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Je Santiago Je C t ú l e
LA C I E N C I A
DE LA F E L I C I D A D
s e g ú n [ a s cacaías da
S a n < 5 c a n c l s c o d e ( S a l e s
J2ihrería y Cdilorial
Zaino ra no y Q a perón
CSantiago
1936
çDan ^cariciseo ele. (¡Daíes
Proclamado por León XIII doctor de la Iglesia
INTRODUCCION
(1) Todas las citas se imprimen con tipos más negros para po-
nerlas de relieve entre las explicaciones del autor.
"Cada uno de nosotros, dice el Santo, busca la dicha
y la felicidad, pero nadie sin embargo la puede hallar, si-
no el que encuentre esta perla oriental del puro amor de
Dios; y habiéndola hallado, vende todo lo que tiene, para
poderla adquirir. Es icierto que el hombre fué creado para
gozar de la felicidad y la felicidad tiene tanta relación y
conveniencia con el corazón del hombre que no puede en-
contrar sosiego sino poseyéndola, pero la desgracia es que
los hombres constituyen su felicidad, cada uno en lo que
quiere, los unos en las voluptuosidades, los otros en las
riquezas, otros en los honores y dignidades; pero muchos
se equivocan, porque nada de todo eso es capaz de llenar
ni contentar su corazón.
San Bernardo lo dice muy bien: "Tu alma es de gran-
de extensión y ninguna cosa puede llenarla mi satisfacerla,
sino el mismo Dios". Y San Francisco de Sales agrega en
su lenguaje florido: "No debe haber para ti sino Dios y
tú mismo en el mundo: lo demás no debe llamarte la aten-
ción sino a medida que Dios te lo manda y en la forma que
El te lo ordene.
Ten t u vista fija ?en Dios y en ti msmo: jamás ve-
rás a Dios sin bondad y a ti sin miseria, constituyendo tu
miseria el objeto de su bondad y de su misericordia".
Y en otro ipasaje el mismo Santo insiste:
"Mientras más miserables nos encontremos, más de-
bemos confiar en te. bondad y misericordia de Dios: por-
que entre la misericordia y la miseria, hay una cierta
atracción tan poderosa, que una no puede ejercitarse sin
la otra. . . Mientras más miserables nos reconozcamos,
más ocasión tendremos de confiarnos en Dios, pues cono-
ciendo nuestra debilidad y pequeneces sabremos que nada
podemos esperar de nosotros".
"Oh! Qué feliz es un alma, que en la tranquilidad de
su corazón conserva amorosamente el saerado sentimiento
de la presencia de Dios, porque su unión con la divina
bondad crecerá perpetua. . . aunque insensiblemente y
empapará todo su espíritu con su fina suavidad.
Pues bien, cuando hablo del isagrado sentimiento de
Dios, no me refiero al sentimiento sensible ¡sino al que
reside en la suprema cima del espíritu donde el divino amor
reina y donde su influencia es más sensible".
¿En qué consiste el sentimiento de la presencia de
Dios y su feliz influencia sobre nuestra alma ? El mismo
Santo nos lo explica así:
Mirando a menudo a Nuestro Señor por la meditación,
toda nuestra alma se llenará de El: aprenderéis su mane-
ra de ser y formaréis vuestras accionas conformes al mo-
delo de las suyas. El es Ja luz del mundo, en El, pues, por
El y 'para El debemos ser alumbrados e iluminados.
Ved qué graciosa comparación usa el Santo para ha-
cérnoslo entender: "Los niños, a fuerza de oír a sus ma-
dres y tartamudear con ellas, aprenden a hablar su len-
guaje y rosotros, permaneciendo cerca del Señor, por la
meditación y observando sus palabras, sus acciones y sus
afecciones aprenderemos mediante su gracia, a hablar, ha-
cer y querer como El". Siguiendo la misma comparación,
agrega: "La libertad de los hijos bien amados,. es un
desprendimiento del corazón humar» de todas las cosas,
para- seguir la voluntad de Dios reconocida, los efectos de
esta libertad son una grande suavidad de espíritu, una
grande suavidad y condescendencia a todo lo que no es
pecado, es un humor suavemente condescendiente a las
acciones de toda virtud y caridad".
Es el sentimiento de la presencia de Dios el que debe
inspirarnos confianza en su iproibección:
"En todos vuestros negocios, ¡confiaos totalmente en
la Providencia de Dios, por la cual todos vuestros proyec-
tos deben tener buen éxito, trabajad sin embargo, de
vuestro lado, suavemente, para Cooperar con aquella, jun-
tando y manejando los bienes de este mundo, con una de
vuestras manos, sujetándoos siempre con la otra de la ma-
no del Padre celestial, mirándole de vez en cuando para
ver si le agrada vuestro comportamiento y vuestras ocu-
paciones".
"Cuando os halléis en los negocios y ocupaciones co-
rrientes, que no requieran una atención tan fuerte ni tan
poderosa, miraréis más a Dios que a los negocios, y cuan-
do los negocios sean de importancia tan gramide ¡que re-
quieran toda vuestra atención para ser bien hechos, de vez
en cuando miraréis a Dios.
Se desprende de la¡s recomendaciones del Santo una
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