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Martin Heidegger
Traducción de Félix Duque, en HEIDEGGER, M., Tiempo y Ser, Madrid,
Tecnos, 2000.
Tras cuatro semestres dejé los estudios teológicos y me dediqué por entero
a la filosofía. No dejé con todo de asistir a un curso de Teología en los años
posteriores a 1911: el de Dogmática, impartido por Carl Braig. A ello me veía
determinado por mi interés por la teología especulativa y, sobre todo, por ese
penetrante modo de pensar que el citado profesor hacía presente en cada lección.
Gracias a él tuve por vez primera noticia, en algunos paseos a los cuales pude
acompañarle, de la importancia de Schelling y Hegel para la teología
especulativa, a diferencia del sistema doctrinal de la Escolástica. Así es como
entró en el círculo de mis pesquisas la tensión entre ontología y teología
especulativa como cimentación de la metafísica.
Por eso es por lo que nosotros, amigos y discípulos, rogamos una y otra
vez al maestro que hiciera reimprimir la sexta Investigación, por entonces
difícilmente accesible. En probada disponibilidad para la causa de la
fenomenología, haría publicar de nuevo la editorial Niemeyer en 1922 esa última
parte de las Investigaciones lógicas. Husserl observaba en el prólogo: «Dado el
estado actual de las cosas, y cediendo a la presión de los amigos de la obra
presente, he tenido que decidirme a hacer de nuevo accesible su parte conclusiva
en su antigua forma.» Con el giro «amigos de la obra presente» quería decir
Husserl simultáneamente que él mismo, desde la publicación de Ideas, ya no
encontraba satisfacción en las Investigaciones lógicas. Y es que más que nunca
empleaba su pasión y denuedo de pensador, dado el lugar nuevo de su quehacer
académico, a la edificación sistemática del proyecto avanzado en las Ideas. Por
esa razón escribiría Husserl en el citado prólogo a la sexta Investigación que:
«También la actividad docente friburguesa ha impulsado la orientación de mis
intereses hacia las universalidades conductoras y hacia el sistema.»
Y cuanto más clara se me hacía esa intelección, con tanta mayor fuerza
surgía la pregunta: ¿De dónde viene y cómo se determina aquello que ha de ser
experimentado, de acuerdo al principio de la fenomenología, como «la Cosa
misma»? ¿Se trata de la conciencia y de su objetividad, o del ser del ente en su
desocultamiento y en su acción de ocultarse?
«Querido colega Heidegger, ahora tiene usted que publicar algo. ¿Tiene
usted un manuscrito a punto?» Con estas palabras entró un día del semestre de
invierno de 1925-1926 el Decano de la Facultad de Filosofía de Marburgo en mi
cuarto. «Claro que sí», le contesté. A lo que el Decano replicó: «Pero ha de ser
impreso a la carrera.» Lo que pasaba era que la Facultad me había
propuesto unico loco como sucesor de Nicolai Hartmann para la primera cátedra
filosófica vacante. Pero entretanto fue devuelta la propuesta desde Berlín, en
razón de que yo no había publicado nada en los últimos diez años.
Sería con ocasión del extraño modo en que se publicó Ser y tiempo como
entraría en relación directa por vez primera con la editorial Max Niemeyer. Eso
que en el primer semestre de mis estudios académicos era un mero nombre sobre
la portada de la fascinante obra de Husserl se me mostraba ahora, y así lo haría en
el futuro, en toda la solicitud, digna de confianza, en toda la magnanimidad y
sencillez del quehacer editorial.
Cuando, doce años más tarde, me decidí a sacar a la luz cursos tenidos con
anterioridad, elegí para ello a la editorial Niemeyer, ya no localizada entre tanto
en Halle del Saale. Después de grandes pérdidas y múltiples dificultades, su
propietario de entonces, duramente castigado por aflicciones personales, había
levantado de nuevo la editorial en Tubinga.
Halle del Saale: en esa misma ciudad enseñaba en los años noventa del
siglo pasado, en la Universidad local, Edmund Husserl, por
entonces Privatdozent. Con frecuencia hablaría posteriormente en Friburgo de la
génesis de lasInvestigaciones lógicas. Nunca olvidaría al respecto rememorar
agradecido y admirado la actitud de la editorial Max Niemeyer, que a principios
de siglo se había arriesgado a publicar una obra extensa de un profesor apenas
conocido y cuyo pensamiento transitaba por caminos desacostumbrados cuya
extrañeza había de chocar a la filosofía contemporánea. Y eso es lo que sucedería
durante años tras la aparición de la obra, hasta que Wilhelm Dilthey reconociera
su importancia. La editorial no podía saber por aquel entonces que en el futuro
quedaría vinculado su nombre al de la fenomenología, que pronto determinaría al
espíritu de la época en los ámbitos más diversos -la mayoría, no formulados-.
ADICIÓN DE 1969
Martin Heidegger