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Introducción
El presente trabajo tiene por objetivo realizar una comparación entre las
producciones de Gyorgy Lukács (1885 – 1971), Bertold Brecht (1898 – 1956) y
Theodor Adorno (1903 – 1969). Se intentarán establecer puntos de continuidad y de
ruptura en las conceptualizaciones de estos autores, a cual más brillante. Los tres
tienen, por derecho propio, su lugar ganado entre los grandes pensadores y
creadores del siglo XX. El intento de ponerlos a dialogar no es tarea sencilla, y
considerando la complejidad del pensamiento de cada uno de ellos, la extensa
bibliografía e incluso los cambios en las posturas que han tenido a lo largo de su vida,
este trabajo no pretende presentar una comparación acabada ni definitiva (si es que
esto fuera posible), sino simplemente introducir algunos hitos en este extenso
recorrido. Por otra parte, existieron intercambios entre ellos y referencias cruzadas
entre sus obras, lo cual permite hacer un contrapunto directo entre estas tres figuras
del campo artístico e intelectual recurriendo a dichas comunicaciones.
Los tres se destacan por haber sido activos e innovadores pensadores de la relación
entre marxismo y estética, pero no podría decirse que “aplicaron” un marxismo
rígido a cuestiones culturales, sino que por el contrario, temas ligados a las artes les
han permitido desarrollar originales líneas de pensamiento dentro de esta tradición
político-filosófica. Aún con sus diferencias, los tres han contribuido a consolidar una
estética marxista no dogmática. Cada uno, a su modo, ha buscado la forma para
encontrar en el marxismo un aliado indispensable para el análisis crítico de la
sociedad. Dentro de este marco general, los tres han recurrido a diversas aristas y a
diferentes métodos para sus estudios sobre arte y cultura. Al decir de Perry
Anderson, las interacciones entre ellos constituyen “uno de los debates centrales en
el desarrollo cultural del marxismo occidental”.
Cada uno encontró, dentro de la vasta obra de Marx, mojones a partir de los cuales
construyo su camino. Lukacs y Brecht se mantuvieron siempre, aunque con espíritu
crítico, dentro de los márgenes del marxismo y de la militancia en este campo.
Lukacs tuvo como sustrato un humanismo ético y estético tradicional, mientras que
Brecht intento incluir la experimentación y las novedades de la modernidad y se
mantuvo más independiente respecto del estalinismo: nunca se afilio al Partido
Comunista. Adorno, en cambio, se situó en una posición más distante con respecto
al marxismo, esquivando la categoría de lucha de clases y desconfiando del papel del
proletariado y relacionándose más directamente con el Institut fur Sozialforschung
(Instituto de Investigación Social). Lukacs y Brecht, a diferencia de Adorno, se
encontraban más directamente influenciados por Lenin2 . Además de sus
divergencias, tuvieron también mucho en común, sobre todo en lo que al espíritu
crítico y a la voluntad de transformación se refiere.
El fin del sueño de la revolución socialista en Europa Central, que se dio a partir de
la derrota del proletariado y las victorias del fascismo en el periodo comprendido
entre 1918 y 1923, trajo como consecuencia una profunda revisión de la ortodoxia
marxista tradicional y de sus dogmas e hizo que varios pensadores, que se
denominaron a sí mismos como marxistas, recuperaran la conexión con la filosofía
y pusieran el foco en cuestiones que hasta ese entonces habían estado olvidadas o
que habían sido catalogadas como poco importantes, como ser los asuntos culturales
y artísticos. A partir del desarrollo de autores como el propio Lukács, pero también
Gramsci, Kosch y Bloch, por mencionar solo algunos, los problemas culturales
pasaron a constituirse en elementos centrales del análisis de las estructuras de poder
del capitalismo y de las luchas por la emancipación.
Los autores nucleados en lo que se conoce como Escuela de Frankfurt hicieron una
incursión libre, creativa y plural en el materialismo y fueron pioneros en reaccionar
contra las lecturas economicistas y de determinación lineal, prestando especial
atención a la filosofía y al arte como parte de la totalidad de interacción de una
sociedad. Para esto se apropiaron selectivamente y con espíritu científico de distintos
elementos que servían a sus análisis, encontrando en el marxismo una clave de
lectura para abordar la cultura, conectándolo con repertorios no marxistas. Algunos
de ellos, manteniendo la idea de que es la clase obrera la única con el potencial
necesario para lograr la emancipación, abandonaron la idea de un camino
automático e inevitable hacia el socialismo y destacaron la importancia del
desarrollo cultural e ideológico de los trabajadores. Es importante tener en cuenta
que al considerar la multiplicidad de enfoques y la amplitud de los trabajos
realizados por los distintos autores de la Escuela de Frankfurt, se hace imposible
pensar en un paradigma unificado que reúna todas las vertientes3.
Según Marx, dentro del capitalismo la creación artística, así como el resto de las
actividades, se convierte en un trabajo alienado, y las producciones, en mercancía.
De cualquier forma, esto no agota las posibilidades del arte ni lo convierte
simplemente en un reflejo de la alineación. Aun bajo las condiciones que le impone
el capitalismo, el arte no se reduce a una pura mercancía y mantiene siempre su valor
utópico e incluso la posibilidad de transgredir las formas ordinarias de la mercancía,
idea que ha sido retomada por Adorno.
En su versión del realismo, Lukacs considera que los detalles cotidianos de los
personajes deben formar parte de la totalidad histórica, ya que las experiencias
individuales no deben ser presentadas por fuera de la totalidad social. Fue muy
crítico con aquellas corrientes del modernismo que, según su perspectiva, describían
situaciones estáticas y limitaban la acción de los hombres a la observación pasiva de
hechos ordenados de modo mecánico. El subjetivismo que Lukacs encontraba en
ellas conducía a un desdibujamiento de las relaciones sociales existentes y estas
corrientes merecieron de su parte el calificativo de decadentes7. El arte de
vanguardia, según su perspectiva, tiene como base ontológica al hombre aislado,
solitario, con una esencia por fuera de las relaciones sociales. Adorno usa como
ejemplo a Joyce para contradecir este argumento, afirmando que el sustrato de la
obra del autor irlandés no es un hombre sin tiempo sino precisamente el hombre
histórico por excelencia. Según Adorno, en las obras de arte que Lukacs califica como
decadentes es posible captar la totalidad en lo accidental de lo particular a la vez que
se puede ver a lo particular como un momento de la totalidad.
Para Adorno, el arte no es una esfera totalmente autónoma y racional pero tampoco
es el resultado lineal de luchas de poder; el propio objeto artístico es una trasgresión
de las determinaciones claras entre las esferas. En su teoría están presentes por un
lado la interpretación crítica de la diferencia estética, que piensa a la negatividad del
arte como una negación del statu quo de la sociedad y las relaciones sociales vigentes
y por el otro la interpretación purista, que radicaliza la idea del placer estético y la
singularidad de ese placer y funda la autonomía sobre la idea de
inconmensurabilidad de la experiencia del placer estético. Según Adorno, la
pretensión de autonomía del arte con respecto al resto de la sociedad recién comenzó
con la conciencia burguesa de libertad. Graficó a la situación del arte con la figura de
la aporía: si resigna su autonomía, pasa a formar parte de la sociedad del
intercambio; si se mantiene dentro de sus propios límites, es mansamente integrada.
Se presenta además para los artistas una situación dilemática: aquellos artistas que
rechazan al sistema de comunicación hegemónico, pierden la posibilidad de
acercarse al gran público.
A partir de 1926, comenzó Brecht a utilizar la expresión “Teatro épico” para referirse
a su singular modo de entender el teatro. El teatro épico, a diferencia de la forma
clásica del teatro que busca conmover al espectador convocándolo desde lo
emocional y provocándole sentimientos, busca despertar la actividad intelectual y
política, interrogándolo sobre sus propias decisiones y proporcionándole
conocimientos. Este tipo de teatro se aleja de pretensiones naturalistas e intenta
movilizar políticamente a su auditorio. Con técnicas que interrumpen la linealidad
dramática (como la singularización, el distanciamiento, el extrañamiento y la
resignificación) e impiden la identificación emocional con personajes individuales,
busca que los espectadores cuestionen aquello que esta naturalizado, dejando zonas
libres y mostrando contradicciones.
Adorno considera que en alguna de las obras de Brecht las críticas que éste pretende
incluir fracasan en su intento, porque los personajes que representan al fascismo o a
poderosos grupos económicos aparecen en un plano de exterioridad con respecto a
la sociedad y no como parte integrante de ella, por lo que se diluye su capacidad
satírica y su posibilidad de mostrar el horror al vincular de modo más directo a estos
personajes con la sociedad de la que forman parte. Igualmente le reconoce a Brecht
(al menos en Vida de Galileo) su capacidad para mantenerse por fuera de los
intentos de transmitir de modo lineal un mensaje, poniendo en marcha procesos de
pensamiento sin transmitir frases hechas. En relación al distanciamiento, Adorno
piensa que permite evidenciar el carácter objetivo de la obra de arte a la vez que
afecta el comportamiento subjetivo, interrumpiendo las identificaciones
emocionales y descentrando al receptor, al poner el énfasis en su relación con la obra.
Es precisamente en este punto, en que la objetividad irrumpe en la conciencia
subjetiva, donde reside la experiencia del arte.
Mientras que Lukacs dirigió sus críticas contra las dogmatizaciones economicistas
operadas sobre la obra de Marx, Brecht atacó a los humanistas sentimentales que
desdeñaban las relaciones económicas de la sociedad, por considerar que las obras
que tomaban experiencias personales ocultan la dinámica socio histórica general14.
Contra los relatos centrados en aspectos psicológicos de individuos, aunque sin por
eso borrar la singularidad, Brecht propone mostrar obras que revelen las estructuras
sociales. También fue crítico de aquellas expresiones dirigidas únicamente a liberar
los sentidos y a la concepción del arte que solamente busca la belleza. Las obras que
presentan simplemente experiencias psíquicas alejan al público de la lucha de clases:
aquellas obras que según Brecht seducen y enternecen al auditorio solamente
refuerzan el carácter inalterable de las situaciones favorables a las clases
dominantes. Brecht rechazaba los héroes individuales y prefirió usar distintos
estereotipos sociales (el soldado, el obrero, el banquero, etc.) antes que personajes
con características individuales, haciendo hincapié en los fenómenos de
colectivización de la sociedad industrial.
Lukacs, más influenciado por el humanismo clásico, rechazó todas las expresiones
que rescataran aspectos de la despersonalización de la época industrial, mientras que
Brecht trató de utilizar esas mismas cuestiones para activar políticamente a los
espectadores. Según su opinión, los recursos que Brecht utilizaba, sobre todo el
distanciamiento, eran simplemente un conjunto de técnicas formales sin
consecuencias reales. Por su parte Brecht fue un férreo opositor a las restricciones
que Lukács pretendía imponer desde su concepción del realismo. Para el
dramaturgo, esta postura demarcaba una serie de reglas formales que se
correspondían con un periodo histórico pero que eran insuficientes para las nuevas
potencialidades realistas de la época moderna, ya que las técnicas no son un conjunto
de reglas externas posibles de ser trasladadas. El momento histórico exigía una
ampliación del realismo, que no se ajustara a criterios formales sino que se definiera
por su relación con la realidad. El formalismo, según Brecht, se definía por su intento
de respetar a rajatabla cuestiones de estilo, dando la espalda a las renovadas
demandas que los cambios sociales le reclaman al arte. Para él, las elecciones
formales son un asunto práctico de cada artista, que debe considerar cuál es la mejor
forma de conmover al auditorio en un periodo histórico determinado: es imposible
que un mismo estilo tenga el mismo significado social en distintas épocas, lo cual
confiere cierta autonomía a las cuestiones técnicas frente a la realidad social. La
complejidad de la época moderna hace que para captar su totalidad, o al menos para
sugerirla, sea necesario recurrir a nuevas técnicas, como el montaje y la
yuxtaposición. Utilizando la idea de contradicciones capitalistas, llegó Brecht a
afirmar que las artes, al igual que otras fuerzas productivas, pueden ser utilizadas
más allá de sus usos clasistas o ideológicos, pudiendo ser apropiadas y reorientadas
en sus fines. En ese sentido, el arte para Brecht puede estimular al hombre en pos de
superarse a sí mismo. Habrá que encontrar el modo de ampliar y enriquecer las
distintas tradiciones para que puedan formar parte del acervo cultural de la clase
obrera, en un proceso que no es inmediato sino que precisa de un intercambio
constante entre pueblo y artistas. Para Adorno, una verdadera obra de arte nunca
puede ser instrumento de reconocimiento, no se cristaliza en un resultado y no deja
que se interrumpa el conflicto de las interpretaciones: en su movimiento y a partir
de su carácter procesual, niega el sentido que produce y no tiene la lógica de un juicio
predicativo que expresaría “esto es así". Por otro lado, aquellas obras que quieren
deshacerse de su carácter fetichista asumiendo posturas políticas (que Adorno
califica de “muy dudosas”) caen frecuentemente en simplificaciones. Es por esto que
afirma que admirar a Brecht únicamente por sus posturas políticas es tan equivocado
como hacerlo por sus méritos artísticos.
Brecht prestaba especial atención a los usos del conocimiento científico y a ver el arte
como un aspecto de la producción y el trabajo humano, separándose del idealismo
sentimental o del drama emocional. Al igual que la política, la literatura puede (y
debe) transformarse en acción contra la imperfecta existencia humana, teniendo
siempre presente el cuidado por la calidad artística, lo cual resulta decisivo para un
arte socialista. Para Adorno, la producción artística no es científica; la literalidad que
tienen los descubrimientos científicos están perdidos en el arte y no hay
complementariedad entre arte y ciencia sino una relación crítica, a pesar de que
comparten categorías, no son homologables. Según Adorno, el arte no es ni podría
ser un lenguaje de puro sentimiento pero tampoco puede convertirse en una suerte
de reportaje social. En sus análisis estéticos y sociales, utiliza ideas de Freud además
de las de Marx. Esto le permite tener una mirada crítica sobre aquellas corrientes
que apelaron a una voluntad conciente y dominante; estas críticas son retomadas y
ampliadas para hablar de lo que llamó “sociedad totalmente administrada”, que
forma parte del diagnóstico sombrío sobre la modernidad y en la cual tanto la
producción como la recepción de obras de arte son susceptibles de ser
administradas. Según Adorno lo que permite que la obra de arte trascienda la
realidad no es el adecuamiento a reglas de estilo preestablecidas sino precisamente
la discrepancia, la negatividad, el fracaso de su identidad. El arte existe y se
desarrolla en la realidad pero al mismo tiempo se contrapone a ésta, pero no por un
defecto ideológico ni por una incapacidad, sino que precisamente esa diferencia
entre el arte y la realidad empírica es lo que demuestra la contigüidad existente entre
ellas. El repudio a la empiria que el arte lleva dentro de sí de modo inevitable no hace
más que afirmar la predominancia de lo empírico. En tanto antítesis de la realidad,
el arte queda incluido dentro de ésta, a la vez que la realidad se incluye en la obra de
arte. En cambio, dentro de la Industria Cultural, las obras mediocres buscan (y
consiguen) precisamente eso: parecerse unas a otras, obedeciendo a esquemas
sociales, lo cual resalta sus aspectos conservadores. Esto explica en parte por qué la
atención se concentra en aspectos técnicos y tecnológicos, ya que los contenidos se
ofrecen repetidamente. La rigidez de estilo dentro de la Industria Cultural no expresa
sino la estructura diversa de la violencia social. Es solamente la capacidad de
resistencia y su rechazo a ser totalmente subsumido bajo la lógica de las mercancías
lo que permite que el arte siga vivo; cuando eso se pierde, se cosifica y pierde su
fuerza. Adorno sostiene que la industria cultural homogeneiza las expresiones
artísticas y que corrientes ideológicas enfrentadas elogian por igual a la
industrialización. La estandarización y la producción en serie intentan (y muchas
veces logran) sepultar aquello por lo cual la lógica de la obra de arte se distinguía de
la lógica del sistema social. La Industria Cultural no deja lugar para la subjetividad:
todo viene clasificado por los esquemas y mecanismos que ella impone, y sus
productos paralizan la capacidad de imaginación de los consumidores, anulando el
pensamiento crítico y suprimiendo la idea de esfera pública, de espacio público como
lugar de encuentro en la diversidad y de multiplicidad de perspectivas que necesitan
encontrarse.
En lugar de asignarles a los artistas una posición totalmente autónoma, Brecht los
consideraba trabajadores intelectuales, no idénticos pero sí análogos a un trabajador
industrial, y con la posibilidad de convertirse en aliados de la lucha política. En un
texto de 1930 afirma que existe una profunda (y mala) relación entre el exorbitante
precio de algunas pinturas y la trágica existencia de niños hambrientos, negando de
ese modo la posibilidad de la existencia del arte como expresión de personalidades
excepcionales. En 1940 hace una pública exhortación para que los artistas se sumen
a la lucha política escogiendo temas, causas y perspectivas de clase. Se oponía a las
románticas actitudes de aquellos artistas que pretendían ubicarse por fuera del
aparato cultural del capitalismo. Aquí encontramos un posible punto de contacto
entre Brecht y Adorno: el arte es capaz de revelar la alienación pero no por su
carácter externo de reflejo, sino por su pertenencia a las relaciones sociales y a su
singular forma de constituirse como crítica (artística) a ellas. Según Brecht la
industrialización era inevitable y podía tener aspectos positivos; la mercantilización
destruiría el carácter personal del arte y demostraría la existencia de los artistas
como trabajadores. Según Adorno, el trabajo de los artistas es siempre un trabajo
social y sus obras están atravesadas por las fuerzas y las relaciones sociales de
producción.
En 1956, cuando Brecht murió, Lukacs le dedicó unas laudatorias palabras en las que
le reconocía una extraordinaria capacidad para plantear en sus obras interrogantes
justos y necesarios y también para mostrar y construir respuestas ligadas al
desarrollo del socialismo. Valoró también la voluntad brechtiana de transformar al
auditorio, provocando reflexiones sobre las relaciones sociales y estimulando
acciones. Por último, lo calificó como un aliado en la lucha. También Adorno tuvo
palabras elogiosas para con el dramaturgo alemán, al decir que el modo
drásticamente novedoso con el que presentó sus (conocidas) tesis políticas
valiéndose de distintos recursos estilísticos, entre ellos el distanciamiento, le
permitió salir de la simplicidad habitual con que se maneja el “arte socialmente
comprometido”, logrando el efecto de ruptura de la ilusión de sentido único e
interrumpiendo la catarsis. Allí encuentra Adorno un elemento valorable en Brecht,
incluso más allá del contenido y del compromiso, aunque indisociablemente unido a
éstos. Las críticas de Adorno hacia Brecht por su partidismo se encuentran
atemperadas por sus elogios hacia la desmitificación que Brecht supo conseguir en
varias de sus obras.
Distinguiéndolo de la ciencia, dice que en el arte no puede haber fórmulas con validez
universal, ya que la expresión artística siempre presenta un rasgo de singularidad.
Relaciona también de modo directo el arte con los movimientos financieros y los
deseos de éxito, lo cual de algún modo lo pone en relación con las consideraciones
de Adorno sobre la Industria Cultural, destacando además la posibilidad que tiene el
arte de mantener rasgos de autonomía frente a la lógica del capitalismo de consumo.
Contrariado por el rumbo del estalinismo, sigue pensando en la utilización ideológica
del arte y le encomienda a la literatura la tarea de ayudar a superar la alienación de
la época estalinista.
En Lukacs y el equivoco del realismo Adorno afirma que el prestigio de Lukacs está
basado únicamente en sus escritos de juventud (El alma y las formas, Teoría de la
novela e Historia y Conciencia de clase). Postula que Lukacs propuso una filosofía
de la historia de carácter objetivista frente al subjetivismo psicológico pero que más
adelante ese objetivismo dejó paso a la doctrina comunista oficial y a un
arrepentimiento del húngaro sobre esos textos. Tomando el texto “Contra el
equivoco del realismo” muestra cómo Lukacs reconsidera algunas de sus posturas y
llega incluso a exaltar la figura de Brecht y ensancha el concepto de realismo
socialista, incluyendo dentro de él obras que Adorno considera baratijas literarias.
Lo acusa también de haber limitado su inteligencia a una estructura conceptual que
no hizo más que ahogarla, de operar mediante fórmulas en un campo tan dinámico
como el cultural y de rendir homenaje formal a la dialéctica pero reducirla a un
cadáver. Por estos motivos le adjudica el mote de dogmático con voluntad catequista
y dice que la comprensión de Lukacs sobre fenómenos artísticos se resiente al
extrapolar de otras esferas conceptos como esencia e imagen sin incorporar aquello
específico que tiene el arte. En este texto dice Adorno que, frente a lo existente, el
arte debe ser esencia e imagen para no quedar como simple reproducción y que la
esteticidad se encuentra en las excepciones, ya que las obras que se regulan según
normas ven menoscabada su forma artística y no es posible reducir el arte a fórmulas
generales.
A modo de cierre
A pesar de sus diferencias, creemos que Lukacs, Brecht y Adorno son pensadores y
creadores imprescindibles para poder ligar las cuestiones estéticas con las teorías y
las prácticas que contienen ansias de emancipación. Los tres son exponentes de un
marxismo que recobra su sentido y su incuestionable valor cuando se convierte en
una herramienta de crítica de lo existente, de pensamiento y lucha por la
transformación y se aleja de posturas dogmáticas.
Bibliografía
Notas