece.
Stendhal.
XIX
¿Qué nos importa la vejez, cuando estamos unidos?
Stendhal,
XX
El amor convierte el Yo en tú;
el amor acrisola el Yo fundiéndolo en Tú
W, T.

(1) SI Libro do Oro. «le 1* condena Diana, resume y contiene "pregunta


* y
respuestas" do un distinguido grupo «le hombree y muletea Preguntas y res­
*
puesta para una reunión de sociedad selecta y exquisita.
TERCERA PARTE

LAS RELACIONES SEXUALES


SU FISIOLOGIA Y TECNICA
Capítulo VIII
DEFINICIONES, PRELUDIO Y JUEGO DE AMOR
Toda capacidad natural, alendo tal como función
orgánica, puede elevarse al grado de arte mediante el
ejercicio, el desarrollo y la herencia.
H. VaiHurcra, La Filosofía del Como St (1)...

Con el término “relaciones sexuales” designamos la to­


talidad de uniones y contactos entre seres humanos con un
fin sexual. Pero permítasenos ante todo aclarar inequívoca­
mente que al usar tales palabras sin adjetivo alguno nos re­
ferimos exclusivamente a relaciones normales entre seres
opuestos. El Matrimonio Perfecto permite la más amplia
extensión de actividades normales fisiológicas, en todas las
maneras deseables y deleitables. Esto lo contempla sin me­
lindrería pero con el mayor respeto por la verdadera castidad.
Para evitar confusiones definiremos lo que consideramos
relaciones sexuales normales. No es tarea fácil, ya que toda
definición rígida o distinción aguda resulta particularmente
difícil en asuntos sexuales. Pero creo que la definición más
comprensiva y exacta es: Aquellas relaciones que tienen lu­
gar entre dos individuos sexualmente maduros del sexo opues­
to, que excluyen la crueldad y el uso de medios artificiales pa­
ra producir sensaciones de voluptuosidad, que conducen
directa o indirectamente a la consumación de satisfacción
sexual y que, habiendo obtenido un cierto grado de estimu­
lación concluyen con la eyaculación del semen en la vagina
en aproximadamente simultánea culminación W de placer
—u orgasmo— para ambos partícipes.
La relación sexual completa comprende: el preludio, el
juego amoroso, la unión sexual y el epílogo. La culminación
y el propósito se logran simultáneamente en la tercer etapa.
El vocablo técnico aceptado para esta fase es coito, pero yo
lo llamaré comunión. Esta palabra asocia la unión, la con­
sumación y la copulación y tiene la adicional ventaja de que
no acentúa la actividad del hombre y la pasividad de la mu­
jer. El Matrimonio Perfecto los une en una melodiosa mu­
tualidad de acción y respuesta que implica iguales derechos
e iguales placeres en la unión sexual.
Esta comunión que puede, en términos más estrictos y
precisos, ser llamada unión sexual, comienza con la intro-
(1) Edición popular, capitulo H, pég. 8. (Félix Melner, Leipzig},
(2) Con preferencia usaré la palabra culminación en vez de orgasmo.
duccíón del órgano masculino en la vagina, alcanza su cús­
pide en la culminación de ambos y es su fin el derrame y re­
cepción de la semilla de la vida. Termina, hablando estricta
*
mente, cuando el pene abandona la vagina. Su propósito
biológico se logra cuando tiene lugar la fertilización o fe­
cundación pero la fecundación no es necesariamente una
parte del proceso de unión sexual ni es tampoco siempre la
unión sexual una condición preliminar indispensable para
la fecundación U).
Al terminar la comunión sexual comienza el crepúsculo,
el epílogo, que suele ser completamente omitido por parejas
que en verdad no se comprenden o no sienten amor el uno
por el otro. En tales casos, una vez obtenida la satisfacción
sexual, tanto el hombre como la mujer se alejan uno del otro.
(1) fecundación puede tenar lugar, a vocee, tín que haya habido cópula,
corno lo demuestran loa numeroso
* casos (por cierto, extraordinarios), en loa
cuales el esperma llega del modo mte diverso a lo * genitales de la mujer, sin
que baya habido introducción del pene (hmissio penis). Tales casos tienen
•norma valor para la practica da las relaciones sexuales. No adámente por el
hacho de que a veces pueda tener lugar una fecundación por haberse depositado
el temen dentro o próximo a la vulva, sino que. hasta en caso de hlmen Intacto,
basta su presencie para provocar la fecundación, lo que prueba que el esperma-
toaolde puede llegar también por la vía indirecto (por medio dvi dedo, por ejem­
plo) , hasta loa órgano
* sexuales de la mujer, conservando, a veces, tanta vitalidad
qua m capas de recorrer por al solo el largo trayecto daedv la vulva hasta la
trompa, penetrando dentro del óvulo como germen en perfecto estado; es una
prueba en pro de la increíble vitalidad y capacidad do locomoción de estas célu­
* de procreación. Más peso tienen todavía, para 1» practica de la vida sexual,
la
aquello
* casos en loa cuales ha tenido lugar una de etpermUoeolde»
que, a causa de una •yaculactón, hablan quedado retenidos dentro de la uretra
del hombre (lo que generalmente sucedo cuando no tiene lugar inmediatamente
después do la micción), caminando desde la uretra o desde el saco prepucial (en
donde también pueden conservaras durante algún tiempo) e introducléndoee de
cualquier modo (generalmente debido * nueva introducción del pene, sin que
tenga lugar la eyeculación) en la vagina.
Pertenecen a loe hechos mte notable
* *
y inte sorprendente *
aquellos caco en
loe cuales quedaron depositados loa «permatoaoidee en la vagina (respectiva­
mente en la vulva), llegando desde *111, por cualquier '•(nf- de transmisión, a
una segunda vulva, de modo que, en la segunda mujer (o joven), tiene lugar
el embarazo, mientra
* que la primera ha quedado Ubre de él. Tales hecho
* han
*
■Ido observado *
varia veces, no existiendo ya duda alguna respecto a su exis­
tencia; demuestran, claramente, con qué facilidad tan enorme puede tener lugar
un embarazo en cierta * ,
**
ctrouMetanct y nos aconseja tener gran cuidado al
manipular con esperma y resto de esperma, cuando se quiere evitar una fe­
cundación. También nos hacen ver, por un lado en que generalmente no m
reparo, aquello
* *
caso de embaraño que ce verifican a pesar de "segura
* medida
*
de precaución".
Pero cuando el amor es intensamente apasionado y delicada
*
mente considerado, esa etapa resulta ser una importante
fase de la vida sexual. Con demasiada frecuencia se la Ig­
nora o se la descuida en la vida matrimonial común pero en
el Matrimonio Perfecto debe ser objeto de una cabal aprecia­
ción y reconocimiento.
No es posible establecer un límite de tiempo definido pa­
ra este epílogo. Se desvanece como los acordes finales de
una melodía pero debe resonar, vibrar y reavivarse en los pre­
liminares de un nuevo acto de comunión sexual.
De esta manera las parejas pueden lograr esa coníinaí-
dad de la comunión que considero uno de los más hermosos
resultados del Matrimonio Perfecto y al mismo tiempo una
de sus bases más seguras.

Guando se manifiestan las primeras llamadas del im­


pulso de aproximación, es cuando empieza el preludio de las
relaciones sexuales. Avanza siempre *'in crescendo”, en unos
casos con más lentitud, en otros con más rapidez, y sólo de
un modo excepcional con la velocidad del rayo.
Pero, ¿dónde termina? Tiene su fin en el momento en
que empieza el juego amoroso.
Huelgan explicaciones detalladas para comprender que
no existe un punto determinado, un momento cronológico
preciso, pues generalmente se pasa de una fase a otra en de­
licada graduación, hasta tal punto que, a veces, manifesta­
ciones y actuaciones que pertenecen verdaderamente a la
segunda fase, pueden manifestarse ya durante la primera,
mientras que de parte de la mujer aun suelen oírse tímidas
tonalidades de preludio cuando el juego amoroso está ya en
plena evolución.
No obstante, me parece conveniente, al tratar estas cues­
tiones, establecer ciertos límites .entre ambas fases.
Reconozco este límite en el beso de amor, que puede con­
siderarse como el prototipo de los contactos eróticos, pero
con la salvedad de que incluyo dicho beso de amor en la se­
gunda fase: en el juego.
Puede considerarse así el juego del amor, entre el beso
amoroso y el principio de la comunión erótica. Representa
la preparación para esta última y resulta indispensablemente
necesario para que el hombre y la mujer, psíquica y corpo*
raímente, estén en condiciones de realizar dicho contacto
camal del modo más completo.
Resulta especialmente importante esta fase de los con­
tactos genésicos para la mujer que en cuestiones sexuales
carezca aún de la suficiente experiencia práctica, ya que es
menester, generalmente, un juego amoroso bien dirigido pa­
ra despertar en medida suficiente sus sentimientos eróticos
y prepararla para las sensaciones de la cópula subsiguiente.
Pero este contacto amoroso rápido como el rayo sólo
ocurre raras veces, en ocasiones excepcionales, entre perso­
nas de delicados sentimientos, y sólo tales son capaces de
un Matrimonio Perfecto. Aun así, cuando ello sucede, debe
haber un completo dominio de la técnica estética íntima. De
otro modo es esencialmente grosero y puede tener graves con­
secuencias psíquicas.
La supresión del juego amoroso por parte del marido, no
sólo debe considerarse como proceder ordinario, sino que es
una brutalidad manifiesta, en el verdadero sentido de la pa­
labra, y, aparte del daño psíquico que causa a su mujer, pue­
de producir daños corporales, a veces muy graves.
Además, considero tal supresión como una estupidez
muy grande, pues el juego de amor, ejercido con arte y como
arte, proporciona una serie de goces y deleites que no son
menores que los de la cópula. En el Matrimonio Perfecto
debe considerarse esta segunda fase de las relaciones sexua­
les tan importante como la tercera, debiendo prodigarle un
cuidado especialísimo.
Al considerar separadamente las diferentes fases de las
relaciones, no hace falta dedicar muchas palabras a la téc­
nica del preludio. Todo cuanto puede interesar se hallará en
lo expuesto en el capítulo tercero, respecto a fisiología sexual
general.
Corresponde el papel principal a la palabra y la mirada,
ya que son los factores que dan a las sensaciones anímicas
(y éstas son en dicha fase las más importantes, indiscutible­
mente) su sello particular, su carácter esencial.
Deben, sin embargo, tenerse en cuenta también los pa­
peles secundarios y recordar a propósito de esto, lo que he
dicho en capítulos anteriores respecto a las relaciones sexua­
les, puesto que la frase de Rousseau nos da a conocer, de un
modo perfecto, el influjo que ejerce “le doux parfum d’un
cabinet de toilette" (ri.
Citaré también en esta ocasión el baile, que en los paí­
ses ‘civilizados ha perdido buena parte de su primitivo signi­
ficado como rito sexual <a> pero que en los tiempos actuales
y en nuestra sociedad conserva una fuerza erótica muy po­
tente. Deben tenerse en cuenta, de un modo especial, cier­
tos bailes populares, como los de Rusia, Sicilia y Tirol, en
cuya esencia se ve de un modo claro su carácter de solicitud
hacia la mujer, Logran su efecto no sólo a través del gesto
sino también por la gracia de movimientos y generalmente
también por el acompañamiento musical, del cual el ritmo
es el factor más importante.
General y casi exclusivamente el impulso de aproxima­
ción se sirve, en el preludio de amor, de tres órganos sensiti­
vos: vista, oído y olfato. Los dos restantes, o sean el tacto
y el gusto, sólo hacen acto de presencia durante la segunda
parte del verdadero juego del amor, siendo el tacto, una vez
que haya entrado en acción, el que ejerce el predominio.
Hay dos tipos o, para continuar la analogía musical, po­
dríamos decir dos motivos principales en el preludio: la co­
quetería y el flirteo.
Si bien hago uso aquí de la primera palabra no quiero
con esto acentuar las asociaciones de vanidad y frivolidad
ligadas a ella en su forma y lenguaje original.
En lo que respecta al preludio amoroso matrimonial,
quiero designar por “coquetería” (que es, si no me equivoco,
el primitivo significado lingüístico de la palabra), el efecto
alternativo de aproximación y alejamiento, atracción y re­
sistencia, que encierra, Indudablemente, uno de los medios
de solicitud psíquica más poderosos, debido a la suma de
estímulos resultantes de dicha alternativa.
La coquetería, ejercitada en su exacta graduación, por
(1) Olt>do mi el intermedio I, aforismo XIX.
(3) Entre otres obras, eltaré la de Ploss-Bartels: Do» Welb la der. Natitr
un4 VOUcerlunde (La mujer en la historia natural ¡l ¡a etnotoutaj.
una mujer llena de tacto y que sepa hacer uso de su com­
ponente de rechazo defensivo, empleándola con cautela y a
la vez con gracia, puede constituir una de las partes más
bellas en el preludio del amor, ya que en el recato y en la
discreción, seguidos de nuevos incentivos, se encuentra el
mayor de los encantos. Podemos apreciarlo en la música,
en la cual muchos compositores han sabido emplear este re­
cato temporal de un modo maravilloso; lo vemos en el drama,
en el que una interrupción temporal de la acción aumenta
el efecto; lo sentimos en el preludio amoroso, debido al arte
de la coquetería. Y de nuevo hallaremos este recato pasajero,
pero intencionado, en el juego amoroso, sintiéndolo como
aumento de sensación bien calculado, y otra vez se presenta
ante nosotros en la fase culminante de las relaciones sexua­
les: en el momento de la cópula.
Pero no hay que olvidar que todo estimulante, usado
en demasía, se convierte en veneno, de igual modo que ve­
nenas usados en dosis mínimas constituyen poderosos exci­
tantes.
Así ocurre con el arte. En las bellas artes, música, lite­
ratura, artes plásticas, pictóricas e igualmente en la más
bella de todas: el arte de amar, la reticencia intencionada
y consciente debe ser usada cuidadosa y discrimlnadamente.
Aquellos que no sepan emplear tales métodos en el momento
oportuno, de la manera adecuada y con completa eficiencia
mejor será que los descarten. Tenga él cuidado, (y no menos
ella) con las dosis excesivas. Porque demasiado poco podrá,
a lo sumo, no tener un efecto especia], pero demasiada reser­
va, acentuada defensa, sensación de independencia, no cau­
sa estímulo sino parálisis; paraliza la simpatía y los deseos
sexuales de la otra parte.
Y el picante recurso de la coquetería usado con exceso
no sólo inhibe y paraliza sino que tiene sabor amargo y re­
pelente; despierta -disgusto y repulsión. ¡Cuidado!

Debemos ahora ponemos de acuerdo en lo que queremos


significar con la palabra flirteo. Al acudir a los diccionarios,
hallamos traducciones y explicaciones que nos dan el con­
cepto de "retozo, coqueteo, mímica inconstante y vibrátil”;
pero yo no quiero usar ni la palabra, ni el concepto en este
sentido, pues existen otras voces que nos darían una con­
cepción más clara y más típica. Tampoco quiero emplear la
palabra "flirteo” en su significado más amplio, atribuido
por algunos autores del sector sexológico, quienes usan dicho
término en vez de "solicitud, anhelo” (usándolo, general­
mente, en el sentido sexual y en la más amplia significación
de la palabra).
Y finalmente, como aspiramos aquí a una seria claridad
y precisión, y un tratado científico responsable no necesita
emplear dotibles entendres, no hemos de usar la palabra "flir­
teo” para designar relaciones sexuales fuera del matrimonio
y en las cuales las partes van más o menos lejos sin llegar
al coito completo. Ciertos círculos modernos hallan conve­
niente entender por "flirteo” todo excepto el acto coital, y
hacen de ese término un sinónimo de cualquier juego amo­
roso erótico y específicamente la estimulación local. Pero
nosotros no necesitamos usar el término en este sentido por
que no sólo es lingüísticamente incorrecto sino también su­
perfino. Enfrentamos los hechos y tenemos un arsenal de
palabras que los expresan con dignidad y lucidez.
Debemos, pues, usar en nuestro estudio, el concepto flir­
teo, tal como primitivamente ha sido interpretado, es decir:
ejecución del juego amoroso, con empleo simultáneo del má­
ximo refinamiento psíquico posible, con la precisa intención
de no ir más allá del límite del preludio (1).
En este sentido, pues, puede producir el flirteo entre
los esposos, precisamente entre esposos, resultados bellos, ba­
jo la forma de sentimientos amorosos, renovados y refres­
cados de esta suerte. '
Debe, por tanto, aplicarse de igual modo que la coque­
tería, en el momento y en la dosis apropiada, y no abando­
narse nunca en la técnica del Matrimonio Perfecto.
El Instrumento más importante en el preludio de las
relaciones sexuales, es la conversación. Su tema, por exce­
lencia, es el amor.
(1) Creo indispensablemente necesaria dicha merra. Puse sin 1* misma
resultarla el flirteo nada mis que el preludio del contacto sexual (psíqulcamen-
ts refinado), y el empleo de palabras extranjeras sólo nos conducirla a con-
*.
oepclonee errónea
Su efecto se debe a auto-sugestión y sugestión recíproca.
La importancia que tiene el preludio para las relaciones
sexuales, se ve de mejor modo por sus efectos corporales.
Dejo ahora completamente aparte su efecto general, que se
muestra por un aumento de la función cardíaca, etcétera.
Las manifestaciones locales demuestran claramente lo que
dicho preludio es: un acto de preparación, pues de acuerdo
con las leyes del arte, produce a causa de su estimulo pura­
mente psíquico, tanto en el hombre como en la mujer (al
menos en la mujer experta y normal), el mismo resultado,
la destilación w, que denota la disposición indispensable pa­
ra dicho contacto (al menos para un coito de evolución com­
pleta y armónica).
El juego amoroso, en todo su significado y alcance, es
motivado por el impulso de la satisfacción sexual.
, En las razas que me ocupan <9) empieza casi sin excep­
ción por el beso; claro está, el beso de amor, ya que hay
besos que nada tienen que ver con el impulso sexual.
Sería tonto querer suponer que todo beso tiene causas
sexuales; es indudable que hay besos que se dan y se reciben
y que no son sino procesos convencionales, sin substancia, ya
(1) Destilación es la secreción mucosa de las glándulas correspondientes
(capítulos VI y Vil). Como quiera que los fisiólogos no fian sustituido aún di­
cha palabra, tan en boga, y que en su tiempo fue compuesta por loa teólogos
moralistas, haré uso de la m^rna, ocasionalmente, en ves de usar locuciones pe-
rtfráslcM,
Menos frecuentes que la destilación son las demás manifestaciónea locales
de excitación (exección y procesos análogos en la mujer). Durante a) preludio
suelea presentarse generalmente en último lugar. Al contrario, en el juego de
amor, sin suficiente preludio, precede la hinchazón do los genitales a la secre­
ción de la mencionada mucosidad.
(2) Loe Japoneses, chinos y anamltaa no se besan. En lugar del contacto
lablobucal recíproco, suelen olfatearse unos a o&os la región natal.
Para formarse Idea de hasta qué grado considera el Japonés el beso Indecente,
hasta obsceno, y cuán diferente que nosotros piensa en esa materia, basta l«r
una comunicación característica procedente de Tokio que se publicó en septiem­
bre de 1924 en La Prensa: “En una exposición de esculturas europeas ha sido
Colocada detrás de Un biombo de bambú la reproducción de la escultura de Ro-
dín, El Beso, para ocultarla del público."
Es un hecho conocido desde Ice tiempos más modernos que la técnica del
arte de amar no sufre en aquellas razas por falta del beso. En Orlente y en el
Lejano Oriente, suelen dedicarse con más perfección a este arte que nosofroe,
los de Occidente, e indudablemente podríamos aprender mucho de ellos.
Por otra parte, el olfato resulta mucho más importante entre nosotros de
10 que a primera vista parece. Más adelante volveré a ocuparme de este asunto.
que muchos besos tienen otro origen que el de la inclinación
sexual. Ahora bien: esta categoría resulta mucho más insig­
nificante, mucho menor de lo que gran parte de gente cán­
dida cree, quiere creer o pretende creer, pues las sensaciones
sexuales penetran mucho más hondamente en nuestra exis­
tencia, de lo que por regla general se cree o nos atrevemos
a manifestar abiertamente.
De todos modos “un inocente beso inofensivo” es, a me­
nudo, mucho menos “inocente” en el sentido aceptado de
“carente de sexualidad” de lo que convencionalmente (o con­
venientemente) se cree. Hay hombres y mujeres adultos que
jamás se engañan a sí mismos, y para quienes ha resultado
este besito inofensivo, lleno de respeto o de compasión, dado
sobre la frente o sobre la mano, en su última evolución, una
ficción a veces útil y a veces perjudicial.
Hay, además, besos a los cuales, sin negarles su sello
sexual, debe clasificárseles más bien entre las manifestacio­
nes del preludio amoroso, en vez de incluirlos en la categoría
del juego, debido al recato con que se dan o se reciben. De­
ben considerarse como tales los besos tan usuales en ciertos
juegos de sociedad, así como aquellos que de un modo tímido,
tal vez por curiosidad, se da la gente joven aun no desarro­
llada por completo.
Pero todos estos besos carecen de su fundamental carac­
terística erótica. Porque el beso erótico es mutuo; se da y
se recibe de boca a boca con recíproca presión.
Esta es su característica y su significado.
El beso de amor es rico en vibraciones. Empezando por
un ligerísimo roce de labios, tan sólo con los bordes de éstos,
un effleurage í1), recorre toda la escala de la intensidad del
tacto, llegando hasta el maraichinage w, durante cuyo acto
(1) El tecnicismo eíflewaje suele usarse en la terapéutica del masaje,
cuando se trata de ligeros frotes; poéticamente, significa un contacto etcaia-
mente perceptible.
(2) El nombre de "maraichinag»" procede de loe llamado» "maraichlne",
los habitantes del conocido “Pay» de Mcnt", en la Vendé», en donde tal juego
de amor es una costumbre por cierto muy corriente, entre los jóvenes solteros
de ambos sexos. Este juego de amor se lleva a cabo públicamente, ala que por
ello sufra disminución en sus efecto». Es indudable que ee debe al hecho de que
Uarcel Baudoln, médico y alcalde de diana región, ponderó en una obrlta. pre­
sentada por el mismo Deboye a la Academia de Parts, este métodó como "ver­
dadero remedio" para la manifiesta despoblación,
mueven ambos partícipes durante mucho tiempo (a veces
durante horas) la lengua, hundida profundamente en la ca­
vidad del ser querida
Como quiera que no siempre y para todos son los con­
tactos más fuertes los que ofrecen el máximo encanto, resul­
ta indudable que todo depende, no tanto de la maestría como
del matiz que deba darse al beso de amor.
La lengua es para ello un instrumento indispensable,
siendo el beso de lengua una de las variedades más impor­
tantes de esta caricia. Aunque a veces puede realizarse en
forma algo más enérgica, con profunda introducción de la
lengua en la boca del compañero, resulta no obstante, enor­
memente diferente el refinamiento de sus graduaciones, en
comparación con el proceder del maraichin, brusco, y que tan
sólo puede agradar a la gente semi-educada. AI contrario,
se notan sus mayores encantos cuando la punta de la lengua
practica un ligerísimo cosquilleo sobre los labios y la punta
de la lengua del ser querido.

Tres son los sentidos que participan en la percepción


del beso: el tacto, el olfato y el gusto. Un cuarto sentido, el
oído, no conviene que intervenga en este caso.
Durante este acto le corresponde gran importancia al
olfato. Las impresiones olfatorias, que proceden de la piel
de los alrededores de la boca, con la cual la nariz entra en
intimo contacto al besar, se mezclan con aquellas que pro­
ceden de la cavidad bucal y con las de los olores del aliento.
Ya hemos hablado respecto a estas sensaciones en capítulos
anteriores. Son tal vez de máxima importancia las impre­
siones de la piel. De todas maneras, abogan en favor de la
teoría de que el beso procede del olfateo, tan corriente entre
los animales «M. En aquellas razas que, en lugar de besarse,
se olfatean mutuamente (hasta frotar a veces con fuerza una

81 ee quiere usar un tecnldamu "científico" para dicho procedimiento, en­


tonce! no debe hablara
* de "cataglotleme", como lo hacen loe autores france­
sas, sino que debe uoano le palabra "Itatagloealaxn".
(1) Véase Archivo de Antropología Criminal, l#03, y la revista Smul-pro-
blime (Problemas Mínate»), 10M. pAg. 480.
nariz contra otra), el olor de la piel desempeña indudable
*
mente, un papel importantísimo, aunque el aliento también
se percibe.
También el sentido del tacto recibirá durante el olfateo
impresiones superlativas, aunque en modo alguno pueden
resultar tan finamente graduadas y tan intensas como las
del beso.
Ahora bien: durante el acto del olfateo, falta un ele­
mento esencial: el sabor. Cierto es que existen infinidad de
personas que no se dan cuenta de ello al besar, y sólo pocos
son, en esta materia, catadores; es decir, capaces, como los
antiguos romanos, de definir el sabor de los besos de la ado­
rada i1*. Pero es indudable que existe un sabor distinto en
las diversas personas, y jamás fijo en el mismo individuo.
Es indudable que procede, principalmente, de la saliva, de
la cual sabemos —por los estudios de la química fisiológica—
que su composición suele alterarse en caso de trastornos cor­
porales (que se hallen dentro del límite de lo normal), como,
por ejemplo, durante el embarazo, y sabemos que muchas
substancias, que de cualquier modo se introducen en el orga­
nismo, se mezclan con la misma.
Son éstas, pues, razones suficientes para dar al sabor
de la saliva un sello puramente personal, sin tener siquiera
en cuenta el olor, que jamás podrá separarse completamente
del sabor.
De esta manera obtiene también el sabor del beso su ma­
tiz personal, pues en todo beso de amor va, por lo menos,
un poco de saliva de una persona a la otra, y en mayor can­
tidad en el largo beso intensivo de dos enamorados, siendo
una de sus características que dichos besos son "húmedos”,
al contrario de los besos convencionales “secos”. La saliva
pasa de una boca a la otra, aunque en pequeña cantidad,
pero muchos amantes, tal vez la mayoría, prefieren una
cantidad que no es tan pequeña. Los poetas que cantaron:
“Quiero beber tus besos, como antaño”, no pusieron en juego
la fantasía, al menos en lo que se refiere a la realización de
la técnica amorosa, pues los besos de amor se beben.
Respecto a las impresiones producidas durante el beso
(1) Loa btMM de Hopea, la segunda esposa fle Nerón, han sido deecrlptos
diciendo que sabían a bayas Asparas.
por el sentido del tacto, y que proceden de los labios y de la
punta de la lengua, ya he dicho anteriormente bastante, por
lo que no hace falta repetirlo.
Sólo quiero hacer resaltar dos factores que no fueron
tratados en el capitulo III.
El primero de ellos es la sensación peculiar que hace el
efecto de succión (que durante el beso se verifica, por regla
general, en grado más o menos notable); trátase aquí de
una impresión siempre variable, según que sus efectos sean
activos, pasivos o mixtos. El segundo factor, del cual aún
tenemos que hablar, son los dientes, que producen una sen­
sación especialísima. No solamente tienen cierta importan­
cia como sostén de los labios, sino que actúan a veces activa­
mente, sobre todo en los besos frenéticos.
Actúan de un modo indudable en los mordisquillos, ape­
nas sentidos, finísimos y ligeros, suaves o intensos pero nun­
ca dolorosos. Especialmente cuando estos mordiscos se dan
en series sucesivas, rápidamente y sobre sitios no muy dis­
tantes unos de otros, acusan sensaciones especialísimas, tan­
to para el que los da como para la persona que los recibe,
siendo, a veces, estímulos eróticos de especial intensidad.

En páginas anteriores he intentado demostrar cuán nu­


merosos y cuán diversos son los elementos mediante cuya
combinación suele formarse la impresión total de un beso de
amor. No hace falta insistir en las posibilidades de variantes,
tonalidades, disminuciones y aumentos del modo de besar.
Los expertos en asuntos de amor los conocen y hacen de
ellos uso frecuente y abundante.
Pero el ser inexperto en dicha materia debe aprender,
pues, indiscutiblemente, necesita de tales conocimientos pa­
ra su Matrimonio Perfecto.
Balzac escribió la siguiente frase, que tanta verdad en­
cierra: "Todo aquel que no sepa distinguir la diversidad de
los goces de dos noches consecutivas, es indudable que se
casó demasiado pronto.”
Y doy la razón al poeta cuando se trata de hombres que
ignoran la diversidad de los besos de amor, o cuando no ha­
cen uso de sus conocimientos en dicha materia.
Además del beso cambiado de boca a boca, suele servirse
el Juego de amor, con preferencia, de los besos corporales,
que pueden aplicarse en todas las partes del cuerpo.
En esta clase de besos la graduación depende, en primer
lugar, de loa sitios en que se aplican, pudiendo decirse, como
regla general, que la sensibilidad (excepción hecha de la bo­
ca y de las mamas, que ocupan lugares especiales), aumenta
desde la periferia hacia el centro, de la frente a las mejillas,
de la punta de los dedos a los brazos, de los pies a las panto­
rrillas progresando siempre en dirección a los órganos sexua­
les. Al final del capítulo III hablé de los lugares predilectos,
llamados "zonas erógenas”.
También en esta clase de besos puede lograrse la gradua­
ción correspondiente o dosificación estimulante, dada la di­
versidad de ciases e intensidades, pudiendo alternarse entre
besos suaves, ligeros, que tan sólo producen roce y cosquilleo,
y los besos de succión y de mordisco, '
Pero, en contraste con la sensación de los besos de boca
a boca, en que las sensaciones táctiles activas y pasivas son
recíprocas, el beso del cuerpo proporciona una clase de pla­
cer diferente, según sea dado o recibido. Ambas sensaciones
pueden ser eróticamente deliciosas, sobre todo si cada partí­
cipe es simultáneamente besador y besado. Al analizar estas
caricias es evidente que el estímulo que recibe el que es be­
sado es completamente táctil, mientras que el que besa reci­
be por intermedio de sus labios y lengua y transmite a los
centros nerviosos del cerebro sensaciones de tacto y olfato.
En esta clase de besos, el olfato representa un papel más
similar al husmeo primitivo que en el beso de amor típico.
En éste, por regla general, no se husmea, mientras en el pri­
mero constituye un factor importantísimo del acto, y no sola­
mente para la persona activa, sino también para la pasiva,
puesto que son las sensaciones peculiares que recibe la piel
al ser husmeada las que provocan en cada caso, aunque mu­
chas veces inconscientemente, enormes estímulos. Es debido
al masaje intermitente, irregular, en cierta manera neumá­
tico, que realiza la corriente del aire, y que, además, tiene
sus alteraciones de temperatura, ya que la inspiración produ­
ce una corriente más fresca y la espiración otra más cálida,
que surte un efecto especialíslmo, y que debe, indudablemente,
constituir uno de los agentes más importantes. Hay muchas
personas, y especialmente mujeres, que completamente in­
conscientes, reciben estas impresiones tan típicas en sus cen­
tros cerebrales.
Huelga toda explicación probatoria de que la sensación
del olfato de la persona que besa, procedente de la transpi­
ración cutánea de la persona besada, oscila en intensidad y
matiz, en concordancia con el lugar del cuerpo que se besa.
Tampoco hace falta llamar la atención sobre el hecho
de que el sabor (generalmente de escasa importancia duran­
te el acto del beso) puede alcanzar, bajo ciertas circunstan­
cias y en determinados individuos, en lugares precisos, una
influencia sobre la impresión total que, a su vez, recibe la
persona de coparticipación activa.

Ya he mencionado, tanto en el beso labial, como en el


que se da en el cuerpo, la importancia que pueden desem­
peñar los dientes, y dije que los pequeños mordiscos (que en
ningún caso deben causar daño alguno) han de considerar­
se como pertenecientes a la técnica normal del beso. Pero
en modo alguno quiere decir esto que sea preciso morder
cuando se besa, ni mucho menos. No obstante, cuando el
juego amoroso ha alcanzado su punto culminante, cuando
la intensidad del beso ha llegado a los límites de lo posible,
suele ocurrir que, sin querer, participan en dicho acto los dien­
tes, no siendo ésta, entonces, una manifestación anormal
mórbida o perversa.
Pero, ¿puede decirse otro tanto del verdadero mordisco
de amor que desgarra la piel y hace sangrar? Debemos con­
testar afirmativamente, cuando se muerde con cierta inten­
sidad. Hay, sin embargo un límite, y, al pasar de éste, ya
nos hallamos en el terreno patológico, en la sexualidad mor­
bosa.
Es difícil fijar ese límite pues las transiciones de lo
normal a lo patológico son, como en casi todos los sectores
de la vida psíquica, tan sutiles, que es de todo punto impo­
sible establecer una línea divisoria precisa. ¿No debe consi­
derarse a todo amante como algo trastornado mentalmente,
de fin y horizonte mental anormalmente reducidos? ¡Sin
embargo, es preciso fijar límites! Por mi parte —tanto en
el mordisco amoroso como en todos los actos en que, con fi­
nes de provocar placeres sexuales, se producen o se sufren
dolores (no importa sean de naturaleza corporal o aními­
ca)—, los fijo en el momento en que se manifiestan las pri­
meras muestras de brutalidad
Además del juego amoroso, cuando éste ha alcanzado
cierta graduación, suele usarse también con frecuencia el
verdadero mordisco amoroso en el momento del coito, o bien
durante el aumento progresivo de la sensación voluptuosa
y en el instante de llegar ésta a su grado máximo. Como
sitios predilectos se indican el hombro, en el cuerpo del hom­
bre, y con preferencia el hombro izquierdo o el lugar situado
debajo de la clavícula; mientras que, en la mujer, es el cuello,
siendo de notar que también es preferido el lado izquierdo),
y en ambos lados. Quizás es debido esto a las relaciones de
tamaño y posición durante la cópula. Sin embargo, es indis­
cutible que deben desempeñar un papel importante oscuros
factores que tienen su raíz en tendencias atávicas.
Mucho más manifiesta resulta la inclinación para el
mordisco amoroso, en el sexo femenino. Las mujeres apasio­
nadas dejan, generalmente, un recuerdo de la unión camal,
bajo la forma de un óvalo, casi transversal, de hematomas,
que se hallan bajo la piel del hombro. Casi sin excepción,
se producen tales caricias durante el coito o inmediatamen­
te dspués, mientras que las huellas, menos marcadas, pero
pertinaces, que dejan los mordiscos del hombre, suelen apli­
carse durante el juego amoroso, es decir, antes de realizar la
cópula, y a veces también en su última fase, en el final.
¿Pero quiere decir esto tal vez que el hombre, durante
el acto camal, procede con más delicadeza que la mujer?
(1) No m» incumbe an eataobra estudiar la» relacione
* de la brutalidad con
la esíera eeaual; «in embargo, hay que confesar que dicha
* *
relacione aon múlti­
*
ple y, a vece
*
, .
*
muy acentuada No chitante, «lempre *e encuentran, por cier­
to prácticamente, en el eector denominado patológico, y precisamente en un
sector en donde lo patológico celebra tea mí
* horrible» orgia» que pueden caber
en la mente humane. Feto, asi como mucha» manlteaeactonaa patológica
,
* es­
pecialmente en le vida mental, radican en la eafera filológica. «lempre empa­
*
ten tete *
relacione en un punto normal, e» decir, podamoe comprobar «u * orí­
genes cu todo eer humano sano, y, eepeclalmcnte, durante la edad Infantil; pero
afortunadamente, aunque difíciles de combatir, suele lograrse complato multado
de curación.
¿Ha de entenderse que en los momentos de máximo deleite
no pierde el dominio sobre sí mismo?
¡En modo alguno! Pues no hay que dudar ni siquiera
un instante que esto sería enormemente triste para la mujer,
que no se creería verdaderamente amada si notase que su
marido no se entrega, como ella, por completo.
Por fortuna, sucede todo lo contrario, pues cuántas ve­
ces alguno que otro cardenal sobre sus brazos le demuestran
de una manera innegable que se entregó a ella por com­
pleto.
Para citar al Dr. Havelock Ellis en “Amor y Dolor”, vol.
III de Estudios sobre Psicología: “Debemos admitir que un
cierto placer al manifestar su poder sobre la mujer infligién­
dole dolor es resultado y resabio del primitivo proceso de
amor y un componente casi normal del impulso sexual del
hombre. Pero debe en seguida agregarse que en el hombre
normal, equilibrado y bien constituido, este elemento del im­
pulso sexual, si se presenta, puede siempre ser controlado.
Cuando el hombre normal inflige cierto grado de dolor físico
a la mujer que ama difícilmente puede decirse que está mo­
vido por un sentimiento de crueldad. Siente, más o menos
oscuramente, que el dolor que provoca o desea provocar, es
en realidad una parte de su amor y que, además, la mujer
a la que se lo produce no se siente agraviada por ello. Sus
sentimientos no están de ningún modo siempre de acuerdo
con la razón pero esto debe ser considerado como parte esen­
cial de su estado emocional. Generalmente se persuade a sí
mismo, más o menos conscientemente, que la fuerza física
que se siente movido a ejercer bajo el apremio de la excita­
ción sexual no es en realidad mal recibida por el objeto de
su amor. Además debemos tener en cuenta —hecho muy
significativo desde más de un punto de vista, que las mani­
festaciones normales del placer sexual de una mujer son muy
similares a las de dolor. “Las manifestaciones exteriores de
dolor —tal como escribe una mujer— lágrimas, gritos, etc.,
en que se insiste para, demostrar la crueldad de la persona
que la inflige, no son tan diferentes de las de la mujer en
el éxtasis de la pasión, cuando implora al hombre que de­
sista, aún cuando ésa es la última cosa que desea”. Si un
hombre está convencido de que está causando un dolor real
y absoluto se siente de inmediato arrepentido. De no ser
así debe ser considerado como una persona que es radical­
mente anormal o que es llevado por la pasión a los límites
de una locura temporaria."
Lo que el hombre y la mujer, llevados por oscuras ur­
gencias primitivas, desean sentir en el acto sexual, es la
fuerza esencial de la masculinidad, que se expresa en una
especie de violenta y absoluta posesión de la mujer y, por
tanto, ambos pueden regocijarse en cierto grado con la agre­
sión y dominio masculino —real o aparente— que proclame
esta fuerza esencial.
Es ésta y no otra la causa del fuerte pellizco de los bra­
zos, de los flancos y de la parte glútea h).
De allí el hecho de que la manifestación de la brutalidad
amorosa del hombre se realiza durante el mismo acto de la
cópula, y jamás durante el juego de amor, que le precede.
Ello resulta manifiesto cuando se piensa en los mordiscos
de amor que suelen aplicarse con menos frecuencia por parte
del hombre durante el acto carnal propiamente dicho. ¥ es­
ta particularidad debe sorprendemos, ya que el hombre de­
bería haber conservado de sus antepasados del reino animal
el instinto de aprisionar y morder a la mujer durante el coito.
Tal vez se basa en el atavismo el hecho de que los mordiscos
de amor que el hombre propina (aunque, relativamente, po­
cas veces) a la mujer durante la cópula, se encuentran, sin
excepción alguna, en un lado del cuello (generalmente en
el lado izquierdo). Pero, quizá es debido también a la posi­
ción respectiva durante el acto de la cópula.
En efecto, el origen del mordisco amoroso resulta ser muy
diferente de lo que antes había expuesto, al hablar de los
"ultrajes" amorosos.
Creo no equivocarme cuando me explico la inclinación
de la mujer a usar del mordisco amoroso 1(2) por el deseo de
(1) Aíl (y no por el deseo de aumentar de esta manera la excitación pro­
ducida por el frotamiento, ya que puede haber clases de frotamientos más re­
finados) , se explican también les empujones bruscos e intencionados, a loa
cuales se re, ocasionalmente, inclinado el hombre durante los movimientos del
coito, “brutalidad" que, por regla general, aprecian más las mujeres que la sien­
ten que loe hombres que la realizan. ■
(2) Ya en otro sitio he hceho resaltar que esta inclinación resulta mucho
más manifiesta en la mujer que eu el hombre, ya que éste tiene a su dlspoai-
querer transportar, en el momento del éxtasis, el beso mu­
cho más allá de los límites de lo posible, haciéndolo más in­
tensivo <». De esta manera se produce una succión relativa­
mente fuerte, y de un modo simultáneo, el empleo de los dien­
tes, cuya combinación produce en la persona que muerde la
sensación de satisfacción (puesto que de este modo se logra
la extrema intensificación del beso), así como una fuerte sen­
sación voluptuosa en el ser que ha sido mordido.
Esta última sensación se compone de una mezcla de
dolor y voluptuosidad. De voluptuosidad provocada corpo­
ralmente por la hiperexcitación de los nervios sensitivos y,
psíquicamente, aún más por el hecho de que el mordido se
da perfecta cuenta (o, al menos en parte), del deseo de su
amada, que procura demostrarle su amor en su máxima ma­
nifestación afectuosa y tremante. De dolor, aunque en este
estado de sobreexcitación sexual se siente sólo de un modo
escaso como tal y no puede resultar dolor verdadero, puesto
que el mordisco amoroso "normal" es sólo una manifesta­
ción superficial. No perfora la piel, y, por consiguiente, no
hace sangrar (el fluido sanguíneo que muchas veces puede
verse en el sitio del mordisco recientemente realizado, se
compone, en general, de saliva teñida por un poco de san­
gre de las encías de la mujer que ha mordido), es decir,
no produce una verdadera herida, dejando sobre la piel del
ser mordido una señal rojo-azulada, que se transforma más
tarde en amarillo verdosa y que persiste durante unos días,
a lo sumo un par de semanas, sin que se forme jamás una
verdadera cicatriz. Casos como el de Edith Swanneck, la
cual, según la poesía de Heine, reconoció entre los cadáveres
del campo de batalla de Hastings a su amado, el rey Harold,
por una cicatriz en el hombro que ella le causara por un
mordisco amoroso <2*, son verdaderas excepciones. Tampoco

olta la potencia de sus múscUIoa y mi empleo, en «1 sentido antee descrlpto, para


«rpreear de este modo sus sentimiento» de tataele eenial. Otros mucho» autores,
entre eUoe Elite, son del miaño parecer.
(1) Hay también una teoría dei beso que nace remontar cata demostración
de amor, al mordisco que don loe animales durante al acto carnal, y que ve
en el mordisco el acto primarlo y en el beso un derivado de aquél.
(3) Dae Sóhlacktfcld bel ffastínp
* (En d Campo de batalla de rzattiHg3il
"En tu nombro ve, cubriéndolas de besas, tres pequefias cicatricen, recuerdos do
U vvlui.tuoeidad, señales que olla dejara an un tiempo "
pueden incluirse tales casos en los del estado "normal”, pero
no quiero decir con ello que todo mordisco similar deba pro­
ceder de un individuo de inclinaciones morbosas.
La explicación dada en párrafos anteriores me parece in­
suficiente para un mordisco amoroso tan enérgico. Debemos
preguntarnos si existirá en tales ceibos una asociación de am­
bos impulsos primitivos de vida, es decir, el impulso de la
autoconservación y el impulso de la procreación tal como
aún hoy día existen, por regia general, entre los animales
primitivos, pudiendo también reconocerse entre los seres hu­
manos en ciertas formas de demencia.
Tal vez pueda desempeñar algún papel en este beso amo­
roso “normal”, la transición de un impulso primitivo al
otro.

Existe una tercera explicación, de la cual me ocuparé


ahora: puede provenir el mordisco, durante el coito, del con­
centrado odio sexual, en vez de proceder del amor sexual.
Sólo el observador superficial puede no darse cuenta perfec­
ta de que en la relación de los sexos se manifiesta una aver­
sión primitiva con igual fuerza que una atracción. Es po­
sible que, temporalmente, se lleve la victoria la atracción
sexual; pero, no obstante, resulta más poderosa y más du­
radera la aversión existente de un modo recíproco entre los
dos sexos(1). Cubierto por el manto del amor, se halla siem­
pre en acecho el odio. Todo aquel que en estos hechos ve
con toda claridad una de las causas más hondas de la tra­
gedia de la existencia humana, no se equivoca. Ni el beso
amoroso ni el golpe que tantos hombres suelen dar a su com­
pañera (preferentemente sobre la parte glútea) al terminar
el coito (o que tienen ciertas ganas de darlo), carecen de
una profunda importancia, que, a la vez, es trágica. Asi,
(1) Sata asunto se tratara en el segundo tomo de esta Trilogía, que lleva
por titulo: Aversión y atracción en el matrimonio, su origen y faringe, hablán­
dose Intentado enfocar el problema de modo tal. para que sirva a la conserva­
ción de la dicha matrimonial, vista, naturalmente, por su lado puramente psi­
cológico Precisamente, en dicho libro, ee tratara, con todo detalle, de la doc­
trina correspondiente a la ambivalencia (valides para ambas partee intensadas),
y de la ley de blpolarldad (reversibilidad) de laa sutMcloaee.
pues, no deben incluirse, de modo alguno, los hechos que
acabo de mencionar entre las manifestaciones anormales.
Ahora, basta ya de trágicas consideraciones, puesto que
precisamente uno de los más importantes deberes del Matri­
monio Perfecto es hacer dominar siempre, y de un modo in­
variable, el amor sobre la aversión sexual, y guardemos sólo
en nuestra memoria, de todo cuanto hemos dicho respecto
al capítulo Amor y dolor, los siguientes pensamientos: “.. Jos
dolores tan sólo ofrecen deleite ¡Ah, cuán profundamen­
te agradezco a la Naturaleza me naya proporcionado tal
*
dolor» ’ i1».

Además del beso (en sus tan múltiples matices), hace


el juego de amor uso muy amplio de la palpación bajo toóos
las formas, en todas las posibles gradaciones, empezando por
un cosquilleo ligero y suaves caricias, y terminando con el
pellizco y el amasamiento con toda la mano ((l) >, mostrándose
23
también en estos casos, al menos de un modo general, como
más eficaces los contactos suaves y ligeros.
Las excitaciones producidas así resultan igualmente fuer­
tes tanto para la parte active, ce
»**
** nar» oasiv
* 3on máj
eficaces cuando alternan la actividad y la pasividad y, sobre
todp, cuando son simultáneas.
También en esta clase de estimulación resulta para am­
bos copartícipes (tanto para la parte activa como para la
pasiva) eondtiio sino qna non la disponibilidad psíquica co­
rrespondiente para sentir las excitaciones como tales.
Para la parte pasiva es de gran importancia el lugar don­
de se producen dichos estímulos. Remito al lector a lo dicho
en capítulos anteriores, y especialmente a lo referente al
tratado detallado del sentido del tacto (capítulo III), hacien­
do resaltar en esta ocasión la importancia que tienen las zo-
(l) Do Ia poesía de Matilde Wesendonck, titulada: gchmeraen (Doloies),
cuy* música compuso R. Wagner.
(3) Asi como en la técnica del masaje, suelo x.’”» sistemáticamente co­
mo "pétrlssage" (amasamiento). También el tapotement (un rápido y elástico
golpeteo), especialmente sobre la regida lumbar y mejor aún sobre aacrol,
puede producir sensaciones eróticas muy fuertes, aún más fuertes que las del
amasamiento. En el juega de amor, relativamente, se hace uso pocas veces de
esta clase de estímulos, ya que no resulta innato y porque la técnica de este
golpeteo exige cieno u. cocimiento y alguna práctica.
ñas erógenas. He de recordar aquí que dichas zonas no siem­
pre son individualmente las mismas (al menos, no tienen
siempre, individualmente, la misma importancia), ¿sí, pues,
recomiendo a los esposos investigar con atención las particu­
laridades especiales de tal sensibilidad en su mujer y vice­
versa, a fin de que puedan hacer uso de las experiencias reco­
gidas en el juego amoroso.
Para la parte activa, el sitio del cuerpo amado que palpa
resulta muy Importante, en primer lugar, ya que por sí cons­
tituye un encanto peculiar saber, sentir y ver que somos capa­
ces de proporcionar tales excitaciones. Y en este asunto el
placer compartido es doble placer. La estructura particular
del sitio acariciado es la determinante del grado de placer
recibido.
Y, por supuesto, los órganos sexuales y sus inmediacio­
nes son los principales focos de atracción.
El juego amoroso alcanza su máximum en contacto con
los órganos sexuales externos, pues sólo estos órganos exter­
nos están normalmente en cuestión en esta etapa del acto
de amor.
Respecto a esta clase de contactos es conveniente entrar
en detalles, pero antes de proceder a un estudio minucioso,
debemos tomar en consideración las mamas y pezones, ya
que, en su calidad de órganos específicamente sexuales, ocu­
pan en la erótica un lugar especialisimo.
La fuerte sensibilidad de los pezones (y también de la
aureola), es muy conocida, de un modo especial en lo que
respecta a excitaciones con la punta de la lenguc, con los
dedos o por los movimientos de succión. Cuando ya existe
cierto grado de excitación sexual, suelen sentirse tales sen­
saciones como altamente eróticas. Y este efecto alcanza aún
un grado más acentuado una vez que se haya enderezado el
pezón, pues son tan capaces de erección (proporcionalmente)
como el clitoris y el pene
* 1). Esta erección se manifiesta
tanto a causa de excitaciones directas mecánicas, como por
causas indirectas (por vía de reflejo) al excitar partes del
cuerpo situadas a distancia, especialmente los órganos sexua­
les (el clitoris), y de un modo muy especial, en mujeres muy
(1) Existen, «m embargo, grandes dlferenclu en lo que respecta si modo
de formación, pues los peñones son da estructura completamente diferente de
le de las portes del cuerpo que acabo da mendoonr,
apasionadas, bajo Influencias puramente psíquicas. Llega,
sin embargo, la excitación a su grado máximo cuando se
ejerce simultáneamente combinada con otra, realizada en
distintas partes del cuerpo, por ejemplo, en los genitales. Al
excitar simultáneamente el clítoris y el pezón, una excitación
refuerza la otra, formando dicha combinación, para muchas
mujeres, el máximo de lo que cabe conseguirse en el juego
de amor.
Los pezones del hombre presentan Idénticas formaciones
que los de la mujer, pero se hallan en estado atráfico. En
concordancia, resultan mucho menos sensibles para excita­
ciones de naturaleza sexual, aun cuando, no obstante, son
sensibles en cierto grado y capaces de ponerse erectos (túrgi­
dos o tensos).
La excitación de los pezones tiene también sus encantos
para la parte activa, aunque nunca en modo tan acentuado
como para la pasiva. La excitación del hombre suele formar­
se, exclusivamente, por vía psíquica, por el hecho de ver que
produce deleites, pues el pezón en sí no posee la propiedad
de poder causar, sea al verlo o al palparlo, fuertes sensacio­
nes eróticas.
Cosa distinta resulta con las mamas: sólo su aspecto
(siempre suponiendo la correspondiente predisposición psí­
quica) produce ya en el hombre cierta excitación sexual,
mientras que su palpación, generalmente con toda la mano,
aumenta aún considerablemente dicho estado. También en
la mujer produce el pellizcamiento y amasamiento de las
mamas (siempre y cuando no sea excesivo) agradables sen­
saciones sexuales, máxime cuando la tendencia de ambas ma­
niobras es marcadamente erótica. La mujer anhela y busca
muchas veces, de un modo más o menos ostensible, esta clase
de contactos. No obstante, parece que en tal palpación eró­
tica se excita mucho más la parte activa que la pasiva.

En el juego amoroso, llevado a cabo con la debida deli­


cadeza y finura, y más aún cuando los dos amantes todavía
no están acostumbrados uno al otro, pasa un considerable
tiempo entre besos y caricias antes de que se toquen ios ór­
ganos sexuales (del esposo o de su mujer). Cohibida y tal vez
no exenta de recato, la mano se acerca paulatinamente, pal­
pando el vientre, luego el bajovientre, pasando bacía la parte
interna de los muslos, y roza, como si hubiera sido sin in­
tención alguna, los órganos sexuales, a fin de pasar en se­
guida al muslo opuesto. Asi, lentamente, basta que persiste
en él contacto con los genitales.
Esto es, precisamente, el principio de lo que yo denomino
“Juego de excitación”. Cuando es la mano del marido la que
produce tales caricias, entonces, debido a tales contactos, se
habrán separado por sí solos los muslos de la mujer, de modo
que los genitales resultan más accesibles. Pero cuando su
excitación sexual, bajo el influjo de caricias anteriores, ha
pasado de cierto límite, se produce mayor aflujo de sangre,
y por consiguiente, los labios mayores empiezan a hincharse.
Por tal motivo se separan un poco, abriéndose más la vulva,
podiendo alcanzarse cómodamente los órganos que encierra
y especialmente el clítoris. Se ha presentado ya, al mismo
tiempo, una ligera secreción de las glándulas vestibulares.
De esta suerte se desliza uno de los dedos de la mano
acariciadora por la vulva, continuando anf su contacto. Es
natural que entonces tropiece dicho dedo con el clítoris (glan­
de del clítorls), hallándose, como se halla éste, en el centro
de la vulva. Este órgano está aún más expuesto al tacto,
ya que se halla en cierto grado de erección, habiendo aumen­
tado de volumen y dejado al descubierto el glande. Entonces
el dedo halla con absoluta seguridad el sitio más sensible (el
lugar donde se inserta el frenillo del clítoris) de un órgano tan
sumamente accesible para excitaciones eróticas, sobre todo
cuando se encuentra en erección.
Este contacto no Intencionado, al principio al menos, pro­
duce en la mujer un fuerte aumento en su excitación sexual,
y no sucede cosa diferente con el hombre cuando siente que
sus contactos deleitan a la mujer querida, aumentándose en
él también los deseos voluptuosos.
Asi, paulatina y espontáneamente, se procede a la con­
tinuación Intencionada de excitación de aquellas partes que
resultan más sensibles fl).
*
(I) Los labio menores (labia minora), las Inmediaciones del introituj va­
ginal, «i cuerpo del clítorls, todo
* pertenecen a loe sitios ya mencionados, inclu­
yéndolos, alternativamente, en La maniobra; pero, eln embargo, sigue ocupando
el lugar de predilección el glande del clítorls.
Continúa esta evolución del juego de excitación, refor­
zada con los demás contactos y con el intercambio de goces
entre ambos participantes, y prosigue hasta que llega el mo­
mento de la introducción del pene (immisio penis) en la va­
gina, llegando así al término del juego amoroso y dando
principio a la cópula.
Hemos acentuado el encanto de la reciprocidad en esta
estimulación local. Pero la manipulación del órgano mas­
culino de parte de la mujer no es una fase tan obvia e inevi­
table como lo es el papel activo del esposo. No obstante, es
muy valioso y significativo. Una mujer que ha sido comple­
tamente iniciada y poseída por el hambre a quien ama trata
invariablemente, casi automáticamente, de tocar y acariciar
con sus manos los genitales de él tan pronto como el juego
amoroso —tanto general como particularmente local— le ha
despertado sexualmente cierto grado de ardor. La objetiva
comprensión de la excitación de su marido (que para enton­
ces estará en plena erección o que a su contacto se producirá
de inmediato) es un goce psíquico supremo para ella. Procu
ra entonces hallar los sitios más sensibles o, cuando tiene ya
la debida experiencia por haber convivido sexualmente du­
rante algún tiempo con él, ataca inmediatamente dichos si­
tios. Sirven de guia a la mujer en estas maniobras la
reacción del marido a dichas excitaciones, sus afirmaciones
nerviosas cuando ha hallado los sitios en cuestión, y el resto
de las manifestaciones de sus efectos voluptuosos.
Sin embargo, hay que recomendar a la mujer que procu­
re en estos juegos el mayor recato posible. No porque un
apresuramiento en las maniobras de índole sexual pueda
producir una cierta aversión, pues ésta es cuestión aparente,
de la que trataré más adelante.
(1) Para lograr ercltaclones ligeras deben, emplearse frotamiento» sobre el
plano anterior del pene, especialmente en la reglón uretral, y en el borde del
glande. Cuando se quiere provocar excitaciones más fuertes, debe coger™ el pene
con toda la mano y desde arriba, de modo que se alcance el glande por medio
de movimientos rotativos, ya que. entretanto, debido a la secreción de una flúida
mucostdad, ae habrá hecho el glande resbaladizo, tal como quedó explicado en
el capítulo anterior, pues, caso de que no haya secreción, en vez de producir un
deleite, causa dolor y quizó una ligera inflamar
**
" Para la excitación gontral
del órgano (y teniendo en cuenta loa sitios más excitables}, puede cogerse el
pene en forma anular. La excitación más fina y más acentuada se logra, por
último, frotando ligeramente el frenillo prepucial y sus inmediaciones.
Pero hay que tener en cuenta que por regla general la
mujer necesita más tiempo y mayor cantidad de excitaciones
diversas para lograr el máximo grado de voluptuosidad, el
orgasmo. Cuando el marido recibe por medio de este juego
de excitación muchos y acentuados estímulos faltan sólo al­
gunos momentos para provocar la eyaculación en el coito
subsiguiente, y existe, pues, el peligro de que las escasas exci­
taciones durante la cópula no basten a la mujer para pro­
vocar en ella, a su vez, el orgasmo. Y la consecuencia es que
quedará descontenta por la técnica defectuosa de su propio
juego de amor.
No es preciso decir que el estímulo local sólo puede ser
necesario ocasionalmente en él hombre, por ejemplo cuando es
menos que normalmente excitable, escaso de virilidad o inme­
diatamente después de un coito anterior.
Por lo que se ha dicho resulta igualmente claro que para
muchas mujeres se aplica el reverso. Al menos hasta que ten­
gan la suficiente experiencia erótica. Tales mujeres, para
lograr la culminación simultánea mutua del coito perfecto
necesitan una extensiva e intensiva preparación, que incluye
no sólo un bello preludio realizado con maestría y un juego
de amor bien dispuesto y siempre progresivo, sino, y sobre
todo, un juego de excitación realizado por el marido, cuida­
doso y lleno de tacto, esperto a la vez en el arte del amor
y de suficiente resistencia para que domine y refrene su pro­
pia pasión.
Ahora bien: esto no es tan fácil de lograr; por lo menos,
no tanto como antes lo he manifestado al describir la evolu­
ción natural y normal del proceso. No siempre quedan sepa­
rados los muslos de la mujer involuntariamente cuando la
mano del marido pretende tocar su punto de unión. A veces
debe coadyuvar un fino movimiento forzado, una palabra
cariñosa, para lograrlo. Falta aún por completo la hinchazón
de los labios, y la erección del clítorls no se ha iniciado toda­
vía (mientras que ocurre con toda naturalidad cuando ya se
ha logrado una excitación sexual), y, por lo tanto, falta la
excitación suficiente. Todo aquel que, a pesar de ello, inicia
el coito, procede de un modo tonto y egoísta, ya que su mujer
no quedará satisfecha. El juego de excitación es el único que
puede salvar este delicado estado, ya que resulta ser el único
medio de lograr la excitación, no solo anhelada, sino absoluta­
mente necesaria.
Prceterea-censeü, milvam Sacratisstmae Majestatis ante
coitum díuttus esse titiUandam. (Además, soy del parecer
de que los genitales —se comprende que el autor se refería
a) clítoris— de su Santísima Majestad deben someterse antes
del coito a un cosquilleo bastante prolongado). Este es el
final y la esencia del consejo que obtuvo la Emperatriz María
Teresa de su afamado médico de cabecera, el holandés Swie-
ten, cuando le consultó sobre su esterilidad primaria. Bien
conocido es el resultado que dió este consejo (¡dieciséis hi­
jos!). No quiero entrar aquí en más detalles respecto a las
relaciones existentes entre la frigidez, la dispareunla (rela­
ciones dolorosas) y la esterilidad, por muy interesante que
resulte la cuestión, sino tan sólo quiero hacer resaltar que
muchas desgracias matrimoniales, debidas a la frialdad de la
mujer, podrían evitarse si los médicos (por falso recato y
reserva inadecuada), abandonasen su sistema de no querer
entrar en detalles sobre las particularidades técnicas de la
vida sexual matrimonial. No deben callar (ni aun por falsa
vergüenza), cuando llegue la ocasión (y tales momentos no
son tan escasos), aquel consejo que se atrevió a dar a su em­
peratriz, excesivamente austera. (remito al lector a las leyes
que dictó entonces la comisión de la moral), su sabio colega,
gran conocedor de la medicina y de la naturaleza humana.
Más adelante trataré de probar que al dar tal clase de
consejos no solamente serán discípulos del famoso clínico
vienés sino también de los principales teólogos moralistas
cristianos.

Este juego de excitación puede sufrir una limitación, no


considerable, debido a la falta de secreción de mucosidad (en
la mujer se trata entonces de insuficiente reacción de las
glándulas vestibulares, que han respondido de modo incom­
pleto a las excitaciones sexuales precedentes, tanto de ciase
psíquica como corporal). Debe tenerse en cuenta que toda
excitación por roce de la vulva, del clítoris o de la entrada
vaginal, sea debida al juego de excitación o por realizar el
coito (y en este caso resulta aún más intensiva), produce,
cuando no existe suficiente substancia lubricante, sensacio­
nes ¿olorosas, en vez de sensaciones de deleite; la consecuen­
cia es que se produce en los tejidos un estado de irritación
inflamatoria que puede aumentar aún en alto grado, por
subsiguiente excitación, haciendo de todo punto imposible
cualquier actuación sexual, ya que los dolores producidos re­
sultan demasiado acentuados i1). Entonces debe sustituirse
en tiempo oportuno (es decir, tan pronto como se sepa que
tal secreción se retrasa o no tiene lugar) dicha falta de Bu­
cosidad, por cualquier otra substancia que asegure una lu­
bricidad suficiente, sin que dé lugar a irritación alguna.
Las grasas que por regla general suelen utilizarse para
este fin no bastan, por lo común, ni para una ni para otra
de las exigencias precisas <a), A veces suelen provocar infla­
maciones, por el hecho de que no son solubles en el agua,
y, por lo tanto, difícilmente pueden quitarse sus restos por
medio de simples lavados. Estos restos se descomponen fá­
cilmente, se hacen rancios y producen, por consiguiente, irri­
tación. Lo mismo ocurre con la vaselina. Aunque ésta no
suele enranciarse, su insolubilidad en el agua y, por lo tanto,
la Imposibilidad de poder quitarla fácilmente, hace poco ade­
cuado el uso de esta substancia en aplicaciones para la vulva.
Muchos de los preparados médicos y farmacéuticos usados
en la práctica ginecológica para facilitar la inserción de un
dedo o instrumento quirúrgico, son indicados para el coito
porque son solubles en agua y no contienen jabón o fuertes
antisépticos, de manera que la fricción prolongada no causa
inflamación en las membranas mucosas. Se asemejan mu­
chísimo a las secreciones naturales que reemplazan.

El sustituto de lubricación más sencillo, en caso de falta


de secreción mucosa durante el juego de excitación, es la
saliva. Posee, además, la ventaja de ser un auxiliar natural,1 *3
(1) Ta bemoe vtato que también en el hombre se presentan tale» fenóme­
no», y be de afiadir tan sólo que, en lo que a íl m refiere, lw fricciones, "roce» en
■eco”, producen fácilmente manlfeetaclones inflamatoria» en el glande, y de un
modo eepeclal en el prepucio, etc.
(3) La única finalidad e» la de producir suficiente lubricación para que
se deslice el pene eon más facilidad durante la introducción en la vagina (in.
milito).
y se halla siempre a nuestra disposición. Tiene, sin embargo,
el inconveniente de que el efecto no es bastante duradero a
causa de su rápida evaporación. Por lo tanto, resulta poco
adecuada en aquellos casos en que es necesario el medio lu­
bricante para facilitar el coito. En caso de juego prolongado
de excitación, y si persiste la falta de secreción de mucosidad,
a pesar del estímulo ejercido, debe repetirse varias veces el
humedecimiento con saliva. Y esto puede hacerse mejor, más
apropiada y expeditivamente, sin el oficio intermediario de
los dedos sino por medio de lo que prefiero llamar beso ds
estimulo genital o beso genital: por suaves y cariñosos con­
tactos con los labios y la lengua H),
Esta clase de estímulo tiene muchas ventajas. En primer
término la falta de secreción local deja de ser un inconve­
niente y hasta se transforma en ventaja. En segundo lugar,
la intensidad del placer que excita y la variedad de sensacio­
nes táctiles que proporciona asegura que la deficiencia pre­
via se corrija; la excitación sexual y el deseo alcanzan tal
punto —sea sólo por esos medios o por la combinación con
otras caricias— que la destilación se produce, asegurando
las condiciones psíquicas y corporales necesarias para una
comunión sexual exitosa y satisfactoria para ambos cónyuges.
El beso genital está particularmente indicado para ven­
cer la frigidez y el temor en mujeres inexpertas que no han
tenido práctica erótica y que son difícilmente capaces de
sentir deseo sexual específico.
Pero el marido debe tener el mayor tacto, el más deli­
cado recato. El viejo proverbio dice: De lo sublime a lo ri­
dículo no hay más que un paso. En asuntos de amor este
proverbio significa que la suprema belleza y la fealdad más
horrible están separadas por una linea tan sutil que nuestra
mente y sentido pueden fácilmente pasarla. ¡Cuidado!

(1) Excluyendo adrede, en este caen, tecnicismos más o menos científicos,


que muchos autores suelen usar al describir la producción del orgasmo sirvién­
dose de excitaciones bucalInguales sobre los genitales, ya que no puedo estar
conformo con ellos en usar expresiones y tecnicismos que describen relaciones
patológicas, aplicándolos k procesos que, según mi propia convicción, considero
Irreprochables, tanto desde el punto de vista ético y estético como higiénico.
(Creo que el lector, conocedor de estos hechos, estará conforme conmigo). Por
supuesto que el valor higiénico y estético dependen enteramente de lh talud y
limpíese de loa órganos del hombre y la mujer.
Creo que huelga detallar la técnica del beso de excita­
ción, ya que es fácil deducirla, ateniéndose a todo cuanto he
dicho de la técnica del beso en general y sobre la estructura
especial de los órganos femeninos.
Lo mismo reza para el análisis del proceso, de modo que
me limitaré tan sólo a manifestar que el olor y el sabor tienen
durante el beso de excitación mayor importancia para la
parte activa que el beso corriente. Ahora bien: como quiera
que el peligro de una extralimitación de las márgenes antes
mencionadas es muy considerable en esta práctica, recomien­
do a la parte pasiva disminuir, por su lado, en lo posible,
los olores que pueda producir, lo que es fácil conseguir me­
diante un escrupuloso aseo de los sitios correspondientes, y
teniendo en consideración, si fuera menester, las precaucio­
nes expuestas con todo detalle en el capítulo IH de esta obra.
Quiero manifestar, además, que en el beso de excitación
resultan para la parte activa sensaciones de voluptuosidad
exclusivamente de naturaleza psíquica, es decir, que se basan
en el placer de producir deleite, y en las propias imaginacio­
nes voluptuosas (lo que no impide que se manifiesten de mo­
do muy acentuado, es decir, mediante hiper-excitación, hin­
chazón, erección, etcétera), mientras que las sensaciones de
la parte pasiva, por grandes que sean sus componentes psí­
quicos, resultan ser, en primer término, de índole exclusiva­
mente corporal.
En este trance es, por regla general, el hombre el que
representa el papel activo, el que proporciona el deleite, y
tiene su explicación, no sólo por las diferencias anímicas que
existen entre el hombre y la mujer, sino, sobre todo, por la
diferencia de excitabilidad, ya antes detalladamente tratada,
que existirá indiscutiblemente, en tanto la mujer no tenga
la suficiente experiencia sexual.
Pero puede suceder, a veces, que el marido sea la parte
menos excitable en dicho juego amoroso, y entonces es a la
mujer a quien corresponde desempeñar el papel activo, inclu­
yendo, ocasionalmente (siempre con buen resultado), el beso
de excitación en sus manipulaciones (en lo que a los efectos
psíquicos se refiere), al menos al principio. Le aconsejo, al
empezar, abstenerse de tales manifestaciones, realizándolas
más tard; y por vía de ensayo. Debe tener siempre en cuenta
la mujer que para ella resulta mucho mayor que para el
hombre, el peligro de pasar los límites que existen entre
lo más bello y lo más feo. No creo necesario insistir más so­
bre este punto tan importante, pues ella misma lo siente y
lo sabe ya por instinto.
Cosa completamente distinta resulta cuando, debido a
una vida amorosa llevada en comunión durante mucho tiem­
po, han logrado ambos esposos una adaptación recíproca, y
cuando los dos disponen ya de común experiencia y prácti­
ca en los ejercicios del juego amoroso. .
Entonces puede la mujer tomar la iniciativa, para intro­
ducir un cambio en las solicitudes amorosas, de modo que no
siempre sea el marido el solícito, el complaciente. Nada tie­
ne que ver esto con el recato y la vergüenza, dotes propias
de la mujer, pues para su marido tales prácticas le demues­
tran y le hacen sentir que su mujer, no sólo consiente, sino
que desea, que anhela.
En este estado, relativamente adelantado, de relaciones,
pueden adquirir el beso y juego de excitación (sea llevado a
cabo por uno de los cónyuges o alternándose en sus papeles
o simultáneamente ambos a la vez) una importancia mayor
o menor, y pueden conservarla o no, pues todo depende, co­
mo en los demás matices del juego amoroso, de la Inclina­
ción, del temperamento, de la disposición, de las facultades
y de la práctica de ambos cónyuges.
En todos los juegos, cada maestro aprovecha las ocasio­
nes que se le presentan, a fin de perfeccionar y variar su jue­
go, y no dejar escapar ni una sola posibilidad.
Siendo así, ¿cómo no proceder de igual modo en el juego
más fino y que ofrece más combinaciones?
Capítulo IX

EL COITO
PRIMERA PARTE

FISIOLOGÍA Y TÉCNICA

Con la unión sexual, con el contacto carnal, alcanzan el


preludio y el juego amoroso su fin, y las relaciones sexuales
su punto culminante, el grado máximo.
Bajo su forma ideal —y por fortuna el verdadero ideal
puede alcanzarse— participan de manera completamente
igual el hombre y la mujer en estas uniones, las más intimas
que pueden existir, y se transforman ambos en un solo ser,
corporal y anímicamente.
Aunque el hombre es quien hace la oferta y la mujer es
la parte que la recibe, siendo como es el marido la parte ac­
tiva, en modo alguno representa su esposa la parte pasiva
(aun cuando durante mucho tiempo se la ha considerado
como tal y aun hoy día con demasiada frecuencia). Pero en
ningún caso debe serlo.
La conjunción sexual, en realidad, no alcanza entera­
mente su objeto más que cuando ambas partes participan
de ella plenamente, cuando son conscientes de gustar sin res­
tricción toda la alegría, toda la satisfacción de la unión se­
xual. Si el postulado de la igualdad de los derechos y debe­
res de los seres es Irrefutable, lo es sobre todo respecto de ia
copulación, en interés de las dos partes.
Así, pues, en el Matrimonio Perfecto no es el marido el
que realiza el coito, sino que ambos cónyuges deben fundirse
mutuamente en su comunión sexual.

La unión sexual, la cópula, el coito, es decir, la ter­


cera fase de los contactos sexuales, empieza con la introduc­
ción del pene rígido (del phallus, como denominaron los
antiguos ai órgano, hallándose en estado activo), en la vagi­
na de la mujer. El proceso alcanza su cúspide con la eyacu-
lación del esperma en la profundidad de la vagina, provocan­
do simultáneamente en ambos cónyuges el máximo deleite,
el orgasmo. Dicha tercera fase llega a su fin cuando el pene
abandona la vagina.
La suma de excitaciones que precisan, tanto el organis­
mo del hombre como el de la mujer, a fin de lograr el punto
culminante de este acto, se alcanza mediante una serie de
movimientos de fricción. Rozándose el pene, el miembro viril,
en la pared anterior de la vagina, más o menos áspera, a
causa de los pliegues longitudinales y transversales, se exci­
tan las correspondientes terminaciones nerviosas, especial­
mente las del glande, de modo tal que se presenta finalmente
por vía simpático-espinal el efecto reflejo en forma de una
descarga o eyeculación. Simultáneamente se trasmiten las
excitaciones que van sumándose y que, por consiguiente, re­
sultan cada vez mayores, a la corteza cerebral, siendo alU
apreciadas por la psique como sensaciones voluptuosas de
alta tensión. Estas sensaciones aumentan escalonadamente,
hasta que llega el momento en que principia la eyeculación,
recibiendo entonces su último aumento. A este último grado
se une muy pronto la sensación de relajamiento, que puede
considerarse también como sensación de voluptuosidad.
Al terminarse la eyeculación llega también a su fin el
orgasmo, desviándose muy rápidamente las sensaciones en
el primer momento, luego más paulatinamente, a fin de trans­
formarse en sensación de satisfacción por haber realizado el
coito, hallándose el individuo en un estado de relajamiento
sumamente agradable.

Las excitaciones producidas sobre las terminaciones ner­


viosas del pene pueden tener diversa intensidad y un matiz
diferente, alternándose de un modo muy marcado las sen­
saciones de voluptuosidad, tanto en potencia como en clase.
Las diferencias tan notables en estas excitaciones dependen
de si tales sensaciones alcanzan con más intensidad el frenillo
prepucial, o si causan su principal efecto sobre el borde pos­
terior del glande, si la vagina resulta más estrecha o más an­
cha, si dispone de mayor o menor número de pliegues o es
lisa, si el introitus vaginal aprisiona con fuerza el pene o si
tan sólo adhiere a él ligeramente, si la punta del pene roza
sólo a la portio o si no alcanza siquiera; todos éstos son, pues,
elementos importantísimos para provocar el deleite sexual, el
orgasmo. Después de todo cuanto he expresado, resulta na­
tural que la primera condición indispensable para un coito
ideal sea cierta congruencia de los órganos sexuales de am­
bos copartícipes. Un pene anormalmente pequeño o de de­
ficiente erección, no puede excitar tan completamente a los
órganos sexuales de la mujer (ni puede, a su vez, proporcio­
nar suficientes estímulos), de la misma manera que una va­
gina y vulva demasiado anchas y fláccidas no son capaces
de lograrlo en un pene de dimensiones normales. Cuando
existe un acentuado impulso de satisfacción sexual, bastan
ciertamente escasos estímulos para provocar la eyaculación
y, por consiguiente, un orgasmo relativo o, al menos, cierto
relajamiento. Falta entonces, sin embargo, la plena sensa­
ción de haber gustado el máximo deleite, la agradable im­
presión de estar absolutamente satisfecho y, por consiguiente,
falta la influencia más favorable que ejerce sobre la psique
el acto camal de evolución perfecta.
Por eso precisamente resulta importantísima la cuestión
de si la mujer debe adoptar durante el coito un papel activo
o pasivo, si queda fría o si sabe sentir con su marido, y tam­
bién digo importantísimo en lo que al marido se refiere, des­
de el punto de vista puramente egoísta. Los maridos que no
saben darse cuenta de las sensaciones de sus mujeres, duran­
te la cópula no sólo son bruscos, brutales, desconsiderados
e insensibles, sino que son más que tontos, pues las excitacio­
nes que ejerce el pene sobre los órganos sexuales de la mujer
resultan particularmente aumentados cuando la mujer parti­
cipa de una manera activa en tales deleites. Sin tener en
cuenta en este caso la falta de lubricación, es decir, la falta
de secreción de mucosidad de las glándulas vestibulares, que,
como antes ya he manifestado, provoca en el marido ciertos
dolores, existe otro hecho importantísimo. A causa de la exci­
tación de la mujer se produce la tumefacción de la mucosa
vaginal y la consiguiente contracción de las paredes vagina­
les; desciende algo el útero, se estrecha en cierta manera,
elásticamente, la entrada vaginal y todo el tubo de la vagina,
efectuándose de este modo una adherencia más intima en to­
das las partes genitales de la mujer con el pene, es decir, se
produce alrededor del órgano viril un relleno como atercio­
pelado, creando así las condiciones favorables indispensables
para aumentar el efecto de las excitaciones, pues esta adhe­
rencia, este fino, suave y cálídoaprísionamiento en sí, signi­
fica una excitación y no pequeña. Otra muy peculiar y por
cierto finísima, produce en algunas mujeres (no en todas)
la concentración de la musculatura vaginal lisa, que a causa
de dicha excitación va progresando en forma ondulatoria a
intervalos. Otra excitación de importancia suma se realiza
por la contracción involuntaria de la musculatura del suelo
pelviano, producida por el orgasmo durante el aumento de
la voluptuosidad. Desempeña entonces un papel importan­
te, tanto para la voluptuosidad propia como para la del ma­
rido, la contracción voluntaria de dichos músculos, partici­
pando especialmente en este movimiento el levator vagince,
así como el constrictorc unni. Las sensaciones más acentua­
das se verifican por los movimientos frotatorios, que ejercen
mutuamente el pene y los genitales de la mujer, tan íntima­
mente unidos en este acto. Huelga toda ulterior explicación
para significar que cuando los órganos sexuales de la mujer
se ciñen bien a los del hombre aumenta considerablemente
dicha sensación de deleite.
En lo que se refiere a la técnica importante de estos mo­
vimientos, se verá en un capítulo posterior que puede reali­
zarse de modo muy diverso.
En general, es el hombre el que los realiza, mientras que
la mujer observa más bien una conducta pasiva, por muy ac­
tiva parte que tome en la realización del acto. Existen, sin
embargo, variaciones en la manera de realizar el coito que,
por el hecho de cambiarse los papeles, a su vez, cambia la
actuación de cada uno de los cónyuges.
En aquellos ya acostumbrados entre si participará mu­
chas veces la mujer en dichos movimientos, adelantando con­
tra su compañero, en el momento oportuno, la pelvis y lle­
vándola nuevamente hacia atrás cuando él realiza igual mo­
vimiento. De esta manera se hace más amplia la desviación
de ambos órganos entre sí aumentándose considerablemente
el roce; sin embargo, existe el peligro de que dichos movi­
mientos resulten demasiado vivos; a veces es difícil hallar
el camino adecuado, interrumpiéndose el acto de una manera
muy desagradable. Puede producirse también una irregula­
ridad en los movimientos comunes, de modo que en vez de
lograr el aumento anhelado se produce una disminución de
excitación. Sabiendo tales peligros, conviene precaverse, y
adoptar la conducta que al caso corresponda.

He hablado en el capítulo precedente de la importancia


que tiene para el marido la excitación de ia mujer, en lo que
respecta a la forma evolutiva del acto y sus manifestaciones,
y hemos visto con toda claridad que (aunque resulte facti­
ble una evolución fisiológica sin que ella participe activa­
mente de la cópula) las excitaciones que ella ejerce sobre el
hombre, así como las sensaciones y efectos producidos, re­
sultan muy diferentes y mucho mejores en el coito ideal que
aquellos momentos pasajeros que una cópula sin tales ador­
nos puede proporcionarle. No debemos olvidar sin embargo,
un factor importantísimo por excelencia: el amor.
Me reñero al amor puro, al amor espiritual, y no quiero
poetizar aquí el concepto del amor. Y menos aun quiero dar­
me a conocer en este capítulo como moralista, ya que sólo
hablo en calidad de sexólogo. Para este último no cabe duda .
alguna: de igual manera que no puede existir para los seres
humanos normales un amor espiritual que Ies satisfaga com­
pletamente, sin que exista el complemento de la unión se­
xual, del contacto camal, tampoco puede existir una unión
camal sin que ambas almas estén unidas en el sagrado fue­
go del amor.
El goce sexual, incluso el acto camal, dependen en alto
grado de las funciones psíquicas. La disposición psíquica es
“conditío sine qua non” para una verdadera unión sexual.
Sin la misma, el hombre no logra siquiera el estado de erec­
ción. La mujer, sin embargo, puede soportar la cópula en
contra de su deseo, aun cuando en tales momentos resulte
para ella de todo punto imposible participar en la misma.
Un coito realizado con compleja perfección exige de am­
bos cónyuges una disposición psicoerótica que únicamente
puede hallarse en el amor.
Sólo donde está el Amor puede el placer sexual llegar a
su culminación: el orgasmo extásico, la satisfacción comple­
ta y la amodorrada y soñolienta relajación que sigue a la
comunión: una paz perfecta.

En el hombre resulta indispensable cierto grado de exci­


tación sexual al iniciar el coito, ya que sin erección resalta
imposible la inmissío penis, mientras que la mujer, en casú
dado, puede iniciarlo sin la debida preparación. Cuando po­
see suficiente temperamento o cuando, lo que es de mucha
importancia, a causa de experiencia y práctica, sabe adaptar­
se como corresponde, puede recuperar la falta existente al
principio —véase la curva B de este mismo capitulo—, lo­
grando aún su propio orgasmo al mismo tiempo que el ma­
rido, que ya recibe los estímulos ejercidos en manera aumen­
tada. Trátase entonces de un proceso en el cual se mani­
fiestan con toda claridad la voluntad consciente y los facto­
res subconscientes e inconscientes, y, ante todo y sobre todo,
el factor comprensión y amor.
Por su parte, el marido, cuando por excepción se halla
muy adelantado puede ayudar a su mujer reduciendo en
lo posible los estímulos psíquicos que él mismo ejerce incons­
cientemente sobre su propio órgano, que está en contacto
con los genitales de su mujer. De esta manera aumenta el
número de movimientos de roce necesarios para provocar el
reflejo de la eyaculación. Como quiera que cada uno de estos
movimientos representa para la mujer un deleite, le da tiem­
po y posibilidad de alcanzarle en su estado, y pueden llegar
ambos a un tiempo a la meta sin grandes dificultades. He
usado sin querer el lenguaje descriptivo, señalando de mane­
ra muy clara la relación que debe existir entre hombre y
mujer durante el coito. Dicho cuadro descriptivo ha sido com­
puesto por E. Kehrer (*>, que compara en su obra Ursachen
und Behandlung der Unfruchibarlceit <1 *3> (Causas y terapéu­
tica de la esterelidad) , esta relación con la que existe entre
dos personas de a pie o dos jinetes “que salen al mismo tiem-
(1) Esto, por ejemplo, puede suceder cuando se despierta, exaltado por un
suefio erótico y transforma en seguida dicho sueño en realidad.
(3) Txl comparación se halla ya en el libro Ara Amatoria, de Ovidio, verso
722-23. que cito en el intermedio, al final del presente capitulo.
(31 Editado por Th. stelnkopff, Dresde, 19W.
pu y que alcanzan juntos la meta, con una velocidad no exa­
gerada, muy uniforme". Esta comparación sirve sólo para
una pareja acostumbrada y práctica (Kehrer hace resaltar
lo mismo, ya que habla expresamente de “una pareja entre­
nada") .
Cuando la mujer carece de la suficiente experiencia (ya
que se necesita mucho tiempo hasta que el marido haya lo­
grado educar a una mujer pasional a la completa actitud
amorosa, considerándola como experta y práctica) quedará
en mucho retrasada de su marido, aunque haya empezado
a) mismo tiempo que él, y jamás alcanzará su meta, ya que
¿1 llegará a la misma mucho tiempo antes que ella.
Cuando en tales casos existen aptitudes desiguales entre
ambos debe procederse de Igual modo a como se conduce el
verdadero atleta en la lucha: es dectr, cederle algunas ven­
tajas al contrario, en nuestro caso a ella, como queda expre­
sado en el presente capitulo (remito al lector a la curva C).
En un hombre de potencia normal no cabe otra solución.
En cierto modo, podrá retardar las manifestaciones del refle­
jo de eyaculación desviando sus pensamientos tal como an­
tes he dicho; pero, no obstante, existen para ello limites po­
co amplios.
La mujer posee mayor aptitud de adaptación desde este
punto de vista. Puede adaptarse, cuando posee la suficiente
experiencia y práctica, a la potencia sexual de su marido, no
solamente acelerando sus reacciones, sino también retardán­
dolas considerablemente.
Esta adaptación resulta para ella más fácil, ya que las
excitaciones más acentuadas y que la conducen al orgasmo,
están íntimamente unidas con el principio de la eyaculación
del hombre.

Pero antes de considerar con todo detalle dichas excita­


ciones, debemos fijamos en todos los procesos que se desarro­
llan en la mujer. En capítulos precedentes ya los hemos des-
cripto, así que sólo repetiremos lo siguiente: Bajo la influen­
cia de una excitación sexual, causada por influjos psíquicos
o contactos corporales, y especialmente como reacción a la
excitación del clitoris y de la vulva, así como de la partió
vaginal (parte vaginal del útero), se presenta un aumento
de aflujo de sangre, con hinchazón consecutiva y erección
parcial de dichos órganos, haciéndolos aún más sensibles
para nuevas excitaciones; su consecuencia es que estas partes
se adaptan más íntimamente al pene introducido en los ge­
nitales, recubriéndole, o mejor acolchonándole, encerrándole
elásticamente, aumentándose nuevamente de este modo la
excitación recíproca. Empieza en este momento de excitacio­
nes, debidas a las fricciones que entre sí realizan los órganos
sexuales del hombre y la mujer, desviándose uno contra otro
por los movimientos de cópula que realiza el hombre (y en
caso dado, también la mujer), y generalmente tienen el ca­
rácter de un vaivén continuo. Dichas excitaciones son per­
cibidas por ambos cónyuges, y sufren nuevo aumento por las
contracciones involuntarias, semivoluntarias y voluntarias
de los músculos y de los órganos pelvianos de la mujer. A di­
cho efecto de excitación que produce ei pene sobre los termi­
nales nerviosos del introitos vaginal y aun sobre la misma
vagina (así como sobre la porfío), puede sumarse, a veces,
y bajo ciertas condiciones, otro nuevo, debido a que el pene
roce ligeramente, durante dichos movimientos, al clítoris y
a su frenillo.
Y digo “bajo ciertas condiciones”, ya que esta clase de
excitación durante el coito depende de varias circunstancias:
del tamaño del clítoris, del grado de desarrollo de su frenillo,
de su emplazamiento (ya que existen diferencias individua­
les muy manifiestas, sea que dicho órgano pequeño se ha­
lle situado más bien hacia arriba y adelante, sobre el plano
anterior de la sínfisis, o lo esté más profundamente, por de­
bajo de la pelvis, del tamaño del pene y de su circunferencia,
de la posición y conducta del marido, y, por último, de la
clase de sus respectivos movimientos.
Creo que no nos equivocamos cuando atribuimos a la
Naturaleza la intención de que durante el coito, simultánea­
mente, se excite al clítoris. Habla en favor el hecho de que
este órgano, tan hipersensíble, desciende algo en estado de
erección, oponiéndose en cierto modo al pene introducido en
la vagina.
Con frecuencia, por no decir generalmente, no se logra
tal finalidad con las mujeres de nuestra era, debido, en prin­
cipio, al escaso desarrollo de dicho órgano, su emplazamiento
relativamente alto y a su reducida inclinación pelviana, ma­
nifestaciones todas que suelen hallarse reunidas y se deben
generalmente a la existencia indiscutible de cierto infanti­
lismo.
Leves grados de tal falta de desarrollo son tan comunes
en nuestros días (en la Europa Occidental y América) que
difícilmente puede considerarse que no son normales. El ta­
maño reducido y la alta posición del clítoris, que impide así
su completa estimulación durante el coito, tiene especial sig­
nificado. Aún cuando esta subnormalidad no es incurable,
provoca a veces falta de mutualidad, al menos al principio
de la vida matrimonial, y demanda todo el conocimiento y
habilidad del marido en su rol de iniciador y educador sexual.
Aquí debe él hacer demostración del arte comúnmente atri­
buido al seductor. De otro modo corre el riesgo de que su es­
posa sea permanentemente fría, frígida e indiferente o, peor
aún, sienta aversión por sus atenciones sexuales.
Pero el tipo de clítoris infantil —como toda la estructura
genital femenina aunque en mayor grado— puede desarro­
llarse si hace una vida sexual activa durante varios años.
A este respecto, como al de muchos otros, “la práctica hace la
perfección'
*. En un tiempo se creía que el orgasmo produci­
do por la estimulación del clítoris era distintivo y diferente
del que provocaba la estimulación de la vagina.
Se hablaba de orgasmos preponderantemente vaginales
o clitorales. Posteriores estudios han demostrado que la va­
gina en sí tiene escasas terminaciones nerviosas y que el es­
tímulo se inicia casi siempre en el altamente sensitivo clítoris,
irradiándose desde allí hasta la vagina. La consiguiente de­
marcación rígida entre orgasmo clitaral y vaginal ha desapa­
recido; un proceso desemboca en el otro-y el mecanismo in­
terno de reflejos, descargas locales y cerebrales y consiguien­
te alivio es el mismo. Esto no significa que las sensaciones
no puedan diferir de una vez a otra, proporcionando en cada
caso el placer, un deleite sexual característico o voluptas.
Así también hay placer en el sabor y aroma de diferentes
clases de vinos finos o en las glorias cromáticas y las sutile­
zas de diseños de colores alternados.
Percibimos así que la mujer tiene una potencial cadena
de permutaciones y variedades en el placer sexual que no
son posibles al hombre y que, dentro de cada grupo principal
de estimulación genital, clitoral o vaginal, hay muchos semi­
tonos posibles de sensación de placer.
El coito perfecto y natural dará a la mujer una mezcla
de ambos tipos de estimulación y tal mezcla le proporcio­
nará un supremo placer y probablemente un orgasmo muy
rápido.
Sus indicaciones y contraindicaciones pueden deducirse
fácilmente de todo cuanto he expuesto en lineas anteriores.
Su técnica, no obstante, no es siempre muy fácil. Cuando
el emplazamiento del clitoris no resulta adecuado, debe sub­
sanarse dicho defecto con una determinada posición o co­
locación (aumentada inclinación pelviana) de la mujer o
de ambos cónyuges. También puede lograrse igual fin cuan­
do el pene abandona por completo la vagina, en sus mo­
vimientos de excitación, frotando con su glande el clíto-
ris; sin embargo, existe el peligro de que en uno de di­
chos movimientos no encuentre el pene su camino, inte­
rrumpiéndose entonces bruscamente la serie de excitaciones.
Por último, cabe la posibilidad de una combinación de estí­
mulos vaginales por medio del pene y la excitación digital
del clitoris (juego de excitación).

Sin embargo, en la comunión ideal se circunscribirá la


excitación principalmente a la vagina (incluyendo sus partes
próximas). También bastarán por completo las excitaciones
asi logradas para conseguir un aumento progresivo de la ten­
sión y de la voluptuosidad, de modo que al cabo de cierto nú­
mero de aquéllas se hallará la mujer próxima al orgasmo
al mismo tiempo que el marido.
En un coito normal, perfecto, debe presentarse el orgas­
mo en ambos cónyuges, aproximadamente de un modo si­
multáneo, es decir, que normalmente empieza éste con la
eyeculación del hombre, dando comienzo entonces el orgas­
mo en la mujer. El tiempo necesario para que la sensación
producida por la eyeculación haya alcanzado el sistema ner­
vioso centra), transformándola allí en descarga, es menos de
un segundo. Tal es la maravillosa velocidad de la transmi­
sión nerviosa.

Veamos, pues, dicho proceso en todos sus detalles, sir­


viéndonos de una representación en forma de curva, que nos
facilitará la comprensión de cómo se acumula la tensión en
ambos partícipes y cómo disminuye después de logrado el
orgasmo.

Corva A

COITO IDEAL

Vemos, pues, representada en esta curva A, la evolución


de la excitación sexual (de la corporal y de la psíquica, ya
que ambas van unidas comúnmente) durante el coito nor­
mal, ideal (habiéndose señalado al hombre con ■■■■» y
a la mujer con ----------- ) <l>,
A la inmisio penis (el principio del coito) precede la ex­
citación lentamente progresiva del preludio y del juego amo­
roso, moviéndose entonces dichas líneas más o menos en la
relación reproducida en la curva que me ocupa. Una pareja
mutuamente bien acostumbrada, empezará el coito con un
nivel de excitación casi igual. Desde allí aumentan gradual­
mente y se suman los movimientos del coito, tan típicos en
)o que respecta al roce y al vaivén (y que generalmente son
(l) Autores anterloree, corno Kehrer, han publicado cuma Mmllores. Mi
curva te parece mucho a la de Kehrer, concordando en su esencia nuestras teo­
rías. Pero, al examinar ambts curvas con mis detención, podrán apreciarse di­
ferencia* Importante».
semlvoluntaríos), en completo “unísono”, hasta que el hom­
bre pasa el límite de excitabilidad, manifestándose este mo­
mento mediante la eyaculación. Es entonces cuando se se­
paran las curvas. En el momento en que la suma de las
excitaciones haya alcanzado en el hombre su grado máximo
para provocar su reflejo (ya que su presentación desde este
preciso momento no puede ya detenerse ni con la firme vo­
luntad siquiera), y cuando se proyecta el primer semen en
chorros fuertes y finísimos contra la pared interior de la
uretra, aumenta repentinamente la sensación voluptuosa,
transformándose en orgasmo, mientras que el reflejo prosi­
gue doblemente: el semen que ha llegado a la uretra es lan­
zado a la vagina mediante fuertes contracciones (las cuales
son también involuntarias y no pueden suprimirse por inter­
vención de la voluntad mas firme, aunque en parte coope­
ren en dicha acción los músculos voluntarios), y los líquidos
que componen el esperma, van por los conductos seminales
y la próstata a través de la uretra, hasta que se ha agotado
su existencia o se desvanece el reflejo mencionado.
El choque de estos primeros chorritos finos contra la
pared uretral anterior —es decir, el principio del reflejo—
puede bastar para provocar el orgasmo, aumentando repen­
tinamente la excitación sexual ya existente. Pero el verda­
dero cúmulo lo alcanza el orgasmo momentos después, cuan­
do, precisamente a causa de este aumento, adquieren los pro­
cesos reflejos mayor potencia, aumentándose por ello las ex­
citaciones de la mujer.
Inmediatamente después disminuye la fuerza de dichos
chorros, ya que se reduce de un modo considerable el líquido
existente. Por lo tanto, se desvanece el reflejo, y de igual
manera la potencia de las sensaciones de orgasmo, al prin­
cipio lentamente y luego con rapidez, alcanzando definitiva­
mente su fin. Por tales razones tiene el orgasmo en el hom­
bre una evolución “en forma de arco”, correspondiendo a los
movimientos de eyaculación, que consisten generalmente de
cinco hasta siete contracciones musculares, muy acentuadas
al principio pero que una vez que han alcanzado su máxima
intensidad, van desvaneciéndose lenta y rítmicamente. Pa­
sadas dichas contracciones, termina la excitación, al princi­
pio con rapidez, adoptando luego un carácter más paulatino,
transformándose finalmente en una especie de cansancio agra­
dable, siempre y cuando no se presenten nuevas excitaciones.
La erección desaparece con relativa rapidez, aunque duran­
te, algún tiempo sigue persistiendo un tamaño peniano au­
mentado (en comparación con su estado de completo reposo).
Depende de muchas y diversas circunstancias si el pene, en
dicho estado, se dejará durante más o menos tiempo coloca­
do en la vagina, o si se le retirará una vez efectuada la eyacu­
lación. Sin embargo, por consideraciones a la mujer, estimo
poco adecuado terminar dicho acto de modo más o menos
brusco.

Respecto a la mujer, resultan mucho más difíciles de


exponer Jos procesos que producen el orgasmo, ya que éstos
son más complicados desde diversos puntos de vista. Además
tienen diferencias individuales muy considerables, dentro del
marco de la normalidad (cosa que especialmente no suele
ocurrir en el hombre). La tercera dificultad la ofrece el he­
cho de que tales procesos sólo pueden observarse directamen­
te en casos excepcionales.
Aplazaré, pues, esta cuestión, e intentaré exponer con
toda claridad las causas que provocan en la mujer las sensa­
ciones voluptuosas, junto con sus correspondientes efectos de
reflejo. En primer lugar, sabemos que el orgasmo, con todos
sus efectos psíquicos y corporales inherentes, puede presen­
tarse sin que se produzca la eyaculación del hombre. En la
mujer fuertemente excitada el orgasmo puede presentarse
varias veces antes de la eyaculación del marido.
Aunque esto es indiscutible es igualmente cierto que en
muchos casos la eyaculación del hombre da la señal para el
orgasmo de la mujer, al igual que el suyo propio.
Dicho último factor puede producir dos efectos: causar
el reflejo final en la mujer por la percepción de las contrac­
ciones musculares por parte del hombre al lanzar el semen
fuera de sus órganos, y también por la sensación que produ­
ce el choque mismo del semen eyaculado.
La importancia psíquica (sea consciente o inconsciente!
de dicha percepción del semen eyaculado, es indiscutiblemen­
te grande, y es tanto más acentuada cuanto más profunda­
mente ama y adora la mujer a su marido. Representa, sin
disputa, un eslabón terminal importantísimo en la cadena
de estos procesos. Todo aquel que no tenga en cuenta este
hecho, sea por descuido o por ignorancia, jamás podrá ver di­
cho proceso en su verdadera y única relación.
Tan sólo la auto-observación por parte de la propia mu­
jer puede decimos cuál de los dos factores que acabo de men­
cionar resulta ser el decisivo.
Existen aquí, como ya he dicho, diferencias individuales.
Hay mujeres que afirman con absoluta seguridad que sólo
se produce en ellas el verdadero orgasmo cuando sienten el
choque del semen eyaculado contra su portio vaginal. Sin
embargo, esas mujeres son las menos. Es una prueba indis­
cutible en contra de lo manifestado, es decir, que la sensación
del choque realizado por la eyaculación del hombre sea el
momento decisivo para la producción del orgasmo femenino,
el hecho de que en disposición favorable existente se presen­
to el orgasmo casi sin excepción alguna inmediatamente des­
pués de haber empezado la eyaculación. sin haberla sentido
siquiera en la portio (1>, o en los casos de eyaculación muy
escasa W.
Pero naturalmente sería un decidido error negarle Im­
portancia al impacto del fluido, aunque en la mayoría de las
mujeres las cosas suelen presentarse de modo diferente. Al
interrogar a las mujeres que son capaces de observarse a jí
mismas, a fin de analizar sus sensaciones (hay que confesar
que tales mujeres son muy escasas, pues además se necesita
para ello una gran práctica), en algunos casos se obtiene
la respuesta de que es la proyección del líquido la que pro­
voca su orgasmo. La mayoría de las mujeres hacen las si­
guientes manifestaciones: “Una vez que se ha logrado por
medio de las excitaciones preparatorias una tensión cada vez
más progresiva, siento que me absorbe por completo, que el
orgasmo empieza repentinamente en el momento en que per­
cibo la primera contracción fuerte de eyaculación del pene
dentro de la vagina y la vulva, y simultáneamente el espas­
mo orgástico que tales contracciones producen en el cuerpo
(I) Por haberse colocado delante de la misma aparatos o después de extir­
paciones de dicho órgano.
(2) Fot ejemplo, después de coitos varias veces repetidos y hasta en el
taso de peeudó eyeculación.
le mi marido <*>. Esta sensación de haber llegado al grado
oáximo es tal, que un aumento de ella por ulteriores exci-
aciones me conduciría hasta lo imposible, hasta lo insopor-
able. Ha llegado entonces el instante en que siento la pro-
ección del líquido eyaculado (que percibo perfectamente)
orno muy beneficiosa, como calmante, como sedativa. De
sta manera resulta posible que aún sea capaz de darme cuen-
a perfecta de las excitaciones que se producen por los movi-
nientos de eyaculación sin hallarme ya en estado de hiper-
ixcitación, de modo que me hallo en condiciones de gozar de
as mismas de un modo completo. Las demás excitaciones
i momentos calmantes se compensan de modo tal, que el gra­
to máximo de las sensaciones voluptuosas, alcanzado al prin­
cipio, se mantiene en su altura invariablemente hasta que
ia desvaneciéndose el orgasmo masculino, cediendo luego de
in modo paulatino."
Respecto a la cesación paulatina de esta excitación se
cual y su relativa lentitud en comparación con lo que puede
ibservarse en el hombre (valiéndose de la misma mujer), con-
:uerdan todas las mujeres en sus manifestaciones. No obs­
tante, debo añadir que las manifestaciones puramente objeti­
vas, sobre todo la hiperrepleción de los cuerpos cavernosos,
lisminuyen más rápidamente que la excitación subjetiva, de
nodo que los órganos han alcanzado ya su estado de reposo
lompleto cuando las sensaciones van desvaneciéndose sólo
enta y paulatinamente.

En la curva A se ha representado gráficamente todo


:uanto se ha explicado en líneas anteriores. De todas ma­
neras, semejante representación gráfica sirve para darse cuen­
ta perfecta de la evolución que tienen, tanto en la mujer
?omo en el hombre, las excitaciones de la cópula, así como
las relaciones que hay entre ambos procesos.
Para facilitar la comparación de dicho estudio añado la
curva B, que reproduce las relaciones del caso descripto en
páginas anteriores, es decir, tratándose de una pareja que
(1) Aquí se demuestra claramente la Importancia del factor puramente
psiqiüM. ci cual ya había mencionado.
ha sabido adaptarse mutuamente y en donde la esposa, de
suficiente experiencia amorosa, empieza el coito sin prepara­
ción alguna. Hay que notar entonces que la curva arrojaría

Coito de la mujer experta, sin preparación

diferente resultado si se tomase en consideración el retardo


intencionado de la excitación masculina, la cual ha sido des­
cripta en este capítulo.
Hago seguir, por último, la curva C, que representa el

Coito de una mujer inexperta después de previo juego


DE EXCITACIÓN

coito con una mujer no suficientemente experta, después


de previa excitación de sus sentimientos por medio del juego
de excitación. Hay que tener en cuenta que en las tres cur­
vas se ha indicado muy brevemente (en lo que a la duración
cronológica se refiere) el sector que precede a la ínmísio pe-
nis, pues la duración del preludio y del verdadero juego amo­
roso pueden ser muy variables. -
De. todo .cuanto se ha expuesto resulta, pues, indudable
que una cópula, verdaderamente buena, beneficiosa para el
cuerpo y la psique, debe responder a todas las exigencias de
la naturaleza y no deben ser desdeñadas o descuidadas. Ade­
más hemos visto que cabe una compensación en amplia me­
dida, caso de existir desigualdades, pues las curvas B y C son
ejemplos muy precisos de que la comprensión, el control y
la habilidad pueden lograr vencer perfectamente las desigual­
dades o disparidades.
Esto puede, por supuesto, ser síntoma de ciertas condi­
ciones, morbosas. Pero tratar sobre esto sería muy extenso
y estarla fuera de los límites ¡de este libro. Aun limitándo­
nos a casos estrictamente no patológicos hallaremos que son
lamentablemente frecuentes y que se deben a una inadecua­
da técnica del esposo o a su actitud injusta y fraudulenta
durante, el coito. Su técnica deficiente en las relaciones se­
xuales puede ser involuntaria, pudiendo, evolucionar la exci­
tación sexual y el reflejo en el marido de modo completamen­
te normal,- mientras que los estímulos proporcionados a la

Coito de una mujer no experta en asuntos amorosos


Y SIN LA DEBIDA PREPARACIÓN PREVIA

mujer no son bastantes, debido a la falta de práctica y expe­


riencia de la misma o por carecer aquélla de “temperamen-
(1) La palatal "fraudulenta” conserva todo cu valor, aunque la mujer ha­
ya dado para ello au consentimiento. Pues ella ignora el alcance de lo que con­
siente ¡y de lo que a vece
* exige l
to”. Y esta deficiencia resulta ser muy seria a causa de los
efectos y consecuencias que produce. Al principio de esta
obra ya he hablado detalladamente de la conducta tonta y
ügu.'rM. pero tan frecuente, que observan algunos maridos
que soíu piensa»' **n la propia satisfacción.
Vale bien la pena cp^pntar gráficamente semejante
coito, que en modo alguno puede dañarse comunión.
Tal conducta se halla representada en U i.u’-va D, siendo
especialmente interesante la comparación con la curva C y
la curva ideal A, que hace resaltar de modo muy manifiesto
las diferencias existentes i1).
Casi de modo similar resulta la evolución del proceso
para la mujer suficientemente excitable cuando el marido
demuestra una especie de hiperexcitabilidad, que se manifies­
ta por la presentación demasiado rápida del efecto de eyecu­
lación (eyaculación precoz), cosa muy frecuente en los ‘'neu­
rasténicos’’ (que me perdonen los especialistas sí aun sigo
empleando el antiguo concepto y la antigua denominación).
Estos casos se hallan en el linde patológico, y precisan la
intervención del médico cuando ambos cónyuges no pueden
remediarlo valiéndose de una técnica de compensación en
sus relaciones sexuales.
He intentado reproducir lo más exacta y claramente po­
sible en la curva D, la evolución de La excitación de la mujer
en aquellos casos en que tan sólo se ha obtenido un grado
no muy alto y en donde falta el ovgcsmo
Tamb.cn hay que tener en cuenta que la línea femenina
indic"' .anto el estado de excitación de los órganos sexuales
cuino la tensión psíquica existente, y conviene fijarse en que
dicha tensión, después de haber alcanzado cierto grado, no
se desvanece, no desciende, sino que permanece inalterable
durante bast'»'"^ tiempo aunque sin el placer y el beneficio
ut'i orgasmo.
Todo esto significa para los genitales la persistencia de
un estado de excitación y de plétora (congestión), prevista
por la naturaleza como estado pasajero; y para la psique, la
(1) La linee masculina se ha representado en todas 1M curvee, para ma-
"’or sencillez J fácil compreiielóu. de Igual modo, eln tomar en consideración les
diferencias que suelen existir en los Broceaos del hombre debidas a le variable
conducta de le mujer.
persistencia de una tensión que no se desvanece, producien­
do un estado de anhelo desesperante y un descontento psí­
quico.
El grado elevado de la línea femenina, en comparación
con la linea de reposo, en la parte derecha de la curva, debe
valorarse de modo muy diferente que el de la parte izquierda
de las curvas A, B y C. Porque estas últimas muestran una
suma y acumulación de deseo y placer y luego, en su parte
descendente, una relajación de satisfacción y deleite, mien­
tras que en la D la tensión anticipada debe pasar inevitable­
mente a una sensación de disgusto, ansiedad nerviosa, fatiga,
malestar y pena.
Ningún daño se producirá si alguna vez, excepcional­
mente, tiene lugar semejante final poco satisfactorio en las
excitaciones sexuales. En plazo más o menos breve, se des­
vanece este descontento, hallando nuevamente la psique su
equilibrio propio, ya que la mujer se consuela con la espe­
ranza de que en la próxima vez tendrá más suerte.
También los órganos sexuales pierden, al cabo de cierto
tiempo, su estado de excitación, y vuelven a su estado de
normalidad, a su preciso equilibrio.
Pero cosa muy diferente sucede cuando este proceso, esta
imposibilidad de satisfacción, se repite de continuo. Enton­
ces se hace crónico el estado de excitación congestiva de los
órganos sexuales, se presentan, a veces, secreciones anorma­
les, sufre ciertos trastornos la función ovárica, y lo mismo
la menstruación. En pocas palabras: se forma el cuadro típi­
co (tan sumamente variable en sus manifestaciones) del esta­
do crónico de excitación de los órganos sexuales, con sus co-
respondientes dolores; a veces, determinadas; indetermina­
dos, otras; localizados o errantes. Son los motivos que ocupan
tantas horas de consulta ginecológica. Y el intento de tratar
estos penosos sintomas conduce a demasiados tratamientos
infructuosos y complicados. Infructuosos por que la causa
real de tales daños se renueva y amplía continuamente y ni
la desdichada paciente imagina el origen ni es muchas veces
descubierto por el propio médico, que con demasiada frecuen­
cia teme hacer preguntas en tal sentido, sea por ignorancia
o por que no les da su verdadero valor.
Así, pues, me dirijo al marido para inculcarle las siguien­
tes frases y rogarle que las tenga siempre presente.»;
Toda, excitación sexual de cierta'importancia que en la
mujer no termina en el orgasmo, representa en sí una lesión,
un trauma, y la suma de éstos puede conducir a trastornos
corporales y psíquicos crónicos o, al menos, difíciles de curar.

Mucho más graves que los peligros debidos a la técnica


deficiente del marido son los que amenazan a la mujer en
caso de proceder fraudulentamente, es decir, en el coitus
interruptus (la unión sexual interrumpida). Se emplea, ge­
neralmente, este proceder para evitar el embarazo t*). En
el momento en que el marido siente el principio de los refle­
jos de eyaculación, o cuando cree que la misma no puede
contenerse ya, retira el pene de la vagina. Entonces se reali­
za la eyaculación exteriormente, es decir que, para el hombre,
no obstante, existe el orgasmo. Aun cuando la intensidad y
abandono de este placer se ve disminuido, él logra en cierto
grado el alivio y relajamiento, 'i aunque para el marido este
proceder no resulta tan perjudicial, en modo alguno debe con­
siderarse inofensivo, sobre todo cuando se trata de individuos
nerviosas, pues muchas manifestaciones neurasténicas deben
su origen a dicho proceder.

Curva e
Coitus interruptus

Para la mujer, sin embargo, resulta el caso completa­


mente diferente, a menos que ella sea tan insensible y tan
fría que soporte el coito sin excitarse de un modo muy mani-
(1) Lo que muy n menudo no logr» coDaegulr.
fiesta, lo que, al fin y al cabo, constituye para ella cierta ven­
taja, La curva E nos hace ver cuánto sufre cuando es nor­
malmente excitable.
Vemos claramente por dicha curva que, en el momento
del máximo deseo, cuando la excitación y la tensión normal
y general han alcanzado ya su grado máximo, se interrum­
pe repentinamente la evolución normal, ya que falta el or­
gasmo, es decir, el relajamiento dispuesto por la Naturaleza,
y, por consiguiente, después de breve oscilación, persiste di­
cha excitación durante bastante tiempo a un nivel conside­
rable. También hay que tener en cuenta que la influencia
de la excitación sexual resulta diferente, en lo que respecta
al cuerpo y a la psique, pues todo depende del hecho de si
la tensión ha terminado por la satisfacción anhelada, es de­
cir, el ansiado relajamiento, o si representa una tensión vana,
sin satisfacer, que produce disgusto y que, forzosamente, du­
rará demasiado tiempo, ya que no ha hallado medio de des­
vanecerse en la debida manera.
Mis lectores me perdonarán el haber insistido tanto en
este hecho, repitiendo parte de lo que ya había manifestado
antes; pero, tratándose de un asunto de tanta importancia
y sabiendo que son tantas las veces en que no se sabe apreciar
debidamente dicha importancia indiscutible, creí necesario
insistir como lo he hecho. Es evidente que la tensión de la
mujer después de la eyaculación del hombre es mucho ma­
yor que antes. Es también más acentuada que la que sigue
al coito con insuficiente juego amoroso y mujer inexperta
(gráfico D) y requiere mucho más tiempo para volver al ni­
vel normal. Así, hay un peligro grande y creciente de nuevas
lesiones psíquicas y tensiones físicas de la misma clase, que
al acumularse acentúan la congestión crónica y el deseo
sexual insatisfecho, con todo lo que ello implica.
A pesar de que el coitos tnterruptus constituye un pro­
ceder sexual anormal, y que, por consiguiente, no pertenece
a este libro, en el verdadero sentido fisiológico, lo he tratado,
sin embargo, con todo detalle, ya que representa, en su evo­
lución y en sus consecuencias para la mujer, el prototipo de
la excitación sexual no satisfecha. Lo he mencionado tam­
bién tan detalladamente a fin de apoyar con mi voz a todos
aquellos autores que se declaran enérgicamente contrarios
R

a tal proceder. A las personas que suelen manifestar que


existe gran número de matrimonios que realizan el coito de
este modo, sin sentir, en opinión de ellos, daño alguno, quie­
ro replicarles que puede ser, pero que tal práctica es incom­
patible con “la vida sexual armónica y siempre floreciente",
que hemos conocido al principio de esta obra, considerándola
como uno de “los cuatro pilares sobre los que se sostiene el
vasto edificio del matrimonio”, y que es entonces cuando
amenaza su ruina o cuando ya se ha derrumbado por com­
pleto.
Para gente sexualmente adecuada, sensible y vitalmente
vigorosa, la práctica sistemática del coitus interruptus sig­
nifica una expresión incompleta de relación matrimonial y
un peligro para la salud psíquica, tanto del hombre como de
la mujer.

Quiero volver, finalmente, sobre los casos de la categoría


representada por la curva D. He mencionado ya con sufi­
ciente insistencia los modos de prevenir semejante evolución
deficiente, que consisten en un adecuado juego de amor y de
excitación. Podemos también aplicar aquí el conocido pro­
verbio: “Más vale prevenir que curar”. Y en estos asuntos
“curar” equivale a un tratamiento fructífero, que resulta su­
mamente sencillo. Consiste, simplemente, en aplicar los me­
dios profilácticos, aun en el caso de que el mal se haya pre­
sentado. (¡Cuán rara vez nos es dado a los médicos el apli­
car los remedios profilácticos con resultado, después de ha­
berse manifestado la enfermedad!). O, con palabras más
claras, cuando la unión sexual ha tenido por consecuencia
la eyeculación por parte del marido, sin que la mujer haya
sentido el deleite del orgasmo, debe aquél, a todo trance,
provocar dicho orgasmo en su mujer, sea mediante una se­
gunda serie de juegos de excitación y consiguiente eyacula-
ción repetida, si es que tiene fuerza y ánimo suficiente para
ello, o, en caso contrario, por medio de un juego de excita­
ción adecuado.
Dicho remedio resulta, indiscutiblemente, más sano co­
mo profiláctico, más natural y mejor que toda otra clase de
tratamiento; el juego de excitación, en su calidad de prepa­
ración y de componente del juego del amor, tiene mayores
encantos (especialmente para el marido), y resulta también
más estético que como recurso ulterior, pudlendo entonces
adoptar un carácter forzado, no siendo ya ni ético ni estético
de un modo absoluto.
Repito, por tanto: “Más vale prevenir que curar". Sin
embargo, añadiré: “Más vale curar que dejar evolucionar el
mal".
SI el hombre no puede producir en su mujer él orgasmo
por medio de fricción genital, las medidas autoterapeutícas
son probablemente mejor que el no tomar medida alguna,
aunque las objeciones a tales procedimientos son mucho más
que triviales.
Trátase de una cuestión antiquísima, más antigua que
el conocimiento moderno de los prejuicios que encierra en sí,
para la mujer, un coito de evolución falto de satisfacción
sexual. Los antiguos teólogos moralistas se ocuparon del
conflicto anímico que por ello resulta a la mujer, y los mo-
demos tampoco pueden eludir el problema. Así, por ejem­
plo, el vicario general D. Craisson, escribe en su libro, publi­
cado en 1870, en París, bajo el titulo Respecto a asuntos se­
xuales, para uso de los confesores (De rebus veneréis ad usum
confessariorum), y en su página 172: “La cuarta cuestión se
ocupa del hecho de sí cuando el marido se retira después
de haber logrado la eyaculación, antes de que su mujer haya
sentido el orgasmo, puede ésta continuar por sí misma la
excitación, mediante palpación, a fin de lograr aquél." La
respuesta dice: "Hay, efectivamente, algunos (teólogos mo­
ralistas), que no lo consienten, mientras que, generalmente,
puede asegurarse que esto está permitido, ya que..“Lo
mismo está permitido a la mujer prepararse para la unión
sexual mediante excitaciones a fin de lograr, durante el coito,
el orgasmo con más facilidad” <*>; Luciani, el eminente fi­
siólogo italiano, quien reproduce dicha cita, añade, con mu­
cho acierto: "¡Cuánta sabiduría práctica contienen estas
concesiones, destinadas a tranquilizar la conciencia de los
fieles excesivamente temerosos!"
(1) "Quaer 40. An, viro retróbente port proprlam eemlnetlonem eed ente
mullirla seminatlonem, posslt lila stattra taetlbue m excitare ut scmlnet." Resp
sententtiam neganten a qulbuidam, quldem tenere, communlui vero affirmatur,
has eese licltmn, qul»..., etc. ,, ,“Imo mulierl permittltur se excitare nd enn-
greMum, quo fácillus la coito wmiaet", etc.
Capítulo X

EL COITO

SEGUNDA PARTE

Fisiología y técnica

(Contimiación)

Al ocuparnos de la cuestión: ¿qué sucede durante el


coito y, especialmente, durante el orgasmo, en los órganos
de la mujer?, podemos limitarnos al segundo punto de esta
pregunta, ya que lo demás ha sido tratado profusamente
en los capítulos IV y V de esta obra, así como en el capítulo
anterior a éste. Conocemos la hiperemia en los tejidas de
todo el aparato genital, la hinchazón pronunciada de los
cuerpos cavernosos, la erección del clítoris, la erección de
las glándulas vestibulares, el relajamiento de la vulva y las
contracciones de la musculatura de las paredes vaginales, así
como la de los diversas músculos del suelo pelviano.
Por las observaciones realizadas durante los reconoci­
mientos ginecológicos de las mujeres hiperexcitables, se sabe
que el útero se contrae y se endereza i1*, aun antes de pre­
sentarse el espasmo, y en base a estudios comparativos en
animales, creemos muy probable que en dicho movimiento
participa la pared muscular de los oviductos. Por razones
análogas, se supone que en las trompas y en el útero mismo
tiene lugar una secreción de líquidos algo más aumentada
de lo que corrientemente suele suceder demostrando en­
tonces también las glándulas cervicales una secreción muco­
sa aumentada. Recientemente se ha llegado hasta admitir
que un folículo de Graaf que se halle en aquel instante en
una fase de suficiente madurez, puede estallar a consecuen­
cia del coito, dejando libre al óvulo.
(1) Remito al lector a la disertación de W. Freund, hecha en la reunión
celebrada en 1922 por los naturalistas y médtcot alemanes, titulada: Zur riiysio-
lagle der Ze-ugung und zur SteriUtiLtsfrage (Respecto a la. fisiología de la gesta­
ción y cuestiones de la esterilidad}.
(2} Víase a Sellhclm. en la discusión entablada a raíz de la disertación da
U. Freund.
Vemos, pues, que también en la mujer participa todo el
aparato de secreción, ast como el muscular de los órganos
sexuales en todas sus partes, en el proceso de la unión sexual,
habiéndose vuelto, en cierto grado, a las concepciones de los
antiguos autores y a la creencia del vulgo, después de un
largo período en el que se negaron tales procesos (remito
al lector a lo que dije acerca de la menstruación), admitien­
do, naturalmente, dichos procesos bajo la forma científica
moderna, exenta de toda fantasía irracional. Ha terminado,
asimismo, la era en que se consideró a la mujer (sexualmentc
hablando) como un objeto pasivo, como un recipiente o apa­
rato de Incubación, rehabilitándola como ser sexual activo,
íntegro y de iguales derechos que el hombre.
Pero en modo alguno debemos retroceder a las antiguas
concepciones que equiparaban a la mujer con el hombre, ha­
blando de la eyaculación de éste y de la ‘'seminación" (semf-
natio) de aquélla. No puede haber evidentemente nada de des­
carga seminal por parte de la mujer. (Véase el libro de Crais-
Eonj.
Ahora bient ¿podemos hablar de una ‘‘eyaculación” por
parte de la mujer? '
El problema resulta tanto más difícil cuanto que. desde
este punto de vista, existen diferencias individuales. No pue­
de usarse dicha expresión en el sentido de proyección semi­
nal, como tiene lugar en el hombre. En general, dicha pala­
bra suele usarse en vez de la de "orgasmo”, sin saber a punto
fijo s) tiene lugar una eyaculación y sin conocer la substancia
que es eyaculada.
Que yo sepa, parece existir entre el vulgo la creencia de
que, durante el orgasmo femenino, tiene lugar, en efecto, una
proyección de líquido y siendo así tendrá que considerarse
normal, como en el caso del hombre.
Pero no me atrevo a afirmar que deba suceder en cum­
plimiento de las leyes de la Naturaleza. Que así sucede, no
cabe duda alguna, al menos en algunas mujeres; pero ignoro
si tal proyección del líquido la experimentan la mayoría o la
minoría de ellas.
La única substancia que puede proyectarse hacia afuera
es la fina mucosidad que se encuentra en las glándulas ves­
tibulares mayores (glándulas de Bartolino) al presentarse el
orgasmo. Hemos visto ya en capítulos anteriores que estas
glándulas (en unión de las glándulas vestibulares menores,
demasiado reducidas para que en ella pueda tener lugar una
acumulación de secreción, que entonces se proyectaría hacia
afuera), empiezan a segregar bajo los impulsos de una exci­
tación sexual. Nos hemos convencido de que dicha mucosi-
dad sale, efectivamente, y de que resulta sumamente útil,
por no decir indispensable, para lubricar el introitus vagince,
facilitando de este modo la introducción del pene en la va­
gina sin producir dolores. Esta secreción de mucosidad pue­
de aumentar (y, efectivamente, aumenta) en virtud de las
excitaciones inherentes al coito, de modo que puede tener
lugar cierta acumulación en los conductos glandulares. Las
glándulas, distendidas de esta manera, son comprimidas por
la fuerte contracción espasmódica que, durante el orgasmo,
efectúa la musculatura del suelo pelviano, y de un modo
especial ambos músculos bulbo-cavernosos, sirviendo enton­
ces los cuerpos cavernosos tan hinchados, de substráete. Da
esta manera se hace factible que la secreción acumulada de
ambas glándulas sea proyectada, bajo cierta presión, a tra­
vés de los conductos excretores.
Tal manifestación puede observarse alguna que otra vez
durante el orgasmo producido por excitación del clitoris. Pe­
ro, naturalmente, no podemos extraer conclusiones válidas
en cuando a su frecuencia. Tal observación es de todo punto
imposible durante el coito. Cuando la misma mujer opina
que ha sentido su eyaculación, esto sólo significa que ha
sentido los efectos del orgasmo. Ni ella ni su compañero
pueden comprobar si, en efecto, ha tenido lugar una proyec­
ción de la secreción de sus glándulas vestibulares, teniendo
en cuenta la cantidad, tan abundante, de líquido eyaculado
por el hombre i1). Hablando teológicamente (con miras al
concepto de la finalidad), carece de sentido la proyección de
la mucosidad de las glándulas vestibulares durante el orgas­
mo, en comparación con su secreción previa. Y, por último,
puede asegurarse que, de igual modo que existe en algunas
mujeres, no existe en otras una verdadera eyaculación, a pe-
(1) Cabe pensar teóricamente que con el roffus tx.ndonatus, cuando las
secreciones del hombre y de la mujer quedan separadas, 'esulta factible resolver
esta cuestión; pero en Ja práctica se ha visto que este auxiliar tampoco ha con­
ducido a solución alguna.
sar de tratarse de mujeres de funciones sexuales de absoluta
normalidad.
Otra expulsión orgástíca (no quiero hablar de proyección
o “eyaculación”) de un producto de secreción femenina sólo
resultaría factible por parte del útero. No es de todo punto
inverosímil que el espeso tapón mucoso que segregan algu­
nas mujeres después del coito haya sido expulsado por el
útero durante el orgasmo (1>. Tampoco parece ser imposible
que haya existido en tales casos una secreción mucosa pa­
tológicamente aumentada (generalmente, se trata de un mo­
co amarillo purulento, en vez de ser claro o, al menos, blan­
cuzco), pues el proceso típico de la expulsión orgástlca de
mucosidad por parte del útero, tiene un desarrollo muy di­
ferente.
Es innecesario hacer la advertencia de que durante el
coito es de todo punto imposible llevar a cabo estas observa­
ciones y comprobaciones. Sólo nos cabe, pues, observar la
conducta del útero, y especialmente de su parte vaginal, du­
rante el orgasmo logrado, no por el coito, sino por excitación
del clítoris o de la vagina (o del útero), y pocas veces se nos
ofrecen ocasiones semejantes. Sin embargo, en el transcurso
de los años, y por diferentes autores, se han reunido gran
número de observaciones que nos permiten formarnos una
idea respecto a la conducta del útero en él momento del or­
gasmo. .
Ya he mencionado con anterioridad que el útero se con­
trae y se endereza más o menos ya antes dél orgasmo, debido
a excitaciones sexuales. Veamos, pues, de qué manera des­
cribe J. Beck (creo que el primero de los autores que ha
descripto dicho proceso en la literatura médica) la conducta
de dicho órgano, es decir, de la parte que penetra en la va­
gina y especialmente del hocico de tenca, en el momento en
que se presenta el orgasmo.
Tratábase de una mujer con descenso de la matriz, de­
bido al cual se hizo fácilmente visible la partió vagina?; exis­
tía, además, una excitación erótica especialmente acentuada,
(1) Sólo podría entnr en cuestión w obMmdón durante el collar *
con
donatui, *y qi» en lo» gema» ooltus se mésela *1 eyaculaaMn del hombre, tan
abundante, con la mucosidad de la mujer, muy escaaa. siendo ésta, por couah
guíente, completamente cubierta por la primera. b
que se manifestó con toda claridad al tocar la porfió Al exal­
tar dicha parte -pudó comprobarse inmediatamente' el or *
gasino, -j- =.;« [ * . c
“La parte vaginal de la matriz resultaba, a! principio,
dura, inmóvil, ofreciendo un aspecto normal. Su orificio es­
taba cerrado dé tal modo que no hubiera dejado pasar sonda
alguna. Casi instantáneamente después de habót tocado di­
cho órgano se abrió el hocico de tenca en toda sú amplitud,
“bostezando” cinco o seis veces seguidas; -mientras que su
borde exterior se recogía con fuerza, penetrando dentro del
canal cervical. Tal manifestación persistió durante unos vein­
te segundos,'volviendo luego todo a su estado normal, *y se
cerró de nuevo el orificio, adoptando la porfió su emplaza­
miento primitivo” <*>. y-'
Así, pues, creo no equivocarme cuando admito quetam-
bién en la mujer, normalmente excitable con,.emplazamiento
uterino normal^evoluciona el,orgasmo en la forma anterior­
mente descripta, y supongo que tales manifestaciones son
idénticas, sea .clitoriana o vaginal la excitación. Sólo «habrá
que hacer constar que dicho proceso no se verifica en. todas
las mujeres con igual .intensidad, pues existen no sólo dife­
rencias individuales, sino aún en la misma mujer, según las
épocas. No obstante, ignoramos la causa de tales diferencias.
Otra idiosincrasia .individual existe en la cantidad y al­
calinidad de las secreciones mucosas del útero. Los sexólo­
gos <3> modernos; han establecido el'dogma de que la muco-
sidad que so encuentra en ql conducto.cervical- (eP tapón- mu-
raso de Kristeller o, simplemente, el Kristeller, ya mencio­
nado en capítulos anteriores) jes expulsado por las conlrae-
ciones orgásticas del útero. 'Debido a su consistencia viscosa,
densamente mucosa y, por consiguiente, adhesiva, queda en
contacto con la pared del conducto cervical. Sumérgese, pues,
en el líquido seminal, cargándose en el mismo de espermato­
zoides, siendo de nuevo conducido a su primitivo emplaza­
miento, ya que el útero‘queda relajado' una ^exterminadas
las contracciones, y su cavidad, vuelve a .tener susdimonsio-
(1} Como no me hft sido postble encontrar t} original^ rr.e íímltii'a triiUuclr
a Luciaul. quien cita a Beck en su" Fisiología. *" ‘‘ " "
(2) sexólogos es d término con que'té designa a loe MiMieóTqUe
ctaltzaii en asuntos relacionados con d sexo, peto que ge ;¿>n cspceltt-
) latas en enfermedades nerviosas O venéis w y rar» veces gínecólOEof ’ ■
nes anterioras, ejerciendo sobre el Kristeller una especie de
succión Algunos ginecólogos de fama, verdaderas eminen­
cias, han admitido este dogma, probablemente sin acordarse
fe las experiencias que pueden hacer a diario. Las diferencias
muy acentuadas que muestra la mucosidad del conducto cer­
vical, en especial en lo que respecta a cantidad, y sin haber
observado proceso orgástico alguno, ya que no resulta este
fenómeno tan sencillo como lo han descripto los sexólogos.
En efecto, puede existir tal conducta, ocasionalmente, por
parte del tapón mucoso de Kristeller; pero no puede hablarse
jamás de una “rica pesca de espermatozoides" realizada por
el útero por medio de su lengua mucosa extendida hacia ade­
lante (me acuerdo ahora, sin querer, de la actitud del oso
hormiguero).
Es indiscutible, y en la práctica resulta de suma impor­
tancia, el hecho de que durante el orgasmo, el útero toma
parte activa en la recepción del semen, en el sentido de as­
piración, por medio de las contracciones, con subsiguiente
relajamiento, y a veces también por movimientos más ó me­
nos fuertes del hocico de tenca u>. produce entonces su efec­
to correspondiente al descenso del mismo, motivado por i*
contracción de la musculatura vaginal (tracción hacia aba­
jo), mientras que participan <2) en dicho proceso las contrac­
ciones espasmódicas, muy fuertes, de la pared abdominal, que
se verifican durante el orgasmo (presión desde arriba), acer­
cando de esta manera el hocico de tenca a la masa espermá-
tlca(9>. Por último, la mucosidad del conducto cervical pue­
de auxiliar a los espermatozoides al penetrar e inmigrar en
dicha cavidad, ya que les ofrece un ambiente fácilmente ac­
cesible, favorable y a la vez protector.

(1} También aqui ee presenta nuevamente, aunque bajo íoima- rr.od"r;.íi


*,
la concepción de loe antiguos autores: "Otwui ett animal sperma deslderans tes
el Animal uterino el que ingiere el semen),
(3) El retomo a tu estado normal se efectúa por la atracción elástica y
muscular de ios ligamentos (Mm ) sacro-uterino».
{3) También resulta muy probable que la bóveda vaginal posterior nót, ale­
ra, durante el orgasmo, un estado mi? bien plano; sin embagu. :'•> he hallado
en la literatura médica ninguna observación relativa u este hecho
En mi opinión, he tratado exhaustivamente el tema de
la fisiología del coito en lo que respecta a la mujer, al menos,
de acuerdo con el actual estado de nuestros conocimientos,
y a la vez he tratado también gran parte de su técnica.
En lo que se refiere a la participación del hombre en las
relaciones sexuales, tanto en el capítulo Vil como en el IX,
se ha hecho una descripción detallada, por lo que deben sólo
mencionarse ahora algunos puntos aislados.
Asi, por ejemplo, he de hablar aún de la duración prolon­
gada de la erección después de eyacular, que puede provocar­
se, fortuitamente, por medio de una fuerte contracción de
la musculatura vulvovaginal, especialmente en aquellos casos
. en que una mujer que responda apasionadamente tiene un
orgasmo más tardío o muy prolongado. Entonces el anillo
vulvar puede ejercer (por efectos del conatrictor cunni) una
presión muscular tan fuerte sobre la base del pene, que re­
sulta impedido el ligero relajamiento que suele iniciarse in­
mediatamente después, lo que, como es natural, tiene para
la mujer, en tales circunstancias, grandes ventajas. Pero en
caso de que este efecto muscular resultase demasiado pro­
longado o demasiado acentuado, podrían producirse trastor­
nos, ya que puede verificarse un excesivo aumento del volu­
men del pene, siendo difícil, y a veces muy doloroso, retirar
dicho órgano de la vagina.
Lo mismo puede decirse del efecto que produce sobre el
pene el levator vaginas, de emplazamiento superior al haz
muscular que rodea la vagina. Su efecto resulta también
fisiológico, previsto por la Naturaleza, pues sirve para aumen­
tar sensaciones de ambos copartícipes de esta unión camal.
En las circunstancias especiales que ac^bo de mencionar, pue­
de este músculo resultar capaz de prolongar también la du­
ración de la erección del miembro viril, procurando de esta
manera a la mujer una evolución satisfactoria de su orgas­
mo. Tal estado puede ser debido a contracciones volunta-
ruis, intencionadas, de dichos músculos, o producidos por vía
refleja, resultando entonces contracciones más o menos pa­
tológica:.. En este caso particular, el efecto útil puede con­
vertirse tn pernicioso, sobre todo cuando se presenta un ca­
lambre involuntario, persistente, que proporciona’dolores a
ambos cónyuges, conduciendo, en casos extremos, a la es­
trangulación del pene (penis captivas — pene cautivo; com­
párese él proceso normal del coito en la especie canina).

La. circuncisión, en el hombre, parece que ejerce una


influencia esencial en lo que respecta a su facultad para el
coito. No me refiero a su potencia, su capacidad sexual, sino
de un modo exclusivo a la excitabilidad del glande del pene.
No es tarea fácü adquirir datos concretos respecto al particu­
lar, ya que no admite comparación alguna en los pueblos en
los cuales la religión obliga a todos los varones a tal proce­
der, Cosa diferente resulta con ciertos pueblos primitivos, que
hacen frecuentemente uso de la circuncisión sin que esto sig­
nifique una obligación impuesta por sus créeneiás. Desde
este punto de vista resulta de gran interés una comunicación
de Friecleriúi, que dice, en la obra: Escritos sobre la etnolo­
gía e investigaciones lingüística# de la Nueva Guinea alema­
na, Suplemento 5): “Los muchachos indígenas que se reú­
nen en las estaciones i y en las plantaciones hablan muchas
veces entre sí de tales cosas, y saben perfectamente que sus
compañeros que han sufrido la circuncisión, poseen mucha
menor sensibilidad en el glande que aquellos que no han sido
circuncidados. Los primeros confiesan libremente que nece­
sitan mucho más tiempo para lograr la eyaculación ‘que sus
compañeros.” Fehlinger opina, en su obral (La vida sexual
de los pueblos primitivos, editada por Kabitsch, en Leipzig,
1921) ; “La finalidad de la circuncisión debe buscarse, pro­
bablemente, en la prolongación y el retardainiento del acto
carnal, ya que el glande, desprovisto de su cubierta, resulta
menos sensible que el glande recubierto.'
*
De todo cuanto he dicho en capítulos anteriores, tal
alteración resultará, para la mujer, indudablemente bene­
ficiosa. Sabido esto, no debe sorprender hallar, tanto en la
literatura antigua cómo en la moderna, mujeres que inten­
taron equilibrar sus deseos sexuales con sus correspondien­
tes satisfacciones, y que, después de no haberlo conseguido
en sus relaciones con otros hombres, se entregaron a un
circuncidado.
Es difícil distinguir si el hombre ha perdido por la dis­
minución de la sensibilidad del glande parte de su goce se­
xual, o si para él significa la prolongación del acto un áu-
mentó de su deleite.
Es indudable que, por regla general, para los pueblos
primitivos, y en'especial los orientales, la pérdida del pre­
pudo, tanto desde este punto de vista como por otras razo­
nes, tiene una gran ventaja, pues ellos dan importancia su­
ma al hecho de la prolongación dél coito. Tal vez puede
desempeñar aquí un papel especial la inclinación humana
de gozar todo deleite lo más profundamente posible, y mu­
cho más aún el deseo de aumentar toda una serie de sensa­
ciones voluptuosas en concordancia con potencia, ya que di­
chos aumentos siempre nos parecen demasiado breves. Con­
sidero tal anhelo como completamente normal (desde el pun­
to de vista sexual fisiológico), máxime porque se manifiesta
en todo ser humano sexualmente sano (y mucho más en el
hombre), consciente o Inconscientemente. Un factor más Im­
portante aún, es la actividad psicológica de los pueblos primi­
tivos, los cuales, aunque desprecian por demás a la mujer,
considerándola como de su posesión absoluta y tratándola
como una bestia de carga, dan más importancia al deleite
sexual que ellos proporcionan a la mujer, que el hambre co­
mún de los países civilizados.
El hombre primitivo sólo está satisfecho de sí mismo y
de la evolución del coito realizado, cuando la mujer se ha
sentido plenamente satisfecha. Está contento —he aquí a
un cabal "Don Juan contemporáneo”—, no por el goce que
ha sentido, sino por el deleite que ha proporcionado W,
Y el orgullo, la vanidad de ser un compañero deseado
en las relaciones sexuales, representan para él razones más
que importantes para hacerle apreciar la circuncisión que
experimentó.
Ahora bien: el deseo de prolongar el acto camal puede
(1) Uarcel Barriere, en m Stfai sw U fionjuantone Contcmporain (Pule
1922). atscribt el alma del moderno seductor, mi «orno «u técnica, de modo ver­
daderamente maravilloBo, usando * vece» un lenguaje embriagador. Este "moder­
no Don Juan", que no ve en manera alguna, como eu prototipo, une parte esen­
cial de su sistema en el abandono, en el desprecio de la mujer. Bino que no
piensa en otra cosa que en el despertar, en hacer gozar a sus "victima»'
* puede
compararse fácilmente con el primitivo hombre oriente!. Pero cualquier lector
experto hace, sin querer, dicha comparación, aunque el autor haya omitido ha­
cerla.
conducir a excesos, no solamente en sentido positivo, es decir,
bajo la forma de repetidos orgasmos seguidos, y no interrum­
pidos (pues tal proceder puede considerarse como prolonga­
ción del primer acto), sino también en sentido negativo, es
decir, reduciendo intencionadamente las excitaciones produ­
cidas por el coitc, v retardando, por lo tanto, la eyeculación
de tal modo que, al zinal, ya no existen las excitaciones, ha­
biendo dejado el coito de ser coito, en la verdadera signifi­
cación de la palabra.
En mi opinión tales abusos han comenzado cuando el
hombre recurre para distraer su atención a medios artificia­
les tales como comer, beber, fumar, etc. (lo mismo que, por
supuesto, cuando conscientemente aleja los pensamientos de
sus sensaciones y disminuye así el estimulo cerebral que con­
tribuye en gran parte al orgasmo).
Aunque tal desviación del pensamiento a fin de que 33
retarde la aparición de la eyaculación ya significa en sí cierto
peligro para la estética psíquica de la cópula, sin embargo,
dicho sacrificio puede contribuir a las propias sensaciones
voluptuosas a favor de la mujer, para hermosear las relacio­
nes sexuales entre ambos cónyuges, resultando entonces más
que compensada dicha falta de estética. Visto así, no tengo
inconveniente en recomendarlo, tal como lo hice en páginas
anteriores; pero tan sólo cuando sirve para compensar por
dicha desviación del pensamiento un eventual retraso en las
sensaciones de la esposa, No obstante, para un empleo siste­
mático, y cuando existen desproporciones muy acentuadas
en las excitaciones, tiene entonces dicho método grandes in­
convenientes y resulta más adecuado substituye por otros
medios compensatorios,
¿Y acaso la habitual exageración del coito prolongáis
que practican los hindúes, javaneses y otro pueblos orienta­
les proporciona a la mujer, realmente, el más amplio grado
de placer, extraído de la fricción fúlica en la vagina? Me in­
clino a dudarlo, ya que la deliberada distracción de la aten­
ción del hombre ha de implicar probablemente cierto grado
de pasividad local o, al menos, una disminución en la fre­
cuencia y vigor de los movimientos fálteos.
Por razones estéticas, no entra en cuestión este procedi­
miento para los hombres civilizados de raza blanca, o tan
sólo excepcionalmente o bajo la forma larvada, después de
la cópula correcta.

En lo que respecta a la estética, no puede objetarse na­


da contra el exceso más acentuado en el retardamiento de
la eyaculación, mientras que, mirándolo desde el punto de
vista fisiológico, debe considerarse como un verdadero abuso,
aunque en sentido negativo. Se trata de una inmisio penis
sin eyaculación, o, como ya dije en capítulos anteriores, una
unión carnal, sin llegar a ser cópula. Ignoro si tal sistema
procede también de las razas de color, pero creo recordad-
haber leído que es costumbre entre los japoneses.
Havelock Bills menciona su sistematización por cfe ^s
sectas de Norteamérica. Alice Stocklam ha propagad j este
método en su libro titulado Kareasa i1», y Marie Stop;s, men­
ciona tal maniobra (por cierto sin recomendarla) Je modo
detallado en su libro Married Lave (Amor conjugal) <«>:
“Después de excitaciones apasionadas por ambos cónyuges,
y luego de realizada la unión sexual, en vez de fomentar la
excitación por medio de movimientos adecuados, etcétera,
debe intentarse conseguir un completo repodo, tanto del cuer­
po como de la psique. Y dicho reposo ss logra cesando en
todo movimiento corporal y concentrar lo los pensamientos
en contemplar a la amada (al amado'. (He hecho resaltar1*3
(1) Agradezco ai señor Kurt Llebe, de -.¿detraigo. la noticia de "que esta
Clase de relaciones han sido creadas por el fundador de la secta americana Onel-
da". El médico de dicha secta, doctor J, H Noyes, ha defendido dicho método, y
ia doctora AJI ce B, Stocicham, médica de ^liloago. mostró interés por tales prác­
tica ».
(3) como quiera que en capítulos posterior»» volveré • citar dicho libro
(editado en IBIS por Putnam Sons, Ltd., de Londres), así como a su autora,
creo oportuno hacer constar que Mulé Stopes no ostentaba el título de Dr. med.,
sino loa de "Doctora en ciencias y de “Doctora en Filosofía*'. Algunos profanos
considerarán su libro MarrieS Ljvc (Amor conyugal) como obra médica, tanto
más cuanto que muchos diarios, en sus anuncios, parecen inclinarse a tal mis­
tificación- Tal proceder, por parte de la prensa, produce efectos contrarios, pues
el escrito en cuestión, tsu difundido, contleu» pensamientos dignos de ser te­
nidos en cuenta y merecedores a la ves de aplauso. Sin embargo, contiene tam­
bién (como más adelanto veremos), consideraciones y creencias que, al leerlas,
dan a conocer inmedia Lamente al médico (y, sobre todo, al ginecólogo) que tal
etorito no puede ser nunca obra de una colega, mientras que el profano, creyen­
do que se trata de una autoridad doctoral, da importancia suma a tales me-
infestaciones entusas.
la última parte de la frase porque tales palabras constitu­
yen para mí una prueba a favor de mi tesis de que dicho
procedimiento no adolece de algún defecto en lo que se re­
fiere a la estética psíquica, sino que resulta todo lo contra­
rio). .“Todos aquellos que se extasían por completo en sus
pensamientos, llegan al extremo de impedir a todo trance
una eyaculación, mientras que otros recurren al mismo mé­
todo para prolongar, en lo posible, el intervalo entre .dichas
eyaculaciones.,“Existen matrimonios en los que -el marido
está dotado de tan escasa inclinación sexual, que sólo raras
veces puede realizar el coito normal, sin que por rilo resulten
consecuencias graves para su estado de salud. Cuando seme­
jante marido tenga por compañera a una mujer con impul­
so sexual hiperdesarrollado y que anhele, por consiguiente,
frecuentes relaciones sexuales, o bien es él quien debe sufrir
en tales contactos, o es ella la que sufrirá con sus negativas.
Es muy posible que a tales personas, precisamente, pueda
proporcionar el método Karezza la salud, y, a la vez, la paz,
cosas ambas tan necesarias para ellos, preservando así la
energía vital del marido para ahorrarle sufrimientos y, brin­
dando, por otra parte, a la mujer, la sensación del amor car­
nal y la tranquilidad nerviocorporal .que tanto necesita’*.
> Aunque no es mí costumbre (y menos aún en esta obra)
citar opiniones y teorías con el fin de rebatirlas (pues tal
sistema sólo conducirá a muchos de mis lectores no profe­
sionales a una desorientación manifiesta), he citado, sin em­
bargo, con tanto detalle en este capítulo a Marie Stopes, para
explicar, usando las-propias palabras de la autora, cómo un
ser humano inteligente ,y hasta' eminente, puede dejarse lle­
var a conclusiones absurdas cuando se atreve a pisar un te­
rreno que no'domina.
Aparte de otros aspectos de esta referencia, que hacen
que el especialista mueva negativamente la cabeza al leerlos,
la explicación dé la Dra. Stopes culmina can una cfmtraüic-
ción qúe es inmediatamente evidente, aun para el lector no
médico que haya comprendido y asimilado-lo expuesto en
este libra
Después de excitaciones apasionadas por parte de am­
bos cónyuges,' y lluego de realizada la unión sexual, ¿cómo
esperar para lá mujer “un completo reposo, tanto, del cuerpo'
como de la psique (1), sin que hombre y mujer sientan la sa­
tisfacción .orgástica, libertadora y relajadora a la vez? Re­
sulta todo esto, en realidad, un absurdo desde el punto de
vista fisiológico, ya que de esta manera jamás puede lograr­
se, al menos en seres humanos normales, tal reposo. Todo
lo contrario: el empleo de tal método, sobre todo cuando se
efectúa sistemáticamente, conducirá de un modo indudable
a una sensación permanente y siempre progresiva de des­
contento y subsiguiente (y también progresiva) .irritabilidad
(tanto para la psique como para los órganos sexuales). Ya he
hablado en capítulos anteriores de los efectos nocivos de tales
procedimientos. De modo que me veo obligado a levantar mi
voz de alerta en lo que respecta a Karezza y quiero explicar
que el motivo que me ha obligado a tratar con tanto detalle
este libro es que el sistema Karezza suele usarse con bastan­
te frecuencia entre cónyuges, con fines anticoncepcionales,
y por que la obra de Stopes está muy difundida, tanto en el
texto original como en su traducción a varios idiomas (2>.
Mi advertencia no pierde fuerza alguna cuando confieso
que tal unión conyugal (sin serlo en su esencia) puede re­
sultar provechosa para el marido de acentuada subexcitación
y la esposa en igual estado. No importa que esta subexcita­
ción en ambos cónyuges sea disposición natural o efecto de­
bido sólo a un cansancio temporal excesivo. Puede hacerse
uso del método sin peligro alguno, toda vez que sus deseos
amorosos exigen ún contacto muy íntimo de los cuerpos,
aunque falte entonces el impulso de satisfacción sexual tí­
pico.

Aún falta por tratar otro punto importantísimo, sobre


todo en relación con las observaciones técnicas, que luego sé
tratarán con más detalle; Me refiero a las dimensiones de
los genitales de ambos participantes.12
(1) En el anúlele'.de dicha expresión, m neceentria mucho tiempo el se
qutelera averiguar la que lia querido expresar con tales palabras la autora, y
hasta sospecho qué ella misma tendré sus dudas; creo que hg querido d)ut
expresión a una especie de sensación de tranquilidad, un cese de tensión', íf -•
(2) A fin de no tratar a aleña autora injustamente, repitá que la isflora
Stopes no era ferviente partidaria del método Karttna, sin uer,< «in' embargp,
manifiestamente contraria a él* Y aquí esté precisamente el punto crítico, que
considero como peligrosísimo para alguno de míe lectores. ’ '
La vagina tiene, aproximadamente, en estado de reposo,
una longitud de 7,5 a 10 centímetros. El número citado en
primer lugar nos indica la longitud de la pared anterior, es
decir, hasta la parte vaginal del útero, y el segundo, hasta
la bóveda vaginal posterior'. De manera que podemos admitir
como profundidad utilizable del canal de copulación un pro­
medio de 10 centímetros.
El pene, tiene en estado de erección, una longitud media
de 15 centímetros.
Aun suponiendo un volumen tipo medio en ambos cón­
yuges, existe, sin embargo, entre los órganos de copulación
del hambre y de la mujer, una diferencia longitudinal bas­
tante apreciable.
¿De qué modo se compensa esta diferencia tan manifies­
ta? En primer lugar, por el solo hecho de que el pene no
suele introducirse en toda su longitud en la vagina. Sólo en
determinadas posturas, adoptadas por los cónyuges, penetra
este órgano más profundamente en la vagina, es decir, casi
por completo, hasta el punto de inserción pelviana. En se­
gundo lugar, suele compensarse por la elasticidad propia de
la vagina. Aunque individualmente sea diferente, en gene­
ral resulta muy considerable.
Ahora bien; hay que tener en cuenta que la contracción
de la musculatura de la pared vaginal (y especialmente la
de la capa de fibras longitudinales) puede producir un efec­
to contrario al deseado, es decir, acortar dichas dimensiones.
En general, no obstante, la elasticidad longitudinal suele te­
ner mayor probabilidad de manifestarse. Pero en personas
de fuerte desarrollo de su musculatura vaginal, de un modo
especial cuando se hallan en excitación sexual acentuada,
y de un modo particularísimo en el instante en que se pre­
senta el orgasmo, dicha dilatación resulta muy escasa, de
modo que tal desproporción puede resultar aún más mani­
fiesta cuando se introduce simultáneamente y de un modo
profundo el, pene en Ja vagina (por ejemplo, en posturas y
posiciones especiales de ambos cónyuges, aunque ambos ór­
ganos sean de "dimensiones corrientes). Si a esta desigual­
dad se añade aún un proceder intempestivo, puede producir­
se un desgarro vaginal, sobre todo en la profundidad de di­
cho órgano.
Por fortuna, tal acontecimiento resulta, en condiciones
normales, sumamente raro. Sin embargo, no puede negarse
su existencia, y siempre es bueno tener en cuenta tal posibi­
lidad. Huelga decir que este peligro es tanto mayor cuanto
mayores son las diferencias existentes en dichos órganos de
copulación. Entre estas anomalías hay que inJuir, en pri­
mer lugar, la deficiente elasticidad de la pared vaginal, como
ocurre en los casos de infantilismo o durante la vejez, aun
cuando también puede deberse su origen a enfermedades.
Pertenece a este capítulo la consistencia peculiar, muy pro­
pensa a desgarros, que sufren los tejidos durante la época
del embarazo, y más acentuadamente durante el puerperio.
Finalmente hay casos de una marcada desproporción física
cuando un pene muy grande se encuentra con una vagina
pequeña, pero aun así ello no hace a menudo que el coito
satisfactorio para ambos deba ser descartado.
No obstante, no debemos ignorar el serio peligro que
entraña una combinación de varias circunstancias, por ejem­
plo, desproporción absoluta, excitación vehemente, proceder
intempestivo y, sobre todo, vulnerabilidad vaginal, todo lo
cual puede conducir a una ruptura de la vagina que ponga
en peligro la vida de la nujer. Este riesgo se debe a que las
hemorragias que sobrevienen a la ruptura tienen lugar gene­
ralmente en el fórnix y afectan las delicadas membranas del
peritoneo (ver Figura 2).

Ni de la estructura del cuerpo ni de su talla cabe hacer


deducciones respecto a las dimensiones del pene o de la va­
gina, siendo éste un inconveniente de gran importancia, ya
que demasiado tarde —después de la boda— resulta que un
hombre y una mujer de casi idénticas dimensiones corpora­
les, no se adaptan el uno al otro, desde el punto de vista que
me ocupo. Sorprende el hecho de que un matrimonio de un
hombre alto y fuerte con una mujer pequeña dé magnífico
resultado en cuanto a la parte sexual. ES indudable que el
hombre desempeña aquí el papel de protector, que se mani­
fiesta más cuanto mayores son tales diferencias, con exceso
de cuidado, protección y cariño. A veces sorprende, en ver­
dad, en qué alto grado pueden responder las mujeres de muy
baja estatura, sin dificultad alguna, a las grandes exigencias
matrimoniales copulativas: capacidad para albergar el miem­
bro y elasticidad de su vagina. Es sabido también que las
mujeres de este tipo resultan en general, muy aptas para
las funciones sexuales. No sólo me refiero a su adaptación
y conducta durante el coito, sino también a su propiedad
de resistir toda clase de dificultades, tanto corporales como
psíquicas, sin contar los enormes esfuerzos que realizan, con­
secutivos a todas las funciones sexuales (menstruación, em­
barazo, puerperio), así como su peculiar propiedad para dar
a luz y lactar, pudiendo llegarse a la conclusión de que las
mujeres de talla reducida tienen y ofrecen mayores posibili­
dades para ser esposas ideales. Pero esto sólo es asi cuando
esa baja estatura está perfectamente proporcionada y el des­
arrollo sexual es adecuado. Cuando la escasa altura se de­
be a cualquier forma de anormalidad es más que probable
que los genitales muestren estructural y funcionalmente se­
rios defectos en uno u otro sentido. Algunas formas de in­
madurez sexual femenina son debidas a defectos físicos, al­
gunos de origen hereditario, otros derivados de una inade­
cuada actividad hormonal que impide el crecimiento y desa­
rrollo de los órganos sexuales, de manera que el útero per­
manece pequeño, angosto y fibroso. No obstante, la mayor
parte de las dificultades en las relaciones sexuales surgen de
factores psíquicos de la personalidad de la mujer. Una inma­
durez mental o una condicionada respuesta inconsciente de­
bida a algún olvidado temor de la infancia, niñez o adoles­
cencia, pueden manifestarse como frigidez, vaginismo (espas­
mo de los músculos de la vagina que hacen el coito difícil
o hasta imposible) o desórdenes menstruales. En forma ex­
trema, estos factores psíquicos pueden hacer que la mujer
sienta verdadera repulsión por todos los aspectos del coito.
Las formas más leves de estas dificultades se curan con pa­
ciencia, amor y comprensión mutuos. Las relaciones ma­
trimoniales, particularmente al principio, necesitan de cui­
dado y gentileza y es la habilidad y comprensión del marido
lo que hará que su esposa pase de los temores y dificultades
iniciales a los placeres de una cópula madura.
Muy raramente la aversión al coito y al juego erótico
es tan fuerte y está tan profundamente arraigada que nin­
guna medida ni tratamiento paliativo pueda mejorar tal si­
tuación. Resulta casi imposible imaginar que una mujer de
tal condición llegue al matrimonio. Pero este tipo de trage­
dia humana puede ocurrir y cuando ello se produce es ur­
gente obtener el consejo del psicólogo experto. Aun asi la
perspectiva está lejos de ser optimista.
Antes se creía que un examen médico pre-matrimoníal
podía evitar la catástrofe de tal relación, pero el tiempo ha
demostrado que ello no responde a la mujer con dificultades
psíquicas. Mejor lo hace una educación sexual temprana im­
partida libre y abiertamente como parte de la educación es­
colar en una edad anterior a la pubertad y a su consecuente
complicación emocional. El examen médico como paso volun­
tario preliminar al matrimonio es mejor reemplazarlo por
exámenes médicos periódicos dirigidos a la salud general más
que a los óiganos específicos.
Volviendo al tema de la variación de proporción en los
genitales del individuo debe decirse que el desarrollo inade­
cuado en el hombre es más bien raro, aunque puede hallarse.
Al combinarse un pene pequeño con una vagina grande la
fricción coital normal difícilmente será suficiente para pro­
ducir el orgasmo, y la que sufriría en ese caso sería la mujer
más que el hombre. Es más frecuente un órgano masculino
excesivamente grande que no muy pequeño, aun cuando son
raros los casos extremos. Ello es evidentemente hereditario
y parece darse en familias. También es racial. Los negros,
por ejemplo, disponen de un miembro más largo y masivo
que los blancas y hay entre ellos muchos más casos de “gi­
gantes fálleos'' que entre los blancos. En conjunto, un falo
de tamaño extraordinario debe ser más agradable a la mujer
a causa del aumento de presión y fricción en el coito. Sólo
puede ser considerado una desventaja cuando la vagina es
infantil o al comienzo de las relaciones sexuales. Pero in­
convenientes físicos en este aspecto de la vida matrimonial
son raros y los hombres que se sepan dotados en forma exce­
siva por la Naturaleza deberán tener particular cuidado has­
ta tanto tengan la seguridad de que no causan daño alguno
a su esposa.
Una vagina demasiado amplia no es causa de trastorno
en las relaciones sexuales, aunque debe confesarse que para
el hombre los encantos resultan menores. Tampoco le es in­
diferente al varón él ensanchamiento que sufre la vagina y
su introitos, a consecuencia de partas repetidos. Tales incon­
venientes, sin embargo, son fáciles de prevenir, por cierto,
de manera muy amplia (remito al lector a todo cuanto se
ha dicho en-el capítulo IV, respecto a la sutura del perineo
después de desgarros, y en el capítulo V, en lo que se refiere
al ejercicio de los músculos correspondientes). Además por
medio de la técnica adoptada durante el coito, puede lograr­
se, en estos casos, una compensación bastante amplia.
Si a pesar de todo, existiese una disminución en las exci­
taciones, entonces no cabe más remedio que aceptarlo como
inevitable, tal como hacemos con otras cosas: la vejez, la
muerte. Y una redoblada ternura, una devota atención y un
compañerismo psíquico y mental compensan lo que la vida
se ha llevado.
Capítulo XI
EL COITO
TERCERA PARTE
Colocación y posturas durante el coito
Son de máxima importancia, durante el coito, la posición
y la conducta que adoptan los cónyuges.
Desde el punto de vista científico y práctico, no tiene
finalidad alguna enumerar aquí los centenares de posiciones
célebres reproducidas en los libros de amor de origen orien­
tal. Pero sería igualmente erróneo dejar de tratar esta cues­
tión, ya que ella tiene una gran importancia práctica res­
pecto a:
a) El aumento de placer sexual;
b) La prevención de daños y peligros;
c) El control (fomento o prevención) del embarazo.
En resumen, en lo que se refiere al último punto, puede
decirse: toda ejecución del coito que provoca el orgasmo del
modo más intenso posible, y casi simultáneamente, en ambos
cónyuges, aumenta dicha posibilidad. Una posición que per­
mite depositar el semen eyaculado en el fondo de la vagina,
favorece la inmediata recepción de los espermatozoides en
el útero, mientras que si el esperma se deposita sólo en el
sector inferior, existen menos posibilidades de fecundación.
Una posición de la mujer que dé por consecuencia la persis­
tencia de la masa espermática en las proximidades del ho­
cico de tenca, aunque el orgasmo haya pasado, aumenta las
probabilidades de que aquélla quede embarazada. Iguales
ventajas pueden conseguirse dejando el pene colocado den­
tro de la vagina, después de la eyaculación, pues de este mo­
do actúa como cierre o tapón. Pero se reducen considerable­
mente tales ventajas en las posiciones en que el esperma sale
seguidamente de la vagina u).
<1> Con todo cuanto n * expuesto, en modo alguno disminuyo le impor­
tancia de los factores citados en capitulo
* anterioras. la recepción directa de
los espermatozoos por ip coparticipación del útero en el orgasmo, el movi­
miento activo de los espermatozoo» y su enorme vitalidad, debido a la cual, aun­
que procedentes de una escasa masa espermAtlca. pueden penetrar al cabo de
mucho tiempo, y después de haber recorrido largo trecho, en la vagina, comí-
Por medio de una posición y método adecuados, pueden
evitarse ciertas dificultades para el coito debidas a particu­
laridades corporales de los cónyuges (por ejemplo, hincha­
zón abdominal a causa del embarazo, o capa adiposa muy
acentuada). De igual modo pueden evitarse ciertos peligros
que, bajo determinadas circunstancias, existen para la mu­
jer durante el coito (desproporción de los genitales, propen­
sión a desgarros tisurales debida a embarazo, etcétera), o al
menos puede reducirse el riesgo a un grado mínimo, mien­
tras que este mismo peligro puede aumentar considerable­
mente por posiciones inadecuadas.
La intensidad de las sensaciones voluptuosas depende,
por último, y en alto grado, de la posición y conducta que
se observen durante el coito.
Pero no basta esto. Pues el modo, así como la localiza­
ción de los estímulos provocados por la posición que adopten
ambos cuerpos, hacen variar en intensidad, no sólo las sen­
saciones producidas por dichas excitaciones, sino, y de un
modo especial, la ciase y el carácter. Así la variedad es po­
sible en el coito y, como el mundo antiguo ha testificado en
numerosos aforismos w, ningún placer es posible en el uso
sostenido y repetido, a menos que se introduzca una adecua­
da variedad y diferencia. Por ello el tema de nuestro presen­
te estudio tiene Importancia considerable para la felicidad
o el infortunio de la vida matrimonial.
POSICIONES
Hay dos posiciones principales para el coito: la primera,
a saber, aquella en que el hombre y la mujer se hallan fren­
te a frente <2> o posición conversa (o anterior) y la segunda,

nando luego directamente hacia tu fin, el Útero (hacia el óvulo, que te encuen­
tra en el oviducto), ton elementos importantes por excelencia. Loa factores qtw
acabo de menClonar causan un efecto favorecedor o contrario, pero en alertos
casos pueden ser decisivos.
(1) Publlus Oyrus: ",, Nlhll est jucundum, quod non reflcit varlntum".
(2) Una tercera posición, anterior-lateral, corresponde tanto para el hom­
bre como para la mujer, tan poco a las condiciones anatómicas, que únicamen­
te puede emplearse como variante completamente fortuita; no tiene *m » ven­
taja» que la de la novedad y ofrece, en cambio. *Innumerable *Inconveniente
.
El favor de que goza entro *lo *mahometano
, cuando se trata de fecundar el
útero desviado, *e funda en una ignorancia completa de la anatomía.
en la cual el hombre' está de1 frente pero la mujer se halla
de espaldas, o sea la posición aversá (»; 'posterior o de coitus
a tergo.
En cada una de estas dos principales posiciones son po­
sibles diversas actitudes o posturas, muchas de ellas muy
prácticas y eficaces desde nuestro punto de vista.
Varios autores consideran la segunda posición como la
más natural por razones filogénicas. Por lo que a mí respec­
ta, considero que, dada la estructura anatómica del hom *
bre, la primera posición es la más natural; sólo con ella se
compensan las ligeras incurvaciones de los órganos de copu­
lación (de la vagina hacia adelante y del pene hacia atrás).
Pero esto no quiere decir que la segunda posición deba ser
considerada como antinatural o inferior, desde el punto de
vista fisiológico.
Vamos a considerar a continuación las diferentes pos­
turas o colocaciones, siempre y cuando tengan una impor­
tancia fisiológica principal, a fin de analizarlas, formulando
su indicación a base de dicho análisis; es decir, vamos a deter­
minar en qué casos y para qué fines resultan apropiadas, o
cuándo producen el efecto contrario.

A. PRIMERA POSICIÓN. — CONVERSA, CARA A CARA


Hay seis clases de posturas (o modos de colocarse) que,
debido a su variedad esencial, debemos tener en cuenta al
tratar de la posición que me ocupa,
I. — Postura habitual o media
Tal posición, es la siguiente:
La mujer está echada sobre el dorso, los muslos abiertos
y ligeramente ftexionados. El hombre, colocado encima, dis­
minuye más o menos su peso apoyándose sobre el lecho con
los codos y las rodillas, manteniendo las piernas entre las
de su esposa.
Por regla general, esta posición satisface tanto las exi­
gencias fisiológicas como las psicológicas. Satisface, sobre
todo, estas últimas, porque responde a la sensación anhela­
(1) O posición de huid» y persecuclóa.
da por el hombre de poseer y de proteger, a un tiempo, a su
mujer, y los correspondientes deseos psíquicos de ésta. Esta
posición, como algunas de sus variantes, permite asimismo
a la pareja la oportunidad de aumentar los encantos de la
cópula, por medio de besos y caricias, reforzando el deleite
corporal y psíquico por el intimo contacto de ambos cuerpos.
Frente a tales ventajas, en dicha postura normal, hay
que considerar, como cierto inconveniente, el peso del cuer­
po del hombre, que en caso dado puede resultar excesivo.
No hace falta entrar en detalles sobre ello, ya que ésto se
deduce de la práctica; pero quiero hacer resaltar tan sólo
que la presión externa, acentuada sobre el útero grávido,
puede ser un inconveniente (aún en la época en que el au­
mento del abdomen no sea muy manifiesto), haciendo de
ésta una posición evidentemente contraindicada.
Las excitaciones que se producen en “posición normal”
y en cónyuges normalmente excitables, han de ser forzosa­
mente “normales”, es decir, de intensidad media y suficien­
tes para producir la evolución regular de los reflejos, tanto
en el hombre como en la mujer. Es también media la inten­
sidad de las sensaciones amorosas despertadas por tal coito.
En el caso de ser el pene de dimensiones relativas, o ab­
solutamente reducidas, la excitación no será suficiente las
más de las veces.
II. — Postura tendida
Variación a)
Puede haber, en este caso, una variación de la postura
antes descripta.
Una vez realizada la introducción del pene, en posi­
ción normal, unirá la mujer ambos muslos, estirando las
piernas, de tal modo, que los muslos del marido sean los que
tengan aprisionados a los de la mujer.
El hombre consigue con dicha variación, dos ventajas:
aumento de la excitación (en modo menos fino, pero más
eficaz) sobre el cuerpo peniano, y suficiente seguridad de
que el pene no se desliza de la vagina.
Cuando el pene, en si, no es de dimensiones tan reduci­
das, sino que carece de la debida erección (sea tal defecto cró­
nico o solamente temporal, como ocurre, por ejemplo, des­
pués de repetidos actos sexuales), resulta dicha posición su­
mamente ventajosa para él, por tres razones; aumenta el
roce de la base peniana sobre el arco pubiano de la pelvis,
más acentuadamente inclinada para su debido efecto; segun­
da: los labios mayores se hallan comprimidos con más fuer­
za, y, tercera: las superficies internas de los muslos cooperan
en esta suerte, por estar más fijamente cerrados. Otra in­
fluencia ventajosa es debida a la congestión de la sangre,
que se produce por la presión que ejercen todas estas partes,
lo que, a su vez, produce un aumento en la erección.
En dicha posición, tiene la mujer la ventaja de un au­
mento de excitación sobre la vulva y sobre el introitus va­
ginal. Además, se halla el clítoris mucho más expuesto a
tales sensaciones, debido a los roces que ejerce el pene sobre
dicho órgano, pues una erección aumentada del miembro vi­
ril tiene gran influencia sobre aquél.
El único inconveniente de esta postura es que el pene
no puede penetrar a tanta profundidad dentro de la vagina.
Esta posición, tendida, con las piernas cerradas, puede
ser adoptada desde el principio del coito, asi como inmedia­
tamente después de la eyaculación, a fin de retener el esper­
ma dentro de la vagina, manteniendo entonces la mujer los
muslos fuertemente unidos y quedando el pene dentro de Ja
vagina.

Aun puede acentuarse la posición tendida del cuerpo de


la mujer, por medio de una almohada dura colocada bajo
la región lumbar (no más abajo para que no se produzca un
efecto contrario); es preferible usar una almohada redon­
da y dura, en vez de alargada y blanda, aumentándose aún
más dicho efecto cuanto más gruesa sea ésta, La consecuen­
cia de tal extensión o hiperextensión de la columna vertebral
lumbar, es una inclinación más acentuada de la entrada
pelviana, en virtud de cuya maniobra desciende el arco pu­
biano, y junto con el mismo el clítoris, de modo que el dorso
del pene adhiere con más fuerza (que en la posición exten­
dida corriente, que he descrito en primer lugar) a los geni­
tales de la mujer, produciendo, por consiguiente, estímulos
más acentuados. Como es natural, las piernas de la mujer
deben hallarse, en dicha posición, colocadas de plano; para
conseguir el efecto de extensión de las mismas, no importa
que estén abiertas o cerradas. Una flexión de las caderas
disminuiría la inclinación pelviana y anularía, en parte, la
ventaja conseguida con la aplicación lumbar, antes citada,
de la almohada. . •
La mayor inclinación pelviana se logra con una hiper-
extensión no sólo de la columna sino también de las caderas,
dejando las piernas colgando.
Segunda posición tendida, Suspendida (Variación b>:
Tal extensión extrema no tiene objeto en el coito y has­
ta lo haría imposible. Pero algunos tratados orientales sobre
erotismo recomiendan una pastura basada en los mismos
principios, aunque menos forzada, especialmente para facili­
tar la desfloración del himen. Esto es muy interesante des­
de el punto de vista científico y puede ser útil en la prác­
tica médica.
La mujer se halla, en dicha posición, hechada, con la par­
te inferior del sacro encima, o .si es posible, un poco fuera del
borde de la cama, teniendo el tronco echado fuertemente
hacia atrás, mientras que las piernas, ligeramente separadas,
cuelgan hacia abajo, hallando los pies corto apoyo (el borde
de la cama no debe ser demasiado blando y ha de hallarse
a una altura suficiente para mayor comodidad del hombre).
Se coloca entonces éste entre las rodillas de la mujer, en pie.
Una posición realmente supina es, por supuesto, imposible,
con la mujer en tai ángulo. En la práctica, dicha posición
vertical se convierte en oblicua, a consecuencia de la incli­
nación que el hombre da a su cuerpo, apoyándose con ambas
manos sobre el lecho, a uno y otro lado de su esposa.
• Ahora bien: ¿cuál es el efecto que se logra con tal po­
sición? ¿Por qué razón se la recomienda, de un modo preci­
so, para el acto de la desfloración? Los códigos de amor a
que antes he hecho referencia nada nos dicen sobre este par­
ticular. Y, sin embargo, este modo resulta racional y deriva
como resultado de la intuición y de la experiencia empírica
de los siglos.
Teniendo presentes las relaciones anatómicas, creo que
tal proceder se explica, más que por un aumento de estímulo
del clítoris, por el hecho de que el pene queda forzado duran­
te el acto de introducción en la vagina, debiendo ceder en
su posición vertical y adoptando más bien una posición hori­
zontal, lo que produce cierta presión sobre ¡a vagina. De.
esta manera, el órgano queda fuertemente comprimido, a cau­
sa de su propia elasticidad y la de su cabeza, contra el arco
pubiano de la mujer, y el glande se desliza de esta suerte a
lo largo de la pared anterior, dentro del orificio de la vagina,
quedando al principio distendido tan sólo el borde del hi-
men, El desgarro completo sólo se fectúa cuando atraviesa
dicho lugar la parte tnás gruesa del pene, mientras que en
la posición normal el desgarro de la membrana himenal se
verifica por la presión de la punta del pene, ejercida desde
fuera, es decir, se trata de una presión más brusca, que por
lo mismo debe producir mayor dolor.
Huelgan aquí toda clase de comentarios, puesto que se­
mejante posición, a pesar de resultar muy adecuada, no pue­
de entrar en consideración para los recién casados de nuestra
raza. Sin embargo, de todo lo dicho es fácil desprender la
consecuencia de que el glande debe introducirse durante el
acto de la desfloración con un movimiento resbaladizo lo más
adelante posible, a fin de realizar la destrucción del himen
por distensión y no por rotura brusca. El medio más sencillo
en la posición normal es que el marido se coloque de- modo
que su pene no penetre directamente dentro de la vagina,
sino atacando desde arriba, quedando oprimido por el arco
pubiano de la mujer.
La posición de hiperdistensión antes citada la he reco­
mendado, sin embargo, ocasionalmente (en caso necesario,
después de cierto tiempo de abstinencia), en los casos en que
el coito —a pesar de haber tenido lugar el desgarro hime­
nal— resulta difícil o imposible, ya debido a dolores, irrita­
ciones o, finalmente, inflamación de ia fosa navicular (fossa
navictilaris) <>>,
(1) La fosa navicular (/osas navicutarti) es aquel sillo dei vestíbulo que
6- halla Inmediatamente delante del frenillo labial (/renuluw labiorum, N *
ifl en la Figura 1). A reces resulta mayor de lo Indicado en la tabla. podiendo
representar una verdadera eacavaclán que se encuentra detrás de la Inserción
himenal. Cada vea que el pene tropieza de nuevo con dicho sitio se producen
el dolor y las demás molestias que acabo de mencionar.. . Cuando se quiere
que el consejo (de realizar en determinados casos el coito en posición tendi­
da, para no castigar la reglón himenal) dé buenos resultados, deben darse
claras explicaciones al marido para que sepa de qué se trata; caso contrario.
Por lo demás, dicha posición sólo debe ser considerada
como una variedad ocasional, ya que de esta manera se con­
centran las excitaciones de la mujer sobre su región clitoria-
na y la pared vaginal posterior, mientras que en el hombre
produce una gran sensación en los alrededores del frenillo
prepucial (frenelum prcerputii, N9 20 de la Figura 3) y sobre
el dorso del pene. Pero como quiera que puede lograrse el
mismo efecto en posición menos penosa para ambos cónyu­
ges, no resulta compensada por las ventajas de esta clase de
excitación la acentuada fatiga que lleva consigo la postura
que debe adoptarse para llevar a la práctica tal variedad de
coito.
Esta posición no favorece la recepción del semen por el
útero, ya que el pene sólo puede penetrar un trecho relati­
vamente corto y el fluido vuelve y sale por la vagina, dado
que el orificio vaginal está más abajo que la portio o cérvix.
ni. — Postura jlexionada
En oposición con ésta de extrema tensión, que nos ha
venido del cercano Oriente, encontramos la posición de ex­
cesiva flexión que adopta la mujer durante el coito y que
procede del extremo Oriente (posición favorita entre los chi­
nos, como podemos ver en las ilustraciones de sus Libros de
Navios). La forma extrema de esta postura consiste en que
la mujer, que se halla tendida sobre el dorso, coloca sus pier­
nas, flexionadas a la altura de las caderas, por encima de
los hombros de su marido U). De esta manera la mujer re­
sulta doblemente plegada durante la introducción del pene
por su marido, que se halla colocado encima de la mujer; la
región lumbar de la columna vertebral resulta entonces fle-
xionada hasta su grado máximo, colocándose la entrada pd-

exlste el peligro de que tal medid» produzca un efecto completamente con­


trario. ya que el pene, especialmente en caso de defectuosa erección, no se
desliga a lo largo, de la pared anterior penetrando en la vagina, sino que no
encuentra dicna entrada y roza precisamente en un sitio que no debe estar
expuesto a excitación alguna.
(1) También los clásicos conocían dicha posición, como nos lo prueban
los versos de Ovidio:
Mllanion bwneris Atalantes orura ferebat,
81 bonna sunt, hoc sunt acclplenda modo.
viana de modo muy pronunciado hacia arriba, de manera
que la vulva adopta la posición oblicuamente plana (en vez
de hallarse en posición vertical, como ocurre en la posición
normal), dirigiéndose la vagina casi en sentido vertical. Si­
multáneamente, y debido a la dilatación de la salida pelvia­
na, los tejidos del perineo ofrecen una tensión pronunciada.
En estas circunstancias, las excitaciones de la cópula re­
sultan, bajo muchos aspectos, muy diferentes a las descrip­
tas en las posiciones anteriores.
En vez de penetrar el pene a lo largo de la parte delan­
tera, se introduce deslizándose por encima del perineo. La
región clitoriana queda toda fuera del sector de roce. El glan­
de del pene sólo tropieza dentro de la vagina con la pared
anterior a ésta. Durante su ulterior introducción, el pene
resulta fuertemente desviado hacia atrás, ya que su dirección
debe adaptarse a la de la vagina, resultando de ello y debido
a la elasticidad de la inserción del pene, una presión igual­
mente fuerte sobre la pared vaginal anterior y en dirección
hacia adelante. Dicha presión significa un considerable au­
mento de excitación sobre el clitoris en comparación con la
posición normal, en la que los órganos del hombre y los de
la mujer se hallan situados en idéntica dirección, pudiendo,
en este caso, hasta faltar por completo la presión. En la
posición normal, las excitaciones producidas por el frotamien­
to se reparten de modo muy uniforme por todo el órgano
de copulación de ambos cónyuges. Pero en la postura de
que trato en este párrafo, estos estímulos se concentran so­
bre la pared anterior de la vagina, y sobre el borde posterior
de su entrada, y, a la vez, sobre el borde superior del glande
peniano y sobre la parte inferior de la base del pene.
La elección entre ambas clases de excitaciones no sólo de­
pende de los momentáneos deseos de variación que a veces
pueden tener los cónyuges, sino, y muy especialmente, del es­
tado de los genitales femeninos.
Cuando éstos están dilatados y es además menos poten­
te la musculatura de las paredes vaginales (lo que en gene­
ral puede presentarse de un modo simultáneo, y no es raro
ocurra después de partos repetidos), ya no es posible el apri­
sionamiento (descripto en el capítulo IX) de todo el cuerpo
peniano que, como hemos visto, presupone una dirección casi
idéntica de la vagina y del pene, tal como sucede en la posi­
ción normal, y entonces desaparece una de las variedades
más importantes del estímulo para el coito normal. Ocurre
también a veces que los músculos voluntarios (el constrictor
cunni y el levator vaginas} dejan de prestar de modo sufi­
ciente, simultáneamente relajados, el servicio a que están
destinados. El efecto de la tensión del perineo, antes des­
cripta, junto con el aumento de presión de la base peniana
hacia atrás (tal como suele producirse en la posición “do­
blada”) se compensan entonces por completo.
En dicha posición, pues, y debido a que se halla libre­
mente expuesta la entrada vaginal hasta su límite máximo,
puede penetrar el pene hasta su inserción en la sínfisis, en el
interior de la vagina, lo que de otro modo seria completamen­
te imposible. Tal proceder resulta indispensable en los casos
de vagina muy dilatada.
En otros casos, no obstante, debe procederse con cautela
para saber dónde se puede llegar. De todos modos, una va­
gina de mediana longitud y de mediana elasticidad es per­
fectamente capaz de albergar en su interior a un pene de
dimensiones normales, aunque la introducción se haga en to­
da su longitud.
Para no pecar de incompleto, debo mencionar aún que
en la posición que acabo de describir, tanto la introducción
profunda del pene como la dirección adoptada por la vagina,
representan métodos especialmente favorables para la con­
cepción.
En resumen, aparte de la variación que puede presentar
dicha postura de flexión extrema, resulta muy adecuada en
los casos de vagina demasiado ancha o fláccida.
Ahora bien: una posición de flexión extrema tiene sus
dificultades, tanto para el hombre como para la mujer, y no
todo matrimonio resulta apto para semejantes actos de gim­
nasia. Tiene también dicho método el inconveniente de que
durante el mismo no pueden tocarse ambos troncos, ya que
las piernas de la mujer se hallan echadas sobre los hombros
del marido.
No es. sin embargo, indispensable un grado tan extre­
mo para conservar las ventajas que ofrece la postura. Basta
la simple posición de litotomía, y siempre y cuando se tenga
en cuenta que ambos cuerpos deben observar entre sí la co­
rrespondiente conducta para que el pene adopte la dirección
antes descripta, es decir, oprimiendo hacia atrás el perineo
y estando dirigido sobre la pared vaginal anterior. En la po­
sición en litotomia la mujer se halla en decúbito, con las pier­
nas fuertemente flexlonadas en la caderas, separándolas en
lo posible (con tal de que no resulte incómodo el movimien­
to), y se realiza de un modo simultáneo la flexión en las
articulaciones de la rodilla. Dicha posición pone por com­
pleto al descubierto la región de la vulva y del perineo (mu­
cho más aún que la posición de extrema flexión, ya que en
ésta las piernas no están separadas). Su nombre nos lo indi­
ca con toda claridad; tiene su origen en la Edad Media, cuan­
do los médicos de entonces la emplearon para la extracción
de cálculos vesicales; es, además, muy corriente hoy día en
ginecología, sobre todo cuando se trata de realizar operacio­
nes quirúrgicas.
El coito resulta para ambos cónyuges en esta posición
mucho más cómodo que en la postura de flexión forzada, de
modo que debe usarse con preferencia en los casos en que tal
procedimiento haya sido recomendado.
Como es natural, cabe un sinfín de grados entre la posi­
ción flexionada y la normal. Puede también durante el acto
carnal reforzarse o disminuirse la flexión. De esta manera
resulta una nueva variedad y aumento de estímulos, y su
práctica anula por completo defectos anatómicos que pudie­
ran existir.
En las posiciones hasta ahora descriptas, el marido se
hallaba colocado encima de su mujer. Existen, sin embargo,
posiciones en las que ocurre lo contrario: es decir, que la mu­
jer se sitúa encima del marido.
Una posición invertida respecto a la posición normal no
tiene realmente interés alguno, y sólo puede usarse como en­
sayo.
Tal inversión no ofrece tampoco ningún punto de vista
importante para el análisis fisiológico <1 >. Pero, no obstante,
(1) L» dirección de 1» vagina concuerda, como en la posición primera, con
lu del pane; la diferencie consiste principalmente, en que loe movimiento
*
de frotación se realizan mía cómodamente V. en general, también de un modo
menos regular. Tal diferencia, desde el punto de vista psicológico, me parece
considerable y no aboga en favor del método.
hay una postura en la que la mujer está encima del marido
y que tiene suma importancia.
JV. — Postura de jinete (en la mujer)
Es ésta la posición que el poeta romano Martlalis consi­
deraba como la más corriente, ya que le era imposible ima­
ginarse de otra manera al matrimonio modelo de Héctor y
Andrómaca.
Dicha posición se caracteriza técnicamente de la siguien­
te manera: Colocación en decúbito del marido (eventualmen­
te se coloca una almohada debajo de la región sacral), con
las piernas ligeramente flexionadas, de modo que los muslos
ofrecen un cierto punto de apoyo a su mujer. Una vez intro­
ducido el pene, se sienta la mujer encima del marido, echán­
dose en lo posible hacia atrás, y quedando su cara dirigida
hacia la de él. El hombre no realiza movimiento corporal
alguno, mientras la mujer debe ejecutar movimientos esti­
mulantes sistemáticos muy lentos y bastante prolongados,
levantándose y agachándose alternativamente, pero quedan­
do siempre en posición sentada, Mientras que se sienta,
da de una manera simultánea a su pelvis la máxima incli­
nación posible (es decir, conduce el arco pubiano lo más atrás
que puede), estirando cuanto le es posible todo el cuerpo,
especialmente en la región lumbar de la columna vertebral.
En el movimiento ascendente se reduce de un modo conside­
rable la inclinación pelviana, levantándose el arco pubiano
y colocándose más bien en dirección delantera. También sue­
len moverse en igual dirección el borde posterior de la en­
trada vaginal, así como la parte anterior del perineo. Todos
estos movimientos de los órganos copulativos de la mujer pue­
den advertirse perfectamente al representar la figura que des­
cribe el borde inferior de la sínfisis (y, por consiguiente, del
clítoris y el borde anterior del introitus vagince); resulta ser
un óvalo, cuyo eje longitudinal va aproximadamente en di­
rección vertical, y cuyo eje transversal, aproximadamente
vertical, se pierde de atrás hacia adelante, en tanto que la
dirección del movimiento es de arriba hacia atrás y hacia
abajo, y además desde abajo hacia adelante y hacia arriba.
En lo que respecta a las excitaciones que mutuamente
se producen los órganos sexuales del hombre y la mujer, re­
sulta que al descender el cuerpo de ésta se ocasionan los es­
tímulos que ya conocemos por la posición tendida (II). Du­
rante el movimiento ascendente se parecen más bien a las
excitaciones provocadas por la posición flexLonada(III). Pero
en el momento en que el pene ha penetrado muy hondo, exis­
te la congruencia que ya conocemos por la posición normal.
Cuando, merced a un pequeño intervalo, se prolonga un poco
este movimiento, resultan de aquí todas las posibilidades del
juego muscular, descripto en capítulos anteriores. A todo es­
to se añaden, además, otras variedades de excitación que has­
ta ahora no han sido tratadas en esta obra. La produce el
hecho de que el pene penetra, en esta postura, en toda su
longitud en la vagina, del mismo modo que vimos sucede en
la posición flexionada. Entra entonces en intimo contacto el
glande con la portio. Ambos órganos pueden, en este momen­
to, desviarse el uno del otro, aun cuando actúa sobre ellos
una presión mutua muy fuerte, pues la portio se halla fijada
elásticamente en la vagina, y en dicha posición (al contra­
rio de lo que ocurre en la III) la mujer tiene la facultad de
dar a la parte pélvica y abdominal de su cuerpo, movimientos
laterales en todas direcciones. Como quiera que dichos mo­
vimientos se transmiten a la portio, resulta igualmente frota­
do el glande del pene (a pesar de que a causa de tan pro­
funda introducción queda casi inmovilizada). Este roce se
realiza (a consecuencia de la presión simultánea de ambos
órganos) con cierta intensidad, provocándose excitaciones
considerables; esta intensidad, verdaderamente enorme, no
se logra en ninguna de las posiciones anteriormente descrip­
tas, debido en parte, indudablemente, al hecho de que am­
bos órganos, que están rozándose, son de idéntica consisten­
cia (y hasta tienen incluso la misma forma).
Pueden ejecutarse, además, movimientos de frotación de
la portio de dos modos distintos: en linea recta (lateralmen­
te, o hacia atrás o hacia adelante), usando la mujer en sus
movimientos corporales de esta alternativa, o imprimiendo
a sus movimientos un sentido circular, semejante al que
realiza la piedra de un molino. Ambos movimientos tienen
un matiz diferente, tanto en lo que se refiere a sus exci­
taciones como a las sensaciones voluptuosas que provocan.
En la forma citada en último lugar, las sensaciones resul­
tan (al menos para el hombre) las máximas. Para ejecutar
estos movimientos necesita la mujer el mayor grado de auto­
dominio y una práctica muy considerable.
Tal clase de coito impone a la mujer esas dos exigencias,
y en tan alto grado que, resumiendo, puede decirse: hay mu­
chas mujeres que son incapaces de aprender tal método. Exis­
ten, además, razones anatómicas que impiden a la mujer o
a ambos cónyuges esta clase de coito. Cuando la vagina es
demasiado corta, o poco elástica o fácilmente vulnerable, pue­
de llevar consigo este método muchos inconvenientes, y la
posición a lo jinete llegará entonces a resultar muy peligrosa.

Los componentes psíquicos exigen una mención especial.


No existe en esta posición Ja posibilidad de brazarse y be­
sarse, pero la contemplación del cuerpo bien torneado de la
mujer, en posición erecta o hiperdistendida, produce en el
hombre un efecto altamente excitador. Existe otro factor que
aumenta todas estas excitaciones; en esta posición a lo jine­
te, pueden mirarse los esposos cara a cara, y pueden leer en
los ojos, en el cambio alternativo de los rasgos flsonómlcos,
los aumentos sucesivos de excitación, hasta llegar al máxi­
mo grado de deleite, el éxtasis.
El inconveniente de este método estriba, en el caso de
emplearlo por sistema, en la absoluta pasividad observada por
el marido y en la transmisión de toda la actividad a la mu­
jer, cosa que resulta hallarse en completa oposición con las
relaciones naturales de los sexos, y a lo largo no dejan de
notarse las consecuencias.
Por tales razones no debe aconsejarse la posición a lo
jinete como método preferente para el coito. Y existe aún
una razón más poderosa: es mas que erróneo en cualquier
función fisiológica aumentar la tensión funcional, la excita­
ción, el estímulo y sus efectos hasta el grado máximo, lle­
gando aún más allá de lo posible.
No cabe duda alguna de que el coito en posición de jine­
te proporciona efectivamente, tanto al hombre como a la
mujer, el summum de lo que cabe esperar de excitación y de
sensación voluptuosa, ya que esta posición, en efecto, permi­
te utilizar toda clase de posibles excitaciones, que en otras
posturas sólo pueden lograrse parcialmente en cualquier gra­
duación y variación, graduándolas y aumentándolas hasta
alcanzar la máxima intensidad, de un modo simultáneo, y
en un solo acto, Puede ser el deseo, el ardiente anhelo de
experimentar en el máximo grado de intensidad las excita­
ciones voluptuosas del coito mediante la unión sexual, el que
induce a adoptar la posición a lo jinete, que acabo de descri­
bir, pero de nuevo insisto en que esta posición debe ocupar
un puesto excepcional en las relaciones sexuales corrientes
entre cónyuges.
Dicho método resulta, efectivamente, adecuado en los ca­
sos de desproporciones en los estados físicos de la mujer o
del hombre, en caso acentuado de cansancio por parte de
éste, mientras que su mujer se siente fuerte y dotada de to­
das sus energías. En tal caso, el marido gasta menos fuer­
zas <U, sin que por ello se quede corta su esposa. Pero el
método debe rechazarse cuando existe una desproporción en
sentido Inverso. Tampoco debe emplearse en caso de emba­
razo. Ya hemos hablado de su contraindicación en caso de
vagina demasiado corta (y con mucha más razón en los ca­
sos de Infantilismo). De modo que he de aconsejar de nuevo
el mayor cuidado, sobre todo en los primeros ensayos.
Finalmente no debemos olvidar la mejor oportunidad que
tienen los espermatozoos de invadir el útero en el momento
de la eyaculación, mientras que dicha oportunidad disminu­
ye poco después del acto, a causa de la salida por la vagina
del fluido seminal.
V. — Posición sentada anterior (frente a frente, “vis a vis")
Después de cuanto he tratado en párrafos anteriores, no
es necesario hablar con todo detalle de la clase de estímulos
causados en un coito en posición sentada (se trata, como es
natural, de la positio obversa, la posición primera, frente a
frente). El coito, en esta posición, se verifica de modo que
mientras que el hombre se halla sentado, la mujer está en
suspensión, apoyada sobre los muslos del marido (a horcaja­
das). Uso intencionalmente la expresión "en suspensión” (o
suspendida), no verdaderamente sentada, ya que sus tubero-
(1) Véase lo que ♦* expone en el párrafo Vm (posición ¡atara! posterior
* terpni.
sidades isquiáticas no encuentran apoyo alguno, porque el
hombre tiene las rodillas separadas. De este modo logra la
completa separación de las piernas de la mujer y la clara
exposición de sus genitales; también puede él, según desee,
elevar o hacer descender la pelvis de su esposa. La introduc­
ción del pene se logra empujando fuertemente el miembro
hacia abajo, ejerciendo, por tanto, una presión fuerte y elás­
tica contra la región clitoríana. Tanto en esta fase como en
las sucesivas, se manifiesta aquella clase de excitaciones que
hemos tratado en la posición extendida (II). La mujer, por
su parte, puede acentuar aún más la intensidad del roce con­
tra el arco pubiano y el clítoris, inclinando la pelvis. Luego
se reduce la inclinación colocándose la vulva en dirección ha­
cia adelante, mientras que el marido lleva su parte pelviana
fuertemente contra su mujer y, en consecuencia, el pene
penetra más hondo en la vagina. Puede reforzarse todo este
movimiento de modo muy acentuado por medio de las manos
del marido, que abarcarán la parte inferior del cuerpo de su
mujer, estrechándolo fuertemente contra el suyo. Una vez
que el miembro viril haya penetrado lo más profundamente
posible, se habrá logrado también en esta posición el estado
de congruencia y la oportunidad de realizar dentro y alrede­
dor de las paredes vaginales todos los efectos musculares, vo­
luntarios e involuntarios, ya conocidos por los capítulos an­
teriores. Existe, además, en dicha posición, la posibilidad de
realizar, en caso de favorables relaciones volumétricas de los
órganos respectivos, los conocidos movimientos de frotación
de la portio vaginal y del glande (particularidad que ya había
mencionado detalladamente en la posición a lo jinete, antes
descripta). Hasta puede decirse que la posición sentada tie­
ne la ventaja sobre aquélla, de que ambos cuerpos conservan
su movilidad; aunque debe añadirse que por tales razones
existe el peligro de irregularidad y desacuerdo y, por lo tanto,
puede malograrse el efecto deseado.
Por regla general, pueden considerarse equivalentes las
excitaciones de la posición sentada a las de la posición a
lo jinete. Sólo falta a la primera el encanto que proporciona
la posición flexionada, no siendo, sin embargo, decisivo este
punto al comparar el valor de ambas posiciones. Más im­
portante es el hecho de que la posición sentada carece en
su práctica, de las finezas y grados propios a la posición a lo
jinete, y tampoco podrá, por tanto, despertar igual intensidad
en las sensaciones voluptuosas.
¿Por qué motivo sigue, pues, considerándose como posi­
ción de importancia principal? La respuesta no puede ser
más sencilla: facilita experimentar las principales clases de
excitaciones de la posición a lo jinete y carece de los incon­
venientes de aquélla. Puede, además, efectuarse con más cui­
dado la introducción del pene, sobre todo en lo que respecta
a la región himenal (de una manera análoga a lo descrlpto
en el párrafo II). Hay que mencionar, por último, que en
dicha posición se verifica el coito exponiendo en un grado
mínimo los órganos sexuales de la mujer, especialmente en
cuanto se evita que el pene penetre en toda su longitud en
la vagina. Como es natural, las excitaciones quedarán enton­
ces fuertemente limitadas; no obstante, aún así resulta su­
ficiente para provocar, en caso de excitabilidad normal, el
orgasmo en ambos cónyuges.
Para el hombre fatigado no representa la posición sen­
tada alivio alguno, es decir, le proporciona mayor cansancio
que la de jinete, siendo, por consiguiente, el empleo de esta
última una gran ventaja para él.
Como quiera que la excitación clitoriana en la posición
sentada resulta más acentuada, y como además el marido,
en caso de necesidad, puede desempeñar un papel activo, de­
be considerarse su empleo ocasional, hasta bastante frecuen­
te, como racional, sobre todo en caso de poca excitabilidad
en la mujer y si ella carece de necesaria experiencia en asun­
tos de amorí1».
La posición sentada, de inmissio penis poco profunda,
resulta además indicada en los casos en que no conviene ex­
poner demasiado los genitales de la mujer, pudlendo em­
plearse, por consiguiente, con ventaja, durante la época de
embarazo. Si además se realiza el coito en dicha posición
y con el cuidado necesario, se reduce al mínimo el peligro
eventual para la mujer, que tanto necesita de cuidadas du­
rante dicha época (y resulta también conveniente, desde el
punto de vista de la influencia que toda excitación sexual
ejerce en dicha época).
(1) En completo contraste con la IV.
TABLA SISTEMATIZADA DE POSICIONES POSIBLES EN LAS
RELACIONES SEXUALES, CON EL ESTIMULO APROPIADO
PARA CADA UNA
। Tipo de Estimulación
Para la Mujer Para el Hombre
I. Posición normal. Moderada en todos loa Moderada en todo «1
genitales, leve en el área peue.
del clítoris.
Primera Posición-' COnversa, Cara a Cara o de Adelante

11. Posición Tendi­ Pared posterior de la Frenulum Prsputll;


da. vagina. Reglón del cll- dorso del pene.
torls.

III. Posición El ex to­ Pared anterior de la va­ Superficie dorsal del


nada. gina. Borde posterior glande. Superficie ven­
del orificio vaginal. El tral de la base del pene.
clítoris no es afectado.

IV. Posición de Ji­ La máximo estimula­ Como en el caso de la


nete. ción posible en lo pro­ mujer,
fundo de la vagina por
el pene está combinada
con todos loa estímulos
peculiares de loa tres
primeros métodos.

V. posición Senta­ Estímulos del clítoris. Como en el caso de la


da Anterior. Ca­ En la penetración pro­ mujer.
ra a Cara. funda, ios estímulos de
le Posición IV pr.ro me­
nos fuertes. En ligeras
A.

penetraciones sólo co­


mo en 1a II,

Vi- Posición Lateral Como en la Posición La misma.


Anterior, Cara a Normal I. Las modifi­
Cara. caciones son mejores y
el control más fácil
Sus Indicaciones y Contraindicaciones y su Facultad para
Producir la Concepción

Contraindicaciones Para la
Indicaciones
Concepción

Para uso normst. Embarazo después de Apta-


*lo primeros meaos.
Obesidad.

En casos de pene pequeño o de En caso de euperpoal- Menas apto.


erección imperfecta. Al introdu­ Clón del hombre, du­
cirlo debe evitar lastimar la re­ rante todo el periodo
gida de) hlmen. Con modUlcaclo- de ia gestación. En to­
nes, en loe primeros meses de em­ das las variantes de es­
barazo, Con leve penetración ta posición, en la gesta­
cuando srtin inflemadM las re­ ción después de loo pri­
glante anexas ol útero o cuando meros mesas.
hay prolapeo del ovarlo.

Cuando la vagina está débil y dis­ En caso de embaraño, Apta.


tendida. Inflamación interne
crónica y prolapso del
ovarlo.

Cuando U cima de placer volup­ Vagina pequeño. Evt- La impide más


tuoso ea deseada por emboe. torio en loe primeros que ia favorece.
contactos. Embaraño,
Inflamaciones crónicas,
prolapso del ovarlo. No
indicada para uso ha­
bitual.

Cuando le penetración debo evi­ Todas las indicaciones Penetración pro­


tar lastimar la reglón himenal. favorables para una pe­ funda como en
Con profunda penetración al la netración "leve" son la IV. I<eve pe­
mujer no está sufldentemente desfavorables para una netración es cier­
excitada. Con penetración levo en penetración "profun­ tamente menos
eaao de llagas de vagina, embarc­ da". apta.
an, inflamación y prolapeo del
ovarlo.

Conveniente en caso» de conva­ ApU-


lecencia o fatiga. Leve presión so­
bre el abdomen femenino.
TABLA SISTEMATIZADA DE POSICIONES

Tipo de Estimulación

Para la Mujer Para el Hombre

I. Posición Ven­ No hay estimulación en­ Frenulum prmputll y


tral. *.tortan Sólo son esti­ pared dorsal dsl pan
*.
*
mulada la parad vagi­
nal anterior y al borde
del orificio. Bolamente
mujeres muy areltatoles
son asi suficientemen­
B, Seffunda Posición: Aversa o "Por Detrás'

te estimulad
*».
*

II. Posición Lateral Mínima estimulación, Como en la posición an­


Posterior. como en la posición an­ terior.
terior.

III. Posición Qenu- Estimulación de la ma­ Oran estimulación de


flexlonada. yor parta de la pared la pared dorsal del pe­
vaginal posterior. 81 la ne. Si la mujer estA
mujer esta apoyada con apoyada con las rodi­
las rodilla
* y los codos llas y loa codos, parte
el clítorls también re­ de la eupertlcla Infe­
sulta excitado. rior del pene reciba con­
tacto» clltorlanos y pú­
nicos.

IV. Posición Senta­ Pared frontal de la va­ Prepucio y superficie


da posterior. gina. Borde posterior de dorsal del pene. En la
la entrada. En inser­ inserción profunda el
ción protunda hay fric­ glande es estimulado
ción del glande contra por la fricción con el
la portio. El clítorls útero.
permanece sin tocar.
Posición que permite
*
caricia en los muslos
y tenca de la esposa.
Para la
Indicaciones Con traindicaciones Concepción

Embarazo. Obesidad ab­ Menos apta.


dominal. Peso excesivo
del hombre.

La más indicada cuando uno o En sí no mutilo


loa doa participes o*CA enfermo o menos eficaz que
débil. Introducción superficial en la posición nor­
caso de embarazo, anexos infla­ mal (I).
mados o prolapso del ovario.

Apto pata la concepción. Cuida­ SI el orificio vagina] Menos apta.


dos necesarios durante el emba­ esté distendido penetra
razo. También en prolapso del aire, provocando rui­
ovarlo e inflamación de loe ane­ dos. Debe evitarse du­
xos uterinos. rante loa dos últimos
monea de embarazo.

Aconsejable, combinada con Jue­ En caeoe de penetra­ No especialmen­


go amoroso cuando la mujer no ción profunda no es te apta.
esta plenamente satisfecha. aconsejable cuando hay
vagina pequefia, emba­
razo o prolapso del ova­
rio. (Como IV).
La influencia que sobre la concepción tiene la posición
sedentaria en el caso de inserción profunda del pene se ase­
meja a la de la Posición IV. En caso de penetración leve o
superficial las perspectivas de concepción disminuyen.
V/. — Posición anterior lateral (de costado)
Como última de las posiciones cara a cara (“vis á vis”),
tengo que mencionar la posición lateral.
Ovidio caracteriza su importancia y su técnica en pocas
palabras, que a la vez lo expresan todo:
De las mil maneras de amor, una muy simple y de menor
esfuerzo: yacer sobre el lado derecho y de medio supina po­
sición.
En igual forma que el lado derecho, puede utilizarse el
izquierdo; pero, sin embargo, la práctica prefiere el primero
(es decir, para la mujer, el lado derecho, y el izquierdo para
el hombre).
Sólo puede llevarse a efecto la práctica de esta posición
lateral teniendo la mujer la pierna más o menos flexionada
y debajo de su marido. Para la mujer, debido a) obstáculo
que presenta la pierna, la posición lateral se convierte más
bien en posición decúbito lateral (con correspondiente posi­
ción del marido, que se ayudará entonces con algunas almo­
hadas). La pierna de la mujer colocada por encima del ma­
rido puede flexionarse o estirarse a voluntad y comodidad.
Las ventajas y los inconvenientes, así como la clase de
excitaciones que lleva consigo dicha posición, conservan so­
bre poco más o menos, el término medio entre la postura
normal y la de flexión medía. Aumentando o reduciendo la
inclinación pelviana por parte de la mujer (así como tam­
bién por parte del hombre) se alcanzan grados muy acen­
tuados de excitación. Las ventajas principales de la posición
lateral consisten en su comodidad y en el hecho de que de
esta manera se evita toda presión sobre la mujer, sobre todo
cuando el marido es muy corpulento. Sus inconvenientes con­
sisten en la presión sobre la pierna colocada debajo de) ma­
rido (y que tan sólo puede evitarse subiéndola en lo posible
o aproximándose a la posición de decúbito) y, en cierto mo­
do, en la escasa facultad de movimientos para el marido en
dicha posición
B. SEGUNDA POSICIÓN. — POSICIÓN AVERSA
Tengo que tratar en este capítulo de la segunda posición,
o sea el coito realizado por detrás (coitus a tergo, “posicio
aversa’’). Hay también en dicha posición diversas actitudes.
I. — Posición abdominal
Hallándose colocados ambos cuerpos paralelamente, se
altera la dirección correspondiente a la vagina y al pene con
relación a la primera. La dirección de la vagina, estando el
cuerpo en situación horizontal (colocación abdominal), resul­
ta oblicua, desde fuera y abajo, hacia adentro y arriba, mien­
tras que el pene (en idéntica posición), y desde la inserción
peniana, va oblicuamente de arriba a abajo.
La diferencia de la dirección es tan acentuada que sólo
puede efectuarse el coito en dicha postura cuando se amino­
ra aquélla. Al no proceder de esta manera resulta completa­
mente imposible que el pene penetre profundamente en la
vagina y, aunque se lograse esto, el movimiento viril se sal­
dría de aquélla con suma facilidad por debajo del arco pu­
biano, en aquellos instantes en que el órgano del hombre
resulta movido hacia atrás por los movimientos de vaivén
producidos por la frotación de ambos órganos sexuales. En
la práctica puede compensarse, en general, la diferencia exis­
tente en la dirección, cuando la mujer, por medio de una li­
gera flexión de las caderas, aumenta la inclinación pelviana
en lo posible, reduciéndose de esta manera el enderezamiento
vaginal y colocándose, por consiguiente, la vulva y el introi-
tus vaginal hacia atrás y en dirección hacia arriba. Hallán­
dose así alterada la posición del arco pubiano se evita la
repentina salida del pene, y hasta se consigue que este ór­
gano pueda penetrar a mayor profundidad. Se hace, además,
impasible dicho escape cuando la mujer, a su vez, comprime
los músculos (es decir, contrae la parlé glútea), lo que, de
un modo simultáneo, refuerza las excitaciones producidas du­
rante el frote entre ambos óiganos sexuales.
Para facilitar la posición de la flexión de las caderas
conviene colocar bajo la pelvis de la mujer una almohada
(pero hay que tener cuidado de que no sea el vientre el que
descanse en la misma, pues en tal caso sería contrario el
efecto).
El coito en perfecta posición abdominal sólo puede ser
realizado por personas delgadas; un relleno adiposo en la
parte glútea de la mujer, así como una fuerte capa adiposa
abdominal en el marido, no permiten tal posición.
Además, las posibilidades de concepción por la entrada
de los espermatozoos en el útero son menores que en otras
posiciones, debido a una combinación de circunstancias des­
favorables. Porque a) el glande o extremo fálico no llega a
penetrar en la vagina lo suficiente como para derramar su
contenido en la boca del útero o contra la bóveda vaginal, y
b) el fluido seminal derramado en la pared vaginal anterior
se escurre de inmediato, debido a la inclinación del pasaje
hacia el orificio extemo.
Es evidente que a) no contribuye a que la mujer llegue
a su clima de sensación y alivio; al contrario, es desfavora­
ble para el orgasmo femenino.
Sólo una mujer experta y fácilmente excitable puede ha­
llar en tal posición abdominal plena satisfacción a sus im­
pulsos sexuales. La mujer que carece de tales condiciones
queda descontenta, tanto más cuanto que la región clito-
riana no resulta estimulada, o, al menos, sufre escasas ex­
citaciones, defecto éste, por cierto, común a todas las posi­
ciones verificadas a tergo (de dorso).
Aparte de todo esto, la posición abdominal resulta para
la mujer desventajosa en extremo. La posición que ha de
adoptar el cuerpo es, en verdad, incómoda, y se manifiesta
en ella, además, de un modo más acentuado, en comparación
con la posición normal, el peso del cuerpo del hombre.
Para éste no ofrece tampoco grandes halagos, aun cuan­
do para él no resulta tan acentuada la falta de comodidad
como para la mujer. Hubiera podido renunciar a la descrip­
ción de esta postura, si no hubiese tenido en cuenta el inte­
rés que existe en comparar la posición paralela de los cuerpos
en la segunda posición con la que adoptan en la primera.
Y en la práctica, el coito ventral se practica, con más
frecuencia de lo que se podría suponer, a causa de su rela­
tiva profilaxis contra la concepción. Ello es intuitivamente
percibido y utilizado por parejas que se apartan de una más
activa interferencia con el proceso natural de acuerdo a un
casi inconsciente o subconsciente curso de ideas.
II, — Posición lateral posterior
Mucho más'importante que la posición abdominal, más
aún que la postura lateral de La primera posición, resulta
para la práctica matrimonial La posición lateral posterior.
A lo largo del matrimonio se presentan a veces épocas
más o menos largas, en que uno de los cónyuges necesita
ciertos cuidados, sea por razones generales o bien en relación
con los contactos genésicos.
En tales circunstancias, en la mayoría de los casos, su­
fre más que la persona delicada el otro cónyuge. Cuando
el estado de salud impide el coito de una manera categórica,
no hay más remedio que resignarse. No obstante, tal prohi­
bición sólo debe existir cuando haya razones muy serias para
ello, puesto que precisamente una abstinencia muy prolon­
gada puede producir consecuencias muy graves, sin que sea
dado prever su alcance. De modo que hay que recomendar
a los esposas el máximo cuidado antes de que lleguen a im­
ponerse un mutuo sacrificio tan grande. Debe también el
médico pensarlo mucho antes de tomar una medida de esta
índole, sobre todo si ha de ser de larga duración. Tal veto
puede destruir en múltiples ocasiones la dicha matrimonial,
y tanto más cuanto que la proscripción absoluta puede ha­
ber sido un radicalismo exagerado. Sucede con excesiva fre­
cuencia que ambos cónyuges, de común acuerdo, hacen caso
omiso del dictamen facultativo (lo que favorece en muy poco
el prestigio profesional), sin que por ello sufran daño alguno.
Tal problema de prohibición del coito exige un cuidado
máximo. Resulta más adecuado y mejor, en la mayoría de
los casos, en vez de abogar en pro de la veda absoluta, dar
el consejo de limitación; pero, aun en este último caso, éste
no debe darse de un modo definitivo (ya que dejaría de pro­
ducir su efecto), sino que debe llevar aparejadas las indica­
ciones técnicas más exactas, en concordancia con las necesi­
dades que el caso requiera. .
Esta clase de consejos recomendarán no sólo la posición
lateral posterior, sino también detalles y particularidades que
podrán deducirse de las explicaciones que se exponen a con­
tinuación.
El coito puede, efectivamente, verificarse en dicha posi­
ción ae modo más cómodo para ambos cónyuges, por lo que,
como se comprenderá, no puede causar ningún perjuicio. La
posición en si resulta muy cómoda para ambos y mínimo
el esfuerzo a realizar. Puede, además, graduarse la excita­
ción de tal modo que baste para lograr el efecto anhelado.
No hay tampoco necesidad de introducir el pene profunda­
mente, sobre todo si existe una mínima vulnerabilidad o sen­
sibilidad excesiva en la vagina o en el interior de los órga­
nos sexuales de la mujer. Carece, además, dicha postura
de toda presión que pudiese ejercer el cuerpo de uno de los
cónyuges sobre el otro, como resulta con frecuencia en las
demás posiciones.
Existen dos posiciones laterales: una de derecha y otra
de izquierda. En la práctica suele dársele la preferencia al
lado izquierdo, ya que el hombre es propenso a conservar
libre su mano derecha para abrazar a su mujer, para acari­
ciarla. etcétera. De todo cuanto he manifestado en el párrafo
que dediqué a la posición abdominal, en lo que respecta a la
diferencia en la dirección de los órganos sexuales de ambos
cónyuges, se deduce con absoluta claridad que, en la posición
lateral, sólo resulta cómoda la copulación cuando los cuer­
pos abandonan su postura paralela. Unicamente en el caso
de adoptar una posición recíproca, en la que los ejes longitu­
dinales de ambos cuerpos se separen, en lo posible, de la parte
superior (cabeza), queda compensada la diferencia de direc­
ciones de la vagina y el pene, que hace mucho más fácil la
introducción de éste. Una inclinación pelviana acentuada,
por parte de la mujer, y la correspondiente reducción, por par­
te del marido, facilitan el proceso y permiten una introduc­
ción más honda.
El acto se verifica con la mayor facilidad cuando la mu­
jer, con las piernas más o menos flexionadas en las caderas,
se coloca inclinándose (conservando siempre la posición la­
teral), en tanto que el hombre conserva su posición recta
(en relación con su propio eje longitudinal). Graduando
estas relaciones, así como la inclinación de las entradas pel­
vianas respectivas, en relación siempre con ambos cuerpos,
se podrá introducir el pene sin esfuerzo alguno y a la pro­
fundidad deseada.
La clase de excitación resulta ser, en la posición lateral
posterior, muy semejante a la de la posición flexionada. Al
igual que en éstas, se concentra la misma sobre el borde pos­
terior del introitus vaginal y sobre la pared vaginal anterior.
Este segundo estímulo, que en ambos casos es el más acen­
tuado, suele ser más pronunciado en la posición flexionada,
ya que para el pene aumenta la elasticidad que ejerce su
presión corespondiente; mientras que dicho factor se invierte
en la posición lateral de tal modo, que el estímulo (más
importante) sobre la pared vaginal anterior resulta dismi­
nuido y el (menos importante) del borde posterior del introi­
tus vaginal queda aumentado. Puede decirse, pues, que la
frotación más pronunciada y la excitación más acentuada
de las partes femeninas se verifica precisamente en una re­
gión en donde, por regla general, produce menos efectos.
Para la mujer resulta, pues, la excitación provocada de esta
manera sumamente reducida, ya que el clítoris no entra en
contacta alguno con el pene; sólo la suma de dichas excita­
ciones se hace más manifiesta cuando el miembro viril pue­
de penetrar a bastante profundidad. Resulta, pues, que los
estímulos así logrados son apropiados para una mujer fá­
cilmente excitable y acostumbrada a su marido, a fin de
producir un orgasmo de grado suavísimo, debiéndose su pro­
vocación más bien a factores psíquicos que a estímulos lo­
cales.
Sin embargo, el orgasmo que se presenta bajo estas cir­
cunstancias con carácter sumamente suave, produce, a la
vez, la suficiente satisfacción. En la mayoría de los casos,
cuando resulta indispensable cuidarse mucho, sea debido a
enfermedad, o a otras causas, pueden considerarse tal clase
de coitos como inofensivos, o, al menos, como poco perjudi­
ciales, en comparación con la congestión de los órganos y la
enorme tensión de la psique, consecuencia natural de deseos
no satisfechos. Para una mujer escasamente excitable y que
necesita cuidados especiales, un coito en dicha posición y en
tal forma es absolutamente inofensivo, y^ que sus estímulos
y consiguientes excitaciones son tan escasos que en manera
alguna pueden despertar sensaciones voluptuosas.
Mucho más difíciles resultan los casos de excitabilidad
mediana: los estímulos verificados sobre la pared vagim.l
anterior y sobre el borde posterior del introttus vaginal, ex­
citan a la mujer en tal grado que no puede terminar por
completo dicho proceso sin reacción alguna, y, sin embargo,
resultan demasiado débiles para provocar dicha reacción.
En estos casos conviene abstenerse de toda clase de estímu­
los, incluso de los antes descriptos, es decir, del coito en po­
sición lateral, o cuando efectivamente existe ya un estado
de excitación, hay que aumentarlo, lo que puede hacerse de
tres modos distintos: en primer lugar, alterando la recípro­
ca posición de ambos cuerpos y de las pelvis respectivas, a
fin de permitir que el pene penetre lo más hondo posible,
lográndose de esta manera la excitación de otras regiones,
que entran en contacto con la cara inferior del pene; en se­
gundo lugar, aumentando los movimientos de frotación del
pene, y, por último, por medio de simultánea excitación di­
gital del clitoris (método que debe utilizarse cuando existe
contraindicación para las dos clases de excitaciones fuertes
que acabo de mencionar).
Para verificar el coito en la posición lateral que acabo
de describir, de modo suave, bastan en el hombre dichas exci­
taciones (sí es normalmente excitable) para producir la eya-
culación. Para él también resulta ser éste el método más
cuidadoso y el que menos fatiga le proporciona, logrando
con facilidad la satisfacción anhelada. Alguien podría pensar
que la posición a lo jinete sería la menos perjudicial para
el marido, por el mero hecho de que él nada tiene que hacer
en este caso ni puede cansarse, ya que no efectúa movimien­
to alguno; pero es el caso que en dicha posición a lo jinete
él mismo no puede determinar la intensidad de las sensa­
ciones que recibe, resultando, por otra parte, y en genera!,
la intensidad mucho mayor que en el coito tranquilo en po­
sición lateral. Claro que la posición a lo jinete puede signi­
ficar para el hombre un modo más descansado de verificar
el coito; pero en la absoluta mayoría de los casos, debido j
la intensidad de las excitaciones, le fatigarán éstas mucho
más que un movimiento activo, que resulta indispensable en
la comunión en posición lateral.
De acuerdo con cuanto llevo manifestado, el coito en
posición lateral está indicado en los casos de enfermedades
generales o estados de debilidad, tanto en el marido como
en la mujer, y en la época del embarazo. En este último
caso resulta el coito menos ofensivo para la mujer cuando
el marido se abstenga de introducir su miembro demasiado
profundamente. En estas condiciones, es decir, en caso de
introducción poco profunda, dicha variedad de coito resulta
la menos perjudicial, como cuando existen inflamaciones
crónicas dolorosas de los órganos sexuales internos de la
mujer, ya que dicho sistema ni produce heridas ni origina
inflamaciones (recuerde el lector las limitaciones que antes
había mencionado).
En cuanto se refiere a las probabilidades de fecundación,
son éstas casi tan favorables en la posición lateral posterior
como en la normal.
III. — Posición genuftexionada
Entiendo bajo esta denominación la posición en que la
mujer se halla de rodillas, mientras que su cuerpo forma con
los muslos un ángulo recto o ligeramente agudo. Puede es­
tirarse el cuerpo horizontalmente, sirviendo entonces de apo­
yo las manos y los antebrazos (1), o apoyándose sobre una
base suficientemente aíta<3>. También puede resultar fuer­
temente inclinado (desde la pelvis hasta la cabeza), apoyán­
dose entonces con los codos y los hombros sobre la base baja
(posición genupectoral o en plegaria mahometana, tan usa­
da en ginecología), formando entonces, con los muslos en­
derezados, un ángulo muy agudo. El marido se colocará,
hallándose en pié, detrás de la mujer arrodillada <3) sobre(l)
23
(l) En Igual modo que la ninfa rap re Matada en el grupo de bronce titu­
lado Fauno y Ninfa, que se encuentra en el Museo Nacional de Nftpoles.
(2) Lo mismo que el maravilloso dibujo, tan fino y sumamente decente,
de Gustav Kllmt (flg. 97). en la obra de Bduard Fuchs, titulada: Geschiahte
der Erotisehen. Kunst (Historia del Arte ErOtiao) (Albert Langen, Munich).
(3) La posición en Ja cual la mujer, en vez de hallarse arrodillada, se
halla en pie, con el tronco hacia adelante, no ofrece diferencias «senoleles en
comparación con la verdadera posición ge UU-pec toral.
una cama no muy alta o sobre un diván, pudiendo también
ponerse de rodillas. El hombre puede conservar la posición
más o menos vertical de su cuerpo o inclinarse tanto hacia
adelante, que se apoye sobre el dorso de la mujer, adoptando
entonces la correspondiente posición horizontal. En esta se­
gunda posición concuerda la dirección del pene casi con la
de la vagina, pero debe tenerse en cuenta que en el coito
a tergo, las ligeras incurvaclones propias de la vagina y el
pene siempre resultan antagónicas.
Teniendo el marido el cuerpo en posición vertical, mien­
tras que el dorso de la mujer resulta colocado en un plano
horizontal, la dirección del pene se desvía casi hacia arriba,
apartándose de la vagina, de modo que el miembro viril da,
en el momento de su introducción, con el lado superior del
glande en la pared vaginal posterior. Sólo resultará posible
una introducción más honda cuando el pene sea rechazado
hacia abajo por la pared vaginal, apretándola a la vez hacia
arriba (hacia atrás), gracias a la elasticidad propia de él.
Huelga decir que la mutua presión, aumentada por el efecto
elástico, provoca a su vez un aumento de las excitaciones
producidas por el roce así ejercido.
La diferencia en la dirección de los dos órganos se hace
aún mayor cuando la mujer inclina el tronco de su cuerpo
y acentúa así el declive de su pelvis, que adquiere un grado
máximo en la posición genupectoral con apoyo sobre los
hombros, teniendo además contraídas las caderas. En dicha
posición la vagina tiene una dirección algo descendente. Co­
mo quiera que entonces se mueve con fuerza hacia atrás, la
cara inferior de la sínfisis empuja al clítoris en contra del
pene, hallándose en intimo contacto con la cara inferior
del mismo. En esta posición de copulación y, excepcional­
mente, en dicha segunda clase de posiciones, se logra una
excitación clitoriana por los movimientos de frotación que
ejerce el pene.
En la posición de genuflexión, y más aún en la genu­
pectoral, entra en juego un factor que no hemos hallado
aún en ninguna de las posiciones descriptas en párrafos anr
teriores: el contenido de la cavidad abdominal, y especial­
mente los intestinos, desciende, a causa de la gravitación,
en la parte más profunda de la cavidad abdominal, es decir,
en la región hepática, y se abomba simultáneamente la parte
anterior de la cavidad abdominal. Se produce entonces una
presión negativa en la parte pelviana de la cavidad abdo­
minal. El útero se desvía tanto como se lo permiten sus liga­
mentos, hacia adelante y en dirección craneal. La vagina
se distiende longitudinalmente y la poríio se separa del in-
troitus. Sin embargo, en la práctica resulta mucho más im­
portante el hecho de que, a causa de dicha presión negativa,
penetra aire en la vagina (por absorción de la misma) tan
pronto como queda abierto el introitus vaginal y comprimi­
da hacia atrás la pared vaginal posterior. Toda la vagina
se llena entonces de aire, dilatándose sus paredes y forman­
do el órgano una verdadera cavidad (lo que nunca hace bajo
otras condiciones), con paredes bastante lisas, ya que, en su
mayoría, desaparecen las prominencias y pliegues transver­
sales, debido a la presión del aire y a la dilatación (o, caso
de no desaparecer por completo, al menos resultan bastante
aplanadas). Nosotros, los ginecólogos, hacemos uso frecuente
de esta dilatación vaginal producida por el aire que penetra
en la vagina, cuando queremos someter a un reconocimiento
detenido la superficie de las paredes de dicho órgano. Para
realizar tales reconocimientos nos servimos de la posición
genupectoral (o posición en plegaria mahometana), la cual,
por las razones expuestas, suele usarse también con mucha
frecuencia para intervenciones quirúrgicas.
Durante el coito en dicha posición resulta muy desfavo­
rable la presencia del aire que penetra en la vagina, ya que
reduce considerablemente, tanto para el hombre como para
la mujer, la excitación provocada por el roce peniano, debido
a la dilatación y allsamiento de las paredes vaginales. Su­
cede, además, que a consecuencia del movimiento de vaivén
del pene, suele ser expulsado ocasionalmente parte del aire
absorbido, operación que se realiza, generalmente, con acom­
pañamiento de ruidos nada agradables. Pueden también pro­
ducirse tales ruidos una vez terminado el coito y cuando el
pene ha abandonado ya la vagina (a veces hasta algunas
horas después de verificado el coito), o cuando el cuerpo de
la mujer adopte de nuevo alguna posición más cómoda. Di­
chos ruidos se oyen con bastante claridad, y pueden produ­
cir a veces efectos muy desagradables.
El peligro de invasión de aire en la vagina resulta mu­
cho menor cuando se trata de un introitus relativamente
estrecho, ya que éste abraza, por así decirlo, al miembro viril;
pero, en el caso de que el introitus resulte muy ancho y sus
bordes estén relajados, se presentará forzosamente dicha ma­
nifestación en el coito en posición genupectoral. Es ésta, pues,
una de las razones por la que aconsejo no hacer uso de dicha
postura en los casos que acabo de indicar.
La posición de genuflexión es una variación de coito
muy corriente y apreciada, y es tal vez la primera variante
que intentan los cónyuges cuando buscan el medio de cam­
biar la posición normal.
¿Por qué? ¿Son tan considerables los encantos que ofre­
ce? ¿Es que la posición resulta cómoda o promete tal vez
más que otras? ¿O es que presenta ventajas desde el punto
de vista estético?
De todo esto no hay nada, absolutamente nada.
Según mi opinión, se elige precisamente esa pastura
cuando se quiere huir de la acostumbrada y cuando no se
sabe qué hacer. La gente se decide entonces, simplemente,
por el procedimiento de que tantas muestras nos da la Natu­
raleza. Es, indudablemente, el atavismo el que lleva a los
seres humanos a esa manera de realizar el coito.
La posición de genuflexión resulta muy adecuada para
favorecer la entrada del esperma en el útero, y más aún,
cuando se realice la eyaculación en el momento en que la
mujer tenga el cuerpo un poco inclinado hacia adelante y,
una vez realizada aquélla, lo incline de un modo intenso en
esa dirección. Es conveniente, entonces, que la mujer perma­
nezca así un rato, en la postura que acabo de describir.
La posición de genuflexión (pero sin inclinar el tronco)
está indicada, además, en caso de embarazo, ya que no halla
expuesto el útero al contacto con el pene y a los golpes que
éste puede dar, por las causas antes citadas y por el peso
del contenido uterino. Por otra parte, está precisamente con­
traindicada en casos de embarazo, sobre todo cuando existen
diferencias pronunciadas en la dirección de ambos órganos
copulativos, pues sabido es por todos que la pared posterior
de la vagina, tan sumamente vulnerable durante la época
del embarazo, no debe exponerse a fuertes golpes, y sobre
todo a los que le lleguen en dirección vertical. Además, en
caso de parto próximo, debe evitarse a todo trance cualquier
contacto de las partes vaginales de emplazamiento profundo
con el ambiente exterior, para impedir de esta manera el
peligro de inmigración de bacterias. Por todas estas razones,
no sólo resulta contraindicada, sino que debe ser prohibida
de un modo absoluto tal posición durante los últimos dos
meses de embarazo, para que el útero y, por consiguiente, su
contenido, el feto, no tengan que variar su emplazamiento
normal.
TV. — Posición sentada posterior
Tengo que hablar, por último, de una posición en la cual
el hombre se halla sentado y tiene a su mujer vuelta de es­
paldas sobre su regazo. Se separan entonces los muslos del
marido ligeramente y los de la mujer de un modo muy acen­
tuado, para que la vulva quede bien expuesta. Al hallarse
la mujer sentada de modo corriente, queda la vulva dirigida
más o menos hacia adelante, siendo muy difícil la introduc­
ción del pene, o, al menos, una vez conseguida aquélla, exis­
te el peligro de que al moverse el miembro viril en sus típicos
movimientos de vaivén, pierda su camino y escape por de­
bajo del arco pubiano. Sólo puede evitarse este inconvenien­
te mediante un aumento, por parte de la mujer, de su in­
clinación pelviana (es decir, contrayendo las caderas) y co­
locando así hacia atrás el introitus; también el marido puede,
a su vez, inclinar el cuerpo, bien hacia adelante o hacia atrás.
Sólo usando estas medidas, o más bien con una sabia com­
binación de ellas, resulta posible una Introducción bastante
profunda del pene. Huelga decir que la mujer debe colocar­
se, tanto como pueda, hacia atrás, siendo preferible que lo
haga sobre el bajo vientre de su marido. De esta manera,
esta postura se aproxima algo a la posición a lo jinete, pos­
terior, la que, en comparación con este método, no ofrece
ventaja alguna y carece a la vez de nuevos puntos de vista,
siendo éste el motivo de que no se haya tratado en esta obra.
En dicha posición, así como también en la postura sen­
tada anterior, puede realizar la mujer muy práctica en asun­
tos amorosos una especie de movimiento elíptico, reduciendo
y aumentando, alternativamente, la inclinación pelviana du­
rante les movimientos de subida y bajada, movimiento que,
reforzado por otros correspondientes por parte del marido,
logrará producir un efecto semejante al logrado por la po­
sición a lo jinete, anterior. Sin embargo, en este caso, re­
sulta mucho más difícil la realización exacta, si se compara
con la postura descrita en el párrafo IV. Nunca podrá lo­
grarse, además, lo que brinda la posición a lo jinete.
Ahora bien: una vez que haya tenido lugar una intro­
ducción bastante profunda del pene, en la forma que acabo
de describir, aun cuando haya sido variada en algo la posi­
ción, existirá la suficiente congruencia entre los órganos co­
pulativos, y con movimientos adecuados, y en el caso de. co­
rrectas relaciones volumétricas, Be conseguirá la excitación
mutua de la portio y del glande peni ano. De esta manera
se logra igual excitación que la descripta en la posición sen­
tada anterior, y el máximo efecto conocido en la de jinete.
Sin embargo, en la posición que me ocupa, tal excitación
resulta mucho más Incompleta, debido a que existe una in­
troducción del pene mucho menos profunda, faltando, por
consigiente, la fuerte presión del glande sobre la portio, y
viceversa. De modo que la posición sentada posterior contie­
ne ihuchos más inconvenientes que ventajas, en comparación
con las descríptas anteriormente. Suele adoptarse, sobre todo,
porque en dicha posición la cópula resulta sumamente fácil,
y se deja combinar mejor en el juego simultáneo de excita­
ción. No hace falta entrar en detalles sobre la aplicación
de los distintos principios de excitación, ya que han sido tra­
tados en diversos capítulos de este libro.
En forma tabular incluimos un resumen de las diversas
posiciones durante el coito y sus características especiales.

Hemos llegado al fin de nuestras consideraciones fisío-


lógico-técnicas del coito.
Dicho estudio se ha transformado, sin querer, en una
verdadera sinusiología (“synousilogie”) n), de considerable
extensión.
(1) Tratido dal coito.
Y no lo lamento. Era necesario tanto para el médico
como para el profano. Para el médico, porque no es bastan­
te que éste conozca, que sepa las desviaciones patológicas
del proceso de la copulación. Si quiere aconsejar correcta­
mente a sus pacientes y amigos en lo que respecta al matri­
monio, debe comprender con toda claridad cuáles son los de­
talles de las múltiples variaciones del coito (que en modo
alguna se desvían de la normalidad y de la salud), y no debe
tener vergüenza de inculcar al marido todo cuanto ha com­
prendido y, en caso necesario, además, con todas sus par­
ticularidades técnicas. Sólo de esta manera podrá lograr re­
sultados satisfactorios. De nada sirven palabras y aun frases
enteras, más o menos claras, o secretos más o menos velados.
En los casos patológicos, cuando se trata de la procreación
y con igual interés en aquellos otros en que amenaza ruina
irreparable a la dicha matrimonial, a la felicidad de los cón­
yuges, por discrepancias en las relaciones sexuales, así como
para la salud corporal y psíquica de los mismos, debe inter­
venir el médico, como fiel consejero, dando (con gran pro­
vecho, sin duda alguna) consejos técnicos basados sobre la
fisiología, Y hay que tener siempre en cuenta que el poder
significa saber, tanto o más quizá que en otras, en cuestión
de tanta importancia como ésta.
Pero aquí también el poder de ayudar depende del co­
nocimiento.
En lo que se refiere al profano ...:
En uno de sus más ingeniosos aforismos sobre el matri­
monio, dijo Balzac; "La mujer, en el amor, dejando aparte
su alma, es únicamente comparable al arpa, que sólo brinda
sus secretos a quien sepa tocarla bien”,
Pero, ¿quién es capaz de tocar bien el arpa sin recono­
cer sus cuerdas, sin saber de música ni de tonalidades? Sólo
pueden lograrlo los seres privilegiados, y aun así, después
de haber practicado mucho y de haber producido infinitas
disonancias y discordancias.
Pero éstas, en el matrimonio, son desagradabilísimas.
Por eso el marido que quiera ser algo más que un simple
chapucero, así como todo aquel que anhele un hogar feliz
y dichoso, debe aprender a tocar el arpa y estudiar el encanto
que proporcionan las melodías de ese instrumento único. Le
han faltado, hasta ahora, los elementos necesarios. Este li­
bro se los ha puesto al alcance de la mano. Debe, no obstan­
te, considerar que todo cuanto se ha expresado aquí no es
una simple lectura de pasatiempo, y menos aún una lectura
“verde’*, sino que representa un material de estudio muy
serlo.
Una vez que se haya apropiado de la ciencia que encie­
rra esta obra i», puede ponerla en práctica y podrá atacar
el “tema con variazioni”. Y cuando domine el saber y el po­
der, la ciencia y la técnica, necesarios para tan magna em­
presa, sólo entonces, en consonancia con sus dotes naturales,
se abrirán amplias puertas a su libre fantasía.
Entretanto, se habrá realizado el milagro: el instrumen­
to sonoro, se habrá convertido en un ser que canta, que en­
canta y que regala con sus propias perfecciones al esposo
amado, en modo tal que éste, agradecido deberá confesar:
“Jamás fue una mujer tan mujer como tú... Ninguna
supo acariciarme así, dando siempre nueva forma a las de­
licias del abrazo.<3>.
Lo más sublime en las relaciones sexuales, en las rela­
ciones matrimoniales, es perfeccionar continua y mutuamen­
te las alegrías de la unión matrimonial, dándole siempre
nuevos encantos, para demostrar que no se vive egoístamente
para uno mismo, sino para el otro ser; testimoniar que es ?1
amor, siempre obsequioso y espléndido, el que rige todos los
detalles de la unión sexual, y que todo cuanto se intenta
brindar y hallar en la alegre unión corporal, representa, y
es, la fusión de dos seres, la unificación de dos almas. ’
"Cuando os caséis, hacedlo dándoos perfecta cuenta de
la magnitud del paso que vais a dar. Entregóos completa,
íntegramente; brindad en aras del amor vuestras almas, vues­
tra inteligencia y vuestro cuerpo” (3).

(1) "Ningún hombre debería casarse antea oe haber estndUcia r<naturnia


7 hecho le autopsia de una mujer" Caííchisvie conyugal. Balsac XVHI Las pa­
labras "cuidadoso estudio" pueden muy bien reemplazar a "autopsia".
(2) Según una cancibn georgiana, reproducida por A. Thíüasso en Ifescure
ae Franee, 1607.
(3) Ornar Haleby: ti Ktab.
Capítulo XII

MANIFESTACIONES GENERALES DURANTE EL COITO


El “final”

Al llegar al término de esta sinusiología, tengo que ha­


blar aún de manifestaciones que se presentan durante los
contactos genésicos en todo el organismo humano, masculino
y femenino.
Hemos visto que durante el acto del coito existen pro­
cesos que se desarrollan en el interior de los órganos sexua­
les, y pueden dividirse: en procesos de las glándulas, del sis­
tema vascular sanguíneo, de los músculos y, por último, de
los nervios.
Otro tanto puede decirse de las manifestaciones gene­
rales.
La función de muchas glándulas del cuerpo humano
muestra entonces ciertas alteraciones, resultando aumenta­
da, por regia general. En lo que respecta a la secreción sa­
livar, puede ésta resultar disminuida si la satisfacción del
impulso de relajamiento se retrasa mucho; sin embargo, en
momentos próximos al orgasmo, no sólo resulta muy aumen­
tada, sino que a veces hay tal producción de saliva, que con
frecuencia hay que repetir la deglución, instintivamente.
La secreción de la orina resulta aumentada por la exci­
tación sexual, así como a consecuencia de otras clases de ex­
citaciones psíquicas.
Las glándulas sudoríparas trabajan activamente, tanto
desde el principio como en el momento culminante de la
excitación. Este último fenómeno es muy natural, debido a
los esfuerzos que realiza todo el cuerpo. Desde este punto de
vista, existen diferencias individuales muy considerables, pu­
diendo manifestarse en las axilas y en los huecos poplíteos
(corvas), siendo más corriente tal fenómeno en las mujeres
que en los hombres. No sólo se manifiesta dicha transpira­
ción durante el coito, sino antes también, con especial inten­
sidad, durante el juego amoroso y, a veces, hasta durante la
(11 Co.no fii ci<so« dr garganta sec» frente a hechos de terror o »u
*penso.
cópula. Aparte de la importancia general que tiene dicho
aumento de la función de las glándulas epidérmicas (en su
papel de manifestación parcial del efecto hipersecretórico
del cuerpo en general), es indudable que tiene que cumplir
una función especial, es decir, aumentar la excitación sexual
del compañero por medio de la hipersecreción de substancias
olorosas (que tal vez contienen un matiz olfatorio específico).

Como manifestaciones del sistema de la circulación san­


guínea, deben citarse, en primer lugar, las dilataciones y las
contracciones de los pequeños vasos sanguíneos por todo el
cuerpo. La palidez cede a un rojo acentuado, sobre todo en
la cara. La esclerótica (el blanco del ojo) muestra a veces
venitas de un encamado vivo. Resulta aumentada la presión
sanguínea. El corazón trabaja con más potencia y más ra­
pidez. Estas manifestaciones aumentan aún más a medida
que va progresando la excitación y la tensión. Alcanzan su
grado máximo inmediatamente antes de presentarse el or­
gasmo, conservan dicho grado de intensidad durante el prin­
cipio del mismo, y van desvaneciéndose lentamente a medida
que cede la excitación. (Es decir, su curva va paralela a la
curva de copulación normal). La intensidad de estas alte­
raciones circulatorias suele aumentarse aún más en virtud
de la conducta peculiar que observa la respiración. En el
momento en que la curva de excitación se acerca a su punto
culminante, se hace la respiración más bien superficial, rá­
pida, y, a veces, hasta intermitente. Resulta asi la sem ipa­
ralización de la respiración, muy beneficiosa para la evolu­
ción de los procesos locales durante todo el acto de cohabi­
tación.
Factor menos favorable (y hasta en ocasiones franca­
mente desafortunado), resulta la presión sanguínea aumen­
tada. Me refiero a los hombres ya de cierta edad, con vasos
cerebrales muy frágiles, en los cuales el coito puede producir
un ataque de apoplejía.

También participa en el acto carnal todo el sistema mus­


cular. Además de las contracciones musculares coordinadas,
en parte voluntarias y en parte automáticas, hasta reflejas,
se manifiesta una predisposición especial para ciertos esfuer­
zos musculares semivoluntarios, pudiendo convertirse hasta
en involuntarios; todas estas contracciones adquieren antes,
y durante el orgasmo, un carácter espasmódico. Un ejemplo
muy manifiesto de tales contracciones son los movimientos
espasmódicos de los músculos de los ojos y de los párpados,
verdaderos síntomas típicos de un orgasmo inminente o de
la evolución del mismo, es decir, que este estado de máxima
tensión sexual se manifiesta al copartícipe de un modo evi­
dente. En personas propensas a calambres en las pantorri­
llas, suelen presentarse éstos como manifestación parcial,
constituyendo, por cierto, un trastorno bastante desagrada­
ble. De igual modo pertenecen a esta categoría de las mani­
festaciones generales del coito, los sonidos inarticulados y
los gritos más o menos agudos.
También toma parte muy activa en dicho proceso la
musculatura lisa del interior de los óiganos sexuales, que,
como hemos visto, desempeña un papel muy importante y
que origina, precisamente, mediante la contracción de las
paredes de los vasos sanguíneos, las alteraciones de la cir­
culación sanguínea, que acabo de mencionar. Y su acción
frecuentemente convulsiva provoca también la expulsión oca­
sional de los gases intestinales, y el tenesmo, por la contrac­
ción de las paredes de la vejiga. Como es natural, no puede
haber en el hombre micción, ya que durante el estado de
erección están hinchadas las partes correspondientes de la
uretra, impidiendo la salida de dicho líquido. Ahora bien:
al persistir sobre el pene ya relajado, después de realizado
el coito, las excitaciones mecánicas, puede ocurrir que saiga
orina antes de que se haya presentado una nueva erección
suficientemente marcada. No sucede lo mismo en la mujer,
ya que la hipertrofia del tejido eréctil no constituye obstácu­
lo alguno para el paso de la orina. Asi, pues, en caso de
acentuada excitabilidad o en caso de excitaciones muy agu­
das, suele presentarse una ligera salida de orina.

La formación de las dos manifestaciones que acabo de


mencionar (es decir, las contracciones de la vejiga y del
recto), es, principalmente, la consecuencia de una transición
de la excitación de los centros nerviosos genitales, sobre los
centros nerviosos próximos a dichos órganos. Semejante tran­
sición de la excitación central sobre regiones próximas, es
decir, un paulatino esparcimiento cada vez más amplio de
dicho estado de excitación sobre sectores muy alejados del
centro primero, sobre todo el cerebro y la medula, constitu­
ye un síntoma muy característico de la evolución de la exci­
tación sexual. “Empieza en los lóbulos posteriores del cere­
bro (en los centros de la visión y del oído), trasmitiéndose
luego a los lóbulos anteriores (con sus centros de sensación
y de movimiento), esparciéndose sobre los lóbulos inferiores
(los centros olfatorios) y alcanzando, por último, durante el
acto de la procreación, a través de la medula oblongada, la
medula dorsal.” (Lucían!). Todo el sistema nervioso, debido
a la excitación sexual, se halla en un estado máximo de ten­
sión, del cual dependen todos los procesos locales y genera­
les. También son debidas a dicho estado de tensión todas las
manifestaciones antes descriptas (secretoras, circulatorias y
motoras).
La susceptibilidad para tales impresiones, por parte de
los órganos sensoriales, resulta aumentada. El ojo es mu­
cho más sensible a los efectos de la luz, que en estado normal;
al dilatarse las pupilas, manifestación evidente de una ini­
ciación de orgasmo, se convierte la sensibilidad para la luz,
en fotofobia; todos estos síntomas, junto con las contraccio­
nes espasmódicas de Jos músculos del ojo, constituyen la con­
ducta particular del órgano visual, tan típica en el orgasmo.
Se acentúa el olfato. Como quiera que existen, y con
frecuencia en las mujeres, ciertas relaciones peculiares de re­
flejo, entre determinados lugares de la mucosa nasal y los
órganos sexuales, pueden presentarse durante el coito ma­
nifestaciones especiales en la región nasal, siendo los sínto­
mas más llamativos los estornudos y la hipersensibilidad
para los olores.
También resulta más afinado el oído.
El sentido del tacto es, indudablemente, el que mayor
aumento de sensibilidad manifiesta, tanto durante las ma­
nipulaciones preliminares como en las diversas fases del coito.
Ai<n suelen aumentar en intensidad en el punto más culmi­
nante de la curva de excitación.
Este cosquilleo, tan acentuado, con sus correspondientes
reacciones, es decir, todo este conjunto de hipersensibilidad,
ejerce un efecto generalmente favorable para la percepción
de las diversas excitaciones y, por consiguiente, para la evo­
lución progresiva de la excitación sexual. De un modo es­
pecial, se manifiesta bajo la forma de una perceptibilidad
aumentada para las excitaciones que producen sus efectos
sobre los órganos sexuales, y de esta manera, coopera eficaz­
mente para lograr el punto culminante; el acmé, el periodo
de máxima intensidad.
En contradicción aparente con la sensibilidad aumen­
tada de los órganos sensitivos, se baila el hecho de que un
individuo que tiene una fuerte excitación sexual, no respon­
de, por regla general, a impresiones que en otro estado le
producirían las reacciones más violentas. La persona capaz
de entregarse por completo, durante el acto genésico, puede
soportar las impresiones más fuertes, hasta sufrir dolores,
sin sentirlos, ya que no quiere sentirlos. Aunque la hipersen-
sibilidad de sus sentidos aumenta dichas impresiones, no con­
siente, sin embargo, que se manifiesten, ya que excluye todos
aquellos motivos que se oponen a su impulso de satisfacción.
Es éste, precisamente, uno de los síntomas de máxima exci­
tación sexual, dependiendo por completo de la misma las
funciones cerebrales superiores, como indudablemente lo son
todos los trabajos del ingenio humano, identificándose enton­
ces por completo los impulsos anímicos del cuerpo.
"En este preciso momento, cuando el acto vital más su­
blime se aproxima a su final, es cuando alcanza el individuo
el máximo grado de atracción y encanto. Sus colores son
más vivos, los ojos más grandes y brillantes, los músculos
faciales en máxima tensión, de modo que en los adultos desa­
parecen todas las arrugas y parece que vuelve a ellos la her­
mosura de la juventud”, mientras que al alcanzar el punto
culminante de la excitación, recobra la fisonomía su carác­
ter típico masculino y femenino, adquiriendo entonces el ros­
tro “un alto grado de fuerza en el hombre y de ternura en
la mujer” (h.

(1) Citado por tlevelock EtIIs en Estudio


* sobre Paleología del Sexo.
No debe sorprender, pues, que un proceso que en tan alto
grado embarga el cuerpo y el alma, exija un esfuerzo con­
siderable que, naturalmente, debe manifestarse por cierto gra­
do de cansancio.
Debemos comprender bien lo que debe entenderse por
cansancio, a fin de dar a la frase su verdadero valor (cosa
absolutamente necesaria para las deducciones prácticas); por
eso, y ante todo, examinaremos más de cerca algunos pun­
tos de esta cuestión.
En primer lugar, hay que destacar que el coito normal
no produce cansancio a causa de los esfuerzos musculares
realizados, sino exclusivamente por el trabajo llevado a cabo
por los centros nerviosos. Y la repetida relajación que sigue
a tan aguda tensión causa no simplemente fatiga sino un
verdadero agotamiento, tal como el que encontramos en otros
procesos exclusivamente psíquicos y mentales.
Cuanto mayor la tensión más abrupto es el descenso y
más la fatiga o el agotamiento. El primer factor explica por
qué un coito llevado a cabo de manera establecida, con rapi­
dez y sin estar acompañado de excitación (en resumen, he­
cho a la manera de una “evacuación”) es menos fatigante
que una comunión entre dos que se aman y en quienes sus
almas tanto como sus cuerpos participan con sutil arte e
intenso ardor. El segundo factor explica la verdad antigua
y universa Imente conocida que la mujer, cuyo éxtasis se des­
vanece gradual y suavemente (véase el gráfico A) se fatiga
mucho menos que el hombre. Fue decididamente un hom­
bre el autor de la famosa frase Post coitum omne animal
triste (después del coito toda criatura está triste).
No obstante, una extrema sensación de fatiga y de rela­
jación después del coito, es rara: en general, se manifiesta
sólo por cierta ansia de dormir. Unicamente en aquellos ca­
sos en que se ha exigido un poco demasiado —sea a causa
de frecuentes repeticiones del acto o bien por haber existido
antes un cansancio de otro origen—, puede manifestarse una
sensación de fatiga o un verdadero agotamiento (aunque re­
lativamente ligero). Participa también en dicho agotamiento
el excesivo esfuerzo corporal que se ha exigido en tales casos
por la parte activa, para lograr el orgasmo.
Huelga toda relación sexual perjudicial para el individuo
en cuestión. Pero semejante caso suele presentarse raras
veces. Por regla general sucede en aquellos seres que han
exigido esfuerzos sexuales extraordinarios a un cuerpo ya
considerablemente debilitado por otras causas distintas. El
cumplimiento normal (no forzado) de las funciones sexuales,
no perjudica, ni siquiera al cuerpo enfermo.

Al contrario, en circunstancias normales, el coito produce


un efecto sumamente beneficioso para el bienestar anímico
y corporal de ambos cónyuges. Sobre todo cuando después
de realizado puede satisfacerse la necesidad de descansar, sin
que sea necesario un verdadero sueño profundo. Experimén­
tase entonces la sensación de satisfacción, de paz física y
mental, de equilibrio, de autoconfianza y poder que difícil­
mente se logia con tal perfección por medio de cualquier
otra experiencia.

La máxima sensación de felicidad, la verdadera dicha


que pueden hallar dos seres humanos, se brinda cuando los
esposos, verdaderamente enamorados, saben aprovechar el
momento de ansias de reposo que sigue inmediatamente a la
cópula. Más, mucho más que en el éxtasis del goce común
tan Ideal, se sienten íntimamente unidos los esposos cuando,
descansando uno en brazos del otro, ceden a la necesidad tan
natural de reposo y sueñan despiertos lo que han gozado,
sintiendo plenamente que sus almas aún rebosan de deleite,
aunque la unión de los cuerpos haya llegado a su fin.
Es éste el principio del “final”.
El “final” es de capital importancia en los actos gené­
sicos; pero, por desgracia, se le sude menospreciar muchas
veces.
El marido que tiene por costumbre entregarse, después
de realizado el coito, al sueño (hay muchos maridos que ado­
ran verdaderamente a sus mujeres y que, por ignorancia, o
sin pensarlo, dan media vuelta y empiezan a roncar, sin cui­
darse de que en su mujer está aún desvaneciéndose la exci­
tación sexual), no sólo se priva a sí mismo de las más bellas
sensaciones anímicas, sino que destruye, inconscientemente,
las de su esposa, demostrando por este hecho que ignora por
completo la esencia de la mujer, la hermosura de su amor,
las sensaciones que ha sabido despertar, y que producen en
ella anhelos de ser acariciada, y sed de palabras embriaga­
doras. Ignora que existe ese estado ferviente de deseo, que
persiste, a pesar de que el orgasmo ha llegado a su fin. Pre­
cisamente en el “final”, se muestra la “cultura” amorosa del
marido.
Así, pues, aunque haya terminado el acto de la cópula,
debe esforzarse el marido en conservar en su mujer las sen­
saciones de dicha que la embargan. Y esto lo logrará fácil­
mente con una palabra, con un beso, mediante una caricia
o estrechándola fuertemente contra sí. A la mujer que ver­
daderamente ama, le basta sentir que en su marido no todo
ha hallado su fin, que también él quedó extasiado. Sólo de­
sea que se le ofrezca ocasión propicia para hacerle ver su
entusiasmo.
Constituye, pues, el “final”, como acabo de exponer, una
parte esencial de las relaciones sexuales. Y digo esencial, ya
que sirve para consolidar los lazos amorosos logrados me­
diante la cópula. Y que pertenece a las relaciones sexuales
lo muestra el hecho de que representa un intercambio de
las expresiones eróticas recibidas. En modo alguno disminuye
su importancia porque estas impresiones lleven un sello esen­
cialmente psíquico, sirviendo los contactos de los cuerpos sólo
como medio de expresión. Precisamente este hecho es el que
convierte al “final” en la parte más fina y más delicada de
toda la sinfonía de la unión sexual.
Es por tales razones imposible profundizar más en la
materia. La técnica del “final” se halla en un terreno pura­
mente psicológico, y para explicarlo de la debida manera se
precisa una completa, psicología del amor, describiendo sus
manifestaciones más sutiles, sus corrientes, por suaves que
sean, sus contracorrientes y variaciones, Pero tal asunto me
llevaría fuera del marco trazado para esta obra, pues al des­
cribirlo tendría que hacerlo con toda clase de detalles.
Por lo tanto, me limito a un solo consejo: Dedicad a esta
parte de vuestras relaciones sexuales el máximo cuidado y
atención. Pero tened cuidado en no excederos. Los excesos
y extravagancias no producen tanto daño en ningún estado
como en este '‘final
* ’, en que la imaginación requiere la ma­
yor delicadeza y gracia.

La fisiología del período del “final’’ puede resumirse en


los siguientes conceptos: desvanecimiento del estado de exci­
tación y retomo al equilibrio; es más tarde cuando viene el
segundo componente: el estado de reposo. En lo que se re­
fiere a la técnica, lo mismo que todos los capítulos de las re­
laciones sexuales, estará en concordancia con los procesos
fisiológicos. Mientras que no ha quedado restablecido el equi­
librio conviene seguir un camino: abstenerse de toda excita­
ción que pudiera causar un retraso para la vuelta a aquel
estado legítimo. Aunque la presunción de la juventud, en de­
terminadas ocasiones, prefiere cambiar este "nirvana”, este
estado post-orgástico, en bromitas y juegos, en espera de que
se abra camino una nueva excitación; aunque la gente más
madura, consciente de su potencia sexual, inicia con fre­
cuencia un juego de amor antes de que el primer ciclo de
excitación se haya desvanecido por completo
* 1*, esto no sig­
nifica otra cosa sino que el verdadero “final” ha sido apla­
zado; pero en modo alguno habla en contra de mi consejo,
expresado en líneas anteriores, de que el desvanecimiento
definitivo debe seguir inmediatamente al orgasmo y jamás
debe trastornársele mediante excitaciones genitales de nin­
guna clase. .

,
**
Es difícil indicar la duración de este “final ya que de
antemano no puede fijarse su término. En el Matrimonio
Perfecto se transforma lentamente, sin darse cuenta, en un
nuevo preludio. Aunque éste comience a) cabo de mucho tiem­
po, sigue sonando el eco sin embargo, y para conservar su
hermosa melodía sólo se necesita una palabra amorosa, una
mirada de cariño, un recuerdo, apenas expresado con pala­
bras, de todo cuanto se ha gozado juntos, e insinuando sua-
O) En el capitulo XIV trataré, con tono detalle. )n repetición de la cópula
y todas lee cuestiones inherentes a la mlsmh.
vemente la dicha próxima de una nueva unión, de una fusión
nueva.
Y cuando resulta de todo punto imposible renovar ésta,
cuando los esposos se hallan separados el uno del otro, tal
vez para siempre, esta melodía sigue, no obstante, y produce
sus ecos, y este estado durará tanto tiempo como el alma
sea capaz de retener dicho recuerdo.
Jamás se apagará el eco de semejante dicha y felicidad.

Citaré un fragmento de la cuarta carta de la serie es­


crita por Eloísa a su esposo Abelardo, largos años después
de su forzosa separación.
“Eran tan dulces, en verdad, aquellas alegrías de amor
que gozamos juntos, que no sólo no han perdido placer para
mí sino que ya no pueden apartarse de mi memoria. Doquie­
ra que voy se presentan siempre ante mi vista y despiertan
en mí los antiguos deseos...
“Cuando debiera llorar por lo que hicimos, me quejo y
gimo porque ya no nos es dado hacerlo de nuevo. No sólo
lo que hicimos, sino cada sitio y cada hora en que lo hicimos,
han penetrado tan íntimamente en mi alma junto con tu
retrato, que sigo viviéndolo todo en pensamiento y no me
es dable olvidarlo ni aún sumida en el más profundo de los
sueños. A veces los movimientos del cuerpo descubren los
anhelos de mi mente... y se me escapan palabras que no
puedo retener .,(i).

(1) Trutorlpto
INTERMEDIO TERCERO
I

La ignorancia de la fisiología femenina alcanza proporciones in­


creíbles en la mayoría de los hombres.
Camille Mauclaír.
II
¡Es mucho más allá de ti en donde deberás amar un día! jApren-
de, pues, a amar!
Nietssche.
III
El que quiera aprender a amar, será siempre un discípulo.
Bernhardi (Don Juan).
IV

Ama si quieres ser amado.


Séneca (Epístolas).
V

Hacer nacer un deseo, nutrirlo, desarrollarlo, hacerlo crecer, esti.


mularlo y conseguirlo, es todo un poema.
Bateac (Catecismo conyugal).

VI
El amor no puede negar nada al amor.
El amante no puede gozar nunca suficientemente a su amada.
Codea: amorls del siglo XII íProvenza)

VII
Poco ama el que con palabras puede expresar cuánto ama.
Dante (Vita Nuova).
VIH
Es sólo por el matrimonio como se perfecciona la mujer por ei
marido, en la misma medida que el marido se perfecciona por la
mujer.
El hombre y la mujer forman un ser completo.
Hippel.
IX

Placer equivale a perfección.


Sptnoza.
X
No sé si me equivoco, pero para nú la cuestión sexual es la raía
y la flor, el principio y el fin de toda moral. Aun cuando se traba­
jase noche y día por el bienestar de la Humanidad, sacrificando los
bienes y la propia sangre, me parece que todo seria Inútil si se des­
cuidase y profanara la vida sexual, esa escuela primaria y perpetua
del rejuvenecimiento y del verdadero altruismo (D.
5. H. Ribbing (Higiene sexual) (12).

XI

Lo más delicioso de la voluptuosidad procede de la mente y del


corazón.
De Vauvenargues.
XII

El Interés y el honor prohíben al marido permitirse deleite amo­


roso alguno cuando no ha sabido estimular para ellos a su mujer.

XIII
La esposa más casta puede ser la más sensual.

XIV
Siempre que haya diferencia entre uno y otro momento de pla­
cer, puede un hombre hallar la felicidad completa con una misma
mujer.
XV
El talento del marido debe consistir en saber aprovechar con
habilidad los matices del deleite amoroso, desarrollarlo, darle nuevo
estilo y prestarle un modo propio de expresión.
Entre dos seres que no se aman, tal talento significa libertinaje;
pero las caricias y las demostraciones amorosas que nacen del amor
jamás son Inmorales,

(1) Me he permitido hacer resaltar la* palabree más importantes de est»


pensamiento.
(2) Ribblng fu» un distinguido escritor sueco sobre temes sexuales.
XVI
Es más fácil ser amante que marido. Como es mucho más difícil
dar pruebas diarias de talento que decir de Tez en cuando alguna
frase hermosa.
Balzac.
XVII
Desnudémonos. Sólo desnudos, ¡oh, amada!, deben unirse los
cuerpos cuando quieren abrazarse enbriagados de deseo y de an­
helo ...
Paules Silentiarios (Epigramas griegos de amor).

XVIII
Cada cual debe conocerse a si mismo. Elegid el modo de unión
en concordancia con el cuerpo. No para todos conviene un mismo
modo.
No vayas tan de prisa, si a mí has de hacerme caso;
más fuerte es el placer si vas a él paso a paso...
Ovidio (Ars Amatoria, Libro II).

XIX
No corras, no te dejes llevar del huracán,
porque sólo el Amor debe marchar delante.
A esta meta soñada vuestras dos almas han
de llegar juntas, si es que quieres, amante,
gozar toda la dicha y toda la fortuna
reunidas al fin las dos almas en una.
Ovidio (Ars Amatoria, Libro III).

XX
Libres los amantes de la tradición que les ataba al concepto
burdo o a veces brutal, son verdaderos jugadores y se mueven enton­
ces en las más elevadas reglones de la creación, tanto física como
mentalmente. Se brindan mutuamente la copa llena de vino sacra­
mental que ha de ofrecerles la más profunda bienaventuranza que
pueden saborear un hombre y una mujer.
Havelock Ellis (El amor como arte).
CUARTA PARTE

HIGIENE DEL
MATRIMONIO PERFECTO
INTRODUCCIÓN
La moral y la higiene de la convivencia de hombre
y mujer, exigen un amor mutuo profundo.
*
Ptx

Definición, limitación y división del material

La higiene del matrimonio comprende todo cuanto es


susceptible de ser edificado sobre una base sana para la con­
vivencia de los esposos, para cultivar la salud y proporcionar
de este modo la felicidad en esta convivencia, dando en lo
posible a los cónyuges los medios de suavizar los incidentes
que puedan turbar esa felicidad.
Expuesta en toda su inmensa amplitud, la higiene com­
prendería una parte muy importante de la psicología sexual.
Bien sabe el lector que tal materia me llevaría mucho más
allá de los límites que me he señalado en esta obra, y le será,
por tanto, fácil comprender que me ciño principalmente a
la higiene matrimonial en el más estricto significado de la
palabra.
Para facilitar dicho estudio, divido la higiene matrimo­
nial en higiene corporal e higiene anímica; pero, no obstante
dicha división, debemos tener siempre presente que los fac­
tores psíquicos y corporales están encadenados y ejercen cada
cual su efecto sobre el otro componente. Recordemos tam­
bién que el elemento corporal de la vida sexual de los seres
humanos que verdaderamnte se aman, es decir, del Matri­
monio Perfecto, ejerce sobre la psique una influencia pode­
rosa.
Capítulo XIII

HIGIENE DEL CUERPO


PRIMERA PARTE

Desfloración. — Luna de miel

Empecemos, pues, por el principio: por la consumación


camal del matrimonio. No siempre resulta idéntica con la
desfloración (rotura del himen), pues no todas las mujeres
entran en el matrimonio como virgo intacta (como virgen
en el más estricto sentido de la palabra). Para aquellas mu­
jeres que antes de contraer matrimonio ya estaban acostum­
bradas a los contactos genésicos carece, naturalmente, de in­
terés (o al menos puede tenerlo poco para ellas) todo cuanto
he de decir en los párrafos siguientes. Sin embargo, es de
extrema necesidad que el hombre que despose a una mujer
virgen no imagine que la iniciación genital de su esposa es
en modo alguno un asunto fácil o que puede ser empren­
dido ligera e imprudentemente.
Hay que vencer dos resistencias: una anímica y otra
corporal.
La resistencia anímica (como se ve, nos hallamos ya en
el terreno de la psique), existe siempre, por grande que sea
el amor de la mujer, a pesar de toda disposición, a despecho
de que confíe plenamente en su marido. ¡Existe, aun cuan­
do la novia intente velarlo ante él y, a veces, ante sí misma!
Para expresarme con más claridad, me serviré de una
comparación con la conducta de los animales (aunque siem­
pre he procurado en esta obra abstenerme de recurrir a com­
paraciones de esta índole). Observemos, pues, la hembra de
cualquier especie del reino animal, durante la época del celo.
Todas las hembras anhelan ser fecundadas y, sin embargo,
las que jamás fueron cubiertas observan una conducta dife­
rente de las que “ya lo saben por experiencia”. Aunque a
veces estas últimas intenten escapar del macho, se ve, no
obstante, con absoluta claridad, que esa huida es más bien
una especie de solicitud, que no tiene más objeto que excitar
aún más al macho y excitarse a la vez a sí misma, para ha­
llarse después ambos más dispuestos para la unión. Sin em­
bargo, es bastante diferente lo que ocurre con la hembra
“virgen”. En ésta, el intento de huir supera a la excitación,
y de toda su conducta se desprende claramente que el ins­
tinto de unión sexual está en abierta lucha con una especie
de temor, de miedo, imponiéndose a veces el instinto al cabo
de mucho tiempo de lucha. Todo aquel de mis lectores que
tenga una perra con la cual sostenga esa relación de amis­
tad maravillosa que sólo puede existir entre amo y perro, de­
berá fijarse en los ojos de la hembra cuando la solicita el
macho. En la perra virgen, a pesar del manifiesto deseo ar­
diente de aproximación, se ve con toda claridad pintado en
sus ojos el miedo, mientras que esta manifestación es de
deseo, exclusivamente, cuando se trata de una "hembra ex­
perta’*.
Este miedo, en su esencia, no sólo representa el temor
a un dolor posible, tal como lo conoce la hembra de nuestra
especie, la cual sabe que el desgarro debe producir de un
modo inevitable dolor, sino que existe también en los anima­
les que no tienen himen y en aquellos en que la unión sexual
no puede, por lo tanto, resultar dolorosa en modo alguno.
Y volviendo al ser humano, existe aún en mayor grado ese
miedo en la muchacha completamente ignorante, que no
tiene ni la más remota Idea de lo que es el himen y de lo que
representa la desfloración.
No cabe duda: ese miedo, que encierra en sí una resis­
tencia, un obstáculo inconsciente, tiene más profundas cau­
sas y mayor importancia que el solo temor a un dolor escaso.
Todo aquel que quiera explicarse este temor debe tener en
cuenta que se trata, en este caso, de las importantísimas
alteraciones por excelencia en la vida de la mujer y, sobre
todo, que se trata de su entrada definitiva en la vida sexual
activa con sus consecuencias, con todas sus obligaciones y...
con todos sus peligros.
De todos modos, sea este miedo inconsciente, subcons­
ciente o consciente (lo último, en proporción relativamente
escasa), existen razones sobradas para no dejar de tenerlo
en cuenta en lo que significa. No es que quiera decir, en
modo alguno, que el marido deba salirle al encuentro con
cierta debilidad, con un relajamiento anímico o hasta con
cierta compasión, muy poco adecuada en este caso, sino que,
por el contrario, quiero hacerle ver que en tal momento se
le brinda la primera ocasión —y en manera alguna la última,
y menos aún la más cómoda— de demostrar su tacto sobe­
rano en el matrimonio. En ello estriba su propia dicha, y
en altísimo grado la de su mujer. "J.j suerte de un matri­
monio depende de la noche de boda.”
La resistencia corporal a vencer la constituye de un mo­
do exclusivo el himen, pues no hay que hablar aquí de otros
componentes, como movimientos defensivos, fuerte contrac­
ción de los muslos, etcétera. Ahora bien: si se presentan
tales manifestaciones, sería entonces una prueba innegable
de que la preparación psíquica de la novia ha sido absoluta­
mente incompleta. El marido debe abstenerse de todo intento
de desfloración hasta que no haya suplido dicha falta. Balzac
nos enseña: “No debes comenzar tu matrimonio con un atro­
pello." Y yo, por mi parte, quisiera añadir: Si procedes de
tal manera, pagarás durante largos años tu proceder poco
prudente.
Ya se ha expuesto en el capitulo XI lo más adecuado
respecto a la técnica de la desfloración. Por lo tanto, basta­
rá hacer resaltar de nuevo que el pene, en su movimiento
de presión, debe adoptar la dirección de arriba y adelante
(cuando la mujer se halla echada de dorso), a fin de que
la punta penetre en la abertura existente, deslizándose por
la pared anterior del vestíbulo. Al seguir i>enetrando el miem­
bro viril, se distiende el borde himenal anterior, a fin de
lacerarse (en general, a la izquierda y a la derecha, prolon­
gándose las desgarraduras hacia atrás). Excusado es decir
que entonces la mujer sentirá cierto dolor. Sin embargo, para
la mujer normalmente sensible, con un himen anatómica­
mente normal, dicho dolor de desgarro himenal no resulta
mucho, y menos aún, insoportable. La duración de esta sen­
sación dolorosa suele aún reducirse considerablemente, pu­
diendo hasta ser instantánea cuando el marido sabe aprove­
char el momento en que se siente que va penetrando el glan­
de del pene, respondiendo a la resistencia con la cual tro­
pieza con un fuerte movimiento de presión, sin que en nin­
gún momento resulte brutal. Si en este preciso instante la
mujer no huye, echándose hacia atrás para evitar el dolor,
sino que ayuda a su marido por medio de un breve apretón,
él himen se desgarra instantáneamente, y se ha verificado
la desfloración, habiéndose conseguido la introducción del
pene.
La pérdida sanguínea por desgarros insignificantes es
muy leve y cesa muy pronto, sin necesidad de calmarla por
medio alguno. Sólo'en casos muy excepcionales tal hemo­
rragia resulta más profusa y duradera. Basta entonces un
reposo completo, teniendo las piernas cerradas sobre una com­
presa de algodón que presione la porción inferior del introi­
tus vaginal. La hemorragia cesará al cabo de poco tiempo.
Sólo en casos rarísimos habrá que recurrir a la ayuda médica.
En muchas mujeres el himen crea muy poco problema
o hasta no existe debido, entre otras cosas, al uso de tapo­
nes higiénicos internos durante la menstruación. El himen
normal es de una estructura extremadamente elástica y pue­
de fácilmente ser distendido por dilatación manual. Ello pue­
de lograrlo la propia mujer antes del matrimonio y es de
gran ayuda que así lo haga, tanto para d marido como para
la esposa, en el comienzo de su vida conyugal. La mujer
puede tomar una posición en cuclillas, con los talones jun­
tos y las rodillas separadas, o puede estar parada con la pier­
na izquierda levantada, el pie izquierdo sobre una silla y la
rodilla vuelta hacia afuera. Cualquiera de ambas posiciones
tiende a relajar los músculos de la entrada de la vagina y
es fácil para la mujer separar los labios mayores con una
mano e insertar suavemente con la otra la punta dél dedo
índice lubricado. La dirección de la entrada debe ser, como
en el caso del pene, “de arriba y de adelante’*. Una vez in­
sertado él índice aproximadamente tres centímetros, se le
baja levemente para encontrar la resistencia elástica del bar­
de del himen. Graduales movimientos de dilatación y “plan­
chado” de lado a lado harán que con pocos minutos de prác­
tica cada noche al cabo de pocos días puedan insertarse dos
y a veces tres dedos.

Cuando no se logra desgarrar el himen dei modo que


acabo de exponer, conviene suspender todas las demás ten­
tativas, aplazándolas para el día siguiente, y tal vez para el
subsiguiente. Los esfuerzos demasiado prolongados, repetí-
dos muy prematuramente o con demasiada fuerza, no hacen
más que aumentar la sensibilidad y acrecer el temor al dolor
y, por consiguiente, resultan disminuidas las probabilidades
de un buen resultado. También debe procederse con gran cau­
tela en la presión de que antes hemos hablado, a fin de sus­
pender la labor del pene cuando se aprecia que la resistencia
a vencer es demasiado grande o que el dolor es excesivamente
acentuado o el miedo muy manifiesto<n.
Ornar Haleby, en su libro El Ktáb, en su antiguo modo
mahometano, dice lo siguiente respecto al particular: “Debes
proceder con suavidad y cautela; jamás intentarás romper
por la fuerza la resistencia que te ofrece el cáliz cerrado. lías
de saber dominar la fuerza intempestiva de tu anhelo, y cuan­
do la Naturaleza te haya conseguido medios potentes y vo­
luminosos, deja el momento de la desfloración para el día
siguiente, y aún mejor, aplázalo para el subsiguiente."
Los orientales resultan también, bajo este aspecto, más
sabios, más listos, de mayor talento en los asuntos amorosas
que la mayoría de los hombres de nuestra raza que se sien­
ten inclinados a ignorar toda consideración en su noche de
bodas por temor a parecer “impotentes". En muchos pue­
blos la religión y la ley de la costumbre prescriben aplazar
el coito, dejándolo para el segundo o tercer día después de
celebrada la boda (2>.
Ahora bien: como en todos los asuntos de importancia,
reza también en esta cuestión el conocido proverbio, que dio
siempre frutos tan excelentes: Ne quid nimia (Nada de exce­
sos). Claro está que un aplazamiento prolongado puede cau­
sar muchos perjuicios. A todo aquel que me pida un consejo
en estas cuestiones le contestaré con toda claridad y fran­
queza: Cuando al cabo de cuatro días de intentos tres veces
(1) "No se ha dado completa participación en la belleza y alegría de la
Tkla a la mujer que no se la ha Iniciado muy gradual y hábilmente en las rela­
ciones sexuales. .. Un únante realmente satisfactorio debe tener perspicacia y
habilidad al mismo tiempo que virilidad y pasión: debe respetar la individua­
lidad de su compafizra y ser capaz de ejercer un férreo control sobre si mismo;
asi su propio goce seré tanto mayor al fin". Cita del Panfleto Ni 3 dé la
Sociedad Británica pera el Estudio de la Psicología Sexual, Ululado; "Variedad
y variabilidad entre las Mujeres", por F. W. Stella Browne
(2) En el Archipiélago Banda sólo se permite a los recién casados realizar
ei coito a los tres días de la boda. Una vieja o un niño deben acostarse entre
ellos durante estos primeros dias. (PIoss-Bartels: Mnfer, tomo I. pf/. &49)
repetidos no se haya logrado realizar perfectamente el primer
coito, deben dirigirse ambos cónyuges, sin demora, a un mé­
dico de reconocida competencia ginecológica y sexual para
consultarle el caso. Siempre sabrá él remediarlo, o bien ha­
ciendo unas incisiones himenales insignificantes, o aplican­
do un tratamiento psíquico, o a veces ambos métodos com­
binados. Si es necesario también dará tratamiento o conse­
jo al marido. Pero si la demora se prolonga las lesiones psí­
quicas e impresiones de dolor y temor, al mismo tiempo que
los dolores locales, harán su cura cada vez más difícil.

Una vez lograda la introducción del pene, bastarán pocos


movimientos para que el hombre, que se halla, naturalmen­
te, sujeto a una acentuada excitación psiquico-sexual, verifi­
que la eyaculación.
Sólo raras veces bastarán estos movimientos en la mu­
jer para producirle el orgasmo; pero como quiera que existe
cierto antagonismo entre La excitación sexual pre-existente
y a los factores psíquicos y corporales que contraatacan ese
deseo, resulta muy problemática para la mujer una satisfac­
ción sexual durante este primer coito.
Considero, por lo mismo, totalmente equivocada la tác­
tica de continuar dichos movimientos encaminados a provo­
car el orgasmo. Para las pequeñas lesiones himenales resul­
ta mejor no exponerlas a nuevas excitaciones, en este caso
innecesarias. Me parece más prudente proceder haciendo, en
absoluto, caso omiso al orgasmo de la mujer, a lo cual en
todos ios demás casos doy tantísima importancia.
Cabe preguntar si será o no conveniente obtener dicha
reacción después del coito, recurriendo al apropiado juego
de excitación, por ejemplo el beso genital o la fricción con
el dedo. La respuesta es, según mi modo de ver la cuestión,
ésta: En el caso en que después del coito, es decir, después
de haber eyaculado el hombre, haya alcanzado la mujer tal
grado de excitación sexual que desee una prolongación de
dicha excitación hasta llegar al orgasmo, y cuando las rela­
ciones de los recién casados resulten ser ya tan intimas que
tal proceder no destruya el recato natural, abogo por conti­
nuar la excitación por medio del juego adecuado, siempre
y cuando se reduzca a palpar el clítoris, evitando tocar la
región himenal.

Depende de la disposición psíquica de la recién casada


el si al primer coito debe preceder el juego de excitación
correspondiente. Por regla general, contestaré en sentido ne­
gativo, pues el resultado así conseguido suele casi anularse
por los efectos de la desfloración. Tiene también grandes
ventajas el que la influencia del primer coito se limite para
la mujer, en lo físico, al aniquilamiento de la barrera hi­
menal y a la viabilidad de los conductas de copulación.
Ahora bien: una actividad mayor que la indispensable
por parte del hombre, ofenderá el pudor de la novia de sen­
timientos castos y verdaderamente virgen, lo que debe evi­
tarse en lo posible, ya que aumentaría la enorme carga psí­
quica que ya trae en sí para la mujer tal situación. Y el re­
cato de la mujer es, en sí mismo, tan bello y delicado (aun­
que tan a menudo esté desatendido por las modas y costum­
bres modernas) que el esposo deberá brindarle toda su re­
verencia.
Por tales razones, debe proceder con todo cuidado en
cuanto se refiere a los juegos amorosos, en ésta su primera
unión carnal con la compañera de su vida. La mayor y me­
jor parte de su actuación debe corresponder al preludio, a
la parte más fina del juego amoroso, consistiendo en besos
y tiernas caricias, palabras de amor y otras demostraciones
de cariño por el estilo; pero conviene abstenerse en absoluto
de toda clase de manifestaciones eróticas intensas, durante
este primer juego de amor.
Es muy importante y digno de tenerse en cuenta el re­
cato que debe observar el marido al contemplar el cuerpo
de su esposa. Los versos de Paulos Silentiarios citados en
el Intermedio de la 3’ Parte (número XVII), deben aplicarse
sólo cuando las relaciones matrimoniales hayan alcanzado un
punto bastante avanzado. Sería improcedente exigir de la cas­
ta desposada la exposición del cuerpo entero a la vista de su
marido, por muy grande que sea su amor. Asustarla mostran­
do el miembro viril, que forzosamente debe parecerle gigantes­
co, sólo significaría aumentar de un modo considerable la
resistencia psíquica involuntaria.
Pero es el caso que no toda novia resulta ser una niña
casta y avergonzada. No es necesario prodigar en estos casos
tanta indulgencia, tanto cuidado y tanta cautela como los
exige la niña que acabo de describir, ya que las otras deben
sólo su nombre de vírgenes al hecho material de conservar
intacto el himen.

Y ahora, por último, una cuestión puramente técnica.


Como quiera que generalmente en la recién desposada no
existe una excitación loca] muy acentuada, no basta muchas
veces la secreción de mucosidad para garantizar un desliza­
miento perfecto del pene. Razones son éstas que dificultan
el proceso, haciéndolo más doloroso. En estos casos es con­
veniente el empleo de un lubricante, introduciéndolo direc­
tamente en la vagina. Cuando el marido explique a su joven
compañera que tal proceder sirve para facilitar el acto, con­
sentirá gustosa de ello, pues el efecto sugestivo de considera­
ción y cuidado resultará muy favorable.
Este lubricante, y lo mismo los órganos sexuales de am­
bos cónyuges, deben estar absolutamente limpios. Además
de su aspecto estético, debe exigirse tal limpieza porque es
indispensable apartar toda materia impura de aquellos lu­
gares en los que eventualmente puede producirse una lesión,
por insignificante que sea.

Sigue después de la noche de bodas, la luna de miel.


También respecto a esta época suele estar muy equivocada
la gente, y de un modo especial los solteros. De igual ma­
nera que suelen concebir en su imaginación la noche de bo­
das como un sinfín de deleites sublimes, creen que la luna
de miel ha de traerles una cadena continua de goces sexua­
les ilimitados.
Se equivocan por completo. Ese tiempo es una verdade­
ra época de aprendizaje. Los autores serios, muy impuestos
en estos asuntos, están todos de completo acuerdo, tanto los
representantes del sexo masculino como los del femenino, en
que la mujer de nuestras regiones y de nuestra época debe
aprender en primer lugar a sentir las sensaciones de deleite
sexual; sólo paulatinamente resultará apta para lograr el or­
gasmo durante el coito. Precisamente en el momento de es­
cribir estas líneas me trae el correo la Zentralblatt fiir Gynd-
kólogie (Revista Central de Ginecología), en la cual veo el
resumen de la disertación de Edelberg y Galant tratando de
esta cuestión y de otras relacionadas con ella!1). Estos'dos
investigadores opinan que la sensibilidad insuficiente duran­
te el coito al principio de la vida sexual activa debe conside­
rarse fisiológica, es decir, que se trata, en concepto de dichos
autores, de una manifestación normal, pues la mujer sólo va
aprendiendo paulatinamente lo que es sentir voluptuosidad
y orgasmo. Según su opinión, la frecuencia de dicha sensa­
ción de insuficiencia temporal debe calcularse en casi un cien
por ciento.
Aunque dicha valoración debe considerarse ciertamente
como algo exagerada y es indudable que cabe reducirla en
algo de ese tanto por ciento, en nada altera el hecho de que
la mujer no sólo debe aprender la conducta que ha de obser­
var durante el coito, sino, ante todo y sobre todo, el cómo y
el qué debe sentir en el acto de la cópula.
De modo que no cabe ya duda alguna de que la primera
época de la unión matrimonial representa, en efecto, un ver­
dadero aprendizaje.
El maestro es el esposo. Como tal, necesita, ante todo,
paciencia y autodominio. Y son éstas dos cualidades par­
ticularmente difíciles para un hombre en una aguda etapa
de emoción sexual. De modo que también para él estas an­
siadas semanas de luna de miel representan un período de
educación y prueba, un aprendizaje de abnegación y altruis­
mo sexual, un verdadero Purgatorio (cima de Purificación).
Esta etapa de su vida matrimonial le recordará el proverbio
ruso que dice: "Aun un buen matrimonio es una penitencia”.
Sólo paso a paso van despertándose en la mujer los sen­
timientos sexuales. Existen, como es natural, diferencias in­
dividuales, verificándose en unas más pronto que en otras.
Ejercicio y adaptación, son los dos principios que deben em­
plearse en estos casos, como siempre que se trata del desa­
rrollo de las facultades latentes corporales y psíquicas. De­
berá recibir reposo y consideración especialmente durante
(1) Retí tita nwrwuat d* Ginccvl&fia, tomo xvn, oxiMerno a.
los primeros días de la desfloración, mientras la región hi­
menal resulta aún hipersensible al dolor. Cuidando, mien­
tras tanto, que la vulva, a causa de las excitaciones no acos­
tumbradas, no demuestre cierta irritación (rubicundez in­
flamatoria, dolores, etcétera).
El ejercicio será prudentemente dosificado, y deberá ir
progresando gradualmente; y, en lo que respecta a la técnica
de la cópula, no conviene ir a saltos o de prisa y corriendo.
Las variaciones del coito mencionadas en capítulos anterio­
res, sólo más adelante, bastante más tarde, entrarán en cues­
tión: pertenecen a lo que podríamos llamar “enseñanza su­
perior”.
Resulta conveniente aplazarlo hasta después de la luna
de miel. Ello dará tiempo adecuado para la enseñanza ele­
mental. Los pasos iniciales, difíciles, excitables y exhaustivos,
no deben ser adicionalmente complicados con las técnicas de
una erótica avanzada. El arribo al nuevo hogar y a la vida
diaria en común es a menudo psíquicamente critico para la
esposa, ya que el tiempo y la atención del marido son absor­
bidos por su trabajo y, en consecuencia, ella se inclina a sen­
tirse “sola” y a veces hasta “abandonada”. Pero esta fase
crucial puede ser infinita e intensamente hermosa y útil para
el futuro de ambos cónyuges si comienza entonces su edu­
cación en los principios y prácticas del Matrimonio Perfecto.
Capítulo XIV
HIGIENE DEL CUERPO
SEGUNDA PARTE

Influencias de la actividad sexual sobre el cuerpo


Y LA PSIQUE

Capacidad sexual
Hemos de tratar ahora sobre la higiene del Matrimonio
Perfecto. Los peligros que amenazaban a causa de una con­
ducta irracional durante la primera época del matrimonio
(y que consisten en el arraigamiento de la insensibilidad
sexual, tan manifiesta al principio, o en una hipersensibilidad
local o general) han quedado eliminados, gracias a la ense­
ñanza y la autoeducación. Ha empezado, pues, para ambos
cónyuges, la vida sexual armónica y siempre floreciente, tal
como quedó definida en las primeras páginas de esta obra.
¿Cuáles son las reglas de salud que deben observarse
entonces?
A fin de contestar a esta pregunta intentaremos com­
prender la capacidad sexual de ambos cónyuges, cómo y en
qué medida pueden influir los factores tan diversos de la
vida, tanto internos como externos, en esa capacidad, es de­
cir, en las relaciones sexuales en sí. Del examen de estos fac­
tores resultará una regularización racional y saludable de la
conducta sexual a observar.
Antes de tratar detalladamente dicha influencia debe­
mos ocupamos del influjo que ejerce la actividad sexual so­
bre el cuerpo y la psique.
La mayoría de las cosas que deben enumerarse respecto
a este particular han quedado ya expuestas en capítulos an­
teriores, y por cierto con bastante detalle, de modo que me
limitaré a repetir con toda brevedad.
Las relaciones sexuales en sí ejercen, indiscutiblemente,
sobre la mujer, una influencia favorable.
Y digo las relaciones sexuales en sí porque precisamente
una de las consecuencias fisiológicas de los contactos gene-
sicos, tal vez la más importante, ya que la naturaleza así lo
ha dispuesto, es el embarazo, y de todos es sabido que puede
ejercer influjos muy diversos sobre el cuerpo y sobre el alma.
Junto a efectos francamente favorables existen otros des­
favorables por completo. Es el embarazo el que lleva los ór­
ganos sexuales de la mujer a su completo y perfecto desarro­
llo y aptitud funcional, pero a la vez comienza, a dañarlos.
Proporciona la máxima madurez y eficiencia del cuerpo y al
mismo tiempo acarrea una variedad de cambios en algunos
de los procesos básicos (por ejemplo el metabolismo) que
pueden alterar las funciones normales del organismo. Final­
mente el embarazo, para una mujer de instintos normales,
es altamente deseable, ya que significa Maternidad; es la
experiencia más sorprendente y maravillosa para ella y, sin
embargo, provoca simultánea y casi normalmente, inequívo­
cos signos de neurosis de ansiedad.
Sólo podemos hablar de esto de pasada. El tema ofrece
material suficiente para una monografía, aunque, en muchos
aspectos, recién ahora empezamos a comprender el tema del
embarazo t1).
Pero hay una cosa muy cierta: la influencia del pensa­
miento puesto en el embarazo desempeña, en las relaciones
sexuales de la mayoría de los cónyuges, un papel importan­
tísimo. Sólo cuando las circunstancias bajo las cuales se rea­
liza el coito permiten desprenderse de dichos pensamientos,
pueden libremente, sin freno de ninguna clase, manifestarse
las relaciones sexuales en todas sus posibilidades.
Es, de un modo especial, el temor al embarazo el que
influye en la evolución de los procesos sexuales psíquicos, de
modo tal que también por ello resulta inhibida la reacción
corporal, haciéndose a veces, hasta imposible, irrealizable.
¡Cuántos matrimonio hay, por desgracia, que se derrumban
por temor al embarazo' <2>
Precisamente por estas mismas razones, así como por el
(1) Ver .Fertilidad y Fjiertiídad en el Matrimonio. Su promoción y limi­
tación voluntaria, por el Dr. Th H. Van de Velde.
(2) Médicos que ce dedican ai estudio de je sexualidad humana saben
que el temor al embarazo es una carga pesada en la mente de toda mujer
inteligente y responsable del mundo. . . "Muchos casos de frigidez se deben en
realidad ai temor al embarazo". J. Robinaon "Puntos do vista de un doctor
sobre la vida".
hecho de que la falta de embarazo puede conducir a la des­
trucción de la dicha matrimonial, he puesto en las primeras
páginas de esta obra, junto a la exigencia de una "vida se­
xual armónica y siempre floreciente”, la otra de la solución
de la cuestión procreativa de acuerdo a los deseos de los
cónyuges, puesto que ésta es indispensable para el logro de
aquélla.

Volvamos, pues, a nuestras consideraciones, respecto al


influjo que ejercen las relaciones sexuales en sí, sobre la mu­
jer. Debemos acordarnos que una actividad sexual nor­
mal, regularizada (es decir, no ocasional, y posiblemente poco
frecuente), influye de un modo notable en dichos órganos,
desde el punto de vista anatómico y fisiológico (puede a me­
nudo, corregir previas irregularidades o dolores durante la
menstruación). También ejerce igual beneficioso influjo so­
bre el resto del cuerpo, y ciertamente en medida tal, que la
alteración (en el sentido de transformación de unas formas
más o menos infantiles en otras maduras, de un modo espe­
cial respecto a las mamas) es tan manifiesta que, cuando
se ve a una mujer que antaño conocimos de niña, se sabe en
seguida si en el transcurso de los años se ha casado o no.
Es difícil diferenciar, con absoluta claridad, cuál de los
diversos factores pueden producir durante la actividad sexual
tales transformaciones, para que éstas sean tan manifiestas.
No es sólo el orgasmo repetido, con el aumento de aflu­
jo de sangre correspondiente, la causa de tales transforma­
ciones, pues las muchachas que por costumbre se entregan
a la masturbación sufren un aumento relativo de sus órga­
nos sexuales, sin que per ello tenga lugar un desarrollo gene­
ral pronunciado.
Tampoco es, por sí sola, la absorción de las substancias
espermáticas la que produce efectos tan señalados, y prue­
ba de ello es que las mujeres entregadas a contactos gené­
sicos continuos y en los cuales se suprime tal absorción (coi-
tus condomatus), muestran el mismo marcado aumento ge­
neral, aunque, tal vez, en grado menos acentuado que en la
copulación natural.
Es, acaso, la combinación de todos los factores lo que
produce esa influencia durante el proceso natural, de un
modo tan favorable y beneficioso, de lo cual puede deducirse
que a ninguno de dichos factores se le puede inhibir o supri­
mir sin que por tal inhibición o supresión no resulte, inde­
fectiblemente, determinado daño, o al menos, cierto déficit
(falta de desarrollo).
Y de entre todos estos factores, es indudable que el psí­
quico es el que desempeñará el papel más importante.
Una vida sexual de evolución armónica produce efectos
altamente beneficiosos sobre la psique. Hace madurar a la
mujer, desde el punto de vista psíquico, dotándola de una
alegre tranquilidad y de un perfecto equilibrio. _
Pero no sólo se refiere esto a la suma de toda la serie
de actos de que se compone la vida sexual de evolución ar­
mónica, sino que reza también para cada acto genésico ais­
ladamente. La cópula de evolución normal produce, corpo­
ral y psíquicamente, en la mujer sana, una influencia vivi­
ficadora y refrescante <*>, Sólo cuando la excitación resulta
demasiado prolongada o demasiado intensa, de modo que los
paroxismos se suceden unos a otros con exceso de prisa, se
producen, en vez del bienestar, la fatiga y el cansancio, la
sensación de un relajamiento corporal y mental. Cuando
este malestar es sólo de breve duración y no se repite con
frecuencia, no causa entonces daño alguno. Pero al persis­
tir durante algunas horas, o si se presenta de un modo excep­
cional, debe interpretarse como una grave voz de alerta de
que se ha llegado al límite de lo que tolera la salud, o, tal
vez, que ya se ha traspasado dicho límite. Caso de persistir
tales sensaciones hasta el día siguiente, debe interpretarse
dicho aviso, con absoluta seguridad, como recomendación de
imponerse cierta moderación.
Dónde debe trazarse la linea que limita el esfuerzo del
exceso varía infinitamente en cada mujer. La cantidad de
estímulos que una mujer puede recibir o de placer que puede
experimentar dependen, especialmente, de su constitución, su
temperamento, su estado de salud y su actitud psíquica, sin
menospreciar otras causas de fatiga o condiciones generales
ajenas, a las que nos referiremos nuevamente más adelante.
(1) "La relación sexual feliz y ármenlos» Tivltlca Ib mente de le mujer,
desarrolla su carácter y triplica su vitalidad." P. w. StellA Browna en "Variacio­
nes y Variabilidad Sexual.” (1016).
Así, pues, los límites son diferentes en cada mujer. No
son tampoco siempre iguales en la misma mujer. Por el
contrario, a veces el exceso se logra fácilmente y otras su
vitalidad tiene mayores demandas. Pero, en general, es elás­
tico y no se pasa tan fácil o completamente porque el vigor
sexual, la eficiencia (y técnicamente la tolerancia) de la mu­
jer sana, eróticamente estimulada, es muy grande; decidida­
mente mayor, en realidad, que la potencia del hombre común.

Tal diferencia entre ambos seres no debe sorprendernos,


porque el hombre, además de que presta en dicho acto la
misma tensión psíquica y los mismos esfuerzos corporales
que la mujer, suministra el esperma, que se compone de un
sinfín de células de gran valor.
No representa, como es natural, ningún esfuerzo para
el organismo masculino desprenderse de dicho esperma, cuan­
do estas células espermáticas se han acumulado en cantidad
suficiente durante un cierto (variable) espacio de tiempo,
y se han reunido con sus productos secundarios, de modo tal
que se trate de la eyaculación de substancias almacenadas,
disponibles.
Pero el asunto adquiere un aspecto totalmente distinto
cuando la eyaculación (o las eyaculaciones) se realizan des­
pués de haberse agotado las existencias previamente almace­
nadas. En estas circuntancias, las excitaciones y estímulos
que provocan, a su vez, nuevas dosis, suponen esfuerzos de
tal índole por parte de los órganos tan sumamente afinados,
que forzosamente deben producir serios perjuicios. Todo el
organismo toma parte en estos enormes esfuerzos (psíquicos
y corporales), puesto que es necesario que alcancen la ten­
sión suficiente para que, mediante su influencia, realicen un
trabajo especial todos los órganos productores de la eyacu-
1 ación.
Huelga decir que no todos los hombres y en cualquier
momento dado, son capaces de hacer tales esfuerzos o de so­
portarlos.
La potencia (capacidad sexual) de los hombres es muy
variable aun dentro de limites normales; depende de la edad,
la constitución, el temperamento, raza, hábito, práctica, in­
fluencias eróticas e intereses psíquicos, sin contar otros, y un
sinfín de muy diversas circunstancias. Pero se trata, ante
todo, de una peculiaridad individual cuya causa ignoramos.
Es indudable que existen hombres “sexualmente fuertes” y
“sexualmente débiles”. Nada tiene que ver esta “fuerza" o
“debilidad” con la robustez o flaqueza general del individuo.
Quizá desempeña un papel importante en esta propiedad, un
poder productivo especial de los órganos que elaboran el es *
perma. También, tal vez, debe tener cierta influencia una
evacuación más o menos incompleta de la existencia seminal-
Sin embargo, es particular el hecho de que muchos hombres
sostienen enfáticamente que son capaces de retener una par­
te de su eyaculación, cuando quieren hacer seguir al coito
otro inmediatamente después. No obstante, nada en concreto
se sabe respecto a esta cuestión. Es un hecho indiscutible, ya
que la experiencia lo ha demostrado, que hay hombres sanos
y normales, de buena salud, que son capaces de realizar la
cópula dos veces por semana; otros, que por cierto son ya
excepciones, diariamente, mientras que existen hombres que,
sin perjudicar su salud, pueden efectuar tres o cuatro coitos
seguidos (y a veces más aún), o en intervalos relativamente
cortos, repitiendo tal proceder durante varios días.
Cuando se exige del hombre débil o potente más de lo
que puede dar, su cuerpo se limita a responder: “¡Imposi­
ble!” A pesar de las más fuertes excitaciones, no hay eya-
culación. Esta incapacidad temporal debe considerarse (en
comparación con la impotencia que. se muestra ya en las
exigencias normales y que pertenece al capítulo de la pato­
logía), como una manifestación completamente normal.
Hasta puede considerarse como una especie de autodefensa
del organismo, frente a las exigencias exageradas. En tales
circunstancias, como se comprenderá, hay que abstenerse de
toda clase de estímulos y excitaciones, hasta que el cuerpo
se haya repuesto y disponga de nuevo de sus capacidades
naturales. Por regla general, esta reposición es rápida. Es
natural que el estado que acabo de describir no debe repe­
tirse con demasiada frecuencia, por lo que no deben exigirse
continuos esfuerzos exagerados.
No es necesario entrar en detalles respecto al daño que
puede producir al hombre tal proceder (lo mismo que le pro­
duce a la mujer, cuando ésta no logra su debida reacción
final), cuando se le exige más de lo que puede dar de sí.
No obstante, no debe alarmar en modo alguno la manifesta -
ción de tal síntoma, después de rendimientos máximos que
pueden exigirse ocasionalmente.
No solo por su capacidad de tolerar el coito lleva la mu­
jer al hombre la delantera, sino también por el hecho de que,
después de haberse agotado su capacidad reactiva, aún resul­
ta capaz para realizarlo. Ella misma puede protegerse con­
tra excitaciones exageradas (al menos en parte), adoptando
durante el coito un papel puramente pasivo, Una absoluta
incapacidad temporal, tal como existe en el hombre, no la
conoce la mujer, a excepción de que, debido a otras causas,
se presenten manifestaciones patológicas.
Con más frecuencia suelen pedírsele al hombre en vez
de esfuerzos absolutamente imposibles, otros también gran­
des, bajo forma de frecuentes repeticiones dsl acto genésico.
El criterio respecto al “demasiado”, es el mismo, por re­
gia general, para el hombre que para la mujer. He insistido
ya, en líneas anteriores, sobre este punto. En el hombre se
presentan casi con frecuencia, pequeños dolores lumbares
y, a veces, una disminuida capacidad para el trabajo inte­
lectual, siendo este segundo síntoma más grave que el pri­
mero. Esto significa ya una influencia perniciosa, que debe
evitarse a todo trance, sobre todo cuando dicho estado ame­
naza adquirir carácter crónico.
Ahora bien: no hay que olvidar, por otra parte, que una
segunda cópula (y enventualmente, en caso de gran poten­
cia, una tercera), inmediatamente o poco después del primer
acto, puede tener sus ventajas. Durante el primer coito, des­
pués de algunos días (a veces después de muchos) de absti­
nencia, el hombre precisa sólo escasos estímulos para que se
provoque la eyeculación, y éstos, o son justamente los pre­
cisos para la mujer, o ni siquiera llegan a tal límite mínimo;
esta clase de cohabitación puede llevar consigo la reacción
de ambos cónyuges, brindándoles tan sólo el grado mínimo
del deleite sexual, que en modo alguno corresponde a sus
anhelos amorosos. Pero dicha deficiencia (tan importante,
ya que significa un desencanto ¡y no hay nada tan fatal co­
mo el desencanto en las relaciones sexuales!) puede reme­
diarse valiéndose de la repetición del acto genésico. Si dicha
gran influencia. Puede deducirse una conclusión práctica
(que en el curso de mi labor profesional he observado con
frecuencia que es acertada) y dicha conclusión es mejor ex­
presarla en forma de advertencia. Aconsejo a los maridos
no habituar imprudentemente a sus esposas a un grado de
frecuencia e intensidad sexual que ellos no estarán en con­
diciones de mantener por largo tiempo. Hay muchas muje­
res, de temperamento sexual moderado, que disfrutan los oca­
sionales festivales de expansión y actividad erótica, en los
cuales los esposos dan y exigen el máximo, pero que no su­
fren ni se resienten cuando pasa la tormenta y viene un
período de calma. Pero hay otras (en las razas del Norte son
más escasas que en los países meridionales), que, una vez
acostumbradas al máximo de los deleites sexuales, no pueden
resignarse ya cuando, con el tiempo, tienen a la fuerza que
contentarse con dosis más reducidas. Ya no podrá liberarse,
en este caso, el marido, de los duendes que en su tiempo des­
pertara, y habrá llegado entonces el momento crítico de ele­
gir entre la nerviosidad <*) de su mujer, tan amenazadora
para la dicha matrimonial, y una hiperdistensíón sexual cró­
nica propia, que le convierta, mental y corporalmente, en
un débil neurótico. Y aun muchas veces no es posible ni
siquiera elegir entre ambos caminos, entre ambos males gra­
ves, ya que las consecuencias se manifiestan y se desarrollan
velozmente en uno y otro sentido. Es interesante el análisis
de tales casos, y muy fácil; lo podrá hacer el mismo lector,
después de haber leído cuanto se acaba de exponer. De todos
modos, hará bien el marido que se ha casado con una mujer
apasionada, en no exagerar la nota de sus periodos de pasión
aumentada, a fin de no tener que pagar cara más adelanta
su poca previsión.

Otro punto de gran importancia práctica debe ser con­


siderado como precursor de las posibles incompatibilidades
y desarmonías que hemos mencionado, en especial porque
generalmente se las ignora o no se las reconoce adecuada-
(1) Imítase de la experiencia, generalmente reconocida por los neurólogos,
de que la psique de la mujer reacciona * toda represión (consciente o Incons­
ciente) de sus deseos sexual» con tnatUXwt aciones neuróticas.
mente. ¿Cuál debería ser la edad de los cónyuges desde el
punto de vista racional y científico? Algunos idealistas sos­
tienen que hombre y mujer deberían casarse jóvenes, lo que,
por supuesto, elimina aprecíables diferencias de edad. Antes
se consideraba que el marido tenía el deber absoluto de ense­
ñar y guiar a su esposa en todos los asuntos sexuales. Las
jóvenes de hoy ven que esta práctica persiste pero que su rol
es más el de quien comparte una experiencia que el de una
absoluta novicia, ignorante de la vida y del mundo. De modo
que las modernas barreras para los matrimonios son sociales,
financieras y de madurez psicológica más que de conocimien­
to sexual. Otros puntos de vista abogan por la definidamen-
te mayor edad y experiencia de parte del hombre, pero si
esa diferencia es de alrededor de diez años, él no puede, natu­
ralmente, -ya ser “tan joven’’. Al comienzo de la vida matri­
monial la unión de unhombre de treinta años con una joven
de veinte tiene todas las ventajas, pero para la prolongada
armonía sexual, teniendo en cuenta el aspecto cuantitativo
(potencia y frecuencia) sería mejor una menor diferencia
de edad. El hombre de cincuenta años comienza lentamente
a "envejecer’’. Si continúa una actividad sexual regular y
moderada (tal como se recomienda al final del capítulo VII)
puede prolongar por mucho tiempo su vigor y ser capaz hasta
edad avanzada de realizar un coito con plena satisfacción
para su compañera y para sí mismo. Pero su habilidad para
repetir el acto a breves intervalos y su deseo sexual específico
disminuyen lenta y gradualmente.
Ahora bien: la mujer de cuarenta años debe considerar­
se, en nuestra era moderna, una mujer joven. Resulta, como
muy acertadamente dice el psicólogo James Douglas, no más
que la mujer de treinta del siglo pasado. Tan sólo a los cin­
cuenta años y muchas veces aun piás tarde (hablo, como es
natural, esquemáticamente), empieza a envejecer la mujer.
En el lapso que existe entre ambas edades, no resultan dismi­
nuidas ni su capacidad ni sus deseos; al contrario, parecen
más bien aumentados, Se ha pintado exageradamente tal
estado de vida de la mujer, denominándolo "época de la edad
peligrosa". Pero la gente juiciosa se ha opuesto en seguida
a esta conceptuación. Puede, sin embargo, haber casos ais­
lados, y todo ginecólogo de suficiente experiencia conoce ejem­
plos de este género.
Como quiera que hasta ahora aun no se ha mencionado
la influencia que pueden producir las comidas y las bebidas
sobre los deseos sexuales y sobre la potencia, vamos a ocu­
parnos, en este capítulo, brevemente, de dicha cuestión.
Es asunto éste que, naturalmente, podría tratarse con
gran detalle. Este tema puede y ha sido discutido exhausti­
vamente. Ciertos libros, escritos en los siglos XVI y XVII,
describen con todo detalle todas las variaciones líquidas y
sólidas de alimentos calculados para incitar el deseo sexual
(libido), intenslíicar el placer sexual (voluptuosidad) y fa­
vorecer la potencialidad o eficiencia en el acto sexual. Tanto
los libros publicados en Europa, y con preferencia en Francia,
como los de origen oriental, no sólo indican los manjares
que en tal sentido producen sus efectos, sino que nos dan
también su exacta composición y modo de prepararlos. Aho­
ra bien: desde el primer golpe de vista se nota que muchí­
simas de dichas indicaciones son producto de pura fantasía
y que radican, preferentemente, en el simbolismo de sus ape­
lativos. Un ejemplo, los productos elaborados con orquídeas
(orchis — testículo).
No puede negarse en modo alguno —aparte de las con­
sideraciones anteriores—, que el arte de amar ha retrocedido
mucho, desde el punto de vista expresado, y que sólo rarísi­
mas veces se hace uso de aquellos medios que tenemos a nues­
tra disposición y que no pueden producir daño alguno. Uni­
camente en casos excepcionales poseen las mujeres recetas cu­
linarias transmitidas de generación a generación, y que hallan
especialmente eficaces en tal sentido, (Me, han hablado de
uno de estos libros de cocina que, desde varías generaciones,
iba pasando de madre a hija. Por desgracia, no he tenido
ocasión de verlo pero el esposo de la poseedora de tal tesoro,
hombre serio, experto en cuestión de amores y apto para ello,
dijo que no sólo había visto el libro sino que él había com­
probado su eficacia.

Es un hecho generalmente conocido que la comida rica


estimula la capacidad sexual, mientras que una dieta muy
escasa, o mejor aun, una alimentación deficiente, produce
efectos inhibitorios sobre las funciones sexuales.
El alimento a base de carne, excita, y más aun la carne
de caza. Los huevos tienen la fama, desde los tiempos más
remotos, de producir un efecto especialmente marcado en
los anhelos sexuales, no sólo como estimulante sino también
como medio de restauración después de grandes esfuerzos
sexuales. Se dice también que influyen de un modo favora­
ble en la formación de espermatozoides. Haciendo caso omiso
de esta última propiedad, dícese también que el arroz con
leche produce efectos similares, y de un modo especial las
zanahorias y tubérculos semejantes, cocidos en la leche. Co­
mo producto de cocina refinada, merece especial atención la
sopa de cangrejos, no siendo menor el efecto que produce,
desde ese punto de vista, la célebre sopa oriental de nidos
de golondrinas marítimas.
De los manjares excitantes mencionaré, en primer lugar,
el apio, tan afamado en boca del vulgo las alcachofas y,
de un modo especial, los espárragos, que deben, indudable­
mente, su fama al hecho de que su substancia específica es
eliminada por los riñones, irritando en mayor o menor grado
las vías urinarias. Vienen después las trufas, que representan
la transición a los manjares excitantes propiamente dichos.
Hay que mencionar como tales el azafrán, la canela, la vai­
nilla, la pimienta, la menta y el jengibre.
En lo que a las bebidas se refiere, la más eficaz, induda­
blemente, es el alcohol. Tomado en cantidades reducidas,
resulta, en efecto, estimulante, mientras que, ingerido en gran­
des cantidades, produce efectos contrarios, es decir, Inhibe,
paraliza los deseos. Pero en este caso, dicho factor se com­
pensa por la falta de otros inhibidores de Índole psíquica.
El alcoholismo crónico perjudica en gran manera los órga­
nos y las funciones sexuales (sin tener en cuenta los momen­
táneos excesos genésicos). También el abuso del café y del
té, así como del tabaco, manifiesta con toda claridad su in­
fluencia perniciosa. Es indudable que dichos productos tie-
(1) No puedo resistir a la tentación de reproducir aquí los siguiente! ver­
sos de Helne, en ion cueles el genial poeta, cantando las bellezas de le primave­
ra, dice;

Vtotetae, faxmtn p roroi


trae, y ftterbM olorosas,
*
al novio le trae apto
3 espárragos a ¡a novia. ..
nen la propiedad de producir un efecto estimulante, al to­
marlos en cantidades reducidas (como sucede con el alcohol);
pero sólo un escaso número de personas, que son hipersensi-
bles, están en posición de poder confirmar esta experiencia
personal.
Además de las comidas que habitual u ocasionalmente
se ingieren con propósitos de alimentación o placer, hay subs­
tancias especificas que se toman en ocasiones especiales y
que pueden afectar sexual o generalmente al organismo. El
efecto puede ser intencional o indirecto. Así, por ejemplo
los preparados médicos en base a bromuro y valeriana, y
varios sedantes y narcóticos, no sólo relajan la excitabilidad
y tensión general sino que adormecen el impulso sexual. Por
otra parte, cuando hay ansiedad psíquica respecto a la fun­
ción sexual, estos sedantes pueden provocar una relajación
nerviosa que beneficia el coito.
Otros medicamentos de carácter tónico y restaurador
favorecen, a su vez, el vigor y la salud sexual. Entre los tó­
nicos hay algunos, tales como .las diversas combinaciones de
fósforo, que tienen una influencia decididamente positiva.
Otros, por su parte, disminuyen la tensión general y las fun­
ciones de ciertos órganos, por ejemplo intestino o vejiga,
pero estimulan el deseo; el principal de ellos es el opío y sus
derivados.
Es, por supuesto, evidente, que los médicos, al prescribir,
deberán tener en cuenta estos efectos afrodisíacos o anafro­
disíacos accesorios de los diversos medicamentos.
Los medios y medicamentos que se usan intencionalmen­
te para despertar la libido y reformar la potencia, se deno­
minan “afrodisíacos”, en recuerdo de la diosa del amor de
los griegos, Afrodita. En la antigüedad clásica, y más aun
en la época de los egipcios, asirlos y persas, sin olvidar a los
chinos, “el filtro de amor” desempeñaba un papel importan­
tísimo. Las mujeres tesalianas tenían fama especial en la
elaboración de tales brebajes. ¡Y de cuántas y diversas cosas
se componían! Citaré sólo algunos de sus componentes: las
secundinas de un potro, que nació con las mismas puestas
en forma de gorro (lo que significa buena suerte), parte de
la placenta de yegua, el flujo vaginal de yegua en celo, la
lengua de determinado pájaro, la sangre de palomo, partes
de un pez, insectos, lagartos, etcétera, sin mencionar los de­
más componentes aun más asquerosos (*>.
En Roma se cometieron tantos abusos que el Senado dictó
leyes castigando tal proceder con penas muy severas <1 >.
23
Huelga decir que en los nauseabundos ingredientes de
origen animal antes mencionados no se trata más que de ma­
gia y sortilegios. Cosa diferente sucede cuando se ha adicio­
nado cerebro de temerá (substancia muy usada, también),
que a causa de su contenido de leticina puede producir cierto
efecto, y más aun cuando se emplean glándulas sexuales
de origen animal, para componer estos “filtros de amor”.
Aunque es dudoso suponer que entonces ya se pensara en
una terapéutica de la capacidad sexual reducida, resulta, sin
embargo, muy interesante el empleo de estas substancias or­
gánicas, como precursor de los métodos organoterapéuticos
que se suelen emplear en caso de función insuficiente de los
órganos sexuales.
Todo cuanto se ha dicho respecto a los componentes de
origen animal se refiere también a los afrodisíacos de proce­
dencia vegetal. En éstos se trata, generalmente, de remedios
inventadas por la magia, pues debe tenerse en cuenta que,
cuando se daba a cualquier persona el “cáliz del amor”, exis­
tía siempre la intención de despertar en la misma una pasión
irresistible hacia otra determinada <9).
También durante la Edad Media tropezamos de conti­
nuo con el “filtro del amor". Sin embargo, resulta que, ade­
más de los puros componentes mágicas, que debían provocar
un amor más repentino que el rayo, se empleaban también
(1) Un trabajo muy Interesante d» R. Paaacb, en el Archivo de Ginecología
y de Investigaciones constitucionales (ArcMv für FrattenKundc wwl Xoiwtttu-
ttontfotatíiung, tomo xn. cuadernos 1 y 2, de 1928), Indice mucha» particula­
ridades y nota» bibliográfica» acerca de la cuestión a que acabo de hacer refe­
rencia.
(3) Ko es necesario decir que fue en vano.
(3) En la literatura constan tan sólo y excepclonalmente medicamentos o
medios capaces de producir efectos contrarios. Como ejemplo de un "antitóxi­
co-, en caso de amores {producidos por la magia) cito el extracto de rosa acuá­
tica, blanca. También deben nombrarse, entre la» substancias vegetales que
obran como verdaderos calmantes: la raíz de valeriana, conocido remedio desde
los tiempos más remotos, asi como remedio casero e) lúpulo, con los cuales se
quiere disminuir la excitación sexual. Como tal componente, tiene la valeriana
su influencia sugestiva, a causa da su olor y de su sabor repugnan i- muy
marcado.
substancias que ante todo, tenían por fin favorecer la poten­
cia del individuo (proceso que nos ha legado de modo muy
manifiesto el Cuento de Tristón). Aun cuando se trataba ex­
clusivamente de substancias que sólo tenían importancia sim­
bólica o mística, suelen usarse, no obstante, desde entonces,
siendo productos muy nocivos para la salud. Tienen un em­
pleo semejante al de los preparados de cantáridas (elixir ita­
liano, pastillas galantes), excitando las vías urinarias, espe­
cialmente la uretra, e irradiando tal excitación a la esfera
sexual. Sin embargo, no tan sólo excitan este último tramo
de los órganos urinarios, sino también la vejiga, lo que es
aún más grave; los riñones y. por cierto, en modo tal, que
fácilmente pueden producirse inflamaciones renales peligro­
sas (nefritis).
Durante incontables generaciones la corteza de Yohim-
ba ha sido apreciado como eficaz afrodisíaco entre las tribus
negras de la Africa Occidental. En años recientes, sin embar­
go, el uso de este remedio empírico ha sido en gran parte
reemplazado por productos más científicos derivados del des­
cubrimiento de las hormonas sexuales. De entre ellos las
andrógenas en forma de propionato de testosterona en solu­
ción aceitosa, dada en inyección intramuscular, y la metil
testosterona en píldoras, que se coloca debajo de la lengua y
es absorbida a través de la membrana mucosa de la boca,
son los más potentes. Si la píldora se traga resulta ineficaz,
pues esta andrógena es destruida por el jugo gástrico. El
propionato de testosterona aumenta en la mujer el deseo o la
respuesta y por ello es eficaz en ciertos grados de frigidez.
Pero debe ser usado con cautela, pues tiende a aumento:'
ei vello. Por supuesto, los legos no deben manejar estas sus­
tancias poderosamente tóxicas (tanto en forma concentrada
como enmascarada entre muy propagados remedios secretos
para restaurar la "virilidad") sin consultar el consejo profe­
sional. La impotencia es una euestión tan seria y compleja
—que puede surgir de tan diferentes causas— que su trata­
miento es asunto de especialista médico. Y el intento de for­
zar el deseo sexual y el grado normal de vigor sexual por po­
derosos medios artificiales puede, más tarde o más temprano,
causar serios daños. Sí, en ocasiones excepcionales, por ejem­
plo para enfrentar los deseos y necesidades de un adorado
compañero, es aconsejable ''levantar" la insuficiencia sexual
temporaria, los recursos culinarios antes mencionados podrán
usarse con buenos resultados.
Otros remedios auxiliares que al menos no producirán
reaciones perjudiciales son los almohadones callentes, apli­
cados en la región lumbar. El calor y el relajamiento son
aquí los factores operativos.
También he recomendado con éxito los bañas, tanto pa­
ra el hombre como para la mujer. Pueden ser de asiento
o de inmersión. Naturales o con soluciones de ácido carbó­
nico.
En muchos balnearios se prescriben una larga serie de
baños completos, como cura sistemática para tratar la frial­
dad sexual de las mujeres. A veces, efectivamente, puede ob­
tenerse un excelente resultado, de un modo especial cuando
el marido toma parte en la cura, es decir, cuando se halla
presente en el balneario, y cuando la frialdad es sólo relativa;
existen, indudablemente, entonces, otros factores (que los
baños aludidos), que ejercen un efecto igualmente benéfico.
Por regla general, los casos de frialdad que el marido no ha
podido vencer en su propio hogar, no se curan tampoco por
simple balneoterapia.
Para el hombre, puede resultar muy beneficioso un baño
de inmersión en agua carbonizada, cuando su libido está in­
fluida por cierto grado de cansancio. Suele quitarle esa sen­
sación de fatiga, cuando no resulte ya demasiado pronun­
ciada y no sea producida por esfuerzos excesivos. Tiene, ade­
más, la ventaja de ejercer un estímulo local.
Cuando sólo se quiere lograr una estimulación genital,
se recomiendan, para ambos sexos, los baños de asiento de
agua carbonizada, ventajosos a la vez, por ser sumamente
sencillos, y, además, por concentrarse los efectos del estimu­
lo sobre la parte inferior del tronco. En las ligeras formas de
subexcitación local, puede constituir un buen remedio para
las relaciones sexuales subsiguientes. Sin embargo, el médico
que lo recete con tales fines, hará bien en tener en cuenta
que tal proceder lleva el sello demasiado claro de prepara­
ción artificial para el coito previsto, lo que significa, en espe­
cial para la mujer, un inconveniente ético que tal vez podrá
influir de modo inhibidor en sus sentimientos eróticos. Tal
dificultad puede evitarse cuando se toma el baño de asiento
con regularidad, todas las noches, antes de acostarse. Sí a
continuación se realiza el coito, sigue éste entonces conser­
vando su carácter espontáneo, tan indispensable para su nor­
mal y hermosa evolución.
No hay, pues, inconveniente alguno en que los esposos,
ocasionalmente, se sirvan de tales auxiliares inofensivos, pero
debe tenerse en cuenta que éstos no son capaces de sustituir
nunca una preparación corporal. Para un preludio suficien­
te y sobre todo para un luego de amor y de excepción, per­
fectamente llevado a cabo, no hay sustituto alguno. Una bue­
na técnica puede compensar siempre las deficiencias exis­
tentes, mientras éstas no tengan un carácter patológico. La
mujer no debe negarse tampoco a realizar dicha técnica, so­
bre todo en los casos en que conviene ayudar ai marido a
vencer los obstáculos inherentes a una falta de excitabilidad
temporal.
Nunca será demasiado repetido que la falta de deseo
sexual en su forma crónica (conocida como impotencia en
los hombres y frigidez en las mujeres) es casi siempre de ori­
gen psíquico y que, si persiste, debe buscarse el consejo de
médicos cuya capacitación especial los autoriza a tratar tales
casos.
Otros factores que aun no hemos considerado son los
estímulos del cuerpo producidos por movimientos en la lo­
comoción.
Trátase, principalmente, de golpes más o menos rítmicos,
a los cuales está expuesto el cuerpo en posición sentada,
durante cierto intervalo de tiempo. Así por ejemplo, cabal­
gando, más a menudo al ir en coche o en ferrocarril y con
menos frecuencia en automóvil o bicicleta, puede manifes­
tarse en el hombre una erección del pene. De ello, podría
deducirse que son los golpes cortos y duros los que producen
dicha excitación, mientras que los golpes más fuertes, pro­
longados y elásticos, causan escaso efecto, desde este punto
de vista. Hay que hacer resaltar que, en tales casos, la erec­
ción no es debida a pensamientos eróticos. Puede producirse
hallándose la psique completamente absorbida hacia otra
dirección, manifestándose aquéllos sólo cuando ya ha tenido
lugar la erección y provocándose entonces las manifestacio­
nes eróticas. Luego, más tarde, al presentarse ocasión pro­
picia, pueden conducir a maniobras sexuales. De esta manera
se explica fácilmente la frecuencia relativamente alta de los
contactos genésicos durante o inmediatamente después de un
viaje, hasta incluso en matrimonios que tienen sobradas oca­
siones propicias para realizarlos. No sé» en realidad, si en la
mujer puede o no existir tal excitación. He conocido a mu­
jeres entregadas a la masturbación, que se quejaron de que
un viaje las empujaba a tales maniobras, que ellas mismas
condenaban. Conozco también algunas mujeres normales que
no han experimentado jamás tales sensaciones. Hay que te­
ner en cuenta que un hombre, aunque sea médico, tiene,
relativamente, escasas ocasiones de poder interrogar a sus
pacientes respecto a tales extremos.
Difieren entre sí, de un modo muy notable, las distintas
opiniones sobre si el impulso de actividad sexual está sujeto
a oscilaciones periódicas, y más aún respecto a la forma que
adoptan tales oscilaciones. Opino que tal diversidad de opi­
niones subsistirá, ya que el ser humano es muy propenso a
generalizar experiencias y observaciones propias, y también
por que la periodicidad de los deseos sexuales se deja apre­
ciar a veces, aunque en diferentes intervalos y duraciones.
La cuestión en sí no tiene valor fundamental para la hi­
giene del Matrimonio Perfecto, a menos que las observaciones
personales sean tomadas como universalmente ciertas.
Pues si hay un máximo de deseo sexual en la primavera,
tal como la mayoría de los autores creen —un máximo aná­
logo a la época del celo en los animales y que se manifestaba
en los festivales de primavera de las razas primitivas, con
su color sexual dominante— esta eflorescencia venal afec­
taría por igual a ambos cónyuges. Lo mismo sucedería con
un segundo máximo de otoño, o con una ola invernal de de­
seo, nada de lo cual, sin embargo, puedo verificar con obser­
vaciones hechas por mí. De modo que esas fluctuaciones
sexuales de deseo no podrían producir desarmonía entre el
hombre y la mujer i1».
Resulta de más importancia un incremento en los deseos
sexuales, que se produciría cada dos o cuatro semanas, es­
tado que algunos hambres afirman haber observado en su
(1) La estadística sefiala el punto mAe alto, en lo que a concepción m
refiere, en «I me» de mayo. (Refiriéndose al clima europeo. — N. dtl T.f.
propio cuerpo. En caso de presentación alternativa de seme­
jante incremento periódico, con un ritmo de quince días por
parte de la mujer, es natural que resulte difícil para los es­
posos lograr una perfecta concordancia de sus deseos.
En la mujer resulta mucho más frecuente que en el hom­
bre el descenso periódico y la correspondiente subida de
deseos sexuales. Ahora bien: muchos autores que han emiti­
do su opinión sobre el particular, y que, por regla general, se
expresan con tal seguridad y convencimiento que quieren
dar a su experiencia y conceptuación el sello de una ley de
la Naturaleza, difieren tanto en sus opiniones como las mu­
jeres sometidas a un interrogatorio sobre el particular. Se
defiende con más energía la presentación de una periodici­
dad con subidas quincenales, una de las cuales cae en los
días premenstruales, mientras que la otra coincide con el
intermenstruo (14 a 16 días después de una menstruación).
Ambas subidas duran (según rezan los libros) algunos días,
generalmente tres o cuatro. La subida que precede a la hemo­
rragia menstrual es más fuerte y más constante, mostrándose
sólo débilmente en mujeres de excitabilidad relativamente
escasa (en las que, a veces, ni siquiera se manifiesta), de mo­
do que la periodicidad de quince días se convierte en periodici­
dad mensual. Se dice también que, en el caso de hallarse
perturbado el estado de salud o en caso de cansancio, tanto
corporal como mental, de excesos y esfuerzos crónicos, de
penas que agobian, suele faltar, en primer lugar, la subida
intermenstrual, y, en casos de mayor intensidad, llega hasta
a producir sus efectos perniciosos sobre el segundo de dichos
períodos. Dicha teoría ha sido defendida recientemente, en
todos sus detalles, por Marie Stopes, que reproduce en su
libro Married love (Amor matrimonial), ya citado en el ca­
pítulo X, sus correspondientes experiencias y observaciones,
mediante una curva sumamente interesante.
Cuando coloco dicha curva en la representación gráfica
del movimiento ondulatorio de las funciones vitales del or­
ganismo femenino, tal como se halla representada en la ta­
bla V de esta obra, veo que la subida premenstrual de la
curva de Stopes concuerda con el punto culminante de la
onda de las funciones indicadas en mi figura mediante di­
versas líneas. Concuerda también de un modo sorprendente
con la curva de la temperatura, que, como ya he hecho re­
saltar en capítulos anteriores, considero como representan­
te típico de las funciones vitales generales.
Resulta, por tanto, indiscutible el considerar la subida
premenstrual como una manifestación de la intensidad, ge­
neralmente aumentada, de los procesos que se desarrollan
en el cuerpo, deduciendo ambas manifestaciones del estímu­
lo realizado por la secreción del cuerpo lúteo, que se halla
precisamente en dicha época, en el máximo grado de su
florecimiento Ui.
Respecto al particular, y de una manera secundaria, ca­
be deducir que, por medio de la ingestión de substancias del
cuerpo lúteo, en forma adecuada, podría resultar factible
una mejora de las demasiado débiles capacidades sexuales
de la mujer. En efecto, hay autores que comunican sus bue­
nos resultados obtenidos, aun cuando, hasta la fecha, no se
muestran muy uniformes respecto a ios mismos. Puede ha­
cerse, además, responsable del aumento de libido en dichos
días a otro factor puramente local, es decir, el aflujo premens­
trual hacia los órganos sexuales. .
La segunda elevación de la curva de Stopes empieza pre­
cisamente después del día en que yo señalo en mi figura
la ovulación (el desprendimiento del óvulo). Concuerda, por
tanto, con la subida de todas las líneas ondulatorias, que,
como ya hemos visto claramente en el capítulo VI, sigue a la
formación de un nuevo cuerpo lúteo. La diferencia con las
líneas del movimiento ondulatorio consiste en que el aumento
de la libido (tal como lo reproduce la señora Stopes), se
desvanece de nuevo al cabo de tres o cuatro días, mientras
que la curva de la temperatura, etcétera, sigue subiendo (si­
guiendo siempre a la línea del desarrollo progresivo del cuer­
po lúteo).
Desde el punto de vista teológico, el aumento del impul­
so de actividad sexual que sigue a la ovulación debe consi­
derarse como si estuviese en concordancia con las intenciones
de la Naturaleza.
Sin embargo, dista mucho de ser constante un aumento
(1) Por supuesto, las actividades del cuerpo lúteo y de loe ovarios gene­
ralmente no son autónomas. Son reguladas por la pituitaria anterior y el
bypothalamua.
de la libido que se presenta (tal como debe interpretarse
aquí) al duodécimo o al décimotercero día después de haber
principiado la menstruación. Aunque yo —con las debidas
reservas, como es natural, en lo que respecta a la frecuencia
de la manifestación—, estoy, en general, de acuerdo con las
manifestaciones de Mane Stopes, es decir, que algunas mu­
jeres sienten durante los días premenstruales un aumento
en el impulso de aproximación; no obstante, en lo que res­
pecta a la época intermenstrual, debo objetar que mis pa­
cientes me han contestado con frecuencia que dicho anhelo,
en vez de ser mayor, es bastante menor en los días señalados
por Marie Stopes «u.
Me es más fácil declararme de acuerdo con la opinión
manifestada por Marshallt2), quien dice: "La época de las
sersaciones sexuales más pronunciadas es, por regla gene­
ral, aquella que sigue inmediatamente después de terminada
la menstruación?’
En la literatura médica se hace mención con frecuencia
de un aumento manifiesto de libido, subsiguiente inmediata­
mente a la hemorragia menstrual, observación que no sólo
han hecho nuestros colegas modernos, sino también los de
la antigüedad. Fürbringer (8) opina que dicho aumento es
sólo debido a la abstinencia observada durante los días de la
menstruación, y yo, por mi parte, me inclino más bien a lo
manifestado por Fürbiínger.
Sin embargo, hay autores que suponen que la ovulación
■ tiene lugar en una época más temprana de lo que yo creo
debe admitirse, y que hacen resaltar el aumento de libido
en estos días, ateniéndose a las manifestaciones que ofrecen
los mamíferos durante el celo, es decir, que consideran tal
fenómeno como una manifestación prevista por la Natura­
leza <<>.
(1) En comparación con loa días precedentes A fin de evitar malta Inter­
pretaciones, hago resaltar que también yo, por mi parta —aunque muy excep-
clonalmeate— ha observado un aumento de libido del déclmoaegundo ai deci­
mocuarto día.
(2) Ptiyitology of Eeproducttoo, eltado por Stopes.
(3) "La cuestión de la periodicidad sexual eu el sexo femenino" (2ue
Frope der SerualperiodüiMC beim weíblicftrn Goeschleefit} "AloMtMhrift Jür
Geburtrdiil/e und Gyndfcolopíe, tomo XLVII, cuaderno i.
(4) Remito al lector a la disertación de Grell, Atiologie der StcrilUAt (Etio­
logía de la esterilidad}, publicada en el Zentralblatt f. Gyntik,, 1035, N’ 5, pi-
glna 233.
De Igual modo, y al menos con igual derecho, insisto ti
el aumento de libido que he visto representarse con frecuen­
cia del día octavo al décimo, junto con una marcada conges­
tión (aflujo sanguíneo) de los órganos sexuales. Trátase de
casos que ya había previsto en los primeros capítulos de esta
obra, cuando sometí a un breve estudio el aumento del im­
pulso de relajación provocado por la maduración del folículo
de Graaf.
Estos estados máximos que acabamos de tratar no son
los únicos que pueden comprobarse en la libido de la mujer.
Las mismas mujeres suelen indicar ocasionalmente, hacien­
do afirmaciones rotundas y concretas, que existen otras épo­
cas en las que notan su libido muy acentuada, por ejemplo,
durante la menstruación misma. Hay, sin embargo, otras
mujeres que niegan el aumento periódico de libido. Según
mi parecer, estas últimas constituyen la absoluta mayoría,
a excepción del aumento premenstrual, que considero cosa
muy frecuente.
En resumen, para defender mi criterio en esta cuestión,
por cierto muy difícil de resolver, opino que debe negarse la
existencia de una periodicidad fija de libido en la “mujer”
de nuestros tiempos y de nuestras regiones, lo mismo que pa­
ra él hombre; pero que por otra parte, contrariamente a lo
que ocurre en el hombre, puede existir la manifestación de
aumentas de libido en algunas mujeres (por cierto, no pocas),
que vuelve a presentarse con regularidad temporal. Semejan­
te estado de ánimo suele encontrarse con frecuencia durante
los dias premenstruales, ¿demás de este grado máximo, o
en lugab del mismo, existen también aumentos que resultan
característicos para los individuos, sin que lo sean para la
especie.

Creo ocioso decir que en el Matrimonio Perfecto debe


conocer el marido estas épocas de periodos máximos, tomán­
dolas, como es natural, en la consideración debida. Paro,
por otra parte, me parece también natural que no deban nun­
ca limitarse las relaciones sexuales exclusivamente a tales
períodos máximos femeninos.
La señora Stopes considera como “normar’ que la mujer,
para la cual admite el ritmo bisemanal de libido, exija du­
rante los tres o cuatro días de .aumento, cohabitaciones más
frecuentes y repetidas, y desee que, en el tiempo restante,
se suprima por completo toda relación sexual, a excepción
de que cualquier fuerte excitación externa hubiese “avivado”
los anhelos de ambos esposos.
He aquí sus propias palabras:
“La mejor regulación mutua de las relaciones matrimo­
niales es la de tener tres o cuatro días de uniones repetidas,
seguidas aproximadamente de diez días sin unión, a menos
que algún poderoso estímulo externo despierte el deseo mu­
tuo.”
"El tendrá, por tanto, que tratar de adaptar sus solicitu­
des, para que ellas estén en armonía con la naturaleza de la
mujer.” (p. 73)
El error de este punto de vista está, en mi opinión, no
sólo en la generalización de sus propias observaciones per­
sonales sino, principalmente, en la presunción de que la in­
diferencia sexual de la mujer en los intervalos (dos de diez
días) es absolutamente “normal".
Por fortuna, tal opinión no concuerda con la realidad.
La mujer no subexcitable, amante de su esposo y experta en
cuestiones de amor, posee, además de la época de máxima
libido, un anhelo y una capacidad sexuales propias que en
modo alguno resultan inferiores a los del hombre (al menos,
por término medio).
For tales razones, nunca podrá resultar perjudicial la
exigencia de la señora Stopes, es decir, la abstinencia perió­
dica de diez días, pues la esposa, y menos aún el marido, no
desearán tal abstinencia y por lo mismo, no será observada.
Cosa diferente sucede, sin embargo, cuando la mujer está
dotada de cierta subexcitabilidad. En tal caso, como es na­
tural, podría tener su influencia la teoría de Stopes sobre la
mujer que, haciendo fracasar las tentativas de su marido,
dispuesto a ayudar a su esposa en su falta y acudiendo a la
correspondiente educación sexual, podría perjudicar en gran
manera a los dos.
hsca es una de las razones que me obligan a considerar
la teoría de la naturalista inglesa peügrosaen cierto modo,
y es por ello que le he dedicado tanto tiempo.
Resultaría, además, injusta y, lo que €□ de más impor­
tancia, errónea, por no decir completamente equivocada, la
exigencia de que los deseos de la mujer deben ssr los únicos
decisivos en esta cuestión tan importante. Peca también gra­
vemente contra el importantísimo principio del altruismo
sexual, tanto como lo hace el tradicional punto de vista mas­
culino de los "derechos" del hombre y los “deberes” de la mu­
jer que la señora Stopes condena. Estoy completamente
conforme con ella respecto a. ese punto de “derechos" y "obli­
gaciones". como lo prueba de una manera muy clava cada
una de las páginas de esta obra y de todo cuanto he escrito
sobre la materia. Sin embargo, me parece equivocado que­
rer reemplazar una falta por otra de idénticas consecuencias
funestas. Poseemos mejores remedios que los que ella reco­
mendó en su libro Married love (Amor matrimonial) para
lograr en el matrimonio, y, sobre todo, en el Matrimonio Per­
fecto la conciliación de los deseos del marido con los de la
mujer.
No puede ni debe negar se que, bajo este aspecto, el hom­
bre y la mujer tienen iguales derechos y las mismas obliga­
ciones, es decir, el derecho de ser satisfechos y ia obligación
de satisfacer, o, dicho de una manera más categórica: la obli­
gación de satisfacerse mutuamente.
Por tales razones, pues, los derechos de uno y otro cón­
yuge no deben ser excesivos.
“El marido debe cumplir para con su mujer con este
deber, igual que la esposa para con el marido. La mujer no
tiene dominio absoluto sobre su cuerpo, puesto que lo tiene
su marido, y éste ha dejado, a su vez, de ser dueño del que
ya pertenece a su esposa.
“Por lo tanto, no deben defraudar cí uno al otro...”
— (I. Cor. 7, 3/5).

(1) K1 resultado toe que la supuesta tieccsidad de uno de los conyug"»


ha sido soberana y asi hunos establecido la tradición sucia) de ”dcr<-<dios" del
marido y ios "deberes" de la mujer. Amor ¡K^lrimoniat, poi Mane Stopes.
Capítulo XVI
HIGIENE DEL CUERPO

CUARTA PARTE
Las relaciones sexuales bajo circunstancias corporales
ESPECIALES

Relaciones sexuales durante la menstruación


Para grandes categorías de personas, para pueblos en­
teros, para los creyentes de múltiples religiones, esparcidos
por el mundo entero, no cabe duda alguna de que ni siquiera
existe dicho problema, pues la mujer, durante el período
menstrual, es “impura”, y no debe entrarse en contacto con
ella. ¡Es dogma de fe!
Esta prescripción religiosa reza, respecto a los pueblos
de Occidente, sólo para los judíos, pero sin embargo este dog­
ma (en vigor desde hace muchos miles de años), ejerce tal
influjo sobre nosotros que debe considerarse la abstinencia
de relaciones sexuales durante la menstruación como una
costumbre, como una tradición. “La cuestión está en saber
si tal abstinencia responde a una necesidad de higiene o si
sólo se trata de un principio tan antiquísimo como erróneo.
Hay razones muy importantes que abogan en favor del se­
gundo concepto.” Cuando un autor tan serio y, a la vez, tan
afamado como Kossmann, (cuya prematura muerte fue una
gran pérdida para la medicina), se expresa de este modo w,
hay, indudablemente, razones fundadas para examinar la
cuestión a fondo y libre de todo prejuicio.
En el presente caso debemos también distinguir de nuevo
factores psíquicos y corporales.
En la mujer, el anhelo der unión sexual puede resultar
aumentado durante la menstruación o en determinados días
de este período. El impulso sexual de aproximación al hom­
bre puede estimularse, instintivamente, por el estado mens­
trual de la mujer, y es indudable que desempeñan un papel
importante diversos factores. Recuerdo, sobre todo, cuanto
(1) En la obra de Senator-Kamlner, Xwífcíi citen und Ehe {Enfernuxlad.es
V Matrimonio}. Primera edición, página 173.
he dicho en capítulos anteriores respecto a las impresiones
olfatorias. Hay hombres —completamente normales— en los
que dicho estímulo resulta tan acentuado que sólo difícil­
mente pueden resistirlo. Pero, aun sin la influencia de tal
excitación, el solo pensamiento de que se ha producido tal
estado en la mujer, les empuja hacia los brazos de la esposa
adorada. Tal vez este proceder se deba a que dicho estado
despierta el recuerdo de las experiencias y las voluptuosida­
des alcanzadas —para algunas parejas, el coito realizado al
principio o al final del período representa el “summum" de
voluptuosidad —, aunque, en esencia, ese impulso se basa­
rá sobre el conocimiento primario, es decir, que tal fenóme­
no es debido a ¡as influencias ancestrales que ejerce la sub­
consciencia.
Acabo de decir intencionadamente "el hombre se siente
empujado hacia los brazos de su esposa adorada”, porque es­
tas palabras tienen su especial importancia. Es indispensable
que la mujer sea inmensamente amada por su marido para
que éste se sienta atraído hacia ella con tal fuerza, y es in­
dispensable que tal mujer sea su esposa, su compañera, y que
entrañe cierto acostumbramiento y adaptación recíproca. Si
entre ambos cónyuges no existe tal estado, prevalecen las
inhibiciones que forman el contraste con las excitaciones se­
xuales de la época menstrual, ejerciendo, por cierto, una in­
fluencia muy poderosa. Estas inhibiciones son muy potentes
y existen tanto por parte del hombre como de la mujer. Sin
tomar en consideración el estado de salud de ésta, en la ver­
güenza, en el recuerdo de la falta de aseo, que invade, de un
modo inconsciente, el pensamiento de ambos, colindando casi
con la “impureza”.
Y estos sentimientos resultan aún más agudizados por lo
que nos han dado las costumbres y hábitos respectivos de
prescripción de pueblos antiquísimos, ¡por cierto, polígamos!
Sin embargo, esta susceptibilidad desaparece para todo aquel
que se dé cuenta perfecta de su origen, cosa que reconocieron
los antiguos teólogos moralistas cristianos <s>.
(I) Quizá debido a le hinchazón existente en loe órganos femeninos y qui­
zá también, en lo que al último caso se refiere, debido o la abstinencia prece­
dente.
(2) San Alfonso de Lljorlo permite expreso mente el coito con las mujeres
durante el periodo menstrual,
Las inhibiciones a que acabo de referirme son tanto más
comprensibles y justificadas según la pérdida de sangre sea
muy considerable y Jos síntomas accesorios más o menos cons­
picuos. Habrá, por lo tanto, más razón de abogar a favor de
la abstinencia durante los días de fuerte hemorragia, que
durante los de su principio y final.

¿Y qué diremos respeto al aspecto puramente físico de


esta cuestión? La trataré, en primer lugar, desde el punto de
vista del hombre. Se ha sostenido que en el líquido segregado
durante la menstruación se hallan substancias que pueden
producir una inflamación de la mucosa (mucositis) de la ure­
tra del hombre. Por mi parte, no creo en tal posibilidad. Res­
pecto a la toxicidad de los productos de emanación y secre­
ción de las mujeres menstruantes no puede decirse nada en
concreto y, además, para admitir la propiedad productora de
inflamaciones por parte de la secreción vaginal de la mujer,
falta aún toda prueba. Sólo podría hallarse, a mi modo de
ver, una explicación de tales asuntos en los estudios bacte­
riológicos. Cierto es que conozco casos (por lo demás, bas­
tante frecuentes) en los cuales se presentó, después de rea­
lizado el coito durante la época menstrual, una inflamación
uretral (uretrítis) en el hambre, muy semejante a la bleno­
rragia, pero que no era producida por gonococos. Sin excep­
ción alguna, logré reconocer los gérmenes productores de
dicha enfermedad por medio de experimentos de cultivos bac-
tereológicos (1). Aun cuando las inflamaciones de esta índole
ofrecen, por lo general, un carácter benigno, no siempre pue­
de afirmarse tal cosa (remito al lector a la nota) resultando
tales manifestaciones en sí, así como los temores que despier­
tan, sumamente desagradables.
Mientras que, en casos semejantes, no se trate de una
infección persistente de los órganos sexuales femeninos, des-
(1} Las bacterias pertenecientes st grupo "mese atético" estaban fuerte­
mente representadla. La mayoría de tales Inflamaciones curaron, en general,
sin tratamiento especial alguno, o aplicando sólo lavados antisépticos, desapare­
ciendo entonces rápida y completamente. En un solo caso sobrevino una infec­
ción general, con subsiguiente defecto valvular del corazón (loa gérmenes pu­
dieron comprobarse en grandes cantidades en la sangre).
empeña un papel importantísimo, según mi parecer, la falta
de aseo de ambos cónyuges, y muy especialmente de la mu­
jer. De no haber tal descuido, semejante peligro no puede
existir en la práctica.
En ocasiones determinadas suele amenazar una verda­
dera infección gonocóccica, pues es muy frecuente que en el
hombre, o bien en la mujer, existan, debido a enfermedades
anteriores de esta clase, gonococos que han perdido, sin em­
bargo, temporalmente, su poder de producir manifestaciones
patológicas. Dichos gérmenes pueden adquirir, en la sangre
menstrual, su primitiva virulencia, dándose así la posibilidad
de producir en el hombre una inflamación gonocóccica agu­
da cuando, en unión de la secreción, llegan a la uretra del
miembro viril. Puede manifestarse de nuevo de esta manera,
debido al coito realizado durante el período de la menstrua­
ción, una gonorrea de la cual nada se notó durante muchos
años.
Por lo que respecta a la mujer, además de las ventajas
psíquicas, indudablemente importantes por excelencia y que
traté con todo detalle en el capitulo VI de esta obra '(débil
equilibrio psíquico durante el período de la regla), hay que
tener en cuenta los siguientes factores corporales:
Primero: Las molestias que sienten muchas mujeres du­
rante el período (malestar).
Segundo: El aflujo de sangre existente en los órganos
sexuales, que igual puede producir aumento de los anhelos
y un incremento del deleite, que causar una hipersensibilidad
que no consienta función sexual alguna.
Tercero: El aflujo de sangre que se manifiesta al excitar
los genitales. En el caso de que este factor se presente simul­
táneamente con el segundo mencionado, puede hacerse el
aflujo de sangre hacia el útero tan fuerte que, en caso de
predisposición para hemorragias anormalmente fuertes, so­
brevengan efectivamente, o que en un período en que hayan
cesado se repitan de nuevo con todo su vigor. Pueden también
conducir, ocasionalmente, a una hiperemia (exceso de acu­
mulación de sangre), provocando entonces dolores muy acen­
tuados, aunque pasajeros, que, en caso de influjos repetidos,
perniciosos, y predisposición por parte de la mujer, pueden
adquirir un carácter más bien crónico.
Cuarto: Cierta vulnerabilidad de los tejidos, de modo
que, tanto la vulva como la vagina, pueden lacerarse con fa­
cilidad durante los contactos genésicos. Dicha vulnerabilidad
es principalmente debida al reblandecimiento de los tejidos,
causado por las relaciones alteradas del riego sanguíneo y,
de un modo especial, por el influjo continuo que sobre los te­
jidos ejerce el líquido menstrual. Su importancia, además
del peligro de que, en determinadas circunstancias (1', se pro
duzcan desgarros bastante considerables, consiste, principal­
mente, en el peligro de la infección a que se halla expuesta
en mayor grado la mujer en pleno período menstrual.
Quinto: La precisa disminución de la resistencia a los
gérmenes infecciosos, que se manifiesta, tanto de un modo
general como especial, en los órganos sexuales. Su importan­
cia resulta aún mucho más acentuada porque la mayoría de
los gérmenes encuentran en el producto de secreción mens­
trual un substráete alimenticio especialmente favorable, pu­
diendo aumentar considerablemente en número y en poten­
cia. Este reza tanto para los gérmenes que se encontraban
con anterioridad en los órganos femeninos, como particular­
mente para aquellos que han sido introducidos después, des­
de el ambiente externo, durante las relaciones sexuales.
Sexto: La tendencia de algunas enfermedades en estado
semilatente a hacerse más agudas durante la menstruación.
Cuando se trata de enfermedades inflamatorias de los órga­
nos sexuales, dicha propiedad resulta aumentada a causa de
los contactos genésicos realizados durante la época que esta­
mos tratando.
Son, todos éstos, resultados de la experiencia, observa­
ción e investigación. La deducción, la consecuencia que re­
sulta de todo cuanto se ha dicho sobre las relaciones sexuales
durante la época de la regla, puede resumirse, según mi pa­
recer, del siguiente modo: '
Haciendo caso omiso de las prescripciones religiosas de
los pueblos orientales, y suponiendo el grado máximo de aseo,
no puede objetarse nada en contra de los contactos genésicos
no excesivos, deseados por ambos cónyuges durante la época
menstrual, cuando ambos gocen de perfecta salud. Por ra­
li) ItutoniM en el desarrollo, desproporción. brutalidad. Remito al lec­
tor ai capitulo X.
sones estéticas, se excluirían loa días de secreción más acen­
tuada. Debe evitarse todo coito en casos de ligeros trastor­
nos, predisposición para fuertes hemorragias, marcada sen­
sibilidad o demás manifestaciones patológicas de ¡os órganos
femeninos, de un modo especial en caso de inflamación la­
tente de los oviductos y ovarios, y debe suprimirse, en estos
casos, no sólo el coito, sino cualquier excitación erótica, in­
cluso las de índole psíquica. El coito resulta verdaderamente
contraindicado cuando se sospeche que existen gérmenes pa­
tológicos (aunque sea en estado muy debilitado y aunque no
presenten síntomas sexuales de ninguna clase) en los órga­
nos sexuales, tanto de la mujer como del marido í1’.

En caso de embarazo el problema de las relaciones se­


xuales resulta mucho más complicado que durante ¡a mens­
truación. Es enormemente difícil para el médico que posee
no sólo conocimiento clínico y científico sino también la
experiencia de la vida y la naturaleza humana, decidir qué
punto de vista ha de adoptar y qué consejos ha de dar en
estos casos, pues el consejo en tales circunstancias versa so­
bre una cuestión de importancia enorme, ya que de él de­
penden no sólo la suerte corporal de la gestante y la de la
criatura por nacer, sino también la dicha vital de ambos
cónyuges.
En la época ya lejana en que me atreví, como profesio­
nal, a ocuparme sólo de la clínica y la ciencia, dejando apar­
te mi experiencia del mundo y de la vida en particular, dicté
varias veces la prohibición del coito, teniendo sólo en cuenta
el bienestar corporal de las mujeres que a mí se confiaron.
Más tarde, sin embargo, cuando la misma vida me enseñó
que hay cosas mucho más sublimes y de más trascendencia
para la dicha humana que el alejamiento de daños corpora­
(1) A veces resulta star:ámente difícil la exacta comprobación de este
estado de cosas, exigiendo Investigaciones repetidas y muy minuciosas, y para
su exacta apreciación hacen falta detallados exámenes bacteriológicos, biológicos
y clínicos, asi como experiencias médicas prafundM. En aquellos casos en que
no baya médica competente que pueda Aconsejar, debe atenerse el interesado
al antiquísimo proverbio "in dubls abStlne" que, desde este punto de vista,
traduzca del siguiente modo: “Cuando existan dudas (o sospechas), conviene
practicar durante U menstruación la más severa abettnenvU".
les, me pesó más de una vez el haber dado tal consejo. No
obstante, sírveme de consuelo el pensar que dichos pacientes
faltaron, probablemente, a mi prohibición, burlándose tal vez
de ella —y con razón— cuando vieron que no sobrevenía el
daño que les había anunciado (¡como, generalmente, suele
suceder!).
Ahora bien: todo aquel que quiera negar que el coito
verificado durante la época de la gestación puede tener con­
secuencias muy serias, como efectivamente las tiene a veces,
cometería la misma enorme equivocación que el médico que
sólo quiere ver el problema desde el punto de vista terrorí­
fico.
Todo depende del modo de representarse las ventajas y
los inconvenientes de la cuestión. Vamos a dedicarnos a ello;
pero debemos tener en cuenta, de antemano, que nuestros co­
nocimientos sobre la materia resultan aún bastante incom­
pletos respecto a algunos puntes de la misma, y hasta son
nulos en otros. Sobre la base de nuestros juicios veremos,
pues, finalmente, en cuánto exceden las ventajas a los in­
convenientes, y de qué modo y bajo cuáles circunstancias
puede lograrse una compensación entre extremos tan ma­
nifiestos.
Empecemos por los inconvenientes y veamos las razones
que podrían aducirse en contra de los contactos genésicos
durante la época de la gestación. Pueden recopilarse aqué­
llos, a modo de resumen, de la siguiente manera: Como con­
secuencia de los contactos genésicos, puede darse el caso de
que se agite convulsivamente el útero, provocando, en conse­
cuencia, la expulsión de su contenido, o, dicho en otra for­
ma: el coito, según la fase del embarazo, puede conducir al
aborto o al nacimiento prematuro del feto, y, por último, a
la presentación de un parto más o menos largo. En los dos
casos primeros pueden resultar, simultáneamente, una lesión
directa y hasta la destrucción de la vida del feto, mientras
que esto
* no sucede en el tercero de los casos enunciados. Pe­
ro precisamente entonces se presenta, según nos ha demos­
trado la experiencia con bastante frecuencia, una rotura
de la bolsa amniótica, que es capaz, por vía indirecta, de
(1) Remito ai lector a loe datos estadísticos de Büben. en el Zentralblatt
fUr Gyn&cotoffU, 1M4, N
* 24.
causar graves perjuicios a la madre y al feto (ya que, debido
a esta rotura, se retarda el acto del parto). En todos estos
casos existe, además, el peligro de las infecciones puerpera­
les, cuando, por medio del pene, se han introducido en la
vagina y depositado en su profundidad, gérmenes patológicas
o en posible putrefacción, los que, durante el acto del parto
o aborto, hallan substráete alimenticio sumamente favorable
para su desarrollo, siendo entonces la ocasión más propicia
para que vayan penetrando en las cavidades, podiendo cau­
sar a la parturienta, en su ascenso, como es natural, efectos
fatales.
Otro argumento en contra de las relaciones matrimonia­
les durante el embarazo está dado por el estado de los tiernos
y congestionados tejidos genitales, que están llenos de san­
gre y resultan más vulnerables que durante la menstruación.
Así, pues, durante el coito pueden producirse desgarros que
resultan más peligrosos que en el período menstrual, pues
existe el riesgo de pérdidas sanguíneas y de infección. Cual­
quier desgarramiento considerable en los genitales de una
mujer grávida, que están distendidos y saturados de sangre,
representan un inminente peligro de serias hemorragias, En
la práctica, raras veces ocurren desgarros de tal importan­
cia durante el coito en estado de gestación, y sólo sucede así
cuando se procede con demasiada brutalidad (debida, indu­
dablemente, a la dilatación de la vagina, existente de un
modo simultáneo con la distensibilidad aumentada de sus pa­
redes). Pueden evitarse también fácilmente las pequeñas le­
siones y las lesiones mínimas que generalmente se producen
en el mismo introitus vaginal, procediendo con la debida cau­
tela, y usando lubricantes adecuados para facilitar el desliza­
miento del miembro viril.
Considerando este argumento bajo su verdadero aspecto
resulta más bien una especie de advertencia para proceder
con cuidado durante el coito, en vez de constituir una prue­
ba más en contra de los contactos genésicos durante la época
de gestación.
En lo que respecta al abombamiento del vientre durante
la gestación, veremos, después de analizar debidamente este
factor, que con menos razón puede constituir este hecha una
objeción seria contra los contactos carnales durante el emba­
razo. Aunque no puede negarse que en el coito con una ges­
tante hay que evitar toda presión fuerte sobre el útero grá­
vido, sobre todo durante los últimos meses, es fácil evitar este
peligro adoptando una posición adecuada (ver capitulo XI).
Todo cuanto he dicho respecto al caso de que existan gér­
menes patológicos debilitados en los genitales del hombre y
de la mujer, al hablar del coito durante la época menstrual,
reza también, pero con mayor fuerza, para los contactos ge­
nésicos durante el embarazo. Caso de comprobarse una ver­
dadera infección (sea de la clase que sea) de los órganos se­
xuales femeninos en la época de la gestación, debe evitarse
a todo trance una excitación de dichos órganos por el coito.
Respecto al pretendido peligro de inflamación de la ure­
tra (uretritis) por parte del hombre, por entrar en contacto
con la secreción vaginal de la gestante, debe verificarse cuan­
to se ha dicho en párrafos anteriores al hablar del coito du­
rante la menstruación. El remedio es el mismo: cuidadosa
limpieza de parte de ambos cónyuges.
Vemos, por tanto, que aparte del caso de infecciones
existentes, sólo el primer grupo de objeciones son serias y
fundamentadas, ya que los otros argumentos negativos pue­
den ser rebatidos con precauciones y modificaciones adecua­
das.
Pero el problema realmente serio del peligro del coito
durante el embarazo gira alrededor de dos cuestiones:
a) ¿Es muy grande la probabilidad de aborto o parto pre­
maturo después del coito?
b) Si al coito sobreviene el parto ¿es probable una in­
fección puerperal?
Hay que confesar gue tal infección suele presentarse con
mucha frecuencia. Asi resulta de la estadística de Büben,
por cierto demasiado reducida para constituir una prueba
completa, y que se refiere a las mujeres de las clases sociales
inferiores de cierta ciudad de Hungría, respecto a cuyo grado
de aseo, en ellas y en sus maridos, no debemos formarnos
ideas demasiado halagadoras. De suerte que creo poder cal­
cular como mucho menor este peligro para aquellos cónyu­
ges que suelen dedicar gran aseo a sus órganos sexuales.
Para contestar a la pregunta establecida en el apartado
primero nos falta todo punto de apoyo. Ignoramos por com-
pleto el tanto por ciento en que, a continuación de contactos
genésicos, sobreviene la expulsión del feto; pero todo aquel
que está acostumbrado a ver el verdadero revés de los múl­
tiples matrimonios, puede contestar que no debe valorarse
muy crecido dicho tanto por ciento, pues entonces el número
de partos prematuros resultaría mucho mayor de lo que es en
realidad (li. La experiencia médica nos dice de una manera
clara que el mencionado peligro resulta mayor durante los
primeros meses del embarazo, pudiendo ser muy acentuado
en aquellas mujeres predispuestas de un modo especial a
abortos y partos prematuros. Huelga, por otra parte, toda
explicación detallada de que hacia el final del embarazo re­
sulta cada vez más probable que se presente el parto poco des­
pués de realizado el coito.
En resumen, no puede negarse cierta justificación a las
razones probatorias que se aportan en contra de los contactos
genésicos durante el periodo de gestación.
Pero cuando la mujer disfruta de completa salud, cuando
su matriz no resulta predispuesta para expulsar prematura­
mente su contenido (siendo sus síntomas hemorragias y con­
tracciones uterinas), no habiendo tenido ya tales síntomas
durante el embarazo anterior; cuando se procede con el de­
bido cuidado y cautela <2> al realizar el acto sexual, cuando
se evita una excitación excesiva de los órganos femeninos,
cuando ambos cónyuges observan el máximo grado de aseo (3>,
y cuando se mantiene durante las últimas semanas (supon­
gamos cuatro) absoluta abstinencia, resultan entonces, en
opinión mía, muy insignificantes los peligros para la ges­
tante.
Los argumentos en pro llevan un sello exclusivamente
psíquico.
(1) En modo alguno debemos servirnos en «ste caso, como prueba, del
número t'.n enormemente crecido de abortos. Aunque una parte, por cierto
bastante considerable, puede incluirse en dicho número, mucho mayor resulta,
indudablemente, el de los abortos artificiales (criminales), que no nos permiten
establecer relaciones precisas.
(2) No conviene Introducir él pene demasiado profundamente, hallándose
la mujer en dicho estado.
(3) La Introducción, o mejor dicho, la inmigración de gérmenes, puede
evitarse eon más probabilidad, adoptando, en lugar de la posición lateral poste­
rior, la posición sentada anterior. También conviene mencionar, respecto al par­
ticular, que es indispensable el empleo de un lubricante (exento de grasas) a!
cual h'.brá que adicionar un antiséptico no irritatlvo.
Debemos intentar, ante todo, saber sí la mujer desea,
efectivamente, la continuación de las relaciones sexuales du­
rante el embarazo. Tropezamos en seguida con la dificultad
de que resulta de todo punto imposible emitir un juicio de
validez general respecto a la existencia o falta de alteracio­
nes características del embarazo que puedan, por su intensi­
dad, influir en los anhelos sexuales. La mayoría de los au­
tores que se han ocupado de este asunto manifiestan que
la libido de la mujer resulta considerablemente disminuida
durante la época de gestación, y establecen con frecuencia
una analogía con la conducta de la hembra del reino animal.
Otros autores, en bastante menor número que los primeros,
opinan que durante el embarazo, aumenta frecuentemente la
libido, el verdadero anhelo sexual, a causa del estado de exci­
tación que ha tenido lugar en los genitales de la mujer.
En cuanto a mí, he tenido varias veces ocasión de obser­
var el aumento de este anhelo al principio del embarazo.
Puede manifestarse de modo tan típico que, para algunas
mujeres, constituye el síntoma de una nueva gravidez d».
Sea como sea, no puede establecerse una influencia uni­
forme de la libido causada por el embarazo, en lo que a la
mujer se refiere. Este influjo se manifiesta más bien de modo
muy diverso, según las particularidades de la mujer en cues­
tión y según el grado en que se halle el embarazo. Desde
hace varios años he prestado a dicho asunto la máxima aten­
ción y he insistido sobre el particular cuanto me ha sido
posible. De la suma de las manifestaciones recogidas resulta
la siguiente impresión de conjunto:
En aquellos casos en que, antes del embarazo, la relación
sexual resulta entre los cónyuges más o menos tibia, y cuan­
do la esposa halla tan sólo escasa satisfacción o hasta cuan­
do falta ésta, por desgracia, completamente, se apaga la li­
bido, si alguna vez ha existido, tanto más rápida y comple­
tamente cuanta más pronto se siente la mujer embarazada.
Muchas veces hasta se presenta una aversión muy marcada
contra toda clase de contactos eróticos.
(i) Paja mayor comprensión, Hamo la atención «obre lea alteraciones que
entren el ovarlo y sus fundones después de realizada la concepción, asi como
la consiguiente transformación del metabolismo. Remito a! lector a todo
cuanto be dlcbo en el capitulo VI de esta obra.
Pero en el caso en que las relaciones sexuales entre los
esposos antes de la concepción hubiesen evolucionado en con­
cordancia con cuanto he dicho en el capítulo III de esta obra,
entonces, por regla general, no sufre la libido de la mujer, du­
rante la primera mitad de Ja gestación, la más mínima pér­
dida; como antes hemos visto, puede presentarse hasta un
aumento pasajero. Durante la segunda mitad, la libido de­
crece paulatinamente, aun cuando sigue persistiendo en cier­
tos grados hasta el final i».
Antes de tratar de los anhelos sexuales verdaderamente
impulsivos y ocuparnos de los sentimientos femeninos más
conscientes, quiero hacer constar, ante todo, que debemos
considerar como una verdadera dicha para la mujer el que,
efectivamente, pertenezca a aquéllas cuya libido no resulta
notablemente reducida durante la época del embarazo,
La moderna psicología, la que expone a la luz del sol
todo lo inconsciente, nos dice que "la psique femenina res­
ponde a la represión de las excitaciones libidinosas con sín­
tomas patológicos, siendo el miedo una de las manifestá­
is Ni siquiera desaparee» cuando se mielan las contracción»
* uterina
*.
¿Debe atribuirse, quizás, el hecho comprobado por tanto* autora» (hecho en
relación con Im Investigaciones respecto a las causas de la infección, puerperal)
de que durante las vísperas del parto se realiza con bastante frecuencia el coito,
a que existe un nuevo aumento de la libido? Yo, por mi parte, por muy para­
dójica que nos parezca tal manifestación, no doy por completamente excluido
tal fenómeno; aln embargo, nada concreto puede decirse, de momento, sobre este
extremo. Mayor importancia concedo para la realización de una cópula, en esos
momento», a lo» componentes erótimos que con tanta abundancia contienen ios
sentimiento» que se manifiestan un claramente en cónyuges que se quieren
entrañablemente, sobre todo en Mlaa circunstancia
* tan peculiares, pues, debido
al dolor y al temor, buscan consuelo y se lo ofrecen mutuamente. (Recuerdo
al lector cuanto he dicho al principio del capitulo III). No es valedera única­
mente la explicación tan común que ve en est» coito nada más que brutalidad
manifiesta del marido egoísta y la Ignorancia da la mujer, que cree en una evo­
lución perfecta del parto, debido a la influencia beneficiosa que produce dicho
acto carnal (pues sabido ea que se trata de une creencia popular muy extendi­
da) , En una parte de lo» casos, puede suceder asi efectivamente, mientras que
en otra, indudablemente, prevalecerá la explicación que antes he dado, pues de
ello me he podido convencer muchas veoes durante mi larga práctica. Por otra
parte, huelgan comentados acerca de que una* relaciones sexuales que sobrepa­
san los limite» precisos, deben prohibirse en absoluto por parte del médico, en
estas circunstancias, * despecho de tu importancia psíquica.
(2) Hay que comprenderlo bien: se trata del miedo inconsciente, sin ob­
jeto, en oposición al temor consciente, que significa temor ante un oigo deter­
minado. En relación con la cuestión que estamos- discutiendo, remito al lector
clones que más marcadamente se expresan (efecto neuróti­
co) ”, Desde esta apreciación hasta el reconocimiento de que
resulta más correcto continuar las relaciones sexuales nor­
males también durante la época de la gestación, sólo se pre­
cisa, según mi modo de ver, un pensamiento razonado, por
lo cual considero las experiencias aducidas de la psicologia
de lo inconsciente, como un nuevo argumento en pro de la
cuestión que me ocupa en este capítulo.

También con sus pensamientos, conscientes o inconscien­


tes, se inclina la mujer amante a conservar en toda su am­
plitud, durante este estado de gestación, las relaciones ínti­
mas con su marido, pues su apego, su adhesión, resultan
aumentados precisamente por su estado. Siente más que
nunca la necesidad de recibir atenciones suyas, anhela sus
galanterías cariñosas y sus continuas solicitudes. Además,
la convicción de su deformación corporal le causa cierta de­
presión. Teme no poder ya brindar al querido compañero
de su vida los mismos encantos que antes. Siendo así, la
abstinencia sexual le parecería una especie de abandono, que
causaría en lo más íntimo de su ser profundas lesiones aní­
micas, daños mucho mayores que los corporales que podrían
resultar para ella, eventualmente, a causa de la función se­
xual (insisto de nuevo en que para los contactos genésicos
en dicha época, deben existir condiciones de perfecta salud).
Estas son las razones en virtud de las cuales necesita
la mujer, en el Matrimonio Perfecto, conservar los contactos
camales con su marido, a pesar del embarazo. Y también
anhelaría la continuación de las relaciones ya habituales has­
ta en el caso en que su propio impulso no ejerciese influen­
cia alguna.
Y nadie es capaz de negar su razón a la mujer en este
punto.
Anhela dichos contactos con su corazón, los desea con
su inteligencia, con su razonamiento. Y tiene razón. Es ab­
*1 Intereoanie estudio de Heberer. publicado en el Zentralblatt für Gj/ndlcolopie,
1925. N* 7, titulado Aerpecto d Ja psicología del embarato (Zur FsyekaioQte dcr
SchwartgerKhjift}, aunque mli experiencia* acerca de la conducta de la libido
de Ub embarazadas, no concuerda con las Indicada* por el citado autor.
solutamente imposible para el hombre interrumpir la viva
actividad de su vida sexual durante un plazo mas o menos
largo, y no obstante ser solícito con su mujer, es decir, em­
pezar el preludio, aumentando aún más de esta suerte su
excitación sexual (que, a causa de la forzada abstinencia,
ha alcanzado para él grados verdaderamente molestos), e
interrumpir de nuevo una y otra vez la marcha de sus an­
helos. Es de todo punto posible (y los mismos autores que
defienden con tanto fervor el dogma de que la abstinencia
sexual resulta inofensiva, deben confesarlo), que semejante
represión sexual, repetida una vez y otra, conduzca a sínto­
mas neuróticos o, al menos, a graves discordancias, pertur­
bando, como es natural, su capacidad para el trabajo. Por
tanto sólo puede conseguirse abstinencia completa hallán­
dose muy distanciado el marido de su mujer y practicando
una reserva sistemática.
Pero precisamente es la mujer, la esposa amante, la que
quiere evitar la separación a toda costa y valiéndose de todos
los medios.
Y lo que quiere aún aquella mujer para la cual el con­
cepto “matrimonio" no significa otra cosa que permanecer
tranquilamente “en el puerto del refugio" que ha hallado,
¿Quien puede garantizarle que, debido a la distancia, no se
halle tal vez el marido junto a otra mujer que puede “com­
placerle"? ¿Quién puede darle seguridades de que volverá
cuando, finalmente, las circunstancias consientan su regre­
so?
¡Basta ya de exposiciones! Para mí no existe duda al­
guna: Las razones que hablan a favor de la continuación
de las relaciones sexuales durante el embarazo son mucho
más convincentes que aquellas que puedan aducirse en con­
tra. ,(Poi’ lo mismo, el médico debe proceder con el máximo
cuidado cuando ordena una abstinencia absoluta durante la
gestación, limitando este último remedio para los casos ver­
daderamente urgentes.” (Kossmann, I. C.). Considero co­
mo tales, además de las enfermedades especiales, el aborto
y el parto inminentes. Y en dichos casos no deben existir
excepciones, sino que hay que atenerse estrictamente a las
prescripciones facultativas, y aconsejo a mis lectores no pro­
fesionales el máximo cuidado, indispensable en todas cuan­
tas cuestiones he expuesto en este capítulo.
Creo ocioso insistir de nuevo sobre que el hombre deba
tener siempre en cuenta, durante esta época, las particula­
ridades psíquicas y corporales inherentes a todo embarazo.
No me parece que deba recalcar más este extremo, ya que
el marido que diera antes pruebas de buen guía, y que logró
educar a su mujer para el Matrimonio Perfecto, no hará trai­
ción a dicha propiedad cuando llegue la hora, estando al
lado de su mujer, a la cual se le presentan en esos momen­
tos exigencias trascendentales, desde todos los puntos de
vista.

¿Cuánto tiempo debe durar la abstinencia del parto?


Haciendo caso omiso, en esta cuestión, de las prescrip­
ciones religiosas, así como de las costumbres de muchos pue­
blos primitivos, de la “impureza” de las madres después del
parto, etcétera, sólo tendría que repetir respecto al particu­
lar, todo cuanto he dicho ya en los párrafos dedicados a la
menstruación y en lo referente a la época del embarazo. De
modo que, para contestar concretamente a la pregunta antes
formulada, conviene adoptar, exclusivamente, la base fisio­
lógica.
El sobreparto, en el sentido del vulgo, dura de ocho a
catorce días. Es, como se comprenderá, una apreciación ar­
bitraria, que por fuerza varía según las razas, pueblos, países,
relaciones sociales, estado económico y muchos otros porme­
nores. Opino, por mi parte, que debe admitirse el plazo más
largo: quince días.
El tiempo que precisan los órganos sexuales para su com­
pleta involución es de cinco a ocho semanas; como es natu­
ral, este plazo depende del clima, raza y particularidades
personales. Por regla general, la involución dura seis sema­
nas. Termina en las mujeres que no amamantan a sus hijos
con la reaparición de la menstruación. El período de invo­
lución suele denominarse, también, en términos profesiona­
les, “puerperio”.
Opino, sin embargo, que ambos conceptos son muy di­
ferentes, y que su uso simultáneo sólo conduce a confusiones.
El sobreparto dura tan sólo una o dos semanas, mientras
que la involución unas seis. Los tocólogos, por regla general,
se abstienen de aconsejar a sus pacientes (y a sus respec­
tivos maridos) respecto a la reanudación de sus relaciones
sexuales después del parto. Verdad es que sólo en casos excep­
cionales se les pide ese consejo. Tal proceder suele conducir
a muchas mujeres, sobre todo a aquéllas de las clases popu­
lares que al cabo de pocos días abandonan la Maternidad
y regresan a sus hogares, a reanudar demasiado pronto sus
relaciones matrimoniales.
Por otra parte, existen autores, en número muy redu­
cido, por cierto, que han roto su silencio en esta cuestión,
aconsejando una abstinencia demasiado prolongada (según
mi modo de ver), ya que dicen que debe guardarse completa
abstinencia durante todo el período de la involución. Sólo
en casos muy aislados se permite acortar esta época en “al­
gunas semanas'
*.
No comprendo por qué razones debe prolongarse la abs­
tinencia durante seis semanas, siempre y cuando existan con­
diciones normales de salud y recuperación.
Especialmente, existen tres peligros locales, a los cuales
están expuestos los genitales de la mujer y que deben evi­
tarse a todo trance. Éstos peligros son: infección, hemorra­
gia y desgarro de las heridas recién cicatrizadas. Por mis
propias experiencias, puedo decir que he dado de alta a mu­
chos miles de mujeres en hospitales y clínicas a los doce o
catorce dias después del parto, y sólo en casos verdadera­
mente excepcionales les he ordenado abstinencia (siempre
y cuando el último reconocimiento haya dado un resultado
normal). Sé de muchas de mis pacientes, y de muchas más
lo sospecho, que inmediatamente después de regresar a su
hogar reiniciaron sus actividades sexuales. A la absoluta
mayoría de estas mujeres las he examinado al cabo de seis
semanas después del parto, y ni en un solo caso puedo acor-
dp’Tne (a excepción de recientes infecciones gonocóccicas,
que también hubieran sobrevenido en el caso de abstinencia
absoluta) de que hubiese podido atribuir al coito (repetido
entretanto varías veces) cualquier trastorno en los procesos
normales de involución o cualquiera otra enfermedad.
¿Por qué causa, pues? Es cierto que las puertas de la
infección están ampliamente abiertas los primeros días des­
pués del parto para todos los agentes de las fiebres puerpe­
rales, pero en esta época que me ocupa, ya hace tiempo que
quedaron herméticamente cerradas. Las heridas, hasta los
grandes desgarros perineales, están cicatrizadas (siempre que
el médico no le dé de alta demasiado pronto a la enferma.
En lo que se refiere a la hemorragia uterina, es indudable
que la excitación sexual produce un aflujo de la sangre ha­
cia los órganos sexuales, pero en cambio intensifica también
las contracciones uterinas, resultando compensado, al menos,
un posible efecto pernicioso del factor citado en primer lugar.
Tampoco el estado general físico y emocional de una
mujer dada de alta al cabo de dos semanas después del parto,
justifica la prohibición del coito. Es indudable que la mu­
jer, en dicha época, necesita cuidados y atenciones, ya que
ha cumplido con altos deberes, y más aún cuando amaman­
ta a su hijo, porque en este caso se le exige aún más a su
naturaleza. Por eso debe concedérsele la ocasión propicia
para reponerse (cuantas más ocasiones mejor), pero tal oca­
sión, en manera alguna resulta perjudicada por empezar de
nuevo las relaciones sexuales de manera tierna, con especial
acentuación en el preludio y llegando sólo gradualmente al
acto sexual. Debe procederse con gran cuidado, cariñosa­
mente, de un modo especial al principio, ya que existe algún
peligro a causa de los tejidos muy blandos y tenues, sin exce­
derse en las excitaciones, y adoptando la posición normal.
Bajo estas condiciones considero las relaciones sexuales, des­
pués de transcurrida la segunda semana del puerperio, muy
beneficiosas para las mujeres sanas, no muy debilitadas por
el parto.
Ahora bien: un nuevo embarazo resultaría pernicioso
bajo todos los conceptos. Pero hay que tener en cuenta que
más raras veces se produce la concepción durante el período
de involución —siendo menos frecuente aun durante el pe­
ríodo de lactancia—, que en condiciones normales.
Y, por último, un consejo para la primera menstruación,
que se presentará en las mujeres que no crien a sus hijos,
aproximadamente a las seis semanas después del parto (y a
veces más pronto también). Por regla general, esta pérdida
menstrual es bastante fuerte, y, por lo tanto, se hará bien
en no aumentar el aflujo sanguíneo hacia los óiganos sexua­
les, desde el momento en que se presentan los primeros sin­
tomas menstruales hasta uno o dos días después de haber
terminado este primer período.

Resumo, pues, mi opinión respecto a las relaciones se­


xuales durante la época que comprende el principio del em­
barazo y la involución, del siguiente modo:
Observando los debidos cuidados y cautelas, pueden con­
tinuarse de manera habitual los contactos matrimoniales,
siempre y cuando existan relaciones normales (de salud),
evitando, como es natural, una excitación excesiva en la mu­
jer y observando dicha conducta hasta llegar a la mitad del
embarazo.
Desde este punto se irán limitando paulatinamente, y
cada vez más, dichas relaciones sexuales, cesando por com­
pleto unas cuatro semanas antes del final de aquél. Quin­
ce días después de haber tenido lugar el parto pueden rea­
nudarse, aumentando paso a paso en intensidad y frecuen­
cia, durante las semanas siguientes. Al cabo de seis semanas,
aproximadamente, pueden haber recuperado su carácter pri­
mitivo. Conviene interrumpir por completo los contactos ge­
nésicos durante la primera menstruación.

Quiero tratar rápidamente, en este párrafo, de la con­


ducto sexual que debe observarse en caso de enfermedad, y
sólo puedo hacerlo con la máxima brevedad, porque no dis­
pongo de lugar para entrar en detalles, aunque el tema tiene
gran interés e importancia.
Tengo que manifestar sobre el particular que debe di­
ferenciarse claramente la influencia directa de la actividad
sexual, de sus naturales consecuencias: embarazo, parto y
puerperio. Para la mayoría de las enfermedades serias tie­
nen estas consecuencias una importancia mucho más des­
favorable que el acto genésico en sí. Pero para nosotros, en
la presente obra, únicamente éste entra en cuestión.
Se impone una prohibición del coito (realizado sin las
debidas medidas de precaución) en todos ios casos en que
se corra el peligro de que una enfermedad existente pueda
transmitirse al otro cónyuge. Creo que no hace falta insis­
tir más sobre el particular.
Se comprende también que, en caso de enfermedades
agudas de los órganos sexuales, tanto en el hombre como en
la mujer, debe suspenderse la cópula.
En caso de enfermedades crónicas, inflamatorias de los
genitales, muchas veces no debe tener lugar la cópula para
evitar los dolores inherentes a tal estado. En otros casos de
esta índole deberá renunciarse a los contactos genésicos, ya
que existe el peligro de que la enfermedad se agrave repen­
tinamente. Y-es precisamente aquí en donde, por parte de
los ginecólogos, según mi parecer, se adopta, por lo general,
un punto de vista demasiado severo en lo que a la prohibi­
ción del coito se refiere. No debemos olvidar nunca que en
el caso de larga duración de dichos estados patológicos, la
abstinencia absoluta impuesta a uno de los cónyuges, puede
llevar consigo consecuencias verdaderamente funestas. Por
tales razones, y siempre que las circunstancias lo consientan,
debe limitarse el médico a dar el consejo de moderar la ac­
tividad, no olvidando, al propio tiempo, añadir a dicha ad­
vertencia los necesarios consejos técnicos (remito al lector
al capitulo de las posiciones del coito), para salvar de esta
manera perjuicios y daños que pueden evitarse perfectamen­
te, o debe decidirse por recomendar la intervención opera­
toria, cuando mediante ella pueda esperarse la restauración,
en lo posible, de Jos contactos genésicos, exentos de peligro
y de dolor. Tan sólo en rarísimas ocasiones se presentará
el caso de que una paciente, después de haberle expuesto con
claridad los peligros y riesgos que existen bajo todos aspec­
tos para ambos cónyuges, rechace tal proposición, prefirien­
do la segura destrucción de su dicha matrimonial a los pe­
ligros y molestias consiguientes a una intervención quirúrgi­
ca (los cuales han disminuido, por cierto, durante los últi­
mos años de un modo manifiesto). Pero nosotros, los médicos,
no debemos dudar en dar ese consejo, puesto'que al final
es lo más probable que haya que realizarla por fuerza, tenien­
do en cuenta que con ese titubeo lo que se ha hecho es amena­
zar seriamente la dicha matrimonial.
Sin tener en cuenta las pocas excepciones existentes, se
concede, por regla general, demasiado poca importancia en
la consulta médica a la cuestión de conservar o recuperar
la capacidad funcional para las relaciones sexuales, al menos
en lo que respecta a la mujer. Semejantes exigencias sólo
suelen presentarlas explícitamente las mujeres en rarísimos
casos, y generalmente ni aun siquiera las bosquejan. La ma­
yoría de los médicos prefiere no penetrar en el fondo del
asunto, evitando más bien tocar el tema, sea debido a su
recato (muy comprensible, pero absolutamente contraprodu­
cente), o bien a una insuficiente comprensión de lo que se
refiere a su alcance y su importancia. Sin embargo, es tan
importante, tan trascendental, como la conservación o ad­
quisición de la fecundidad, a la cual (¡y muy justificadamen­
te!) concedemos tan amplio lugar en nuestras consideracio­
nes profesionales. No es inferior al poder económico o al
logro de capacidad para la tarea manual o mental. Puede
hasta encerrar un riesgo para la vida misma. Pues ¡cuán
a menudo lo que hace la vida digna de vivirla o lo que pre­
serva el "deseo de vivir” depende del poder de experimentar
la alegría y la inspiración del sexo! Asi, no sólo en los casos
de referencia, en los cuales me sentí inclinado a dar suges­
tiones, sino en todos los casos que afecten la actividad y la
experiencia sexual debemos los médicos dar a esta función
el lugar significativo y fundamental que justificadamente
les corresponde en nuestras apreciaciones, nuestros diagnós­
ticos, nuestros consejos y nuestras métodos terapéuticos.

En lo que se refiere a las enfermedades crónicas, tienen


un influjo pernicioso sobre la libido y sobre la potencia sexual
(en cuanto a esta última, resulta más atacado el hombre).
En oposición con esto se hallan los estados febriles, en los
cuales el anhelo sexual, la libido y no raramente también la
potencia, resultan aumentados, aunque sólo en cierto grado
y pasajeramente. Sin embargo, la realización de) acto car­
nal puede conducir a una mayor debilitación del cuerpo.
Debe tenerse en cuenta la peculiar mezcla de debilidad (ex-
haustividad) e irritabilidad en asuntos sexuales que es el
resultado frecuente del efecto de la enfermedad en el sis­
tema nervioso, y esta difícil condición puede empeorar por
desengaños y negativas. Ni el cónyuge ni el médico tienen
ante sí una tarea fácil al tener que decidir, entre tantos
factores complejos y contradictorias, si acceder o negar.
Finalmente debemos referirnos a las fatales consecuen­
cias del coito en muchos casos de arterieesclerosis, debido a
la elevada presión sanguínea que invariablemente le acom­
paña. Y al igualmente establecido hecho de que relaciones
sexuales regulares y normales pueden ejercer una muy favo­
rable influencia en todas las condiciones patológicas que sean
principalmente de origen nervioso.
APÉNDICE DEL CAPÍTULO XVI

CUIDADOS Y LIMPIEZA DE LOS ÓRGANOS DE


COPULACIÓN
Quiero añadir, por último, algunas advertencias respecto
al cuidado de los órganos de copulación, y especialmente, a
la técnica de su aseo. '
Por muy insignificantes que parezcan estas sugerencias
encierran, sin embargo, una importancia grandísima.
Especialmente la técnica del aseo suele efectuarse, no
solamente de modo insuficiente, sino de manera francamen­
te inadecuada. En muchos capítulos, por no decir en todos,
he hecho resaltar lo indispensable que es un perfecto estado
de aseo. .
Resulta difícil la limpieza, ya que las ranuras y pliegues
de los genitales son difícilmente accesibles, y aun lo resulta
más el eliminar con comodidad las substancias sebáceas que
van acumulándose. Ya al tratar de los órganos sexuales ex­
ternos he hablado de dichos factores, e insisto nuevamente
ante mis lectores profanos para que repasen antes de conti­
nuar la lectura, todo cuanto respecto al particular he dicho
en los capítulos IV y VII. .
La limpieza concienzuda, varias veces repetida, de las
citadas partes del cuerpo, tiene principalmente por fin eli­
minar los gérmenes de putrefacción, que en caso contrario
se anidan en los mismos. Como quiera que los conductos
excretores del aparato urinario desembocan en los genitales
externos, y como quiera que la desembocadura intestinal (el
ano) se encuentra, especialmente en la mujer, muy próxima
a dichos órganos, es de máxima importancia dicho aseo.
Por consiguiente, y con el fin de evitar posibles enfer­
medades, resulta indispensable observar las prescripciones
que a continuación indico:
Para el hombre

Además de los lavados y baños corrientes:


1) Por la mañana y por la noche, limpieza escrupulosa
del glande, de la superficie interna del prepucio y especial­
mente de la ranura del glande, retirando completamente
aquél. Debe realizarse la limpieza con un pequeño trozo de
tela limpia (cambiándolo cada vez) previamente humedeci­
do en agua pura.
2) Hay que evitar que se humedezca la ropa interior con
restos de orina, y de ocurrir asi, conviene sustituir la ropa
por otra limpia. Cambiar la ropa interior con tanta frecuen­
cia como sea posible. Lo mismo rige para la ropa de noche.
3) Recomiéndase eliminar cuantas veces sea factible las
gotas restantes después de la micción, sirviéndose de una
tela limpia.
4) Después de realizado el coito, o después de haber
evolucionado completamente el final, hay que lavar el pene
y limpiar completamente el glande, en concordancia con las
indicaciones del párrafo 1) de estas advertencias.
5) Caso de que el miembro viril estuviese inflamado (en­
rojecimiento, picor, ardores, ligera hinchazón, especialmente
en el borde prepucial), por haber accionado con exceso, lo
que por regla general suele ocurrir cuando no existe suficien­
te lubricación, una vez verificada una cuidadosa y a la vez
perfecta limpieza, teniendo la piel del prepucio retirada, debe
secarse la humedad restante con un trozo de tela, colocando
encima del sitio correspondiente una fina capa de polvo de
talco puro, especialmente sobre el glande y la fisura situada
en la parte superior del mismo. Esta capa de polvo tiene por
objeto Impedir un contacto directo del glande con el pre­
pucio.
Paha la mujeb

Además de los lavados y baños corrientes:


1) Por la mañana y por la noche, exacta limpieza de la
vulva, especialmente los pliegues y escondites en la proximi­
dad del clítoris y de las linfas (labios menores), sirviéndose
de un limpio trozo de algodón y del bidet, lleno de agua
limpia y tibia. Secar luego dichos sitios con una toalla lim­
pia pero ¡sin frotar!
2) Siempre que sea factible, un ligero lavado después
de la micción para quitar los restos de orina (sirviéndose del
bidet, algodón, agua fría o tibia. Secar tocando, suavemente,
con toalla limpia).
3) Limpieza más perfecta del ano, después de la depo-
sición; eliminar el resto de heces con buen papel higiénico.
Frotar dicha reglón tan sólo desde delante hacia atrás [nun­
ca en sentido contrarío! Luego, lavado correspondiente, tam­
bién en dirección de adelante hacia atrás, limpiándose con
especial cuidado el perineo (pues una limpieza de la región
anal en sentido contrario, ha producido en muchas ocasiones
verdaderas desgracias). Finalmente, hay que limpiar la vul­
va, para quitar los restos de orina, sirviéndose de agua y de
un trozo de tela limpia. Debe evitarse a todo trance que se
ensucie la vulva con gérmenes intestinales.
4) Evitar ensuciar la ropa interior con restos fecales y
de orina o flujos de cualquier clase. En caso de haberse en­
suciado, mudarse en seguida de ropa. Lo mismo se refiere
a la muda de la ropa de cama. Esas mudas deben hacerse
con la mayor frecuencia posible.
S) Durante la menstruación debe extremarse hasta su
límite el aseo. Frecuente cambio de los paños higiénicos, uti­
lizando sólo paños absolutamente limpios. Debe recordarse
que los tapones sanitarios internos necesitan ser cambiados
con tanta frecuencia como las toallas higiénicas externas.
Mudarse de ropa una vez, y aun mejor dos, al día.
6) Después del coito o terminado el final de dicho acto,
exacta limpieza de la vulva, como quedó expresado en el
párrafo 1) de estas advertencias. Conviene servirse de agua
tibia.
7) Cuando, debido a grandes esfuerzos, principalmente
en casos de deficiente deslizamiento del pene por flujo mens­
trual o flujo de otra índole, se halla la vulva en un estado
de irritación (enrojecimiento, pequeños desgarros (grietas],
picor, ligera hinchazón), hay que proceder a una escrupulosa
limpieza, obrando durante la misma con gran cuidado y se­
cando los sitios suavemente y sin frotar. Luego, y sirviéndose
otra vez de un trozo de tela, se cubrirán dichos sitios, es de­
cir, la vulva y sus proximidades, con una ligera capa de pol­
vo de talco puro. (Caso de que una segunda persona cuide
de dicho quehacer, es más conveniente servirse de una tai-
quera). La aplicación de dicho polvo deberá repetirse des­
pués de cada lavado. En caso de escozor (estado irritativo),
conviene extremar las reglas de limpieza; Antes de que la
vulva se haya repuesto del todo (lo que, generalmente sucede
en poco tiempo), conviene protegerla contra toda nueva irri­
tación o excitación.
8) En modo alguno deben aplicarse lavados vaginales
con fines de lograr el aseo, pues dichos lavados más bien
perjudican el beneficioso quimismo vaginal, y sólo deben apli­
carse en caso de prescripciones facultativas. El moderno gi­
necólogo procederá a tales prescripciones con gran cautela.
PARA AMBOS CÓNYUGES

Usar agua limpia.


No deben usarse esponjas ni cisnes.
Debe evitarse la ropa interior de lana sobre los órganos
sexuales.
Sólo con las manos bien limpias debe realizarse el con­
tacto de los genitales, tanto los propios como los del cónyuge
(especialmente los de la mujer).

En su propio interés ruego a mis lectores no consideren


dichas advertencias como exageradas o demasiado molestas.
La negligencia puede ser vengada, aunque sti relación inme­
diata a veces es difícil de comprobar,
El Matrimonio Perfecto sólo puede lograrse bajo la pro­
tección de una gran limpieza física.
Capítulo XVII

HIGIENE PSÍQUICA, EMOCIONAL Y MENTAL


Higiene significa cuidar la salud.
Y la salud del organismo se cuida principalmente de dos
maneras diferente: en primer lugar, intentando perfeccionar
las funciones normales, y, en segundo lugar, atacando los
perniciosos factores que le amenazan. Y se debe tener en
consideración que la perfección lograda de las funciones vi­
tales sirve esencialmente para vencer los perjuicios que se
manifiestan, ya que resulta aumentada la resistencia de todo
el cuerpo. Así, pues, tienen en la higiene un doble valor los
esfuerzos para alcanzar una capacidad funcional mayor. Pe­
ro estos esfuerzos en modo alguno deben conducir a exage­
raciones, ni en un sentido ni en otro, ya que, en vez de bene­
ficio, se logrará un perjuicio.
Consideremos que el Matrimonio Perfecto de dos cón­
yuges es un organismo independiente y estudiémoslo a la
luz de nuestro lema: ejercicio sin exceso; eficiencia sin exa­
geración. Hemos tratado, en los capítulos precedentes, de
establecer las bases fisiológicotécnlcas para ilevar las rela­
ciones sexuales al grado de perfección que les corresponde
por su importancia funcional. Hemos tomado, además, am­
pliamente en consideración de qué modo pueden evitarse
los daños que pueden sobrevenir en la ejecución de dichas
funciones o a consecuencia de las mismas en los copartíci­
pes en el acto. Finalmente, cada vez que se ofreció oportu­
nidad propicia se ha señalado que la perfección de esta fun­
ción no debe jamás conducir a excesivas exigencias corporales
de ambos participantes o de uno de ellos. También hemos
llamado la atención sobre el hecho de que las relaciones se­
xuales sólo ejercen un influjo beneficioso sobre la psique (hu­
mor, capacidad intelectual) de los esposos en tanto corres­
ponden a sus respectivas fuerzas corporales generales y sexua­
les específicas. Ahora bien: en este lugar quiero hacer resal­
tar nuevamente que un exceso perjudica genital y general­
mente, sobre todo al hombre. Una marcada función sexual
y un trabajo intelectual intensivo son en muchos seres hu­
manos, con preferencia en los hombres, antagónicos; en con-
secuencia, deben tenerlo en cuenta aquellos cónyuges del Ma­
trimonio Perfecto uno de cuyos integrantes sea un hombre
de enorme trabajo intelectual.

Hemos llegado así al fundamental principio de higiene


que nos dice que nunca puede producir buenos efectos con­
vertir una de las funciones de un organismo vivo, aunque
sea la más importante, en función de tanto predominio que
todas las demás y, por lo tanto, la totalidad, tengan que su­
frir perjuicios por tal motivo.
Aplicado al Matrimonio Perfecto esto significa que el
mayor desarrollo de las relaciones matrimoniales en el as­
pecto sexual no debe invadir y dañar la vida mental en co­
mún y la armonía psíquica. Cuerpo, emoción y mente deben
estar en armonía. En general, siempre y cuando se logra el
Matrimonio Perfecto esta armonía universal prevalece, por
que el marido y la esposa, a través de la intensidad de su
vida erótica, permanecen amantes y ios amantes, ya sabe­
mos, tienen el alma armonizada una en la otra.
Así, pues, no hay mayor riesgo de inanición psíquica;
por el contrario, el peligro surge de un exceso de absorción
y dependencia emocional por que ello, a la larga, fatiga al
que recibe tal constante devoción.
Nos llevaría demasiado lejos del tema principal el dis­
cutir las razones y remedios de esta saciedad. Señalar el
peligro será suficiente y reforzará esta práctica lección y
regla de vida: haya amor, haya solidaridad, haya compañe­
rismo mutuo en cosas de la mente pero, con la mayor com­
prensión posible en hechos y palabras, deje uno al otro su­
ficiente espacio, suficiente descanso. Respete uno la perso­
nalidad y reserva del otro. Aprenda cuándo y cuánto hay que
dejarlo tranquilo y en paz.

Muy importante también es tener presente lo que en las


siguientes líneas voy a exponer. Cuando todo deseo sexual
se convierte en realidad, existe el peligro de la saciedad y
del consiguiente aburrimiento, que es siempre la consecuencia
de verse satisfechos completamente todos los deseos. Este
aburrimiento se manifiesta, en tiempo más o menos breve,
en las corrientes relaciones sexuales de los matrimonios.
También el Matrimonio Perfecto se halla expuesto a dicho
peligro. Aunque su “vida sexual armónica y siempre flore­
ciente", con su función activa, y a la vez tan variada, no se
halla expuesta al peligro del hastío, del aburrimiento, pro­
pios de las relaciones uniformes, la perfección, sin embargo,
con la cual puede realizar el Matrimonio Perfecto hasta el
último de los deseos y anhelos, lleva en sí el germen de la
saciedad.
Hay que prevenir dicho destino verdaderamente trági­
co —y tanto más trágico porque afecta a seres que son por
completo inconcientes de ese peligro y que se deslizan sin
saberlo del Cielo de la Felicidad. Evitarlo es uno de los debe­
res psíquicos más importantes.
Incumbe a la higiene psíquica evitar el hastío, impo­
niendo en los momentos oportunos un recato y reserva lle­
nos de tacto, y de esta suerte evitando la satisfacción ilimi­
tada de todos los anhelos. Para el hombre constituye la ad­
vertencia de Balzac: "Aquel esposo que no deja incumplido
deseo alguno en su mujer, es un hombre perdido”, un con­
sejo digno de tenerlo en cuenta en el sentido antes men­
cionado, Y cómo el recato oportuno de la mujer puede au­
mentar para el marido sus propios encantos ha sido inmor­
talizado en el pasaje de Cymbeline, donde Shakespeare hace
decir al esposo de Imogena:
A veces me negaba al goce de sus brazas,
y una tregua pedia su divino pudor...
Era entonces tan bella que hasta el viejo Saturno
se hubiera enardecido, abrasado en amor...
(Acto segundo, escena quinta).

Ahora bien: jamás debe olvidar la mujer que una exage­


ración en este sentido puede poner en gravísimo peligro al
Matrimonio Perfecto y que depende mucho, muchísimo, de
la forma de emplear la discreción y de la reserva que adopte
ella. Es indudable que: “Las mujeres tienen maneras de no
entregarse que resultan, por cierto, aun más encantadoras
que la entrega misma <l>. Pero tal método sólo es capaz de
(i) Ríwy ds Gourmont.
producir el encanto cuando no significa una negación egoís­
ta, cuando se hace tan sólo con miras a aumentar el deseo.
Debe compensarse, además, este recato, en otro momento
oportuno, por cierta iniciativa propia. En todo este juego
alternativo, que consiste en dar y negar, en titubear y tomar,
que es tan importante para la higiene psíquica del Matri­
monio Perfecto, se manifiestan muy claramente las propie­
dades encantadoras de la verdadera mujer, y también es aquí
donde se ponen de manifiesto la coquetería y el flirteo ma­
trimonial, en el sentido en que los he expuesto en el capí­
tulo VIU, concediéndoles entonces todo el valor que encie­
rran en sí
Esta reserva, este recato, tienen importancia muy dife­
rente cuando se trata de evitar una intimidad banal, que
a la larga produce, indudablemente, un efecto contrario al
que se desea en las relaciones conyugales. También en este
caso nos dice el proverbio más y de modo más conecto que
lo que una exposición detallada podría decimos. Perdone el
lector que acuda nuevamente a Balzac, pero es él quien de
modo tan gráfico ha expresado esta cuestión: "Todo aquel
que penetra en el tocador de su mujer, o es un filósofo o es
un imbécil" i1).
Sapienti sai.

Hemos llegado a un punto que, aun cuando para el Ma­


trimonio Perfecto tiene tan grande importancia como para­
las relaciones matrimoniales corrientes, no resulta especifico
para esta forma de matrimonio del que estamos tratando
aquí. Al volver al tipo matrimonial que constituye el objeto
de esta obra, se presenta ante nosotros la cuestión de si todo
aquello que constituye su característica, es decir, la amplia­
ción, el refinamiento y el incremento de las relaciones sexua­
les entre ambos cónyuges, no encierra, además de las ven­
tajas de una dicha aumentada, sus inconvenientes respec­
tivos.
Las alegrías que proporciona el Matrimonio Perfecto re­
to "L’homm
* *n« )• otbinet de toilette de m femtne est un
qul «otra d
phlloeopne ou un Imbéclle" (Pnyjwl&cris du Marieje).
soltarían pagadas a un precio enorme si gravitasen sobre
el equilibrio psíquico de los cónyuges, sobre su tranquilidad
anímica.
Sucedería esto en los seres humanos con predisposición
ascética en temperamento o en teoría, no importa que per­
tenezcan o no a determinada religión. No necesitan la dicha
del Matrimonio Perfecto o por lo menos no la anhelan. Con *
sideran semejante dicha como pecaminosa, ya que está en
contradicción con los consejos de su anhelada “pureza”, de
la “santificación de la vida, que consiste en desprenderse
de todo cuanto es terrenal y espiritualizarse por completo” (1).
Ciertos grupos de partidarios de las religiones cristianas van
muy lejos, quizá demasiado, en su anhelo de librarse de los
deseos terrenales, y en la creencia de que tales deseos deben
ser refrenados. “El tema del pecado original, la caída del
primer hombre, .desempeña aquí un papel importantísimo,
y se mezcla y sé confunde con todos los demás problemas
de los “terrenales deseos de la carne”, a los que se imprime
el sello del pecado, en vez de glorificarlos haciéndolos el cen­
tro alabado, como ocurre en muchos otros cultos” <aL
En todos aquellos seres que sienten y piensan de esta
manera, resulta de todo punto imposible que pueda existir
para ellos un conflicto entre su religión y el concepto Matri­
monio Perfecto, ya que éste no existe para ellos. Para otros,
las preocupaciones respecto a la religión no existen. Por lo
tanto, no hay conflicto.
¿Pero qué pasa con aquellas personas en las cuales el
idealismo ético, la religión tradicional y los deseos sexuales
tienen igual fuerza y cuyas almas se ven afectadas profun­
damente por igual de tal manera que, en muchos casos, se
inclinan a veces en un sentido y otras en otro? O, dicho en
otras palabras y desde el punto de vista práctico ¿cómo los
dogmas y preceptos de las principales religiones del mundo
occidental afectan los principios del Matrimonio Perfecto,
tai como los hemos formulado en los precedentes capítulos de
esta obra?
Es ésta, pues, una cuestión que en modo alguno debe
(1) Bamibo al lector a la obra da Thaasllo von Scbatter; Fftilotophie der Site
{Filosofía del matrimonio), en eu página 163,
(3) La-mlsras, obra de Tb. v. Schetfer, página 1M
quedar sin ser tratada debidamente, ya que toca a lo mas
profundo de la higiene anímica del Matrimonio Perfecto. Ca­
so de que esta forma de evolución matrimonial se hallase
opuesta a las prescripciones religiosas y a las concepciones
de la religión en general, no cabe duda alguna que enton­
ces podrían resultar de ella, para los respectivos cónyuges,
diferencias y desacuerdos, así como verdaderos conflictos in­
ternos que, naturalmente, significarían un grave trastorno
para el Matrimonio Perfecto ya que su salud anímica se ha­
llaría fuertemente amenazada de graves peligros. .
El tema es inevitable en virtud de ciertas tendencias
ascéticas de la Cristiandad tradicional organizada <l>. Pero
el conflicto no es, en la experiencia, necesariamente agudo.
Pues mientras ciertos detalles que consideramos convenientes
y deseables se oponen a la doctrina y práctica religiosa, el
Matrimonio Perfecto puede adaptarse reteniendo, en conjun­
to, su carácter esencial.

*.
ResuH tarea bastante difícil formarse una idea cabal
de todas las prescripciones y concepciones, ya que se trata
aquí Je las creencias más diversas <2>.
(1) Me refiero especialmente a las consecuencias procedentes de la pri­
mera era del cristianismo, cuando se tenia exclusivamente en consideración el
reino de Dios, que en breve plazo se creía sobrevendría.
(3} He sostenido respecto al particular un amplio intercambio epistolar
con muchos teólogos de las más diversas creencias, además de haber recurrido
* muchas bibliotecas.
Asi, pues, en primer lugar, reitero a todos aquellos señores que se han mo­
lestado atendiendo a mis ruegos, mi más profundo agradecimiento. Estoy muy
agradecido al presidente de la Biblioteca Nacional de Palennn, en donde hallé
la mayoría de las obras moralteológlcas de la Iglesia católica; la misma ayuda
me prestaron er. la Biblioteca Central (ZenfroiMbiíOlhecfc) de Zürich, en donde
me ha sido posible consultar una gran parte de la literatura protestante.
Lamento Infinitamente no poder llevar a cabo mi intención de tratar esta
«ustión tan interesante, o mejor dicho, esta serle de Interesantes cuestiones, ue
modo detallado, haciendo, para mayor comprensión, las correspondientes chas;
pero, desgraciadamente, no dispongo en la presente Obra de suficiente lugar. Por
tanto, debo limitarme forzosamente a la reproducción en resumen de la impre­
sión que saqué durante mis estudios dedicados a estas cuestiones; y tan sólo en
casos aislados barí resaltar los detalles mis Importantes.
En lo que a la literatura científica se refiere, remito al lector que tenga
interés de profundizar en estas cuestiones, a las obras que utilicé como material
de estudio (habiendo clasificado las diversas religiones cronológicamente):
La menor dificultad se presenta en la religión más an­
tigua de las tres que en este estudio entran para nosotros
en cuestión. Los judíos disponen de muy concretas prescrip­
ciones, que proceden de las leyes mosaicas. Consisten, prin­
cipalmente, en la proscripción de las relaciones sexuales
(hasta inclusive el contacto) con la mujer “impura", a causa
de la menstruación, puerperio, etcétera, hasta tanto haya
tomado su baño ritual o de purificación, ordenado luego de
un cierto tiempo. No tiene finalidad alguna repetir aquí las
prescripciones usuales en la religión judaica, pues los lectores
judíos de esta obra las conocen de sobra y, para los demás
lectores, carecen de importancia. Así, pues, basta manifes­
tar tan sólo que dichas prescripciones limitan ciertamente
ias relaciones sexuales entre los cónyuges temporalmente,
sin que por lo demás se opongan al carácter del Matrimonio
Perfecto. (En resumen, tienen dichas prescripciones igual
finalidad que el consejo que en varías ocasiones he dado
en la presente obra: conceder a la esposa, recientemente
desflorada, un plazo de cuidado —considerado desde el pun­
to de vista médico como innecesariamente prolongado—, ya
que se equipara la hemorragia producida por el desgarro

RELIGIÓN JUDAICA:
Jullua Preiiss. BíbMsch.Talmiidischa Mediata (Medicina 6(6¡fea-talmúdica)
23* edición (Berlín. 1921, S. Karger). El estudio de las fuentes correspondientes
me ha sido Imposible, ya que están redactadas en el hebreo de los rabinos.
RELIGIÓN CATÓLICA:
Capellman - Bergmann, Pastoral~flfe<itzir> (Medicina pastoral), 10, edición
Paderborn, Bonlfazlus - Prese. Los párrafos más importantes tetón redactados
en Istia. Recomiendo dicho libro, no sólo a todo sacerdote y confesor, sino
también * todo médico.
Para estudios más profundos:
Th. Sánchez; Disputattonum de Sandio matrtmonti sacramento, auctore
Tiloma Sánchez; Cordubensi e Socletate Jcsu, AntverpUe, apud. Jac. Msrchim,
Anuo MDCLII. (En la portada del ejemplar que existe en la Biblioteca Nacio­
nal de Palermo, y que procede de la Biblioteca do los Jesuítas, so halla estam­
pada en tinta Ja observación: “Edltio non prohibita"). Tomus II, lib, IX; De
debito conjúgale.
S. Alph. Mariae de Ligorio: Theolopia moralís. Neapoii, 1827; rom, VIII, tract.
6: De Matrimonio.
Petr. ScavLní: Theologia moralix universa. Ed. III. Farlsi, 1059,
D. Cralmonr De rebu* Veneréis and u*u>n. con/«srtrto.iiin, Furia), 1870,
J. P. Gury: Compendia m theMaguc mor^íts. Aniouti íialícrlni adnotaüonl*
bu* ireuyetalwr.. Ed. vi: Boma, uwz.
himenal, con el final de la época menstrual, exigiéndose en
ambos casos una abstinencia de siete días).

En lo que respecta a la abstinencia del coito durante


la época menstrual, los calvinistas ortodoxos, hacen referen­
cia a las mismas citas de la Biblia (por ejemplo: Levítico
XV, 19; XVIII, 19; y XX, 18). No puedo emitir juicio alguno
sobre si los calvinistas protestantes admiten también un pla­
zo tan prolongado como los judíos, es decir, de siete días de
abstinencia después de terminada la menstruación; pero no
cabe duda alguna de que existe gran inclinación en pro de
dicha conceptuación netamente mosaica.
Un principio fundamental del codigo sexual Católico Ro­
mano que corresponde a preceptos de la doctrina Protestan­
te y Judía, basado en el Antiguo Testamento, es el rechazo
de toda acción tendiente a evitar el embarazo.
Pero debe reconocerse claramente, no obstante, que esta
limitación es independiente de las bases del Matrimonio Per­
fecto.
Estas bases implican que las relaciones sexuales, por me­
dio de un profundo conocimiento y una técnica apropiada,
están dirigidas a dar permanente y completa satisfacción
RELIGION PROTESTANTE i
Vertcftiedan* Schrlften. íuthert (Diversas escritos de Lutero]. Los datos mis
principales se h alian al tratado da M Redes (citado más abajo),
Heidelberg XotecAíannu (Catecrtamo de Heidelberg}.
Ames (Ameelus): Medidla Theol. ds Conscientía, ciu» ture et catibos (1639).
Franela Wayland: The elemente o/ moral setenes (1835). Book II: Practica!
ettiics (Lo» elementa» de la ciencia moral. — Etica práctica).
□ottscbnlck in Herscg: Realenxgklopddie fUt pratcstanttsche Thealogie «mi
Ktrche. (Verlag J. C. Hlnrlch, Lelptíg). (Enciclopedia de la Teolojía e iglesias
protestantes. véanse loo capítulos "Matrimonio" y "Etica").
Steffen ln Bebíala: Religión tn Geschichte «nd Gegenwart, Art. ■■Ehe".
(Verlag J. b. C. Mohr, Ttiblngen). (La religión en la Historia y en. el tiempo
presente, articulo "Matrlnionlo").
Encgclopoedia o/ religión and Ethtes, vol. VIH, art. ‘'Caiulstry" (Moral-
theology). (Enciclopedia de religión y ética, tomo VIH. art. "Casuística"). Ade­
más, después de dicho articulo se encuentran más datos bibliográficos. En el
capitulo "Marrtage" (Matrimonio) no se encuentra nada que pudiese tener
Interés respecto al particular.
Huelga decir que con respecto a todos estos credos la principal fuente do
Investigación te la Biblia
a ambos copartícipes, a intensificar su amor mutuo y a con­
tribuir a una vida de perdurable felicidad. Tales bases, por
consiguiente, no incluyen necesariamente los métodos anti­
conceptivos. Porque muchos métodos que se conocen y prac­
tican en la actualidad a menudo contravienen las exigen­
cias del Matrimonio Perfecto, ya sea por que disminuyen
el estímulo, trastornan las relaciones normales, ofenden el
gusto o impiden el abandono espontáneo en el acto de comu­
nión sexual. Y aunque hay muchas parejas que pueden acep­
tar esas desventajas hay otras cuyo concepto de relación per­
fecta es tan elevado que no pueden afrontar la técnica necesa­
ria en el uso de los métodos anticonceptivos mecánicos. Para
estos maridos y esposas el compuesto farmacéutico reciente­
mente descubierto, conocido comúnmente como "la Píldora”,
ha surgido como una muy bienvenida forma de ayuda. Al no
ofrecer ninguna de las contravenciones citadas no tienen rela­
ción inmediata o genital con el coito. Los efectos del uso pro­
longado son aún en parte conjeturables pero hasta ahora los
beneficios de esta forma de anticonceptivo han sido mayo­
res que sus desventajas.
Que la cuestión "embarazo" es de importancia decisiva
para la dicha matrimonial, y que a veces conduce a la des­
trucción de buenas relaciones sexuales, es un hecho innega­
ble y confirmado por la experiencia múltiples veces. Ahora
bien: es éste un asunto de tanta importancia y de tanta
dificultad que, como ya lo he expuesto al principio de esta
obra, sólo puede tratarse, y en Justicia lo merece, de un modo
especial. Por tales razones, y para no complicar aún más las
cuestiones tratadas en esta obra, he excluido toda idea anti­
concepcional de estas consideraciones.
Brevemente, hago constar:
1) En modo alguno se halla el Matrimonio Perfecto en
oposición con la proscripción eclesiástica o la prohibición re­
ligiosa referentes a los métodos anticoncepcionales.
2) Ninguna de mis exposiciones contiene consejo alguno
cuyo cumplimiento pudiese representar (con excepción de
ciertas prescripciones definidas por caso de enfermedad) una
carga para la conciencia de los creyentes, tanto de la religión
cristiana como de la judaica.
¿Qué ocurre con otros aspectos del Matrimonio Perfecto?.
Me complazco en resaltar el hecho de que los puntos de
vista que expreso sobre la higiene del cuerpo en el Matri­
monio Perfecto deben estar en consonancia absoluta con las
doctrinas religiosas y los principios éticos, pues son la apli­
cación práctica de la Regla de Oro de NO herir ni ofender
a ninguno de nuestros vecinos (en este caso el cónyuge) ni
a la criatura por nacer. Debo repetir que mi concepto sobre
el coito durante la menstruación e involución (después del
parto) no coincide con las leyes rituales hebreas o las pres­
cripciones de ciertos círculos protestantes. Lo hago para evi­
tar malas interpretaciones y en beneficio de aquellos a quie­
nes concierne. Pero el principio del Matrimonio Perfecto no
es afectado en absoluto par ello. La Teología Moral Católica
permite sin vacilar el coito durante estos períodos especia­
les, en tanto no pueda significar ningún daño para la vida
o salud de la esposa.
Los diversos puntos de vista religiosos concuerdan, en
general, con mis consideraciones médicas sobre el coito du­
rante el embarazo y la enfermedad. Puede haber aquí algu­
nas diferencias individuales, ¡pero también los médicos dis­
crepan!
Hebreos y protestantes no hacen objeciones explícitas a
las variaciones de posición y actitud en el coito.
No existe razón alguna para admitir que dichas religio­
nes excluyan como prohibidas todas aquellas posiciones que
no sean la "normal”. Según la teología moral católica, que
habla con todo detalle de la cuestión, la adopción de una
postura distinta de la normal solo puede significar, en el
peor de los casos, un pecado venial.
Y finalmente, unas palabras respecto a lo que yo llamo
juego de amor y de excitación. También en lo que hace re­
ferencia a este particular guardan absoluto silencio las dos
religiones citadas en primer lugar (de modo que no existe
proscripción alguna), mientras que la teología moral cató­
lica se ocupa detalladamente de lo que es ilícito y lo que es
permitido. En general, sus conclusiones armonizan con las
mías. Permiten el juego de excitación local, si se usa como
preparación o complemento de la unión sexual.
Resulta especialmente interesante someter a un estudio
comparativo detallado las concepciones moral-teológicas ca­
tólicas (así como las prescripciones resultantes) y la defini­
ción (en sentido puramente fisiológico) que he dado al prin­
cipio del capítulo VIII de esta obra, acerca de las relaciones
sexuales normales. Por desgracia, debo renunciar a ello y
dejar, por ahora, tal estudio comparativo, a mis lectores que
tengan interés por tales temas (advirtiéndoles, sin embargo,
que deben profundizar suficientemente en las particularida­
des moral-teológicas, así como fisiológicas de la cuestión).
Sólo tengo interés en hacer constar que semejante estudio
establece una perfecta concordancia entre la Fisiología y la
Teología, y que resulta esta ecuación;
Fisiológicamente normal = como Dios manda =
moralmente bueno = permitido eclesiásticamente.

¿Qué posición ocupa el Protestantismo frente a este com­


plejo de cuestiones?
Resulta enormemente difícil contestar de un modo con­
creto, ya que el Protestantismo no representa, como el Cato­
licismo y el Judaismo, una unidad. Numerosos pastores de
reconocida fama, de diversas sectas y distintos países, a los
cuales me he dirigido, me contestaron que carecían de cri­
terio y de experiencia en lo que respecta a esta cuestión;
que el punto concreto de lo que es permitido y de lo que está
prohibido en el matrimonio no había sido jamás tratado
entre ellos y sus feligreses, y que nada sabían sobre la lite­
ratura existente en esta materia. Un holandés, profesor de
Teología, al cual estoy completamente reconocido, me ayudó
a hallar el camino que debía conducirme a ese tipo de lite­
ratura, pero allí tampoco pude obtener sino respuestas par­
ciales y fragmentarias para los temas que me preocupaban.
Mi impresión total puede traducirse en la siguiente cita
histórica: “La teología moral luterana estaba inclinada a
proceder suavemente, aunque no en sentido de debilidad;
bajo la influencia mediadora del “Pietismo”, salió de ella la
ética cristiana en su sentido hoy corriente. Entretanto, se
na desarrollado en los círculos cal vino-puritanos una teolo­
gía moral Je tipo más riguroso y con cierta tendencia a las
prácticas Je penitencia" u>.
(1} Buctetoptóta Se ía RéUgltm f la Sttda.
Creo apreciar correctamente la situación cuando opino
que los luteranos de hoy se hallan en este aspecto, muy pró­
ximos a las amplias concepciones de la Iglesia católica (que,
no obstante ser amplias, denotan debilidad en lo que se re­
fiere a su esencia), mientras que los “protestantes moder­
nos” se hallan más próximos a los luteranos, y los de la “Igle­
sia reformada” (nombre colectivo para los “protestantes más
o menos ortodoxos”, especialmente los calvinistas), dan a
conocer una escala de concepciones, desde la más completa
y absoluta libertad hasta la abstinencia más precisa de parte
de los pietistas que hacen múltiples y enormes exigencias
a los de su secta. ,
Por lo que respecta a la “Iglesia inglesa”, creo que los
feligreses de la High Church se aproximan bastante a la Igle­
sia católica, mientras que los de la Low Church se inclinan
más bien hacia la concepción del calvinismo, Los protestan­
tes americanos ortodoxos, en mi opinión, se acercan más bien
a los antiguos puritanos.
De modo que, en resumen, resulta que: El “protestante”,
en lo que se refiere a sus acciones sexuales matrimoniales, no
está obligado, en modo alguno, a prescripciones de su fe o
de su autoridad eclesiástica, sino que debe ajustarse única­
mente a los dictados de su propia conciencia. Pero en cuan­
to a los mandamientos de ésta, hay variaciones, según las
creencias y la individualidad, entre una libertad absoluta,
dentro de los límites de lo normal, hasta la más severa limi­
tación que pueda existir (’>.
En conjunto, respecto a la reconciliación de los puntos
de vista religiosos tradicionales y el Matrimonio Perfecto de­
bemos establecer lo siguiente: Para todos aquellos que espe­
ran hallar la paz mental y espiritual o el logro de su deseo
de felicidad en una exclusiva espiritualización de la vida y
en la liberación de lo terrenal y físico el Matrimonio Perfecto
está fuera de cuestión. Podrán hallar la paz de otra manera,
y hasta la felicidad, ya que todo sacrificio ofrecido con serios
propósitos proporciona una recompensa psíquica. Pero su
filosofía ascética es incompatible con la nuestra
* 21.
(1) La obr;i fle Copec, tal como ae expresa en tus conferencia» y publica­
ciones ei muy significativa al respecto.
(2) Es completamente secundarlo el saber el eataa tendencias »e basen
eobr» el Antiguo o «i Nuevo Testamento o el proceden de raaonamíento» die-
Pero para quienes rechazan tales extremos espero ha­
ber demostrado que la fe religiosa y el Matrimonio Perfecto
no son incompatibles y que pueden buscar felicidad, inspira­
ción y apoyo moral en ambas fuentes, sin hipocresías o con­
flictos que pongan en peligro su salud psíquica.
No obstante, es Indispensablemente necesario para ello
una condición previa: hay que entender el Matrimonio Per­
fecto en su verdadero significado.
Y este significado verdadero reside en el amor, el amor
espiritual, o, expresándose mejor y de modo más correcto,
en la unificación de los componentes anímicos y corporales
del amor sexual, tal como he hecho resaltar en todo momento
y en todas sus líneas, en la presente obra.
Todo aquel que pretenda ver en el perfeccionamiento
de la técnica de las relaciones sexuales una finalidad distinta
se equivoca por completo, y seguramente hallará con ello
tantos desengaños como se le hubieran' producido sin tai
perfección. Pues las relaciones sexuales no constituyen una
finalidad en sí sino el medio indispensable para lograr tal
finalidad.
La sensualidad por sí sola, por refinada que sea, no
puede satisfacer a nadie por completo, ya que carece de lo
más perfecto, de lo anímico, lo que anhela el ser humano
en todas partes. No sólo la Teología moral juzga severamen­
te dicha sensualidad y el catecismo de Heidelberg lo conde­
na, sino que también la ética extraconfesional la trata con
igual rigor. No cabe en la mente de ningún ser humarto

tintos. Sin embargo, conviene recordar que tales Inclinaciones ascéticas no son,
en modo alguno, tan típicamente cristianas como suponen alguno» creyente».
Corrientes de ascetismo sexual y de negación se hallan esparcidas por todos los
rincones del globo terrestre y en todas las ¿pocas, entre grupo» pequeños de
seres humanos y aun a veos * Individualmente, formándose en torno de ellos
las conglomeraciones de adictos. Como ejemplo, perteneciente a la ¿poca pre­
cristiana, citaremos la escuela da los “neoplt^górlcoe
**
. la cual consideró la rea­
lización de la función sexual oomo una mancha del espíritu, recomendando
la abstinencia absoluta. Como quiera que dicha escuela ee formó durante la
primera mitad del último siglo, antes de la Era Cristiana, en Alejandría, ha­
llándose aún en pleno florecimiento durante la primera ¿poca del Cristianismo,
es más que probable que las tendencias ascéticas cristianas deban en gran
parte »u origen a la influencia de los “neopltagóricoa",
También como ejemplo ds la Era Cristiana pueden citar» ciertos “ético»"
de marcado matiz mlstlco-ascsta.
de sentimientos estéticos puros, que pueda esperarse la di­
cha de la simple sensualidad sin los elementos psíquicos. Tai
persona no podría o no consentiría ejecutar el juego amo­
roso que el Matrimonio Perfecto requiere para lograr el estí­
mulo genital si no lo inspirara el Amor, ese Amor que unifi­
ca carne y alma. De otro modo le sería imposible, pues ese
juego sólo le inspiraría disgusto y repulsión.
Lo que el marido y la esposa que se aman buscan obte­
ner en su más íntima comunión carnal, y lo que, consciente
o inconscientemente, reconocen como fin de tal comunión es:
un medio de expresión que los hace Uno solo.
Y este medio de expresión es el único perfecto que la
Naturaleza pone a su disposición. Así, pues, debe haber do­
minio de su técnica, de su alcance, de su diversidad y de su
delicadeza.
Para lograr ese dominio y mantenerlo en todo su alcan­
ce a través de todos los años deberán recurrir al
MATRIMONIO PERFECTO
APÉNDICE
ANTICONCEPCIÓN
Un libro sobre el Matrimonio Perfecto sería incompleto
si en él no se hiciera referencia al tema del control de la
fertilidad. Si ha de lograrse una relación matrimonial ideal,
ninguna suma de amor, comprensión, sentimiento sexual y
técnica han de equivaler al sentirse libre de la ansiedad y,
para la mayoría de las personas, ello incluye verse libre del
temor a embarazos demasiado frecuentes o no deseados.
Esta determinación de controlar el destino propio y el
de sus hijos está en la mente de la mayoría de los hombres
y mujeres aun cuando su modu¿ aperandi varía desde el
planeado uso de los métodos anticonceptivos hasta una sin­
cera condenación de los mismos y una firme fe en su habi­
lidad para proveer para todos los hijos que nazcan de su
matrimonio.
No obstante, para la mayor parte de los matrimonios,
el uso de una forma de anticonceptivo es una aceptada parte
de su matrimonio, aun cuando su uso sea de naturaleza espas-
módica o irregular. La libertad de acción es una prerrogati­
va básica de la naturaleza humana y la forma particular
que ha de usarse debe ser elegida por la propia pareja, pero
debe recordarse que donde exista ansiedad por este tema
(que involucra tanto al marido como a la esposa) habrá
una relación sexual menos satisfactoria.
La ignorancia en temas anticonceptivos se debe, parti­
cularmente, a la mala información, y en parte también a la
renuncia de muchos hombres y mujeres para buscar aseso-
ramiento sobre lo que consideran tema intensamente perso­
nal. En algún rincón de sus mentes se esconde la idea de
que ser ignorante sobre el control de la natalidad significa
ser ignorante en asunto de sexo y ello los hace sentirse infe­
riores y les impide buscar consejo. El acceso a este tema
(parte práctico y parte psicológico) puede llevar demasiado
tiempo al profesional médico muy ocupado, pero si él no quie­
re o no puede dar el consejo y asesoramiento correspondien­
te deberá remitir a sus pacientes a un médico u organiza­
ción que se dedique a tal especial iza ción.
Pero volvamos al problema del marido y su esposa. ¿Có­
mo han de hacer para hallar un método exitoso y aceptable
para la limitación de la familia? La decisión definitiva esta en
sus manos. Dadas las alternativas ellos deberán hacer la
elección final. La mayoría de los métodos han sido en algún
momento condenados por distintas autoridades, principal­
mente por ser inadecuados en casos particulares. Pero el
criterio más amplio acepta que ninguna forma de anticon­
ceptivo es por completo indeseable o perjudicial para todos
y que denigrar métodos menos eficientes'por su bajo por­
centaje de éxito no significa que deban rechazárseles por com­
pleto.
En este Apéndice nos proponemos discutir sólo cinco mé­
todos anticonceptivos, los tres de “máxima seguridad”, los
nuevos dispositivos intrauterinos plásticos y los métodos no
mecánicos ni químicos, importantes por que, generalmente,
son los únicos permitidos a los miembros de la Iglesia Ro­
mana.
Pero antes de pasar a la información correspondiente
conviene dar una leve mirada a otros métodos ampliamente
usados pero menos eficientes.
El coitus interruptus (retirada) ya ha sido discutido en
otra parte de este libro. Aunque es inaceptable para muchas
personas y, por diversas razones, insatisfactorio e ineficiente,
es probablemente el método de control de nacimiento más
ampliamente practicado en todo el mundo. Las razones es­
triban en que, para su empleo, no hace falta ninguna previ­
sión, ningún artificio, ni ningún gasto y así, a pesar de su
elevado porcentaje de "fracasos” siempre habrá parejas que
lo usen consecuentemente o como medida de “emergencia”.
Otros métodos menos eficientes incluyen aquellos que
están en el grupo químico y que se insertan en la vagina de
la mujer antes del coito. Consisten en jaleas, cremas, pastas,
pesarios solubles y espumas en aerosol. Las últimas se dice
que son muy eficaces, pero ninguno de ellos son de máxima
eficiencia a menos que se usen en combinación con un dis­
positivo mecánico.
La lactancia, como método anticonceptivo, es igualmen­
te incierta, ya que es muy posible que en una mujer comien­
ce nuevamente la ovulación aun mientras está criando. Aun­
que ello pueda ser seguido por un período menstrual, debe
recordarse que la menstruación es signo de que la ovulación
ya ha ocurrido, de modo que una mujer lactante puede con­
cebir antes de que se reestablezcan sus periodos.
Todos estos menos eficientes métodos de anticoncepción
son inofensivos, salvo que su uso no sea aceptable para uno
u otro de los cónyuges, En cuanto a la prevención del em­
barazo respecta, no debe olvidarse que aun cuando todos los
especialistas en la planificación de la familia persiguen el
logro de una absoluta eficiencia, algunos de sus pacientes
tienen menos motivaciones positivas y, a pesar del consejo
profesional, prefieren confiar por completo en sus recursos
naturales. Para ellos la ilimitada eficiencia de sus propios
esfuerzos es perfectamente aceptable, ¡excepto tal vez duran­
te un período de tiempo siguiente a cada embarazo no pla­
neado!
De tales seres de delicioso optimismo y casi limitada pre­
vención debemos pasar a considerar las necesidades de aque­
llos que desean una forma ideal de anticonceptivo para rea­
lizar una relación matrimonial perfecta.
Anticcmcepción oral
Este método farmacológico para evitar el embarazo pue­
de ser descripto como el método del presente y la esperanza
del futuro.
Ha transcurrido más de una década desde que el Dr.
John Rock, de la Escuela de Medicina de Harvard, y el
Dr. Gregory Pincus, de la Fundación Worcester, iniciaron
investigaciones que condujeron al uso de “La Píldora”. Ya
se ha hecho en otra parte de este libro una breve referencia
a los compuestos de laboratorio (farmacéuticos) que consti­
tuyen la base de todas las formas de anticoncepción oral:
una hormona estrógena y un esferoide progestacional que
juntos producen la supresión de la ovulación y la regulación
de la hemorragia cíclica mensual. Hay en la actualidad más
de una docena de estas píldoras y aunque básicamente los
elementos que las componen difieren sólo levemente, existe
la necesaria variante de dosificación y constituyentes como
para poder hacer la mejor elección posible para cada mujer.
La eficiencia de todas estas píldoras como método anticon­
ceptivo es tan completa que la mayoría de los médicos ana­
liza antes de prescribir la que creen habrá de beneficiar las
necesidades constitucionales de cada paciente en particu­
lar. Se presta para ello especial atención al peso, corrección
de períodos escasos, abundantes o irregulares, alivio de los
dolores menstruales y tensión psicológica. Ninguna mujer
debe temer que, debido a sus menstruaciones irregulares,
esta forma de anticoncepción esté contraindicada para ella,
ya que el método de medicación logra, casi invariablemente,
una regularización de su ciclo.
la comodidad y beneficio de su simplicidad de adminis­
tración y la falta de asociación directa con el coito o los ge­
nitales hacen de éste un métcdo único y altamente acepta­
ble. Aunque la respuesta completa al uso prolongado se sa­
brá en el futuro, las investigaciones realizadas no han lle­
gado a ninguna conclusión positiva indeseable.
Las instrucciones sobre el procedimiento práctico están
descriptas perfectamente en cada producto farmacéutico. Las
tendencias actuales parecen favorecer la simplificación a una
rutina de veintiocho días seguidos por siete días sin pildoras,
en cuyo transcurso se presenta la hemorragia menstrual cí­
clica.
Hay pocos efectos secundarios y pocas variaciones del
proceso normal y éstos, por lo general, carecen de significado
cuando se presentan y son, además, fácilmente interpreta­
dos por él profesional que hizo las prescripciones. Por tal
motivo es esencial que las mujeres que han de usar esta for­
ma de anticonceptivo se sometan a un exámen médico pre­
liminar y a una especie de check u-p periódico. Es indicado
para la mayoría, pero ocasionalmente un desequilibrio hor­
monal puede inducir a una sensación de extrema fatiga y
malestar general que hace evidente que debe interrumpirse
su administración. Es probable que esta disparidad hormo­
nal sea valedera para aquellas escasas mujeres que hallan
que la frigidez acompaña las medicaciones de progesterona
estrógena.
Habrá numerosos adelantas futuros en el terreno de la
anticoncepción farmacológica. Cuando se descubra una pil­
dora masculina satisfactoria es posible que marido y esposa
alternen, año por año, la ingestión de los diferentes compues­
tos. En la actualidad los investigadores químicos buscan me­
nos dosificación y costo, y tal vez producir algo que pueda
ser ingerido una vez por mes en lugar de hacerlo diariamen­
te, como ahora. Hay mucho que hacer en este terreno, tanto
en investigaciones para el futuro como en detallados regis­
tros y supervisión de quienes usan las píldoras en el presente,
de manera que su salud y la de sus hijos pueda ser asegu­
rada para siempre.
EZ condón o funda masculina
Este método ha estado en uso durante siglos más que
años. Si se usa correcta y consecuentemente constituye una
forma de anticoncepción altamente eficiente. Las fundas (la­
vables) y los condones (usados una sola vez) son económi­
cos, fácil y ampliamente obtenibles y relativamente simples
para usar, razones por las cuales resultan aceptables para
muchos maridos y esposas. Las principales desventajas son
de orden psicológico y estético. La funda (o condón) debe
ser colocada cuando ya se produjo la erección y, por lo tanto,
interrumpe en cierto grado el ritmo y limita la cadena de
sensaciones durante el juego amoroso preliminar y el consi­
guiente coito. Esta limitación se aplica tanto al marido como
a la esposa. El método es también restrictivo en cierta for­
ma después de la eyeculación, cuando debe cuidarse el de­
rrame del fluido seminal de la funda durante el tiempo en
que desaparece la erección. Estas desventajas no impiden,
no obstante, que sea un método popular y eficiente del pa­
sado, presente y futuro.
El capuchón femenino
Durante más de cincuenta años éste ha sido un método
favorito entre los médicos especialistas en anticoncepción.
Ultimamente, sin embargo, ha caído si no en descrédito en
desuso, por que los más modernos métodos farmacológicos
le han puesto fuera de moda.
Sus ventajas radican en el hecho de que ha demostrado
eficiencia e inocuidad en el uso prolongado. Una gran va­
riedad de tamaños y formas hacen posible hallar el que se
aciapt
* a la mayoría de las mujeres antes y después del par­
to y si está correctamente colocado y adaptado ni el marido
ni la esposa lo notan o lo sienten. La mayor ventaja del
capuchón es su conexión indirecta con el coito. Puede ser
colocado dos o tres horas antes de la cópula y no se lé quita
hasta seis u ocho horas después. Pero tiene también ciertas
desventajas. Inicialmente el capuchón debe ser colocado por
un médico o paramédico entrenado en el procedimiento y
cuando, luego de cierta práctica, la mujer llega a usarlo sin
supervisión, se necesita un cierto grado de destreza manual
para asegurarse que ha sido colocado correctamente. Esta
dificultad no debe sobreacentuarse, ya que muchas mujeres
tienen algún conocimiento del uso de tapones higiénicos in­
ternos, lo que las ha hecho familiarizarse con su anatomía
pelviana y la dirección de la vagina.
Los capuchones se usan en conjunción con una crema o
jalea espermicida y, a veces, la adición de un pesarlo quí­
mico soluble. Para las mujeres a quienes disgusta la idea
de tocar sus genitales, el uso del capuchón puede resultar
desagradable, pero muchas otras hallan la técnica simple
y segura y prefieren usar un método que esté bajo el Con­
trol femenino directo. Aun cuando la popularidad del mé­
todo ha declinado en los últimos tiempos, su uso probable­
mente continuará por muchos a&os, especialmente cuando
se busque y se dé el consejo por personas de gustas muy con­
servadores.
Dispositivos tntra-uterinos
Para la mayoría de los médicos será familiar, aunque
sólo sea históricamente, el anillo de plata de Grafenberg, po­
pular durante el siglo XIX, especialmente en Alemania. Cayó
en descrédito durante la tercera y cuarta década de este
siglo, probablemente por el uso descuidado hecho por per­
sonas incompetentes bajo condiciones que no eran de estricta
limpieza> quirúrgica.
Durante los últimos años ha habido un renovado inte­
rés por "diversos dispositivos intra-uterinos (D.I.U.) y aun­
que unos pocos se fabrican aún en metal, las formas corrien­
temente populares, la espiral o rosca de Margulies, el lazo de
Lippes y el arco de Brinberg, están hechos de material plás­
tico impregnado con una sal opaca irradiada.
Por un número de razones que no caben en los limites
de este libro los D.I.U. son una solución para el control de
la población más que una respuesta al problema individual
de la pareja matrimonial corriente. Un D.I.U. difiere de los
otros métodos en que involucra sólo la cooperación pasiva
de la esposa y no exige esfuerzo alguno de parte del marido.
El dispositivo plástico es adaptado por un calificado profe­
sional y es semi permanente, pues sí se quiere puede quitár­
sele en cualquier momento. El porcentaje de embarazos varía
entre el 1,1 y el 5,5 por ciento, según el tipo de D.I.U. usado.
Algunas veces se produce la expulsión por el útero del dispo­
sitivo durante los primeros meses de su inserción, pero lue­
go parece aumentar la tolerancia si se le coloca nuevamente.
El uso de un DJ.U. es a veces acompañado por periodos abun­
dantes y dolorosos
El tema de los D.I.U. es muy interesante en relación al
control de la población. También es de gran ayuda para
aquellas parejas que han hallado inútiles o inaceptables otros
métodos de anticoncepción. Sabido es que hay aun proble­
mas que resolver en relación con todos los tipos de esta apli­
cación y, por lo tanto, en la actualidad, aunque sus bene­
ficios no deben ser subestimados de ninguna manera, su uso
deberá restringirse para las personas mencionadas.
El período de seguridad
El “período de seguridad1' o método de “periodicidad"
no se basa en ninguna aplicación mecánica, sustancia quí­
mica o producto farmacológico.
Para los millones de seres que se inclinan a usarlo no
sólo por elección sino por inflexible pronunciamiento, es co­
nocido como “el único método natural” de anticoncepción,
palabras éstas que han causado enorme disensión y contro­
versia.
En la sección de este libro dedicada a la fisiología re­
productiva femenina se ha establecido ya que el tiempo de
ovulación, o sea los “días fértiles" están entre los 109 y 14’
días del ciclo menstrual. De esto puede deducirse que los
"períodos de seguridad” son los que restan del ciclo, o sea
desde el 1’ al 8’ día y luego desde el 17° (días extendidos
para extra precaución) hasta el comienzo de la siguiente
menstruación. Se desprende de ello que hay fertilidad po­
tencial durante una semana a lo sumo, e Infertilidad du­
rante las otras tres semanas del ciclo.
Debe recalcarse nuevamente que la ovulación se presen­
ta catorce días ANTES del comienzo del periodo siguiente, de
modo que las menstruaciones irregulares complican las ma­
temáticas. Hay varios calculadores obtenibles en comercios
que en algo ayudan, También se ha sugerido que apenas una
joven alcance su madurez sexual lleve un registro de doce
meses de su patrón menstrual. Puede entonces usar una
simple fórmula para deducir sus periodos de fertilidad:
Se toma el ciclo más corto en un período de doce meses
consecutivos (digamos 27 días) y el ciclo mayor en el mis­
mo período (digamos 31 días);
Luego 27—15—2— 10
31—18+2= 18
Por consiguiente, el período de fertilidad está entre el
10’ y el 18’ día de su ciclo.
Desafortunadamente esta fórmula no tiene en cuenta
irregularidades de ciclos anormales. Sabido es que enferme­
dades febriles o trastornos emocionales pueden alterar el tiem­
po de ovulación, de modo que la fecha del primer día del
nuevo ciclo puede ser adelantado o retardado, dando así una
cifra inexacta en el promedio anual.
Es probablemente mejor para la mujer obtener informa­
ción más exacta sobre el tiempo de ovulación haciendo uso
de la técnica de temperatura basal del cuerpo ya descrlpta
en la página 120.
Este registro, en forma de gráfico, le indicará la exacta
fecha de la ovulación, a menos que una enfermedad febril
complique y obscurezca las características fisiológicas del
cuadro.
Es difícil concebir que se pueda lograr una relación ma­
trimonial perfecta cuando la completa libertad para expre­
sarla está restringida a ciertas fechas del mes. No obstante,
aquellos cuyas motivaciones son válidas, no hallan este mé­
todo de antlconcepción Inhibitorio de ningún modo y la frus­
tración temporaria se ve compensada por un acrecentado ar­
dor, mientras que las inseguridades y fracasos son aceptados
como parte de una forma de vida.
Para aquellos a quienes el método disgusta y que no lo
hallan exitoso, debe parecer como un juego de azar por ele­
vadas apuestas practicado con un termómetro clínico y un
pedazo de papel de gráfico cuadriculado.
Hay investigaciones, en evidente progreso en la actuali­
dad, que pueden resultar en un anticonceptivo oral que fije
la ovulación cada mes, de modo que su fecha no sólo pueda
ser predecida sino determinada. Es de esperar que si y cuan­
do se obtenga este tipo de píldoras sean aceptadas tanto por
aquellos cuya práctica del período de seguridad es obligato­
rio como por los que los dirigen hacia ese método.
Asi concluye una breve reseña de las variedades de mé­
todos para limitar y espaciar la fertilidad de un matrimonio.
En los últimos años se ha aprendido tanto acerca de los ci­
clos reproductivos del hombre y la mujer que ya se están
haciendo investigaciones respecto a la prevención de la im­
plantación del óvulo y a métodos inmunológicos de anticon­
cepción, pero como aún están en su etapa experimental no
tienen el fin práctico que justificarla su inclusión en esta
obra.
Este libro se terminó de imprimir
el 25 de junio de 1988, con una tirada
de 1500 ejemplares, en Industria Gráfica
del Labro S, A., Capital Federal
Dr. Th. H. Van de Velde
Ex Director de la Clínica Ginecológica de Haarlem

XIV
EL
MATRIMONIO
P E R F E C
Estudio de Fisiología y su Técnica

ED 1TOPIAL

CLARIDAD

EDITORIAL
CLARIDAD
BUENOS AIRES
Capítulo XIV

HIGIENE DEL CUERPO

SEGUNDA PARTE

Influencia de la actividad sexual sobre el cuerpo


Y LA PSIQUE

Capacidad sexual

Hemos llegado, por último, al verdadero super-matrimonio.


Los peligros que amenazan a causa de una conducta irracional du­
rante la primera época del matrimonio (y que consisten en el
arraigamiento de la insensibilidad sexual, tan manifiesta al prin­
cipio, o en una hipersensibilidad local o general) han quedado
eliminados, gracias a la enseñanza y la autoeducción. Ha empe­
zado, pues, para ambos cónyuges, la vida sexual armónica y siem­
pre floreciente, tal como quedó definida en las primeras páginas
de esta obra.
¿Cuáles son las reglas de higiene que deben observarse en­
tonces?
A fin de contestar a esta pregunta intentaremos comprender
la capacidad sexual de ambos cónyuges, cómo y en qué medida
pueden influir los factores tan diversos de la vida, tanto internos
como externos, en esa capacidad, es decir, en las relaciones se­
xuales en sí. Del examen de estos factores resultará una regula-
rización racional y saludable de la conducta sexual a observar.
Antes de tratar detalladamente dicha influencia debemos ocu­
parnos del influjo que ejerce la actividad sexual sobre el cuerpo
y la psique.
La mayoría de las cosas que deben enumerarse respecto a este
particular han quedado ya expuestas en capítulos anteriores, y
por cierto con bastante detalle, de modo que me limitaré a repetir
con toda brevedad.
Las relaciones sexuales en sí ejercen, indiscutiblemente, sobre
la mujer, una influencia favorable.
Y digo “las relaciones sexuales en sT porque precisamente una
de las consecuencias fisiológicas de los contactos genésicos, tal vez
la más importante, ya que la naturaleza así lo ha dispuesto, es el
embarazo, y de todos es sabido que esta época de la gestación
puede ejercer influjos muy diversos sobre el cuerpo y sobre el
alma. Junto a efectos francamente favorables existen otros des­
favorables por completo. Es el embarazo el que lleva los órganos
sexuales de la mujer a su completo y perfecto desarrollo y aptitud
funcional, pudiendo también ser la causa del “estropeo" de los
mismos. Sólo debido a él adquiere el cuerpo las necesarias facul­
tades para llegar a su completa madurez y capacidad, alterándo­
se entonces, como es natural, muchas de sus funciones y otras
veces su metabolismo (en todos los casos, aun en los completa­
mente normales), rozando entonces dicho estado los límites de los
estados patológicos, pudiendo a veces, por desgracia, llegar a este
extremo peligroso. Por último, para la mujer de sana mente cons­
tituye el cúmulo de sus anhelos, el grado máximo de sus deseos
más ardientes: la maternidad. Es el más grandioso y a la vez ma­
ravilloso de los acontecimientos para la psique femenina: produce
simultáneamente y de un modo casi normal las claras manifes­
taciones de las neurosis del miedo o traumas psíquicos (1).
Puedo enunciar dichos síntomas sólo en breves palabras, ya
que el conjunto de ellos constituiría el asunto de una obra apar­
te, ciertamente muy extensa. Debo confesar, además, que respec­
to a estas cuestiones se halla aún “en pañales
* la ciencia actual.
Pero hay una cosa muy cierta: la influencia del pensamiento
puesto en el embarazo desempeña, en las relaciones sexuales de
la mayoría de los cónyuges, un papel importantísimo. Sólo cuan­
do las circunstancias bajo las cuales se realiza el coito permiten
desprenderse de dichos pensamientos, pueden libremente, sin
freno de ninguna clase, manifestarse las relaciones sexuales bajo
su verdadero aspecto.
Es, de un modo especial, el temor al embarazo el que influen­
cia la evolución de los procesos sexuales psíquicos, de modo tal,
que también por ello resulta inhibida la reacción corporal, ha­
ciéndose a veces, hasta imposible, irrealizable. ¡Cuántos matri-

(1) Remito al lector a los análisis de sueños, de Heberer, en su tra­


bajo: Psicología del embarazo, en el Zeniralblalt ¡ilr Ggn&kologie, 1925.
(N« 7),
monios hay, por desgracia, que se derrumban por temor al em­
barazo!
Precisamente por estas mismas razones, asi como por el he­
cho de que la falta del embarazo puede conducir a la destruc­
ción de la dicha matrimonial, he puesto en las primeras páginas
de esta obra, junto a la exigencia de una “vida sexual armónica
y siempre floreciente”, la otra de la solución de la cuestión pro­
creativa de acuerdo a los deseos de los cónyuges, puesto que ésta
es indispensable para el logro de aquélla.
* * *
Volvamos, pues, a nuestras consideraciones, respecto al influ­
jo que ejercen las relaciones sexuales en sí, sobre la mujer. De­
bemos acordamos de que una actividad sexual normal, regulari­
zada (es decir, no una función limitada numéricamente), influye
de un modo notable en dichos órganos, desde el punto de vista
anatómico y fisiológico (sobre todo, en lo que se refiere a la re-
gularización de una irregularidad preexistente, es decir, la mens­
truación, que a veces se presentaba antes acompañada de ciertos
dolores y grandes molestias). También ejerce igual beneficioso
influjo sobre el resto del cuerpo, y ciertamente en medida tal,
que la alteración (en el sentido de transformación de unas for­
mas más o menos infantiles en otras maduras, de un modo espe­
cial respecto a las mamas) es tan manifiesta que, cuando se ve
a una mujer que antaño conocimos de niña, se sabe en seguida
si en el transcurso de los años se ha casado o no.
Es difícil diferenciar, con absoluta claridad, cuál de los diver­
sos factores pueden producir durante la actividad sexual tales
transformaciones, para que éstas sean tan manifiestas.
No es sólo el orgasmo repetido, con el aumento de aflujo de
sangre correspondiente, la causa de tales transformaciones, pues
las muchachas que por costumbre se entregan a la masturbación
sufren un aumento relativo de sus órganos sexuales, sin que por
ello tenga lugar un desarrollo general pronunciado.
Tampoco es, por sí sola, la absorción de las substancias es-
permáticas la que produce efectos tan señalados, y prueba de ello
es que las mujeres entregadas a contactos genésicos continuos y
en los cuales se suprime tal absorción (coitus condomatus),
muestran el mismo marcado aumento general, aunque, tal vez,
en grado menos acentuado que en la copulación natural.
Es, acaso, la combinación de todos los factores lo que pro­
duce esa influencia durante el proceso natural, de un modo tan
favorable y beneficioso, de lo cual puede deducirse que a ningu­
no de dichos factores se le puede inhibir o suprimir sin que por
tal inhibición o supresión no resulte, indefectiblemente, deter­
minado daño, o al menos, cierto déficit (falta de desarrollo).
Y de entre todos estos factores, es indudable que el psíquico
es el que desempeñará el papel más importante.
Una vida sexual de evolución armónica produce efectos alta­
mente beneficiosos sobre la psique. Hace madurar a la mujer, des­
de el punto de vista psíquico, dotándola de una alegre tranqui­
lidad y de un perfecto equilibrio.
Pero no sólo se refiere esto a la suma de toda la serie de actos
de que se compone la vida sexual de evolución armónica, sino
que reza también para cada acto genésico aisladamente. La có­
pula de evolución normal produce, corporal y psíquicamente, en
la mujer sana, una influencia vivificadora y refrescante. Sólo
cuando la excitación resulta demasiado prolongada o demasiado
intensa, de modo que los paroxismos se suceden unos a otros con
exceso de prisa, es cuando en vez del bienestar se producen la
fatiga y el cansancio, la sensación de un relajamiento corporal
y mental. Cuando este malestar es sólo de breve duración y no
se repite con frecuencia, no causa entonces daño alguno. Pero
al persistir durante algunas horas, o si se presenta de un modo
excepcional, debe interpretarse como una grave voz de alerta
de que se ha llegado al límite de lo que tolera la salud, o, tal vez,
que ya se ha traspasado dicho límite. Caso de persistir tales sen­
saciones hasta el día siguiente, debe interpretarse dicho aviso, con
absoluta seguridad, como recomendación de imponerse cierta mo­
deración.
El punto en que se halla el límite indicado para la capacidad
de la mujer sana, el grado de sensaciones que puede soportar y
la cuantía de reacciones a que puede prestarse, depende única y
exclusivamente de su constitución, de su temperamento y, a ve­
ces, de su estado de salud, sin menospreciar su resistencia psí­
quica, el cansancio debido a otras causas y, por último, todas las
demás influencias externas, sobre las cuales volveré a ocuparme
más adelante.
De modo que es muy natural el que estos límites sean, indu­
dablemente, variables en cada mujer, y que hasta en una misma
haya diferencias muy manifiestas. Dicho límite se halla unas ve­
ces más próximo y otras más lejano; sin embargo, y por regla
general, rara vez se llega a él, pues la capacidad de la mujer sa­
na y experta en asuntos de amor es grandísima, mucho mayor
que el tipo medio de la potencia del hombre.

Tal diferencia entre ambos seres no debe sorprendernos, por­


que el hombre, además de que presta en dicho acto la misma ten­
sión psíquica y los mismos esfuerzos corporales que la mujer, su­
ministra el esperma que se compone de un sin fin de células de
gran valor.
No representa, como es natural, ningún esfuerzo para el or­
ganismo masculino desprenderse de dicho esperma, cuando estas
células espermáticas se producen paulatinamente y en el trans­
curso de cierto tiempo, acumulándose, junto con sus productos
secundarios, de modo tal, que se trate de la eyaculación de subs­
tancias almacenadas, disponibles.
Pero el asunto adquiere un aspecto totalmente distinto cuando
la eyaculación (o las eyeculaciones) se realizan después de ha­
berse agotado las existencias previamente almacenadas. En estas
circunstancias, las excitaciones y estímulos que provocan, a su
vez, nuevas dosis, suponen esfuerzos de tal índole por parte de
los órganos tan sumamente afinados, que forzosamente deben pro­
ducir serios perjuicios. Todo el organismo toma parte en estos
enormes esfuerzos (psíquicos y corporales), puesto que es ne­
cesario que alcancen la cuantía suficiente para que, mediante su
influencia, realicen un trabajo especial todos los órganos produc­
tores de la eyaculación.
Huelga decir, que no todos los hombres y en cualquier mo­
mento dado, son capaces de hacer tales esfuerzos o de sopor­
tarlos.
La potencia (capacidad sexual) de los hombres es muy va­
riable, en lo que respecta a sus límites, tanto en unos hombres
como en otros; individualmente se muestra en distintos grados,
constitución, temperamento, raza, hábito, práctica y costumbre,
según las diversas épocas. Producen su influjo la edad, salud,
influencias eróticas e intereses psíquicos, sin contar otros, y un
sin fin de muy diversas circunstancias. Pero se trata, ante todo,
de una propiedad personal cuya causa ignoramos. Es indudable
que existen hombres “sexualmente fuertes” y “sexualmente dé­
biles”. Nada tiene que ver esta “fuerza” o “debilidad” con la
robustez o flaqueza general del individuo; quizá desempeña un
papel importante en esta propiedad, un poder productivo espe­
cial de los órganos que elaboran el esperma. También, tal vez,
debe tener cierta influencia una evacuación más o menos incom­
pleta de la existencia seminal. Sin embargo, es particular el hecho
de que muchos hombres sostienen enfáticamente que son capaces
de retener una parte de su eyeculación, cuando quieren hacer se­
guir al coito otro inmediatamente después. No obstante, nada en
concreto se sabe respecto a esta cuestión. Es un hecho indiscuti­
ble, ya que la experiencia lo ha demostrado, que hay hombres
sanos y normales, en buena edad, que son capaces de realizar
la cópula dos veces por semana; otros, que por cierto son ya
excepciones diariamente, mientras que existen hombres que, sin
perjudicar su salud, pueden efectuar tres o cuatro seguidos (y a
veces más aún), o en intervalos relativamente cortos, repitiendo
tal proceder durante varios días.
Cuando se exige del hombre más de lo que puede prestar,
su cuerpo se limita a responder: “¡Imposible!”. A pesar de las
más fuertes excitaciones, no hay eyaculación. Esta incapacidad
temporal debe considerarse (en comparación con la impotencia,
que se muestra ya en las exigencias normales y que pertenece al
capítulo de la patología), como una manifestación completamen­
te normal. Hasta puede considerarse como una especie de auto­
defensa del organismo, frente a las exigencias exageradas. En
tales circunstancias, como se comprenderá, hay que abstenerse
de toda clase de estímulos y excitaciones, hasta que el cuerpo se
haya repuesto y disponga de nuevo de sus capacidades natura­
les. Por regla genera!, esta reposición es rápida. Es natural que
el estado que acabo de describir no debe repetirse con demasiada
frecuencia, por lo que no deben exigirse continuos esfuerzos exa­
gerados.
No es necesario entrar en detalles respecto al daño que puede
producir al hombre tal proceder (lo mismo que se lo produce a
la mujer, cuando ésta no logra su debida reacción final), cuan­
do se le exige más de lo que puede dar de sí. No obstante, no de­
be alarmar en modo alguno la manifestación de tal síntoma, des­
pués de rendimientos máximos que pueden exigirse ocasional­
mente.
No sólo por su capacidad lleva la mujer al hombre la delante­
ra, sino también por el hecho de que, después de haberse agotado
su capacidad reactiva, aún resulta capaz para realizar el coito.
Ella misma puede protegerse contra excitaciones exageradas (al
menos en parte), adoptando durante el coito un papel puramente
pasivo. Una absoluta incapacidad temporal, tal como existe en
el hombre, no la conoce la mujer, a excepción de que, debido a
otras causas, se presenten manifestaciones patológicas.
♦ ♦ *

Con más frecuencia suelen pedírsele al hombre en vez de


esfuerzos absolutamente imposibles, otros demasiado grandes,
bajo forma de frecuentes repeticiones del acto genésico.
El criterio respecto al “demasiado”, es el mismo, por regla
general, para el hombre que para la mujer. He insistido ya, en
líneas anteriores, sobre este punto. En el hombre se presentan ca­
si con preferencia, pequeños dolores lumbares y, a veces, una dis­
minuida capacidad para el trabajo intelectual, siendo este segun­
do síntoma más grave que el primero. Esto significa ya una in­
fluencia perniciosa, que debe evitarse a todo trance, sobre todo
cuando dicho estado amenaza adquirir carácter crónico.
Ahora bien: no hay que olvidar, por otra parte, que una se­
gunda cópula (y eventualmente, y en caso de gran potencia, una
tercera), inmediatamente o poco después del primer acto, pue­
de tener sus ventajas. Durante el primer coito, después de algu­
nos días (a veces después de muchos) de abstinencia, el hombre
precisa sólo escasos estímulos para que se provoque la eyecula­
ción, y éstos, o son justamente los precisos para la mujer, o ni si­
quiera llegan a tal límite mínimo; esta clase de cohabitación pue­
de llevar consigo la reacción de ambos cónyuges, brindándoles tan
sólo el grado mínimo del deleite sexual, que en modo alguno co­
rresponde a sus anhelos amorosos. Pero dicha deficiencia (tan
importante, ya que significa un desencanto y ¡y no hay nada tan
fatal como el desencanto en las relaciones sexuales!) puede re­
mediarse valiéndose de la repetición del acto genésico. Si dicha
repetición debe verificarse consecutivamente o al cabo de una
hora de reposo o sólo a la mañana siguiente, depende, tanto de
la potencia del marido como del humor de ambos cónyuges, y
de muchos otros factores, de modo que es muy difícil dar un
esquema o prestar los correspondientes consejos.
Caso de verme obligado a hacerlo, y suponiendo que se trate
de un hombre de mediana potencia (no demasiado escasa), le
diría: El final de la primera cópula debe enlazarse con el pre­
ludio y el juego amoroso de la segunda unión camal, Puede dar­
se entonces la preferencia al juego amoroso, prolongándolo en lo
posible para ampliarlo en todos sus detalles. Entretanto, el cuerpo
del hombre tiene tiempo suficiente de reponerse de la primera
eyaculación y prepararse para la segunda, mientras que, para
ambos cónyuges, van aumentando paulatinamente y en modo ar­
mónico las excitaciones así producidas. Ofrece también ocasión
propicia de gozar por completo el deleite del amor, dejando libre
expansión a los recíprocos sentimientos y sensaciones, pudiendo
entonces la mujer tomar también parte más activa, sobre todo
durante este segundo juego amoroso. Si el marido tiene ocasión,
después de esta cópula repetida, de descansar lo suficiente, entre­
gándose incluso al sueño (por tales razones, dichas uniones de­
ben verificarse al acostarse), resulta insignificante para él el pe­
ligro de sentirse cansado a la mañana siguiente. Pero en el caso
de sentir al otro día, en vez de la sensación de vigor recuperado,
de lozanía y de aumentada capacidad corporal y mental, las ma­
nifestaciones de cansancio, ya antes mencionadas, puede recom­
pensar dicho ejercicio con facilidad, aplazando el próximo coito
para dentro de algunos días. De esta suerte, puede sacarse de ta­
les experiencias la enseñanza de que la próxima vez, en caso de
coito repetido, sea la mujer la que tome a su cargo la parte más
activa del acto. (Remito al lector a las diversas posiciones del
coito, detalladas en el capítulo XI).
♦ * a

No me extrañaría que algunos de mis lectores llegasen a la


conclusión de que todo cuanto he dicho antes respecto a la ca­
pacidad de la mujer en las relaciones sexuales, en comparación
con la potencia del marido, esté en cierta contradicción con lo
que expuse al principio respecto a la excitabilidad, por cierto
mucho más reducida en la mujer, y no concuerde tampoco con
las comunicaciones hechas por mí respecto a la frecuencia de la
frialdad de la mujer (frialdad sexual).
Pero todo aquel que haya conocido suficiente número de mu­
jeres en su vida sexual, y haya tenido ocasión de observarlas en
las diversas fases de dicha vida, sabe perfectamente que dicha
contradicción no existe más que en apariencia. Del mismo modo,
todo aquel de mis lectores que haya leído, al menos superficial­
mente, cuanto llevo expuesto, seguramente no habrá tropezado
con tal contradicción. No obstante, a causa de la importancia de
las consecuencias prácticas que de ello puedan derivarse, quiero
resumir el asunto en los términos siguientes: la recién desposada,
por regla general, resulta en sus relaciones sexuales más o me­
nos fría (casi completamente). Debe aprender a querer, a amar
(en el más estricto significado de la palabra, tal como debe en­
tenderse en esta cuestión). Cuando el esposo no logra resultados
en su obra educativa, fracasa porque no se esfuerza en ello de
modo suficiente; entonces, su mujer permanecerá fría, lo que es­
tá de acuerdo perfecto con el tanto por ciento tan crecido que
indican todos los autores (a menos de que otro hombre sepa
enseñarle lo que el marido no ha sabido hacer). Aun cuando el
marido resulte ser un buen maestro, al menos durante la primera
época, no alcanzará la mujer el mismo grado de excitabilidad que
él, según se desprende del estudio que en detalle he expuesto an­
teriormente en este mismo libro. Sólo paso a paso evoluciona la
mujer, convirtiéndose de joven esposa en mujer sexualmente ma­
dura y experta en asuntos de amor; a pesar de haber ya alcan­
zado este segundo grado, puede suceder que las excitaciones, re­
lativamente escasas, que en su marido, sobre todo después de
cierta abstinencia, provocan la eyaculación, no resulten, sin em­
bargo, suficientes para lograr su propio orgasmo. Pero ya hemos
sacado las consecuencias prácticas de tal extremo. Ahora bien:
su deseo hacia el contacto genésico se ha desarrollado hasta tal
grado que, al menos, puede y debe equipararse con el del hom­
bre, mientras que su capacidad, generalmente, supera a la de
éste.
♦ ♦ *

La educación y la costumbre resultan factores decisivos, pues


no deja de ser una cosa muy natural. De todo cuanto he dicho,
creo fundadamente sacar una conclusión para la práctica, cuya
justificación me permiten mis observaciones, bastante frecuentes,
realizadas durante mis trabajos profesionales; conclusión que, por
cierto, lleva en sí el carácter de una advertencia severa: acon­
sejo al marido no habituar a su mujer, irracionalmente, a la ca­
pacidad máxima para la cual ella resultará apta, pero él no. Hay
muchas mujeres que, en su esencia, no están dotadas de tan gran
temperamento, pero que soportan perfectamente el convivir con
su marido, de vez en cuando, una época de máxima actividad se­
xual, y entonces se sienten inducidas a deleites amorosos máxi­
mos y, por consiguiente, aptas en capacidad, sin que sufran, en
modo alguno, cuando aquel huracán amoroso amaina y, en su
lugar, hay una temporada más tranquila, más sosegada. Por
otra parte, hay mujeres (en las razas dél Norte son más escasas
que en los países meridionales) que, una vez acostumbradas al
máximo de los deleites sexuales, no pueden resignarse ya cuando,
con el tiempo, tienen a la fuerza que contentarse con dosis más
reducidas. Ya no podrá librarse, en este caso, el marido, de los
duendes que en su tiempo despertara, y habrá llegado entonces
el momento crítico de elegir entre la nerviosidad (1) de su mu­
jer, tan amenazadora para la dicha matrimonial, y una hiperdis-
tensión sexual crónica propia, que le convierta, mental y corpo­
ralmente, en un débil neurótico. Y aun muchas veces no es po­
sible ni siquiera elegir entre ambos caminos, entre ambos males
graves, ya que las consecuencias se manifiestan y se desarrollan
velozmente en uno y otro sentido. Es interesante el análisis de
tales casos, y muy fácil; lo podrá hacer el mismo lector, después
de haber leído cuanto se acaba de exponer. De todos modos, hará
bien el marido que se ha casado con una mujer apasionada, en no
exagerar la nota de sus períodos de pasión aumentada, a fin de no
tener que pagar cara más adelante su poca previsión.
♦ * «
Otra cuestión importantísima para la práctica de la vida ma­
trimonial, que debe ser considerada desde este punto de vista y
que, por desgracia, se tiene en cuenta muy pocas veces, es la di­
ferencia de edad que, forzosamente, debe existir entre ambos cón­
yuges.
(1) Trátase de la experiencia, generalmente reconocida por los neuró­
logos, de que la psique de la mujer reacciona a toda represión (consciente
O inconsciente) de sus deseos sexuales con manifestaciones neuróticas.
Hay idealistas que opinan que la gente debe casarse joven,
excluyéndose de este modo toda diferencia de edad entre ambos
cónyuges. Creen otros más acertado que el marido tenga muchos
años más que la mujer (irnos diez años, sobre poco más o me­
nos), siendo él, en consecuencia, más bien maduro que joven.
Como quiera que yo tengo la idea de que el marido, al
menos en las cuestiones sexuales, debe ser el guía y que a él le
incumbe encargarse de la educación sexual de la mujer, no puedo
ser partidario absoluto, por simpático que sea este ideal, de con­
fiar tan difícil tarea a un joven inexperto en las cosas de la vida,
y falto de experiencia. Ahora bien: aunque el enlace matrimonial
de un hombre de treinta años con una muchacha de veinte lleva
consigo todas las ventajas expuestas, teniendo en consideración la
concordancia de la capacidad sexual en épocas posteriores, re­
sulta conveniente reducir en algo la diferencia de edades. El hom­
bre de cincuenta años empieza, poco a poco, a envejecer. Aunque
durante mucho tiempo conserve su potencia (especialmente cuan­
do sigue sus prácticas, tal como lo he recomendado al final del
capítulo VII), y puede ser apto para conservarla hasta edad muy
avanzada, para realizar, con absoluta satisfacción para ambos
cónyuges, sus relaciones matrimoniales, hay que tener en cuen­
ta, sin embargo, que, lentamente disminuye su capacidad, su po­
tencia, en lo que respecta a la frecuencia de las funciones y del
impulso sexual.
Ahora bien: la mujer de cuarenta años debe considerarse, en
nuestra era moderna, una mujer joven. Resulta, como muy acer­
tadamente dice el psicólogo James Douglas, no más vieja que la
mujer de treinta del siglo pasado. Tan sólo a los cincuenta años,
y muchas veces aún más tarde (hablo, como es natural, esque­
máticamente), empieza a envejecer la mujer. En el lapso que
existe entre ambas edades, no resultan disminuidas ni su capa­
cidad ni sus deseos; al contrario, parecen más bien aumentados.
Se ha pintado exageradamente tal estado de vida de la mujer,
denominándolo “época de la edad peligrosa”. Pero la gente jui­
ciosa se ha opuesto en seguida a esta conceptuación. Puede, sin
embargo, haber casos aislados, y todo ginecólogo de suficiente ex­
periencia conoce ejemplos de este género.
Por otra parte, en mujeres de anhelos sexuales ligeramente
aumentados, o cuyos deseos han quedado al mismo nivel de siem­
pre, sobre todo cuando están acostumbradas desde hace años a
unas relaciones sexuales intensas y frecuentes, resulta dicha épo­
ca muy propensa para despertar en ellas conflictos anímicos, ya
que no pueden deshacerse de la idea de que “pronto habrá aca­
bado todo”, pensamiento que pesa en su ánimo de modo tal, que
ya no se sienten satisfechas como en tiempos anteriores, y jamás
se sabe qué manifestaciones son capaces de producir estos con­
flictos internos. Puede considerarse dichosa la mujer (y no me­
nos su marido), si tal fase se limita a la lucha interna y a ligeras
“molestias nerviosas” (1), pues, a veces, pueden presentarse gra­
ves síntomas psico-neuróticos u otros conflictos externos que son
tanto más trágicos cuanto que se manifiestan sin culpa de ningu­
no de ambos cónyuges, después de largos años de completa di­
cha matrimonial
A base de todas estas reflexiones, considero que una diferen­
cia de edad de diez a quince años entre los cónyuges que se ca­
san en edad relativamente joven, es poco adecuada (2), y di­
cha diferencia quisiera verla reducida en la mitad, es decir, a
unos cinco o siete años.
Quisiera fijar como edad apta para los hombres, la de treinta
años, y para las muchachas, la de veintitrés, y como máxima, la
de veinticinco. Dicha proporción presenta también, otras venta­
jas. El único inconveniente de una edad ya muy avanzada, el
relativo a las condiciones para el parto, según mi parecer, no
existe, ateniéndome para hacer esta afirmación a nuestros ade­
lantos en los conocimientos de tocología.

(1) Remito al lector a todo cuanto se ha dicho en el capítulo VI, con­


cerniente al climaterio y al preclimaterlo.
(2) Sin embargo, el caso de diferencias muy marcadas puede tener tam­
bién sus ventajas. Un matrimonio de un señor de {cierta edadl (no un vie­
jo) con una virgen, no demasiado jovencita, da bastante buenos resultados,
según nos lo ha demostrado la experiencia. Y fácil es explicárselo: la mujer
se acostumbra en seguida a unas relaciones sexuales atemperadas; el marido,
por su parte, puede sostener tales relaciones durante largos años, y la mu­
jer Jamás se enterará de que hay otra clase de relaciones.

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