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LA CAMPANA

DE MEDIA NOCHE, ;

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LA CAMPANA
DE

MEDIA NOCHE.
ADORNADA COK LAMINAS.

TOMO I.

« PfiENTA DE D. MAN
MANODEL SAURÍ,
Calle Ancha.
Anch
/fcXMOttZtf

,
LA CAMPANA

DE MEDIA NOCHE.

CAPITULO PRIMERO.

¡ No estoy loca ! í Estos cabellos


que arranco , son los míos! ¡ No es
toy loca ! ¡ Ojala lo estuviera , cie
los ! Entonces ya no seria yo ; y
con la vida de mi ser , habiia per
dido la de mi dolor. Si yo estuvie
ra loca, habria olvidado á mi hijo.
En mi locura, una muñeca me
servil ia de hijo. No , no estoy lo
ca ; conozco muy fuerte y profun
damente que he perdido á mi hi
jo , y no la razon.
Shakespeare.

Descendía el conde de Cohen-


burgo de una de las mas esclareci
-6-
das familias de la Sajonia. Su pa
lacio, situado sobre uno de los bra
zos del Elba, era uno de los mas .
suntuosos de la Alemania; eran in- '
mensas sus riquezas; y pasaba por
uno de los primeros hombres de
su edad.
Siendo jóven todavía , se habia
casado con la hija segunda del mar
ques de Brandenburgo, en la que.
Labia tenido cinco hijos. Únicamen
te el primogénito y el menor ha
bian sobrevivido á su madre.
El conde de Cohenburgo, des
pues de haber llorado á su muge*L
por espacio de muchos afíos , la si-
guió en el sepulcro. Alfonso, su hi
jo primogénito, se hallaba á la sa
zon en la edad de veinte y cinc
años; y Federico en la de venju,
y uno- b fin-
El nuevo conde , Alfonso ,4 1 1
una fisonomía mas bien agradar- '^
que hermosa. Era de mediana esta- .
-7-
tura, de muy cultivados talentos,
de blando y bondadoso , pero sus
picaz genio.
Federico se habia formado al
parecer para cautivarse todos lo»
corazones. Eran hermosas y regu-.
lares sus facciones , con una figu
ra espresiva y recomendable, y una
estatura ho menos alta que galana.
Hsftiéndose educado , como á su
-^írhano, con sumo esmero; pero
no habiendose dado tanto , ni con
mucho , al estudio como su herma
no, poseía menos instruccion. No
obstante esto, su conversacion era
viva y entendida. Violento y arre
stado naturalmente , no iba mai
•aa de un instante su cólera.
Habiendo cumplido Federico sus
.€?ílte y dos años , se enamoró de
un; doncella de Lujemburgo. Era
í rsa5 pero sumamente delica-
Jii Itüérfana y riquísima. Federi
co compró una casa inmediata al
-8-
palacio de su hermano; yluegoque
se hubo casado con su bien amada
Sofía, creyó haberse asegurado, pa
la siempre, el supremo grado de
dicha de que le sea { acordado al
hombre gozar.
Antes de finalizado el primer ano
de su matrimonio , llegó á colmar
le de júbilo el nacimiento de un
hijo.
El conde Alfonso , testigo de la
felicidad de su hermano, deseó par
ticipar de ella. Resolvió casarse ; y
entre cuantas beldades formaban
•ntonces el ornamento de las cortes
de la alemania, eligió á Ana, hija
única del duque de Goblenza. Era
una muger dotada de todos loa
atractivos. Su talla era gentil, y
sus modales tan afables como ur
banos. Habia en su fisonomía una
eapresion , un no sé qué .aun su
perior á la beldad , y en su con
versacion un embeleso, al que no
era posible resistirse.
Alfonso no tuvo y#én breve na
da que envidiar á su hermano. Su
Ana, al cabo de diez meses, le dio
un hijo, cabalmente el mismo dia
en que Sofía parid una niña , su
segunda hija.
M\ó&e al hijo del conde Alfonso
^Kaombre de su padre.
En el año siguiente, parid Sofía
un tercer niño, cuyo nacimiento le
costó á su madre la vida.
La naturaleza habia acordado á
Federico el funesto don de una
profunda ternura. Le abandono sa
valor casi enteramente. Enjugadas
sin embargo sus lágrimas por una
fraternal mano , se volviéron gra
dualmente menos amargas.
Ana, hermana cariñosa, tuvo con
los hijos de Federico hasta los mas
menudos cuidados de una madre.
Estaba acariciándolos incesantemen
te; consolaba á su padre; trataba,
por todos los medios imaginables,
-
de distraerle^, y ultimamente, con-
«Igiíid aligerar el peso de su dolor.
El conde Alfonso queria tierna
mente á su hermano, y se compa
decia de su desgracia. Hubiera que
rido aliviarla á costa de lo que él
poseía de mas querido, esceptoia?
solicitudes y continua asistenciaue.
Ana. La tenia ¿ esta por incapaz
de acordar á otro la mas mínima
parte del amor de que le era deu
dora á él. Se decia á sí mismo que
este amor la movía á no apartarse
de su hermano, á fin de que este
no se quedara solo con sus pesares.
Alfonso por otra parte conocia su
desgraciada propension á los zelos.
Se esforzaba de continuo á luchar
contra ella ; pero esta pasion for
maba parte de su ser, y no le es
taba acordado triunfar de ella.
Estaba observando incesante
mente á su hermano, y hacia por
leer en las facciones de la conde
sa , cuando ella se hallaba con Fe»
derico. Aun estuvo para pedir per-
don á su muger del agravio que él
le había hecho en su pecbo ,. pero
penso que este paso no serviria mas
que para instruir á Ana de un de
fecto que ella no le sospechaba, y
únicamente resolvió" no dar en ade
lante tan fácil abrigo á los zelos
en su pecho.
El último hijo de Federico no
habia sobrevivido mas que algunas
horas i su madre. De allí á tres
años, el primogénito se reunid con su
madre y hermano en el sepulcro.
El desventurado Federico no se re
cobró de este doloroso sentimien
to, mas que para recibir otro mas
triste todavía Su hija murid en
sus brazos Parecia que la suerte
se complacia en abrumarle Re
solvió dejar el teatro de sus desdi
chas , y viajar Despidióse con
precipitacion de sus hermanos, y
partid.
-12-
6u ausencia dura cuatro años.
A su regreso, estaba enteramente
mudado. No habria ya la boca mas
que para dolerse , se habia vuelto
pensativo y distraído; en una pa
labra , no quedaba ya vestigio nin
guno del sobresaliente conde Fe
derico.
Movióle al conde Alfonso el es
tado de su hermano ; pero los ze-
los triunfaron todavía una vez
de todos sus esfuerzos. Se desper
taron las sospechas en su alma ; lo
gró sin embargo no descubrirlas á
los ojos de su muger y hermano.
Al cabo de ocho meses, dejó Fe
derico de nuevo la Sajorna.
La piedad triunfó entonces en
el corazon de Alfonso. Creyó haber
echado de ver que su hermano
amaba á Ana, y que tiraba á su
perar su amor con la ausencia, ó
i ocultarle i lo ménos. La conde
sa hablaba con frecuencia de la es
-13-
traordinaria mutacion acaecida en
el humor de Federico ; y el modo
con que ella se espresaba en seme
jantes circunstancias, convenció á
Alfonso de que su hermano no era
amado. Esta conviccion le causóla
mas viva satisfaccion, deseaba sin
embargo siempre que no volviera
Federico.
Se pasaron cinco años, antes que
esie último dejara verse en Alema
nia. Hizo una breve mansion en
Sajonia; despues de lo cual estuvo
ausente todavía por espado de dos
años. A su última vuelta , la in
quietud y agitacion de su ánimo
parecieron convertidas en una pro
funda melancolía. Se retiró á su
casa , y participó el deseo de hacer
nna muy solitaria vida en ella.
Alfonso se discurrió que su her
mano -habia hallado el medio de
cautivar la voluntad de Ana ; y
que su retiro no era mas que un
-14-
pretesto, para desterrar sus justí
simas sospechas. Tonió sin embar
go de nuevo la firme resolucion de
tu» despegar sus labios, pero de es
tar alerta con ojos y oidos.
El hijo único del conde Alfonso
habia cumplido á la sazon sus diez
y siete anos. Unos hermosos ojos
negros, y bien arqueadas ceja's, her
moseaban su varonil fisonomía. Su
cabello caía en rizos naturales al
rededor de su cuello ; su fresca y
animada tez daba anuncios de una
robusta salud; estaba asomada siem
pre en sus labios la sonrisa de ki
felicidad ; y adornaban los mas pe
regrinos conocimientos su talento,
tan vivo como penetrante por na
turaleza.
Un arto hacia ya que Federico
estaba en su pais nativo, cuando
un negocio importante relativo al
testamento de su padre , le llamó
al conde Alfonso hácia la capital
de la Alemania.
-15-
En la víspera de su partida, fué
á ver á su hermano. Se despidió
tiernamente de sn muger é hijo.
« Mi Ana está ahora en poder
de Federico. • — Esta idea detuvo
por un momento sus pasos , al tiem
po de atravesar el espacioso vestí
bulo del palacio para dirigirse ha
cia el coche que le aguardaba
»¿Pero no le toca á su honor el
protegerla ? — ; Sin duda ninguna !
No sospecharé á mi hermano.»
Salio del palacio , y se puso en
camino, acompanado de un ancia
no y fiel criado.
Hacia ya dos meses que habia
partido el conde Alfonso. Sus ne
gocios no le habian dado todavía
libertad para anunciar la época de
su regreso. Habia escrito con fre
cuencia á su muger, y espresádole
en todas sus cartas el mas vivo de
seo de volverla á ver prontamente.
Fijóse al cabo el momento de
-16-
su llegada. Le aguardaba la con
desa con todas las estertores de
mostraciones de la impaciencia y
amor, cuando en la mañana del
dia en que el conde debia llegar,
se presenta solo en el palacio el
criado que Je habia acompañado.
Las miradas inquietas de la con
desa parecieron rogarle que se ex
plicara prontamente.
• « ¿ Le ha enviado el conde por
delante de sí? esclamó ella»
« ¡ Tfiste de mi ! no , Señora. »
« ¡ Ah ! es muerto ! asesinado ! »
Al proferir la condesa estas pa
labras, cayó sin sentido en el suelo.
Sus temores no eran sino muy
bien fundados. El anciano sirvien
te traia la noticia de que habiendo
salido los malvados de un monte,
situado á diez leguas del palacio
de Cohenburgo, cayéron sobre su
amo, y le dieron de puñaladas.
Las lágrimas llegaron á liviar el
-17-
jdven Alfonso ; y luego que su do-»
lor le hubo permitido proferir una
palabra, dió al anciano criado la
drden de ir á. informar á su tio de
este horrendo suceso, y rogarle
que pasara inmediatamente al pa
lacio.
Cuando la desgraciad'! Ana hu-i
bo vuelto en sí, hizo seiia con la
mano á los criados que la rodea
ban para que salieran. Habiéndose
quedado sola con su hijo , le ha-.
bld así :
«Alfonso, tu tio es el asesino
de tu padre ! Júrame vengar su
muerte.» .. ;;
Alfonso^ sin responder, clavd
turbado la vista en su madre.
Ana continud :
«Pareces asombrado! No puedes
creer que el hipdcrito Federico sea
un tan grande malvado; pero tu
imaginacion no podrá engendrar
nunca un mostruo tan perverso
2
-

-18-
como él. _ ¡ Ah ! puedo decirte...
Se detuvo ella.
«Espliquése V., por favor ma
dre ! esclamó Alfonso. »
• No , no puedo... No quiero dar
te una tan horrorosa idea del her
mano de tu padre Puede llegar
el tiempo en que tú Se paró
ella otra vez un instante.— No
puedo probar lo que he sentido.
Guarda pues este secreto en tu pe
cho ; pero júrame, por el cielo, que
cuando sea conocido el asesino ,
vengarás la muerte de tu padre. »
« ¡ Ah ! madre , ¿ puede V.
pensar que yo sea nunca capaz de
faltar á tan sagrada obligacion?
¡No! Déme V. á conocer el cal-
pable, y esta espada, jurolo por
el cielo , le atravesará el corazon.»
« ¡ Reconozco á mi hijo ! Dígnen
se los ángeles velar sobre uai Alfon
so ! esclamó la condesa abozándole.
, Ah ! hijo no conoces al conde
-19-
Federico; pero el tiempo te ense
ñará i conocerle. »
Este último llegó bien presto.
Su fisonomía y esterior mostraban
todas las señales de un simulado
sentimiento. Apénas pudo Alfonso
sobrellevar su presencia ; y creyó
ver la confirmacion de las conje
turas de su madre. Estuvo para
echar en cara al conde su maldad;
pero el deseo de adquerir la prue
ba de su delito le determinó por
último á guardar silencio. No pu
do sin embargo permanecer por
mucho tiempo con aquel, á quien
miraba como al asesino de su pa
dre. Arrojóse fuera de la habita
cion, esclamando con una voz aho
gada casi por los sollozos : « ¡ Ah !
padre mio ! »
Por la noche, se volvió el conde
á su casa. El anciano criado que
habia traído la horrenda nueva, tu
vo órden para volver inmediata
*
-20-
mente al sitio en que habian muer
to á su amo, y hacer trasladar con
la posible diligencia su cuerpo al
palacio.
El conde Federico se encargó de
hacer los necesarios preparativos
para las exequias de su hermano.
Alfonso, despues de la partida
de su tio, hizo nuevas instancias al.
lado de su madre , para moverla á
darle. á conocer los motivas que
ella tenia para sospechar al conde
Federico.
« No insistas mas , respondió ella,
porque no me es posible hacerlo.
El tiempo te esplicará mis palabras.
¡ Ah ! Alfonso , acuérdate de tu ju
ramento ! »
«Juro no olvidarle nunca. »V•*g
El conde Federico volvió en el
siguiente dia al palacio de Cohen-
burgo. Evito su presencia y se re
tiró Alfonso , á su llegada , para
entregarse á todo su sentimiento en
-21-
la soledad. Creyendo al cabo de
algunas horas que su tio había par
tido, volvió á entrar en la habita
cion en que habia dejado á su ma
dre.
Cuanta fue su sorpresa al verla
arrodillada á las plantas del conde,
y besándole la mano ! Se levan
to ella, y se echó en un sitial
El conde se apoyo- sobre la venta
na cerca de la cual él se hallaba.
«¿En donde estoy, se dijo Al
fonso á sí mismo , y como conci
liar esta conducta con la opinion tle
mi madre relativa al conde Federi
co ?
Notó Ana que su hijo le clavaba
los ojos , y alzd con rendimiento
sus manos al cielo.
De allí áun instante, partid Fe
derico.
Alfonso rompid el primero el si
lencio , y dijo á su madre : » Me ha
mandado Y. que no le pidiera mas
-22-
la esplicacion de sus sospechas...»
Iba i proseguir. Levantóse la con
desa ; y prorrumpiendo en lágri
mas , se salió.
Martirizado con horribles sospe
chas Alfonso , atravesó la habita
cion , se echd por tierra, volvió á
levantarse, dejó el cuarto en que
estaba, entró en el jardín, en el que
se paseó y sentó: pero todo ello fué
en balde, pues la horrorosa incerti-
dumbre le seguía los pasos. El enve
nenado dardo habia penetrado hasta
su corazon.
Mandó decirle la condesa que ella
no se presentaria en la cena. No
echó de ver Alfonso esta ya sobre
la mesa, aunque habia apoyado en
ella un brazo suyo, con que sos-
tenia su cabeza cargada con el do
lor.
Retiróse temprano á su cuarto.
En balde buscó. en el suefío un ins
tantáneo olvido de su pesadumbre.
-25-
Leyó las cartas que le habia dirigi
do su padre durante su ausencia.
Sus lágrimas no le dejaron libertad
para leer por mucho tiempo. Echó
se en su cama. La luz de su cuar
to , dispuesta á apagarse , no des
pedía mas que un pálido y trému
lo resplandor; y parecia que la
obscuridad del sitio daba visos mas
lúgubres todavía á sus pensamien
tos.
Dieron las doce de la noche. Es
taban sepultados en un profundo
sueño todos les moradores del pa
lacio de Cohenburgo, ménos el
desventurado Alfonso. Tendido en
su lecho, pensaba en los acaeci
mientos del anterior dia , cuando
hirió un agudo grito en sus oidos,
y le distrajo de sns reflexiones. Le
pareció que aquel grito partia de
la habitacion de su madre ; aplicó
el oído, y no oyó nada ya.
« ¡ Su sentimiento le hace perder
el juicio, esclamó* Alfonso ; desdi
chada madre ! dígnese el cielo de
aliviar sus pesares ! »
Suspiró, vertió algunas lagrimas,
y cayó otra vez sobre su almohada.
Despues de un breve intervalo,
se durmió. Apénas empezaba á go
zar de este primer reposo, despues
de la desastrada muerte de su pa
dre, cuando le despertó el ruido
de la puerta de su cuarto , que él
oyó abrir. Empezaba á amanecer
ya. Alfonso reconoció i su madre
que entraba en su cuarto. Le sobre-
laltaron sus despavoridas trazas.
Venia con los ojos clavados ; todas
sus facciones espresaban un pro
fundo dolor; estaba envuelta en un
largo ropon que ella misma retenia
alrededor de sí, al modo de una
capa ; y su . suelto cabello le caia
desgreííado sobre los hombros.
« Alfonso ! dijo ella á su hijo,
escúchame ; obedece á las órdenes
-25-
de tu madre. ¡No solicites espli-
cacion ninguna de mí ! Huye al
instante del palacio. ¡ Si tienes afi
cion á la vida , y eres temeroso del
cielo, no te acerques á él nunca!»
Alfonso se habia echado en su
cama sin desnudarse; y se puso
luego en pie.
a ¡ Con que motivo este repenti
no sobresalto ! esclamó el hijo; ¿te
me V. que mi tio cometa una se
gunda maldad, tan horrenda como
la primera? No tema V. nada de
mí, pues cumpliré con mi jura
mento. »
Ana dió un grito, tras el cual
dijo :
« ¡ Me has perdido, y te has per
dido á tí mismo ! ¡Tu tio está
inocente! _ No nos qneda i ambos
mas que un medio de salud Hu
ye lejos de aquí. — Huye de mí—
Huye de tu tio. Toma ese bolsi
llo. — No vuelvas al palacio. —En
-26-
silla tú mismo el mas veloz corcel
de la cabelleriza; y parte mientras
que la ligera obscuridad de la ma
ñana protege todavía tu fuga—
Abráceme V. _¡ Ah! no! no¡
Seria
Un mar de la'grimas le impidió
continuar por un instante. Añadió
ella últimamente :
« ¡ Parte ! y quiera Dios colmar
te de l;s bendiciones, que no me
es permitido ya esperar!»
Dióle Ana el bolsillo Su ma
no estaba manchada de sangre ; lo
ecbd de ver Alfonso, y se estre
meció. No tuvo fuerzas para arti
cular una sola palabra. La condesa
leyó la turbacion de Alfonso en sus
ojos , y esclamó todavia otra vez :
« Ah ! huye y sálvame Huye,
mégotelo encarecidamnnte. »
Apenas hubo proferido Ana es
tas palabras , cuando se salió pre
cipitada del cuarto de Alfonso, y
-27-
fué volando á encerrarse en el suyo.
Pasmado, atemorizado Alfonso
de lo que acababa de oir y ver, ti
tubeó por algun tiempo sobre la
resolucion que él abrazaria. Alca*
bo, esclamó.
«¿Habria perdido mi desgracia
da madre el juicio? — Ah! no, no
puedo engaitarme en ello. No hay
locura ninguna en esto. Ha tenido
ella ciertamente un motivo bien
urgente, para mandarme que huya
de su lado, pero en semejante caso,
¿á qué fin ocultármele ? ¡Mi tío,
me ha dicho ella, está inocente!_No
alcanzo nada en esto— No importa,
es obligacion mia el obedecer.» >
Saliose Alfonso de su cuarto. Al
tiempo de pasar por delante del de
su madre , se abrió la puerta , y le
dyo Ana : • ;, ,
«; Pronto, pronto, querido Al
fonso! » --)- -
Se paró éj, pero volvió i cerrar-
—28—
se inmediatamente la puerta. Bajó
al primer patio, levantó con tra
bajo las pesadas barras de hierro
que cerraban sus puertas, y se e^
caminó hacia la caballeriza. Ensi
llo él mismo su caballo favorito ;
y con el corazon oprimido , se mar
cho del palacio de Cohenburgo,
despues de haber echado una últi
ma y dolorida mirada sobre aque
lla antigua mansion de sus padres.
„ Si tienes aficion á la vida , -u-
si eres temoroso del ciclo , — huye
de mi , _ huye de este palacio. „-^
De continuo repetía el estas pala
bras. — Se recargaba sobre las vo
ces al proferirlas. Se estraviaba su
ánimo en un laberinto de conjetu
ras. Enteramente embebido , habia
andado ya unas cinco leguas sin
detenerse , ni preguntarse á sí mis
mo hácia que parte se encaminaba.
No sabiendo todavía qué respuesta
hacer á esta pregunta, descubrio' á
-29-.
lo lejos, en la cumbre de una co
lina , una aldea cuyo campanario ,
se elevaba por encima de los árboles
de un espeso bosque que la rodea
ba; y dirigió su marcha hacia aquel
parage. En el momento en que él
llegó, iban los aldeanos á sus tra
bajos. Le miraron con curiosos ojos.
Alfonso echó de ver que no le co
nocían ellos, y que le tomaban
por objeto de una vaga curiosidad
solamente. Despues de haber dado
un pienso y algun descanso á su ca
ballo, volvio á partir. Deseaba apar
tarse prontamente de aquella parte
del pais, en que podían reconocer
le. Aunque no tenia motivo perso
nal ninguno para ocultarse , cono
cía que se veria muy embarazado
si se encontraba con un amigo que
le preguntara á donde iba , ó que
'e hiciera algunas preguntas sobre
su familia.
Despues de haberse alejado mu-
-30-
chas leguas mas todavía, se sintió"
con las fuerzas tanto físicas como
intelectuales estenuadas. Bajóse del
caballo; y habiéndole atado al tron
co de un árbol, cuyas ramas te
guarecian contra los rayos del sol,
en éu mediodia entonces , se ten
dió él mismo bajo su sombra hos
pitalaria.
La reflexion, que no puede con
seguir aclarar el objeto de nuestra
meditacion , aunque hace mas pe
nosa la duracion del tiempo , le
abrevia sim embargo. _ Por lo mis
mo Alfonso no dejó su lecho de
césped , hasta que el sol hubo es
tado muy proximo á su ocaso. An
duvo todavía tres leguas. Descubrid
entonces una mala posada , en la
que se determinó á hacer noche.
Bebió, al llegar, un vaso de vino,
que le volvió algunas fuerzas. Era
el primer alimento , escepto un po
co de agua tomada en un arroyo
-51-
con la palma de la mano, que él
habia tomado en el dia. Comió
despues , pero poco , y sin ganas;
y aunque no se sentia dispuesto de
modo ninguno á gustar de las de
licias del sueño, se recogió tempra
no en su cuarto.

'■ ■ ■
-32-

CAPITULO II. «,
I'I ^BLtrf"''

¡ No puedes pues curar á mi alma


enferma , desarraigar la tristeza de
la memoria, borrar del cerebro los
sangrientos caracteres cjue en él hay
impresos, y, por medio de algun
dichoso antidoto tomado en las aguas
del Leteo, purgar el corazon de
aquel humor impuro , cuyo peso
le es ¡usuportable !

Shakespeare.

Se le pasó la noche á Alfonso,


como se le habia pasado el dia, en
inútiles lamentos y vanas conjetu
ras. Se durmió por la mañana un
instante.
Al despertarse , pensó en los me
dios de ganar honrosamente su
-33-
vida. Pareciole que el eje'rcito era
el refugio á que sus deseos anhela
ban.
Se hallaba el imperio á la sazon
en guerra con la Polonia. Resolvió
presentarse, como voluntario, en
uno de los nuevos regimientos que
estaban levantándose todos los dias.
En su consecuencia, despues de ha
ber pagado al dueño de aquella
ruin posada , montó cá caballo , y
echó por el camino de Berlin.
En la víspera , habia seguido
una direccion opuesta á la carrete
ra de esta ciudad ; y tuvo preci
sion de tomar un ataio para salir á
ella.
No fué largo su viage ; pues hi
zo, en la noche del segundo dia,
su entrada en la ciudad de Berlin.
Se hospedó en una pequeña posa
da. En la mañana del siguiente dia,
rogó al posadero que le proporcio
nara un comprador para su caba-
3

r
-34-
lio; porque determinado á entrar
en el servicio , no ignoraba que su
pré no le dejaria posible para ali
mentarle.
Se paseó por la ciudad ; admiró
el primor de los edificios públicos;
se informó del nombre de sus fun
dadores y arquitectos. Por espacio
de dos dias, distrajo útil y agrada
blemente sus tétricos pensamientos;
pero el embeleso cesó con la no
vedad ; la reflexion volvió á traer
las inquietudes y pesadumbre ; y
i. veces, formaba Alfonso la reso
lucion de volverse al palacio de
Colienburgo.
« Mi tio , se decia á sí mismo, es
tá inocente ; me lo ba declarado
mi madre misma. —¿Porque pues
le temeré yo?— Sin embargo, me
rogó ella encarecidamente que no
le vicia mis. —¿Cual puede ser el
motivo de esta c=traña conducta?
— ¿Serian ambos los asesinos de mi
-55-
padre ? — ¿Habria dado mi madre
su ensangrentada mano al conde
Federico , y no me mando dejar
el palacio mas que para apartar á un
importuno testigo, cuyas miradas
no hubiera podido sostener ella ?»
Esta idea estubo para turbarle el
juicio. — « No repuso él , mi ma
dre no está tan culpada. Si hnhie-
ra sido así ¿ la hubiera hallado yo
arrodillada ú las plantas del con- Sí.
de? — Eato no puede haberse con
certado para engañarme ; porque
no podia preverse mi llegada.
l Cual es pues la causa de esta mis
teriosa conducta, de su aparicion,
mas estraordinaria todavía , en la
mañana del dia en que ella me man
dó dejar el palacio? ¿ Qué pue
den significar las ensangrentadas
manchas con que estaba ensucia
da su mano? No alcanzo nada
en ello, _ Pesa algun oculto desas
tre sobre su corazon No está en
-36-
mi mano, seeun parece , el alige
rar esta carga ; porque mi madre
hubiera implorado entónces el au-
silio de su hijo— Pero á lo ménos
no agravaré sus desdichas con la
desobediencia mia á sus mandatos. »
Dirigió Alfonso en aquel mo
mento al cielo fervorosas oraciones,
que sus sollozos interrumpían con
fmcuencia , para rogarle con enca
> recimiento que restituyera la paz
y felicidad á su madre.
* Estaba , tres dias hacia ya , en
Berlin, cuando su posadero le pre
sentó un hombre que le propuso
comprar su caballo á un precio
bastante beneficioso. Alfonso estaba
vacilante ántes de concluir el tra
to. Ño tenia ya ni siquiera un so
lo amigo en la tierra, liste desam
paro le hacia mas apegado al bru
to; y esperimentaba una suma re
pugnancia para separarse de aquel
único testigo de su pasada felicidad.
-37-
« ¡ Si me fuera posible guardarle!
decia Alfonso interiormente ; pero
el poco dinero que poseo , queda
rá espendido ea breve , y entón
ces ¡ De V. es! esclomóél; tó
mele V. pero trátele con blandu
ra. »
Se arrojo en la casa , y no qui
so volver á ver mas su caballo. El
objeto esencial estaba muy distan
te entónces de su mente ; y no pen
só Alfonso en el dinero, hasta el
momento en que echando el posa
dero los florines sobre la mesa, le
saco de su cavilacion.
Terminado este negocio, fué su
primera diligencia sentar plaza en
el ejército , como voluntario. Reci
bió el premio de su enganche, y
se puso el uniforme militar. Vió
con gusto que este nuevo trage le
hacia casi desconocido.
Ignoraba Alfonso absolutamente
si las desgracias de su familia eran
-38-
tonocidas en el mundo, y esperi-
mentaba una insuperable é inespli-
cable repugnancia para informarse
de ellas. Por medio del estrépito
marcial consiguid felizmente dis
traerse; y no se presentaron ya
aquellas horrendas imágenes á su
ánimo mas que en la soledad.
Hallábase, tres meses hacia ya,
en el servicio del imperio, cuando
su regimiento recibio la órden de
pasar á una aldea , distante cuatro
leguas de Berlín. Salio el ejército
á campaña en el mes siguiente.
Alfonso era robusto, activo, y va*-
leroso. Desplegó, durante la cam
paña , tanta presencia de animó y
brio , que se hizo notar y querer
de su coronel.
El nombre de este oficial era
Arieno. La terminacion italiana de
su nombre le hizo impresion á Al
fonso.
«Arieno, se decia á sí mismo,
-39-
sirve en el ejército alemartt — Está
querido de sus soldados. —Es deu
dor de su puesto al favor del em
perador. Pelea con una asombro
sa valentía; y es sin embargo evi
dentemente un italiano.»
Arieno se aficionó mas y mas
cada dia á Alfonso , y no malogro
ninguna ocasion de manifestarle su
afecto. Este último empezó á te
mer que le hubieran reconocido ;
en lo que se equivocaba.
Cuando el ejército se retirá á sus
cuarteles de invierno, convidó el
coronel á Alfonso á pasar esta es
tacion con él. Alfonso aceptó la
oferta con reconocimiento; y acom
pañó á Arieno, á lo menos él lo
suponia así como criado.
Engallóse agradablemente. Arie
no mismo era un hijo del dolor.
El coronel, en el abatido y cavi
loso aspecto de Alfonso, en sus in
terrumpidos discursos y habituales
-40-
distracciones, habia echado de ver
que le tenían poseído, como á sí mis
mo, las pesadumbres. La simpatia
le arrastró hácia el jóven conde; y
el recomendable estcrior de Alfon
so acabó de interesar á Arieno en
su suerte. Resolvió formar de él
un compañero y amigo suyo.
La habitacion de Arieno estaba
situada cerca de una aldea , i tres
leguas de Francfort. Una vieja , á
la que se habia confiado el cuida
do de la casa durante el verano,
compuso, con los dos amigos, to
da ía familia.
La fisonomía de Arieno no cau
tivaba en el principio los ánimos
á favor suyo ; pero todas las
virtudes á que su corazon servia
de asiento, le habian ganado bien
pronto el efecto y aprecio de los
que le conocían. Su conversacion
instruía y recreaba juntamente. Al
fonso no se cansaba de oirle ha-
-41-
blar, con el acento de un hombre
intimamente penetrado de las vici
situdes de la vida, de la falsedad
de los hombres , y de la certeza de
una vida futura.
Se pasaron muchos dias sin que
Arieno hiriera en el lado flaco. Úl
timamente, habló á Alfonso por el
tenor siguiente :
„ Creo , amigo mio , que hay en
los modales de V. algo que anun
cia, que su verdadera clase en el
inundo es muy superior á aquella
en que le he conocido.,,
Alfonso guardó silencio ; pero su
embarazado esterior descubrió la
verdad. Arieno prosiguió:
„ Alguna oculta pesadumbre car
ga sobre el corazon de V. Deme
V. á cohoder la causa suya; quizás
podré hacerla menos molesta; y á
lo menos tomaré parte en ella.,,
Ninguna respuesta. Arieno aña
dió:
„¿No me conoce V. bastante,
.para estar -cierto de que el empeuo
con que me intereso en su felici
dad, y no la satisfaccion de una
vana curiosidad , me mueve á ha
cerle esta pregunta?,,
„ Ah ! amigo mio , esclamó Al
fonso tomando la mano de Arieno,
se lo' debo todo á V. Mi gratitud
no podrá pagar jamas tantos bene-
üqíos; es V. digno de mi canfian'-
za ^pero mas bien renunciaria yo
á los consuelos de que soy deudor
al favor de V., que instruirle so
bre mis secretos. --Sí, sí, deben
permanecer sepultados en mi pe
cho.,,
„Tan lejos de mí el importunar
á V. , respondid Arieno , no tema
V. nada, amigo mio, y no reno
varé mis preguntas. „
Se siguió un largo silencio á es-
Jas palabras j y Alfonso le rompió
el primero.
-43-
„¿Es V. Italiano?
„ Sí , señor ; y se estraña V. , no
lo dudo, de verme al servicio del
emperador.
„No puedo negarlo.
„ Su pasmo de V. cesará bien
presto , no es larga mi historia ; y
paso á ponerla en noticia de V.
„ No tengo derecho para esperar
semejante comunicacion de V.
„No dudo de que V. tenga bue
nas razones para guardar secreto;
pero por mi parte desearia yo que
mi historia fuera conocida del or
be entero. „
Alfonso se inclind, y Arieno dió
principio así : ' •
„ El conde Arieno, mi padre,
era un noble veneciano. Poseiaun
inmenso patrimonio. Su casa, si
tuada á una legua de Venecia, era
magnífica. Sus jardines eran vas
tos, y muy adornados. El primor
desus gondolas sobrepujaba á cuan
-44-
to se habia visto hasta entonces.
Siendo jóven todavía se habia ca
sado con la hija de un rico sena
dor de Génova, á la que habia des
cubierto , por casualidad, durante
el carnaval. Era hija única. A la
muerte de su padre, que acaeció
tres meses despues de su casamien
to con el mio, heredd ella todas
sus riquezas.
En el curso de los seis prime
ros años de su union, parid mi ma
dre cuatro hijos, tres varones y
una hembra. Mi hermana era la
mayor ; tras la cual habia nacido
mi hermano Stephaho, y tenia yo
un año menos que este. El mas
jóven hermano mio murió en. la
infancia. A la época en que daré
principio í mi historia , tenia mi
hermano diez y nueve años , yo
die2 y ocho. Stephano era sober
bio, falso, y muy avaro. Se encu
brian las deformidades de su al-
ma bajo un agradable esterior. Era
el queridito de su madre, que ejer
cía un sumo dominio sobre su ma
rido.
Basta añadir que mi hermano,
desde mi niñez , me manifestó su
aversion por todos los medios ima
ginables , para convencerle i V.
de que mi suerte no era de en
vidiar.
Vivia con sus dos hijas , cerca de
la cas» de mi padre , una viuda,
llamada la señora Bartini. Sin ser
rica , lo pasaba con algunas con
veniencias. Pero sus hijas poseían,
en su hermosura y recato, un te
soro muy preferible á todas las ri
quezas. Casose la mayor con un
Caballero frances , en cuya com
pañía partió para la Francia.
La mas jóven, llamada Camila,
me habia hecho una herida, que
el arte y el tiempo no pudie'ron cu
rar. Hallándome convencido sin
embargo de que la inferioridad de
su clase y patrimonio no me permi
tiria tomarla nunca por mugermia
con el asenso de mi familia, resol
ví encerrar mi amor dentro de mi
pecho. A veces sin embargo , me
descubrian mis ojos ; y aun crei
haber echado de ver que Camila
participaba de mis afectos. Una
noche , hácia el fin del estío , en
tré, como de costumbre, en eljar-
dinillo de la senora Bartini, al tiem
po que mi hermano salia de la ca
sa. Al pasar él junto á mi escla-
JOtf.
« Se acaba í tiempo mi visita, k>
echo de ver. •
Prosiguió su camino riéndose á
carcajadas.
Estaba yo tan habituado á lq^
insultos de mi hermano , que ape
nas hice atencion á lo que me di
jo él. Entré en la casa ; y hallé á
Camila llorando en el balcon, y á
-47-
su madre sentada junto á ella.
Asaltóme en el mismo instante
una infinidad de ideas contradicto
rias y sospechas. Le pregunte la
causa de sus lágrimas. Didme su
madre un motivo insignificatívo, y
dirigid inmediatamente la conver
sacion hacia otro objeto.
No me fué posible ocultar mi
turbacion; y de allí á pocos ins
tantes me marché.
En el momento de volver jo á
casa ; se ponían mis padres y her
mano á la mesa para cenar.
« No creia yo que gozáramos de
la satisfaccion de tu compañía en
esta noche, dijo mi madre. »
n ¿ Con qué motivo , Señora ? „
„No llevo razon ; quizas no es
tabas convidado en casa de la se
ñora Bartini , y no conviene que
los amantes sean muy osados. „
Se rid mi madre á carcajadas,
l'ae'endo otro tjnto mi hermano.
-46-
Mordíame yo de rabia los labios,
y respondí :
„¿ Lleva V. á mal, Señora, que
yo vaya á esa casa ? Mi hermano
mayor me ha dado el ejemplo. „
No sabiendo ellos que respon
der, volvieron otra vez á sus carcaja
das.
Clavome con severidad mi padre
los ojos y me dijo : ;.a
„ No pienses en casarte contra
mi voluntad , y acuérdate bien de
que Camila Bartini es la última
muger con quien yo te permitiria
casarte. „
La lucha no era igual , y guar
dé silencio.
La casa de mi padre se me vol-
vid mas desagradable que nunca.
Tomé la resolucion de viajar, y
pedí licencia para ello. Acorddme-
la mi padre al punto , entregándo
me al mismo tiempo una cuantio
sa suma de dinero. Deseaba yo
-49-»-
oonseguir su beneplácito ; y me
afligieron sin embargo la facilidad
y proutitud con que fué acordado.
Esta condescendencia era muy evi
dentemente un efecto de su pasion
contra mí.
Fui volando á casa de Camila;
pe>o ¡cuanto fué mi asombro, al
saber que no se hallaba en ella ya,
y que habia partido á Francia pa
ra ir á ver á su hermana ! Tuve es
ta misteriosa conducta por estrema-
nicnte estravagante. No pude atre
verme• á pedir una esplicacion ala
señoía Baitini. Me despedí al punto;
y en la siguiente mañana , me alejé
de la casa paterna.
Se pasaron diez meses sin que
oyera yo hablar de mi familia. Es
cribí á mi madre para preguntar
le la causa de este dilatado silen
cio, rogándole que me dirigiera su
respuesta á Sicilia. De allí á unos
seis meses, recibí algunas líneas de
4
*
-50-
ella. Me informaba de la muerte
de mi padre , y me ordenaba que
volviera prontamente á Venecia.
No perdí tiempo ninguno; y lle
gué á casa de mi padre el dia mis
mo de sus exequias. Abrióse enton
ces su testamento; pero conciba V.,
si puede, mi asombro, cuando oí
leer el párrafo siguiente : A mi se
gundo hijo, Felipe, en consecuencia
de su desobediencia á mis órdenes,
le dejo solamente quinientos zequies,
á fin de que sepa que no le he olvi
dado , y quiero que esté decaído de
sus derechos á todas las otras pro
piedades mias.
Fué1 una puñalada; y quedé ano
nadado en el primermomento. Lue
go que me hube recobrado algo,
me marché de casa, abrumando de
maldiciones al malvado que habia
engauado á mi padre , y echándo
le i mi hermano una ojeada que
ciertamente no le permitid dudar
-51-
de que me era conocido el traidor.
Fui prontamente á casa de la
señora Bartini. Hallé á una cria
da sentada en la puerta, que me
dijo que su ami habia ido á reunir
se con su hija en Francia.
„ ¿ Cual es el lugar de su resi
dencia ?
,, Monpeller.
„¿Coino se llama el caballero
que se casd con su hija ?
„ El Caballero de Albert.,,
No le molestaré á V. con la nar
racion de las ideas y reflexiones
en que mi ánimo se ocupd duran
te aquel viage á Monpeller. Úni
camente debo decir á V. que su
resultado fué la confirmacion de
mis sospechas relativas á mi her
mano. El desdichado ! sus falsos
informes me habian hecho perder
la estimacion y afecto de mi pa
dre.
Habiendo llegado á Monpeller,
-52- .
fui recibido por la muger de AI-
bert.
„ Está V. pasmada de verme ,
Señora, le dije, pero... „
Entro en el cuarto la señora
Bartini,la saludé. Hizo ella seña
á su hija para que nos dejara solos.
Me senté á su lado, no sabiendo .
por donde dar principio- Cuantos
admirables discursos había prepa
rado yo en el curso de mi viage
no querian presentarse en mi me
moria ; y no pude mas que pre
guntarle simplemente por Camila.
, Ah ! señor, esclamd aquella
tierna madre , mi hija... la mano
de la muerte está estendida sobre
ella l 1,
Hasta aquel momento, habia ig
norado yo lo que era la desgracia.
—Los otros pesares mios habían
sido ligeros en comparacion.
Me caí del sitial en que estaba
sentado i un frio mortal se apode
-53-
ró de todos mis miembros ; yle
costo' sumo trabajo á la señora Bar-
tini para hacerme recobrar el sen
tido.
Luego que ella echd de ver que
70 empezaba á volver en mí, es-
chtnó :
,, ¿ Amaba V. pues á mi hija,
señor ? „
¡ Si la amaba ! poderoso Dios,
dadme los medios de probarle en
cuanto grado yo Ja amaba !
ti Y V. era amado. Pero supo
mi hija que V. se habia casado
con otra. „
Nueva herida para mi traspasa
do corazon.
La señora Bartini me notició des
pues, que la noche en que encon
tré á mi hermano , que salia de
su casa , y en que hallé llorosa i
su hija , habia hecho aquel desdi
chado las mas ofensivas propues
tas á mi Camila , y que temiendo
haber encendido con Su negativa
la colera de este hombre altanero
y vengativo, habia hecho partir á
su hija para la Francia. Añadió
que habiendo sabido Camila mi
partida de Venecia, se habia per
suadido que yo la habia olvidado,
y se habia abandonado á la me
lancolía ; y que unos dos meses an
tes de mi llegada á Monpeller, ha
rria recibido ella una carta, que
habia tenido por mia, y que la habia
instruido de mi casamiento.
„ Esta noticia , prosiguió la se
ñora , la habia reducido á la de
sesperacion. Sus fuerzas están per
didas, sus facultades anonadadas;
y nos hallamcs reducidos á desear
Ja hora fatal que ponga un térmi
no á tantos tormentos. „
Me mostró la carta ; la cual era
de puño propio de mi odioso her
mano. '„ V • .,
La instruí de las disposiciones
-55-
del testamento de mi padre. Le di
á conocer todo el mal que mi her
mano me 'habia hecho. Tomo ella
parte en mi sentimiento , toméla
yo en el suyo ; y nuestras lágrimas
corrian de una misma fuente.
Antes del tin del dia, mi bien
amada Camila dió el postrer alien
to. ¿Como representar a' V. mi do
lor á esta horrenda nueva ? V.,
amigo mio, se imaginará fácilmen
te que las palabras son incapaces
de dar una idea de ello.
En la mafians del siguiente dia,
á pesar de todos los esfuerzos de
su madre y hermana , penetré en
el cuarto , en que su cuerpo repo
saba. ] Ah ! cuanto habia alterado
la muerte ya su hermosura! ¡Ah!
Dios mio ; que tormentos no espe-
rimenté durante los breves instan
tes, en que permanecí con los ojos
clavados sobre aquella desfigurada
imagen ! Turbándome el dolor, be
-56-
sé sus yertos labios. -- El espectá
culo era muy fuerte. -- Quede ren
dido. — Me llevaron del cuarto, é
ignoro por que medios. — Así pere
cio" aquella inocente y desventurada
victima de la falacia.
Despues de la ceremonia de su
funeral, me volví á Venecia. Me
fué descubierta enteramente la per
fidia de mi hermano. Supe que él
habia persuadido á mi padre de
mi casamiento con Camila, mos
trándole un certificado falso, estrai-
do de los registros de una iglesia
parroquial de jVIonpeller. No anhe
lé" al principio mas que por la ven
ganza. L/a reflexion me condujo á
unas ideas mas razonables, y me
dió d conocer que ninguna cosa po
día autorizarme para derramar la
sangre de un hermano. Me des
dene de pedirle el escaso legado
que mi padre me habia dejado, y
resolví dejar para siempre los esta-
**
-57-
dos de Venecia. Pasé á Alemania,
y me presenté como voluntario al
servicio del emperador. He servi
do bajo este príncipe treinta y dos
años ; su bondad me ha elevado al
puesto que estoy ocupando hoy dia.
Mi hermano posee inmensas rique
zas , y yo gozo de un bien mas
precioso, cuya delicia le será des
conocida á él siempre, de la apro
bacion de mi conciencia.,,
Alfonso le dio las gracias por su
relacion , manifestóle la «parte que
él tomaba en sus sentimientos , y
le preguntó si habia oido hablar
de su familia , despues de haber
partido de Venecia.
„ Supe por casualidad hace unos
catorce años , repuso Arieno , que
mi madre habia sobrevivido poco
tiempo á su marido ; que mi her
mano , inmediatamente despues de
la muerte de su padre , se habia
casado con una muger riquísima,
-58-
que habia muerto al parir una ni-
fía, primer hijo suyo. Supe des
pues , por medio de un oficial que
venia de Venecia , que durante su
mansion en esta ciudad él habia
oiclo hablar á menudo del reciente
desaparecimiento de la hija única
del conde de Alieno. Es un avaro,
me dijo; ha querido casar á su hi
ja con un noble tan rico como él
mismo. La cuitada doncella estaba
enamorada de un conde aleman ;
su padre la precisó á casarse con
el noble ; y se huyó ella de alli á
breve tiempo. Cuantas diligencias
se han hecho para descubrir su re
fugio, han sido infructuosas. En
cuanto puedo recordármelo, con
tinuó Arieno , me dijo este oficial
que el amante de mi sobrina se
llamaba el conde de Cohenburgo,
y era de una de las mas esclare
cidas familias de la Sajonia Así
la Providencia ha castigado la
-59-
avaricia de mi hermano, priván
dole de su bija tínica. „
A este nombre de Cohenburgo,
mudd de color Alfonso; pero Arie-
no no lo echo de ver, y le pregun
tó Alfonso si no se habian for
mado á lo menos algunas conjetu
ras sobre su sobrina.
Arieno respondió que habiendo
sÍdo inútiles todas las diligencias
de su padre y marido, se habia
supuesto generalmente que ella se
habia huido con su amante.
Trató entonces Alfonso de ligar
esta relacion con alguna parte de
la vida de su padre ó tio. Su pa
dre no habia estado nunca ausen
te de su palacio por bastante tiem
po para formar un empeño de es
ta especie , y aun suponiendo que
él hubiera hallado , durante sus
cortas ausencias, una favorable oca
sion , el ardiente y constante amor
suyo á su muger no dejaba liber
--60-
tad para semejante suposicion. Su
tio , es verdad , habia estado au
sente por mucho tiempo á la épo
ca en que Arieno colocaba la fuga
de su sobrina. Pero habia vuelto
por intervalos á Sajonia, ys solo
siempre. Eran sin embargolos úni
cos en toda la Alemania , que lle
varan el nombre de Cohenburgo.
Bien convencido de que no podia
ser su padre, se fijaron sus sospe
chas en su tio. Indago despues, en
lo que él acababa de oir, laespli-
cacion del asesinato de su padre , y
de la conducta de su madre. Em
bebido su ánimo en estas reflexio
nes , empezó de nuevo á perderse
en vanas conjeturas.
-•-
I.';'

-
_
-61-

ÍWV/»^VVVVVV»,VVVVVV\VVV1*VV\VV>

CAPITULO III.

- * ''. '. t

O luz! o únieblas ! Pero cmanes-


Irafio portento .'
Shakespeare-

Antes de la época en que co


munmente salen los ejércitos á cam
paña, recibid Arieno orden del em
perador para incorporarse con su
regimiento. Alfonso y su generoso
amigo dejaron pesarosos la pacífica
morada, en que habian gozado,
.por espacio de un brevísimo tiem
po , de los deliciosos consuelos de
la amistad. Arieno se despidio de
Alfonso, y le convidó a renovar su
visita en el inmediato invierno.
-62-
Hácia la mital del verano, en una
batalla dada en las fronteras del
Imperio, perdió Arieno la vida. En
el mismo dia cayendo Alfonso de su
caballo, se rompio el brazo derecho.
No supo la muerte de su amigo, mas
que cuando se hubo restablecido.
Mas prooto , semejante nueva le
hubiera causado probablemente la
muerte.
No se curó enteramente su he
rida mas que hacia el fin de la
campa/la. Poquísimo tiempo des
pues del total restablecimiento de
su salud , ganaron los Alemanes
una decisiva victoria á los Polacos.
Se licenciaron los mas de los re
gimientos recien levantados ; y en
los otros , todos los soldados heri
dos recibiéron su retiro del servi
cio. Alfonso, cuyo brazo estaba
siempre débil, no creyó poder que
darse por mas tiempo en el ejér
cito ; y resolvió buscar algnn otro
-63-
medio de subsistencia ménos peli
groso.
Despues de muchas deliberacio
nes, se determino á ir á solicitar
alguna ocupacion en una mina de
plata nuevamente descubierta en
Bohemia. Se habia licenciado su
regimiento en Praga ; por lo cual
no tuvo que andar mucho camino
pura llevar á ejecucion su plan.
Habiéndose aceptado sus servicios,
fué empleado en las obras ménos
penosas.
Se entregaban sus compañeros á
las faenas mas duras , y comian,
en toda la fuerza de la palabra, el
pan con el sudor de su rostro: pe
ro por lo mismo le saboreaban con
mas gusto en los cortos instantes
de sb descanso.
Estaban riendo y cantando con
tinuamente; y se contaban unos á
otros las anecdotas de que estaban
noticiosos. La alegría presidia en
-64-
Tepian mas particularmente un
sumo gusto en oir á Alfonso refe
rirles la historia de las batallas en
que él se habia hallado. Muchos
mineros habian militarlo; y le in
terrumpían de repente para refe
rir ellos mismos otros acaecimien
tos parecidos, de que habian sido
testigos durante el curso de su ser
vicio.
Habia pasado Alfonso ya un ano
en aquella lobrega mansion. No
les Inbia llegado ningun compa
ñero nuevo ; se volvia insulsa la
conversacion con la frecuente re
peticion de unas mismas historias ;
y los trabajadores acorda'ron enton
ces que por la noche luego que su
tarea estuviera finalizada, cada mi
nero contaria por turno los suce
sos de su vida.
Dispuso la casualidad que Alfon
so se viera uno de los primeros en
la precision de referir sus aventu
-65-,
las. No le fué difícil el imaginar
un cuento tan breve como sencillo,
que lleno completamente suiin , y
que no le hizo notar ni despreciar
de sus oyentes.
Tocóle la suerte , de allí á pocos
días , á un jóven , cuya alegría ha-r
bia estimulado ya con frecuencia
las ruidosas risas de sus compane
ro».
„ Mi historia no será larga, dijo.,,
Tras cuyo preludio , entró eri
materia. • -
„ Mis padres , dos buenas almas,
teman en- arriendo un cortijo del
conde de Cohenburgo , en la Bajá
Sajonia , á orillas del Elba. „
. Alfonso escuchaba atentamente.
„¡Ah! si aquel digno Caballero
viviera todavía, no me hallaria yo
aquí, i Pero quizas me hallaria
peor : así pues doy gracias á los
Santos de que estoy aquí, y les
suplico que tengan á bien de no
5
-66-
reservarme una suerte mas dura.
Muy bien ! Aunque mi padre no
descendia de una grande familia,
una grande familia descendio de
él ; porque entre muchachas y mo
zos , y contándome á mí , tuvo
quince hijos. „— Celebraron aquí
ruidosas carcajadas el talento del
minero. El que continua : „ muy
bien ! como os estaba diciendo , te
nia mi padre en arriendo un corti
jo del conde de Cohenburgo. Este
Seuor trataba con suma bondad á
los pobres; y prometió á mi padre
hacer algo en beneficio de sus hi
jos. ¡ Tenga Dios su alma en la
gloria! Esperad, hace dos años
y medio que trabajo en las minas.
Unos ocho meses antes , partid el
conde para un viage. No sé á don
de fué, pero probablemente á ver
á nuestro emperador. No puedo
aseguraroslo sin embargo. »
Cualquiera se imagina fácilmen-
S7-'
te la impaciencia de Alfonso.
« Muy bien ! El dia en que le
aguardaban, el anciano Roberto,
que le habia acompañado , trajo la
noticia de que el conde se habia
caido del caballo, y se habia muer
to, á algunas leguas del palacio.
Roberto recibid la órden de retro
ceder , y hacer enterrar á su amo
en el parage en que habia muerto.
Muy bien! ahora, escuchad la
parte estraordinaria de mi historia.
El difunto conde tenia un hijo de
unos diez y siete d diez y ocho años.
Era un gallardo mancebo, que se
me parecia algo: escepto que él no
habia trabajado en las minas.»
Se echaron á reir los mineros ;
y Alfonso dio un profundo suspi
ro.
» Muy bien ! Se desaparecio, y
la con ksa tambien. Los buscaron
por todas partes, arriba y abajo;
pero fueron en balde todas las pes
-68-
quisas. Ahora, hay gentes que di
cen que la buena Señora mató á su
hijo en un arrebato de locura ,
causado por la noticia de la muer
te de su marido ; y que se afligió
tanto con ello, luego que hubo re
cuperado el juicio , que se mato á
sí misma. Muy bien! cuanto hay
de seguro, es que inmediatamen
te despues, empezó á presentarse
en el palacio un aparecido , que
todos los dias, á media noche, to
ca la campana grande del torreon
del mediodia, y cabalmente mató
la condesa en aquella hora al con
de joven. »
« ¿ Y has visto tú á ese apareci
do ? esclamó un minero. »
« ¡ Ah ! no , á fe mia ! ninguno
ha tenido valor para acercarse des
pues al palacio. Pertenecia este de
derecho al hermano del conde ,
quien , habiendo pasado á él , no
permaneció allí mas que uno ó dos
-69-
dias. Vió y oyó en el palacio unai
cosas tan raras, que no quedó ya
con ganas de poner mas los pies
en él. Despidió á todos los criados,
cerró las puertas del palacio, fue
se á otro pais y dejó que el apa
recido tocara enteramente solo. Os
aseguro que ninguno tuvo tenta
ciones de ir á hacerle compañía.
Muy bien ! Careciendo mi padre
de los socorros del conde, no pu
do subvenir á nuestra manutencion.
Muchos hermanos mios dejaron la
casa paterna , para ir á buscar for
tuna ; y por mi parte, la hallé aquí.
Soy un alegre minero ; y aun que
nuestro oficio sea algo bajo , tén-
gole del todo por tan estimable co
mo el de infinitos insignes varones
sobre la haz de la tierra.»
Acabó aquí el mancebo su his
toria. Recorrió un murmullo de
aplausos todas las hileras de la con
currencia ; y se separaron los mi
-76-
neros, para descansar de las fati
gas del día.
Alfonso no durmió. ¡Que nuevo
campo abierto para sus conjeturas !
— En una mina oia hablar por la
primera vez, despues de diez años,
sobre su familia. Esta singularidad
le movio á pensar que la muerte
de su padre, y los sucesos que se
le habian seguido, no habian oca
sionado rumor ninguno entre las
gentes. _: „ ¡ El palacio abandona
do !_ ¡ Y sin emLargo , una cam
pana• que suena todos los dias á
media noche !„ _ No daba él mu
cho crédito á los aparecidos. Pero
por otra parte ¿que motivo podia
tener una criatura humana para
vivir en aquel palacio, retirado de
todo trato de gentes ? Y como per
manecer en él sin ser reconocida?
No creyo en la muerte de su ma
dre ; j• s el jóven minero habia
dicho otro tanto de él. De conti-
-71-
nuo le ocurria en el ánimo lo que
acababa de llegar á sus oídos ; pe
ro sus meditaciones volvian á po
nerle siempre en el punto de que
habia partido.
Dejó pasar Alfonso algun tiem
po, ántes de aventurarse á hacer
algunas preguntas al jóven. Cuan
to pudo sacar de este, fué que mu
chas personas sospechaban al con
de Federico de ser el asesino de su
hermano , de la condesa, y de su
hijo, á fin de volverse dueno del
palacio.
„¿Pero si esto fuera así, añadid
el minero, quien hubiera podido
hacerle huir, y abandonarlo?,,
„La conciencia, dijo Alfonso en
su interior.,,
Pero su madre le habia declara
do que su tio estaba inocente : y
él estaba resuelto á no sospechar
ya á aquel á quien su madre mis
ma habia disculpado.
-72-
De allí á pocos dias , un caballe
ro que viajaba en Bohemia , fué,
atraido de la curiosidad , á visitar
la mina. Alfonso y otro minero re
cibieron el encargo de conducirle.
Iba acompañado de su criado. Al
pasar este infeliz sobre una estre
cha tabla, por encima de una de
las mas profundas concavidades de
la mina , no hizo atencion á la poca
estabilidad del piso sobre que mar
chaba. Se le deslizó el pie , no pu
do recuperar el equilibrio , y cayó
en la sima. Li muerte era inavi-
table, y quedó hecho trozos su
cuerpo.
El caballero, que se llamaba ba
ron de Kardsfelt , se contristó so
bremanera con la pérdida de su
criado , que le sema muchos anos
hacia , y le habia dado pruebas de
su fidelidad y apego.
El baron volvió á subir inme
diatamente. Luego que hubo lie
-73-
gado á la superficie de la tierra, el
primer objeto que hirio en sus ojos,
fué sa caballo y el de su criado,
atados en un poste á corta distan
cia de la entrada de la mina. Ofre
ció una decente recompensa á Al
fonso, si queria llevar el caballo
de su criado al pueblo inmediato.
Alfonso aceptó su proposicion con
gusto. Subieron ambos á caballo,
y partieron.
Hacia ya algun tiempo que Al
fonso hallaba infinitamente desa
gradable su situacion. No habia en
trado en aquella triste morada, mas
que por la misma razon , que le
hacia permanecer tanto tiempo en
ella La necesidad No conocia
otros medios de ganar su vida , sin
esponerse á ser reconocido. Sin em
bargo deseaba ardientemente vol
ver al mundo, esperando siempre
hallar allí la esplicacion del mis
terio , que daba continua ocupa
^74-
cion á su ánimo. En su conse
cuencia, se determinó á solicitarla
plaza del criado que acababa de
perecer.
Le hizo el baron una multitud
de preguntas sobre su idoneidad
para desempeñar las obligaciones
del nuevo estado que él queria abra
zar. Respondio Alfonso de un mo
do satisfactorio , persuadido de que
haria facilmente para otro , lo que
solia hacer en tiempos anteriores
para sí mismo. Habia en sus mo
dales algo , que cautivó el ánimo
del baron á favor suyo. Aceptó la
oferta de Alfonso, y escribió cua
tro letras al director de la mina, á
fin de prevenirle que él guardaria
en su servicio á Alfonso.
£l baron Kardsfelt tenia unos
treinta años. No estaba casado. Era
de afables modales ; tenia un ge
nio amable y blandísimo , á no ser
que se tuviera por injuriado ; por
-75-
que su resentimiento no conocia
entonces limite ninguno.
Volvía de ver á su hermana ca
sada , que vivía en Praga , y se
encaminaba hácia su palacio, si
tuado á corta distancia de Inspruck,
cuando acaeció el accidente que
hizo entrar á Alfonso al servicio
suyo. Alfonso se habilitó pronta
mente para sus obligaciones ; y las
desempeño con grande satisfaccion
de su amo , que le trató con suma
bondad.
Iba frecuentemente Alfonso i
Inspruk, y no malograba ocasion
ninguna de suscitar diversos inci
dentes que podian dar lugar á ha
blar de su familia. Aun escuchaba
con frecuencia todos aquellos cuen
tos de supuestos aparecidos, de
brujas, á quienes el pueblo, en
aquella parte de la Alemania , da
ba sumo crédito entónces. No oyó
proferir nunca ni siquiera los nom-
-76-
bres de su familia y palacio de Co-
henburgo. Empezó á creer que la
relacion del jóven minero habia te
nido por único fundamento la es-
travagante imaginacion de algunos
mentecatos.
El baron era jugador. Aunque
no esponia crecidas cantidades nun
ca , pasaba una gran parte del
tiempo al rededor de las mesas de
juego. Jugaba un dia al ajedrez
con un estrangero. En medio de
una partida, tuvo precision su ad
versario de salir por un instante.
Habia ganado el baron ya muchas
partidas; y humillado el estrangero
de perder siempre , afirmó, al vol
ver á la sala, que el baron habia
tomado otra vez una de sus piezas
perdidas. Enfureciéndose el baron,
se puso en pie , echó mano i su
espada, y dijo á su contrario que
le siguiera al punto. El estrangero
fué mas afortunado ó mas hábil;
-77w.
y le dio, una estocada en el cosr
tado. ,
Trasladáronle inmediatamente á
su casa. Fué declarada por mortal
la herida. Habia perdido el dolien
te mucha sangre , y no recuperó
nanea el uso de la palabra. Reco
noció -á Alfonso, y le dió su bol
sillo. El último le recibió , besó su
mano,, y se retiró anegado en lá
grimas. Tiró el baron de la man
ga al confesor que estaba sentado
cerca de su cama , y le mostró con
los ojos á Alfonso. El religioso
comprendió primorosamente que el
paciente recomendaba aquel man
cebo á su proteccion ; y prometió
ampararle. De allí á una hora, es
piró el baron en medio de los mas
vivos dolores-
¡Tremenda , pero inútil leccion
para los jugadores!
-78-

CAPITULO IV.

Ay de mí ! desgraciado de mi ! todo
me dice que el amor no fué nunca
un mar sin tormentas" Aquí la dife
rencia de las condiciones es inago
table fuente de desdichas ; allá una
desproporcion chocante separa los
año» , y une el otoño con la prima- '
vera. Unas veces es una lección vio
lentada por la ciega imaginacion da
imprudentes amigos j ó si la simpa
tía dirige la eleccion de los aman
tes , llegan á asaltarlos por todas
£artes la guerra , muerte ó dolencia*
>a felicidad del amores instantánea
como un sonido , ligera como una
sombra, breve como un sueño-, veloat
como el relámpago , que en ui\ decir-
Jesus abraza cielos y tierra, y antea
que un nombre naya tenido lugar
para decir: Mirad! toda la nBtura-
leza está sumergida en las tinieblas.
Cuanto sobresale, pasa como el re
lámpago.
Shakespeark.

Luego que el religioso hubo da-


-79-
do las necesarias órdenes , y hecho
todos los preparativos del funeral
del baron , dijo á Alfonso :
«Parece, mozo , que está V. su
mamente afligido con la muerte de
su amo. »
Alfonso lloró amargamente.
«¡He perdido á mi único ami
go ! esclamó. »
« No se abandone V. á la deses
peracion, repuso el religioso , pues
su protector me le ha recomen
dado ami. No me faltarán medios
de proporcionarle á V. algun aco
modo ; viva V. seguro de ello. »
Cuyas palabras sosegaron algo las
inquietudes de Alfonso.
„ Quedese V. con Dios, conti
nuó el santo varon , y ponga toda
su confianza en el cielo. Sométa
se V. á su voluntad , y él repara
rá su pe'rdida. Volveré aquí ma
ñana.,,
tartió el religioso. En el siguien
-SO-
te dia se hallo mas sosegado Al
fonso. Llegó á la hora indicada el-
Padre Matías.
. „ Tenga V. buenos dias, mozo. „
„ Téngalos V. muy buenos,
buen Padre. „
„No be dejado de pensar enV.,
desde que nos separamos. Las pro
mesas hechas á un moribundo de
ben ser sagradas , con especialidad
para los ministros del Señor. He
prometido al baron ocuparme en
la suerte de V.; y creo haber ha
llado lo que le conviene: juzgará
V. de ello. Soy el confesor del
convento de Santa Elena, situado
á una legua de aqui. Ha muerto
el sacristan de esta comunidad
quince dias hace j y no tiene su
cesor ninguno todavía. ¡Quiere V.
ocupar su plaza ! „
Alfonso aceptó con diligencia
esta oferta. Le prometió el religio
so llevarle en aquella tarde mis
-Si
ma al convento. Echó Alfonso una
triste y postrera mirada sobre el
ya desfigurado cuerpo de su des
graciado amo ; y se pusieron en
camino á la hora convenida.
Este convento de Santa Elena
era un vasto edificio. Sus tor
res negras, y cubiertas de yedra,
testificaban su antigüedad; y las fi
guras esculpidas en sus gruesas pa
redes anunciaban su sagrado des
tino.
Abrid el religioso una puerteci-
Ua inmediata á la capilla, cuya lia-
Te traia él siempre consigo , é hizo
entrar á Alfonso en un inmenso
claustro. Al estremo de este, abria
una puerta hacia el patio de la co
munidad. Era espacioso. En los án
gulos de este patio, se habian abier
to largos corredores , en cuyos dos
lados estaban ordenadas las celdas
de las, religiosas. Se subia por una
ancha escalera á las celdas del pri-
6
-82-
mer piso. La habitacion de la aba
desa caia al patio. Entró el religio
so en ella j diciendo á Alfonso que
fuera tras él. La abadesa estaba so
la. Puso en noticia suya el Padre
Matias quien era aquel mancebo;
y le recibió ella con suma bondad.
Habló la prelada muy bajito por
un rato con el confesor ; despues
de lo cual se dirigió á Alfonso , y
le dijo que como él no conocia las
obligaciones de su nuevo estado, le
acompauaria é instruiria la tornera
durante los tres primeros dias y
noches. Despues de haberle exhor
tado tila á desempeñar con pun
tualidad y zelo su ministerio, tocó
la campanilla. Se presentó la tor
nera. La abadesa informó á esta
que Alfonso era el sucesor del di
funto sacristan ; mandóle que le
enseñara su habitacion y le diera
todas las necesarias instrucciones.
Alfonso siguió á la tornera.
-83-
Esta monja tenia anos cincuenta
años. La babia deformado la edad
absolutamente; y era de genio in
digesto , y de una inagotable lo
cuacidad.
„ Venga V., sígame , dijo ella á
Alfonso, luego que bubo estado
cerrada la puerta , que voy á ense
ñarle á V. su cuarto. ¡ El cuarto
de V. es muy bonito ! — ¡ Ah ! sa
lude V. la cruz, mozo! salúdela
pues! „
Alzó Alfonso la vista , y descu
brid una cruz pendiente de la bó
veda bajo la cual pasaban. Obede
ció á las órdenes de Perilla ; y esta
prosiguió :
„ No me costará suma dificul
tad el darle á conocer á V. su ta
rea. Aseguro á V. que llevará aquí
la mas apacible vida. Mire V., oi
game, acaban de concluirse las vís
peras. A las ocho tocará V. la cam
pana, y preparará la' capilla para
—$4^
el rezo de la noche; á la media no
che tocará V. la campana, y pre
parará la capilla para el oficio de
la mañana; á las diez tocará V. la
campana , y preparará la capilla
para la misa; y á las cuatro de la
tarde tocará V. la campana, y pre
parará la capilla para las vísperas.
Esto es cuanto á V. le toca hacer.
Debe V. tambien ayudarme á lim
piar la Capilla, y á tener aseados
los ornamentos. Es V. dueño de lo
restante del tiempo. ■
Llegaron al cuarto del sacristnp •
« Aquí , esclamd la tornera al
abrir la puerta , vivirá V. como un
principe. Esa habitacion , inmedia
ta á la de V., es la del Padre Ma
tías, y esta otra es la mia. Ese pa
sillo, añadió abriendo una puerta
fronteriza, le conducirá á V. á la
capilla. Tenga V. cuidado de «o
dejar apagar nunca los cirios que
hay en el altar ; y cuando estén
-85-
para acabarse le daré otros á V.
Ahora , creo habérselo dicho todo á
V. Así puede V. venirse conmigo;
y si le acomoda, nos quedarémos
juntos hasta el oficio de la noche. »
La siguió Alfonso á su cuarto.
Tenia Perilla todavía alguna afi
cionenla al siglo , á pesar de que le
habia dejado treinta anos hacia. Es
peraba la religiosa que el nuevo sa
cristan le daria noticia de- él , pero
Alfonso era el bombre de la tierra
ménos acomodado para satisfacer su
curiosidad. Perilla creyá al princi
pio que su tenaz silencio era efecto
del comedimiento y modestia; y em
pezó dándole el ejemplo , refirien
dole diversas anécdotas sobre las re
ligiosas. Al cabo , interrumpiéndose
á sí misma, dijo :
«Pronto , la arena acaba de cor
rer ; vaya V. á tocar la campana de
la capilla. — Un momento pues,
uno ; pongase V. su sobrepelliz —
-86-
Le aprieta á V. mucho el cuello ;
pero le harémos á V. otra nueva-
Partamos. »
La siguió Alfonso á la capilla;
y dió el número de campanadas
prescripto.
« Acompáñeme V. ahora , le dijo
Perilla.»
Alfonso obedeció ; y ámbos atra
vesaron la capilla.
«Por esta puerta van á entrar
nuestras Señoras. Tenga V. bien ese
vaso. En él tomarán las religiosas
agua bendita para persignarse, y li
brarse , durante sus oraciones , de
las sugestiones del demonio. Encen
deré yo los cirios , pero en adelan
te , V. mismo lo hará todo. »
Entraron las religiosas una por
una. Luego que ellas tocaban en la
tierra sagrada, se alzaban los velos
y metian un dedo en el vaso que
Alfonso tenia en la mano. Luego
que hubiéron llegado todas , advir-
-87-
tid de nuevo la tornera á Alfonso
que la siguiera. Pasaron juntos á las
espaldas del altar. Le dijo ella que
ayudara al Padre Matías á revestir
se con los ornamentos sacerdotales.
Echó el religioso despues las ora
ciones; uniéronsele Ices religiosas,
las que , despues de haber cantado
el imno nocturno, recibiéron sn
bendicion, y se retiráron á sus cel
das.
Alfonso , con arreglo á sus ins
trucciones, apagó todos los cirios,
ménos dos , que debian estar ar
diendo siempre en el altar. Despues
de haber cerrado las puertas de la
capilla, acompaña ála tornera á su
cuarto , en donde cenaron. No fué
larga la cena.
« Venga V., le dijo ella , está
acostado el Padre Matías ; y es pre
ciso hacer otro tanto.
Le did una luz, y le acampano"
hasta la puerta de su cuarto , di-
ciéndole :
-88-
« Buenas noches , no deje V. de
despertarse ántes de media no-
cJie. »
No durmio Alfonso. Temio, sise
dormia, no despertarse á tiempo, y
hacer formar con ello un mal con
cepto de su vigilancia. La ruidosa
respiracion de la tornera le conven
cio" hien presto de que ella no pa
decia el mismo desasosiego. Se des
perto Perilla sin embargo algnnos
minutos antes de media noche , íné
á la puerta de su cuarto, y le avi
só que ya era tiempo de tocar la
campana.
Se repitiéron unas mismas cere
monias ; y luego que se hubieron
terminado , Alfonso , aquietado mas
y mas , se fué á la cama. La nove
dad y singularidad de su situacion
no le permitieron sin embargo dor
mir muy profundamente. Al primer
rui lo que el oyó en el cuarto de
Perilla, se puso en pie. La halló á
-89-
h puerta de su cuarto ; y acabado
el oficio de la mauana , dijo la tor
nera á Alfonso:
„ Ahora es obligacioa nuestra
limpiar la capilla. „
Indicole ella lo que le tocaba ha
cer, y se puso por sí misma des
pues á su- propia tarea.
Alfonso se hallaba tan feliz co
mo la inquietud y agitacion de su
ánimo se lo permitían. Habia halla
do por último un refugio, en el que
no temía ya las indiscretas miradas
de unas desapiadadas gentes. El há
bito le reconcilió por grados con las
horas en que le tocaba levantarse j
y en breve no le fué necesario ya
consultar con el relox de arena que
le habia dado Perilla. La abadesa
estaba satisfecha de su conducta ; y
el Padre Matias usaba de mil mira
mientos con él. Este último habia
echado de ver que su talento y co
nocimientos eran infinitamente su-

**
periores «I estado en que ¿I le ha
bía hallado. Participó sus sospechas
á Alfonso el cual confesó la verdad^
pero le declaró al mismo tiempo la
firme resolucion suya de guardar
él secreto. El santo varon, sin cono
cer sus desdichas , se compadeció de
ellas ; le prestó algunos libros para
dar ocupacion á sus horas desocn-
padas ; y pasó en su compañía todo
el tiempo que sus quehaceres le de
jaban.
Habia en el convento de Santa
Elena treinta y seis religiosas , y
diez novicias. Entre estas últimas
fcabia una llamada Laura , caya
hermosa y sentimental fisonomía
atraía la atencion de Alfonso , siem
pre que ella llegaba á tomar agua
bendita. Si el hubiera conocido el
amor, hubiera echado de ver que
Laura le habia infundido una ve
hemente pasion. Desde que ella se
liabhv salido de la capilla , no aspi-
-91-
raba ya Alfonso mas que el momen
to de su regreso.
Hacia ya unos seis meses que Al
fonso era sacristan del convento; y un
día en que él platicaba familiarmen
te con el Padre Matias, se atrevió á
preguntarle quien era aquella jóven
novicia, cuya -hermosura le habia
hecho una tan fuerte impresion.
„¡ Ah ! desdichada! respondió el
santo varon, únicamente la señora
abadesa y yo conocemos la historia
de su nacimiento; pero , con arre
glo al porte de V. en esta comuni
dad , creo poder sin indiscrecion
dársela á conocer. Oiga V. „
Se inclinó Alfonso modestamen
te; y el buen Padre empezó asi:
„Hace ahora diez y siete afíos que
una noche , hacia el fin de diciem
bre ( haría mal/simo tiempo), un
golpecillo, repetido por tres veces,
Hamó á la tornera hácia la puerta
esterior del convento. Una voa dul
-92-
ce implora un refugio contra la
tempestad , y se supuso tener cone
xion con la senora abadesa , cuyo
nombre ella profirió. La tornera
abrid la puerta. Un mancebo ( á lo
menos ella lo creyó así) con vesti
do de peregrino , entró , apoyado
en un baston. La tornera volvió á
cerrar la puerta , y babiendo condu
cido al supuesto mancebo á la ha
bitacion de la abadesa , la descono
cida hubo proferido apénas estas pa
labras : ¡ Ah ! proteja V. á una des
dichada muger ! cuando cayó á loe
pies de la abadesa.
« Estenuada de cansancio , y arre
cida de frio la desconocida, estuvo
mucho tiempo sin volver en sí mis
ma. Le hicieron tomar un cordial,
que por ultimole restituyó el senti
do. Diversas lágrimas de gozo inunda
ron su rostro, luego que le hubo ase
gurado la abadesa que ella hahia
.hallado un refugio. Despues de ha-
ber tomado algun alimento, muy
débil todavía para poder esplicar el
misterio de su llegada y disfraz,
pidió licencia para retirarse á des
cansar.
„ Al siguiente dia se halló algo
recobrada de sus fatigas ; y rogó en
carecidamente á la abadesa que no
la entregara álos que pudieran ve
nir á preguntar por ella.
„ La abadesa la aseguró de toda
la proteccion de la iglesia ; y echan
do de ver que ella estaba todavía
débil y doliente , se abstuvo de ha
cerle pregunta ninguna.
„ Al cabo de algunos dias , estu
vo completamente restablecida; pe
ro una profunda melancolía, acom
pañada de delirio á veces , ofuscaba
su ánimo. Sin embargo comunicó de
sí misma á la señora abadesa , y á
mí, las causas de su sentimiento.
En lo sucesivo (porque ella gusta
ba de ocuparse en sus pesares ) es
-94-
cribió por sí misma su historia, y
me la entrego. Me fío en la discre
cion de V., porque estos secretos no
deben salir jamas del convento; y
voy á confiarle este manuscrito. Léa
le V. miéntras que voy á socorrer
con mis oraciones á sor Velina, que
está enferma de peligro. »
Alfonso prometió el secreto; y
despues de haber recibido el manus
crito de las manos del buen religio
so , se retiró á su cuarto.

HISTORIA DE LAURA.

„Mi nombre es Laura. Soy hi


ja dnica del conde Arieno , noble
Veneciano. Mi madre murió al dar
me la vida. Mi patrimonio era igual
á mi nacimiento. Desde que estu-
-95-
ve en edad de casarme , me vi cer
cada de una infinidad de adora
dores , sino de mi persona , de mis
riquezas i lo menos. La casualidad
me hizo encontrar al conde Federi
co de Cohenburgo , caballero sajon.
Si yo hiciera aquí á Vds. la discrip-
cion de su persona, no querrian
creer que haya existido nunca un
sugeto tan cumplido ; y basta decir
á V. que yo le hallaba tal.
„ Desde los principios me per
suadí de que mis atenciones para
con él no eran mas que un home-
nage tributado á su sobresaliente
mérito. Todas las mugerescon quie
nes me trataba yo entónces, me pare-'
cian usar de los mismos miramientos
con él. Pero ay de mí ! eché de ver
luego que idolatraba yo en aquel al
que las otras no hacian mas que
admirar.
„ ; Cuan amable es la infancia
del amor ! ¿ Como prever, en aque-
-96- .%
líos deleitosos momentos los acerbos
martirios que él nos prepara ? —¡Ad
verso encanto ! soyte deudora de
todas las desdichas de mi vida.
„ Un amor recíproco abrasaba
nuestros pechos. Escuchaba yo arro
bada á mi amante ; y ninguna cosa
puede igualar con sus enagena-
mientos . cuando le aseguraba yo
de una constancia y fidelidad eter
nas.
„ Un obstáculo , en el que rara
vez piensan los amantes , me cerra
ba absolutamente el camino que yo
creia deber conducirme á la cum
bre de la felicidad humana.
w ¿ Qué son las riquezas para un
corazon vivamente prendado ? Mi
querido Federico idolatraba en mí;
era en mi concepto el mas rico de
los hombres: pero mi padre, que
no valuaba el mérito mas que al pe
so del oro, me habia destinado al
conde 13iroff , uoble veneciano, cu
yos bienes eran inmensos, y que
ao habia vuelto entonces de sus
viages; y me mando que renuncia
ra de una pasion , que era mi vida.
Por lo mismo no hice esfuerzo nin
guno para superarla; y hubiera gus
tado mas yo mil veces de morir,
que de renunciar al amor de mi
Federico. Mi amante tuvo preci
sion de suspender sus visitas. Me
hizo mi padre la amenaza de encer
rarme en un convento, si le veia
todavía con migo. ¡ Qué tormentos
los de la ausencia! Sin embargo
la remota esperanza de poderme
entregar algun dia sin sujecion nin
guna al amor de mi querido Fede
rico, sostenía mi valor.
.^Conseguí al cabo darle una ci
ta en el jardin de mi tia. El gusto
de volverle á ver me hizo olvidar
bien presto todos mis pesares. Le
juré de nuevo una eterna fidelidad,
y conjuré á los cielos que me cas
7
tigaran, si en algun tiempo falta
ba yo á mi juramento de no perte
necer nunca mas que á él , y por
la vida.
„Poco tiempo despues de esta
conferencia, un dia en que yo es
taba sola en mi cuarto, reflexionan
do sobre mi triste suerte , é inun
dando con mis lágrimas una carta
del conde Federico, que me habia
llegado de oculto , entró mi padre,
y me participó la vuelta del conde
ByrofF. Dejo á imaginar á los pe
chos tiernos el dolor , con que el
mio fué oprimido á tan horrenda
nueva.
„No tenté inutiles representacio
nes , porque me constaba bien que
la sentencia era irrevocable y sin
apelacion.
„Vino i casa de mi padre, en
la noche de aquel mismo dia, el
novio que me estaba destinado. Me
pasaron aviso para bajar al salon.
-99-
Salid el conde Byroff á recibirme,
y me tomó de la mano. No levan
té los ojos , ni hubiera podido yo
soportar el encuentro de los de un
hombre . al que miraba como el
destructor de la felicidad de mi vi
da. Debo hacerle justicia sin em
bargo. No he conocido á hombre
ninguno , excepto uno solo , mas ca
paz de hacer dichosa á una muger.
Si él hubiera sido hermano mio, le
hubiera querido yo tiernamente ; y
aunque se me presentaba bajo un
odioso aspecto, tuve precision de
respetarle. Pero este afecto era muy
diferente del que él hubiera que
rido infundirme. Quejose con dul
zura y finura de mi frialdad , y lo
gré hacerme formar tan superior
concepto de su generosidad, que
formé , muchas veces , el proyecto
de revelarle el fatal secreto da
mi corazon , y de implorar su pie
dad. ¡ Cuantas desdichas se hubie-
-100-
ran evitado con esta declaracion !
No se hubiera cometido la execra
ble maldad.
„ Fijóse por último aquel dia te
mido por tanto tiempo. Me previ
nieron en la víspera, que al siguien
te dia por la mañana me conduci
ria el conde JByroff al altar. Fui
volando á echarme á las plantas
de mi padre, cuya piedad imploré
abrazándole las rodillas. Me esfor
cé á convencerle, por todos los me
dios imaginables, de su injusticia
y crueldad , le rogué con encareci
miento que no cerrara su pecho á
las súplicas de su hija única; y aun
me atreví á amenazarle con los re
mordimientos de su conciencia : pe
ro estaba sordo á cualquiera otra
voz que la del interes, y despues
de haberme desechado duramente
esclamd :
„ Obedece, d no eres ya bija mia.
„Me echd una terrible mirada,
-101-
y se salid del cuarto. Desde que es
tuve algo recobrada, tomé el bra
zo de mi doncella•, y fui á casa de
mi tia , en donde yo habia visto
ya á Federico. Esta tierna muger
no se asemejaba á su hermano. La
informé de todo. Se contristó mu
cho con mi desgracia ; pero hallán
dose enteramente bajo la depen
dencia de mi padre , no pudo ha
cer nada para impedirla. Le rogué
que enviara á buscar á Federico j
mi tia se sirvio consentir en ello ;
y pasé dos horas en una espera
mortal. Volvió en fin el mensage-
ro , y nos dijo que Federico no es
taba en Venecia, que habia dejado
aquella ciudad muchos dias hacia
con motivo de un negocio urgen
te; pero que se esperaba inmedia-
mente su vuelta.
„ Mi tia me prometio enviar en
la mañana dql siguiente dia , muy
de madrugada ,á saber si él estaba
-102-
de vuelta, y si lo estaba, hacer
decírmelo al punto.
„ Volvíme á casa de mi padre,
como un malhechor que sabiendo
que su suplicio es inevitable, se
deja arrastrar sin resistencia ha
cia él.
„ Al llegar, subí al punto i mi
cuarto; y me eché en la cama, en
que de nuevo di rienda suelta á
mis lágrimas. Mi doncella no pu
do verlas correr, sin derramarlas
ella tambien. Habia sido mi fiel
compañera desde la muerte de mi
madre, me tenia sumo apego; y
se esforzo' i consolarme, ¡ Inútiles
erfuerzos! ella no pudo mas que
recomendarme una resignacion im
posible , y presentarme la esperan-
ea de la intervencion de la Provi
dencia , que no debia serme acor
dada.
■* Cuando estuve mas sosegada,
empecé i deliberar sobre el parti
-105-
<3o que me restaba abrazar—¿Hui
ré de la casa paterna ? ¿Iré á
echarme en los brazos de Federi
co ? —Me recibira" él ciertamente
con alegria, con arrobamiento— Se
me repitio i menudo que los hom
bres son falsos , inconstantes y
crueles, y que desprecian en la ad
versidad á aquellos á quienes qui
sieron en la prosperidad—No, no,
Federico no es así. ¡Ah! no , que
promesas no me ha hecho ! ¡Cuan
tas veces me jurd una eterna fide
lidad! Sí, me echaré en sus brazos,
y me recibirá él con enagenamien-
to—; Pero si Federico fuera infiel,
y despreciara á Laura ! ¿ Qué mo
tivo ha podido tener para marchar
se en este momento? En mi delirio,
abrumé de cargos á mi amante, co
mo si él hubiera estado presente
y los hubiera merecido. Admiti
da una vez la idea de la infideli
dad de Federico , me puse mas so
—io4-
segada, y aun pensé con ménos
horror en mi proximo casamiento.
No pueden Vds. seguramente con
cebir una tan estraña y repentina
mudanza ; pero piensen en la vio
lenta posicion , en que yo me ha
llaba. Me veia en vísperas de ser
abandonada , maldecida de mi pa
dre , y aun quizas despreciada por
aquel al que lo hubiera sacrificado
yo todo. Con esto se asombrarán
Vds. menos de verme familiariza
da tan protamente con la idea de
unir mi suerte á la de un sugeto
que me era estimado.
„En el siguiente dia, mandó de
cirme mi tia que Federico no es
taba de vuelta.
„ Lo veo muy bien , esclamé,
me tiene olvidada. ¡ Ah ! cruel Fe
derico ! ¿ en donde están tus pro
mesas y juramente*?
t,En aquel momento «nírá mi
padre, y me mandó acompanar al
—105—
conde Byroff al altar. Olvidé todas
mis resoluciones; y me hubiera caí
do sin sentido á los pies de mi pa
dre, si la voz del conde Byroff no
me hubiera sacado de mi letargo.
Me cogió él una mano, que esta
ba trémula ; tomó la resistencia
que le opuse por una timidez vir
ginal , y trató de animarme con las
mas vivas protestas de rendimien
to y amor. Entramos juntos en la
capilla, y era yo su muger cuando
salí de ella.
„ Fijada una vez mi suerte, co
nocí mi corazon aliviado del cruel
tormento de la incertidumbre, y
resolví someterme de buena volun
tad á una sentencia en adelante irre
vocable.
Pasóse en regocijos el dia. Hice
por presentarme alegre ; y si el te
mor que yo tenia de mi padre for
zaba mis labios á sonreírse, el
amor que yo profesaba á Federico
hacia suspirar mi corazon.
-106-
„ Recibí de mis parientes, en
aquel dia, una multitud de pre
sentes ; el conde Byroff me did
diamantes de un inestimable va
lor; y hasta la mano escatimosa de
mi padre se abrid; pues me hizo
dádiva de un magnifico collar de
perlas , el único adorno que poseo
todavía; y le conservo preciosa
mente , á pesar de sus injusticias
y barbarie , en memoria del que
me le dió.
„ Ninguna muger pasó nunca el
primer dia de sus bodas mas tris
temente que yo. Cuando la noche
llego' á poner un término á los rui
dosos placeres , y me permitid en
tregarme á mis reflexiones , conocí
qne mi amor á Federico estaba
mas arraigado que nunca en mi
corazon.
„ Durante la mañana del si
guiente dia, recibí la visita de mi
buena tía. Le pregunté diligente

£ ^
-107-
por Federico— No estaba de vuelta
todavía.
„ A pesar de todos mis esfuerzos
para presentarme alegre , iban pin»
tadas mis inquietudes y pesadum
bre en mi rostro. £1 conde Byroff
buscaba cuantos medios le parecian
propios para divertirme. Mi padre,
que conocia muy bien la causa de
mi melancolía , se aprovechó de- la
primera ocasion para amenazarme
con su ira , si yo continuaba dando
abrigo auna culpable pasion en mi
pecho.
„ Un mes despues de mi casa
miento, me notició mi tía que ha
biendo vuelto por ultimo Federico,
se habia enfurecido al saber la fatal
ntieva. Dichosamente mi padre es
taba ausente. Al punto fui volan
do á casa de mi tia, en donde vol
ví i ver á mi único amor. ¡ Pero,
triste de mí ! nunca dos fíeles aman
tes , al hacerse una eterna despedí-
-108-
da para sepultarse dentro de las pa
redes de un convento, derramaron
mas lagrimas. Rogué á mi querido
Federico que me perdonara la ac
cion, á que las amenazas de un bár
baro padre me habian precisado.
Supliquéle con encarecimiento que
se compadeciera de mí , y me ama
ra siempre. Sí, le amaba yo siem
pre , y siempre quise ser amada de
él. No interpreten Vds, mal mis
palabras , ni piensen que yo tenga
que llorar hoy dia nua culpa. No,
Dios es testigo de que , en medio
de todas las desdichas de mi vida,
me quedd siempre el dulce consue
lo que una conciencia pura propor
ciona.
„ Ah ! Federico , si desde el cie
lo en que tú habitas ahora, te dig
nas echar una mirada sobre la fiel
Laura , fiel hasta en los brazos de
la muerte, certifica hoy dia mi i no*
cencia. Abrasado mi pecho , sábes
-109-
lo tú, con todos los fuegos del amoiVi
ba permanecido tan fiel á la virtud
como á tí mismo. , i
„ Continué , por espacio de algun
tiempo , viendo casi diariamente á
Federico en casa de mi tia. Una
circunstancia , de poca monta por
sí misma me dió á conocer que
nuestras citas estaban descubiertas.
No siéndome ya posible ir allá, me
apresuré á escribirle los motivos de
mi ausencia. Empezamos entonces
una correspondencia diaria, que sir
vió de consuelo á la desgracia de
no vernos ya. Un fiel criado de mi
tia tomaba mis cartas, y me entre
gaba las de mi querido Federico.
„ Quince dias despues de empe
zada esta correspondencia, supe que
mi padre y marido se disponían á
hacer un corto viage, y no debian
volver mas que despues de dos dias.
En la mañana del dia en que el
conde Byroff me participó su par
-118-
tida , envié por el conducto de nues
tro fiel mensagero, una carta á Fede
rico, para informarle que la ausen
cia de mi padre y marido me de
jaria libertad para verle por la no
che en casa de mi tia.
„Por la tarde, mi padre y el
conde Byroff se despidieron de mí;
y habiendo montado á caballo, par
tieron. Dos horas despues de su par
tida, pasé á casa de mi tia. Quedó
pasmada de verme; y le espliqué
todo. Dióme ella mil parabienes
por la satisfaccion de que yo iba á
gozar en ver otra vez á mi amante;
j mandó llamar al criado, para
preguntarle si habia hallado á Fe
derico en su casa; pero nuestro men
sagero no estaba de vuelta todavía.
«Pasamos tres horas esperando
con las mas vivas zozobras , y no
parecieron Federico ni el criado.
Cuanto pude imaginar para aquie
tarme algo , fué que mi amante uo
-111-
estaba en su casa, y que andaba
ea busca suya el mensagero. Salí
bien presto de mi* incertidumbies.
¡ Ah ! figúrense Vds. mi asombro y
terror! Oímos subir la escalera, fué
volando mi tia á abrir la puerta,
y ví entrar á mi padre ! Di un fot-
tísimo grito , y me caí sin sentido
i los pies de mi tia. Cuando volví
en mí, me bailé en mi cama.
„ i Ah ! Federico , estás pues pen
dido para siempre!,, esclamé" —Poi
que la primera idea que me ocur
rió , fué que la espada del conde
Byroff habia atravesado el pecho
de mi desgraciado amante. Esto no
era mas que muy cierto. Mi ma
rido estaba sentado junto á mi ca
ma. Échéle en cara su crueldad con
los términos mas estravagantes que
mi dolor pudo sugerirme ; le referí
toda la historia de mi amor; y des-
Sues de haber derramado un mar
e lágrimas, le abrumé con nuevos
«herimientos.
-1*2-
„ Tu padre , me dijo, me ha ins
truido de que mantenías trato con
un caballero estrangero. He dese
chado al principio semejante idea;
pero habiendo insistido tu padre,
he consentido en facilitarle los me
dios de llegar al descubrimiento de
la verdad. Hemos pretestado un
viage , creyendo que durante este
tiempo no dejarias de hacer venir
al conde Federico á casa de tu pa
dre. Pero tu padre mismo , en la
mañana del dia de nuestra supues
ta partida , detuvo á tu mensagero,
y le arranca tu carta dirigida al
conde , por la que le convidabas i
ir por la noche á casa de tu tia.
Hemos encerrado á este criado, y
hecho entregar tu carta al sugeto á
quien iba dirigida. Le hemos es
perado despues en nna callejuela
obscura , por la que le era nece
sario pasar para ir á casa de tu tia;
y le he dado punaladas. „
-115-
„ Solo Dios sabe lo que sufri ya
durante esta horrenda relacion ; y
debo bendecirle por haberme pri
vado en aquel momento de la fa-.
cuitad de hablar; sin ello, con ini
furor hubiera maldecido yo de mi
padre.
„E1 conde Byroff me rogó en
carecidamente que me serenara; me
representó lo inútil de mi senti
miento, supuesto que el golpe fa
tal , de que él mismo estaba pesa
roso , se había descargado ya ; me
recordd la resignacion de que yo
era deudora á mi padre ; y me pu
so á la vista la indeleble ignominia
de que mi conducta se cubriria , si
llegaba á noticia de las gentes. No
hice atencion ninguna á cuanto me
decia mi marido; y cuanto salia de
la boca del asesino de mi Federico,
me horrorizaba. En aquel horro
roso momento, hubiera desprecia
do yo las palabras de un ángel, si
8
-114-
ellas hubieran carecido de la vir
tud de volver la vida á mi amante.
„ Rehusé todo alimento. El con
de Byroff empezó á temer por mi
salud ; de nuevo me suplico enca
recidamente que me resignara con
mi suerte , que ninguna cosa podía
mudar; hízome las mas solemnes
protestas de su amor ; me rogó que
le perdonara, y le dijera lo que él
podia hacer para aliviar mis pe
sares. -1
„ Guardé silencio , y el conde
Biroffse marcho de mi cuarto. Apé
nas se habia salido, cuando mandé
á mi fiel criada que fuera inme
diatamente á informar á mi padre
y marido , que habia caido yo en
un profundo sueúo , y advertirles
que no entraran en mi habitacion,
de miedo de turbar ua reposo que
me era tan necesario. A su vuelta
me halló vestida con una ropa sen
cillísima, y encubierta . k figura
-115-
con un velo largo y espeso. Le re
comendé el secreto , y me salí de
casa sin ser vista. Eran las nueve
de la noche poco mas ó menos Fui
al arrabal de Venecia , mas próxi
mo á la casa de mi padre. Eistréen
una calle muy angosta, en que yo
esperaba encontrar á algun ropero.
La recorrí, y descubrí al cabo lo
que yo buscaba. Vi que no babia
ninguno en la tienda, i escepcion
de una vieja. Díjcle en mala geri«
gonza, mezclada de frances, que
yo iba á Loretó , y le pedí un ves
tido de peregrino. Me enseñó ella
muchos. Compra uno de ellos , co
mo tambien un baston y calabaza.
Habiendo atado bien mi paquetillo,
dejé la ropería , regocijándome in
teriormente de que la vieja se ha
bía ocupado en elogiarme su géne
ro, y que ella no habia hecho re
paro ninguno en mí. Halléme den
tro de algunos minutos fuera de la
ciudad , y en el camino real.
-116 ,
'„ Dichosamente para mí, aca
baba de salir la luna , y ella me
enseñaba el eamino. Habiendo lle
gado á 'úriá medra legua de la ciu
dad,^ ho; viendo a ninguno en: el
camino, me aventure' á cambiar mi
vestido con el> de peregrino. Arro
jé en una zanjalas ropaS- deque yo
me habia mudado; y dirigí mis pa
sos hacia este convento del que ha
bla oído hablar frecuentemente &-
mi buena tiá, y en el que estoy
resuelta; si se sirven permitirmelo,
á 'terminar mis días.'
1 „ Con el favor dte mi trage , vía
se sin otro inconveniente que eldel'
cansancio; pero los benéficos cui
dados de Vds. me restituyeron lue
go al feliz estado , en que estoy hoy
día. ¡Quiera Dios remunerarla hn-
manidad y buena voluntad que 'Vas.
me han mostrado ! „
CC£©
— 117—
Esta historia esplicaba á Alfon
so una parte de la misteriosa con
ducta de su tio. El conde Federico
Labia sido el amante correspondi
do de la sobrina de su querido y
respetable amigo Arieno. Ella le ha-
bia tenido por muerto ¿ y habia vi
vido separada del siglo, llorando su
pérdida. ,
„ ¡Desgraciada muger! esclamd
él. Un ángel hubiera debido ins
truirla de la verdad. La pérdida
de esta hechicera muger era segura
mente la causa de la profunda me
lancolía de mi tio - Así esto no es-
plica todavía, el espantoso misterio,
que me alejó del palacio de mis pa
dres. „
Quedóse embebido por algunas
instantes en estos pensamientos; des
pues de lo cual se volvió al cuarto
dd Padre Matías.
,, i bien., le dijo el santo varon,
veo la conmocion de V. ; y su sen
•-• '

— 120-
guno de su familia que ella habia
tenido una hija venia á reclamar
la , se la entregaran ; pero que en
el caso contrario, debia tomar ella
el velo á los diez y ocho años. „
„ ¿ Qué edad tiene Laura ? „
„ Diez y siete anos y cuatro me
ses. Creo que su padre y el conde
Arieno ignoran absolutamente la
existencia de este ángel. _ Su ma
dre , ántes de morir , la instruyó por
sí misma en todas las circunstan
cias de su historia. Los colores ba
jo los que sus mas próximos pa
rientes se le han representado , no
le infunden deseos de entrar en un
mundo que ella no conoce , y del
que ha oido hablar en términos tan
poco seductivos. Se halla muy di
chosa aquí, y está resuelta á tomar
el velo. „ .
Alfonso suspiró. Sus ojos cayeron
jsobre'íel relox de arena, quelead-
tfirtití para ir á tobair la campan»
de la noche.
-121-
* '«^ j " - . * *

'- :' . . ¡ ' - r -r .-i

CAPITULO V.

„ ¡Dichosos ornantes ! Adornados


con las mismas virtudes, dolado» de
las mismas gracias, solo su sexo los
distinguía. Amalia es la frescura de
la flor de la mañana , y Celadon ti
brillo del sol en su mediodia. „
Thompsos.

1 .---• - .;,;-. i
- Alfonso no se ocupaba ya masqose
en Laura. Se sentía todos los días
mas apasionado á ella; empezó sos
pechar la .naturaleza de sus afectós
relativos á la doncella , y i desear
sacarla de. la obscuridad dial claus
tro. Hubiera querido ciertamente
-122-
poder instruir á Laura del amor
que ella le había infundido. Lo es
taba vedada toda comunicacion con
las religiosas y novicias, á escep-
cion de la ahadesa y la anciana Pe
rilla. ¿Como hacerla noticiosa pues
de sus afectos ? ¿Como mas parti
cularmente asegurarse de que Lau
ra tomaba parte en ellos?
Resolvió clavar sus ojos en los
de la doncella , siempre que ella
entrara en la iglesia.
La primera vez que Alfonso hi
zo esta prueba, no pudo sostener
Laura la penetrante mirada de sus
hermosos ojos negros , sin sonro
searse. Bajó ella los suyos hacia el
snelo, y se adelantó pausadamen
te hacia el coro.
Alfonso no conocía el amor j ni
sabia distinguir entre la temidez y
el descontento.
Repitió él á menudo su esperien-
cia , la cual produjo á vece» el mis
-123-
mo efecto que la primera ; y con
mas frecuencia. Laura no alzaba
los ojos mas arriba que el vaso sa
grado, y los llevaba otra vez in
mediatamente hácia la tierra.
„ ¡No ! esclamd él , Laura no to
ma parte en mis afectos. Ella no
puede dudar de mi amor ; y le ve
con indiferencia ¡ Desdichado Al
fonso ! ,,
Resolvía entonces no clavar los
ojos en Laura la primera vez que
ella entrara en la capilla. Solto'se-
le un abogado suspiro á su pecho ;
al que correspondió Laura con otro,
que , oído de Alfonso, resonó en su
pecbo.
Se aventuró á clavar todavía una
vez los ojos en Laura } y creyó ver
ípre hn amable rubor coloreaba suk
mejillas, y qne una dulée sdrJrjsft
hermoseaba sus facciones^
„ Conoee ella mi amor , y no eé
insensible á él. j Ofélicidad 1 „
-124-
> El: aroorpasa en u»: instante del
temor á la esperanza,,;-,! ,•--, •;- ; .,,
- Mira Alfonso luego de, hito en
hito.\á Laura sin' inqoietüd. Se des^
vaneció: la ttraid,a desconfianza de
la? doncel la, y ihacja ella misma por
.encontrar los. ojos del mancebo. ,
Ocurriolo^ entonces en la mente
iin nuevo modo da conversar con
Laura. Escribió la carta mas tier
na que el amor haya dictado ; y al
tiempo de alargar ella ,ei dedo pa
ra tomar, el agua bendita, metióle
Alfonso su carta en la mano, sin
que le vjerant ' ..-.-.. ,:, ,.,
¡i Se ;pasarorj, dos días enteros en
los martirios de la incertidumbrq.
En el tercero v asi, oficio de la noche,
fe puso Laura. ,$n la. mano, ha bjr
Hete, concebido, pon el tenor
pigiuente..t!1;[, ;,a1| .
„ ; Ah ! Alfonso , la declarc'io^
de (V.. .¿no. kft, iluminado .sobre el
estado real; deoii corazon._Sea Vj,
-125-
discreto y prudente No me escri
ba V. mas Nos observan. „
- Alfonso se halló, por la prime
ra vez, perfectamente dichoso. Pe
ro estos momentos de entusiasmo
son cortos, y el tiempo acarrealas
reflexiones. Temio en breve Alfoso
no poder unirse jamas con Laura.
- Asaltó de allí á cinco meses, una
grave enfermedad á la 'abadesa ; y
el Padre Matias , que á un mismo
tiempo era confesor y médico del
convento , no se apartó ni siquiera
un instante del lecho de la pacien
te. Se la llevo la muerte en breves
dias, con un sentimiento general ele
toda la comunidad ; y Laura parti
cularmente , para quien la abadesa
habia hecho las veces de segunda
madre, se contristó sobremanera
con su perdida.
Se depositó su cuerpo en un fe"re-
tro, que fué colocado al pie de las
gradas del altar. Durante una no
-126-
vena se celebráron tres misas por
dia, para el reposo de su alma; y tres
religiosas , con una novicia , velaron
alternativamente cerca del féretro.
Teniendo Alfonso por propicia
la ocasion para entregar una segun
da carta á Laura , escribid una en
la que le participaba que él era so
brino del conde Federico , tan tier
namente amado de su madre , y
la rogaba encarecidamente al mis
mo tiempo que se huyera con él
del convento i la primera ocasion
favorable.
En la noche del cuarto dia que
se siguió á la muerte de la abadesa,
volvia Laura de velar cerca del fé
retro , al tiempo que Alfonso iba
á entrar en la iglesia. Siguió ella á
las religiosas. Habian dado estas
vuelta al ángulo de la puerta de la
iglesia , y Laura estaba en el cor
redor, cuando la encontró Alfoeso.
Miró el mancebo por todas paros ;
I -127-
viendo que no le obserbavan, toma
le ala doncella una mano, que él
beso y le entregó su carta Todo
ello fué obra de un instante.
Se celebraron en el noveno dia
las exequias de la abadesa con to
da la pompa del culto católico. El
Padre Matias, las religiosas y no
vicias pasaron la noche orando en
la iglesia. Llegó por último el sol
á advertirles que se retiraran. Can
sadas en estremo las religiosas , se
encaminaron diligentes hacia sus
celdas; y Laura se compuso de
modo que saliera la última. Dejó
ella caer un papelillo, que Alfonso
corrio" volando á recoger, y le ocul
tó en su seno. Era su contenido el
siguiente :
„Esplíqueme V. á donde quiere
ir.,,
Alfonso leyó este billete , le be
sé, leyóle otra vez, y le desgarró.
Incierto sobre si él debia escri
-128-
bir á Laura para instruirla de to
das las particularidades de su des
graciada historia, o unicamente apu
rarla para huir con él del conven
to , se determino' á confiarlo todo
al Padre Matias.
Esperó, con impaciencia, aquel
momento en que se prometia ha
llar solo al santo varon. Entró en su
cuarto, y le insinuo temblando que
tenia que hacerle ana importante
confidencia. El buen religioso pro
metió guardar secreto; le refirió
Alfonso entonces todos los sucesos
de su vida ; y luego que hubo aca
bado esta larga narracion , añadio :
„ ¿ Puede V. ahora, buen Padre,
esplicar este horrible misterio?,,
El santo varon permaneció en
golfado en la meditacion por algun
tiempo; alzando despues los ojos
sobre Alfonso , y á continuacion de
haberse persignado, dijo ;
,, ¡ No quiera Dios que yo atuse
-129-
injustaniente á ninguno! Lo. que
voy i decir, no es mas que una
mera conjetura: rindiéndose su ma
dre de V. al sentimiento, habia
abrazado la funesta resolucion de
libertarse de él por medio de un
suicidio.,,
Alfonso se estremeció á esta idea ;
y tras un momento de silencio,
dijo :
„ Pero , Padre , su ensangrenta
da mano...!!! „
Otro momento silencioso. El re
ligioso respondió :
„ En su delirio , se habia heri
do en la mano con el instrumento
que ella destinaba para su destruc
cion. „
„ Pero , ¿ á que fin mandarme
huir léjos de ella ? ,,
„ No Cabe duda ninguna en que
ella conoció ciertamente la ignomi
nia que una tan culpable accion
imprimiria á su nombre ; y temió
9
-130-
que la misma recayera sobre su
inocente hijo . „
„¿Cree V. que la misma causa
la haya movido á acusar á mi tio,
y á retractarse casi inmediata
mente ? „
1, Creolo. „
,Pero, Padre, ¿porque dejd mi
tío el palacio de Gohenburgo?,,
„ La memoria de los que en él
habian habitado , hubiera hecho
insorportable su mansion para ese
hombre sensible; y prefirió conti
nuar habitando en su casa. „
„ Pero ¿ porqué no hizo diligen
cia ninguna para saber mi para
dero ? „
„ ¿No puede haber hecho algu
nas , que no han llegado á noticia
de V. ? ,,
„Las conjeturas de V. Padre,
son muy verisímiles. Pesa V. to
das las circunstancias , y conoce á
los honbres. Es quizas la verdad;
-131-
pero un corazon , importunado co
mo lo ha estado el mio,aecesita de
certeza. „
„ El lograrla será dificultuoso.,
„ Encerrado dentro de estas pa
redes, confiésolo. „
„¿ Desea V. dejarlas?,,
El silencio de Alfonso respondió
afirmativamente por él.
„Su madre de V. le prohibid vol
ver á ver á su tio. Le está vedado
á V. el palacio de Cohenburgo...,,
„Pero el obrar contra unas ór
denes dadas en el ^delirio , intee-
rumpiá Alfonso, no es seguramen
te desobedecer i mi madre. ,,
„ Olvida V. , Alfonso, que la es-
plicacion de la conducta de su ma
dre de V. no puede ser ma3 que
una conjetura. Acaba V. mismo de
decírmelo , y con razon. „
Alfonso conoció lo adecuado de
este reparo. Corrieron las lágrimas
ds sus ojos, y esclamd:
-132-
„ ¡ Ah ! Padre! únicamente la es-
plicacion de este misterio puede
volverme la paz Soy indigno del
santo misterio, que se confió á -mi
cuidado ; y mi alma se traslada de
continuo á lo esterior de esta co
munidad. „
„ No puede V. contar con noti
cias ciertas , mas que visitando al
palacio j y aun quizas con ello- no
producirán sus molestias fruto nin
guno. „
„No tengo ánimo de volver- al
palacio; y únicamente desearia yo
volver al mundo; porque la posibili
dad de llegar á saber lo que ape
tezco tan ardientemente, alimenta
rá mis esperanzas, que se hallan
sepultadas aquí en que ninguna
idea consolante alivia mi corazon. „
„¿ A donde irá V. ?
„ Estoy resuelto á bacerme pes
ca dor en las orillas del Inn.„
„ La soledad absoluta, y un tra-
-133-
bajo penoso le harán á V. echar
menos en breve e\ dichoso estado
que quiere dejar. „
„ Conozco que he nacido por la
sociedad , no solamente para vivir
con hombres, sino tambien para
gozar de todos los consnelos que
únicamente una criatura de otro se
xo puede darnos. „
., Haga V. bien atencion á su
eleccion. .,
„ Desearia yo que V. la apro
bara. ,.
,, ¿ Pero podria yo hacerlo ? se
parado del siglo, como lo estoy... „
„ Conoce V. íntimamente á aque
lla en quien idolatro. „
„ ¡ O oprobio ! ¿ habria sido ca
paz V. , alimentado en este con
vento, de infringir sus sagradas
leyes? „ ¡
„ Laura Biroff no está ligada to-
todavía con esas leyes. „ , t
„¿Le habria hablado Y. en algun
tiempo? „
-154-
,, En ninguno. „
„ ¿ No sabe V. pues si ella toma
parte en sus afectos?,,
„ Viva V. seguro de que la to
ma. „
„ P rometí á su madre moribunda
el no entregarla mas que en ma
nos de un cercano pariente su
yo. „ >
„ ¿No querria V. pues entregar
la en las mias?
„No le unen á V. con ella los
vínculos de la sangre. „
„Está en poder de V. el unir
me á ella con mas estrechos vín
culos. „
„ Esplíquese V. „
„ Hágame V. esposo suyo, está
cumplida su promesa, y soy el mas
afortunado de los mortales. „
El Padre Matías estuvo sin res
ponder por algun tiempo ; y re
puso : •>
t) ¿ Que dirá el siglo , si en algun
-155-
tiempo llega á su noticia que los
dos descendientes de las nobles fa
milias de Vds. viven en el humil
de y deshonroso estado, de que aca
ba V. de hablar ? „
„ ¡. Ah ! Padre mio ! ¿ de qué va
lor puede ser la opinion del siglo en
el concepto de aquellos á quienes
el siglo maltrató en tanto grado ?♦
Estoy bien convencido de que la
felicidad no es una exclusiva he
rencia de la grandeza y opulen
cia. „
„ Sin duda que no. El amor par
ticularmente es mas dichoso en las
cabanas que en las moradas regias.,,
El Padre Matías se detuvo de
nuevo por un instante, y añadid
despues :
„¿Ha instruido V. á Laura?
¿Sabe ella quien es V.?
„ No Señor. „
„ Dígaselo V.
«¿Pero como, Padie? Déme
-135-
V. pues los medios para ello.»
« Esta noche , la llevaré á su
cuarto de V. Si ella consiente en
participar de la suerte de V. ( y
rogaré al cielo que le inspire el
partido que ella debe tomar para
su dicha ) , no trataré de separar
á los que él ha unido. Pero si ella
niega seguir á V., le haré tomar
inmediamente el velo. Me intere
so con sumo empeño en su suerte,
y en la de V. ; quiero terminar
este negocio; y es preciso absolu
tamente que esté concluido , de un
modo ú otro ántes de la instalacion
de nuestra nueva abadesa. »
Besó Alfonso la mano del re
ligioso que le hizo seíía que le de
jara solo.
Luego que se hubo acabado el
oficio de la noche , y que perilla sa
hubo acostado , fué callandito el
Padre Matías á la celda de Lau
ra. Dijo á esta que le siguiera, Es
~~ -137-
taba ella leyendo ; puso su libro
en la mesa; tomó la luz; y baján
dose el velo , se fué tras el reli
gioso. El buen Padre se paró á la
puerta del cuarto de Alfonso, é hi
zo seria á Laura para que entra
ra en él. Obedeció la donce
lla , á cuyas plantas se hallo en
ménos de un segundo Alfonso.
La alegría y sorpresa hicieron
creer á Laura por un instante, que
lo que ella estaba viendo era un
sueno.
Alfonso, por su parte , contem
plaba con un silencioso arroba
miento el objeto de su amor. Pero
hizo en breve memoria de que de
bía aprovecharse de los cortos ins
tantes que 6e le concedian , para
comunicar á Laura cuanto era in
dispensable poner en noticia suya.
Por consiguiente, empezó infor
mándola de las favorables dispo
siciones del Padre Matías. Le refi
-158-
rió despues los terribles sucesos
que le habian precisado á buscaí
un asilo en el convento de Santa
Helena; y le dió parte, última
mente, del plan que el habia for
mado para su recíproca dicha, si
ella quería consentir en participar
de su suerte.
Laura se avergonzó ; y no pu
do articular en los principios ni si
quiera una palabra. Alfonso insis
tió ; el tiempo urgía; la posibili
dad de una eterna separacion la ha
cia estremecerse; y profiriéron al
cabo sus labios un consentimiento,
que sus ojos tenían acordado ya.
El dichoso Alfonso sello con un
beso la promesa sagrada.
Entró de allí á un instante el
Padre Matías , para advertirles que
6e acercaba media noche ; y leyó
en los ojos de Alfonso el resultado
de su conversacion.
Se volvió Laura á so celda , pro-
-159-
metiendo ir en la mañana del si
guiente dia al cnarto del buen re
ligioso ; y Alfonso se marcho á
prepararlo todo para el oficio de la
noche.
Pasáron esta noche alfonso y
Laura pensando en la felicidad que
los aguardaba.
Fué Laura , habiendo llegado la
hora convenida, al cuarto del Pa
dre Matías. Recibid este su con
fesion. El alma de la doncella era
pura, su casto amor á Alfonso, que
en pecho abrigaba mucho tiempo
hacia , no podia ser una culpa an
te el padre de las misericordias. El
eanto interprete de Dios le Ideo
presentes todas las vicisitudes de
la fortuna , á que los buenos y los
malos están igualmente espuestos
en el mundo, en el que ella esta
ba para entrar , la alentó á sopor
tar con valor las pruebas á que to
dos los mortales están mas ó mé-
*.V i.s^u^ una i
-140-
nos sujetos; y últimamente , la ro
gó encarecidamente que examina
rá de nuevo su corazon , á fin de
no tener que árrepentirse en algun
dia, pero muy tarde, de una de
terminacion, de la que no seria
ya posible desistirse.
Consultó Laura de nuevo con su
corazon, y le halló inalterable.
El buen religioso habia conver
sado ya con Alfonso sobre la mis
ma materia; y le habia encontra
do invariablemente resuelto á arros
trar otra vez con todas las tormentas
de la vida humana.
El santo varon se levantó , y fué
en busca de Alfonso. Ambos vol
vieron luego juntos.
Exhortó de nuevo el Padre Ma
tías á uno y otro amante á hacer
bien sus reflexiones.
«} Es por la vida! hijos mios, lea
dijo , lo han oido Vds. ! Saben lo
que es un empeño que no debe
acabar mas que coa V. f
Estas ideas, tan espantosas pa
ra el hombre indiferente, son el
consuelo y embeleso de las almas
realmente prendadas.
Se encontraron los ojos de Al
fonso y Laura. La última se son
rió; y el dichoso Alfonso tuvo, va
lor para responder entónces por
ambos :
« Estamos determinados. >
El indisoluble nudo fué apre
tado.
« Que la gracia de Dios sobre
salga en Vds., hijos mios ! eselamá
el buen religioso. »
Alfonso abrazó á su esposa, que
lloraba de alegría.
« Mañana , al amanecer, saldrán
Vds. de esta comunidad, dijo el
Padre Matías. Ahora retírese cada
uno de Vds. en su cuarto , y re
coja cuanto desea llevarse consigo.»
Obedeciéron.
En el curso del dia, informó el
-142-
confesor á las religiosas de que
Laura debia dejar en el siguiente
dia el convento ; y se despidieron
ellas tiernamente de esta.
« Partirá ella muy de madruga
da, dijo el santo varon. Padecere
mos una pérdida doble; pues de
seando nuestro jóven sacristan vol
ver al siglo , debe dejarnos tam
bien en el mismo dia. „
Pasmada Perilla de saber que
Alfonso estaba descontento con su
estado , le dijo : „ Que le costaría
mucho trabajo el hallar otro tan
agradable. „ Le diá la tornera al
gunas lecciones para su bien , á lo
menos así lo dijo ella misma, y se
consoló con la esperanza de que
sería mas comunicativo su sucesor.
En la mañana del siguiente dia,
luego que se hubiéron cantado los
maitines, entrado las religiosas en
sus celdas, y ocupad* Perilla en
limpiar la iglesia, pasó el Padre
-145-
Matías al cuarto de Laura. Se re
vistió ella por orden del religioso
coa el trage de peregrino , en el
que su madre habia llegado al con
vento. La condujo él despues al
patio mayor, en donde estaba es
perándolos el impaciente Alfonso,
„ Acepte V. este escaso testimo
nio de mi afecto, les dijo el buen
anciano presentándoles una bolsi-
11a ; pues este oro puede servirles
á Vds., y no puede serme útil de
modo ninguno á mí. „
Besaron ámbos la mano que él
les alarga. El religioso les echó su
bendicion, y ayudado de Alfonso,
levantó con mano trémula las dis
formes barras de hierro que defen
dían la puerta. Al atravesarla Lau
ra por la primera vez , no pudo
contener sus lágrimas. Alfonso es-
clamó,
„ A Dios , ó el mejor de los
hombres ; á Dios mi respetable
amigo. ,.
-M4-

CAPITULO VL
i i- . - . '. ';. •.;;.. •, '. .- --- '
-- i . ,..-•-! "i.-.-.- *• - - v -

l En donde está el malrado ? Vea yo


•us ojos , á fia de que si en algun tiempo
encuentro á un hombre que se le parezca,
pneda huir de éí.
SHAKESPEARE.

Aboyada Laura sobre el brazo


de Alfonso , despues de una hora
de marcha, llegó á Inspruck. De
seosa de evitar las preguntas de
los que eiharan de ver que ella
entraba por la primera vez en el
mundo, ocultó prudentemente la
sorpresa que causaban en su áni-
;tno los nuevos espectáculos, de
que babia estado absolutamente
agena has entónces.
-145-
Nuestros viageros, despues de
un breve descanso , se volvieron á
poner en camino. Llegaron , á la
una de la tarde , á un parage en
que Alfonso estaba resuelto á fijar
su residencia. Una ruin posada los
albergó durante la noche. En la
mañana del siguiente dia, fué Al
fonso á ver al propietario de las
casas, ó cabanas por mejor decir,
que coronan en aquel sitio las már
genes del Inn. Alquild la mas có
moda de las que estaban vacantes;
compró el derecho de ejercer el
penoso oficio á que se habia desti
nado ; y se proveyó de todos los
necesarios instrumentos.
Se manifestó propicia la fortu
na con sus esfuerzos. Su Laura era
el embeleso de las horas , durante
las que él descansaba de sus tra
bajosos afanes. Gozaba él de toda
la dicha de que el misterio, que
le habia reducido á vivir con el
10
-H6-
trabajo de sus manos, le permitia
disfrutar. Retirados Alfonso y Lau
ra del mundo, no poseyendo ri
quezas ni ninguna de aquellas va
nidades que. los hombres codician
tanto , se lisonjearon con la espe
ranza de vivir exentos de cuidados
y zozobras. Pero debian esperi-
mentar bien presto la instabilidad
de la felicidad humana , aun en las
mas humildes condiciones.
El dueño de la posesion , sobre
que estaba situada la habitacion de
Alfonso ; se llamaba el baron de
Smaldart. Era viudo. Su muger
Jiabia muerto de parto. El hijo no
había sobrevivido á la madre. Era
un hombre benéfico, hospitalario,
y de genio sumamente blando.
Su hermana única se habia ca
cado• con el caballero de Aignon,
hidalgo borguiñon, que se habia
muerto al caer de un caballo, po
co tiempo despues de la muerte de
-147-
la baronesa de Smaldart. Desde cu
yo tiempo , la viuda de Aignon ha
bía vivido siempre con su her
mano.
En la ¿poca de que estamos ha
blando , Teodoro , el hijo único del
caballero de Aignon, Labia cum
plido sus veinte anos. Le habian
enviado á Francia para acabar su
educacion. Debia volver luego al
palacio de Smaldart. Su madre es
peraba su vuelta con todo el ardor
de una ciega ternura. Pero ella no
debia volver á ver á su hijo. Se
hallaba ligeramente indispuesta, ha
cia ya algun tiempo ; y pocos dias
antes del regreso de Teodoro i
Alemania, la hallaron muerta en
su cama.
Esta pérdida contristó acerba
mente al baron; porque desde la
muerte de su muger, su hermana
habia sido su constante y bien
amada companera.
-Í4S-
Bien pronta, despues de este
adverso acaecimiento llegó Teodo
ro al palacio de Snuldart. Pero
qué mudanza habian producido
cinco arlos en él ! En su infancia,
*e le habian servido los pensamien-
tor por la estrema indulgencia de
un tio y madre que idolatraban en
Teodoro. Sin embargo, antes que
él dejara la Alemania , eran senci
llos y sin afectacion sus modales;
era modesto ; y ningun hábito vi
cioso habia manchado su alma.
Ahora se habia hecho altanero,
impetuoso, lleno de confianza en
sí mismo y en sus opiniones. La
crecida pension que su madre le
hacia, le habia proporcionado los
medios de pasar en la disipacion y
diversiones el tiempo destinado á
la perfeccion de su educacion. Ni
siquiera por un instante habia pen
sado en instruirse. Se hallaba sin
embargo muy remoto de sospechar
toda su ignorancia, pues se habia
ligado con gentes muy ocupadas
en sus propios intereses, para no
deferir en cualquiera ocasion á sus
opiniones.
Se habia lisonjeado el baron de
que la compañía de su sobrino le
consolaria , y le resarciria , en al
gun modo, de las crueles pérdidas
que él habia esperimentado. Con
taba con hallar lo agradable y iltil
en la conversacion de un joven,
cuyo entendimiento él creia ador
nado con todos los conocimientos,
y esperaba ir con su sociedad en
busca de todas las distracciones y
recreos, á que sus exhorbitantes
riquezas le permitían entregarse.
¡ Cuan cruelmente burladas , ay
de mí ! quedaron sus esperanzas !
No consistía la conversacion de
Teodoro mas que en la relacion de
vergonzosas fechorías , de que él
se representaba siempre como el
-150-
principal autor. La única recrea
cion que él hallaba en la caza, era
la de poder asolar las tierras de
los que , estando bajo la depen
dencia de su tio , no se atrevían i
reclamar contra él la autoridad de
las leyes. En una palabra, si Teo
doro hubiera aspirado á hacerse el
objeto del menosprecio y odio uni
versal , no le hubiera sido posible
seguir una senda que le condujera
mas en derechura á semejante fin.
Decia él á menudo que no ha
cia caso ninguno de la opinion de
sus inferiores ; y todas sus acciones
probaban que no habia infamia
ninguna á la que no estuviera pron
to á bajarse , á fin de obtener una
sonrisa de aprobacion de un sujeto
de clase superior á la suya.
A la llegada de Teodoro á Ale
mania , se hallaba embarazada de
muchos meses Laura. No por esto
pareció menos seductiva á sus ojos;
-151—
y desde la primera vez que él la
vid , la señald como una víctima
destinada á saciar su brutalidad.
No tardd mucho tiempo Alfon
so en echar de ver las culpables
intenciones del jóven caballero. Pe
ro cerciorado del recato de Laura,
resolvid, al mismo tiempo de ve
lar atentamente sobre los pasos de
Teodoro, no aparentar tener la
menor sospecha de sus designios.
Le conmovía de un modo penoso
el verse precisado á recibir los be
neficios de un hombre , que le
constaba no anhelar mas que por
la destruccion de su felicidad. Su
posicion sin embargo le imponía
la obligacion de no negar sus ser
vicios, hasta el momento en que
se hallaran bien tomadas todas sos
medidas.
Parid Laura una niña , que no
*Hvid mas que algunas horas.
Afligidla sobremanera la pérdida
-152-
de su primer hijo. Alfonso, aun
que muy contento de ver fuera de
peligro á su muger, no pudo me
nos de mezclar sus lágrimas con
las de ella.
Venia Teodoro todos los dias á
su cabana, se informaba con el
mas vivo empefío de la salud de
Laura ; y le hizo presentar por me
dio de su marido bellísimos rega
los. Alfonso los aceptó con repug
nancia , pero conocia todos los pe
ligros de una repulsa.
En la temporada del estío , se
veia obligado á menudo Alfonso á
pasar media noche en sus faenas ;
pero no tsmia que Laura sufriera
ea aquella hora con las persecu
ciones de Teodoro , á causa de que
él no venia nunca de noche á su
cabaña, y que mas especialmente
sabia que se cerraban siempro muy
temprano las puertas del palacio
de Smaldart.
La conducta de Teodoro , sin
embargo, infundía mas sobresaltos
cada dia á la tímida Lama. Exigid
esta de su marido la promesa de
implorar , en el caso de persistir el
caballero en sus persecuciones, la
humanidad y generosidad bien coi
nocidas del baron de Smaldart.
Una noche , en que Laura , dé
bil todavia con su última indispo
sicion, se habia acostado antes de
la vuelta de su marido, se des
pertó á los gritos de una moza,
que Alfonso habia colocado al la
do de ella para hacerle compañía
durante sus ausencias. Esta moza,
despues de haberla advertido que
estaba ardiendo la casa , fuá volaa-.
do en busca de socorro. Laura sal*
tó desde su cama al suelo, vistiose
con toda la celeridad posible, y
corrió háeia la puerta de la caba»
fía. Descubrid ella á Teodoro; y
habiendo dado gritos, tira i esca*
-154-
parse. Cogiéndola por la mano Teo
doro, esclamá:
„ Triunfa por ultimo mi dichosa
estrella. „
La arrastró hacia lo interior de
la cabaila. Laura levantó de nuevo
su débil voz; pero sus 'gritos, ¡ay
de mí! si hubieran podido oirse,
se hubieran mirado como un efec
to del sobresalto que le causaba el
incendio.
„ ¡ Ah ! Dios de bondad , escla-
mó ella, socoiredme! O Alfonso
mio, ¿en donde estás?
Al alzar los ojos, que ella habia
apartado ya de encima de Teodo
ro , descubrió , cerca de la puerta,
á dos hombres, cuyos siniestros
rostros , y hoscos ojos , la atemori
zaron todavía mas que la vista del
malvado que la tenia empuñada.
Dió de nuevo un débil grito.
Echó sobre ella Teodoro una
mirada de triunfo y desprecio ; é
-155-
hizo una seña i ámbos hombres.
Se acercaron estos á Laura, que
hizo un nuevo esfuerzo para de
sasirse ; pero este esfuerzo acabó
de estenuar sus fuerzas , y cayó en
los brazos de aquellos hombres.

■> mii'»

- l . .-

. , ., ...... 4 t
-i bi ''• '-« - -
CAPITULO VIL

¡ Dignaos , Supremo Hacedor , <3e echar


una mirada sobre vuestra débil criatura !
Sometedme á una prueva proporcionada
con mis fuerzas.
MlLTOK.

Cuando Laura volvió en sí mis


ma, se halló en una profunda obs
curidad. El movimiento le hizo
concluir que ella estaba en un co
che. Tardó algun tiempo en recor
darse la situacion en que ella ha
bía visto la dirima vez la luz ; y es
clamó entonces :
„ ¡ Ah! cielos, ¿ adonde estoy?,,
Ninguno respondió. Alargó Lau
ra la mano; sentóla sobre la guar-
-157-
nicion de una espada, y oyó al
mismo tiempo la voz ronca de un
hombre que , medio despierto, tar
tamudeó algunas palabras, que ella
no pudo comprender.
La imagen de los dos hombres,
que la habian atemorizado tanto,
se le presentó en el animo, y se
estremecio.
El hombre que estaba junto á
Laura, bostejáy se volvió hácia ella.
La noche , aunque el verano se
hallaba muy adelantado , era hú
meda ; Laura no estaba habituada
al aire de la noche , y tiritaba.
Su compañero de viage bostejd
una segunda vez. Preguntó á Lau
ra si queria que él la arropara con
eu capa de paito. Estas pocas pa
labras bastaron para cerciorarla de
que no era Teodoro , como ella lo
habia temido al principio, en cu
ya espada habia palpado por casua
lidad.

L
-158-
Aquel acerbo dolor, que no per
mite al desdichado aliviarse con la
efusion de sus lágrimas , le deja
rara vez el uso de la palabra. Es
te era el estado de la desgraciada
Laura. A pesar de todos sus esfuer
zos , no pudo articular ni siquiera
una palabra ; cuyo involuntario si
lencio daba nuevo incremento á su
martirio. Llegaron en fin algunas
lágrimas al socorro suyo ; y repi
tió Laura con trabajo su primera
pregunta : „ ¿ En donde estoy ? „
„ No debo responder á esa pre
gunta,,, dijo su compañero de viaje.
La voz de este hombre era ron
ca ; pero estaba muy distante de
tener la espresion de dureza con
que habia contado Laura.
„ ¿ A donde voy ? preguntó des
pues Laura.
Repitió ella por tres veces esta
pregunta , y otras tantas quedd sin
respuesta.
-159-
„ i Está ahí el caballero de Aig-
nonf „ preguntó entonces Laura,
„ No Senora , respondio el hom
bre, creo poder tener el valor de
decir i V. que él está en el pala
cio. „
Fué la única respuesta que Lau
ra pudo conseguir para todas sus
preguntas. No sabia ella lo que to
caba esperar ó temer. La profunda
obscuridad de la noche aumentaba
todavía el abatimiento de su áni
mo i y se imaginó que su compa
ñero de viage habia recibido de
Teodoro el encargo de asesinarla,
para castigarla de haber desprecia
do su amor.
Bitn presto despues , su compa
ñero se dirigió á ella. Creyó este
hombre que unicamente el frio
causaba el temblor y castañeteo de
dientes de Laura; y en su conse
cuencia , le propuso beber algunas
gotas de aguardiente empinando
-160-
un frasquillo, que él habia tenido
casi siempre empinado.
Laura se manifestó incensible á
sus intenciones.
„ ¡ Ah ! Alfonso , esclamaba ella
incesantemente , ¿ no te volveré á
ver pues mas? „
Tres horas se pasaron en el hor
rendo martirio de la mas cruel in-
certidumbre. Paróse al cabo el co
che.
Bajó de él su companero al
punto ; y despues de haberla pues
to en los brazos de otro hombre,
llamó á la puerta. Se dejó ver en
tonces un tercer figuron , que He .
vaba un farol en su mano.
El hombre que la habia toma
do en sus brazos , la llevó á la co-
cina de una posada, en que todo
daba anuncios de una suma pobre
za, y de un desaseo peor todavía que
la pobreza. Pusola en una silla,
despues de lo cual se volvió á la
—161-
puerta , saludd al posadero con una
veirtena de juramentos, que signi»
ficaban que sus caballos necesita
ban de cebada , y juntamente que
su frasquillo estaba vacío de aguar
diente.
Se arrimó él entonces á la lum
bre , dió un puntapie á un perrte
eo que dormia pacíficamente á un
lado de la chimenea, y se sentó
junto á Laura. K
Entró su companero, el cual se
colocó en frente. Laura creyó ver
relucir un débil rayo de piedad en
los ojos de este último; y á fin de
aprovecharse de aquel momento,
en que ella se imaginaba que su
corazon daba entrada á los afectos
de humanidad , se echó á sus plan
tas , le rogó encarecidamente que
se apiadara de su desgraciada si
tuacion, y la restituyera á su Al
fonso. Antes que él hubiera podi
do responderle , vió Laura al otro
11
-162-
hombre levantarse de su asiento,
y dar vuelta alrededor de ella.
Notd que su espada estaba medio
desenvainada ; con ello tuvo por
realizados todos sus temores ; cogió
la mano de aquel á cuyas plantas
ella se habia echado; y dando un
grito , cayd sin sentido en el sue
lo.
Luego que hubo vuelto en sí
misma, se halld en tierra todavía,
con la cabeza apoyada en las ro
dillas de una muger, á la que sus
facciones hombrunas, y nerviosos
miembros daban el aspecto de un
hombre disfrazado.
Durante todo el tiempo que Lau
ra habia estado en una situacion
de insensibilidad , le habia frotado
la posadera con licores espirituosos
las sienes ; y luego que hubo re
cobrado sus potencias , la apurd
para que se fortificara el estómago,
tragando algunas gotas del mismo
-165-
cordial, que ella le habia admi
nistrado esteriormente.
Pusieronla otra vez despoes en
la silla que ella ocupaba ántes de
desmayarse. Vid Laura entonces
que habian entrado otros muchos
hombres en la cocina , y entre ellos
echó de ver al bribon que le habia
causado tanto espanto : pero en bal
de buscó con la vista al que habia
sido su compañero en el coche.
Incapaz Laura de poder sobre
llevar por mas tiempo la vista de
su horrendo custodio, rogó á la
posadera que la llevara al cuarto
en que ella debia dormir. La po
sadera, á pesar de su desabrida fi
sonomía, no parecía agena de la
ternura de su sexo. Espresd con una
mirada, á Laura , que ella hubie
ra deseado ciertamente el acordar
le su solicitud , pero que no se
atrevía á desobedecer á Kroonzei.
Mandd este al posadero que po
-164"-
"siera los caballos, 'j, lo preparara
todo para su partida. Fué obedeci
do al punto.
Habiendo vuelto á subir al co-r
che Laura ¡ cuanta fué su sorpresa.
al ver entrar tras sí en él á Kroon-
xet , y ademas á otro sugeto , cuya
fisonomía, alumbraba con el farol
que el posadero tenia en la mano,
le pareció mas bravia y espantosa
todavía que la del brutal Kroon-
zer !
Partieron; y no despegáron Lau
ra ni sus dos guardianes por mu
cho tiempo los labios. Los prime
ros rayos del dia hiciéron una de
liciosa impresion en el oprimido
pecho de Laura. Díjose á si misma
que si aquellos hombres hubieran
tenido órden para matarla, hubie
ran ejecutado probablemente su
crimen , mientras que las tinieblas
de la noche les hubieran dado la
esperanza de ocultarle de todas las
miradas.
-165-
El pais que ellos iban recorrien
do, era esteril y lleno de malezas
á escepcion de algunos ribazos, en
que se descubrian algunas espesu
ras de viñas, que brotaban sin cul
tivo.
Habíale vuelto el valor á Laura
con el dia; y se aventuró ella i
preguntar á donde iba.
„No andaremos ya ahora mas
que una legua, respondio" Kroon-
•zer, despues de lo cual esperare
mos la noche.
Esta respuesta contristó en es-
tremo á Laura , la cual concluyó,
de ella que Teodoro habia prohi
bido á sus conductores el caminar
de dia.
Se desviaron del camino que
-ellos habian seguido hasta enton
ces, y entraron en una espesa sel
va. La tierra estaba poblada de re
mata. Como no habia ya camino
trillado ninguno, pasó con sumo
-166-
trabajo el coche. Alcanza i verde
repente Laura una cabana; y ha
biendo llegado el coche á ella, se
parú. Ralberg (era el nombre del
compañero de Kroonzer), se apeó,
y anunció su llegada dando una re
cia puñada en la puerta. Un hom
bre medio vestido salid á abrir.
Eran sus trazas las de un aldeano.
Fué conducida Laura á un cuarto
que servia de cocina, y juntamen
te de dormitorio al aldeano y mu-
ger suya. Esta, cuando entraron
Laura y sus guardianes, estaba ocu
pada en vestirse detras de una cor
tina desgarrada, que la ocultaba
muy mal de los ojos de sus nue
vos huéspedes.
Laura, muy débil para tenerse
en pie, se sentú en un banco,
que habia por delante de la chi
menea. Kroonzer y su compañero
hablaron en voz baja con el al
deano.
-167-
No bien se hubo vestido la bue
na muger , cuando salid de detras
de su medio descubierto retiro. Em
pezó dando sus disculpas á Laura
de no haber estado pronta á reci
birla, y acabó rogándola que la
siguiera á un cuarto mas decente.
Laura, con pausado y mas senta
do paso , siguió á su huéspeda, que
la hizo subir por una escalera, ó
por una de mano digámoslo mas
bien. Esta escalera conducia á un
cuartejo , cuyos muebles consistian
en una cama echada á perder, una
mala silla, y una ancha arca, que
servia á un mismo tiempo de
comoda, silla y mesa.
Baria cerro" la puerta ; y des
pues de haber hecho sentar á Lau
ra en la silla, empezó disculpán
dose de no haberse levantado harto
pronto para recibirla,
„ Tiene mi marido la culpa ;
añadió ella ; porque me habia di
-168-
cho que el aguardaba mucho mas
tarde á V.
X
_ Luego estaban Veis, preveni
dos de mi llegada? „ O Dios mio,
sí, prenda mia, respondió Barta;
por lo mismo he preparado este
cuarto para V. He dicho á Ugo:
estará cansada de haber caminado
toda la noche, y se alegrará de
poder descansar, te lo aseguro—
Ah! esclamd Laura, cogiendo de
la mano á la anciana Barta, sisa-
be V. con qué designios me han
traido aquí, la suplico á V., en
•nombre del cielo, que me instru
ya de ello.
_ La Virgen santísima sabe que
lo ignoro.
— Pero, dígame V., á que sitio
deben conducirme? Uno de! mis
guardianes me ha dicho que yo no
debia permanecer aquí mas que
durante el dia. L
— Ah ! Dios mio , á la verdad
-169-
que no sé nada de ello! Ugo dice
que las mugeres no son mas que
anas habladorjs, y que no debe
confiárseles secreto ninguno. Le lie
apurado para que me dijera por
que la traían á V. aquí; pero no ha
querido hacerlo nunca.
Como, no le ha dado razon
ninguna á V.
Ninguna, señora, por los San
tos ; y unicamente me ha dicho :
Barta, no me hagas pregunta nin
guna , no se hará el menor mal á
ninguno; y así, vive sosegada.
— De qué modo le han preve
nido de mi llegada aquí ?
Como no hay mas que un
Dios, que no lo sé. Me lo dijo él
la noche pasada , al tiempo que
-volvía de su faena en el monte ;
porque Ugo, señora, es leñador.
Podria V. encargarse de lle
var una carta á mis amigos ?
Si sus amigos de V. viven le
-,170-
jos de aquí, no puedo hacerlo sin
avisárselo á Ugo.
_ Seria menester ir hasta el pa
lacio de Smaldart, sobre las ori
llas del Inn.
— Misericordia ! al palacio de
Smaldart! Pero dista muchas le
guas de aquí; y en mi vida no
llegué mas allá de la aldea inme
diata. „
Laura bajó la cabeza y lloró.
Barta volvió á bajar.
Incapaz Laura de tomar el re
frigerio con que Barta volvió lue
go, se tendió en la cama. El can
sancio le cerró los ojos; pero su
sueño no fué pacífico. Todos los
lances de la anterior noche se le
representaron en su turbado áni
mo, bajo unos colores mas hor
rendos todavia que la realidad.
-,171-.

mMMMAMVMMMfllMAMfMfMMM

CAPITULO VIII.

La paciencia y dolor lian llegado á las


manos. ¿Quien vencerá?
Sbasespbal».

El dia todo habia estado abo


chornado. Hacia la noche, se cu
brid mas el tiempo, y los nubla
dos parecieron dispuestos á conver
tirse en un dUuvio de agua. Repa
raba Laura con gustosa tristeza en
su pauBado curso ; y el opaco man
to de la naturaleza agradaba á
su pesadumbre. Contempló ella es
te magestuoso espectáculo, hasta
que embebida en bus innúmera
«ÍZa-
bles impresiones, perdió totalmen
te la idea de su presente situacion.
Interrumpió sus meditaciones Bar-
ta, que le trajo una vasija llena
de leche , alguna fruta , y un pe
dazo de pan moreno. Rogóle ella
que comiera, previniendola que
Kroonzer y Ralberg se disponian
á partir dentro de media hora.
Líura , mas bien para compla
cer á esta buena muger , que para
satisfacer su apetito, comio algu
na fruta , y bebió algo de leche,
mientras que Barta hacia uso de
toda su elocuencia para persua
dirle que , supuesto que Ugo habia
asegurado que ella no tenia nada
que temer, debia estar sosegada,
'Pero este raciocinio, aunque ella
no queria malograr el tiempo en
refutarle, no le pareció concluyen-
te , ni le infundió una bien gran
de confianza.
Dejó oirse la voz de Kroonzer,
—.175-
que mandaba á Laura bajar. La
desgraciada sabia muy bien que su
débil resistencia hubiera sido inu- .
til; y que una pronta complacen
cia, por el contrario, podia conci
llarle sns guardianes. En su conse
cuencia , obedeció inmediatamen
te. La esperaba Ralberg al pie de
la escalera; tomola en sus brazos; y
colocándola en un caballo p or de
lante de su compañero , montó él
mismo en otro , que el aldeano tu
vo hasta que se puso encima.
Espesas tinieblas cubrian el hori
zonte ; y no se turbaba el espan
toso silencio de la selva mas que
por el sordo ruido de los vientos,
precursores de la tempestad.
Vióse arada luego la atmósfera
por pálidos relámpagos ; y se suce
diéron con rapidez horrendos true
nos. Despues de haber caminado
por espacio de dos hoias , en me
dio de aquel tremendo combate de
-174-
los elementos y unas profundas ti
nieblas, la tempestad que felizmen
te no habia traido en su compañía
el agua, comenzó á serenarse. El
escaso resplandor de la luna llega
á alumbrar sus pasos.
Echo de ver Laura entónces que
se hallaban en lo interior de un
profundo valle.
„ j Ah ! Dios, esclamd ella, ¿ de
bo hallar aquí mi sepulcro ? „
Desde el fin de la tempestad,
Ralberg y su compañero se habian
puesto á platicar; pero Laura no
nabia podido conjeturar , por lo
que ellos habian dicho , su futuro
destino.
Una torre que se elevaba por en
cima de los árboles que la circun
daban, le hirió de repente en los
ojos. Luego que Laura se hubo ade
lantado algo mas , vió que aquella
torre formaba parte de un vasto
edificio hácia el que se encamina*
ban sus conductóres.

í
-175-
Se quedaron clavados sus ojos en
aquel lado. A proporcion que Lau
ra se acerco á la torre, se volvié
ron mas vivos sus sobresaltos. No
decian sus conductores ni siquiera
una palabra ; contaba ella con cir
pronunciar en breve su sentencia.
La luz de la luna, que alum
braba el edificio , le hizo descubrir
que uno de los lienzos estaba arrui
nado , y ,'toda la obra en malísimo
estado"
Habiéndose apeado del caballo
Laura, no pudo sostenerse. Le tem
blaban las rodillas; y se cayo , casi
enteramente insensible á lo que pa /
saba alrededor de si, en los brazos
de Kroonzer.
Habiendo atado Ralberg los ca
ballos á una media rota columna,
empujó con fuerza la puerta , que
se abrió con un ruido sordo. Entra
Kroonzer entonces en el patio , lle
vando en sus brazos á Laura. Pií-
-176-
sola en un asiento formado por un
nicho abierto en la pared ; y ha
biendo llamado á su compañero, le
dijo que encendiera prontamente
una luz , y le riño por haber tar
dado tanto tiempo en hacerlo. Re
sonaron sus palabras en aquel vas
to edificio ; y estos lugubres soni
dos diéron un nuevo incremento á
la turbacion de Laura.
Ralberg no respondió nada; y
al punto se puso á echar lumbres.
Laura esperaba con impaciencia la*
luz que debia sacarla de la horren
da obscuridad que la hacia tem
blar. Clavó los ojos sobre el sitio
en que el ruido del acero y piedra
le indicaron la presencia de Ral
berg. Llamole de repente su aten
cion la reverberacion de una luz
que partia del opuesto lado del pa
tio. Se volvió [Laura , y alcanzó á
ver á un hombre que llevaba un
velon. Tenia el vuelta la espalda
-177-
hácia Laura ; y se entrd por una
puerta que él cerró tras sí.
El deteriorado estado de aquel
edificio no habia permitido á Lau
ra dudar de que se hallaba inha
bitado. En virtud de lo cual con
cluyó que el hombre que ella aca
baba de ver , era Kroonzer , aun
que no le era posible imaginarse
como él se habia proporcionado al
guna luz. Se volvió entonces hacia
Ralberg. ¡ Cuanta fué su sorpresa
al ver venir hácia ella con el ve
lon encendido á sus dos compañe
ros de viage ! dió un grito invo
luntario. Vid al mismo tiempo vol*
verse á abrir la misma puerta ; y
descubrid el brazo y figura de un
hombre , cuyas facciones no le fué
posible distinguir. Teodoro se pre
sentó inmediatamente á su atemo
rizada imaginacion ; dejd yertas es
te recuerdo sus potencias , y cayó
en tierra sin sentido.
12
-178-
Habiendo vuelto Laura en sí, se
lialld tendida en una cama sin cor
tinas. La débil luz de un velon le
mostró á Ralberg sentado cerca de
su cama. Tendio con inquietud in
mediatamente la vista sobre todo
el circuito del cuarto, cuya inmen
sa magnitud, mal alumbrada por
el velon, no le permitid asegurar
se de si se hallaba allí entonces
aquel á quien ella temia mas que
ninguna cosa. Habiéndose incorpo
rado con trabajo en aquel momen
to, cogió la mano de Ralberg, y
le rogó encarecidamente que la sal
vara y patrocinara contra Teodoro.
"Ralberg, con el acento ma3 dulce
que su ronca voz le permitid to
mar, la aconsejo que se sosegara
y echara de sí todo temor. Clavó
le de nuevo ella los ojos, arrasaa" J
dos de la"grimas, y apretándole u m
mano todavía mas estrechamente;e,
tsclamo :
-179-
„ Apiádese V. de mis desdichas,
el cielo se lo premiará. „
El ruido de los pasos de un
hombre atrajo su atencion hácia
otra parte. Entró Kroonzer. Traia
vino, frutas y pan. Despues de ha
ber alzado la luz del suelo , la pu
so en una mesa inmediata á la ca
ma. Convida entonces á Laura para
que se levantara y tomara algun
alimento. No respondió ella mas
que con su llanto. Habiendo repe
tido Kroonzer su convite, se es
forzó Laura á hablar , pero los so
llozos no le permitieron articular
ni siquiera una palabra. Se arrojo
de su cama, echóse á las plantas
de Kroonzer, abrazándole las ro
dillas. La desechó él , y mandó á
Ralberg que la acompañara. Am
bos dejaron juntos el cuarto de Lau
ra , que los oyó cerrar otra vez la
puerta, y echar los cerrojos.
Luego que se hubo serenado al
-180-
go la vehemente agitacion de su
ánimo , tomó el velon , y dió la
vuelta de su cuarto , para asegu
rarse de que no habia escondido
ninguno, en él. Este cuarto era de
forma redonda, con el techo alto
y abovedado , las paredes eran de
piedra, la ventana pequeña, y ele
vada muchos pies sobre el suelo.
Todo la movió á conjeturar, que
ella estaba en la torre que le ha
bia llamado la atencion mientras
que venia caminando por la selva.
Sentá el velon en la mesa ; y sa
cando de su seno un crucifijo de
marfil , que ella puso en la misma
mesa , se arrodilló. Despues de ha
ber espresado su gratitud por todos
los dolores de aquel en cuya me
moria traia ella la sacrosanta pren
da de la salud de los mortales , le
rogó con encarecimiento que le in
fundiera su valor, á fin de que
ella no se rindiera i los males de
-181-
que estaba amenazada , y que le
acordara su divino patrocinio con
tra los culpables designios de aquel
á quien temía mas que á la muer
te. Terminó su oracion con la so
lemne declaracion de su confianza
en los favores de Dios, y de su
ilimitada resignacion en sus volun
tades.
Volvió á levantarse, y metién
dose otra vez en el seno el cruci
fijo, se sintió con aquella dichosa
serenidad , efecto inevitable de la
confianza en la divina miserico*-
dia. Sin embargo no creyó deber
buscar el reposo en el sueno. Se
sentó en la silla mas inmediata á
su cama ; aplicó un atento oido ;
pero no oyendo ya el menor ruido,
se minoraron algo sus temores ; y
se entregó á sus reflexiones sobre
los raros acaecimientos de aquella
noche.
Representósele bien presto en la
-184-
VMYVYVIXWYVVWVWIIVWWVWX^

CAPITULO IX.

Apurado con el peligro, cercado de ene


migos, estás abrumado de males. Tu do
lor es justo ; pero no te dejes llevar de
ana baja desesperacion. Los dioses sabrán,
cuando llegue el tiempo de ello , inter
poner su poderoso au sillo. Cuando bati
da del dolor la virtud, está para naufra
gar, la conduce al puerto un imprevisto
viento.
Philips.

Al despertarse Laura , se levan


ta de su silla, y echó inquietas
miradas alrededor de sí, ignoran
do absolutamente en donde estaba,
y no acordándose ya por estilo nin
guno de los sucesos de la anterior
noche. Pero volvió su memoria
-185-
luego , y con ella todos sus pesares.
Alza los ojos Lacia la estrecha y
elevada ventana de su cuarto. Bri
llaban los rayos del sol con todo
su resplandor , y penetraban en su
prision. Conjeturó Laura que podia
ser mediodía poco mas ó ménos; y
se pasmó de haber dormido por tan
to tiempo, y tan profundamente.
Adelantóse hacia la puerta, que
ella encontró cerrada ; y acordán
dose de la disposicion de los dife
rentes muebles de su prision, no
vió la menor razon para sospechar
que , durante su sueno , hubiese
entrado alguno en ella. Examinó
su velon , todo estaba consumido ;
y el frasquillo de vino se hallaba
en el mismo sitio del suelo en que
ella le habia puesto.
Por la noche el ruido de los cer
rojos anunció á Kroonzer. Entrd
este con nuevas provisiones. Puso
en la mesa un nuevo frasquillo de
-186-
vino , otro de agua , y despues de
haber mudado la torcida del velon,
y llenádole de aceite , se salid sin
decir palabra.
Revistiose luego la naturaleza
con el negro manto de la noche.
(Temiendo la hermosa cautiva en«
tragarse de nuevo á la insensibili
dad del sueno , empezó paseándose
pausadamente por su cuarto. Es*
tando débil y lánguida, no tardd en
detenerse ; apoyó un brazo suyo
contra la paredj cayose insensible
mente la cabeza encima de la ma
no , y permaneció así embebida en
sus acerbas reflexiobes. Hirid de re
pente en susoidos el ruido de los pa
sos de muchos caballos. Se arrojó
hácia la parte de la ventana, y apli-
cd eloido Oyó entonces los confu
sos sonidos de muchas voces. Ena-
genada de esperanza, y respiran
do apénas, esclaiúd:
«El generoso barón ha prestado
-187-
eu apoyo á mi Alfonso ; y vienen
á libertarme.,,
Volvió la inquietud con el silen
cio. Se adelantó Laura hacia la
puerta ; y trémula de esperanza y
miedo, creyó oir todavía el ruido
de los pasos. Pero la reflexion le
dió bien presto la triste conviccion
de que la habian enganado sus sen
tidos .
Lisonjeóse sin embargo todavía
de la posibilidad de que la busca
sen sus amigos en alguna parte del
edificio retirada de su encierro, y
que la descubririan por último.
Un confuso ruido de voces y pa
sos , que al parecer se acercaba á"
su cuarto, hizo" suceder el temor
á la esperanza. Hasta aquel mo
mento , Tínicamente la esperanza
de ser libertada y restituida i su
querido Alfonso habia ocupado su
imaginacion. Se le presentó en ei
ánimo entonces el odioso Teodoro;
-188-
y parecia que cada paso aumenta
ba 'la horrenda probabilidad de que
Labia llegado el momento , en que
ella debia caer víctima' de su in
fame pasion , ó dar el último alien
to en sus homicidas brazos.
Se aumentó el ruido.
„ Por aquí , por aquí , esclarad
una voz desconocida, sígame V. ,
este es el camino.,,
Laura respiraba apénas. Un gol
pe dado en su puerta la hizo es
peluzarse. La misma voz gritó :
„ No está aquí la llave ; pídala
V. á Kroonzer. „
Laura no hacia el menor mo
vimiento. Hablaron entonces mu*
chas voces á un mismo tiempo,
pero tan confusamente , que no le
fué posible distinguir ni siquiera
una palabra. Se aleja todo de re
pente , y espirando gradualmente
los sonidos , volvid á recuperar el
silencio su horrendo dominio so
bre aquellos lugares.
-189-
Temiendo Laura su vuelta, con
tinuo permaneciendo junto á la
puerta. No sabia como esplicar lo
que habia llegado á sus oidos ; y
cuanto mas reflexionaba en ello,
tanto mas se estraviaba en sus con
jeturas.
Habiéndose pasado algun tiem
po sin que Laura oyera el menor
ruido, comenzaron á desvanecerse
eus sobresaltos, pero la esperanza
de una pronta libertad se desapa
reció al mismo tiempo que sus te
mores. Prorrumpid en lágrimas,
echose en su cama , y se abando
nó á la mas violenta desespera
cion.
Llegó por dirimo el sueño, i
pesar suyo , á suspender su llanto
y reanimar sus estenuadas fuerzas.
Hacía ya mucho tiempo que el sol
estaba en el horizonte , cuando ella
se despertó. Se quedó en la cama
casi todo el dia , embebida en su
-190-
sentimiento, y vanas conjeturas so
bre la suerte que la esperaba. Vol
vio á parecer Kroonzer por la no
che trayendo todavía nuevas pro
visiones. Mostro visos de muy sor
prendido de que Laura no habia
tocado á las que él habia dejado
en la víspera. La aconsejo que
tomara en fin algun alimento. Lau
ra , sin hacer atencion á lo que él
di;cia, le rogo con encarecimiento
que le esplicara lo que ella habia
oido en el auterior dia. No le res
pondio Kroonzer ; el que , despues
de haber preparado el velon , le en
cendió, y se salió del cuarto re
pitiéndole el consejo de comer á
la ménos alguna "fruta y pan.
Laura, para obedecer no á Kro
onzer , sino á la dominante voz de
la naturaleza, comió algo, ybevió
un gran vaso de agua. Aun resol
vió ella no gustar mas del vino,
persuadida, con el efecto que élle
-191-
habia hecho en la primera noche
de su encierro, de que era sopo
rífero ; y aunque hubiera desea do
ciertamente el poder sepultar en
el olvido sus pesares , no se atre
vio á correr el peligro de caer en
un, estado de insensibilidad.
Así se pasaron seis dias , duran
te los cuales no entró ninguno ea
su prision mas que Kroonzer, que
no dejaba de llegará la hora acos
tumbrada. Pero Laura no pudo con
seguir de él nunca una sola pala
bra en respuesta á las preguntas,
que ella le dirigio'.
No oyó mas aquel ruido , que
le habia causado tanto gusto al prin
cipio y tanto espanto despues en
el primer dia de su cautiverio. De
ello concluyo que estaba encerra
da para toda su vida, y la deses
peracion empezó á substituirse con
una sosegada melancolía.
Hacia la mitad de la séptima no
-192-
che , la sacd del profundo sueílo,
en que estaba sepultada , muchas
horas hacia, un fuerte trueno, que
conmovió latorre. Se arrojó fuera de
eu cama, y permaneció por un mo
mento en pie; acordándose apénas
del parage en que se hallaba. Un
relámpago alumbró el lado de la
torre , en que ella estaba apoyada;
hundióse al punto la pared, y ar
rastró en su caida á la trémula
Laura.

Vv
• l.
CAPITULO X.

Por debajo de la inaccesible cumbre


de una montaña inhabitada, en un pro
fundo soterráneo , que la mano de lo»
hombres no ahondó i vivía un ermita-
fio , deplorable víctima de la injusticia
alimaña.
Jfcmi.

Atalondracla Laura con su caí


da, permaneció en medio de las
ruinas por algun tiempo , insensi
ble á su situacion. Volvió última
mente la razon. Se habia serenado
la tempestad , pero caía siempre á
mares el agua. Tenia Laura la ca
beza y costado derecho magullados,
y el brazo izquierdo lastimado. Ha
biendo caído dichosamente sobre
13
-194-
la tierra húmeda , no habia reci
bido otras heridas. Alzó la cabeza,
y niird alrededor de si; pero la de'-
bil luz del crepúsculo, obscureci
do todavía con la lluvia, no le per
mitió descubrir mas que la torre
sobre cuyas ruinas se hallaba sen
tada.
Resuelta , sin embargo , á apro
vecharse , si era posible , de una
ocasion que la Providencia parecia
haberle proporcionado de intento,
se levantó con trabajo , i pesar de
su estrema debilidad, y resolvió sa
lir prontamente del palacio, con
la esperanza de llegar á algun con
vento ántes de ser perseguida , ó á
lo ménos alcanzada por sus carce
leros , que probablemente no ha
brian oido la caida de la torre.
Habia andado ya Laura una le
gua sin detenerse, cuando los pri
meros rayos del sol naciente alum
braron su camino , y le hicieron
-195-
descnbrir un espeso bosque en el
que estaba pronta á entrar. El ca
mino que ella habia seguido , era
eicabroso y lleno de matorrales.
Enteramente sudosa, y respirando
apénas , se apoyó en el tronco del
primer árbol. Tenia sumamente do
loridos el brazo y costado. Corria
el agua de sus vestidos pegados á
eila, por decirlo así , con una conti
nua lluvia. Al cabo de algunos ins
tantes , le causo la inaccion un tem
blor mas insoportable que la fati
ga de la marcha. Quiso ponerse otra
vez en camino; pero estenuada la
naturaleza , le permitió apenas dar
algunos pasos mas. Cayó Laura eo
tierra, no teniendo ya á su vista
mas que la triste alternativa de es
pirar en una lenta y cruel agonia,
b de volver á caer en las manos
de Kroonzer.
Hallábase., mucho tiempo hacia,
en esta desesperada situacion, cuan»
-196-
do oyó una voz proferir algunas
palabras cuyo sentido ella no com
prendió. Alzó sus cargados ojos,
y vio delante de sí en pie á un er
mitaño de venerable figura. Del bra
zo del santo varon colgaba un fras-
quillo; y habia en su mano dere
cha un baston, necesario apoyo de
su vejez.
„ Alabado sea Dios , esclamó él,
al tiempo que Laura abrió los ojos,
dichosamente yo me habia enga
ñado ; pues la habia tenido por
muerta á V. „
Alargó Laura su débil mano ; ha
biéndola tomado el ermitaño en la
suya se arrodilló.
„Mis fuerzas están agotadas , di
jo Laura. „
Despues de una breve pausa,
añadió* ella :
„í¿ cielo, en su bondad, le ha
enviado á V. para cerrar mis mo
ribundos ojos.
-197-
„TVTas bien espere V., respondió
el ermitaño, que él me haya en
viado para arrancarla á V. de la
muerte. Me. parece V. abrumada
de cansancio. Voy á conducirla á
mi celda , qae no dista mas que
algunos pasos de aquí. Fíese V. tn
la Providencia y en mis esfuerzos;
y sus fuerzas se restablecerán bien
presto.
„ Triste de mí! Padre, temo
mucho el no poder llegar i la cel
da de V, Estoy muy débil para
andar.
„ Pruebe V. , ruégoselo encare
cidamente, esclamó el ermitaño. „
El anciano estaba débil; y le
fué preciso hacer uso de todas sus
fuerzas para ayudar á Laura á le
vantarse. Le puso entonces su bas
ton en la mano derecha, apoyó el
brazo herido sobre el suyo, y con
dujo así sus vacilantes pasos, por
una senda que daba siempre vuel
-198-
ta hacia su silvestre habitacion.
Habiéndola sentado el ermitaño
lobre un banco de musgo, tendio
por tierra un haz de * "fia y algu
nas hojas secas. Despota de haber»
les puesto fuego, calentó algunas
gotas de on cordial, sobre cuyos ad
mirables efectos tenia hechas él
mismo frecuentes esperiencias , y
las diá á beber á Laura. La coloco
despues el santo varon delante de
la lumbre ; y habiéndole dado una
ancha capa , único vestido de que
él pudiera disponer , la dejo sola,
á fin de que ella pudiera mudarse
sus vestidos , empapados de agua.
Durante este tiempo , -fué á lknar
su frasquillo en una fuente inme
diata , hacia la que se encaminaba
cuando descubrió á la desgraciada
Laura.
A su vuelta , la halld algo reco
brada , pero siempre débil y des
caecida. Su cabeza y el lado sobre
-199-
que habia caido , pero especialmen
te el brazo , la hacian sufrir cruel
mente. El ermitaño, despues de ha
ber curado por sí mismo el brazo
de Laura, y dádole un bálsamo
fortificante , para que con él se fro
tara la cabeza y costado, la llevó
á lo interior de la celda ; y habién
dola aconsejado que se acostara en
su cama de paja , la dejó descansar
y volvió , para desayunarse , á la
parte esterior de su humilde mo
rada.
Laura se durmió pronta y tan
profundamente , que no se desper
tó mas que muchas horas despues
del mediodía.
Presentó á Laura el ermitaño al
gunas manzanas que él habia teni
do cuidado de cocer para ella , un
pedazo de pan moreno , y agua de
la fuente.
Sintiéndose Laura con las fuer-
cas algo reparadas , satisfizo la cu
-200-
riosidad del ermitaíío antes que él
se lo rogara, y le esplicd la estra-
úa situacion en que la babia ha
llado.
„ El velo del misterio , dijo aquel
venerable varon despues de la re
lacion de Laura, cubre ese palacio
muchos años hace. El supersticioso
aldeano le tiene por la residencia
de algun alma en pena. La narra
cion de V. me confirma en la sos»
pecha que tuve siempre, de que
es una guarida de foragidos. Ese
palacio pertenecia en otros tiempos
á la familia de Byroff. Habiéndose
desordenado los negocios de esta fa
milia , deja ella el pais ; y su anti
gua mansion no es mas que un
monton de ruinas hoy dia.
„¿ Ejerciéron en algun tiempo
los que en él habitan ahora, pre
gunta Laura , sus latrocinios en los
contornos ?
n Nunca , respondía el ermitaño.
-201-
Si son bandoleros, como lo conje
turo , les ha aconsejado pues la pru
dencia que no despojen á los ca
minantes en las inmediaciones de
su guarida, de miedo que sea pron
tamente descubierta. Pero espere
mos que el baron de Smaldart , que
V. me ha dicho ser su protector,
hallará algun medio de ponerlos en
poder de la justicia.
. „ ¿ Pero como es que Teodoro
tiene conexion con unos bandole
ros? repuso Laura.
„ El tiempo esplicará eee miste
rio , respondió el buen anciano. „
£l cual añadid:
„ Aunque la astucia puede ocul
tar por algun tiempo , el crimen,
viva V. segura de que la Providen
cia descubrirá, cuando haya opor
tunidad para ello, las maquinacio
nes de los malos, y sabrá dirigir
contra ellos sus propias tramas.
„ Cúmplase la voluntad del cie-
-202-
lo , dijo Laura ; pero le mego á V.
encarecidamente , Padre , que bus
que los medios de volverme á mi
marido.
„ Seamos prudentes. Sin ello, los
pérfidos enemigos de V. habrán des
cubierto luego el rastro de sus pa
sos.
„ Seguiré todos los consejos de
V. Padre.
„ En ese caso , he aquí mi pa
cer. Voy á darle á V. cuanto le
necesario para escribir una car
Mañana, iré á verme con un buen
aldeano que vive en los linderos
del bosque ; le encargaré que lleve
la carta de V. al baron de Smal-
dart , quien con ello tomará infali
bles providencias para volverla á
V. al lado de su marido. „
Esta proposicion colmó de gozo
á Laura j la que al punto escribid
á su querido Alfonso una carta, en
que le hizo una breve narracion de

. V
-203-
sus penas, y le indicó al mismo
tiempo el parage de su refugio. En
cerró esta carta bajo un sobrescrito
dirigido al baron de Smaldart. Be
bió ella despues un segundo vaso
del cordial que le habia preparado
el ermitaño , y se retiro á lo inte
rior de la celda. El ermitaño quiso
absolutamente que Laura se echara
sobre la estera cubierta de paja fres
ca, que le servia de lecho comun
mente. Se habia formado para sí
mismo , en la parte delantera de la
celda , una cama de musgo y hojaa
secas.
Al siguiente dia, muy de ma
drugada , se levanto Laura, mas so
segada y contenta que lo habia es
tado mucho tiempo hacia. Uniose
ella al ermitaño en sus oraciones
de la mañana; hicieron- juntos un
frugal desayuno , tras el que el san
to varon se salio para ir á verse con
el aldeano , que debía ser el men
-204-
sagero de Laura al palacio de Smal-
dart.
Luego que hubo partido el buen
ermitaño , volvió á tomar Laura su3
vestidos , que una lumbrarada ha-
bia secado completamente ; y no
atreviéndose i presentarse por de
fuera de la celda , se sentó. Des
pues de haber reflexionado por un
instante sobre el feliz y estraordi-
nario suceso que la habia sacado de
su encierro , se abandonó toda en
tera á la embelesada idea de volver
á ver en breve á su amado Alfonso.
Volvió el ermitafio , y puso en
noticia de su huéspeda que el al
deano habia emprendido con gusto
el viage, y que de allí á cinco dias
volveria á ver ella á su marido, ó
á lo ménos sabria de él por medio
de la vuelta del mensagero.
Espresd Laura su reconocimiento
al buen ermitaño, que la interrum
pid al punto , diciéndole :
-205-
„ No he hecho, hija mia, mas
que pagar una sagrada deuda ¡por
que el hombre se debe á su proji
mo. „«
Alzo Laura con silencio sus ma
nos al cielo ; para darle gracias del
generoso protector que él le habia
deparado ; soltándosele al mismo
tiempo algunas lágrimas al pensar
en la pesadumbre de Alfonso.
En el curso del dia , se aventuró
Laura á hacer diversas preguntas á
su hnesped sobre los motivos que
rle habian obligado á romper todo
trato con los hombres.
„ ¿Como .ha podido V., Padre,
le dijo ella , resolverse á tomar es
ta determinacion, cuando por su
profundo conocimiento del mundo,
y las generosas ideas de su pecho,
parece tan propio para ser el orna
mento de la sociedad ?
„ i Podrá escuchar V. , hija , sin
tedio la triste relacion de un an
-206-
ciano , pronto á rendirse al dupli
cado peso de la adversidad y los
años ?„
Manifestó Laura los mas vivos
deseos de conocer la historia de su
nuevo amigo.
Dió el ermitaño un profundo sus
piro, y empezó así.

i i» •>>• s »
-207-

CAPITULO XI.

Una desgracia arrastra tras sí siempre


otras.
Shausceabb.

HISTORIA DEL HERMITAÑO.

„ Está V. viendo en mí la victi-


w ma de un supuesto delito.
„ Mi padre era de Berna, en don
de vivia en una clase poco distin
guida, y con medianos bienes de
fortuna. Se habia casado por dos
veces. Mi hermana era fruto de sus
primeras nupcias, y de las segun
das yo. Nunca tuvo mas hijos.
„Mi hermana era hermosa, y
daban sus gracias un nuevo incre
-208-
mento á su hermosura. Habiéndola
visto por casualidad un conde ale
man, se enamoro de ella, pidio su
mano á mi padre; y, como V. pue
de suponerlo ciertamente, no ex
perimento negativa ninguna.
„Un aíio despues del casamien
to de mi hermana , murió mi pa
dre. No conocí jamas á mi madre.
Heredé todas las propiedades de mi
padre ; y el conde Harden ( era el
nombre de mi hermano político),
en una carta de pésame que él me
escribió , me rogaba que fuera á ver*
á mi hermana en Alemania.
„ Bastando los bienes, que yo
habia heredado de mi padre, para
hacerme vivir honrosamente, no
me habia ocupado en el cuidado
de abrazar un estado 3 y por con
siguiente ninguna cosa me impedia
aceptar el convite del conde Har
den.
Le escribí pues , para darle gra-
-*J9-
cías por las amistosas demostracio
nes con que me honraba , y le in
formé al mismo tiempo de que no
tardaria yo en pasar al lado de mi
hermana.
Pdseme , de allí i unos dias , en
camino, resuelto á viagar á caba
llo , á fin de gozar de todos los pri
mores del pais que iba yo á atra
vesar. Esto le parecerá quizas á V.
cosa estraña , pero semejante reso
lucion fué la causa de todas mis
desdichas.
^Fué feliz el primer dia de mi
via£e. En el segundo, hacia el ano
checer me hallaba á dos leguas de
la aldea en que contaba pasar la
noche; iba yo á dejar las riendas
sobre el cuello de mi caballo, pa
ra contemplar atentamente los de
leitosos sitios que me circundaban ;
dió el bruto un tropezon , cayó y
se hirio tan fuertemente en la ro
14
-SW-
dilla, que no fue posible hacerla
ir mas adelante.
Habiendo descubierto una casa
acorta distancia, me apeé , y fui
en busca de algun socorro. Se me
abrid la puerta por un hombre que
me parecio" de edad de unos cua
renta y cinco anos. Le referí el conr
traticmpo que acababa de acaecer-
me, y le supliqué que tuviera á
bien indicarme á alguno que pu
diera curar mi caballo , y me ayu
dara á conducirle á la inmediata
aldea. Llamó él iümeuiatamente-JÉit
un mozo de unos catorce aríos,qu8
trabajaba en un jardin contiguo i
la casa; y le manda que llevara mi
caballo á la cuadra. Un tono de
franqueza y hombría de bien , y
el sumo apuro en que me hallaba
yo, no me dejaron libertad para
desechar sus ofrecimientos.
Tuvimos cuantos trabajos son
imaginable» , para conducir mi po
-211-
bre caballo hasta la cuadra.
Luego que por último le hubi
mos puesto en ella, le curd aquel
mismo que le habia dado asilo. Des
pues de lo cual, me convidó á que
le siguiera á la casa. Una muger,
que él me dijo ser sobrina suya,
me recibid con una suma urbani
dad. No quedé menos satisfecho de
la acogida que me hicieron sus dos
hijas, muy bonitas ambas. El con
tratiempo, qué acababa de suce-
derrne, sirvió de materia á la con-
I versacion en el principio, y se si
guieron tras ello las acostumbradas
preguntas: — „ De donde viene V.
Caballero? — A donde va V., Ca
ballero ?
El mozo á quien yo habia de
jado en la cuadra con mi caballo,
entró; y meneando la cabeza, dijo:
„ Ah ! señor, e3 un malísimo gol
pe por cierto; y discurro que se
pasará mucho tiempo , antes que el '
—¿12—
animal de V. se habilite para echar
un pie delante del otro.
Esta nueva me contristó; y ha
biéndolo echado de ver mi hués-
pued , que se llamaba Dulac , me
dijo :
No es menester, Caballero, que
su caballo de V. le inquiete; por
que ciertamente Pedro podria equi
vocarse. Pero, en todo evento, si
V. puede pasar algunos dias con
nosotros en esta humilde morada,
la compañía suya será muy agra
dable á los que en ella habitan.
Me incliné profundamente para
darle las gracias de tan obsequiosos
ofrecimientos ; pero hubiera creído
yo , aceptándolos , abusar de la ur
banidad de un sugeto que me era
desconocido.
Bien, bien, repuso Dulac que
adivina mi modo de pensar , pase
V. á lo menos esta noche con no
sotros, y mañana hablaremos mas
-213-
por estenso de esto. Vaya, acom
páñeme V. , y veamos algo si sere
mos del dictamen de Pedro.
Me levanté para seguirle. Se pa
ró él en la puerta ; y con una in
clinacion de cabeza , me hizo sería
con la mano para que pasara ade
lante. Le volví su salutacion , y
pasé. Oí entonces á su sobrina le
vantarse, y llamarle. Continué mi
camino hacia la cuadra ; y hallé,
despues de haber examinado la he
rida de mi caballo, que Pedro no
se habia escedido nada en lo que
habia dicho. Se, me incorporó lue
go Dulac , y me dijo riéndose :
,. Temía mi sobrina , caballero,
que no pudiéramos recibirá V. co
mo lo merece ; porque no tenemos
una cama que no esté ocupada ;
y mi sobrino Bertrand ha ido
á la ciudad, de la que debe traer,
para pasar aquí algunos días , á la
hermana de su muger y marido su
-914-
yo ; pero le he dicho que se so
siegue; que V. era huesped mio,
y que si queria aceptar la mitad
de mi cama, me daria sumo gusto. „
Temí , si yo me negaba, descon
tentar á un hombre que me reci
bia con tanta bondad ; y acepté su
oferta con tanta diligencia , como
valor el habia puesto en hacermela.
Mi franqueza pareció agradarle;
y por mi parte, me hallaba mo
vido de las amistosas demostracio
nes con que él me colmaba. Todas
sus palabras y acciones anunciaban
la sinceridad y buena voluntad de
su corazon.
Al cabo de una hora, llega'ron
Bertrand y los parientes de su ma-
ger. Dulac me presentó su sobrino,
que me recibió con tanta cordiali
dad como su tio. Estuvo luego la
cena en la mesa. En ella reinó Ja
alegria , y vi con gusto que mi pre
sencia no desagradaba á la familia.
Nos separamos muy tarde.
-215-
La conversacion me instruyó de
que Dulac tenia la granja en que
él vivia, y que administraba por
bí mismo , miéntras que Bertrand
y sus dos hijos labraban , sembra
ban, en una palabra hacian cuan
to , en el cultivo de las tierras , re
quiere fuerzas y juventud.
En el siguiente dia por la ma
ñana , fui volando á la cuadra ; y
tí con satisfaccion qne se babia
mejorado mi caballo.
Despues del desayuno , me con
vidó Dulac á dar un paseo en su
< compañía. Acepté con tanto mas
gusto , cuanto estaba yo sumamen
te curioso de contemplar los subli
mes espectáculos , que por todas
partes se presentan á la vista en
aquella parte de la Suiza. Al me»
diodia, estuvimos de vuelta en ca
sa. Hablé con enagenamiento delas
magnificas vistas que yo acababa
de dejar. Bertrand parecio lisonjear
-U16-
do de los elogios que mis labios ha
dan de su pais j y me prometio
conducirme por la tarde al mismo
sitio , en que el ocaso del sol me
baria gozar de unas vistas total
mente diferentes de las de la ma
ñana. Acepté gustoso ; y volví de
aquel paseo mas hechizado todavía
que por la mañana de los primo
res de aquella sublime naturaleza.
El ejercicio ; que habia hecho en
el curso del dia, me fatigo algo.
Dulac lo advirtió ; y mandd traer
una disforme botella de vino ran
cio. Pasó el vaso en rueda , y tan
to la alegría de los convidados co
mo la mia me hiciéron olvidar
luego mi fatiga.
/ Por la noche , nos separamos con
escasa diferencia á la misma hora
que en la víspera.
El calor, durante el dia, habia
sido escesivo , y apénas se podia
respirar en nuestro cuarto. Me des
-217-
perté ántes de salir el sol, y eché
de ver que el bochorno me habia
causado una fortisima sangre de
naric«s. En balde hice por atajarla.
Desperté, sin quererlo, á Dulac ;
el cual me aconseja que bajara , y
fuera á lavarme con el agua del
pozo , que estaba situado en el cor-
Tal al lado del jardin. Me levanté
inmediatamente; y me disponía á
salir del cuarto, con arreglo á su
consejo , cuando él me volvió á lla
mar para preguntarme si yo babia
abierto alguna vez la puerta que
conducia de la casa al jardin. Re9-
pondíle que no hacia memoria de
haberla abierto nunca. _„ En ese
caso , me dijo , tome V. este cu
chillo ( sacó al mismo tiempo uno
del bolsillo de si» chupa, que estaba
en una silla inmediata á su cama );
tenga V. con una mano su hoja de
bajo del pestillo, miéntras que le
levantará con la otra ; de otro mo
-218-
do no lograria V. abrirla pnerta.,,
Pile gracias para su atencion ; jr
despues de haber tomado el cuchillo
que él me presentó, bajé. Reconocí
bien presto la utilidad del cuchillo
para abrir la puerta , cuyo pestillo
parecia haberse roto. Entré enton
ces en el corral , y saqué un cubo
de agua , cuya frescura surtid el
deseado efecto. Al punto cesó de
correr la sangre ; y me volví al
cuarto. Dulac que me oyó volverá
entrar, me preguntó si habia cer
rado otra vez la puerta del corral;
le respondí que sí ; y habiéndome tf
metido de nuevo en la cama , volví
á dormirme luego.
Al despertarme , se habia levan
tado Dulac. Me vestí , y bajé. Ha
llé reunida ya la familia para el
desayuno. Despues de los cumpli
dos de estilo, me preguntó Bertrand
en donde estaba su tio ; díjele que
no le habia visto por la mauana,-.
-219-
„ Ni yo tampoco, repuso Bertrand ;
ha ido probablemente á pasearse en
las orillas del lago. „
„ Estará seguramente de vuelta
antes que hayamos acabado el desa
yuno , añadió Marta ( era el nom
bre de 4a muger de Bertrand ) ;
porque mi tio gusta mucho los pa
seos de la mañana. „
... Habiendo acabado de tomar sa
cuenco de leche antes de finalizado
nuestro desayuno las dos hijas de
Bertrand, una de las cuales tenia
once arios y la otra nueve, subiéron,
nos dijo Marta para hacer las ca»
mas.
Dulac no volvía. _ Bertrand em
pezó á inquietarse ; envió en busca
suya á Pedro á todos los parages en
que él solia detenerse. La familia
creyó que al parecer se habia en
gañado Dulac en la hora.' .i .
De allí á un instante, bajaronlas
niñas corriendo por la escalera , coa
' .tvJ
el pavor pintado en sus figuras. La
mayor esclamd:
,; Está llena de sangre la cama
de mi tio. „
Bertrand y su muger se claváron
uno á otro los ojos con trazas de
sorpresa. Me avergonzé1, y me ace
leré á esplicarles el hecho que cau
saba su asombro. Añadí que , pof
consejo dé Dulac , me habia levan
tado , y encaminádome hacia el po-
eo , en que la frescura del agua La
bia atajado la evacuacion de mi
sangre.
„He visto algunas manchas de
sangre á orilla del pozo , dijo Ber
trand , y en el pasillo que condu
ce al jardin ; pero se me habia pa
sado el preguntar la causa de ello. „
„ Todos los vestidos de mi tio es
tán en una silla al lado de su cama,
dijo una muchacha. „
„ ¡ Gomo ! esclamd Bertrand „ —
y se arrojó al punto hacia la esca
lera.
-291-
¡ Hasta su vuelta, el mas profun
do silencio !
„ No es sino muy cierto lo que
Nieolasa nos lia dicho; todos su»
vestidos, escepto los calzones , están
en su cuarto, dijo Bertranrl al vol
ver. En la faltriquera de sus calzo
nes, anadió el mirándome , metia
siempre mi tio su bolsa. Recibid,
tres dias hace , treinta luises de oro
por la venta de algunos árboles ;
¿te los ha entregado á tí, Murta ? „
„ No , respondió Marta ; estaba
ocupado en contarmelos, cuando
llamo' este forastero á la puerta; y
los volvió á meter en su faltriquera
antes de ir á abrir. „
,. Esto es una cosa estrafía , re
puso Bertrand, clavándome siem
pre los ojos.,,
El asombro me impidió hablar;
y. mi silencio, no lo dudo , corro
boró sus sospechas.
Bertrand, su cuñado y las mu-
-222-
geres, se pusiéron entónces á pla
ticar juntos en voz baja, echando
sobre mí , por intervalos , como lo
noté muy bien , las mas significa
tivas ojeadas. Al cabo de un cuarto
de hora , el cuñado de Bertrand,
llamado E/aval, salio de la casa. Vol
viéndose entonces Bertrand hácia
mí , me acusa declaradamente di
'ser uno de los bandoleros que, ha*
cia algun tiempo, dijo, infestaban
el país , y de haber ideado la estra
tagema que me habia proporciona
do entrada en la casa, á fin de po
der robar á Dulac el dinero qrte aca
baban de entregarle.
„ No contento V. , añadió , con
robar al {fue le habia recibido tan
amigablemente , ha querido enea- .
brir un delito con otro todavía ma
yor ; pero tiemble V. , infeliz ; por
que estará bien pronto bajo el po
der vengador de las leyes. ,.
El terror que esperimenté á esta
-223-
declaracion de su modo de pensar,
aunque le habia leido yo en sus ojo»
ántes, me turbó en tanto grado
que estuve para perder enteramen
te el sentido ; y mi turbacion con
firmó de nuevo las sospechas da
Bertrand y de su muger.
Se cerrd la puerta , á fin de que
yo no pudiera salir de la casa ; y
me diéron á entender que Laval ha
bia ido á la poblacion inmediata en
busca de los dependientes de jus
ticia.
La conciencia de mi inocencia sin
embargo me volvió poco á poco el.
valor; y rogué con encarecimiento
á Bertrand que tuviera á bien oir
mi justificacion. Pero miéntras que
le. referí cuantas circunstancias me
ocurrieron en la memoria, no ma
nifestó trazas de hacer la menor
atencion alo que yo le' decia.
El mas leve ruido que heria en
mis oidos , hacia palpitar mi cora
-324-
«on. Contaba yo con ver volver á
Dulac. Pedro volvió entonces , y di
jo que todas sus diligencias no ha
bian producido fruto ninguno. Ber-
trand no parecio' sorprendido de elloj
y Marta se apresuró á participar á
su hijo cuanto habia pasado duran
te su ausencia.
Al cabo de dos horas, llegaron
los dependientes de justicia; y en
virtud de la acusacion de Bertrand,
Laval , y mugeres suyas me llevá
ron á la carcel. Antes de mi parti
da , les aconsejó Bertrand que me
registraran. ( Me estremezco toda
vía al contárselo á V. ). Un depen
diente de justicia sacó de mi bolsi
llo el ensangrentado cuchillo que
Dulac me habia prestado para abrir
la puerta. No me habia acordado
yo de esta circunstancia; y en mi
narracion á Bertrand , habia olvi
dado absolutamente mentarla. Nin
guno quiso oirme entonces ; y todos
-225-
dijeron que aquel fatal cuchillo *
habia sido el instrumento de la
muerte de Dulac.
Sordos á todas mis representa
ciones , me arrastraron á la po
blacion inmediata ; y me metiéron
en una prision , hasta el momento
en que yo debia ser juzgado.
Informé á mi hermano político
de cuanto me habia sucedido". Vi
no inmediatamente á mi prision ;
contóle yo mismo mi desgraciada ->
historia ; y uso él sin dilacion de
cuantos empeños estaban á su dis
posicion , para impedir que se me
pusiera en juicio.
Dulac no volvió á hallarse. Mis
abogados practicáron todas las
imaginables diligencias, pero todas
fuéron inútiles. Llegó el fatal dia,
6in que yo tuviera el menor arbi
trio para destruir las pruebas, al
parecer , irrecusables de mi delito.
Es verdad que. se habia registrado
15
-226-
cl pozo, en el que no se hall ó el
cadáver ; pero esta prueba de mi
inocencia no parecio harto fuerte
para contrapesar las de mi delito,
especialmente la del ensangrentado
cuchillo, hallado en mi bolsillo.
Mi interrogatorio no fué largo.
Los jueces, unánimemente, me
condenaron á morir. Esta senten -
cia fué una mortal puñalada pa
ra mi desgraciada hermana. Supe
despues que su pesadumbre la ha
bia robado á un esposo, que ido
latraba en su muger. Me llevá
ron otra vez á mi calabozo, en que
hallé á un confesor que me aguar
daba. Quedo movido de mi situa
cion ; y la inalterable firmeza mia,
á las cercanías de la muerte, le incli
nó á creer en mi inocencia. Pro
metía empeuarse con los jueces i
favor mio ; y unidos sus empeuos
con el valimiento y consideracion
de que gozaba mi cufiado, el con
-227-
de Harden , me salvaron la vida.
Se conmutó la pena en la de pre
sidio perpetuo.
La muerte hubiera sido cierta
mente preferible, á no haber te
nido yo la esperanza de que al
gun imprevisto suceso probaria en
algun dia mi inocencia, y me res
tituiría á mi patria.
No mentaré á V. el doloroso
momento en que fui arrancado de
los brazos de una bien amada her
mana , ni aquel mas horrendo to
davía en que fui sujetado al re
mo , despues de un trabajoso j
vergonzoso viage.
• Desde Génova, fui enviado á la
isla de Córcega. Allí, en el trans
curso de diez años, esperimenté
cnanto la humillacion tiene de mas
irritante. ¡ Ah !que estalo es el de
un hombre inocente , obligado á
vivir con malvados, castigado co
mo ellos , dü M delito que él no
-228-
ha cometida, sin poder hallar los
medios de probar la injusticia de
los tormentos con que le abru
man !
Al cabo de estos diez años , de
claró el emperador de Marruecos la
guerra á los Génoveses. Durante la
primera campaña , ganó el empe
rador una completa victoria á una
escuadra genovesa, que habia sali
do de los puertos de Córcega. Fui
hecho prisionero , y pasé á ser es
clavo del gran visir. Me destinaron
á cultivar los jardines del palacio ;
mi suerte se habia vuelto mas sua-
ve ; pero era yo siempre esclavo.
Mi esclavitud, ¡ay de mí! no
estaba inmediata á su fin. Se pasa
ron doce años sin mas consuelo que
el de una esperanza siempre bur
lada. Fui enviado entonces, ignoro
con qué motivo , á trabajar en los
jardines del emperador, f
£n el tercer dia que siguió á mi
-229-
mtidanza de senor , noté á un an
ciano con trage de esclavo , cuyas
facciones creí reconocer. No hizo
él en el principio atencion en mí;
pero al tiempo que me acerqué á
este anciano, á fin de examinarle
mejor , no bien hubo echado por
su parte la vista sobre mí, cuando
prouuncid mi nombre. Su voz me le
hizo reconocer al instante ; era
Dulac.
Despues de habernos espresado
recíprocamente nuestra sorpresa,
le noticié cuanto me habia suce
dido despues de nuestra separacion,
y me apresuré á preguntarle la cau
sa de su repentino desaparecimien
to.
j Ah ! me dijo , cuanto he pade
cido desde aquel horroroso momen
to! Pero no me quejo; los decre
tos del cielo son justos; él los re
vocará, cuando llegue su tiempo.
Dulac continua así.
-230-
Apénas se habia vuelto V. £
acostar la manana del último día
en que le vi , cuando me discurrí
oir entrar á alguno en casa por la
puerta del jardin. Plíseme al pun
to mis calzones y chinelas ; y ba
jé rápidamente la escalera. Eché de
ver en la cocina, tratando de for
rar la puerta que conducia á un
gabinetillo en que yo guardaba mis
papeles , dinero , en una palabra
cuanto poseia de mas precioso , á
dos vecinos mios , cuya moralidad
me habia infundido siempre sos
pechas, á causa de su trato con una
cuadrilla de contrabandistas esta
blecida en la frontera de Francia.
Concibe V. su asombro } echa
ronme la mano al instante , y me
pusiéron una mordaza; y habien
do deliberado por algunos momen
tos sobre lo que harian de mí pa
ra impedir que yo diese á conocer
su maldad, se. determinaron i ar-

J
-231-
rastrarme á lo que llamáron ello»
su caverna.
Por defuera de casa, habia otroi
dos hombres , cuyas facciones me
eran absolutamente desconocidas;
y que estaban esperando allí, á fin
de ayudar á llevarse el botin. Se
sorprendieron mucho, y se descon
tentaron todavía mas , al verme ;
me abrumaron de maldiciones por
haber interrumpido , con mi pre
sencia , su espedidon , y con una
feroz sonrisa juráron vengarse.
La caverna , que ellos habian
mentado ya, estaba ahondada de
bajo de tierra , y distante tres le
guas de mi casa. En aquel sitio
ocultaban ellos sus hurtos , y los
objetos conque hacian el contraban
do. Habiéndome llevado allí, me
registraron , y se apoderaron de
una cantidad de dinero que des*
graciadamente llevaba yo conmi
go. Era el precio de algunos olmos,
-232 -
que yo habia recibido dos dias an
tes. Pusiéron cerca de mí un cán
taro de agua, un pedazo de pan
negro , «ne dejaron.
Los rayos del sol no penetraban
jamas en mi mazmorra, cuyo aire
era tan espeso, que yo no respira
ba masque con trabajo. Exhalaba
ella tambien un olor infecto : á to
dos los cuales tormentos debe aña
dirse la inquietud de mi ánimo.
Me veia en poder de unos hombres
habituados á no retroceder á la vis
ta de delito ninguno; separado de
mi familia, cuya turbacion y cruel
incertidumbre, que un desapare
cimiento tan estraordinario no po*
dia ménos de producir, se me re
presentaban en la imaginacion.
Dos hombres, á los que yo no
habia visto todavía , entráron por
la noche en mi prision. Me pusie
ron otra vez una mordaza , y me
condujéron afuera. Despues úe mur
-253-
chas horas do marcha , nos incor
poramos con una numerosa cuadri
lla de hombres , i Jos que recono
cí luego por los cómplices de miá
conductores. En medio de ellos,
habia otros quince presos maniata
dos y con mordazas del mismo
modo que yo, y 4 los que, como
á mí , y por las mismas razones ,
aquellos malvados, se Irabian lle
vado.
Puslmonos otra vez en camino.
Al cabo de algunas horas, llegamos
á otra cueva , absolutamente pareci
da á la primera. Los otros presos,
igualmente que yo , fuimos deposi
tados en la parte mas profunda del
soterráneo. Los contrabandistas pa
saron la noche en la parte delante
ra de esta lóbrega habitacion.
De ella nos sacaron en la noche
siguiente del mismo modo que eo
la víspera ; y despues de haber pa
sado seis noches caminando , y seis
-934-
dias en cavernas enteramente seme-
jantes á la primera, nos hallamos
á orillas del mar. Nos pusieron in
mediatamente á bordo de un navio
que nos esperaba á corta distancia
de la costa. Supimos luego que el
dueño de aquel bajel compraba es
clavos de estos contrabandistas , y
los revendia despues al emperador
de Marruecos.
La resignacion en la voluntad de
Dios , y una ilimitada confianza en
su bondad , reanimáron insensible
mente mi valor. Fui bastante feliz
para comunicar estas consolatorias
ideas á mis companeros de infortur
pio.
. Despues de una fatigosa trave
sía, llegámos á estos lugares mis
mos , en que todavía me ve V. hoy
dia. Despues , fui siempre esclavo;
y si la. Providencia decreto que yo
acabaría aquí mis deplorables dias,
me someto sin murmurar á su om
nipotente voluntad.
-255-
Vuelvo ahora á mí, continuó el
ermitaño. Con cuanto pesar contem
plé á aquel escelente hombre en la
desgraciada situacion á que , sin mí,
no se hubiera visto reducido nunca,
porque finalmente , si , por fe no
che yo no le hubiera despertado,
ni me hubiera levantado, no hubie
ra oido él entrar en su casa á los
dos malvados que le habian arran
cado de su familia.
Le participé mis ideas , y el sen
timiento que ellas me causaban.
No juzgue V. nunca , me res*
pondid, con arreglo á los acaeci
mientos. Nos hicimos uno á otro,
trin quererlo , mas mal que nues
tros mas acérrimos enemigos hu
bieran podido• hacernos j pero no
tenemos cosa ninguna de que re
convenirnos. :
Desde el instante en que hube
vuelto á hablar á Dulac , no cesé
de ocuparme• en los medios de li
-236-
bertarnos ano y otro de- la esclavi
tud. Gozaba yo anticipadamente de
mi triunfo, en el momento en que
probara yo mi inocencia volviéndo*
le á su familia.
Mientras que 'todos mis pensa -
mientos iban dirigidos hácia este
fin , una circunstancia imprevista
me saeú del apuro , y me causó una
satisfaccion de que yo no gozaba
mucho tiempo hacia. Llegó á Mar
ruecos la noticia de que un caba
llero frances muerto recientemente,
había dejado por su testamento, en
espiacion de sus culpas ; una canti
dad de dinero suficiente para la re
dencion de cincuenta esclavos eu
ropeos escogidos entre los que loeran
mas antiguamente. Juzgue V. del
regocijo que esperimentámos Dulac
y yo, al saber que pertenecíamos
á este dichoso numero.
Dejamos nuestros vestidos de es
clavos , nos cubrieron con otros en
-237-
ropeos ; y de allí á pocos dias , nos
embarcamos en un bajel frances,
que debia desembarcarnos en las
costas de Languedoc.
Los seis primeros dias de nues
tra navegacion fuéron felices. En el
séptimo , al ponerse el sol , el vien
to que habia sido muy suave todo
el dia , empezó á soplar con vio
lencia. Los nublados se precipita
ban los unos sobre los otros. La
profunda obscuridad de que quedó
cubierta luego la naturaleza , no se
alumbraba mas que por el pálido
resplendor de los relámpagos, re
flejado en la inmensa estension de
las aguas. El bajel parecia por ins
tantes pronto á ser despojo d e los
rayos y sumerjirse. Todos los pa
sajeros quedáron poseídos de una
consternacion general ; y cod un
silencio que todavía hacia mas hor
rendo aquel espectaculo, cada uno
parecia esperar su postrer momento .
-238-
Arrojado al fin el navio contra una
peíla, que lasolas habian ocultado
de nuestra vista , se abrid por me-
dio.
La lancha estaba hacia la par
te del bajel en que nos hallabanlo»
Dulac y yo. Echola un marinero
al mar , saltando dentro de ella.
No vacilé en seguirle. Alargué mis
brazos entonces á Dulac, y le aya-
dé á entrar en la laucha. Apenas
hubo entrado, cuando una oleada
nos alejó del navio ; y de allí á un-
momento , le vimos irse a fondo.
El horror que este espectáculo nos
hizo esperimentar , no puede es
presarse. Sentíamos á veces el no
haber participado de la suerte dé
nuestros desgraciados compañeros.
Al cabo de una hora, empezd á
aflojar el viento , pero estaba siem
pre de leva el mar. Nos costó su
mo trabajo el impedir que zozo
brara nuestra lancha. Lo conseguir
-239- .
mos por espacio de muchas horas;
pero habiendo entorpecido al cabo
la humedad, frio y fatiga nuestros
miembros, paso una oleada por
encima de nosotros, y volcó la ha
cha. Nado yo muy bien ; volví so
bre el agua, y cogí otra vez la
lancha : y haciendo uso entonces
de la fuerza sobrenatural que un
gran peligro comunica , logré le
vantarla y entrar &ra vez en ella.
Busqué con la vista i Dulac ; des
cubrí un brazo encima del agua; le
cogí, y saqué del mar al marinero
cuya presencia de ánimo me habiá
proporcionado los medios de dejar
el navio. No volvía. ver mas á Du
lac.
Esta desgracia echaba el colmo
á mi miseria; pero como la con
servacion de la vida , cuando está
amenazada de un ejecutivo peligro,
es siempre el afecto dominante en
el corazon del hombre, por mas
-so
pesares que le cerquen por otra par
te, no conocí en aquel momento
toda la gravedad de la pérdida que
yo acababa de espernuentar.
A los primeros rayos del dia, nos
descubrid un pequeuo barco es-
panol ; el que, habiendonos envia
do su lancha, nos recibió á su bor
do , en que se nos dieron profusa
mente cuantos socorros exigía nues
tra situacion. Luego que la impre
sion de los peligros á que yo Labia
estado espuesto , se hubo borrado
algo, empezé á conocer que pri
vándome de toda esperanza la pér
dida de Dulac, me hacia mas des
dichado que yo no lo habia sido
nunca.
El marinero que habia sido com
pañero mio en la lancha, espiró de
fatiga algunas horas despues que
estuvimos en el bajel español. ¿Por
qué , ay de mí ! me fué acordado
el sobrevivirá, á mí que tenia tan
-241- -c' "
ta razon para desear la muerte. ?
En el siguiente dia , llego el na
vio español á su destino. Tomé tier
ra en país que me era absolutamen
te desconocido, y en el que me ha
llaba yo arrojado por la borrasca»
sin- medio ninguno de subsistencia.
Dichosamente para mí, el capi
tan del barco hablaba frances. Era
un hombre generoso y humano.
Mandó darme un vestido de mari
nero, y me hizo regalo de algunos
ducados. Me puse entonces en ca
mino , persuadido de que , con este
disfraz , me seria posible llegar, sin
ser reconocido , hasta el palacio del
conde Harden , situado en las in
mediaciones de Ulma.
Siete semanas me bastaron para
bacer este v¡2ge; pero figúrese V.
mi pasmo y dolor. Llego á los lu
gares en que yo esperaba gozar to
davía de los dulces abrazos de una
hermana tiernamente querida. Sé
tom. 1. - 16
-342-
que ella no sobrevivid mas que do*
aiíos á mi destierro , y que él con
de Harden ha mnerto tambien ran
chos años hace.
Pregunté si mi hermana había
dejado algunos hijos. Me dijeron
que ella no habia tenido nunca ma»
que una hija, que ha muerto tam
bien , añadieron.
Me habia herido tan crnelmenflt
la mano de la adversidad , que una
herida mas n» podía aumenta en
irada las penas de un corazon atra
vesado; no me es posible esplicar .
de otro modo la entereza con que
fí desvanecerse mi única y postre
ra esperanza.
Al ir yo á Ulma , habia pasado
por delante de esta celda. Estaba
desierta. El último ermitaño que la
habia ocupado, habia muerto al
gunos años hacia. Ninguna cosa po
día apegarme ya al mundo , todo,
por el contrario , me infundia aveí
-243-
sion á él. Hubiera llevado yo en él
conmigo siempre el temor de ser
encontrado por los parientes de Da-
lac j y por otra parte , carecia en
teramente de bienes, por haberse
confiscado todo mi patrimonio en
virtud de la misma sentencia que
me habia desterrado. Resolví en su.
consecuencia formar de esta celda
mi habitacion. Con el dinero que
me quedaba de las limosnas que yo
habia recibido bajo mi disfraz de
marinero naufrago , compré un ro
pon de lana, un baston y frasqui-
flo, y tomé al punto posesion de
esta morada. En ella he vivido des
pues constantemente. Debo mi sub
sistencia á la caridad de los aldea
nos de las inmediaciones, alas fru
tas y semillas que cojo ó alzo en los
bosques, de que está cercada mi
celda.
Quince años han pasado, y du
rante este largo transcurso de tiein
-244-.
po , eseepto las comunicaciones que
rae es preciso mantener con los al
deanos , es V. la primera persona
cuya voz haya turbado , ó consola
do por mejor decir mi soledad.
Tengo ahora ochenta y dos años.
¡Quiera Dios, hijamia , que llegue
V* á esta edad, pero sin comprar
la vida , como yo , á costa de las
desdichas; y sobre todo que espere
la hora de la muerte , ahora mi tíni
co consuelo , con un corazon tan
puro como el mio ! „
El ermitaño ceso de hablar. Al
enjugarse Laura las lágrimas que le
habia hecho derramar la relacion
de las desgracias de su bienhechor,
le dio las gracias de la confianza
que habia tenido en ella , y le pro
metió no revelar, sin consentimien
to suyo, su historia...
El peso de los agenos sentimien
tos , cuando nosotros mismos somos
degradadas, acaba de abatir nues
-245-
tro valor. Conoció Laura que una
espesa sombra , que ella no pudo
desvanecer, le ofuscaba el ánimo.
Todos sus esfueraos para presen
tarse alegre no sirviéron mas que
para dar nuevo incremento á la pos
tracion de sus facultades. Bajados
luego modestamente sus ojos, se
humedecieron con invol untarias lá
grimas.
Echa de ver su profunda me lan-
colia el anciano ; y mudd á menu
do de conversacion , con la esperan
za de distraer su atencion delos
tristes objetos, con que él vió preo
cupado el ánimo de Laura. Habien
do reconocido lo inútil de sus es
fuerzos, calentó para ella un nue
vo vaso de cordial; le foméntd la
cabeza y brazo heridos ; y como se
acercaba la noche , la aconsejtí que
buscara en el sueño el descanso de
su agitado ánimo.
En la mañana del siguiente día,
-246-
se levantó Laura al tiempo que vol
vía de la fuente el ermitaño : y
vio este con gusto que el sueno ha
bía restituido la serenidad á la ama
ble esposa de Alfonso.
Habia ido el ermitaño á una ca
bana poco distante, cuyos buenos
habitantes le proveían de pan ha-
bitualmente. Habia traido algunos
racimos de uvas frescamente cogi
dos, para regalárselos á Laura.
Durante el dia , espresd Laura al
ermitano su asombro de no haber
visto ella á Teodoro , ni siquiera
. una sola vez , durante el tiempo de
su encierro en la torre. El ermita
ño la exhorto á dar gracias al cirio
por haberla libertado de los peli
gros que ella habia tenido tantos
motivos de temer, y á no atormen
tarse por sí misma, apartando sus
ojos de la risueña perspectiva que
se le presentaba ahora , para di
rigirlos hacia unas pasadas aflic
-247-
ciones que no volverian mas.
„ Pero si ellas volvieran, esclamá
Laura , si el infame Teodoro halla
ra medios para impedirme el vor-
ver á ver á Alfonso. „ _ Sus lágri
mas no le permitieron proseguir.
„ ¿ Porqué no ocupar así la ima
ginacion de V. mas que en horren
das quimeras? repuso el santo soli
tario. Ningun mortal está exento de
las miserias anejas á esta vida de
pruebas. Cuanto mas resignacion te
nemos , tanto menos padecemos acá
abajo , y tanto mayor es el galardon
que nos espera en un mejor mun
do. Por otra parte, el anticiparse
asi a unas adversidades , que no
existirán quizás, es poner en peli
gro la eterna felicidad de V., atra
yendo sobre sí, por medio de una
falta de confianza en su bondad y
poder , la ira , de aquel que solo él
puede hacernos dichosos.,,
Laura conocid toda la fuerza de
-243-
estas palabras; pero conoció al mis
mo tiempo que á un hombre, cu
yos vínculos todos con el mundo
estaban rotos , Id era mas fácil el
dar un sabio consejo , que á ella el
cesar de estar inquieta sobre la suer
te de aquel en quien idolatraba.
Hacia la noche, una buena lum
bre alegro la celda. Una conversa
cion variada los ocupó hasta aquel
momento , en que el buen ermita
ño recordó á Laura que ya era
tiempo de recogerse. Ofreciéron
juntos sus fervientes oraciones á
Dios , y se separaron despues.
A cosí de media noche, se des
pertó Lnura. Presentesele de re
pente su Alfonso en la imaginacion.
Estaba ocupada en formar conje
turas sobre lo que podia haberle
acaecido despues de su separacion
cuando hirio en sus oidos el ruido
de un ligero suspiro; oyendo me
nearse despues alguna cosa. Se in
-249-
corporó en la cama, y se puso á
escuchar; pero acordándose luego
de que su huesped estaba acostado
á corta distancia de ella, se sonrio
de sus vanos espantos, se tendió de
nuevo sobre su estera , y reconci
lio insensiblemente un segundo
sueño.
Al despertarse por la mañana,
llamó al ermitaño, preguntándole la
hora. No recibiendo respuesta nin
guna , creyó que él habia salido
para ir á la fuente. Se levantó, y
fué á la parte esterior de la celda.
¡ Qué espectáculo! Vió Laura á su
venerable bienhechor tendido sin
vida en su lecho de musgo.
Dió ella un agudo grito , y cayó
en el suelo. Ninguno podia respon
der á su voz , ni volverla á levan
tar. Se atrevió al cabo á acercarse
con vacilante paso, al cuerpo yer
to ya , del ermitaño. Le contem
pló silenciosa por algun tiempo ; y
-250-
prorrumpiendo en lágrimas despues
reclamó :
„ ¡ Es menester que en el mo
mento en que he hallado á un ami
go , para templar la pérdida mo
mentánea de aquellos de quienes
los pérfidos designios de un malva
do me han arrancado ; es menester
que en el momento en que mas ne
cesito de su socorro, llegue la muer
te á robármele ! ¡Ah ! ojalá hubie
ra volado yo hacia él, cuando en
esta noche le oí dar un suspiro ! La
vida sin duda estaba pronta entonces
á escaparse: 7 quizas, si yo hubiera
venido á su socorro , viviria él to
davía. ¡O tú , que me salvaste la
vida , perdona mi involuntaria ne
gligencia; y si, despues de la muer
te , los santos , en cuyo número te
hallas seguramente , conservan al
gun influjo sobre la tierra, ah! díg
nate echar una compasiva mirada
sobre la desdichada i la que, duran-
-251-
te tu vida , no te has desdeñado de
socorrer ! „
Con las lágrimas en los ojos , se
sentó en el banco , en que, la vís
pera todavía, habia pasado el dia
al lado de la lumbre , ocupada en
ana agradable conversacion con el
piadoso solitario Reinaba un es
pantoso silencio en la celda, yúni.
camente sus suspiros le interrum
pían Debian pasarse todavía tres
dias y otras tantas noches, antes de
la época fijada por el ermitaño para
la vuelta de su mensagero; y aun
que espantada de la profunda so
ledad en que ella se hallaba, te
mía todavía mas el verla turbada
con la visita de algun hombre mal
intencionado.
El dia estaba para finalizarse,
cuando Laura se despertó del le
targo en que el sentimiento y re
flexion la habian sumergido.
Comid un pedacillo de pan, y be
-252 _
bió* un vaso de agua. Echd una
dolorida mirada sobre el yerto ca
dáver de su amigo ; y despues de
haber orado con fervor, se metió
en la cama, abandonándose ente
ramente, al patrocinio de aquel, que
no nos somete á tantas pruebas, du
rante esta breve vida, mas que pa
ra precisarnos á tener de continuo
a nuestra vista la animosa perspec
tiva de una eterna felicidad.
-255-
<V«rV«MWVllM/WVM'tlMm/Ma/lfl\Mlt

CAPITULO XII.

La desgracia llega de nuevo á des


cargar soliie mi cabeza. No soy \n due
ño de mi , turbome. (Desgracia! des
gracia !
Hartso».

Volvamos ahora á Alfonso, al qpe


tenemos abandonado desde aquella
fatal noche , en que le fué robada
Laura por el pérfido Teodoro.
La noche estaba muy adelanta
da , cuando Alfonso volvid del rio.
Al acercarse á la cabana, se que
dó sumamente sorprendido. La
puerta suya estaba abierta , y no
vid brillar en las tinieblas la luz
del velon , que comunmente per-
-254-
manecia
Entrb encendido
El mas profundo
hasta su vuelta.
silen

cio Llamó á Laura , y a la mo


za que la servia. Respuesta ningu-
na._líuscblas en todas partes.—Las
llamb otra vez. Respuesta ningu»
na siempre. Turbado con el asom
bro y temor, fué volando i la ca
bana mas próxima á la suya. Des
pertó á sus habitantes ; y sabiendo
apenas lo que decía, preguntó por
Laura No está aquí. — Corrió en
tonces hácia otra cabana ; y recor-
ri5 cuantas, por aquel lado, coro
nan las márgsnes del Inn Nin
guno habia visto á Laura. Se vol
vió Alfonso á su cabana. — Buscó
de nuevo á Laura. Llamola otra
Tez. La desgraciada no podia res
ponderle. — ¡ Está robada! está per
dida para siempre, esclamd Alfon
so. Teodoro , el infame Teodoro me
la ha arrancado. Triunfa de mí. Mi
Laura...
-255-
En su desesperacion , se echa por
tierra. Pero recobrándose luego , y
llevando en el brazo todavía la red
con que habia vuelto del rio , voló
mas bien que corrió al palacio de
Smaldart.
En el momento de llegar 4Jíbn-
so , acababa de levantarse el baron.
Jje alcanzó á ver en el jardin Al
fonso; corrió hacia él, y sin nin
gun otro preámbulo, le pregunto*
si Teodoro estaba ausente del pa
lacio. •
El baron respondió que no le ha
bia visto desde la víspera por la no
che , y le preguntó despues los mo
tivos de una pregunta hecha con
tan estraordinario tono. Alfonso en
tonces, con tanta serenidad como
la agitacion de su ánimo pudo per
mitírselo, refirió al baron cuanto
habia pasado desde la llegada de
Teodoro á Alemania.
El baron conocia muy bien el
-256-
genio de Teodoro , para dudar de
la verdad de la relacion de Alfon
so. No vacilo tampoco un instante
en creer que era él quien se habia
llevado á Laura , y mando á uu
criado que fuera al punto á ver en
el cuarto de Teodoro, si él estaba
en el palacio.
El criado volvio prontamente.
. „ El señor Caballero, dijo, está
todavía en la cama. „
„ No he supuesto ni siquiera un
solo instante que él haya dejado el
palacio , dijo el baron. Le conozco
muy bien. Adivino los motivos de
su conducta; el orgullo, pero no
el amor , le ha movido á querer
arrebatarle á V. el corazon de su
amable muger. La virtud de Laura
le. precisa á renunciar del triunfo»
con que él contaba. La única pa
sion que ahora le anima , es la ven
ganza. Ha querido satisfacerla, se
parando con la fuerza á aquellos
-257-
cuya estrecha union no le ha sido
posible romper con la seduccion.
Pero cuente V. con mi favor. Ha
brá confiado él sin duda su muger
de V. áiu custodia de algun aldea
no de las inmediaciones , hasta el
momento en que espere hallar una
favorable ocasion para ocultarla to
talmente de las averiguaciones de
V. alejándola mas. Ensille V. el ca
ballo mas brioso de mi caballeriza,
tome consigo á dos criados mios pa
ra que le acompañen , y recorra to
das las cabanas situadas en mis po
sesiones. Hable V. y mande por
todas partes en mi nombre ; y al
mismo tiempo le respondo á V. de
que Teodoro no saldrá de aquí. „
Alfonso , despues de haber ma
nifestado la mas viva gratitud al
baron , fué volando* á la caballeri
za ; y de allí á un instante , partid
acompañado de dos criados , que
habiaa recibido arden de seguirle.
TOM. i. 17
-25a-
Teodoro , si es que estaba dor
mido (porque el sueno es rara vez
la herencia del crimen ) , fué des
pertado por el criado que habia en
trado en su cuarto. Se habia levan
tado inmediatamente, y bajado al
patio. Preguntaba á cuantos criados
se le presentaban, cual habia podi
do ser el motivo de su tio , para en
viar tan temprano á saber si él es
taba en íu cuarto, cuando descu
brid al baron volviendo del jardín
al palacio. Habiendo visto este úl
timo á Teodoro que escuchaba , con
una afectada tranquilidad , la no
ticia del desaparecimiento de Lau
ra , que un criado contaba. á" sus
compañeros, le mando que le si
guiera.
Obedeció" Teodoro. Entró con su
tio en el salon, y se echó en un
sitial. Habiendo cerrado el baron
la puerta , le habld asi :
. —Teodoro la ilimitada indulgen
-259-
cia de un tio, que te queria mu
cho, ha sido la causa de tu ruina.
Las faltas de la infancia , que per
maneciéron impunes, han produ
cido los delitos de tu juventud. Es
tos delitos , ya por la debilidad de
las leyes, ya por la imposibilidad
de aquellos á quienes ofendiste, han
quedado sin el merecido castigo.
Triunfante tú de esta impunidad,
te irrita la menor contradiccion. No
anhelas mas que por la venganza.
Pero sepa V. , Caballero , que la
indulgencia de las leyes , y aun la
de un tio , tienen sus limites. „
Teodoro se levantó con la mas
viva agitacion. Iba á hablar cuan
do repuso el baron :
Ten serenidad y préstame oido.
Acaba de dirigirse tu venganza con
tra dos criaturas tan interesantes
como amables. Su miseria no ha si
do sagrada para tí, no las tenias
por bastante desdichadas , mientras
-260-
que vivieran juntas ; y no ha podi
do saciarse tu furor, mas que ar
rancándolas la una á la otra. Pero,
para oprobio tuyo, se volverán á
ver luego.
Teodoro se habia lisonjeado de
haber dispuesto de tal modo Jas co
tas , que no seria posible sospecharle
del rapto de Laura. Esta declara
cion del modo efe pensar del ba
ron , le puso enfurecido; y esclamó:
¡ Cerno ! me acusa V. de ha
ber robado la muger del pescador
Alfonso ! Tiene V. formado un al
to concepto de mi gusto , y del res
peto de que me soy deudor á mí
mismo !
Despues, con una infernal son
risa , añadid :
—Pero pido perdon i esa muger-
zuela. No me toca decidir de su
mérito , porque no la he visto nun
ca. --,
_¡ No la has visto nanear"! „ teyi-
-261-
tid el baron , clavando los ojos en
su sobrino. i
Teodoro encontró los ojos de su
tio , en los cuales creyó leer la con
viccion de la falsedad que él habia
osado proferir. No perdio todavía
la esperanza de engañarle. Hizo su
ceder pues á la fisga del menospre
cio, el tono mas formal que le fué
posible tomar, y esclamd:
—No, juro por el cielo, que.... „
—Detente, infeliz, detente, dijo
el baron interrumpiéndole. No ofen
das al cielo con un juramento que
repetido mil veces , no me conven
ceria. No me es posible creer que
un hombre que ha merecido ser
sospechado de un delito tan odio
so como aquel de que te acusan,
vacile en cometer otro segundo, con
la esperanza de hacer creer su
inocencia. „
Viendo que el baron estaba inal
terable , creyd deber mudar de tono.
-262-
—Supupsto que V. tiene forma
do tan mal concepto de mí, Señor,
dijo, esperaré del tiempo la prueba
de mi inocencia. Entonces , á lo mé
nos , me atrevo á lisonjearme de
ello, me volverá V. su estima. En
tre tanto , buscaré mi consuelo en
el testimonio de mi conciencia. —
El baron conocia el corazon hu
mano. No habia contado con que
Teodoro confesara su delito ; sabia
que todas sus instancias para indu
cirle á esta confesion , no servirian
mas que para hacerle multiplicar
los perjurios ; y en su consecuencia,
le dijo :
_Teodoro , es posible -que estés
inocente ; tendria yo la mayor sa
tisfaccion en hallarte tal ; temo mu
cho que estés culpable. Si lo estás,
no habrás merecido sino mucho la
sujecion que voy á imponerte ; si,
- por el contrarío , estás inocente,
esta prueba te volverá toda mi es.
-265-
tima y afecto. Los dos cuartos que
están al estremo del corredor del
norte , te servirán de prision hasta
que Laura sea restituida i su ma
rido. Si , como todo me inclina á
creerlo , la has hecho robar, es obli
gacion mia el impedirte seguir sus
pasos. Luego que vuelvan á hallad
la, daré providencias para que en
lo sucesivo no turbes mas su sosie
go-
Pasmado Teodoro de una severi
dad á la que no estaba habituado,
y desconsolado de no poder volar
tías los pasos de Laura , se apoyó
en un balcon del salon , cubrién
dose la cara con un pañuelo.
El cuarto desiinado para prision
suya se preparó inmediatamente.
Dejose conducir á él Teodoro,
sin proferir ni siquiera una sola pa
labra. Volvióse á cerrar su puer
ta tras él por la propia mano de
su tío. ....
-264-
Se confia la llave de aquel cuar
to , por el baron , á un sirviente
cuya incorruptibilidad le era bien
conocida. Mandóle al mismo tiem
po que visitara con frecuencia á
Teodoro , y le proporcionara cuan
to podia contribuirá distraerle, pe
ro que no tolerara, bajo nigun pro
testo, que pasara los límites de su
encierro.
Por la nocbe tardísimo, volvid
Alfonso quebrantado de cansancio,
y abrumado de sentimiento. Todas
sus averiguaciones no habian pro
ducido fruto ninguno. No por ello
pidió ménos al baron la licencia de
mudar de caballo, á fin de poder
continuar buscando á Laura. Le
instruyó el baron de cuanto habia
pasado entre él y Teodoro , y le
suplicó con encarecimiento que es
perara hasta la mañana del siguiente
dia para ponerse otra vez en cami
no. Pero ninguna consideracion po
-265-
dia detener á Alfonso , el que, ha-
bienJo consentido al cabo con sa
ma trabajo en toma/ de priesa al
gun alimento, monto' en un caba
llo fresco que se le habia prepara
do, y partio' del palacio, tomando
una diferente dirección de la que
él habia seguido por la mañana.
Visito' el baron á Teodoro en el
siguiente dia. El retiro y soledad, á
que él no estaba acostumbrado, ha
bían sujetado ya la natural infle-
xibilidad de su genio. Desde que
vid i su tio , le rogó encarecida
mente, con lágrimas en los ojos*
que le volviera la libertad. Duran
te su difusa arenga, examinó el ha*
ron atentamente el cuarto , á fin de
asegurarse de que no se habia des
compuesto cosa ninguna. Despues de
lo cual, se apartó de su sobrino, sin
haberle respondido una sola pa
labra.
Volvió Alfonso , á media noche,
-266-
al palacio de Smaldart. El cansan
cio é inquietud habian estenuado en
tanto grado syj fuerzas, que apé
nas podia eostenerse. Le ayudaron
á bajar del caballo; y por orden
del baron , fué llevado á un cuar
to del palacio , en que le metiéron
en la cama.
¡Está perdida para siempre! pa
ra siempre ! esclamó Alfonso , lue
go que se hubo acercado á su ca
ma el baron. Quiso decir mas, pe
ro se lo impidió su debilidad.
Hizo el baron uso de cuantoi
medios le fué posible imaginar,
para burlar su dolor ; pero este era
vivísimo, y unicamente la presen
cia de Laura era capaz de conso
larle. • .
Al amanecer del siguiente dia,
manda el baron que montaran i
«aballo cuatro criados suyos ; á los
que encargo que recorrieran un
-mayor circuito que Alfonso, y que
-267-
no omitieran medio ninguno que
pudiera descubrirles el rastro de
Laura. m ; ., i -' - i
Le habia asaltado una ardiente
calentura á Alfonso, que se puso
ya delirante por la tarde. Tenia sin
embargo algunos cortos intervalos,
durante los cuales preguntaba por
Laura ; y de allí á un instante , le
cogia de nuevo el delirio, durante
el cual se imaginaba rerla de pie
en presencia suya; pero en breve lle
gaba i desengañarle de este grato
error el juicio.
Así se pasáron ocho dias, mas
penosos todavía , si es posible , par
ta Teodoro que para las víctimas
de su brutalidad y furor. La sa
tisfaccion de que él gozaba al pea»
sar en el feliz éxito de su plan, se
inficionaba con el temor de no po
der llegar nunca á triunfar de las
sospechas de su tío. Habia ideado
ya muchos proyectos deeyasionj
-268-
pero algun obstáculo imprevisto los
habia hecho siempre impractica
bles. No pudendo al cabo sopor
tar mas su cautiverio, se bajó has
ta suplicar, él, que comunmente
apénas se dignaba de mandar. En
los términos mas humildes, y acom
pañados de las mas magnificas pro
mesas, rogó encarecidamente aleña
do , encargado por el baron de ser
virle y celarle , que auxiliara su
fuga.
£l criado habia recibido órdenes
muy positivas para vacilar ni por
un momento. Tuvo valor para re
presentar al caballero , que cuantas
recompensas él le prometía, no po
dían servir nunca de un equivalen
te i la pérdida de la buena gracia
de su amo.
El baron , que no habia visitado
á su sobrino desde el segundo día
de su prisión , entró en aquel mo
mento. Su presencia puso fin i la
-269-
conversacion. Teodoro, luego que
hubo visto á su tio, prorrumpid en
lágrimas ; é invocando por testigos
de su inocencia i los cielos, le su
plicó de nuevo que le restituyera
la libertad.
— Te son bien conocidos , res
pondió el baron, los motivos que
me han inclinado á imponerte este
levísimo castigo. No trates de en
ganarme con unas lágrimas , que
únicamente la desesperacion de no
poder aprovecharte de tu delito ha
ce correr. No me harán ellas desis
tir de una severidad, á la que tú
mismo me has precisado. Deseo que
no esperimentes mas sinsabores por
este negocio , que el que te causo
con vedarte la salida de aquí. „
Teodoro protestó nuevamente de
su inocencia, echóse i las plantas
de su tio 5 y sollozando , le rogó
encarecidamente otra vez que pu-
sitra un termino á su cautiverio
-S70-
El baron habia querido con sa
ma ternura á su sobrino, para ma
nifestarse enteramente insensible i
sus protestas y ruegos. Salióse del
cuarto por miedo de dejarse llevar
de una indulgencia , de la que te
mía tener que arrepentirse.
Hacia la noche del octavo día
empezó á aflojar la calentura de Al
fonso , y á, trasformarse en una si
lenciosa melancolía su delirio.
Volvieron, en el siguiente dia,
los cuatro mensageres; uno de los
cuales dio cuenta de su encargo al
baron en estos términos : #
Hemos encontrado á una vieja,
la cual nos ha dicho que una mo
za, semejante á la descripcion que
le hemos hecho de Laura, y que
habla mucho del palacio de Stnal-
dart, se habia conducido á su ca
bana por dos hombres en la mañana
. del dia en que desapareció Laura,
y se habia quedado hasta la noche.
-271-
Nos ha indicado el camino que los
dos hombres y la joven habian to
mado al marcharse de su cabana;
y hemos andado muchas leguas en
esta direccion, sin poder hallar el
rastro de sus pasos.
Esta relacion acabd de conven
cer al baron del delito de Teodoro.
Tomó la resolucion de ir él mismo
á verse con la vieja , á fin de sacar
mayores luces de e-lla. En su con»-
secuencia mandd á los cuatro cria
dos que acababan de llegar, que se
dispusieran á partir otra vez -con
él dentro de una hora.
Durante este tiempo, estaba pen
sando siempre Teodoro en los me
dios de evadirse. Luego que hubo
vuelto á su cuarto el criado , le
aduló , lloró , y le rog^ con enca
recimiento que le acordara sn so
licitud. Incapaz este fiel sirviente
de dejarse seducir, y no querien
do traer entretenido por mas tiera
-272-
po con una vana esperanza á Tea-
doro, le hizo, en términos aten
tos , una absoluta negativa.
La repulsa de un criado fué para
Teodoro una humillacion que él no
pudo sobrellevar. Cogió por el cue
llo al pobre infeliz , y despues de
haberle echado en el suelo , se aban
dono' á toda su rabia. Atolondrado
el criado con el golpe , permane
ció tendido en un estado de insen
sibilidad. Teodoioloechó de ver; y
aprovechándose de ello con diligen
cia , le registró prontamente los bol
sillos. Se apoderó de la llave del
cuarto , abrió la puerta , y ¿e salid
con precaucion, volviéndola á cer
rar tras sí como si el hubiera esta
do todavía dentro del cuarto.
Llegó el baron á la caballa á la
una de la tarde. La vieja , que no
era otra mas que Barta , le repitió
cuanto sabia él ya ; y anadió úni
camente :
-273-
„ La joven me manifestó deseos
de escribir una carta , rogándome
al mismo tiempo que la llevara al
palacio de Sunaldart : pero me era
imposible facilitarle los medios de
ello. Me rogo entonces encarecida
mente que indujera á mi marido
á ir por sí mismo al palacio, y pre
venir al baron de Smaldart , que la
habian conducido á la cabana dos
malvados, instrumentos y cómpli
ces de Teodoro. Ugo debia llevar
mañana este mensage ; pues sus pe
nosos afanes no le han permitido
hacerlo mas pronto. „
Tomó Ugo entonces la palabra,
y dijo al baron que en la víspera
de la llegada de Laura á su cabana,
se le habian llegado dos hombres
miéntras que él estaba trabajando
en el monte , y le habian pregun
tado sj vivia en las inmediaciones,
si queria dejarles disponer de su
casa en el siguiente dia , y ültima
18
-274-
mente si el dinero podia determi
narle á guardar un secreto.
„ Soy muy pobre, continuo el le
ñador. Alargué una mano , en la
que uno de los dos hombres puso
un par de piezas de oro ; y les ase
guré que me hallaba pronto á ha
cerlo todo por ellos, menos un ho
micidio.
„ El que me habia dado las dos
piezas de oro , respondió :
„ No exigimos de tí mas que el
sigilo. Traeremos á tu casa, maña
na por la mañana, una muger jó
ven. Ten cuidado de preparar una
cama para ella , y nos quedaremos
todo el dia «n tu casa Muy bien,
Señores , les dije , esperaré á Vds.
_Dí unos pasos con ellos , á fin
de enseñarles mi cabana. Me die
ron entonces las buenas noches , y
se marcháron. »
« Prosigue , dijo el baron.»
« Gomo me lo habían dicho, tra
-275-
jeron aquí al siguiente dia muy de
madrugada á una muger jóven ,
que ellos confiaron al cuidado de
la mia. Se fué uno de ellos con el
coche en que la habian traído, y
volvíó con los caballos solamente.
Por la noche, el que tenia trazas
de mandar al otro , tomd á Laura
por delante de sí en su caballo; me
diá una tercera pieza de oro , y
partiéron. No hemos oído hablar
mas de ellos despues. „
„ ¿ Porqué no haberme informa
do mas presto de todo eso ? escla
mó el baron ; pero las quejas son
ahora en balde. „
Al decir esto, dió algunas pie
zas de plata á Barra, y volvió á par
tir para Smaldart.
El baron, con la esperanza de
que esta irrecusable prueba del cri
men de Teodoro podia moverle
quizas á confesar la verdad, subió
al cuarto en que él habia encerra
-276-
do á su sobrino. Apénas pudo vol
ver de su asombro , luego que hu
bo visto tendido en el suelo al cria
do á quien habia confiado las lla
ves. Este último , que no se habia
recobrado todavía del golpe que él
habia recibido, no pudo dar noti
cia ninguna sobre Teodoro. Como
hacia poco tiempo que él se habia
escapado, y que por consiguiente
no podia estar todavía muy lejos
del palacio , el baron y, por órden
suya, todos los criados, fueron vo
lando en su seguimiento.
Teodoro , durante este tiempo se
habia ocultado en su propio dor
mitorio. Luego que él hubo visto,
por su balcon , salir del palacio i
su tio y criados todos , se aventu
ró á bajar al patio ; y no habiendo
encontrado impedimento ninguno,
salid por la poterna y corrió á la ca
balleriza , en que ensilló el mismo
su caballo, y saltó encima. Se des-
-277-
vanecieron entónces todos sus temo
res ; porque sabia que los que le
perseguían , estaban á pie, y cono
cía el vigor y velocidad de su ca
ballo. Por consiguiente did de es
puelas á su caballo, y partid á car
rera tendida.
Así es como la Providencia en su
profunda sabiduría , acuerda algu
nos triunfos pasageros á los malos,
á fin de Jiaeer mas resplandecien
te todavía el castigo del crimen.
Volviá el baron poco despues al
palacio ; y mandd á cuatro criados
suyos que montaran á caballo, é
hicieran todos sus esfuerzos para
alcanzar á Teodoro.
Como cuantos informes habia
recibido el baron relativos á Lau
ra, miraban á probar que esta se
hallaba en poder de los agentes
de Teodoro , resolvió no instruir á
Alfonso de lo que él habia llegado
á saber , ni de cuanto habia ocur
rido aquel dia en el palacio.
-278-
Entrá temprano, al siguiente dia
por la mañana , en el cuarto de
Alfonso , esclamando ; v
„ Regocíjese V. Alfonso , que
hemos vuelto á hallar á Laura, la
cual está en sitio 8eguro. „
Discurrió Alfonso al principio
que le engañaban sus potencias ; te
mió hacer repetir al baron aquella
embelesada nueva ; cogiole de la
mano; y apretándola con la suya,
se echo á llorar.
Dióle el baron entónces la carta
. escrita de propio puño de Laura,
que el aldeaEo , enviado por el er
mitaño , acaba de entregarle.
Aunque la calentura de Alfonso
se habia disminuido mucho, gra
cias á los cuidados y habilidad del
médico , á quien le habia confiado
el baron , subsistiendo siempre sin
embargo la raiz de esta calentura,
la agitacion de su ánimo, no habia
sido posible curársela enteramente.
-279-
Cuanto él habia padecido, durante
los diez postreros dias le abatid
tanto , y le dejó tan d¿bil , que
cuando supo una tan feliz é ines
perada nueva , su conmocion estu
vo á pique de costarle la vida.
Luego que hubo vuelto en sí,
apretó alternativamente en sus la
bios y seno la carta de Laura.
Cuando su alegría se hubo vuel
to harto sosegada para dejarle la li
bertad de dar oidos al baron, dí-
jole su generoso protector que él
mismo se encargaba de traer otra
vez á Laura al palacio.
A estas palabras , "se arrojó Al
fonso afuera de la cama, en la que
apenas podía tenerse ántes; aseguró
que se hallaba completamente res
tablecido, y rogó con encarecimien
to al baron que le permitiera ir en
compañía suya. Pero el médico se
opuso con teson á semejante pro-
s . yecto , y declaró que Alfonso no
-280-
podia salir de su cuarto sin un evi
dente peligro de su salud, y aun de
su vida.
Tranquilizado Alfonso sobre la
suerte de Laura, se rindió , aunque
con trabajo , al sabio "dictamen del
médico. Partio el baron de Smal-
dart , acompañado de dos criados
suyos, y del aldeano que debia con
ducirle á la celda del ermitaño.
En su camino al eremitorio, en
contró á aquellos criados suyos i
quienes habia enviado en busca de
Laura. Sus diligencias no habían
producido ningun fruto hasta en
tónces ; y cerciorado ahora de que
ella no paraba ya en poder de su
sobrino , les mandó que cesaran en
sus pesquisas.
En el tercer dia, despues de la
partida del baron, se hallaba tan
bien restablecida la salud de Al
fonso , que le permitió salir de su
cuarto el médico. La calentura Je
-281-
habia dejado enteramente ; iban vol
viéndole insensiblemente las fuer
zas ; y se regocijaba de antemano
el convaleciente con el despecho y
desaire de Teodoro , cuando el vie
ra á Laura restituida sana y salva
á su marido. Suponía Alfonso siem
pre al caballero en la prision , en
que su tio habia mandado encer
rarle. El baron habia creido deber
ocultar al marido de Laura la fuga
de Teodoro , por miedo de aumen
tar todavía sus inquietudes.
En la noche del cuarto dia , de
bia estar de vuelta el baron. Espe
raba Alfonso , con la mas viva im
paciencia, la hora que debia vol
verle á traer al palacio. Dieron las
doce de la noche ; el baron no ha
bia llegado todavía. Alfonso se es
forzó á tranquilizarse Es posi
ble, se decia á sí mismo, que él
haya padecido el error de algunas
horas en su regreso. — En medio del
-282-
silencio de la noche, aplicaba con
atencion el oido , y tomaba el me
nor ruido por el efecto de la pro
ximidad de un coche. El sol vol
vió á dar nuevo incremento todavía
i sus inquietudes; se pasó el diaen
una mortal agitacion ; y la noche
duplicó de nuevo los recelos del
trémulo Alfonso.
A cosa de las cuatro de la ma«
fiana , recorria Alfonso su cuarto á
paso largo, y turbada la imagina
cion con los mas horrendos fantas
mas, cuando le hirió el lejano rui
do de un coche en los oidos. Cogió
su velon. Miéntras que él bajaba al
patio del palacio , iba aumentán
dose siempre el ruido. Fué el tem
blor de sus manos causa de que él
tardara algun tiempo en abrir la
puerta. Movióse ella en fin sobre
sus quicios en el momento de pa
rarse el coche.
Alfonso, con su luz en la mano,
-283-
voló hacia si sitio en que le habia
oido pararse ; y sin tomarse el ne
cesario lugar para saludar al baron,
cuando él bajó del coche, se aba
lanzó hácia la portezuela , alargan
do los brazos para recibir á su Lau
ra. Vana esperanza ! Laura no ve
nia en el coche.
Alfonso se quedó inmóvil de
asombro y pesadumbre.
Tomóle de la mano el baron, y
le llevó al patio del palacio.
„ Dígamelo V. todo , esclamo Al
fonso Dígame V. que está muer
ta ; esta palabra será la sentencia
de mi muerte. „
„ Deseche V. de sí esas tristes
ideas. No está muerta, sino que
ge la han llevado por segunda vez. „
,, ¡ Llevado ! ¿ Como ? quien ? por
qué medios? La habria entregado
aquel vil ermitaño á „
„ No desdore V. así su venera
ble nombre, repuso el baron inter
-28*-
rumpiendo á Alfonso. No ha su
frido él , discurro, sino mucho por
Laura. Al entrar en su celda , el
primer objeto que me ha llamado
la vista , ha sido su cadáver tendi
do en el suelo. „
„ j Y Laura !„
„ Todas nuestras diligencias para
volver á hallarla han sido inútiles.,.
„ ¡ Qué horrible misterio ! Quien
ha podido descubrir pues su retiro?
quien se la ha llevado de la celda?
—No puede ser el caballero, su
puesto que él está en el palacio.,,
,; ¿ Ha vuelto pues Teodoro? pre
guntó el baron con diligencia. „
Alfonso se estremeció , y clavó
con trazas de sorprendido los ojos
en el baron. Este último , que has
ta entónces habia ocultado cuida
dosamente la fuga de Teodoro, co
noció su imprudencia. Quiso repa
rarla retractando lo que él acaba
ba de decir ¡ pero Alfonso fué cor
-285-
riendo al instante á asegurarse por
sí mismo de la verdad ; y los de
samparados cuartos que habian ser
vido de prision al caballero , no
confirmáron sino mucho sus temo
res.
tínicamente los que amaron son
capaces de penetrarse y participar
del dolor de Alfonso á este acerbo
descubrimiento. Estuvo embebido
por algun tiempo en una silencio
sa agonía. Siguióse luego el furor
al abatimiento ; formaba Alfonso
mil planes diversos , de que renun
ciaba un momento despues: y tan
to la agitacion como la turbacion
de su ánimo no le permitiéron de
tenerse bastante sobre uno solo pa
ra abrazarle.
Furioso y desesperado , bajó al
patio. Recorrióle por espacio de al
gun tiempo, sin saber á donde iba.
Parose de repente , y esclamó :
„ Quizas no es muy tarde para
-286-
salvarla ! Justos cielos , armad mi
brazo, y guiad mis pasos!,,
Salióse atropelladamente del par
tio.
Sobresaltado el baron con el
despavorido aspecto de Alfonso, en
el momento en que , por su in>-
prudencia , le habia noticiado la
ausencia de Teodoro ; habia subi
do al cuarto del médico para in>
formarle de lo que acababa de pa
sar, mientras que Alfonso habia
corrido á la prision del caballero.
Fuéron ambos desde luego á bus
carle en el corredor del norte , des
pues en su cuarto , y últimamente
en el patio principal , cuya puerta
no vid el baron al principio que
estaba abierta. Desde que lo echó
de ver, fué volando tras Alfonso;
pero era ya muy tarde. Habia teni
do lugar de tomar un caballo en la
caballeriza , y partir sin que le vie
ra ninguno.
-287- •
MA/WWWlWVW» WVVMW» Wl W%

CAPITULO XIII.

Eu su pecho de alabastro , lleva una


cruz resplandeciente , que el hijo mis
mo de Jacob besariu con respeto , y qu«
el infiel tidorafia. •*
Pop».

Durante los dos primeros dia»


que siguieron á la muerte del er
mitaño, no se turbd la soledad de
Laura. Únicamente la esperanza de
ser vuelta lnego á su Alfonso po
día hacerle soportar la vista del
triste espectaculo que estaba pre
cisada á contemplar.
En la noche del dia que debia
preceder á aquel en que Laura es
peraba la vuelta del aldeano , aca
-288-
baba de meterse en la cama, cuan
do creyó oir el murmullo de mu
chas voces. Trémula, y respirando
apénas aplicó el oido en aquel es
tado de angustia, durante el cual
tememos menearnos, por miedo de
perder el sonido que deseamos per
cibir. Sintió ella bien pronto el rui
do de los pasos en la parte esterior
de la celda. Oyo en el mismo ins
tante estas palabras : Déme V. la
luz. La luz se adelanto ; y el pri
mer objeto que se presentó á los ojos
de Laura , fué la figura de Teodoro.
Laura dió un grito. Al punto el
hombre que traia la linterna, des
pues de haberla entregado á Teo
doro , se adelantó , tomo de la ma
no á Laura, y la arrastró fuera de
la celda. Teodoro encubrio la luz
debajo de su capa , y los siguió de
cerca.
El momento tan temido de Lau
ra era llegado ahora. Un mortal frio
dejd yertos sus miembros , y le-es-
torbd articular ni siquiera una sola
palabra. Su conductor proseguía
marchando con suma presteza, y
llevándosela consigo. Guardaba él,
como tambien Teodoro , el mas
profundo silencio. Luego que Lau
ra hubo recobrado la facultad de
hablar , no les dirigió la palabra
ni por una sola vez. Sabia ella
muy bien que Teodoro seria sordo
á todos sus ruegos ; y pensó tam
bien que^el agente de Teodoro, ya
conociera sus designios , ya se hu
biera vendido ciegamente á sus vo
luntades , seria insensible á la voz
de la desgracia.
La débil luz de las estrellas alum
braba su marcha. Reconoció Lau
ra luego el monte que ella Labia
atravesado en parte aquel dia en que
tan milagrosamente se habia esca
pado de su prision. Luego que hu
biéron andado todavía por espacio
TOM. i. 19
-290-
de algun tiempo, empezó ella á
distinguir el fatal palacio , situado
sobre una eminencia, á la que ellos
estaban para llegar.
Dejóse oir en aquel momento á
lo léjos un ruido parecido á aquel,
que liabia ocupado tanto á Laura
en la segunda noche de íu encier
ro. Se estremecio , al traer á su me
moria las falaces esperanzas que
aquellos sonidos le habian hecho
concebir. Su conductor, á quien
este repentino movimiento hizo con*
jeturar que ella queria desasirse,
apretó mas estrechamente su brazo;
y volviendo al mismo tiempo la
cabeza hacia Teodoro , dijo : „ Allí
están Pues bien , detengámonos
por algunos minutos, repuso Teo
doro Alií no, respondió su com
pañero; habrán vuelto á entrar ma
cho tiempo antes que lleguemos i la
caverna. Bien, respondió Teodoro,
marchemos.
-291-
¡ La caverna 1 dijo Laura en sí
misma ; y su imaginacion le repre
sentó de repente aquella caverna
como el sepulcro que le estaba desti
nado. La horrenda idea de no volver
á ver nunca á su Alfonso , mudd
en tanto grado todas sus resolucio
nes, que estuvo para ponerse de
rodillas, y esforzarse á conmover
la piedad de su conductor, cuando,
una voz , i corta distancia de ella-»
esclamó: Laura Byroff!
„ ¡ Ah ! Dios , ¿ qué estoy oyen»-
da?„ dijo Laura.
Estaban entonces en la selva.
Teodoro dijo al hombre que con
duela á Laura que se detuviera.
Este obedeció. Miraron por todas
partes alrededor de sí ; no descu
briéron á ninguno; y todo estaba
sosegado.
„Esto es nna cosa bien estraor-
dinaria, dijo Teodoro. Esas pala
bras iban dirigidas á V. , añadió
volviéndose hacia Laura.
-292-
¿ Qué significan ? Quiero saberlo.,,
„Lo ignoro,,, respondió Laura.
„ j No es ese su nombre de V. ? „
repuso Teodoro con viveza.
„Sabe V. que mi nombre es
Laura. „
„ Responda V. directamente. Le
pregunto á V. si Byroff es su ape
llido. „
„No, Señor.,,
„¿Gual es pues? No trate V. de
enganarme. „
„ Es Byroff. „
Un momento de reflexion la ha
bia hecho acordarse de no proferir
un nombre , que su marido oculta
ba con tanto cuidado , y era muy
enemiga de la mentira para substi
tuirle con otro falso.
„Se acusa V. misma de una pri
mera falsedad. ¿ Gomo puedo «star
seguro de que V. no profiere otra
segunda ? En su consecuencia déme
V. la esplicacion de esa voz miste
-293-
riosa, ó toca á su postrer momento. ,v
„ Eso no está en mi poder, lo
atestiguo con el cielo. „
Tócame á mí pues el hallar su es-
plicacion , esclamó Teodoro desen
vainando su espada, á la que habia
echado mano desde el instante en
que empezó á hacer preguntas á
Laura ; mandó" á su compañero qne
no la dejase, y se internó en el mon
te hacia la parte de que habia ve
nido la voz.
Atónitos Laura y su conductor,
le siguieron con la vista por espa
cio de algunos instantes. Un vio
lento golpe , que pareció dirigido
por una mano invisible , dejó ten
dido en el suelo al último. Arras
tró él á Laura en su caida. Al pun
to un hombre , embozado con una
capa , puso en pie á Laura , y le
dijo al oido : Silencio ! tomóla del
brazo , y se la llevó rápidamente
consigo. Continuaron andando há
-294-
cia el arruinado palacio. Sorpren
dió esto sobremanera á Laura; por
que no pudiendo dudar de que el
desconocido se interesara en su suer
te , habia pensado al principio que
él tiraria á alejarla lo mas pronto
posible de un sitio que encabria á
los cómplices de Teodoro. Sin em
bargo, "como ella estaba en poder
de este desconocido , y no ignora
ba que si él era enemigo , sus pre
guntas no servirian de nada , y que-
por el contrario, si era amigo , se
rian ellas una desobediencia á una
órden , de que dependía quizas su
salud , triunfo Laura de su curio
sidad. La poca memoria que su
misteriosa situacion le habia deja
do , le recordó que no le era des
conocida la voz de su nuevo con
ductor; pero no pudo acordarse
nunca en donde la habia oido.
Habiendo llegado su guia á la
distancia de unos cien pasos del pa
-295-
lacio , yolvió hacia la izquierda , y
entró en un estrecho valle. Se paró
luego que hubieron andado algunos
pasos mas : dejó suelto el brazo de
Laura, bajóse y habiéndose abier
to un paso por medio de una espe
sura de abrojos y espinas, que cer*
caban un lado del valle, sacó de
una faltriquera un farol , cuya lu»
mostró á Laura la boca de una ca
verna, bastante ancha para que pn-
diera entrarse en ella á gatas.
Se arrodilló su conductor, y di
jo á Laura , en voz baja , que le
siguiera—Vaciló ella en el princi
pio Era aquello ciertamente la ca»
verna de que Teodoro y el picaro
que la habian sacado de la celda
del ermitaño , hiciéron mencion..»
Se estremeció Laura.—,, Ruego enca
recidamente á V. que venga tras mí„,
le dijo el conductor Su acento era
dulce y persuacivo.—Laura se per
signó, y le siguió.
Despues que-296- f
hubieron andado
algunos pasos, llegáron á un cuar
to abovedado. El escaso resplandor
del farol , llevado por su conductor
dejaba apenas libertad á Laura pa
ra distinguir los objetos. Atravesá
ron aquella bóveda , y entraron en
un pasadizo largo y angosto, abier
to en la peña. Resonaban sus pa
sos en aquel lobrego soterráneo ; y
Laura no podia abstenerse de vol
ver con frecuencia la cabeza , pa
ra asegurarse de que no la venia
siguiendo ninguno.
Habiendo llegado á la estremi-
dad del pasadizo , entráron en otro
cuarto abovedado , mas espacioso
todavía que el primero—El conduc
tor abrió una puerta lateral que
caia á una escalera de piedra. Em
pezó á bajar el los escalones. —Lau
ra se paró „ Pronto, pronto , rue-
goselo á V. encarecidamente , „ le
dijo él tomándola de la mano._La
-297-
memoria de esta voz llamó de nue
vo la atencion de Laura. Dejóse
conducir esta por un pasadizo ente
ramente semejante al que ámbos
acababan de recorrer. Habia una
puertecilla á la derecha ; abrióla el
guia; y descubrid Laura entónces
un cuartejo , en que habia una me
sa , una cama, y un velon. Quitóse
inmediatamente el conductor una
larga capa, y una especie de capu
cha con que estaba envuelto ; Lau
ra reconoció á Ralberg.
Queddse ella inmóvil de asombro
sin saber lo que le tocaba esperar
b temer.
„ No se sobresalte V., le dijo él,
al ver delante de sí al que V. ha
tenido por enemigo suyo. No lo fué
jamas voluntariamente; y viva V.
segura de que la defenderá él aho
ra con peligro de su vida. Pero por
la salud de V. y la mia , es cosa
indispensable que yo deje á V. al
-298-
punto No tema V. nada; no turba
rá su soledad aquí ninguno; y cuen
te V. con volverme á ver presto. „
Despues de haber encendido el
velón , se dispuso á partir.
„ ¡ Ah ! no me deje V., esclamó
Laura , „ pegándose á su vestido.
„ En nombre del cielo , no me
detenga V., le va la vida en ello.
Si por casualidad oye V. algunos
pasos, apague la luz._Que los án
geles velen sobre V. „
Apénas hubo proferido él estas
ultimas palabras, cuando se acele
ró á cerrar la puerta. Laura le oyd
alejarse.
Permaneció ella, por algunos mi*
mitos, en el sitio en que la habia
dejado Ralberg Cuando Laura se
habia visto por segunda vez en po
der suyo, no esperimentd al prin
cipio mas que el afecto del temor;
eus palabras le habian avivado des
pues las esperanzas, pero su miste
-899-
riosa conducta la impedia abando
narse á la alegria á que, sin esto,
se hubiera entregado.
„ ¿ Porqué ha mudado de máxi
mas repentinamente, se decia á sí
misma , este hombre que, hace tan
poco tiempo , fué uno de los artí
fices de mi desdicha ? Hago memo
ria todavía del horrendo metal de
sn voz, y de sus espantosas trazas la
primera vez que le vi. Hágola tam
bien , sin embargo , de que su ron
ca voz y modales me pareciéron
poco naturales. ¡ Falaz esperanza !
no obstante esto , todo parece con
firmar hoy día mis conjeturas. Su
voz es dulce; su fisonomía no es ya
la misma ; las sombras que obscu
recian su frente se han disipado;
espresan sus ojos la piedad y un cor
dial desasosiego ; y. está de conti
nuo asomada en sus labios la son
risa de la satisfaccion ¡ Y mi nom
bre ! ¿ por qué medios, puede lia
-300-
berle sabido él ? Como esplicar tan
tos misterios?,,
Habian estado sus ojos , durante
este soliloquio , clavados en tierra
y los alzó entonces. El primer ob
jeto que se presentó á su vista , fué
el velon; y casi al punto echó de
ver junto á este velon , sobre la
misma mesa ; un puñal.
Helósele la sangre „Me acuer
do perfectamente de que ese puual
no estaba en la mesa, cuando he
entrado en este cuarto. Así no
cabe duda ninguna en que le ha
puesto Ralberg Me ha declarado
que él defendería mi vida con pe
ligro de la suya._J3abe pues que
deben atentar contra mi vida ¿ A
qué fin dejarme entónces en un pa-
rage , en que estoy amenazada de
tan gran peligro f Y si realmente
intenta patrocinarme , ¿ porqué de
jarme ese instrumento de muerta i
la vista ?—Véolo mucho, debo con
-301-
tar con ver presentarse luego al in
fame Teodoro, y no me quedará
luego sino la alternativa del suici
dio 6 de la deshonra Pero si Ral-
berg es el agente del caballero, ¿ co
mo esplicar lo que ha pasado en el
monte ?_Quizas Teodoro ha conce
bido dudas sobre la fidelidad del
hombre que él habia llevado con
sigo á la celda del ermitaño , y ha
tomado este medio de deshembara-
zarse de él, para eximirse de las
sospechas Si , esta postrera conje
tura es la única probable , ella so
la esplica la conducta de un hom
bre que se vende por amigo mio,
y que me encierra en el parage á
que mi enemigo mortal mismo de
bia conducirme. „
Por espacio de muchas horas,
no turbó- el mas leve ruido la pro
funda calma que reinaba al rede
dor de Laura. Esperaba la desven
turada, con unas mortales angus
-502-
tias , el momento que debia echar
el colmo á sus desdichas Oyó, al
cabo, los precipitados pasos de al
guno que se adelantaba hácia su
cuarto. — Acordase inmediatamen
te de que Ralberg le habia reco
mendado apagar su luz; pero ca
reció Laura de valor para ello
Se discurrid que temiendo su asesi
no la vista de su víctima en luclia
con la muerte, queria consumar su
maldad en las tinieblas.
Metiéron la llave entonces en la
cerradura. Arrojóse Laura fuera de
la cama, en la que se habia asen
tado. Se abrió la puerta , y entró
Ralberg. Despues de haber dejado
sobre la mesa una cestilla que él
habia traído, cerró la puerta ; y to
mando la mano de Laura , le ha
bló así:
„ ¿ He oído bien á V. esta noche
en el monte ? ¿ No ha confesado V.
que era Laura Byroff, despues qua
la llamé con este nombre? „
•'•. ;.;.v -y.
;• it£v.' > ... •
-303-
„ Lo he confesado. „
Saco entonces Balberg de su
bolsillo el crucifijo de marfil que
Laura traia comunmente en el cue
llo, prendido de un collar de per
las , dado á su madre por su abue
lo el dia de su casamiento con el
conde Byroff.
„Esto es pues de V. , dijo Rab-
berg , al presentársele. .,
„SÍ , Señor, respondió- Laura con
diligencia. Acuerdome de que le de
jé en la Jorre del palacio, y he llo
rado á menudo despues su pérdida.,,
«¡Le es pues bien querido á V. ! „
,, Tanto como debe serlo la ul
tima dádiva de una madre mori
bunda. „
Laura no pudo proferir estas úl
timas palabras sin derramar algu
nas lágrimas. Ralberg suspiro-, y se
puso las mauos delante de los ojos
por un instante.
„¿En donde murió- su madre de
V ?
-304-
„ En el convento de Santa Ele
na..,
Ralberg volvió á tomar la mano
de Laura ; y con un dolorido acen
to , esclamd :
„ ¿ Quien es sn padre de V. ? „
„ El conde Byroff. „
Diversas lágrimas se les soltaron
á los ojos de Ralberg.
„ No me engañe V. sobre este
punto, esclamá él de nuevo , y se
lo ruego encarecidamente— Mán-
doselo á V. „
Habia algo en su tono y moda
les que imponía respeto á Laura, la
cual respondió :
„No le engaño á V. , pues mi
madre lo declaro" así á la hora de
su muerte :
„ ¡ Hija mia ! hija mia !„ — Y al
abrazar Ralberg, á Laura, añadió :
„ Estás viendo á tu infeliz padre.
Soy el que fué conde de Byroff. ,,
Estas últimas palabras resonaron
-305-
en el corazon de Laura. Hallaba
ella á un protector, á un amigo, y
en este amigo á un padre. Recibid
con amor y respeto sus brazos ; y
ia tuvo apretada su padre por al»
gun tiempo contra su seno.
„ Esta cruz, dijo él en fifi vol
viendosela , fué el primer regalo
que hice á su madre de V. ¡ Ahí
dígame V. ! d/gáme cuanto le su
cedió. Pero no.... No debo espo
nerme á oir esa triste relacion en
este momento; me detendria ella
mucho tiempo aquí; y es preciso
que yo deje á V. , d quizas no vol
veria á verla nunca. „
Ay de mí! ¿no he vuelto á ha
llar á nn padre , mas que para ver
me separada por segunda vez de él ?
s, ¡ Ah ! hija mía , me avergüen
zo de confesar á V- el estado en
que halla á su padre. La desgracia
me redujo á la desesperacion y la
tom. i. 20
desesperación á.... ¡ Escuchemos !
¿Seríamos descubiertos?... No... To
do está sosegado! „
„ ¿ A qué ? „ preguntó Laura.
„ A asociarme con una banda de
malvados , cuyos delitos ultrajan
diariamente la humanidad. ¡ Escu
chemos ! ¿ No oye V. los pasos de
los caballos?... Es menester que yo
huya al instante, ó la pierdo á V.
para siempre. A Dios. Se pasará al
gun tiempo antes que me sea po
sible volver á ver á V. „
Se salio él prontamente , dejó
cerrada á Laura como la primera
vez; y habiendo espirado gradual
mente el ruido de sus pisadas , vol*
vio á quedarse silencioso todo.
Costóle algun trabajo á Laura el
asegurarse de cuanto acababa de
ocurrir, no era un sueño ; y luego
que por último hubo estado bien
convencida de ello, derramó lágri
mas de alegría.
-307-
Volvid la reflfxion. Empezó á
meditar sobre las últimas palabras
de su padre. Trató Laura de espu
tarse á sí misma el misterio de su
actual situacion. Sus esfuerzos fue
ron inútiles. La declaracion de so
padre, de que ss pasaria algun tienv-
do ántes que le fuera posible rolver
á verla , no la asombraba ménos
que la contristaba.
„ ¡ Estoy en seguridad! esclamó ;
pero mi Alfonso lo ignora ; y ¿de
cuanto tormento no le servirá el no
hallarme en la celda del ermitaño?
El cadáver de mi bienhechor le
hará creer que han usado de vio
lencia con nosotros dos. ¡ Ah ! ¿por
qué no he rogado con encareci
miento á mi padre qoe buscara al*
guaos medios üe hacer cesar las
mortales inquietudes de mi Alfon
so ? Quizas cuando .él vuelva , no
será ya tiempo. ,.
Martirizada con una infinidad de
contrarias ideas , no pudo cerrar los
ojos en toda la noche.. Al siguiente
día por la mañana examinó la ees-
tilla , que ' el conde Byroff babia
puesto sobre en la mesa la víspera.
Contenia algunas provisiones pa
ra dos ó tres dias , una botella
de vino , otra de agua , y aceite en
un frasquillo para el velon.
Se pasó el dia. Ninguno turbó la
soledad de su prision. Habiendo
vuelto la noche, no durmió Laura
frnas que en la anterior. Tenia siem
pre á sq vista la imagen de su Al
fonso en el momento de la llegada
«uya á la celda. Se levanto , y ti-
«•d á sosegar, con la oracion, la
agitacion de su ánimo, pero el cru
cifijo ante el que Laura se arrodi
llo', no sirvió mas que para recor
darle todos los horrendos misterios
con que estaba encubierta su suerte.
-509-
Pasóse el seguiente día, sin que
el conde Byroff hubiese visitado á
su hija. Los temores de Laura mu
daron entonces de objetó. Empezó
ella á temer que hubieran echado
de ver la líltima visita que le ha
bía hecho su padre, como él ha
bía parecido recelárselo tanto. La
tínica considercion que le dejaba
todavía alguna esperanza , era que
la primera diligencia de los que
hubieran hecho este descubrimien
to, hubiera sido probablemente in
dagar la causa de esta visita.
El insomnio, incertídumbre, y
temor, habian agotado sus fuerzas.
Muchas horas ántes de la media no
che, cayó en un profundo sueño
que , desgraciadamente para ella;
no fué largo. ¡ cuanto fu¿ su senti
miento , al despertarse, de ver que
su velon estaba apagado ! No habia
cuidado de echarle aceite ; y las
-510-
profundas tinieblas en que se halla
diéron nuevo incremento á sus pa
vores.
Temiendo , sin saber mucho por
que , el mudar de posicion en me
dio de la obscuridad , se quedó en
su cama. Era entonces cerca de me
dia noche. Oyó de repente andar á
mesurados pasos hacia la puerta de
su cuarto. Volviéron á entrar la es
peranza y alegria en su alma. Se
-incorporo en su cama ; y se le pre •
sentó luego á la vista el conde By-
roff, revestido con un hábito reli
gioso.
Bajóse Laura de la cama , y fue*
al encuentro de su padre. La abra
zo este; y sin hacer atencion á la
obscuridad en que la hallaba, que
por otra parte podia mirar como un
efecto de las instrucciones qué él
habia dado á su hija, la ayudó in-
«jediaíatneiite á embozarse con la
,„-
capa que el mismo habia dejado en
la noche anterior , y le dijo que le
siguiera con toda la posible pron
titud.
Estaba el conde ya á la puerta
del cuarto , cuando , habiendo re
trocedido, tomó el puñal de enci
ma de la mesa , atóle á su cinto,
mandd por segunda vez á Laura que
le siguiera de cerca y sin ruido, y
roarchó por delante de ella.
Siguid Laura con silencio los pa
sos de su padre. Vid ella , á la luz
de la lámpara , que el conde lleva
ba por delante, que él volvía á con
ducirla por el mismo camino que
habían seguido antes de llegar ala
triste mansion en que habia pasa
do tan acerbas horas. Notó que la
mano de su padre temblaba , y que
su fisonomía espresaba el desasosie
go y temor.
Habiendo salido del soterráno el
conde Byroff, arrojó la luz en tier
ra para apagarla ; y habiendo vuel
to á cerrar la entrada de la caver
na, desasio un caballo que habia es
tado atado al tronco de un árbol,
le llevó á un terreno llano , salto
encima ; y despues de haber toma
do por delante de sí á su hija, par
tió á carrera tendida.
Anduviéron como cosa de una
legua , observando el mas profundo
silencio ; rompíale sin embargo el
conde á veces dirigiéndose é su ca
ballo, á fin de hacerle apresurar el
paso. Al cabo Laura se arriesgo" i
preguntar en voz baja : ¿A don
de vamos ? — El conde respondió:
debe dirigir V. mi camino; pero
guarde silencio en este momento, se
lo suplico á V. Puede estar oculto
alguno entre esos árboles. — Laura
obedeció. Pero la idea que su pa
dre acababa de sugerirle , aumentó
-513-
sas terares. No pudo ella me' no»
de echar inquietas miradas hacia
todas partes; y observar con aten
cion cuantas sombras le era preci
so atravesar , temblando siempre
descubrir la de un hombre. Aun
á menudo su imaginacion le hacia
ver lo que ella temia.
Hacia una de aquellas noches du
rante las cuales la luna menguan
te le presenta en el horizonte llena
de un encarnado sangriento , y tiáe
de fuego todos los objetos sobre los
que la perspectiva la hace parecer,
por decirlo así, pronta á caer. Ha
biendo dado la vuelta nuestros via-
geros á un bosquecillo que atrave
saban, brillo la luna á sus ojos de
repente. El espectáculo eía encan
tado; y se entregó Laura á pesar sa
yo, al gusto de contemplarle. La
luna se desapareció insensiblemen
te del horizonte, y dejo á nuestros
-514-
viageros sin mas guia que la escasa
y trémula luz de las estrellas.
Habian partido del palacio tres
horas hacia , cuando el conde de
tuvo su caballo delante de una ca
bana. Llamó á la puerta , la que
fué abierta al punto. los habitan
tes de aquella sencilla morada , uc
hombre de una mediana edad y su
hijo , pastores ámbos , se apresura
ron á hacer entrar en su cabana al
conde y su hija.
El conde exigió de ellos la pro
mesa de que, por pretesto ningu
no , no permitirian á nadie entrai
en la cabana , mientras que él es
tuviera en ella, ni confesarian que
ningun estrangerose ocultaba en la
misma , si se lo preguntaban. Con
sintieron en hacer esta promesa,
ménos por la esperanza de la re
compensa con que el conde prome
tió pagar su discrecion , que por el

-515-
temor de su resentimiento, si le
descnbrian ; porque su trage les
Lacia creer que era un fraile. Lo
echo de ver el conde ; y como él
conocia la supersticion de los aldea
nos de aquellos países, no dudo ya
de que no tenia que temer nada de
sus huéspedes, durante todo el tiem
po que tuviera por conveniente in
terrumpir su viage.
El conde, despues de haber pro
visto á que el caballo , que le era tan
necesario , no careciera de cosa nin
guna , preguntó* á Laura si se sen
tía dispuesta á entregarse ál sueño;
pero ella le declaró que la agitacion
de su ánimo no le permitida cerrar
ni por un instante los ojos. Entón
ces, le manifestó su padre el deseo
de oír de su boca la historia de su
vida. Sintio Laura interiormente
que él no le ofj«eÍ£.ra instruirla ántes
de la suya¿ /^lájibá\ella sin embar-
B
-316-
go con diligencia á los deseos de su
padre. Retiróse con este al único
cuarto que , con el que ocupaban el
pastor y su hijo, formaba tóda la ca
bana: é hizo allí la relacion de to
dos los sucesos de su vida , desde
el primer momento de sn entrada
en el mundo , hasta aquel en que
«1 la habia arrancado de las manos
de Tcoioro y cómplice suyo.

FIN DEL TOMO PRIMERO.

9
»
i -ie.

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JWJ9
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- -'1
BIBLIOTECA DE CATALUNYA

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