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JESUS ESPEJA

LA EXPERIENCIA
DE JESUS

Editorial San Esteban


SALAMANCA
1988
2.* edición
<£> Editorial San Esteban. 1988
Apartado 17 · Salamanca (España)

ISBN 84-85045-64-5
Depósito Legal: S. 1 2 3 1 9 8 8 ‫־‬
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Calatrava. S.Coop.
Pol. El Montalvo. Calle D. Tel. (923) 2141 18. Salamanca, 1988
tra «movido por la alegría que le da, vende lo que tiene y com­
pra aquel campo» (Mt 13, 4 4 4 5 ‫)־‬. Jesús experimenta la oferta
de gracia, y en la primera etapa de su actividad pública no hay
apenas rastro de sufrimiento. Sólo después, cuando las autorida­
des judías se le oponen abiertamente y el martirio se hace cada
vez más inevitable, Jesús experimenta el fracaso, y guarda silen­
cio. Sin embargo mantiene vivo ese gozo profundo incluso cuan­
do muere crucificado; sabe que cumple la voluntad del Padre, y
vive su presencia de amor en el abandono y en la oscuridad.
2.° Traducción práctica
Animado por esa mística Jesús crea una pequeña comunidad,
que será la expresión histórica y palpable del reino. No impone,
pero irradia entusiasmo que contagia; a la invitación «sígueme»,
los primeros discípulos se sienten atraídos de tal modo que «de­
jándolo todo le siguieron» (Me 1, 17-18). En la lista de los Doce
se incluyen miembros de distintas clases sociales y de grupos
enfrentados en aquella sociedad judía: obstinados autoritarios
y anónimos, revolucionarios contra la dominación romana y cola­
boracionistas del imperialismo. Da la impresión de que inten­
cionadamente Jesús quiso formar la nueva comunidad, el reino
de Dios que rompe todas las murallas y barreras. Una comunidad
nueva donde ya no existan relaciones de dominio sino de acogi­
da y servicio: «sabéis que los que son tenidos como jefes de las
naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las
oprimen con su poder; pero no ha de ser así entre vosotros,
sino el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vues­
tro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será
esclavo de todos» (Mt 10, 42-43).

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Lógicamente Jesús manifiesta esa novedad en su inclinación
preferencia! por los marginados. Invitar a nuestra mesa y par­
ticipar en la mesa del otro es signo de amistad y aceptación.
Además para los judíos el «banquete» venía siendo anuncio pro-
fético del reino esperado. Jesús «atfoge a los pecadores y come
con ellos» (Le 15, 2); «pecadores» en aquella sociedad eran
los que no cumplían con los preceptos legales, los impuros que
no podían tener un «status» de prestigio y rentabilidad social:
publícanos, rameras, hombres sin cultura, los que no tienen ni
pueden; éstos son «bienaventurados» porque Dios interviene
ya para librarlos de su marginadón (Le 6, 20).
En esa misma perspectiva debemos interpretar los milagros
del evangelio. Cuenta Mt 11, 2-6 que Juan Bautista, preso en
la cárcel, envió a dos disdpulos suyos para preguntar a Jesús:
«¿eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?*. Y la
respuesta de Jesús fue: «id y contad a Juan lo que oís y veis;
los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y
los sordos oyen, los muertos resudtan y se anuncia a los pobres
la buena notida». Todos estos males significan distintas formas
de alienación y marginadón sodal. Curadones milagrosas y comi­
das con los pobres expresan que ya llega el reino donde los des­
validos encontrarán justicia y derecho.
Tampoco puede faltar en el tiempo nuevo la victoria sobre
las fuerzas del mal que dividen y marginan; que sacuden a los
hombres hasta reducirlos a la condidón de animales agresivos e
inhumanos. Con especial énfasis el evangelista Marcos describe
la lucha y victoria de Jesús contra el Maligno. Desde una pers­
pectiva bíblica, Mt 12, 29 concluye lógicamente: «si por el Es­
píritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a
vosotros el reino de Dios*. Algunos años más tarde glosará el
Cuarto Evangelista: «ha llegado la salvadón, el poder y el rei­
nado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido
arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que les acusaba
día y noche delante de nuestro Dios* (Apoc 12, 10).
d) Contenido del reino
Ya podemos preguntamos qué fue para Jesús lo último, lo
absoluto, el valor que polarizó todos sus afanes y empeños;
lo que llamó él «reinado de Dios».

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1. * Sólo en parábolas
El núcleo del reino parece que no es adecuadamente definible.
No valen las ideas de la esperanza judía porque la novedad supe­
ra con mucho a la promesa; .por otra pane, Jesús tampoco da una
definición metafísica. El lenguaje de las parábolas evangélicas
es más bien simbólico y poético; válido para entregar convic­
ciones hondas no some tibies a esquema; evoca, sugiere, transmite
una experiencia que, sin embargo, queda siempre más allá.
El mismo Jesús vuelve una y otra vez con variados simbo­
lismos y expresiones nuevas para traducir algo que vive intensa­
mente y que para él tiene valor decisivo. Por eso el simbolismo
de sus gestos es más elocuente que sus palabras. Siguiendo lo
que hizo y lo que dijo, podremos atisbar lo que para él fue
último, decisivo, núcleo del reino.
2. * Lo que no es decisivo
Quien lea con imparcialidad los evangelios, fácilmente con­
cluye que Jesús no se preocupa de sí mismo, no pone su perso­
na como centro de atendón, no busca segundad ni prestigio.
Otando cura enfermos, expulsa demonios, sólo quiere manifes­
tar que llega el reino esperado (Le 11, 20). Incluso cuando ha­
bla con autoridad desde su expereneia íntima, siempre remite a
esa nueva forma de vida humana; lo vemos en el sermón de
la montaña: «habéis oído..., pero yo os digo» (Mt 5, 22-44).
Es verdad que ya en la segunda etapa de su actividad pú­
blica, cuando la muerte le amenaza muy de cerca, él mismo se
identifica con el reino, con la buena noticia: «quien pierda la
vida por mí y por el evangelio, la salvará» (Me 8, 35). Pero ya
no le preocupa la seguridad de su persona; mis bien quiere
hacer notar cómo su existencia en el desprestigio y en el fra­
caso es camino para la llegada de la novedad.
El reino de Dios tampoco es el «reino de los cielos», enten­
dida la expresión como significando «un más allá», independien­
te y en oposición a la historia. «De los cielos» es término abs­
tracto del judaismo urdió para designar a Dios, y sin duda el
evangelista Mt lo emplea en este sentido. Pero la manipulación
ideológica puede dislocar su genuino significado, situando al
reinado de Dios fuera de la historia y sin la debida incidencia
en la misma. Las parábolas del sembrador, del trigo y de la ciza-
X)
5 .° Com partir en la m ism a mesa

Impresiona el relato evangélico sobre la multiplicación mila­


grosa de los panes. Abstrayendo ahora de la historicidad en sus
detalles, se ve una marcada intencionalidad teológica. La multi­
tud, la gente o pueblo, tiene hambre y necesita comida para
sobrevivir. Jesús dice a sus discípulos: «dadles vosotros de co­
mer* (Me 6,37). Pero ellos no tienen medios económicos sufi­
cientes para comprar los alimentos necesarios, y por otra parte la
insignificancia de cinco panes y dos peces que ha traído alguno
de los oyentes, a la hora de la verdad nada soluciona.
Sin embargo Jesús manda que se comparta esa insignificante ra­
ción, y así se realiza el milagro :«Comieron todos hasta saciar­
se» (Me 6, 42).
La vida de aquel hombre fue un compartir con todos. Acep­
taba invitaciones e invitaba frecuentemente a su mesa; era todo
un simbolismo de su pretensión fundamental. En aquella men­
talidad judía tan marcada por la separación entre puros e im­
puros, situados socialmente y marginados, no se toleraba la par­
ticipación en la misma mesa y en igualdad de condiciones a po­
bres y a ricos. Tal vez Jesús lo intentó alguna vez pero fracasó.
La dura experiencia podría tener un eco en la parábola del ban­
quete nupcial: «el reino de los cielos es semejante a un rey que
preparó una comida de bodas; envió sus siervos para que llama­
sen a los invitados a la boda, pero no quisieron venir»; unos
se fueron a sus fincas, otros a sus negocios, y algunos reaccio­
naron violentamente contra la pretensión del rey; era intolera­
ble que la chusma, la gente sin rango ni clase social, fuera tra­
udo con el respeto debido sólo a las personas socialmente cua­
lificadas (Mt 22, ls.).
Los especialistas reconocen que la multiplicación de los panes
tiene clara resonancia eucarística. Pero antes de su martirio, en
la última cena, Jesús quiso expresar lo que había pretendido
con su actividad profética y sería la causa de su muerte: que
los hombres se sienten juntos, codo a codo, bebiendo la misma
copa y participando como hermanos en la misma mesa de la
vida.
6.‫ ״‬Nueva solidaridad
Puede ser otra expresión para describir el reino. Pero la pa­
labra solidaridad, tan socorrida en los conflictos sociales, exige
matizadón.
Hay una solidaridad falsa: juramentación y ayuda mutua
entre los miembros de una familia, clase social o partido polí­
tico, para defender los intereses del grupo; no piensa «qué será
de los otros» sino únicamente «qué será de nosotros»; más que
apertura de amor gratuito, es nueva táctica de protección que
no sobrepasa el egoísiño individual. Pero hay también una soli­
daridad que rompe las barreras de familia, de clase y de partido;
que piensa no tanto «qué será de mí», sino también «qué será
del otro»; su fuente no es el egoísmo, sino la compasión.
En el fondo hay dos actitudes o reinos. El dia-bólico que
levanta muros entre los hombres; y el que manifiesta la voluntad
de Dios: fraternidad o reconciliación universal.
Son elocuentes algunos gestos de Jesús que vislumbramos en
los evangelios. Parece que sus parientes no entendieron la rup­
tura con el clan familiar para dedicarse al anuncio del reino:
«fueron a hacerse cargo de él, pues dedan *'está fuera de sí” *
(Me 3, 21). Sin embargo Jesús tenía la idea bien clara: existe
una nueva solidaridad entre todos los hombres que va más allá
de los lazos familiares. Un día mientras estaba predicando, «su
madre y sus parientes le mandaron llamar»; pero él, mirando
a toda la gente, comentó: «he aquí mi madre y mis hermanos;
quien hiriere la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana
y mi madre» (Me 3, 31-33).
En otra ocasión una mujer levantó su voz entre la multitud
oyente de Jesús, exdamnado: «dichoso el seno que te llevó y
los pechos que mamaste»; pero respondió: «más bien dichosos
los que oyen la palabra de Dios y la practican» (Le 11, 27, 28).
Jesús vive la nueva solidaridad más profunda y consistente que
la creada por lazos de carne y sangre; supone un nacimiento
nuevo del Espíritu, que introduce a los hombres en el corazón
de Dios (Jn 1, 13). El profeta piensa en el reino como solida­
ridad sin fronteras, un dinamismo de fraternidad que salta todas
las vallas Su formulación acabada es el amor a los enemigos:
«haced el bien a los que os odian» (Le 6, 27).

y4
7.* Desmontar ¡o que divide
En la esperanza de la nueva humanidad, cuando judíos y
gentiles podrán sentarse a la misma mesa, Jesús denuncia las
fuerzas diabólicas que infligen ruptura e impiden la solidaridad
entre los hombres: dinero, prestigio, sectarismo.
Con frecuencia el dinero se acumula para mantener y asegu­
rar posiciones, utilizando y olvidando a los otros; así hace im­
posible la comunidad. El rico epulón es condenado por no com­
partir con el mendigo Lázaro (Le 16, 19-31). Un gran hacendista
que llena sus graneros con abundante cosecha, «es necio» por­
que no piensa en los demás (Le 16, 13-15). A los fariseos «que
amaban las riquezas», Jesús les dice que «son injustas* (Le 16,
14 y 9). La existencia de aquel predicador ambulante, viviendo
de limosna y libremente inseno en el mundo de los marginados,
fue la denuncia más palpable contra la idolatría del dinero.
Otra barrera diabólica es el prestigio social. Normalmente
los hombres procuramos una situación de privilegio rodeándonos
de fama y credibilidad en nuestro entorno. Eso mismo ocurría
en el país y tiempo de Jesús: los religiosamente puros, los cum­
plidores eran socialmente intocables, mientras que los de abajo,
los pobres y pecadores, no tenían ningún derecho. Por eso el
evangelio denuncia la falsedad intolerable de quienes hacen li­
mosna y oración «para llamar la atención de la gente» (Mt 6,
1-6). Los que se glorían de no ser «como los demás», son fari­
seos que suben al templo para orar, despreciando al pobre pu­
blicarlo que sin embargo es amado de Dios (Le 18, 9-14).
Para defender nuestros intereses creamos grupos que como
sectas o ghetos cierran su espacio con alambradas. En tiempo de
Jesús esta mentalidad sectaria era muy notoria: no sólo había
discriminación de publícanos, samari taños y pobres por parte de
los religiosamente más considerados y socialmente mejor situa­
dos; los mismos saduceos, fariseos y esenios, grupos más sig­
nificativos en aquella sociedad, respiraban un espíritu sectario.
Ya las parábolas evangélicas donde circulan con libertad los po­
bres y desdasados, donde pecadores y enfermos quedan por en­
cima de los justos y sanos, son buen correctivo contra cualquier
discriminadón. Es la denunda manifiesta en la conducta de
Jesús: cuando dialoga con la saman tana, cuando entra en la
casa de Zaqueo, cuando comparte la mesa con pecadores y pu-
blicanos, está comprometiéndose de veras en la llegada del reino:
una sociedad no construida como pirámide cuyas piedras de
arriba opriman a las de abajo, sino como círculo en que todos
sean piezas insustituibles y de igual importancia.
e) En un proceso histórico
Hay en los evangelios un interrogante de fondo. Al comienzo
de su actividad profética Jesús declara que ya llega el reino;
habla y hace signos convencido de la buena noticia. Sin embargo,
poco antes de morir, todavía sueña con la llegada del reino (Le
22, 18); ¿llega o no llega con Jesús la nueva humanidad? £1
fracaso de la cruz perdió su fuerza cuando los discípulos se vie­
ron sorprendidos por el Resucitado; pero tras los muchos siglos
de cristianismo, todavía parece lejos la novedad o reinado de
Dios: ¿es algo de nuestra historia, o más bien lo dejamos para
otro mundo?
1 ‫ ״‬Imitación a la libertad del hombre
En los primeros pasos de su actividad pública, Jesús habla
del reino como de la gran novedad que irrumpe, como impara­
ble soberanía de Dios que interviene con amor en nuestra histo­
ria para cambiar las relaciones entre los hombres. Pero al mismo
tiempo llama una y otra vez a la conversión: todos tienen que
salir de sí mismos, ponerse en marcha, comprometerse para crear
la nueva comunidad, el reino de Dios. Se abre aquí un largo
camino a recorrer.
El hombre creado libre no se salva sin su intervención cons­
ciente que sólo tiene lugar en la historia. Por ello el designio de
Dios sobre la nueva humanidad queda sometido al proceso his­
tórico. Es el tiempo en que los hombres irán logrando esa liber­
tad de corazón, ese clima de pobreza que les haga disponibles y
activos para secundar la obra de Jesús.
2.‫ ״‬Primogénito de los creyentes
Jesús declara la llegada del reino, pidiendo la conversión
muchas veces y de mil formas. Pero sobre todo diseña el camino
a recorrer en la trayectoria de su vida. Según dan a entender
los evangelios, respira siempre una confianza sin límites en Dios,

y6
y vive con intensidad la mística del reino que viene a ser causa
y objetivo de su existencia.
Esa confianza no es pasiva ni etérea, sino una práctica que
vence las dificultades reales, y descubre y transparenta la
voluntad de Dios en cada paso de la historia. Una fidelidad pro­
gresiva, que se va perfeccionando a través de la prueba. Es así
como Jesús hace presente al reinado de Dios en su propia carne.
La carta a los hebreos, un precioso documento de la primera
comunidad cristiana, refleja bien esta fidelidad histórica de Jesús
«iniciador y consumador de la fe* (12, 2).
Lo que ahí se formula programáticamente, viene más deta­
llado en los evangelios escritos a modo de biografía. Como base
de los mismos, se ve un proceso histórico del Predicador Gal¡·
leo. En la primera etapa de su actividad profética vive la inti­
midad y diálogo con «Otro», Dios a quien llama Padre; con­
vencido de que ya interviene con su benevolencia desbordante,
proclama la llegada inmediata del reino. Es el clima para inter­
pretar bien el programa de las Bienaventuranzas, los milagros o
signos de liberación.
Pero en un momento de su vida pública que se ha dado en
llamar «crisis de Galilea», parece que hay una ruptura en la con­
ciencia de Jesús. Lo dan a entender todos los evangelistas. Según
Mt 8, 12. 21. 33, los fariseos siguen pidiendo una señal; los
discípulos, incluido Pedro, no entienden al Maestro. En el c. 6
Juan deja también constancia del cambio: la gente malinter-
preta el sentido de los milagros, no acepta de verdad el mensa­
je de Jesús y le abandona; «muchos de sus discípulos se volvie­
ron atrás y ya no andaban con él» (6, 66). Hay varios intentos
de matarle: «los judíos tomaron piedras para tirárselas»; «mien­
tras enseñaba en el templo* sugiere la excomunión por parte del
pueblo elegido2.
En esta segunda etapa Jesús vive la soledad y desamparo
ante adversarios que le van a matar. Su manera de vivir la
confianza en el Padre y de realizar su misión, no pueden seguir
lo mismo que antes; se impone un cambio radical de práctica.
Para la llegada del reino es necesaria la entrega no sólo de todas
las facultades y actividad, sino de la propia vida. Para que nazca
la nueva comunidad, no es suficiente prestar la palabra, la inte-

2. Jo 8. 39; 10. 39.

)7
entre los pobres y manifestó un amor preferencial por los mar­
ginados.
1.* En malas compañías
Aquel hombre pertenece a una familia sencilla de Nazarct.
Durante su juventud trabaja y vive como uno mis de sus vecinos.
Pero en un momento de su existencia, «cuando tenía treinta años»
según Le 3, 23, abandona su casa, su profesión y se va con
los «Am-ha-res* o pueblo de la tierra, esclavos, mendigos, masa
marginada en el proceso de producción, que no han tenido for­
mación alguna.
Los evangelios dejan entrever que Jesús se interesaba por
todos, aceptaba invitaciones, y compartía; el evangelista Juan
cuenta su asistencia e intervención milagrosa en una fiesta de bo­
das. Pero lo que más desconcertó en su tiempo fue la prefe­
rencia por los marginados sociales.
Son los económicamente pobres: mendigos c imposibilitados
a quienes sólo queda pedir limosna; viudas, huérfanos, necesi­
tados de la beneficencia pública para vivir; jornaleros a merced
de que alguien los contrate. También los «pecadores»: que no
cumplen lo legal y no viven según las tradiciones impuestas por
los religiosos que se autodenominan «justos»; publícanos, pros­
titutas y pastores, cuya profesión es catalogada como pecaminosa.
En esa mayoría de los que no cuentan se incluyen también «los
enfermos»; su situación es interpretada como efecto de la trans­
gresión moral; se piensa que un espíritu malo invade al enfer­
mo causando debilidad, mudez, sordera o lepra; el influjo ma­
ligno es más palpable en las enfermedades mentales: convul­
siones, crispación nerviosa, espumarajos y otros síntomas pareci­
dos sólo pueden ser obra del espíritu inmundo \
Pobres, pecadores y enfermos son los «echados fuera», los
descalificados socialmente; los pisoteados, desprestigiados y ol­
vidados. A ellos se siente destinado especialmente Jesús: «el Es­
píritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido, me ha enviado
a anunciar a los pobres la buena noticia, a proclamar la libera­
ción a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a

y. Ante U ceguera de un hombre, los mumua discípulos de Jesús preguntan,


«¿quién peco, él o sus padres, p a n que haya nacido ciego·‫( » ׳‬Jn 9, 2). Un caso
elocuente de manifestación diabólica en Me 9. 17-27.

40
los oprimidos» (Le 4, 18). El compromiso de Jesús con estos
desgraciados es la garantía de su verdad mesiánica: «los ciegos
ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena
noticia» (Mr 11, 5).
La primera bienaventuranza se dirige a los «pobres», social­
mente desclasados: ya llega el reino, Dios mismo interviene para
sacarlos de su marginación. Desde sus primeros pasos Jesús
provoca escíndalo, porque admite a su mesa y deja que le acom­
pañen los pecadores, los publícanos, las prostitutas (Me 2, 16).
Porque la enfermedad, particularmente las enfermedades menta­
les y la lepra, marginan a las personas, Jesús actúa con toda su
fuerza carismática curando a muchos y expulsando al espíritu
inmundo. Pobres favorecidos, pecadores regenerados, enfermos
liberados del fatalismo y marginación, son los signos de que ya
llega el reino esperado.
2.* Movido a compasión
Mt 9, 36 trae un rasgo bien notable de Jesús: «viendo a la
muchedumbre se enterneció de compasión por ella, porque esta­
ban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor». Esa muche­
dumbre, olvidada y despreciada por grupos dirigentes: los sen­
cillos, la plebe, la multitud anónima, «gente que ignora la ley»
y «son unos malditos» (Jn 7, 49).
A Jesús le da pena que la gente «no tenga que comer»; «en­
ternecido» extiende la mano para curar a un leproso; «movido
a compasión», milagrosamente abre los ojos de dos ciegos, y
arranca de la muerte al hijo de una pobre viuda4. Aquel hom­
bre sentía lástima, era vulnearble ante la desgracia de los hom­
bres. Una pasión que define todos sus pasos y motiva todas sus
intervenciones. Fina sensibilidad que se manifiesta en lamentacio­
nes por la catástrofe que van a sufrir el pueblo y templo judíos;
en lágrimas de dolor por la muerte del amigo Lázaro; en sen­
tida repulsa contra la traición que le infligen .
El autor de las parábolas deja traslucir estos sentimientos
en el buen samaritano que, viendo al desvalido, «se movió a
compasión» y le atendió lo mejor que pudo. También «movido
4. Me I , 41; 8, 2; Mi 20. 34; Le 7, 14.
3. Mt 23. 37: Jn 10. 33: Me 14. 21

41
a compasión», un acreedor con entrañas de misericordia perdona
las deudas del pobre hombre que no puede pagar. Es la ternura
del padre que viendo llegar a su hijo pródigo, «conmovido»,
emocionado interiormente, corre hacia él, se echa a su cuello y
le cubre de besos.
Sentimientos que no abrigan ritualistas y leguleyos solamen­
te preocupados por su seguridad y bien parecer; que no soporta
el hermano mayor del hijo pródigo, ni el hombre sin piedad que
arremete contra sus deudores hasta meterlos en la cárcel y ma­
tarlos *.
).· Apostando por la dignidad del pobre
La compasión de Jesús no es pura sensibilidad momentánea,
superficial y olvidadiza. Es «padecer con», en nombre de los
marginados para terminar con esa marginación. Significa dejarse
golpear por el sufrimiento del otro, hacerlo nuestro y empren­
der con él un camino de liberación.
Las comidas de Jesús con los pobres y pecadores obedecen
a esta «simpatía» profunda. Gestos donde se declara que los
marginados son iguales, tienen los mismos derechos que los de­
más hombres y son admitidos al reino de Dios. El Predicador
de Galilea está convencido de que su Padre interviene ya para
levantar a los hundidos, y en esa convicción denuncia los atro­
pellos de los ricos, la dictadura de los legistas, y la inhumanidad
de los sacerdotes.
Debemos admitir que Jesús hizo curaciones consideradas mi­
lagrosas o extraordinarias por sus contemporáneos. Abrir los ojos
a los ciegos y los oídos a los sordos ya implica liberación. Esta
es más notoria cuando un leproso, excluido materialmente de la
sociedad y condenado a vivir en solitario, queda curado y rein­
tegrado a la convivencia. Más que la «miraculosidad» de los mi­
lagros, los evangelistas destacan el aspecto liberador.
Esta liberación sin embargo tiene significado especial en la
mentalidad judía de aquel tiempo. La enfermedad era interpre­
tada como efecto del pecado; sobre los enfermos pesaba un
fatalismo aplastante, y buscaban hechiceros que adivinasen la
causa del castigo. Jesús desmonta la vinculación entre pecado y
enfermedad; cuando sus discípulos le preguntan por la trans­
6. Le 10, 32; Mi 18. 7; Le 15, 20

42
gresión moral que causó la ceguera en un pobre hombre, afirma:
«ni pecó él ni sus padres (Jn 9, 2). Sabe que Dios no abandona
en d dolor a los hombres, que se inclina con amor hada ellos;
y de tal modo vive Jesús esta experiencia, que contagia y hace
que los enfermos recobren la salud. «Tu fe te ha salvado» es
una fórmula frecuente muy válida para interpretar d simbo­
lismo y alcance liberador que traen las curaciones milagrosas del
evangelio.
En esa misma perspectiva de compromiso en favor de los
marginados, tiene sentido d perdón ofrecido por Jesús. Sólo
hay dos pasajes evangélicos que hablan expresamente de la ofer­
ta. Pero no son tanto algunas frases aisladas cuanto la conducta
global donde se proclama el perdón gratuito de Dios, donde
se percibe una inclinación especial a favor de los pecadores.
Cuando Jesús absuelve a la mujer adúltera, ¿no actúa mo­
vido por la compasión y sabiendo que los ortodoxos reaccionarán
contra él? Sus comidas con publícanos y pecadores ¿no son d
signo de que Dios mismo les ofrece su amistad? Entrando en
la casa de Zaqueo y hablando con la samaritana, manifiesta que
ya llega la salvación de Dios para quienes oficialmente no son
salvables 7.
4.* Sufriendo la marginación
Este compromiso de Jesús con la marginación de los hom­
bres manifestó su verdad, cuando tuvo que sufrir y jugarse la
vida por la causa.
Pronto sus adversarios le acusan agriamente: «¿pero es que
come con publícanos y pecadores?»; le desprestigian y le con­
sideran como un pecador más: «comilón y borracho, amigo de
publícanos y pecadores». Las curaciones milagrosas son interpre­
tadas como actividad del diablo: «está poseído de Belcebúi, y
por virtud del príncipe de los demonios echa a los demonios».
La pretensión de perdonar los pecados se califica de blasfemia:
«¿quién puede perdonar pecados sino Dios?**.
7. Ante la buena dtapoaición de Zaqueo, dice Jesús: ·hoy ha llegado la tal
vación a esta cata, poique también éste es hijo de Abraham· (Le 19, 9). La mis
m» integración de lo* marginado* en el encuentro con la *amantan* (Jn 4, 22-2))
Aunque ·dio Me 2, 10 y Le 7. )6-50 hablan expresamente de «perdonar peca

8 Me 2. 16; Mt 11, 19; Me ) , 22; Me 2, 7.

4)
Cuando la compasión de Jesús buscó eficacia en el compro­
miso por la liberación de los marginados, saltó la conflictividad
y el profeta de la salvación tuvo que firmar su mensaje con la
propia vida. La tensión y el choque con las autoridades judías
debieron surgir muy pronto. La enseñanza y práctica de Jesús
invenía una jerarquía de valores implantada por los bien situa­
dos en aquella sociedad; desmontaba una falsa imagen de Dios
y cuestionaba posiciones de dominio basadas en esa imagen. Sin
metemos ahora en detalles sobre los argumentos aducidos para
condenar a Jesús, se vislumbra cuál es el desafío de fondo.
Ya en los primeros capítulos del evangelista Marcos están
bien planteados los términos del conflicto. Las autoridades ju­
días optan por el sábado y por toda la organización sociorreli-
giosa que les permite mantener sus privilegios por encima y a
costa del pueblo sencillo. Jesús, en cambio, da importancia y
valor al hombre, señor del sábado y fin de todas las organiza­
ciones. Novedad intolerable para los bien instalados en aquel
montaje: «saliendo los fariseos, luego se concertaron con los
herodianos contra Jesús para ver cómo eliminarle» (Me 3, 6).
5.* Vivo recuerdo en la comunidad
La opción de Jesús por los marginados de la tierra es un
dato histórico de máximo interés para los primeros cristianos.
Al principio esa conducta encontró sus reticencias. Bartimeo, un
mendigo ciego de Jericó, salió al camino pidiendo ayuda de Je­
sús que con sus discípulos pasaba por allí; éstos «le interpela­
ban para que se callara», no soportaban aminorar el ritmo de su
marcha para integrar al marginado en su comunidad; pero el
Maestro «se detuvo y dijo: llamadle» (Me 10, 4 6 4 9 ‫)־‬.
Cuando la Iglesia va madurando en su interpretación cre­
yente de Jesús, esc dato histórico alcanza todo su relieve. Ya
un himno litúrgico de la primera comunidad celebra la existen­
cia de Cristo realizada «en la condición de siervo» (Fil 2, 7).
Por el año 57 Pablo pide generosidad a la iglesia local de Co-
rinto en la colecta para otras comunidades; y recuerda un ejem-
^lo que todos los cristianos aceptan sin discusión: «conocéis
icn la gracia de nuestro señor Jesucristo el cual, siendo rico,

44
al reino de Dios? ¿es que los ricos no tienen acceso y quedan
excluidos de la comunidad cristiana?
3.* Pensando en los pobres
En los primeros pasos de su vida pública Jesús anuncia que
llega ya el reino. Los pobres deben confiar porque Dios inter­
viene para sacarlos de su miseria; una confianza que dignifica y
libera. Los ricos deben abandonar sus posiciones privilegiadas
compartiendo con los pobres.
Cuando ya en la* segunda etapa de su actividad Jesús pro-
nc su trayectoria histórica como camino y norma para todos
G ¡ cristianos, el programa es claro: todos deben luchar por el
nacimiento de una sociedad nueva basada en la justicia y en la
ternura, con todo lo que son y con todo lo que tienen. Los
ricos iniciarán esc camino compartiendo sus recursos: ·vende
lo que tienes, dáselo a los pobres, ven y sígueme*. Los pobres
tendrán que levantarse de su resignación, seguros de que Dios
no quiere la marginación del hombre por el hombre. Unos y
otros, ricos y pobres tendrán que seguir el camino de Jesús,
trabajando con todas sus facultades y «perdiendo la vida», para
que cambie la organización social donde no sea posible la igual­
dad fundamental y libertad de todos. Se busca la humanidad
nueva, cuando todos los hombres puedan comer pan, viviendo
liberados del hambre y de la riqueza, conscientes de que «no sólo
de pan vive el hombre* u.
Se ve por dónde va la idea de Jesús. No intenta que los
pobres ocupen el sillón de los ricos para ejercer su tumo de
mando; quiere que brote un corazón nuevo. Aunque rechaza la
opresión del imperio romano sobre su pueblo, no se levanta
como un guerrillero más contra el invasor; sabe que también
dentro del pueblo judío existen «imperialismos» discriminatorios,
ataca el fondo del problema: debe nacer el hombre que sea
L rmano del hombre Ahí está la llamada de Dios, la vocación
de la verdadera humanidad; de inevitables repercusiones socio-
políticas no sólo para un pueblo y un momento histórico, sino
para todas las naciones y para todos los tiempos.
Jesús de Nazaret hace su llamamiento a la conversión, a la
pobreza teológica o espiritual entendida con todas sus implicá­
is. Me 8, 34; 10. 21; Mt 4. 4.
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Jesús tiene la experiencia de Dios-amor que se da «por­
que es bueno», que se inclina gratuitamente a favor del margi­
nado. y que tiene preferencia por los desvalidos y «que hará
justicia pronto». Tal es su bondad que los jornaleros puntuales
en la viña y el sumiso hermano mayor del pródigo, experimen­
tan como injusta la intervención del patrono y del padre
Si esc amor da vida y envuelve a todos, cualquier hombre
tiene valor por si mismo. Las noventa y nueve ovejas no suplen
a la extraviada. El vacío del hijo pródigo al abandonar la casa
paterna, sólo queda satisfecho con su retomo. El patrono de la
viña, que jambién paga jornal completo a los obreros retrasa­
dos. «es bueno» y quiere dar a entender que todos los hombres
son fundamentalmente iguales. Dios hace suya la causa del hom­
bre, y nace una nueva familia en que cada uno es solidario de los
demás. En esta visión el que margina o hiere a otro, se margina
o hiere a sí mismo; también va contra Dios que responde al
clamor del pobre y desvalido. Este no es considerado por el
hecho de ser pobre, mejor que los ricos; pero «es echado fuera
de la comunidad», y ese maltrato va contra los sentimientos de
Dios y de aquellos que viven los sentimientos del Padre.
La hipocresía de grupos que no aceptan «ser como los de­
más». que se creen los mejores y se autocalifican de «justos y
sanos», era mal común en aquella sociedad judía. Contra esta
hipocresía reaccionó Jesús: «no tienen necesidad de médico los
sanos sino los enfermos». En ese mismo contexto se comprende
la sentencia: «publícanos y prostitutas entrarán en el reino an­
tes de vosotros*, «en vea de vosotros». Estos grupos de reli­
giosos cumplidores son como el hijo que por fuera dice a todo
sí. pero a la hora de la verdad no hace lo que su padre manda 1*.
En el evangelio hay algo más. Parece que la marginación
es terreno apropiado para escuchar la palabra de Dios, mientras
que la posesión de riquezas conlleva una cierta sordera espiri­
tual. La pobre mujer pecadora se siente perdonada y agradecida
con la presencia de Jesús, y en cambio el fariseo que le ha
invitado hace juicios temerarios contra él. En los ricos las pose­
siones son como los abrojos en el campo: «ahogan la Palabra
y queda sin fruto». El rico Epulón y sus amigos que acaparan
15. Mi 20. 15; Mi I I. 25; Le 18. 8.
16. Mt 9. 12; 21. )1; Le 16. 19.

ÍO
los productos de la tierra, no perciben el proyecto comunitario
de Dios cerrados sus ojos por el egoísmo, no creerán aunque
un muerto resucite para indicarles el verdadero camino ‫ ״‬. Es la
terrible idolatría del poder, cuyo cuestionamiento implica que los
hombres salgan de sí mismos, pierdan la falsa seguridad, sufran
la intemperie y la pobreza como único espacio válido para que
brille plenamente la salvación de Dios.
Da que pensar esta mayor sensibilidad del pobre o margina­
do a la llamada evangélica. Tal vez sea porque cada día experi­
menta su indigencia y se ve obligado a pedir el pan. En realidad
la sensación de inacabamiento y la nostalgia de plenitud perte­
necen a la verdad del hombre llamado a ser más de lo que es.
El pobre vive sin remedio este condicionamiento, que fácilmente
narcotizan el dinero, el prestigio y el poder; cuando esto sucede,
se mata la verdad del hombre. Lamentablemente sucede con fre­
cuencia; bien lo sabía Jesús cuando dijo: «qué difícil será que
los que tienen riquezas entren en el reino de Dios» (Me 10, 23).
Claro que tampoco viven la verdad humana de hombres
libres quienes a la fuerza se ven reducidos a la marginación y
deshumanizados en la miseria. Su situación es evangélicamente
intolerable, y sólo pude ser un punto de referencia para desmiti-
zar todas las liberaciones inmediatas, y para buscar en las mismas
esa libertad auténtica que se manifiesta en la pobreza voluntaría
para crear la fraternidad

3. Benevolencia de D ios
Jesús es incontrolable fuera del reino de Dios, y en su prác­
tica dejó constancia de su inclinación prefcrencial por los pobres
de la tierra, ¿pero dónde radica la fuente y explicación de su
conducta? A modo de tesis diríamos: en su experiencia única
y peculiar sobre Dios.
Sólo tenemos acceso a la intimidad religiosa de un hombre
porque nos lo cuenta él, o porque lo vilusmbramos en su forma
de vivir y de hablar. Jesús no hizo ningún discurso formulando
su pensamiento acerca de Dios; actuó y habló; en sus hechos y
dichos nos reveló de algún modo su intimidad. Gestos y pala­
bras que ya se nos dan interpretados por las primeras comuni-

17. Le 7. >6-49; M t 13, 22; Le 16. 31.

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