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El barril de amontillado

El barril de amontillado es uno de los cuentos más característicos del poeta y


narrador norteamericano Edgar Allan Poe, maestro entre los más destacados
de la literatura imaginativa. Incluido en las Narraciones extraordinarias,
recopilación cuyo título es debido a Baudelaire (magnífico traductor de Poe
al francés y su más decidido admirador), el cuento nos presenta la horrible
venganza (largamente meditada) que lleva a término el personaje principal,
que es también el narrador de la historia.

En una ciudad italiana que no se precisa en el texto (al parecer, Venecia),


el protagonista se tropieza con el hombre del que ansía vengarse:
Fortunato. La ciudad celebra los carnavales y ambos van disfrazados. Se
muestra muy amable con él y, so pretexto de recabar su opinión sobre
cierto vino amontillado del que acaba de recibir un barril, consigue hacer
descender a Fortunato a la cueva de su palacio, las catacumbas de los
Montresor.

Ilustración de El barril de amontillado


La pintura de aquellos tenebrosos parajes subterráneos, donde las
osamentas se apilan bajo las bóvedas que rezuman salitre, es alucinante y
en consonancia con los gustos del romanticismo inglés, cuyo influjo era
notorio en Poe. "¿Cuáles son vuestras armas?", pregunta Fortunato a su
anfitrión. "Un ancho pie de oro en campo de azur; el pie aplasta a una
serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón". "¿Y la divisa?"
"Nemo me impune lacessit" ("Nadie me humillará impunemente").
Fortunato no capta la alusión y continúa avanzando por las sombrías
catacumbas con su guía. Éste le introduce por último en una cripta de
entrada bastante estrecha sin ninguna otra salida, y allí, con presteza, le
pasa una cadena por la cintura, sujetándole al muro.

Fortunato, al que las repetidas libaciones han borrado toda desconfianza,


cree que se trata de una broma. Pero su enemigo pone manos a la obra y,
valiéndose de piedras de construcción preparadas de antemano, comienza
a tapiar aquella especie de nicho. Fortunato comprende al fin, y el frío
terror disipa de su cabeza los vapores de la borrachera, mientras su
enemigo implacablemente alza una y otra fila de piedras, que van cerrando
la entrada.

Grita entonces con espanto el prisionero, lanza alaridos, y el protagonista le


acompaña en el juego gritando más que él: las voces resuenan
lúgubremente en las solitarias catacumbas. Cuando finalmente el vengativo
narrador termina de construir el muro, arroja la antorcha dentro de la
cripta donde Fortunato sigue encadenado, coloca la última piedra y se
aleja, después de haber apilado contra la nueva pared, tapándola, un
informe montón de huesos humanos para que nadie logre descubrir su
crimen. Y termina: "Durante medio siglo ningún mortal los ha tocado
siquiera. In pace requiescat".

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