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20/1/2018 Un valor inconmensurable - Por Joy D.

Jones

Un valor inconmensurable
Octubre 2017 Conferencia general
Por Joy D. Jones
Presidenta General de la Primaria

Podemos disfrutar frecuentemente de los dulces susurros del Espíritu


Santo que con rman la verdad de nuestro valor individual.

Mientras visitaba el país de Sierra Leona, en África Occidental, participé en una


reunión que dirigía una líder de la Primaria de estaca. Mariama dirigía con tal amor,
elegancia y con anza que era fácil suponer que hacía mucho tiempo que era
miembro de la Iglesia. Sin embargo, Mariama era una conversa reciente.

Su hermana menor se unió a la Iglesia e invitó a Mariama a asistir a una clase de la


Iglesia con ella. El mensaje impresionó a Mariama profundamente. La lección era
sobre la ley de castidad. Pidió que los misioneros le enseñaran más y al poco
tiempo recibió un testimonio del profeta José Smith. Se bautizó en 2014 y su hija se
bautizó el mes pasado. Imaginen, las dos enseñanzas fundamentales que
condujeron a la conversión de Mariama fueron la ley de castidad y el profeta José
Smith, dos temas que el mundo a menudo considera irrelevantes, anticuados o
inconvenientes. Sin embargo, Mariama testi có que ella era como una polilla
atraída a la luz. Ella dijo: “Cuando encontré el Evangelio, me encontré a mí misma”.
Descubrió su valor mediante principios divinos. El Espíritu Santo le reveló su valor
como hija de Dios.

Ahora conozcamos a las hermanas Singh, de la India. Renu, al extremo derecho, la


primera de cinco hermanas que se unieron a la Iglesia, compartió los siguientes
pensamientos:

“Antes de comenzar a investigar la Iglesia, en realidad no sentía que era alguien


especial. Era una entre tantas personas, y mi sociedad y mi cultura no me
enseñaban que tenía ningún valor como persona.Cuando aprendí sobre el
Evangelio y aprendí que era una hija de nuestro Padre Celestial, eso me cambió. De
pronto me sentí muy importante; Dios en verdad me había creado y había creado
mi alma y mi vida con valor y con un propósito.

“Antes de tener el Evangelio en mi vida, siempre trataba de probar a los demás que
yo era especial; pero cuando aprendí la verdad, que soy una hija de Dios, no tenía
nada que probar a nadie. Sabía que era especial… Nunca piensen que no son
nada”.

El presidente Thomas S. Monson lo expresó perfectamente cuando citó estas


palabras: “El valor de un alma es su capacidad para llegar a ser como Dios”1.

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Hace poco tuve la bendición de conocer a otra jovencita que comprende la misma
verdad. Se llama Taiana. La conocí en el Hospital de Niños de la Primaria, en Salt
Lake City. Estaba en la secundaria, en el grado once, cuando la diagnosticaron con
cáncer. Luchó una valiente batalla durante 18 meses antes de fallecer hace unas
pocas semanas. Taiana estaba llena de luz y amor. Era conocida por su contagiosa
sonrisa y por levantar ambos pulgares, algo característico en ella. Cuando otras
personas preguntaba: “¿Por qué tú, Taiana?”, su respuesta era: “¿Por qué no yo?”.
Taiana procuraba llegar a ser como su Salvador, a quien amaba profundamente.
Durante nuestras visitas, aprendí que Taiana comprendía su valor divino. Saber que
era una hija de Dios le daba la paz y el valor de enfrentarse a su abrumadora
prueba en la manera positiva en la que lo hizo.

Mariama, Renu y Taiana nos enseñan que el Espíritu nos con rmará de manera
personal a cada uno de nosotros nuestro valor divino. Saber verdaderamente que
son hijas de Dios in uenciará cada aspecto de su vida y las guiará en el servicio que
ofrezcan cada día. El presidente Spencer W. Kimball lo explicó con estas gloriosas
palabras:

“Dios es su Padre y las ama. Tanto Él como su Madre Celestial las valoran más allá
de toda medida… Ustedes son muy especiales; son únicas en su tipo, hechas de
una inteligencia eterna que les da la total posibilidad de alcanzar la vida eterna.

“No deben tener ninguna duda acerca de su valor individual. La intención


primordial del plan del Evangelio es la de proveer a cada una de ustedes la
oportunidad de alcanzar sus más altos potenciales, los cuales signi can el progreso
eterno y la posibilidad de alcanzar la divinidad”2.

Permítanme que hable de dos palabras críticas: valor y dignidad. Elvalor espiritual
signi ca valorarnos a nosotros mismos de la misma manera en la que el Padre
Celestial nos valora, no como el mundo lo hace. Nuestro valor se decidió antes de
que llegáramos a esta tierra. “El amor de Dios es in nito y perdurará para
siempre”3.

Por otro lado, la dignidad se alcanza mediante la obediencia. Si pecamos, seremos


menos dignos, ¡pero nunca tendremos menos valor! Seguimos arrepintiéndonos y
procurando ser como Jesús sin que se altere nuestro valor. Como enseñó el
presidente Brigham Young: “El menor, el espíritu más inferior que está ahora
mismo sobre la tierra… vale mundos”4. No importa lo que ocurra, siempre
tendremos valor en la vista de nuestro Padre Celestial.

A pesar de esta maravillosa verdad, ¿cuántas de nosotras luchamos de vez en


cuando con pensamientos o sentimientos negativos sobre nosotras mismos?Yo lo
hago. Es una trampa fácil; Satanás es el padre de todas las mentiras, especialmente
cuando se trata de malinterpretar nuestra naturaleza y propósito divinos. Pensar
de nosotros mismos que somos “poca cosa” no nos hace ningún bien,sino que nos
detiene.Como se nos ha enseñado a menudo: “Nadie te puede hacer sentir inferior
sin tu consentimiento”5. Podemos dejar de comparar nuestras peores
características con las mejores de otra persona. “La comparación es el ladrón de la
alegría”6.
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Como contraste, el Señor nos asegura que cuando tenemos pensamientos


virtuosos, Él nos bendecirá con con anza, incluso con la con anza de saber quiénes
somos en verdad. Nunca ha existido un momento más crucial para prestar oído a
Sus palabras:“Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente”, dijo
Él, “entonces tu con anza se fortalecerá en la presencia de Dios… El Espíritu Santo
será tu compañero constante”7.

El Señor reveló la siguiente verdad adicional al profeta José Smith: “Aquel que de
Dios reciba, acredíteselo a Dios, y regocíjese de que Dios lo considere digno de
recibir”8. Cuando sentimos el Espíritu, como lo explican estos versículos,
reconocemos que lo que sentimos viene de nuestro Padre Celestial. Lo
reconocemos y lo alabamos por bendecirnos. Entonces nos regocijamos porque se
nos ha considerado dignos de recibir.

Imagínense que están leyendo las Escrituras una mañana y el Espíritu les susurra
que lo que están leyendo es verdad. ¿Pueden reconocer el Espíritu y sentirse felices
porque sintieron Su amor y fueron dignas de recibir?

Madres, puede que se estén arrodillando junto a su hijito de cuatro años mientras
ofrece su oración para irse a dormir. Un sentimiento las invade mientras lo
escuchan; sienten calidez y paz. El sentimiento es breve, pero reconocen que, en
ese momento, se les ha considerado dignas de recibir. Puede que muy de vez en
cuando, si ocurre, recibamos grandes manifestaciones espirituales en nuestra vida;
pero podemos disfrutar frecuentemente de los dulces susurros del Espíritu Santo
que con rman la verdad de nuestro valor individual.

El Señor explicó la relación entre nuestro valor y Su gran sacri cio expiatorio
cuando dijo:

“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;

“porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por


tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a n de que todo hombre pudiese
arrepentirse y venir a él”9.

Hermanas, gracias a lo que Él hizo por nosotros, estamos unidos a Él “con lazos de
amor”10. Él dijo: “Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y que
después de ser levantado sobre la cruz, pudiese atraer a mí mismo a todos los
hombres”11.

El rey Benjamín también explicó esta conexión que nos une al Salvador: “Y he aquí,
sufrirá tentaciones, y dolor en el cuerpo, hambre, sed y fatiga, aún más de lo que el
hombre puede sufrir sin morir; pues he aquí, la sangre le brotará de cada poro, tan
grande será su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo”12. Ese
sufrimiento y los resultados de ese sufrimiento llenan nuestro corazón de amor y
gratitud. El élder Paul E. Koelliker enseñó: “Cuando quitamos las distracciones que
nos atraen hacia el mundo y ejercemos nuestro albedrío para buscarlo a Él,
abrimos nuestro corazón a una fuerza celestial que nos lleva hacia Él”13. Si el amor
que sentimos por el Salvador y lo que Él hizo por nosotros es mayor que la energía
que dedicamos a las debilidades, la baja autoestima, o los malos hábitos, entonces
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Él nos ayudará a superar las cosas que causan sufrimiento en nuestra vida. Nos
salva de nosotros mismos.

Permítanme que lo resalte: si la atracción al mundo es más fuerte que la fe y la


fortaleza que tenemos en el Salvador, entonces la atracción al mundo ganará
constantemente. Si escogemos enfocarnos en nuestros pensamientos negativos y
dudar de nuestro valor en lugar de aferrarnos al Salvador, resultará más difícil
sentir las impresiones del Espíritu Santo.

Hermanas, ¡no nos confundamos acerca de quiénes somos! Aunque a menudo es


más fácil ser pasivas espiritualmente que hacer el esfuerzo espiritual de recordar y
atesorar nuestra identidad celestial, no podemos permitirnos esa indulgencia en
los últimos días. Que como hermanas, seamos “… [ eles] en Cristo… y que Él [nos]
anime, y sus padecimientos y muerte… y su misericordia y longanimidad, y la
esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en [nuestra] mente para
siempre”14. Al elevarnos el Señor a terrenos más altos, podemos ver más
claramente no solo quiénes somos, sino que estamos más cerca de Él de lo que
jamás hayamos imaginado. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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