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Indice
La crisis del sistema
Dos líneas en la izquierda
El problema del Estado
La contraofensiva burguesa
El militar fascismo y las perspectivas.
Es, en efecto, a ese periodo que habrá que remontarse para explicar las causas
del ascenso de Salvador Allende al gobierno chileno. Los intentos interpretativos
que recurren, para ello, a la solidez de las instituciones democrático-burguesas
en Chile o al carácter profesional y apolítico de sus fuerzas armadas han sido
desmentidos por la vida misma, y no vale la pena ocuparse aquí del tema. Lo que
sí hay que apuntar es que tales argumentos eran ya endebles, antes aún que la
historia los echara por tierra. Pues lo más particular en la victoria de la Unidad
Popular, en septiembre de 1970, fue el hecho de que, manteniendo prácticamente
el mismo porcentaje obtenido en elecciones anteriores (cerca de un tercio del
electorado), no se hubiera dado, como en oportunidades anteriores, la unión de
las fuerzas que se le oponían, lo que permitió que la contienda electoral se
realizara en tres bandas, favoreciendo así a los partidarios de Allende.
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Se ha intentado explicar esto sobre la base de un error de cálculo de la
burguesía, y es obvio que tal error existió: si ésta hubiera estado segura de
perder las elecciones, sus principales partidos (nacional y demócrata-cristiano)
no se habrían presentado divididos en los comicios. Pero el verdadero problema,
para el análisis sociopolítico, no reside en la constatación de ese error de cálculo,
sino en saber por qué dicho error se produjo. No había nada en el panorama
político de los años precedentes que lo justificara; todo lo contrario, el ascenso de
las luchas de masas en la ciudad y en el campo, la impopularidad creciente del
presidente Eduardo Frei entre las capas populares, los problemas internos de la
democracia cristiana (que llevaron, en el año anterior a los comicios, a la escisión
que tomó el nombre de MAPU), la inquietud en las mismas fuerzas armadas,
expresada por la sublevación del regimiento Tacna en 1969, por un lado, y la
inmensa distancia que separaba a la derecha (representada por el PN y su
candidato, Arturo Alessandri) respecto a la DC y al bloque de izquierda, en lo
referente al apoyo popular, por el otro, todo ello debiera de haber llevado a la
burguesía a la previsión inversa.
¿No sería, entonces, que el error de cálculo de la burguesía era una auto-ilusión
necesaria, creada por la clase para justificar y encubrir factores objetivos que la
dividían internamente? ¿Habría en Chile contradicciones interburguesas y entre
la burguesía y la pequeña burguesía que llevaban inevitablemente a esas clases a
buscar soluciones políticas inconciliables y, una vez puesta la cuestión en estos
términos, no tendrían ellas que forjarse la idea de que esa oposición insuperable
no afectaría sus intereses de clase?
Desde 1967, la política del gobierno de Frei se había orientado, respecto al sector
industrial, a dar al gran capital las facilidades exigidas para su desarrollo, en
materia de financiamiento público y crédito al consumidor, inversiones en
infraestructura y en industrias básicas por parte del Estado, etcétera, así como
hacia la adopción de una política regresiva de distribución del ingreso, capaz de
promover una adecuación de las estructuras de consumo en favor de la
producción suntuaria. Señalemos que las medidas relativas a la distribución
regresiva del ingreso responderán en una buena medida del alza de los
movimientos reivindicativos de masas a partir de ese año. Simultáneamente, el
gobierno se lanzaba a la conquista de una zona propia de mercados exteriores
para dichos productos, a través de la creación del Pacto Andino, del cual Chile
fue el principal promotor.
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Pero las contradicciones interburguesas no se dibujaban tan solo en el terreno de
la industria. Alcanzaban también el campo, donde la política del gobierno
democristiano tenía un doble propósito. Por un lado, atender a las presiones de
base de su propio partido, sensible al planteamiento que el agravamiento de la
lucha de clases y la propaganda de la izquierda habían generalizado respecto a la
necesidad de una reforma agraria. Esa política era, por lo demás, compatible con
los planteamientos norteamericanos para la región, estipulados en la reunión de
Punta del Este de 1961, en la que se creara la Alianza para el Progreso (de la cual
el gobierno de Frei era el adalid), los cuales tenían como objetivo desarrollar en el
campo una clase media capaz de hacer frente a la radicalización del movimiento
campesino en ciertas zonas de América Latina. Por otro lado, la reforma agraria
democristiana pretendía impulsar un mayor desarrollo agrícola, destinado a
aligerar el peso de la importación de alimentos en la balanza de pagos y,
simultáneamente, a abaratar en términos reales la mano de obra, toda vez que la
organización sindical chilena dificultaba la rebaja de los salarios mediante el uso
puro y simple de la fuerza. Este segundo aspecto llevaba a ampliar la penetración
del capitalismo en el campo, estableciendo un cierto nivel de conflicto (muy
aminorado, es cierto, por las medidas paliativas establecidas por la ley) con la
clase terrateniente, o sea, con los grandes latifundistas que, en su mayoría, eran
rentistas y ausentistas. Había, finalmente, un tercer aspecto en la política freísta,
que era la captación de bases campesinas para el partido democristiano. El
resultado de ello fue el de que fue Eduardo Frei quien dio la señal de partida para
la sindicalización rural en gran escala, la cual se generalizará después con
Allende.[2] Paralelamente, los amplios sectores de trabajadores excluidos de los
beneficios de la reforma agraria iniciarían un proceso de lucha bajo formas poco
ortodoxas, particularmente las tomas de tierras, que también alcanzarían su
punto alto en el periodo de la Unidad Popular.[3]’
Ese despertar del movimiento campesino iba acompañado, como mencionamos
de paso, por un alza del movimiento de las masas urbanas. Destacábanse allí la
clase obrera, cuyos índices de huelgas subían en flecha, con la particularidad de
que aumentaban en mayor proporción las huelgas llamadas ilegales, promovidas
sobre todo por trabajadores no sindicalizados pertenecientes a la mediana y la
pequeña industria; los pobladores, que inician su lucha estimulados por la
misma democracia cristiana y luego por los partidos tradicionales de izquierda,
interesados en el caudal de votos que les podrían aportar, para ganar, al penetrar
allí el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, niveles insospechados de
radicalización y formas de lucha de alta combatividad; y, finalmente, la misma
pequeña burguesía asalariada, principalmente la funcionaria, como los
empleados de gobierno, los trabajadores de los servicios nacionales de salud y
hasta los jueces (en 1970 se produjo en Chile el espectáculo insólito de una
huelga de magistrados judiciales).’
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movimiento obrero (cerca de un 30% de la clase que se encontraba sindicalizado),
entre las cuales se incluían garantías a sus representantes políticos, expresados
principalmente por los partidos tradicionales de izquierda: comunista y socialista.
Es cierto que ese sistema había atravesado anteriormente una fase crítica. La
entrada en escena, en el curso de la década de 1950, de las amplias masas
proletarias y semiproletarias excluidas de la participación política había
desarticulado momentáneamente el régimen de partidos, provocando la elección
del general Ibáñez por encima de ellos, en 1952, e introduciendo en la vida
política manifestaciones de masas de una violencia inusitada, como pasó el 2 de
abril de 1957 en Santiago. Sin embargo, tras un desplazamiento hacia la derecha
de las clases dominantes, apoyadas por la pequeña burguesía, de la cual resultó
la elección a la presidencia de Jorge Alessandri, el sistema logró recomponerse,
reestructurando de nuevo la alianza de clases en que se basaba, y la pequeña
burguesía pudo recuperar incluso las posiciones perdidas con Alessandri en el
aparato de Estado al elegir a Eduardo Frei presidente de la República en 1964.
Es así como se entiende el conjunto de reformas en la ciudad y en el campo,
mediante las cuales la democracia cristiana trató de reconstruir y ampliar las
bases de sustentación del sistema de poder burgués.
En 1970, sin embargo, la crisis era mucho más profunda. Vimos ya cómo el
desarrollo industrial dependiente agudizó las contradicciones en el seno del
bloque dominante de clases y llevó incluso, a partir de 1967, a que sectores
pequeñoburgueses perdieran posiciones en el aparato del Estado y en el partido
gubernamental. Vimos también que el movimiento de masas ganó nuevo empuje,
con el avance de las luchas de los pobres de la ciudad, del campesinado y el
proletariado rural y, por sobre todo, de las distintas capas que conforman al
movimiento obrero; en este último, el incremento de las huelgas ilegales
apuntaba a un aumento de actividad de sus capas más atrasadas, aunque
creciera también visiblemente la actividad de los sectores más avanzados de la
clase. El hecho mismo de que, pese a su intento de repetir 1964, la pequeña
burguesía y amplios sectores de la mediana burguesía, perjudicados por la
política del gran capital que imponía el gobierno de Frei, no lograran reunir en
torno a Radomiro Tomic, candidato democristiano, el apoyo de la gran burguesía
y de los sectores más conservadores de las capas medias burguesas y
pequeñoburguesas estaba demostrando el carácter distinto de la crisis. Aunque
la especulación histórica sea siempre peligrosa, no es aventurado suponer que la
victoria de Jorge Alessandri hubiera conducido de todos modos el sistema a la
ruptura, dado el carácter agudo que asumían las contradicciones de clases.[5]
La elección del candidato de la Unidad Popular al gobierno no hizo sino acelerar
y, en cierta medida, acortar la crisis del sistema de dominación. A partir de
entonces, ésta se profundiza, empezando con el movimiento campesino de Cautín
que, bajo la conducción del MIR, en el curso del “verano caliente” de 1970-71, se
lanza a las tomas de tierras y a las corridas de cerco (recuperación de tierras por
campesinos mapuches), y se desarrolla con las luchas de los trabajadores
madereros del sur, de las cuales surgiría una de las zonas de más influencia del
MIR: Panguipulli. Progresivamente, a medida que la radicalización campesina se
iba desplazando a otras provincias y avanzaba hacia el centro del país (lo que
implicaba también un cambio de calidad, toda vez que, por su mayor desarrollo
capitalista, allí predominaban los asalariados y semiasalariados agrícolas), hecho
que culminaría en 1972, entraban a activarse las capas obreras más explotadas,
particularmente en la mediana industria; los obreros de la gran industria,
beneficiados inicialmente por la estatización de empresas o por la posibilidad de
lograrla, retrasarán un poco más su entrada en escena, pero ésta se vuelve
avasalladora a partir de la crisis de octubre de 1972. Será también a partir de
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entonces que el movimiento de los pobladores, que —tras un periodo de calma,
provocado por la confianza depositada en el gobierno— venía ya dando muestras
de reactivación, irrumpirá con fuerza redoblada, acicateado por los problemas de
desabastecimiento de bienes esenciales.
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de dominación chileno, caracterizada por el agudizamiento de las contradicciones
interburguesas y el ascenso ininterrumpido del movimiento de masas, con la
incorporación al mismo de amplios sectores atrasados o marginados de una real
participación política. Esta situación fue percibida tanto por el PC como por el
MIR pero cada uno le dio interpretaciones distintas, en cuanto a sus
proyecciones tácticas y estratégicas.
Las tesis centrales del PC, aunque matizadas en los primeros meses del gobierno
de Allende, fueron progresivamente acentuándose. En sí mismas, no
correspondían a un cambio respecto a los planteamientos que ese partido había
postulado tradicionalmente y respondían a su concepción de la dinámica de la
sociedad chilena, así como de las alianzas de clases que habría que concertar
para llevarla a buen término. El PC había aceptado anteriormente las reglas
establecidas por el sistema de dominación que la burguesía había impuesto al
país y desarrollaba su lucha dentro de dichas reglas. Al darse cuenta de que el
sistema se resquebrajaba, se planteó ampliar progresivamente esas brechas para
así provocar un cierto tipo de cambios que confluyeran hacia un sistema de
dominación más favorable a la participación de las masas populares; es decir, no
se trataba para el PC de derrocar el sistema, sino de modificarlo. Su fórmula de la
“democracia avanzada” correspondía a un proceso de mayor democratización del
Estado, respaldada por reformas socioeconómicas que garantizaran a las fuerzas
populares una gravitación más significativa en el centro de poder.
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ejemplos bastan para aclarar este punto. Al levantar la bandera de la estatización
de las empresas monopólicas, el programa de la UP atendía a poco más del 10%
de la clase obrera; el problema en sí no sería grave, si el programa contemplara
los intereses y la dinámica del movimiento obrero en su conjunto, pero esto no se
daba, en la medida que al 90% restante no se le ofrecía sino mejoras salariales y
beneficios sociales. En el campo, la política de la UP será la de completar la
reforma agraria democristiana, o sea, la liquidación de la fracción latifundista,
sin tocar los intereses de la burguesía agraria; ello implicaba que la mayor parte
del proletariado agrícola y de las masas semiproletarias no recibirían más
beneficios que la sindicalización y las mejoras salariales y sociales. En una fase
de radicalización de la lucha de clases como la que vivía Chile no era, pues,
sorprendente que las masas populares se “desbocaran”, pero constituye una
torpeza atribuir ese desbocamiento al MIR.
Radicalmente distinta era la posición del MIR. Comprobando también la crisis del
sistema, el MIR no la tomaba como algo pasajero que pudiera reabsorberse
mediante un conjunto de reformas (por muy beneficiosas que éstas resultaran
para las clases populares); todo lo contrario, veía en ella factores que
prefiguraban una situación revolucionaria, que no sólo habría que asumir en su
plenitud, sino que, de no ser asumida, llevaría a que el proceso derivara hacia la
contrarrevolución. La tesis del enfrentamiento inevitable entre el pueblo y las
clases dominantes, que el MIR postulara desde antes de septiembre y que
reafirmó en su análisis de los resultados electorales, en octubre de 1970, tenía
sus raíces allí y determinaría su acción en el periodo posterior.
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A partir de este análisis de la coyuntura chilena, el MIR implementó una política
de alianzas que chocaba frontalmente con la que propugnaba el PC. Las
diferencias fundamentales no residían en el enemigo fundamental a combatir: la
gran burguesía y el imperialismo, ni tampoco en la necesidad de establecer un
cierto grado de compromiso con las capas medias burguesas y
pequeñoburguesas. Esas diferencias estribaban más bien en la determinación del
bloque revolucionario mismo.
Mientras el PC se proponía lograr una alianza con las capas medias burguesas,
apoyándose para ello en los sectores organizados del proletariado urbano y rural,
lo que correspondía a buscar una forma de colaboración de clases, el MIR
entendía que el bloque revolucionario, teniendo es cierto como eje al proletariado
organizado, debería incluir a las amplias masas proletarias y semiproletarias de
la ciudad y del campo, así como a las capas empobrecidas de la pequeña
burguesía. Esto determinaba el carácter de las relaciones por establecer con las
capas medias burguesas: para el PC, se trataba de darles garantías de desarrollo
y asegurar el control sobre ellas a través del Estado (o sea, en las condiciones
chilenas de entonces, del gobierno); para el MIR, aunque aceptara la preservación
de un sector privado en la economía, los empresarios que allí se ubicaran
deberían estar bajo un control de masas, ejercido tanto en el plano de la
producción como en el de la distribución. La consigna del control obrero, lanzada
por el MIR, fue rechazada con indignación por el PC, quien la calificó de
“anarquista”,[7] precisamente porque implicaba que las relaciones entre la
burguesía y el proletariado no estarían basadas en la colaboración, sino en la
fuerza. Este no era un problema aislado: toda la política del MIR se orientaba a
encauzar la disposición de lucha de la mayoría de la clase obrera, así como de los
pobres de la ciudad y del campo, hacia su fortalecimiento político y orgánico a
expensas de la burguesía. Esto se tornará dramáticamente patente cuando, al
sobrevenir el desabastecimiento en gran escala de bienes esenciales, el MIR juega
todo su peso en la necesidad de desarrollar los órganos de control de masas
sobre la producción y la distribución, mientras el PC, además de buscar arreglos
con los sectores empresariales, recurre prioritariamente a los aparatos represivos
del Estado en contra de la especulación.
Es obvio que las concepciones tácticas y las políticas de alianzas divergentes que
se planteaban en el seno de la izquierda chilena determinaban también la actitud
a asumir ante el gobierno. Para el PC, lo principal era la defensa a ultranza del
gobierno y la subordinación del movimiento de masas a éste; toda acción de
masas no autorizada y legitimada por el gobierno constituía en última instancia
algo que afectaba la estabilidad del mismo. El MIR, inversamente, sostenía que la
fuerza del gobierno no nacía de él mismo, o sea, del hecho de ser un órgano del
aparato estatal, sino del apoyo que le pudiera prestar el movimiento de masas; en
consecuencia, era en la fuerza del movimiento de masas que el gobierno debería
afirmarse, no habiendo en principio ninguna razón para que el desarrollo popular
hiciera peligrar la estabilidad del gobierno, más bien debería reforzarlo. Las
posiciones contradictorias asumidas por el PC y el MIR respecto a los órganos de
control de masas nacían de esa divergencia, y se agudizarían al surgir
organismos tales como los cordones industriales y los comandos comunales.
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importancia: que Allende, desde un principio, había asumido íntegramente el
papel de presidente constitucional y se había decidido por afirmarse con base en
la legalidad de su status, aun si ello implicaba plegarse a los límites impuestos
por la institucionalidad burguesa. Ante esa situación, se explican los esfuerzos
del MIR en el sentido de forzar a Allende a cambiar de actitud para, basándose en
el movimiento de masas y en la aglutinación de sectores de las fuerzas armadas
en torno a sí, constituirse en un “gobierno de trabajadores” [8] que acelerara la
descomposición del sistema de dominación burgués y su crisis. Pero se entiende
también que las posiciones del PC recibieran, a través de la actitud del
presidente, un sólido respaldo y que ese partido llegara incluso —hecho
inaceptable para el MIR— a plantearse tareas de construcción del socialismo
antes de resolver el problema fundamental que ellas suponen: la toma del poder
por los trabajadores.
Ahora bien, esos políticos no sólo habían adquirido un respeto casi sagrado por
las instituciones parlamentarias burguesas de Chile, sino que consideraban que
la base de sustentación del Estado —los aparatos armados— tenían como única
función asegurar las reglas del juego dentro de las cuales actuaban las distintas
fuerzas políticas. A ello se debe la insistencia del gobierno allendista y de la UP
en buscar un modo de convivencia con la DC, en lugar de preocuparse
prioritariamente por la creación de un dispositivo militar propio, por el
reforzamiento de su control sobre los aparatos policíacos, particularmente los
servicios de inteligencia, y por la regimentación de las masas en una forma tal
que se constituyeran en un respaldo cada vez más efectivo a la acción del
gobierno. Aun después del “tancazo”,[9] cuando se hacía evidente que la suerte
del proceso dependía del movimiento deliberativo que se llevaba a cabo en los
cuarteles, Allende y el PC se preocuparon más de lograr un diálogo con la DC que
de preparar un esquema de fuerza; es lo que explica que el gobierno haya
entregado a la reacción derechista la cabeza del allendista general Prats,
entonces ministro de Defensa, cambiándolo por el general Augusto Pinochet, a
quien se tenía entonces por un constitucionalista, cuyas posiciones se acercaban
a las de la DC. Sólo el MIR y los sectores izquierdistas de la UP allegados a él
captaron el cambio que se operaba en el curso del proceso; el MIR intensificó
entonces su propaganda y agitación hacia las fuerzas armadas, intentando volcar
en favor del campo revolucionario el movimiento deliberativo que allí tenía lugar,
y levanta (en oposición al planteamiento del PC: ¡A evitar la guerra civil! ) la
consigna de: ¡A evitar o a ganar la guerra civil! Lo que podría parecer un desborde
de la “izquierda desvariada”, era simplemente la aplicación de un viejo adagio: Si
vis pacem para bellum...
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Como quiera que sea, lo que podríamos llamar, con rigor, el cretinismo
parlamentario de la UP facilitó que aun sus sectores más radicalizados no
lograran romper el marco de acción impuesto por el PC y la corriente allendista.
Aunque asumieran la mayor parte de las consignas y planes de acción
propuestos por el MIR, intentaron aplicarlos desde dentro de la UP y a partir del
gobierno, chocando necesariamente con la dinámica que allí impulsaban el PC y
Allende. Intentos ya casi desesperados, como el del MAPU —cuando, utilizando el
ministerio de Economía entonces en sus manos, lanza, a principios de 1973, el
anuncio del racionamiento de productos esenciales y el apoyo gubernamental a
los órganos de control de masas sobre el abastecimiento— tendrían que
desembocar en el más estruendoso fracaso.[10] Pero se trataba de casos aislados:
en su mayoría, la acción de esos sectores —que comprendían la Izquierda
Cristiana, fracciones de izquierda del Partido Socialista y el MAPU— se limitaban
a inútiles forcejeos en los pasillos de la Moneda y de los ministerios, lo que tan
sólo restaba coherencia a la política de la UP sin lograr reorientarla en el sentido
revolucionario propuesto por el MIR.
¿Podría una DC, podría una burguesía inspirada por tales planteamientos
establecer un acuerdo real con una UP, que se planteaba estratégicamente
adueñarse de su Moscú? ¿Podría hacerlo con una UP que incluyera al MIR, sobre
todo a partir de las bases que éste estableciera en 1972 para aliarse a ella? En
efecto, antes de sellar un acuerdo formal con ésta, en el curso del diálogo
mencionado, el MIR presentó una agenda de discusión que incluía el control
obrero, una nueva ley agraria, la definición del área estatal y, principalmente, la
formación de los Consejos Comunales de Trabajadores (que surgirían, en octubre
de ese año, con el nombre de Consejos Comunales o simplemente Comandos
Comunales).[12] O sea, para entrar a la UP, y posiblemente al gobierno, el MIR
fijaba, como condición sine qua non, una base programática clara, lo que no
supieron hacer los sectores izquierdizantes de la coalición. Se entiende entonces,
sobre todo en la medida en que las conversaciones apuntaban hacia un acuerdo
de fondo entre las dos fuerzas, que el PC se lanzara violentamente en contra de
las mismas y jugara todo su peso por aislar al MIR del gobierno y de la UP,
mientras preparaba el diálogo con la DC.
La contraofensiva burguesa
10
Explicar por qué, a mediados de 1972, se produce la ruptura entre el PC y el MIR
es, en el fondo, preocuparse de saber cómo se impone definitivamente la
hegemonía del PC en la UP y, simultáneamente, cómo se gesta la
contrarrevolución de septiembre de 1973. Es también, por sobre todo,
preocuparse con la evolución de la situación económica del país y la política
puesta en práctica por el gobierno para hacerle frente, así como con la respuesta
que darán la burguesía y el imperialismo.
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Progresivamente, y a partir sobre todo de los puntos de estrangulamiento en el
sector externo, empezó a surgir puntualmente el desabastecimiento de ciertos
bienes, tanto de consumo corriente, como de repuestos para maquinaria y
materias primas. El gran capital nacional y extranjero, que colaboraba
activamente para que esto sucediera, se aprovechó inmediatamente de la
situación para atacar al gobierno, manipulando los medios de comunicación que,
en forma mayoritaria, seguía controlando. La respuesta encontrada en las capas
medias y sectores semiproletarios bajo influencia democristiana fue sorpresiva:
en diciembre de 1971, se produce la “marcha de las ollas vacías”, que marcó el
surgimiento de un movimiento de corte fascista en el país.
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grupos de la pequeña burguesía les dio la posibilidad de burlar, mediante el
recurso al mercado negro, las expectativas de consumo de las masas, mientras
éstas eran enfrentadas diariamente entre sí en la lucha por la obtención de los
bienes esenciales para su subsistencia. El pequeño burócrata, el empleado de
comercio, el oficinista tenían que disputar en las colas el pan, el calzado o los
cerillos a los obreros y pobladores. De cobeneficiarios en la redistribución del
ingreso, éstos les aparecían ahora como enemigos de carne y hueso con los
cuales había que competir sin cuartel. Se escindían así las capas populares y se
favorecía la derivación de importantes contingentes de la pequeña burguesía
hacia el campo del fascismo.
Del mismo modo, en el campo del proletariado, se produjo una mayor cohesión,
que se expresó en un nivel más alto de unidad de acción entre las fuerzas de
izquierda (como se vería luego en la campaña electoral de marzo de 1973), así
como en el avance de las posiciones revolucionarias en el seno de las masas, no
sólo desde el punto de vista de la conciencia, sino del de su organización misma.
Fue en octubre, en efecto, que nacieron los cordones industriales (generalizando
una experiencia iniciada pocos meses antes en uno de los barrios obreros más
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combativos de Santiago: el de Cerrillos) y los comandos comunales de
trabajadores, así como otros organismos, tales como los almacenes populares, los
comandos de abastecimiento, etcétera.[16] Por otra parte, se volvió visible la
radicalización del movimiento popular y, en particular, de los obreros de la gran
industria: un hecho ilustrativo de ello fue la toma masiva de las empresas
electrónicas de Arica por los trabajadores y su resistencia a devolverlas (lo que
obligó a que el gobierno y el PC se jugaran enteros para lograr la devolución), así
como la manifestación contra el llamado “proyecto Millas”,[17] a principios de
enero de 1973, en Santiago, en la cual participaron incluso obreros comunistas,
pese a que dicho proyecto había sido avalado por su partido.
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de contradicciones, pero que, en lo esencial, se caracterizara por la degeneración
acelerada de la economía capitalista chilena, con la extensión del acaparamiento,
la especulación y el mercado negro, y por la falta de soluciones alternativas por
parte del gobierno o de las masas, lo que impondría a éstas condiciones penosas
de subsistencia.
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elecciones parlamentarias) no era la manifestación de un simple proceso
acumulativo, que autorizara esperar el aumento progresivo de la fuerza electoral
de la izquierda hasta poder plantearse, en 1976, la elección no sólo de un nuevo
gobierno de izquierda, sino también de una mayoría parlamentaria: esa victoria
era más bien el resultado de un deslindamiento de las contradicciones de clases,
que no dejaban otra salida que el enfrentamiento directo entre ellas.
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revolucionaria— surgía como la base programática adecuada para la nueva etapa
que parecía abrirse, y tras él se pusieron las fuerzas de izquierda y las masas
populares. No se puede afirmar que el enemigo de clase, acobardado, refugiado
en el silencio, mientras veía a sus seudohéroes, los jefes de las bandas fascistas,
buscar asilo en las embajadas, no hubiera intentado una resistencia; pero, de
hacerlo, lo haría desde una posición defensiva, con posibilidades infinitamente
menores de victoria que las que logró reunir dos meses y medio después.
En este lapso, todo cambió. Tras un momento de vacilación, el gobierno buscó el
diálogo con la democracia cristiana, apoyado por el partido comunista y avalado
de hecho por el centrismo de izquierda.[20] Los sectores golpistas de las fuerzas
armadas desataron una ola de allanamientos contra las fábricas, buscando
oponer a soldados y obreros, preparar a los primeros para las tareas represivas
que les reservaban y desmoralizar a los trabajadores y a la izquierda;
simultáneamente, autorizados por el propio gobierno, quien condenó la
“infiltración ultraizquierdista” en las fuerzas armadas, iniciaron la represión a los
marinos y demás militares antigolpistas, abriendo además hostilidades contra la
izquierda, al exigir el enjuiciamiento de los secretarios generales del PS, del MIR y
del MAPU.
Fue en ese contexto que se produjo el golpe militar: con la Unidad Popular
derrotada y una democracia cristiana lista para celebrar su triunfo. ¿Por qué,
entonces, el golpe?
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reacción usó como una palanca para agudizar las contradicciones de clases y
favorecer entre los militares el desarrollo de un sector directamente vinculado a
la gran burguesía y el imperialismo, constituye tan sólo un ingrediente del
régimen: lo encontramos en la disposición de la junta militar de excluir a la clase
obrera y al pueblo de toda forma de participación política y en la ideología
chovinista de que el gobierno echa mano. Pero el régimen no reposa sobre un
auténtico movimiento fascista: la pequeña burguesía, constituía la base de ese
movimiento, no encuentra en él canales de expresión, no está organizada para
sostenerlo y no obtiene ventajas reales de su gestión. El único mérito que el
régimen conserva a sus ojos es el de haberla librado de la amenaza proletaria,
pero es un mérito que se va decolorando a medida que sus condiciones de vida
(salvo para una pequeña capa tecnocrática) se ven rebajadas a las mismas
condiciones que se imponen a los obreros.
Golpeadas, es cierto, unas más que otras, esas fuerzas no han sido empero
destruidas. Si hubieran logrado unirse, en los nueve meses que han transcurrido
después del golpe, ya la configuración política chilena sería distinta de lo que es
hoy. Pero les queda todavía tiempo para prepararse para enfrentar y sacar los
dividendos políticos del auge de masas que no podrá dejar de tener lugar en Chile
antes de la consolidación del modelo que quiere imponer el militar-fascismo,
similar en cierta medida a lo que pasó en Brasil, en 1968, o en Bolivia, en 1974.
En esa preparación, nunca está de más decirlo, el logro de tácticas y esquemas
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orgánicos unitarios es indispensable, no sólo porque esas fuerzas se encuentran
debilitadas después del golpe militar, sino sobre todo porque, por sus reales
raíces en el movimiento de masas, su desunión significa la división del pueblo.
Discutir las razones que han dificultado la unidad de la izquierda chilena —más
allá de algunas formas unitarias limitadas y de poca eficacia que se han logrado,
particularmente en el exterior—, así como la creación de un verdadero
movimiento de resistencia popular, sería materia para otro trabajo. Señalemos
tan sólo que, una vez más las dos fuerzas más definidas del espectro político
chileno —el partido comunista y el MIR—, captan correctamente los problemas
del régimen militar, pero tienden a interpretarlos de manera distinta y, por tanto,
a plantear tácticas y estrategias disímiles. La desintegración de la base social del
régimen, hecho que se encuentra en pleno proceso de aceleración, representa
para el PC la posibilidad de lograr lo que siempre buscó —la alianza con una
fracción burguesa— y, sobre esta base, plantear la restauración de la democracia
chilena tradicional; para el MIR, ello apunta hacia la viabilidad de, a partir de un
movimiento obrero reorganizado y preparado para enfrentar las nuevas
condiciones de lucha, constituir un amplio bloque social que vaya más allá de la
restauración democrática y sitúe a las masas trabajadoras en un punto superior
al que se encontraban en 1973.
A partir de las perspectivas que vislumbran, cada uno por su parte, para el
desarrollo del proceso, es evidente que el PC busca aliarse a la DC como partido y
que el MIR, aunque trabaje para atraerse a la pequeña burguesía democrática
que se encuentra en ese partido, rechace tal tipo de alianza. Es evidente también
que el PC se preocupa menos del apoyo económico y militar que países como
Estados Unidos y Brasil pueden prestar a la junta chilena, ante un nuevo brote
del movimiento popular que ponga en peligro el régimen que allí se pretende
instalar, y que el MIR se preocupa más al respecto, ya que considera que dicho
brote popular no pondría simplemente en peligro a tal régimen, al precio del
restablecimiento de la democracia burguesa (hecho que podría se aceptado por el
imperialismo), sino que trataría de ir más allá. Es evidente finalmente que el PC
no ve en la lucha armada sino una de las formas de acción que eventualmente se
emplearán en el combate a la dictadura militar, mientras que el MIR, para el cual
las fuerzas armadas son la columna vertebral del régimen que quiere implantar el
gran capital, la entiende como la forma general que asumirá en Chile la lucha de
masas.
Así, una vez más, el curso del proceso chileno —que no podrá dejar de tener
amplias repercusiones en todo el cono sur— está pendiente de las divergencias
que existen en el seno de la izquierda. Una vez más, dicho proceso depende de
qué concepción terminará por prevalecer en seno del movimiento popular, y en
particular en la clase obrera. Pues, al fin y al cabo, es ese movimiento de masas,
es la clase obrera y el pueblo de Chile quienes tendrán que decidir los rumbos
que acabará por tomar país.
México, julio de 1974.
NOTAS
[1] Para ampliar este punto, véase mi artículo “El desarrollo industrial
dependiente y la crisis del sistema de dominación”, en Marxismo y
Revolución, Santiago, julio-septiembre, 1973, n.1
19
[2] Véase de Silvia Hernández, “El desarrollo capitalista del campo chileno”,
en Sociedad y Desarrollo, CESO, Santiago, n. 3, julio-septiembre, 1972.
[5] No hay que olvidar que ya hacía su aparición en Chile una izquierda
extraparlamentaria, que introducía nuevas formas de lucha y penetraba en
los sectores más explosivos de la sociedad de la época, como era el
movimiento de pobladores y el campesinado del sur, además de proyectarse
hacia los grupos obreros más radicalizados, como los mineros del carbón. El
movimiento estudiantil se encontraba en plena efervescencia,
vanguardizando las inquietudes de la pequeña burguesía. La misma
formación del MAPU se puede interpretar como una de las expresiones de
radicalización de la pequeña burguesía.
[7] Véase de Orlando Millas, “La clase obrera en las condiciones del gobierno
popular”, en El Siglo, Santiago, 5 de junio de 1972.
[8] Esta expresión equivalía a la de “gobierno obrero”, tal como la utilizó la III
Internacional, y no tenía ninguna connotación maximalista, diferenciándose
claramente de la dictadura del proletariado, ni tampoco encerraba un
concepto unívoco de clase. Ver, sobre el asunto, la resolución sobre la táctica
del IV Congreso de la Internacional, en Los cuatro primeros congresos de la
Internacional Comunista, segunda parte. Ed. Cuadernos de Pasado y
Presente, Buenos Aires, 1973, pp. 177-90.
[12] Ver, sobre el tema, la entrevista concedida en esa ocasió por el secretario
general del MIR, Miguel Enríquez, a Chile Hoy.
20
[13] Las empresas productoras de bienes suntuarios permanecieron, en un
principio, intactas en su propiedad y el gobierno se resistió siempre a su
estatización, aunque, en ciertos casos, por presión de las bases obreras, fue
forzado a aceptarla.
[16] Esto lo trata Eder Sader en un artículo todavía inédito sobre el Cordón
Cerrillos.
[20] La mejor expresión de centrismo fue dada por el PS, a través de la frase
en que manifestó su posición: no estamos por el diálogo (con la DC), pero no
haremos nada para impedirlo.
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