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CUENTOS TIPO CRÓNICA

ESCRITOS POR: Claudia Patricia Zuluaga Toro


Fecha: Septiembre del 2017

LA MIRADA QUE DELATA

Mientras esperaba el tren que llegaba a las 2 pm del 30 de septiembre del año
1982, la joven Esther Urrutia, quien iba acompañada de su hermana enferma, miró
amenazante al hombre que se le acercaba; ella había sido testigo de un asesinato
ocurrido dos cuadras atrás, sentía que el corazón se le escapaba por la boca pues
debía llegar a su casa antes de las 3pm y estaba muy lejos y el tren no llegaba.

Esther, cargaba en la mirada la premonición de lo que podría ocurrir si ese hombre


se acercaba y su hermana, que no se desprendía de ella y solo avanzaba a su
paso, tenía en el rostro la expresión del horror que podía reconocer al mirar a este
hombre grande, ampuloso, soberbio, mal oliente y de mirada turbia.

Sin embargo, fue Esther Urrutia quien, mientras huía de su destino, reconoció al
camionero que hacía dos años atrás había violado a su hermana, ella no iba a
permitir que nadie más le hiciera daño así que sin pensarlo dos veces y,
habiéndose dado cuenta que el tren se aproximaba se acercó al hombre y lo lanzó
a la vía del tren.

Eran las 2:30 pm cuando murió instantáneamente, su cerebro y vísceras quedaron


esparcidas y Esther fue detenida por la policía quienes no entendían como una
jovencita tan delicada había sido capaz de tal atrocidad.

PLACER Y DEMONIOS

Todos los días, y en varias ocasiones, mi esposo dedica un espacio de relax para
fumarse su cigarrillo; como él mismo lo dice es su momento de no pensar en nada
y a la vez de pensar en todo, es el momento de dejar que detrás del humo que
sale de su boca se esfumen las preocupaciones del día, ese tejido de
circunstancias que van dando paso a las situaciones que debe, en el día a día,
enfrentar pero que, a veces pesan tanto; así entonces aspirar el cigarrillo y verter
en él toda esa pesadez hace que se aliviane la carga y que su sonrisa vuelva a su
rostro. Su frase favorita casi siempre es –Ya sé que voy a hacer- se nota
enseguida lo renovado que sale y lo presto que esta para conversar, argumentar,
dialogar, participar, besar y hasta abrazar.

Su placer siempre va acompañado de un orden de ejecución, él sabe lo molesto


que puede resultar el olor del cigarrillo para quienes no fuman, además también
las colillas lo molestas que son. Normalmente las empaca en cajetillas vacías de
cigarrillos, siempre lo ha hecho. Hace 6 meses atrás al no encontrar una cajetilla
vacía decidió tirar la colilla por la ventana de una de las habitaciones al techo de
la casa vecina donde vive una viejita que mira con enojo y anda en bastón. Como
nadie le dijo nada, lo siguió haciendo. Yo al fin y al cabo, para no complicarme la
vida y para evitar enojos innecesarios, me quedé al margen, igual es su
responsabilidad y decisión tener un vicio que le brinda placer y que lo libera de sus
muy decididos demonios.

Desafortunadamente, por ser la esposa, por estar más cerca de él y porque dicha
viejita me ha visto en muchas oportunidades con él, fui señalada por la ella
haciendo un gesto que me obligaba a ir hasta donde se encontraba.
- Señora su esposo está tirando colillas al techo de mi casa, a mí me han dicho los
vecinos que lo han visto. Dígale que no tire colillas que se me taquea la canoa.
- Si señora, tranquila que eso no vuelve a pasar – agacho la cabeza porque la
pena me agobia, y el tomate de mi cara me delata. Sin embargo, siento
satisfacción porque por fin, e indirectamente, podría hacer sentir a mi esposo lo
molesto que es su “vicio”.

Espero triunfal su llegada, aspiro a que ese demonio, el cigarrillo, quede en el


pasado. En primer plano aparece su sonrisa, su beso y su abrazo así que,
respondiendo a ello, le caigo con la novedad: – La vecina se quejó, las colillas que
has tirado la afectan en su techo y se puede taquear la canoa, dijo que algunos
vecinos te han visto - el cambio su sonrisa por una nube negra, nunca parecida a
la nube de humo que sale de su boca – No volveré a fumar ahí y mucho menos a
tirar las colillas, que pena con la señora.

Puedo jurar que nunca más volvió a tirar las colillas al techo de la señora, más
bien hizo una colección que de día a día crecía y el guardaba con sigilo en el
cuarto útil, pero igual seguía fumando en esa ventana y los vecinos chismosos, los
que no faltan, lo seguían viendo hacerlo. Me di cuenta y lo advertí como una
premonición. Él hizo caso omiso, no había culpa en su actuar, tenía testigos: las
colillas.

Este viernes llego contándome que la viejita lo había detenido


– Oiga, oiga señor, si usted, el canoso – él la miró y dijo:
- ¿Qué desea señora?
– Vea, esta semana se me taqueo la canoa y los vecinos me dijeron que usted
está tirando las colillas de cigarrillo por la ventana al techo de mi casa – casi con
una sonrisa y como si supiera como salir airoso de este suceso, contesta:
– Desde que usted le dijo a mi esposa yo nunca volví a tirar colillas al techo de su
casa. Las tengo todas recogidas, con gusto le muestro.

Creo que él había elegido este momento, en su mente tenía la idea de que llegaría
y por eso su seguridad ante la acusación, aún con la amenaza de demanda. La
viejita continúa:
– Es que hay que hacer algo señor, se me taqueo y mire cómo ha estado
lloviendo.
– Si señora, usted debe hacer algo, porque eso fue hace seis meses y yo nunca
más tire colillas al techo.
- Entonces lo voy a demandar
- Venga le muestro y compruebo que es verdad

La viejita se retrae y opta por ignorarlo, así que mi esposo con toda la cautela del
mundo sube por su “tesoro” y baja a la casa de la viejita, mostrándole con esto
que es verdad lo que dice. La cantidad de colillas depositadas en cada cajetilla es
tan abrumadora, así como ese olor a cusca, tan característico que yo decido
esperar a unos metros. Sin embargo, me sorprendo bastante cuando veo que la
viejita en vez de rechazarlo, lo invita a entrar y le recibe la bolsa que lleva llena de
estos desechos.

Al salir de la casa de la viejita mi esposo trae una sonrisa que ocupa todo su
rostro, yo también sonrío pues al mirar sus manos ya no carga dicha bolsa, por lo
tanto, ya no huele a cusca y me cuenta que la viejita se sintió muy agradecida por
su colección y que había pedido que se la dejara o en cualquier caso, que al
menos se la vendiera, él por supuesto se la dejo y así, de una vez, se liberó del
problema.

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