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472 PROVINCIAS DE FRANCIA

D e los poetas, a pesar de todo, en la serie de los siglos


es posible y licito esperar los impulsos capaces de volver
a colocar al hombre en el centro del universo, de abs-
traerlo durante un segundo de su aventura disolvente, de
recordarle que, para todo dolor y para toda alegría exte-
riores a élf es un lugar indefinidamente perfectible de re-
solución y de eco.
Andr é Br et ón

t^EI simbolismo preparaba el camino a una generación que, en


los anós que siguieron a la guerra de 1914, iba a hacer suyas las am­
biciones de Rimbaud y a seguir su doble ejemplo: rebelión metafí­
sica contra la imperfecta condición humana, y atención delicada a
las revelaciones del inconsciente/La rebelión fué al principio nega­
I ción, afán de desorganización, en la época del dadaísmo; después,
-M en el surrealismo —por lo menos en el de los primeros años—,
(tentativa de reconstrucción, de afirmación metafísica.-
El surrealismo adquiere una consciencia más clara de ciertos
procesos que se habían“hecho familiares a la poesía en el curso
del figló anterior. En ese sentido se acerca al romanticismo ale­
mán, y se acerca a él también por la manera como se sirve del
sueño. No es casualidad que Bretón y sus amigos se hayan inte­
resado por todos los románticos, aunque es verdad c^ue, con gran
injusticia, renegaron más tarde de ellos, con excepción de Amim,
por ese mismo reflejo que les hizo rechazar a Rimbaud para en­
grandecer a Lautréamont. En el París de 1925, igual que en la
Alemania de 1800, un grupo de jóvenes poetas trataban de encon­
trar juntos —por medio de una sym-philosophia y una sym-poesis
organizadas— un método preciso que permitiera sacar a la luz
exterior la realidad oculta de la vida inconsciente. El movimiento
espiritual es más o menos el mismo: se proclama el valor de co­
i nocimiento inherente a las agrupaciones espontáneas de las pala-
x bras y de las imágenes que surgen de la sombra interior; y se pro­
- cura llevar a la consciencia todo el tesoro inconsciente. Bretón
define:
Surrealismo, s. m. Automatismo psíquico puro por el cual nos propone­
mos expresar, ya verbalmente, ya por escrito, ya de cualquier otra manera,
el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, en au­
sencia de todo dominio ejercido por la razón, fuera de toda preocupación
estética y moral.

Al principio el surrealismo se presenta-, pues, como un método,


y, según precisaba entonces Louis Aragón, un método al alcance f
de todos. “ ¡Basta que se tomen_e.Ltrabajo ¿^practicarla. poesía!”, /
decretaba Bretón. Así, pues, la poesía se considera como una se- 1
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ríe continua de ejercicios, semejantes a los de los místicos, y por
los cuales se podría “obtener” la gracia poética. Ésta se consigue
provocando por todos los medios posibles —automatismo de la
palabra y de la escritura, empleo de drogas, utilización concertada
de ciertas alucinaciones debidas a la fatiga, etc.— esos estados de
consciencia en que, liberado de la lógica, el espíritu logra una
comunicación más estrecha con sus profundidades desconocidas.
Se trata de llegar, más allá de la personalidad construida, a capas
más primitivas del ser, y a esa “materia mental diferente del pen­
samiento, de la cual el propio pensamiento... no puede ser sino
un caso particular”.
Pero la adopción deliberada de este método no apunta, como
tampoco el “trastorno” de Rimbaud, a fines literarios. Descansa
sobre una esperanza milenaria, muy semejante al sueño de la Edad
de Oro de Novalis; y esa misma esperanza se destaca, salvavidas
único, sobre el sombrío fondo de una desesperación universal. Al­
gunos textos esenciales de Bretón, sacados del Manifiesto de 1924
y de Los vasos comunicantes de 1932, pueden bastar para evocar
ese clima espiritual particularísimo que sigue siendo el mensaje
más profundo de la secta surrealista.

Deseo que no se vea en el surrealismo otra cosa que un intento de arro- ;


jar un hilo conductor entre los mundos, demasiado disociados, de la vigilia
y del sueño, de la realidad exterior e interior, de la razón y de la locura,
de la serenidad del conocimiento y del amor, de la vida por la vida y de la
revolución, etc__
Tanto va la creencia a la vida, a lo más precario de la vida, o sea la vida
real, que al fin esta creencia se pierde. Eli hombre, soñador empedernido,
cada día más descontento de su suerte, da vuelta trabajosamente a los ob­
jetos de que se sirve desde hace mucho y que le han sido entregados por
su indolencia o por su esfuerzo...
Tengo fe en que esos dos estados, al. parecer tan contradictorios, que
son el sueño y la realidad, se resolverán en el futuro en una especie de rea­
lidad absoluta, de surrealidad, si así puede llamarse. A su conquista me
lanzo, seguro de no lograrlo, pero demasiado indiferente a mi propia muer­
te para no acariciar un poco las alegrías de semejante posesión...
El surrealismo no puede justificarse sino por el estado completo de dis­
tracción al cual esperamos llegar en este mundo... Vivir y dejar de vivir,
ésas sí que son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parto.

Este acto de fe en todo aquello que puede vivir en nosotros


m ás allá de nuestrá pobre existencia ■
—auténtico credo quia ab­
surdum— explica la continúa atención que Bretón concede al sue­
ño, así como las aparentes fluctuaciones de sus ideas sobre la vida
onírica.
En el año 1924 se proponía captar las fuerzas ocultas en las
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profundidades del espíritu: “captarlas primero, para someterlas en
seguida, si hay manera, al gobierno de nuestra razón”. Importa
subrayar esa reserva. A semejanza de los románticos alemanes,
Bretón no pretende abandonarse totalmente al sueño, sino con­
quistado, tratar de hacerlo utilizable para la consciencia. El jaro­
) pósito del surrealismo es aplicar no solamente sino también el
sueño a “la solución de las cuestiones fundamentales de la vida”.
¿No explicará el sueño a la vigilia mejor que ésta a aquél? ¿No
estarán regidos por la “noche profunda” muchísimos de nuestros
actos y de nuestros sentimientos? ¿No existirá en el sueño una
certidumbre particular que permite al soñador estar más satisfe­
cho con lo que le acontece, menos atormentado que el hombre
despierto por “la angustiosa cuestión de la posibilidad”? .
No eran éstas todavía más que preguntas. Bretón vuelve a
formularlas en Los vasos comumctmtes, que siguen a la admirable
Nadja, y que, con esta obra, constituyen el más conmovedor de
todos los testimonios surrealistas. En ese año de 1932, preocupado
por harmonizar su pensamiento con el materialismo histórico,
Bretón trata de hacer a un lado toda apología del sueño conside­
rado como el lugar en que una fuerza espiritual diferente de nos­
otros mismos vendría a manifestarse en la creatura. Y, aplicando
los métodos del psicoanálisis a algunos episodios de su propia exis­
tencia, sueños y divagaciones de la vigilia, observa que en el mun­
do cerrado del dormir, como en ese otro mundo en que nos cree­
mos dueños de nuestros actos, “la exigencia del deseo en busca del
objeto de su realización dispone extrañamente de las experiencias
exteriores”. Pero ahora concluye que el sueño no implica, fuera
de la realidad cotidiana, “el reconocimiento de ninguna realidad
distinta o nueva”. A l anhelo de refugiarse en una vida sobrenatu­
ral, a esa “voluntad inoperante”, opone desde ahora una voluntad
práctica “dé transformación de las causas profundas del hastío
del hombre, y de subversión general de las relaciones sociales”.
No obstante, fiel a su primera angustia, André Bretón persiste
en querer “transformar radicalmente el mundo” y al mismo tiem­
po “interpretarlo lo más completamente posible”. Lejos de rene­
gar de toda profundización del destino individual para atender
tan sólo al porvenir de la sociedad, reclama que se “rehabilite el
estudio del yo para poder integrarlo al del ser colectivo”.- A di­
ferencia de algunos de sus amigos de antes, obstinados en olvidar
su consciencia aguda del drama metafísico, Bretón mantiene, en el
centro de su nueva actitud, su reivindicación primera. Ningún'
fácil optimismo ha venido a atenuar o a recubrir en el revolucio-
N AC IM IE N T O DE L A POESÍA 475
nano de hoy el profundo diálogo interior entre la incurable des­
esperación y la infrangibie esperanza.
En la interpretación del sueño y de la vigilia continúa viendo
una especie de apretado tejido que asegura el intercambio nece­
sario entre el mundo exterior y el mundo interior. Las necesidades
satisfechas e insatisfechas del hombre mantienen esa “sed espiritual
que, desde el nacimiento hasta la muerte, es indispensable que cal­
me y que ramea llegue a curar”.

No me cansaré de oponer, a la imperiosa necesidad actual, que consiste


en cambiar las bases sociales demasiado vacilantes y apolilladas del viejo
mundo, esa otra necesidad, no menos imperiosa, que consiste en no ver en
la revolución futura un fin que, a todas luces, sería al mismo tiempo el
de la historia. Para mí, el fin no puede ser sino el conocimiento del des­
tino eterno del hombre...

Porque la “precariedad enteramente artificial de la condición


social” del hombre no debe empañarle la precariedad real de su
condición humana.
Cualesquiera que sean sus fracasos o sus éxitos, la grandeza del
surrealismo consistirá en esa continua orientación hacia lo esencial
y en esa prosecución de su esfuerzo a pesar de sus mismos éxitos y
fracasos. Al igual que los precursores del romanticismo alemán
o del segundo romanticismo francés, los surrealistas saben que la
dignidad humana reside precisamente en esa entrega desesperada,
en esa esperanza absurda que se alimenta en las profundidades
mismas de la incertidumbre. /

Cerremos los ojos,


todo está colmado.

La poesía, surrealista, la de Éluard sobre todo, debe a esa pre­


sencia de la angustia humana, de la esperanza de un tormento de
perfección muy particular, toda la hondura de los ecos que sus­
cita. Si evoca el universo de los sueños y las “tinieblas abismales
tendidas hacia una confusión deslumbradora”, no es por el placer
■¡estético y por la simple alegría de pintar paisajes inmateriales. El
|poeta “se obstina en mezclar ficciones con las temibles realida-
¡ des”, no por juego, sino porque en los horizontes y en los fantas-
\mas interiores reconoce signos de su propia esencia.
La objetividad poética no existe sino en la sucesión, en el encadenamien­
to de todos los elementos subjetivos, de los cuales, hasta nueva orden, el
poeta no es el amo, sino el esclavo.
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El poeta necesita acoger esos elementos menos comunicables
.) de sí mismo y persuadirse de que en ellos precisamente, en lo que
constituye su unicidad personal, está la razón de su humanidad y
; la posibilidad de una comunión con los demás hombres.. Ya no
/hay aquí el paso de una “vigilia” a un “sueño”; cada poema de
: Éluard se sitúa de golpe, y nos sitúa a nosotros, en la atmósfera
de ese gran sueño continuo en que la soledad y las -presencias de­
jan de ser contradictorias, en que la ausencia ya no pone obstácu­
los al amor, en que la extrema pureza no excluye el esplendor
, carnal.
De todo lo que he dicho de mí qué cosa queda '
he conservado falsos tesoros en armarios vacíos .
un navio inútil une mi infancia a mi tedio .
mis juegos a la fatiga
una partida a mis quimeras
la tempestad a la bóveda de las noches en que estoy solo
una isla sin animales a los animales que amo
una mujer abandonaba a la mujer siempre nueva
* en vena de hermosura
la única mujer real
aquí en otra parte
dando sueños a los ausentes
su mano tendida hacia mí
se refleja en la mía
doy los buenos días sonriendo
no pensamos en la ignorancia
y la ignorancia reina
sí todo lo he esperado
y he desesperado de todo
de la vida del amor del olvido del sueño
de las fuerzas de las debilidades
ya nadie me conoce
mi nombre mi sombra son lobos.

Un ansia inmensa de perfección y de absoluto, la búsqueda


de un paraíso prometido, la restitución de una inocencia invero­
símil, tales son las obsesiones que desde hace un siglo han encon­
trado, a través de toda la poesía de nuestra época, expresiones a
la vez muy diversas y muy parecidas. Más que nunca, los poetas,
en su aislamiento y en su tentativa aparentemente inhumana, coin­
ciden en prestar testimonio por todos, en hacerse cargo de la
ansiedad común, en lanzarse a las más temerarias exploraciones de
la sombra interior para sacrificarle su vida personal y para cono­
cer en esa sombra, en todo su dramático esplendor, la condición
humana. Muy cercano a los- surrealistas, y gran poeta del sueño,
Léon-Paul Fargue canta la esperanza que se levanta ante el pen­
samiento de la muerte:
NACIMIENTO DE LA POESÍA 477
Otros mirarán esto cuando yo ya no exista.
La luz olvidará a quienes la adoraron. -
No vendrá ni un llamado a alumbrar nuestros rostros.
Ningún sollozo hará resonar nuestro amor.
Apagadas estarán nuestras ventanas.
Una pareja extraña recorrerá la calle
gris. Las voces,
otras voces cantarán, otros ojos llorarán
en una casa nueva.
Todo estará colmado, todo perdonado.
La pena será nueva y nueva la floresta.
Y algún dia, quizá, para nuevos amigos,
dará Dios esa dicha que nos ha prometido. .

BIBLIOGRAFÎA

A. M a r i e , Gérard de Nerval
(1914).—A. B é g u i n , Gérard de Nerval (1946).
— D . S a u r a t , La religion
de Victor Hugo (1929).—M a r c e l R a y m o n d ,
De Baudelaire au surréalisme (1932).

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