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I.S.B.N.: 978-84-8138-746-9
Depósito legal: M-44459-2007
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Evidencias e interrogantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Los testimonios disponibles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Los textos conservados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
En los límites de la credibilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Las historias perdidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Alejandro en la literatura de su época . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
La documentación oficial y sus problemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
Realidades e hipótesis: en busca de las fuentes originarias . . . . . 107
La irrecuperable voz de los vencidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
Un balance final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Bibliografía complementaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
llas, salvo en sus líneas más generales, en la medida que permiten valorar el
papel decisivo que desempeño Alejandro en su planteamiento y ejecución
como una demostración palpable del talento táctico y militar que atesoraba.
Creemos que existen los estudios pertinentes especializados al respecto,
mencionados en la bibliografía que figura al final de cada uno de los capítu-
los, que pueden resultar de interés para un número más reducido de lectores
interesados en estos temas. Este sistema de ofrecer al final una bibliografía
comentada por secciones nos ha parecido más eficaz y operativo que la cons-
tante nota a pie de página con referencias a una bibliografía general al final
del libro, con el fin de no recargar innecesariamente el texto, convirtiendo
cada página del libro en un pesado y continuado descenso hacia la sima de
notas. Las referencias principales aparecen mencionadas en el apartado
bibliográfico final así como todos aquellos trabajos fundamentales cuya lec-
tura o conocimiento puedan permitir al lector interesado ahondar o profundi-
zar más extensamente en cada uno de los temas tratados.
Hemos tratado, en definitiva, de ofrecer un instrumento útil y completo
sobre un tema del que existe una bibliografía extensa e inmanejable para
cualquier lego en el asunto o que no disponga del tiempo y la dedicación
necesarios con que afrontar tan desmedida producción académica y popular,
dado que son también abundantes los relatos de ficción existentes hasta ahora
sobre la figura de Alejandro. El libro reúne, quizá por primera vez, los aspec-
tos esenciales de las fuentes de información, habitualmente relegados a un
simple resumen en la mayor parte de las monografías o biografías existentes,
cuando no completamente obviados, las cuestiones relacionadas con la ico-
nografía del conquistador, el tema de su leyenda negra, apenas sugerido en
muchos trabajos, pero nunca desarrollado, y las principales líneas de evolu-
ción de su tradición legendaria posterior, desde la Antigüedad hasta nuestros
días, que solo constaba a modo de apéndice en contados libros, incluyendo
además entre ellos la reciente película de Oliver Stone, que consideramos
que añade su particular granito de arena a la continuidad de la leyenda y
muestra en cierta medida la forma de entenderla en nuestros días, así como a
toda la corriente de literatura de ficción que solo de manera ocasional y espo-
rádica hace su aparición en los libros «serios» acerca del conquistador mace-
donio. Si el resultado final es o no un mejor entendimiento de su figura his-
tórica con todos los innumerables problemas que comporta esta tarea de
reconstrucción y la percepción de los puentes que enlazan continua y cons-
tantemente la realidad histórica y la leyenda, que es a la postre el patrimonio
real y efectivo con el que contamos, lo decidirán indudablemente los lecto-
res, pero al menos esas han sido nuestras intenciones y expectativas a la hora
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 17
joven en su pretensión de conseguir algo que nadie había sido capaz de lograr
con anterioridad, se vio finalmente forzado a reconocer las extraordinarias
cualidades de su hijo. Supo así desempeñar con eficiencia las tareas encomen-
dadas, si concedemos crédito a la anécdota referida por Plutarco según la cual,
ante la ausencia de Filipo, tuvo una vez que recibir en la corte a unos embaja-
dores persas a los que supo tratar con la cordialidad y familiaridad propias de
un estadista más experimentado.
Muy pronto demostró algunas de sus cualidades más sobresalientes como
su extraordinaria destreza física, su increíble sagacidad y su pronta inteli-
gencia en todos los campos, así como su inquebrantable piedad hacia los
dioses. Poseía al parecer las cualidades necesarias para haber tomado parte
en los juegos de Olimpia con buenas perspectivas de éxito, pero a diferencia
de su padre y de algunos de sus antepasados nunca demostró un gran interés
por este tema. Sabía resolver con prontitud todo tipo de situaciones difíciles,
tal y como pone de manifiesto la célebre anécdota de la doma del caballo.
Sus preocupaciones e intereses iban también muy por delante de los propios
de su edad juvenil si atendemos al tipo de preguntas que dirigió a los emba-
jadores persas con motivo de la recepción antes mencionada. Según Plutar-
co no les importunó con preguntas ingenuas e infantiles sino que solicitó de
ellos informaciones acerca de las distancias de los caminos del imperio, de
la forma de viajar por ellos, les inquirió acerca del rey persa y de su predis-
posición para la guerra, y preguntó también por los recursos con que conta-
ba para tal efecto. De su piedad religiosa da fe el desmedido afán con que
gastaba el incienso en los sacrificios celebrados en honor de los dioses, lo
que provocó la correspondiente amonestación por parte de su tutor, el men-
cionado Leónidas, que le instó a no ser tan generoso hasta que tuviera en su
poder las regiones productoras de tales esencias. Alejandro no se olvidó del
asunto y cuando llegó ese momento de su vida, tras apoderarse de la ciudad de
Gaza, a donde afluía una parte importante de ese comercio, envió a su ayo 500
talentos de incienso y 100 de mirra para cumplir de esta forma el desafío que
su severo preceptor le había lanzado.
Ciertamente se trata tan solo de anécdotas ilustrativas de su carácter que
debieron circular con profusión en toda la literatura posterior y posiblemente
su valor histórico no va mucho más allá. Pero a la vista de los resultados con-
seguidos y una vez conocido el final de su carrera no resulta extraño que en
diferentes ámbitos asociados de forma directa o indirecta al propio Alejandro
se elaboraran toda clase de historias al respecto. Algunas de ellas quizá estu-
vieron basadas en hechos reales de carácter puntual, aunque fueron deforma-
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Disputas familiares
do una alianza matrimonial con el rey epirota, que era su cuñado y se llama-
ba también Alejandro, al que dio en matrimonio a su propia hija, Cleopatra,
que era además la hermana de Alejandro y la sobrina de su futuro esposo. De
esta forma quedaban también oportunamente neutralizados los efectos del
rencor de Olimpíade, que veía como perdía el protagonismo decisivo en las
relaciones de Filipo con su patria, ya que este importante papel lo desempe-
ñaban ahora su hermano y su propia hija, quienes mediante su boda se con-
vertían en los soportes fundamentales de dicha alianza.
El asesinato de Filipo
Alejandro se encontró así, con tan solo veinte años, como candidato pre-
ferente a la sucesión al trono de Macedonia, pero debía consolidar firme-
mente su posición antes de emprender cualquier otra iniciativa en este
campo. Sus acciones en esta dirección resultaron particularmente contun-
dentes. Procedió a la sistemática eliminación de todos sus posibles rivales
comenzando la purga por los príncipes de Lincéstide, una de las casas nobi-
liarias rivales que habían aspirado desde siempre a detentar la realeza mace-
donia. Solo sobrevivió uno de ellos, llamado también Alejandro, que era ade-
más yerno de Antípatro, uno de los generales de Alejandro, quien, por si
acaso, se apresuró de inmediato a demostrar su lealtad indiscutible hacia el
nuevo monarca. Les siguieron de cerca otros como Amintas, el hijo de Pér-
dicas, el hermano de Filipo, sobre quien recaían ciertos derechos por línea
sucesoria legítima ya que había sido desplazado en su día por Filipo, y Átalo,
el tío de la última esposa de su padre, que se encontraba en esos momentos
en Asia Menor iniciando la campaña oriental preparada por Filipo. Un sica-
rio enviado a tal efecto por Alejandro culminó con rapidez y eficacia la tarea
encomendada. La triste suerte de los restantes miembros de la familia rival,
como la propia Cleopatra y sus hijos, si es que existió realmente el hijo lla-
mado Carano que le atribuye tan solo una de nuestras fuentes, corrieron ya
a cargo de la implacable acción vengadora de Olimpíade, que ventiló ahora
con saña todas las cuentas pendientes que había dejado tras su apresurada
salida del país. Solo quedó Arrideo, quien a causa de su precario estado men-
tal no parecía un contrincante digno de peligro y no suscitaba al parecer las
mismas suspicacias que el resto de sus rivales. El camino hacia el trono que-
daba así completamente despejado de obstáculos. Alejandro se convirtió en
el nuevo rey de Macedonia con el apoyo de sus compañeros, aquellos indi-
viduos que desde la infancia habían compartido con el joven príncipe su
educación y sus aficiones y que al parecer ocuparon en seguida el palacio
real armados para la batalla, y con la decisiva colaboración de Antípatro, que
desde el principio de la crisis sucesoria mostró su más decidida adhesión
hacia quien parecía el mejor colocado en la carrera hacia el trono.
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nenado envite. En la primavera del 335 a.C. se dirigió hacia el norte en direc-
ción al Danubio con una fuerza compuesta exclusivamente por macedonios
y consiguió una serie de rápidas y aplastantes victorias contra los rebeldes
que, a pesar de su elevado número, se mostraron incapaces de resistir el
empuje imparable de la falange macedonia y las poderosas y contundentes
cargas de su caballería. Sembró el terror entre otras poblaciones que habita-
ban al otro lado del río devastando impunemente sus cosechas y demostran-
do la aterradora eficacia de sus tropas al tiempo que ponía de manifiesto su
asombrosa capacidad para llevar la guerra allí donde fuera preciso en el
mínimo espacio de tiempo posible.
Emprendió después una campaña similar contra sus enemigos del nor-
oeste, ilirios y taulancios. La indiscutible superioridad de la táctica militar
macedonia se puso ahora nuevamente de manifiesto. Tras una retirada tácti-
ca volvió sobre sus grupas para cargar por sorpresa contra los enemigos pro-
vocando con su actuación una auténtica carnicería entre sus confiados per-
seguidores. La eterna cuestión iliria, que tantos quebraderos de cabeza había
provocado a los monarcas macedonios, quedaba ahora aparentemente
resuelta de forma definitiva. Los ilirios no volvieron a atacar las fronteras
macedonias e incluso aportaron un amplio contingente a la expedición orien-
tal, una circunstancia que podría indicar que Alejandro había establecido
algún tratado de paz con estos pueblos, aceptado sin paliativos por los ven-
cidos tras la terrible contundencia demostrada por el monarca macedonio en
sus expeditivas e incontestables acciones de castigo.
Las campañas de Alejandro en el norte de los Balcanes y su conocida
dureza hicieron circular por las ciudades griegas la falsa noticia de la muer-
te del rey en combate. El irreductible Demóstenes había difundido esta infor-
mación utilizando para su credibilidad todo tipo de añagazas. Había llegado
a presentar ante la asamblea de Atenas a un mensajero manchado de sangre
como portavoz autorizado de tan esperada noticia. Tebas mordió el anzuelo
y se declaró en abierta rebeldía contra Macedonia, incitada quizá también
por los incentivos económicos que provenían de la corte persa, que estaba
activamente interesada en fomentar la rebelión y el caos político en el mundo
griego en contra de las posibles aspiraciones hegemónicas del joven monar-
ca macedonio. Sin embargo, los demás estados griegos dejaron solos a los
tebanos en el momento de la verdad, atemorizados como estaban ante la
rápida reacción de Alejandro que en apenas dos semanas se había presenta-
do ante las puertas de la ciudad beocia, sin apenas margen para que los pro-
pios tebanos hubieran tenido tiempo material de percatarse de su llegada.
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que se había visto obligada a retirarse hacia el interior del país tras haber
sido derrocada por su hermano Pixodaro, cuyos descendientes ejercían
ahora el control de la capital. Con el apoyo de la reina, que lo nombró su
hijo adoptivo, consiguió granjearse la adhesión del resto de las ciudades de
la zona y pudo por fin concentrar todas sus fuerzas en el asedio final de
Halicarnaso, que a pesar de la tenaz resistencia ofrecida por sus defenso-
res fue finalmente abandonada e incendiada por ellos en un acto de deses-
peración final. Alejandro se dedicó entonces a conseguir el control de
todas las ciudades costeras de la región con el fin de impedir el anclaje en
ellas como puertos de acogida de la flota persa que todavía rondaba peli-
grosamente por el Egeo. Parmenión, por su lado, fue enviado al centro de
la meseta anatolia que había permanecido hasta entonces al margen de la
expedición de conquista y donde existían todavía importantes focos de
resistencia persa.
Alejandro se internó después, durante el invierno del 334 a.C., por las tie-
rras inhóspitas y agrestes de Licia, en la esquina occidental de Asia Menor.
En la ciudad de Fasélide tuvo lugar un nuevo episodio que puso de mani-
fiesto las diferencias irreconciliables entre Alejandro y Parmenión. Este hizo
llegar hasta su presencia a un persa al que había capturado y que llevaba con-
sigo una carta del gran rey dirigida a Alejandro el Lincesta, que comandaba
entonces la caballería tesalia, en la que se le ofrecía una enorme suma de
dinero y el trono de Macedonia si conseguía asesinar a Alejandro. La res-
puesta de Alejandro a esta denuncia no fue todo lo contundente que podría
esperarse, ya que se limitó a hacer arrestar al noble macedonio objeto de la
acusación y a someterlo desde entonces a una estrecha vigilancia. Quizá
albergaba algunas dudas acerca de la sinceridad y oportunidad de unas acu-
saciones parcialmente interesadas a favor de su viejo general. Atravesó a
continuación toda la costa meridional de Asia Menor sometiendo a las dife-
rentes ciudades de la zona que ofrecieron alguna resistencia. La buena aco-
gida dispensada por Perge contrastó con la renuencia de Aspendo a aceptar
un tributo, lo que le obligó a someterla con el uso de la fuerza. Dadas las difi-
cultades que encontró en la zona, dejó en ella a su compañero Nearco como
sátrapa, encargado de su completa pacificación, y emprendió de nuevo la
ruta hacia el norte con el objeto de reunirse con el ejército de Parmenión que
combatía en el centro de la península.
Su camino no estuvo exento de obstáculos y contrariedades ya que se
vio obligado a dejar de lado algunas de las plazas fuertes de la zona de
Pisidia, que se hallaban encaramadas en peñascos casi inaccesibles y bien
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terreno más adecuado sobre el que poder desplegar sus mejores dispositivos
tácticos. El superior número de tropas de los persas aconsejaba como esce-
nario más idóneo una llanura, en cambio a los macedonios les parecía más
conveniente luchar en los espacios más angostos de la costa protegidos en
sus flancos por las montañas y el mar. Darío asumió la iniciativa y avanzó
decidido hacia el norte dando un amplio rodeo con el que dejó al ejército de
Alejandro aislado de sus bases del sur de Anatolia. El monarca macedonio
reaccionó con frialdad tras asumir la sorpresa y actuó en consecuencia espe-
rando el ataque de los persas en el terreno que parecía más favorable a sus
intenciones. La batalla se libró finalmente en una estrecha franja de la costa
y una vez más el elemento decisivo de la contienda fue la iniciativa de Ale-
jandro al frente de la caballería. El ataque frontal contra el centro de la for-
mación persa donde se hallaba situado Darío resultó determinante a pesar de
la desigual fortuna del resto del ejército macedonio, que se vio en un serio
apuro tras haber visto rota la cohesión de sus líneas en el momento de la
carga inicial y haber sufrido después la acción demoledora de la caballería
enemiga contra uno de sus flancos. La huida del rey persa, seguramente
cuando la situación desesperada de su entorno así lo aconsejaba más que por
pura cobardía como resaltan las fuentes griegas, provocó la confusión en el
resto del ejercito que optó por abandonar también el campo de batalla a pesar
de que hasta esos momentos su desarrollo no les estaba resultando desfavo-
rable. El reagrupamiento de la falange, que estaba a punto de ser desarticu-
lada, completó la victoria macedonia favoreciendo una desbandada general
de los enemigos que resultó aparentemente mucho más letal y catastrófica
que la propia batalla en sí.
Las consecuencias de la victoria fueron importantes. Alejandro había
vencido por primera vez en combate directo al propio rey de los persas,
quien había escapado despavorido ante la temible presencia del rey mace-
donio, según proclamaba la propaganda oficial cuyos ecos han quedado
visualmente reflejados en la famosa escena central del célebre mosaico de
Pompeya que alberga el museo de Nápoles, en el que la mirada aterrada de
Darío contempla el imparable avance de Alejandro hacia sus filas. Los
mercenarios griegos, que constituían una de las unidades más combativas
de Darío, se dispersaron por todas partes reforzando otros frentes de com-
bate en el oeste. La mayor parte de los contingentes fenicios y chipriotas
de la flota persa regresaron a sus casas, convencidos ya de la irremediable
victoria de Alejandro y del fracaso de cualquier intento de oposición en su
contra. La ruta de la costa sirio-palestina quedaba así abierta a las inten-
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Alejandro en Egipto
parece, sin embargo, que fuera coronado como faraón de manera ceremonial,
tal y como asume la leyenda.
Su breve estancia en Egipto, limitada al invierno de los años 332-331
a.C., tuvo, sin embargo, decisivas consecuencias para su futura trayectoria
vital. La calurosa y cordial acogida dispensada en Menfis debió provocar ya
una profunda impresión en el joven monarca, teniendo en cuenta que por
primera vez asumía el título real de un país casi mítico a los ojos de los grie-
gos, que desde los tiempos de Heródoto, y posiblemente mucho antes, habí-
an considerado a Egipto como la tierra por excelencia de todas las maravi-
llas, en la que los griegos solo habían podido instalarse además con el con-
sentimiento del faraón de turno en la ciudad de Náucratis como único
emporio comercial de todo el territorio. Alejandro era ahora el dueño y
señor de todo el país, sin necesidad de conquista, y era además aclamado y
saludado en loor de multitudes. Los abundantes recursos de que disponía el
país se hallaban a su entera disposición y quizá, por primera vez, era equi-
parado a las divinidades aunque fuera únicamente a título puramente cere-
monial.
Esta clase de sensaciones fuertes debieron acentuarse todavía más tras su
visita al célebre santuario de Amón en Siwa, situado en pleno corazón del
desierto a 300 kilómetros de la costa. Su deseo de acudir al lugar vino segu-
ramente propiciado por diversas circustancias. La fama del oráculo era ya
bien conocida en el mundo griego, al menos desde el siglo V a.C., y era lógi-
co que Alejandro no quisiera dejar pasar la ocasión de consultar un centro de
esta clase que gozaba de un reconocido prestigio y cuyos pronunciamientos
favorables podrían redundar claramente en su futura carrera. Existían ade-
más algunas leyendas que hablaban de la visita al santuario de antiguos héro-
es como Heracles y Perseo, lo que significaba un precedente ilustre que Ale-
jandro siempre estaba dispuesto a emular. Es probable que conociera tam-
bién la noticia, trasmitida por Heródoto, acerca de la desaparición en el des-
ierto de todo un ejército expedicionario persa, enviado por el impío Cambi-
ses para destruir el santuario. Sus ansias de emulación y superación tenían
así a la vista un tentador e irrenunciable desafío. Alejandro asumió gustoso
el reto y decidió emprender el largo y dificultoso camino a través del des-
ierto que conducía hacia el oráculo.
La leyenda, los rumores y los ecos de la propaganda oficial envuelven por
completo el núcleo de veracidad original cualquiera que este fuese. Los que
escribieron acerca de la expedición de Alejandro lo convirtieron en uno de
los puntos clave de toda su carrera, una especie de momento cumbre en el
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que el monarca habría dado por primera vez rienda suelta a sus más íntimas
convicciones acerca de su naturaleza divina. Desde el punto de vista narrati-
vo, el viaje a Siwa constituía también una oportunidad inmejorable, difícil
de pasar por alto, dado que entraban en juego elementos tan señalados como
las dificultades de una marcha a través del desierto, un lugar de apariencia
espectacular muy próximo al paisaje ideal del locus amoenus y una serie de
indicios excepcionales que mostraban el favor de la divinidad, decidida
desde el principio a proteger y guiar los pasos de un personaje extraordina-
rio que afrontaba todos los obstáculos para buscar la confirmación de su
excepcional naturaleza. De lo que aconteció en realidad apenas sabemos
nada. Alejandro llegó al oráculo y penetró en su interior sin que nadie lo
acompañara. El contenido de la entrevista que mantuvo con los sacerdotes
del lugar quedó así como patrimonio exclusivo de sus reducidos y privile-
giados participantes.
Se decía que había sido saludado por los sacerdotes como hijo de Zeus o
de Amón, que desde el punto de vista griego constituía la versión egipcia de
esta divinidad, y que había preguntado si conseguiría finalmente el dominio
del orbe. También habría mostrado su inquietud acerca del asesinato de su
padre, inquiriendo si todos los culpables habían recibido ya su correspon-
diente castigo. Las respuestas resultaron al parecer todas afirmativas, confir-
mando a Alejandro en sus designios de conquista, reforzando su confianza
en la victoria definitiva sobre los persas, y disipando de su mente cualquier
sensación de culpabilidad por la presunta participación de su madre en la
oscura trama que culminó en el asesinato de Filipo, cuyas peligrosas ramifi-
caciones podían haberle llegado a afectar directamente, dadas las sospechas
que circulaban sobre su implicación en el asunto.
La ubicación del oráculo resultaba ya de por sí ciertamente espectacular
a juzgar por el relato de Diodoro que parecen confirmar los restos arqueoló-
gicos. Estaba situado en un oasis en medio del desierto y rodeado de una rica
y exuberante vegetación. El santuario poseía una triple muralla que alberga-
ba sucesivamente los palacios de los reyes del lugar, las estancias de las
mujeres y el cuerpo de la guardia, y finalmente el recinto sagrado del dios
con una fuente en la que se purificaban todas las ofrendas que recibía. Fuera
de la ciudadela había un segundo templo en cuyas proximidades se hallaba
la denominada fuente del sol cuyas aguas cambiaban de temperatura según
avanzaban las horas del día, alcanzando su punto de mayor frialdad en el
momento del mediodía. La consulta se realizaba mediante preguntas a un
sacerdote encargado de interpretar los movimientos de la imagen del dios en
46 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
forma de piedra cónica con esmeraldas engarzadas, que era paseada sobre
una barca de oro a hombros de ochenta sacerdotes, aunque parece que a juz-
gar por el testimonio de los papiros esta cifra resulta un tanto excesiva, sien-
do más probable que el número de los ejecutantes de la ceremonia se apro-
ximase tan solo hasta las veinte personas.
El otro acontecimiento que marcaría la estancia de Alejandro en Egip-
to fue la fundación de la ciudad de Alejandría, que según algunos testi-
monios se habría llevado a cabo antes de su visita al santuario de Siwa.
Fue la primera de sus numerosas fundaciones urbanas y la más importan-
te y duradera de todas ellas. Su emplazamiento parecía el más adecuado,
ya que estaba situada entre un lago y el mar y podía proporcionar un puer-
to inmejorable en una costa egipcia desprovista tradicionalmente de este
tipo de estructuras fundamentales para la defensa y el comercio. La cere-
monia oficial de fundación tuvo lugar tras la visita al santuario, el 7 de
abril del 331 a.C., poco antes de que Alejandro abandonara Egipto para
proseguir su expedición de nuevo hacia el oriente, retornando sobre sus
pasos a lo largo de la costa sirio palestina. La mayor parte del ejército
había estado descansando durante el invierno en el valle del Nilo y se
hallaba ahora en perfectas condiciones, dispuesta a emprender una nueva
etapa, seguramente todavía mucho más dura y difícil, de la conquista del
imperio persa.
rey espartano Agis III, que había trasladado el escenario de guerra hasta
la isla de Creta. Alejandro no estaba dispuesto, sin embargo, a dar marcha
atrás en su camino para resolver estas cuentas pendientes y confió su reso-
lución final a Antípatro, al que enviaba naves y dinero al tiempo que le
exigía un nuevo reclutamiento de tropas para reponer las bajas habidas en
el curso de su expedición.
Para complicar todavía más las cosas tuvo lugar también en estos
momentos el último de los ofrecimientos de Darío, el más tentador de todos,
ya que además del dinero y los territorios que estaba dispuesto a conceder
como propiedad indiscutible de su adversario se incluía una propuesta de
matrimonio con su hija mayor, que certificaría la estabilidad de un pacto de
estas características. Seguramente la oferta resultó altamente tentadora para
buena parte de su estado mayor, especialmente para la vieja guardia que
representaba Parmenión, cansado ya de la larga duración de la campaña y
satisfecho de ver así aceptadas unas conquistas que al inicio de la expedición
habrían parecido impensables a los más optimistas. Probablemente hubo los
correspondientes intentos de presión en este sentido para que Alejandro
aceptara tan beneficioso acuerdo, pero el monarca macedonio no estaba dis-
puesto a dejarse seducir por tan estimulantes ofertas y declinó cualquier pro-
posición en este sentido.
Se abría así una nueva fase de la campaña en la que la perspectiva de un
enfrentamiento con el ejército real persa constituía el obstáculo principal que
habría que superar en un futuro no muy lejano. Darío había tenido tiempo
suficiente desde su retirada de Isos para reunir un importante contingente,
procedente de sus dominios más orientales, con el que afrontar con mejores
expectativas un nuevo combate para intentar detener el avance macedonio.
Contaba con toda la fuerza arrolladora de la caballería procedente de las
regiones más septentrionales del imperio, Bactria, Sogdiana, Aria, Aracosia
y Partia, cuyos hábiles y aguerridos jinetes con sus caballos acorazados
constituían un más que serio oponente para los escuadrones macedonios. El
número total de las tropas enemigas superaba de nuevo con mucho a los
efectivos disponibles de Alejandro, que seguían teniendo, sin embargo, la
indiscutible ventaja de contar con una infantería mucho más curtida y mejor
armada.
Alejandro se encaminó hacia el Éufrates a mediados del verano del 331
a.C., que pudo cruzar sin apenas dificultades a pesar de la presencia de
contingentes persas bajo el mando de Maceo, cuya única misión era tratar
de impedir u obstaculizar el paso de las tropas macedonias a través del río.
48 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Alejandro optó entonces por dirigirse hacia las grandes capitales persas
en lugar en emprender la persecución de Darío hacia las regiones más orien-
tales del imperio. Varias semanas después de su triunfo en Gaugamela entró
en Babilonia sin que se produjera el menor intento de resistencia armada, si
bien parece que había pactado previamente con el sátrapa que estaba a su
cargo y con sus sacerdotes una serie de condiciones ventajosas para la ciu-
dad y sus habitantes. Fue recibido como liberador y obsequiado con cuan-
tiosos y magníficos regalos. Su desfile triunfal a través de calles alfombra-
das de flores y perfumadas por el aroma del incienso culminó en el palacio
real, donde se hizo cargo del tesoro, y en el templo del dios Marduk, donde
realizó un solemne sacrificio en su honor. Proclamado rey de la ciudad, per-
maneció durante un mes en sus nuevos dominios disfrutando holgadamente
de todos los lujos y comodidades que ofrecía la antigua y mítica capital
mesopotámica. Alejandro veía cumplidos ahora sus mejores sueños. Era ya
dueño de una de las grandes capitales del imperio persa, había visto incre-
mentadas sus finanzas con el ingreso de importantes reservas procedentes
del tesoro depositado en Babilonia, y había reforzado considerablemente su
ejército con la llegada desde Macedonia de nuevas tropas que compensaban
las bajas sufridas y volvían a dotar al contingente de la expedición de toda
su potencia inicial.
Sin embargo, pasado ese tiempo, inició de nuevo la marcha hacia otra de
las emblemáticas capitales del imperio persa, la ciudad de Susa, que se entre-
gó también sin ofrecer resistencia. A su llegada el sátrapa de la ciudad le hizo
entrega de espléndidos regalos y fue recibido también de manera triunfal por
sus habitantes. Allí tomó posesión de los ingentes recursos acumulados en el
tesoro de la ciudad cuyo montante superaba con creces todo lo conseguido
hasta entonces. A pesar de que era invierno no demoró su estancia en Susa y
preparó inmediatamente su definitivo asalto a la capital monumental de los
persas, la esplendorosa ciudad escaparate de Persépolis, cuyas imponentes
ruinas siguen todavía sorprendiendo en la actualidad a sus modernos visi-
tantes. El camino hasta el lugar no era ni mucho menos fácil. Era preciso
atravesar un territorio hostil habitado por el pueblo de los uxios, que habían
mantenido su independencia de los reyes persas obligándoles incluso a pagar
peaje por el paso a través de sus dominios. Había que cruzar después una
cadena de montañas, los montes Zagros, que por aquel momento del año
todavía podían estar cubiertos de nieve. Y por fin era necesario superar las
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 51
En busca de Darío
asunto optó por dejar transcurrir el tiempo pensando quizá que las cosas no
irían mucho más lejos. Esta indecisión en trasmitir la información, fuera o
no un indicio de su presunta complicidad en la trama, le acarreó funestas
consecuencias. El rey acabó enterándose finalmente de la conjura por otro
conducto y procedió al arresto y ejecución de los implicados. Filotas quedó
en una posición incómoda rodeado de inconvenientes sospechas que segura-
mente fueron oportunamente aprovechadas por sus rivales dentro de la corte,
entre los que sobresalían especialmente Crátero y Hefestión, que no dudaron
en asestarle el golpe de gracia definitivo. Resultó condenado en un juicio
hábilmente manipulado en el que la mayoría de la asamblea estaba com-
puesta por miembros de la falange que mostraron escasa simpatía hacia un
personaje tan arrogante y acogieron con satisfacción las acusaciones lanza-
das en su contra. A la muerte de Filotas siguió la de su padre, a quien Ale-
jandro mandó asesinar ya que no parece que estuviera dispuesto a permitir
que quedase con vida ningún miembro de una familia que había demostrado
a sus ojos una clara deslealtad o no había acogido al menos con el entusias-
mo necesario sus nuevos planes de conquista.
Las purgas internas comenzaron a ser algo frecuente. Casi nadie ya se
hallaba seguro ante la paranoia creciente del rey, que se veía acosado por todas
partes y transformaba cualquier síntoma de desaprobación en un motivo evi-
dente para la acusación de conjura y su consiguiente condena a la pena capi-
tal. Así los amigos de Filotas y Alejandro el Lincesta fueron las siguientes víc-
timas. La operación de limpieza iniciada con ocasión del complot de Filotas
no fue la única medida que Alejandro adoptó en estos momentos. A continua-
ción decidió separar a los comandantes de las unidades regionales sobre las
que ejercían el mando con la intención de eliminar de raíz cualquier tipo de
lealtades internas que pudieran interferir en el ejercicio de su autoridad abso-
luta sobre todo el ejército. Combinando astutamente la vieja guardia, de la que
Parmenión había formado parte, con los compañeros más jóvenes que empe-
zaban ahora a despuntar y a ser promocionados a puestos de importancia, creó
mandos compuestos que garantizaban su fidelidad y su buen funcionamiento.
Los principales protagonistas de la caída de Filotas veían ahora recompensa-
dos sus esfuerzos al asumir el mando de las divisiones macedonias que actua-
ban lejos del rey, con lo que al tiempo eliminaba cualquier intento de oposi-
ción unificada, ya que entre ellos existían las rencillas y antipatías personales
que impedían la formación de un frente común en su contra.
La rebelión de Beso continuaba, sin embargo, en pleno fragor y se exten-
día por momentos por todas las regiones septentrionales del imperio. Mien-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 57
tras Alejandro proseguía su ruta hacia Bactria en busca del usurpador, una
parte de sus tropas debió quedar atrás encargada de sofocar las revueltas y
pacificar unas regiones que tardarían casi dos años en quedar finalmente
sometidas. Cruzó la cadena del Hindu Kush todavía en pleno invierno del
año 329 a.C. por unos pasos que estaban bloqueados por la nieve y por unas
zonas que apenas proporcionaban abastecimiento para sus tropas. Beso ade-
más practicaba la política de la tierra arrasada, impidiendo un aprovisiona-
miento fácil en las regiones que atravesaban, lo que dificultaba considera-
blemente el avance de Alejandro, que se veía obligado a detener su marcha
para abastecer de víveres a sus hombres. Penetró con relativa facilidad en el
territorio de Bactria, alcanzando su capital, que Beso había abandonado
optando por la retirada más allá del río Oxo, el actual Amu Daria, donde
esperaba contar con la colaboración de los nómadas sacas que habitaban
aquellas regiones. Alejandro alcanzó también el río tras una larga y penosa
marcha a través del desierto en plena estación veraniega. Las fatigas y el
calor hicieron que sus tropas sufrieran lo indecible y que cuando avistaron el
agua se lanzasen indiscriminadamente a beber de ella sin preocuparse de las
consecuencias nocivas para su deteriorado estado de salud. El número de
bajas fue considerable. La travesía del río fue también una operación lenta y
difícil. Como no había barcas disponibles hubieron de cruzar sobre balsas
construidas apresuradamente mediante pellejos rellenos de paja. El objetivo
final estaba ahora ya al alcance, sobre todo tras la decisión de los nobles que
apoyaban al usurpador de poner fin a la huida entregándoselo a su persegui-
dor. Mutilado ceremonialmente en Bactra con el castigo habitual de los regi-
cidas, a los que se cortaban la nariz y las orejas, Beso fue finalmente envia-
do a Ecbatana para ser ajusticiado como asesino de su rey. Alejandro se pre-
sentaba ahora como el auténtico vengador del último de los aqueménidas y
el más legítimo aspirante a sucederle en el trono.
Alejandro prosiguió rumbo al norte hacia lo que habían sido los límites
del imperio persa situados en las orillas del río Yaxartes, el actual Sir Daria,
que el rey interpretó equivocadamente como un afluente oriental del río
Tánais, el actual Don, considerado tradicionalmente por los griegos como la
frontera efectiva entre Europa y Asia. Creía haber alcanzado así los límites
del continente y consideró innecesario proseguir más adelante en esta direc-
ción, pensando seguramente que las conquistas realizadas en estas regiones
desoladas, habitadas por nómadas, no le reportarían ningún beneficio. Fundó
una ciudad a la que otorgó el significativo título de Alejandría la última
(Eschate), claramente indicativo de sus intenciones en este sentido. Sin
58 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
sistemática de los más débiles en esta interminable pugna entre los seguido-
res acérrimos del conquistador y sus disimulados pero implacables críticos.
La campaña de la India
un río por frontera entre los dos contendientes. Esta vez el mayor peligro
enemigo no estaba en el superior número de sus efectivos sino en la impo-
nente fuerza de su numerosa división de elefantes que constituía la parte fun-
damental de su ejercito. La batalla fue una demostración más del insupera-
ble genio estratégico y táctico de Alejandro, capaz de engañar por completo
mediante falsos movimientos las expectativas de su rival, que esperaba con-
fiado el cruce de las tropas macedonias por algún punto del río. El monarca
macedonio eligió oportunamente el lugar más adecuado para ello, un paraje
con una isla en medio de la corriente provista de la suficiente vegetación
como para ocultar el movimiento de las tropas, y lanzó su ataque durante la
noche en medio de una gran tormenta que contribuyó a disimular todavía
más la travesía. La secuencia posterior de la batalla siguió los esquemas
habituales. El ataque de la caballería comandada por Alejandro desarboló las
filas rivales y sembró el caos entre los enemigos. Los elefantes fueron neu-
tralizados mediante la firme oposición de la falange con sus terroríficas sari-
sas y los certeros golpes de los arqueros sobre sus monturas. La abundante
lluvia caída durante la noche había dejado impracticable el terreno echando
por tierra la posibilidad de aprovechar efectivos tan importantes en la estra-
tegia india como los grandes arcos que debían plantarse sobre un suelo com-
pletamente embarrado o los carros que apenas podían avanzar y quedaban
continuamente atascados. Alejandro consiguió una vez más una victoria
aplastante que celebró de la manera adecuada con grandes juegos y la fun-
dación de dos ciudades que llevaban por nombres Nicea (victoria en griego)
y Bucefala, esta última para conmemorar la muerte de su querido caballo. El
rey Poro, vencido pero no humillado, se sometió finalmente pero fue mante-
nido en su trono como monarca aliado aunque vasallo del nuevo soberano.
El camino hacia el este quedaba así de nuevo expedito.
Alejandro prosiguió incansable sus campañas contra pueblos de la región
como los glaucas, de quienes pretendía obtener la madera necesaria de sus
bosques para construir una flota. Sin embargo el principal enemigo a batir no
eran ahora los indomables indígenas, que seguían ofreciendo una tenaz resis-
tencia al invasor con mayor o menor eficacia y fortuna, sino las inclementes
condiciones meteorológicas en que se desarrolló el resto de la campaña,
debido a la arribada del monzón con sus lluvias interminables que convertí-
an el suelo en un peligroso lodazal, oxidaban buena parte del armamento,
hacían pedazos la indumentaria y desesperaban hasta el infinito a los sufri-
dos y desmoralizados soldados, que se veían incapaces de avanzar a pie
firme sin resbalar o caer al suelo durante un mínimo trayecto. Continuaron
64 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
sin embargo con los asedios, como el de la ciudad de Sangala, con la perse-
cución implacable de los fugitivos que huían ante el avance macedonio y con
la exterminación sistemática de los que se encontraban a su paso. La expe-
dición alcanzó así el río Hífasis, otro de los numerosos afluentes del Indo, en
medio de un espectacular diluvio que duró más de dos meses. Las cosas no
podían continuar así. Los macedonios se hallaban entonces en su punto álgi-
do de aguante y habían decidido firmemente plantar cara a su rey poniendo
fin de una vez por todas a los alocados e incomprensibles proyectos que
debía albergar en su interior.
Alejandro hubo de ceder a la presión de sus hombres a pesar de sus des-
carados intentos por convencerlos una vez más mediante argucias de carác-
ter psicológico en las que era un maestro consumado. De nada le sirvieron
esta vez las tretas utilizadas ante la inquebrantable decisión de sus tropas,
agotadas tras casi nueve años de campaña y anhelantes de encontrar un punto
de retorno final que no parecía tener cabida en las intenciones del rey. Ale-
jandro había oído hablar de las regiones del Ganges, de su riqueza y prospe-
ridad ilimitadas, y de la cercanía de las mismas a esos confines del orbe que
tanto deseaba alcanzar para culminar su conquista de Asia. Derrotado por
primera vez en sus planes, hubo de emprender el largo camino de regreso
después de realizar los oportunos sacrificios a los dioses que con su carácter
no propiciatorio justificaron una decisión tan poco habitual en él, conser-
vando así el aire triunfal y victorioso de un conquistador invencible al que
solo habían conseguido frenar el extenuante cansancio y la infinita desespe-
ración de sus propias tropas.
marcharse si así lo deseaban pues tenía en ese caso a quien recurrir, dado el
elevado número de efectivos persas enrolado entonces en el ejército. La astu-
ta maniobra de chantaje surtió su efecto y los macedonios, sintiéndose inca-
paces de causar ningún perjuicio al rey y viéndose ya sustituidos en su afec-
to y consideración por los nuevos soldados persas, cedieron en sus protestas
y chanzas ofensivas, y solicitaron finalmente el perdón de Alejandro del
modo más humillante y rastrero. Un descomunal banquete de reconciliación
en el que tomaron parte más de nueve mil comensales selló de forma apa-
rentemente definitiva el profundo desencuentro producido entre el monarca
y sus súbditos.
Alejandro siguió adelante con sus medidas y licenció a casi 10.000 vete-
ranos que con una generosa paga de gratificación fueron conducidos en
dirección a su patria bajo el mando de Crátero. Alejandro se dirigió después
hacia Ecbatana donde se inició una larga y fatídica carrera de celebraciones
acompañadas de los correspondientes banquetes en los que la bebida corría
de forma abundante y minaba crecientemente la ya delicada salud de algu-
nos de los comensales. La primera víctima de los excesos fue Hefestión, su
compañero más querido, que ocupaba entonces el segundo puesto de honor
en el imperio, el de visir o quiliarca. Alejandro, que se hallaba ausente en el
momento del fallecimiento, experimentó un dolor sin límites por la irrepara-
ble pérdida de su amigo provocando con su histérico comportamiento una
serie de habladurías y chismes malintencionados que resaltaban la indigni-
dad de sus actos, como haber permanecido toda la noche echado sobre el
cuerpo de su amigo llorando sin parar, haber dado muerte al médico que lo
cuidaba o haber destruido el templo de Asclepio de la ciudad por haberse
negado el dios a salvar a su amigo. Ya en el terreno de la realidad, Alejandro
proclamó el luto oficial y preparó unos juegos fúnebres extraordinarios para
los que congregó a más de 3.000 competidores venidos desde todos los rin-
cones del mundo. Quiso instaurar igualmente el culto de Hefestión como
héroe y pretendió construir en su memoria un extravagante y descomunal
monumento funerario que superaría a todo lo realizado hasta entonces por
obra del hombre. Todavía en pleno furor de su inconsolable pesar inició una
campaña invernal contra el pueblo montañés de los coseos, que hasta ahora
habían salvaguardado fieramente su independencia contra los aqueménidas,
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 71
Bibliografía complementaria
dos apuntan muchas veces en la dirección ya marcada por los textos clá-
sicos, pero en otras ocasiones ayudan a esclarecer y ampliar considera-
blemente nuestras perspectivas.
Los demás testimonios literarios que pueden añadirse a este dossier apa-
rentemente amplio son todavía más tardíos en el tiempo y para ser utilizados
como fuentes de información resultan incluso mucho más problemáticos que
los anteriores. Ciertamente las fronteras estrictas entre la realidad y la ficción
nunca quedaron firmemente establecidas a lo largo de toda la historiografía
antigua y fueron constantes las transgresiones efectuadas en este terreno por
la mayoría de sus representantes más eximios como el mismísimo Heródo-
to, sin embargo algunas de la obras dedicadas a Alejandro, particularmente
la célebre Novela, alcanzan unos niveles de distanciamiento tal con lo que
90 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
asuntos ambos que aparecen descritos con todo lujo de detalles en este curio-
so relato. Contiene algunos elementos históricos importantes que han sido,
sin embargo, conscientemente deformados por medio de la elaboración retó-
rica o de su descarada ficcionalización, como sucede con el largo debate
habido en Atenas para responder a las peticiones formuladas por Alejandro
o con su encuentro con los brahmanes indios. En esta obra confluyó todo el
numeroso material de carácter legendario y fabuloso que se había ido ges-
tando a partir de la muerte de Alejandro en diferentes medios y géneros
cuyos restos afloran tímidamente a la superficie en los papiros antes men-
cionados. Mediante un largo y complejo proceso de agregación, obra más de
escritores populares que de auténticos eruditos, se fue configurando un texto
que revela a través de sus diferentes recensiones las dificultades y compli-
caciones que comportaba semejante tarea, la de convertir la historia de un
personaje real en un relato maravilloso y excitante para un público comple-
tamente carente de preocupaciones relacionadas con la fidelidad a los acon-
tecimientos históricos. Los interesantes paralelismos establecidos con una
obra como el Evangelio de Marcos, que incluyen la parataxis y la repetición
como rasgos estilísticos fundamentales, así como la extrema vaguedad de las
referencias geográficas y cronológicas, demuestran que nos hallamos en un
medio literario de carácter popular destinado a retratar mediante historias
asombrosas provistas de significado y expresiones concisas la vida de un
personaje singular de especial relevancia histórica. Su desesperada búsque-
da de los confines del mundo revela los límites del protagonista, quien, a
pesar de todas sus conquistas, se muestra incapaz de conocer un dato tan
importante como el momento preciso de su muerte. Una especie de metáfo-
ra que pone de manifiesto la proverbial incapacidad humana a la hora de
afrontar designios que superan con creces sus limitadas posibilidades.
Otra obra tardía consagrada íntegramente a la figura del macedonio es el
Itinerarium Alexandri, dedicada al emperador Constancio y conservada en
un solo manuscrito de la biblioteca ambrosiana de Milán con numerosas
corrupciones textuales que afectan particularmente a los nombres propios.
Su datación la sitúa entre los años 340 y 350 d. C. cuando el mencionado
emperador se disponía a emprender una campaña contra los persas, motivo
fundamental que impulsó al parecer la composición de la obra, dado que
desde Trajano en adelante siempre se había invocado la figura del macedo-
nio en tales circustancias. Más que de un itinerario en sí, se trata de una his-
toria resumida de las campañas de Alejandro, con algunas intromisiones de
carácter legendario o fabuloso, que sigue de cerca los pasos del relato de
92 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Toda esta larga lista de obras mencionadas hasta aquí, presentan en con-
junto una dificultad importante desde el punto de vista histórico. Se trata, en
efecto, de una tradición de carácter secundario cuyas informaciones sobre la
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 93
ples nombres a los que no podemos apenas asignar una obra determinada.
Componen esta reducida nómina personajes como Hegesias de Magnesia del
Sipilo, en Asia Menor, considerado uno de los pioneros del estilo retórico
denominado asiático, que debemos situar en la primera parte del siglo III
a.C. Aunque fue un prolífico escritor, de su historia de Alejandro tan solo
conocemos un pasaje que es mencionado de forma crítica por el historiador
del siglo I a.C. Dionisio de Halicarnaso para ilustrar su deplorable estilo.
Otro nombre a sumar a esta lista es el del ateniense Anticleides, pertene-
ciente también a la misma época, cuyos escasos fragmentos revelan un gusto
desmedido por las versiones no ortodoxas y por la racionalización de las
leyendas, criterios que pudo muy bien haber aplicado a su desconocida his-
toria del conquistador macedonio. Nada más que nombres son para nosotros
León de Bizancio, Nicanor y Doroteo, a quienes se atribuye también una his-
toria de Alejandro. Poco más es lo que puede afirmarse de Aristón y Ascle-
píades, citados por Arriano como autores dentro de este campo que registra-
ban en sus obras la embajada romana enviada a Alejandro y la profecía rea-
lizada por el macedonio acerca del futuro poder de la ciudad latina, circuns-
tancia que los sitúa en los momentos en que tal premonición podía hacerse
ya con plenas garantías de éxito, es decir a partir del siglo II a.C. Otro pro-
fesional de la retórica, datable ya en el siglo I a.C. y llamado Potamón de
Mitilene, escribió también una historia de Alejandro de la que no sabemos
otra cosa que el hecho de que mencionaba la fundación de una ciudad en la
India con el nombre de su perro. Resta mencionar finalmente el nombre de
Timágenes de Alejandría, autor del tiempo de Augusto que escribió una obra
titulada Sobre los reyes, cuyo polémico contenido ha sido objeto de cons-
tante debate entre los estudiosos. Es muy poco lo que puede decirse del posi-
ble tratamiento que este autor dispensó a Alejandro en el curso de su obra a
partir de los escasos fragmentos que han sobrevivido hasta nosotros, pero es
probable que se tratara de una imagen favorable si suponemos que Timáge-
nes se hallaba incluido entre aquellos autores griegos a los que Livio desea-
ba enmendar decididamente la plana reafirmando la superioridad manifiesta
de Roma sobre el conquistador macedonio.
El hallazgo de algunos papiros nos ha permitido conocer también otros
ejemplos de lo que habrían sido este tipo de obras, generalmente de corte
retórico o filosófico, que enlazan con la tradición literaria superviviente. Así
un papiro fechado en el siglo I d. C. contiene algunas frases de lo que habría
sido un discurso pronunciado en Atenas, de tendencia claramente antimace-
donia, en el que se daba respuesta a una carta de Alejandro o de Filipo. El
102 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
nes tan esenciales como la petición de honores divinos por parte de Alejandro
a las ciudades griegas y desempeñaron un papel considerable a la hora de
crear anécdotas y noticias que fueron luego acogidas y desarrolladas en la tra-
dición literaria posterior. Muchos de los discursos pertinentes se hallan, sin
embargo, en un estado fragmentario lamentable y hay que contar también con
el grado necesario de exageración y distorsión que comportan esta clase de
obras, preocupadas principalmente por el asunto que les había conducido, a
ellos o a sus clientes, ante los tribunales populares de Atenas.
Así mismo hemos de contar también con otro tipo de obras que en prin-
cipio podrían parecer ajenas por completo a cualquier intento de proporcio-
nar información histórica sobre la figura de Alejandro. Nos referimos por
ejemplo a alguno de los tratados botánicos de Teofrasto, que reflejan el
cúmulo de noticias sobre los nuevos territorios conquistados que afluía hasta
suelo griego a través del testimonio de los participantes en la expedición
oriental. Su Investigación sobre las plantas presupone necesariamente en
numerosos puntos de los libros IV y V de la obra la campaña oriental de Ale-
jandro, a cuyas informaciones pudo haber tenido acceso a través de la lectu-
ra de los primeros historiadores que escribieron al respecto, ya que Teofras-
to compuso su obra más o menos en el cambio de siglo, del IV al III a.C., o
mediante las noticias ocasionales trasmitidas por veteranos macedonios o
griegos que habían participado en su desarrollo.
Otra obra de la época que pudo haber tratado acerca de Alejandro es el
tratado Sobre la fortuna de Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto, que
sería luego filósofo y tirano de Atenas. En ella se apuntaba la idea de que
Alejandro debía sus éxitos de manera principal al favor concedido por la for-
tuna y que más pronto o más tarde, al igual que en aquellos momentos se
había decantado del lado de los macedonios abandonando a los persas, le
tocaría el turno a aquellos dando paso a una nueva hegemonía. Dicha con-
troversia tuvo gran eco en la literatura posterior convirtiéndose en uno de los
temas predilectos de las escuelas de retórica como reflejan los dos tratados
retóricos que Plutarco consagró al conquistador macedonio, Sobre la fortu-
na o virtud de Alejandro, compuestos antes que la ya comentada biografía,
en los que defendía a Alejandro de la acusación de ser tan solo el favorito de
la fortuna y alegaba en su favor las cualidades personales que adornaban su
persona. Si, como parece evidente, hay que datar el tratado de Demetrio en
la última decena del siglo IV a.C., dicho autor se convertiría en uno de los
primeros en haber tratado con alguna extensión y profundidad acerca de la
figura del monarca macedonio después de Calístenes y en consecuencia en
104 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
conocen como Las Efemérides Reales, cuya redacción habría corrido a cargo
del secretario de la cancillería real, el ya mencionado Éumenes de Cardia, y
de un tal Diodoto de cuya existencia no sabemos nada más. En ellos apare-
cerían consignados día a día todos los acontecimientos de la expedición,
tanto por lo que respecta a los detalles más técnicos como a las reacciones
personales que suscitaba el progresivo avance de las tropas macedonias en
el interior de Asia. Sin embargo, no existe un consenso unánime entre los
estudiosos acerca de su existencia, dado que al lado de quienes reconocen su
veracidad esencial como testimonio, que ha dejado sus huellas en la tradi-
ción literaria posterior, particularmente en Tolomeo, hay también quienes
solo están dispuestos a admitir que lo que conservamos es tan solo una ver-
sión tardía de tales diarios, reelaborada convenientemente según el curso de
los acontecimientos. Los escasos fragmentos que podrían remontar a una
fuente de estas características se refieren efectivamente a los últimos días de
la vida de Alejandro, dado que narran con cierto detalle los trágicos momen-
tos finales que precedieron al momento de su desaparición. Seguramente,
como ha reconocido con acierto Peter Brunt, los supuestos diarios debieron
circular en diferentes versiones que eran esencialmente composiciones de
naturaleza literaria cuyo contenido histórico, probablemente reducido, se
hallaba además tremendamente condicionado por presupuestos políticos y
propagandísticos como los de exonerar a algunas figuras del entorno del rey
de su supuesta participación en el pretendido envenenamiento del que había
sido víctima.
Una polémica similar envuelve el caso de las cartas que aparecen atri-
buidas a Alejandro y a otros personajes de su entorno próximo en diferentes
pasajes de la tradición literaria posterior. La mayoría son manifiestamente
falsas, obra de redactores posteriores que utilizaron dicho medio como forma
de difusión literaria dando pábulo a muchas de las fantasías que rodeaban la
aventura oriental, especialmente sus últimas etapas en tierras de la India.
Destaca en este terreno la famosa carta de Alejandro a Aristóteles sobre las
maravillas de este país, que fue luego incorporada como una parte más de la
Novela de Alejandro. Dado que no contamos con cartas que puedan consi-
derarse completamente genuinas, no estamos en condiciones de comparar
los rasgos estilísticos oportunos que pudieran validar algunos de los ejem-
plares que aparecen mencionados en el curso de la tradición. Es muy proba-
ble que la mayor parte de ellas formase parte de una colección y que como
tal fuese manejada sucesivamente por diferentes autores, ya que resulta difí-
cil imaginar cómo cartas auténticas, casi siempre dirigidas a un destinatario
106 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
personal, hubiesen podido traspasar dicho umbral y entrar a formar parte del
material literario que circulaba de unos autores a otros. De hecho, han apa-
recido dos colecciones de esta clase en sendos papiros, uno en Hamburgo y
otro en Florencia, que pueden datarse, al menos el primero de ellos, en el
siglo I a.C. Por lo general se trata de composiciones puramente literarias que
pretendían entretener a sus lectores y obtenían su información factual de los
autores que habían escrito anteriormente acerca de Alejandro. Entraron a for-
mar parte de la Novela de Alejandro como uno de sus elementos más distin-
tivos, como ya mostró en su día el estudioso alemán Merkelbach.
Dentro de este apartado de documentación oficial figurarían también los
denominados bematistas o especie de topógrafos oficiales encargados de
medir las distancias entre los diferentes puntos por los que discurría la expe-
dición, cuyo nombre deriva del término griego bemata que designaba los
pasos mediante los que calibraban cada una de las etapas del viaje. Compu-
sieron una especie de diarios denominados Stathmoi (estaciones) en los que
además de las distancias registraban también diferentes tipos de informacio-
nes de índole geográfica, etnográfica o naturalista acerca de los territorios y
pueblos por los que atravesaba la campaña sin desdeñar a veces noticias de
carácter fabuloso o sensacionalista que tenían su origen en leyendas locales.
Conocemos tan solo cuatro nombres, los de Betón, Diogneto, Filónides y
Amintas, pero es más que probable que fueran muchos más los encargados
de realizar dicha tarea. Según Estrabón tenían la misión de describir las dife-
rentes regiones conquistadas para el propio Alejandro, quien de esta forma
disponía de una información privilegiada que no se hallaba al alcance de sus
demás acompañantes. Su testimonio, apreciable en buena medida por su
exactitud, ha dejado algunas huellas en la tradición literaria superviviente,
sobre todo en el mencionado Estrabón y en Plinio el Viejo, pero contamos
tan solo con escasos fragmentos para evaluar con justicia sus contribuciones
en este terreno.
Resta, por último, considerar la existencia de algunos otros documentos
de carácter oficial como registros detallados de algunas operaciones bélicas
o de los nombramientos oficiales producidos en el curso de la marcha. Esa
es la impresión que dejan algunas de las informaciones que aparecen en las
fuentes literarias como la mención concreta de quién comandaba un regi-
miento determinado o a quién competía la misión de dirigir algunas circuns-
cripciones territoriales en un momento dado. Esta clase de datos, que apare-
cen en todas las fuentes pero con particular atención en el relato de Arriano,
parecen apuntar claramente hacia la existencia de una documentación oficial
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 107
criterios utilizados para su elección nos resultan como mínimo un tanto sor-
prendentes. Arriano basa su confianza en el hecho de que ambos escribieron
después de la muerte de Alejandro y por tanto evitaron así la necesidad de
adularlo o no sintieron en sus pieles el temor de la coacción, y en la condi-
ción real de Tolomeo, que habría imposibilitado cualquier intento de falsifi-
cación dada la vergüenza que tal acción habría comportado para un rey.
A pesar de todos estos problemas, el estado actual de la investigación en
este campo propone la existencia de dos grandes líneas de conexión entre las
dos tradiciones, la primaria compuesta por los autores contemporáneos y la
secundaria que conforman aquellos otros que todavía podemos manejar en
la actualidad. Por una parte tendríamos la historia de Arriano que, a su mane-
ra, enlazaría directamente con las obras de Tolomeo y Aristóbulo y en un
grado menor con la de Nearco, si bien el propio Arriano declara haber aco-
gido también otra clase de noticias que denomina de forma genérica ta legó-
mena (aquello que se cuenta) incluyendo bajo esta cómoda y ambigua rúbri-
ca todas aquellas tradiciones que diferían de algún modo de sus fuentes prin-
cipales y que abarcaban desde otros autores hasta relatos orales procedentes
de las escuelas de retórica y filosofía contemporáneas, herederas en este
campo de sus antiguas predecesoras que siempre tuvieron el tema de Ale-
jandro como uno de sus ejes referenciales a la hora de componer ejercicios
para sus discípulos.
Por otra parte estaría la tradición que los autores modernos han denomi-
nada la Vulgata, cuya base sería la historia compuesta por Clitarco y de la
que derivarían, cada una a su manera, las obras de Diodoro, Curcio y Justi-
no. Las coincidencias entre ellos no son, sin embargo, absolutas y la apari-
ción de claras diferencias a la hora de referir determinados episodios o la
presencia de unos acontecimientos en uno de estos autores y su ausencia en
los demás dejan abierta la posibilidad de que cada uno de ellos consultara
también otras fuentes, produciéndose de este modo la imagen de unos rela-
tos esencialmente paralelos pero con divergencias particulares que demues-
tran la complejidad y el alto grado de contaminación existente entre ambas
líneas. Fuera de estas dos grandes familias deberíamos situar la biografía de
Plutarco, adscrita hasta no hace mucho también al grupo de la Vulgata, pero
a la que en la actualidad se considera una obra mucho más compleja en este
sentido por haber confluido en ella diferentes tradiciones.
Tales directrices fundamentales, aunque continúan resultando válidas en
sus líneas generales, se han visto progresivamente matizadas por sucesivos
estudios dedicados a examinar la compleja y sofisticada composición de
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 111
trata siempre de una historia escrita por los vencedores, macedonios o grie-
gos, que deja en silencio la visión de las cosas que tenían los indígenas, en
particular los persas, que sufrieron las consecuencias inmediatas y duraderas
de la conquista. Ciertamente las posibilidades desde esta perspectiva no son
muy esperanzadoras si tenemos en cuenta la ausencia de una historiografía
persa sensu strictu que dejaba en manos de las inscripciones conmemorati-
vas reales el registro parcial y triunfalista de las gestas realizadas por sus
monarcas. Sin embargo aun con tales deficiencias estructurales, esporádica-
mente sobresalen tímidamente hasta la superficie algunos testimonios del
«otro lado» que ilustran las cosas desde un ángulo bien diferente si bien sus
informaciones no constituyen hoy por hoy una aportación relevante que
pueda variar sustancialmente nuestra visión de la historia.
Entran de lleno en este capítulo las tablillas astronómicas babilonias que
datan del período aqueménida, entre los años 467 y 331 a. C. En ellas se
registraban día tras día las observaciones astronómicas pertinentes acompa-
ñadas a veces de otra clase de datos como las inclemencias meteorológicas,
la altura de las aguas del Éufrates o los precios de varios productos de pri-
mera necesidad y en alguna ocasión la mención de un acontecimiento nota-
ble que había tenido lugar en una determinada jornada. Sabemos así que
Darío III tenía por nombre Artasata y que adoptó el nombre dinástico de
Darío revelando su decidido propósito de dar continuidad a la línea real tras
los disturbios que precedieron su subida al trono. Otra de estas tablillas, que
hace referencia al pánico que cundió entre las tropas persas en los momen-
tos previos a una batalla librada contra Alejandro con anterioridad a su entra-
da en Babilonia, permite datar con exactitud la famosa batalla de Gaugame-
la el día 1 de Octubre del año 331 a. C. y proporciona informaciones adicio-
nales importantes que revelan que la entrada triunfal del monarca en la ciu-
dad, a la que aluden las fuentes grecorromanas, fue precedida de intensas
negociaciones entre las autoridades locales y el rey, justo después de la men-
cionada batalla. Dicho recibimiento fue posible, por tanto, como resultado
del establecimiento de una especie de contrato que aseguraba la inmunidad
de la población y que fue sellado por la participación de algunos de los hom-
bres fuertes de Alejandro en un sacrificio. Ofrece así una visión de las cosas
desde la perspectiva de los representantes de las elites locales y proporciona
un punto de vista diferente al que imperaba en la tradición literaria conser-
vada. Así mismo en otra de estas tablillas se menciona de manera escueta, en
una especie de mención cuasi notarial, tal y como la ha calificado Pierre
Briant, la muerte de Alejandro sobrevenida la noche del 10 al 11 de Junio del
114 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
323 a. C., datándola en el año primero del rey Filipo, en referencia clara a
Arrideo, el hermanastro de Alejandro.
También existe este tipo de documentación del lado egipcio, con docu-
mentos como la inscripción funeraria de carácter biográfico de un noble lla-
mado Semtoutefnakht, redactada en tiempos de Tolomeo I. En ella el perso-
naje en cuestión evoca la parte de su vida que transcurrió en los tiempos
anteriores a la conquista de Alejandro y en la época posterior a la misma.
Hace mención de una batalla librada contra los «griegos» y agradece al dios
haberle protegido contra la amenaza que tal invasión suponía para un indi-
viduo que figuraba en el bando persa en aquellos dramáticos momentos,
actuando quizá en funciones de médico. Quizá fue hecho prisionero y reci-
bió en sueños la buena nueva del dios que le anunciaba su retorno a Egipto.
Desgraciadamente no hay ninguna posibilidad de concretar más identifican-
do con precisión la batalla aludida. Otro documento de esta clase es la
denominada Estela del sátrapa, descubierta en 1870, que ha suscitado nume-
rosas discusiones. Datada en el año siete del joven rey Alejandro, hijo y
sucesor de Alejandro el Grande, evoca de manera desfavorable la domina-
ción aqueménida con elogiosas referencias hacia Tolomeo que era entonces
gobernador de Egipto, con motivo de la confirmación de una donación de
tierras al santuario de Buto, situado en el delta occidental del Nilo. La alu-
sión a una revuelta contra la dominación persa conducida por un faraón lla-
mado Khababash explicaría la relativa facilidad con que Alejandro pudo
avanzar hacia Egipto sin que la flota persa obstaculizara sus pasos en esta
dirección, pero los problemas de datación precisa que rodean la cuestión
impiden afirmar con absoluta confianza una suposición semejante.
Es también probable que podamos contar con algunos de los ecos deja-
dos por la propaganda persa contraria a Alejandro que se dejarían sentir en
un pasaje de la biografía de Plutarco en el que se hace referencia a la reacción
de los magos presentes en Éfeso en el momento de la destrucción del templo
de Ártemis por un incendio, poco tiempo antes de la expedición oriental. Su
interpretación en el sentido del advenimiento de una gran calamidad para el
imperio persa delata la pertenencia de tales apreciaciones a estos medios,
que vivían ya intensamente conmocionados por los graves acontecimientos
que habían rodeado la convulsa accesión al trono de Artajerjes III. El lamen-
table incidente fue luego así asociado, dos décadas más tarde, al imparable
avance macedonio contra el suelo del imperio iniciado con las batallas de
Gránico e Isos. Otro elemento de esta misma serie se hallaría contenido en
algunos de los versos supervivientes de los Oráculos Sibilinos que anuncia-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 115
Un balance final
Bibliografía complementaria
The Lost Histories of Alexander the Great, Chico, California, 1983, que
lleva a cabo un profundo análisis de la evidencia restante sobre los prin-
cipales historiadores con un interesante capítulo final que recoge todo el
conjunto de la tradición perdida, complementada su indispensable con-
sulta con la reseña correspondiente que del libro hizo E. Badian en Gno-
mon 33, (1961) págs. 660-667, y la de P. Pédech, Historiens compagnons
d´Alexandre, París, 1984, que concentra su atención sobre las figuras de
Calístenes, Onesícrito, Nearco, Tolomeo y Aristobulo, dejando de lado el
resto de la tradición primaria. Es importante la reciente valoración global
de G. Schepens, «Das Alexanderbild in der Historikerfragmenten» en
Politische Theorie und Praxis in Altertum, Darmstadt, 1998. Sobre la
condición literaria de estos autores, puede consultarse también el trabajo
de H. Montgomery, «The Greek Historians of Alexander as Literature»
en J. Carlsen (ed.), Alexander the Great: Reality and Myth, Roma 1993,
págs. 93-99. Los fragmentos atribuidos a dichos autores se encuentran
recogidos en el impresionante repertorio de F. Jacoby, Fragmente der
griechischen Historiker, volúmenes II B y II BD, Berlín, 1927, y ahora
con versión francesa acompañando al texto griego o latino original en
Historiens d´Alexandre, a cargo de J. Auberger, Les Belles Lettres, París,
2001, que ofrece además una breve pero ilustrativa introducción a cada
uno de los autores. Una traducción al inglés de todos los fragmentos se
encuentra en C. A. Robinson, The History of Alexander the Great, Provi-
dence 1953, reimpresa luego en Chicago, 1996. En general sobre la cues-
tión K. Meister, «Das Bild Alexanders des Grossen in der Historiographie
seiner Zeit», W. Dahlheim et alii (eds.), Festschrift Robert Werner, Kons-
tanz 1989, págs. 63-79.
• Sobre Calístenes contamos con el trabajo de M. Plezia, «Der Titel und der
Zweck von Kallisthenes´ Alexandergeschichte», Eos 60, (1972) págs.
263-28 y la monografía de L. Prandi, Calistene. Uno storico tra Aristo-
tele e i re macedoni, Milán, 1985; es igualmente interesante el trabajo de
A. M. Devine, «Alexander´s Propaganda Machine: Callisthenes as Ulti-
mate Source for Arrian, Anabasis 1-3» en I. Worthington (ed.) Ventures
into Greek History, Oxford 1994, págs. 89-102.
• Sobre Anaxímenes, R. Develin, «Anaximenes (FGrHist 72) F4», Histo-
ria 34, (1985) págs. 493-496.
• Sobre Tolomeo en particular contamos con la monografía de E. Korne-
mann, Die Alexandergeschichte des König Ptolemaios I von Aegypten,
Leipzig, 1935; además resultan útiles los trabajos de C. B. Welles, «The
118 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
le rey indio Poro; sobre este mismo tema puede consultarse también el
artículo de R. Lane Fox, «Text and Image: Alexander the Great, coins and
elephants», Bulletin of the Institute of Classical Studies 41, (1996) págs.
87-108. La obra general de introducción en este campo es la de A. R. Bel-
tinger, Essays on the Coinage of Alexander the Great, Nueva York 1963;
más recientes son los trabajos de A. N. Oikonomides, The Coins of Ale-
xander the Great. An Introduction Guide, Chicago, 1981, aunque la obra
fundamental en este terreno es la de M. J. Price, The Coinage in the Name
of Alexander the Great and Philip Arrhidaeus, vol. I, Zurich y Londres,
1991. Es igualmente importante la monografía de O. Morkholm, Early
Hellenistic Coinage: From the Accession of Alexander to the Peace of
Apamea (336-188 B. C.), Cambridge y Nueva York, 1991. Más reciente-
mente K. Dahmen, The Legend of Alexander the Great on Greek and
Roman Coins, Londres 2007.
• La contribución de la arqueología resulta la menos relevante hasta la
fecha. La polémica suscitada por el extraordinario descubrimiento de las
tumbas de Vergina prosigue con vigor en la actualidad a la hora de iden-
tificar las personas reales allí enterradas, tras ser rechazada la propuesta
de su descubridor, el griego M. Andronikos, que creía haber hallado la
tumba de Filipo II. La tendencia actual parece inclinarse más bien hacia
su hijo Arrideo, si bien no todos los indicadores encajan a la perfección
en esta nueva alternativa. Un útil estado de la cuestión en S. M. Burstein,
«The Tomb of Philip II and the Succession of Alexander the Great» en
Echos du monde classique/Classical Views 26, (1982) págs. 141-163,
reimpreso después en J. Roisman (ed.), Alexander the Great: Ancient and
Modern Perspectives, Lexington, Mass., 1995, págs. 40-51.
• Una polémica similar envuelve la tumba del propio Alejandro con el
agravante añadido de que esta aun no ha sido encontrada a pesar de las
variadas y a veces curiosas propuestas al respecto. Un valoración de con-
junto en la obra de A. Adriani, La tomba di Alessandro: Realità, ipotesi,
fantasie, Roma, 2000. Más variopinta resulta la hipótesis planteada en la
obra de A. Chugg, The Lost Tomb of Alexander the Great, Londres 2004,
que cree ubicarla en San Marcos de Venecia.
• También resulta problemática la excavación o identificación de las ciu-
dades fundadas por Alejandro, un buen examen de la evidencia al res-
pecto se encuentra en la obra de P. M. Fraser, Cities of Alexander the
Great, Oxford, 1996.
LOS HITOS DE LA LEYENDA
sucedió a Onesícrito, quisieron dar carta de ley a ideas y aventuras que nunca
acontecieron en la realidad, con la posibilidad de dar rienda suelta a sus más
extravagantes fantasías filosóficas e incorporar los episodios más fabulosos
y extravagantes. Algunas anécdotas reflejan de forma significativa el nivel
de distorsión que podían alcanzar algunas de estas narraciones. Se cuenta
así, que Lisímaco, uno de los generales de Alejandro que había participado
en la expedición, reaccionó airadamente ante el relato de Onesícrito cuando
describía el encuentro con la reina de las amazonas, preguntando dónde se
encontraba él en aquellos momentos dado que no había contemplado tal
evento.
La inmensa popularidad del personaje de Alejandro traspasó las fron-
teras de la propaganda y de los intereses dinásticos, un asunto que se diri-
mía sobre todo en el interior de las cancillerías de los nuevos reinos hele-
nísticos, para convertirse en materia de literatura popular y de folclore, tal
y como demuestra el surgimiento de la leyenda que derivó en la creación
de la denominada Novela de Alejandro, algunos de cuyos principales ele-
mentos constitutivos poseen claramente este origen. Sin embargo los
principales elementos de esta tradición legendaria no se limitan a este par-
ticular relato sino que han quedado incorporados en buena medida dentro
de la tradición literaria que se ha conservado hasta nosotros. Sus huellas
se detectan por doquier, incluso en la historia del aparentemente escrupu-
loso Arriano, que hasta no hace mucho era considerado el soporte más
firme para la reconstrucción histórica de Alejandro por la credibilidad que
se concedía a sus supuestamente fiables fuentes de información, Tolomeo
y Aristóbulo, dos de los participantes protagonistas en la expedición
oriental. Sin embargo, a lo largo de su relato aparecen una serie de histo-
rias, confinadas en principio al apartado de lo que el autor denomina legó-
mena, es decir, noticias trasmitidas por vías diferentes a las de sus fuen-
tes principales, que incorporan claramente este tipo de materiales, bien
porque consideraba que eran dignos de figurar en su historia o porque su
abrumadora presencia en el resto de la tradición hacía inviable que no fue-
ran mencionados en su relato, aunque solo fuera para reflejar su escepti-
cismo al respecto.
Algo similar ha sucedido con el resto de los testimonios conservados a
pesar de las limitaciones que condicionaban sus obras. Plutarco se había pro-
puesto componer una biografía no completa de Alejandro en la que en prin-
cipio solo tendrían cabida aquellos episodios que revelaran mejor los rasgos
distintivos del carácter de su héroe. Diodoro y Justino escribieron sobre Ale-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 129
jandro dentro de una historia universal de la que constituía tan solo un sim-
ple capítulo, por importante y destacado que fuera. Sin embargo, es en el
texto de la Novela de Alejandro donde estos elementos de carácter legenda-
rio y fabuloso aparecen con mayor profusión, llegando a alcanzar incluso
una cierta autonomía desde el punto de vista narrativo que los convierte en
piezas de ficción independientes que tuvieron su propio desarrollo y circula-
ron de este modo al servicio del mero entretenimiento y de la fantasía más
descabellada.
Determinar el nivel de artificio que contienen las noticias trasmitidas
sobre la vida y la carrera de Alejandro no resulta una tarea fácil. Es com-
plicado calibrar hasta qué punto los hechos reales que constituyeron la
indispensable materia prima de la historia fueron objeto de elaboración
literaria, hasta el punto de resultar prácticamente irreconocibles para quie-
nes los hubieran presenciado o hubieran sido sus protagonistas directos.
Los relatos de los historiadores antiguos no pretendían reflejar de la
manera más objetiva posible, como si se tratara de un acta notarial, lo que
había acontecido en la realidad. La historia era concebida como un géne-
ro narrativo más, lejos de los escrúpulos puristas de la moderna discipli-
na académica, que buscaba sobre todo conseguir efectos dramáticos, evo-
car ecos de episodios reconocibles de la tradición anterior suficientemen-
te conocidos, establecer paralelismos buscados a propósito con el fin de
crear contrastes significativos entre personajes o episodios, poner de
relieve evocaciones míticas que remitían al escenario heroico, y habilitar
variaciones sobre diferentes temas ya codificados dentro del imaginario
colectivo a la manera de los compositores musicales que recrean una
determinada melodía básica. Ponía en juego, en suma, toda una lógica
narrativa particular que era casi completamente independiente del discur-
so real, por lo general mucho más esquivo, prosaico y espeso, mediante la
que explicaba satisfactoriamente al lector la dinámica de los aconteci-
mientos y su razón de ser, al tiempo que aprovechaba también la ocasión
para justificar moralmente, en positivo o en negativo, la conducta de los
personajes. Se trataba de crear un universo ficticio mucho mejor contro-
lado que el brusco e imprevisible proceso de los sucesos reales cuyas
ramificaciones no siempre terminan de explicarse de forma convincente,
un poco a la manera de las modernas novelas en las que los destinos de
los protagonistas y el desarrollo de la trama se hallan en poder del autor
y la realidad se convierte en un mero referente que sirve solo para dar cre-
dibilidad a la historia.
130 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Un nacimiento excepcional
La educación de un héroe
del imperio romano, solían enseñarse los asientos de piedra y los parajes por
los que el maestro había paseado a la sombra junto con sus discípulos. Las
suposiciones acerca de tan prometedora relación figuran casi exclusivamen-
te en la biografía de Plutarco, que lista las materias sobre las que debió ver-
sar la educación del joven príncipe sin que parezca poseer plena certeza
sobre el tema, ya que se limita a expresar lo que tan solo era su opinión per-
sonal sobre el asunto (eoike «da la impresión» dice el texto griego). La rea-
lidad es que contamos con relativamente pocas anécdotas que se hagan eco
de dichas relaciones, pues ni siquiera la Novela de Alejandro se muestra
generosa en este aspecto al incluir tan solo como muestra la ingeniosa res-
puesta dada por Alejandro al maestro cuando preguntaba a sus discípulos
qué regalo le harían cuando llegaran a convertirse en reyes. A diferencia de
sus condiscípulos, que prometían a Aristóteles toda clase de privilegios, Ale-
jandro se limitó a demorar la contestación para cuando llegara el momento
oportuno, dada la imposibilidad de asegurar nada acerca del día de mañana.
El filósofo correspondió a tan sabia observación augurando el gran futuro
que le aguardaba como rey a quien era capaz de demostrar un grado seme-
jante de sabiduría práctica.
La conjura de Aristóteles
La primacía en el combate
quienes habitaban al otro lado de ellas. Alejandro aparece ante nuestros ojos
superando sucesivamente todos estos obstáculos mediante sus incansables
marchas nocturnas, su sorprendente velocidad, su incesante actividad, que
no frenaban las inclemencias meteorológicas ni la inoportunidad de la esta-
ción, y la colaboración ocasional, improvisada o forzada, de los guías loca-
les. Con estas acciones provocaba el efecto sorpresa en sus enemigos al
hacer su aparición en el lugar y el momento más inesperados. Toda esta
cadena aparentemente interminable de demostraciones de audacia pudo
haber tenido un fiel reflejo en la realidad cotidiana de la campaña y segura-
mente así fue en numerosas ocasiones, pero la principal finalidad de su rei-
teración narrativa era la exaltación heroica de su protagonista ya que tales
demostraciones de riesgo no quedan siempre plenamente justificadas por
una necesidad imperiosa de carácter estratégico. La estricta secuencia de los
acontecimientos históricos, a veces no demasiado brillante, quedaba así una
vez más supeditada a las exigencias más elevadas de los modelos literarios
en juego.
Hay que tener también en cuenta que en las decisiones de Alejandro inter-
vinieron a menudo otro tipo de motivaciones mucho menos pragmáticas que
las que demandaba estrictamente el curso de la expedición, lo que nos remi-
te de nuevo al referente épico que codificaba la conducta de Alejandro y sus-
citaba una serie de resortes en su comportamiento que no resultan mesura-
bles desde la perspectiva fría y racional de la pura estrategia militar. De
hecho en más de una ocasión se resalta de manera expresa el carácter difi-
cultoso e infranqueable de los obstáculos que había que superar y su elec-
ción por Alejandro a sabiendas de tales condiciones, a pesar de la existencia
de otras alternativas mucho más viables desde el punto de vista logístico y
menos traumáticas en el aspecto personal. Así, en el caso de las puertas cili-
cias, que conducían desde el sur de Asia Menor a las llanuras del norte de
Siria, existía al parecer otro paso de más fácil acceso, que fue de hecho el
que utilizó Darío, y que Alejandro simplemente desconocía o no consideró
oportuno utilizar. De la misma forma, cuando emprendió la persecución de
los asesinos de Darío, se nos dice que existía una alternativa menos compli-
cada, pero Alejandro optó por la más corta a pesar de las notorias dificulta-
des que comportaba, ya que se trataba de un desierto sin agua, al igual que
hizo luego en el territorio de los tapurios. Alejandro había proclamado su
deseo de no dejar en su camino lugar alguno que resultara inaccesible o inex-
pugnable, una idea que llegó a impactar en el espíritu de sus rivales si toma-
mos en consideración las palabras con las que el noble bactrio Oxiartes acon-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 149
cles había sido capaz de tomar la plaza, intimidado por grandes temblores
de tierra y otros signos enviados por Zeus que le hicieron desistir del inten-
to. Probablemente se trataba de una leyenda local según la cual el dios
Indra, una de las divinidades indias identificadas por los griegos con Hera-
cles, habría luchado contra Vritra Aurnavabha, que podría corresponder a
grandes rasgos con el término que encontramos en nuestros testimonios
trascrito unas veces Aornos y otras Aornis, un demonio que retenía las
aguas del Indo y que, tras varios intentos infructuosos, el dios habría con-
seguido liberar finalmente tras la muerte del mencionado demonio. Tras
conocer la leyenda, Alejandro experimentó un súbito deseo de conquistar la
montaña movido por el relato del fracaso de Heracles. Sin embargo, el pro-
pio Arriano deja patentemente claro en su narración de los hechos la jerar-
quía de los motivos que impulsaron a Alejandro a atacar la plaza. La pri-
mera razón había sido las excelentes condiciones logísticas que presentaba
el lugar, una enorme roca aislada por un profundo barranco con un solo
camino de acceso y en la que abundaba el agua, la madera y la tierra fértil.
Solo en segunda instancia se menciona la motivación de carácter heroico
impulsada por la leyenda, sobre la que el propio Arriano se muestra bastan-
te escéptico, alegando que se trataba posiblemente de un intento de ensal-
zar las empresas humanas al exagerar las dificultades con la significativa
mención del fracaso del héroe griego. Sin embargo, la fuerza de la leyenda
era tal que el mismo Arriano vuelve a mencionar la circunstancia del fraca-
so de Heracles cuando Alejandro consiguió tomar finalmente la fortaleza al
final del episodio, a modo de brillante epifonema que culmina la extraordi-
naria hazaña realizada por el monarca.
La motivación del póthos, que parece exclusiva de Arriano frente al resto
de la tradición literaria, si bien aparece también en los relatos de Curcio y
Justino aunque con una significación algo diferente, encubre en ocasiones su
deseo de alcanzar lo inalcanzable, superando todas las barreras humanas
para penetrar casi directamente en el ámbito puramente divino. Esta idea es
la que parece que subyace en sus deseos de superar las expediciones de Dio-
niso a la India, en su imparable afán de conquista más allá del Hífasis mien-
tras quedasen pueblos sin someter, o en su curiosidad por hallar los límites
efectivos de la tierra, comprobando en el Océano por el sur y en el mar Cas-
pio por el norte la posible existencia de otras tierras que en caso de existir
pudieran convertirse en objetivo futuro de sus conquistas, o de no ser así
demostraran que todo el mundo conocido y por conocer se encontraba some-
tido ya bajo su dominio.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 151
de aminorar los efectos de la sumisión efectiva más que una generosa con-
cesión motu proprio a la vista de la nobleza del monarca macedonio, que
estaba dispuesto finalmente a no aceptar ningún nuevo rehén. La historia,
que culmina con la visita de Alejandro al lugar donde los indígenas cele-
braban las fiestas en recuerdo y honor de Dioniso y la celebración de una
verdadera bacanal, presenta todo el aspecto de una elaboración ad hoc de
un episodio más, probablemente mucho más trivial, de la campaña en el que
los habitantes del lugar buscaron sacar partido de algunas de las singulari-
dades de su topografía y de sus recursos botánicos, sabedores de la impor-
tancia que las historias relacionadas con este escenario podían tener en la
mentalidad de los invasores o en la idiosincrasia tan particular de su coman-
dante supremo.
El propio Arriano muestra sus reservas acerca de los antecedentes dio-
nisiacos del lugar señalando que no conviene ser demasiado escrupuloso
en esta clase de relatos sobre los dioses. Sin embargo desea también mar-
car distancias con quienes mucho más críticos, como Eratóstenes, atribuí-
an toda esta clase de relatos a la pura invención de los macedonios con el
fin de adular a Alejandro, mencionando a modo de ejemplos la identifica-
ción de una cueva de la región de Paropamisada con la caverna del Cáuca-
so donde era torturado Prometeo por un águila que devoraba sus vísceras
hasta que Heracles acudió a liberarlo de este terrible suplicio, o el recono-
cimiento de la presencia de Heracles en la India a causa de la marca de una
maza, signo distintivo del héroe, que presentaban unas vacas de la región.
De hecho el relato de Curcio al respecto ofrece una imagen mucho menos
idílica de las cosas, ya que solo después del asedio de la ciudad y de la ren-
dición final de sus habitantes estos decidieron utilizar en su favor la histo-
ria de sus míticos orígenes con la finalidad de propiciarse la benevolencia
del vencedor y conseguir un trato más moderado. La bacanal subsiguiente
de las tropas macedonias por los bosques y montañas de los alrededores
aparece también descrita en unos términos que parece el resultado eufóri-
co y festivo de un fácil triunfo en medio de un paraje espectacular, que
podría haber despertado o no ciertas resonancias cultuales en los partici-
pantes, más que una celebración de carácter estrictamente dionisiaco. El
terror que despertaban los macedonios con sus aullidos de bacantes es pre-
cisamente la razón que aporta Curcio para justificar la inactividad de los
enemigos que no se decidieron a aprovechar el estado de ebriedad y rela-
jación en que se hallaban entonces inmersos los recientes conquistadores
de su ciudad.
158 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Encuentros imposibles
nios con que contamos, si bien algunos de ellos destacan su abierta incredu-
lidad acerca de este tipo de historias. Así Plutarco señala que la mayoría de
los autores, entre los que se menciona a Aristóbulo, Cares y Tolomeo, lo con-
sideraban una pura invención, mientras que otros como Onesícrito y Clitar-
co incluían sin reparos el episodio en sus respectivos relatos. No es difícil
adivinar la posible realidad que se esconde debajo de la leyenda, destinada a
resaltar de manera efectiva que Alejandro había alcanzado los confines del
orbe encontrando a un pueblo mítico como las Amazonas que habitaba en
sus proximidades, continuando así la línea de sus ilustres antepasados como
Aquiles y Heracles, que ya habían combatido contra ellas, y estableciendo
una tentadora relación amorosa entre el conquistador más grande con la que
se suponía que era la más guerrera y poderosa de las mujeres. Así lo sugie-
ren algunos autores, que tratan de buscar soluciones más racionales al tema.
Plutarco supone que se habría tratado de un contingente de mujeres a caba-
llo, procedentes de algún pueblo bárbaro de la región que habían sido ofre-
cidas al rey por el sátrapa de Media, Atrópates. Arriano se inclina, en cam-
bio, en su interpretación por la entrega en matrimonio de la hija de un rey
escita sobre la que el propio Alejandro habría informado en una carta a Antí-
patro sin mencionar para nada a las célebres amazonas.
La diversidad de las localizaciones para el encuentro, bien la región de
Hircania a orillas del Caspio o más allá del río Yaxartes, indica claramente
su carácter ficticio, si bien debemos tener en cuenta que el rechazo de los
autores antiguos del famoso encuentro entre Alejandro y la reina de las ama-
zonas no comportaba la negación absoluta de su existencia en un momento
dado de la historia, ya que la visión histórica de los griegos no establecía una
diferencia nítida entre el tiempo del mito y el de la historia propiamente
dicha. Arriano, de hecho, se manifiesta claramente en este sentido cuando
alega que dicho pueblo había dejado hacía ya tiempo de existir dado que un
autor del crédito de Jenofonte, que había recorrido aquellas regiones donde
se suponía que habitaban, no las mencionaba entre los pueblos de la zona.
Sin embargo, concede plena credibilidad a sus combates contra héroes como
Heracles o Teseo, para cuyas hazañas en este terreno existían, en cambio,
testimonios inapelables. Esa era también la actitud de Plutarco que escribe
largamente acerca de ellas en su Vida de Teseo.
En la lista de encuentros imposibles que jalonan la leyenda de Alejandro
figura también su entrevista en Corinto con el filósofo Diógenes, que apare-
ce particularmente descrita por Plutarco. Aparece mencionada en cuatro
lugares distintos de su extensa obra y, en general, se trata de un episodio tan
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 163
popular que contamos nada menos que con otras veintidós referencias en
diferentes autores. La historia se convirtió casi en un lugar común que refle-
jaba a la perfección el agudo contraste existente entre la desmedida ambición
del poder y las modestas pretensiones del sabio, que a instancias de las pre-
guntas de Alejandro para que le hiciera saber sus necesidades se limitó a con-
testarle que se apartara un poco ya que le estaba quitando el sol. Otro ele-
mento de contraste es el vivo interés manifestado por Alejandro en visitar al
filósofo y la completa indiferencia de este último que no se había molestado
siquiera en acudir a su presencia cuando supo que se hallaba en la ciudad. El
encuentro constituye una clara invención destinada a resaltar este tipo de
contrastes ya que presenta a un Alejandro anacrónicamente poderoso, tenien-
do en cuenta que el supuesto contacto con el filósofo cínico se habría pro-
ducido en las primeras etapas de su carrera, cuando todavía no había
emprendido la triunfante expedición oriental. La famosa expresión atribuida
a Alejandro de que «si no fuera Alejandro, sería Diógenes» revelaría la pro-
funda admiración del monarca por la filosofía que algunos autores antiguos
le atribuían, convirtiendo su carrera en la de un filósofo en armas dadas las
elevadas misiones que debía cumplir, tal y como pone de manifiesto Plutar-
co en su célebre tratado Sobre la fortuna o virtud de Alejandro.
Dentro de esta misma línea que expresa la confrontación entre las ambi-
ciones del poder y la templanza de la sabiduría figura también el famoso
encuentro de Alejandro con los sabios de la India, a los que los griegos cali-
ficaban como gimnosofistas o «sabios desnudos». Con esta denominación
designaban a una clase de ascetas que confundían frecuentemente con los
brahmanes, quienes actuaban como consejeros de los monarcas locales y
encabezaron algunas sangrientas rebeliones contra la invasión macedonia. El
encuentro habría tenido supuestamente lugar en la ciudad india de Taxila
donde Alejandro habría entrado en contacto con las figuras de Dándamis y
Cálano. El primero de ellos, de quien los demás se confesaban discípulos, se
negó a acompañar a Alejandro a pesar de su empeño en este sentido, expre-
sando con ligeras variaciones los mismos principios que Diógenes, ya que
afirmaba no tener envidia de nada que Alejandro pudiera ofrecerle y que se
contentaba con vivir hasta su muerte sobre la tierra que le daba sus frutos en
cada estación. El segundo, en cambio, se dejó seducir por la invitación de
Alejandro y le acompañó en su expedición hasta que tras sufrir una enfer-
medad incurable decidió poner fin a sus días inmolándose solemnemente en
una pira levantada para la ocasión. El relato de este encuentro fue probable-
mente elaborado por Onesícrito, que había sido enviado al parecer por el
164 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
hijos de Candace, ya que la esposa de uno de ellos era la hija del rey Poro, a
quien se supone que el conquistador macedonio había dado muerte anterior-
mente. El afán protector, casi maternal, de la reina, que declara que le hubie-
ra gustado que Alejandro hubiera sido su hijo, pues habría conseguido domi-
nar el mundo por su mediación, constituye también un eco evidente de las
elevadas pretensiones de su verdadera madre, Olimpíade, que vio frustrados
todos sus planes con la prematura muerte del rey.
Dentro de la espiral de fantasía y ficción que conforma la Novela, Ale-
jandro se encuentra después con el faraón Seconsosis en el interior de un
recinto donde moraban los dioses. El lugar se hallaba situado en el camino
hacia el reino de Candace y allí tuvo la oportunidad de contemplar un espec-
táculo fantasmagórico entre el resplandor del fuego que sobrecogió profun-
damente su espíritu. El faraón, que emerge de entre una serie de figuras
humanas yacentes responde con sabiduría a la angustiada pregunta de Ale-
jandro acerca del momento preciso de su muerte, resalta la oportunidad de
su ignorancia a este respecto y pone de relieve la inmortalidad que habría de
conferirle la ciudad de Alejandría que había fundado. La historia es un
doblete de un episodio anterior narrado con motivo de su presencia en Egip-
to tras la fundación de Alejandría en otras recensiones de la Novela.
Sin tanto aparato pero con no menor efecto dramático aparece también en
la Novela el encuentro imposible entre Alejandro y Darío, poniendo así fren-
te a frente a los dos grandes rivales por la supremacía que en la realidad solo
pudieron verse las caras a distancia durante el curso de las dos grandes bata-
llas de Isos y Gaugamela, una imagen que resume a la perfección el famoso
mosaico de Pompeya que contrapone simbólicamente a ambos personajes
con actitudes bien diferentes propios de la catadura moral y heroica de uno
y otro contendiente. La Novela, en cambio, decididamente en pro de la fic-
ción, apuesta por explotar todas las potencialidades dramáticas y efectistas a
que tal encuentro habría podido dar lugar de haberse producido en vida. Pri-
mero hace presentarse a Alejandro dentro de la propia corte persa, disfraza-
do de mensajero del rey macedonio y le urge a presentar batalla sin renegar
de sus obligaciones, hasta que, descubierto por uno de sus generales que lo
conocía, se ve obligado a escapar de inmediato aprovechando el estado de
embriaguez de los presentes. Después con motivo de su asesinato a manos
de sátrapas traidores, Alejandro encuentra todavía con vida a Darío, a dife-
rencia de lo que testimonia el resto de la tradición, y tiene así la oportunidad
de escuchar de sus propios labios la doctrina típicamente griega de la mode-
ración en el uso del poder y los bruscos cambios de una caprichosa fortuna
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 167
además de recibir las oportunas bendiciones por parte del monarca mori-
bundo que le consagra como legítimo heredero de su reino. La escena final
del episodio, con un Darío ya exangüe expirando abrazado al cuello de Ale-
jandro y los posteriores gritos de dolor del vencedor conmovido por el suce-
so constituyen una escena de un patetismo tal que un narrador habilidoso y
sin escrúpulos históricos no podía dejar de aprovechar. El encuentro entre los
dos monarcas en esta hora fatal se convirtió después en la tradición persa
posterior en una escena característica que aparece descrita en el Libro de los
reyes del poeta del siglo XI Firdausi y es representada habitualmente en los
hermosos manuscritos iluminados de dicha obra.
como sucedió en los casos de Mileto y Masaga según nos informa el propio
Arriano, o por circustancias naturales como la arribada de la noche en el ase-
dio de Halicarnaso que impidió culminar el asalto final a la ciudad. El trata-
miento especial del cadáver de Darío o el generoso comportamiento con
Poro obedecía también a intereses políticos, relacionados en el primer caso
con su propaganda de legitimación a la sucesión de los aqueménidas, y en el
segundo a intereses estratégicos para facilitar su dominio de la zona mante-
niendo en el poder a un monarca enemigo de sus primeros aliados indios,
evitando de esta forma la coalición de voluntades en su contra.
Relacionadas con este rasgo ideal de su carácter aparecen también otras
cualidades como su magnanimidad con los culpables de rebelión o traición,
su valoración de la lealtad y su escrupuloso sentido de la justicia. Los ejem-
plos son abundantes. Depuso su ira contra los políticos atenienses que habí-
an alentado a la rebelión contra Macedonia y perdonó las traiciones de indi-
viduos como Hárpalo, el que era tesorero real, y Musicano, el monarca indio
rebelde. Se mostró comprensivo con los habitantes de la ciudad de Celía en
Asia Menor, que habían sido obligados por la fuerza a militar en el bando
persa, y por la misma causa se mostró igualmente indulgente con los reyes
de Chipre y Fenicia. Dio ejemplo de tolerancia al perdonar a los embajado-
res tebanos que se habían pasado a Darío antes de la batalla de Isos, pues
comprendía su desesperada situación tras haber sido arrasada su ciudad.
También hizo gala de clemencia con los mercenarios griegos que habían
combatido del lado persa siempre que sus ciudades no hubieran formado
parte de la Liga de Corinto, como era el caso de Sínope en Asia Menor. Sin
embargo, como siempre, tales comportamientos ideales dejan entrever la
aparición en escena de otras motivaciones como la necesidad de granjearse
partidarios cuando todavía la campaña no había hecho más que comenzar y
las tropas persas conservaban intacto buena parte de su potencial en la zona
de Asia Menor y el Egeo, o se pasan por alto notorias excepciones como la
del ateniense Caridemo, que no fue perdonado y hubo de exiliarse junto a los
persas, o se omiten razones de carácter personal como su antigua vinculación
con Hárpalo, que se había educado junto al rey.
Alejandro sabía premiar adecuadamente la lealtad demostrada hacia su
persona, como en el caso de Alejandro de Lincéstide, cuya decisiva inter-
vención a su lado en los difíciles momentos de la sucesión al trono pesó más
que las acusaciones de traición existentes en su contra. Los sátrapas persas
que se mostraron propicios a la colaboración y le hicieron entrega de sus
dominios recibieron luego las recompensas oportunas, como fue el caso de
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 169
Mitrenes, que había puesto en sus manos la ciudadela de Sardes y fue luego
nombrado sátrapa de Armenia, o el de Aminapes, que hizo lo mismo con
Egipto y recibió el mando de la satrapía de Partia e Hircania. Premió tam-
bién la adhesión del rey de los agrianes, Lángaro, a quien ofreció en matri-
monio una de sus hermanas, y la de aquellos de sus compañeros que fueron
exiliados por Filipo por su colaboración en el asunto de Pixodaro. También
Peucestas, que había mostrado un valeroso comportamiento en el asalto a la
ciudad de los malios recibió la merecida recompensa con su nombramiento
como sátrapa de Pérside. Como siempre, tales demostraciones de generosi-
dad estaban condicionadas también por las circustancias, la mayor o menor
intensidad de los afectos personales en juego y las necesidades estratégicas
de la campaña. Así en el perdón hacia Alejandro de Lincéstide debió mediar
oportunamente la intervención de su suegro Antípatro, uno de los pilares del
nuevo régimen, y en el nombramiento de Peucestas debieron influir también
notablemente sus particulares cualidades para el puesto ya que dominaba el
persa y se había adaptado bien a las costumbres del país.
Su particular inclinación hacia la justicia aparece también reflejada en
algunos ejemplos como su actuación en Éfeso donde impidió que se lleva-
sen a cabo ejecuciones injustas como venganza contra quienes habían deten-
tado el poder antes de su entrada en la ciudad, su posición de árbitro de las
disputas internas en Malos o los severos castigos impuestos contra sátrapas
y gobernantes macedonios que se habían comportado de manera injusta en
sus dominios mientras Alejandro se hallaba en la India. Según nos indica
Arriano, «Alejandro nunca consintió que en sus dominios sus súbditos fue-
ran objeto de malos tratos de parte de sus gobernantes». Esta cualidad se
había convertido incluso en un argumento de sus partidarios para incitar a
sus rivales a la rendición con la promesa de recibir un trato justo por parte
del vencedor, como hizo Oxiartes con Corienes en su intento por persuadir a
su antiguo colaborador para que aceptase las condiciones de rendición. Den-
tro de este esquema encaja perfectamente la noticia trasmitida por Arriano
acerca del trato favorable que Alejandro dispensó a los denominados «bene-
factores», el pueblo de los ariaspas, porque respetaban la justicia como el
que más de los pueblos griegos.
Destaca también en este terreno la conmovedora historia de Timoclea,
descrita por Plutarco de manera detallada en su tratado Virtudes de mujeres.
Era hermana de uno de los generales tebanos que habían perecido en Que-
ronea y cuando la ciudad cayó en poder de Alejandro hubo de soportar toda
clase de atropellos y humillaciones a manos de un macedonio que estaba al
170 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
mando de una tropa de tracios. Para vengar sus afrentas urdió la siguiente
treta. Convenció con engaños al individuo en cuestión de que todas sus per-
tenencias se hallaban escondidas en un pozo y después, una vez que consi-
guió de este modo que aquel descendiera hasta el fondo en busca del pro-
metido tesoro lo dejó allí mortalmente atrapado por las piedras que Timoclea
y sus sirvientes le arrojaron desde arriba. Conducida ante Alejandro e inte-
rrogada al respecto, la mujer demostró el coraje necesario para defender su
acción remitiéndose a las hazañas realizadas por su hermano. El rey quedó
profundamente impresionado por su valor y la dejó en libertad después de
ordenar a sus oficiales que se guardaran de cometer tropelías como aquella.
El carácter decididamente ejemplar de la historia parece evidente en las dos
direcciones, la de resaltar por un lado el coraje femenino de Timoclea y por
otro el sentido de la justicia de Alejandro, que fue capaz de reconocer la
nobleza de la mujer y las razones que motivaron su comportamiento. El
hecho adicional de que el ofensor de Timoclea se llamara también Alejandro
contribuyó también seguramente a resaltar el contraste entre las maneras de
proceder de ambos personajes.
La imagen caballeresca de Alejandro que tanto desarrollo alcanzará en la
Edad Media aparece ya diseñada en la tradición literaria antigua que resalta
el comportamiento siempre mesurado de Alejandro en todas estas situaciones.
A la ya bien conocida actitud de absoluto respeto que demostró en todo
momento hacia la mujer y las hijas de Darío, resaltada de forma insistente en
casi todos los testimonios disponibles, hay que añadir la forma semejante de
proceder que exhibió en el caso de Roxana, a quien no quiso forzar para cum-
plir sus deseos, a pesar de que había quedado prendado de ella y era entonces
su cautiva como se encarga de destacar de forma expresa Arriano, que apro-
vecha la ocasión para alabar dicho comportamiento relacionándolo precisa-
mente con el que otorgó a la mujer de Darío. Sin embargo el hecho de que el
resto de los testimonios coincidan en señalar que Alejandro fijó su atención
en Roxana a raíz de la aparición de la joven participando en una danza en el
curso de un banquete, deja claro que teniendo en cuenta que había sido cap-
turada en la Roca de los Sogdianos en el verano del 328 a.C., había perma-
necido en su poder como cautiva entre el resto de los prisioneros sin que el
rey se percatara de su presencia hasta el momento de dicha celebración, que
al parecer tuvo lugar durante la primavera del año siguiente. La imagen
romántica que nos trasmiten las fuentes choca con las necesidades de carác-
ter estratégico que impulsaron a Alejandro a contraer matrimonio, dado el sig-
nificado concreto que dicha ceremonia tenía para los macedonios como
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 171
Otro acto de esta clase que parece motivado por intenciones ajenas a la
piedad religiosa es su pretensión de realizar un sacrificio en honor de Hera-
cles en la ciudad de Tiro, cuya divinidad local era identificada por los griegos
con el héroe heleno. La rotunda negativa de sus habitantes provocaría el largo
y penoso asedio de la ciudad que se prolongaría casi siete meses. Aunque en
principio parece solo una excusa para que se le franqueara la entrada en la
plaza, lo cierto es que Alejandro debió llegar a Tiro en el momento en que se
estaba celebrando el festival en honor del dios, según afirma Curcio, un acon-
tecimiento además que desde el punto de vista cronológico parece coincidir
con la fecha asignada al asedio, por lo que no cabe descartar de entrada que
las intenciones de Alejandro fueran sinceras en este sentido. Se trataba ade-
más de uno de sus reconocidos antepasados cuyas acciones deseaba emular y
que al igual que Zeus y Atenea ocupó un lugar de privilegio entre las divini-
dades a las que el rey tributó repetidos honores a lo largo de toda la campa-
ña. Puso a uno de sus dos hijos, el único que tuvo en vida con Barsine, el
nombre del héroe y denominó también de esta forma, Heraclea, a algunas de
las nuevas fundaciones establecidas durante su difícil campaña en Bactria y
Sogdiana. Según la tradición erigió en su honor altares conmemorativos del
límite alcanzado por su expedición, tanto hacia el norte en el río Yaxartes,
como hacia el este, en el Hífasis. Los propios tirios, sin embargo, interpreta-
ron las cosas en una dirección bien distinta, contemplando la entrada de las
tropas de Alejandro en el interior de la ciudad como el reconocimiento formal
de su condición de vasallos del nuevo dominador.
nos de sus últimos actos que demostraban este tipo de veleidades diviniza-
doras, resultó sin duda alguna determinante en la formación de las ideas del
joven príncipe. El mundo homérico plasmado en la Ilíada, con toda su ele-
vada escala de ideales guerreros y su propensión decidida hacia la consecu-
ción de la gloria inmortal, constituyó el material principal de su educación y
seguramente acentuó en el joven una vocación irrenunciable en esta direc-
ción, no menos sostenible en aquel entonces que la moderna inclinación de
muchas personas hacia una carrera u oficio determinado alentada ya desde
su más temprana edad por secundar el ejemplo paterno o dejándose arrastrar
por la influencia sufrida en un contexto favorable por algunos ídolos mediá-
ticos. La labor de sus tutores en este campo debe ser también tenida en cuen-
ta, incluido el mismísimo Aristóteles, que debió estimular el ethos heroico
con su constante apelación a la areté (la excelencia o capacidad de ser el
mejor), tal y como ha reconocido Fredricksmeyer.
Muchos de los actos simbólicos realizados a lo largo de su campaña se
explican desde esta perspectiva. Su sacrificio en honor del héroe Protesilao,
el primero de los griegos invasores de Troya que cayó en suelo asiático, en
el Quersoneso tracio, tenía como principal objetivo conseguir un destino
bien diferente para la aventura que ahora comenzaba. Desembarcó en lo que
pasaba por ser el antiguo «puerto de los aqueos» del que se habla en la Ilía-
da y desde allí se dirigió hasta los restos de la antigua Troya donde realizó
un sacrificio en honor del viejo monarca troyano Príamo, justo en el altar de
Zeus el de los recintos, el lugar donde el salvaje hijo de Aquiles había dado
muerte al anciano sin preocuparse por la sacralidad del recinto. Quizá desea-
ba apaciguar así los airados manes del difunto o bien rendía simplemente
homenaje a quien consideraba en alguna medida también como su antecesor,
por línea materna a través de la unión de Neoptólemo con Andrómaca, la que
fuera en su día la esposa de Héctor, el hijo del rey de Troya. Según nos rela-
tan Plutarco y Arriano se ungió luego con aceite para correr alrededor de la
tumba de Aquiles junto con sus amigos y concluyó coronándola mientras
recordaba la enorme suerte que había tenido el héroe de haber contado en
vida con un gran amigo y después de su muerte con un famoso pregonero de
sus hazañas. Desdeñó en cambio la oferta de contemplar la lira de Paris, pre-
firiendo en su lugar la de Aquiles con la que aquel había cantado las hazañas
de los hombres valientes.
Su emulación de Aquiles le acompañó a lo largo de toda la campaña a
pesar de las escasas referencias a sus hazañas que podían encontrarse por
todos los territorios atravesados. Así en el curso del descenso por las aguas
176 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
del Indo tras una situación apurada que estuvo a punto de costarle la vida
a causa de la poderosa corriente que hizo naufragar a la flota en la con-
fluencia de varios cursos de agua, Alejandro hizo un sacrificio a los dioses
por su salvación recordando que como Aquiles había tenido que luchar
contra un río, según nos cuenta Diodoro. Emuló también a Aquiles en el
terrible castigo infligido al comandante de la ciudad de Gaza, atravesando
sus talones con unas correas y arrastrándolo después con su carro alrede-
dor de la ciudad al igual que había hecho el héroe con su visceral enemigo
troyano. De nuevo con motivo del controvertido matrimonio con la prin-
cesa oriental Roxana habría surgido el paralelismo mítico si hacemos caso
de la noticia de Curcio que atribuye a Alejandro un alegato apologético en
el que Aquiles, que también había tenido relaciones con una cautiva, cons-
tituía un ilustre precedente para su conducta. Finalmente la comparación
emerge de nuevo en el momento de la muerte de Hefestión, cuando Ale-
jandro se cortó el cabello sobre el cadáver de su amigo en emulación de
Aquiles cuyo inmenso dolor por la muerte de Patroclo parece haber sido la
referencia unánime utilizada para caracterizar la desmedida reacción del
rey ante la irreparable pérdida de su compañero, siendo quizá esta cir-
cunstancia el origen del paralelismo establecido entre las dos parejas de
jóvenes en la tradición posterior.
Su deseo de emular a Heracles aparece por primera vez con ocasión del
viaje a Siwa, a donde se contaba que ya había llegado el héroe cuando se
dirigió a Libia en busca del gigantesco Anteo y a Egipto para acabar con
el cruel faraón Busiris. Con anterioridad, el héroe se le había aparecido en
un sueño durante el asedio de Tiro ofreciéndole su mano para ayudarle a
penetrar en la ciudad. Los sacrificios realizados en su honor tanto tras la
captura de la plaza como a su regreso de Egipto testimonian la medida en
que Alejandro consideraba vital la colaboración, aunque fuera simbólica,
concedida por el héroe en esta empresa. La historia se repitió de nuevo en
la roca de Aornos, donde la leyenda del fracaso del héroe parece que moti-
vó de manera especial los esfuerzos de Alejandro por conquistarla. La refe-
rencia a Heracles jugó también un papel destacado en la invención de la
historia de las amazonas, dado que la guerra contra esta tribu guerrera figu-
raba entre las hazañas del héroe, y también utilizó el nombre del héroe en
algunos de los discursos atribuidos a Alejandro en momentos decisivos de
la expedición como incentivo de superación para sus tropas, como sucedió
en los prolegómenos a la batalla de Isos o ante el asedio de Tiro. En un
terreno mucho más pragmático su ascendencia de Heracles le había servi-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 177
Alejandro y Dioniso
La divinización de Alejandro
Bibliografía complementaria
• Sobre la búsqueda de los confines como uno de los leit motiv de la tradi-
ción posterior sobre el viaje de Alejandro a la India y los territorios limí-
trofes es fundamental el tratamiento de J. S. Romm, The Edges of the
Earth in Ancient Thought, Princeton, 1992, págs. 109-116. El texto prin-
cipal, de toda esta tradición es la famosa carta de Alejandro a Aristóteles
estudiada por L. L. Gunderson, Alexander´s Letter to Aristotle about
India, Meisenheim am Glan, 1980. Sobre el papel de estas cartas dentro
de la Novela de Alejandro, sigue siendo básico el estudio ya clásico de R.
Merkelbach, Die Quellen des griechischen Alexanderromans, Munich,
1954, págs. 55-70. El viaje a China aparece en la versión siríaca de la
Novela, editada por E. A. Wallis Budge, The History of Alexander, Cam-
bridge, 1889. El episodio submarino es discutido por D. J. A. Ross, Ale-
xander and the Faithless Lady: A Submarine Adventure, Londres, 1967.
Son igualmente ilustrativas las notas de la versión castellana de la Nove-
la de Alejandro a cargo de Carlos García Gual en la Biblioteca Clásica
Gredos.
• Sobre las concepciones geográficas de Alejandro R. Dion, Aspects politi-
ques de la géographie antique, París 1977; J. R. Hamilton, «Alexander
and the Aral», Classical Quarterly 21, (1971) págs. 106-111; D. Kienast,
«Alexander und der Ganges», Historia 14, (1965) págs. 180-188.
• Sobre el encuentro con el filósofo Diógenes puede encontrarse informa-
ción relevante al tema en los libros de D. R. Dudley, History of Cynicism,
Londres, 1937, reimpresa en Chicago, 1980, págs. 35 y ss.; Brown, One-
sicritus, págs. 28 y ss.; y en el libro colectivo editado por R. Bracht Bran-
ham y M. O. Goulet-Cazé, Los cínicos, traducción castellana Seix Barral,
Barcelona, 2000 (edición original inglesa 1996), en numerosos pasajes y
trabajos recogidos en la obra. Sin embargo el estudio fundamental del
asunto sigue siendo el trabajo de M. Buora, «L´incontro tra Alessandro e
Diogene: tradizione e significato», Atti dell´Istituto veneto di scienze, let-
tere ed arti 132, (1973-1974) págs. 243-264. Puede verse también el estu-
dio de A. Lozano, «Alejandro ante el cínico Diógenes: la confrontación
del pensamiento y la acción» en Alejandro Magno. Hombre y mito, págs.
153-169.
• Sobre el encuentro con los gimnosofistas pueden verse los trabajos de
R. Stoneman, «Naked Philosophers: The Brahmans in the Alexander
Historians and the Alexander Romance», Journal of Hellenic Studies
115, (1995) págs. 99-114 y de K. Karttunen, India and the Hellenistic
World, Helsinki, 1997, págs. 55-67. Sobre la tradición posterior de este
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 183
tico Posidipo de Pela, pero se trata de una observación que tiene segura-
mente su origen en la contemplación de una escultura del rey existente en
Alejandría. Otros rasgos esenciales de su persona como la densa melena
que caía sobre la nuca y las orejas y se elevaba ligeramente en el centro de
la frente formando un remolino, la célebre anastolé tan característica de su
iconografía, las cejas pronunciadas, los ojos hundidos, una nariz marcada-
mente aguileña, los labios carnosos, la boca ligeramente entreabierta, y un
mentón prominente, aunque aparecen mencionados esporádicamente a lo
largo de la tradición literaria, especialmente el primero de ellos, derivan
probablemente más de la contemplación de sus retratos que de cualquier
eco lejano de una realidad cada vez más difuminada en la iconografía ofi-
cial imperante y arrastrada irremisiblemente por la corriente imparable de
su propia mitología.
Los retratos oficiales de Alejandro se atribuyen especialmente a Lisi-
po, como ya señalaba Plutarco. Al parecer dicho artista había realizado ya
retratos del monarca desde su juventud y se convirtió en el escultor ofi-
cial de la corte tras su acceso al trono después del asesinato de su padre.
Este deseo de controlar su imagen se extendió también a otros medios
artísticos como la pintura o el tallado de gemas y la acuñación de mone-
das en cuyos dominios fueron elegidos respectivamente el pintor Apeles
y el tallador Pirgoteles como los agentes exclusivos de gestionar su ima-
gen oficial. No conservamos ninguna de las obras originales de los men-
cionados artistas y aunque es posible reconocer en los ejemplares que han
llegado hasta nosotros algunos de los elementos definitorios que caracte-
rizaban sus respectivas creaciones, no resulta fácil saber hasta qué punto
las copias conservadas reflejan de manera más o menos aproximada los
originales perdidos. La variedad en los diferentes campos resulta además
considerable y no es posible remontar todos los ejemplares existentes ni
las pretendidas copias hasta un solo filón original perfectamente identifi-
cable. Los retratos de Alejandro fueron numerosos en todos los niveles,
desde la conmemoración pública oficial de las ciudades griegas y de los
territorios sometidos hasta el deseo particular de muchos ciudadanos de
poseer su propia imagen del monarca con diferentes finalidades, que iban
desde la veneración privada a su utilización con carácter mágico. Una
diversidad imposible de controlar y sujeta a las diferencias que entrañaba
su funcionalidad precisa y sus distintas motivaciones. No existe de esta
manera un retrato único de Alejandro que pueda remitirnos a su propia
fisonomía y sí, en cambio, numerosas recreaciones de un personaje sin-
188 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
tenemos noticias de otro grupo más, esta vez en la ciudad beocia de Tes-
pias y obra de Eutícrates, el hijo de Lisipo, en el que también se repre-
sentaba a Alejandro cazando.
Aunque no conservamos ningún fragmento de estas grandes composi-
ciones, ambos esquemas, el de la batalla y el de la caza, aparecen repro-
ducidos en el famoso sarcófago de Alejandro, ya mencionado, que se con-
serva en Estambul. Es muy probable que una de las figuras que aparecen
tanto en la escena de batalla como en la de caza corresponda a un retrato
de Alejandro, que destaca del resto junto con otros dos personajes a los
que resulta más difícil identificar. Parece probable que el monarca sido-
nio Abdalónimo, que había accedido al poder gracias a la ayuda de Ale-
jandro, se hiciera representar en su sepulcro acompañado de tan ilustre
colaborador como un importante motivo adicional de gloria, si bien la fac-
tura escultórica de las cabezas, jóvenes imberbes con el pelo corto, res-
ponden plenamente al tipo del joven Heracles que imperaba dentro de la
escultura del período clásico tardío. Únicamente la figura del jinete que
porta sobre su cabeza el yelmo de león parece algo más individualizada
desde un punto de vista retratístico.
Contemporáneos del rey son también los retratos que aparecen sobre las
paredes del templo de Luxor en Egipto donde es representado nada menos
que en cincuenta y dos ocasiones como faraón e hijo de Amón, ataviado por
tanto con la indumentaria característica y tradicional de la realeza egipcia.
Alejandro restauró el antiguo templo que había sido erigido por Amenofis III
y construyó en el interior del mismo un nuevo santuario para albergar la
barca sagrada de Amón. Los relieves lo representan en el momento de ser
introducido ante la presencia de los dioses Amón y Amón Ra, realizando las
plegarias y ofrendas consiguientes a dichas divinidades y recibiendo a su vez
de ellas los dones correspondientes entre los que se incluye el símbolo del
rejuvenecimiento. Porta el símbolo de la larga vida y diferentes tipos de
coronas así como otros símbolos faraónicos y divinos, acompañado por las
correspondientes titulaturas que acreditan su estatus.
La posible existencia de otros grupos escultóricos contemporáneos en los
que figurase el retrato de Alejandro ha sido sugerida por la existencia de una
serie de fragmentos, uno procedente de Megara, cuyos restos se encuentran
en el museo Getty de Malibú en California, y otro de la ciudad eolia de
Cumas en el norte de Asia Menor que alberga en la actualidad el museo de
Estambul. El primero de ellos ha sido amplia y detenidamente estudiado por
Andrew Stewart, quien concluye que podría tratarse de un monumento eri-
192 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
ñol José Nicolás de Azara y regalada luego a Napoleón. En la base del busto
aparece una inscripción que lo identifica como Alejandro y se ha utilizado
por ello como uno de los soportes fundamentales a la hora de identificar los
posibles retratos que representan al monarca macedonio. Su estado de con-
servación es más bien lamentable a pesar de las apariencias ya que la super-
ficie facial ha sufrido importantes erosiones y han sido extensamente reto-
cadas y restauradas en épocas posteriores algunas de las partes fundamenta-
les del rostro como la nariz, los labios, parte de las cejas y los rizos del cabe-
llo que caen sobre la ceja derecha. La existencia de otras réplicas del mismo
tipo parece sugerir que se trataba de la reproducción de una obra canónica
original de Lisipo a cuya contemplación directa habrían tenido acceso los
talleres de copistas romanos responsables de los ejemplares existentes, quizá
el ya citado Alejandro con la lanza sobre cuyo pedestal alguien grabó muy
oportunamente después de contemplar la majestuosidad de su mirada hacia
lo alto: «en la escultura de bronce, el que mira a Zeus parece estar a punto
de decirle: la tierra la he puesto bajo mis pies; tú, Zeus, ocúpate del Olim-
po». A pesar de su mal estado de conservación se aprecian los rasgos funda-
mentales del retrato de Alejandro definidos por Lisipo como el giro del cue-
llo, la ligera apertura de la boca o la mirada alzada por no mencionar la
inconfundible anastolé de sus cabellos.
Estilísticamente relacionados con el tipo representado por el herma de
Azara se encuentran otras esculturas como la cabeza de Alejandro del museo
de Dresde y la denominada cabeza Schwarzenberg de Viena así como algu-
nos otros ejemplares procedentes de Egipto y Asia Menor. Una tradición
diferente, de estilo ático, es la que representa la famosa cabeza de la acró-
polis de Atenas, hallada en el Erecteo y que constituye la representación de
Alejandro en mármol más antigua que conocemos. Un ejemplar similar a
este prototipo es el de la cabeza Erbach, hallada seguramente en la villa de
Adriano en Tívoli. Dentro de esta misma corriente de origen ático que inten-
taba asimilar la figura del poderoso monarca a la tradición griega mediante
la aplicación consciente de las convenciones y valores más familiares de la
ciudad griega, encarnados por el retrato de Pericles como ciudadano ideal y
respetuoso con las leyes, se sitúa también el famoso Alejandro Rondanini de
Munich, cuya identificación y datación ha sido objeto de un intenso e inaca-
bado debate, que según algunos podría derivar de una obra original de Leo-
cares. Representa a Alejandro subiendo a un carruaje mientras agarra las
riendas y se pone su greba derecha o dirige su mirada a lo lejos apoyando sus
brazos sobre la rodilla.
194 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Alejandro en la pintura
siderable. Su imagen aparece así con profusión en las monedas emitidas por
sus sucesores que lo representan como su antecesor político y como su divi-
nidad protectora. Uno de los mejores y más antiguos ejemplares de esta serie
son las monedas emitidas por Lisímaco, uno de los máximos aspirantes a
detentar la sucesión del monarca y a ocupar el trono de Macedonia, que
representan a Alejandro investido con los cuernos de Zeus Amón. En esta
línea se inscriben también las monedas acuñadas por los tolomeos en Egip-
to que, sin embargo, añadieron a los habituales cuernos de Zeus Amón un
complicado yelmo constituido por una cabeza de elefante cuyas alusiones
políticas e ideológicas parecen evidentes aunque no siempre fáciles de inter-
pretar. El mensaje dirigido a los usuarios principales de la nueva moneda
seguía siendo de la mayor importancia como se comprueba en el cambio
introducido en el reverso de la moneda al sustituir al habitual Zeus sentado
en el trono con una Atenea armada de aspecto arcaizante. Quizá se trataba,
como ha señalado Pollit, de trasmitir la idea de que la ciudad de Alejandría
no era solo la heredera del poder temporal de Alejandro sino también la
receptora legítima del legado cultural de la Atenas clásica en unos momen-
tos en los que se buscaba atraer hacia la nueva capital egipcia a los princi-
pales artistas e intelectuales griegos.
Aunque posteriormente el retrato de Alejandro fue sustituido por el de los
nuevos monarcas helenísticos, que adaptaron de forma elocuente su propia
imagen a los esquemas ya entonces tradicionales de la iconografía real ela-
borada por el propio Alejandro, no decayó del todo la figura visual del gran
conquistador macedonio. Monarcas de nuevo cuño como Agatocles, que
estableció un importante reino griego en las lejanas regiones de Bactria en el
curso del siglo II a.C., siguió utilizando la imagen de Alejandro en sus mone-
das y así lo hicieron también algunas ciudades griegas como Sición, Priene,
Mileto, Sardes y Cos. Algunos emperadores romanos como Heliogábalo,
Gordiano III y Filipo el árabe, lo usaron también en sus acuñaciones mone-
tarias, inducidos probablemente por el alto simbolismo político que su figu-
ra todavía implicaba, sobre todo cuando se trataba de intervenir de forma
activa en Oriente. Casi todas se ajustan al prototipo que representaba a Ale-
jandro como Heracles con la piel de león que se convertiría en una de las
imágenes más duraderas del mundo antiguo.
Las numerosas esculturas que representaban a Alejandro durante los perí-
odos helenístico y romano se atuvieron por lo general al prototipo heroico
representado por Lisipo, pero repitiendo y exagerando hasta la saciedad los
rasgos distintivos del modelo original, que traducían el célebre póthos o
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 201
cabeza del museo del Louvre que representaría a Mitrídates con el gorro de
la piel de león típicamente heracleo y en consecuencia también alejandrino.
Si la interpretación de Gerhard Krahmer es correcta, la pieza formaría parte
de un conjunto monumental de Pérgamo que representaba a Heracles arro-
jando una flecha al águila que acosaba a Prometeo como una alegoría según
la cual el rey póntico, imaginado ahora como el antiguo héroe griego, libe-
raría al mundo griego de la opresión romana.
La creciente multiplicación de atributos en los retratos de Alejandro con
sus correspondientes connotaciones simbólicas y alegóricas alteraron tam-
bién de forma considerable la fisonomía originaria del personaje representa-
do en ellos que fue evolucionando de manera progresiva desde la imagen del
héroe invencible y del monarca universal hacia la de un verdadero dios sobre
la tierra, cada vez más lejos, por tanto, de su realidad humana referencial. La
sorprendente variedad de sus representaciones con tal amalgama de signifi-
caciones diversas no nos permite perfilar una imagen definitiva y concreta
del conquistador macedonio que se corresponda de manera inequívoca con
su propia apariencia física. Las figuras del joven, del héroe, del rey y del dios
se superponen casi constantemente unas a otras de forma inextricable hasta
el punto de hacer perfectamente irreconocible el punto de partida original,
exento, si es que alguna vez lo estuvo, de toda esta clase de aditamentos. La
imagen del auténtico Alejandro de carne y hueso resulta así completamente
esquiva en medio de todas estas intencionadas metamorfosis y de las con-
venciones artísticas e ideológicas que condicionaban inevitablemente su pro-
pia configuración. Poseemos tan solo una idea, un concepto convertido en
seguida en estereotipo universal, que trataba de representar a su manera la
energía inagotable de un personaje singular que llevó a cabo hazañas sor-
prendentes, la fuerza indomable de un ser especial al que los dioses parecí-
an haber otorgado su favor, el misterio, en suma, de un individuo privilegia-
do por la fortuna destinado a cambiar el curso de la historia.
Bibliografía complementaria
El legado de Filipo
lanzas de casi cinco metros de largo, hechas de la flexible madera del fres-
no, lo que permitía una cierta agilidad en su manejo. Formados en apreta-
das filas constituían un arma de ataque prácticamente imparable y muy
superior en consistencia y capacidad a la de cualquier ejército contempo-
ráneo. Su sola contemplación en formación de combate debió provocar ya
una profunda impresión en sus enemigos, que debían enfrentarse a un dis-
positivo casi impenetrable en el que las largas lanzas extendidas hacia
delante impedían la aproximación de los atacantes hasta las primeras filas
de la falange. Esta formación compacta tampoco facilitaba la acción ten-
dente a disgregar la formación inicial mediante el previo lanzamiento de
proyectiles al ataque frontal, ya que la falange en formación apretada
constituía una especie de caparazón protector formado por el conjunto de
las picas enarboladas en forma de arco descendiente desde las filas poste-
riores hasta las primeras. El ataque de la falange se veía apoyado además
por la demoledora carga de la caballería, un instrumento de combate que
fue activamente potenciado por Filipo hasta convertirse en el soporte
principal de sus acciones y que constituiría uno de los elementos decisi-
vos en los futuros triunfos de Alejandro a lo largo de toda la campaña
oriental. Era lo que se ha denominado la táctica del yunque y el martillo,
según la cual la caballería desempeñaba el papel del martillo al acosar
implacablemente a las filas enemigas empujándolas contra la falange que
asumía así el papel del yunque.
Filipo incorporó también al ejército diversos especialistas en forma de
tropas auxiliares como arqueros, honderos, lanzadores de jabalinas, que
procedían por lo general de las nuevas regiones conquistadas al norte de
los Balcanes. Utilizaba además algunas tácticas de engaño o distracción,
como el aparentar una retirada para provocar la desorganización de sus
perseguidores y contraatacar luego de forma masiva girándose de impro-
viso hacia los desprevenidos enemigos. Fueron también destacables sus
innovaciones en el terreno de la maquinaria de asedio, que hasta aquellos
momentos basaba toda su eficacia en un prolongado cerco cuyo objetivo
era conseguir que el enemigo capitulara forzado finalmente por el hambre.
Filipo utilizó poderosas e imponentes máquinas de guerra como arietes de
madera reforzados con hierro y torres de asalto que decidían la situación
con mucha mayor contundencia y rapidez, obligando a sus oponentes a
reforzar considerablemente sus murallas para poder resistir el empuje de
tales artilugios de combate.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 209
rior del reino bárbaro del norte. La fundación de nuevas ciudades en los
dominios recientemente adquiridos y el traslado masivo de poblaciones
que asegurasen su funcionamiento mediante la implantación de colonos
en las zonas conquistadas completaban una idea coherente y precisa de lo
que debía ser un estado continuamente en alza que iba incorporando cada
vez más nuevos territorios a sus viejos dominios tradicionales.
La prosperidad económica que implicaban las nuevas conquistas cons-
tituía también una razón adicional al soporte popular con que contaba la
nueva monarquía instaurada por Filipo. La explotación de los recursos
naturales puestos así a su disposición fue concienzudamente aprovechada.
Las minas de oro y plata de la región del monte Pangeo en Tracia, al norte
del Egeo, proporcionó cuantiosas riquezas, estimadas nada menos que en
mil talentos de plata anuales según el testimonio de Diodoro. La compa-
ración con los ingresos anuales del estado ateniense durante el período de
máximo apogeo de su gestión financiera en este período a manos del habi-
lidoso y competente Licurgo, valorados en mil doscientos talentos, nos
ayuda a evaluar adecuadamente el mérito de Filipo en este campo y el
incremento de ingresos que significó para un reino como Macedonia. La
anexión definitiva de la zona de la Calcídica, ocupada por florecientes
ciudades griegas como Potidea y Olinto, cuyas ruinas constituyen uno de
los testimonios más elocuentes acerca de la forma de vida griega en aque-
llos momentos al permitirnos conocer la forma de sus casas y el conjunto
de la estructura urbana, incrementó todavía más las entradas del tesoro
real. La imposición de aranceles comerciales e impuestos basados en la
propiedad constituía también una fuente de ingresos considerable. La
excelente producción monetaria macedonia de la época, reflejada sobre
todo en las estateras de oro y en los tetradracmas de plata, pone de mani-
fiesto la pujanza indiscutible de su economía, una circunstancia que per-
mitía además cubrir con solvencia la soldada de las tropas regulares y
contratar un número importante de mercenarios si las necesidades así lo
aconsejaban.
El plan de conquista del imperio persa, cuyas dimensiones no estamos en
condiciones de calibrar, se ajustaba seguramente bien a estos esquemas. Las
expectativas de incrementar el prestigio militar y los recursos resultaban
extremadamente tentadoras. El grado necesario de confianza y moral de las
tropas macedonias se hallaba también en su mejor momento a la vista de los
éxitos recientes conseguidos contra enemigos que parecían hasta entonces
imbatibles como los ilirios, los tracios o los propios atenienses. Filipo esta-
212 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Alejandro y su madre
Olimpíade mantenía con su hijo, a través de la cual le hacía saber sus cons-
tantes quejas acerca del comportamiento desleal del regente. Este a su vez
respondía por el mismo procedimiento epistolar haciendo llegar a Alejandro
sus más enérgicas protestas sobre la intolerable intromisión de su madre en
las tareas de gobierno. Más allá de todo este material de carácter anecdótico
emerge, sin embargo, la decidida actuación de una mujer que demostró
sobradamente una indiscutible inteligencia, un indomable coraje y un com-
portamiento cruel y despiadado siempre que las circustancias se lo exigieron.
Era una princesa procedente del Epiro, una región marginal del mundo
griego cuyo nivel de helenización se hallaba también en entredicho, visto
desde los viejos centros de poder de la Grecia central y el Peloponeso. La
dinastía reinante en el país había asumido también, como en Macedonia, una
ilustre genealogía heroica que conectaba a sus ancestros con lo más granado
de los antiguos héroes. Su fundador, Moloso, que había dado nombre a la
región, tenía como padres nada menos que a Neoptólemo, el hijo de Aquiles,
y a Andrómaca, la viuda de Héctor, que le había correspondido como parte
de su botín de guerra. Orgullosa de tan egregio linaje, Olimpíade trasmitió
seguramente a su hijo este mismo sentimiento así como la apremiante res-
ponsabilidad que implicaba saber estar siempre a la altura de tan imponente
ascendencia. La constante emulación de los héroes que determinó en buena
parte la conducta de Alejandro a lo largo de su corta vida debió ser insufla-
da por su dominante madre en los primeros años de su infancia, ejercitada
después a través de las rígidas y austeras costumbres que le impuso su pri-
mer tutor, Leónidas, y acentuada finalmente por la cadena de éxitos milita-
res que iban coronando su fulgurante carrera.
La estancia de Olimpíade en la corte macedonia no debió resultar cómo-
da ni fácil, al verse rodeada de suspicacias y recelos por todas partes. No era
una macedonia de pura cepa sino una princesa bárbara más de la colección
de esposas que había atesorado Filipo en sus intentos por asentar la estabili-
dad de sus fronteras y conseguir alianzas sólidas que favorecieran sus futu-
ros planes de expansión del reino a expensas de los vecinos más ambiciosos
e indómitos. Siguiendo esta política de concertación dinástica había contra-
ído ya matrimonio con una princesa iliria, con una elimiota, una de las regio-
nes septentrionales de Macedonia, con dos jóvenes de la nobleza tesalia, y
con una tracia. Olimpíade había sido la primera en proporcionarle un here-
dero varón, pues el hijo de una de las jóvenes tesalias, Arrideo, presentaba
problemas de salud mental lo suficientemente serios como para descartarlo
de entrada en la carrera por la sucesión. Su estatus dentro de la corte debió
218 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
mejorar notablemente en este sentido al lado de sus rivales, que hasta aque-
llos momentos solo habían sido capaces de engendrar hijas. Sin embargo la
boda de Filipo con la joven macedonia Cleopatra, que las fuentes nos pre-
sentan además estimulada por la pasión amorosa, debió despertar todas las
alarmas. Si Cleopatra daba a luz un hijo, como era posible, la condición de
heredero de Alejandro se vería en serio peligro, dado el soporte con que con-
taba la nueva esposa dentro de la aristocracia macedonia, cuyo tío, Átalo,
aparecía como uno de los principales colaboradores de Filipo. El retrato
negativo de Olimpíade que la tradición nos ha trasmitido, con sus estrafala-
rias prácticas rituales y las disputas matrimoniales con Filipo, debe proba-
blemente buena parte de su consistencia a esta situación de emergencia cre-
ada por la reciente boda de su esposo y a su airada reacción que activó en la
despechada reina todos los mecanismos posibles de defensa, incluidos aque-
llos más descaradamente criminales que perseguían la eliminación física de
sus rivales.
Se ha destacado la poderosa influencia que Olimpíade ejerció sobre la
vida de Alejandro, especialmente en sus primeros años de vida e incluso se
ha llegado a señalar como parte innegable de su legado materno el lado más
impulsivo de su temperamento que le conducía a alcanzar cotas de pasión
verdaderamente demoníaca. En una visión histórica mucho menos condicio-
nada por las presiones insoslayables de la herencia biológica, es más que
probable que el propio Alejandro asumiera el inevitable influjo de su madre
como un elemento más de los muchos que operaron en la decisiva confor-
mación de su singular personalidad, derivados de un entorno tan absorbente
y enriquecedor al que afluían estímulos procedentes de todas partes. La vida
de Alejandro no se ceñía precisamente a una cómoda estancia en el seno de
la corte, constantemente arropado por los cuidados y consejos maternales.
Desde muy joven participaba en cacerías y juegos militares al lado de sus
compañeros, se educaba bajo los designios de Aristóteles, cuya elección
como maestro fue una decisión particular de su padre, en un lugar apartado
de la corte, y asumía los deberes asignados por Filipo cuando este requería
sus servicios. Sus constantes cuidados eran además oportunamente interferi-
dos por la estrecha vigilancia de su ayo Leónidas, que descubría los pasteles
ocultos que Olimpíade le había introducido entre sus alimentos si hacemos
caso a la noticia que nos trasmite Plutarco en este sentido. El estrecho con-
tacto con su madre desapareció, físicamente al menos, tras su partida en la
expedición oriental de la que nunca regresaría, cuando tenía tan solo veinti-
dós años.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 219
fica como el más querido de todos los amigos del rey (omnium amicorum
carissimus). Al parecer se había educado junto a Alejandro en la corte de
Pela y había compartido también con él las enseñanzas de Aristóteles. Su
actuación al lado del rey durante el curso de la campaña antes de la batalla
de Gaugamela permanece, sin embargo, en una cierta oscuridad, a excepción
de la célebre rememoración de las figuras de Aquiles y Patroclo que ambos
llevaron a cabo en Troya inmediatamente después del desembarco en Asia.
Su talento organizativo era su cualidad más destacada y Alejandro supo reco-
nocer en seguida sus méritos en este campo, confiándole misiones de cierta
envergadura como la elección de un nuevo monarca para la ciudad fenicia de
Sidón. Es igualmente probable que mediara activamente en las tensas rela-
ciones del rey con Atenas, que le concedió la ciudadanía a título honorífico
como agradecimiento a sus servicios o como recurso para ganar su favor.
Fue con posterioridad a la famosa batalla y especialmente tras la tristemen-
te célebre conspiración de Filotas, en cuya condena desempeñó un protago-
nismo indudable, cuando Hefestión comenzó su fulgurante ascensión que
culminaría con su nombramiento como visir del nuevo imperio, un cargo de
origen persa que le situaba inmediatamente después del propio Alejandro en
importancia y poder dentro de la jerarquía de mando del imperio.
No parece que existan serias dudas sobre las verdaderas razones que cata-
pultaron de forma imparable la promoción política de Hefestión. Su estrecha
relación con Alejandro prevaleció de forma clara sobre los posibles méritos
contraídos por el joven compañero. A juzgar por las relaciones personales
que mantuvo con el resto del entorno del rey parece que era un individuo de
naturaleza particularmente conflictiva, propenso a la intriga y a fomentar el
descrédito y la desconfianza del rey hacia quienes consideraba sus rivales
dentro del estado mayor macedonio. Tuvo serios problemas con Calístenes,
con Éumenes y con Crátero, con quien incluso estuvo a punto de llegar a las
manos, en este caso a las armas, de no haberse interpuesto oportunamente
entre ellos sus respectivos partidarios. Sin embargo, el intenso afecto que le
profesaba Alejandro, que según algunas noticias habría llegado a provocar
los celos de la misma Olimpíade y el vivo reproche de su padre Filipo, que
no veía con buenos ojos tal grado de devoción, fue capaz de superar todas
estas dificultades. Su lealtad hacia el rey resultaba incuestionable y a dife-
rencia de otros compañeros su actitud en este terreno no parece que presen-
tara ningún tipo de fisuras. Compartía con él toda su extravagante política de
orientalización de la corte, que tanta animosidad y recelos suscitaba entre el
resto de los macedonios, y acompañó al monarca en momentos tan dramáti-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 223
dro rechazó el consejo de su general de no atacar a una hora del día tan avan-
zada en Gránico, hizo también caso omiso de sus advertencias a la hora de
licenciar la flota griega en Mileto, desatendió del todo sus premoniciones
sobre la posible traición de su médico en Tarso, consideró casi una ofensa su
sugerencia de atacar durante la noche en Gaugamela, alegando orgullosa-
mente su postura contraria mediante la célebre frase que le atribuye Plutar-
co: «yo no escondo mis victorias», y no prestó tampoco el menor caso a su
desesperada petición para que no incendiara los palacios de Persépolis.
Sin embargo las divergencias principales se dejaron sentir sobre todo con
motivo de las dos tentadoras ofertas de Darío para conseguir un pacto hono-
rable tras la batalla de Isos, ofreciendo primero dinero y territorios, y des-
pués el matrimonio con una de sus hijas. Los consejos reiterados de Parme-
nión para que aceptara tan increíbles ofrecimientos no encontraron ningún
eco en Alejandro y sus diferencias en esta cuestión debieron evidenciar de
forma clara la enorme separación que mediaba entre sus respectivas ambi-
ciones. La anécdota conservada al respecto así lo ilustra. El viejo general
llegó a afirmar con cierta osadía que si él estuviera en su lugar aceptaría
dichas propuestas, obteniendo como respuesta por parte de Alejandro: «tam-
bién yo lo haría si me llamara Parmenión». Seguramente el general mace-
donio consideraba todo un éxito lo ya alcanzado hasta entonces como para
verlo además reconocido y refrendado por el propio rey de Persia con un
ofrecimiento de alianza. Por su parte, Alejandro no cifraba en tan reducidos
objetivos sus ilimitadas ambiciones de conquista y aspiraba ya claramente,
al menos, a sustituir a su rival en la hegemonía y el dominio de Asia.
No obstante, Alejandro supo también valorar en su justo aprecio los méri-
tos de Parmenión, al que utilizó de manera constante en algunas operaciones
clave de su expedición, como la captura de la ciudad de Tarso, en la que se
anticipó a su destrucción por los persas en su táctica de retirada, o en la cap-
tura de los tesoros y rehenes hallados en Damasco tras la victoria de Isos.
Parmenión le prestó también importantes servicios a Alejandro como la cap-
tura del agente de Darío que había sido enviado por el rey persa para indu-
cir al asesinato de Alejandro a su homónimo el príncipe de Lincéstide. Inclu-
so en alguna ocasión tomó también en cuenta sus consideraciones, como
cuando le advirtió sobre la necesidad de enfrentarse al ejército de Darío en
Isos en los parajes más estrechos de la costa como forma de compensar y
neutralizar la patente superioridad numérica de sus enemigos. La preocupa-
ción institucional y dinástica pudo haber impulsado también los consejos de
Parmenión a Alejandro para que adoptara como concubina a Barsine, la
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 231
esposa del rodio Memnón que acaudillaba el ejército persa en Gránico, con-
fiando en que de esta forma pudiera engendrar un futuro heredero al trono,
una idea que al menos hasta esos momentos no parecía figurar entre las tare-
as más urgentes dentro de la agenda de Alejandro.
La manifiesta hostilidad hacia Parmenión que delatan algunas de nuestras
fuentes de información, proclives a echar sobre sus espaldas toda la respon-
sabilidad de los posibles errores tácticos cometidos, que de otro modo recae-
rían infaliblemente sobre el propio Alejandro, constituye una dificultad a la
hora de evaluar la consistencia de muchas de las noticias que componen este
dossier. A juzgar por el papel desempeñado por Parmenión en el curso de la
expedición no parece que preparase ningún intento de conspiración en con-
tra de Alejandro ni que hubiera alentado desde la distancia otras conjuras de
esta clase. La fidelidad a la casa de Filipo parece haber sido incuestionable
en su caso. De hecho, el propio Alejandro le confió la custodia del ingente
tesoro hallado en las capitales persas para que lo depositara en la acrópolis
de Ecbatana, un indicio suficiente de que no albergaba a este respecto nin-
gún tipo de desconfianza hacia el viejo general tan injustamente denostado.
Sin embargo, las diferencias de criterio antes mencionadas y la forzada
implicación de su hijo Filotas en la famosa conspiración que le costó la vida,
una condena aparentemente injusta auspiciada por sus rivales dentro de la
corte, precipitaron el final de Parmenión, que además había perdido ya todo
apoyo interno dentro del ejército macedonio al haber perecido recientemen-
te Nicanor, otro de sus hijos que desempeñaba importantes mandos milita-
res. El asesinato de Pármenión se había convertido en una verdadera necesi-
dad de estado a la que Alejandro no pudo, y probablemente tampoco quiso,
renunciar.
Otro de los miembros ilustres de la vieja guardia era Clito el Negro que
salvó la vida de Alejandro durante la batalla de Gránico al evitar que un persa
asestara el golpe final sobre el rey, que había descuidado momentáneamente
su espalda. Comandaba el escuadrón real desde el comienzo de la expedición
y compartió más tarde el mando como hiparco o comandante supremo del
escuadrón de caballería de los compañeros con Hefestión, seguramente como
forma de asegurar que la impericia militar de su fiel y querido amigo queda-
ba suficientemente compensada con la experiencia y el buen hacer de Clito
en este terreno. Las discrepancias existentes entre ambos, en la misma línea
que las comentadas más arriba respecto a Parmenión, acabaron también
emergiendo abruptamente en Maracanda en el curso de un banquete. El ase-
sinato de Clito implicaba, como ha señalado con acierto Waldemar Heckel, el
232 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
najes. En palabras del biógrafo griego «su filial disposición perdió su inten-
sidad y afecto originales». No poseemos noticias fidedignas que nos permi-
tan seguir de cerca este distanciamiento ya que, como hemos comentado, no
existen referencias concretas a Alejandro en las obras conservadas de Aris-
tóteles. Alguno de los fragmentos conservados podría hacer alusión a cir-
custancias concretas de su expedición como, según ha señalado Jaeger, aquel
en el que destaca que la filosofía constituye un contratiempo positivo para el
gobernante que debería prestar mayor atención a sus consejeros filósofos.
Acerca de la actitud de Alejandro hacia su antiguo maestro tampoco esta-
mos mucho mejor informados, ya que las noticias de Plutarco acerca de las
sospechas que Alejandro pudo haber concebido en su contra tras el desaire
de Calístenes cuando rechazó abiertamente la proskúnesis o la airada res-
puesta contra Casandro, cuando lo acusó de poner en práctica los sofismas
del maestro, no reúnen la consistencia necesaria para convertirse en eviden-
cia incuestionable de este notorio cambio de actitud. Sin embargo no resul-
ta disparatado imaginar que la actitud contraria de la mayor parte de su
entorno hacia las medidas «orientalizantes» despertara en el rey toda clase
de suspicacias y que en algunos momentos de furia estas fueran extrapola-
das hacia quienes desde la distancia podían haber inspirado tales actitudes
contestatarias con sus teorías y enseñanzas. De hecho el propio Alejandro
pudo haber experimentado en persona los efectos de un tipo de ejercicio
como la erística, que trataba de fomentar la discusión y la controversia sobre
toda clase de cuestiones. De cualquier forma no parece que siguiera al pie de
la letra sus consejos a la hora de tratar de diferente manera a griegos y bár-
baros, una táctica que chocaba frontalmente con sus intenciones de crear
entre la aristocracia irania el clima de colaboración y confianza necesario
para cumplir de manera viable sus expectativas hegemónicas. La frialdad
política de sus designios imperiales le obligó a echar definitivamente por tie-
rra cualquier tipo de orientación en este sentido.
separa la realidad de la ficción. A los evidentes prejuicios con que los grie-
gos contemplaban todo lo sucedido en la corte macedonia, convertida en una
especie de escenario de intriga y perversión donde se alentaban toda clase de
vicios, hay que sumar el comportamiento aparentemente extraño del propio
Alejandro en este terreno, que daba la impresión de rechazar de forma pato-
lógica cualquier implicación con el sexo opuesto. Parecía en efecto, como se
ha señalado recientemente, sentirse mucho más cómodo en el papel de hijo
y hermano que en el de esposo, circunscribiendo su concepto de familia real
oficial a su madre y su hermana, que adquirieron de este modo una preemi-
nencia destacada dentro de la corte macedonia, casi sin paralelo con sus
antecesoras que ocuparon una posición similar. Durante la conquista este fue
de hecho el papel que parece haber ejercido con más disposición en los pri-
meros años, si tenemos en cuenta sus particulares relaciones tanto con la
reina caria Ada, que lo adoptó como hijo, como con la reina madre persa
Sisigambis, con quien parece haber pretendido establecer una relación en los
mismos términos.
Alejandro demoró lo más posible su matrimonio ya que no se casó ofi-
cialmente hasta el 327 a. C. con la princesa bactria Roxana, si bien ya había
mantenido anteriormente una intensa y prolongada relación con Barsine, la
viuda del general rodio Memnón. Esta mujer había sido capturada en el 333
a. C. en Damasco tras la victoria de Isos y parece que su relación con Ale-
jandro databa ya desde estos mismos momentos. Era de ascendencia mixta,
de padre persa y madre griega, ambos pertenecientes a las altas esferas de
sus respectivas sociedades. Plutarco la describe como «muy distinguida por
su belleza y su disposición». Se había casado sucesivamente con sus dos tíos
maternos, Mentor y Memnón, de quienes había tenido dos hijos. Había esta-
do ya en la corte macedonia durante el reinado de Filipo a causa del forzado
exilio de su padre que había intentado una revuelta contra Artajerjes III y,
por tanto, es muy posible que conociera a Alejandro desde entonces ya que
eran de la misma edad y sus respectivos padres habían sido huéspedes uno
del otro. Se ha señalado que quizá fue la relación personal de carácter senti-
mental más intensa que vivió Alejandro y desde luego la más duradera, ya
que se prolongó al menos hasta su matrimonio con Roxana cuando Barsine
había dado ya a luz un hijo al que llamó significativamente Heracles. La
posible resonancia política de dicha relación, dado el relevante papel de su
padre en la corte de Darío, no constituyó esta vez el resorte fundamental que
explica la acción, si tenemos en cuenta que esta se inició antes de que Arta-
bazo, que así se llamaba el padre de Barsine, se pasara al bando macedonio
238 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
tinuidad por aquel entonces de la relación que Alejandro mantenía con Bar-
sine, una circunstancia que a la vista de lo comentado anteriormente acerca
de la aparentemente reducida capacidad amatoria del rey, debió haber aca-
parado todos los recursos sentimentales y afectivos puestos en juego por el
agobiado conquistador macedonio.
Más conflictivo resulta el tema de sus relaciones homosexuales, que el
estreno en pantalla de la reciente película de Oliver Stone ha traído de nuevo
al terreno de la polémica, de manera absolutamente injustificada y exagera-
da. Los comportamientos sexuales de la aristocracia macedonia, no muy
diferentes en este sentido de los patrones de conducta que regían en el
mundo griego contemporáneo aunque con importantes matizaciones, reco-
nocían la posibilidad de que los jóvenes practicaran relaciones sexuales con
ambos sexos sin que ello comportara ningún tipo de desvergüenza o inmo-
ralidad. Ciertamente dentro de las costumbres griegas existían unos límites
para dichas prácticas sexuales que tenían que ver con la edad del amado,
siempre un joven imberbe, y la del amante, habitualmente un individuo de
mayor edad, pero parece que en la corte macedonia se habían traspasado
abiertamente dichas limitaciones extendiéndose este tipo de relaciones hasta
la edad adulta, cosa que entre los griegos constituía ya un motivo de infamia
y de vergüenza, además de un indicio más bien poco recomendable acerca
de su moralidad personal. Las prácticas de Filipo en este terreno eran de
sobra conocidas, ya que se le atribuyen al menos dos relaciones de esta clase,
la que pudo haber mantenido con su cuñado y futuro yerno, Alejandro del
Epiro, y la que habría tenido con el que luego se convertiría en su asesino,
el joven Pausanias, que había resultado ultrajado precisamente por este moti-
vo al quedar desplazado en los sentimientos del rey por otro joven más
apuesto. Nuevamente hemos de contar en este campo con los rumores infun-
dados y con los prejuicios manifiestos de los autores griegos sobre la vida de
la corte macedonia, pero resulta hasta cierto punto incuestionable que en una
sociedad dominada por los varones, cuyas elites compartían desde niños
años y años de entrenamientos militares y toda clase de juegos y pasatiem-
pos, y en la que las mujeres desempeñaban tan solo el papel de meras tras-
misoras de la sucesión o de piezas utilizables en la política de alianzas exte-
riores, se desarrollaran esta clase de sentimientos afectivos entre los miem-
bros masculinos de la aristocracia y la realeza macedonia.
Alejandro no era una excepción dentro de este contexto a pesar de que
sus inclinaciones sexuales parecen haber estado supeditadas a otro tipo de
intereses, de carácter más heroico o militar. Se habla así de su rechazo cons-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 241
Alejandro y su adivino
Una conclusión
Bibliografía complementaria
pias», Ancient Society 18, (1983) págs. 35-62 y su más reciente mono-
grafía, Olympias: Mother of Alexander the Great, Londres 2006. Sobre
las relaciones entre madre e hijo, E. A. Fredrickmeyer, «Alexander and
Olympias» en G. Schmeling y J. D. Mikalson (eds.), Qui Miscuit Utile
Dulce. Festschrift Essays for Paul Lachlan MacKendrick, Wauconda
1998, págs. 177-183.
• Sobre las princesas persas y Bagoas pueden verse las brillantes páginas
escritas recientemente al respecto por P. Briant, Darius dans l´ombre
d´Alexandre, París, 2003, págs. 395-439.
• Sobre el adivino Aristandro, F. Landucci Gattinoni, «L´indovino Aristan-
dro e l´eredità dei Telmessi» en M. Sordi (ed.) La profezia nel mondo
antico, Milán, 1993, págs. 123-138; S. Montero, «Aristandro de Telme-
sos» en Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la Antigüedad,
Madrid 1997, págs. 73-76.
• Sobre los diferentes personajes que rodearon la vida de Alejandro es
indispensable la consulta de la magna obra de H. Berve, Das Alexande-
rreich auf prosopographischer Grundlage, 2 vols, Munich, 1926 y más
recientemente W. Heckel, Who´s Who in the Age of Alexander the Great,
Oxford 2005.
• Un repertorio amplio de anécdotas sobre la vida de Alejandro puede
encontrarse tanto en la biografía de Plutarco como en algunos de sus tra-
tados morales, particularmente Máximas de reyes y generales y Sobre la
fortuna o virtud de Alejandro. La obra de Ateneo, El banquete de los
sabios, constituye también una buena recopilación de esta clase.
LAS CREDENCIALES DE UN GENIO
bres fue la conmovedora escena final, que relatan con leves diferencias
Arriano y Curcio, con el desfile de las tropas ante la presencia de Alejandro
cuando se hallaba ya sin voz y debía limitarse a saludarlas alzando la cabe-
za con dificultad pero fijando sus ojos en cada uno de los soldados como
forma de reconocimiento.
Es también probable que muchos de sus enemigos figuraran en esta
dilatada nómina de rendidos admiradores. Muchos de los grandes genera-
les que se le enfrentaron debieron quizá experimentar una escondida admi-
ración por él a la vista de sus innegables cualidades como militar y estra-
tega, aunque estuviera por debajo del odio inevitable que debieron desper-
tar su desmedido afán de conquista y sus comportamientos autocráticos.
Esa es al menos la impresión que producen algunas de las reacciones de
muchos de sus rivales cuando fueron víctimas de la osadía o el arrojo de
sus acciones, aunque hemos de ser conscientes de las dificultades que
implica evaluar el comportamiento de quienes se hallaban al otro de las
filas macedonias, que son a menudo considerados por nuestros testimonios
como el simple objetivo de sus estratagemas. Se cuenta así, por ejemplo,
que los getas que habitaban más allá del Danubio quedaron vivamente
impresionados por el atrevimiento de Alejandro y por el cerco de la falan-
ge. Los ilirios quedaron también estupefactos al ver la precisión y el orden
de las maniobras de la formación macedonia, retirándose aterrados ante el
estruendo que producían el canto de guerra y el entrechocar de los escudos
y las lanzas. En ocasiones, cuando era el propio Alejandro el que encabe-
zaba las acciones de ataque y su figura resultaba bien visible para los ene-
migos, se nos dice que estos emprendían la huida movidos por el temor que
despertaban sus actuaciones, una sensación no exenta de esa admiración
escondida a la que antes aludíamos. Así sucedió, al parecer, con los centi-
nelas persas encargados de la vigilancia de las puertas cilicias, con Arsa-
mes, el gobernador de Tarso, con Mazeo que custodiaba el puente que atra-
vesaba el Éufrates, o con Espitámenes, que se había hecho con el control
de Maracanda. Sus brillantes operaciones de asedio de las inexpugnables
fortalezas sogdianas dejaron también atónitos a sus defensores, que se vie-
ron obligados a capitular sin más remedio. Esa misma reacción se produjo
en numerosos lugares de la India ante algunas de las operaciones realiza-
das en la conquista de sus territorios. Los habitantes del país gobernado
por un tal Oxicano le hicieron así entrega de sus ciudades sin intentar
siquiera defenderse, ya que «hasta tal extremo estaban subyugados los áni-
mos de todos los indios por Alejandro y sus éxitos».
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 251
el escritor romano, el único de todos los hombres que tuvo la fortuna some-
tida a su poder.
Incluso Diodoro, que presenta en este aspecto un resumen mucho más
escueto, se suma también a esta imparable corriente de elogios, al afirmar
que de todos los reyes que le habían precedido así como de los que vinieron
después hasta su propio tiempo era el que había llevado a cabo las hazañas
más grandes. Qué decir de Plutarco que le consagra dos discursos de carác-
ter retórico en los que defiende apasionadamente su figura de la acusación
de haber sido tan solo un individuo favorecido por la fortuna exponiendo sus
incontables méritos en todos los terrenos con la típica brillantez oratoria de
su pluma. Ni siquiera Justino en su apresurado resumen de la historia de
Trogo se libró de dar cabida a encendidos elogios hacia su persona con
comentarios puntuales tan significativos en este sentido como cuando afirma
tras dar cuenta de su muerte que ni siquiera los pueblos sometidos daban cré-
dito a la noticia ya que se hallaban plenamente convencidos de que el rey era
no solo invencible sino inmortal, recordando las innumerables ocasiones en
que había conseguido escapar de la muerte y se había presentado ante los
suyos no solo incólume sino victorioso.
…y modernos
co. Este podría ser el caso de la célebre y espléndida biografía escrita por
Robin Lane Fox, que ha actuado como asesor de la reciente película de
Oliver Stone y que tras haber cubierto en persona la mayor parte de la
ruta realizada por el conquistador macedonio vuelve a poner de relieve la
escala épica de sus impresionantes actuaciones. Otro de los grandes apo-
logistas del genio de Alejandro ha sido también el estudioso inglés
Nicholas Hammond, quizá el mejor especialista de la historia de Mace-
donia y un buen conocedor de primera mano de los temas militares, lo
que le convierte en un decidido admirador de las cualidades tácticas y
estratégicas que Alejandro exhibió en sus diferentes confrontaciones con-
tra sus enemigos. Después de su célebre biografía sobre el monarca
macedonio, escrita en 1980, que lleva como significativa aposición al
título los calificativos definitorios de “rey, comandante y estadista”,
Hammond ha publicado hace relativamente poco un nuevo libro sobre el
tema destinado ex professo a destacar la genialidad indiscutible del con-
quistador macedonio en respuesta a la avalancha de criticas en el sentido
contrario lanzadas recientemente contra Alejandro desde diferentes sec-
tores académicos, periodísticos y publicitarios. Como afirma en su intro-
ducción, no ha querido ceder a la tentación moderna de retratar la figura
de Alejandro acorde con la escala actual de valores a causa del notorio
fracaso experimentado en nuestro tiempo a la hora de producir estadistas
y líderes de semejante envergadura. El título de su hasta ahora última
obra, El genio de Alejandro el Grande, se explica así como el resultado
final de sus largas y prolijas investigaciones acerca de las fuentes dispo-
nibles, de cuyo atento estudio, crítico y detallado como pocos, emerge la
figura de un hombre que hizo más que cualquier otro para cambiar la his-
toria de la civilización.
El camino inexorable hacia la desmitificación de Alejandro fue iniciado
ya en su día por el inglés Burn, que reaccionó frontalmente al retrato idea-
lizado de Tarn. Limitaba sus logros a la extensión de la influencia griega en
Oriente, un mérito poco defendible si tenemos en cuenta que de esta forma
solo consiguió debilitar sus defensas y facilitar la posterior dominación
romana, debido a las tensiones que introdujo en el nuevo mundo que había
surgido de sus conquistas. La interpretación de Alejandro como héroe his-
tórico erigida por Droysen y sancionada definitivamente por Tarn comen-
zaba así, lentamente, a tambalearse. Sin embargo, fueron los trabajos del
estudioso americano Badian los que infringieron la mayor brecha en esta
impecable imagen, mediante la aplicación sistemática de su agudeza críti-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 255
vía el escenario del combate para escapar indemne junto con todo el contin-
gente que tenía bajo su mando.
Incluso la actitud del propio monarca persa no parece que fuera la que nos
describen habitualmente las fuentes y que ha quedado inmortalizada en el
famoso mosaico de Pompeya ya mencionado en varias ocasiones, la de un
cobarde que rehuía el combate y trataba siempre de escapar cuando las cosas
se ponían difíciles. La reciente monografía de Pierre Briant sobre Darío III
ha reivindicado la memoria del rey persa, construida en nuestros testimonios
sobre los esquemas devaluadores de los monarcas orientales corrompidos
por el lujo excesivo de su corte y a la poderosa sombra de su heroico rival,
unas circustancias que lo condenaban irremisiblemente al papel de simple
blanco de la victoria sin apenas mayor capacidad de maniobra que tratar de
evitar su captura. Aunque el nombre de Darío III no figuraría en los lugares
de honor de la lista de los grandes conquistadores de imperios, como sus
antepasados Ciro el Grande o Darío I, no debemos olvidar que llevó también
a cabo importantes hazañas en el curso de su reinado como una exitosa cam-
paña contra los cadusios que aparece reflejada en diversos testimonios. Las
fuentes griegas le achacan la culpa principal de la derrota persa en Isos y
Gaugamela, a causa de su repentina e inesperada huida del escenario de bata-
lla. Su comportamiento real, lejos de las interpretaciones enemigas, parece
haber obedecido a otras motivaciones como evitar que su persona, con todo
el simbolismo que comportaba, cayera en manos del enemigo, lo que habría
significado evidenciar de forma clara la sumisión final a su adversario, que
podría así exhibir entre su botín de guerra la emblemática figura del rey y
convertirse de esta forma en su legítimo y reconocido sucesor por derecho
de conquista.
Sus decisiones en Isos no parecen haber sido completamente desacerta-
das si tenemos en cuenta que consiguió situarse a las espaldas del ejército de
Alejandro sin que éste se apercibiera, cortando así sus líneas de comunica-
ción y suministro con sus bases anatolias situadas en Cilicia. El relato de
Arriano resulta ciertamente significativo. Para empezar, comienza dando por
sentado que las acciones desafortunadas del rey persa habían regalado a Ale-
jandro una fácil victoria al poner de relieve el caso omiso que Darío había
hecho a las instancias del macedonio Amintas, cuando le aconsejó que trata-
260 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
mela sino que continuó activa tras la batalla bajo las órdenes del sátrapa de
Pérside, un tal Ariobarzanes, que comandaba las defensas que protegían el
acceso a Persépolis. Las enormes dificultades experimentadas por las tropas
macedonias en sus intentos por hacerse con el control del paso y la cantidad
de bajas producidas en sus filas reflejan el carácter enconado de la resisten-
cia ofrecida por sus defensores, que contaban incluso con artillería para
cumplir su misión. Solo la astucia táctica de Alejandro, favorecida aquí con
la preciada información acerca de una ruta alternativa por la que podría rode-
ar a los defensores, que se vieron así atacados desde diferentes frentes y
cogidos entre dos fuegos, consiguió solventar el caso. La reacción de Ario-
barzanes no fue la huida, como una vez más nos presenta Arriano, sino la
continuidad de la lucha lanzándose de manera suicida a través de la forma-
ción macedonia con la idea de alcanzar la ciudad en busca de refugio, según
nos cuenta Curcio. Pero como la guarnición le cerró las puertas tuvo que vol-
ver a enfrentarse a sus perseguidores, entre los que ya había provocado antes
numerosas bajas, y pereció valerosamente en el intento junto con todos sus
hombres. Una versión de los hechos que no encaja bien con el esquema habi-
tual de un general cobarde y presto a la rendición y sí, en cambio, con la de
un fiero adversario dispuesto a resistir hasta el final la invasión del enemigo
y a mantener las posiciones que habían sido confiadas a su cargo.
Los principales sátrapas rebeldes, Satibarzanes y Beso, que aparecen
como dos de los protagonistas en el asesinato de Darío, resultaron igual-
mente unos temibles adversarios. Diodoro califica al primero como «un
hábil general de un coraje excepcional» que encabezó una amplia rebelión
en la región de Aria y sostuvo una dura batalla contra las fuerzas macedonias
hasta que tras el combate singular entre el comandante rebelde y uno de los
generales macedonios, Erigio, este acabó con su vida y provocó con ello la
inmediata rendición de los bárbaros. El combate singular mantenido entre
los dos generales es presentado por Curcio en términos más dramáticos y
heroicos con elementos tan significativos como la decidida actitud de Erigio
de afrontar el reto arrogante del caudillo bárbaro, a pesar de que existía una
importante diferencia de edad entre ambos, y la muerte de Satibarzanes,
quien a pesar de haber caído herido de su caballo todavía continuaba ofre-
ciendo resistencia e incluso colaboró activamente a la hora de recibir el
golpe definitivo por parte del general macedonio para que la muerte ya inmi-
nente resultara todavía más rápida. Estos incidentes apuntan también en la
dirección opuesta a la imagen de unos caudillos rebeldes impulsados tan solo
a combatir por la mezquindad de la traición cometida y por los posibles
264 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
fice del desastre militar del río Politimetos, donde consiguió aniquilar a todo
un escuadrón macedonio que había acudido imprudentemente en su perse-
cución por territorio desconocido en su intento de cruzar el río. Fue igual-
mente el responsable de la masacre de toda una guarnición, del intento de
asalto a la ciudad de Zariaspa y de la subsiguiente emboscada que provocó
la muerte de algunos veteranos macedonios importantes que acudieron en su
persecución. Colaboró activamente con los escitas de la zona en sus actua-
ciones y sostuvo contra Crátero lo que Arriano describe de forma sumaria en
su relato como una terrible batalla. Siempre consiguió escapar de todas las
persecuciones a pesar de la llegada acelerada de Alejandro a Maracanda, tras
haber recorrido casi 300 kilómetros en tres días y una noche. Mantuvo como
rehenes de sus acciones al comandante de una de las plazas atacadas y al
defensor principal de Zariaspa, un tal Pitón, en la idea más que probable de
poder entablar negociaciones o de establecer intercambios. A pesar de sus
repetidos fracasos, no cejó, sin embargo, en sus intentos y decidió atacar de
nuevo las fronteras de Sogdiana cuyos puestos fortificados le impedían cual-
quier acción en este sentido. Enfrentado en batalla con las tropas comanda-
das por Ceno fue severamente derrotado y abandonado en su huída por sus
aliados, quienes al tener noticias de que Alejandro les seguía de cerca deci-
dieron cortarle la cabeza y entregársela como preciado trofeo al monarca
macedonio que por fin se veía libre de esta manera de tan pertinaz y peli-
groso enemigo. La historia trasmitida por Curcio, según la cual Espitámenes
habría sido asesinado por su esposa, cansada de huir sin descanso y conven-
cida de que lo mejor era la rendición a Alejandro, a quien entregó personal-
mente su cabeza, parece una fabricación a posteriori cuyo principal objetivo
sería resaltar el carácter indomable y rebelde de un personaje que no estaba
dispuesto a ceder en su empeño ni siquiera ante las peticiones desesperadas
de sus seres más queridos. La reacción de Alejandro al mostrar al tiempo su
enorme satisfacción interna por haberse visto libre de esta pesadilla y repro-
bar públicamente la atrocidad cometida por esta mujer es ciertamente con-
sistente con la imagen de magnanimidad y sentido de la justicia que se había
creado en torno a la figura del monarca.
A lo largo de la campaña Alejandro hubo también de afrontar numerosas
acciones de resistencia por parte de los pueblos indígenas de las regiones
atravesadas por la expedición. Esta fue la constante durante su avance por las
llamadas satrapías superiores y sobre todo en su avance a través de la India,
tanto en su primera invasión del territorio al atravesar el Indo como más
tarde, ya una vez de regreso, en su descenso por el curso de los afluentes del
266 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
ter insalubre del agua, pone de manifiesto las enormes dificultades que tuvo
que afrontar en el curso de esta operación.
En su campaña de la India Alejandro atacó a diferentes pueblos, comen-
zando por los aspasios, gureos y asacenos. El rey resultó herido en el hom-
bro en el curso de uno de estos ataques al igual que dos de sus compañeros,
Tolomeo y Leonato, circustancias ambas que muestran una vez más la incre-
íble dureza de los enfrentamientos a pesar del aparente éxito con que solían
culminar todo este tipo de actuaciones según destacan la mayoría de los tes-
timonios. Aunque casi siempre la acción culmina con la huida casi generali-
zada de los indígenas ante la irrupción violenta de las tropas macedonias en
sus territorios, nuestros testimonios califican constantemente estos combates
como muy duros y violentos, dada la particular belicosidad de estas gentes.
Alejandro asedió una serie de ciudades que se opusieron tenazmente a su
avance como fue el caso de Peucelótide, Masaga, Ora, Bacira, Nisa o San-
gala en las que de una manera o de otra parece repetirse con leves variacio-
nes siempre la misma historia. La incapacidad de las defensas locales para
frenar el asalto de Alejandro, las demostraciones constantes de talento tácti-
co o de simple superioridad militar en efectivos y armamento a la hora de
afrontar cada uno de los retos, y la huida masiva a las montañas o la simple
rendición incondicional suelen ser los ingredientes más habituales. Sin
embargo, a pesar de los relatos evidentemente triunfalistas, emerge de los
textos la existencia de importantes dificultades, como sucedió en la toma de
la ciudad de Sangala, donde Alejandro tuvo que hacer gala de todo su talen-
to militar y sus previsiones acertadas a la hora de prevenir las reacciones del
enemigo. Aun así le costó grandes esfuerzos tomar la ciudad si atendemos a
algunos indicios reveladores como el importante número de heridos habido
entre los asaltantes, incluidos algunos comandantes como Lisímaco que for-
maba parte de la guardia personal del rey, la decisión de ensamblar las
máquinas de asalto tras los diferentes intentos fallidos, o el terror inicial que
provocó en los macedonios la curiosa forma de luchar de los indios monta-
dos en carros que estaban ensamblados entre sí.
Entre sus enemigos más fieros en estas comarcas cabe contar sin duda a
los malios y oxídracas, que según Arriano eran los más numerosos y belico-
sos de toda la zona. La resistencia ofrecida por los malios fue considerable,
a pesar de las campañas preventivas realizadas contra las poblaciones de los
alrededores para impedir que les prestaran su apoyo y de las masacres suce-
sivas perpetradas contra ellos en diferentes ocasiones. Primero les atacaron
por sorpresa pillándoles completamente desprevenidos y desarmados, y des-
268 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
que Alejandro hubiera decidido esperar a que las aguas del río descendieran
de nivel una vez transcurrido el verano y terminada la estación de las lluvias.
Quedaban además siempre los elefantes, un poderoso argumento con el que
intimidar a los macedonios, especialmente a su caballería, situándolos en
primera línea de combate. Sin embargo las maniobras de distracción
emprendidas por Alejandro de manera simultánea en diferentes puntos del
río y el oportuno descubrimiento de un lugar en el cauce del río por donde
podían pasar inadvertidos gracias a la existencia de una loma y un islote
poblados de densa vegetación acabaron por sembrar la confusión o al menos
la indecisión de su rival a la hora de actuar. Las habilidades estratégicas de
Alejandro en el momento preciso de plantear el combate desarbolaron por
completo la formación de las filas enemigas y la superioridad táctica y arma-
mentística de los soldados macedonios completaron la victoria. La muerte en
el curso del combate de dos de los hijos de Poro, del gobernante de la región
y de todos los comandantes y oficiales del ejército indio puede parecer una
afirmación exagerada pero en cualquier caso revelaría la dureza y tenacidad
de los oponentes, que se mostraron dispuestos a morir en combate antes que
capitular a cualquier precio o buscar su salvación mediante la huida como
habían hecho antes muchos otros. El número de bajas entre los macedonios,
a pesar de que la cifra que proporciona Arriano de veinte miembros de la
caballería de los compañeros es estimada por el propio Bosworth como
demasiado escasa a la vista del desarrollo del combate en su fase decisiva,
parece igualmente indicativa de la dureza de la contienda y de la oposición
y resistencia ofrecida por el enemigo.
Fuera de la propia campaña oriental también merecen consideración sus
enemigos balcánicos, tanto las tribus ilirias y tracias del norte como los grie-
gos del sur, con los que Alejandro tuvo que enfrentarse antes del inicio de la
expedición de conquista del imperio persa. La famosa estratagema de los
carros lanzados desde las estribaciones del monte Hemo contra la falange
macedonia que debía atravesar el lugar por parte de los tracios puso ya a
prueba las habilidades tácticas de Alejandro, que aconsejó a sus hombres la
forma más idónea de evitar la embestida de los temidos carros y superar así
la oposición de un enemigo al que Arriano califica como indefenso y mal
armado. Los tríbalos ofrecieron también una cierta resistencia inicial a las
tropas macedonias al menos hasta que sufrieron el ataque frontal de la falan-
ge y la carga de la caballería que arrolló completamente su formación. No
resultó tan fácil el triunfo sobre los ilirios y los taulancios que habían unido
sus fuerzas contra el monarca macedonio. El pormenorizado relato de Arria-
270 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
contra los puntos más débiles del enemigo. Aplicó dichas habilidades en el
curso de las tres grandes batallas libradas contra los persas y obtuvo el resul-
tado esperado, si bien contribuyeron de manera activa, como ya se ha insis-
tido, algunos importantes errores de estrategia por parte de sus rivales que
resultarían fatales para sus intereses. En Gránico los persas sobrevaloraron
la capacidad de sus jinetes armados con jabalinas para afrontar el empuje de
las lanzas de la caballería macedonia. Dirigidos por Alejandro los jinetes
macedonios cargaron en diagonal contra los persas y neutralizaron su avan-
ce para destrozar a continuación con sus lanzas todos sus efectivos de caba-
llería. En Isos, a pesar de la sorpresa inicial del movimiento inesperado de
Darío, Alejandro reaccionó con frialdad e inteligencia, sabedor de que las
ventajas se hallaban todavía de su lado al verse los persas obligados a pre-
sentar batalla en una estrecha franja de terreno que no les permitía desplegar
con plena efectividad el número superior de sus tropas. Una vez que la caba-
llería de los compañeros condujo la carga inicial, los persas resultaron nue-
vamente incapaces de soportar el empuje de las lanzas macedonias. Darío se
vio en serio peligro ante el imparable avance de la caballería macedonia y se
vio obligado a escapar echando así por tierra la ventaja que estaban consi-
guiendo en esos momentos su caballería e infantería sobre la falange mace-
donia en cuya compacta formación habían abierto ya algunas peligrosas bre-
chas. En Gaugamela Alejandro supo contrarrestar con gran efectividad ‘el
arma secreta’ de Darío, los carros falcados escitas con los que esperaba cau-
sar serios destrozos en las filas de la falange enemiga. Atacó los caballos con
sus arqueros y ordenó a sus hombres que abrieran filas en el momento opor-
tuno para dejar pasar los mortíferos carros entre los huecos. Su movimiento
hacia la derecha, que provocó la concentración del ataque persa sobre su
flanco izquierdo, donde Parmenión debía aguantar la embestida a duras
penas, consiguió abrir finalmente el hueco esperado en las filas del enemigo
y la batalla culminó como la anterior con la forzada huida del monarca persa
del campo de batalla.
La increíble celeridad impuesta a sus acciones constituye otro de los
exponentes de la eficacia y brillantez de su campaña. Recorrió la distancia
existente entre Tracia y Tebas en apenas trece días presentándose casi ante
las mismísimas puertas de la ciudad, en Onquesto a apenas tres horas de
marcha, cuando los propios habitantes de la ciudad beocia ni siquiera tenían
noticias acerca de su avance desde el norte. Cubrió en un solo día los 55 kiló-
metros que separan las puertas cilicias de Tarso impidiendo con ello que los
gobernantes persas prendieran fuego a la ciudad. Con su velocidad impidió
274 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
nas implicaron más que a sectores reducidos de la corte y los motines prin-
cipales, el del Hífasis y el del Opis, no iban dirigidos contra su persona sino
contra algunas de sus decisiones, y la aparente cohesión demostrada en los
momentos más duros, cuyo lógico y justificable descontento no pudo ser
capitalizado nunca por ninguno de sus generales. Como bien ha señalado
Waldemar Heckel lo verdaderamente sorprendente del reinado de Alejandro
no son las conspiraciones habidas sino el hecho de que no se produjeran más
y que nadie llegara a causar el menor daño a la persona del rey. Las tropas
le veneraban aunque no aprobaban todas sus decisiones. Las famosas demos-
traciones de afecto y simpatía en los momentos en que su vida corrió serio
peligro o en el instante de su muerte, ya comentadas, no hacen más que ava-
lar esta perspectiva.
Su extraordinaria capacidad de liderazgo no afectaba solo a sus tropas
sino que se extendía también a sus compañeros y generales, un colectivo de
individuos de colosal envergadura que de hecho, una vez desaparecido Ale-
jandro, libraron entre sí una descomunal contienda por la sucesión y la hege-
monía convirtiéndose los supervivientes de esta titánica lucha en los creado-
res de las grandes monarquías helenísticas que iban a definir el curso de la
historia del mundo antiguo en los siguientes doscientos años. No eran preci-
samente un grupo de personajes dóciles que se plegaran con facilidad y sin
rechistar a las decisiones adoptadas por su superior. Poseían la experiencia y
la energía necesaria como para plantar cara a cualquier situación y contaban
entre sus hombres con la lealtad y el grado de adhesión suficiente que habría
podido permitirles optar por un camino independiente. Sin embargo, todos
sin excepción fueron fieles a Alejandro hasta el final y quedaron siempre
sometidos, posiblemente muchas de las veces a regañadientes, a su férrea e
imperiosa voluntad sin aparentes estridencias. Las excepciones, que ni
siquiera serían tales, vienen a confirmar esta regla, ya que Parmenión fue eli-
minado por orden directa del rey sin que aparentemente existiera el menor
indicio en su contra de haber participado en ningún complot, y Clito el
Negro cayó abatido en medio de un banquete, víctimas ambos, tanto el agre-
sor como el agredido, de los excesos verbales que provoca la bebida, y no
como resultado de una oposición frontal en circustancias normales. Alejan-
dro supo siempre reconocer sus méritos mediante la promoción dentro del
ejército y de formas más simbólicas como la erección del grupo escultórico,
obra de Lisipo, que conmemoraba a los caídos en la batalla de Gránico, o en
las bodas de Susa, ofreciéndoles compartir con él la dote nupcial del nuevo
imperio.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 279
El dominio de la logística
los guías locales y por la falta de colaboración por parte de los sátrapas de
las regiones próximas a los que había encargado las labores de suministro. A
su regreso a Carmania, una vez ya solventados todos los problemas de la tra-
vesía, adoptaría las medidas de represión pertinentes hacia quienes de esta
forma habían contribuido a la pérdida considerable de un buen número de
sus efectivos, además de las víctimas civiles que acompañaban la marcha,
una circunstancia esta, el tamaño inusual de su contingente y su composi-
ción, que revela también la naturaleza equivocada de sus previsiones ya que
de haber contado con todos los datos es más que probable que no se hubie-
ra adentrado por aquella ruta en tales condiciones sino que habría repetido lo
que ya había hecho en anteriores ocasiones como su visita a Siwa o las per-
secuciones de Darío y sus asesinos, es decir llevar consigo solo a un grupo
reducido de efectivos cuidadosamente seleccionados.
La habilidad y la eficiencia de la organización logística de la expedi-
ción de Alejandro parecen así incuestionables a pesar de los fallos men-
cionados, que no enturbian la cuidadosa preparación de cada una de las
fases de la campaña. En todo momento parece haber habido una constante
preocupación por el bienestar y la seguridad de sus tropas, bien fuera aten-
diendo tan solo a razones egoístas, ya que todo el engranaje de la conquis-
ta dependía estrechamente de la satisfacción de sus hombres en estos terre-
nos elementales que afectan a la supervivencia de los individuos y a la
moral de unos soldados que debían afrontar con entusiasmo toda clase de
retos. Seguramente entre los factores que determinaron algunas de sus
actuaciones más imprudentes cabe señalar la confianza absoluta y desme-
dida que el propio Alejandro tenia en sí mismo, un componente de su per-
sonalidad que sobrepasaba cualquier expectativa racional a la vista de
cualquier situación, dada la profunda convicción que tenía en su estatus
sobrehumano, sobre todo a partir de su experiencia en Siwa y de los triun-
fos espectaculares conseguidos en Isos y Gaugamela. Esta especie de fe
irracional en sus posibilidades, amparada en el auxilio constante de la divi-
nidad, que conducía sus pasos hacia los desafíos más complicados, no le
hizo, sin embargo, desatender otro tipo de elementos de carácter menos
‘místico’ que pasaban indefectiblemente por el análisis previo de la situa-
ción, la evaluación acertada de los medios disponibles, el cuidado puesto
en la realización de los planes previstos, y la preocupación por la condi-
ción y el ánimo de sus hombres tanto antes como después de las batallas.
En suma poseer las dotes propias de un general brillante y capaz, prepara-
do para asumir todas las responsabilidades.
284 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
sur y los dirigidos hacia las regiones del norte hacia el Caspio, quizá a más
largo plazo, revelan también la considerable amplitud y consistencia de su
visión estratégica a la hora de concebir un imperio, que requería el conoci-
miento y el control de todos los territorios inmediatos que presentaran posi-
bilidades aprovechables de algún tipo.
Bibliografía complementaria
parece haber sido la situación que aparece definida en una inscripción rela-
tiva a la ciudad de Priene que ha sido objeto de numerosos comentarios. La
proclama inicial de libertad y autonomía hubo de ser concretada más tarde
cuando surgieron disputas acerca de la tenencia y privilegios de los habitan-
tes de los territorios limítrofes de la ciudad, en particular del puerto de Nau-
loco. Parece que Alejandro concedió a los habitantes de la ciudad de Priene
el derecho de posesión de todos sus bienes inmuebles además de la ya
comentada libertad y autonomía en contraposición a un segundo grupo de
población cuya autonomía aparecía más limitada y sus derechos quedaban
desprovistos de plenas garantías. Alejandro se aseguraba así la lealtad de un
puerto importante concediendo su control a quienes le parecía que podían
garantizar mejor dicho estatus al poseer unos derechos preferenciales sobre
el resto de la población, eliminando de esta forma cualquier tentación de
pasarse al enemigo.
Este documento tiene también enorme importancia por el hecho de que
se trata del único lugar donde aparece mencionada de manera explícita la
suntaxis o contribución de guerra destinada a sufragar los gastos de las fuer-
zas de ocupación que se imponían a las ciudades y territorios sometidos. En
el caso de Priene parece que sus habitantes consiguieron mediante negocia-
ciones con el rey que suprimiera esta pesada carga, si bien continuó vigente
el impuesto regular que debían pagar los habitantes indígenas de las aldeas
del territorio circundante y se impuso la presencia de una guarnición en la
ciudad y el puerto, encargada de velar por la salvaguarda de los intereses
macedonios. No sucedió lo mismo con Aspendo, que a pesar de que se había
entregado en manos de Alejandro pretendió verse exenta de los gastos que
comportaba albergar una guarnición. El monarca macedonio aceptó la peti-
ción pero exigió a cambio que la ciudad pagase cincuenta talentos para hacer
frente a los gastos de campaña y el mismo número de caballos que entrega-
ban habitualmente al rey de los persas. Aunque en un principio pareció que
los embajadores de la ciudad aceptaban dicha petición, después se negaron
a llevarla a la práctica y se encerraron tras los muros de la ciudad, que ocu-
paba una colina segura y escarpada según la describe Arriano, cerrando las
puertas a los enviados del rey. La llegada del propio Alejandro ante sus
muros cambió radicalmente la situación e hizo que sus desafiantes morado-
res tratasen de obtener los mismos términos del acuerdo anteriormente
alcanzado. Alejandro se negó en redondo a cualquier acuerdo, ordenó que le
entregaran como rehenes a los ciudadanos más influyentes, volvió a reque-
rir el mismo número de caballos que antes, dobló sus exigencias económicas
306 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
ceremoniales de corte persa que tanto molestaron a sus tropas. Todas las
medidas que consideró necesarias fueron asumidas, incluidas algunas tan
polémicas como la imposición de la proskúnesis o la integración entre sus
guardias personales del mismísimo hermano de Darío, Oxiatres, que de esta
manera quedaba bajo su control más inmediato y directo, evitando cualquier
posibilidad de que entrara en contacto con los medios iranios que todavía se
mantenían en rebelión abierta contra la dominación macedonia. Como ha
señalado Maria Brosius, los miembros de la familia real persa en poder de
Alejandro no eran otra cosa que prisioneros en una jaula de oro que asegu-
raban la viabilidad de sus pretensiones a ocupar el trono vacante de Darío sin
oposición visible alguna.
La continuidad de las estructuras fundamentales del imperio como sus
divisiones territoriales o el mismo término de sátrapa que designaba a sus
gobernantes y el papel concedido a algunos de los miembros más ilustres de
la aristocracia persa, sobre todo a partir del 331 a. C., demuestran la inten-
ción evidente por parte de Alejandro de construir su nuevo imperio sobre las
bases del antiguo imperio aqueménida. Era consciente de que la conquista de
un territorio de estas extraordinarias dimensiones, que sobrepasaban con
mucho los dominios territoriales macedonios en Grecia, no podía llevarse a
cabo mediante la mera imposición de la fuerza de las armas. Supo valorar en
su justa medida la buena organización del imperio persa cuyo eficiente
funcionamiento a nivel burocrático, financiero y militar no le había pasa-
do desapercibido a pesar de sus resonantes victorias y de la imagen de deca-
dencia e ineficacia que las fuentes griegas trasmitían acerca de todo el reino,
minado por continuas rebeliones de sus ambiciosos sátrapas y sometido al
capricho de los eunucos y de las mujeres en una corte corrompida por las
intrigas y el lujo. El lado eminentemente pragmático de Alejandro le permi-
tió comprobar la eficacia de un sistema que no dudó en adoptar como propio
cuando se puso al frente de todo el imperio, a pesar de que no entendió cues-
tiones tan esenciales como el profundo entramado ideológico sobre el que se
fundamentaba la realeza persa, ignorando la enorme importancia de las capi-
tales persas como soporte visual y emblemático del imperio o su decisivo
papel a la hora de actuar como vínculos vitales que unían a los diferentes
sátrapas del imperio con la figura del rey.
Alejandro había adoptado todas las medidas que estaban a su alcance
para tratar de conseguir el apoyo de las elites dirigentes iranias y para ser
visto por sus reciente súbditos como el nuevo rey legítimo que había susti-
tuido al asesinado Darío. Había demostrado su respeto por la familia del
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 309
ciación con las clases dirigentes de cada ciudad, que aconsejaron al parecer
al monarca macedonio acerca de la manera más conveniente de ganarse el
apoyo popular mediante la asunción de los ritos y deberes religiosos perti-
nentes que comportaba su condición de rey, como el hecho de cuidarse de la
reconstrucción y buen uso de los templos locales. Estas funciones, que fue-
ron cumplimentadas adecuadamente en Babilonia, no parece que tuvieran la
misma eficacia en Susa o Ecbatana, sobre cuya entrada en la ciudad nuestros
testimonios resultan menos explícitos. Desde luego celebró juegos griegos
en Susa para celebrar su triunfo y convirtió Ecbatana en una guarnición mili-
tar bajo el mandato directo de Parmenión, dos actuaciones que hemos de
suponer no debieron ser muy bien acogidas por la población local, que com-
probaba de esta manera su verdadero papel como súbditos sometidos por
completo a la voluntad caprichosa y autoritaria de su nuevo conquistador. La
presencia de un nuevo usurpador en la zona, un tal Bariaxes que reclamaba
el título real, entregado a Alejandro por Atropates, el sátrapa de Media, y el
establecimiento como monarca independiente del susodicho Atropates en
una región a la que dio su nombre, Atropatene, tras la muerte del rey, reve-
lan la existencia de un amplio descontento en lo que había sido el centro del
imperio que podía ser capitalizado por cualquier aventurero como el men-
cionado Bariaxes o por un miembro de la nobleza irania con mucha mayor
capacidad de acción política como Atropates.
Aunque Alejandro mantuvo en su puesto a muchos de los sátrapas persas
o nombró para estos cargos a importantes miembros de la aristocracia irania,
tratando de ganarse así su lealtad y su colaboración en la gestión de los nue-
vos dominios, lo cierto es que el poder y el estatus del que disfrutaban bajo
el gobierno aqueménida, mediante su participación en los cultos religiosos
reales y su reconocimiento a través de importantes donaciones o emparen-
tando por matrimonio con miembros de la familia real, quedaron seriamen-
te disminuidos bajo el dominio macedonio. Aunque permanecían en su pues-
to siempre quedaban bajo la incómoda supervisión de un oficial macedonio
que ejercía el verdadero control de las fuerzas militares y de los recursos
financieros de la satrapía. El descontento existente en este medio queda
patente en las numerosas revueltas que Alejandro encontró a su regreso de la
campaña de la India, viéndose obligado a deponer de sus cargos y a ejecutar
a los rebeldes. Probablemente la mayoría de los miembros de la aristocracia
persa se habían visto obligados a colaborar con el invasor con vistas a su pro-
pia supervivencia sin que en ningún momento manifestaran el más mínimo
entusiasmo por asumir sus tareas con lealtad hacia el nuevo monarca dentro
314 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
La metamorfosis de Alejandro
macedonio. La confrontación con los héroes del pasado y con los mismos
dioses como Dioniso, y la superación manifiesta de sus hazañas le hizo apa-
recer como un verdadero theos aníketos (dios invencible) que no podía tole-
rar ningún tipo de resistencia a su avance. Incluso algunos episodios, que
hablan de su recibimiento por los indígenas como si se tratara de un dios,
bien fuera entre los oxídracas o entre los sambastes, contribuyeron a afian-
zar su propia creencia en este sentido de haber trascendido ya con sus actua-
ciones los límites de las capacidades humanas y estar actuando como un
auténtico dios sobre la tierra.
Las decisiones adoptadas a su regreso de la India no hacen más que con-
firmar esta impresión. Si antes, al menos en una primera etapa de la campa-
ña, había existido una clara distinción entre sus aliados griegos y los pueblos
sometidos en el curso de la expedición, ahora todos se transformaron de
golpe en meros súbditos de un monarca absoluto que imponía su voluntad a
base de decretos incontestables. Alejandro consideraba todas las comunida-
des, fueran griegas o no, como su propiedad exclusiva de las que podía dis-
poner a voluntad sin necesidad de ningún otro tipo de trabas de carácter
legislativo o constitucional. Así lo demuestra la famosa donación realizada
al político ateniense Foción, a quien según el testimonio de Plutarco, Ale-
jandro le había ofrecido que eligiera una de entre cuatro ciudades asiáticas
para que dispusiera libremente del control de sus ingresos. Sin embargo el
documento más representativo de esta fase es el famoso decreto de los exi-
liados, según el cual se ordenaba la aceptación por parte de todas las ciuda-
des griegas de los numerosos exiliados que desde hacía tiempo, incluso hasta
generaciones, vivían lejos de sus antiguas patrias de origen. La proclamación
del edicto se realizó en un lugar tan emblemático como el santuario de Olim-
pia durante la celebración de los juegos del 324 a. C. Parece que solo se
hallaban excluidos de este acto de magnanimidad aquellos que habían sido
condenados por delitos de sangre o de sacrilegio y, por supuesto, los que
habían sufrido dicho destino con posterioridad al 334 a. C., es decir los que
habían sido las víctimas directas de la acción política de Alejandro. Se daban
además las instrucciones pertinentes a Antípatro para que procediera al cum-
plimiento efectivo de la medida en aquellos casos en los que las ciudades
afectadas se mostraran reticentes a llevar a cabo su ejecución.
El decreto en sí constituía una clara ruptura de algunas de las disposicio-
nes establecidas en la liga de Corinto, como la prohibición de imponer por
la fuerza el regreso de los exiliados y subvertir la constitución existente en
cada uno de los estados miembros. La orden directa emitida por Alejandro y
318 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
hasta casi los mismos confines del mundo habitado, tocados directamente
por el norte, en el Yaxartes, y por el sur, en el océano Índico, aunque había
sufrido la amarga decepción de su fracaso en el Hífasis cuando no pudo pro-
seguir en dirección hacia el este donde todavía le aguardaban nuevos reinos
que conquistar. La batalla del Hidaspes contra Poro había constituido la
prueba definitiva de su condición divina y así lo puso de manifiesto en sus
monedas conmemorativas que resaltaban la envergadura y las dificultades de
los enemigos derrotados. Era un verdadero dios que expresaba su soberanía
indiscutible y absoluta, y a sus súbditos no les cabía ya otra reacción posible
que el envío de las embajadas adecuadas, en forma de theoroi (embajadores
en misión sagrada), para conseguir de su benevolencia y buena disposición
los favores esperados o la modificación de algunas de sus disposiciones.
Como ha señalado inteligentemente el ya tan citado Bosworth, para ellos
siempre resultaba más práctica la autohumillación que la autoinmolación.
Sin embargo, a pesar de esta indiscutible tendencia hacia la diviniza-
ción nunca perdió de vista las consideraciones más terrenales relacionadas
con la gestión y ocupación de los territorios conquistados. Realizó los
nombramientos militares y administrativos pertinentes que le parecían más
adecuados; se preocupó de la seguridad de sus tropas adoptando las medi-
das estratégicas más oportunas; emprendió la fundación de ciudades en
puntos clave de sus nuevos dominios con finalidades defensivas o de con-
trol del territorio pero sin desdeñar tampoco otras posibilidades como las
de convertirlas en establecimientos comerciales o en lugares apropiados
para la sedentarización de sus tropas; trató de establecer los lazos conve-
nientes con las aristocracias locales casándose con una princesa irania y
acogiendo en su entorno a importantes dignatarios persas; llevó a cabo
alianzas con algunos monarcas locales cuando la extensión y dimensiones
de las nuevas conquistas no hacían aconsejable el nombramiento de gober-
nadores macedonios en la zona, como sucedió con Poro o Taxiles en la
India; dispuso lo necesario para que se exploraran nuevas regiones que
habían quedado momentáneamente en los márgenes de sus conquistas,
como la región del Caspio o la península arábiga, y contempló las posibi-
lidades comerciales que podrían derivarse de su control; y estuvo siempre
preparado para proseguir con su actividad planeando futuras campañas y
preocupándose por disponer los medios adecuados para su realización,
como la construcción de una gran flota, la habilitación de puertos y fonde-
aderos o la apertura de los canales que conducían desde Babilonia hacia el
mar a través del Éufrates.
322 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
fianza de contar con el apoyo y el favor de los dioses le insufló nuevos áni-
mos convirtiendo sus expectativas en firmes realidades. Las victorias de Isos
y sobre todo de Gaugamela no hicieron más que confirmar su meteórica
carrera en este sentido e incluso debieron sumar nuevos adictos a la causa
entre aquellos que albergaban serias dudas acerca de la idoneidad de su cau-
dillo y comandante. Pronto se dio cuenta que tenía Asia a sus pies y que todo
lo demás estaba al alcance de su mano con tan solo proponérselo como obje-
tivo. Mientras pudo estuvo dispuesto a conciliar sus ambiciones con las
necesidades estratégicas que condicionaban su campaña atendiendo con
esmero a sus diferentes requerimientos. Sin embargo la campaña en la India,
la victoria sobre Poro, la increíble supervivencia de la gravísima herida sufri-
da en la ciudad de los malios, la superación de la travesía del desierto de
Gedrosia, la creciente identificación con Dioniso a través de reactualizacio-
nes míticas, celebraciones y ceremonias rituales como las bacanales de Car-
mania, y la implacable labor de adulación realizada por algunos miembros
de su corte le condujeron a prescindir ya por completo de cualquier clase de
miramientos que no fueran el cumplimiento efectivo e inmediato de sus
decisiones.
Convencido de que todo para él resultaba posible, no hay que descartar la
veracidad de sus últimos proyectos, considerados a veces como excesivos e
irrealizables o completamente ficticios. Su intención de circunnavegar la
península arábiga parece que estaba ya perfectamente planificada antes de su
muerte a partir del 324 a. C. Se había dragado un gran puerto en Babilonia
con capacidad para más de mil barcos de guerra y se envió a la costa fenicia
a un agente para que reclutara las consiguientes tripulaciones para las naves
que se habían de construir, tanto en los astilleros mediterráneos como en la
propia Mesopotamia, talando los bosques de cedros existentes en el lugar.
Nearco estaba ya presente con sus unidades respectivas de la flota y a ella se
añadirían los nuevos barcos enviados en piezas y transportados por tierra
desde la costa mediterránea. Y se habían enviado también expediciones de
reconocimiento que habían arribado hasta las islas de Icaria y Tilo (las actua-
les Falaika y Bahrein). Alejandro preveía establecer colonias en sus costas y
conseguir así el control de su floreciente comercio de los aromas y las espe-
cias. Todo estaba ya casi dispuesto en la primavera del 323 a. C. para que el
propio Alejandro asumiera el mando de la expedición, pero su inesperada
muerte trastocó por completo todos estos planes. Los árabes eran además los
únicos de la zona que no habían enviado embajadas a su corte a comienzos
del 323 a. C. cuando se instaló en Babilonia, proporcionándole así una inme-
324 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Bibliografía complementaria
the Great and the Greeks, que contiene los textos correspondientes de las
inscripciones y su comentario; resulta igualmente fundamental el trabajo
de Bosworth, «Alessandro: l´imperio universale e le città greche» en S.
Settis (ed.), I Greci. Storia. Cultura. Arte.Società, 2, III, Turín, 1998,
págs. 47-80; un estudio detallado de algunos casos concretos puede
encontrarse en el libro de S. L. Ager, Interstate Arbitrations in the Greek
World 337-90 B. C., Berkeley 1996. En general E. N. Borza, «Greeks and
Macedonians in the Age of Alexander: The Source Tradition», en R. W.
Wallace y E. M. Harris (eds.), Transitions to Empire. Essays in Greco-
Macedonian History, 360-146 B. C. in honor of E. Badian, Norman,
Oklahoma 1996, págs. 122-139.
• Sobre la Liga de Corinto la discusión fundamental es la que aparece en
la obra A History of Macedonia, vol. II, Oxford, 1979, págs. 604-646,
obra de N. G. L. Hammond y G. T. Griffith, como contribución parti-
cular de este último autor, y W. L. Adams, «Philip II, the League of
Corinth and the Governance of Greece», Ancient Macedonia 6, (1999)
págs. 15- 22; sobre su funcionamiento bajo el reinado de Alejandro el
trabajo de G. Dobesch, «Alexander der Grosse und der Korintische
Bund», Gräzer Beiträge 3, (1975) págs. 73-149 y el correspondiente
capítulo de Bosworth en su monografía Alejandro Magno, págs. 271-
286; también A. Tronson, «The relevance of IG II 2 329 to the Helle-
nic League of Alexander the Great», Ancient World 12, (1985) págs.
15-19.
• Sobre la revuelta de Agis III puede verse una discusión del tema en el tra-
bajo de E. Badian, «Agis III: Revisions and Reflections» en Ventures into
Greek History, págs. 258-292 en el que pasa revista a su viejo trabajo
sobre el mismo tema publicado en 1967 en la revista alemana Hermes; en
general E. I. McQueen, «Somes Notes on the Anti-Macedonian Move-
ment in the Peloponnese in 331 B. C.», Historia 27, (1978) págs. 40-64.
• Sobre la situación en Atenas son fundamentales las obras W. Will, Athen
und Alexander. Untersuchungen zur Geschichte der Stadt von 338 bis 322
v. Chr., Munich 1983; M. Faraguna, Atene nell´età di Alessandro, Roma
1992; Ch. Habicht, Athens from Alexander to Anthony, Cambridge Mass.,
1997; N. Sawada, «Athenian Politics in the Age of Alexander the Great:
A Reconsideration of the Trial of Ctesiphon», Chiron 26, (1996) págs.57-
84. Sobre la huida de Hárpalo y sus repercusiones en la política griega
puede consultarse la monografía de C. W. Blackwell, In the Absence of
Alexander: Harpalus and the Failure of Macedonian Authority, Nueva
328 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
York, 1999, así como el trabajo de Ian Worthington, «The Harpalus Affair
and the Greek Response to the Macedonian Hegemony» en Ventures into
Greek History, págs. 307-330. En general sobre las relaciones entre Ale-
jandro y Atenas, B. Antela, Alexandre Magno e Atenas, Santiago de Com-
postela 2005.
• Sobre el problema de los exiliados, E. Bickerman, «La lettre d´Alexandre
le Grand aux bannis grecs», Révue des Études Anciens 42, (1940) págs.
25-35; I. Worthington, «Alexander and Athens in 324/3: on the Greek
Attitude to the Macedonian Hegemony», en P. J. Connor (ed.), Ancient
Macedonia: An Australian Symposium en Mediterranean Archaeology 7,
(1994) págs. 45-51; Ch. Habicht, «Athens, Samos and Alexander the
Great», Transactions of the American Philological Association 140. 3,
(1996) págs. 397-403. En general, S. Jaschinski, Alexander und Grie-
chenland unter den Eindruck der Flucht des Harpalos, Bonn, 1981.
• Sobre la relación de Alejandro con las ciudades griegas de Asia Menor
sigue siendo básico el trabajo de E. Badian, «Alexander the Great and the
Greeks of Asia» en Ancient Society and Institutions: Studies presented to
Victor Ehrenberg on his 75th Birthday, Oxford, 1966, págs. 37-69; tam-
bién tiene valor el viejo trabajo de E. Bickerman, «Alexandre le Grand et
les villes d´Asie», Révue des Études Grecques 47, (1934) págs. 346-374;
en general sobre el imperialismo macedonio son también enormemente
interesantes las consideraciones de R. A. Billows, Kings & Colonist.
Aspects of Macedonian Imperialism, Leiden 1995, págs. 25 y ss.
• Sobre la relación de Alejandro con las ciudades griegas que no formaban
parte de la Liga de Corinto, C. Vatin, «Lettre adressé à la cité de Philip-
pes par les ambassadeurs auprès d´Alexandre», Praktika BA, (1984)
págs. 259-270; L. Missitzis «A Royal Decree of Alexander the Great on
the Lands of Philippi», Ancient World 12, (1985) págs. 3-14.
• Sobre la relación de Alejandro con los persas es fundamental el libro de
P. Briant, Histoire de l´empire perse. De Cyrus à Alexandre, París, 1996,
págs. 837-896; son también igualmente importantes las contribuciones de
E. Badian, «Orientals in Alexander´s Army», Journal of Hellenic Studies
85, (1965) págs. 160-161; «Alexander in Iran» en I. Gershevitch (ed.),
Cambridge History of Iran, vol. II, Cambridge, 1985, págs. 420-501; A.
B. Bosworth, «Alexander and the Iranians», Journal of Hellenic Studies
100, (1980) págs. 1-21; J. R. Hamilton, «Alexander´s Iranian Policy» en
W. Hill y J. Heinrichs (eds.), Zu Alexander d. Gr.: Festschrift G. Wirth
zum 60. Geburstag am 9.12.86, Ámsterdam, 1987, págs. 467-486, y M.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 329
sino de Filipo, los honores reservados a los tiranicidas y que habían apro-
bado en el 334 a. C. una ley contra la tiranía, aunque algunos piensan que
tenía solo implicaciones dentro de la política interna de la ciudad.
Muchos de los rasgos de la conducta de Alejandro, sobre todo sacados
fuera de contexto y tras la concesión de un protagonismo desmesurado,
podían ajustarse perfectamente a estos parámetros negativos de la con-
ducta del tirano tal y como aparecía definida en la tradición literaria grie-
ga. Algunos de los elementos más destacados y consistentes de tan sinies-
tro retrato serían la influencia dominante ejercida por su madre, una mujer
cruel y despiadada a la que se acusaba de haber tramado el asesinato de
su propio marido, su particular afición a la bebida y a los muchachos, su
brutalidad con las ciudades sometidas, la desmedida inclinación hacia el
lujo que demostró sobre todo cuando se halló en posesión de las inmen-
sas riquezas del imperio persa, la manifiesta degeneración moral en que
fue incurriendo cuando abandonó sus costumbres ancestrales para adoptar
extravagancias ajenas, su proverbial megalomanía puesta sobre todo de
manifiesto a la hora de organizar grandes banquetes y ceremonias o con-
cebir proyectos arquitectónicos extravagantes e irrealizables, su trato
injusto y desagradecido de algunos de sus más estrechos colaboradores
que culminó en el asesinato más arbitrario o en su marginación de la corte,
y finalmente su incomprensible deseo de aparecer como dios en vida al
que debían tributarse los honores debidos.
En toda esta campaña de desprestigio, aunque ciertamente justificada
por muchas de sus actuaciones, intervinieron también activamente los
prejuicios existentes en los medios griegos hacia la vida de la corte mace-
donia que daban lugar a manifiestas y a veces estrafalarias exageraciones.
Ya Demóstenes había llegado a calificar a Filipo de «miserable macedo-
nio, salido de un país donde no se podría siquiera comprar un esclavo
decente». Ni siquiera Teopompo, que era un declarado admirador de las
habilidades políticas del monarca macedonio, se vio libre de este tipo de
estrategias retóricas. Condenaba así abiertamente sus cualidades morales
presentando una descripción de la vida en la corte macedonia que coinci-
de sospechosamente con la de Demóstenes y se parece también demasia-
do a la que luego se hará de la de Alejandro. El alejamiento de los indivi-
duos mejores, el carácter innoble y disoluto de sus compañeros predilec-
tos y su afición a rodearse de bufones, exiliados y ladrones constituyen
sus principales características. Sin duda existían ciertos fundamentos rea-
les en algunos de estos comportamientos, como el carácter mucho menos
336 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Fue sobre todo tras la muerte de Alejandro cuando los ataques sobre su
persona se intensificaron de manera especial, eliminados ya los temores que
podían coartar la libre expresión de todos aquellos que albergaban senti-
mientos claramente hostiles hacia su figura. Dentro de esta corriente hay que
mencionar la publicación de panfletos compuestos por algunos individuos
que habían sido miembros de su propia corte, como Efipo de Olinto, un per-
sonaje que, al menos en teoría, conocía de primera mano las costumbres del
monarca. Destacaba así aspectos desfavorables como la falta de moderación
en los banquetes macedonios, el lujo extravagante que imperaba en su corte
y los excesos estrafalarios de la indumentaria real, que adoptaba en ocasio-
nes la apariencia de Ammón, en otras la de Artemis, y en algunos casos las
de Hermes y Heracles. Ponía igualmente de relieve rasgos de su conducta
como su temperamento colérico y sanguinario, y achacaba incluso su muer-
te a la venganza de Dioniso como castigo por haber destruido la ciudad de
Tebas. Otro de estos curiosos personajes, el denominado Nicobulé, mencio-
naba por su parte algunos hechos destacados que redundaban en este aspec-
to como los brindis que se realizaron con vino en estado puro en el último
de los banquetes celebrados, forzando Alejandro a los demás asistentes a
hacer lo mismo. Tampoco parecían halagadoras en este sentido algunas de
las informaciones trasmitidas por Cares, el chambelán de la corte, ya que
resultaban, intencionadamente o no, igualmente derogatorias del modo de
vida de Alejandro al poner de manifiesto el lujo excesivo de su corte y el
carácter escasamente moderado de muchas de sus costumbres.
Una buena parte de la responsabilidad de muchas de estas acusaciones,
convenientemente exageradas y deformadas en función de las circustancias,
hay que atribuírsela a determinados factores como la consistente corriente de
rumores que circulaban en el ámbito de los tribunales áticos, en los que cual-
quier incidente podía ser aprovechado para desacreditar las credenciales y
fiabilidad del adversario, o los estereotipos imperantes sobre las cortes bár-
baras, modeladas sobre el modelo oriental con todas sus resonancias sucesi-
vas, primero la del reino lidio denostado por los poetas arcaicos y luego la
del imperio persa, con las contribuciones destacadas de Ctesias, Deinón y
otros autores de esta clase de historias. A todo este bagaje se habían sumado
ahora también los macedonios, cuyos últimos monarcas, particularmente
Filipo y Alejandro, aparecían modelados, como hemos visto, sobre el para-
digma negativo del tirano. No hemos de olvidar tampoco que se trata en
muchas ocasiones de noticias de carácter anecdótico y ejemplar, que encon-
traron fácil cabida en una obra como la de Ateneo, que se ocupaba sobre todo
340 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
La destrucción de Tebas
«esta desgracia del pueblo griego (por la importancia de la ciudad que había sido
tomada, por la crudeza de la acción, y no menos porque no lo esperaban así ni
344 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
los que la sufrieron ni quienes la ejecutaron) conturbó por igual al resto de Gre-
cia y a los que participaron en la acción».
«la fortuna impulsó a Tebas contra él y obstaculizó su camino con una guerra
contra los griegos y una terrible necesidad de venganza frente a hombres de su
misma raza y sangre, cumplida a través del asesinato, el fuego y el hierro de muy
funesto fin».
«llevado por los hados que le empujaban a través de los pueblos de Asia, se arro-
jó con gran mortandad de hombres y paseó su espada por todas las gentes; ríos
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 347
A las numerosas bajas causadas entre sus propias tropas hay que sumar
las víctimas directas de su cólera desenfrenada o de su maquinación perver-
sa y maquiavélica que conforman también una larga lista de personajes. Tras
su subida al trono fueron asesinados todos los que representaban una ame-
naza en este sentido o se opusieron a su proclamación. Cayeron sucesiva-
mente los hijos de Aérope, Amintas, el general Átalo y toda su familia. Ya
en el curso de la campaña fueron eliminados Filotas, Parmenión, Alejandro
de Lincéstide, Clito el Negro, Calístenes, los conspiradores implicados en las
dos principales tramas, las inspiradas sucesivamente por Demetrio, un
miembro de su guardia personal, y Hermolao, conocida como la de los pajes,
los sátrapas y gobernadores acusados de deslealtad o traición, y los cabeci-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 353
Extrañas decisiones
Sin embargo quizá una de sus más polémicas decisiones fue la destruc-
ción premeditada de la ciudad de Persépolis con el incendio de sus palacios,
el saqueo de la ciudad y la masacre de sus habitantes. No hay testimonios
que indiquen que se hubieran producido intentos de resistencia por parte de
sus defensores y, de hecho, el gobernador había entregado la ciudad a Ale-
jandro sin apenas dilaciones. El relato de Diodoro es bastante descriptivo de
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 355
«era la ciudad más opulenta bajo el sol, y las casas de los particulares estaban
repletas desde hacía muchos años de toda suerte de lujos. Los macedonios se lan-
zaron sobre ellas, dando muerte a todos los hombres y robando sus posesiones,
que eran muy abundantes….los macedonios se dedicaron todo el día a actos de
pillaje, sin que por ello pudieran saciar sus ilimitadas ansias de conseguir aún
más. Fue, en efecto, tan extremada su avidez por el pillaje que se peleaban entre
sí, y mataron a no pocos que habían tomado para sí la mayor parte del botín.
Algunos cortaban de un golpe con sus espadas los objetos más valiosos que se
encontraban, quedándose cada uno con una parte en propiedad; en cambio otros,
en un arrebato de locura les cortaban las manos a quienes se lanzaban sobre obje-
tos que estaban siendo disputados. A las mujeres se las llevaron a la fuerza, con
sus ajuares, tratándolas como a esclavas y no como a cautivas.»
guada una dinastía local, la de los Frataraka, que mantuvo una cierta relación
de independencia respecto al poder central y utilizó un simbolismo icono-
gráfico que se reclamaba heredero de los aqueménidas y alejado de cualquier
influjo de procedencia helenística. En este sentido contrasta abiertamente
con algunas formas visibles de helenización presentes en otras regiones ira-
nias más septentrionales como la misma Partia o zonas todavía más orienta-
les como las lejanas Bactria y Sogdiana, que serían la cuna de un curioso
reino griego surgido en la región.
Alejandro y la fortuna
A juzgar por las obras que han llegado hasta nosotros, especialmente las
de Curcio y Plutarco, parece evidente que uno de los principales reproches
que se hacían sobre la figura del conquistador macedonio era el papel deci-
sivo que había desempeñado la fortuna en toda su carrera, hasta el punto de
hacerla directamente responsable de todos sus éxitos y sus triunfos. Ese es el
principal reproche que le dirige el historiador romano Tito Livio, que acha-
ca sus conquistas al favor de la fortuna más que a sus propias habilidades.
La influencia corruptora de la fortuna constituye también precisamente el
tema central de toda la historia de Curcio. Esta tendencia obligó a sus apo-
logistas a contrarrestar dicha acusación con argumentaciones en el sentido
contrario, que o bien demostraban que más bien habían sido sus propios
méritos los que habían atraído la intervención decisiva de la fortuna en con-
tadas ocasiones, o resaltaban que muchas de sus actuaciones se habían lle-
vado a cabo incluso luchando en contra de unos hados poco favorables. Los
dos ensayos dedicados por Plutarco al tema, Sobre la fortuna y virtud de Ale-
jandro responden plenamente a este desafío. Alega en ellos que el monarca
tuvo efectivamente que afrontar en muchas ocasiones los grandes desafíos
en contra de una fortuna claramente desfavorable. Así sucedió en el inicio de
su expedición, en el mismo momento en que se disponía ya a emprender la
campaña, una vez realizados todos los preparativos, cuando ‘la fortuna lo
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 359
«no solo labró con su valor los éxitos más clamorosos de la suerte, sino que se
mostró también digno de ellos por sus propios merecimientos e incluso se elevó
sobre los mismos, gracias a la superioridad de su espíritu. Su gloria, pues, no
tuvo rival, hasta el punto de que nadie se atrevería a ambicionar su virtud, ni a
aspirar a su fortuna».
Como siempre, la realidad de las cosas resulta difícil de evaluar con obje-
tividad y distanciamiento, especialmente a la vista del tipo de testimonios con
que contamos y de la hagiografía construida en torno al personaje. Sin duda
existen evidencias incuestionables que delatan los aspectos más siniestros y
terroríficos de una campaña emprendida sobre todo por el afán de conquista.
Contaba con un ejército bien entrenado y disciplinado, experimentado en
duras campañas y provisto de un armamento técnicamente superior y dotado
de unos movimientos tácticos que lo convertían en un arma auténticamente
letal frente a enemigos mucho peor preparados como era el caso de la mayor
parte de los rivales que tuvo que afrontar en el curso de la expedición oriental,
con excepción quizá de los mercenarios griegos que combatían junto a los per-
sas y de algunas de las unidades de elite de los contingentes de Darío. Las
cifras de víctimas, aunque siempre aproximadas y basadas en puras estima-
ciones, dada la falta de datos fiables de carácter estadístico u oficial, tal y como
estamos ahora acostumbrados a manejar en el mundo actual, no dejan de ser
elocuentes acerca de las enormes dimensiones que alcanzo la carnicería huma-
na llevada a término. Tampoco caben muchas dudas, a pesar de los esfuerzos
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 361
Bibliografía complementaria
Un panorama diferente
fortunas y una posición desahogada. Algunos de ellos han dejado sus nom-
bres para la posteridad en inscripciones y documentos papiráceos que han
sido recuperados en las excavaciones modernas, como el famoso Zenón,
administrador de los dominios del ministro de finanzas del reino tolemaico
situados en la región del Fayum. Sin embargo, para la mayoría las cosas no
resultaron tan fáciles y con el paso del tiempo fueron progresivamente absor-
bidos dentro del medio indígena y condenados como ellos a trabajar las tie-
rras que eran ahora propiedad real o de los grandes dignatarios de la corona
a quienes los monarcas se las habían concedido como donaciones persona-
les. Perdieron así de forma creciente sus escasos privilegios, ligados a su
condición de etnia dominante dentro de una situación que era claramente de
naturaleza colonial, en la que una minoría procedente del exterior ejercía su
dominio sobre una mayoría de origen indígena, y se produjeron en conse-
cuencia fenómenos de mestizaje en una escala relativamente amplia, pero
que quedo casi siempre limitada a los escalones más bajos de la estructura
social.
Las nuevas ciudades no representaron efectivamente ninguna irrupción
del helenismo en Oriente desde el punto de vista ideal como algunos preten-
dían siguiendo la estela del inefable Tarn, entre otros. La segregación racial
entre las diferentes etnias que se veían obligadas a compartir el mismo espa-
cio urbano constituyó más bien la norma que la excepción, como han demos-
trado ilustrativamente las plantas urbanísticas que presentan algunas de estas
ciudades que han sido bien excavadas y presentan trazados completamente
diferentes. A causa de la desesperante falta de documentación no conocemos
bien lo que sucedía en las mesetas iranias o en el interior de Asia, pero la
extraordinaria capacidad informativa que a este respecto nos ofrecen los
numerosos papiros encontrados en Egipto nos describen un panorama deso-
lador y más bien decepcionante desde la perspectiva idealizadora de un
mundo creado por Alejandro como comunidad universal en el que las dife-
rentes etnias compartían ahora el mismo espacio y recibían el maná benefi-
cioso y fertilizante de la cultura griega. La inmensa mayoría de la población
egipcia quedó relegada a su papel tradicional de proporcionar los ingresos
necesarios para el mantenimiento de la monarquía local, insaciable devora-
dora fiscal de todo tipo de impuestos y tasas tanto en numerario como en
especie, con la única salvedad de que quienes ejercían ahora el poder ya no
eran miembros de su propia etnia y cultura ni practicaban sus costumbres,
aunque su imagen propagandística y oficial se ajustara a la manera faraóni-
ca tradicional. Los reyes de Egipto vivían prácticamente aislados en el pri-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 373
Bibliografía complementaria
ed., Oxford, 1971, que se remonta a pesar del título a la historia anterior
de las ciudades consideradas. Sobre las ciudades griegas de Asia Menor
en este período, puede consultarse la reciente monografía de M. Sartre,
L´Anatolie hellénistique de l´Égée au Caucase, París, 2003; sobre los rei-
nos griegos de Bactria es fundamental la monografía de F. L. Holt, Thun-
dering Zeus. The Making of Hellenistic Bactria, Berkeley, 1999 y P. Ber-
nard, «Le città fondate da Alessandro in Asia centrale» en Alessandro
Magno. Storia e mito, págs. 97-103.
• Sobre la influencia de Heródoto sobre la cultura helenística, O. Murray,
«Herodotus and Hellenistic Culture», Classical Quaterly 66, (1972) págs.
200-213. Sobre la obra de Beroso, S. M. Burstein, The Babyloniaka of
Berossus, Malibú, California, 1978. Una traducción con introducción y
notas a las obras de los dos autores mencionados es la de G. P. Verbrugg-
he, Berossos and Manetho: Native Traditions in Ancient Mesopotamia
and Egypt, Ann Arbor, 1996.
• Sobre la literatura de la época pueden verse los trabajos recientes de J.
Sirinelli, Les enfants d´Alexandre. La litterature et la pensée grecques
334 av. J.-C. -529 ap. J.-C, París, 1993, sin olvidar el librito siempre útil
de F. Chamoux, La civilisation hellénistique, París, 1981, reeditada en
1995 y reimpresa recientemente en castellano. Sobre el género parado-
xográfico puede consultarse nuestra introducción a la traducción de los
fragmentos conservados de este género en la biblioteca clásica Gredos,
Paradoxógrafos griegos. Rarezas y maravillas, Madrid, 1996. Sobre los
relatos de viaje de este período pueden consultarse los trabajos de D. F.
Graf, «Early Hellenistic Travel Tales and Arabian Utopias», Graeco-Ara-
bica 5, (1993) págs. 111-117 y nuestras consideraciones al respecto en El
descubrimiento del mundo. Geografía y viajeros en la antigua Grecia,
Madrid, 2000, págs. 214 y ss.; más recientemente hemos tratado del tema
en, «Viajes de verdad, viajes de mentira: la literatura de viajes del perío-
do helenístico» en E. Popeanga (ed.), La aventura de viajar y sus escri-
turas, Madrid 2006, págs. 59-75.
• Sobre la decisiva contribución de Eratóstenes en el dominio de la geo-
grafía y el papel que pudieron jugar los conocimientos extraídos de la
expedición de Alejandro puede consultarse el utilísimo manual de Ch.
Jacob, Géographie et ethnographie en Grèce ancienne, París, 1991, págs.
103 y ss.; además de la reciente monografía sobre el brillante estudioso
alejandrino obra de K. Geus, Eratosthenes von Kyrene. Studien zur helle-
nistischen Kultur und Wissenschaftsgeschichte, Munich, 2002, págs. 260-
384 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
segunda mitad del siglo V d. C., era comparado con Alejandro en el pane-
gírico que le dirigió el poeta latino Sidonio Apolinar. Ni siquiera el acen-
drado patriotismo romano, que demuestran las críticas observaciones
sobre su figura formuladas por Tito Livio, ni la campaña de desprestigio
moral auspiciada por Cicerón, Séneca o Lucano, cuyos severos juicios al
respecto figuran entre las más duras calificaciones jamás expresadas a
este respecto, consiguieron frenar la corriente imparable de admiración
hacia el personaje y sus logros que ponen de manifiesto los comporta-
mientos de sus más destacados gobernantes.
escuela que ensalzaba sus hazañas, ya que demostraba de esta forma que era
todavía mucho más admirable que aquel, al limitarse a vivir y a dejar vivir,
lejos de pasiones tan insanas como el ansia ilimitada de conquista que
impulsaba la conducta de estos grandes personajes. Sin embargo, ni unos ni
otros consiguieron mermar la fama del conquistador macedonio y no diga-
mos ya eliminar su nombre del podio hegemónico casi indiscutible que ha
continuado ocupando después en la imaginación moderna y contemporánea.
Alejandro en imágenes
como el celebérrimo faro, que figuró entre las siete maravillas del mundo, o
el heptastadio, una avenida artificial que unía dicha construcción con la ciu-
dad. Albergaba también instituciones de gran prestigio como el Museo y su
famosa biblioteca, verdaderos artífices de la conservación de la cultura grie-
ga hasta nuestros días y depositarios de todo el ingente saber acumulado
hasta entonces en las diferentes ramas del conocimiento, que empezaba a
diversificarse precisamente en aquellos momentos. Estaba habitada por una
población cosmopolita procedente de casi todos los rincones del orbe que
disfrutaba de sus numerosas ventajas. Hasta el puerto de la ciudad fluían
toda clase de riquezas, lo que propiciaba un floreciente comercio y una vida
cómoda y suntuaria para sus más inmediatos beneficiarios. Poseía una inten-
sa vida cultural, desarrollada especialmente en el Museo y en los cenáculos
literarios promovidos por la corte real. La ciudad bullía constantemente de
actividad, bien fuera en las numerosas celebraciones cultuales organizadas
por la corona, que se traducían en procesiones y desfiles llenos de lujo y
colorido, o en constantes motines y disturbios de la multitud contra la actua-
ción de algunos ministros impopulares. La amplia oferta compuesta de todo
tipo de placeres y diversiones, que animaba la vida de sus suburbios, contri-
buía a la continua animación de sus abarrotadas calles y consumía una buena
parte de las energías de sus habitantes.
La ciudad se erigió de inmediato en el baluarte privilegiado de la
memoria de Alejandro. En ella quedó finalmente depositado su cadáver
embalsamado, tras el oportuno desvío, instigado por Tolomeo, del cortejo
funerario que trasladaba sus restos desde Babilonia hasta el cementerio
real macedonio ubicado en Egas. Para albergar los despojos del conquista-
dor macedonio se construyó un monumento que ocupaba un lugar prefe-
rente en el centro de la ciudad dentro de un recinto sagrado, construido a
instancias de Tolomeo IV en el 215 a. C., con la intención de dar también
cabida a los restos de sus antecesores en el trono. La cubierta del sarcófa-
go era originariamente de oro, pero Tolomeo X lo sustituyó por una de
cristal con el fin de utilizar el oro para pagar a su ejército de mercenarios
con el que combatía por el dominio del país. El lugar era conocido con el
nombre de Sema (sepulcro en griego), si bien se ha apuntado la posibilidad
de que se trate de una corrección del término soma (cadáver, cuerpo) que
habría constituido su designación originaria. Allí fue sucesivamente visita-
do por personajes tan ilustres como César, Augusto, Germánico, Vespasia-
no, Tito, Adriano, Septimio Severo y Caracalla, que ofrendó en el lugar su
propio manto, su cinturón y sus joyas. No existe ninguna descripción anti-
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 405
gua del lugar como tal, pero parece probable que se tratara de una cons-
trucción en forma de mausoleo que se levantaba sobre una cámara subte-
rránea en la que estarían depositados los restos del conquistador, si tene-
mos en cuenta el significado de algunos de los términos empleados para
describir visitas tan célebres como la de César, que aparece descrita en la
Farsalia de Lucano, o la de Augusto que figura en las Vidas de los doce
césares de Suetonio, donde se menciona respectivamente un recinto inte-
rior al que era necesario descender o penetrar. Algunos testimonios tardí-
os, como el del novelista griego Aquiles Tacio y la denominada Novela de
Alejandro, hacen referencia a un barrio de la ciudad que se identificaba con
Alejandro, dentro del que se hallaría el monumento en cuestión, construi-
do a la manera de un templo. Su rastro se pierde tras su posible destrucción
como consecuencia del terremoto que asoló la ciudad en el 365 d. C. No
obstante los testimonios de los historiadores árabes hablan del emplaza-
miento de una mezquita dedicada a Iskander, situada en el centro de la ciu-
dad, justo sobre el lugar donde se hallaba la tumba del que era considera-
do por los árabes como rey y profeta y que fue objeto de veneración cons-
tante hasta el siglo XVI. Allí se edificó a finales del XVIII la mezquita del
profeta Daniel, cuya leyenda presenta curiosas analogías con la de Alejan-
dro, que fue luego restaurada a comienzos del siglo siguiente por Mehemet
Alí. Todo ello indicaría que la tradición relativa a la existencia del Sema no
había desaparecido del todo si bien sus sucesivas transformaciones y adap-
taciones hacen muy difícil seguir su curso hasta la localización definitiva.
La estrecha vinculación de Alejandro con la ciudad de Alejandría fue
activamente potenciada por los Tolomeos, que instituyeron un culto cívico
en su honor como héroe fundador de la ciudad, siguiendo la tradición griega
en este terreno, y un culto real como su divinidad protectora. Podemos atis-
bar de manera breve pero elocuente la preeminencia de la imagen del con-
quistador dentro de la rica vida cultual y festiva de la ciudad en la descrip-
ción de la gran procesión celebrada en Alejandría en el invierno del 275 a.
C. obra de Calíxeno de Rodas a la que ya hemos hecho referencia anterior-
mente. En dicha procesión desfilaban varias estatuas de Alejandro. Una al
menos iba acompañada de la de Tolomeo I, el fundador de la dinastía y padre
del monarca actual que gobernaba el país, y estaba provista de coronas de
hiedra hechas de oro. La otra, hecha de oro y situada sobre una cuadriga de
elefantes con las figuras de Nike (la Victoria) y Atenea a cada lado, ocupaba
un lugar privilegiado dentro de la gran comitiva, dado que figuraba en el des-
file a continuación de Zeus y de los demás dioses.
406 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Otras fundaciones
miento y a veces con una osadía sin límites han querido trasladarnos al inte-
rior de los diferentes ambientes en que vivió el conquistador y penetrar en el
complejo mundo de sus relaciones íntimas, alterando la secuencia más fac-
tible de los acontecimientos si el guión lo exigía, dotando de nueva signifi-
cación a algunos de los protagonistas, o simplificando tramas que en la rea-
lidad tuvieron un mayor calado histórico hasta dejarlas reducidas a pequeños
conflictos de naturaleza familiar o afectiva. Lejos del rigor que se le exige al
historiador, los novelistas han adoptado puntos de vista impensables, dando
voz a testimonios singulares e imprevistos que aportan en consecuencia
perspectivas inauditas y sorprendentes de la historia, si bien la mayor parte
resultan difícilmente reconocibles desde la relectura crítica constante de los
relatos existentes, que tan escuetos y decepcionantes resultan en tantos y tan-
tos aspectos.
Se ha dado así voz al propio Alejandro, como hizo Edison Marshall en El
conquistador, una novela publicada a comienzos de los años sesenta, o el
griego Nestor Matsas en un relato traducido al francés a comienzos de los
ochenta, según el cual pretendía haber descubierto un manuscrito autobio-
gráfico del rey en Babilonia, dando así a conocer de primera mano la reali-
dad del ‘otro Alejandro’ mediante estas falsas memorias. Han adoptado esta
línea autores tan destacados como la mismísima Mary Renault en la segun-
da de las novelas de su trilogía dedicada a Alejandro, El muchacho persa,
aparecida a comienzos de los setenta, donde es el eunuco Bagoas quien
asume el protagonismo de la narración. Lo han hecho incluso autores mucho
más mediocres como Susan Spitzer en su deplorable novela plagada de los
más imperdonables errores, A la sombra de un dios, publicada en los inicios
de la década siguiente, que concede el protagonismo narrativo a su insepa-
rable amigo Hefestión. Lo hizo el francés Maurice Druon en su novela de
1958, Alejandro el grande o la novela de un dios, donde al examinar la figu-
ra del conquistador desde su perspectiva divina se veía obligado a conceder
la palabra al máximo especialista en el tema como era el adivino Aristandro,
que guiaba a Alejandro para llevar a cabo el cumplimiento de la tarea que el
destino le había asignado. Y lo ha hecho más recientemente el alemán Gis-
bert Haefs, en sus dos novelas sobre el tema, aparecidas sucesivamente en
los años 1994 y 1995, al conceder todo el control de los acontecimientos a
la memoria privilegiada de Aristóteles que rememoraba tiempo después de
muerto el rey todas sus aventuras pasadas y recreaba con la adecuada gran-
diosidad de la épica, no exenta de intrigas, toda la inefable carrera del con-
quistador del mundo.
LA LEYENDA DE ALEJANDRO. MITO, HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA 413
por sus propias ambiciones o con las dificultades extremas que comporta
cualquier tentativa de entendimiento entre pueblos y culturas muy diferen-
tes. La irreconciliable división entre griegos y bárbaros, en cuyo ámbito
figuraban también incluidos los macedonios, encarnada ahora en los perso-
najes de Filipo y Olimpíade y de cuya unión nace Alejandro, que sufre irre-
mediablemente la guerra psicológica abierta entre ellos, constituye el tema
principal de la obra El Macedonio de Mary Butts, escrita a comienzos de los
años treinta. Las contradicciones latentes en la personalidad de Alejandro
concentraron también la atención de la obra de Lamb, ya citada anterior-
mente. Aubrey Menen, de origen indio e irlandés, utilizó la figura de Ale-
jandro como alegoría para ironizar sobre la ocupación británica de la India
en el siglo XIX, demostrando cómo varios grupos de personas pueden con-
versar de manera interminable sin necesidad de que lleguen nunca a enten-
derse, sean hombres o mujeres, macedonios o persas, y británicos o indios.
Su obra, Una conspiración de mujeres, aparecida a mediados de los sesenta,
nos proporciona además la oportunidad de contemplar a Alejandro descrito
desde la perspectiva india, asumida por un autor que en la realidad poseía, al
menos en parte, tales orígenes.
Los anacronismos, los graves descuidos históricos, o las demostraciones
palmarias de insolente ignorancia, algunos de cuyos ejemplos más ilustres
son la presencia de la seda en Macedonia, la mención del infierno, la idea de
que el ágora era la denominación específica del mercado de Atenas, la con-
versión de Tebas en capital de Macedonia, la condición de espartano que se
le achaca a Parmenión o la creencia de que Lago era la ciudad originaria de
Tolomeo en lugar de su patronímico, constituyen una rémora importante en
muchas de estas obras, hasta el punto de desacreditar por completo cualquier
tentativa de culminar su lectura de forma disciplinada y paciente. Sin embar-
go hay, como hemos ido viendo, notorias y destacadas excepciones. Segura-
mente las más importantes son las novelas de Mary Renault, a la que ya
hemos hecho antes mención, y Valerio Manfredi, todo un éxito editorial sin
precedentes, traducido a diferentes idiomas y editado en todos los formatos
posibles. Los dos intentos de restituir Alejandro a la realidad viva de la his-
toria son, sin embargo, bien diferentes.
La escritora británica poseía la envidiable capacidad de introducir al lec-
tor dentro del ambiente del pasado que trataba de recrear y conseguía ade-
más hacérselo inteligible a pesar de que era bien consciente de las grandes
diferencias que separan nuestro mundo del de aquellos tiempos. Supo así
recrear de manera magnífica la compleja y ambigua relación, compuesta de
416 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
Alejandro y el cine
del cine histórico hasta el punto de considerarla como una de las más fieles
recreaciones fílmicas del mundo antiguo y una de las más inteligentes. Un
primer acierto pudo haber sido quizá la elección del protagonista, un joven
Richard Burton, para interpretar el papel de Alejandro, aunque serán muchos
los que disentirán de tal afirmación. La película se concentra en los proble-
mas esenciales que definieron la historia del conquistador macedonio, desde
la complicada relación con su padre a los destellos incontrolables de su
poderosa personalidad. Aunque resulta verdaderamente meritoria en muchos
puntos, como la presentación de la educación de Alejandro combinando la
vertiente física e intelectual, el conflicto entre Filipo y Olimpíade, y la com-
plicada y estrecha relación entre esta última y su hijo, presenta también
importantes fallos de ambientación como la presencia de mujeres en la
asamblea ateniense o de las esfinges de Delos para adornar las calles de Pela,
y algunas recreaciones de personajes suenan demasiado a cartón piedra,
como sucede con Darío y los persas en general. Aparecen también algunos
considerables errores históricos como la presencia de Filipo en Olinto al
recibir la noticia del nacimiento de su hijo o el convertir a Roxana en hija de
Darío. Se inventan algunos detalles poco oportunos como la relación entre
Cleopatra, la nueva esposa de Filipo, con Alejandro y parece confundirse la
batalla de Queronea con la de Gránico, dejando sin resaltar la importancia
táctica complementaria de la caballería y la falange a la hora de conseguir la
victoria. Como siempre algunos fallos perfectamente evitables con el aseso-
ramiento preciso deslucen también el conjunto presentando en pantalla a
Aristóteles leyendo un libro en lugar de un rollo de papiro y mostrando
mapas que reflejan la forma del mundo tal como la conocemos en la actua-
lidad, algo que no estaba ni mucho menos al alcance de aquellos tiempos.
Fruto de su tiempo, la película de Rosen refleja las ideas de Tarn al proyec-
tar un Alejandro preocupado por difundir la cultura y la civilización griega
entre los bárbaros de Oriente, animado además por un Darío exangüe que le
insta por carta a conseguir la unidad y armonía de los dos pueblos, recor-
dando así los efluvios patentes de la política de fusión ya comentada a lo
largo de estas páginas. Al mismo tiempo se nos presenta un Alejandro enér-
gico y disciplinado, como conquistador europeo dispuesto a barrer fácil-
mente del mapa a todo un imperio persa presa de la decadencia propia de
estos estados orientales, siguiendo los dictados de las fuentes griegas que
solo la historia más reciente se ha encargado y preocupado de corregir.
El siguiente producto es una extraña parábola dirigida por el griego Theo
Angelopoulos en 1980 que le valió la consecución del león de oro en el fes-
420 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN
mucho más aburrida y menos consistente desde el punto de vista del espec-
tador. La película de Oliver Stone constituye así una aportación más a la
interminable leyenda de Alejandro, que resulta por momentos brillante y
conmovedora y que consigue trasmitir la grandeza épica del protagonista
reviviendo personajes, escenarios y contextos de manera sobresaliente en
muchos casos. A diferencia de la leyenda, que es a lo que contribuye a su
manera la película, la historia real resultaría, en cambio, seguramente mucho
más tediosa y prosaica aunque quizá no mucho menos dinámica, patética,
trágica y emocionante que la fascinante leyenda a que dio lugar.
Quizá no se trata más que de la penúltima entrega de una saga aparente-
mente interminable a juzgar por la oleada de publicaciones que ha provoca-
do la aparición de la película en pantalla en todos los órdenes, con libros aca-
démicos reeditados, nuevas publicaciones de carácter divulgativo, el albúm
de la música de la película de Oliver Stone compuesta por Vangelis y algu-
nos videojuegos. A pesar de los tiempos tan aciagos que corren en todos los
sentidos, escasamente propicios para el desarrollo armonioso del espíritu
humano, es de esperar que al igual que el mito de Alejandro ha sobrevivido
a tantas y tan importantes crisis históricas y a verdaderas catástrofes de la
humanidad como tal, continúe haciéndolo en el futuro, demostrando una vez
más su extraordinaria plasticidad y su capacidad apara adaptarse a los nue-
vos tiempos. La memoria legendaria de Alejandro, quizá la única que puede
considerarse verdaderamente apasionante, si la abstraemos por unos instan-
tes de la inusitada violencia que provocó su persona y la intensa conmoción
que experimentaron los pueblos y territorios que sufrieron su intervención
con alardes de represión y destrucción de escala verdaderamente planetaria,
seguirá probablemente viva mientras la magia de su nombre continúe des-
pertando emociones, curiosidad, interés o posea la capacidad de trasladarnos
a un universo onírico, donde las nubes de la épica y el mito nos mantengan
alejados momentáneamente de una realidad que frecuentemente suele resul-
tar mucho más decepcionante y empobrecedora.
Bibliografía complementaria
Ages. Ten Studies on the Last Days of Alexander in literary and histori-
cal Writing, Groningen 1977.
• Sobre la tradición árabe e islámica la bibliografía es también considerable. Un
buen resumen del tema lo ofrece Richard Stoneman, «Alexander the Great in
the Arabic Tradition» en S. Panayotakis et alii, (eds.), The Ancient Novel and
Beyond, Leiden, 2003, págs. 3-21; algunos estudios importantes sobre el tema
se encuentran también recogidos en los volúmenes colectivos editados res-
pectivamente por M. Bridges y J. Ch. Bürgel, The Problematics of Power.
Eastern and Western Representations of Alexander the Great, Berna, 1996; y
L. Harf-Lancner et alii, Alexandre le Grand dans les littératures occidentales
et proche-orientales, París, 1999 con amplia documentación sobre las tradi-
ciones persa y árabe. Son también básicos los estudios de F. De Polignac.
«L´image d´Alexandre dans la littérature arabe: L´Orient face à l´Hellénis-
me?», Arabica 29, 3, (1982) págs. 296-306 y «L´homme aux deux cornes.
Une image d´Alexandre du symbolisme grec à l´apocalyptique musulmane»,
Mélanges d´Études de l´Ecole française de Rome 96, (1984) págs. 29-51.
• Sobre la percepción y significación de Alejandro en las cortes europeas del
XVII y del XVIII particularmente en Francia es fundamental el estudio de
Ch. Grell y Ch. Michel, L´ecole des princes ou Alexandre disgracié, París,
1988. Es importante también el trabajo de R. W. Hartle, «The Image of Ale-
xander the Great in Seventeenth Century France» en B. Laourdas y Ch.
Makaronas (eds.), Ancient Macedonia, Tesalónica, 1970, págs. 387-406.
• Sobre la importancia de Alejandro como símbolo de la guerra de inde-
pendencia griega puede verse el trabajo de C. Th. Dimaras, «Greece
1750-1830» en K. J. Dover (ed.), Perceptions of the Ancient Greeks,
Oxford, 1992, págs. 203-224, especialmente 211 y ss.
• Sobre su significación posterior puede consultarse el trabajo de D. Madélenat,
«Alexandre au XX siècle» en J. P. Martin y F. Suard (eds.), L´ epopée : mythe,
histoire, societé, París, 1996, págs. 109-122, y los trabajos fundamentales de
P. Briant, publicados en su libro Rois, tributs et paysans, ya citado anterior-
mente; su trabajo «La tradition gréco-romaine sur Alexandre le Grand dans
l´Europe moderne et contemporaine: Quelques réflexions sur la permanence
et l´adpatabilité des modèles interpretatifs», en M. Haagsma et alii (eds.), The
Impact of Classical Greece on European and Nacional Identities, Ámsterdam,
2003, págs. 161-180; y su puesta al día de la cuestión en el Anuario del Colle-
ge de France, 103, (2003) págs. 771-791.
• Sobre la ciudad de Alejandría, pueden verse además del monumental y
básico trabajo de P. M. Fraser, Ptolemaic Alexandria, Oxford, 3 vols.,
424 FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN