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Vergara Anderson, Luis

El "largo siglo XX historiográfico", según Carlos Aguirre. Reseña de "La historiografía


en el siglo xx. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025?" de Aguirre Rojas, Carlos
Antonio
Historia y Grafía, núm. 30, 2008, pp. 249-267
Departamento de Historia
Distrito Federal, México

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Historia y Grafía
ISSN (Versión impresa): 1405-0927
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Departamento de Historia
México

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
El “largo siglo xx historiográfico”,
según Carlos Aguirre
Luis Vergara Anderson
Departamento de Historia/uia

Aguirre Rojas, Carlos Antonio. La historiografía en el siglo xx. Historia


e historiadores entre 1848 y ¿2025?, Barcelona, Montesinos, 2004,
203 pp.

C arlos Antonio Aguirre Rojas –quien acostumbra desplegar su


nombre completo– cursó la licenciatura en Economía en la
Universidad Nacional Autónoma de México en los años setenta y,
allí mismo, la maestría en Historia Económica y el doctorado en
Economía en los ochenta. (El lector algo avisado comprenderá las
implicaciones ideológicas que implican estos datos. De hecho, el li-
bro objeto de esta reseña acusa una acentuada orientación marxista de
punta a punta). Complementó sus estudios con un posdoctorado en
Historia en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en Pa-
rís, realizado a fines de los años ochenta, justo cuando se derrumbaba
el muro de Berlín. Actualmente es investigador titular del Instituto
de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de
México y profesor en la Escuela Nacional de Antropología e Historia
del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha publicado cer-
ca de 30 libros, de los cuales muchos han sido traducidos y editados
en lenguas distintas del español. Sus temas preferidos han sido los de
la historia de la historiografía del siglo xx, la escuela de los Annales (y

Historia y Grafía, UIA, núm. 30, 2008


en especial la obra de Fernand Braudel), la microhistoria italiana, la
obra de Immanuel Wallerstein (con quien por mucho tiempo ya ha
sostenido una muy fructífera relación) y su crítica al sistema mundial
capitalista y, recientemente, las crisis que afectan a América Latina
en conjunto y a Chiapas después de 1994. Fundó y dirige la revista
Contrahistorias, de la que han aparecido ya nueve números con tirajes
que oscilan entre los 3000 y los 5000 ejemplares.
Al inicio del texto que ahora ocupa nuestra atención, Carlos
Aguirre ha colocado el siguiente epígrafe (procedente de la obra pós-
tuma de Marc Bloch, Apología para la historia u oficio de historiador,
que hoy, a más de sesenta años de haberse escrito, no deja de causar
una singular emoción en el estudioso de la historiografía que lo lee,
así sea por tercera o cuarta vez):

vieja bajo la forma embrionaria del relato, por mucho tiempo sa-
turada de ficciones, y por mucho más tiempo atada a los aconte-
cimientos más inmediatamente aprehensibles, [la historia] sigue
siendo muy joven como empresa razonada de análisis. Porque ella se
esfuerza para ser capaz de pensar más allá de los hechos superficiales,
y para rechazar las seducciones de la leyenda y de la retórica, junto
a los venenos, hoy todavía más peligrosos, de la rutina erudita y del
empirismo disfrazado de sentido común. Y ella no ha superado aún,
respecto de algunos de los problemas esenciales de su propio méto-
do, la etapa de los primeros intentos.

El epígrafe anuncia ya la intención del autor, declarada explíci-


tamente al inicio de la Introducción al libro: “Abordar el complejo
tema de la historiografía del siglo xx, vista como una unidad global
y analizada desde un punto de vista genuinamente crítico”. Y hay
que decir desde ahora que Carlos Aguirre ha realizado un espléndido
abordaje, efectivamente crítico, fruto de un exitoso esfuerzo “de pen-
sar más allá de los hechos superficiales” y de “rechazar las seducciones
de la leyenda y de la retórica, junto a los venenos […] de la rutina


Aguirre, La historiografía en el ..., op. cit., p. 9. En adelante las páginas citadas
de este libro se indicarán entre paréntesis a continuación de la cita.

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erudita y del empirismo”. Casi todas las afirmaciones centrales de
Aguirre en este libro pueden ser objeto de discusión, pero esto es
uno de los grandes valores del libro: crea las condiciones que hacen
posibles esas discusiones; se trata de una obra que, a la vez que infor-
ma, hace pensar y que, en definitiva, interpela al lector casi en cada
página.
El siglo xx historiográfico no se inicia por supuesto en 1901 ni
concluye tampoco en el 2000. Siguiendo el ejemplo de Fernand
Braudel –máxima figura de ese siglo historiográfico, a juicio de Agui-
rre– cuando se refiere al “largo siglo xvi” (200 años de duración:
de 1450 a 1650), Aguirre habla del “largo siglo xx historiográfico”,
cuyo inicio discierne en 1848, con el arranque del proyecto crítico
del marxismo original, y cuya terminación no ha ocurrido aún, pues
podría llegar a tener lugar dentro de 25 o 50 años. El texto se ubica
cabalmente en lo que Aguirre nombra historia de la historiografía y
con él ambiciona su autor superar el nivel de las “enumeraciones
puramente descriptivas” de corte positivista que “banalizan frecuen-
temente la caracterización de los distintos autores y de sus obras más
importantes, al reducirlas a etiquetas desgastadas y poco explicativas,
y a clasificaciones simplistas y esquemáticas de los en verdad comple-
jos periplos historiográficos recorridos por las distintas historiografías
nacionales de todo el mundo” (p.12) Ha querido escribir, en primer
lugar, una historia crítica y, más allá de eso, una que haga uso con
provecho de los rendimientos logrados por la propia historiografía
del siglo xx, y no sólo de ellos, sino también de los generados por la
teoría literaria, la lingüística, la historia cultural, la filosofía, la socio-
logía y las ciencias sociales en general. Se adivina ya que pretende una
historia que “ubique […] obras y aportes de los historiadores en sus
distintos contextos historiográficos, intelectuales, sociales, políticos y
generales, con el objetivo de establecer periodizaciones […] a la vez
que determina una clasificación comprensiva que establezca de modo
claro y coherente las diversas tendencias, escuelas y corrientes” (pp.
13-4). Siguiendo a Walter Benjamin, declara que intentará explicar
la época a través del autor y la obra, al tiempo que éstos se explican
por la época. ¿Ha podido hacer esto en un libro de apenas unas 200
páginas? Nos parece que sí, al menos en un grado significativo. Uno

Reseñas / 251
puede estar, es claro, de acuerdo o en desacuerdo con sus periodiza-
ciones y clasificaciones, pero la lectura del libro lleva a afirmar que
en efecto las ha elaborado de manera bien argumentada, clara y co-
herente, aunque –hay que decirlo– siempre desde una perspectiva
marxista.
Lo primero que hace Aguirre en el desarrollo de su programa es
referirse a la crisis generalizada –total e irreversible– que a partir de
1968 se observa en el sistema de los saberes vigente desde 1870 y
que ha propiciado, entre otras cosas, la discusión y la revisión a fon-
do de las premisas hasta ahora no explicadas de los modos de cons-
truir las distintas ciencias sociales, lo que obliga a “remontarse al
examen de la relación más general que ha existido entre dichas cien-
cias sociales y su fundamento general último, es decir, el proyecto
mismo de la modernidad burguesa capitalista” (p. 20). En esta línea
de pensamiento, procede a continuación a situar la historiografía del
siglo xx en un contexto de mayor amplitud: el de “la evolución y el
carácter de los discursos históricos dentro de la más amplia línea evo-
lutiva de lo que ha sido la modernidad capitalista todavía vigente”
(p. 17). ¿Qué encuentra en esa “más amplia línea evolutiva”? Dos
vertientes del discurso historiográfico moderno (burgués): la de las
filosofías de la historia –las que otros autores denominan filosofías
sustantivas o especulativas de la historia, o “Historias con hache ma-
yúscula”– al modo de Vico, Condorcet, Herder, Kant y Hegel (con
quien, a juicio de Aguirre, el género alcanza su culminación) y la
de las historias empiristas y objetivistas, observables ya en Mabillon y
consagradas en definitiva por el positivismo rankeano (que también
alcanzan su culminación en el siglo xix, el “siglo de la historia” como
consecuencia de la Revolución francesa que democratizó el acceso a
los archivos). Ambas variantes comparten una característica funda-
mental que refleja la ideología de la moderna sociedad capitalista y
que las distingue de toda la historiografía previa (de las sociedades
precapitalistas), siempre local, específica y particular: universalismo
abstracto y homogeneizador, antitético y desgarrado, que concibe a la
historia humana como unidad, “como orgánica y verdadera historia
universal” (p. 24), como historia de la humanidad, entendida siempre
como un proceso. A decir de Aguirre, en la primera variante de los

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discursos históricos de la modernidad capitalista, la correspondiente
a las grandes filosofías de la historia, subyace como fundamento “el
carácter universal abstracto de la lógica valor-capital en movimiento”,
en tanto que el fundamento de la segunda, la de las historias objeti-
vistas y empiristas, no es sino una de las consecuencias “de la propia
actualización concreta de ese movimiento y acción del mismo capital:
la del dominio limitado de la naturaleza a través del desarrollo y ex-
plotación productiva de la nueva ciencia experimental ” (p. 25).
Es en ese contexto donde nace en la segunda mitad del siglo xix
el marxismo, “crítica deconstructora de todos los discursos positivos
de la modernidad burguesa” (p. 33) que significó el arranque del
pensamiento crítico contemporáneo y, en la visión de Aguirre, del “lar-
go siglo xx historiográfico”. Hasta aquí la Introducción y el primer
capítulo, “El rol de la historiografía contemporánea dentro de los
discursos históricos y los saberes sociales de la modernidad”, del libro
objeto de esta reseña.
Es en el segundo capítulo donde Aguirre nos presenta su propues-
ta de periodización de la historiografía que califica de “contemporá-
nea” (y, en alguna ocasión, de “genuinamente contemporánea”): la
de su largo siglo historiográfico que se inicia, como ya hemos dicho,
en 1848. ¿Por qué precisamente en 1848? Se trata, ante todo, del año
de las revoluciones europeas (la “primavera de las naciones”), pero
también de la publicación del Manifiesto comunista, con lo que –a
decir de Aguirre– se constituye una verdadera ciencia de la historia; se
descubre, según la tan famosa expresión de Althusser, el “continente
historia”. Pero dado el programa establecido por el propio Aguirre,
ésta es la razón principal de elegir esa fecha, por lo demás reconoci-
damente “simbólica”: “Porque es a partir de esta […] fecha que […]
los elementos que todavía hoy están vigentes dentro del paisaje histo-
riográfico, han comenzado a definirse”(p. 44). La argumentación que


El marxismo “marxista”, porque antes hubo el premarxista, cuando no anti-
marxista, del Marx humanista de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
Por otra parte, Aguirre, en apoyo de su tesis, hace referencia a La ideología alema-
na, escrita por Marx en colaboración con F. Engels entre 1844 y 1845.

Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, tr. Marta Harnecker, México,
Siglo xxi, 1971 (1965).

Reseñas / 253
ofrece Aguirre en favor de la vigencia actual del marxismo en dicho
paisaje (aún después de 1989) es, a nuestro juicio, incontrovertible:
lista tres corrientes historiográficas inglesas de indiscutible presti-
gio explícitamente marxistas –las asociadas con las revistas Past and
Present (Eric Hobsbawm), New Left Review (E.P. Thompson y Perry
Anderson) y History Workshop (Raphael Samuel)–; a autores indivi-
duales declaradamente marxistas tales como Pierre Vilar e Immanuel
Wallerstein (a quienes en una nota a pie de página califica de “mar-
xistas-analistas” (pp. 49-50, nota 30), haciendo con ello referencia al
hecho de que integran la perspectiva marxista con las orientaciones
centrales de la corriente de Annales), y a los mejores representan-
tes de la microstoria italiana: Carlo Ginzburg y Giovanni Levi, mar-
xistas en sus orígenes. Lo que procede preguntarse, entonces, es si
antes de 1848 no hubo desarrollos historiográficos que hayan aporta-
do “elementos que todavía mantengan vigencia“. Volveremos sobre
este asunto más adelante.
Reproducimos a continuación los párrafos en que Aguirre des-
cribe de manera compacta y sintética (“con botas de siete leguas”) su
periodización del itinerario de la historiografía contemporánea:

resulta claro que dicho recorrido ha comenzado con una coyuntura


o momento de ruptura fundacional, la coyuntura que va de 1848 a
1870, y que siendo una etapa también muy importante de la propia
historia general de Europa, ha dado nacimiento al primer esbozo o
intento sistemático y orgánico de fundar, a través del proyecto críti-
co del marxismo original, una verdadera ciencia de la historia. Una
primera etapa o ciclo de la historiografía contemporánea, que será
seguido por un segundo momento, el que, abarcando desde 1870
hasta 1929 aproximadamente, ha sido el momento de la constitu-
ción de una primera hegemonía historiográfica, que va a ubicar su
centro de irradiación fundamental en el espacio germano parlante


Aguirre añade una “prueba” más, a nuestro juicio poco convincente: las his-
torias escritas en lo que –un tanto sorpresivamente– nombra “el pequeño siglo
xx histórico” (1914/1917-1989)– en los países que en ese tiempo (o en algún
segmento de él) formaron parte del mundo socialista.

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de la Europa occidental, para llegar a funcionar como una suerte de
“modelo” general para el conjunto de las restantes historiografías
de Europa y del mundo de aquellos tiempos.
Pero con la crisis terrible desatada dentro de la cultura germana
por el trágico ascenso del nazismo, va a finalizar este segundo ciclo
o momento de la historiografía reciente, dando paso a una tercera
etapa, que estará caracterizada por la emergencia de una segunda he-
gemonía historiográfica, ahora ubicada, en términos generales, dentro
del espacio del hexágono francés. Una segunda hegemonía o segun-
do modelo general historiográfico que ha servido de inspiración y de
referente obligado para todos los ámbitos historiográficos de aquella
época, para terminarse a su vez con esa profunda revolución cultu-
ral, de alcance planetario y de consecuencias civilizatorias mayores,
que ha sido la revolución de 1968. Finalmente, y coronando todo
este complejo recorrido de los estudios históricos contemporáneos,
se ha desplegado una cuarta y última etapa, hija directa de las gran-
des y profundas transformaciones que 1968 ha traído en todos los
mecanismos de la reproducción cultural de la vida social moderna, y
en la cual no existe más ninguna hegemonía historiográfica, sino,
por el contrario, una nueva e inédita situación de policentrismo en
la innovación y en el descubrimiento de las nuevas líneas de pro-
greso de la historiografía, situación que se prolonga hasta nuestros
días. (pp. Xyz)

En resumen, cuatro etapas sucesivas:


1) 1848-1870: nacimiento y primera afirmación del marxismo.
2) 1870-1929: primera hegemonía historiográfica, centrada en
Alemania.
3) 1929-1968: segunda hegemonía historiográfica, centrada en
Francia.
4) 1968-…: policentrismo historiográfico.

Debe decirse que el manejo de las fechas de inicio y terminación de


estas etapas –y, mucho más importante, de su significación– no es
absolutamente consistente. La clausura de la coyuntura revoluciona-
ria que dio nacimiento al marxismo, por ejemplo, tiene lugar –según

Reseñas / 255
escribe Aguirre– con la derrota de la Comuna de París en 1870; por
otra parte, 1929 no es el año en que el nazismo se hace del poder en
Alemania y, en cambio, sí es el año fundacional de la escuela de An-
nales y del inicio de la gran depresión. La segunda etapa corresponde
en realidad a las dos primeras generaciones de Annales. Para Agui-
rre la tercera de ellas (1968-1989) fue un episodio más bien triste: el
de “la amorfa, ambigua y poco consistente ‘historia de las mentali-
dades’, historia que abordó […] problemáticas y temas históricos bas-
tante banales e inesenciales […], que en ocasiones ha llegado hasta el
idealismo abierto y confeso, como en la obra de Philippe Ariès” (pp.
178-9). Como habremos de volver a decir más adelante, la cuarta
generación, en cambio, a su parecer representa “un verdadero esfuer-
zo de una historia otra vez materialista, y otra vez profundamente
social de los fenómenos culturales” (p. 179). En todo esto hay ciertas
ambigüedades: ¿la relevancia de 1929 se debe a que se trata del año
fundacional de Annales, a acontecimientos político-económicos de
gran envergadura y de consecuencias globales o a los dos factores en
estrecha relación? ¿1968 marca el relevo de la segunda generación de
Annales, la gran revolución cultural planetaria o –de nuevo– esos dos
hechos en estrecha relación? (Otro tanto podríamos preguntarnos
sobre 1870-1871 y aun sobre 1848, aunque aquí sí parecería estar
implícita la afirmación del estrecho vínculo entre las revoluciones de
aquel año y el surgimiento del marxismo).
Como sea, las etapas son sucesivas, pero lo propio de cada una
pervive en las que le siguen. Así, por ejemplo, de la historiografía po-
sitivista señala “que fue dominante en el periodo 1870-1930 […],
que es más un tipo de historiografía estrictamente decimonónica, que
sin embargo se ha sobrevivido a sí misma para integrarse como un
componente absolutamente anacrónico pero aún presente dentro de
la historiografía del siglo xx” (p. 61). Ya hemos tenido oportunidad
de hablar de la pervivencia del marxismo y también de la escuela de
Annales cuando hace un momento hicimos referencia a sus generacio-


La misma segunda etapa algunas veces corre en el texto de 1870 a 1929 y otras
de 1870 –¿1871?– a 1930.

Nótense las correlaciones idealismo-decrepitud y materialismo-revigorización.

256 / Reseñas
nes tercera y cuarta. Por lo demás, conviene decir que la escritura de la
historia de corte positivista no es algo que se inicie después de 1870,
sino que viene de mucho antes de 1848 y que sucede paralelamente al
desarrollo del marxismo a lo largo del periodo 1848-1870.
En el desarrollo del capítulo, cada una de las cuatro etapas es ob-
jeto de un comentario relativamente extenso. Con frecuencia encon-
tramos en estos comentarios intuiciones novedosas que inducen al
lector a ver con una mirada distinta la acostumbrada serie de hechos
que tenía por ya bien conocidos. En muchas ocasiones la novedad se
origina en el permanente esfuerzo de Aguirre para vincular lo relativo
a la escritura de la historia en un momento determinado con lo que
acontecía entonces en los ámbitos político, económico, social y cul-
tural. Es con tristeza como renunciamos al intento de registrar aquí
lo que a nuestro juicio es lo más importante de estos comentarios: las
limitaciones de espacio nos lo impiden.
Los siguientes dos capítulos del libro, “Los aportes del marxismo
a la historiografía crítica del siglo xx” (3) y “Los efectos de 1968
sobre la historiografía occidental (4)”, se antojan un tanto indepen-
dientes y monográficos en relación con los que los han antecedido y
los dos que les seguirán. ¿Por qué precisamente estos dos episodios
y no otros tales como el surgimiento o el desarrollo de Annales? ¿Por-
que de esto ya se informó en el segundo capítulo...?
Sí, pero también de lo concerniente al marxismo y a 1968. ¿Por
qué de esto se ha ocupado ya ampliamente en otros libros de su au-
toría? ¿Se trata, acaso, de textos escritos sin pensar inicialmente en el
libro que reseñamos y después incorporados a él con ciertos ajustes
y puentes? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que nos quedamos
con la impresión de que si el libro hubiera saltado directamente del
segundo al quinto capítulo hubiera producido, a nuestro juicio, un
mejor efecto de unidad y de flujo de continuidad. Este comentario
no ha de ser interpretado como una opinión negativa en cuanto al
contenido de los capítulos tercero y cuarto, sino a la manera de in-
cluirlos en el libro.
Del capítulo relativo al marxismo recogemos aquí las siete leccio-
nes que Aguirre deriva del marxismo original para la escritura de una
historia que hoy día quisiera ser crítica. Es necesario:

Reseñas / 257
1) Entender que la práctica historiográfica y sus resultados se
encaminen a construir una ciencia de la historia que debería
llegar a abarcar e integrar los ámbitos de todas las ciencias
sociales.
2) Comprender la historia –temáticas y problemas abordados–
como historia social que privilegia las fuerzas sociales y a los
actores colectivos.
3) Escribir historia materialista, es decir historia que explique lo
cultural, lo relativo a la conciencia, los imaginarios, los esque-
mas de sensibilidad colectiva, etcétera, en términos de las con-
diciones materiales en que todo ello se desenvuelve y sustenta.
4) Atender apropiadamente la relevancia fundamental que, en
relación con los procesos sociales globales, tienen los hechos
económicos.
5) Observar y luego explicar los fenómenos investigados “desde
el punto de vista de la totalidad”.
6) Enfocar los problemas de la historia desde una perspectiva
dialéctica.
7) Construir en todo momento una historia profundamente
crítica, es decir formulada a contracorriente de los discursos
dominantes, de los lugares comunes y de las interpretaciones
simplistas consagradas.

Al ser enunciadas así estas lecciones, han sido despojadas de toda la


riqueza de las explicaciones y argumentaciones que nos ofrece Carlos
Aguirre en torno a ellas y eso puede dar lugar a que el lector escéptico
pregunte: “¿Esto es todo? ¿Qué hay aquí de nuevo?“ “¿Acaso todo
esto no se encontraba superado hace ya mucho tiempo, ciertamente
desde 1989?” Si así sucede, la culpa será nuestra y no de Aguirre.
Más allá de eso, sin embargo, lo que Carlos Aguirre parecería estar
diciéndonos es que no importa que haya algo nuevo en esas explica-
ciones y argumentaciones –lo nuevo, en todo caso, sería el contexto
global posterior a 1968–, sino que aún deben y pueden considerarse
vigentes; que no, no han sido superadas. No es una casualidad que
la revista que Aguirre fundó y dirige se llame Contrahistorias, y el
hecho de que sus números se editen con tiros de varios millares de

258 / Reseñas
ejemplares que suelen agotarse parecería ser una prueba fehaciente de
la actual factibilidad de su propuesta en favor de una escritura crítica
de la historia.
Por lo que concierne al cuarto capítulo del libro de Aguirre, el
relativo a “ese gran acontecimiento-ruptura” (p. 105) que fue 1968 y
sus efectos sobre la historiografía, haremos tan sólo tres comentarios.
Primero: en realidad se trata de otra fecha simbólica más –un “punto
de concentración”– que hace referencia desde a la gran Revolución
Cultural china (1966) hasta el “otoño cliente” italiano (1969), pasan-
do por la “primavera” de Praga, los movimientos estudiantiles en Pa-
rís y México, el “cordobazo” argentino y las protestas contra la guerra
de Vietnam en Estados Unidos. Segundo: a partir de 1968, las histo-
riografías –al menos las del ámbito occidental– comienzan a hacerse
cargo de nuevos temas que tienen en común pertenecer al ámbito de
la historia cultural; surgen entonces la psicohistoria inglesa, la his-
toria de las mentalidades francesa, la nueva historia intelectual esta-
dounidense, la microhistoria italiana, la historia de la cultura popular
británica y la Altagsgeschichte alemana, entre otras muchas corrientes.
Tercero: desaparecen en los centros hegemónicos en materia historio-
gráfica (como lo fueron primero Alemania y luego Francia) y surge
un conjunto de vanguardias historiográficas coexistentes al mismo
tiempo. Pero éste es ya el tema del siguiente capítulo del libro.
En el quinto apartado, “La historiografía occidental hoy. Ele-
mentos para un balance global”, se recupera, como ya hemos dicho,
el hilo argumentativo de alguna manera interrumpido al inicio del
tercer capítulo. Se trata de uno de los más iluminadores de todo el
libro: nos informa de lo que ya sabemos, pero que quizás no he-
mos organizado de una manera bien estructurada. Muy cerca del
inicio del capítulo, Aguirre informa que el oficio del historiador “ha
llegado a constituirse hoy en una actividad que da lugar a los más
diversos y encontrados usos sociales” (pp. 133-4), lo cual pensamos
nosotros que siempre ha sido así, aunque, es cierto, nunca como en
nuestros tiempos. A la “vieja historia positivista decimonónica” no
vacila en nombrarla “cadáver viviente” (p. 138) y encuentra en las
otras corrientes historiográficas vigentes –las “vivas, las que dan lugar
a verdaderas innovaciones”– cuatro rasgos comunes:

Reseñas / 259
1) “Incorporación total, por múltiples vías, del presente dentro
de la historia” ( p. 139).
2) Reconocimiento de las implicaciones de la historia como
ciencia con efectos sociales.
3) Aceptación de la crisis y el agotamiento de la episteme que
mantenía en parcelas separadas los diversos aspectos del co-
nocimiento de lo social.
4) Florecimiento de la historia de la historiografía.

Después de exponer estos cuatro rasgos (a los que, por supuesto,
nosotros, al sólo enunciarlos, no hemos hecho justicia en manera
alguna), procede a declarar que después de 1968 la práctica historio-
gráfica ha carecido de un centro –nacional o lingüístico– hegemóni-
co, para dar lugar a una situación de multipolaridad o policentrismo
en que compiten varios polos fuertes, de los cuales Aguirre identifica
cuatro:
1) Cuarta generación de Annales.
2) Historia socialista británica (de la que ya antes hemos tenido
oportunidad de enumerar sus principales subcorrientes).
3) Microhistoria italiana.
4) Trabajo del grupo del Fernand Braudel Center, de la State
University of New York, liderado por Immanuel Wallerstein.

En adición a esos cuatro “polos fuertes”, Aguirre encuentra otros tres


“emergentes”: la nueva historiografía rusa, la Neue Sozial Geschichte
alemana y la nueva historia regional latinoamericana.
El libro concluye –un tanto abruptamente; pues más allá de una
elemental tabla de materias no hay ni índices ni bibliografías ni nada
después del último punto final del cuerpo del texto– con un sexto
y último capítulo consagrado a “Las lecciones de método de la his-
toriografía occidental más contemporánea”. Las lecciones a las que
alude este título –ocho– son las siguientes:
1) Se encuentra en proceso de construcción un nuevo modelo de
historia cultural de lo social, derivado de la cuarta generación
de Annales, que observa las prácticas culturales y sus produc-
tos como resultados de la actividad social (por lo que Aguirre

260 / Reseñas
la califica de materialista) y que encuentra en Roger Chartier
una figura emblemática.
2) Más estrechamente vinculada con la cuarta generación de
Annales, se opera una reivindicación de una historia social
diferente, orientada a “reconstruir, de nueva cuenta, la com-
pleja dialéctica entre individuo y estructuras, o entre agentes
sociales, sean individuales o colectivos, y los entramados o
contextos sociales más amplios dentro de los cuales ellos des-
pliegan su acción” (p. 180).
3) En las varias subcorrientes de la historia marxista y socialista
británica, se opera un movimiento de “recuperación del con-
junto de las clases populares y de los grupos de oprimidos den-
tro de la historia” (p. 182).
4) Hoy tiene lugar una reivindicación del concepto original de
“economía moral de la multitud”, según el término propues-
to por Edward P. Thompson, que, en opinión de Aguirre,
proporciona una herramienta fecunda e interesante para la
historia crítica de la lucha de clases y de los movimientos po-
pulares.
5) El análisis exhaustivo e intensivo del procedimiento micro-
histórico –“reducir la escala de análisis y tomar como objeto
de estudio ese ‘lugar de experimentación’ que es la localidad,
o el caso, o el individuo o el sector de clase elegido”– (p. 191)
hace posibles tratamientos prácticamente acabados en mate-
ria de documentos, fuentes, testimonios…, como también en
lo concerniente a sentidos de acciones, prácticas, relaciones,
etcétera.
6) Es importante reconocer, cultivar y aplicar el paradigma indi-
ciario tal como lo ha entendido Carlo Ginzburg.
7) “La unidad de análisis obligada para el examen de cualquier
fenómeno, hecho o proceso acontecido durante los últimos


Carlo Ginzburg, “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”,
en Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios, Barcelona, Gedisa, 1994 (“El más
importante texto de metodología histórica escrito en los últimos treinta años”, a
decir de Aguirre en op. cit., p. 193, nota 138).

Reseñas / 261
cinco siglos es la unidad planetaria del sistema-mundo capita-
lista” (pp. 196-7) (como la entiende Immanuel Wallerstein).
8) Es necesario volver a pensar, de manera crítica, la forma en
que se organizan los saberes humanos en general y, de manera
particular, la episteme actualmente vigente en el conjunto de
las llamadas ciencias sociales.

Creemos que no es posible negar que en estos dos últimos capí-


tulos del libro –como en todo él en realidad– Aguirre ha exhibido un
marcado sesgo hacia lo que conviene a la promoción de una escritura
crítica de la historia como él entiende tal concepto. Lo reconocemos,
pero no se lo reprochamos. Más bien aplaudimos la consistencia del
texto en este sentido y la congruencia entre el pensamiento del autor
y su obra. Quien se vea incomodado por este sesgo quedará invitado
por ello mismo a escribir otra historia de las prácticas historiográficas
recientes. Escríbanse cuantas se escriban, jamás se agotará el tema.
Eso sí, cualquier historia que se escriba se escribirá desde una pers-
pectiva determinada –declarada o no, con conciencia del autor o sin
ella– y, por lo tanto, tendrá su propio sesgo.
Antes de concluir esta reseña es oportuno hacer un balance de lo
que arroja nuestra lectura del libro reseñado. A nuestro juicio se trata
de una obra recomendable tanto para historiadores formados como
estudiantes. En conformidad con sus pretensiones declaradas, ofrece
una interpretación coherente y crítica –y ya hemos visto lo que para
Aguirre significa este adjetivo– de la historia de la historiografía que
abarca aproximadamente los últimos 150 años. Se trata de una in-
terpretación –que implica selecciones y exclusiones– realizada desde
una perspectiva marxista a la que pueden oponerse otras realizadas
desde puntos de vista distintos. Se trata de una exposición autorre-
ferencial en el sentido de que en el libro se defiende la vigencia de la
perspectiva desde la que se escribe y se aplican las lecciones enseñadas
por ella.
Por otra parte, en nuestra opinión el libro presenta varias limita-
ciones y aun deficiencias que nos sentimos obligados a referir. Más
allá de un sumario listado de capítulos, carece de los índices de ma-
terias y autores que permitirían un manejo mucho más funcional. Es

262 / Reseñas
excesivamente repetitivo: una misma idea puede aparecer expresada
(a veces con las mismas palabras) varias veces en un capítulo o en va-
rios de ellos. La lectura del libro sugiere, al menos a nosotros, una es-
critura un tanto precipitada que se hubiera beneficiado de un trabajo
cuidadoso de revisión, supresión de repeticiones y, sobre todo, pro-
moción de un mayor sentido de unidad. A este respecto recordamos
ahora nuestros comentarios sobre los capítulos tercero y cuarto, en
el sentido de que dan la impresión de haber sido preparados inicial-
mente con independencia del libro e incorporados posteriormente
a él. Es muy posible que esto no haya sucedido en los hechos, pero
en cualquier caso la impresión acusa alguna deficiencia en cuanto a
unidad y continuidad en el flujo de la argumentación.
En cuanto a las ideas expuestas (y las no expuestas), tenemos cua-
tro comentarios puntuales, que formulamos a manera de preguntas:
a) ¿No habría convenido abandonar el intento de constituir un
“largo siglo xx historiográfico ” e iniciar el relato desde el ini-
cio de la “institucionalización” de la disciplina hacia fines del
siglo xviii? (De alguna manera esto se hace en los hechos al
comentar las tradiciones especulativas tipo Hegel y la positi-
vista –o naturalista o cientificista– tipo Ranke).
b) ¿No resulta excesivo descalificar la historia de las mentali-
dades (aun cuando se trabaje desde una perspectiva mate-
rialista-marxista)? ¿La calidad y el rigor apreciables en los
trabajos de Philippe Ariès –pensamos en concreto en su El
hombre ante la muerte– no los inmunizan (por así decirlo)
contra una crítica en razón de su “idealismo”? Al escribir
esto tenemos muy en cuenta la crítica formulada por Paul
Ricœur al concepto de mentalidad en La memoria, la his-
toria, el olvido, así como su valoración de la historia de las
mentalidades y su propuesta-tesis de transformarla en una
historia de las representaciones.


Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, tr. Mauro Armiño, Madrid, Taurus,
1984 (1977).

Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, tr. de Agustín Neira, Madrid,
Trotta, 2003 (2000).

Reseñas / 263
c) ¿No habría convenido un capítulo sobre la idea de la escritura
de la historia en el mismo periodo, esto es durante la segunda
mitad del siglo xix y todo el xx?
d) ¿Acaso 1989 –fin de la Guerra Fría– no es una fecha “simbóli-
ca” tanto o más importante para la historia, para el pensar so-
bre ella y para la historiografía que 1968?10 Recordamos a este
propósito cómo François Hartog11 ha mostrado que a partir
de esa fecha el tiempo se vive en una especie de “presentifica-
ción” permanente12 y vuelven a escribirse filosofías especula-
tivas de la historia, ahora con politólogos13 por autores, cuyo
caso más conspicuo es el de Francis Fukuyama.14 (En el libro
de Aguirre, el significado principal de 1989 es que marca
el relevo entre la tercera y la cuarta generaciones de la escuela
de Annales).15

10
Aguirre menciona un trabajo –que confesamos no haber leído– de Giovanni
Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, “1989, the Continuation of
1968”, en Review, vol. xv, núm. 2, 1992, cuyo título parecería sugerir que, en
opinión de sus autores –y supondríamos de Aguirre mismo– 1989 es de alguna
manera una consecuencia de 1968.
11
François Hartog, Regímenes de historicidad, tr. Norma Durán y Pablo Avilés,
México, uia-Departamento de Historia, 2007 (2003).
12
Fenómeno que, referido a la historiografía, Aguirre ve como fruto de lo acon-
tecido en 1968, aunque advierte que no se origina entonces y traza un itinerario
al respecto que arranca en Marx y pasa por Marc Bloch, Walter Benjamin y
Norbert Elias, entre otros (Aguirre, op. cit., pp. 113-5).
13
Aguirre sostiene que esto ocurre desde 1968. Ibid., p. 115.
14
Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, tr. P. Elias, México,
Planeta, 1992.
15
Después de nuestra primera lectura del libro tuvimos oportunidad de someter
a la consideración de Carlos Aguirre las tres primeras de estas interrogantes y él
amablemente nos hizo los siguientes comentarios al respecto (los cuales mucho
agradecemos y apreciamos): “1. Pude haber comenzado con la Revolución fran-
cesa, que es también un parteaguas importante en la evolución de los estudios
históricos contemporáneos. Pero en mi opinión, es mucho más importante el
corte que representa el marxismo, pues es allí donde se establecen las raíces de la
historia crítica, que es la que a mí me importa más subrayar y radiografiar... y es
allí donde comienzan a coagular las perspectivas todavía vigentes, hoy mismo,
en la historiografía mundial, desde el pernicioso positivismo, hasta ese horizon-
te de la historia crítica. 2. La historia de las mentalidades representó, creo yo,
un abandono total de la historiografía crítica de Annales. Se volvió una historia

264 / Reseñas
A fin de cuentas, nos quedamos con la siguiente impresión que
engloba de alguna manera todas las demás: el de Carlos Aguirre es un
libro de historia y también –probablemente sin haberlo pretendido
su autor– un ejercicio reflexivo sobre la escritura de la historia (en
este caso, además, de la historia de la historiografía), es decir un texto
de teoría de la historia que constituye por sí mismo un ejemplo de
lo que propone (y demuestra así la viabilidad de lo propuesto). Esto,
en sí mismo, lo reviste de mucho interés para el teórico de la práctica
historiográfica. Se trata, en definitiva, como sí lo pretendió su autor,
de una historia crítica de la historiografía de los últimos 150 años. Es
éste un libro valioso que mucho aporta en abundantes sentidos. No
es un “gran libro”; antes bien, acaba siendo una especie de esbozo del
que podría ser, es decir una historia crítica de la historiografía de los
siglos xix y xx (los siglos de la práctica historiográfica institucionalizada)
exhibida como expresión de los procesos y cambios “estructurales” de la
sociedad.16 ¿Escrita necesariamente desde una perspectiva marxista?
Pensamos que no por fuerza, ya que se puede ser un historiador au-
ténticamente crítico –y, lo que quizás resulta más importante, auto-
crítico– sin adoptar aquélla; para nosotros el requisito esencial sería
la historización de la propia práctica.17 No podemos, por supuesto,
atribuir a Carlos Aguirre nuestro propio pensar sobre él; sí diremos

‘atrapalotodo’, como dicen los franceses, o un cajón de sastre, como dicen los
españoles. Y pues es un renegar de las obras de Bloch y de Braudel (lo mejor
que esos Annales nos han dado, en mi opinión); por eso es que creo que merece
esas críticas tan duras y radicales. 3. El criterio de mi libro es el de revisar las co-
rrientes historiográficas, no los temas o campos de la historia. Por eso no hay un
capítulo sobre el cómo se ha pensado la historia, pues ése es un campo historio-
gráfico donde confluyen mil corrientes, no una corriente en sí misma”. Comu-
nicación personal de Carlos Aguirre a Luis Vergara del 8 de diciembre de 2007.
16
En el espíritu del sugerente título de un trabajo de François Dosse que Aguirre
menciona en relación con los efectos de lo acontecido en 1968: “Mai 68: les
effets de l’Histoire sur l’histoire”, en Cahiers de i’ihtp, núm. 11, París, abril de
1989 (trad. al español: “Mayo 68: los efectos de la historia sobre la historia”, en
Sociológica, vol. 13, núm. 38, 1998).
17
Para comprender lo que entiende por “crítico”, Aguirre propone la lectura
del ensayo de Bolívar Echeverría “Definición del discurso crítico”, en Bolívar
Echeverría, El discurso crítico de Marx, México, Era, 1986 (Aguirre, op. cit., p.
101, nota a pie de p. 64).

Reseñas / 265
que nuestra conjetura o hipótesis es que considerará lo que acabamos
de escribir como manifestación de una postura burguesa y, tal vez,
posmodernista.18 Por lo demás, nos parece que su libro es, por decir-
lo así, implícitamente reflexivo. En todo caso quisiéramos considerar
nuestros comentarios sobre el libro –este valioso libro, lo repetimos
con convicción– como una especie de invitación o sugerencia para
que se sintiera emplazado a emprender desde una perspectiva lati-
noamericana la escritura del “gran libro” que hemos vislumbrado. Si
no lo hace él, tarde o temprano lo hará otro, y si así sucede será muy
posible que el libro de Aguirre que hemos reseñado haya servido de
estímulo, sea para proceder en la dirección en que él ya ha andado,
sea para proceder en otra a manera de reacción.
Lo que en última instancia nos es dado decir es que Carlos Agui-
rre, convencido de que la escritura de la historia en general, y de
la historia de la historiografía en particular, puede y debe aportar
una contribución significativa, tal vez esencial, a la creación de un
mundo mejor –éticamente hablando–, un mundo estructurado de
un modo más justo, ha escrito una historia crítica de la historiografía
implícitamente orientada a ello. Sean cuales sean nuestras propias
posiciones teóricas, ese esfuerzo no puede menos que ser reconocido
y valorado.

*****

Carlos Aguirre es bastante bien conocido en el medio de los his-


toriadores mexicanos, donde suele generar polémica. Es un tanto
lamentable que las más de las veces ésta se refiera más a su persona

18
Aguirre recomienda en una nota a pie de página la lectura de Paul Ricoeur,
Tiempo y narración, 3 vols., México, Siglo xxi, 1995-1996, para conocer lo rela-
tivo al carácter narrativo del discurso histórico, pero advierte: “Sin embargo, es
claro que estamos en contra de las derivaciones e interpretaciones posmodernas
de este libro, y más en general de la exageración desmesurada y de la hipostati-
zación de esa dimensión narrativa del trabajo histórico llevada a cabo por esas
mismas posturas del posmodernismo en historia”. (p. 89, nota a pie de p. 54).
Si esto escribe de Ricœur, a quien por lo general no se le considera posmodernista,
¿qué dirá de nosotros (que por lo demás no nos reconoceríamos cabalmente
como posmodernistas)? No necesitamos preguntárnoslo; sabemos la respuesta.

266 / Reseñas
que a su obra, la cual, consideramos nosotros, no ha recibido toda la
atención ni suscitado toda la discusión que merece. Hemos tenido
alguna oportunidad de tratarlo; hemos escuchado de él importantes
críticas –descalificaciones, incluso– al tipo de trabajo que realizamos,
pero formuladas siempre de manera abierta y franca. Por otra parte,
en nuestro trato personal con él hemos encontrado siempre a una
persona amable, atenta y bien dispuesta a ayudar desinteresadamen-
te. Abrigamos la esperanza de que esta reseña estimule a los historia-
dores e investigadores a rencontrarse con su vasta, valiosa y siempre
provocativa obra, y a los estudiantes de historia a acercarse a ella por
vez primera. La lectura de La historiografía en el siglo xx. Historia e
historiadores entre 1848 y ¿2025? puede ser una vía excelente para que
tal expectativa se cumpla.

Reseñas / 267

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