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LA CAMPANA
DE MEDIA NOCHE, ;
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LA CAMPANA
DE
MEDIA NOCHE.
ADORNADA COK LAMINAS.
TOMO I.
« PfiENTA DE D. MAN
MANODEL SAURÍ,
Calle Ancha.
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,
LA CAMPANA
DE MEDIA NOCHE.
CAPITULO PRIMERO.
-18-
como él. _ ¡ Ah ! puedo decirte...
Se detuvo ella.
«Espliquése V., por favor ma
dre ! esclamó Alfonso. »
• No , no puedo... No quiero dar
te una tan horrorosa idea del her
mano de tu padre Puede llegar
el tiempo en que tú Se paró
ella otra vez un instante.— No
puedo probar lo que he sentido.
Guarda pues este secreto en tu pe
cho ; pero júrame, por el cielo, que
cuando sea conocido el asesino ,
vengarás la muerte de tu padre. »
« ¡ Ah ! madre , ¿ puede V.
pensar que yo sea nunca capaz de
faltar á tan sagrada obligacion?
¡No! Déme V. á conocer el cal-
pable, y esta espada, jurolo por
el cielo , le atravesará el corazon.»
« ¡ Reconozco á mi hijo ! Dígnen
se los ángeles velar sobre uai Alfon
so ! esclamó la condesa abozándole.
, Ah ! hijo no conoces al conde
-19-
Federico; pero el tiempo te ense
ñará i conocerle. »
Este último llegó bien presto.
Su fisonomía y esterior mostraban
todas las señales de un simulado
sentimiento. Apénas pudo Alfonso
sobrellevar su presencia ; y creyó
ver la confirmacion de las conje
turas de su madre. Estuvo para
echar en cara al conde su maldad;
pero el deseo de adquerir la prue
ba de su delito le determinó por
último á guardar silencio. No pu
do sin embargo permanecer por
mucho tiempo con aquel, á quien
miraba como al asesino de su pa
dre. Arrojóse fuera de la habita
cion, esclamando con una voz aho
gada casi por los sollozos : « ¡ Ah !
padre mio ! »
Por la noche, se volvió el conde
á su casa. El anciano criado que
habia traído la horrenda nueva, tu
vo órden para volver inmediata
*
-20-
mente al sitio en que habian muer
to á su amo, y hacer trasladar con
la posible diligencia su cuerpo al
palacio.
El conde Federico se encargó de
hacer los necesarios preparativos
para las exequias de su hermano.
Alfonso, despues de la partida
de su tio, hizo nuevas instancias al.
lado de su madre , para moverla á
darle. á conocer los motivas que
ella tenia para sospechar al conde
Federico.
« No insistas mas , respondió ella,
porque no me es posible hacerlo.
El tiempo te esplicará mis palabras.
¡ Ah ! Alfonso , acuérdate de tu ju
ramento ! »
«Juro no olvidarle nunca. »V•*g
El conde Federico volvió en el
siguiente dia al palacio de Cohen-
burgo. Evito su presencia y se re
tiró Alfonso , á su llegada , para
entregarse á todo su sentimiento en
-21-
la soledad. Creyendo al cabo de
algunas horas que su tio había par
tido, volvió á entrar en la habita
cion en que habia dejado á su ma
dre.
Cuanta fue su sorpresa al verla
arrodillada á las plantas del conde,
y besándole la mano ! Se levan
to ella, y se echó en un sitial
El conde se apoyo- sobre la venta
na cerca de la cual él se hallaba.
«¿En donde estoy, se dijo Al
fonso á sí mismo , y como conci
liar esta conducta con la opinion tle
mi madre relativa al conde Federi
co ?
Notó Ana que su hijo le clavaba
los ojos , y alzd con rendimiento
sus manos al cielo.
De allí áun instante, partid Fe
derico.
Alfonso rompid el primero el si
lencio , y dijo á su madre : » Me ha
mandado Y. que no le pidiera mas
-22-
la esplicacion de sus sospechas...»
Iba i proseguir. Levantóse la con
desa ; y prorrumpiendo en lágri
mas , se salió.
Martirizado con horribles sospe
chas Alfonso , atravesó la habita
cion , se echd por tierra, volvió á
levantarse, dejó el cuarto en que
estaba, entró en el jardín, en el que
se paseó y sentó: pero todo ello fué
en balde, pues la horrorosa incerti-
dumbre le seguía los pasos. El enve
nenado dardo habia penetrado hasta
su corazon.
Mandó decirle la condesa que ella
no se presentaria en la cena. No
echó de ver Alfonso esta ya sobre
la mesa, aunque habia apoyado en
ella un brazo suyo, con que sos-
tenia su cabeza cargada con el do
lor.
Retiróse temprano á su cuarto.
En balde buscó. en el suefío un ins
tantáneo olvido de su pesadumbre.
-25-
Leyó las cartas que le habia dirigi
do su padre durante su ausencia.
Sus lágrimas no le dejaron libertad
para leer por mucho tiempo. Echó
se en su cama. La luz de su cuar
to , dispuesta á apagarse , no des
pedía mas que un pálido y trému
lo resplandor; y parecia que la
obscuridad del sitio daba visos mas
lúgubres todavía á sus pensamien
tos.
Dieron las doce de la noche. Es
taban sepultados en un profundo
sueño todos les moradores del pa
lacio de Cohenburgo, ménos el
desventurado Alfonso. Tendido en
su lecho, pensaba en los acaeci
mientos del anterior dia , cuando
hirió un agudo grito en sus oidos,
y le distrajo de sns reflexiones. Le
pareció que aquel grito partia de
la habitacion de su madre ; aplicó
el oído, y no oyó nada ya.
« ¡ Su sentimiento le hace perder
el juicio, esclamó* Alfonso ; desdi
chada madre ! dígnese el cielo de
aliviar sus pesares ! »
Suspiró, vertió algunas lagrimas,
y cayó otra vez sobre su almohada.
Despues de un breve intervalo,
se durmió. Apénas empezaba á go
zar de este primer reposo, despues
de la desastrada muerte de su pa
dre, cuando le despertó el ruido
de la puerta de su cuarto , que él
oyó abrir. Empezaba á amanecer
ya. Alfonso reconoció i su madre
que entraba en su cuarto. Le sobre-
laltaron sus despavoridas trazas.
Venia con los ojos clavados ; todas
sus facciones espresaban un pro
fundo dolor; estaba envuelta en un
largo ropon que ella misma retenia
alrededor de sí, al modo de una
capa ; y su . suelto cabello le caia
desgreííado sobre los hombros.
« Alfonso ! dijo ella á su hijo,
escúchame ; obedece á las órdenes
-25-
de tu madre. ¡No solicites espli-
cacion ninguna de mí ! Huye al
instante del palacio. ¡ Si tienes afi
cion á la vida , y eres temeroso del
cielo, no te acerques á él nunca!»
Alfonso se habia echado en su
cama sin desnudarse; y se puso
luego en pie.
a ¡ Con que motivo este repenti
no sobresalto ! esclamó el hijo; ¿te
me V. que mi tio cometa una se
gunda maldad, tan horrenda como
la primera? No tema V. nada de
mí, pues cumpliré con mi jura
mento. »
Ana dió un grito, tras el cual
dijo :
« ¡ Me has perdido, y te has per
dido á tí mismo ! ¡Tu tio está
inocente! _ No nos qneda i ambos
mas que un medio de salud Hu
ye lejos de aquí. — Huye de mí—
Huye de tu tio. Toma ese bolsi
llo. — No vuelvas al palacio. —En
-26-
silla tú mismo el mas veloz corcel
de la cabelleriza; y parte mientras
que la ligera obscuridad de la ma
ñana protege todavía tu fuga—
Abráceme V. _¡ Ah! no! no¡
Seria
Un mar de la'grimas le impidió
continuar por un instante. Añadió
ella últimamente :
« ¡ Parte ! y quiera Dios colmar
te de l;s bendiciones, que no me
es permitido ya esperar!»
Dióle Ana el bolsillo Su ma
no estaba manchada de sangre ; lo
ecbd de ver Alfonso, y se estre
meció. No tuvo fuerzas para arti
cular una sola palabra. La condesa
leyó la turbacion de Alfonso en sus
ojos , y esclamó todavia otra vez :
« Ah ! huye y sálvame Huye,
mégotelo encarecidamnnte. »
Apenas hubo proferido Ana es
tas palabras , cuando se salió pre
cipitada del cuarto de Alfonso, y
-27-
fué volando á encerrarse en el suyo.
Pasmado, atemorizado Alfonso
de lo que acababa de oir y ver, ti
tubeó por algun tiempo sobre la
resolucion que él abrazaria. Alca*
bo, esclamó.
«¿Habria perdido mi desgracia
da madre el juicio? — Ah! no, no
puedo engaitarme en ello. No hay
locura ninguna en esto. Ha tenido
ella ciertamente un motivo bien
urgente, para mandarme que huya
de su lado, pero en semejante caso,
¿á qué fin ocultármele ? ¡Mi tío,
me ha dicho ella, está inocente!_No
alcanzo nada en esto— No importa,
es obligacion mia el obedecer.» >
Saliose Alfonso de su cuarto. Al
tiempo de pasar por delante del de
su madre , se abrió la puerta , y le
dyo Ana : • ;, ,
«; Pronto, pronto, querido Al
fonso! » --)- -
Se paró éj, pero volvió i cerrar-
—28—
se inmediatamente la puerta. Bajó
al primer patio, levantó con tra
bajo las pesadas barras de hierro
que cerraban sus puertas, y se e^
caminó hacia la caballeriza. Ensi
llo él mismo su caballo favorito ;
y con el corazon oprimido , se mar
cho del palacio de Cohenburgo,
despues de haber echado una últi
ma y dolorida mirada sobre aque
lla antigua mansion de sus padres.
„ Si tienes aficion á la vida , -u-
si eres temoroso del ciclo , — huye
de mi , _ huye de este palacio. „-^
De continuo repetía el estas pala
bras. — Se recargaba sobre las vo
ces al proferirlas. Se estraviaba su
ánimo en un laberinto de conjetu
ras. Enteramente embebido , habia
andado ya unas cinco leguas sin
detenerse , ni preguntarse á sí mis
mo hácia que parte se encaminaba.
No sabiendo todavía qué respuesta
hacer á esta pregunta, descubrio' á
-29-.
lo lejos, en la cumbre de una co
lina , una aldea cuyo campanario ,
se elevaba por encima de los árboles
de un espeso bosque que la rodea
ba; y dirigió su marcha hacia aquel
parage. En el momento en que él
llegó, iban los aldeanos á sus tra
bajos. Le miraron con curiosos ojos.
Alfonso echó de ver que no le co
nocían ellos, y que le tomaban
por objeto de una vaga curiosidad
solamente. Despues de haber dado
un pienso y algun descanso á su ca
ballo, volvio á partir. Deseaba apar
tarse prontamente de aquella parte
del pais, en que podían reconocer
le. Aunque no tenia motivo perso
nal ninguno para ocultarse , cono
cía que se veria muy embarazado
si se encontraba con un amigo que
le preguntara á donde iba , ó que
'e hiciera algunas preguntas sobre
su familia.
Despues de haberse alejado mu-
-30-
chas leguas mas todavía, se sintió"
con las fuerzas tanto físicas como
intelectuales estenuadas. Bajóse del
caballo; y habiéndole atado al tron
co de un árbol, cuyas ramas te
guarecian contra los rayos del sol,
en éu mediodia entonces , se ten
dió él mismo bajo su sombra hos
pitalaria.
La reflexion, que no puede con
seguir aclarar el objeto de nuestra
meditacion , aunque hace mas pe
nosa la duracion del tiempo , le
abrevia sim embargo. _ Por lo mis
mo Alfonso no dejó su lecho de
césped , hasta que el sol hubo es
tado muy proximo á su ocaso. An
duvo todavía tres leguas. Descubrid
entonces una mala posada , en la
que se determinó á hacer noche.
Bebió, al llegar, un vaso de vino,
que le volvió algunas fuerzas. Era
el primer alimento , escepto un po
co de agua tomada en un arroyo
-51-
con la palma de la mano, que él
habia tomado en el dia. Comió
despues , pero poco , y sin ganas;
y aunque no se sentia dispuesto de
modo ninguno á gustar de las de
licias del sueño, se recogió tempra
no en su cuarto.
'■ ■ ■
-32-
CAPITULO II. «,
I'I ^BLtrf"''
Shakespeare.
r
-34-
lio; porque determinado á entrar
en el servicio , no ignoraba que su
pré no le dejaria posible para ali
mentarle.
Se paseó por la ciudad ; admiró
el primor de los edificios públicos;
se informó del nombre de sus fun
dadores y arquitectos. Por espacio
de dos dias, distrajo útil y agrada
blemente sus tétricos pensamientos;
pero el embeleso cesó con la no
vedad ; la reflexion volvió á traer
las inquietudes y pesadumbre ; y
i. veces, formaba Alfonso la reso
lucion de volverse al palacio de
Colienburgo.
« Mi tio , se decia á sí mismo, es
tá inocente ; me lo ba declarado
mi madre misma. —¿Porque pues
le temeré yo?— Sin embargo, me
rogó ella encarecidamente que no
le vicia mis. —¿Cual puede ser el
motivo de esta c=traña conducta?
— ¿Serian ambos los asesinos de mi
-55-
padre ? — ¿Habria dado mi madre
su ensangrentada mano al conde
Federico , y no me mando dejar
el palacio mas que para apartar á un
importuno testigo, cuyas miradas
no hubiera podido sostener ella ?»
Esta idea estubo para turbarle el
juicio. — « No repuso él , mi ma
dre no está tan culpada. Si hnhie-
ra sido así ¿ la hubiera hallado yo
arrodillada ú las plantas del con- Sí.
de? — Eato no puede haberse con
certado para engañarme ; porque
no podia preverse mi llegada.
l Cual es pues la causa de esta mis
teriosa conducta, de su aparicion,
mas estraordinaria todavía , en la
mañana del dia en que ella me man
dó dejar el palacio? ¿ Qué pue
den significar las ensangrentadas
manchas con que estaba ensucia
da su mano? No alcanzo nada
en ello, _ Pesa algun oculto desas
tre sobre su corazon No está en
-36-
mi mano, seeun parece , el alige
rar esta carga ; porque mi madre
hubiera implorado entónces el au-
silio de su hijo— Pero á lo ménos
no agravaré sus desdichas con la
desobediencia mia á sus mandatos. »
Dirigió Alfonso en aquel mo
mento al cielo fervorosas oraciones,
que sus sollozos interrumpían con
fmcuencia , para rogarle con enca
> recimiento que restituyera la paz
y felicidad á su madre.
* Estaba , tres dias hacia ya , en
Berlin, cuando su posadero le pre
sentó un hombre que le propuso
comprar su caballo á un precio
bastante beneficioso. Alfonso estaba
vacilante ántes de concluir el tra
to. Ño tenia ya ni siquiera un so
lo amigo en la tierra, liste desam
paro le hacia mas apegado al bru
to; y esperimentaba una suma re
pugnancia para separarse de aquel
único testigo de su pasada felicidad.
-37-
« ¡ Si me fuera posible guardarle!
decia Alfonso interiormente ; pero
el poco dinero que poseo , queda
rá espendido ea breve , y entón
ces ¡ De V. es! esclomóél; tó
mele V. pero trátele con blandu
ra. »
Se arrojo en la casa , y no qui
so volver á ver mas su caballo. El
objeto esencial estaba muy distan
te entónces de su mente ; y no pen
só Alfonso en el dinero, hasta el
momento en que echando el posa
dero los florines sobre la mesa, le
saco de su cavilacion.
Terminado este negocio, fué su
primera diligencia sentar plaza en
el ejército , como voluntario. Reci
bió el premio de su enganche, y
se puso el uniforme militar. Vió
con gusto que este nuevo trage le
hacia casi desconocido.
Ignoraba Alfonso absolutamente
si las desgracias de su familia eran
-38-
tonocidas en el mundo, y esperi-
mentaba una insuperable é inespli-
cable repugnancia para informarse
de ellas. Por medio del estrépito
marcial consiguid felizmente dis
traerse; y no se presentaron ya
aquellas horrendas imágenes á su
ánimo mas que en la soledad.
Hallábase, tres meses hacia ya,
en el servicio del imperio, cuando
su regimiento recibio la órden de
pasar á una aldea , distante cuatro
leguas de Berlín. Salio el ejército
á campaña en el mes siguiente.
Alfonso era robusto, activo, y va*-
leroso. Desplegó, durante la cam
paña , tanta presencia de animó y
brio , que se hizo notar y querer
de su coronel.
El nombre de este oficial era
Arieno. La terminacion italiana de
su nombre le hizo impresion á Al
fonso.
«Arieno, se decia á sí mismo,
-39-
sirve en el ejército alemartt — Está
querido de sus soldados. —Es deu
dor de su puesto al favor del em
perador. Pelea con una asombro
sa valentía; y es sin embargo evi
dentemente un italiano.»
Arieno se aficionó mas y mas
cada dia á Alfonso , y no malogro
ninguna ocasion de manifestarle su
afecto. Este último empezó á te
mer que le hubieran reconocido ;
en lo que se equivocaba.
Cuando el ejército se retirá á sus
cuarteles de invierno, convidó el
coronel á Alfonso á pasar esta es
tacion con él. Alfonso aceptó la
oferta con reconocimiento; y acom
pañó á Arieno, á lo menos él lo
suponia así como criado.
Engallóse agradablemente. Arie
no mismo era un hijo del dolor.
El coronel, en el abatido y cavi
loso aspecto de Alfonso, en sus in
terrumpidos discursos y habituales
-40-
distracciones, habia echado de ver
que le tenían poseído, como á sí mis
mo, las pesadumbres. La simpatia
le arrastró hácia el jóven conde; y
el recomendable estcrior de Alfon
so acabó de interesar á Arieno en
su suerte. Resolvió formar de él
un compañero y amigo suyo.
La habitacion de Arieno estaba
situada cerca de una aldea , i tres
leguas de Francfort. Una vieja , á
la que se habia confiado el cuida
do de la casa durante el verano,
compuso, con los dos amigos, to
da ía familia.
La fisonomía de Arieno no cau
tivaba en el principio los ánimos
á favor suyo ; pero todas las
virtudes á que su corazon servia
de asiento, le habian ganado bien
pronto el efecto y aprecio de los
que le conocían. Su conversacion
instruía y recreaba juntamente. Al
fonso no se cansaba de oirle ha-
-41-
blar, con el acento de un hombre
intimamente penetrado de las vici
situdes de la vida, de la falsedad
de los hombres , y de la certeza de
una vida futura.
Se pasaron muchos dias sin que
Arieno hiriera en el lado flaco. Úl
timamente, habló á Alfonso por el
tenor siguiente :
„ Creo , amigo mio , que hay en
los modales de V. algo que anun
cia, que su verdadera clase en el
inundo es muy superior á aquella
en que le he conocido.,,
Alfonso guardó silencio ; pero su
embarazado esterior descubrió la
verdad. Arieno prosiguió:
„ Alguna oculta pesadumbre car
ga sobre el corazon de V. Deme
V. á cohoder la causa suya; quizás
podré hacerla menos molesta; y á
lo menos tomaré parte en ella.,,
Ninguna respuesta. Arieno aña
dió:
„¿No me conoce V. bastante,
.para estar -cierto de que el empeuo
con que me intereso en su felici
dad, y no la satisfaccion de una
vana curiosidad , me mueve á ha
cerle esta pregunta?,,
„ Ah ! amigo mio , esclamó Al
fonso tomando la mano de Arieno,
se lo' debo todo á V. Mi gratitud
no podrá pagar jamas tantos bene-
üqíos; es V. digno de mi canfian'-
za ^pero mas bien renunciaria yo
á los consuelos de que soy deudor
al favor de V., que instruirle so
bre mis secretos. --Sí, sí, deben
permanecer sepultados en mi pe
cho.,,
„Tan lejos de mí el importunar
á V. , respondid Arieno , no tema
V. nada, amigo mio, y no reno
varé mis preguntas. „
Se siguió un largo silencio á es-
Jas palabras j y Alfonso le rompió
el primero.
-43-
„¿Es V. Italiano?
„ Sí , señor ; y se estraña V. , no
lo dudo, de verme al servicio del
emperador.
„No puedo negarlo.
„ Su pasmo de V. cesará bien
presto , no es larga mi historia ; y
paso á ponerla en noticia de V.
„ No tengo derecho para esperar
semejante comunicacion de V.
„No dudo de que V. tenga bue
nas razones para guardar secreto;
pero por mi parte desearia yo que
mi historia fuera conocida del or
be entero. „
Alfonso se inclind, y Arieno dió
principio así : ' •
„ El conde Arieno, mi padre,
era un noble veneciano. Poseiaun
inmenso patrimonio. Su casa, si
tuada á una legua de Venecia, era
magnífica. Sus jardines eran vas
tos, y muy adornados. El primor
desus gondolas sobrepujaba á cuan
-44-
to se habia visto hasta entonces.
Siendo jóven todavía se habia ca
sado con la hija de un rico sena
dor de Génova, á la que habia des
cubierto , por casualidad, durante
el carnaval. Era hija única. A la
muerte de su padre, que acaeció
tres meses despues de su casamien
to con el mio, heredd ella todas
sus riquezas.
En el curso de los seis prime
ros años de su union, parid mi ma
dre cuatro hijos, tres varones y
una hembra. Mi hermana era la
mayor ; tras la cual habia nacido
mi hermano Stephaho, y tenia yo
un año menos que este. El mas
jóven hermano mio murió en. la
infancia. A la época en que daré
principio í mi historia , tenia mi
hermano diez y nueve años , yo
die2 y ocho. Stephano era sober
bio, falso, y muy avaro. Se encu
brian las deformidades de su al-
ma bajo un agradable esterior. Era
el queridito de su madre, que ejer
cía un sumo dominio sobre su ma
rido.
Basta añadir que mi hermano,
desde mi niñez , me manifestó su
aversion por todos los medios ima
ginables , para convencerle i V.
de que mi suerte no era de en
vidiar.
Vivia con sus dos hijas , cerca de
la cas» de mi padre , una viuda,
llamada la señora Bartini. Sin ser
rica , lo pasaba con algunas con
veniencias. Pero sus hijas poseían,
en su hermosura y recato, un te
soro muy preferible á todas las ri
quezas. Casose la mayor con un
Caballero frances , en cuya com
pañía partió para la Francia.
La mas jóven, llamada Camila,
me habia hecho una herida, que
el arte y el tiempo no pudie'ron cu
rar. Hallándome convencido sin
embargo de que la inferioridad de
su clase y patrimonio no me permi
tiria tomarla nunca por mugermia
con el asenso de mi familia, resol
ví encerrar mi amor dentro de mi
pecho. A veces sin embargo , me
descubrian mis ojos ; y aun crei
haber echado de ver que Camila
participaba de mis afectos. Una
noche , hácia el fin del estío , en
tré, como de costumbre, en eljar-
dinillo de la senora Bartini, al tiem
po que mi hermano salia de la ca
sa. Al pasar él junto á mi escla-
JOtf.
« Se acaba í tiempo mi visita, k>
echo de ver. •
Prosiguió su camino riéndose á
carcajadas.
Estaba yo tan habituado á lq^
insultos de mi hermano , que ape
nas hice atencion á lo que me di
jo él. Entré en la casa ; y hallé á
Camila llorando en el balcon, y á
-47-
su madre sentada junto á ella.
Asaltóme en el mismo instante
una infinidad de ideas contradicto
rias y sospechas. Le pregunte la
causa de sus lágrimas. Didme su
madre un motivo insignificatívo, y
dirigid inmediatamente la conver
sacion hacia otro objeto.
No me fué posible ocultar mi
turbacion; y de allí á pocos ins
tantes me marché.
En el momento de volver jo á
casa ; se ponían mis padres y her
mano á la mesa para cenar.
« No creia yo que gozáramos de
la satisfaccion de tu compañía en
esta noche, dijo mi madre. »
n ¿ Con qué motivo , Señora ? „
„No llevo razon ; quizas no es
tabas convidado en casa de la se
ñora Bartini , y no conviene que
los amantes sean muy osados. „
Se rid mi madre á carcajadas,
l'ae'endo otro tjnto mi hermano.
-46-
Mordíame yo de rabia los labios,
y respondí :
„¿ Lleva V. á mal, Señora, que
yo vaya á esa casa ? Mi hermano
mayor me ha dado el ejemplo. „
No sabiendo ellos que respon
der, volvieron otra vez á sus carcaja
das.
Clavome con severidad mi padre
los ojos y me dijo : ;.a
„ No pienses en casarte contra
mi voluntad , y acuérdate bien de
que Camila Bartini es la última
muger con quien yo te permitiria
casarte. „
La lucha no era igual , y guar
dé silencio.
La casa de mi padre se me vol-
vid mas desagradable que nunca.
Tomé la resolucion de viajar, y
pedí licencia para ello. Acorddme-
la mi padre al punto , entregándo
me al mismo tiempo una cuantio
sa suma de dinero. Deseaba yo
-49-»-
oonseguir su beneplácito ; y me
afligieron sin embargo la facilidad
y proutitud con que fué acordado.
Esta condescendencia era muy evi
dentemente un efecto de su pasion
contra mí.
Fui volando á casa de Camila;
pe>o ¡cuanto fué mi asombro, al
saber que no se hallaba en ella ya,
y que habia partido á Francia pa
ra ir á ver á su hermana ! Tuve es
ta misteriosa conducta por estrema-
nicnte estravagante. No pude atre
verme• á pedir una esplicacion ala
señoía Baitini. Me despedí al punto;
y en la siguiente mañana , me alejé
de la casa paterna.
Se pasaron diez meses sin que
oyera yo hablar de mi familia. Es
cribí á mi madre para preguntar
le la causa de este dilatado silen
cio, rogándole que me dirigiera su
respuesta á Sicilia. De allí á unos
seis meses, recibí algunas líneas de
4
*
-50-
ella. Me informaba de la muerte
de mi padre , y me ordenaba que
volviera prontamente á Venecia.
No perdí tiempo ninguno; y lle
gué á casa de mi padre el dia mis
mo de sus exequias. Abrióse enton
ces su testamento; pero conciba V.,
si puede, mi asombro, cuando oí
leer el párrafo siguiente : A mi se
gundo hijo, Felipe, en consecuencia
de su desobediencia á mis órdenes,
le dejo solamente quinientos zequies,
á fin de que sepa que no le he olvi
dado , y quiero que esté decaído de
sus derechos á todas las otras pro
piedades mias.
Fué1 una puñalada; y quedé ano
nadado en el primermomento. Lue
go que me hube recobrado algo,
me marché de casa, abrumando de
maldiciones al malvado que habia
engauado á mi padre , y echándo
le i mi hermano una ojeada que
ciertamente no le permitid dudar
-51-
de que me era conocido el traidor.
Fui prontamente á casa de la
señora Bartini. Hallé á una cria
da sentada en la puerta, que me
dijo que su ami habia ido á reunir
se con su hija en Francia.
„ ¿ Cual es el lugar de su resi
dencia ?
,, Monpeller.
„¿Coino se llama el caballero
que se casd con su hija ?
„ El Caballero de Albert.,,
No le molestaré á V. con la nar
racion de las ideas y reflexiones
en que mi ánimo se ocupd duran
te aquel viage á Monpeller. Úni
camente debo decir á V. que su
resultado fué la confirmacion de
mis sospechas relativas á mi her
mano. El desdichado ! sus falsos
informes me habian hecho perder
la estimacion y afecto de mi pa
dre.
Habiendo llegado á Monpeller,
-52- .
fui recibido por la muger de AI-
bert.
„ Está V. pasmada de verme ,
Señora, le dije, pero... „
Entro en el cuarto la señora
Bartini,la saludé. Hizo ella seña
á su hija para que nos dejara solos.
Me senté á su lado, no sabiendo .
por donde dar principio- Cuantos
admirables discursos había prepa
rado yo en el curso de mi viage
no querian presentarse en mi me
moria ; y no pude mas que pre
guntarle simplemente por Camila.
, Ah ! señor, esclamd aquella
tierna madre , mi hija... la mano
de la muerte está estendida sobre
ella l 1,
Hasta aquel momento, habia ig
norado yo lo que era la desgracia.
—Los otros pesares mios habían
sido ligeros en comparacion.
Me caí del sitial en que estaba
sentado i un frio mortal se apode
-53-
ró de todos mis miembros ; yle
costo' sumo trabajo á la señora Bar-
tini para hacerme recobrar el sen
tido.
Luego que ella echd de ver que
70 empezaba á volver en mí, es-
chtnó :
,, ¿ Amaba V. pues á mi hija,
señor ? „
¡ Si la amaba ! poderoso Dios,
dadme los medios de probarle en
cuanto grado yo Ja amaba !
ti Y V. era amado. Pero supo
mi hija que V. se habia casado
con otra. „
Nueva herida para mi traspasa
do corazon.
La señora Bartini me notició des
pues, que la noche en que encon
tré á mi hermano , que salia de
su casa , y en que hallé llorosa i
su hija , habia hecho aquel desdi
chado las mas ofensivas propues
tas á mi Camila , y que temiendo
haber encendido con Su negativa
la colera de este hombre altanero
y vengativo, habia hecho partir á
su hija para la Francia. Añadió
que habiendo sabido Camila mi
partida de Venecia, se habia per
suadido que yo la habia olvidado,
y se habia abandonado á la me
lancolía ; y que unos dos meses an
tes de mi llegada á Monpeller, ha
rria recibido ella una carta, que
habia tenido por mia, y que la habia
instruido de mi casamiento.
„ Esta noticia , prosiguió la se
ñora , la habia reducido á la de
sesperacion. Sus fuerzas están per
didas, sus facultades anonadadas;
y nos hallamcs reducidos á desear
Ja hora fatal que ponga un térmi
no á tantos tormentos. „
Me mostró la carta ; la cual era
de puño propio de mi odioso her
mano. '„ V • .,
La instruí de las disposiciones
-55-
del testamento de mi padre. Le di
á conocer todo el mal que mi her
mano me 'habia hecho. Tomo ella
parte en mi sentimiento , toméla
yo en el suyo ; y nuestras lágrimas
corrian de una misma fuente.
Antes del tin del dia, mi bien
amada Camila dió el postrer alien
to. ¿Como representar a' V. mi do
lor á esta horrenda nueva ? V.,
amigo mio, se imaginará fácilmen
te que las palabras son incapaces
de dar una idea de ello.
En la mafians del siguiente dia,
á pesar de todos los esfuerzos de
su madre y hermana , penetré en
el cuarto , en que su cuerpo repo
saba. ] Ah ! cuanto habia alterado
la muerte ya su hermosura! ¡Ah!
Dios mio ; que tormentos no espe-
rimenté durante los breves instan
tes, en que permanecí con los ojos
clavados sobre aquella desfigurada
imagen ! Turbándome el dolor, be
-56-
sé sus yertos labios. -- El espectá
culo era muy fuerte. -- Quede ren
dido. — Me llevaron del cuarto, é
ignoro por que medios. — Así pere
cio" aquella inocente y desventurada
victima de la falacia.
Despues de la ceremonia de su
funeral, me volví á Venecia. Me
fué descubierta enteramente la per
fidia de mi hermano. Supe que él
habia persuadido á mi padre de
mi casamiento con Camila, mos
trándole un certificado falso, estrai-
do de los registros de una iglesia
parroquial de jVIonpeller. No anhe
lé" al principio mas que por la ven
ganza. L/a reflexion me condujo á
unas ideas mas razonables, y me
dió d conocer que ninguna cosa po
día autorizarme para derramar la
sangre de un hermano. Me des
dene de pedirle el escaso legado
que mi padre me habia dejado, y
resolví dejar para siempre los esta-
**
-57-
dos de Venecia. Pasé á Alemania,
y me presenté como voluntario al
servicio del emperador. He servi
do bajo este príncipe treinta y dos
años ; su bondad me ha elevado al
puesto que estoy ocupando hoy dia.
Mi hermano posee inmensas rique
zas , y yo gozo de un bien mas
precioso, cuya delicia le será des
conocida á él siempre, de la apro
bacion de mi conciencia.,,
Alfonso le dio las gracias por su
relacion , manifestóle la «parte que
él tomaba en sus sentimientos , y
le preguntó si habia oido hablar
de su familia , despues de haber
partido de Venecia.
„ Supe por casualidad hace unos
catorce años , repuso Arieno , que
mi madre habia sobrevivido poco
tiempo á su marido ; que mi her
mano , inmediatamente despues de
la muerte de su padre , se habia
casado con una muger riquísima,
-58-
que habia muerto al parir una ni-
fía, primer hijo suyo. Supe des
pues , por medio de un oficial que
venia de Venecia , que durante su
mansion en esta ciudad él habia
oiclo hablar á menudo del reciente
desaparecimiento de la hija única
del conde de Alieno. Es un avaro,
me dijo; ha querido casar á su hi
ja con un noble tan rico como él
mismo. La cuitada doncella estaba
enamorada de un conde aleman ;
su padre la precisó á casarse con
el noble ; y se huyó ella de alli á
breve tiempo. Cuantas diligencias
se han hecho para descubrir su re
fugio, han sido infructuosas. En
cuanto puedo recordármelo, con
tinuó Arieno , me dijo este oficial
que el amante de mi sobrina se
llamaba el conde de Cohenburgo,
y era de una de las mas esclare
cidas familias de la Sajonia Así
la Providencia ha castigado la
-59-
avaricia de mi hermano, priván
dole de su bija tínica. „
A este nombre de Cohenburgo,
mudd de color Alfonso; pero Arie-
no no lo echo de ver, y le pregun
tó Alfonso si no se habian for
mado á lo menos algunas conjetu
ras sobre su sobrina.
Arieno respondió que habiendo
sÍdo inútiles todas las diligencias
de su padre y marido, se habia
supuesto generalmente que ella se
habia huido con su amante.
Trató entonces Alfonso de ligar
esta relacion con alguna parte de
la vida de su padre ó tio. Su pa
dre no habia estado nunca ausen
te de su palacio por bastante tiem
po para formar un empeño de es
ta especie , y aun suponiendo que
él hubiera hallado , durante sus
cortas ausencias, una favorable oca
sion , el ardiente y constante amor
suyo á su muger no dejaba liber
--60-
tad para semejante suposicion. Su
tio , es verdad , habia estado au
sente por mucho tiempo á la épo
ca en que Arieno colocaba la fuga
de su sobrina. Pero habia vuelto
por intervalos á Sajonia, ys solo
siempre. Eran sin embargolos úni
cos en toda la Alemania , que lle
varan el nombre de Cohenburgo.
Bien convencido de que no podia
ser su padre, se fijaron sus sospe
chas en su tio. Indago despues, en
lo que él acababa de oir, laespli-
cacion del asesinato de su padre , y
de la conducta de su madre. Em
bebido su ánimo en estas reflexio
nes , empezó de nuevo á perderse
en vanas conjeturas.
-•-
I.';'
-
_
-61-
ÍWV/»^VVVVVV»,VVVVVV\VVV1*VV\VV>
CAPITULO III.
- * ''. '. t
CAPITULO IV.
•
Ay de mí ! desgraciado de mi ! todo
me dice que el amor no fué nunca
un mar sin tormentas" Aquí la dife
rencia de las condiciones es inago
table fuente de desdichas ; allá una
desproporcion chocante separa los
año» , y une el otoño con la prima- '
vera. Unas veces es una lección vio
lentada por la ciega imaginacion da
imprudentes amigos j ó si la simpa
tía dirige la eleccion de los aman
tes , llegan á asaltarlos por todas
£artes la guerra , muerte ó dolencia*
>a felicidad del amores instantánea
como un sonido , ligera como una
sombra, breve como un sueño-, veloat
como el relámpago , que en ui\ decir-
Jesus abraza cielos y tierra, y antea
que un nombre naya tenido lugar
para decir: Mirad! toda la nBtura-
leza está sumergida en las tinieblas.
Cuanto sobresale, pasa como el re
lámpago.
Shakespeark.
**
periores «I estado en que ¿I le ha
bía hallado. Participó sus sospechas
á Alfonso el cual confesó la verdad^
pero le declaró al mismo tiempo la
firme resolucion suya de guardar
él secreto. El santo varon, sin cono
cer sus desdichas , se compadeció de
ellas ; le prestó algunos libros para
dar ocupacion á sus horas desocn-
padas ; y pasó en su compañía todo
el tiempo que sus quehaceres le de
jaban.
Habia en el convento de Santa
Elena treinta y seis religiosas , y
diez novicias. Entre estas últimas
fcabia una llamada Laura , caya
hermosa y sentimental fisonomía
atraía la atencion de Alfonso , siem
pre que ella llegaba á tomar agua
bendita. Si el hubiera conocido el
amor, hubiera echado de ver que
Laura le habia infundido una ve
hemente pasion. Desde que ella se
liabhv salido de la capilla , no aspi-
-91-
raba ya Alfonso mas que el momen
to de su regreso.
Hacia ya unos seis meses que Al
fonso era sacristan del convento; y un
día en que él platicaba familiarmen
te con el Padre Matias, se atrevió á
preguntarle quien era aquella jóven
novicia, cuya -hermosura le habia
hecho una tan fuerte impresion.
„¡ Ah ! desdichada! respondió el
santo varon, únicamente la señora
abadesa y yo conocemos la historia
de su nacimiento; pero , con arre
glo al porte de V. en esta comuni
dad , creo poder sin indiscrecion
dársela á conocer. Oiga V. „
Se inclinó Alfonso modestamen
te; y el buen Padre empezó asi:
„Hace ahora diez y siete afíos que
una noche , hacia el fin de diciem
bre ( haría mal/simo tiempo), un
golpecillo, repetido por tres veces,
Hamó á la tornera hácia la puerta
esterior del convento. Una voa dul
-92-
ce implora un refugio contra la
tempestad , y se supuso tener cone
xion con la senora abadesa , cuyo
nombre ella profirió. La tornera
abrid la puerta. Un mancebo ( á lo
menos ella lo creyó así) con vesti
do de peregrino , entró , apoyado
en un baston. La tornera volvió á
cerrar la puerta , y babiendo condu
cido al supuesto mancebo á la ha
bitacion de la abadesa , la descono
cida hubo proferido apénas estas pa
labras : ¡ Ah ! proteja V. á una des
dichada muger ! cuando cayó á loe
pies de la abadesa.
« Estenuada de cansancio , y arre
cida de frio la desconocida, estuvo
mucho tiempo sin volver en sí mis
ma. Le hicieron tomar un cordial,
que por ultimole restituyó el senti
do. Diversas lágrimas de gozo inunda
ron su rostro, luego que le hubo ase
gurado la abadesa que ella hahia
.hallado un refugio. Despues de ha-
ber tomado algun alimento, muy
débil todavía para poder esplicar el
misterio de su llegada y disfraz,
pidió licencia para retirarse á des
cansar.
„ Al siguiente dia se halló algo
recobrada de sus fatigas ; y rogó en
carecidamente á la abadesa que no
la entregara álos que pudieran ve
nir á preguntar por ella.
„ La abadesa la aseguró de toda
la proteccion de la iglesia ; y echan
do de ver que ella estaba todavía
débil y doliente , se abstuvo de ha
cerle pregunta ninguna.
„ Al cabo de algunos dias , estu
vo completamente restablecida; pe
ro una profunda melancolía, acom
pañada de delirio á veces , ofuscaba
su ánimo. Sin embargo comunicó de
sí misma á la señora abadesa , y á
mí, las causas de su sentimiento.
En lo sucesivo (porque ella gusta
ba de ocuparse en sus pesares ) es
-94-
cribió por sí misma su historia, y
me la entrego. Me fío en la discre
cion de V., porque estos secretos no
deben salir jamas del convento; y
voy á confiarle este manuscrito. Léa
le V. miéntras que voy á socorrer
con mis oraciones á sor Velina, que
está enferma de peligro. »
Alfonso prometió el secreto; y
despues de haber recibido el manus
crito de las manos del buen religio
so , se retiró á su cuarto.
HISTORIA DE LAURA.
£ ^
-107-
por Federico— No estaba de vuelta
todavía.
„ A pesar de todos mis esfuerzos
para presentarme alegre , iban pin»
tadas mis inquietudes y pesadum
bre en mi rostro. £1 conde Byroff
buscaba cuantos medios le parecian
propios para divertirme. Mi padre,
que conocia muy bien la causa de
mi melancolía , se aprovechó de- la
primera ocasion para amenazarme
con su ira , si yo continuaba dando
abrigo auna culpable pasion en mi
pecho.
„ Un mes despues de mi casa
miento, me notició mi tía que ha
biendo vuelto por ultimo Federico,
se habia enfurecido al saber la fatal
ntieva. Dichosamente mi padre es
taba ausente. Al punto fui volan
do á casa de mi tia, en donde vol
ví i ver á mi único amor. ¡ Pero,
triste de mí ! nunca dos fíeles aman
tes , al hacerse una eterna despedí-
-108-
da para sepultarse dentro de las pa
redes de un convento, derramaron
mas lagrimas. Rogué á mi querido
Federico que me perdonara la ac
cion, á que las amenazas de un bár
baro padre me habian precisado.
Supliquéle con encarecimiento que
se compadeciera de mí , y me ama
ra siempre. Sí, le amaba yo siem
pre , y siempre quise ser amada de
él. No interpreten Vds, mal mis
palabras , ni piensen que yo tenga
que llorar hoy dia nua culpa. No,
Dios es testigo de que , en medio
de todas las desdichas de mi vida,
me quedd siempre el dulce consue
lo que una conciencia pura propor
ciona.
„ Ah ! Federico , si desde el cie
lo en que tú habitas ahora, te dig
nas echar una mirada sobre la fiel
Laura , fiel hasta en los brazos de
la muerte, certifica hoy dia mi i no*
cencia. Abrasado mi pecho , sábes
-109-
lo tú, con todos los fuegos del amoiVi
ba permanecido tan fiel á la virtud
como á tí mismo. , i
„ Continué , por espacio de algun
tiempo , viendo casi diariamente á
Federico en casa de mi tia. Una
circunstancia , de poca monta por
sí misma me dió á conocer que
nuestras citas estaban descubiertas.
No siéndome ya posible ir allá, me
apresuré á escribirle los motivos de
mi ausencia. Empezamos entonces
una correspondencia diaria, que sir
vió de consuelo á la desgracia de
no vernos ya. Un fiel criado de mi
tia tomaba mis cartas, y me entre
gaba las de mi querido Federico.
„ Quince dias despues de empe
zada esta correspondencia, supe que
mi padre y marido se disponían á
hacer un corto viage, y no debian
volver mas que despues de dos dias.
En la mañana del dia en que el
conde Byroff me participó su par
-118-
tida , envié por el conducto de nues
tro fiel mensagero, una carta á Fede
rico, para informarle que la ausen
cia de mi padre y marido me de
jaria libertad para verle por la no
che en casa de mi tia.
„Por la tarde, mi padre y el
conde Byroff se despidieron de mí;
y habiendo montado á caballo, par
tieron. Dos horas despues de su par
tida, pasé á casa de mi tia. Quedó
pasmada de verme; y le espliqué
todo. Dióme ella mil parabienes
por la satisfaccion de que yo iba á
gozar en ver otra vez á mi amante;
j mandó llamar al criado, para
preguntarle si habia hallado á Fe
derico en su casa; pero nuestro men
sagero no estaba de vuelta todavía.
«Pasamos tres horas esperando
con las mas vivas zozobras , y no
parecieron Federico ni el criado.
Cuanto pude imaginar para aquie
tarme algo , fué que mi amante uo
-111-
estaba en su casa, y que andaba
ea busca suya el mensagero. Salí
bien presto de mi* incertidumbies.
¡ Ah ! figúrense Vds. mi asombro y
terror! Oímos subir la escalera, fué
volando mi tia á abrir la puerta,
y ví entrar á mi padre ! Di un fot-
tísimo grito , y me caí sin sentido
i los pies de mi tia. Cuando volví
en mí, me bailé en mi cama.
„ i Ah ! Federico , estás pues pen
dido para siempre!,, esclamé" —Poi
que la primera idea que me ocur
rió , fué que la espada del conde
Byroff habia atravesado el pecho
de mi desgraciado amante. Esto no
era mas que muy cierto. Mi ma
rido estaba sentado junto á mi ca
ma. Échéle en cara su crueldad con
los términos mas estravagantes que
mi dolor pudo sugerirme ; le referí
toda la historia de mi amor; y des-
Sues de haber derramado un mar
e lágrimas, le abrumé con nuevos
«herimientos.
-1*2-
„ Tu padre , me dijo, me ha ins
truido de que mantenías trato con
un caballero estrangero. He dese
chado al principio semejante idea;
pero habiendo insistido tu padre,
he consentido en facilitarle los me
dios de llegar al descubrimiento de
la verdad. Hemos pretestado un
viage , creyendo que durante este
tiempo no dejarias de hacer venir
al conde Federico á casa de tu pa
dre. Pero tu padre mismo , en la
mañana del dia de nuestra supues
ta partida , detuvo á tu mensagero,
y le arranca tu carta dirigida al
conde , por la que le convidabas i
ir por la noche á casa de tu tia.
Hemos encerrado á este criado, y
hecho entregar tu carta al sugeto á
quien iba dirigida. Le hemos es
perado despues en nna callejuela
obscura , por la que le era nece
sario pasar para ir á casa de tu tia;
y le he dado punaladas. „
-115-
„ Solo Dios sabe lo que sufri ya
durante esta horrenda relacion ; y
debo bendecirle por haberme pri
vado en aquel momento de la fa-.
cuitad de hablar; sin ello, con ini
furor hubiera maldecido yo de mi
padre.
„E1 conde Byroff me rogó en
carecidamente que me serenara; me
representó lo inútil de mi senti
miento, supuesto que el golpe fa
tal , de que él mismo estaba pesa
roso , se había descargado ya ; me
recordd la resignacion de que yo
era deudora á mi padre ; y me pu
so á la vista la indeleble ignominia
de que mi conducta se cubriria , si
llegaba á noticia de las gentes. No
hice atencion ninguna á cuanto me
decia mi marido; y cuanto salia de
la boca del asesino de mi Federico,
me horrorizaba. En aquel horro
roso momento, hubiera desprecia
do yo las palabras de un ángel, si
8
-114-
ellas hubieran carecido de la vir
tud de volver la vida á mi amante.
„ Rehusé todo alimento. El con
de Byroff empezó á temer por mi
salud ; de nuevo me suplico enca
recidamente que me resignara con
mi suerte , que ninguna cosa podía
mudar; hízome las mas solemnes
protestas de su amor ; me rogó que
le perdonara, y le dijera lo que él
podia hacer para aliviar mis pe
sares. -1
„ Guardé silencio , y el conde
Biroffse marcho de mi cuarto. Apé
nas se habia salido, cuando mandé
á mi fiel criada que fuera inme
diatamente á informar á mi padre
y marido , que habia caido yo en
un profundo sueúo , y advertirles
que no entraran en mi habitacion,
de miedo de turbar ua reposo que
me era tan necesario. A su vuelta
me halló vestida con una ropa sen
cillísima, y encubierta . k figura
-115-
con un velo largo y espeso. Le re
comendé el secreto , y me salí de
casa sin ser vista. Eran las nueve
de la noche poco mas ó menos Fui
al arrabal de Venecia , mas próxi
mo á la casa de mi padre. Eistréen
una calle muy angosta, en que yo
esperaba encontrar á algun ropero.
La recorrí, y descubrí al cabo lo
que yo buscaba. Vi que no babia
ninguno en la tienda, i escepcion
de una vieja. Díjcle en mala geri«
gonza, mezclada de frances, que
yo iba á Loretó , y le pedí un ves
tido de peregrino. Me enseñó ella
muchos. Compra uno de ellos , co
mo tambien un baston y calabaza.
Habiendo atado bien mi paquetillo,
dejé la ropería , regocijándome in
teriormente de que la vieja se ha
bía ocupado en elogiarme su géne
ro, y que ella no habia hecho re
paro ninguno en mí. Halléme den
tro de algunos minutos fuera de la
ciudad , y en el camino real.
-116 ,
'„ Dichosamente para mí, aca
baba de salir la luna , y ella me
enseñaba el eamino. Habiendo lle
gado á 'úriá medra legua de la ciu
dad,^ ho; viendo a ninguno en: el
camino, me aventure' á cambiar mi
vestido con el> de peregrino. Arro
jé en una zanjalas ropaS- deque yo
me habia mudado; y dirigí mis pa
sos hacia este convento del que ha
bla oído hablar frecuentemente &-
mi buena tiá, y en el que estoy
resuelta; si se sirven permitirmelo,
á 'terminar mis días.'
1 „ Con el favor dte mi trage , vía
se sin otro inconveniente que eldel'
cansancio; pero los benéficos cui
dados de Vds. me restituyeron lue
go al feliz estado , en que estoy hoy
día. ¡Quiera Dios remunerarla hn-
manidad y buena voluntad que 'Vas.
me han mostrado ! „
CC£©
— 117—
Esta historia esplicaba á Alfon
so una parte de la misteriosa con
ducta de su tio. El conde Federico
Labia sido el amante correspondi
do de la sobrina de su querido y
respetable amigo Arieno. Ella le ha-
bia tenido por muerto ¿ y habia vi
vido separada del siglo, llorando su
pérdida. ,
„ ¡Desgraciada muger! esclamd
él. Un ángel hubiera debido ins
truirla de la verdad. La pérdida
de esta hechicera muger era segura
mente la causa de la profunda me
lancolía de mi tio - Así esto no es-
plica todavía, el espantoso misterio,
que me alejó del palacio de mis pa
dres. „
Quedóse embebido por algunas
instantes en estos pensamientos; des
pues de lo cual se volvió al cuarto
dd Padre Matías.
,, i bien., le dijo el santo varon,
veo la conmocion de V. ; y su sen
•-• '
— 120-
guno de su familia que ella habia
tenido una hija venia á reclamar
la , se la entregaran ; pero que en
el caso contrario, debia tomar ella
el velo á los diez y ocho años. „
„ ¿ Qué edad tiene Laura ? „
„ Diez y siete anos y cuatro me
ses. Creo que su padre y el conde
Arieno ignoran absolutamente la
existencia de este ángel. _ Su ma
dre , ántes de morir , la instruyó por
sí misma en todas las circunstan
cias de su historia. Los colores ba
jo los que sus mas próximos pa
rientes se le han representado , no
le infunden deseos de entrar en un
mundo que ella no conoce , y del
que ha oido hablar en términos tan
poco seductivos. Se halla muy di
chosa aquí, y está resuelta á tomar
el velo. „ .
Alfonso suspiró. Sus ojos cayeron
jsobre'íel relox de arena, quelead-
tfirtití para ir á tobair la campan»
de la noche.
-121-
* '«^ j " - . * *
CAPITULO V.
1 .---• - .;,;-. i
- Alfonso no se ocupaba ya masqose
en Laura. Se sentía todos los días
mas apasionado á ella; empezó sos
pechar la .naturaleza de sus afectós
relativos á la doncella , y i desear
sacarla de. la obscuridad dial claus
tro. Hubiera querido ciertamente
-122-
poder instruir á Laura del amor
que ella le había infundido. Lo es
taba vedada toda comunicacion con
las religiosas y novicias, á escep-
cion de la ahadesa y la anciana Pe
rilla. ¿Como hacerla noticiosa pues
de sus afectos ? ¿Como mas parti
cularmente asegurarse de que Lau
ra tomaba parte en ellos?
Resolvió clavar sus ojos en los
de la doncella , siempre que ella
entrara en la iglesia.
La primera vez que Alfonso hi
zo esta prueba, no pudo sostener
Laura la penetrante mirada de sus
hermosos ojos negros , sin sonro
searse. Bajó ella los suyos hacia el
snelo, y se adelantó pausadamen
te hacia el coro.
Alfonso no conocía el amor j ni
sabia distinguir entre la temidez y
el descontento.
Repitió él á menudo su esperien-
cia , la cual produjo á vece» el mis
-123-
mo efecto que la primera ; y con
mas frecuencia. Laura no alzaba
los ojos mas arriba que el vaso sa
grado, y los llevaba otra vez in
mediatamente hácia la tierra.
„ ¡No ! esclamd él , Laura no to
ma parte en mis afectos. Ella no
puede dudar de mi amor ; y le ve
con indiferencia ¡ Desdichado Al
fonso ! ,,
Resolvía entonces no clavar los
ojos en Laura la primera vez que
ella entrara en la capilla. Solto'se-
le un abogado suspiro á su pecho ;
al que correspondió Laura con otro,
que , oído de Alfonso, resonó en su
pecbo.
Se aventuró á clavar todavía una
vez los ojos en Laura } y creyó ver
ípre hn amable rubor coloreaba suk
mejillas, y qne una dulée sdrJrjsft
hermoseaba sus facciones^
„ Conoee ella mi amor , y no eé
insensible á él. j Ofélicidad 1 „
-124-
> El: aroorpasa en u»: instante del
temor á la esperanza,,;-,! ,•--, •;- ; .,,
- Mira Alfonso luego de, hito en
hito.\á Laura sin' inqoietüd. Se des^
vaneció: la ttraid,a desconfianza de
la? doncel la, y ihacja ella misma por
.encontrar los. ojos del mancebo. ,
Ocurriolo^ entonces en la mente
iin nuevo modo da conversar con
Laura. Escribió la carta mas tier
na que el amor haya dictado ; y al
tiempo de alargar ella ,ei dedo pa
ra tomar, el agua bendita, metióle
Alfonso su carta en la mano, sin
que le vjerant ' ..-.-.. ,:, ,.,
¡i Se ;pasarorj, dos días enteros en
los martirios de la incertidumbrq.
En el tercero v asi, oficio de la noche,
fe puso Laura. ,$n la. mano, ha bjr
Hete, concebido, pon el tenor
pigiuente..t!1;[, ;,a1| .
„ ; Ah ! Alfonso , la declarc'io^
de (V.. .¿no. kft, iluminado .sobre el
estado real; deoii corazon._Sea Vj,
-125-
discreto y prudente No me escri
ba V. mas Nos observan. „
- Alfonso se halló, por la prime
ra vez, perfectamente dichoso. Pe
ro estos momentos de entusiasmo
son cortos, y el tiempo acarrealas
reflexiones. Temio en breve Alfoso
no poder unirse jamas con Laura.
- Asaltó de allí á cinco meses, una
grave enfermedad á la 'abadesa ; y
el Padre Matias , que á un mismo
tiempo era confesor y médico del
convento , no se apartó ni siquiera
un instante del lecho de la pacien
te. Se la llevo la muerte en breves
dias, con un sentimiento general ele
toda la comunidad ; y Laura parti
cularmente , para quien la abadesa
habia hecho las veces de segunda
madre, se contristó sobremanera
con su perdida.
Se depositó su cuerpo en un fe"re-
tro, que fué colocado al pie de las
gradas del altar. Durante una no
-126-
vena se celebráron tres misas por
dia, para el reposo de su alma; y tres
religiosas , con una novicia , velaron
alternativamente cerca del féretro.
Teniendo Alfonso por propicia
la ocasion para entregar una segun
da carta á Laura , escribid una en
la que le participaba que él era so
brino del conde Federico , tan tier
namente amado de su madre , y
la rogaba encarecidamente al mis
mo tiempo que se huyera con él
del convento i la primera ocasion
favorable.
En la noche del cuarto dia que
se siguió á la muerte de la abadesa,
volvia Laura de velar cerca del fé
retro , al tiempo que Alfonso iba
á entrar en la iglesia. Siguió ella á
las religiosas. Habian dado estas
vuelta al ángulo de la puerta de la
iglesia , y Laura estaba en el cor
redor, cuando la encontró Alfoeso.
Miró el mancebo por todas paros ;
I -127-
viendo que no le obserbavan, toma
le ala doncella una mano, que él
beso y le entregó su carta Todo
ello fué obra de un instante.
Se celebraron en el noveno dia
las exequias de la abadesa con to
da la pompa del culto católico. El
Padre Matias, las religiosas y no
vicias pasaron la noche orando en
la iglesia. Llegó por último el sol
á advertirles que se retiraran. Can
sadas en estremo las religiosas , se
encaminaron diligentes hacia sus
celdas; y Laura se compuso de
modo que saliera la última. Dejó
ella caer un papelillo, que Alfonso
corrio" volando á recoger, y le ocul
tó en su seno. Era su contenido el
siguiente :
„Esplíqueme V. á donde quiere
ir.,,
Alfonso leyó este billete , le be
sé, leyóle otra vez, y le desgarró.
Incierto sobre si él debia escri
-128-
bir á Laura para instruirla de to
das las particularidades de su des
graciada historia, o unicamente apu
rarla para huir con él del conven
to , se determino' á confiarlo todo
al Padre Matias.
Esperó, con impaciencia, aquel
momento en que se prometia ha
llar solo al santo varon. Entró en su
cuarto, y le insinuo temblando que
tenia que hacerle ana importante
confidencia. El buen religioso pro
metió guardar secreto; le refirió
Alfonso entonces todos los sucesos
de su vida ; y luego que hubo aca
bado esta larga narracion , añadio :
„ ¿ Puede V. ahora, buen Padre,
esplicar este horrible misterio?,,
El santo varon permaneció en
golfado en la meditacion por algun
tiempo; alzando despues los ojos
sobre Alfonso , y á continuacion de
haberse persignado, dijo ;
,, ¡ No quiera Dios que yo atuse
-129-
injustaniente á ninguno! Lo. que
voy i decir, no es mas que una
mera conjetura: rindiéndose su ma
dre de V. al sentimiento, habia
abrazado la funesta resolucion de
libertarse de él por medio de un
suicidio.,,
Alfonso se estremeció á esta idea ;
y tras un momento de silencio,
dijo :
„ Pero , Padre , su ensangrenta
da mano...!!! „
Otro momento silencioso. El re
ligioso respondió :
„ En su delirio , se habia heri
do en la mano con el instrumento
que ella destinaba para su destruc
cion. „
„ Pero , ¿ á que fin mandarme
huir léjos de ella ? ,,
„ No Cabe duda ninguna en que
ella conoció ciertamente la ignomi
nia que una tan culpable accion
imprimiria á su nombre ; y temió
9
-130-
que la misma recayera sobre su
inocente hijo . „
„¿Cree V. que la misma causa
la haya movido á acusar á mi tio,
y á retractarse casi inmediata
mente ? „
1, Creolo. „
,Pero, Padre, ¿porque dejd mi
tío el palacio de Gohenburgo?,,
„ La memoria de los que en él
habian habitado , hubiera hecho
insorportable su mansion para ese
hombre sensible; y prefirió conti
nuar habitando en su casa. „
„ Pero ¿ porqué no hizo diligen
cia ninguna para saber mi para
dero ? „
„ ¿No puede haber hecho algu
nas , que no han llegado á noticia
de V. ? ,,
„Las conjeturas de V. Padre,
son muy verisímiles. Pesa V. to
das las circunstancias , y conoce á
los honbres. Es quizas la verdad;
-131-
pero un corazon , importunado co
mo lo ha estado el mio,aecesita de
certeza. „
„ El lograrla será dificultuoso.,
„ Encerrado dentro de estas pa
redes, confiésolo. „
„¿ Desea V. dejarlas?,,
El silencio de Alfonso respondió
afirmativamente por él.
„Su madre de V. le prohibid vol
ver á ver á su tio. Le está vedado
á V. el palacio de Cohenburgo...,,
„Pero el obrar contra unas ór
denes dadas en el ^delirio , intee-
rumpiá Alfonso, no es seguramen
te desobedecer i mi madre. ,,
„ Olvida V. , Alfonso, que la es-
plicacion de la conducta de su ma
dre de V. no puede ser ma3 que
una conjetura. Acaba V. mismo de
decírmelo , y con razon. „
Alfonso conoció lo adecuado de
este reparo. Corrieron las lágrimas
ds sus ojos, y esclamd:
-132-
„ ¡ Ah ! Padre! únicamente la es-
plicacion de este misterio puede
volverme la paz Soy indigno del
santo misterio, que se confió á -mi
cuidado ; y mi alma se traslada de
continuo á lo esterior de esta co
munidad. „
„ No puede V. contar con noti
cias ciertas , mas que visitando al
palacio j y aun quizas con ello- no
producirán sus molestias fruto nin
guno. „
„No tengo ánimo de volver- al
palacio; y únicamente desearia yo
volver al mundo; porque la posibili
dad de llegar á saber lo que ape
tezco tan ardientemente, alimenta
rá mis esperanzas, que se hallan
sepultadas aquí en que ninguna
idea consolante alivia mi corazon. „
„¿ A donde irá V. ?
„ Estoy resuelto á bacerme pes
ca dor en las orillas del Inn.„
„ La soledad absoluta, y un tra-
-133-
bajo penoso le harán á V. echar
menos en breve e\ dichoso estado
que quiere dejar. „
„ Conozco que he nacido por la
sociedad , no solamente para vivir
con hombres, sino tambien para
gozar de todos los consnelos que
únicamente una criatura de otro se
xo puede darnos. „
., Haga V. bien atencion á su
eleccion. .,
„ Desearia yo que V. la apro
bara. ,.
,, ¿ Pero podria yo hacerlo ? se
parado del siglo, como lo estoy... „
„ Conoce V. íntimamente á aque
lla en quien idolatro. „
„ ¡ O oprobio ! ¿ habria sido ca
paz V. , alimentado en este con
vento, de infringir sus sagradas
leyes? „ ¡
„ Laura Biroff no está ligada to-
todavía con esas leyes. „ , t
„¿Le habria hablado Y. en algun
tiempo? „
-154-
,, En ninguno. „
„ ¿ No sabe V. pues si ella toma
parte en sus afectos?,,
„ Viva V. seguro de que la to
ma. „
„ P rometí á su madre moribunda
el no entregarla mas que en ma
nos de un cercano pariente su
yo. „ >
„ ¿No querria V. pues entregar
la en las mias?
„No le unen á V. con ella los
vínculos de la sangre. „
„Está en poder de V. el unir
me á ella con mas estrechos vín
culos. „
„ Esplíquese V. „
„ Hágame V. esposo suyo, está
cumplida su promesa, y soy el mas
afortunado de los mortales. „
El Padre Matías estuvo sin res
ponder por algun tiempo ; y re
puso : •>
t) ¿ Que dirá el siglo , si en algun
-155-
tiempo llega á su noticia que los
dos descendientes de las nobles fa
milias de Vds. viven en el humil
de y deshonroso estado, de que aca
ba V. de hablar ? „
„ ¡. Ah ! Padre mio ! ¿ de qué va
lor puede ser la opinion del siglo en
el concepto de aquellos á quienes
el siglo maltrató en tanto grado ?♦
Estoy bien convencido de que la
felicidad no es una exclusiva he
rencia de la grandeza y opulen
cia. „
„ Sin duda que no. El amor par
ticularmente es mas dichoso en las
cabanas que en las moradas regias.,,
El Padre Matías se detuvo de
nuevo por un instante, y añadid
despues :
„¿Ha instruido V. á Laura?
¿Sabe ella quien es V.?
„ No Señor. „
„ Dígaselo V.
«¿Pero como, Padie? Déme
-135-
V. pues los medios para ello.»
« Esta noche , la llevaré á su
cuarto de V. Si ella consiente en
participar de la suerte de V. ( y
rogaré al cielo que le inspire el
partido que ella debe tomar para
su dicha ) , no trataré de separar
á los que él ha unido. Pero si ella
niega seguir á V., le haré tomar
inmediamente el velo. Me intere
so con sumo empeño en su suerte,
y en la de V. ; quiero terminar
este negocio; y es preciso absolu
tamente que esté concluido , de un
modo ú otro ántes de la instalacion
de nuestra nueva abadesa. »
Besó Alfonso la mano del re
ligioso que le hizo seíía que le de
jara solo.
Luego que se hubo acabado el
oficio de la noche , y que perilla sa
hubo acostado , fué callandito el
Padre Matías á la celda de Lau
ra. Dijo á esta que le siguiera, Es
~~ -137-
taba ella leyendo ; puso su libro
en la mesa; tomó la luz; y baján
dose el velo , se fué tras el reli
gioso. El buen Padre se paró á la
puerta del cuarto de Alfonso, é hi
zo seria á Laura para que entra
ra en él. Obedeció la donce
lla , á cuyas plantas se hallo en
ménos de un segundo Alfonso.
La alegría y sorpresa hicieron
creer á Laura por un instante, que
lo que ella estaba viendo era un
sueno.
Alfonso, por su parte , contem
plaba con un silencioso arroba
miento el objeto de su amor. Pero
hizo en breve memoria de que de
bía aprovecharse de los cortos ins
tantes que 6e le concedian , para
comunicar á Laura cuanto era in
dispensable poner en noticia suya.
Por consiguiente, empezó infor
mándola de las favorables dispo
siciones del Padre Matías. Le refi
-158-
rió despues los terribles sucesos
que le habian precisado á buscaí
un asilo en el convento de Santa
Helena; y le dió parte, última
mente, del plan que el habia for
mado para su recíproca dicha, si
ella quería consentir en participar
de su suerte.
Laura se avergonzó ; y no pu
do articular en los principios ni si
quiera una palabra. Alfonso insis
tió ; el tiempo urgía; la posibili
dad de una eterna separacion la ha
cia estremecerse; y profiriéron al
cabo sus labios un consentimiento,
que sus ojos tenían acordado ya.
El dichoso Alfonso sello con un
beso la promesa sagrada.
Entró de allí á un instante el
Padre Matías , para advertirles que
6e acercaba media noche ; y leyó
en los ojos de Alfonso el resultado
de su conversacion.
Se volvió Laura á so celda , pro-
-159-
metiendo ir en la mañana del si
guiente dia al cnarto del buen re
ligioso ; y Alfonso se marcho á
prepararlo todo para el oficio de la
noche.
Pasáron esta noche alfonso y
Laura pensando en la felicidad que
los aguardaba.
Fué Laura , habiendo llegado la
hora convenida, al cuarto del Pa
dre Matías. Recibid este su con
fesion. El alma de la doncella era
pura, su casto amor á Alfonso, que
en pecho abrigaba mucho tiempo
hacia , no podia ser una culpa an
te el padre de las misericordias. El
eanto interprete de Dios le Ideo
presentes todas las vicisitudes de
la fortuna , á que los buenos y los
malos están igualmente espuestos
en el mundo, en el que ella esta
ba para entrar , la alentó á sopor
tar con valor las pruebas á que to
dos los mortales están mas ó mé-
*.V i.s^u^ una i
-140-
nos sujetos; y últimamente , la ro
gó encarecidamente que examina
rá de nuevo su corazon , á fin de
no tener que árrepentirse en algun
dia, pero muy tarde, de una de
terminacion, de la que no seria
ya posible desistirse.
Consultó Laura de nuevo con su
corazon, y le halló inalterable.
El buen religioso habia conver
sado ya con Alfonso sobre la mis
ma materia; y le habia encontra
do invariablemente resuelto á arros
trar otra vez con todas las tormentas
de la vida humana.
El santo varon se levantó , y fué
en busca de Alfonso. Ambos vol
vieron luego juntos.
Exhortó de nuevo el Padre Ma
tías á uno y otro amante á hacer
bien sus reflexiones.
«} Es por la vida! hijos mios, lea
dijo , lo han oido Vds. ! Saben lo
que es un empeño que no debe
acabar mas que coa V. f
Estas ideas, tan espantosas pa
ra el hombre indiferente, son el
consuelo y embeleso de las almas
realmente prendadas.
Se encontraron los ojos de Al
fonso y Laura. La última se son
rió; y el dichoso Alfonso tuvo, va
lor para responder entónces por
ambos :
« Estamos determinados. >
El indisoluble nudo fué apre
tado.
« Que la gracia de Dios sobre
salga en Vds., hijos mios ! eselamá
el buen religioso. »
Alfonso abrazó á su esposa, que
lloraba de alegría.
« Mañana , al amanecer, saldrán
Vds. de esta comunidad, dijo el
Padre Matías. Ahora retírese cada
uno de Vds. en su cuarto , y re
coja cuanto desea llevarse consigo.»
Obedeciéron.
En el curso del dia, informó el
-142-
confesor á las religiosas de que
Laura debia dejar en el siguiente
dia el convento ; y se despidieron
ellas tiernamente de esta.
« Partirá ella muy de madruga
da, dijo el santo varon. Padecere
mos una pérdida doble; pues de
seando nuestro jóven sacristan vol
ver al siglo , debe dejarnos tam
bien en el mismo dia. „
Pasmada Perilla de saber que
Alfonso estaba descontento con su
estado , le dijo : „ Que le costaría
mucho trabajo el hallar otro tan
agradable. „ Le diá la tornera al
gunas lecciones para su bien , á lo
menos así lo dijo ella misma, y se
consoló con la esperanza de que
sería mas comunicativo su sucesor.
En la mañana del siguiente dia,
luego que se hubiéron cantado los
maitines, entrado las religiosas en
sus celdas, y ocupad* Perilla en
limpiar la iglesia, pasó el Padre
-145-
Matías al cuarto de Laura. Se re
vistió ella por orden del religioso
coa el trage de peregrino , en el
que su madre habia llegado al con
vento. La condujo él despues al
patio mayor, en donde estaba es
perándolos el impaciente Alfonso,
„ Acepte V. este escaso testimo
nio de mi afecto, les dijo el buen
anciano presentándoles una bolsi-
11a ; pues este oro puede servirles
á Vds., y no puede serme útil de
modo ninguno á mí. „
Besaron ámbos la mano que él
les alarga. El religioso les echó su
bendicion, y ayudado de Alfonso,
levantó con mano trémula las dis
formes barras de hierro que defen
dían la puerta. Al atravesarla Lau
ra por la primera vez , no pudo
contener sus lágrimas. Alfonso es-
clamó,
„ A Dios , ó el mejor de los
hombres ; á Dios mi respetable
amigo. ,.
-M4-
CAPITULO VL
i i- . - . '. ';. •.;;.. •, '. .- --- '
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CAPITULO VIL
L
-158-
Aquel acerbo dolor, que no per
mite al desdichado aliviarse con la
efusion de sus lágrimas , le deja
rara vez el uso de la palabra. Es
te era el estado de la desgraciada
Laura. A pesar de todos sus esfuer
zos , no pudo articular ni siquiera
una palabra ; cuyo involuntario si
lencio daba nuevo incremento á su
martirio. Llegaron en fin algunas
lágrimas al socorro suyo ; y repi
tió Laura con trabajo su primera
pregunta : „ ¿ En donde estoy ? „
„ No debo responder á esa pre
gunta,,, dijo su compañero de viaje.
La voz de este hombre era ron
ca ; pero estaba muy distante de
tener la espresion de dureza con
que habia contado Laura.
„ ¿ A donde voy ? preguntó des
pues Laura.
Repitió ella por tres veces esta
pregunta , y otras tantas quedd sin
respuesta.
-159-
„ i Está ahí el caballero de Aig-
nonf „ preguntó entonces Laura,
„ No Senora , respondio el hom
bre, creo poder tener el valor de
decir i V. que él está en el pala
cio. „
Fué la única respuesta que Lau
ra pudo conseguir para todas sus
preguntas. No sabia ella lo que to
caba esperar ó temer. La profunda
obscuridad de la noche aumentaba
todavía el abatimiento de su áni
mo i y se imaginó que su compa
ñero de viage habia recibido de
Teodoro el encargo de asesinarla,
para castigarla de haber desprecia
do su amor.
Bitn presto despues , su compa
ñero se dirigió á ella. Creyó este
hombre que unicamente el frio
causaba el temblor y castañeteo de
dientes de Laura; y en su conse
cuencia , le propuso beber algunas
gotas de aguardiente empinando
-160-
un frasquillo, que él habia tenido
casi siempre empinado.
Laura se manifestó incensible á
sus intenciones.
„ ¡ Ah ! Alfonso , esclamaba ella
incesantemente , ¿ no te volveré á
ver pues mas? „
Tres horas se pasaron en el hor
rendo martirio de la mas cruel in-
certidumbre. Paróse al cabo el co
che.
Bajó de él su companero al
punto ; y despues de haberla pues
to en los brazos de otro hombre,
llamó á la puerta. Se dejó ver en
tonces un tercer figuron , que He .
vaba un farol en su mano.
El hombre que la habia toma
do en sus brazos , la llevó á la co-
cina de una posada, en que todo
daba anuncios de una suma pobre
za, y de un desaseo peor todavía que
la pobreza. Pusola en una silla,
despues de lo cual se volvió á la
—161-
puerta , saludd al posadero con una
veirtena de juramentos, que signi»
ficaban que sus caballos necesita
ban de cebada , y juntamente que
su frasquillo estaba vacío de aguar
diente.
Se arrimó él entonces á la lum
bre , dió un puntapie á un perrte
eo que dormia pacíficamente á un
lado de la chimenea, y se sentó
junto á Laura. K
Entró su companero, el cual se
colocó en frente. Laura creyó ver
relucir un débil rayo de piedad en
los ojos de este último; y á fin de
aprovecharse de aquel momento,
en que ella se imaginaba que su
corazon daba entrada á los afectos
de humanidad , se echó á sus plan
tas , le rogó encarecidamente que
se apiadara de su desgraciada si
tuacion, y la restituyera á su Al
fonso. Antes que él hubiera podi
do responderle , vió Laura al otro
11
-162-
hombre levantarse de su asiento,
y dar vuelta alrededor de ella.
Notd que su espada estaba medio
desenvainada ; con ello tuvo por
realizados todos sus temores ; cogió
la mano de aquel á cuyas plantas
ella se habia echado; y dando un
grito , cayd sin sentido en el sue
lo.
Luego que hubo vuelto en sí
misma, se halld en tierra todavía,
con la cabeza apoyada en las ro
dillas de una muger, á la que sus
facciones hombrunas, y nerviosos
miembros daban el aspecto de un
hombre disfrazado.
Durante todo el tiempo que Lau
ra habia estado en una situacion
de insensibilidad , le habia frotado
la posadera con licores espirituosos
las sienes ; y luego que hubo re
cobrado sus potencias , la apurd
para que se fortificara el estómago,
tragando algunas gotas del mismo
-165-
cordial, que ella le habia admi
nistrado esteriormente.
Pusieronla otra vez despoes en
la silla que ella ocupaba ántes de
desmayarse. Vid Laura entonces
que habian entrado otros muchos
hombres en la cocina , y entre ellos
echó de ver al bribon que le habia
causado tanto espanto : pero en bal
de buscó con la vista al que habia
sido su compañero en el coche.
Incapaz Laura de poder sobre
llevar por mas tiempo la vista de
su horrendo custodio, rogó á la
posadera que la llevara al cuarto
en que ella debia dormir. La po
sadera, á pesar de su desabrida fi
sonomía, no parecía agena de la
ternura de su sexo. Espresd con una
mirada, á Laura , que ella hubie
ra deseado ciertamente el acordar
le su solicitud , pero que no se
atrevía á desobedecer á Kroonzei.
Mandd este al posadero que po
-164"-
"siera los caballos, 'j, lo preparara
todo para su partida. Fué obedeci
do al punto.
Habiendo vuelto á subir al co-r
che Laura ¡ cuanta fué su sorpresa.
al ver entrar tras sí en él á Kroon-
xet , y ademas á otro sugeto , cuya
fisonomía, alumbraba con el farol
que el posadero tenia en la mano,
le pareció mas bravia y espantosa
todavía que la del brutal Kroon-
zer !
Partieron; y no despegáron Lau
ra ni sus dos guardianes por mu
cho tiempo los labios. Los prime
ros rayos del dia hiciéron una de
liciosa impresion en el oprimido
pecho de Laura. Díjose á si misma
que si aquellos hombres hubieran
tenido órden para matarla, hubie
ran ejecutado probablemente su
crimen , mientras que las tinieblas
de la noche les hubieran dado la
esperanza de ocultarle de todas las
miradas.
-165-
El pais que ellos iban recorrien
do, era esteril y lleno de malezas
á escepcion de algunos ribazos, en
que se descubrian algunas espesu
ras de viñas, que brotaban sin cul
tivo.
Habíale vuelto el valor á Laura
con el dia; y se aventuró ella i
preguntar á donde iba.
„No andaremos ya ahora mas
que una legua, respondio" Kroon-
•zer, despues de lo cual esperare
mos la noche.
Esta respuesta contristó en es-
tremo á Laura , la cual concluyó,
de ella que Teodoro habia prohi
bido á sus conductores el caminar
de dia.
Se desviaron del camino que
-ellos habian seguido hasta enton
ces, y entraron en una espesa sel
va. La tierra estaba poblada de re
mata. Como no habia ya camino
trillado ninguno, pasó con sumo
-166-
trabajo el coche. Alcanza i verde
repente Laura una cabana; y ha
biendo llegado el coche á ella, se
parú. Ralberg (era el nombre del
compañero de Kroonzer), se apeó,
y anunció su llegada dando una re
cia puñada en la puerta. Un hom
bre medio vestido salid á abrir.
Eran sus trazas las de un aldeano.
Fué conducida Laura á un cuarto
que servia de cocina, y juntamen
te de dormitorio al aldeano y mu-
ger suya. Esta, cuando entraron
Laura y sus guardianes, estaba ocu
pada en vestirse detras de una cor
tina desgarrada, que la ocultaba
muy mal de los ojos de sus nue
vos huéspedes.
Laura, muy débil para tenerse
en pie, se sentú en un banco,
que habia por delante de la chi
menea. Kroonzer y su compañero
hablaron en voz baja con el al
deano.
-167-
No bien se hubo vestido la bue
na muger , cuando salid de detras
de su medio descubierto retiro. Em
pezó dando sus disculpas á Laura
de no haber estado pronta á reci
birla, y acabó rogándola que la
siguiera á un cuarto mas decente.
Laura, con pausado y mas senta
do paso , siguió á su huéspeda, que
la hizo subir por una escalera, ó
por una de mano digámoslo mas
bien. Esta escalera conducia á un
cuartejo , cuyos muebles consistian
en una cama echada á perder, una
mala silla, y una ancha arca, que
servia á un mismo tiempo de
comoda, silla y mesa.
Baria cerro" la puerta ; y des
pues de haber hecho sentar á Lau
ra en la silla, empezó disculpán
dose de no haberse levantado harto
pronto para recibirla,
„ Tiene mi marido la culpa ;
añadió ella ; porque me habia di
-168-
cho que el aguardaba mucho mas
tarde á V.
X
_ Luego estaban Veis, preveni
dos de mi llegada? „ O Dios mio,
sí, prenda mia, respondió Barta;
por lo mismo he preparado este
cuarto para V. He dicho á Ugo:
estará cansada de haber caminado
toda la noche, y se alegrará de
poder descansar, te lo aseguro—
Ah! esclamd Laura, cogiendo de
la mano á la anciana Barta, sisa-
be V. con qué designios me han
traido aquí, la suplico á V., en
•nombre del cielo, que me instru
ya de ello.
_ La Virgen santísima sabe que
lo ignoro.
— Pero, dígame V., á que sitio
deben conducirme? Uno de! mis
guardianes me ha dicho que yo no
debia permanecer aquí mas que
durante el dia. L
— Ah ! Dios mio , á la verdad
-169-
que no sé nada de ello! Ugo dice
que las mugeres no son mas que
anas habladorjs, y que no debe
confiárseles secreto ninguno. Le lie
apurado para que me dijera por
que la traían á V. aquí; pero no ha
querido hacerlo nunca.
Como, no le ha dado razon
ninguna á V.
Ninguna, señora, por los San
tos ; y unicamente me ha dicho :
Barta, no me hagas pregunta nin
guna , no se hará el menor mal á
ninguno; y así, vive sosegada.
— De qué modo le han preve
nido de mi llegada aquí ?
Como no hay mas que un
Dios, que no lo sé. Me lo dijo él
la noche pasada , al tiempo que
-volvía de su faena en el monte ;
porque Ugo, señora, es leñador.
Podria V. encargarse de lle
var una carta á mis amigos ?
Si sus amigos de V. viven le
-,170-
jos de aquí, no puedo hacerlo sin
avisárselo á Ugo.
_ Seria menester ir hasta el pa
lacio de Smaldart, sobre las ori
llas del Inn.
— Misericordia ! al palacio de
Smaldart! Pero dista muchas le
guas de aquí; y en mi vida no
llegué mas allá de la aldea inme
diata. „
Laura bajó la cabeza y lloró.
Barta volvió á bajar.
Incapaz Laura de tomar el re
frigerio con que Barta volvió lue
go, se tendió en la cama. El can
sancio le cerró los ojos; pero su
sueño no fué pacífico. Todos los
lances de la anterior noche se le
representaron en su turbado áni
mo, bajo unos colores mas hor
rendos todavia que la realidad.
-,171-.
mMMMAMVMMMfllMAMfMfMMM
CAPITULO VIII.
í
-175-
Se quedaron clavados sus ojos en
aquel lado. A proporcion que Lau
ra se acerco á la torre, se volvié
ron mas vivos sus sobresaltos. No
decian sus conductores ni siquiera
una palabra ; contaba ella con cir
pronunciar en breve su sentencia.
La luz de la luna, que alum
braba el edificio , le hizo descubrir
que uno de los lienzos estaba arrui
nado , y ,'toda la obra en malísimo
estado"
Habiéndose apeado del caballo
Laura, no pudo sostenerse. Le tem
blaban las rodillas; y se cayo , casi
enteramente insensible á lo que pa /
saba alrededor de si, en los brazos
de Kroonzer.
Habiendo atado Ralberg los ca
ballos á una media rota columna,
empujó con fuerza la puerta , que
se abrió con un ruido sordo. Entra
Kroonzer entonces en el patio , lle
vando en sus brazos á Laura. Pií-
-176-
sola en un asiento formado por un
nicho abierto en la pared ; y ha
biendo llamado á su compañero, le
dijo que encendiera prontamente
una luz , y le riño por haber tar
dado tanto tiempo en hacerlo. Re
sonaron sus palabras en aquel vas
to edificio ; y estos lugubres soni
dos diéron un nuevo incremento á
la turbacion de Laura.
Ralberg no respondió nada; y
al punto se puso á echar lumbres.
Laura esperaba con impaciencia la*
luz que debia sacarla de la horren
da obscuridad que la hacia tem
blar. Clavó los ojos sobre el sitio
en que el ruido del acero y piedra
le indicaron la presencia de Ral
berg. Llamole de repente su aten
cion la reverberacion de una luz
que partia del opuesto lado del pa
tio. Se volvió [Laura , y alcanzó á
ver á un hombre que llevaba un
velon. Tenia el vuelta la espalda
-177-
hácia Laura ; y se entrd por una
puerta que él cerró tras sí.
El deteriorado estado de aquel
edificio no habia permitido á Lau
ra dudar de que se hallaba inha
bitado. En virtud de lo cual con
cluyó que el hombre que ella aca
baba de ver , era Kroonzer , aun
que no le era posible imaginarse
como él se habia proporcionado al
guna luz. Se volvió entonces hacia
Ralberg. ¡ Cuanta fué su sorpresa
al ver venir hácia ella con el ve
lon encendido á sus dos compañe
ros de viage ! dió un grito invo
luntario. Vid al mismo tiempo vol*
verse á abrir la misma puerta ; y
descubrid el brazo y figura de un
hombre , cuyas facciones no le fué
posible distinguir. Teodoro se pre
sentó inmediatamente á su atemo
rizada imaginacion ; dejd yertas es
te recuerdo sus potencias , y cayó
en tierra sin sentido.
12
-178-
Habiendo vuelto Laura en sí, se
lialld tendida en una cama sin cor
tinas. La débil luz de un velon le
mostró á Ralberg sentado cerca de
su cama. Tendio con inquietud in
mediatamente la vista sobre todo
el circuito del cuarto, cuya inmen
sa magnitud, mal alumbrada por
el velon, no le permitid asegurar
se de si se hallaba allí entonces
aquel á quien ella temia mas que
ninguna cosa. Habiéndose incorpo
rado con trabajo en aquel momen
to, cogió la mano de Ralberg, y
le rogó encarecidamente que la sal
vara y patrocinara contra Teodoro.
"Ralberg, con el acento ma3 dulce
que su ronca voz le permitid to
mar, la aconsejo que se sosegara
y echara de sí todo temor. Clavó
le de nuevo ella los ojos, arrasaa" J
dos de la"grimas, y apretándole u m
mano todavía mas estrechamente;e,
tsclamo :
-179-
„ Apiádese V. de mis desdichas,
el cielo se lo premiará. „
El ruido de los pasos de un
hombre atrajo su atencion hácia
otra parte. Entró Kroonzer. Traia
vino, frutas y pan. Despues de ha
ber alzado la luz del suelo , la pu
so en una mesa inmediata á la ca
ma. Convida entonces á Laura para
que se levantara y tomara algun
alimento. No respondió ella mas
que con su llanto. Habiendo repe
tido Kroonzer su convite, se es
forzó Laura á hablar , pero los so
llozos no le permitieron articular
ni siquiera una palabra. Se arrojo
de su cama, echóse á las plantas
de Kroonzer, abrazándole las ro
dillas. La desechó él , y mandó á
Ralberg que la acompañara. Am
bos dejaron juntos el cuarto de Lau
ra , que los oyó cerrar otra vez la
puerta, y echar los cerrojos.
Luego que se hubo serenado al
-180-
go la vehemente agitacion de su
ánimo , tomó el velon , y dió la
vuelta de su cuarto , para asegu
rarse de que no habia escondido
ninguno, en él. Este cuarto era de
forma redonda, con el techo alto
y abovedado , las paredes eran de
piedra, la ventana pequeña, y ele
vada muchos pies sobre el suelo.
Todo la movió á conjeturar, que
ella estaba en la torre que le ha
bia llamado la atencion mientras
que venia caminando por la selva.
Sentá el velon en la mesa ; y sa
cando de su seno un crucifijo de
marfil , que ella puso en la misma
mesa , se arrodilló. Despues de ha
ber espresado su gratitud por todos
los dolores de aquel en cuya me
moria traia ella la sacrosanta pren
da de la salud de los mortales , le
rogó con encarecimiento que le in
fundiera su valor, á fin de que
ella no se rindiera i los males de
-181-
que estaba amenazada , y que le
acordara su divino patrocinio con
tra los culpables designios de aquel
á quien temía mas que á la muer
te. Terminó su oracion con la so
lemne declaracion de su confianza
en los favores de Dios, y de su
ilimitada resignacion en sus volun
tades.
Volvió á levantarse, y metién
dose otra vez en el seno el cruci
fijo, se sintió con aquella dichosa
serenidad , efecto inevitable de la
confianza en la divina miserico*-
dia. Sin embargo no creyó deber
buscar el reposo en el sueno. Se
sentó en la silla mas inmediata á
su cama ; aplicó un atento oido ;
pero no oyendo ya el menor ruido,
se minoraron algo sus temores ; y
se entregó á sus reflexiones sobre
los raros acaecimientos de aquella
noche.
Representósele bien presto en la
-184-
VMYVYVIXWYVVWVWIIVWWVWX^
CAPITULO IX.
Vv
• l.
CAPITULO X.
. V
-203-
sus penas, y le indicó al mismo
tiempo el parage de su refugio. En
cerró esta carta bajo un sobrescrito
dirigido al baron de Smaldart. Be
bió ella despues un segundo vaso
del cordial que le habia preparado
el ermitaño , y se retiro á lo inte
rior de la celda. El ermitaño quiso
absolutamente que Laura se echara
sobre la estera cubierta de paja fres
ca, que le servia de lecho comun
mente. Se habia formado para sí
mismo , en la parte delantera de la
celda , una cama de musgo y hojaa
secas.
Al siguiente dia, muy de ma
drugada , se levanto Laura, mas so
segada y contenta que lo habia es
tado mucho tiempo hacia. Uniose
ella al ermitaño en sus oraciones
de la mañana; hicieron- juntos un
frugal desayuno , tras el que el san
to varon se salio para ir á verse con
el aldeano , que debía ser el men
-204-
sagero de Laura al palacio de Smal-
dart.
Luego que hubo partido el buen
ermitaño , volvió á tomar Laura su3
vestidos , que una lumbrarada ha-
bia secado completamente ; y no
atreviéndose i presentarse por de
fuera de la celda , se sentó. Des
pues de haber reflexionado por un
instante sobre el feliz y estraordi-
nario suceso que la habia sacado de
su encierro , se abandonó toda en
tera á la embelesada idea de volver
á ver en breve á su amado Alfonso.
Volvió el ermitafio , y puso en
noticia de su huéspeda que el al
deano habia emprendido con gusto
el viage, y que de allí á cinco dias
volveria á ver ella á su marido, ó
á lo ménos sabria de él por medio
de la vuelta del mensagero.
Espresd Laura su reconocimiento
al buen ermitaño, que la interrum
pid al punto , diciéndole :
-205-
„ No he hecho, hija mia, mas
que pagar una sagrada deuda ¡por
que el hombre se debe á su proji
mo. „«
Alzo Laura con silencio sus ma
nos al cielo ; para darle gracias del
generoso protector que él le habia
deparado ; soltándosele al mismo
tiempo algunas lágrimas al pensar
en la pesadumbre de Alfonso.
En el curso del dia , se aventuró
Laura á hacer diversas preguntas á
su hnesped sobre los motivos que
rle habian obligado á romper todo
trato con los hombres.
„ ¿Como .ha podido V., Padre,
le dijo ella , resolverse á tomar es
ta determinacion, cuando por su
profundo conocimiento del mundo,
y las generosas ideas de su pecho,
parece tan propio para ser el orna
mento de la sociedad ?
„ i Podrá escuchar V. , hija , sin
tedio la triste relacion de un an
-206-
ciano , pronto á rendirse al dupli
cado peso de la adversidad y los
años ?„
Manifestó Laura los mas vivos
deseos de conocer la historia de su
nuevo amigo.
Dió el ermitaño un profundo sus
piro, y empezó así.
i i» •>>• s »
-207-
CAPITULO XI.
J
-231-
rastrarme á lo que llamáron ello»
su caverna.
Por defuera de casa, habia otroi
dos hombres , cuyas facciones me
eran absolutamente desconocidas;
y que estaban esperando allí, á fin
de ayudar á llevarse el botin. Se
sorprendieron mucho, y se descon
tentaron todavía mas , al verme ;
me abrumaron de maldiciones por
haber interrumpido , con mi pre
sencia , su espedidon , y con una
feroz sonrisa juráron vengarse.
La caverna , que ellos habian
mentado ya, estaba ahondada de
bajo de tierra , y distante tres le
guas de mi casa. En aquel sitio
ocultaban ellos sus hurtos , y los
objetos conque hacian el contraban
do. Habiéndome llevado allí, me
registraron , y se apoderaron de
una cantidad de dinero que des*
graciadamente llevaba yo conmi
go. Era el precio de algunos olmos,
-232 -
que yo habia recibido dos dias an
tes. Pusiéron cerca de mí un cán
taro de agua, un pedazo de pan
negro , «ne dejaron.
Los rayos del sol no penetraban
jamas en mi mazmorra, cuyo aire
era tan espeso, que yo no respira
ba masque con trabajo. Exhalaba
ella tambien un olor infecto : á to
dos los cuales tormentos debe aña
dirse la inquietud de mi ánimo.
Me veia en poder de unos hombres
habituados á no retroceder á la vis
ta de delito ninguno; separado de
mi familia, cuya turbacion y cruel
incertidumbre, que un desapare
cimiento tan estraordinario no po*
dia ménos de producir, se me re
presentaban en la imaginacion.
Dos hombres, á los que yo no
habia visto todavía , entráron por
la noche en mi prision. Me pusie
ron otra vez una mordaza , y me
condujéron afuera. Despues úe mur
-253-
chas horas do marcha , nos incor
poramos con una numerosa cuadri
lla de hombres , i Jos que recono
cí luego por los cómplices de miá
conductores. En medio de ellos,
habia otros quince presos maniata
dos y con mordazas del mismo
modo que yo, y 4 los que, como
á mí , y por las mismas razones ,
aquellos malvados, se Irabian lle
vado.
Puslmonos otra vez en camino.
Al cabo de algunas horas, llegamos
á otra cueva , absolutamente pareci
da á la primera. Los otros presos,
igualmente que yo , fuimos deposi
tados en la parte mas profunda del
soterráneo. Los contrabandistas pa
saron la noche en la parte delante
ra de esta lóbrega habitacion.
De ella nos sacaron en la noche
siguiente del mismo modo que eo
la víspera ; y despues de haber pa
sado seis noches caminando , y seis
-934-
dias en cavernas enteramente seme-
jantes á la primera, nos hallamos
á orillas del mar. Nos pusieron in
mediatamente á bordo de un navio
que nos esperaba á corta distancia
de la costa. Supimos luego que el
dueño de aquel bajel compraba es
clavos de estos contrabandistas , y
los revendia despues al emperador
de Marruecos.
La resignacion en la voluntad de
Dios , y una ilimitada confianza en
su bondad , reanimáron insensible
mente mi valor. Fui bastante feliz
para comunicar estas consolatorias
ideas á mis companeros de infortur
pio.
. Despues de una fatigosa trave
sía, llegámos á estos lugares mis
mos , en que todavía me ve V. hoy
dia. Despues , fui siempre esclavo;
y si la. Providencia decreto que yo
acabaría aquí mis deplorables dias,
me someto sin murmurar á su om
nipotente voluntad.
-255-
Vuelvo ahora á mí, continuó el
ermitaño. Con cuanto pesar contem
plé á aquel escelente hombre en la
desgraciada situacion á que , sin mí,
no se hubiera visto reducido nunca,
porque finalmente , si , por fe no
che yo no le hubiera despertado,
ni me hubiera levantado, no hubie
ra oido él entrar en su casa á los
dos malvados que le habian arran
cado de su familia.
Le participé mis ideas , y el sen
timiento que ellas me causaban.
No juzgue V. nunca , me res*
pondid, con arreglo á los acaeci
mientos. Nos hicimos uno á otro,
trin quererlo , mas mal que nues
tros mas acérrimos enemigos hu
bieran podido• hacernos j pero no
tenemos cosa ninguna de que re
convenirnos. :
Desde el instante en que hube
vuelto á hablar á Dulac , no cesé
de ocuparme• en los medios de li
-236-
bertarnos ano y otro de- la esclavi
tud. Gozaba yo anticipadamente de
mi triunfo, en el momento en que
probara yo mi inocencia volviéndo*
le á su familia.
Mientras que 'todos mis pensa -
mientos iban dirigidos hácia este
fin , una circunstancia imprevista
me saeú del apuro , y me causó una
satisfaccion de que yo no gozaba
mucho tiempo hacia. Llegó á Mar
ruecos la noticia de que un caba
llero frances muerto recientemente,
había dejado por su testamento, en
espiacion de sus culpas ; una canti
dad de dinero suficiente para la re
dencion de cincuenta esclavos eu
ropeos escogidos entre los que loeran
mas antiguamente. Juzgue V. del
regocijo que esperimentámos Dulac
y yo, al saber que pertenecíamos
á este dichoso numero.
Dejamos nuestros vestidos de es
clavos , nos cubrieron con otros en
-237-
ropeos ; y de allí á pocos dias , nos
embarcamos en un bajel frances,
que debia desembarcarnos en las
costas de Languedoc.
Los seis primeros dias de nues
tra navegacion fuéron felices. En el
séptimo , al ponerse el sol , el vien
to que habia sido muy suave todo
el dia , empezó á soplar con vio
lencia. Los nublados se precipita
ban los unos sobre los otros. La
profunda obscuridad de que quedó
cubierta luego la naturaleza , no se
alumbraba mas que por el pálido
resplendor de los relámpagos, re
flejado en la inmensa estension de
las aguas. El bajel parecia por ins
tantes pronto á ser despojo d e los
rayos y sumerjirse. Todos los pa
sajeros quedáron poseídos de una
consternacion general ; y cod un
silencio que todavía hacia mas hor
rendo aquel espectaculo, cada uno
parecia esperar su postrer momento .
-238-
Arrojado al fin el navio contra una
peíla, que lasolas habian ocultado
de nuestra vista , se abrid por me-
dio.
La lancha estaba hacia la par
te del bajel en que nos hallabanlo»
Dulac y yo. Echola un marinero
al mar , saltando dentro de ella.
No vacilé en seguirle. Alargué mis
brazos entonces á Dulac, y le aya-
dé á entrar en la laucha. Apenas
hubo entrado, cuando una oleada
nos alejó del navio ; y de allí á un-
momento , le vimos irse a fondo.
El horror que este espectáculo nos
hizo esperimentar , no puede es
presarse. Sentíamos á veces el no
haber participado de la suerte dé
nuestros desgraciados compañeros.
Al cabo de una hora, empezd á
aflojar el viento , pero estaba siem
pre de leva el mar. Nos costó su
mo trabajo el impedir que zozo
brara nuestra lancha. Lo conseguir
-239- .
mos por espacio de muchas horas;
pero habiendo entorpecido al cabo
la humedad, frio y fatiga nuestros
miembros, paso una oleada por
encima de nosotros, y volcó la ha
cha. Nado yo muy bien ; volví so
bre el agua, y cogí otra vez la
lancha : y haciendo uso entonces
de la fuerza sobrenatural que un
gran peligro comunica , logré le
vantarla y entrar &ra vez en ella.
Busqué con la vista i Dulac ; des
cubrí un brazo encima del agua; le
cogí, y saqué del mar al marinero
cuya presencia de ánimo me habiá
proporcionado los medios de dejar
el navio. No volvía. ver mas á Du
lac.
Esta desgracia echaba el colmo
á mi miseria; pero como la con
servacion de la vida , cuando está
amenazada de un ejecutivo peligro,
es siempre el afecto dominante en
el corazon del hombre, por mas
-so
pesares que le cerquen por otra par
te, no conocí en aquel momento
toda la gravedad de la pérdida que
yo acababa de espernuentar.
A los primeros rayos del dia, nos
descubrid un pequeuo barco es-
panol ; el que, habiendonos envia
do su lancha, nos recibió á su bor
do , en que se nos dieron profusa
mente cuantos socorros exigía nues
tra situacion. Luego que la impre
sion de los peligros á que yo Labia
estado espuesto , se hubo borrado
algo, empezé á conocer que pri
vándome de toda esperanza la pér
dida de Dulac, me hacia mas des
dichado que yo no lo habia sido
nunca.
El marinero que habia sido com
pañero mio en la lancha, espiró de
fatiga algunas horas despues que
estuvimos en el bajel español. ¿Por
qué , ay de mí ! me fué acordado
el sobrevivirá, á mí que tenia tan
-241- -c' "
ta razon para desear la muerte. ?
En el siguiente dia , llego el na
vio español á su destino. Tomé tier
ra en país que me era absolutamen
te desconocido, y en el que me ha
llaba yo arrojado por la borrasca»
sin- medio ninguno de subsistencia.
Dichosamente para mí, el capi
tan del barco hablaba frances. Era
un hombre generoso y humano.
Mandó darme un vestido de mari
nero, y me hizo regalo de algunos
ducados. Me puse entonces en ca
mino , persuadido de que , con este
disfraz , me seria posible llegar, sin
ser reconocido , hasta el palacio del
conde Harden , situado en las in
mediaciones de Ulma.
Siete semanas me bastaron para
bacer este v¡2ge; pero figúrese V.
mi pasmo y dolor. Llego á los lu
gares en que yo esperaba gozar to
davía de los dulces abrazos de una
hermana tiernamente querida. Sé
tom. 1. - 16
-342-
que ella no sobrevivid mas que do*
aiíos á mi destierro , y que él con
de Harden ha mnerto tambien ran
chos años hace.
Pregunté si mi hermana había
dejado algunos hijos. Me dijeron
que ella no habia tenido nunca ma»
que una hija, que ha muerto tam
bien , añadieron.
Me habia herido tan crnelmenflt
la mano de la adversidad , que una
herida mas n» podía aumenta en
irada las penas de un corazon atra
vesado; no me es posible esplicar .
de otro modo la entereza con que
fí desvanecerse mi única y postre
ra esperanza.
Al ir yo á Ulma , habia pasado
por delante de esta celda. Estaba
desierta. El último ermitaño que la
habia ocupado, habia muerto al
gunos años hacia. Ninguna cosa po
día apegarme ya al mundo , todo,
por el contrario , me infundia aveí
-243-
sion á él. Hubiera llevado yo en él
conmigo siempre el temor de ser
encontrado por los parientes de Da-
lac j y por otra parte , carecia en
teramente de bienes, por haberse
confiscado todo mi patrimonio en
virtud de la misma sentencia que
me habia desterrado. Resolví en su.
consecuencia formar de esta celda
mi habitacion. Con el dinero que
me quedaba de las limosnas que yo
habia recibido bajo mi disfraz de
marinero naufrago , compré un ro
pon de lana, un baston y frasqui-
flo, y tomé al punto posesion de
esta morada. En ella he vivido des
pues constantemente. Debo mi sub
sistencia á la caridad de los aldea
nos de las inmediaciones, alas fru
tas y semillas que cojo ó alzo en los
bosques, de que está cercada mi
celda.
Quince años han pasado, y du
rante este largo transcurso de tiein
-244-.
po , eseepto las comunicaciones que
rae es preciso mantener con los al
deanos , es V. la primera persona
cuya voz haya turbado , ó consola
do por mejor decir mi soledad.
Tengo ahora ochenta y dos años.
¡Quiera Dios, hijamia , que llegue
V* á esta edad, pero sin comprar
la vida , como yo , á costa de las
desdichas; y sobre todo que espere
la hora de la muerte , ahora mi tíni
co consuelo , con un corazon tan
puro como el mio ! „
El ermitaño ceso de hablar. Al
enjugarse Laura las lágrimas que le
habia hecho derramar la relacion
de las desgracias de su bienhechor,
le dio las gracias de la confianza
que habia tenido en ella , y le pro
metió no revelar, sin consentimien
to suyo, su historia...
El peso de los agenos sentimien
tos , cuando nosotros mismos somos
degradadas, acaba de abatir nues
-245-
tro valor. Conoció Laura que una
espesa sombra , que ella no pudo
desvanecer, le ofuscaba el ánimo.
Todos sus esfueraos para presen
tarse alegre no sirviéron mas que
para dar nuevo incremento á la pos
tracion de sus facultades. Bajados
luego modestamente sus ojos, se
humedecieron con invol untarias lá
grimas.
Echa de ver su profunda me lan-
colia el anciano ; y mudd á menu
do de conversacion , con la esperan
za de distraer su atencion delos
tristes objetos, con que él vió preo
cupado el ánimo de Laura. Habien
do reconocido lo inútil de sus es
fuerzos, calentó para ella un nue
vo vaso de cordial; le foméntd la
cabeza y brazo heridos ; y como se
acercaba la noche , la aconsejtí que
buscara en el sueño el descanso de
su agitado ánimo.
En la mañana del siguiente día,
-246-
se levantó Laura al tiempo que vol
vía de la fuente el ermitaño : y
vio este con gusto que el sueno ha
bía restituido la serenidad á la ama
ble esposa de Alfonso.
Habia ido el ermitaño á una ca
bana poco distante, cuyos buenos
habitantes le proveían de pan ha-
bitualmente. Habia traido algunos
racimos de uvas frescamente cogi
dos, para regalárselos á Laura.
Durante el dia , espresd Laura al
ermitano su asombro de no haber
visto ella á Teodoro , ni siquiera
. una sola vez , durante el tiempo de
su encierro en la torre. El ermita
ño la exhorto á dar gracias al cirio
por haberla libertado de los peli
gros que ella habia tenido tantos
motivos de temer, y á no atormen
tarse por sí misma, apartando sus
ojos de la risueña perspectiva que
se le presentaba ahora , para di
rigirlos hacia unas pasadas aflic
-247-
ciones que no volverian mas.
„ Pero si ellas volvieran, esclamá
Laura , si el infame Teodoro halla
ra medios para impedirme el vor-
ver á ver á Alfonso. „ _ Sus lágri
mas no le permitieron proseguir.
„ ¿ Porqué no ocupar así la ima
ginacion de V. mas que en horren
das quimeras? repuso el santo soli
tario. Ningun mortal está exento de
las miserias anejas á esta vida de
pruebas. Cuanto mas resignacion te
nemos , tanto menos padecemos acá
abajo , y tanto mayor es el galardon
que nos espera en un mejor mun
do. Por otra parte, el anticiparse
asi a unas adversidades , que no
existirán quizás, es poner en peli
gro la eterna felicidad de V., atra
yendo sobre sí, por medio de una
falta de confianza en su bondad y
poder , la ira , de aquel que solo él
puede hacernos dichosos.,,
Laura conocid toda la fuerza de
-243-
estas palabras; pero conoció al mis
mo tiempo que á un hombre, cu
yos vínculos todos con el mundo
estaban rotos , Id era mas fácil el
dar un sabio consejo , que á ella el
cesar de estar inquieta sobre la suer
te de aquel en quien idolatraba.
Hacia la noche, una buena lum
bre alegro la celda. Una conversa
cion variada los ocupó hasta aquel
momento , en que el buen ermita
ño recordó á Laura que ya era
tiempo de recogerse. Ofreciéron
juntos sus fervientes oraciones á
Dios , y se separaron despues.
A cosí de media noche, se des
pertó Lnura. Presentesele de re
pente su Alfonso en la imaginacion.
Estaba ocupada en formar conje
turas sobre lo que podia haberle
acaecido despues de su separacion
cuando hirio en sus oidos el ruido
de un ligero suspiro; oyendo me
nearse despues alguna cosa. Se in
-249-
corporó en la cama, y se puso á
escuchar; pero acordándose luego
de que su huesped estaba acostado
á corta distancia de ella, se sonrio
de sus vanos espantos, se tendió de
nuevo sobre su estera , y reconci
lio insensiblemente un segundo
sueño.
Al despertarse por la mañana,
llamó al ermitaño, preguntándole la
hora. No recibiendo respuesta nin
guna , creyó que él habia salido
para ir á la fuente. Se levantó, y
fué á la parte esterior de la celda.
¡ Qué espectáculo! Vió Laura á su
venerable bienhechor tendido sin
vida en su lecho de musgo.
Dió ella un agudo grito , y cayó
en el suelo. Ninguno podia respon
der á su voz , ni volverla á levan
tar. Se atrevió al cabo á acercarse
con vacilante paso, al cuerpo yer
to ya , del ermitaño. Le contem
pló silenciosa por algun tiempo ; y
-250-
prorrumpiendo en lágrimas despues
reclamó :
„ ¡ Es menester que en el mo
mento en que he hallado á un ami
go , para templar la pérdida mo
mentánea de aquellos de quienes
los pérfidos designios de un malva
do me han arrancado ; es menester
que en el momento en que mas ne
cesito de su socorro, llegue la muer
te á robármele ! ¡Ah ! ojalá hubie
ra volado yo hacia él, cuando en
esta noche le oí dar un suspiro ! La
vida sin duda estaba pronta entonces
á escaparse: 7 quizas, si yo hubiera
venido á su socorro , viviria él to
davía. ¡O tú , que me salvaste la
vida , perdona mi involuntaria ne
gligencia; y si, despues de la muer
te , los santos , en cuyo número te
hallas seguramente , conservan al
gun influjo sobre la tierra, ah! díg
nate echar una compasiva mirada
sobre la desdichada i la que, duran-
-251-
te tu vida , no te has desdeñado de
socorrer ! „
Con las lágrimas en los ojos , se
sentó en el banco , en que, la vís
pera todavía, habia pasado el dia
al lado de la lumbre , ocupada en
ana agradable conversacion con el
piadoso solitario Reinaba un es
pantoso silencio en la celda, yúni.
camente sus suspiros le interrum
pían Debian pasarse todavía tres
dias y otras tantas noches, antes de
la época fijada por el ermitaño para
la vuelta de su mensagero; y aun
que espantada de la profunda so
ledad en que ella se hallaba, te
mía todavía mas el verla turbada
con la visita de algun hombre mal
intencionado.
El dia estaba para finalizarse,
cuando Laura se despertó del le
targo en que el sentimiento y re
flexion la habian sumergido.
Comid un pedacillo de pan, y be
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bió* un vaso de agua. Echd una
dolorida mirada sobre el yerto ca
dáver de su amigo ; y despues de
haber orado con fervor, se metió
en la cama, abandonándose ente
ramente, al patrocinio de aquel, que
no nos somete á tantas pruebas, du
rante esta breve vida, mas que pa
ra precisarnos á tener de continuo
a nuestra vista la animosa perspec
tiva de una eterna felicidad.
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CAPITULO XII.
CAPITULO XIII.
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i -ie.